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COMPRENSIÓN EUCARISTICA DEL SACERDOCIO EN LA ESCOLÁSTICA

A partir del siglo IV el protagonismo clerical quedó ratificado y potenciado por el cambio de
situació n de la Iglesia con relació n al mundo con la conversió n del emperador Constantino. Surge
la Iglesia de «cristiandad» en la que poco a poco, va acentuá ndose la separació n entre los laicos y
el estamento clerical. Hay que hacer constar que, a pesar de todo, desde los padres hasta la
Contrarreforma, se tuvo una idea viva de la Iglesia como comunidad de fieles, constituida y hecha
por sus miembros. Un ejemplo de ello es que en muchos casos la comunidad interviene en la
elecció n de sus ministros. Se vive todavía un principio de uso frecuente y que procedía del derecho
romano: «Lo que es de interés de todos, debe ser aprobado comunitariamente» (cf. Y. CONGAR,
Jalones para una teología del laicado, Estela, Barcelona 1963, 52).
Se puede decir que después de Nicea se producirían pocos cambios en la profundizació n de
la teología del ministerio sacerdotal; lo que sí se produce es una gran cantidad de literatura sobre
las cualidades que deben adornar al sacerdote. Surge una cuestió n dogmá tica, a saber, la
naturaleza de la distinció n entre el presbítero y el obispo, cuestió n que no quedará plenamente
resuelta hasta el Vaticano II (Obispos).
En cuanto a espiritualidad sacerdotal, una de las obras patrísticas má s conocidas sobre el
sacerdocio es la apología de san Gregorio Nacianceno de su huida temporal de las
responsabilidades sacerdotales —había sido ordenado sacerdote por su padre contra su voluntad
—. Se trata de un verdadero tratado sobre la naturaleza y las responsabilidades del sacerdocio.
San Juan Crisó stomo lo tomó como modelo para sus Seis libros sobre el sacerdocio; en él se inspiró
también la Regla pastoral de san Gregorio Magno. En estos clá sicos vemos repetirse varios temas:
sobrecogimiento ante la santidad del ministerio sacerdotal y ante la santidad que ha de cultivar el
sacerdote; la enseñ anza y la predicació n como tareas primordiales del sacerdote; sentimiento de
reverencia ante el misterio eucarístico; la humildad, la oració n, la ascesis y la caridad como rasgos
característicos de la vida sacerdotal; la necesidad de evitar cualquier forma de inmoralidad.
En Oriente no ha habido grandes desarrollos en relació n con el presbiterado hasta tiempos
modernos. En Occidente se reflexionó mucho sobre el ministerio durante la Edad media. Se
escribieron tratados sobre las vestiduras sacerdotales y sobre las virtudes que debía tener el
sacerdote. La celebració n de la misa era la razó n que se aducía para la bú squeda de la santidad.
Santo Tomá s de Aquino puede considerarse como una de las cimas de la reflexió n escolá stica
sobre el sacerdocio, a pesar de que su Summa theologiae se interrumpe antes de tratar de este
sacramento. Considera la eucaristía como la razó n ú ltima de todo el derecho de la Iglesia y su
celebració n como la tarea sacerdotal por excelencia. El sacerdote consagra la eucaristía en la
persona de Cristo (in persona Christi)". El cará cter central de la eucaristía queda subrayado por la
idea, corriente por entonces, de que el sacramento se confería por la entrega de los
«instrumentos», es decir, el cá liz y la patena, con las palabras: «Recibe el poder de ofrecer en la
Iglesia el sacrificio por los vivos y los muertos. En el nombre del Padre...». El concilio de Florencia
(1431-1445) hizo suya esta doctrina de santo Tomá s. El cará cter sacramental del bautismo, la
confirmació n y las ó rdenes, lo entiende santo Tomá s como una diferente participació n en el
sacerdocio de Cristo, cada una de las cuales otorga un lugar distinto en el culto. Los sacerdotes
tienen a su cargo la cura de almas dentro del á mbito asignado a ellos por el obispo.
Como ya lo hemos visto, desde los primeros tiempos el ministro del sacramento del
sacerdocio ministerial fue el obispo; hay, sin embargo, testimonios de que en los siglos XIV y XV
algunos papas permitieron que determinados abades ordenaran a miembros de sus monasterios.

