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PSICOANALISIS, TRABAJO Y JUEGO – Lic. Sergio Esparrell 2007
de espera, 0 burocracia, 0 stock, 0 defecto. No se puede producir nada que antes no haya
sido vendido porque esto reduciría la rentabilidad. Y me animaría a agregar el sexto 0, 0
sujeto. ¿No es la expresión más lograda de la anulación de subjetividad? Sabemos que
no hay producción subjetiva sin resto, sin algo que se pierda; y también podemos decir
que no hay juego posible sin la posibilidad de la pérdida, es más, podríamos decir que es
condición de partida de todo juego que algo está perdido, ya que de lo contrario no hay
juego posible, y agregaría que tampoco hay trabajo posible. No hay posibilidad de
movimiento, de movimiento lúdico, cuando todos los casilleros están ocupados, cuando
no se arriesga nada, cuando se está tomado por el goce. Algún capital se tiene que
invertir, o sea jugar, para que haya trabajo. No basta con la fijeza del capital, lo
especulativo, porque bien sabemos que es para que lo devore el Otro en su sin sentido
del corralón o del corralito, pero que mucho dista de ese corralito lleno de juguetes
disponibles para que el bebé o el trabajador puedan crear algo, algo a ser contado u
ofrecido a los otros. El trabajo en tanto juego se opone a la fijeza del plazo fijo, y lo
transforma en una plaza móvil, sí una placita donde íbamos a jugar cuando éramos
niños, o a donde nuestros padres iban a coquetear, que es otra versión del jugar.
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Me parece interesante resaltar el “no hay juego para quien es incapaz de morir”, se
podría decir para el que es incapaz de perder una parte. ¿Y es que es tan voraz el Otro
que no permite que algo se mueva, se pierda para poder jugar con los otros? En este
punto me gustaría compartir un relato de lo ocurrido en una experiencia out – door,
intentos de juego que implementan algunas empresas en nombre de la capacitación o el
entrenamiento: se trataba de un juego de chicos, la carrera de embolsados, ese juego en
el que metés las piernas en una bolsa de arpillera, y a la cuenta de tres los participantes
parten en carrera hacia una meta que está unos metros más adelante. A la cuenta de tres
partieron, y cuando uno de los participantes estaba por llegar, alguien rompió esa zona
de ilusión que establece todo juego y que es condición de sostén de todo juego, es que el
que iba segundo dijo: “esperá, no te apurés, mirá que yo soy el gerente y no puedo salir
segundo, tengo que ganar”, anonadado, petrificado por el cambio del juego, el
subordinado cambió de escena, se paralizó y religiosamente permitió que ganara el
gerente. Este gerente, tomado por el personaje, sí digo bien, tomado por el personaje de
gerente porque no lo podía jugar, no podía perder – lo, sentía que era devorado si salía
segundo, y por lo tanto rompió la convención, el tiempo y espacio ficcional que requiere
todo juego. Era incapaz de morir, por lo tanto no había juego posible; estaba petrificado
en la postura.
Luis Miguelez, en otro hermoso libro llamado “Jugar la palabra, presencias de la
transferencia” dice: “El análisis, lo mismo que el juego infantil, es el reverso del
fantaseo del adulto, que a diferencia de aquél carece de creatividad, puesto que
comparte con el fetiche una fijeza de representación y una satisfacción de tipo
alucinatoria”. El gerente antes mencionado ¿es que estaba fijado a la representación de
ser gerente y por lo tanto no podía perder ni siquiera en un juego? ¿Era para él un juego
la carrera de embolsados? Evidentemente no. Más adelante dice Miguelez: “La
experiencia analítica nos enseña rápidamente las diferencias entre el fantaseo y el sueño.
Relatar un sueño es empezar a sustituir los elementos fijos e instransferibles del
fantasear por representaciones que se ponen a disposición de un otro que escucha. Que
lo escucha como al chico del “dale que la silla es un auto”. Es decir, que acepta la
convención donde las cosas valen no tanto por lo que son sino por lo que
metamorfosean. Pone a jugar la palabra para que la palabra pueda jugar con él”.
