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Teóricos

UNIDAD 13.
“Más allá del principio de placer'' (caps. II y III)”

II.
Freud habla de las neurosis traumáticas. Se refiere aquellas que sobrevienen post accidentes que
aparejaron riesgo de muerte.

La 1era guerra mundial provocó un aumento de estas neurosis.


En la neurosis traumática común se destacan dos rasgos que podrían tomarse como punto de
partida de la reflexión: que el centro de gravedad de la causación parece situarse en el factor de la
sorpresa, en el terror, y que un simultáneo daño físico o herida contrarresta en la mayoría de los
casos la producción de la neurosis.

Hace una diferencia entre los términos terror, miedo y angustia. Dice que no deberían utilizarse
como sinónimos.
Por un lado, la angustia designa cierto estado como de expectativa frente al peligro y preparación
para él, aunque se trate de un peligro desconocido.
El miedo requiere un objeto determinado, algo a lo que uno le teme.
Y el terror, es el estado en el que se cae un peligro sin estar preparado. Destaca el factor sorpresa.

Los sueños en la neurosis traumática, reconducen al enfermo, una y otra vez, a la situación de su
accidente, de la cual despierta con renovado terror. El enfermo está, por así decir, fijado
psíquicamente al trauma.

Se le pone en juego a Freud la idea del sueño como cumplimiento de deseo. Los traumados por la
guerra reviven su trauma constantemente, no sueñan con mejorar, o con un deseo de vida mejor.
Por eso dice, que el proceso del sueño se ve afectado y desviado de sus propósitos, o que
tendríamos que pensar en las enigmáticas tendencias masoquistas del yo.

Cuenta el caso de un niño, de un año y medio, que era muy hábil e inteligente. Hacía caso a la
madre, se portaba bien y sin chistar aceptaba que su mamá se vaya a trabajar…
Le gustaba jugar a arrojar sus juguetes y todos los objetos que encontraba, lejos de sí. Cuando hacía
eso, profería con expresión de interés y satisfacción un “o-o-o-o”.
Según la madre, eso significaba “fort” (se fue). El niño jugaba a que sus juguetes “se iban”.
Luego cuando buscaba los objetos decía “da” (acá está). El juego consistía en desaparecer y volver. El
mayor placer, se le generaba cuando el objeto volvía.

La interpretación que hace Freud, es que el niño, mediante este juego. Expresaba la renuncia
pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre. Se
resarcía, escenificando por sí mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar. La
condición previa de irse, es necesaria para la satisfacción posterior de la reaparición.

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El acto de arrojar el objeto para que “se vaya”, era la satisfacción de un impulso, sofocado por el
niño en su conducta, a vengarse de la madre por su partida.
Más tarde, cuando el niño crece, comienza a tirar a sus juguetes al grito de “vete a la guerra”. Su
padre ausente estaba en la guerra, y no lo extrañaba. Es más, daba indicios de no querer ser
molestado en su posesión exclusiva de la madre.

Los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida. De ese modo,
abreaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan, por así decir, de la situación. Los juegos
están presididos por su gran deseo dominante: ser grandes.

Freud dice que aun bajo el imperio del principio de placer existen suficientes medios y vías para
convertir en objeto de recuerdo y elaboración anímica lo que en sí mismo es displacentero.

III.
El enfermo no siempre recuerda todo lo que reprime. Se ve forzado a repetir lo reprimido como
vivencia presente, en vez de recordarlo, como el médico preferiría.
Esta reproducción, siempre tiene por contenido un fragmento de la vida sexual infantil, y por tanto,
del complejo de edipo y sus ramificaciones.
Se escenifica en el terreno de la transferencia, de la relación con el médico.

La resistencia en la cura proviene de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica
que en su momento llevaron a cabo la represión. Los motivos de las resistencias, son inconscientes
en la cura. Eliminamos esta oscuridad, poniendo al yo coherente en oposición y lo reprimido. La
resistencia del analizado parte de su yo. La compulsión a repetir es inconsciente.

La resistencia del yo consciente y preconsciente está al servicio del principio de placeR: quiere
ahorrar el displacer que se excitaría por la liberación de lo reprimido, en tanto nosotros nos
empeñamos en conseguir que ese displacer se tolere invocando el principio de realidad.

La compulsión de repetir, invoca a eso reprimido, eso genera displacer para el yo. Sin embargo, no
contradice al principio de placer: lo que genera displacer en un sistema, produce satisfacción en el
otro. Sin embargo, acá se agrega el factor de que la compulsión de repetir devuelve también
experiencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, y que ni en su momento
pudieron ser satisfactorias.

Dice que el florecimiento temprano de la vida sexual infantil estaba destinado a sepultarse porque
sus deseos eran inconciliables con la realidad y por la insuficiencia de la etapa evolutiva en que se
encontraba el niño. Los neuróticos repiten en la transferencia todas estas ocasiones no deseadas y
estas situaciones afectivas dolorosas, reanimando las con gran habilidad.
Se trata de la acción de pulsiones que estaban destinadas a conducir a la satisfacción, pero en aquel
momento no la produjeron, sino que solo conllevan displacer. Esa experiencia fue al pedo, porque
después estás condenado a repetirlas.

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Eso aplica tanto a neuróticos como a los no neuróticos. Y no funciona solo en el análisis, se transfiere
en todos los vínculos y en todas las cosas de la vida cotidiana. Ese “eterno retorno de lo igual” nos
asombra poco cuando se trata de una conducta activa de tales personas.
Es mucho más sorpresivo cuando se vivencia pasivamente, una vivencia que lo condena a repetir el
mismo destino.

Por eso decimos, que en la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que se
instaura más allá del principio de placer.
Lo relaciona con los sueños de los enfermos de neurosis traumática y la impulsión al juego en el
niño.
La génesis del juego infantil es la compulsión de repetición y la satisfacción pulsional placentera,
estos dos van de la mano.

La transferencia está al servicio de la resistencia. La compulsión de repetición, es ganada para el


bando del yo, que quiere aferrarse al principio de placer.

Pregunta a hacer a la profesora: ¿Cuándo uno repite tanto tanto tanto y compulsivamente, lo hace
para ver si de esta situación SI logra sacar el placer que antes no pudo? O por qué es sí no?

“Recordar, repetir, reelaborar”

Comienza haciendo como un recorrido desde Breuer, y dice que la meta entre las técnicas hipnóticas
viejas y sus nuevas técnicas es la misma: llenar las lagunas del recuerdo (sentido descriptivo) y
vencer las resistencias de la represión (término dinámico).

Dice que el olvido se reduce a un “bloqueo” de las vivencias, de las experiencias. También dice que
el olvido experimenta la restricción de los recuerdos encubridores.

También dice que los grupos psíquicos de carácter puramente interno (fantasías, emociones de
sentimiento, etc.) tienen que ser considerados separadamente de su relación con el olvidar y el
recordar, ya que no puede recordarse algo que nunca fue olvidado, ya que nunca fue consciente.

Dice que el paciente en este analisis, no recuerda, nada de lo olvidado y reprimido; sino que lo actúa.
No lo reproduce como un recuerdo, sino como una acción, lo repite (inconscientemente). Por
ejemplo: yo no me acuerdo haber sido desafiante con mis padres, sin embargo, me comporto así con
el médico. Ej: no recuerdo haberme sentido avergonzada por ciertos quehaceres sexuales, pero sin
embargo, me avergüenza estar bajo el tratamiento y procuro mantenerlo en secreto.

El paciente empieza la cura con una repetición así. La transferencia misma es una pieza de
repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado. Por eso hay que estar preparados
para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de
recordar.

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Si la cura comienza con una transferencia suave, positiva, eso permite una profundización en el
recuerdo y ahí es donde hasta se calman los síntomas patológicos. Sin embargo, si se vuelve hostil,
se vale de la represión y de “fluir”, el paciente se defiende de la cura.

El paciente repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser
manifiesti: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patólogicos de carácter.

El hacer repetir a un paciente, equivale a convocar un fragmento de vida real, y por eso no en todos
los casos puede ser inofensivo. Puede haber un empeoramiento.

La introducción del tratamiento conlleva que el paciente cambie su actitud frente a la enfermedad.
Que pase de lamentarse a encontrar coraje de ocupar su atención en los fenómenos de su
enfermedad. Pasa a considerarla un digno oponente, un fragmento de su ser al que debe notar y
sacrificar en pos de un bienestar posterior. Así es como en esta nueva relación con la enfermedad
pueden agudizarse los conflictos y resaltar síntomas nuevos. Sin embargo, son empeoramientos
necesarios y pasajeros. Es imposible liquidar a un enemigo ausente.

Al progresar en la cura puede conseguirse la repetición de mociones pulsionales nuevas, situadas a


mayor profundidad, que todavía no se habían abierto a paso.

Es preciso dar tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él, para
reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo la regla analítica
fundamental. En la práctica, esta reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua
tarea para el analizado y en una prueba de paciencia para el médico.

Recordar, repetir, reelaborar (repaso prácticos):


- La transferencia es de libido. La libido que estaba acoplada al síntoma, se transfiere al
analista. Es la condición de posibilidad del análisis. El psicoanálisis y el dispositivo
analítico se valen de la transferencia, pero la misma existe en todos los sentidos de
nuestra vida.
- El analizado no recuerda nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. Lo repite sin
darse cuenta. Durante el lapso que dure el tratamiento, no se librará de la compulsión
de repetir. Se articula con la transferencia y la resistencia. La transferencia es solo una
herramienta de esta repetición.
- La resistencia se sirve de la transferencia. Mientras mayor sea la resistencia, más será
sustituido el recordar por vía de la palabra por el recordar vía acto. Hace falta que la
resistencia se ponga en juego.
- La intervención en ese caso, no se hace mediante la vida de la palabra
- Freud ubica dos cuestiones: la del empeoramiento durante la cura, y que no es posible
eliminar a un enemigo ausente.
- Volver actuales los episodios de la vida del paciente, mediante la palabra o la actuación,
vuelve turbulento el análisis. Ahí es donde ocurre el empeoramiento, el paciente repite
todos sus síntomas y es esperable que eso pase.

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- Es necesario que el enfermo cambie su actitud frente a la enfermedad. Tiene que dejar
de menospreciarla y considerarla un digno oponente. Sí frente a este cambio, el
paciente empeora, se lo “consuela” diciéndole que es necesario que esto suceda, ya que
es imposible enfrentarse a un enemigo ausente o que no esté lo suficientemente cerca.
- Es necesario sustituir la neurosis ordinaria por la neurosis de transferencia. Es vital y es
condición para la cura.
- Es necesario ALOJAR la repetición para poder tratarla. Hay que hacerle frente, entender
análisis por análisis cómo darle lugar y cómo tratarlo a partir de ahí, cómo delimitarlo.
No hay un mismo método para todos, el psicoanálisis no funciona así.
- Si no se pone en jugo la transferencia, el análisis no va para ningún lado. Es necesario
que se
- La transferencia puede ser resistencia, ejemplo, que el paciente falte a las sesiones, etc…
Sin embargo, sin eso es imposible encarar el análisis.
- Habla de la introversión de la libido, propia de la neurosis e inherente a las mismas:
disminuye el sector de la libido susceptible de conciencia, y en esa misma medida
aumenta en el sector inconsciente. La libido va por el camino de la regresión y despierta
los imagos infantiles (mi mama siempre me consideró un desastre, ahora soy una
desastrosa…). Todas las fuerzas que van a la regresión a la libido, se dirigen al análisis en
forma de resistencia cuando este aparece.
- El análisis tiene que librar combate con las fuerzas de ambas fuentes: las fuerzas de la
regresión de la libido y las de la atracción inconsciente.
- La resistencia acompaña todos los pasos del tratamiento.