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[Sobre este punto no hay absoluta claridad, aunque las bulas medievales de concesió n de tal
permiso parecen verdaderas].
Aparecen, ademá s, las ó rdenes menores. Durante muchos siglos la realidad de los
ministerios en la Iglesia ha estado canalizada, de un modo real, a través de existencia de la vida
religiosa, y de un modo formal y ritual a través de las denominadas ó rdenes menores. Las
llamadas, durante muchos siglos, ó rdenes menores fueron la concreció n de varios ministerios que
en un principio ejercieron en la Iglesia los seglares. Estas ó rdenes menores reconocidas por la
iglesia (ostiario, lector, exorcista, acó lito) eran precedidas de un rito previo: la tonsura. Era una
ceremonia mediante la cual quien la recibía dejaba de ser laico y pertenecía a todos los efectos al
gremio de los clérigos. Progresivamente las ó rdenes menores, incluyendo entre ellas el
subdiaconado, que a partir del siglo XIII pasó a ser considerado como una orden mayor, se fueron
vinculando al sacerdocio, como sucesivos pasos para llegar al presbiterado.
Para estudiar el sacramento del orden a lo largo de la escolá stica hay que dividir este largo
e interesante período para precisar las evoluciones que se dieron. En general, la escolá stica a lo
largo de casi mil añ os, desde el final de la patrística hasta el advenimiento de la Reforma
protestante, al reflexionar sobre el sacramento del orden, estuvo preocupada, entre otros, por dos
temas: la fundamentació n en la Eucaristía de la razó n de ser del sacramento del orden, y la
relació n entre el episcopado y el presbiterado a partir de la noció n del sacrificio eucarístico. Los
restantes temas, como la institució n del sacramento del orden, su materia y forma, el ministro, el
efecto, eran considerados a partir de estas dos proposiciones principales.
El planteamiento fue general, pero las opiniones se dividieron en virtud de la postura que
adoptaron al exponer los temas. Así, algunos que se confesaban tomistas, y partían en sus
formulaciones de los presupuestos propios de esta escuela, no dijeron exactamente lo mismo que
santo Tomá s, y no faltaron quienes desde dentro del tomismo llegaron a adoptar posturas
opuestas al Maestro en determinadas cuestiones del orden.
Para esclarecer toda esta problemá tica, se puede dividir este estudio en cinco grupos. En el
primero para considerar los antecedentes remotos, en el segundo para revisar el planteamiento
inicial de la escolá stica, el tercero lo para estudiar a dos grandes maestros: Pedro Lombardo y
santo Tomá s de Aquino, en el cuarto abordar la posició n un tanto original de Durando de San
Ponciano O.P., en el siglo XIV, y por ú ltimo analizar la aportació n novedosa que, desde el tomismo,
ya en el siglo XVI, hicieron los dominicos de Salamanca y que tanta repercusió n alcanzó en las
discusiones de Trento.
Así, pues, a la escolá stica le correspondió retomar las teorías antiguas de la negació n de una
sacramentalidad específica para el episcopado, considerado como perfecció n del sacerdocio,
siempre desde el supuesto de que la potestas sacramentalis, en especial en relació n con la
eucaristía, es idéntica en los dos grados del obispo y del presbítero; tanto má s cuanto que
la potestas regendi aparece devaluada a causa de los abusos o prevaricaciones de no pocos
obispos. Santo Tomá s, aun aceptando la tesis de Pedro Lombardo acerca de la duplicidad de los
poderes sobre el cuerpo real y sobre el cuerpo místico de Cristo (de los que só lo este ú ltimo es
propio del obispo, que sin embargo constituye un orden supremo en el sacerdocio), no llega nunca
a las conclusiones de algunos teó logos modernos, que han considerado só lo al obispo como
verdadero sacerdote, ya que también el presbítero participa de los poderes de gobierno del obispo
(cf In IV Sent. d. 7, q. 3, a. 1, sol. 2, ad 3).
Este período, entonces, presenta toda una serie de procesos transformadores del
sacerdocio cristiano —en parte ya comenzados anteriormente— hasta alterar de manera notable
su fisonomía. Desde el punto de vista del ritual, el período carolingio, con la difusió n de los centros