El gerente de la carrera de embolsados estaba tragado por la bolsa, ligado al ser gerente
sin poder jugarlo, carecía del “como si” necesario para no quedar petrificado en el
personaje; es decir que no podía disponer de otra versión, de la di – versión inherente a
todo acto de jugar, sino que estaba globalizado, o uni – verzalizado en el sentido de no
poder disponer de la ficción.
Es interesante considerar lo que dice Cristina Marrone al comenzar su libro “El Juego:
Una deuda del Psicoanálisis”: “Así se puede decir que, como al gran bonete, al siglo
XXI se le ha perdido el juego porque el mundo llora sufrimiento, se desespera por el
desamparo, reclama por el retorno de la palabra a su valor de pacto. Michael Ende diría
que los hombres oscuros y grises, a veces de modo brutal, de vez en cuando sutil, han
aplastado el juego y en consecuencia han arrasado el tiempo que hace horizonte, el
tiempo que se despeja en la escena del mundo si en él hay lugar para los hombres –
niños que juegan”.
“De uno u otro modo, los maestros del psicoanálisis se han ocupado del juego. Freud lo
enlazó al poeta y su creación, Lacan a uno de los nombres del objeto a, y Winnicott
propuso diferenciar el objeto transicional de aquel otro que condensa el goce”.
Es interesante considerar a la posición del analista como propiciadora de juego, “el
analista es un juguetón” al decir de Marrone. “…la posición del analista es lúdica tanto
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Continuará
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Para comenzar este segundo encuentro del Seminario en el que intento articular y
plantear interrogantes y puntos de coincidencia entre estos tres términos me gustaría
repasar los principales puntos planteados en el encuentro anterior, para de esa manera
trabajar o jugar la propuesta que hoy les traigo.
Diferenciábamos el trabajo de lo laboral en el sentido de que el trabajo siempre es del
sujeto, y en tanto trabaja algo del goce pierde, es por ahí que se vincula con lo lúdico,
con el juego, ya que hay posibilidad de jugar solamente si algo se está dispuesto a
perder como condición de partida. No hay posibilidad de juego para el que nada puede
perder; es decir, que desde la desesperante renegación de la pérdida lo que se pierde es
la posibilidad de jugar. El trabajo subjetivo, que siempre se inscribe en un tiempo y un
espacio, implica la posibilidad de creación, de lazo social, de jugar la palabra.
Lo diferenciábamos en este sentido al trabajo de la dinámica de lo laboral por cuanto
esta última arrasa lo lúdico que se inscribe del lado del trabajo, no permite el “vacío
creador”, y en su lugar colma de significado, atora, “llena de vacío”. Lo laboral no
soporta la pérdida, los ideales de eficiencia buscan minimizar lo más posible todo costo,
toda pérdida. Y en esa desenfrenada búsqueda, la dinámica de lo laboral arrasa con la
subjetividad; de esto dan pruebas manifestaciones como el “bourn out” (quemado y
afuera, como si fuera un fusible que se quema en un circuito) y la cada vez más
frecuente presencia de patologías actuales.
No hay posibilidad de que emerja un sujeto si no hay resto, sin una caída, y también
decíamos que no hay posibilidad de juego ni de trabajo posible sin algo que se pierda
como condición de partida. No hay posibilidad de movimiento si todos los casilleros
están ocupados, cuando no se arriesga nada, cuando se está tomado por el goce.
El espacio analítico se monta en una escena, la de la transferencia, para que el paciente
pueda ir jugando, construyendo, trabajando otra escena distinta a la del mundo laboral,
ese que muchas veces se le vuelve inmundo, chato, hiper realista, aplastante, por cuanto
está atravesado por una linealidad que lo vuelve gris, mundo que apunta a la
rentabilidad pero no a la emergencia del sujeto. El análisis, ese espacio donde “las
palabras no valen tanto por lo que son sino por lo que metamorfosean” al decir de
Miguelez, permite que el sujeto cobre protagonismo justamente allí donde pierde
postura, allí donde pierde consistencia para dejarse llevar por las palabras, jugando con
ellas, dirigiéndolas a otro, que acepta, como punto de partida, la convención de escuchar
jugando más allá de la literalidad con una escucha atenta a los ritmos y a los silencios.
