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y el cofre de la Enana
de su presencia.
La panadería “La Central” era fantástica: tenía una caja registradora grandota con una
manija al costado, unas facturas riquísimas y merengues de dos gustos: crema y dulce
Ya desde afuera daba gusto verla, en las vidrieras se encontraban juguetes comestibles
para poner arriba de la torta de cumpleaños, cajas para los bombones que al terminarlos
Había un toldo con dos columnas para sostenerlo cerca del cordón de la vereda. En la
Adentro era linda también, en el fondo, arriba de las bandejas de los bizcochitos se
veían unos vidrios siempre iluminados, hechos a su vez por muchos vidrios más chicos
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con formas de flores raras. Entre todos formaban los otros grandes. Yo no sé quién los
Hasta el piso estaba bueno, porque tenía mosaicos grandotes. Uno podía jugar a “El que
Aprendí a alejarme de casa y cruzar la calle yendo a la panadería, a dos cuadras de casa.
Me acompañaba mi perro Flipper, llamado así por el delfín de la tele. Tenía un ojo
Yo al principio debía pararme en puntas de pie para llegar al mostrador. Me metía entre
la gente para ganarles el turno, hasta que una vez una señora me dijo:
La gente se amontonaba en forma enredada sin formar fila ni sacar número por orden
de llegada. Se armaban unos escándalos como para quedarse a verlos toda la mañana.
Había tres empleadas: Rosita con una voz finita, a quien yo quería como si fuese mi
tía, pero nunca me animé a decírselo; una chiquita Mari y una gorda fenomenal, que le
Siempre me decían “Totito”. Creo que hoy en día, cuando ya tengo doce años, me
El reparto del pan lo hacía el Chilo, uno flaco bajito y bizco, en una bicicleta con
canasta que cargaba como mil kilos de pan, Por la calle se le acercaba gente misteriosa
pan. Nosotros nos reíamos pensando que un día vendería el pan con el papelito adentro
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La dueña era una mujer inmensa, Pona, con lentes que de tanto aumento le dejaban los
ojos reducidos al tamaño de dos porotitos. Miraba las tortas cuando las envolvía con
ganas de comerlas, igual que los billetes cuando le pagaban. Pona era famosa porque
También estaba la enana que era igual a Pona pero chiquita, daba impresión. Se tejían
Otros eran los hijos de la Pona, unos gigantes que entraban, sacaban plata de la caja y se
iban.
Pero el mejor era Basilio, un hombre como de treinta años, de anteojos grandotes,
Cuando conocí a sus hijos, me enteré de que Basilio era el nombre y no el apellido.
Una vez nos llevaron a los nenes del jardín de infantes “Gabriela Mistral” a conocer
la panadería por dentro. Era de otro mundo, con gente de blanco. En el centro había una
especie de plato enorme con unos dedos de gigante mecánico que mezclaban el
Me dio un escalofrío, pero aguanté valientemente las ganas de correr a que la maestra
me diera la mano.
caramelos que caían al piso de las carameleras que estaban al costado. Siempre me
pregunto por qué no se los pedíamos. Mi hermano me enseñó una manera espectacular
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de trabarme las piernas para fingir una caída y agarrarlos. Cuando la intenté todo el
mundo se dio vuelta a verme y no pude manotear ni uno. Mejor atarse los cordones en
Las tortas, mucho más resguardadas, se veían en una heladera con triple vidrio. Decían
que estaban así para que a los ladrones les diera más trabajo robarlas.
El kilo de pan valía dos setenta. Yo a mamá le decía que valía tres diez y tenía una
Fue el primer lugar en tener cartel luminoso, con luces de distintos colores para cada
palabra. Prendían y apagaban todo el tiempo. Decían que el que hacía ese trabajito era
Basilio durante toda la noche. Un día le pregunté si era verdad. Se rió a las carcajadas
Era la mejor panadería del mundo. Una vez viajamos a la capital, a la casa de unos
Los amigos dijeron que nunca en su vida habían comido una torta tan rica. Nosotros
orgullosos, pero en realidad, ya lo sabíamos. Venía gente de todos lados a comprar allí.
Y los empleados siempre estaban contentos. Daba alegría verlos. Era como si jamás
Los de atrás, los de blanco, salían por el portón del costado, continuamente a las risas,
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He combatido al Mal en todos los lugares del planeta. Todavía no sé qué
poderosísimas.
Reina: La Pona
Reinita: La Enana
Comandante: Basilio
Soldados: Rosita
Mari
La Gorda
5 Panaderos
los malos
es Basilio.
5
Guarida de Los Buenos: Panadería La Central. La parte de adelante es una
leche.
El Guardián de la Justicia
Decían que les habían ofrecido fortunas por sus recetas. Pero que habían hecho un pacto
de no revelarlas jamás.
-Es el secreto mejor guardado de la panadería. Nadie sabe cómo hacemos las
exquisiteces que hay aquí. Todo es único, no encontrarás algo que se le parezca en todo
-Por supuesto. Comiendo esto vas a crecer fuerte y sano- y mirando a la concurrencia
agregó –por eso todos nuestros clientes son personas sumamente inteligentes
- ¿Y si se las roban?
-Aunque hay mucha maldad, esas recetas están muy bien resguardadas, nuestros
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-Nosotros debemos cuidarlas.
panaderos.
-No, hijito, esas cosas no se le enseñan a cualquiera. Acá no sólo hablamos de formas
Aunque yo no entendía bien todo lo que me decía, me gustaba que me tratara de igual a
Mientras tanto, sin darme cuenta, porque apenas pasaba media cabeza por encima del
mostrador, quedé con los ojos enfrentados a otros que, detrás de unos anteojos
gruesísimos, también asomaban del otro lado: era la Enana, que había estado todo el
tiempo escuchando la conversación sin decir una palabra. Daban ganas de seguir
hablándole a ella, porque era la Pona pero a mi altura. Cuando se vio descubierta, en
Dije chau y me fui corriendo para que no vean la risa que me dio pensar en ella siendo
Debo estar muy preparado para defender las Fórmulas Secretas de los
Panaderos.
¿Cuáles son esas fórmulas?: hay una para volar, otra para ser fuertes, otra
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La Reina Pona me ha dado una gran tarea, que es la de cuidarlas aunque deba
peligrar mi vida.
Ella cree que no hay tanta amenaza porque La Central es una fortaleza
invencible.
II
Decían que estaba siempre igual desde hacía más de cien años. Lo atendían todos los
Bosatta que eran tres o cuatro hermanos viejos. Abrían unos cajones extraordinarios y
sacaban yerba, azúcar, porotos, todo con unas cucharas completamente distintas a las de
la sopa. Eran como unas latas de duraznos cortadas por los costados con un palo
achatado atrás que hacía de mango. Las llevaban cargadas hasta la balanza, las
Los hermanos Bosatta eran todos iguales. A mí me daba la impresión de que eran cinco
abuelos quintillizos. Había uno, más gordo que el resto, que estaba siempre sentado
atrás, al lado del teléfono, levantando pedidos. Ese parecía el jefe de los demás, porque
Era igual que el padre de Marcelo Mene, que era el Jefe de los Bomberos y tampoco
hacía nada. Siempre estaba sentado en una pieza con escritorio mientras los bomberos
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Las vidrieras de lo Bosatta eran una porquería. Se ve que no les importaban.
Tenían unas cosas así nomás, caídas y llenas de polvo. Había hasta telarañas.
Debajo de las vidrieras había una parecita (no sé si se dirá parecita o paredita) con unos
respiraderos que conectaban con algún sótano, que debía ser inmenso, porque el
almacén ocupaba toda la esquina, que era como de cuarta manzana. De los respiraderos
salía un olor horrible, que para descubrirlo, se debía poner la nariz bien cerca. No eran
respiraderos comunes como los de todas las casas, sino que eran del tamaño de una
ventanita, con rejas y todo. Parecía que adentro tenían encerrado a alguien. Si mirabas
por allí, las paredes de abajo de esas ventanas, del lado de adentro, tenían forma de
Un día Marcelo dijo que allí estaban escondidos los peores monstruos de la ciudad: “La
Llorona”, “El Chancho Sin Cabeza”, “La Pollera Que Baila Sola”, y el peor de todos:
“El Hombre De Los Ojos Verdes”. Daba tanto miedo que nos pasábamos las tardes
Las ventanas estaban siempre abiertas. No nos acercábamos mucho porque pese a la
Como nadie las había visto se creaba una duda que daba más miedo.
-Te doy mi bolsa de bolitas, mi álbum de figuritas y mi pelota de cuero número cinco si
Con eso demostrábamos que nadie estaba seguro de nada. Ni era tan valiente.
Las vidrieras se ponían lindas cuando el Gaspa, un sobrino algo mayor, que tenía fama
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Él sabía dónde había un nido de picaflores. Capturaba uno y lo usaba de llamador, ese
atraía otro y otro, hasta que juntaba como cien. Los llevaba a lo Bosatta. Cerraban la
parte de atrás de una vidriera y los largaban a todos ahí adentro. Era un espectáculo
verlos.
El Gaspa había ideado un método para darles de comer. Era con los goteros para la
nariz rellenos con miel, agua y azúcar, que los pajaritos libaban. (Se llaman picaflores,
pero nos dijo la maestra que está mal dicho. A las flores no las pican, sino que las liban,
Cuando terminaba el verano, el Gaspa, los largaba, para volver a cazarlos al año
siguiente.
Lo mejor era adentro, el almacén. Recorrerlo era entrar en otro mundo, lleno de cosas
nuevas y viejas sin ningún orden, con algunas colgadas en las paredes altísimas. Como a
treinta metros de altura, había palanganas de loza y otras miles que no me acuerdo.
Yo estaba intrigadísimo de cómo harían para bajar eso. Una vez le dije a Gilberto, que
era el más gracioso de los hermanos, que mamá me había mandado a comprar una
palangana de loza, para ver cómo haría para bajarla. Él agarró una caña larga con un
gancho en la punta y la bajó prendida de ese gancho. Era el hombre más hábil del
universo. El problema fue cuando le dije que me parecía que no era eso lo que me había
pedido mamá. Volvió a poner la palangana en el gancho. Descubrí que no era tan hábil
para subirla como para bajarla, porque se le cayó justo encima de unas peceras de
vidrio apiladas. Explotaron. Los vidrios cayeron por todo el almacén, y eso que era
grande.
Pobre Gilberto, si sería bueno. En vez de retarme o de enojarse porque le hice volver la
-¿Te lastimaste?
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Yo creí que me iba a sacar las tripas de la panza.
Mal hecho.
Cuando volví con ella unos días después, Gilberto le contó todo lo que había pasado por
su palangana.
Yo pensé: “Ay”.
Porque en casa, para frenarla, cuando me vi perdido, decidí contarle la verdad, por eso
Así aprendí que las cosas es mejor decirlas en su momento o no decirlas nada.
A la mañana siguiente, para demostrar a los demás, que miraban con lástima las marcas
de mi cara, y sobre todo a mí mismo, que no era tan miedoso, reuní a todos los chicos
del barrio, los tres Bidarte, Rafido, Silvina y Marcelo Mene, y les dije:
III
El único que se rió del chiste fui yo. No sé si a los demás no les causó gracia o quedaron
espantados.
Con mis carcajadas quise esconder un poco los nervios que tenía.
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Además pensaba en mi vieja, en los remordimientos que tendría si me llegaba a pasar
algo.
-¿Para qué querés esas cosas si al fútbol sos malísimo, no coleccionás figuritas y a las
Balbi el portero de la escuela, gordo y grandote, jugaba con nosotros y nos dejaba
ganarle.
-¿Y entonces?
Además, bien mirado, lo que había en el sótano nos tenía intrigados a todos, ¿y quién
De paso ganaba un poco de respeto entre los demás, que siempre organizaban juegos
dejándome de lado.
En la mesa, mi hermanita Silvina quiso preguntarme sobre el plan. Le hice una seña de
silencio.
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Después de comer, me fui a mi pieza y me puse a escribir
terribles. No estoy seguro, pero creo que hay un tigre de monte rabioso
como de tres metros y cien colmillos, un asesino con una cicatriz en la cara,
una avispa venenosa, una vieja maligna sin dientes que saca la lengua todo el
tiempo.
También se han traído picaflores escaléctrix (se escribe así) que detectan
Porque el peor peligro, sería que están justo al lado de La Central, el lugar
Bien y el Mal.
Además, se cree que tienen poderes para hacer explotar cosas en lo Bosatta
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¿Cómo sabremos si están ahí? Pues muy fácil: esta noche, El Guardián de la
de miedo, yo no.
paliza de mamá, sin freírle la cabeza con la Luz Mortal que sale de de su
A la tarde volvimos a encontrarnos con los otros a seguir discutiendo los detalles.
-Nosotros desde afuera te tiramos una cuerda de saltar- dijo Marcelo, que era bastante
las orejas.
Hasta ahí iba todo bien, ya había demostrado mi valentía. No necesitaba entrar por
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La tarde pasó volando.
Entré sin que los viejos me hicieran caso. Ya estaban acostumbrados a vernos entrar y
Primero me escondí debajo de una mesa, después atrás de unas cajas, hasta llegar a
meterme en uno de los cajones gigantes, donde estaba el alpiste, que era el que menos
abrían.
Me acomodé al lado de la bolsa de arpillera. Yo era chiquito, así que cabía cómodo.
Cuando sentí que cerraban las cortinas metálicas, el corazón parecía que se me iba a
IV
Rafido me había prestado una linterna a pilas hermosa. Para encenderla había que darle
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Salí del cajón con la linterna encendida y un poco de temblor en las rodillas. Como tenía
pantalón corto, se me golpeaban todo el tiempo. También los dientes, igual que cuando
Era dificilísimo con esa lucecita encontrar la tapa del sótano, busqué por todos lados. Al
Me dio bronca pensar que había llegado hasta allí y no podía entrar porque el tablón
Necesitaba algo para hacer palanca. Me acordé de las cucharotas de los cajones y volví
a buscar una.
El mango de la cuchara entró justo entre el tablón y el piso, pero no podía moverla. Me
En vez de estar todos juntos formando una sola tabla, estaban todos enganchados pero
salieron de a uno. Los fui dejando al lado de donde los sacaba para no equivocarme
Del sótano subía viento con olor a humedad. Me empezó a llenar de frío por dentro.
-Bueno- pensé -ahora sólo debo ir hasta una ventana, hacerles la seña con la linterna y
salir rajando.
Cuando bajé, la oscuridad no era total como arriba. Entraba un poco de luz del foco de
la calle, bastante pobre, pero peor era nada. Para entonces yo ya me había acostumbrado
a la penumbra.
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El sótano era inmenso, con un montón de bolsas apiladas, todas iguales.
Alumbré a una de ellas y leí que eran de sal. Me pregunté para qué querrían tanta.
