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I. El decurso de los procesos anímicos es regulado en parte por el principio de placer. Lo pone en marcha una
tensió n displacentera y adopta tal orientació n que su resultado coincide con una disminució n de ésta, es decir,
con una evitació n de displacer o produccion de placer. La exposició n metapsicoló gica tiene en cuenta el papel
económico, el placer y displacer dependen de la cantidad de excitació n presente en la vida anímica y no ligada,
el displacer corresponde con un incremento y el placer con una reducció n. El principio de placer es el modo de
trabajo primario del aparato anímico y se deriva del principio de constancia. Sin embargo existen también
fuerzas que contrarían este principio y su resultado puede no relacionarse con la ganancia de placer. Para la
autoconservació n del organismo el principio de realidad pospone la satisfacció n tolerando el displacer. Otra
fuente de desprendimiento de displacer surge de los conflictos y escisiones producidos en el aparato, por
medio de la represió n de ciertas pulsiones que son inconciliables con las restantes y se les prohíbe su
satisfacció n, estas consiguen procurarse una satisfacció n por ciertos rodeos, es sentido por el yo como
displacer. La reacció n frente a las exigencias pulsionales y los peligros externos pueden ser conducidas por el
principio de realidad o de placer.
II. La neurosis traumá tica sobreviene tras conmociones mecá nicas y accidentes que aparejaron riesgo de
muerte, la causació n se sitú a en el factor sorpresa: el terror.
La angustia designa un estado de expectativa frente al peligro desconocido y la preparació n para él.
El miedo requiere un objeto determinado.
El terror se produce cuando se corre un peligro sin estar preparado.
En la angustia hay algo que protege contra el terror y la neurosis de terror. La vida onírica de la neurosis
traumá tica reconduce al enfermo una y otra vez a la situació n de su accidente de la cual despierta con renovado
terror, el enfermo está fijado psíquicamente al trauma. La funció n del sueñ o resultó afectada y desviada de sus
propó sitos, el sueñ o nocturno lo lleva a la situació n pató gena, a pesar de que este tiene como funció n el
cumplimiento de deseo, mostrá ndose unas tendencias masoquistas del yo.
En el juego del fort-da, el niñ o arroja lejos de sí un juguete con un fuerte y prolongado “o-o-o-o” (fort = se
fue)y al hacerlo mostraba satisfacció n. Cuando jugaba con un carretel, lo atraía hacia sí tirando del piolín
mientras decía “da” (acá está ), la má s de las veces só lo se observaba el juego del fort. El juego se relaciona con
su renuncia pulsional de admitir la partida de la madre, la repetició n iba conectada a una ganancia de placer de
otra índole. Presupone la existencia de tendencias situadas má s allá del principio de placer, originarias e
independientes. El niñ o convirtió en juego esa vivencia por otro motivo, en la vivencia era pasivo y ahora se
ponía en un papel activo, el acto de arrojar el obj para que se vaya era la satisfacció n de un impulso era
sofocado en su conducta a vengarse de la madre por irse “yo te echo”, existiendo medios para convertir en obj
de recuerdo y elaboració n animica lo que es displacentero.
III. En la cura psicoanalítica el enfermo se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de
recordarlo, esta reproducció n tiene siempre un fragmento del complejo de Edipo que se juega en el terreno de
la transferencia, en éste momento la anterior neurosis se sustituyó por una neurosis de transferencia. Dentro
de las resistencias, hay resistencias icc, esto no da resistencia alguna a la cura y solo busca irrumpir en la cc. La
resistencia es al principio icc en la cura y se elimina por medio de que el yo coherente se opone a lo reprimido,
en el interior del yo también se encuentra lo inconsciente, lo que es el núcleo del yo, siendo esto parte de lo pcc,
la resistencia parte del Yo, y la compulsión a la repetición se relaciona a lo reprimido inconsciente. La
resistencia del Yo cc está al servicio del principio de placer, este quiere ahorrar el displacer que produciría la
liberació n de lo reprimido. La compulsió n de repetició n hace revivenciar operaciones de mociones pulsionales
reprimidas que provocan displacer al Yo, sin contradecir al principio de placer ya que puede hacer sentir placer
para un sistema, otras que bajo ningú n punto de vista puede producir placer. Esta compulsió n a la repetició n
devuelve vivencias pasadas que no tienen posibilidad de satisfacció n y habían sido reprimidas.