El trabajo toma su estatuto como tal, en tanto creador, si y solo si brota del juego. Es
decir que es el trabajador que trabaja / juega como los niños, se permite perderse en el
juego, en ese “como si”, para luego poder volver a hacer los deberes pero con una
disposición diferente, con otra consistencia hasta en lo corporal porque pudo atravesar y
dejarse atravesar por la experiencia de lo lúdico. Tanto en el juego como en el trabajo
hay una operatoria que sustituye lo real.
Habíamos concluido la semana pasada considerando al espacio de trabajo como un
espacio transicional, una zona de ficción y liviandad donde algo pueda decirse, jugarse
o hacerse.
Y es desde allí que me gustaría continuar. Considerando la enorme importancia que
tiene lo que Winnicott conceptualizó como “espacio transicional”, ese espacio de
ilusión, de juego donde el niño va constituyendo su contorno porque no se siente en un
espacio exterior, amenazante, pero tampoco en la boca del cocodrilo, es decir no tan
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cerca como para ser devorado. Es por eso que es un espacio intermediario; espacio en el
cual es posible crear, y diríamos que también trabajar. En ese espacio se puede disponer
de los objetos, que no son retaceados por el Otro, sino que son accesibles, puede
cederlos. Es interesante consignar que Peter Senge, cuando escribe su libro, “La Quinta
Disciplina”, un libro no escrito desde el Psicoanálisis, dedicado al aprendizaje de las
organizaciones, le dedica un capítulo a la creación de micromundos, verdaderos
espacios transicionales, espacios de juegos para el aprendizaje organizacional en una
situación no expuesta a problemas reales sino ficcionales, problemas donde los
trabajadores se animen, arriesguen ideas, inventen alternativas, para que luego, quizás,
cuando se presente una situación similar, pero en el mundo de lo serio, puedan disponer
de los recursos suficientes (recursos psìquicos) para afrontarla sin quedar paralizados.
Nadie puede aprender ni crear desde la amenaza de aplastamiento, a lo sumo habrá
adaptación pero esta no es aprendizaje creativo en tanto no hay resonancia íntima.
Luis Miguelez, al referirse al espacio transicional dice: “El objeto engendrado participa
de la paradoja de no provenir ni de adentro ni de afuera, está entre el mundo objetivo y
el subjetivo. En este sentido el acto creador engendra fronteras que más que separar
reúnen, al posibilitar la constitución de un espacio de ilusión compartido. La obra, lo
creado, funciona como un refugio del ser. Determina una relación que no proviene
necesariamente del che vuoi, de qué se quiere de mí. No se trata de un mundo sin otros,
sino que el acto creador da lugar, abre el acceso a una satisfacción que no exige nada a
nadie, sino que pone en juego un objeto que, surgiendo de lo más íntimo, nos relaciona
con lo desconocido, con la carencia de sentido dado, con un más allá de lo familiar, con
un lugar vacante. Nos ayuda a elaborar lo que Winnicott llamó las agonías primitivas,
los peligros de la desintegración, la despersonalización o la caída perpetua” (Miguelez,
pag. 40).
“…el acto creador engendra fronteras que más que separar reúnen…”. Es interesante
considerar que la frontera que engendra el acto creador re – une; me parece pertinente
subrayar el re – une, ya que el prefijo re nos remite a que no es una unión de fusión, una
unión donde se confunden los espacios, sino que de reunión se trata; el re ¿No indicaría
que ya hay algo perdido, que el sujeto se desprendió del Otro, y que la reunión es
testimonio de ello? Las reuniones de trabajo son placenteras y generadoras de ideas, de
acuerdos, son placenteras precisamente allí donde no son muy pegoteadas, densas,
acartonadas, sino justamente donde algo desde la ingenuidad, desde la posibilidad de
sorpresa, y no desde la estrategia, algo puede surgir.