Había muchísimas cosas viejas, torres de macetas de distintos tamaños, cajones de vino
Seguí curioseando un rato hasta que hice un descubrimiento increíble: un auto viejo, de
esos cuadrados del tiempo de Ñaupa, todo desarmado, pintado de un color que en la
Quise sentarme al volante pero me dio una sensación fea y salí en seguida.
que para esa altura ya estaba más calmado, volví a asustarme. Con los movimientos de
luces de los autos de afuera, sentía que se movían. Hasta escuché que me hablaban.
Para completar, en las esquinas de la pared, se veían los huecos de puertas con la parte
Alumbré con la linterna hacia las ventanas. Sentí los gritos y aplausos de los de afuera.
Del lado de adentro de la reja vi pasar corriendo una rata gigante. Eso fue el súmmum.
Arriba me encontré de nuevo con la oscuridad y el silencio total, excepto por la luz de la
linterna.
Caminé hacia la puerta de la esquina. Estaba cerrada con llave y con la cortina
metálica baja.
Fui hasta la otra puerta y no estaba atrancada. Cuando quise abrir la cortina, aparte de
pesar como mil kilos, estaba cerrada del lado de afuera, tal vez con un candado.
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Pensé que iba a tener que quedarme a dormir en el cajón toda la noche, pero también
Escuché afuera el griterío de todos los pibes. Por encima de todos, la voz aguda de
Silvina
-Toto, si me oís, andate a la ventanita del otro lado, la que queda en frente a la escuela,
La idea de volver al sótano poca gracia me causaba. Y menos si no sabía para qué.
Pero lo único que podía hacer era confiar en mi hermana. Fui callado la boca.
Volví a ver las bolsas de sal. Esta vez me parecieron cajones de muertos apilados, lo que
La luz de la linterna empezó a ponerse amarilla y a no iluminar casi nada, como cuando
No me asusté mucho porque otra vez oí los gritos de todos. El más chillón de Silvina:
-…le falta un barrote… pasa la cabeza del Bachi, así que la tuya también.
En eso estaba cuando me dio por mirar las bolsas de sal. Me pareció como que adentro
algo se les movía, como si tuvieran gatos o algo así. Me refregué los ojos por si era
imaginación mía.
Se movían, nomás.
También las sombras de humedad con forma de hombres empezaron a moverse, pero
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Me quedé como embalsamado viendo que llegaban despacio hasta las bolsas. A medida
Me apuré cuando vi una, la más grande de todas, que se vino para mi lado.
Las cajas eran de vino, bastante pesadas para mí. Debí ponerlas en forma de escalera
Hicieron fuerza todos a la vez, porque la cuerda me quemó las manos y salió volando
hacia arriba.
En eso escuché una voz rarísima, entre fuerte y triste que me decía “Quedate…
quedate”, que si no fuera por toda la situación, diría que no daba miedo. Pero yo ya
Volvió a aparecer la cuerda. Esta vez con un nudo en forma de lazo para que metiera la
mano.
Casi me la arrancan.
Pasé el brazo atado entre los barrotes. Los demás me tocaban como si fuera un revivido.
Después la cabeza con poca dificultad, pero el resto del cuerpo con muchísimo trabajo.
Una vez afuera, los pibes preguntaban, gritaban y reían todos a la vez.
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Sólo quedó conmigo Silvina, que me miraba como si sus ojos fueran dos bolitas de soda
verde.
-Si- contesté.
-¿Qué pasó?
Y me paré de un salto.
En ese momento se me fue el dolor del brazo, y todo el julepe que había pasado.
VI
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Agarró una botella de leche vacía. Sacó del frasco cinco monedas de caballitos de diez
centavos.
-Imposible- le dije –una que está cerrado, y otra que la leche todavía no llegó al
almacén.
-Dos nenes que se cayeron de la cama – dijo, y agregó –por lo que veo, vienen a
comprar leche, pero van a tener que esperar porque todavía no llegó.
Me llevó un buen rato. Ya estaba nervioso. Escuchaba que uno decía una palabrota y el
Pensé que estarían así largo rato, porque Silvina se conocía todas las malas palabras que
existen en el mundo.
De abajo subía el viento con olor a humedad que sentí cuando los saqué.
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“Vení... bajá…”
Yo ahora no estaba tan asustado por lo de abajo como por que no me descubriera
divertido y enojado.
Atrás estaba Silvina blanca como la botella de leche que tenía en la mano, con los ojos
-Yo le voy a mostrar otro día, pero la próxima vez, pida permiso para pasar de este
lado.
-No se dio cuenta de nada, porque creyó que al sótano lo estaba abriendo y no cerrando.
De lo que escuché no le conté ni media palabra, porque ella o cualquiera iba a pensar
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La respuesta no tardó en llegar.
Es sobre el sótano. Yo creía que era un Nidal de Malos. Resultó ser otra
cosa.
El guardián es muy intrépido (que quiere decir que no teme a los peligros), y
sótano.
Se mueven y hablan.
abierta.
Les dije que no es un nidal porque es una prisión donde ponen a los que
atrapan.
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No los vemos como al resto de la gente pero sabemos que en alguna parte
están.
Cuando agarran alguno, primero los meten en un autito viejo que tienen y lo
Como esa dureza les dura poco, se tienen que quedar todo el tiempo
cuidándolos.
Ahora les voy a decir cómo son los Malos encerrados en el Sótano:
sombrero de mago. Es el que dirige a todos los demás. Tiene los ojos tan
¿De dónde salió?: Era un chico común, que como contestaba mal, no hacía
Entonces para hacerla sufrir, se quemó los ojos con un humo verde, pero en
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El Hombre de Humedad Jefe me dijo que fue dificilísimo cazarlo, porque
después. Pero un día mientras estaba mirando cómo peleaban los demás,
autito.
Pollera Que Baila Sola: Muy pocos la han visto. Puede aparecerse color
verde o transparente. Baila sin música o con una música muy fea. Está toda
¿De dónde salió?: Era la pollera de una asesina que mataba a la gente cuando
salía de los bailes. Cuando a la asesina la liquidaron, siguió ella sola matando
por su cuenta.
La Llorona: Aparece a la noche cuando está todo muy oscuro. Pega unos
gritos espeluznantes. Algunos dicen que es mujer, y otros, varón. Pero como
nadie jamás la ha visto, nadie sabe, salvo los Hombres de Humedad, pero
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Acción Maligna: Si cuando las escuchás, se te paran los pelitos de la piel y
queriéndoselo sacar.
Mañana les sigo contando, ahora me voy a dormir porque tengo sueño.
E. G. J.
VII
Haciendo cruz con lo de Bosatta, estaba la Relojería de Fernández, que a diferencia del
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Si uno preguntaba por la inscripción te contestaban cualquier cosa, pero en definitiva
nunca se entendía por qué decía eso que no tenía nada que ver con el resto.
El Relojero Fernández era un hombre bueno con una sonrisa fabulosa. Siempre estaba
atrás de un mostrador tan alto, que para llegar había que dar saltitos. Arriba del
mostrador había un vidrio. Debajo de éste, algunos billetes del tiempo de Ñaupa,
Cuando uno entraba, aparecía primero el humo del cigarrillo, y después, la cabeza del
relojero por detrás del mostrador como emergiendo de un mar de relojes desarmados.
Si alcanzabas a ver atrás, descubrías que era así, todos relojes por todas partes.
En la pared tenía unos cuadritos de autos antiguos hechos con ruedas y engranajes de
relojes. Los hacía el hijo, un pibe chico de edad pero altísimo que siempre me hacía los
Yo al principio a sus cuadros no les daba bolilla. Después que bajé al sótano empecé a
relacionarlos con el de allí, porque eran del mismo estilo, cuadrados y con el techo
chato. Se me ocurrió que algo tenían que ver. De cualquier forma, no me animaba a
conversar de eso con el chiquito Fernández, y menos con su padre. Al ser tan vecinos
con los Bosatta, tal vez les contaban que yo me les había metido en su sótano. El asunto
Como papá era médico y amigo de la familia, y creo que no les cobraba, el Relojero
nunca nos cobraba a nosotros los arreglos de los relojes. Cuando yo iba y le preguntaba:
“¿Cuánto es?”, él siempre me respondía “Nada, pibe, mandale saludos a tus papis”, y
hijo, los relojes y los cuadros. El siempre me contestaba todo con mucha amabilidad,
pero cuando llegábamos a la inscripción del mármol de la puerta, empezaba con las
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evasivas. Parecía como si nos pusiéramos de acuerdo, siempre las mismas preguntas y
respuestas.
Quise que mis palabras se metieran de nuevo en mi boca. Pero ya estaban largadas.
Fernández me miró. Tenía en un ojo, una lupa que se lo tapaba y se ajustaba en la nuca
Pensé en “la verdad triunfa”, y me pareció una payasada, sobre todo después de la
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-Pero, bueno, -dijo al fin- ya está hecho. Lo que hiciste no deja de ser una travesura
Me estaba asustando.
-¿Por qué?
-Porque tal vez espiaste un mundo con características que nadie va a creerte jamás, que
-Este barrio tiene secretos que sólo conocemos algunos de los que vivimos acá. Vos sos
muy chiquito…- y después de un silencio completó- aunque bien mirado puede ser una
En ese momento no me dí cuenta de ese comentario, aunque creo que quedó dando
-El mármol que dice “Casa Bianchi” ¿es otro secreto?- pregunté encaprichado con el
mármol.
No sé qué pasa. Hay algo secreto que tiene que ver con el sótano, el mármol
Pero a lo mejor son todas ideas mías, y el relojero me está cachando para
hacerme creer cualquier cosa. Como la vez que me dijeron que el mar era
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salado para que no se tomen toda el agua los turistas. Esa vez se reían y me
Hay una cosa que dice mamá y si lo dice ella debe ser bien cierta: los
fantasmas no existen.
VIII
Marcelo Mene vivía en una casa que quedaba arriba del Destacamento de Bomberos.
Éramos de la misma edad. Nos veíamos todos los sábados, cuando iba a visitarlo a las
siete de la mañana, haciendo muchísimo estruendo con los zapatos en las escaleras.
Pero en seguida la madre, Nené, nos preparaba el desayuno, y comíamos con alegría
Nos pasábamos todo el día jugando entre autobombas, que eran unos camiones
viejísimos. Perdían agua por todos lados. Siempre tenían que estar llenándolos por si
El lugar era inmenso y tenía varios pisos. Uno era para las habitaciones. Tenían las
camas con los colchones solos. Nos decían los bomberos que dormían con los trajes
-¿Por qué no han puesto un caño para bajar, como en todas las películas? Se
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-Si nos tiramos por un caño hacemos un pozo- y empezaron a decirse cosas entre ellos.
-Al gordo aquel le vamos a traer un caño reforzado. Ja, ja, ja.
No sé cómo serían para apagar incendios. Para contar cuentos y chistes eran
Al final, quedaba yo contando chistes rodeado por todos los bomberos. La situación de
por sí daba risa. Estaba yo, chiquito, en el centro de todas las carcajadas.
Así que los sábados, los bomberos me esperaban acomodando las sillas y riéndose de
antemano.
-Se va a incendiar toda la ciudad Siete Dolores y ustedes acá, escuchando a este
pelotudo.
La cuestión es que yo, a los ocho años, ya era un famoso contador de cuentos.
Con el tiempo logré una habilidad bárbara en contar cuentos: les hacía diferentes voces,
creaba suspenso, les daba tiempo para reírse. Me decían que me iba a hacer famoso.
pasaba por delante de todos. Alguna moneda nos daban. Decían que era un “fenicio”, no
sé por qué.
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Un bombero, Moyano, decía que nosotros estábamos locos. Que había un manicomio,
el “Melchor Romero”, que pagaba cinco pesos por cada loco que le llevaran. Él decía
que nos iba a llevar y que se iba a ganar diez pesos. Nos iban a poner unos chalecos de
fuerza así de chiquititos para que nos quedáramos quietos. Los chalecos, decía, eran
como camisetas con unas mangas larguísimas que te las ataban atrás de la espalda.
Los bomberos con los policías ni se hablaban, salvo Pocho, que era amigo del
comisario, uno que era bajo y simpático que venía a lo de Mene a conversar y tomar
mate.
-Yo te voy a explicar, pibe, primero marcás un perímetro…- y se pasó como una hora
-…y va uno de los nuestros y se mete entre ellos, y decimos que es un infiltrado….- me
Sin escuchar nada más salí corriendo de lo de Marcelo, bajando los escalones de tres en
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Había un montón de gente amontonada.
-Es raro, porque no hay piedras con las que pudieron romperlos. Los vidrios no cayeron
hacia adentro, sino en todas direcciones, como si hubiese estallado. Por suerte no hay
Me gustó que dijera “se fueron” en lugar de “se escaparon”, como si ahora hubieran
-Vaya a saber, capaz que le pegaron desde arriba o abajo con un fierro, o algún
-Ah, capaz…
-Otra cosa inaudita- le gustaba hablar con palabras difíciles- es que nadie vio nada. La
Central estaba cerrada. La relojería que a esta hora siempre está abierta, ahora también
cerrada. Los de la galería escucharon el ruido pero cuando salieron sólo vieron los
picaflores volándose.
-¿Robaron algo?- preguntó Marcelo que hasta el momento no había abierto la boca.
-No. Lo único que había en la vidriera eran los picaflores-contestó el Gaspa y agregó –
Y un viejo que pasaba, don Tito Angelinetti, que tenía un cigarro con un olor apestoso,
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-No sé
- Chicos- nos dijo el viejo a todos- no repitan cualquier cosa que escuchen por ahí.
Me dio la impresión de que sabía algo. Me acordé del relojero y sus secretos.
-¿Vos lo viste?
-Jamás, esas son cosas que se dicen por acá. Todo el mundo jode con los “Aparecidos”.
-Tené cuidado porque existen –y después de un silencio para darle más impresión
Esto es un desastre.
Se han escapado todos los malignos del sótano por culpa de un movimiento
También han derrotado a los picaflores en una batalla desigual, porque son
chiquititos, y aunque lucharon con valor, a esa batalla la ganaron los malos, y
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Su comandante, Gaspa, igual los felicitó por lo bien que pelearon libando
parte.
Otros son los bomberos, pero dice Pocho que es su jefe, que para lo único
peor será a la noche, cuando salgan a vagabundear por todos lados, pero yo
los enfrentaré sin temor, a veces de a uno y otras, varios a la vez, y les
soy...
IX
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-¿Por qué?
-Porque encontraron unas bolsas de sal rotas que supuestamente secaron la humedad de
las paredes. No lo supo la policía. Al abrir la entrada tal vez rompiste un cierre
-¿Puedo arreglarlo?
-Lo que ocurrió ya está. Se pueden arreglar los relojes pero no el tiempo.
Me pareció demasiado fácil, de las que nos reímos del que las hace por ser tan tonto.
Yo llevaba un cuaderno marca “Tamborcito”. En la tapa tenía una estatua del chico que
Se la di con un lápiz.