El florecimiento temprano de la vida sexual infantil estaba destinado a sepultarse porque sus deseos eran
inconciliables con la realidad. La pérdida de amor y el fracaso dejaron un dañ o permanente del sentimiento de
sí, como cicatriz narcisista, que provocará má s adelante un sentimiento de inferioridad. La investigació n sexual
así como el vínculo establecido con el progenitor sucumbieron al desengañ o. Los neuró ticos repiten en la
transferencia todas estas ocasiones indeseadas y dolorosas reanimá ndolas. Las pulsiones que estaban
destinadas a conducir a la satisfacció n llevaron a displacer; y má s allá de eso se la repite compulsivamente, este
eterno retorno de lo igual se instaura má s allá del principio de placer, uniéndose también los sueñ os
traumá ticos y el juego del fort-da.
IV. La metapsicología sostiene que la cc es la operació n de un sistema particular, mientras que el sistem prcc
está en la frontera entre lo exterior y lo interior, este sistema cc es el proceso excitatorio deviene conciente
pero no le deja huella; todas las huellas se producen a raíz de la propagació n de la excitació n a los sistemas
internos contiguos, la conciencia surge en reemplazo de la huella mnémica. En la Cc el proceso de excitació n no
deja tras sí una alteració n permanente en sus elementos sino que se agota en el devenir conciente, esto es
porque el sistema Cc está en constante contacto con el mundo exterior.
La superficie o corteza en contacto con el mundo sirve como ó rgano receptor de estímulo, por la incesante
entrada de los estímulos externos sobre la superficie de la vesícula, la sustancia de ésta se alteró hasta una
cierta profundidad, de modo que el proceso excitatorio desvíe de distinta manera en los estratos má s
profundos. La corteza ofrece las condiciones favorables para la recepció n de estímulos y no es susceptible de
ulterior modificació n, el paso de la excitació n ya no puede imprimir ninguna alteració n permanente a sus
elementos. En el avance de un elemento al otro la excitació n tiene que vencer una resistencia, y la reducció n de
ésta es un proceso de facilitació n, que crea la huella permanente. En la Cc no subsisten resistencias de pasaje de
ese tipo entre un elemento y otro. La energía de investidura quiescente (ligada) no es conducida en la Cc sino la
móvil (libre) susceptible de descarga.
Esta vesícula flota en medio de mundo cargado de energías y sería aniquilada si no estuviera provista de una
protección antiestímulo. La superficie má s externa se vuelve inorgá nica, y opera apartando estímulos como una
membrana. Las energías externas se propagan con una fracció n de su intensidad, los estratos seguidos que
continú an vivos pueden recibir los volú menes de estímulos filtrados. El estrato externo al morir preservó a los
otros de sufrir tal destino, la tarea de protegerse es má s importante que la de recibirlos. El organismo está
dotado de una reserva enérgica propia, y en su interior se despliegan formas particulares de transformació n de
la energía, y debe preservarlas del influjo nivelador de las energías hipergrandes. Estos estratos se internaron
en lo profundo del cuerpo, pero parte quedó atrá s en los ó rganos sensoriales, que tienen dispositivos
destinados a recibir acciones estimuladoras específicas, y mecanismos preventivos para una ulterior protecció n
contra volú menes de estímulo de variedades inadecuadas tomando solo pizcas del mundo exterior.
Los procesos anímicos inconscientes son atemporales, el tiempo no altera nada en ellos, no pueden
representarse temporalmente y su ordenamiento no es temporal, nuestra representació n del tiempo
corresponde al modo de trabajo del sistema Prcc.
El sistema Cc o estrato cortical sensitivo recibe también excitaciones desde adentro, pero la protecció n desde
adentro es imposible, la posició n del sistema entre el exterior y el interior son decisivas para la operació n del
aparato anímico, hacia afuera hay una protecció n antiestimulo y las magnitudes de excitació n accionaran de
forma reducida, pero hacia adentro es imposible, esto determina la prevalencia de sensaciones de placer-
displacer por sobre los estímulos externos, y la orientació n de la conducta respecto de las excitaciones internas
que produzcan una multiplicació n de displacer demasiado grande. Se tenderá a tratarlas como si actuaran
desde afuera a fin de poder aplicarles el medio defensivo de la protecció n antiestimulo que es el origen de la
proyecció n.
Las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protecció n son traumáticas, un
trauma provocará una perturbació n en la economía energética del organismo y pondrá en acció n la defensa,
donde el principio de placer quedará abolido; el aparato quedó avasallado por grandes volú menes de estímulo
que penetraron, y la tarea es dominar el estímulo ligando psíquicamente los volú menes de estímulo a fin de
conducirlos a su tramitació n.