Cristina Marrone dice: “El juego es un ejercicio de libertad sobre lo real. El “como si”
que le concierne específicamente constituye un disfraz. Así, lo serio y la broma podrían
ser situados como dos estatutos de lo imaginario. Lo serio reenvía a la imagen especular
y la broma a la textura flexible de la imagen. En ese sentido, un estatuto de la imagen
cancela, suspende al otro, y se establece una oscilación entre ambos”. “… se trata de
una oscilación en lo imaginario, basada a ese título en una pérdida de lo real que a veces
se resuelve como acto de creación en lo simbólico”. (C. Marrone, pag. 24).
El espacio transicional, como la broma, tiene fragilidad en su estructuración, requiere no
ser arruinado, como toda broma. Si al niño que juega a que es piloto de un auto de
Fórmula 1 su madre o padre le dice que no se confunda, que lo que maneja es un
triciclo, pues entonces se acabó la carrera, el adulto rompió la zona de ilusión, necesaria
para que en ese niño se vaya inscribiendo la textura flexible de la imagen, esa que,
cuando sea adulto, le permitirá que no se le pegue la máscara de gerente. La madre le
dio un triciclo, y es en ese espacio transicional, que no es ni adentro ni afuera, que el
niño lo convirtió en un auto de Fórmula 1, para luego quizás jugar a que es un flete que
lleva cosas o el camión de la basura. Al adulto, en vez del triciclo le dieron un cargo de
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gerente en la empresa pero, si en los tiempos instituyentes no pudo jugar con el triciclo,
transformándolo y con ello transformándose, si solo tuvo un triciclo, y no pudo jugar,
disponer con él, entonces ¿Por qué podría hacerlo con el traje de gerente? Se cree
gerente, y en su diccionario de instrucciones, que lee a la letra, pero en su fijeza, dice
que no puede salir 2º en una carrera de embolsados ni en nada porque en ese caso se
destruye su traje, y con el traje cae él. Es decir no puede jugar porque no puede perderse
algo para que no se pierda todo.
Cristina Marrone dice: “… la broma se apoya en el ángulo de la diversión, el de la
alegría que se emparenta con lo diverso (auto de Fórmula 1, flete, camión de basura),
aquello que se opone al “universo” y de ningún modo se podría confundir con aquel
otro sentido donde la broma implica engaño pero también una víctima” (C. Marrone,
pag. 24).
En este punto me parece relevante diferenciar lo que es del orden del “universo”, en el
sentido de versión única, literalidad que se presenta como objetividad, de aquello que
tiene que ver con lo “diverso”, más vinculado con la alegría, con la diversidad, con un
escenario posible, precisamente porque hay otros escenarios posibles, porque hay
posibilidad de resonancia, de metaforización. El Diccionario dice de la escena, “Suceso
considerado como un espectáculo digno de atención: escena conmovedora”. Interesante
considerar que en la definición de escena aparece la dignidad y lo conmovedor de una
escena, es decir que remite a lo humanizante de la escena del mundo. ¿No es justamente
la capacidad de conmoverse lo que arrasa lo objetivante del universo laboral?
Precisamente uno de los mecanismos de control que utilizan algunas empresas para
mantener disciplinados a sus empleados es crear la sensación de un mundo exterior
amenazante, que si pierden ese empleo no podrán conseguir otro. Lo diverso, a
diferencia del universo, implica ya desde su enunciación, que hay posibilidad de otros
mundos, que hay puertas para abrir para ir a jugar, que lo representado en esta escena no
es totalizante sino que soporta una falta, la de no todo, porque hay otros mundos
posibles. ¿El Psicoanálisis no apunta justamente a flexibilizar la fijeza de la imagen, la
de los significantes que representan a un sujeto? El atravesamiento del fantasma a que
apunta la dirección de la cura en el campo de las neurosis acaso ¿No apunta a ampliar la
ventana a través del cual miramos el mundo? Y si esto es posible es porque los mundos
están atravesados por el significante. Por eso hay escenarios posibles, y también es por
eso que el niño puede hacer de un objeto diferentes herramientas de juego según el
escenario que construya, y que los otros le permitan construir, no solo porque se vayan
acoplando a ese juego, sino también, y al menos, porque no le arruinen el juego.