Tracé una línea lo más derecha que pude atravesando todo el papel entre los
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La ceniza del cigarrillo estaba a punto de caer sobre el papel.
-El camino más corto es este- dijo y dobló la hoja de modo que los dos redondeles se
tocaron.
-Si, eso en un papel está bien. Pero si yo quiero ir desde acá hasta lo Bidarte, tengo que
haya lugares donde la distancia se pueda plegar como una hoja y así llegar al sitio donde
La mandíbula casi me tocó las rodillas, del asombro que me causó esa frase misteriosa.
Fernández largó una carcajada mostrando los dientes marrones del cigarrillo.
-Puede ser- contestó entre toses- Tal vez desde allí puedas viajar a otros
Estuvimos un rato sin decir nada. Miramos por la ventana y vimos pasar el Rambler de
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-Miralo a Riso en La Ronda. A lo mejor anda vestido así porque viaja por el espacio.
Si no se me achicharraron los sesos pensando en eso, quiere decir que tengo cabeza para
rato.
que es un lugar de donde se puede viajar a otros sitios que se doblan, creo.
para que entre conmigo en el mármol para viajar juntos. Pero me ha gruñido
para casa muy enojado. ¿Algún Malo el cerebro le habrá licuado? (todo en
verso)
E. G. J.
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La Ronda era un paseo de dos manzanas a la redonda a donde iba toda la gente del
pueblo vestida con su mejor ropa. Quedaba a dos cuadras de casa, pasando media de
“La Central”.
Nos saludábamos con los amigos, les dábamos vuelta la cara a los enemigos, y veíamos
a los más grandes cómo se arreglaban con las chicas que se cruzaban. Algunos fumaban.
La gente paseaba en coche, pero tan despacio que parecía que lo iban frenando. Era
lindo.
Decían que La Ronda existió desde que se fundó Siete Dolores. En ese tiempo las
mujeres giraban para un lado, y los varones para el otro y los grandes paseaban a
caballo.
En nuestra época al pasar por la tienda “Gómez”, que quedaba en la otra esquina de la
propaganda.
invierno un saco que no me acuerdo de qué color, guantes blancos, bastón con una bola
pensábamos que tenía luz propia y unos bigotes colosales teñidos de amarillo oro. No
recuerdo si se pintaba los labios pero sí que el pelo era un engrudo duro como si se le
atuendo. Ahora me acuerdo, usaba ropa diferente todos los días, pero combinada.
Fuera del horario de La Ronda Riso era un tipo común y corriente que trabajaba en el
correo.
39
Estaba casado con una mujer grandota, tetona, de pelo largo negrísimo, que se la
pasaba agitando las llaves del auto y riendo sin ton ni son. Esperaba a que Riso
Las cinco o seis horas que duraba La Ronda permanecía en la más absoluta inmovilidad.
Las personas de afuera iban a verlo como si fuese una atracción turística.
Venía todo el mundo, hasta chinos y japoneses, que no sé qué diferencia tienen. Y todos
venían a verlo y a sacarle fotos. Después cuando las revelaban Riso no aparecía, aunque
Algunos decían que justo ahí pasaba algo con la luz. Si él no estaba todas las fotos eran
normales.
Los chicos pensaban que podía ser una especie de ángel o diablo.
La gente decía cualquier cosa, hasta que era un marciano. La mayoría no le daba
importancia. Salvo los turistas. Parecía que les gustaba que no saliera en las fotos,
La cuestión es que para saber cómo era Riso había que verlo.
40
Porque se viste raro, siempre está duro, y si alguna vez habla, nadie sabe
Cuando pasé después de dar la primera vuelta a La Ronda me hizo chau con
El Guardián entendió:
El Guardián entendió:
41
“Andá a las doce de la noche al punto de partida `Casa Bianchi´ y allí
Le pregunté:
E. G. J.
XI
El chiquito Fernández me llamó para conversar desde la puerta de la casa que quedaba
al lado.
-Mi papá me está enseñando a arreglar un reloj, pero no doy pie con bola. ¿Querés
verlo?
Salió con un reloj despertador antiguo, grandote, pintado de azul con dos campanas en
la parte de arriba.
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Ahí me pareció más lindo.
Para llegar había que seguir una cuadra más de la relojería y doblar media hacia la
izquierda.
Era una casa bastante fea, “finita y larga como escupida de músico” decía mi hermano
Juanchi, y tenía razón. Era de esas casas-chorizo que les decían, porque tenía todas las
habitaciones ubicadas una detrás de otra. Salvo la nuestra que quedaba arriba.
Cuando papá nos retaba, Flipper lo mordía. La ligaba Flipper, también. Hay que ver lo
bravo que era ese perro chiquito. Se enfrentaba con todo el mundo, hasta con perros
Organizábamos peleas para hacerlo enojar, porque cuando veía que alguno me pegaba,
Una tía mía, Karachi, a quien con el tiempo le perdí el rastro, dijo: “Es cruza con
No le gustaba que lo acariciara. Me entendía todo lo que le decía y como sólo sabía
Papá era médico y trabajaba todo el día. Cuando llegaba a casa por la noche,
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Y él, que no entendía nada, nos decía sin levantar el tono de voz:
Cosa que nadie hacía porque era para fajarnos. Todo quedaba en la nada. Mamá se
ponía furiosa.
Nunca me dijo que me quería o cosas por el estilo. Decía que yo era inteligentísimo.
Una vez que llovía, me fue a buscar a la salida de la escuela para que no me mojara.
Creo que fue la única. Yo iba a segundo grado. Le mostré el cuaderno con una nota de
“¡Felicitado!” que me había puesto la maestra en una redacción. Cuando la vio, gritó:
-¡A la flauta!
Mamá era una mujer lindísima. Una vez que íbamos con ella en tren a Moreno donde
Se emocionó y me abrazó, pero en ese momento, le cayó una gota en la cara, y después
un chorrito. Era de un frasco de kinotos en almíbar que llevaba de regalo adentro del
Se pasó el resto del viaje lavando la ropa del bolso en el baño del tren. Y retándome,
Mis dos hermanas eran completamente distintas. Pulún, mayor que yo, era amable,
A veces parecía medio boba. Una vez en su pieza estaba prendiendo y apagando la luz
-Creía que el velador no funcionaba, y era que yo tenía los ojos cerrados.
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Era bobísima. Pero era la única de los cuatro hermanos que en la escuela le iba bien.
Llegó a ser Escolta Suplente de la bandera. Nosotros para nivelarla, le escondíamos los
cuadernos y los libros. Un día estaba estudiando, la atamos a la silla, la cargamos así
Además le gustaba leer, igual que a mí. Para los cumpleaños siempre nos regalábamos
libros, pero no los intercambiábamos, porque ella leía libros de mujeres y yo de varones.
Hacía todas cosas buenas: iba a misa, ayudaba en la cocina, siempre estaba peinada y
Pero creo que cuando casi se incendió el desván fue porque ella había estado fumando.
Silvina era todo lo contrario. Parecía el negativo de la foto de Pulún, y encima rubia,
con pequitas y ojos verdes. Si a todo eso se sumaba que era la más chiquitita, teníamos
un angelito de verdad.
abuelo Juan le decía “La Voluntariosa”. Los demás queríamos cortarla en pedacitos y
enterrarla viva.
Porque de angelito o de voluntariosa, no tenía nada. Era rebelde, machona, boca sucia,
mal contestada, robaba juguetes en el kiosco, lideraba los grupos cuando nos
con contestaciones que daban vergüenza. Y lo peor de todo era que todos los chicos del
barrio y de la escuela, querían andar con ella. A todos les decía que sí, y se armaban
cada dos por tres, peleas impresionantes, con palos y dientes volados. Como todos eran
chiquitos, nadie sabía bien qué se hacía con una novia, salvo pelearse con los demás
Yo le preguntaba:
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-¿Ese te gusta?
Y ella me contestaba
-Ni loca
Y cuando le decía:
A mí todo eso me ponía bastante celoso. Los que no eran novios de Silvina, me
hablaban de ella para molestarme. Tardé mucho en avivarme que no me tenía que
calentar.
Juanchi era el mayor, ágil, deportista, y con tres años más de ventaja que yo. Siempre
me ganaba en todo, incluso, en las peleas. Pero yo, por supuesto, nunca me achicaba,
Todo lo que hacían en los circos a él se le antojaba y lo ensayaba. Hacía saltos mortales
para atrás desde arriba de la mesa, caminaba en la soga, lo adiestraba a Flipper a saltar
los portafolios de la escuela. Lo mejor de todo, eran las piruetas arriba del caballo en el
campo: montaba por atrás de un salto, se bajaba y subía con el caballo a la carrera,
más demente era pasarse por debajo de la panza del caballo para el otro lado cuando
También tenía un humor descabezado, y el blanco perfecto era Tino, un hombre gordo
Una vez, en el viaje, Tino se quedó dormido, y Juanchi le robó la gorra para ponérsela
atrás del caballo cuando bosteaba. En cuanto estuvo llena se la volvió a poner a Tino.
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Despertó cuando llegamos y lo corrió con un rebenque por todo el campo.
En casa nunca cerrábamos con llave porque en Siete Dolores no existían los robos.
-¿Dónde anduviste?
Y uno le contestaba
Esa noche cenamos huevos fritos con papas fritas, mi cena preferida.
parece bien.
Juanchi, dice que cuando muera papá él va a ser el padre que quede, y nos
faja a cuenta.
Quisiera hacerle entender que si sigue así se lo van a llevar los Malos para
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-Quiero mucho a Toto… no debo pegarle… él es un Guardián y puede
Para que a la mañana cuando despierte, crea que soñó eso y me respete.
Con Pulún está todo bien. Debo cuidarla muchísimo porque no sabe hacer
deberé cortar con algún rayo cósmico. Ella no es voluntariosa, se hace, que
no es lo mismo.
lío.
Lo más difícil es vivir sin que nadie de esta casa y de afuera se dé cuenta de
la lucha que hay entre el Bien y el Mal, porque todos creen que sólo estoy
jugando.
Algún día, tendré que hablar con papá de todos estos asuntos, pero creo que
no me va a hacer caso.
no, se me va a reír.
-¡A la flauta!
48
Y por último, a los que lean este informe, les tengo que pedir un favor,
E. G. J.
XII
Yo dormía en la cama de arriba de una cucheta que compartía con Juanchi, junto a un
Para salir debí aguantar como media hora más a que todos se durmieran. Atravesé el
Por suerte no me preguntaron. Nadie me creería que andaba haciendo mandados a esa
hora.
Cuando llegué al mármol sentí un dolor en la panza y cosquillas en los pies, señal que
estaba nervioso.
No pasó nada.
Me senté en él y empecé a tocarme los dientes para ver si aflojaban. Todos mis
compañeros ya estaban cambiando los dientes desde hacía como dos años. Yo ni
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En eso estaba cuando sentí las campanadas del reloj de Rayo, uno gigante que había en
un edificio viejo de dos pisos. Y por supuesto el Flaquito Fernández me contaba sus
El palito de la alarma empezó a pegar en las campanas y a hacer un ruido infernal, capaz
No duró mucho.
En seguida empezaron a moverse las dos agujas juntas como si estuvieran pegadas.
Dejé de mirar el reloj porque se había hecho de día y se empezó a abrir la cortina
metálica de la relojería.
En vez de salir el relojero salió otro tipo más flaco y alto que él, pero de la misma edad,
Tenía un aire de familia con los Fernández y creí que era algún tío.
-Si, claro, todos los hijos heredan los sobrenombres de los padres. Vos sos igualito a él.
¿Y qué es de su vida que hace tanto que no lo veo?- sin esperar respuesta miró el reloj y
pintado de amarillo fuerte. “La Central” cerrada con el cartel roto y toda sucia.
Lo que vi después pareció sacado de un cuento de miedo: por la vereda una cosa
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una especie de pulpo metiéndole una pata por la boca a una mujer que estaba sentada en
-¿Y esos?
Había empezado a funcionar pero con las dos agujas juntas hacia atrás.
Cuando estaban por llegar a las doce sentí que el cuerpo se me aflojaba.
-¡Vení, no corras!
Quise escribir pero estaba tan nervioso con lo ocurrido que me acosté directamente.
51
Informe de Guardián de la Justicia
una ocurrencia.
Anoche pude ver a los Aparecidos y saber qué va a pasar dentro de mucho
si no los capturo.
No va a ser fácil.
E. G. J.
XIII
Esa mañana me vestí entre asustado y contento. A la noche había tenido una experiencia
extraordinaria. Cuando pensaba en eso me venía un miedo desde adentro. Pero en casa
Me preparé la leche con las tostadas. Les hice el mate a mis viejos que todavía estaban
en la cama.
52
Los Bidarte eran tres hermanos que vivían a la vuelta de casa, media cuadra antes de
El verdadero apellido era Bidart. Todos les decían los Bidarte para hacerlos más bravos,
Ellos ya sabían andar en bicicleta sin rueditas cuando yo en lo único que sabía andar era
Todo el mundo los trataba con muchísimo cariño. Eso me daba un poco de celos.
Entre los chicos tenían fama de malos. En la esquina de Lauría, la librería de donde
los respetaban. Cuando pasaban por ahí todos se callaban. Eso me gustaba porque si yo
Las habitaciones de los chicos daban al patio. Si querías ir al baño tenías que salir.
Yo sufría pensando que ellos en invierno se morirían de frío. Cuando se los decía se
empezaban a decir entre ellos: “Che, mirá, el Toto pregunta si no nos da frío. Este debe
ser medio mariconcito”. Y se reían descaradamente. Yo para no ser menos les decía que
a mí me hubiese encantado tener que salir al patio en las noches de invierno para ir al
baño.
Les gustaba hacer de todo menos leer libros o revistas, que para mí era lo mejor que
había en el mundo. Lo único que leían, aparte de las cosas de la escuela, era la revista
53
“El Gráfico”, que era toda de fútbol, comprada por Palito Forgue, un amigo del Guille,
para saber más de fútbol que ellos, pero a mí me daba risa, porque compraba las revista
para ganarles a los otros y después se la prestaba, y al final, sabían todos lo mismo. De
todas maneras, al Guille no podía ganarle porque éste se leía las páginas deportivas del
El Guille era el más grande de los hermanos, un año mayor que yo. Fanático de Ríver y
Pero era terrible El Guille. Cuando salíamos de la escuela, bajaba naranjas de las
plantas y se las tiraba a los que iban distraídos por la vereda de en frente, les pegaba
siempre en la cabeza y los hacía saltar. Por eso había que ir del lado de él.
La única vez que pude ganarle fue cuando se le cayó una y no se dio cuenta, y estaba
“quemando” a todas, y cuando vio esa me preguntó: ¿Es tuya?”, y yo, ni lerdo ni
perezoso, le contesté que sí. La quemó con la suya, pero como el partido era “de
mentiras”, me quedó para mí. Me la metí al bolsillo y salí corriendo. ¡Ja! Negocio
redondo.