Donde la protecció n fue perforada, afluyen continuas excitaciones al aparato, y es movilizada la energía de
investidura a fin de crear en el entorno del punto de intrusió n una investidura energética de nivel
correspondiente, produciéndose una contrainvestidura que empobrece los otros sistemas, rebajando cualquier
otra operació n psíquica. Un sistema de elevada investidura es capaz de recibir nuevos aportes de energía y
trasmudarlos en ligaduras psíquicas, cuanta mayor energía quiescente (de ligadura) posea, mayor será su
fuerza ligadora, cuanto má s baja no podrá recibir energía y será n violentas las performaciones de la protecció n
antiestimulo. Hay dos formas de energía, una investidura en libre fluir que esfuerza en pos de su descarga, y
una quiescente de los elementos del sistema. La ligazó n consiste en un pasaje de libre fluir al estado quiescente.
La neurosis traumá tica es resultado de la ruptura de la protecció n antiestímulo del ó rgano anímico. El terror
es producto de la falta de apronte angustiado que conlleva la sobreinvestidura de los sistemas que reciben el
estímulo, a falta de éste los sistemas no está n en buena situació n para ligar los volú menes de excitació n
sobrevivientes, siendo el apronte angustiado la ú ltima trinchera de la protecció n. Los sueñ os que reconducen al
enfermo a la situació n no está n al servicio del cumplimiento de deseo, contribuyen a otra tarea: buscan
recuperar el dominio sobre el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya omisió n causó la neurosis,
esta funció n es independiente y má s originaria que el propó sito de ganar placer. Los sueñ os de angustia son
una excepció n al cumplimiento de deseo, obedecen a la compulsión de repetición que se apoya en el deseo de
convocar lo olvidado y reprimido.
En los casos de herida física, la conmoció n mecá nica al ser una de las fuentes de excitació n sexual y los
dolores al ser un poderoso influjo sobre la distribució n de la libido, liberan el quantum de excitació n sexual
cuya acció n traumá tica es debida a la falta de apronte angustiado, y ligarían el exceso de excitació n al reclamar
una sobreinvestidura narcisista del ó rgano doliente.
V. Las excitaciones que ingresan al aparato sin el resguardo de la protecció n, adquieren la mayor importancia
econó mica y dan ocasió n a perturbaciones economicas, las fuentes de esa excitació n interna son las pulsiones,
representantes de todas las fuerzas eficaces del interior del cuerpo que se transfieren al aparato anímico, estas
mociones pulsionales obedecen al proceso libremente mó vil que esfuerza en pos de la descarga. En el
inconsciente las investiduras pueden transferirse, desplazarse y condensarse, estos procesos que ocurren en el
inconsciente son el proceso psiquico primario, y el que rige la vida de vigilia es el secundario, que posee
investidura ligada. La tarea de los estratos superiores (Prcc-Cc) es ligar las excitaciones de las pulsiones del
proceso primario. El fracaso de la ligazó n produce una perturbació n aná loga a la neurosis traumá tica, solo tras
una ligazó n se produce el imperio del principio de placer con su modificació n en el principio de realidad. Las
exteriorizaciones de una compulsion de repeticion en las actvs de la infancia, muestran un caracter pulsional
que se encuentra en opsicion al principio de placer, en el juego infantil se repite la vivencia displacentera, el
niñ o repite activamente para dominar lo que vivió pasivamente. El reencuentro de la identidad por la
repetició n constituye una fuente de placer, en el analizado, en cambio, la compulsió n a la repetició n en la
transferencia las vivencias infantiles se sitú a en todos los sentidos má s allá del principio de placer. Las huellas
mnémicas reprimidas de sus vivencias infantiles subsisten en estado libre, y son insusceptibles del proceso
secundario, a esta condicion de no ligadas es que deben su capacidad para formar (uniendose a los restos
diurnos) una fantasía de deseo figurada en el sueñ o; esta compulsió n a la repetició n es un cará cter universal de
las pulsiones. La pulsión es un esfuerzo, inherente a lo vivo, de reproducció n de un estado anterior que lo vivo
debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas, las pulsiones tienen una naturaleza
conservadora. Todas las pulsiones quieren reproducir algo anterior, dirigidas a la regresió n, al restablecimiento
de lo anterior, la meta es un estado antiguo que lo vivo abandonó y al que aspira a regresar por todos los rodeos
de la evolució n., la meta de la vida es la muerte, lo inanimado estuvo antes que lo vivo.
La tensió n generada pugnó por nivelarse, así nació la primera pulsió n, de regresar a lo inanimado. Hasta que
decisivos influjos externos se alteraron de tal modo que forzaron a la sustancia aú n sobreviviente a desviarse
respecto del camino vital originario y dar rodeos má s complicados antes de alcanzar la meta, estos rodeos son
retenidos por las pulsiones conservadores, que luchan contra influencias que podrían ayudar al organismo a
alcanzar su meta vital por el camino má s corto. Son pulsiones parciales destinadas a asegurar el camino hacia a
la muerte. Las pulsiones sexuales son conservadoras en el mismo sentido que las otras en cuanto espejan
estados anteriores de la sustancia viva, son resistentes a injerencias externas, y conservan la vida por lapsos
má s largos, las pulsiones de vida contrarian la meta de las pulsiones de muerte. Las pulsiones que llevan a la
muerte buscan el camino má s corto; las sexuales llegadas a cierto punto, se lanzan hacia atrá s para volver a
retomar el camino y prolongar la duració n del trayecto. La pulsió n reprimida aspira a su plena satisfacció n, que
consiste en la vivencia primaria de satisfacció n; toda sublimació n o formació n sustitutiva es insuficiente para
cancelar su tensió n y la diferencia entre la satisfacció n hallada y la pretendida engendra el factor pulsionante.