Sería interesante, a esta altura, hacer una articulación posible entre dos campos que
parecen muy desconectados, pero al andarlos un poco nos sorprendemos pudiendo
intentar algunas articulaciones. Es la relación que podríamos hacer entre juego y
economía.
En la Economía se recurre, como en toda ciencia, a la modelización. El modelo es una
representación de la realidad, un juego teatral, hay piezas, que son los conceptos, y
relaciones entre ellos, los que se rigen por una lógica, como todo juego, pero no una
lógica de lo necesario sino de una relación artificial y contingente; y desde el modelo se
lee y opera sobre la realidad, es más se crea la realidad. Podríamos agregar que se
recorta la realidad. Si se recorta la realidad desde su modelización es porque está
entramada en una red significante, es una ficción el modelo que permite articular y
operar sobre lo que representa, o sea que vuelve a presentar. El modelo permite disponer
de parte de la realidad; sus componentes no tienen la fijeza de percepción, sino que
valen como piezas del modelo, piezas articulables. También implican un “como si”, el
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modelo juega desde el “como si”, y es por eso que se puede jugar. La Economía “lee la
realidad y el comportamiento de las personas” desde un modelo, implementa medidas
considerando cómo las va a interpretar la gente, también opera desde el “como si”.
Precisamente las catástrofes económicas suceden cuando los jugadores creen que el
juego es la realidad o cuando en medio del juego te cambian arbitrariamente las reglas
del juego. Y si hay alguien, que se erige como Otro insensato, que puede hacer lo que le
plazca sin respetar la ley, ni el tiempo y espacio de juego, pues entonces no hay juego ni
jugadores, sino que hay Otro que jode con la gente o a la gente. Y bien sabemos que
joder nada tiene que ver con jugar; precisamente los niños joden cuando no saben cómo
seguir jugando.
El “como si” que articula una ficción, que la hace posible, es también lo que permite el
esbozo de una acción, el esbozo de trabajo. Es lo que permite que haya juego y trabajo
porque si se sustituye el “como si” por el “es así” inapelable e inmutable, pues entonces
¿Cómo jugar?, ¿Cómo trabajar? Solo queda lugar para rendirle culto a esa realidad
devoradora y aplastante. Realidad en la que se fija y petrifica ese gerente que se creyó
gerente, que no lo pudo jugar; y sabemos que sin el juego no hay posibilidad de duelo,
de elaboración porque, al decir de Freud, cuando se refiere a la melancolía, “la sombra
del objeto ha caído sobre el yo”, es decir que quedó pegada la máscara de gerente
tapando el mundo de lo potencial, de trabajo y juego. En el “es así”, “yo soy mi puesto”
(que curiosamente es el primer obstáculo al aprendizaje organizacional que plantea un
prestigioso autor estudioso de las organizaciones, Peter Senge, como impidiendo el
aprendizaje y apertura), no hay plasticidad de imagen, no hay lugares intercambiables y
móviles, sino que hay “una frontera que se cierra, que se clausura, que es límite
infranqueable y que separa al “tú eres” del “yo soy” y que conduce a una lucha
despiadada que Amin Maaluf denominó “identidades asesinas” (Miguelez, pag. 48). A
lo que agregaría que la identidad asesinó la posibilidad de jugar, de crear.
Hay muchos casos de empleados de empresas que quedan tan pegados a esa máscara
otorgada por el Otro, que al ser expulsados de la empresa por alguna situación extraña al
sujeto, como por ejemplo una reestructuración, reingeniería o reducción de personal, no
lo pueden soportar, caen en depresión o realizan un pasaje al acto suicida. Es decir que
no pueden perder sino que quedan pegados como objeto total devorado por un Otro
insensato.