El que no vio con buenos ojos el asunto fue el cura Miguel. Cuando fui a confesarme,
El más chiquito era El Bachi, que tenía una cabeza descomunal, iba solito al jardín de
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Una vez lo acompañé al Bachi a lo de Fontana que era una cigarrería mayorista, o sea
que vendía de todo y mucho. Cuando entrabas, había un olorcito a chicle mezclado con
pelota de cuero número cinco, que era lo máximo a lo que uno podía aspirar en la vida.
El problema fue que cuando entramos, Mercedes Fontana, que era la que atendía,
empezó a controlarlas una por una, porque tenían un número que debía coincidir con la
del álbum.
Primero arrancó sin compasión una que no correspondía, y el Bachi dijo: “Me habré
Al ratito, le arrancó otra, y otra más, y a cada una, el Bachi, todo colorado, decía: “Me
reírme.
Mercedes cada vez más enojada por la trampa, Bachi abochornado diciendo: “Me habré
enquivocado”, y yo divertidísimo.
Siete figuritas “enquivocadas”, le arrancó. Nos echó sin palabras. Sólo tuvo que señalar
la salida.
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Al futbol era buenísimo. Cuando gambeteaba, no había nadie que le pudiera sacar la
pelota; los demás, a lo único que atinaban era a pegarle patadas. Él tenía tanta polenta
Si jugaba él, los de su equipo tenían, si no el triunfo, al menos varios goles asegurados:
algunos los hacía él, otros los hacían porque él pateaba los centros, otros porque se
llevaba a los defensores que lo perseguían por toda la cancha, metía pases-goles, parecía
Pero tenía una contra: cuando los partidos no eran en el barrio, no quería jugar si no me
defensor, me pasaban como parado, así que al final, me ponían de delantero, que no
Una vez jugamos con uno que se llamaba Pato, que no nos conocía.
Estaba encantado con nosotros, con Tapón por lo bien que jugaba, y conmigo porque
corría todo el tiempo. Pero como todos los demás sí me conocían, nadie me pasaba la
pelota, y él gritaba: “¡Pásensela a Toto, a Toto!”. Yo, como había uno que me tenía en
Creo que después me la pasaron, no me acuerdo bien, pero la cuestión es que no volvió
Los Bidarte eran los únicos tipos que conocí que llamaban a los padres por sus nombres:
Alcira nos vivía amenazando con que nos iba a agarrar con la zapatilla.
Cuando quedó embarazada por cuarta vez, los Bidarte estaban felices. Iban a tener otro
hermanito varón.
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La posibilidad de que fuera nena, no estaba ni contemplada, ni siquiera habían elegido
nombre de mujer.
Yo, para fastidiarlos, porque no podía ser que ellos no tuvieran hermanas y yo sí, les
Al principio no era muy lindo, se veía arrugado, todo rojo y con caspa ente las cejas.
Eso podía pasar, y también que era todo flojo, se le caía la cabeza para el costado, como
si fuera un muñeco.
Lo que daba una terrible impresión era la parte de arriba de la cabeza, donde tenía un
A los Bidarte no solo que no les causaba rechazo, sino que hasta les gustaba tocársela.
Yo ni loco.
Como la madre decía que le podía hacer mal al nene, a mí me evitaba el mal trago.
A medida que fue creciendo se fue avivando más, ya no era tan blando, nos miraba, se
Desde entonces, cada vez que iba, me quedaba al lado de él todo lo más que podía.
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ponerle branquias (que son las que usan los pescados para respirar) en lugar
Los chicos cada tanto lo llevan a dar una vuelta en el cochecito atado a las
empedrado. Pero parece que al nene le gusta, porque no llora y cada tanto,
se ríe.
Lo peor es que lucharé contra todos mientras los demás chicos jueguen
tranquilamente.
XIV
58
Pero esa mañana ni me acordé del nene. Fui directamente a contarle todo a Tapón.
-¿Y Diego?
Lo vimos llegar a Bachi arrastrando la bolsa del pan pero sin Diego.
Cuando le preguntamos por él nos respondió que no tenía ni idea dónde podría estar.
Y empezaron a decirse:
Esas desapariciones no asustaban porque había siempre tantos voluntarios para llevarlo,
alzarlo y tenerlo, que con algún familiar debería estar. Adelante vivían los abuelos con
las tías, en frente, al lado de lo Fernández, otro tío con la familia, sumados a los vecinos
Pero a mí más me alarmaba Flipper que no paraba de ladrar. ¿Habría visto algo?
Si no aparecía, preguntaríamos.
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Apareció un picaflor y voló hasta quedar frente a mí. Se frenó en el aire como si
frente.
Fue tan rápido que los Bidarte no se dieron cuenta. En ese momento sentí que en la
tranquilizamos.
Pero en seguida me pegué un susto bárbaro porque en un estante cercano a él, arriba de
un frasco de adorno, vi una especie de plastilina roja del tamaño de una mandarina que
En el apuro volteó la tapa del adorno, que se hizo trizas contra el suelo.
-¿Qué plastilina?
No llegué a decir nada porque la tía nos sacó a la calle a grito pelado culpándonos de la
ruptura.
60
Tapón agarró el cochecito de la manija y lo trajo con nosotros.
Los tres miramos hacia arriba. Los dos Bidarte por si veían un gato. Yo por si era la
Bachi no me sacaba los ojos de encima. Además todavía le duraba lo del álbum.
-No, la tapa primero se movió, yo miré y después se cayó- y agregué- tal vez un
movimiento sísmico.
Pero la charla se interrumpió. Flipper ladraba con muchísima insistencia hacia las
Volví a ver la plastilina que se descolgaba de una rama. Esta vez con forma de
serpiente toda borrosa y color remolacha se estiraba sobre Diego casi hasta metérsele
por la nariz.
Me dio frío.
Otro picaflor o tal vez el mismo de antes apareció de la nada. Se acercó velozmente a
La plastilina se achicó como los bichos de los caracoles cuando les tocás las antenitas y
Diego agitaba los bracitos, el colibrí daba marcha atrás y volvía a libárselos.
61
El bebe estaba encantado, hacía con la boca como si se riera.
Después se fue.
Bachi respondió:
Como explicación, bastante flaca, pero por lo menos se había olvidado de la mirada.
-Una protección.
La plastilina bajó de nuevo pero esta vez por las ramas que estaban más alejadas de
nosotros.
Hasta Flipper que le ladraba, yo me daba cuenta que no la veía, aunque no sé si la olía o
la escuchaba, pero ladraba para el lugar donde estaba sin enfocarla bien.
Cuando estuvo toda en el suelo, se hizo forma de pelota y empezó a rodar hacia la
esquina de la relojería.
Flipper dejó de ladrarle. Paró las orejas apuntando hacia donde había bajado.
El mercado era un paredón con tres puertas de madera, una siempre cerrada, otra que
daba a un boliche donde entraban gauchos a tomar vino, jugar a las cartas y a ponerse
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un escarbadientes en la boca, y por último la de la verdulería de Fosatti, que quedaba
Siguió rodando hasta llegar a la entrada de la Galería “San Martín”, y allí entró.
XV
que teníamos.
-La cruzó un poco en mula y otro poco en camilla porque estaba enfermo. Cuando le
-El caballo del libro es más lindo, pero lo que te digo yo más heroico.
Los locales eran comunes, no diría que lindos, pero no tenían nada de malo.
Una vez me llevó mamá a comprar zapatos a uno de ellos y discutían con el vendedor,
que se llamaba Turioni, porque ella le decía que los que vendía tenían no sé qué
problema.
El tipo los comparaba con los míos y mi vieja le decía: “Pero esos son unos tamangos”,
en qué terminó. Lo fastidioso para mí era que mis zapatos, los únicos que tenía, fueran
considerados “Los Tamangos”. Una cosa era que me dijeran los Mene “Detective
63
Tamangudo”, y todos nos riéramos, y otra muy distinta era la forma en que decían “Los
Otro local que daba a la calle era una juguetería, “Cotillón Wendy”, nombre raro: lo de
Lo que tenía de bueno el cotillón era que vendían cosas para los cumpleaños: velitas,
Una vez mamá compró un molde que era la cabeza de un conejo para el cumpleaños de
mi hermana Pulún. Estuvo toda la tarde renegando porque se le salían las orejas de
lugar. Cuando por fin llegó el cumpleaños, Pulún delante de todas las amigas, dijo: “Esa
Al fondo de la galería había un sitio siniestro: “El Altillo”. En casa nadie quería hablar
de él.
Era un lugar demasiado oscuro, y la gente entraba como tapándose, parecía un lugar
secreto.
Además, había algo muy raro: no entraban chicos. Era toda gente grande.
Abría sólo de noche, porque el dueño, a quien jamás habíamos visto pensábamos que
Todos los locales estaban cerrados con las luces apagadas. Parecía una cueva oscura.
Entramos sin dudarlo, y llegamos hasta el fondo, donde estaba la puerta de entrada de
“El Altillo”.
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Aunque estábamos casi en penumbras, la vimos entornada.
Pensé que era el único lugar donde podía haberse metido las plastilina.
-Entremos- dije
-¿Estás loco?-
- Después te lo explicaré mejor, pero aunque no lo creas, esto tiene que ver con lo que te
Ni bien entramos nos encontramos con una escalera empinada que conducía arriba. Y
allí fuimos.
Desembocamos en un lugar grande, que ocupaba la parte superior de todos los locales
de adelante. Estaba iluminado sólo por unos focos verdes y rojos, que ocultaban más de
lo que alumbraban.
En las paredes había dibujos horribles de gente abriendo la boca como para gritar.
A esa altura, yo ya sabía que las cosas más interesantes estaban detrás de los
mostradores.
Pensé que el caño era para tirarse agarrado, como el que quería que tuvieran los
bomberos. Pero le salían escalones de madera colocados corridos uno debajo del otro.
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Los bajé mientras oía que Tapón rezongaba pero me seguía.
VI
Descendimos unos cuantos escalones, más de los que habíamos subido en la otra
Llegamos a un lugar del que no podía saber su tamaño porque estaba oscuro.
-No se
Pero por suerte no llegaba a iluminarnos, porque daba en el centro de un lugar inmenso,
-¡Acérquense todos especialmente tú!- dijo hablando de “Tú” como en las películas.
sería un viejo como de cuarenta años, porque era canoso, con los pelos parados como
pirinchos.
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Me hacían acordar cuando uno hace muñecos de barro y los aprieta, aplasta o estira todo
el tiempo.
La diferencia era que éstos con cada forma se ponían de un color distinto
Yo pensé:
-Ahora sí te veo.
Eran unos anteojos raros, grandotes y con los vidrios como pintados de blanco. Parecían
de juguete.
-No
Y se puso como una especie de pompones grises en las orejas sujetos por la parte de
atrás.
-¿Qué pasó?- preguntó el Petiso – ¿por qué me sacaste de mi siesta, si sabes que es
especie humana?
En ese momento la cosa de adelante que debía ser Rac, se le acercó. Intentó tomar la
forma del petiso. Hasta le apareció una camiseta, pero en seguida volvió a ser esa cosa
extraña.
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-Vengo a pedirte ayuda- dijo y su voz salió como si hablara con una corneta.
-¿Quiere decir que alguien tiene lentes traductores? Me dijeron que sólo existía este par.
-¡Eso es imposible!- gritó el Petiso – los humanos no pueden ver a los naas, aunque
-¿Cuándo?
-Si
-¿Ese chiquito?
-¿Hacia dónde?
-Hacia adelante
-¿Cómo puede ser que un chico tan pequeño haya podido viajar hacia adelante?
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-Nadie lo había hecho antes-contestó Rac
-Estamos acá escuchando a un petiso loco con anteojos de payaso, los oídos tapados y
que encima habla sólo. Yo me voy a casa porque tengo que hacer mandados.
Se volvió hacia nosotros, aunque no vi que tuviera ojos, y pegó un alarido como de
Le grité a Tapón:
Yo en cambio, pensé que debía hacer algo heroico, como San Martín.
Corrí hacia el petiso que no me miraba, creo que por los anteojos que todavía llevaba
puestos.
Era tan bajo que llegué con mi brazo hasta su cara. Se los arranqué de un tirón.
Todos los naas que serían como seis o siete, daban alaridos y gritaban:
Debo haber subido las escaleras y corrido a mil, porque cuando quise acordar, ya estaba
afuera.
Lo encontré a Tapón detrás de un auto, todo agitado y mirándome como para matarme.
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Yo dentro de todo estaba bastante contento. Tenía los anteojos y se los daría a Tapón
Pero él estaba tan enojado que en cuanto me puse a tiro, me sacudió una trompada con
Yo para atajarme, sin darme cuenta puse las manos con los anteojos traductores.
En ese momento, pelear con Tapón hubiese sido suicida por dos razones: una que me
hubiera molido a palos, y otra que si llegaban a aparecer el Petiso y los naas, nos
-¿Por qué?-preguntó él que no se había dado cuenta del peligro en el que estábamos.
No podía perder más tiempo en conversaciones, de modo que salí corriendo, y por
Casi ni la miramos.
Vi por las vidrieras que los naas salieron de la galería como si los hubieran tirado con
Yo no sabía qué hacer. Por un lado tenía terror de que me mataran, porque había visto
que me conocían y querían atraparme. Por otro no podía dejar a mi amigo aunque haya
70
Aguanté la respiración y tomé impulso para salir. Pensaba salir gritando para ver si los
Me dí cuenta que como Tapón no los veía ellos aprovecharon para estudiarlo bien.
A medida que caminaba, ellos lo rodeaban como si fueran cachorritos de colores. Hasta
parecían buenos.
No me equivoqué.
Me dio la sensación de que alguien me miraba la nuca. Pensé que sería Silvina.
Pero entre las carameleras del costado salió la Enana sonriéndome de una forma que los
En seguida estiró los bracitos y me dio una caja del tamaño de una mano grande con
-Se abre formando una palabra que tenés que adivinar- me dijo, y me la dio.
71
- Porque creo sin temor a equivocarme que sos el indicado.
-Mejor guardá el secreto- y agregó la misma frase que le oí al relojero-Todo forma parte
“¡A la Mierda!” pero como buen educado, me quedé en silencio aunque los ojos se me
En cuanto estuve afuera sentí una voz de corneta que venía de arriba del toldo:
-Te corro una carrera hasta casa- le propuse a Silvina así me iba corriendo y de paso no
Esto es serio.
72
Yo empecé estos informes como jugando, pero ahora tengo que hacerlo de
Hasta había dicho en chiste que a Diego querían robarlo sin saber que al
También conseguí los “Anteojos Traductores”, que sirven para ver naas,
accidente.
Creo que lo mejor será pedirle a mamá que me deje ir unos días a la casa
de la abuela Delia.
