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Si se acepta ver en el jacobinismo la forma clásica de la

conciencia revolucionaria (que alcanza su máximo esplendor

y su máximo poder social), aquél es al mismo tiempo una

ideología y un poder: un sistema de representaciones y un

sistema de acción

La situación revolucionaria es entonces la que superpone

estrechamente los dos niveles de la conciencia jacobina, al

transformar el sistema de representaciones en sistema de

acción

La soberanía de cada individuo solo puede ser enajenada

precisamente a través del acto constitutivo de lo social, es

decir, de una nación, por medio del cual cada uno de ellos

continúa instituyendo la voluntad general: «La soberanía al

ser exclusivamente el ejercicio de la voluntad general, no

puede nunca enajenarse»; " ella reside al mismo

tiempo,

puesto que es la misma, en cada individuo y en lo que es,

por su mediación, un pueblo libre.

Su pen

samiento

político constituye desde muy temprano el marco

conceptual de lo que será el jacobinismo y el lenguaje revo

lucionario,

a la vez o por sus premisas filosóficas (la reali

zación

de lo individual a través de la política) y porque el

carácter radical de la nueva conciencia de la acción histórica


encuentra el rigor de im análisis teórico sobre las condicio

nes

necesarias para el ejercicio de la soberanía por el pue

blo
mismo.

Los hombres nacen iguales en derechos pero

la historia los hace desiguales; y como ella es la que presi

de

también las condiciones del pacto social, este pacto, el

único que funda la legitimidad del poder, se establece entre

actores que ya han perdido la igualdad originaria

La nación
es, pues, precisamente el marco de la historia y del
contrato social, un conjunto de derechos individuales imprescriptibles
cuya coagulación y defensa sólo ella puede
asegurar: la nación es la depositaría de la relación original
de donde nace la realeza, es decir, del contrato de los orígenes.

Así es como la historia nacional elabora, al mismo tiempo

que una teoría constitucional del poder real e inseparable

de ella, una definición de la ciudadanía, es decir, de los in-

En el centro de la repre

sentación

se instala la pareja rey-nación, poderes que no se

definen por un conflicto sino que son los dos elementos in

dispensables

de la autoridad pública legítima, ligados por

medio de una figura de subordinación. El


nación es un conjunto humano
histórico y mítico a la vez, depositario del contrato social,
voluntad general perdida en la noche de los tiempos,
promesa de fidelidad ante los orígenes.

Una sociabilidad política: por ella entiendo un modo de

organizar tanto las relaciones entre los ciudadanos (o los

subditos) y el poder como entre los mismos ciudadanos (o

los subditos) a propósito del poder.

Pero la sociedad real reconstruyó en otra parte, fuera

de la monarquía, el mundo de la sociabilidad política. Mun

do

nuevo, estructurado a partir del individuo y ya no a par

tir

de sus grupos institucionales, mundo que se basa en ese

elemento confuso que se llama la opinión y que se produce

en los cafés, en los salones, en los palcos y en las «socieda

des
».

Esta sociabilidad democrática, si bien ha comenzado a

unificar nuevamente a un cuerpo social en desintegración

—cumpliendo en un nivel práctico la función

integradora

que en el nivel intelectual asumen las ideologías de la «na

ción

»— presenta, al igual que la otra, una opacidad muy

grande

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