El camino a la satisfacció n es obstruido por las resistencias; entonces no queda má s que avanzar por la otra
direcció n.
VI. Las pulsiones Yoicas (de muerte) provienen de la animació n de la materia inanimada y quieren
restablecer la condició n originaria; las sexuales reproducen estados primitivos del ser, pero la meta es la fusió n
de dos células sexuales germinales diferenciadas, desde el psicoaná lisis este material corresponde a las
pulsiones sexuales que aspiran a la renovació n de la vida y la realizan.
Una parte de las pulsiones Yoicas que hasta ahora eran tratadas como opuestas a las sexuales, tienen también
una parte libidinosa que se ha tomado por objeto al yo propio, estas pulsiones de autoconservació n narcisista
debieron computarse entre las pulsiones sexuales libidinosas. Las pulsiones sexuales entonces son yoicas y de
objeto, contrapuestas a las pulsiones de muerte. La pulsió n sexual es el Eros que conserva y une, la unió n
genésica produce un efecto fortalecedor y rejuvenecedor. El proceso vital del individuo lleva a la nivelació n de
tensiones (a la muerte), mientras que la unió n con una sustancia viva o un individuo diferente aumenta estas
tensiones, introduce nuevas diferencias vitales. La tendencia dominante de la vida anímica es la de rebajar la
tensió n interna de estímulo, la reproducció n produjo una ventaja que fue mantenida durante la evolució n; las
pulsiones que quieren producir la unió n sexual repetirían algo que una vez ocurrió por casualidad y se afianzó
por ser ventajoso. El Eros procura esforzar las partes de las sustancia viva hacia otras y cohesionarlas, las
pulsiones sexuales son parte de este Eros vueltos hacia el objeto. Actú a desde el comienzo de la vida y entra en
oposició n a la pulsió n de muerte, que nace por la animació n de lo inorgá nico. La afirmació n del cará cter
regresivo de las pulsiones descansa, también, en la compulsió n a la repetició n.
Originalmente llamamos pulsiones yoicas a aquellas orientaciones pulsionales que resultaban menos
conocidas, que podían diferenciarse de las pulsiones sexuales dirigidas al objeto, teniendo estas como
expresió n la libido, una parte de estas pulsiones yoicas también es libidinosa y tomó por objeto al yo propio,
permitiendo el surgimiento de una nueva oposició n entre pulsiones libidinosas /de objeto y yoicas)y otras que
pueden originarse en el interior del yo y pueden verse como pulsiones de destrucció n, dá ndose por oposició n la
pulsió n de vida y de muerte.
El Yo y el Ello (1923)
I. Conciencia e Inconsciente: La conciencia es una cualidad de lo psíquico que puede añ adirse a otras
cualidades, un elemento psíquico, (ej. una representació n) no es conciente de forma duradera, el estado de la
conciencia pasa con rapidez y puede volver a serlo bajo ciertas condiciones. Mientras tanto estuvo latente, fue
susceptible de conciencia, tambien ha sido inconsciente desde el punto de vista descriptivo.
Desde el punto de vista diná mico, puede haber representaciones que no puedan ser concientes porque cierta
fuerza se resista a ello, la represión (esfuerzo de desalojo) es el estado en que estas representaciones se
encontraban antes de hacerse concientes y la resistencia es la fuerza que produjo y mantuvo la represió n.
Hay dos modelos de Inconsciente: lo latente, susceptible de conciencia, y lo reprimido, insusceptible de
conciencia, la primera es preconsciente y el segundo es inconsciente. El Prcc está mucho má s cerca de la Cc que
el Icc.
La conciencia depende del Yo; él gobierna los accesos a la motilidad, a la descarga de las excitaciones en el
mundo exterior. Es la instancia anímica que ejerce un control sobre los procesos parciales, y que por la noche
aplica la censura onírica, de él parten las represiones, que se contraponen al Yo y produce resistencias. Hay en
el Yo algo inconsciente que se comporta como lo reprimido, exterioriza efectos sin devenir conciente, esta
concepció n estructural confirma que todo lo reprimido es Icc, pero lo Icc no coincide con lo reprimido. Una
parte del Yo es Icc, no latente (no Prcc), es un tercer Icc, no reprimido.