El Guardián de la Justicia
XVII
Lo hice y volví en seguida a decirle que ya estaba listo, y ella al verlo, empezó a reírse
73
Siempre nos regalaba muchos juguetes que venían en una caja grandota.
Nosotros los sacábamos, los dejábamos en cualquier lado, y nos poníamos a jugar con la
Vivía con el abuelo Juan, en una casa quinta que quedaba al otro lado de la vía.
Quedaba tan alejada que no tenía ningún vecino a la vista, la mayoría estaba del otro
Tenía las habitaciones de las tías y de papá cuando eran chicos. A mí me gustaba la de
papá, con las paredes llenas de banderines, y una lámpara que tenía un águila de hierro
forjado.
Hasta el baño era lindo, con un lavatorio antiquísimo. Cuando nos enjuagábamos las
manos, la abuela nos decía: “Fabrican chocolate”. Hasta lavarse era una delicia.
Siempre odié la siesta, excepto en lo de la abuela, que nos despertaba con postres, risas
y adivinanzas.
A mí, antes no me gustaba la miel, y allí aprendí a comerla, porque la abuela un día me
preparaba dos tostadas de mermelada y una de miel, y al día siguiente, al revés. Al final,
El abuelo Juan nos enseñaba a reconocer las estrellas: “Las Tres Marías”, unas más
chiquitas arriba de ellas que se llamaban “El Puñal”, “La Cruz del Sur”, “Las Siete
Delante de la casa, había flores de todos colores, cada una con su olorcito, a mí el que
74
A un costado, tenía una glorieta, que era como una cueva llena de plantas, donde la
Una vez, corriendo al gallo bataráz que era casi tan alto como yo, me caí y me clavé el
tronco de un maíz. Y lloré, por supuesto. Papá me saco una astillita con una pinza, y
asunto acabado. Pero a mí me seguía doliendo, y quede ahí, en una silla, con un juguete
en la mano.
Sin querer, las lágrimas se me caían solas. Cada adulto que pasaba, me decía: “¡No
Papá, junto con una enfermera, me sacaron una astilla como de dos centímetros que
tenía clavada.
Creo que después les dio un poco de remordimiento haberme retado tanto.
Otra cosa que tenía de bueno lo de la abuela era que se llenaba de primos y tíos con los
Había una prima, Gabrielita, que me tenía enamorado, pero como éramos primos, jamás
le dije nada porque era pecado y nunca me animé, y me da vergüenza hablar de eso.
Aparte, yo quiero contar la vez que fui para esconderme del Petiso de Camiseta y los
naas.
Cuando llegué esas vacaciones, la abuela se dio cuenta de que algo malo me pasaba.
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-No, había uno pero como se inundó, lo tapamos.
Ella me dijo:
una noches”.
Aunque sabía leer bien y me gustaban los libros no le dije nada. En ese momento quería
ser sólo un chiquito, que la abuela me leyera cuentos y que a la mañana me llevara el
desayuno a la cama.
Yo siempre trataba de no llorar porque era cosa de maricones, pero esa noche en mitad
del cuento que no sé ni de qué se trataba, empecé despacito, para que ella no se diera
Estaba tan calentita, que primero lloré un poco, después más fuerte, y al final me quedé
dormido.
Hay una persona que conoce mi secreto: es la abuela Delia, quien juró no
revelarlo jamás. Pudo leer algún informe y dijo que le parecieron muy bien
confianza, que además me felicita por cumplir una tarea tan importante.
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Cuando le cuento lo del sótano, la relojería y el altillo, me guardo muchas
cosas que dan miedo, porque se puede asustar y hacerle mal, con lo viejita
que es.
los naas quieren robarlo, lo defienda, y de paso los ordene cosa que hago
No me parece que sean cosas que a los naas les interesen, yo los ordeno para
Dice la abuela que él también fue Guardián, pero me cuesta creerlo porque
letras que tengo que poner para que se abra, que yo ya probé con
Es adivina, la abuela.
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Adentro del cofre sólo hay caramelos, y yo me quedo medio desilusionado,
pero la abuela me dice que son caramelos con poderes especiales, que si uno
Pero lo extraño es que el naa y el Petiso hablaban del cofre como de un Gran
le grita:
El tipo le contesta:
La abuela me dice:
-Este hombre está borracho- pero yo pienso que puede ser cosa de los naas,
que quieren sacarle la exhalación, que debe ser como un vapor, y provocarle
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El tren toca un pito que suena muy fuerte, seguro que nos han visto.
Después para y bajan los señores a ver si ha pasado algo Como está todo
bien, se van.
Y lo salvamos.
La segunda noche fue mucho más movida desde el momento que el abuelo Juan salió a
La abuela me gritó:
-¡Rápido, Toto, vienen a robarnos, apagá las luces que llamaré por teléfono a la policía!
ovejero.
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Como la casa quedó a oscuras, yo pude ver por la ventana una llorona y una pollera
que baila sola, que iban y venían, acompañadas por algunos naas que se movían entre
las plantas.
Sabía que para ellos el cofre era importante. Si se los daba, nos dejarían tranquilos.
La manija estaba muy dura y me tuve que asomar por el vidrio roto.
Se asomó.
No dijo nada que parecían de juguete, ni que estaban rotos, simplemente se los puso y
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Eso era lo que tenía mi abuela, estábamos solos en una casa que quedaba lejos del resto,
rodeados de seres fantasmales, que nos habían robado el teléfono y seguramente querían
Ya los naas habían trepado a las otras ventanas y alguno entrado a la casa.
Cuando saqué por entre los vidrios rotos las manos con el cofre, apareció la llorona con
Ella en vez de agarrarlo cambió la cara de mala por una de terror más horripilante, y
gritó:
Pensé que tendría miedo a que le tirara con caramelitos y en medio de la situación
Me volví con el cofre hacia los naas, que empezaron a pegar sus gritos de chanchos
degollados.
Más pánico tenían ellos, más carcajadas daba yo, y más rajaban.
Ellos esperarían que yo les tuviera miedo, o por lo menos respeto. Pero semejante
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Fui hacia allí y con la poca luz de la luna que entraba por la ventana, vi a la abuela en el
Le grité:
Tenía tanto miedo de que le hiciera algo que le pegué con el cofre.
No quedó ninguno.
La última en irse fue la Pollera que aprovechando el vientito se fue bailando despacio
-¿Te golpearon?
La llevamos con el abuelo a la cama Una vez allí, le pidió que fuera a buscarlo a papá.
A mí me dejaron en casa.
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A nosotros, para no dejarnos solos, nos llevaron a casa de la tía Chiquita y el tío Piche,
y nos llevaron a cenar al Hotel Toscano. No me acuerdo qué comimos, pero de postre
pedimos el “huevo frito”, que era un durazno en almíbar que parecía la yema del huevo
y todo alrededor crema que parecía la clara, con manchitas de dulce de leche como si
Al día siguiente fuimos a ver a la abuela. Yo le dejé de regalo el gorila de plástico. Era
negro y pequeño, del tamaño de un soldadito, no tenía ninguna gracia, pero la abuela me
lo agradeció con una sonrisa que iluminó toda la habitación. Fue un agradecimiento
glorioso.
A la mañana siguiente, me despertó mamá con los ojos rojos de tanto llorar, y me dijo:
Hoy no tengo ganas de escribir informes ni nada. Estoy triste. Muy triste,
tristísimo.
XVIII
En casa nadie hablaba más que lo necesario. Si querías jugar o hacer un chiste, los
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Ni siquiera televisión podíamos mirar. Encima que se veía siempre mal, aunque
pusiéramos la antena para Capital, Mar del Plata o Uruguay, en esos días lo taparon con
Yo me la pasaba en mi cuarto mirando por el ventiluz que daba a los techos. Trataba de
No podía sacarme de la cabeza que fue ella quien descubrió la clave del cofre y la única
Me desesperaba pensar que el naa la había matado por mi culpa, por haber ido a su casa.
La luna se reflejaba sobre las chapas de los techo dándoles el aspecto de un mar
jugando allí.
Había puesto uno de esos lugares que vendían cosas viejas para la casa: vigas, chapas,
muebles, y les decían antigüedades (que era lo mismo, pero dicho de un modo más fino
Todo lo que alguien necesitaba, el viejo Masa lo tenía. Menos ganas de vender. La gente
iba, elegía algo y el viejo le decía cosas como: “Eso no está en venta”, o “Eso es mío”.
Todo tenía etiqueta del precio y el viejo loco no quería vender porque se encariñaba con
las cosas.
Pero había un secreto para comprarle. Había que ir cuando estuviera la mujer, que
siempre te pedía más que lo que decían las etiquetitas Al menos se iban con algo.
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En casa había una terraza desde la que se veía todo lo de Masa, que era inmenso y el
viejo pululaba por todos lados con un pibito atrás suyo que hacía todo lo que el viejo le
decía. Cuando no tenía nada que hacer, el viejo le decía: “Pibe, enderezá esos clavos”.
El chiquito me miraba como pidiendo auxilio, pero yo no sabía qué hacer. Un día,
combinados con el chiquito, le robamos los clavos chuecos. Fue peor, el viejo empezó a
Gritar: “Faltan los clavos” y después: “Falta tal o cual cosa”, pero era todo lo que le
A mí me pareció que fue lo mejor que pudo pasarle al chiquito pues no tuvo que
En los techos de Masa había miles de palomas que estaban para que nosotros
darles de comer en el pico, les cortábamos las alas para que cuando les crecieran se
espectáculos sexuales.
Y le contestó:
Papá ideó mil maneras de acabarlos: tiraba pastillas de gamexane, espolvoreaba en las
vigas DDT que por poco no lo mataba a él, ponía tachos para que se cayeran adentro,
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lámparas portátiles para espantarlos con la luz, bolitas de naftalina. Nosotros nos
metíamos con el rifle de aire comprimido para bajarlos. Pero ellos siempre siempre
volvían.
He visto que tiene unas máquinas infernales. No puedo saber para qué las
usa. Si es bueno, pueden ser armas para luchar contra los naas. Si es
maligno, pueden servirle para freír gente que va a molestarlo con sus
preguntas.
Pero lo que más preocupa al Guardián es que siempre que lo veo me está
Deberé ser cuidadoso cuando suba a los techos a combatir Malos de otros
nuevo.
Masa tiene cara de malo, pero el otro día me curó una rodilla que me había
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creer que lloraba, para que me creyera un chico común y corriente.
Firma: E. G. J., que a veces puede ser E. G. U., que quiere decir El Guardián
del Universo
Trepé a la punta de la chimenea para saltar a lo de Masa, aunque podía ir por el otro
lado que no era peligroso. Pero el camino era más largo. Y como siempre, me dieron
esas cosquillas en los pies y el dolorcito en la panza que siento cuando estoy nervioso.
XIX
No era un poco inclinado como el resto. Estaba bien en pendiente hacia dos lados, con
En realidad era de las que ponen en los techos para que entre luz, que se llaman
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La corrí con facilidad. Al deslizar el vidrio el tragaluz quedó abierto.
Yo solía meterme en los terrenos de toda la manzana y en las casas abandonadas sólo
para investigar.
El hecho que fuera de noche, el techo altísimo, y abajo todo oscuro, no quería decir que
mi curiosidad disminuyera.
Debajo del techo había unos caños de fierro atravesados, que lo sostenían como vigas.
Si uno se colgaba de ellos podía llegar hasta un entrepiso y bajar allí pisando un cajón
Decidí bajar.
Miré bien todos los lugares donde metía los pies y las manos, para asegurarme el
camino de vuelta.
En el entrepiso había cosas viejas, de las cuales sólo veía las que estaban más cerca de
mí.
Todo el piso estaba vacío y yo más ciego que la estatua de la vieja que sostiene la
balancita.
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Cuando me acerqué a la pared del fondo, sentí un fuerte olor a humedad.
Me acerqué y pregunté:
No quise tocar la pared por no ser mal educado, pero estaba seguro que allí había una
mancha.
-Soy Toto, el chico que viajó en el mármol hacia adelante y tiene el cofre de la Enana.
-Y el que entró al Sótano sin permiso- sentí la misma voz rara que los de allá, y agregó-
-Es verdad- le dije sin ponerme colorado- pero ahora es distinto. Aquella vez entré por
una apuesta, un juego. Pero ahora me buscan los naas y aparecidos. Y no sé qué hacer.
-Protegiste la vida de Diego. Nadie hubiera podido hacer algo por él.
-En la tuya hubieran matado a toda tu familia. Hiciste lo correcto.- y con un tono más
--¿Qué son los naas? ¿De dónde vienen todas esas apariciones? Porque lo que me dijo el
-Los Hombres de Humedad sólo somos sombras, testigos de las acciones de los
humanos. Apenas podemos con las tareas que nos encomiendan, como los del sótano. Y
Después dijo:
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-Claro que no. Sos “El Guardián de la Justicia”, el indicado para ponerlos a todos en su
sitio.
No me animé a preguntarle.
La frase “Tengo derecho”, siempre me daba buen resultado para que me dijeran las
cosas.
-Naa significa que no son nada, pero tampoco algo, son entes que pueden matar o copiar
Siete Dolores es el lugar desde donde quieren hacerse fuertes para llegar a todo el
mundo. Son como una enfermedad que comienza en un pequeño lugar del cuerpo y
sótano.
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-Son naas que se...-no le entendí el resto
Dejé de sentir el olor a humedad. Toqué la pared y estaba seca. La mancha había
desaparecido.
XX
Estuve todo el día siguiente pensando en el servicio del famoso cofre. Decidí volver al
Avancé por el caño hasta el cajón. Me descolgué sobre él. Al soltar el caño sentí que la
tapa se le rompía sin darme tiempo a saltar afuera. Y caí dentro, pero no tenía piso, y
seguí para abajo hasta el suelo, dando sobre unos fardos de paja.
Por suerte no me hice nada, aunque me dolían un poco las rodillas por la caída. Pero ni
me quejé.
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Empecé a caminar. Dí con una pared y seguí tanteándola hasta que llegué a un rincón.
Seguí por la otra. A los pocos pasos toqué los barrotes de una reja que no estaba la
noche anterior.
Pensé que debería quedarme toda la noche y me imaginé la boca de mamá cuando me
Empezaron a aparecer naas de todas partes. Esta vez, tenían como una luz fosforescente,
como la del Niño Jesús del pesebre de casa. Iluminaban un poquito el galpón.
Recordé la noche en casa de la abuela, cuando lo que peor los puso fue mi forma de
feas cubiertas de moco y cuerpos de gigantes malhechos, para darme miedo y asco.
Yo quería reírme pero más parecía un llanto que una risa, porque estaba asustado.
Hasta que me dí cuenta de que no tocaban la reja ni la traspasaban, así que me sentí,
-¡No les tengo miedo, no les tengo miedo!- gritaba mientras recorría la jaula, saltaba y
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Pero no fue por mí, sino que de un rincón empezó a entrar una luz más fuerte y todos
hicieron “¡Oh!”