Al abordar el “como si” Cristina Marrone, citando a Hans Vaihinger, dice: “Son
construcciones provisorias que se establecen en principio frente a lo incomprensible,
permitiendo cierta flexibilización del saber establecido como dogmático. El “como si”
cuestiona el “es así”. Estos a priori ficcionales extienden el conocimiento y complejizan
la realidad en la medida en que otorgan realidad a aquellos hechos que no se sabe si la
tienen pero deben ser tratados como si la tuvieran; o sea que el “como si” trasmuta la
realidad de percepción en realidad de ficción”. “Las ficciones se enlazan también a la
persona, y entonces vale decir que por las ficciones la persona se personifica o se vuelve
equivalente a una máscara o disfraz”.
Interesante subrayar que la persona se personifica volviéndose equivalente a una
máscara o disfraz. Podríamos decir que una máscara es algo de lo que se dispone, algo
que nos podemos poner y sacar, que permite jugar. Ahora bien, ¿Qué sucede si la
máscara queda pegada? Entonces ya no es máscara, sino que la persona se creyó el
personaje. Y por esta vía nos metemos ya en la vía de lo religioso. (articular con caps 3
y 4 de C. Marrone).
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trabajadores de los otros turnos, aturdidos por los gritos y la mirada amenazante del
supervisor, que no permitía que haya juego ni ritmo muy preocupado en hacerles
recordar (y recordarse) de la necesidad imperiosa de su función; es decir que cargaba de
sentido una escena, y por lo tanto no permitía que haya juego.
Cristina Marrone dice: “En la nueva versión del estadio del espejo, Lacan propone un
intercambio de miradas entre el niño y el Otro que lo sostiene. El niño busca al Otro
como testigo, pero cabe advertir que la mirada que recoge en el intercambio constituye
el valor religioso de la imagen, en el sentido de que implica al mismo tiempo una
mirada que estatiza”. “La mirada que congela la imagen en su unidad religiosa no se
confunde con aquella que nos permite pensar la coquetería, mirada al sesgo, capaz de
establecer una nueva dimensión en el tiempo y en el espacio – el del mundo y el del
propio cuerpo”. “El juego es entonces un viaje en función de su compromiso con la
pérdida. Desde esa perspectiva, articula los dos valores de la imagen: flexible o estético
y religioso o estático; uno y otro quedan registrados, de ese modo, por miradas
diferentes” (pag. 39). En el turno noche de la citrícola falta la mirada – grito que
estatiza, que paraliza cargando de agresividad contenida, la que sí está en los otros
turnos, donde está presente el supervisor para recordarles a los gritos que no se puede
jugar ni bromear patentizándoles con sus anotaciones que todos son piezas
intercambiables, incluido el que anota.
Los turnos mañana y tarde aparecen como un templo religioso en el que se instala un
pastor (supervisor) que exige permanentes sacrificios a los presentes a cambio de
pacificarlos, ordenarlos, familiarizarlos en una escena que no permite lo lúdico sino que
ordena desde la culpabilización y la amenaza de la excomunión (dejarlos sin empleo).
En cambio el ordenamiento que se produce en el turno de la noche tiene que ver con el
ritmo y lo lúdico como operatoria que produce una pérdida en lo real, ordenamiento
desde lo ficcional que instala otra música en el packing sustituyendo los permanentes
gritos del supervisor; es decir que esa música es testimonio de una pérdida, aparece en
su lugar, es creación desde la ficción precisamente allí donde algo pudo perderse.
Cristina Marrone enlaza al juego con la experiencia religiosa, pero no para hacerlos
equivalentes sino en tanto ambos señalan respuestas que se articulan al “como si”. “Se
puede apreciar que el “como si” enlaza el fenómeno lúdico con la experiencia religiosa
en su estatuto de realización simbólica, fundamentalmente por “la demarcación de un
lugar sagrado como distintivo primero de toda acción sacra” (Cristina Marrone, pag.
43).