“Más allá del principio de placer'' (caps. IV, V y VI)


IV.
Freud reflexiona sobre la conciencia y el rol y génesis de la misma. Concluye que la conciencia surge
en reemplazo de la huella mnémica. Dice que el sistema Cc se singulariza por la particularidad de
que en él, el proceso de excitación no deja tras sí una alteración permanente de sus elementos, sino
que se agota en el fenómeno de devenir-consciente. El sistema Cc tiene algo que el resto de los
sistemas no: un choque directo con el mundo exterior.

Toma como ejemplo el funcionamiento de una vesícula. Le sirve para trazar una analogía entre el
aparato psíquico y la misma. Recurrir a audio de prácticos Unidad 7 – Clase 3.

Transferido al sistema Cc, el paso de la excitación ya no puede imprimir ninguna alteración


permanente a sus elementos. Ellos están modificados al máximo para generar la conciencia.

Dice que hay una partícula de sustancia viva que flota en el medio de un mundo exterior cargado con
las energías más potentes, y sería aniquilada por la acción de los estímulos que parten de él si no
estuviera provista de una protección antiestimulo.
La obtiene del siguiente modo: su superficie más externa deja de tener la estructura propia de la
materia viva, se vuelve inorgánica, y opera apartando los estímulos, como un envoltorio o
membrana.

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Hacer que las energías del mundo exterior puedan propagarse con sólo con una fracción de su
intensidad a los estratos contiguos, que permanecieron vivos. Y estos, escudados tras la protección
antiestimulo, pueden dedicarse a recibir los volúmenes de estímulo filtrados.

Para el organismo vivo, la tarea de protegerse contra los estímulos es casi más importante que la de
recibirlos. Está dotado de una reserva energética propia, y en su interior se despliegan formas
particulares de transformación de la energía: su principal afán es preservarlas del influjo nivelador, y
por tanto destructivo, de las energías hiper grandes que laboran fuera.

La recepción de estímulos sirve al propósito de averiguar la orientación y la índole de los estímulos


exteriores, y para ello debe tomar pequeñas muestras del mundo externo, probarlo en cantidades
pequeñas.

Sin embargo, el sistema CC recibe también excitaciones desde adentro. La posición del sistema entre
el exterior y el interior, así como la diversidad de las condiciones bajo las cuales puede ser influido
desde un lado y desde el otro, se vuelven decisivas para su operación y la del aparato anímico como
un todo. Hacia afuera hay una protección anti estímulo y las magnitudes de excitación accionaran en
escala reducida; hacia adentro, aquella es imposible, las excitaciones de los estratos más profundos
se propagan hasta el sistema de manera directa y en medida no reducida.

Esta forma de funcionamiento determina dos cosas: la prevalencia de las sensaciones de placer y
displacer sobre todos los estímulos externos, y cierta orientación de la conducta respecto de las
excitaciones internas que producen una multiplicación de displacer demasiado grande. En este caso,
van a ser tratadas como si obrasen desde afuera, no adentro. Y así SI pueden tener el medio
defensivo de la protección antiestimulo.

Este es el origen de la proyección.

Dice que llamará traumáticas a las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar
la protección antiestimulo. Un suceso como el trauma provoca la abolición del principio de placer. Ya
no se puede impedir que el aparato anímico resulte anegado por grandes volúmenes de estímulo;
entonces, la tarea es otra: dominar el estímulo, ligar psíquicamente los volúmenes de estímulo que
penetraron violentamente, y conducirlos a su tramitación.

Un sistema de elevada investidura en sí mismo, es capaz de trasmudarlos en investidura quiescente,


“ligarlos” psíquicamente. Cuanto más alta sea su energía quiescente propia, tanto mayor será su
fuerza ligadora; y a la inversa: cuanto más baja su investidura, menos capacitado estará el sistema
para recibir energía afluyente, y más violentas serán las consecuencias de una perforación de la
protección antiestimulo.

En toda una serie de traumas, el factor decisivo quizás sea la diferencia entre los sistemas no
preparados y los preparados por sobreinvestidura. Si en la neurosis traumática los sueños
reconducen regularmente al enfermo a la situación en que sufrió el accidente, es claro que no están
al servicio del principio de placer. Sin embargo, podemos suponer que buscan recuperar el dominio
sobre el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis traumática.

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Se intenta ligar los estímulos no ligados para que, una vez que se los consigue ligar al campo de las
representaciones, el principio de placer pueda operar.

Los sueños de angustia no son un cumplimiento de deseo, obedecen a la compulsión de repetición:


convocan lo olvidado y reprimido. Son un intento de cumplimiento de deseos.

Ahora entendemos por qué la herida física contrarresta la acción de la neurosis traumática. La
violencia mecánica del trauma externo, produce la ruptura entre la barrera anti estímulo y una
perturbación económica. Liberaría el quantum de la excitación sexual, cuya acción traumática es
debida a la falta de apronte angustiado; y, por otra parte, la herida física simultánea ligaría el exceso
de excitación al reclamar una sobreinvestidura narcisista del órgano doliente.

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¿Las fuentes más profícuas? De la excitación interna son las pulsiones: los representantes de todas
las fuerzas eficaces que provienen del interior del cuerpo y se transfieren al aparato anímico.
Las emociones que parten de las pulsiones no obedecen al proceso nervioso ligado, sino al del
proceso libremente móvil que busca la descarga.

La tarea de los estratos superiores del aparato anímico sería ligar la excitación de las pulsiones que
entra en operación en el proceso primario. El fracaso de esta ligazón provocaría una perturbación
análoga a la neurosis traumática; sólo tras una ligazón lograda podría establecerse el imperio del
principio de placer.

Las exteriorizaciones de una compulsión de repetición, muestran en alto grado un carácter pulsional.
Esto no contradice al principio de placer; el reencuentro de la identidad, constituye por sí misma una
fuente de placer.

“Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado
anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería una suerte
de elasticidad orgánica o, si se quiere, la exteriorización de la inercia en la vida orgánica.”

Nota al pie pág 59.


Habla del segundo dualismo pulsional. Entran en oposición las pulsiones de muerte con las pulsiones
de vida.

“El malestar en la cultura'' (cap. VI)


Habla de cómo la conceptualización de las pulsiones es lo que más modificaciones le implica en su
doctrina. Dice que al principio se basó en el punto de apoyo de “hambre y amor” como lo que
mantiene cohesionado al mundo. El hambre siendo las pulsiones de conservación del individuo, y el
amor como aquellas que pugnan por alcanzar objetos.
Al comienzo se contrapusieron pulsiones yoicas y pulsiones de objeto. Para designar la energía de
estas últimas, introdujo el nombre de libido. La oposición pasa a ser entre pulsiones yoicas y
pulsiones libidinosas.

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Sin embargo, las pulsiones de objeto sádicas, destacan el hecho de que su meta no era precisamente
amorosa, y se anexaba a las pulsiones yoicas, y ADEMÁS estaba relacionado con las pulsiones de
apoderamiento, pero no tenían propósito libidinoso. Por lo tanto, hay algo discordante ahí que
reconoce que lo pasó por alto.
Dice también que fue importante la introducción del concepto del narcisismo. Le permitió
aprehender analiticamente la neurosis traumática.

Finalmente, en “Más allá del principio de placer”, se da cuenta de la compulsión de repetición y del
carácter conservador de la vida pulsional. Parte de especulaciones del comienzo de la vida, etc etc.
Concluye que además de la pulsión a conservar la sustancia viva, también tiene que haber otra
pulsión, opuesta a ella, que pugnara por disolver esas unidades y conducirlas al estado inorgánico
inicial: una pulsión de muerte.

“El problema económico del masoquismo”.


El masoquismo se ofrece a nuestra observación en tres figuras: como una condición a la que se
sujeta la excitación sexual, como una expresión de la naturaleza femenina y como una norma de la
conducta en la vida. Es posible distinguir un masoquismo erógeno, uno femenino y uno moral.

El masoquismo erógeno es el placer de recibir dolor. Se encuentra su fundamento en dos formas:


bases biológicas y constitucionales, y parece incomprensible.
El masoquismo moral, sólo recientemente ha sido apreciada por el psicoanálisis y se manifiesta
como un sentido de culpa inconsciente.
En cuanto al masoquismo femenino, es el más accesible a nuestra observación, el menos enigmático.
Básicamente dice que el masoquismo implica cierta feminidad: las fantasías consisten en ser
castrado, ser poseído sexualmente o parir. Es por eso que le da el nombre de “masoquismo
femenino” a este tipo de masoquismo.

Busca varias explicaciones a este tipo de búsqueda de satisfacción sexual, sin embargo, le parecen
insuficientes. Finalmente, concluye en que en el ser vivo, la libido se enfrenta con la pulsión de
destrucción o de muerte; está que impera dentro de él, quiere descargarlo y llevarlo a la función
inorgánica. La tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora, generalmente lo hace
desviando hacia afuera, dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior. Recibe el nombre de
pulsión de destrucción.
Un sector de esta pulsión es puesto directamente al servicio de la función sexual, donde tiene a su
cargo una importante función. Es el sadismo propiamente dicho. Otro sector que no obedece a este
traslado hacia afuera, permanece en el interior del organismo y allí es ligado libidinosamente.

La pulsión de muerte actuante en el interior del organismo, es idéntica al masoquismo. Después de


que su parte principal fue trasladada afuera sobre los objetos, en el interior permanece, como
residuo, el genuino masoquismo erógeno.
Ese masoquismo sería un testigo de aquella fase de formación en que aconteció la liga, entre ambas
pulsiones. (Eros y pulsión de muerte).

El masoquismo erógeno acompaña a la libido en todas sus fases de desarrollo, y le toma prestados
sus cambiantes revestimientos psíquicos. La angustia de ser devorado por el animal totémico

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proviene de la organización oral primitiva, el deseo de ser golpeado por el padre, fe l fase sádico-
anal…

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Comienza hablando del masoquismo moral. Lo menciona como la tercera forma del masoquismo. Lo
que importa aquí es el padecer como tal, no importa qué es lo que lo causa.

Primero nos ocuparemos de la forma extrema, patológica, de este masoquismo. En el tratamiento


analítico hay pacientes cuyo comportamiento frente a los influjos de la cura nos fuerza a atribuirles
un sentimiento de culpa “inconsciente”. La satisfacción de este sentimiento de culpa es el rubro más
fuerte de la ganancia de la enfermedad, es también el que más contribuye a la resultante de fuerzas
que se resuelve contra la curación y no quiere resignar la condición de enfermo. Curarse implica
renunciar al padecimiento en el que el paciente encuentra una satisfacción.

No es fácil que los pacientes crean cuando le señala este sentimiento inconsciente de culpa. Saben
demasiado sobre el remordimiento en que se exterioriza un sentimiento de culpa y es por eso que
no pueden admitir que albergarían en su interior mociones de esa clase, sin sentirlas
conscientemente. Es por eso que Freud habla de una “necesidad de castigo”.

Le atribuye al superyó la función de la conciencia moral, y reconoce en el sentimiento de culpa la


expresión de una tensión entre el yo y el superyó. El yo reacciona con sentimientos de culpa ante la
percepción de que no está a la altura de los reclamos que le dirige su ideal, su superyó.