Entre la luz, ingresó como flotando, un grandote vestido de negro, con capa y sombrero
-¿El famoso Too-Too?- y mirando a los naas, les gritó-¿Esta rana con pelos es quien
tanto miedo.
Pero en realidad, estaba perdido. Nadie sabía dónde estaba, ni vendría a ayudarme. Ni
Y se me ocurrió un plan:
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-Lo voy a descuartizar a él y a todos ustedes. Yo sabía de esta trampa- mentí- pero soy
tan valiente que vine igual- y mirándolo al Hombre le dije –No mandé a otros a que
vengan en mi lugar.
-Es verdad.
-Es valiente
-¿Y cómo harás? ¿Nos sacarás la lengua y nos harás pito catalán?
Miró al resto buscando risas cómplices, pero los otros estaban callados.
-Vine yo porque les tendí mi propia trampa. En este momento mis amigos están en mi
pieza con el cofre y en cuanto les dé una orden mental, van a abrirlo.
-¿Querés comprobarlo?
Se acercó un naa, y por el nombre me acordé del que había querido matar a Diego.
-Mira por el ventiluz de su pieza si están los amigos. Y si no hay nadie lo freiré
lentamente.
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Se hizo un silencio pesado. Yo empecé a sentir ganas de hacer pis, pero del miedo que
tenía. Sabía que vendría Rac a decir que no había nadie, y chau mundo.
empecé a mear pensando que mis últimas palabras serían “muero contento hemos
humito.
Y yo empecé
-Muero contento…
Los naas se hicieron planitos y pasaron por abajo del portón. El Hombre les gritó:
Pero él tampoco estaba muy seguro. Se iluminó de nuevo y se fue al rincón. Pero antes
de desaparecer me dijo:
Juntó las manos e hizo una especie de aplauso pero al revés. Y me arrojó un
chisporroteo que me golpeó en el brazo izquierdo que puse para protegerme la cara.
Sentí un dolor terrible. Las chispas rebotaron y cayeron sobre unas pajas del piso y
empezó a quemarlas.
Después se fue.
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Yo en la desesperación para apagar el fuego, le tiré más paja encima. Pero más se
prendió.
El brazo me dolía tanto que no podía moverlo. Lo tenía como muerto. Y yo soy tan
Miré la reja y pensé: “Si pasa la cabeza, pasa todo el cuerpo” y empecé a meter la
cabeza entre los barrotes para ver si encontraba a uno que pasara. No quería pensar en el
dolor y gritaba:
Cuando subí al entretecho, las llamas ya se asomaban por el agujero de la trampa del
cajón. Pero yo igual tuve que ir y subirme pisando los bordes con cuidado de no
Me costó mucho trabajo trepar sin poder usar un brazo. Mientras lo hacía sentí la sirena
No sólo se me hacía difícil trepar por lo del brazo, también el humo se me metía en la
Antes de irme cerré el vidrio, a ver si se avivaban que había sido yo el del incendio.
cofre.
XXI
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Al verme entrar por el ventiluz de al lado de mi cama pegó un salto. Cuando vio detrás
Me lo miró y preguntó:
-¿Qué te pasó?
Entre el codo y la mano tenía unas heridas como las estrellas “Siete Cabritas” rojas y
No recuerdo qué le contesté, pero con el incendio mis heridas quedaron olvidadas.
Abajo nos estaban esperando los demás y nos fuimos todos afuera.
En la calle había un lío bárbaro, con gente amontonada, carros de bomberos, sirenas.
Pocho Mene con un traje blanco daba indicaciones señalando con un dedito de la mano
Yo pensé: “Todo por querer apagar el fuego con paja”. Pero nunca dije ni media
palabra.
Papá entro de nuevo a casa y salió con el cuadro del título de médico.
Pero me pareció bastante exagerado, porque entre el fuego y casa estaba lo de Masa que
era enorme.
Papá y mamá estaban preocupados y no sabían qué hacer para sacarnos de allí.
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Aunque era de noche, decidieron llevarnos a los más chicos a la última función del cine
“Gloria”.
Hablaron con el dueño Ferrer, un tipo alto, pelado y con unos anteojos que parecían dos
televisores.
Nos dejaron viendo una de guerra que nos leyó Pulún, con japoneses que a la gente le
tiraban bombas encima y quedaban las botas solas con los pies adentro. Eso daba más
Lo lindo fue que la película estaba toda cortada, y en cada corte la gente silbaba y
gritaba:
En esos momentos entraba un acomodador con la linterna. Era petiso, pelado y con unas
Antes del final se prendió la luz y apareció Ferrer. Se paró delante de la pantalla y dijo:
Casi le destruyen el cine. Tuvo que salir tapándose la cabeza con las manos.
Me acosté con él para tratar de entenderlo. Ponía LACENTRAL, lo abría, y lo único que
Llegó Juanchi. Se acostó y apagó la luz, como siempre, sin preguntarme si quería
tenerla prendida.
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Me quedó el reflejo de afuera que era poco.
Pensé:”Qué bueno sería si este cofre estuviera iluminado”, y para entretenerme puse
velador.
-¡Apagá esa luz, anormal! – me gritó mi hermano que siempre me decía cosas así.
Yo estaba tan sorprendido que sólo acerté a meterme debajo de las frazadas con el cofre
luminoso.
Me desperté diciendo:
-Están en el parque.
XXII
El parque de los vecinos Peñoñori estaba pegado a casa y era fenomenal. Tan grande
que tenía toda clase de árboles. Nos servía para jugar. Como estaba lleno de vegetales
Otra cosa que estaba buena era tirarse panzazos encima de las plantas. Había que
Tenían una tortuga grandota en el parque. Decía Rafido que había sido de su abuela
cuando era chica. Calculábamos que tendría más de cien años. Una vez Guille se le paró
mañana temprano había que abrirla porque los olores eran inaguantables.
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Los Peñoñori, eran los ricos del barrio.
Un día Peñoñori le quiso comprar la casa a papá “para voltearla y hacerles una pileta a
los chicos”. A él le dio tanta rabia que no se la vendió aunque el otro le ofreció una
fortuna.
La casa era inmensa y llena de cosas caras. Eso era lo único que diferenciaba a Rafido
del resto.
tenía uno rojo que el padre le mandó a hacer en una carpintería con asiento acolchado y
todo.
El padre era el Intendente y eso nos daba aires de importantes: éramos los Amigos del
Hijo del Intendente. Aunque el Intendente a veces no le daba mucha importancia a las
palco de la plaza con él. El pobre Rafido anduvo con todos nosotros “hecho un croto”,
-Si, pero él es el hijo del Intendente, por lo menos que tuviera puesta una corbatita.
pueblo, que daba una luz impresionante y juntaba escarabajos que nosotros pisábamos
Había una vecina, Isela o Gisela, que tenía una planta de kinotos detrás de un paredón, y
para entrar a robarlos debíamos trepar por la reja de al lado. Cuando estábamos en lo
100
mejor, el Bachi, que por ser tan chiquito no pudo subir por la reja, empezó a gritar a
cogote pelado:
Como estábamos con el hijo del Intendente, lo único que pudieron hacer en vez de
Encima a Rafido se le enganchó el pantalón con la reja y estuvieron como una hora
para sacarlo.
Rafido tenía una hermana mayor, Virginia, lo más parecido a una muñeca que he visto
en mi vida. Era bastante mayor que nosotros. Su voz era tan suavecita que cuando
Otros dos hermanos más chicos, Ángela y Santiaguito, al que cuando hablaba no se le
entendía nada. Para decir: “Yo me llamo Santiaguito”, decía: “Ayo amo Aíto”.
Rafido siempre era dueño de lo mejor. Si nosotros cazábamos pájaros y los poníamos
en jaulitas, a Rafido le hacían una pajarera con vidrio en la parte de arriba. En ella
Yo una vez le regalé un pajarito que se estaba por morir. En la pajarera de Rafido
Él no tenía problemas en compartir todas sus cosas con nosotros. Entrábamos a su pieza
y revolvíamos los juguetes, leíamos sus libros, y tomábamos la leche que nos preparaba
Chola, una vieja criada que vivía protestando pero hacía unas cosas riquísimas. Me
Chola hacía todo. Y eso que tenía más de ciento cincuenta años.
101
XXIII
Ya tenía parte del secreto del cofre descubierto. Ponía la palabrita y aparecía lo que
querías.
Si quería luchar contra los malignos debía tener armas. Porque llegaría un momento que
se avivarían que la amenaza del cofre no era nada, y ahí me matarían sin pena.
Puse “ARMAS” pero me sobraron letras y no pasó nada. Tenían que ser palabras de
nueve letras.
Así estuve casi hasta el medio día que emboqué “ARMAMENTO” y el cofre se abrió.
apareció una maquinita de echar flit, como las que se usan para matar moscas. Era toda
Le tiré a una mosca del patio, pero no le hizo ni mu. No supe de qué otra forma
probarla. Eso no podía ser todo el armamento para pelear contra los naas y los demás
Lo único que me quedaba era ver si en el parque había alguno y tirarle líquido con la
La llevé al parque. Salté la puertita del costado como hacíamos siempre para entrar. Ni
bien entré me encontré con un naa sobre una planta. Antes que reaccionara, le tiré con el
líquido.
102
No me atacó porque creyó que no lo había visto. Simplemente se secó lo que le había
caído y siguió como estaba. Parecía que le hubiera tirado agua bendita.
Me fui a casa pateando una piedrita con el gorro de “Afanancio” echado para atrás.
Cuando estaba a punto de saltar la puertita para salir, el naa se avivó que el que lo había
Como lo único que tenía en la mano era la flitera, le apunté con ella.
-Ja – rió- eres tan bobo para pensar que soy un moscardón y me matarás con flit.
Pero yo en el afán de rociar todo, también mojé una rama seca que había en el piso, que
inmediatamente se transformó en algo así como una espada tan alta como yo. En vez de
ser recta como toda espada, tenía como puntas que le salían por los bordes. Quedaba
como un espinazo de pescado pero con la cabeza para el lado del mango.
Pensé que no podría levantarla, pero me resultó liviana. Además me dio una sensación
El naa se acercó convertido en cocodrilo con alas. Primero se frenó un poco al ver la
espada. Pero debe haber pensado igual que yo que no podría levantarla. Se me vino
encima furioso. Al ver lo fácil que la movía se fue para atrás e hizo algo increíble.
103
Me quedé sólo en medio del parque con esa tremenda espada en la mano. Tenía más
-Vení a pelear, así termino con todos ustedes de una vez- pero no volvió.
Yo le pregunté:
Y quise mostrarle la espada, pero era otra vez una rama seca.
Al decir eso me señaló la salida y se le cayó un poco la remera con que se tapaba.
Yo igualmente no la miré, pero me puse colorado y me fui más rápido que ligero.
En la vereda me encontré con mis huellas de barro que entraban a casa. Pero eran del
Cuando quise entrar me encontré con la puerta cerrada, cosa extraña porque siempre
La puerta era doble con vidrio y cortina. Para mirar hacia adentro había que poner el ojo
por el costado.
Me vi con mi vieja y mis hermanos. Nadie se dio cuenta de que no era yo sino un naa
Ahí siempre entraba y salía gente. Mis hermanos y yo lo hacíamos constantemente para
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Ya sabía de memoria cómo pasar a casa. Debía pisar primero la canilla, después los
habitación. Esta vez me costó un poco más porque traje la flitera y la rama conmigo.
Nadie me vio entrar. Era el mejor momento para bajar, que vean dos Totos y
Creí que la puerta que daba a la escalera también estaba con llave porque no pude
Escuché la baranda que hacía un ruido especial cada vez que alguien subía.
-Too- Too para que mi transformación sea completa debo matarte y devorar tu cuerpo.
Quise arrojarle la única silla que había, me la arrancó y la estrelló contra el piso.
Me lo agarró y empezó a apretar muy fuerte, justo donde tenía las cicatrices de las
105
Y comenzó a achicarse. Pero no sólo de tamaño, se empezó a hacer más niño, primero
como era yo en las fotos del jardín de infantes pero en colores, después como en las de
Mar del Plata cuando aprendí a caminar. La ropa también se le achicaba. Siguió como
A mí me dio un poco de lástima, porque con todo lo malvado que era no dejaba de ser
Dejó de darme la imagen de tierno cuando puso una cara de niño asesino que
espantaba.
Por último se desprendió de las Siete Cabritas, se transformó en un tata dios de ocho o
Lo pisé sin compasión. Hizo “chrrich” y le salió un líquido como chocolate. Se arrugó
Quedé solo en mi cuarto como si no hubiese pasado nada, salvo la silla rota que sería
vereda.
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Cuando lo llamé con el silbido de la contraseña, no me dio ni bolilla, y cuando
quise agarrarlo, me gruñó, así que lo dejé para que haga tareas de espionaje.
Me atacaban por todos lados, pero principalmente por entre las plantas, que
llegaron a pegar sus gritos terroríficos. Antes las pude bajar con el arma
gatillo, se encienden lucecitas adentro. Espero que mamá me regale una así
para mi cumpleaños, no como las espadas que tengo yo, que al ratito se
Casi al final del combate, fui derrotando malísimos hasta la ventana abierta
Virginia me dijo:
Y me dio un beso.
El guardián de la Justicia
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XXIV
Conocían mi casa, mi familia y tenían poder como para imitarnos o matarnos a todos.
Un lugar que para mí quedaba en la otra punta del planeta era el campo de Alfredo y
Chichina.
puerta de atrás y los pacientes no te veían. Pero a él no le gustaba que fuéramos por
cualquier cosa.
Picó.
galope, me siento mirando para atrás y sigo así para todos lados.
-Mentira.
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-Si pudiera, te lo demostraría ya.
Listo.
A Silvina le pregunté:
-¿Vos sabías que en el campo de Chichina guardan los huevos para el invierno en un
Yo estaba al tanto porque una vez se lo había escuchado decir a Torcuato, un amigo de
la familia.
-No
-Sería fantástico.
Largó una carcajada como toda madre cuando se ríe de algo que dice el hijo y lo toma
-Por supuesto.
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Papá me miró y creo que se dio cuenta de que todo era asunto mío, porque me dijo:
Puse en el bolso las cosas más necesarias: los anteojos traductores, que a esa altura ya
los había llenado de cinta tranflex y parecían los anteojos de la Momia, el reloj
Pero esta vez, para disimular, puse encima ropa, toallas y zapatillas.
Nos encantaba ir al campo. Ya llegar era siempre una aventura. Había como treinta
madera, nos subíamos para transportarnos en ellas, cosa que al viejo Alfredo no le
Pero ese viaje fue distinto a todos los que hicimos antes.
XXV
Al salir de casa advertí en la trompa del auto un trapo negro que la cubría casi toda.
Viajábamos así: papá manejaba siempre, y aunque mamá sabía hacerlo, él decía que el
volante era para los varones. Al lado, mamá y atrás los cuatro chicos.