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de irradiació n litú rgica franca y germá nica, produce un desequilibrio en el rito de la ordenació n,
con diversas consecuencias negativas incluso para la comprensió n teoló gica del sacramento.
Al sacerdote se le contempla cada vez má s con una especie de aureola sacralizada: a este
respecto es paradigmá tica la unció n de las manos del neo-ordenado, que se realiza segú n una
costumbre importada del ambiente celta de los países francos. Al comienzo del siglo IX esa unció n
es comprendida y transmitida con estricta referencia a la consagració n eucarística. Esta
ampliació n ritual, que objetivamente tiene escasa importancia y de la que se tienen indicios en
Roma hacia el 925—, sanciona y favorece igualmente una visió n alterada del presbiterado.
Sacando las consecuencias extremas, poco después (ss. XII-XIII) se acaba por atribuir al sacerdote
solamente el poder sacramental, no reconociéndole ya la missio de ministro de la palabra.
En el s. X es codificada también en el Pontifical Romano Germá nico la entrega de
los instrumentos. Para el presbítero son la patena y el cá liz, entregados al ordenado después de la
unció n de las manos con las siguientes palabras: "Recibid el poder (accipite potestatem) de ofrecer
el sacrificio a Dios y de celebrar la misa tanto por los vivos como por los difuntos en el nombre del
Señ or". Y de hecho, en una perspectiva desvinculada de la mejor tradició n litú rgica, la teología
escolá stica sanciona, como materia de la ordenació n presbiteral, esta entrega de los instrumentos
y, como forma, las palabras que la acompañ an: “El presbiterado se confiere por la entrega del cá liz
con el vino y de la patena con el pan... De igual modo para los restantes ó rdenes, a los cuales se
asignan los objetos correspondientes a su ministerio": es la conclusió n del magisterio en el
"decreto para los armenios" del concilio de Florencia de 1439 (DS 1326).
Este colocar al presbiterado en relació n unilateral con la eucaristía denuncia otra dificultad:
la exclusió n del episcopado del sacramento del orden y la concepció n que ve en el mismo
presbiterado la má s alta forma del sacramento. En consecuencia, en el segundo milenio y hasta
1947 —cuando se promulga la constitució n apostó lica Sacramentum Ordinis—, cada vez que se
habla de orden y de sacerdocio se hace de ordinario referencia solamente al presbiterado,
buscando, al má ximo, lo que los obispos tienen o hacen de má s y los diá conos de menos.
Una ulterior piedra de tropiezo, que afecta principalmente a los obispos, pero que también
tiene alguna consecuencia para el clero, es la distinció n —y a menudo la separació n de hecho—
entre potestad de orden y potestad de jurisdicció n. Ademá s de todas las confusas interferencias
que se siguen de ella, no se puede olvidar la marginació n forzada del sacerdocio al mundo litú rgico
sacramental a costa de una atenta y obligada pastoral.
Para enrarecer ulteriormente esta situació n tan precaria, a partir de la época carolingia se
agudiza cada vez má s el problema de la lengua, que llega a ser prá cticamente incomprensible. Se
observa entonces el siguiente y paradó jico fenó meno: el servicio del sacerdote tiende a
restringirse a la celebració n de la misa; pero, de hecho, la eucaristía se reduce progresivamente a
un acto privado. A este respecto son significativos los formularios litú rgicos de las misas que el
sacerdote celebra para sí mismo. Estas oraciones son bastante abundantes en los Sacramentarios
carolingios y en los Misales posteriores; junto con las apologías de los Ordo Missae, atestiguan la
autoconciencia que los sacerdotes tenían de sí mismos. Aun teniendo en cuenta los diversos
géneros literarios, resulta predominante la visió n negativa del propio estado de criatura, indigno,
frá gil y sometido a todo tipo de tentaciones. En la mayor parte de los textos, el servicio sacerdotal
es contemplado exclusivamente en relació n con el altar y el sacrificio. Son muy raras las alusiones
al aspecto existencial del ministerio, que hace del mismo sacerdote una víctima viviente; como
también es escaso el relieve dado a sus responsabilidades sociales y al bien pú blico. Sin embargo,
el conjunto de las oraciones "pro ipso sacerdote" se corrige con los numerosos formularios por

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vivos y difuntos, que abarcan a todas las categorías sociales, y con las numerosas misas para las
circunstancias má s diversas.
No faltan tampoco, sobre todo con la renovació n del s. Xl, excelentes intervenciones del
clero en la vida del pueblo cristiano, un renacer de la praxis penitencial y una reforma del rito de
las exequias (con la absolució n del difunto): ni se debe infravalorar el particular momento
histó rico que siente el fervor de las cruzadas con todo un mundo de religiosidad en efervescencia;
baste pensar en la difusió n de las indulgencias y en la confianza ciega en la autoridad del
sacerdote, sobre todo en los centros rurales. A pesar de todo, y no só lo en el s. XI, prevalece en
general "un ideal de vida clerical... segú n la concepció n ascética medieval, en la que se pone el
acento má s en el ejercicio personal y colectivo de las virtudes que en la actividad externa de
la cura animarum (sobre todo administrativa).
En su aspecto global y por diversos motivos, la situació n del pueblo de Dios sufre a largo
plazo las consecuencias de la actitud pastoral pasiva asumida por el clero, al que se atribuye al
menos en parte la responsabilidad del debilitamiento de la fe y de la vida cristiana. Dos hechos
significativos: la prescripció n del Lateranense IV (1215) que obliga a la confesió n y comunió n
anuales (DS 812), y la devoció n cada vez má s extendida de ver la hostia.
Se entró prá cticamente en un callejó n sin salida, que da lugar a un círculo vicioso: una
decadente teología del sacerdocio ha desfasado los términos de la realidad sacramental con
acentuaciones parciales y deformantes; todo esto se refleja en los ritos de ordenació n y en la
acció n del sacerdote, que toma un camino que reduce progresivamente sus funciones originarias y
específicas; pero esta praxis a su vez reclama una justificació n de orden especulativo, que no falta
nunca.
En el desarrollo ritual, los añ os 1292-95 ven la aparició n de un nuevo Pontifical, redactado
por Guillermo Durando, obispo francés de Mende. La mayor diferencia con respecto a las fuentes
precedentes es un apéndice de los ritos, que se encuentran desplazados o introducidos por
primera vez después de la comunió n: el rezo o canto del credo, otra imposició n de manos y el
juramento de obediencia. Este será el ritual que servirá de modelo inmediato al Pontificalis
Liber de 1485, y en la prá ctica también para las ediciones sucesivas del Pontifical romano hasta la
reciente reforma conciliar (1968).

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