“El yo y el ello'' (caps. I, II, III y V)


I.
Dice que el término “ser consciente” es una expresión puramente descriptiva, que invoca la
percepción más inmediata y segura. También dice que la experiencia muestra que un elemento
psíquico, ej una representación, no suele ser consciente de manera duradera. Todo lo que no es
consciente pero puede devenir, se dice que estuvo “latente” y que es “susceptible de conciencia”.

Habla del papel dinámico y descriptivo del inconsciente. Lo define.. no sé. Propone que llamamos
represión, al estado en que las representaciones se encontraban antes de que se las hiciera
conscientes, y aseveramos que en el curso del trabajo psicoanalítico sentimos como resistencia a la
fuerza que produjo y mantuvo a la represión.

Tenemos entonces, dos clases de inconsciente: lo latente (Pcc) y lo reprimido (Icc)


Llamamos preconciente a lo latente, que es inconsciente sólo descriptivamente. Ahora tenemos tres
términos: lo consciente, lo preconsciente y lo inconsciente. El prcc está más cerca del Cc que el Icc.

Sin embargo, dice que estas distinciones no bastan para la práctica psicoanalítica. Por eso habla de
una representación de una organización coherente de los procesos anímicos en una persona: el yo.
De este yo depende la conciencia, los accesos a la motilidad. Es la instancia anímica que ejerce un
control sobre todos sus procesos parciales. De este yo parten también las represiones.

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Acá hace un STATEMENT importante. Lo inconsciente no coincide con lo reprimido; sigue siendo
correcto que todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido. Es por
eso que intuye un tercer Icc, no reprimido.

II.
Del Icc solo sabemos de su existencia por aquello que se hace consciente. La conciencia es la
superficie del aparato anímico, por lo tanto, todas las percepciones que nos vienen de afuera; y, de
adentro, lo que llamamos sensaciones y sentimientos.

Propone entonces, que estos procesos se llamarán “procesos de pensamiento”, y que en ellos se
incluye todos los que advienen a la superficie que hace nacer la conciencia al desplazar energía
anímica en el camino.

La diferencia entre una representación icc y una prcc, consiste en que en la icc se consuma en algún
material que permanece no conocido, mientras que en la prcc se añade la conexión con
representaciones-palabra. Vuelve al tema de que algo deviene preconsciente por su conexión con las
correspondientes representaciones-palabra.
Sólo puede devenir consciente lo que ya una vez fue una percepción cc. Esto se vuelve posible por
medio de las huellas mnémicas. Por ejemplo, la palabra, es el resto mnémico de la palabra oída.

Propone que para volver preconsciente algo inconsciente, lo que podemos hacer es restablecer,
mediante el trabajo analítico, aquellos eslabones intermedios prcc.
Utiliza de ejemplo a Groddeck, y dice que nuestro yo se comporta en la vida de manera
esencialmente pasiva y, somos vividos por poderes ignotos, ingobernables.

Dice que llamará “yo” a la esencia que parte del sistema P y qué es primero prcc, y llamará “ello”, a
lo psíquico en que aquel se continúa y que se comporta como icc. El ello puede desplegar sus fuerzas
pulsión antes sin que el yo note la compulsión, es decir, el ello irrumpe en la conciencia
directamente sin representación palabra.
Un individuo es ahora un ello psíquico, no conocido e inconsciente, sobre el cual se asienta el yo. El
yo no envuelve al ello por completo, sino sólo en la extensión en que el sistema P forma su
superficie. El yo no está separado tajantemente del ello, confluye hacia abajo con el ello.

El yo nace por el replegamiento de las investiduras pulsionales que fueron transferidas, y ahora
están en el ello. El ello es la sede de las pulsiones, es lo que posibilita incluir la pulsión de muerte en
el aparato. Es sobre ello que se asienta el yo, constituyéndose como una instancia diferenciada a
partir de su contacto con el mundo exterior. Esto hace que funcione como mediador entre las
exigencias del ello, exigencias pulsionales, y las demandas del mundo exterior, que requieren la
renuncia de demandas pulsionales.
El yo hunde sus raíces en el ello, el ello es aquello inconsciente del yo. El yo, sin embargo, cuenta con
una ventaja: es él quien controla la motilidad. El yo no posee fuerza propia, la saca de ello para
intentar ponerle freno a sus exigencias. Freud usa el ejemplo del jinete. Se destaca la función del yo
como mediador entre el ello y el mundo exterior (instancias que tienen exigencias completamente
opuestas).

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En lo más íntimo del yo, se encuentra aquello que le resulta más ajeno: el ello. Ello queda en serie
con el masoquismo erógeno y la pulsión de muerte.
Lo reprimido sólo es segregado tajantemente del yo por las resistencias de represión, pero puede
comunicar con el yo a través del ello. Ahí va el gráfico de la página 26.

El yo se empeña en hacer valer sobre el ello el influjo del mundo exterior, se afana por reemplazar el
principio de placer, que rige irrestrictamente en el ello, por el principio de realidad. El yo es el
representante de lo que puede llamarse razón y el ello, es el que contiene las pasiones.

Finaliza diciendo que hay personas en quienes la autocrítica y la conciencia moral son inconscientes,
el sentimiento de culpa es inconsciente. De este modo, da pie al superyó.

III.
El superyó.
Comienza a hablar del superyó. Esta pieza del yo mantiene un vínculo menos firme con la conciencia.
El carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contiene la historia
de estas elecciones.

Habla de las identificaciones, con la demolición del complejo de Edipo tiene que ser resignada la
investidura de objeto de amor de la madre. Esto puede tener dos diversos reemplazos: una
identificación con la madre, o un refuerzo de la identificación-padre. Este último desenlace es el más
normal. De este modo, la masculinidad experimentaría una reafirmación en el carácter del varón por
obra del sepultamiento del complejo de Edipo. En la niña es igual, se identifica con la madre y eso
reafirma su carácter femenino.
También puede pasar que la niña, por ejemplo, se identifique con el objeto perdido. Así reafirmar su
masculinidad. La salida y desenlace de la situación del Edipo depende entonces, de la intensidad
relativa de las dos disposiciones sexuales.

Dice que el complejo de Edipo, analizado más complejamente, depende de la bisexualidad originaria
de niño…. Bla bla bla no parecería ser importante.

“Así, como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede
suponer una sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones,
unificadas de alguna manera entre sí. Esta Alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta
al otro contenido del yo como ideal del yo o superyó.”

El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el complejo de Edipo y más
rápido se produjo su represión, tanto más rigurosa devendrá después el imperio del superyó como
conciencia moral, quizá también como sentimiento inconsciente de culpa sobre el yo.

V. Los vasallajes del yo


El superyó debe su posición dentro del yo a un factor que se puede apreciar desde dos lados. El
primero es la identificación inicial; el segundones que es el heredero del complejo de Edipo, y por
tanto introdujo en el yo los objetos más grandiosos.

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Así como el niño estaba obligado a obedecer a sus padres, de la misma manera es que se somete al
imperativo categórico de su superyó.

El superyó mantiene duradera afinidad con el ello, y puede subrogado frente al yo. Se sumerge en
ello, en la razón de lo cual está más distanciado de la conciencia que el yo.

Freud habla de la llamada reacción terapéutica negativa. Eso es lo que se opone en las personas a la
curación. En estas personas no prevalece la voluntad de curación, sino la necesidad de estar
enfermas. Estas resistencias deben ser analizadas de manera habitual. Dice que se trata de un factor
“moral” de un sentimiento de culpa que halla su satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar
al castigo del padecer. El enfermo, sin embargo, no dice ni se siente culpable, sino enfermo.
Resulta muy trabajoso convencer al enfermo de qué es ese un motivo de la persistencia de su
enfermedad, ya que el se atendrá a la explicación más obvia: que la cura analítica no es el medio
correcto para sanar. La conducta del ideal del yo es el que decide la gravedad de una neurosis.

El sentimiento de culpa normal, consciente, no ofrece dificultades a la interpretación. Descansa en la


tensión entre el yo y el ideal del yo. Sin embargo, menciona dos casos severos en donde el ideal del
yo se abate sobre el yo con una furia cruel: la melancolía y la neurosis obsesiva.

En la neurosis obsesiva el sentimiento de culpa es hiper expreso, pero no puede justificarse ante el
yo. El yo enfermo se revuelve contra la imputación de culpabilidad, y demanda que el médico le
desautorice esos sentimientos de culpa. El análisis muestra que el superyó está influido por procesos
de que el yo no se ha percatado. El superyó ha sabido más que el yo acerca del ello inconsciente.

En el caso de la melancolía es más fuerte la impresión de que el superyó ha arrastrado hacia sí la


conciencia. El yo se confiesa culpable y se somete al castigo. En la melancolía, el objeto a quien se
dirige la cólera del superyó, ha sido acogido en el yo por identificación.

Gran parte del sentimiento de culpa tiene que ser normalmente inconsciente, porque la génesis de
la conciencia moral se enlaza de manera íntima con el complejo de Edipo, que pertenece al
inconsciente.

Freud pregunta, ¿cómo es que el superyó se exterioriza esencialmente como sentimiento de culpa y
despliega sobre el yo una dureza y severidad tan fuertes? En el caso de la melancolía, hallamos que
el superyó hiperintenso, se abate contra el yo, como si se hubiera apoderado de todo el sadismo
disponible en el individuo. El componente destructivo se ha depositado en el superyó y se ha vuelto
hacia el yo. Lo que gobierna en el superyó es el cultivo de la pulsión de muerte, que empuja al yo a la
muerte cuando no logra defenderse.

En la neurosis obsesiva, los reproches de la conciencia moral son igual de penosos y martirizados,
pero la situación es menos transparente. En este caso, el neurotico nunca llega a matarse, es como
inmune al suicidio: es la conservación del objeto lo que garantiza la seguridad del yo. Acá hay una
regresión a la organización pregenital que hace que los impulsos de amor se traspongan en impulsos
de agresión hacia el objeto. Aquí la pulsión de destrucción queda liberada y quiere aniquilar al
objeto.

12
Habla de que toda angustia es en realidad angustia a la muerte. Ejemplo, la angustia de muerte, la
melancolía admite una sola explicación, y es que el yo se resigna a sí mismo porque se siente odiado
y perseguido por el superyó, en vez de sentirse amado. Vivir tiene para el yo el mismo significado
que ser amado: que ser amado por el superyó.
El superyó subroga la misma función protectora y salvadora que al comienzo recayó sobre el padre.
Sin embargo, ahora el yo se ve abandonado por todos los poderes protectores y se deja morir.

Unidad 17
“Análisis terminable e interminable, (caps. II, III, V, VI y VIII)”
II.
Freud se pregunta qué es lo que lleva a decir que un análisis no fue terminado o no pudo ser
finalizado.
En la práctica, es fácil decir cuando un análisis se termina: cuando el analista y el paciente no se
encuentran en la sesión de trabajo analítico. Esto ocurrirá cuando se cumplan dos condiciones: que
el paciente ya no padezca a causa de sus síntomas y haya superado sus angustias e inhibiciones, y la
segunfa, cuando el analista juzgue haber hecho consciente en el enfermo tanto de lo reprimido y
eliminado la resistencia interior.

Si se está impedido de alcanzar esta meta por dificultades externas, mejor se hablará de un análisis
imperfecto que de uno no terminado.