II. El Yo y el Ello: La conciencia es la superficie del aparato anímico, son Cc todas las percepciones que nos
vienen de afuera (sensoriales) y de adentro sensaciones y sentimientos. La diferencia entre una representació n
Icc y Prcc es que la primera se consuma en algú n material desconocido, y la Prcc se añ ade a la conexió n con
representaciones-palabra. Estas representaciones-palabra son restos mnémicos, fueron percepció n y pueden
devenir de nuevo concientes, los restos son contenidos en sistemas contiguos al Prcc, por lo cual sus
investiduras fá cilmente pueden transmitirse hacia delante, lo que desde adentro quiere devenir conciente
tiene que trasponerse en percepciones exteriores, a través de las huellas mnémicas, la palabra es el resto
mnémico de la palabra oída. La manera de hacer Prcc lo Icc es restableciendo mediante el aná lisis, aquellos
eslabones intermedios de palabras.
Las sensaciones displacenteras esfuerzan a la alteració n y a la descarga, y el placer, en cambio se produce por
la disminució n de la investidura energética. Lo que deviene conciente como placer y displacer es un otro
cuantitativo-cualitativo en el decurso animico. Eso otro que se comporta como una moció n reprimida puede
desplegar fuerzas pulsionantes sin que el Yo note la compulsió n, só lo una resistencia a la compulsió n, un
retardo de la reacció n de descarga hace conciente eso otro. También sensaciones y sentimientos só lo devienen
concientes si alcanzan al sistema P. Las representaciones Icc necesitan eslabones de conexió n Prcc, en cambio
las sensaciones Icc no, ya que afloran directamente a la conciencia, por mediació n de las representaciones
palabra los procesos internos de pensamiento se convierten en percepciones.
El Yo se ve a partir del sistema P, primero pasa por el Prcc, que se apuntala en los restos mnémicos, pero es
ademá s Icc, esto otro en que se continú a el Yo y se comporta como Icc es Ello. El individuo es un Ello
inconsciente sobre lo cual se asienta el Yo, desde el sistema P, como si fuera su nú cleo, el Yo no envuelve al Ello
por completo sino en la extensió n en que el sistema P forma su superficie, el Yo no está tajantemente separado
del Ello, confluye hacia abajo con él, pero también lo reprimido confluye con el Ello, es una parte de él. El Yo
lleva ademá s un casquete auditivo que se le asienta transversalmente.
El Yo es la parte del Ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediació n de sistema P, se
empeñ a por hacer valer sobre el Ello el influjo del mundo externo, y reemplazar el principio de placer por el de
realidad. La percepció n es para el Yo como la pulsió n para el Ello. Al Yo se le asigna el acceso a la motilidad,
para esto toma las fuerzas del Ello, al que suele cumplir sus deseos haciéndolos pasar como la voluntad propia.
La autocrítica y la conciencia moral son inconscientes y exteriorizan sus efectos, el sentimiento inconsciente
de culpa desempeñ a un papel econó mico en la neurosis y levanta obstá culos para la curació n.
III. El Yo y el Superyo: Existe en el interior del yo una diferencia que es el Superyo (ideal del yo), en la fase
oral es imposible distinguir entre investidura de objeto e identificació n, las investiduras de objeto parten del
Ello, el Yo recibe noticia de ellas y busca satisfacerlas o defenderse mediante la represió n. El Ello só lo resigna
sus objetos mediante una elecció n del objeto en el Yo; introyectá ndolo e identificá ndose con é, siendo el
carácter del Yo es una sedimentació n de las investiduras de objeto resignadas.
Esta transposició n de elecció n eró tica de objeto en una alteració n del Yo permite a éste dominar al Ello y
profundizar sus vínculos con el Ello. Cuando el Yo cobra los rasgos del objeto se impone al Ello como objeto de
amor; transpone libido de objeto en libido narcisista, resignando las metas sexuales y sublimando las mociones
pulsionales, siendo el Ello el gran reservorio de la libido.
Las primeras identificaciones será n universales y duraderos, la identificació n con el padre de la prehistoria
personal es una identificació n inmediata y directa anterior a cualquier investidura de objeto, las elecciones de
objeto del primer período sexual tienen su desenlace en la identificació n primaria, responsable de la
conformació n del Superyo. Dos factores intervienen: la disposició n triangular Edípica y la bisexualidad
constitucional del individuo.
La identificación primaria es la de los progenitores de la prehistoria personal, del complejo de Edipo, la
identificación secundaria es la investidura de objetos en la que el Yo toma los rasgos de ellos para ser tomado
por objeto de sí mismo.