Juanchi y Pulún del lado de las ventanillas, que como eran los más grandes miraban el
paisaje. Silvina y yo al medio, peleándonos todo el tiempo porque uno hacía invasión de
territorio ajeno.
me preguntaron:
-¿Qué trapo?
110
Quedé como un tarado.
Pero el trapo se mantuvo todo el viaje, flameando con el viento y desplazándose por
todo el auto del lado de afuera. Yo no sé cómo no lo veían cuando les tapaba los vidrios.
De yapa yo me había olvidado los anteojos traductores en el baúl. No iba a pedir que
papá parara a dejarme agarrarlos. Antes muerto. Ni siquiera parábamos a hacer pis.
Cuando nos bajábamos a abrir una tranquera, se iba para el otro lado de donde yo
En la primera le pedí a papá la llave para abrir el baúl. Me puso una cara de traste que
me dejó mudo.
Cuando llegamos, y empezamos a bajar las valijas, se despegó del auto con el viento.
Remontó vuelo como un barrilete hacia el lado de Siete Dolores. Pude ver que era una
Los del campo después de los saludos nos dijeron a cada uno:
La casa tenía varias habitaciones que daban a un pasillo largo con ventanas desde las
Era un lugar increíble, con un aljibe, gallinas, chanchos, miles de árboles y muchos
Tuvimos que hacer unas cuantas cosas: moler maíz, darles de comer a las gallinas, verlo
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El más chiquito de la familia era Carlitos, terriblemente malcriado, que cuando iba a
Ese día me pasó algo de lo más curioso: Carlitos había perdido el cinto en el campo, y
que estaba. Era uno de esos elasticados, que se ceñían solos. Como las bombachas de
No sé de dónde saqué eso pero desde aquel episodio me quedó fama de adivino.
enseñó dos trucos con las cartas para adivinarlas. Fui el rey de los magos, y me di aires
de importancia.
Para la merienda nos sirvieron unos tazones de leche en los que uno podía meter toda la
A la tardecita papá y mamá se fueron y nos despidieron como si no nos fueran a ver
nunca más.
Nos pasamos el resto del día en la cocina con la madre, Chichina, cocinando y hablando
Esa noche Alfredo, el padre, para entretenernos nos contó cuentos de aparecidos.
Yo no lo podía creer. Tras que me había pasado todo el tiempo en el pueblo perseguido
Pero no podía ser el cobarde del grupo que pidiera que cambie de tema.
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Los cuentos eran todos más o menos así: las personas estaban andando a caballo o
salto.
Pero en seguida me acordé de la Pollera Negra que se había ido cuando llegamos. Les
como un monstruo infernal, con cuernos, patas largas como de araña, mal aliento.
Mientras tanto vi al naa transformarse lentamente en él, tal como lo describía Alfredo.
Miré hacia las otras ventanas del pasillo y vi otros naas hechos caballos destartalados.
Después habló de “la Viuda”, que era una mujer lindísima que siempre estaba triste por
A cada cuento le pedí a Alfredo que parara. Pero todos creían que lo hacía por miedo,
113
Siguió hablando de la “Luz Mala”, que eran huesos que largaban una luz verde que
-Yo conozco los cuentos del “Tigre de Monte”. Es uno como de tres metros de largo,
Quedó hecho un tigre deforme. Después se prendió fuego, pero era un fueguito naranja
Todos se quejaron y me hicieron burlas por lo bobo de mi cuento, pero no les hice caso.
-Los que nombra Alfredo, también son imaginados- dije esperando que todos esos
también se quemen.
Lo miré y le pregunté:
XXVI
114
Al otro día me levanté temprano pensando que sería el primero.
-Bueno- dijo Chichina- ya se levantó el Toto que era el único que quedaba en la cama.
Si todo hubiese sido un huevo frito, la casa con nosotros hubiera sido la yema y todos
Me fui para atrás de la casa para ver los que había allí.
Al pasar por un galpón de las gallinas encontré un tanque grande lleno de maíz apoyado
No creí que ese pudiera ser un punto de partida escondido en ese lugar tan alejado del
Había gauchos mal arriados, lloronas, viudas, chanchos sin cabezas, luces malas (que
como era de día sólo se les veían los huesos), y otros que yo no conocía, muchos
Parecían un ejército.
En cuanto me vieron uno de ellos se separó de los demás y se dirigió cabalgando hacia
donde yo estaba.
Estuve a punto de meterme corriendo en la casa porque me dio un poco de miedo. Pero
traía una bandera blanca como en las películas de vaqueros cuando los indios quieren
115
Al estar cerca, pude verlo bien. Tenía cara de urraca con pico y todo. En el cráneo tenía
Enana, El que viajó hacia adelante, Arrebatador de los Anteojos Traductores, El que
dejó Ciego al Contacto Humano – yo a esa no la sabía -El que hirió al Hombre y resistió
tantos títulos empezaron a darme risa, y la Urraca agregó -El que ríe cuando debe
temblar…
Pero él se la aguantó.
- Vengo en nombre de toda la Comunidad del Embrión a pedirle que se una a nosotros.
-Pues pese a su corta edad humana, ha demostrado su gran valor. Puede unir la
de la Tierra.
Me acordé que mi mamá siempre decía: “Cuando la limosna es grande, hasta el santo
desconfía”. Y no le creí.
Pero no sabía qué hacer. Si les decía que sí, podría ser una trampa para llevarme con
ellos y atacar al resto. Y si les decía que no, atacarían igual pero sabiendo que estaba yo
116
-Está bien, lo pensaré. Deciles que se vayan todos. Y volvé vos sólo dentro de diez días.
Yo ayudé en lo que pude. Y cada vez que estaba frente a Alfredo, le decía:
Hicieron un baile “de la escoba” que era así: todos bailaban y el que no tenía pareja,
bailaba con la escoba, después paraba la música, cambiaban de pareja y otro con la
escoba.
Tomaron vino de una damajuana, que era una botella gorda envuelta en un canasto con
manija. A los chicos nos pusieron un poquito de vino en el fondo del vaso. Lo llenaron
con soda, que era agua con burbujas que al estallar nos mojó la nariz.
117
Cuando quise acordar se hicieron las diez de la noche.
La gente se metía en las piezas, Alfredo puteaba todo colorado, Chichina trataba de
Yo no entendí por qué se enojaron en lugar de estar preocupados por los desaparecidos.
Pero lo corté:
-¿Dónde están?
118
-Si quiere que regresen con vida, debe venir con nosotros.
-Bueno -le dije, y vi una sonrisa maligna en su pico de urraca- pero vos andate que
Parecía el malo de las películas, sólo faltaba la musiquita que hiciera chan chan chan
Corrí a mi habitación a buscar el cofre, pero en el bolso sólo estaban los anteojos
XXVII
-¡Qué lástima! Porque en el cofre había unos caramelos que te quería convidar.
-Yo sí puedo.
sacó el cofre.
-Si. ¡Qué suerte que lo encontraste! Desgraciadamente para abrirlo necesito el reloj.
119
-Pero si no anda.
Eso lo intrigó.
Yo en realidad estaba desesperado. No era cuestión de hacer una espadita y matar a todo
el ejército.
Tampoco podía decirle a esta gente lo que estaba pasando. Se asustarían y no harían
nada.
“Si es un Punto de Partida, estoy salvado. Viajo hacia atrás, les digo a Marta y Paco que
no salgan y listo”.
-¿Querés matarme de un infarto? Decime vos qué haces- le dije más retando que
preguntando.
-¿Todos preocupados y vos queriendo romper los huevos de la cal? Sos desubicado…
120
-Metete en la casa, a ver si se aparece algún espectro.
Cuando quedé solo busqué un tarrito para vaciar el tanque, pero sólo había una cadena
Coloqué el gancho en el borde del tanque y pasé la cadena alrededor un palo esquinero.
Oí el relincho del caballo nochero que dejaban ensillado en un corral por cualquier
accidente.
Saqué la cadena y la dejé donde la encontré para que pareciera que el tanque se había
Sonó la alarma y empezó a girar para atrás. Hasta ahí todo bien.
caí afuera.
jinete.
121
Tenía toda la pinta de un soldado de la época de San Martín y Belgrano, que aparecían
en las revistas “Anteojito” y “Billiken”, pero mucho más desprolijo, sucio y barbudo. A
mí ni siquiera me miró.
Pensé que me había mandado una macana trayendo un tipo del pasado.
Pero apareció otro y otro más, de a dos, varios, algunos a pie, otros en mula, negros,
indios, mestizos, también mujeres con vestidos rotos y manos sucias, hasta chicos y
perros aparecieron, uno detrás de otro y a una velocidad increíble fueron poniéndose
alrededor de la casa.
Los invitados a esa altura ya se habían ido entre los gritos de Alfredo y las condolencias
Nadie vio la gente que brotaba del mármol. Y ellos, me pareció, no me veían a mí.
Yo me había quedado con la boca abierta, el cofre en una mano y el reloj en la otra.
Después surgieron los que parecían oficiales, altos y con buen estado físico, y se veía
que era excelentes jinetes de los únicos caballos buenos que aparecieron, con uniformes
simples, azul oscuros con ribetes rojos, una pluma roja en el casco y botas de
granaderos.
Cuando parecía que ya no saldría nadie más, aparecieron las patas de un caballo blanco,
después su cabeza y por último un señor con mucha más presencia que el resto.
-¿Usted mandó a llamar?- tenía una voz fuerte pero amable y me trataba de usted como
Yo empecé a tartamudear
-Pe-pe-pe-pe-pe-pe.
122
Sin poder decir una palabra coherente señalé hacia donde suponía que deberían estar los
malignos.
-¡Voluntarios!- gritó
Aparecieron cuatro soldados, tres a caballo y uno a pie. Los caballos eran tan
El general me miró.
Pensar en el ejército de San Martín desarmado, me dio un poco de risa que tuve que
Creí que San Martín se me iba a morir de risa, pero sólo miró intrigado.
Me acerqué a una pila de leñas, ramas y marlos. La rocié esperando que al menos se
Parecía que la pila de armas no se iba a terminar nunca, pero alcanzó justo para todos.
Había uno más cuidado y de mejor calidad que el resto. A ese nadie lo tocaba.
Luego que todos tuvieron sus armas, San Martín tomó su sable curvo.
Cuando esperé que dieran la información del raro ejército enemigo, dijeron:
123
Pensé en los anteojos traductores, pero sólo le servirían a uno, digamos, a San Martín,
pero ¿y el resto?
Miré el cofre buscando alguna palabra que saque anteojos o algo así, pero no se me
ocurrió.
Puse ANTEOJOS pero me faltaba una letra. Y yo sabía que para que el cofre
Tomó un poco de grasa con el dedo y se la pasó por las cejas. Me lo devolvió. Miró
Después él me preguntó:
-¿Usted es baqueano?
No entendí “baqueano” pero supuse que querría que le dijera lo que sabía de los
espectros. Le empecé a contar todo como si repasara una lección, terminando con el
XVIII
Los voluntarios tardaron como mil horas en volver, y después estuvieron reunidos con
Él después fue con resto y señaló hacia donde estaban los espectros y quedó un ratito
así, como sus propias estatuas y dibujos de la “Anteojito”, con su sombreo de dos
124
puntas, los cepillos de oro en los hombros. Hasta el caballo se paró en dos patas. No
Se dirigió a su ejército:
-Señores, esta será una batalla contra un enemigo diferente, no menos peligroso que los
Pegaron un grito que se debe haber escuchado desde Mar del Plata.
-No esperaremos su ataque. Cada uno se dirigirá con su tropa hacia un punto.
Y empezó a llamar a cada uno dándole un destino: Norte, Noreste, Sudeste, hasta
cubrir todos los puntos cardinales. Él se reservó el Este, que era hacia donde miraba la
-Entiendo que usted es muy importante para ellos-dijo dirigiéndose a mí- le aconsejo
“General hace unos días yo me hubiera quedado abajo de la cama, pero siento que debo
No era como los de las películas con ametralladoras y cascos como pelelas duras. Estos
eran hombres comunes sin afeitarse, viejas con pañuelitos negros en las cabezas como
mi abuelita Carmen, chicos, todo el mundo estaba para pelear por mí. Y yo le había
125
Y un poco asustado y otro avergonzado le dije:
San Martín hizo una mueca que se pareció bastante a una sonrisa.
A esa hora ya estaba amaneciendo y el caballo nochero, sin hacer caso a tanto
Pensé agarrarme del cogote mientras comía, así cuando alzara la cabeza, me levantaría,
-No sé montar.
Se me ocurrió que llamaba a alguien para que me hiciera piecito para montar. Moriría
-Es soldado de Belgrano, pero insistió en venir con nosotros a conocerlo a usted.
Y a él:
-Enséñele a montar a este hombre- le dijo así, “este hombre”, pese a que yo seguía
126
Se acercó al caballo. Lo tomó de las crines. Pegó un salto revoleando la pierna en el
aire. Parecía que hubiera volado. Quedó montado como si hubiese nacido ahí. Con la
-¿Viste?- me dijo con un cantito de no sé qué provincia- es fácil. Ahora probá vos.
espanta.
Hubiera preferido enfrentarme yo solo a todos los naas y aparecidos antes de estar con
Quedé medio colgado pero arriba del caballo. Se oyeron algunos aplausos.
Inmediatamente se convirtió en un sable corvo casi tan grande como el de San Martín
Después se oyó el redoble del tambor y todo el ejército salió a enfrentar al enemigo.
No quedó nadie sin ir a la batalla. Hasta me pareció ver al Tamborcito guiando un ciego
127
Yo en cambio, estaba preocupado principalmente, por no caer del caballo. Iba hacia un
lado y cuando me acomodaba, me iba para el otro. Además, el matungo iba al trotecito,
y cundo él subía yo bajaba y me hacía bolsa las asentaderas. Juré nunca más en mi vida
XXIX
Los tomamos por sorpresa. Como no nos habían visto venir, no supieron reaccionar.
Peleaban hasta las mujeres. Todo se empezó a teñir del chocolate derretido que les salía
Yo tranquilo porque el caballo había dejado de trotar, también porque al ser chico, a los
nada, y eso que se oían tiros de fusiles y cañonazos. Ni siquiera Flipper o los demás
Por detrás de los espectros se veían algunas carpas negras y rojas. Supuse que allí
Creí que iba a tener que bajarme y buscar dentro de las carpas una por una pero mi
128
Debajo se notaban unos cuerpos.
Saqué la lona y me encontré con Marta y Paco como paralizados. Tenían unas caras de
También había un ser dos veces más alto que yo, con un cogote largo y brazos inmensos
cruzados adelante. Parecía un tata dios gigante. Abajo tenía cuatro patas. Al novio de
Marta le había lastimado las piernas y los brazos como si lo hubiera querido atacar y
Marta me gritó:
-Cuidado, Toto… Hay algo acá pero no vemos qué es... Parece un diablo o algo así…
pinzas. Del primer sablazo le corté el brazo derecho, y con el segundo el cuello. Le salió
chocolate derretido.