Se pregunta también si se puede alcanzar un nivel de normalidad psíquica absoluta mediante el


análisis.
Todo analista trató con algunos casos con un desenlace feliz. Se consigue eliminar la perturbación
neurótica preexistente y no ha retornado ni ha sido sustituida por otra: el yo de los pacientes no
estaba alterado de una manera notable, y la etiología de la perturbación es esencialmente
traumática. Dice que la etiología de todas las perturbaciones es mixta, hay una conjugación de los
factores constitucionales y accidentales: mientras más intenso sea el primero, tanto más trauma
llevará a la fijación y dejará como secuela una perturbación del desarrollo; cuanto más intenso sea el
trauma, tanto más seguramente exterioriza su perjuicio.

Sólo en el caso con predominio traumático conseguirá el análisis fortalecer al yo, sustituir la decisión
deficiente que viene de la edad temprana por una tramitación correcta. Sólo en este caso se puede
hablar de un análisis terminado definitivamente, ya no necesita ser continuado.

La intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración perjudicial del yo, son los factores
desfavorables para el efecto del análisis y capaces de prolongar su duración hasta lo inconcebible.

III.
Se definen tres factores como decisivos para las posibilidades de la terapia: influjo de traumas,
intensidad constitucional de las pulsiones, alteración del yo. En este capítulo le interesa la intensidad
constitucional de las pulsiones.

13
Se pregunta si es posible tramitar de manera duradera y definitiva, mediante la terapia analítica, un
conflicto de la pulsión con el yo o una demanda pulsional patógena dirigida al yo. Dice que no se
puede, que en general es imposible. En cambio, si se puede hablar del “domeñamiento” de la
pulsión, es decir, que es admitida en su totalidad dentro de la armonía el yo, ya no sigue más su
camino propio hacia la satisfacción.
Recurre a la metapsicología, y dice que la oposición entre proceso primario y secundario, es su punto
de apoyo.

Ni siquiera un tratamiento analitico exitoso protege a la persona por el momento curada de contraer
luego otra neurosis, y hasta una neurosis de la misma raíz pulsional, es decir, un retorno del antiguo
padecer.

Dice que la respuesta a por qué la cura analítica es inconstante es por que no ha conseguido
siempre, en toda su extensión, no lo bastante a fondo, el propósito de sustituir las represiones
permeables por unos dominios confiables y acordes al yo. La trasmudación se consigue, pero a
menudo sólo parcialmente; sectores del mecanismo antiguo permanecen intocados por el trabajo
analítico.
Dice que se trata siempre del factor cuantitativo, que tanto se descuida. La razón del fracaso parcial
es que el factor cuantitativo de la intensidad pulsional se había contrapuesto, en su momento, a los
empeños defensivos del yo; por eso debemos recurrir al trabajo analítico, y ahora que el mismo
factor pone un límite a la eficacia de este nuevo empeño. Dada una intensidad pulsional hipertrófica,
el yo madurado y sustentado por el análisis fracasa en la tarea de manera semejante a lo que antes
le ocurriera al yo desvalido; el gobierno sobre lo pulsional mejora, pero sigue incompleto, porque la
trasmudación del mecanismo de defensa ha sido imperfecta.

V.

Habla de tratamiento profiláctico, se pregunta si mediante un tratamiento profiláctico es posible


prevenir enfermedades futuras. Es así cómo concluye que es decisivo para el éxito de empeño
terapéutico, los influjos de la etiología traumática, la intensidad relativa de las pulsiones que es
preciso gobernar, y algo llamado la alteración del yo. Sólo consideramos en detalle el segundo
factor.
Con respecto a la alteración del yo, Freud dice que la situación analítica consiste en aliarnos nosotros
con el yo de la persona objeto a fin de someter sectores no gobernados de su ello, o sea, de
integrarlos en la síntesis del yo. El yo, para que podamos concertar con él un pacto así, tiene que ser
un yo normal. Pero ese yo normal, como la normalidad en general, es una ficción ideal. La alteración
del yo es la divergencia respecto de un yo normal ficticio ideal.

Habla de los mecanismos de defensa, y dice que son diversos procedimientos de los que se vale el yo
para cumplir su tarea, que consiste en evitar el peligro, la angustia, el displacer. Esto se logra
dominando el peligro interior antes que haya devenido un peligro exterior. Uno de estos
mecanismos es la represión. Estos mecanismos producen un gasto dinámico y limitaciones para el
yo.

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El aparato psíquico no tolera el displacer, tiene que defenderse de él a cualquier precio, y si la
percepción de la realidad objetiva trae displacer, ella tiene que ser sacrificada. Contra el peligro
exterior, uno puede encontrar socorro y huir. De uno mismo no hay escape, no vale huida alguna y
por eso los mecanismos de defensa del yo están condenados a falsificar la percepción interna y a
posibilitarnos sólo una noticia deficiente y desfigurada de nuestro ello. El yo queda entonces, en sus
relaciones con el ello, paralzado por sus limitaciones.

Los mecanismos de defensa sirven para apartar peligros, y lo consiguen. Muchas veces el yo paga un
precio demasiado alto por los servicios que estos le prestan. El gasto dinámico que se requiere,
demuestra ser un gran desgaste para la economía psíquica. Obvio que no todos usamos los mismos
ni todos los mecanismos de defensa posibles, sino que usamos una selección de ellos, pero estos se
fijan en el interior del yo, devienen unos modos regulares de reacción del carácter, que se repiten
toda la vida.

El yo adulto, sigue defendiéndose de unos peligros que ya no existen en la realidad objetiva. Los
mecanismos de defensa, mediante una enajenación respecto del mundo exterior, preparan y
favorecen el estallido de la neurosis. Durante el tratamiento, se busca hacer consciente algo de ello y
corregir algo del yo, los mecanismos de defensa frente a antiguos peligros retornan en la cura como
resistencias al restablecimiento. Es por eso que la curación es tratada por el yo como un peligro
nuevo.
El efecto terapeutico se liga con el hacer consciente lo reprimido en el interior del ello. Durante el
trabajo con las resistencias, el yo se sale del pacto en que reposala situación analitica. El yo deja de
poner empeño en poner al descubierto al ello, no deja que afloren retoños de lo reprimido. Bajo el
influjo de las mociones de displacer, por los conflictos defensivos, pueden cobrar preeminencia las
transferencias negativas y cancelar por completo la situación analitica. Si el analista intenta
demostrar al paciente una de las desfiguraciones emprendidas en la defensa y corregirla, lo haya
irrazonable e inaccesible para los buenos argumentos.
Al efecto que en el interior del yo tiene el defender, podemos designar “alteración del yo”.

VI.
Ahora Freud se cuestiona, si toda alteración del yo es adquirida durante las luchas defensivas de la
edad temprana. Dice que cada persona selecciona siempre sólo algunos mecanismos de defensa
posibles, y los emplea luego de continuo. Habla de una “herencia arcaica”, y dice que no hay que
dejar de pensar que el ello y el yo originariamente son uno.

Ni idea, son dos pags. No entendí, habla de muchas cosas…

VIII.
Dice que es muy llamativo, en los análisis terapéuticos, el hecho de que dos temas se destacan en
particular y dan guerra al analista en medida desacostumbrada. Los dos temas están ligados a la
diferencia entre los sexos. Algo en relación a la castración, parece irreductible, limite al análisis.

En el caso de la mujer, se trata de la envidia del pene. Y para el hombre, es la revuelta contra su
actitud pasiva o femenina hacia otro hombre. Estas cosas tienen en común la desautorización de la

15
feminidad, es decir, una pieza del enigma de la sexualidad que indica un punto de falta en la
estructura.

En el varón, la aspiración de masculinidad aparece desde el comienzo mismo y es por entero acorde
con el yo; la actitud pasiva supone la castración, y es enérgicamente reprimida.
También en la mujer el querer-alcanzar la masculinidad es acorde con el tono en cierta época, en la
fase fálica. Luego sucumbe. Sin embargo, encontramos muy seguido que el deseo de masculinidad
se ha conservado en lo inconsciente y despliega desde la represión sus efectos perturbadores.

No es importante la forma en que se presenta la resistencia, lo decisivo es que la resistencia no


permite que se produzca cambio alguno, que todo permanece como es.

“28º Conferencia. La terapia analítica”. 411-416

Seminarios

UNIDAD 8
“Esquema del psicoanálisis”

Comienza a desarrollar el complejo de Edipo.


Es necesario describir por separado el desarrollo del varoncito y la niña. La diferencia entre los sexos
alcanza su primera expresión psicológica. Dice que en la vida anímica sólo hallamos reflejos de esta
gran oposición… bla bla bla ni idea.

El primer objeto erótico del niño es el pecho materno nutricio; el amor se engendra apuntalado en la
necesidad de nutrición satisfecha.
Este primero objeto se completa luego en la persona de la madre, quién no sólo nutre, sino también
cuida y provoca en el niño tantas otras sensaciones corporales. En el cuidado del cuerpo. Ella
deviene la primera seductora del niño.

Cuando el varoncito entra en la fase fálica, recibe sensaciones placenteras de su miembro sexual y
aprende a procurarse las mediante la estimulación manual, y es ahí donde deviene el amor a la
madre. Desea poseerla corporalmente, le muestra su miembro viril, del cual está orgulloso.
Busca sustituir al padre, que hasta entonces era el arquetipo de hombre. Ahora es rival, le estorba el
camino.

La madre sabe que la excitación del varoncito se dirige hacia ella, y como no sabe qué hacer, cree
que prohibirle tocarse el miembro es la solución. Sin embargo, no sirve de nada, ya que como mucho
produce una modificación en la manera de autosatisfacción.
Ahí es donde la madre amenaza con quitarle la cosa con la cual él la desafía. Cede al padre la
ejecución de la amenaza para hacerla más creíble.

16
Esta amenaza sólo produce efectos si antes o después se cumple otra condición. Cae bajo el influjo
del complejo de castración, el trauma más intenso de su joven vida.
Los efectos de esta amenaza son muchos. Para salvar su miembro sexual, renuncia de manera casi
completa a la posesión de la madre, y su vida sexual queda aquejada por esa prohibición.

El muchacho cae en una actitud pasiva hacia el padre. La amenaza resignó la masturbación, pero no
la actividad fantaseada que la acompaña. Es más, se cultiva más que antes y en tales fantasías, aún
se identifica con el padre.

Dice que los efectos del complejo de castración son más uniformes en la nena. No tiene que temer la
pérdida del pene, pero no puede menos que reaccionar por no haberlo recibido. Todo su desarrollo
se consuma bajo el signo de la envidia del pene. La nena queda “vengativa” con la mamá por no
haberle dado un pito y por eso la desiste como objeto de amor. En su lugar, coloca al padre.
La hija pasa a identificarse con la madre. Se pone en su lugar y busca sustituirla. Ahora odia a la
madre antes amada con una motivación doble: celos y mortificación a causa del pene denegado.

En el caso del varón, el complejo de castración da “fin” al complejo de Edipo. En el caso de la nena,
es esforzada al complejo por el efecto de la falta del pene.

El Edipo en la mujer se llama “Electra”. Para la mujer lleva mínimos daños permanecer en su postura
edípica. Escogerá a su marido por cualidades paternas y estará dispuesta a reconocer su autoridad.

“Inhibición, síntoma y angustia”


Freud dice que obtiene una nueva concepción de la angustia, al decir que el yo se pone aviso de la
castración a través de pérdidas de objetos repetidas con regularidad.