El niñ o desarrolla una investidura de objeto hacia la madre, apuntalado en el pecho como ejemplo arquetípico
de elecció n de objeto, del padre se apodera por identificació n. Por refuerzo de los deseos sexuales hacia la
madre y la percepció n del obstá culo que representa el padre, nace el complejo de edipo, donde la identificació n
con el padre se vuelve hostil, aparece el deseo de eliminarlo y sustituirlo, la relació n se vuelve ambivalente. Con
la caída del complejo se resigna la investidura de objeto de la madre, se reemplaza por una identificació n con la
madre o un refuerzo de la identificació n-padre. La masculinidad tiene una reafirmacion en el varon por el
sepultambiendo del complejo, la actitud edipica de la niñ a llegar a confirmar su caracter femenino, estas
indentificaciones no introducen al yo el obj resignado, la niñ a que recuncia al padre como obj de amor, retoma y
destaca la masculinidad y se identifica con el padre (el obj perdido), por lo tanto el desenlace de la situació n
Edípica depende de la intensidad de las disposiciones sexuales.
Otro de los modos en que la bisexualidad interviene en el destino del complejo, es en caso de duplicació n del
mismo, el niñ o tiene Edipo positivo y negativo al mismo tiempo, posee una actitud ambivalente hacia el padre y
una elecció n tierna hacia la madre, pero al mismo tiempo se comporta como niñ a, mostrando una actitud
femenina hacia el padre y una hostil hacia la madre. El Edipo Completo termina cuando las cuatro aspiraciones
se desdoblan de tal manera de que surge una identificació n padre y madre; la identificació n padre retendrá el
objeto madre del complejo positivo y el padre del complejo invertido; y lo mismo la identificació n madre. Estas
identificaciones que son alteraciones del Yo se enfrentan al otro contenido del Yo como Superyo, este no es un
residuo de las primeras elecciones de objeto del Ello, sino que son una formació n reactiva frente a ellas, su
vínculo con el Yo no es só lo una advertencia (ser como el padre) sino es también una prohibició n (no puede ser
como el padre = debe resignar a su madre como objeto de amor). Debe su génesis a la represió n del Complejo
de Edipo, donde el padre fue el obstá culo para la realizació n de los deseos, este toma prestada del padre su
fuerza, conserva su carácter en el Superyo y cuanto má s intenso fue el complejo y má s rá pido se produjo su
represió n, tanto má s riguroso devendrá el Superyo como sentimiento inconsciente de culpa del Yo.
La génesis del Superyo es el resultado de dos factores bioló gicos: el desvalimiento y la dependencia del ser
humano durante su infancia, y el Complejo de Edipo; el Superyo es la representació n del representante de
nuestro vínculo parental, este ideal del yo es la herencia del Complejo de Edipo, y la expresió n má s potentes de
las mociones y los má s importantes destinos libidinales del Ello. Mediante su institució n el Yo se apodera del
complejo y se somete al Ello, este Yo representa el mundo exterior; el Superyo es el abogado del mundo
interior, es decir, del Ello, en este se retoma el papel del padre, sus mandatos y prohibiciones como conciencia
moral y censura moral, donde la tensió n entre las exigencias de la conciencia moral y las operaciones del Yo es
sentida como sentimiento de culpa.
La diferenciació n entre Yo y Ello es la expresió n necesaria del influjo del mundo exterior. El Superyo se
genera por aquellas vivencias que llevaron al totemismo, las vivencias del Yo parecen perderse, pero si se
repiten con frecuencia e intensidad en muchos individuos se transponen en vivencias del Ello cuyas
impresiones son conservadas por herencia.
IV. Las dos clases de pulsiones: El Yo se encuentra bajo la influencia de la percepció n; el Ello bajo las
pulsiones; pero el Yo está sometido a la acció n de las pulsiones lo mismo que el Ello, del que no es má s que un
sector modificado.
Hay dos tipos de pulsiones: las sexuales o Eros, formadas por las pulsiones sexuales no inhibidas, las
sublimadas, de meta inhibida, y derivadas de esta las pulsiones de autoconservació n; y la segunda la pulsió n de
muerte, encargada de reconducir al ser vivo al estado inerte. El Eros persigue la meta de complicar la vida
mediante la reunió n, la síntesis de la sustancia viva dispersada en partículas para conservarla.
