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NACHO Y EL DULCE DE ICACO

Dicen que los ratones constituyen ciudades bajo las plazas y avenidas de los pueblos. Allá abajo
en la tierra, sin que nadie se dé cuenta, eligen reyes, tienen genios héroes… Todo muy bien,
pero esta historia nada tiene que ver con los ratones famosos sino con una humilde familia de
ratoncitos campesinos que tenía su madriguera bajo una mata de moras en las afueras de una
tranquila aldea.

La madriguera tenía varios cuartos, pues la familia era numerosa. El menor de la familia se
llamaba Nacho. Era todo gris menos la lengüita rosada con que se bañaba, los dientecillos
blanquísimos los picaros ojos de chispita negra.

Una mañana Nacho salió en busca de aventuras. Como los demás dormían, nadie le vio salir.
Corrio por los potreros tan rápido que por poco pierde su sombra. Llego a la aldea donde como
siempre, olia… ¡olia delicioso!

Nacho se metió por la rendija de una puerta y se encontró un una cocina llena de olores
apetitoso pero también llena de gente.

-¡Auxilio! ¡Un ratón! –grito alguien.

-¿Cual ratón? –grito alguien mas

- Ahí estaba.

- ¡Que va, no hay nada!

Nacho, escondido detrás de la cocina, suspiro de alivio. Había comprobado que no tenían gato
porque lo habrían llamado.

La gente de la cocina estaba muy ocupada. Estaban preparando el almuerzo para una visita
encopetadisima. Toda la comida se veía deliciosa, pero Nacho tenía los ojos puestos en el
dulce de icaco. Ya casi nadie ha vuelto a hacer dulce de icaco en las casas. Los icacos estaban
en una vasija que dejaron sobre la mesa. Nacho espero con paciencia. Cuando se fue la última
persona de la cocina, salió disparado de su escondite. Salto a la mesa y luego a la vasija .
¡Increíble quedar nadando en el dulce! Era lo que más le gustaba. Se puso a comer dulce, pero
hacia tanto calor y la dulzura que le dio mucho sueño. Medio dormido, oyó la voz de un niño
pequeño que decía: -Hay mamita, ¡que postre más rico!, ¿puedo probarlo? - No ahorita no,
pero hoy te vas a sentar en la mesa con los grandes. Eso sí, tienes que estar bien formalito.
Nada de comer con la mano, ni hablar cuando los grandes están hablando, ni decir que la
comida esta fea. Te comes todo lo que te sirvan sin decir nada. Nacho fue cayendo en un
sueño cada vez más profundo. Enrolladito, cubierto completamente de dulce y tan chiquito
como en el dulce. Lo despertó un fuerte sacudón. Nacho se paralizo de miedo. Estaban
alzando la vasija y la llevaron al comedor. Con una cucharada grandísima alguien empezó a
sacar los icacos del dulce. No quedaba más remedio que seguir fingiendo ser como un icaco.
Pidió a San Francisco de Asís el santo de los animales que lo salvara de algún modo… A los
grandes les sirvieron de a dos y al niño le sirvieron el ultimo.

-Mamita -dijo el niño- ¿esto qué es?


-Dulce de icaco, m`hijito. Pruébelo es delicioso.

El niño se quedo mirando el plato… Los grandes siguieron conversando y aunque la mama le
había dicho al niño que no debía interrumpirlos, dijo:

-Mamita ¿los icacos tienen ojitos negros?

-¡A que niño mas necio! Los icacos no tienen ojos negros. Come tranquilo sin molestar.

El niño siguió mirando el plato, mientras los grandes seguían hablando cosas serias; pero al
ratito volvió a interrumpir:

-Mamita… ¿los icacos tienen orejitas redondas? -¡Que van a tener orejas redondas m`hijito!

-Mamita… ¿pero bigotitos y colita si tienen? ¡Come y no sigas diciendo tanta bobada! –lo
regaño su mama- que va a tener bigotitos un icaco!

-Mamita… ¿pero patitas si tienen? En ese instante Nacho salto del plato. Las señoras subieron
a los asientos y se pusieron a gritar como sirenas de bomberos. El niño se puso pálido, después
de colorado, después le dio un ataque de risa. Nacho salto de la mesa y corrió y corrió y corrió.
Salió de aquella casa y atravesó potreros y cercas hasta que llego a la mata de moras. Se metió
debajo y encontró el huequito de la entrada de su casa. Se dejo caer como un bólito -¡Hola
Nacho! gritaron los demás ratones ¿Dónde estabas? ¡Cuenta, cuenta! Y sus padres, abuelos,
tíos y hermanos empezaron a limpiarlo con sus lengüitas mientras contaba. Le quitaron de
encima pajas y polvo, hasta que ya no había sino dulce de icaco. Estaba delicioso. Y mientras
escuchaban la increíble historia, lo lamian y lo seguían lamiendo.