La primera vivencia de angustia, al menos del ser humano, es la del nacimiento. Objetivamente es la
separación de la madre, y puede compararse a una castración de la madre. Sin embargo, la angustia
no se repite como símbolo de una separación a raíz de cada separación posterior: el nacimiento no
es vivenciado subjetivamente como una separación de la madre, esta es ignorada como objeto por
el feto narcisista. Las reacciones afectivas frente a una separación nos resultan familiares y las
sentimos como dolor y duelo, no como angustia.
Freud no sabe por qué el duelo es tan doloroso.

147-50. a) Resistencia y contrainvestidura


Habla de las resistencias, dice que tras cancelar la resistencia yoica, es preciso superar el poder de la
compulsión de repetición, la atracción de los arquetipos inconscientes sobre el proceso pulsional
reprimido.

Seminarios – Unidad 10 - (capítulos IV, VII, VIII y XI, punto B “complemento sobre la angustia”).
IV
Comienza hablando de la zoofobia histérica infantil, tomando como referencia el caso del pequeño
Hans. El pequeño Hans se rehúsa a andar por la calle porque le da angustia el caballo. La

17
incomprensible angustia al caballo es el síntoma, la incapacidad para andar por la calle, un
fenómeno de inhibición, una limitación que el yo se impone para no provocar el síntoma-angustia.
No solo le da miedo el caballo, sino que también tiene una expectativa angustiada: le da miedo que
el caballo lo muerda.

Freud menciona que el niño se encuentra en pleno complejo de Edipo. Sentimientos ambivalentes al
padre, a quien ama y con quien también es hostil. Concluye entonces, que la fobia del niño tiene que
ser un intento de solucionar ese conflicto. Estos conflictos de ambivalencia son muy frecuentes, se
resuelven y generalmente suele reforzarse la moción tierna, mientras que la otra desaparece.

La moción pulsional que sufre la represión es un impulso hostil al padre. Hans vio que un nene de la
escuela se cayó y rodó, un amigo con quien había jugado al “caballito '' .Hans deseó que al padre le
pasase lo mismo y que se lastime. Un deseo así tiene el mismo valor que el propósito de eliminar al
padre: equivale a la moción asesina del complejo de Edipo.
Sin embargo, esto es normal en el marco de un complejo de Edipo: es decir, los sentimientos
ambivalentes, el deseo de eliminación del padre, los deseos amorosos a la madre.
Lo que convierte el caso de Hans en una neurosis es la sustitución del padre por el caballo, este
desplazamiento. El conflicto de ambivalencia no se tramita en la persona misma, lo esquiva y lo
desliza hacia otra persona como objeto sustitutivo.

No cabe duda que la moción pulsional reprimida en esta fobia es una moción hostil hacia el padre.
Sin embargo, se ven afectadas dos mociones pulsionales (la agresión sádica hacia al padre y la
actitud pasiva tierna frente a él), forman un par de opuestos y se cancela también la investidura de
objeto-madre tierna.

Aquí comienza a hablar de las neurosis de la infancia. En lugar de una única represión, en ellas
encontramos una acumulación de ellas y, además, nos encontramos con la regresión.
En este caso, conocemos que el motor de la represión es la angustia frente a una castración
inminente. Por angustia a la castración, Hans resigna la agresión a su padre, su angustia a que el
caballo lo muerda sería, entonces, el miedo a que el caballo le arranque los genitales.

El motor de la represión es la angustia frente a la castración; los contenidos angustiantes son


sustitutos desfigurados de “ser castrado por el padre”.
VII.
Vuelve al tema de las neurosis infantiles, al caso de la fobia del pequeño Hans. No hay que perder de
vista el vínculo con la angustia. Tan pronto como discierne el peligro de castración, el yo da la señal
de angustia e inhibe el proceso de investidura amenazador en el ello. Al mismo tiempo se consuma
la formación de la fobia. La angustia de castración recibe otro objeto y una expresión desfigurada:
ser mordido por el caballo.

Esta formación tiene dos manifiestas ventajas: esquiva un conflicto ambivalente y la angustia de la
fobia es facultativa, es decir, sólo emerge cuando su objeto es percibido. Es decir, de un padre
ausente tampoco se temería la castración. En este caso, Hans no puede remover al padre, aparece
siempre. En cambio, cuando se lo sustituye por el animal, no hace falta más que evitar la presencia
de este, para quedar exento del peligro y la angustia.

18
Sustituye un peligro pulsional interior por un peligro de percepción exterior. En las fobias de los
adultos pasa lo mismo.

Sin embargo, en el caso de los adultos es más difícil ya que hay que reconstruir la infancia. Toma
como ejemplo la agorafobia. La fobia se establece después de que en ciertas circunstancias se
vivenció un primer ataque de angustia. Así se proscribe la angustia, pero reaparece toda vez que no
se puede observar la condición protectora.

La angustia es la reacción frente a la situación de peligro; se le ahorra si el yo hace algo para evitar la
situación o sustraerse de ella. Los síntomas son creados para evitar el desarrollo de angustia y evitar
la situación de peligro que es señalada mediante el desarrollo de angustia.

Finalmente, dice que la primera vivencia de angustia es la del nacimiento. Objetivamente significa la
separación de la madre, y podría compararse a la castración de la madre.

VIII.
Propone reunir todo lo que se dijo de la angustia hasta ahora.
Por un lado, sabemos que es un estado afectivo. Es una sensación que tiene un carácter
displacentero, pero no a todo displacer podemos llamarlo angustia. Es por eso que la angustia
además de ser displacentera, tiene otras cualidades.
El carácter displacentero de la angustia es percibido en sensaciones corporales referidas a ciertos
órganos: los órganos de la respiración y el corazón. Distinguimos entonces: 1) un carácter
displacentero específico; 2) acciones de descarga, y 3) percepciones de estas.
La angustia es entonces, un estado displacentero particular con acciones de descarga que siguen
determinadas vías.
En la base de la angustia hay un incremento de la excitación, este incremento da lugar al carácter
displacentero, y por otro lado, es aligerado mediante las descargas.

En otras palabras, el estado de angustia es la reproducción de una vivencia que reunió las
condiciones para un incremento del estímulo y para la descarga por determinadas vías, a raíz de lo
cual, también, el displacer de la angustia recibió su carácter específico. En el caso de los humanos, el
nacimiento nos ofrece esta vivencia.

Se separan dos posibilidades de emergencia de la angustia: una, desacorde con el fin, en una
situación nueva de peligro; y la otra acorde con el fin, para señalarlo y prevenirlo.
Pero ¿qué es el peligro? Por ejemplo, en el acto de nacimiento amenaza un peligro objetivo para la
conservación de la vida. Sin embargo, el peligro del nacimiento carece de todo contenido psíquico.
Freud relaciona la exteriorización de la angustia infantil a cuando se echa de menos a la persona
amada. La angustia se presenta como una reacción frente a la ausencia del objeto (ejemplo, la
mamá, la luz en la oscuridad). En efecto, la angustia de castración tiene por contenido la separación
respecto de un objeto estimado, y la angustia originaria (la angustia primordial del nacimiento) se
engendró a partir de la separación de la madre.

Tanto en el caso de la angustia como fenómeno automático, y como señal de socorro, la angustia
demuestra ser producto del desvalimiento psíquico del lactante.

19
De este modo, los progresos del desarrollo del niño, influyen sobre el contenido de la situación de
peligro, se vuelve más indeterminado. Ya no es tan fácil indicar qué teme la angustia.

Se pone en juego el ello. El ello no puede tener angustia como el yo, no es una organización que
puede apreciar las situaciones de peligro. En cambio, sí suele suceder, que en el ello se preparen o
consuman procesos que den al yo ocasión para desarrollar angustia; las represiones más tempranas,
son motivadas por esa angustia del yo frente a procesos sobrevenidos en el ello.

Sigue volviendo, sin embargo, al peligro de la pérdida del objeto.

B. Complemento sobre la angustia.


La angustia tiene un vínculo con la expectativa; es angustia ante algo. Lleva adherido un carácter de
indeterminación y ausencia de objeto. Además de un vínculo con el peligro, la angustia tiene un
vínculo con la neurosis. Por eso es importante diferenciar la angustia realista de la angustia
neurótica.
El peligro realista es uno del que tomamos noticia, y la angustia realista es la que sentimos frente a
un peligro de esta clase. La angustia neurótica lo es ante un peligro del que no tenemos noticia. Por
lo tanto, es necesario buscar primero el peligro neurótico; es un peligro pulsional. Cuando llevemos a
la conciencia este peligro desconocido, borramos la diferencia entre angustia realista y angustia
neurótica.

En el peligro realista desarrollamos dos reacciones: la afectiva, el estallido de angustia, y la acción


protectora.
Hay casos que presentan contaminados los caracteres de la angustia realista y de la neurótica. Por
ejemplo, el peligro es notorio y real, pero la angustia ante él es desmedida.

Aclara que se llamara situación de peligro a aquellas que tengan la condición de expectativa, es en
ella que se da la señal de angustia. Esto es como decir: yo tengo la expectativa de que se produzca
una situación de desvalimiento, o que una situación me va a recordar cierto trauma. De este modo,
anticipo el trauma quiero comportarme como si ya estuviera ahí. La angustia es, entonces,
expectativa del trauma y una repetición menguada de él.

La situación de peligro es la situación de desvalimiento en el trauma, que más tarde es reproducida


como señal de socorro en la situación de peligro. El yo repite ahora de manera activa, una
reproducción, con la esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso.

El peligro realista amenaza desde un objeto externo, el peligro neurótico amenaza desde una
exigencia pulsional. En la medida en que esta exigencia pulsional es real, puede reconocerse también
a la angustia neurótica un fundamento real.

“La organización genital infantil”


Freud comienza diciendo que quiere reparar un descuido en el campo del desarrollo sexual infantil.
Dice que no puede integrar sus teorías viejas con las nuevas porque se le contradicen. Al comienzo,
el acento cayó sobre la fundamental diversidad entre la vida sexual de los niños y la de los adultos;

20
después pasaron al primer plano de las organizaciones pregenitales de la libido, y los dos tiempos del
desarrollo sexual. Por último, su interés se fue a la investigación sexual infantil.

Declara que no se siente satisfecho con que el primado de los genitales no se consuma en la primera
infancia. Dice que si bien no se alcanza una verdadera unificación de las pulsiones parciales bajo el
primado de los genitales, el interés por los mismos y el quehacer genital cobran una significatividad
dominante. Dice que no hay un primado genital, sino un primado del falo.

Habla del “varoncito”, no de las niñas. Dice que el niño percibe la diferencia entre mujeres y
varones, pero no tiene cómo relacionarla con una diversidad de sus genitales. Para él es natural
asumir que todos y todo tienen pito.
La fuerza pulsionante que esta parte viril desplegará más tarde en la pubertad se exterioriza en
aquella época de la vida. Se manifiesta mediante investigaciones.

En el curso de estas investigaciones, el niño descubre que el pene no es un patrimonio común de


todos los seres. Es notoria su reacción frente a estas impresiones. Desconocen la falta, creen ver un
miembro a pesar de todo. La falta del pene es entendida como resultado de una castración, y ahora
se le plantea al niño la referencia de la castración de su propia persona.

“sólo puede apreciarse rectamente la significatividad del complejo de castración si a la vez se toma
en cuenta su génesis en la fase del primado del falo.''

Sólo con la culminación del desarrollo de la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con
masculino y femenino. Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino,
el objeto y la pasividad. La vagina es apreciada como albergue del pene, recibe la herencia del
vientre materno… ok..???????