Ambas se comportan de manera conservadora en sentido estricto, pues aspiran a restablecer un estado
perturbado por la génesis de la vida. La vida sería un compromiso entre dos aspiraciones: la causa de que
continú e la vida y la pugna hacia la muerte, ya que desde el principio habia una actitud ambivalente y la
mudanza se da por un desplazamiento reactivo de la investidura sustrayendose energia a la mocion erotica y se
da energia a la mocion hostil. En cada fragmento estarían activas ambas en una mezcla desigual, como
consecuencia de la unió n de los organismos elementales en seres pluricelulares se consiguió neutralizar la
pulsió n de muerte de las células singulares y desviar hacia el mundo exterior las mociones destructivas por
mediació n de la musculatura, la pulsió n de muerte se exteriorizaría como pulsió n de destrucció n dirigida al
mundo exterior y a otros seres vivos, estando la pulsió n de destrucció n sincronizada a fines de la descarga al
servicio del Eros. La esencia de una regresió n libidinal estriba en una desmezcla de pulsiones y a la inversa, el
progreso tiene por condició n un suplemento de componentes eró ticos.
En la vida anímica hay una energía desplazable que puede agregarse a una moció n eró tica o destructiva y
elevar su investidura, en las pulsiones sexuales parciales, se pueden ver procesos similares donde se
comunican entre sí, y una puede donar su intensidad a otra que proviene de otra fuente; es decir la satisfacció n
de una puede sustituir la de la otra, siendo esta energía activa tanto en el Yo como en el Ello proveniente del
acopio libidinal narcisista, o sea, Eros desexualizada. Esta libido trabaja al servicio del principio de placer para
facilitar ciertas descargas, esta energía de desplazamiento es libido desexualizada o sublimada, y seguiría
perseverando con el propó sito del Eros de unir y ligar.
Al principio toda libido está acumulada en el Ello, en tanto el Yo está formá ndose, el Ello envía una parte de
esta libido a investiduras eró ticas de objeto luego de lo cual el Yo fortalecido procura apoderarse de esta libido
de objeto e imponerse al Ello como objeto de amor, siendo narcisismo del Yo un narcisismo secundario,
sustraído de los objetos.
Las mociones pulsiones se revelan como retoñ os del Eros, las pulsiones de muerte son esencialmente mudas
y casi todo el alboroto de la vida parte del Eros, las pulsiones de destrucció n dirigidas hacia afuera han sido
desviadas del sí mismo propio por la mediació n del Eros. El principio de placer sirve al ello como una guia para
la lucha contra la libido que genera perturbaciones en el decurso vital, mientras que con las exigencias del eros
de las pulsiones sexuales, se detiene esta caida ya que trae nuevas tensiones.
V. Los vasallajes del Yo: El Yo se forma desde identificaciones que toman el relevo de investiduras del Ello
resignadas, las primeras de estas identificaciones se contraponen como Superyo, siendo este el heredero del
Complejo de Edipo y conserva su carácter originario, es decir, su capacidad para contraponerse al Yo y
dominarlo, siendo el recordatorio de la endeblez en que el Yo se encontró . Al descender de las primeras
investiduras de objeto del Ello lo pone en relació n con las adquisiciones filogenéticas de éste y lo convierte en
reencarnació n de anteriores formaciones yoicas.
En la neurosis obsesiva el sentimiento de culpa es hiperexpreso, pero no puede justificarse ante el yo y este se
revuelve contra la imputabilidad de culpa y produce formaciones reactivas pudiendo asi mantener lejos el
material a que se refiere al sentimiento de culpa,el Superyo está influido por el Ello Icc, estos impulsos
reprimidos son el fundamento del sentimiento de culpa.
En la melancolía el Superyo ha arrastrado la conciencia pero el Yo se confiesa culpable y se somete al castigo, en
este el objeto al que se dirige la có lera ha sido acogido en el Yo por identificació n. En ambos casos el
sentimiento de culpa es conciente.
En la histeria el sentimiento de culpa permanece Icc, el Yo histerico se defiende de la percepció n penosa con
que lo amenaza la crítica del Superyo, y lo reprime, se debe al yo que el sentimiento de culpa se mantiene icc, el
yo crea represiones al servicio del superyo.
El sentimiento de culpa tiene que ser icc porque el origen de la cc moral se une con el complejo de edipo que
esta icc, el Superyo proviene también de lo oído siendo una parte del Yo accesible a la conciencia desde
representaciones palabra Prcc (conceptos, abstracciones); pero la energía de investidura le es aportada por las
fuentes del Ello. En el sadismo el componente destructivo se encuentra en el superyo y se vuelve hacia el yo,
gobernando en el superyo la pulsion de muerte, es la conservació n del objeto quien garantiza la seguridad del
Yo. En la neurosis obsesiva la regresió n a la organizació n pregenital hace posible que los impulsos de amor se
traspongan en impulsos de agresió n hacia el objeto, la pulsió n de destrucció n queda liberada y quiere aniquilar
al objeto. El Yo se revuelve contra estas tendencias con formaciones reactivas y medidas precautorias, y
permanecen en el Ello, mientras que el Superyo se comporta como si el Yo fuera responsable de ellas. El Yo
desvalido se defiende contra el Ello agresivo y el Superyo castigador, y consigue inhibir las acciones má s
groseras de ambos, el resultado es un automartirio y al final, una martirizació n sistemá tica del objeto.