No le dije nada, solamente saqué los anteojos traductores de mi bolsillo y se los di.
- Lo que ves- le respondí- Tené cuidado al sacartelos. Cerrá bien los ojos porque podés
quedarte ciega.
- Dejame, loca, que todo esto es por tu culpa, me hiciste venir con lo que odio el campo,
y encima esto.
129
Montó mal al caballo, apoyando primero la panza en la montura y después se acomodó.
La batalla ya había terminado y los soldados estaban rematando a las criaturas que a
Pasamos con Marta entre ellos mientras yo trataba de explicarle qué había ocurrido.
En eso vimos un caballo destartalado que salió de adelante nuestro con dos jinetes. Era
Llegamos a la casa y nos encontramos a todos durmiendo. Nadie escuchó lo que pasó.
Marta me dijo:
-Nadie va a creernos todo esto. Van a pensar que lo inventamos. Es mejor no decir nada.
No hubo gente muerta. Pero sí varios heridos que fueron transportados por otros.
Algunos me saludaban al pasar. Antes de irse dejaban las armas que se convertían en
Yo esperaba que me dijera “Un gran hombre” o algo así, pero me respondió con su
cantito de provincia:
Nos reímos y abrazamos como si nos conociéramos de toda la vida. Después se fue.
130
Por último pasó San Martín, dejó su sable y me preguntó:
Y se fue.
Yo entré en la casa a darme una ducha. Tenía tanta mugre que dolía.
Informe:
De lo que pasó no voy a decir nada para que no me tomen por loco, me
Marta es una chica buenísima que no merece que el padre la trate así.
Y por último: un amigo me dijo que Manuel Belgrano fue un gran hombre.
Ese día, domingo, vinieron mis viejos a la hora del almuerzo. Preguntaron cómo había
estado la fiesta pero nadie les contestó. Ellos, por las dudas, no insistieron.
131
-¿No te quedan caramelos?
Marta, en cambio, me dio un abrazo interminable y con los ojos rojos de tanto llorar, me
dijo:
-Quedátelos, yo los puedo ver. Vos podés necesitarlos porque los que quedaron vivos
Me despedí de Alfredo sin pedirle de nuevo que negara a los aparecidos. No valía la
pena, si total, los únicos de ellos que quedaban eran el Hombre, Rac y un caballo
destartalado.
-Decime, Alfredo, aunque sea lo del caballo destartalado ¿fue un invento tuyo?
XXX
La iglesia era grande y muy fría. Daba la sensación de que Dios no estaba, o se había
muerto, o no quería que entraran en su casa. Encima, la Virgen patrona, la de los Siete
Dolores (siete con letras, no con números) no había hecho jamás un milagro, ni se le
había aparecido a alguien. Por eso la concurrencia habitual eran algunas viejas perdidas
132
Una de ellas, la del medio, tenía abajo un pequeño respiradero. Si la golpeábamos
sonaba diferente a las demás por lo que la llamábamos “la columna hueca” o “falsa
columna”.
El cura párroco, Miguel, era de lo más divertido. Siempre rodeado como de treinta
chicos, nos llevaba a todos lados en un Citroen todo zaparrastroso que tenía.
Era tan chiquito que cuando daba misa, parecía otro monaguillo. A nosotros nos daba
risa, porque cuando alzaba la ostia detrás del altar, lo único que se le veían eran los
bracitos.
Yo estaba cansado.
Sólo me acuerdo que había que pararse, rezar, sentarse, pararse, cantar, sentarse.
Guardián de la Justicia, terror de aparecidos y espectros, y todavía con todos los dientes
de leche.
Encima los tenía oscuritos. La esperanza era que los nuevos me salieran blancos como
Vuelta a pararse.
Y otra canción.
Se abrieron de par en par las puertas principales para que entraran los chicos con las
133
El mismísimo Rac.
Estaba vestido como un cura, con una sotana andrajosa que arrastraba por el piso, el
pañuelo violeta atado sobre el cráneo le llegaba hasta la cintura. Y para completarla
llevaba los brazos extendidos para darse más presencia de malvado. Lo más lindo era
Mi hermana Silvina charlaba lo más campante con uno que tenía la pierna enyesada
hasta arriba.
Rac parado al lado del curita Miguel esperó a que nos sentáramos.
-¡Too-too!
Me di cuenta que todo ese teatro era sólo para mí, y me dio un poco de engreimiento.
la exhalación.
Mirá si después de todas las que pasé iba a venir este fantoche a amenazarme.
Me paré.
Rac me vio.
134
Levanté las palmas y los hombros cual si fuera un rezo, pero en realidad le hacía señas a
Rac como diciendo: “Y bueno, si lo tenés que matar, matalo”. Si mi hermano era una
porquería.
Él a su vez, abrió los brazos como un mago cuando va a sacar un conejito del sombrero.
Como yo estaba en uno de los últimos lugares, me dio tiempo a salir corriendo.
En la iglesia justo por debajo de los techos, había, una complicada red de túneles, a los
que se entraba por una puertita lateral, por la que subía la gente del coro y la Porota que
era la que tocaba el órgano. El órgano era magnífico. Y sonaba que te cortaba el aliento.
Los túneles estaban más allá del órgano, eran oscuros y repletos de telarañas. Las
Subí por una escalera de caracol como la del Altillo, pero de material.
Arriba había un pasillo ancho, y a un costado de éste, la entrada a la sala del órgano, yo
tenía que seguir hacia los pasillos más oscuros y los túneles.
En la primera curva que di, sentí un olor a cigarrillo que volteaba. Me encontré con el
chiquito de la pierna enyesada hasta arriba que vi charlar con mi hermana. Fumaba un
cigarrillo larguísimo.
135
Me pareció tan insólito que le pregunté:
-Horaca
-¿Y fumás?
-¿Por allá son los túneles?- pregunté sin hacer caso a la ironía.
-Si, pero tené cuidado con los de la derecha. Tienen en el piso una chapa que tapa el
-Encima de adivino, pelotudo- dijo Horaca- te falta calle pibe, los espectros no existen.
No supe si seguir corriendo o pegarle una piña. Él para hacerme enojar más preguntó:
Me volví para golpearlo pero vi que Rac acababa de doblar la curva y salí corriendo
mientras se le acercaba.
Seguí sin darme vuelta, pensando “A Horaca que lo mate la urraca”, me salió un
Pronto se puso todo bastante oscuro. Llegué a una pared que tenía dos desvíos, uno a la
Sentí los pasos de Rac. Tomé hacia la derecha pensando que él agarraría para el otro
lado. Agarró para la derecha. Después había uno que seguía y otro que volvía. Fui por el
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Apenas se veía por la claridad que entraba por los respiraderos de los costados.
-Te venceré con un pito catalán como dijo tu amo, el Hombre. Será lo último que veas, a
Me puse el pulgar en punta de la nariz, los otros dedos hacia arriba y le saqué la lengua.
-Du du du duu.
Cayó en el agujero de la columna. No lo pude ver bien, pero estoy seguro que puso cara
de asombro.
“¿Y si se sale?”
Recordé con la facilidad que había trepado por los caños del galpón quemado.
137
Sentí el grito de chancho.
Me dí cuenta que por primera vez no había sentido miedo en ningún momento.
XXXI
El único que quedaba era el Hombre de los Ojos Verdes. Pero él solo no se iba a animar
a atacarme. Ni a mí ni a nadie.
Yo había hecho al revés de lo que me aconsejó Riso. En vez de acabar con él y dejar a
los demás, terminé con todo el resto y lo dejé a él para que se muriera solo.
Ahora lo único que quería era prepararme para la escuela que ya estaba por empezar.
Me llevó y por supuesto se coló Silvina que se le antojaba todo lo que yo quería.
La librería quedaba a la vuelta de “La Central” pero para el otro lado, por el paseo de La
Ronda.
138
Ahí estaban los libros más viejos, metidos en estantes remotos que me dejaron
revolver. Antes de abrirlos tuve que soplarlos arriba para sacarles las pelusas que se les
acumulaban.
Encontré tesoros escondidos. Julio Verne, Salgari, “La isla del tesoro” de Robert Louis
Stevenson (me acuerdo nombres y apellido del autor), “Las aventuras de Tom Sawyer”,
todos aparecieron descoloridos, con manchitas de humedad en las tapas, o las hojas
pegadas, a un precio que era la décima parte del que tenían los que estaban en la
vidriera. Hasta “Los tres mosqueteros”, que era gordísimo, lo encontré por un precio de
risa.
Papá y Silvina se quedaron adelante. Ella mirando cositas para la escuela, y papá
charlando con el dueño, que se llamaba Coto Cortiglia. Era un tipo bajito, gordo y de
cabeza redonda, medio pelado, y de anteojos, que hablaba despacio, como si no quisiera
romper el silencio mágico que reinaba. Te trataba con tanta amabilidad, que te daban
Entonces yo recorrí, miré, toqué, olí. Era un mundo de papel, creado por gente que
se había pasado la vida escribiendo sólo para mí, para que yo eligiera sus libros, y los
Estaban ahí, en estanterías que llegaban hasta el techo, mezclados, de distintos tamaños,
escritos en todos los idiomas, parados, acostados, apilados. Me pedían por favor que los
Me sentí poderoso, único, porque no encontré a otra persona recorriendo esos pasillos.
Todas esas obras me necesitaban a mí, a Totito, el único lector de la Creación, que
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Tan fuerte que me tiró sobre los libros e hizo que me golpeara la cara contra un estante.
Empecé a toser.
Después me agarraron de los pies y me revolearon hacia arriba. Pegué contra el techo y
XXXII
140
El funeral fue impresionante, con una concurrencia tan grande, que parecía que el lugar
del velatorio se iba a reventar de la cantidad de gente, arreglos florales y palmas que
enviaron.
Se veía a Basilio que lloraba como un chico, gente que se abrazaba y gritaba. Otros, en
cambio, charlaban en voz alta y se reían de chistes estúpidos como si fueran las bromas
más ingeniosas del mundo, otros rezaban y se santiguaban sin ton ni son.
Las empleadas de la panadería como siempre pero sin los delantales azules, parecían
disfrazadas.
El Chilo, con un pie apoyado en la pared, miraba a la gente con un ojo y con el otro
Los chicos del barrio, a pleno, sin perder detalle de este primer velorio.
Los tres Bidarte engominados y con Diego a upa, Rafido hecho un croto, Marcelo Mene
pensando en la caña de pescar nueva que le habían regalado, y Silvina con Horaca
hablándole al oído.
A mí todo eso me parecía sin sentido, porque la Pona no tenía forma de ver cómo se
gastaban en ella.
Yo todavía tenía un yesito en la mano izquierda que me venía bien para no hacer nada
en los primeros días de escuela, y un apósito entre la nariz y el labio, que sirvió para
que me apodaran “Bigote Blanco”. Por el contrario las Siete Cabritas habían
desaparecido.
En realidad fuimos porque se había corrido la bola de que iban a repartir masitas de
confitería. Algunos habían dicho que hasta merengues iban a dar. Yo a eso no lo creía
porque no era un velorio lugar para andar comiendo merengues con todo el miguerío
que hacen. Después vimos que no repartían nada pero ¿qué íbamos a hacer? Ya
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A los hijos de Pona los abrazaban y besaban como si fueran ellos los muertos.
Allí aprendimos que en los velorios no hay que hacer nada, solamente quedarse parados
La Enana se sacaba los anteojos y con un pañuelo blanco se secaba las lágrimas. Daba
En un momento quedó sola y fue hacía el cajón de Pona con su paso de pingüinito. Yo
estuve tentado de imitarla pero había mucha gente y si alguno se avivaba me mataba, de
Cuando estuvo al lado puso una mano sobre el pecho de su hermana. Miró hacia los
Me acerqué un poco para verla mejor, y noté que los dedos se le transformaron en
plastilina naranja.
Mi primera intención fue gritar para que todos vieran pero preferí callarme para
La razón del murmullo era que había entrado Riso con todo su disfraz y la gente se
142
Y él le respondió:
-¿Vos por qué te metés?- le pregunté molesto – ¿No la oíste? Es una hereje.
Encontré a Marcelo Mene haciendo movimientos como si tuviera una caña de pescar.
-Estoy pescando en un mar de gente- y después de mirarme el yeso, agregó –Decí que
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-Leía tus Informes del guardián de la Justicia.
-Sil-Vi-Naa la que ve a los naas- y mirándome con ternura agregó-Ella te cuidó todo el
tiempo.
Abracé a mi hermana y sentí el dolor feo en la garganta como cuando estoy por llorar.
Después se le acercó una amiga de mamá que estaba muy enferma a contarle todos sus
-Señora Enana ¿Y si me mataban? ¿No cree usted que con ocho años soy chico para
-Si, pero era mejor sacrificar un solo chiquito y no toda la ciudad Siete Dolores.
XXXIII
Entraron unos tipos de negro con moñito. Trajeron un martillo gigante y otras cosas.
cada uno, las viejas gritaban: “Oh”. “Ah”. “Oh”. Yo pregunté qué martillaban, y otra
vez me contestó Guille: “La clavan al cajón para que no se la lleven los gusanos”.
Los seguían todos los autos que eran como quinientos. Andaban tan lentamente que uno
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Nosotros fuimos en bicicleta, pasándolos como parados. Cuando se enteró mamá casi
me mata.
Llegamos al cementerio junto con los coches fúnebres, después de pasar como a veinte
cuadras de autos.
Una vez papá me contó que su color cambiaba con cada intendente.
Dijo que habían pasado años con el cementerio sin pintar, hasta que a un intendente se
Quedó horrible. A partir de entonces, toda la gente empezó a hablar del mal gusto del
intendente. Decían eso parecía cualquier cosa menos un cementerio, que había
El próximo, más vivo, lo pintó blanco. La gente empezó a decir que con la cantidad de
cosas que había para hacer en el pueblo, a éste se le ocurría gastarse la plata en pintar de
Así empezó una guerra de los candidatos por la pintada del cementerio. Decían cosas
tales como: “Por una Siete Dolores limpia y un cementerio amarillo”, y los partidarios
de cada uno, pintaban sus casas del mismo color. Hasta se hacían apuestas y se
Papá dijo también que al final, uno recordaba en qué momento morían las personas por
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Antes de dejarla, alguien dijo unas palabras que debieron ser muy ciertas porque todo el
Mientras hablaba yo no sabía qué hacer. Me puse a mirar a la gente. Descubrí que al
lado mío había una nena que tenía unos ojos color verde claro inmensos. Cuando ella
me miró, le dije en voz baja algo gracioso acerca del que hablaba. Se empezó a reír
Informe final:
E. que ya no es G. J.
Y la conocí a Patricia que ya tiene nueve años y es casi tan linda como mamá
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12 octubre de 2009
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