“23º Conferencia: Los caminos de la formación de síntoma”


Freud comienza diciendo que, como ya sabemos, hay vivencias infantiles en que la libido está fijada y
desde las cuales se crean los síntomas. Sin embargo, estas vivencias infantiles no siempre son
verdaderas. En la mayoría de los casos no lo son, y entran en oposición directa con la verdad
histórica.
Las vivencias infantiles construidas en el análisis, o recordadas son a veces falsas, otras 100%
verdaderas, y en la mayoría de los casos, miti miti.
Los síntomas son, entonces, la figuración de vivencias que realmente se tuvieron, y a las que puede
atribuirse una influencia sobre la fijación de la libido.

Si bien las fantasías son inventos como tales, poseen una suerte de realidad: queda en pie el hecho
de que el enfermo se ha ocupado de esas fantasías, y eso es importante. Ya que ellas poseen
realidad psíquica, por oposición a una realidad material, y poco a poco aprendemos a comprender
que en el mundo de las neurosis la realidad psíquica es la decisiva.

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Menciona 3 acontecimientos que siempre retornan en la historia juvenil de los neuróticos: la
observación del comercio sexual entre los padres, la seducción por una persona adulta y la amenaza
de castración.

La de castración puede darse porque el niño no sabe que no puede jugar con sus genitales en
público, y es retado o amenazado con cortarle el miembro o la mano, Muchos hombres tienen el
recuerdo consciente de esa amenaza, en particular si la recibieron en años más tardíos.

Con respecto a la observación del comercio sexual entre los padres, al niño pequeño no se le
atribuye ninguna comprensión ni memoria, y no debe descartarse que pueda comprender con
posterioridad esta impresión, y reaccionar frente a ella. Sin embargo, cuando el acto es descrito con
detalles precisos que difícilmente podrían observarse, no queda ninguna duda de que esta fantasía
se apuntala en la observación del comercio sexual.

Las fantasías de seducción presentan particular interés. Dice que con la fantasía de la seducción,
cuando no la ha habido, el niño encubre el período autoerótico de su quehacer sexual. Se ahorra la
vergüenza de la masturbación fantaseando retrospectivamente. Tales hechos de la infancia son de
alguna manera necesarios, pertenecen al patrimonio de la neurosis.

¿De dónde viene la necesidad de crear tales fantasías y el material con que se construyen? Su fuente
está en las pulsiones. Sin embargo, dice que no sabe por qué son todas las mismas. Aclara que tiene
una respuesta medio “mandada” para eso, y la rta es que estas fantasías primordiales son un
patrimonio filogenético.

En ellas, el individuo rebasa su vivenciar propio hacia el vivenciar de la prehistoria, en los puntos en
que el primero ha sido demasiado rudimentario. Es muy posible que todo lo que nos es contado en
el análisis como fantasía, fue una vez realidad en los tiempos originarios de la familia humana, y el
niño fantaseador llena las lagunas de su verdad individual con una verdad prehistórica.

El hombre se reserva una actividad del alma en que se concede a todas las fuentes de placer que
tuvo que resignar, y a esas vías abandonadas de la ganancia de placer. Toda aspiración alcanza la
forma de una representación de cumplimiento. En la actividad de fantasía el hombre sigue gozando
de la libertad respecto de la compulsión exterior, esa libertad a la que renunció en la realidad. La
ganancia de placer se hace independiente de la aprobación de la realidad.

¿Cómo encuentra la libido el camino hacia esos lugares de fijación? Todos los objetos y
orientaciones de la libido resignados no lo han sido todavía por completo. Ellos o sus retoños son
retenidos con cierta intensidad en las representaciones de la fantasía.

La retirada de la libido a la fantasía es un estadio intermedio del camino hacia la formación del
síntoma, que merece una denominación particular: introversión. “La introversión designa el
extrañamiento de la libido respecto de las posibilidades de la satisfacción real, y la sobreinvestidura
de las fantasías que hasta ese momento se toleraron por inofensivas.”

Habla de los aspectos cuantitativos, dinámicos y económicos… bla bla

22
Finalmente dice que existe un camino de regreso de la fantasía a la realidad, y es el arte.

“Pegan a un niño”

Freud dice que muchos pacientes le confiesan la fantasía “Pegan a un niño ``.Es una fantasía a la que
se le anudan sentimientos placenteros, se abre paso a una satisfacción onanista.

La confesión de esta fantasía sólo sobreviene con titubeos, predominan la vergüenza y el


sentimiento de culpa. Las primeras fantasías de esta clase se cultivaron muy temprano, antes de la
edad escolar. Sin embargo, dice que cuando el niño co-presencia en la escuela cómo otros niños son
azotados por el maestro, esa vivencia vuelve a convocar aquellas fantasías que se habían
adormecido. La actividad fantaseada del niño, empieza a inventar profusamente situaciones e
instituciones en que unos niños eran azotados, o recibían otra clase de castigos.

La representación-fantasía “un niño es azotado” era investida regularmente con elevado placer y
desembocaba en un acto de satisfacción autoerótica placentera. Sin embargo, co-vivenciar escenas
reales de paliza en la escuela provocaba en el niño espectador una mezcla de emociones repulsivas.
En algunos casos, el vivenciar objetivo de las escenas de paliza se sentía como insoportable.
Las personas que brindaron los testimonios de las fantasías, no eran golpeadas de chicas en la casa.
Sí habían sentido la superior fuerza física de sus padres o educadores, pero no habían sido cagados a
palos.

Entonces ahí es donde Freud quiere saber más sobre estas fantasías tempranas y simples. ¿Quién es
el azotado? ¿Quién azota? ¿Un adulto?... Sin embargo, los fantaseadores no sabían ninguna
respuesta. Sólo contestaban “No sé nada más sobre eso; pegan a un niño”.

Dice Freud que en el período de la primera infancia es cuando por primera vez los factores
libidinosos congénitos son despertados por las vivencias y ligados a ciertos complejos. Las fantasías
de paliza, solo aparecen hacia el fin de este periodo o después de él. Las fantasías de paliza tienen
una historia evolutiva compleja, su vínculo con la persona fantaseadora, su objeto, contenido y
significado están en constante cambio.

Ejemplifica con las mujeres. Dice que la primera fase de las fantasías de paliza en niñas tiene que
corresponder a una época muy temprana de la infancia. El niño azotado, nunca es el fantaseador; lo
regular es que sea otro niño, casi siempre un hermanito. En esta fase, la fantasía no es masoquista;
es sádica, sin embargo, tampoco hay que olvidar que el niño fantaseador tampoco es el que pega.
No queda claro quién es la persona que pega, solo sabemos que es un adulto. La primera fase de la
fantasía de paliza podría ser resumida mediante el enunciado: “El padre pega al niño”, o mismo “El
padre pega al niño que yo odio”.

Entre la primera fase y la siguiente se consuman grandes transmudaciones. La persona que azota
sigue siendo la misma, el padre. Sin embargo, el niño azotado ha devenido otro; suele ser el niño
fantaseador mismo. Se resume en “Yo soy azotado por el padre”. Tiene un carácter masoquista.

23
Esta segunda fase es la más importante. Podemos decir, que ella nunca ha tenido una existencia real
ya que nunca deviene ni devino consciente. Se trata de una construcción del análisis.

La tercera fase se acerca de nuevo a la primera. La persona que pega nunca es la del padre, o se deja
indeterminada, o es investida por un subrogante del padre (maestro). La persona propia del niño
fantaseador ya no sale a la vista. En lugar de un solo niño azotado, casi siempre están presentes
ahora muchos niños. La fantasía ahora es la portadora de una excitación intensa, sexual.

La situación originaria, simple y monótona, del ser azotado, puede experimentar muchas variaciones
y adornos.

El significado de la fantasía en la primera fase sería algo como decir: “El padre no ama a ese niño, me
ama solo a mi”. Apunta a destituir y humillar al otro que es competencia por el amor parental. La
fantasía satisface los celos del niño y depende de su vida amorosa.

La fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo azotado por el padre, pasaría a ser la expresión
directa de la conciencia de culpa ante la cual ahora sucumbe el amor por el padre. Es así como la
fantasía deviene masoquista, la conciencia de culpa es el factor que trasmuda el sadismo en
masoquismo. Este ser azotado es ahora una conjunción de culpa y erotismo; no es sólo el castigo por
la referencia general prohibida, sino también su sustituto regresivo.
Esta fantasía de segunda fase, permanece inconsciente probablemente a consecuencia de la
intensidad de la represión, se reconstruye en el análisis.

Es por estas razones, que concebimos como una sustitución a la fantasía de tercera fase. La fantasía,
similar a la de la primera fase, parece vuelto de nuevo hacia el sadismo. Se resumiría en la frase “El
padre pega al otro niño, solo me ama a mi”. Sólo la forma de esta fantasía es sádica, ya que la
satisfacción que se gana es masoquista. Su intencionalidad reside en que ha tomado sobre sí la
investidura libidinosa de la parte reprimida y, con esta, la conciencia de culpa que adhiere al
contenido.
Los muchos niños indeterminados a quienes el maestro azota, son sólo sustituciones de la propia
persona.

Freud dice que todas las perversiones infantiles tienen su génesis en el complejo de Edipo.
Con respecto a la génesis del masoquismo, parecería comprobarse que el masoquismo no es una
exteriorización pulsional primaria, sino que nace por una reversión del sadismo hacia la persona
propia, osea por regresión del objeto al yo. La trasmudación del sadismo en masoquismo se da por
el influjo de la conciencia de culpa que participa en el acto de represión. La represión se exterioriza
aquí en 3 clases de efectos: vuelve inconsciente el resultado del aorganización genital constriñe a
esta última a la regresión hsta el estadio sádico-anal y muda su sadismo ene l masoquismo pasivo. Ni
idea, no parecería ser tan importante pero lo puse porlas igual.

Dato importante: en ambos casos (tanto mujer como varón) la fantasía de paliza deriva de la ligazón
incestuosa con el padre.

“Psicología de las masas y análisis del yo'' (cap. VII) – La identificación”

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El psicoanálisis conoce la identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón
afectiva con otra persona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo de Edipo. El varoncito
toma al padre como su ideal.

Al mismo tiempo que se identifica con el padre, el niño emprende una cabal investidura de objeto de
la madre. Muestra dos lazos psicológicamente diversos: a la madre (investidura sexual de objeto) y al
padre (identificación). Ambos coexisten sin perturbarse, sin embargo, como consecuencia de la
unificación anímica, los lazos confluyen y nace el complejo de Edipo normal.

La identificación al padre es ambivalente: puede ser expresión de ternura, o deseo de eliminación.


Se comporta como un retoño de la primera fase oral, de la organización libidinal.

Es fácil perder de vista el destino de la identificación con el padre… Puede que el complejo de Edipo
experimente una inversión y que se tome por objeto al padre en una actitud femenina, un objeto del
cual las pulsiones sexuales directas esperan su satisfacción. (de lo que uno quiere ser, a lo que uno
quiere tener. La diferencia recae de que la ligazón recaiga en el sujeto o en el objeto del yo).

La identificación reemplaza a la elección de objeto, la elección de objeto ha regresado hasta la


identificación. Sucede que la elección de afecto vuelva a la identificación, o sea, que el yo tome
sobre sí las propiedades del objeto. (ej quiero ser boxeador, busco boxeadores)

3er caso de formación de síntomas. La identificación prescinde de la relación del objeto con la
persona copiada. Amigas que se adueñan del síntoma de la amiga histérica… algo así.