El Ello es totalmente amoral, el Yo se empeñ a en ser moral y el Superyo es hipermoral, incluso cruel, cuanto
má s se empeñ e el ser humano en limitar su agresió n, má s severo se torna su Superyo, la explicació n esta en que
el Superyo es sublimació n, identificació n con el arquetipo paterno que fue desexualizado; donde se produjo una
desmezcla pulsional, el componente eró tico no tiene fuerza para ligar la destrucció n y ésta se libera como
agresió n de la que toma su fuerza y crueldad del deber-ser, a su vez la desmezcla se puede producir por
regresió n producida en el ello(como en la neurosis obsesiva).Las pulsiones de muerte se tornan inofensivas por
mezcla con componentes eró ticos, se desvían hacia fuera como agresió n y en buena parte prosiguen su trabajo
sin obstá culos.
El Yo, entonces, está encargado de establecer el ordenamiento temporal de los procesos anímicos y
someterlos al examen de la realidad; aplaza las descargas motrices y gobierna los accesos a la motilidad por
medio del pensamiento; se enriquece desde afuera y desde el Ello al cual sustrae libido, transforma las
investiduras de objeto del Ello en conformaciones del Yo; con ayuda del Superyo se nutre de las experiencias de
la prehistoria almacenadas en el Ello.
En la clínica se produce en algunos casos una reacción terapéutica negativa en la que el paciente refuerza sus
síntomas frente a una mejoría en el tratamiento, no prevalece la voluntad de curar sino la necesidad de estar
enfermos. Esta resistencia a la cura es má s poderosa que otros como la inaccesibilidad narcisista, la actitud
negativa frente al médico o la ganancia de la enfermedad, se trata de un sentimiento de culpa que halla su
satisfacció n en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer. Ese sentimiento de culpa es mudo
para el enfermo, que no se siente culpable sino que solo enfermo, exteriorizandose esta en una resistencia a la a
la curacion. El sentimiento de culpa normal se ubica en la tension entre el yo y el ideal del yo, es la expresion de
una condena del yo por su instancia critica, este sentimiento es cc de forma hiperintensa. Hay dos caminos por
el que el contenido del Ello puede penetrar en el Yo: uno es el directo, el otro a través del Superyo, el yo se
desarrolla desde la obediencia a la pulsion hacia su inhibicion, participando el ideal del yo como una forma
reactiva contra los procesos pulsionales del ello, a su vez, el yo sufre la amenaza de tres clases de peligros: del
mundo exterior, de la libido del Ello y de la severidad del Superyo, tres distintos tipos de angustia le
corresponden, ya que la angustia es la expresion de retirada frente al peligro, como ser fronterizo el Yo
pretende mediar entre el mundo y el Ello, hacer que el Ello obedezca al mundo y que el mundo cumpla los
deseos de él. Es el auxiliador del Ello, pero también es su siervo.
El yo mediante su trabajo de identificació n y sublimació n, presta auxilio a las pulsiones de muerte para
dominar a la libido, pero cae en el peligro de sucumbir a ellas. A fin de prestar ese auxilio, él mismo tuvo que
llenarse con libido, y devenir subrogado del Eros, pero como la sublimació n tiene por consecuencia una
desmezcla pulsional y liberació n de Thá natos sobre el Superyo, su lucha contra la libido lo expone al peligro del
maltrato y de la muerte. Amenazado por los 3 tipos de peligro, el yo desarrolla el reflejo de huida retirando su
propia investidura de la percepció n amenazadora y creando angustia, siendo relevada por investiduras
protectoras (como la fobia). Frente al Superyo el Yo produce la angustia de la conciencia moral, del ser superior
que se convirtio en ideal del yo estuvo la amenaza de castraccion que es el nú cleo en torno al cual se deposita
esta angustia de la conciencia moral. Separar la angustia de muerte de la angustia de objeto y de la angustia
neurotica, se logra a traves de que el yo de de baja su investidura libidinal narcisista y se resignase a si mismo
como otro objeto, donde aparece la angustia de muerte entre el yo y el syo. Se sabe de esta angustia de muerte a
traves de 2 condiciones, como una reaccion frente a un peligro externo y como un proceso interno, donde el yo
se resigna asi mismo porque se siente odiado por el syo (vivir es ser amado por el syo) esta situacion estaba en
la angustia de nacimiento y la angustia infantil de añ oranza, esta angustia de muerte y la angustia de cc moral
puede ser entendida como un procesamiento de la angustia de castraccion.