-Me encanta un final así dijo la abuela secándose un par de lagrimas-, tiene un final tan dulce…
EL HOMBRE QUE QUIZO SER COMO CRISTO

El buen campesino entro en la ermita de Santo Cristo; se arrodillo a los pies del crucifijo y clavo
sus ojos en la doliente imagen del Redentor. Su corazón se puso muy triste.

-¡Oh señor! - gimió con dolor -. ¡Si yo pudiera hacer algo por ti! ¡Si yo pudiera hacer algo por
ti! ¡Si al menos durante una hora pudiera ocupar tu lugar! Apenas hubo dicho estas palabras,
desde lo alto escucho una voz: -¡Bien! Bajare de la cruz y ocuparas mi lugar. La cruz es tuya.
Sube solo te pido paciencia. No dirás nada calla como el cielo estrellado calla sobre la tierra. El
campesino sintió perfectamente como sus brazos se echaban para atrás y sus nudillos rozaban
la áspera madera de la cruz…, pero no sufría… y sintió que su rostro poco a poco se
transformaba en el rostro de Cristo.

De pronto oyó:

-¡Gracias señor de ti lo he recibido!

Miro hacia arriba y vio arrodillado al granjero más rico del lugar. Nunca le había nadie en esa
posición.

¡No será tan malo como cree la gente! –Pensó el campesino-.

El granjero rico no era una persona muy religiosa. Al minuto se levanto el campesino vio desde
lo alto de la cruz como. Como al irse, dejaba perdida una bolsa con monedas de oro. El
crucificado abrió la boca para avisarle, pero… se mordió los labios. Recordó la recomendación
del Señor y callo. Y mientras dudaba si seria este el silencio que le había ordenado Jesús llego
un hombre y se arrodillo ante el crucifijo.

-Señor: estoy en un momento difícil pero confió en ti porque sé que tú me ayudaras…

Es cierto que ese hombre necesitaba dinero pero estaba convencido de que el dinero no
estaba la dicha y al del crucifijo se le enterneció el corazón ¿Cómo podrá ayudarle?

Pero… ¡ya no era necesario! La mirada del hombre tropezó con la bolsita de monedas y se fue
alegre cantando a la Providencia.

¡Ya sabía yo, señor, que tú me ayudarías!

El crucificado quiso detenerlo y decirle:

-¡Ese dinero no es turo! ¡Yo conozco al dueño!

Pero calló, nervioso, pensando en el silencio al que estaba obligado… Y al poco rata apareció
una muchacha con un ramo de flores. Mientras ponía las blancas margaritas a los pies del
crucifijo, le hablo así: -¡Soy feliz, señor! ¡Gracias! ¡Pronto me casare con el mejor hombre del
pueblo!

Estaba tan concentrada en su alegre plegaria que no sintió la llegada del granjero rico que,
sofocado, revolvía todos los rincones… al verla la cogió de un hombro y… -¡Dame mi dinero!
¡Devuélveme el dinero! La muchacha se quedo en silencio, como espantada, y el hombre se
enfureció aún más.

-¡Dame mi dinero! El granjero iba a agarrar a la muchacha del brazo, pero no llego a tocarla…

La mano del crucifijo se engarfio sobre la muñeca del granjero. -¡Es inocente! – grito el de la
cruz. El granjero sacudió violento la cabeza, como si quisiera despertar de una pesadilla. Pero
no, allí estaba la mano desclavada y algo en el rostro del crucificado. Lanzo un quejido, anduvo
uno metros de espalda, sin convencerse y después huyo, la muchacha ya corría lejos de ahí.

El de la cruz vio al Cristo verdadero que le miraba con tristeza y que le decía serenamente:

- ¡Deje la cruz! No puedes permanecer en ella. Te ordené que callaras.


- ¡Baja! -insistió dulcemente Cristo-. No comprendes, no puedes entender… Era necesario
que uno perdiera el dinero, que otro lo encontrara, y un tercero que sufriera por todo ello.
¿Quieres entender la Providencia? El primero ya no pecará con dinero mal habido; el
segundo hará una obra buen, y la muchacha, demasiado feliz, sabrá que en la tierra no hay
dicha completa…
- La Ermita quedo como estaba. Pero los campesinos cuando pasan ante el Cristo y recuerdan
la lección de la paciencia. Aprietan los labios y callan, mientras marchan silenciosos por la
tierra, bajo el callado cielo estrellado…

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