Dice que no es apropiación por empatía, para que haya empatía tiene que haber identificación. En
este caso se identifican por el síntoma, la identificación se desplaza al síntoma que produce el primer
“yo”, en este caso, la amiga.

Síntesis:
- La identificación es la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto
- Pasa a sustituir a una ligazón libidinosa de objeto por vía regresiva, mediante
introyección del objeto.
- Puede nacer de cualquier comunidad que llegue a percibirse en una persona que no es
objeto de las pulsiones sexuales. Cuanto más significativa la comunidad, más exitosa la
identificación parcial, así corresponde el comienzo de una nueva ligazón.

En nuestro yo se desarrolla una instancia que se separa del resto del yo, y puede entrar en conflicto
con él: El “ideal del yo”. A este le atribuimos la conciencia moral, la censura onírica, y el ejercicio de
la principal influencia en la represión, Es la herencia del narcisismo originario, en el que el yo infantil
se contentaba a sí mismo.
Poco a poco, toma las exigencias que le plantea el mundo, y a las que no siempre puede
adaptarse. De esta manera, cada vez que no puede contentarse consigo en su yo, puede hallar su
satisfacción en el ideal del yo.
El origen de esta instancia son las influencias de las autoridades, sobre todo los padres.

25
Unidad 9
“Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos”.

Freud se pregunta por cómo es que la niña resigna a la madre como objeto de amor y toma al padre
en su lugar. En el caso de las niñas el complejo de Edipo tiene una larga prehistoria y es una
formación secundaria.

En la fase fálica la niña nota el pene de un hermano o compañerito, y lo discierne como el


correspondiente de su propio órgano, pequeño y escondido. A partir de ahí es cuando cae víctima de
la envidia del pene. Sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo.

En este lugar se bifurca el llamado complejo de masculinidad de la mujer, que si no logra superarlo,
puede deparar grandes dificultades al desarrollo de la feminidad. La esperanza de recibir un pene
puede conservarse hasta épocas tardías y convertirse en motivo de extrañas acciones. También
puede sobrevenir el proceso designado desmentida: la niña se rehúsa a aceptar el hecho de su
castración, afirma la convicción de que posee un pene, y se comporta como si fuera un varón.

Las consecuencias psíquicas de la envidia del pene son muchas. Por un lado, se establece un
sentimiento de inferioridad, pervive en el rasgo de carácter los celos y, en tercer lugar, se aflojan los
vínculos tiernos con el objeto de la madre: la niña responsabiliza a su madre por esta carencia.

Luego, la libido de la niña se desplaza a una nueva posición. Resigna el deseo del pene para
reemplazarlo con el deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre como objeto de amor. La
madre pasa a ser objeto de los celos.

Esta ligazón-padre puede mutar a una identificación-padre con la cual la niña regresa al complejo de
masculinidad y se fija a él.

El complejo de Edipo es una formación secundaria en las niñas. Las repercusiones del complejo de
castración le preceden y lo preparan. Se presenta una oposición fundamental entre los dos sexos:
“Mientras que el complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración,
el de la niña es posibilitado e introducido por este último.”

“33º Conferencia. La feminidad”


Dice que ve el indicio de una bisexualidad, por ejemplo, cuando la ciencia nota que partes del
aparato sexual masculino se encuentran también en el cuerpo de la mujer. En la psicología,
entonces, también podemos transferir esta bisexualidad: no es posible dar ningún contenido nuevo
a los conceptos de masculino y femenino, dice que en realidad cuando hablamos de cosas femeninas
y masculinas en realidad estamos pensando en “pasivo” y “activo”. Dice que le parece inadecuado y
que no aporta nada.

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Sin embargo, el psicoanalisis no busca definir que es una mujer, busca indagar cómo se desarrolla la
mujer a partir del niño de disposición bisexual. Los dos sexos parecen recorrer de igual modo las
primeras fases del desarrollo libidinal: la niña pequeña es como un pequeño varón. Tanto el varón
como la niña estimulan su “pequeño pene” (clitoris para la nena). Ella aún no descubrió la vagina. El
clítoris no está destinado a ser la zona erógena rectora, debe ceder a la vagina su sensibilidad y su
valor. Esta es una tarea que la niña debe resolver, mientras que el varón no.

Con respecto al desarrollo, para el varoncito el primer objeto de amor es la madre, y para la niña
también tiene que serlo, ya que el primer objeto se elige por el apuntalamiento de la satisfacción de
las necesidades vitales. Ahora bien, en la situación edípica, es el padre quien deviene como objeto
de amor para la niña, y es así como luego encuentra un desarrollo normal a la elección definitiva de
objeto. Entonces, la niña debe trocar zona erógena y objeto, mientras que el niño retiene ambos.

Todo lo que existe en el vínculo edípico de la niña con el padre pre existió en la relación con la madre
y fue transferido. No se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la ligazón-madre
preedípica.

Los vínculos libidinosos de la niña con la madre son muy diversos. Pasan por las 3 fases de la
sexualidad infantil: deseos orales, sádico-anales y fálicos. Son deseos muy ambivalentes, tanto de
naturaleza tierna como hostil-agresiva.
La pregunta pasa a ser entonces, ¿por qué se va al joraca la potente ligazón- madre de la niña? Ya
que está destinada a dejar sitio a la ligazón-padre. El extrañamiento respecto de la madre se produce
bajo el signo de la hostilidad y termina en odio. Ese odio puede ser muy notable y durar toda la vida,
también puede ser cuidadosamente sobrecompensado más tarde; por lo común una parte se supera
y la otra permanece.

Una fuente para la hostilidad del niño hacia su madre la proporcionan sus múltiples deseos sexuales,
que nunca pueden ser satisfechos.La más importante se produce en el período fálico, cuando la
madre prohíbe la estimulación en los genitales.

El complejo de castración nace en la niña con la visión de los genitales del otro sexo. Nota la
diferencia y se siente perjudicada. Le gustaría “tener algo así” y entonces cae presa de la envidia del
pene.
La importancia de la envidia del pene es crucial. Lo que de esa actitud se encuentra en la mujer es
una formación secundaria, producida en oportunidad de posteriores conflictos por vía de regresión
aquella moción de la primera infancia. El descubrimiento de su castración es un punto de viraje en el
desarrollo de la niña. De ahí parten tres orientaciones del desarrollo: una lleva a la inhibición sexual
o a la neurosis; la otra a la alteración del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad; y la
tercera, a la feminidad normal.

El contenido esencial de la primera es que la niña pequeña ve estropearse el goce de su sexualidad


fálica por la envidia del pene, como consecuencia renuncia a la satisfacción masturbatoria del
clítoris, desestima su amor por la madre y reprime sus propias aspiraciones sexuales. Con el
descubrimiento de que la madre es castrada también se vuelve posible abandonarla como objeto de

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amor. Por el descubrimiento de la falta del pene la mujer resulta desvalorizada tanto para la niña
como para el varoncito.

Con el abandono de la masturbación del clítoris se renuncia a una porción de actividad. Ahora
prevalece la pasividad, la vuelta al padre se consuma predominantemente con ayuda de mociones
pulsionales pasivas. El deseo con que la niña se vuelve hacia al padre es el deseo del pene que la
madre le ha denegado.

La situación femenina normal sólo se establece cuando el deseo del pene se sustituye por el deseo
del hijo, entonces, el hijo aparece en lugar de pene. La niña ya había deseado un hijo antes: cuando
jugaba con muñecas. Ese juego, sin embargo,servía a la identificación-madre.

Con la transferencia del deseo hijo-pene al padre, la niña ha ingresado en la situación del complejo
de Edipo. La hostilidad a la madre experimenta un gran refuerzo. Para la niña, la situación edípica es
el desenlace de un largo y difícil proceso. Es en este punto, que nos salta a la vista una diferencia
entre los sexos.
El complejo de Edipo del varoncito se desarrolla a partir de la fase de su sexualidad fálica. Sin
embargo, la amenaza de castración lo hace resignar esa postura. Bajo el miedo de perder el pene, el
complejo de Edipo es abandonado, reprimido y destruido. Se instaura como su heredero un severo
superyó.
El complejo de Edipo en la niña es casi lo contrario. El complejo de castración prepara al complejo de
Edipo en vez de destruirlo: por el influjo de la envidia del pene, la niña se ve expulsada de la ligazón-
madre y desemboca en la situación edípica.

Volviendo a la segunda de las reacciones posibles (complejo de masculinidad), Freud dice que esto
significa que la niña se rehúsa a conocer el hecho desagradable. Mantiene su quehacer clitorídeo y
busca refugio en una identificación con la madre fálica o con el padre. Este proceso evita la oleada
de pasividad que inaugura el giro hacia la feminidad.

Todo esto es lo que él llama prehistoria de la mujer.


Habla de la elección de objeto en la mujer.

“El sepultamiento del complejo de Edipo”


Luego de la primera infancia el complejo de Edipo cae sepultado, sucumbe a la represión y es
seguido por el período de latencia.
Sin embargo, Freud dice que no dejó en claro por qué se va a pique a raíz de las desilusiones
acontecidas. La niñita cuando sea retada por el padre y se vea arrojada de los cielos de que es la
amada predilecta del padre. El varoncito que considera a la madre como su propiedad, cuando ella
le quita el amor y se los entrega a un recién nacido.
La falta de satisfacción deseada, la continua denegación…el complejo de Edipo se fundamenta a raíz
de su fracaso como resultado de su imposibilidad interna.

La organización genital fálica del niño se ve fundamentada a raíz de la amenaza de castración.

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El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y una pasiva. Pudo
situarse de manera masculina en el lugar del padre y, como él, mantener comercio con la madre, a
raíz de lo cual el padre es sentido como un obstáculo; o quiso sustituir a la madre y hacerse amar por
el padre, con lo que la madre sobra.

Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La Autoridad del padre, o
de ambos, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyó. Toma prestada la severidad del
adre, perpetúa la prohibición del incesto, y asegura al yo contra el retorno de la investidura
libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas del complejo de Edipo son desexualizadas y
sublimadas, lo cual sucede con toda trasposición a identificación son inhibidas en su meta y
mudadas a emociones tiernas.
Blablablabla se ve interrumpido el desarrollo sexual por el período de latencia.

También el sexo femenino desarrolla un complejo de Edipo, un superyó y un período de latencia. Sin
embargo, como ya DIJO MIL VECES, las cosas no suceden de la misma manera. El clítoris de la niñita
se comporta como un pene, pero ella se compara con sus compañeritos y percibe que es
“demasiado corto”, percibe este hecho como un perjuicio y una razón de inferioridad. Aquí hay una
diferencia con el varón: la niña acepta la castración como un hecho consumado, mientras que el
varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación.
Se tiene la impresión de que el complejo de Edipo es abandonado porque no se cumple nunca ese
deseo. Sin embargo, tanto el deseo de tener un pene como el del hijo, permanecen inconscientes,
conservan investidura y contribuyen al ser femenino para su posterior constitución sexual.

Prácticos
“Más allá del principio de placer (cap I y II, que se comparte con teóricos)”

Cae el imperio del principio de placer. Si reinase el principio de placer, deberíamos decir que la
mayoría de nuestros procesos anímicos están acompañados de placer, o conducen al mismo.

Dice que en el alma existe una fuerte tendencia al placer, pero otras fuerzas la contrarian. La
inhibición del principio de placer nos es familiar. El principio de placer corresponde a un modo de
trabajo primario del aparato anímico, sin embargo, es influido por las pulsiones de
autoconservación, es relevado por el principio de realidad.
El principio de realidad consigue posponer la satisfacción, renunciar a diversas posibilidades de
lograrla y tolerar el displacer en el largo camino hacia el placer. Sin embargo, dice que esta teoría le
sirve, pero se queda medio corta, ya que el principio de realidad es responsable sólo de una
pequeña parte de las experiencias de displacer.

Otra teoría, a la del principio de realidad, es que el displacer surge de los conflictos y escisiones
producidos en el aparato anímico mientras el yo recorre su desarrollo hacia organizaciones de mayor
complejidad.
Casi toda la energía que llena al organismo, proviene de emociones pulsionales congénitas, pero no
se las admite a todas en una misma fase del desarrollo. En el curso de este, hay muchas pulsiones

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que se muestran, por sus metas o requerimientos, inconciliables con lo que puede conjugar el yo.
Son segregadas a la represión, se las detiene y se les corta la posibilidad de alcanzar satisfacción.
Si estas emociones pulsionales logran, de alguna forma, alcanzar algún tipo de satisfacción, no será
vivido por el yo como placer, si no como displacer.

“29o Conferencia. Revisión de la doctrina de los sueños“

Se da cuenta que al final no todos los sueños son un cumplimiento de deseo, por lo que expresa que
hay dos dificultades serias que se le oponen a esta teoría de que todo sueño es deseo.

Por un lado, la primera está dada por el hecho de que hay personas que han pasado por una vivencia
de choque, un grave trauma psíquico, que se ven remitidas por el sueño regularmente. Es algo que
no debería suceder de acuerdo con su teoría de la función del sueño.

La segunda, si bien no tan “problemática” como la primera, implica que se presentan las vivencias
sexuales infantiles enlazadas con angustia, prohibición, castigo… etc. No se entiende por qué tienen
tanto acceso a la vida onírica, que los sueños rebosen de producciones de esas escenas infantiles y
de alusiones a ellas. En estos casos, se muestra el empeño del trabajo del sueño, ya que busca
desmentir el displacer mediante una desfiguración y mudar el desengaño en confirmación.

Eso no pasa con las neurosis traumáticas, en ellas, los sueños desembocan regularmente en un
desarrollo de angustia.

Dice que el sueño es el intento de un cumplimiento de deseo. Propone que bajo ciertas
circunstancias, el sueño sólo puede imponer su propósito de manera incompleta, o debe resignarlo
del todo. Plantea que hay una fijación inconsciente a un trauma que se encuentra en los
impedimentos de la función del sueño.

El relajamiento de la represión permite que se vuelva activa la pulsión aflorante de la fijación


traumática. En tales circunstancias es donde surge el insomnio, uno renuncia a dormir por angustia
frente a los fracasos de la función del sueño. Si bien las neurosis traumáticas son un caso extremo,
las vivencias infantiles también portan estas características.

“32º Conferencia. Angustia y vida pulsional” (compartido con Unidad 10 de seminarios)

Define la angustia como un estado afectivo. Recurre al proceso del nacimiento como el evento que
deja tras sí esa huella afectiva; en él, los cambios en la actividad del corazón y la respiración,
característicos del estado de angustia, fueron acordes con el fin. Por lo tanto, la primera angustia
habría sido una angustia tóxica.

Luego distingue entre angustia realista y angustia neurótica; la primera es una reacción que nos
parece lógica frente al peligro, un daño esperado de afuera, mientras que la segunda es enigmática,
carece de fin. La angustia realista es reducida a un estado de atención sensorial incrementada y
tensión motriz al que llama “apronte angustiado”.

A partir de ese estado se desarrolla la reacción de angustia. Son posibles dos desenlaces: o bien el
desarrollo de angustia, la repetición de la antigua vivencia traumática, se limita a una señal, y
entonces la reacción puede adaptarse a la nueva situación de peligro (huida por ejemplo); o lo
antiguo prevalece, toda la reacción se agota en el desarrollo de angustia, es entonces que el estado
afectivo resultará paralizante.

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La angustia neurótica puede ser observada bajo tres clases de constelaciones. 1) como un estado de
angustia libremente flotante, general, pronto a enlazarse de manera pasajera con cada nueva
posibilidad que surja, es la llamada “angustia expectante”. 2) ligada de manera firme a determinados
contenidos, son las llamadas fobias, el vínculo entre peligro exterior y la angustia es desmedido. 3) la
angustia en la histeria y otras formas de neurosis grave, acompaña a síntomas o emerge de manera
independiente como ataque o como estado de prolongada permanencia.

Ahora bien, ¿de qué se tiene miedo en la angustia neurótica?.en la expectativa angustiada tiene que
ver con un nexo regular con la economía de la libido en la vida sexual, se provoca una excitación
libidinosa, pero no se satisface; entonces, en reemplazo de esta libido desviada de su aplicación
emerge el estado de angustia. neurótica. Las fobias infantiles y la expectativa angustiada de la
neurosis de angustia nos proporcionan dos ejemplos de uno de los modos, en que se genera
angustia neurótica: por trasmudación directa de la libido.

De la angustia en la histeria y otras neurosis hacemos responsable al proceso de represión. La


representación experimenta la represión y es desfigurada hasta que se vuelve irreconocible, el
monto de afecto es mudado en angustia.

Da ejemplo con agorafobia y con las acciones obsesivas. La fobia y la obsesión son síntomas que
protegen al enfermo de caer en un estado de angustia difícil de soportar. Es como si los síntomas
fueran creados para evitar el estallido del estado de angustia, el desarrollo de angustia viene
primero y la formación del síntoma después.

Luego dice que habiendo hecho la descomposición anímica entre un superyó, un yo y un ello, es
importante aclarar que sólo el yo puede producir y sentir angustia.

Dice que es la angustia la que genera la represión, no la represión la que crea la angustia. Sin
embargo, esto sólo refiere a la angustia generada frente a un peligro exterior amenazante, una
angustia realista. Habla de Edipo y del castigo de castración, que genera la angustia y la represión. La
angustia de castración no es el único motivo de la represión; ya no tiene sitio alguno en las mujeres,
que poseen un complejo de castración, pero que no tienen angustia de castración: en su reemplazo,
aparece la angustia a la pérdida de amor.

A medida que avanza el desarrollo, las antiguas condiciones de angustia tienen que ser
abandonadas, pues las situaciones de peligro que les corresponden han sido desvalorizadas por el
fortalecimiento del yo. Esto, sin embargo, ocurre de manera incompleta, en este punto, muchas
personas continúan su conducta infantil. La angustia ante el superyó no está destinada a extinguirse,
pues indispensable en las relaciones sociales como angustia de la conciencia moral. El individuo sólo
en rarísimos casos puede independizarse de la comunidad humana.

¿Cómo nos representamos el proceso de una represión bajo el influjo de la angustia? El yo nota que
la satisfacción de una exigencia pulsional emergente convocaría una de las recordadas situaciones
de peligro. Esa investidura pulsional debe ser sofocada de algún modo, cancelada. El yo anticipa la
satisfacción de la moción pulsional dudosa y le permite reproducir la sensaciones de displacer que
corresponden al inicio de la situación de peligro temida. Así se pone en juego el automatismo del
principio placer-displacer.

El nacimiento es nuestro arquetipo del estado de angustia. Lo esencial en el nacimiento no es el


peligro, es que provoque en el vivenciar anímico un estado de excitación de elevada tensión que sea
sentido como displacer y del cual uno no pueda enseñorearse por vía de descarga. Llama factor
traumático a un estado así, en qué fracasan los empeños del principio de placer.

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Lo temido es entonces, el asunto de angustia, es en cada caso la emergencia de un factor traumático
que no pueda ser tramitado según la norma del principio de placer.

Unidad 8

“28o Conferencia. La terapia analítica” (411-416)

Dice que para la finalización de una cura analítica, la transferencia tiene que ser desmontada.
Diferencia la cura analítica de la sugestión y dice que el hecho de que durante la cura hay que luchar
contra resistencias que saben mudarse en transferencias negativas, opera en sentido contrario a la
producción de sugestiones singulares.

Dice que va a representar el mecanismo de la curación en conjugación con la teoría de la libido. El


neurótico es incapaz de gozar y de producir libido porque no está dirigida a ningún objeto real, y
tampoco puede producirla porque su energía está destinada a ser gastada en mantener a la libdio en
estado de represión y defenderse de su asedio.

Se curaría si el conflicto entre su yo y su libido tocase a su fin, y su yo pudiera disponer de nuevo de


su libido. La tarea terapéutica consiste, entonces, en desasir a la libido de sus provisionales ligaduras
sustraídas al yo, para ponerla de nuevo al servicio de este. Por lo tanto, es necesario apoderarse de
los síntomas y resolverlos.

Para solucionar los síntomas es preciso remontarse hasta su génesis; es preciso renovar el conflicto y
llevarlo a otro desenlace con el auxilio de fuerzas impulsoras que antes no estaban disponibles.

La pieza decisiva del trabajo se ejecuta cuando en la relación con el médico, en la transferencia, se
crean versiones nuevas de aquel viejo conflicto. La transferencia se convierte en el campo de batalla
en el que están destinadas a encontrarse todas las fuerzas que se combaten entre sí. Toda la libido
converge en la relación con el médico.

El trabajo terapéutico se descompone en dos fases: 1) toda la libido es esforzada a pasar de los
síntomas a la transferencia y concentrada ahí, y 2) se libra batalla en torno de este nuevo objeto, y
otra vez se libera de él a la libido.

Dice que la interpretación de los sueños desempeña un destacado papel en el tratamiento


psicoanalítico porque nos muestran, en forma de cumplimiento de deseo, los deseos que cayeron
bajo la represión y los objetos a los cuales quedó aferrada la libido sustraída al yo.

Los sueños de los neuróticos y de los normales son iguales. No hay una diferencia ahí. La diferencia
está en la vida diurna. Los normales también tienen una parte de su libido inhabilitada para el yo, y
eso lo podemos ver en los sueños.

La diferencia entre salud nerviosa y neurosis se reduce a lo práctico. Es de índole cuantitativa, no


cualitativa energía que ha quedado libre vs energía ligada a la represión.

“La escisión del yo en el proceso defensivo”

Dice que el yo del niño se encuentra al servicio de una poderosa exigencia pulsional que está
habituado a satisfacer, y es de pronto aterrorizado por una vivencia que le enseña que proseguir con
esa satisfacción le traería por resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar. Es entonces que
debe decidir: reconocer el peligro real, inclinarse ante él o desmentir la realidad objetiva, instalarse
la creencia de que no hay razón alguna para tener miedo, a fin de perseverar así en la satisfacción.
Es, por tanto, un conflicto entre la exigencia de la pulsión y el veto de la realidad objetiva.

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El niño no hace ninguna de las dos cosas, si no que hace las dos simultáneamente. Responde al
conflicto con dos reacciones contrapuestas. Rechaza la realidad objetiva, y no se deja prohibir nada:
reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia como un síntoma de padecer y luego
busca defenderse de él.

Ambas partes en disputa ganan algo: la pulsión puede retener la satisfacción y a la realidad objetiva
se le atribuye el debido respeto. Sin embargo, hay un precio a pagar por esto, el resultado se alcanzó
a expensas de una desgarradura en el yo que nunca se repara, sino que se hará más grande con el
tiempo.

La función sintética del yo tiene sus condiciones particulares y sucumbe a toda una serie de
perturbaciones.

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