“… Esta demarcación, pero también la alegría como signo de la fiesta, la creencia y la
oscilación del engaño creado, la acción que contagia con sus efectos al espacio y al
tiempo común de la vida cotidiana, emparentan al juego con la experiencia religiosa”.
(Cristina Marrone, pag. 43). Pero Cristina Marrone nos advierte que “no toda ilusión
que anima al juego debe ser tomada como religiosa…. Estética y religión toman su
lugar en el juego, de donde se desprenden consecuencias para la clínica psicoanalítica”
(Cristina Marrone, pag.44).
Tanto el juego como la experiencia religiosa son modos, intentos en que el sujeto busca
ordenar el caos pulsional, lo que no cesa de no inscribirse, es decir que no todo es
reductible al significante, y de esto testimonian tanto el juego como la experiencia
religiosa. Eugenio Trías en “Pensar la religión” dice: “la religión moderna se plantea
con todo rigor doblegar el límite negativo del dolor y la muerte, que ni la poesía ni la
ciencia consiguen doblegar” (Trías, pag. 73).
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Cristina Marrone añade que “cuando un niño juega, figura, porque con ello moldea una
forma de lenguaje, y también demarca, como límite imprescindible para salir del caos
pulsional. No todo quedaría resuelto, sin embargo, con la entrada de una ley paterna ya
que algo irreductible de aquel principio caótico siempre podría subsistir” (Cristina
Marrone, pag. 46).
Es importante rescatar la condición de ficción que comparten tanto lo lúdico como la
experiencia religiosa, “y nos hacen pensar en el modo inestable de su solución ya que el
caos, el Otro sin ley, puede volver o imponerse en su efecto siniestro reclamando algún
sacrificio más” (Cristina Marrone, pag. 47).
Lacan, en el Seminario VII: La ética del Psicoanálisis, plantea a la religión como “uno
de los modos de enfrentar el vacío de la privación original, y si el arte se organiza
alrededor de ese vacío, la religión es quien lo evita. (Cristina Marrone, pag. 50).
Luego Cristina Marrone nos dice: “En definitiva, la función del contorno forma parte de
un primer momento de la operatoria lúdica, vel de alienación por el que un niño, en
tiempos instituyentes, afirma su narcisismo y comienza a transformar el goce que en el
exceso lo afecta. Entonces, doblega al dolor y a la muerte porque juega, aunque desde el
Psicoanálisis también por la poesía deberá encontrar su cita con lo real” (Cristina
Marrone, pag. 51).
Me animo a agregar que es desde el trabajo, trabajo subjetivo, en tanto acto creador, que
se juega ese encuentro con lo real. Y si el trabajo dignifica al hombre es en tanto la
dignidad que él mismo obtiene de su tarea, y no porque un Otro se lo sancione; es
dignidad que atraviesa la propia experiencia, esa que permite seguir contando el cuento.
Me parece oportuno situar al trabajo del lado del arte, en tanto ambos se organizan
alrededor del vacío, hacen algo desde allí, en cambio la dinámica de lo laboral estaría
del lado de lo religioso como una manera de evitar ese vacío. Podríamos agregar que se
trata de dos estatutos diferentes de la imagen: el estático o religioso por una parte, y el
estético o flexible por la otra.
En este punto me parece oportuno vincular los planteos que hasta aquí vengo
sosteniendo con un campo de estudio conocido como Psicopatología del Trabajo,
desarrollado en Francia, cuyo exponente más representativo es Christophe Dejours. La
Psicopatología del Trabajo se nutre del Psicoanálisis y de la Filosofía de Habermas, y al
decir de Dejours “La psicopatología del trabajo estudia la relación psíquica del trabajo,
las consecuencias del trabajo sobre la salud mental de los trabajadores, ya sea que estas
consecuencias sean nefastas – en ese caso el trabajo será entonces patógeno – o que
sean favorables – en ese caso el trabajo será estructurante” (Dejours, pag.181).
Si cito a Dejours no es en un intento de desarrollar exhaustivamente sus planteos, los
que son desarrollados en un libro muy interesante titulado “Trabajo y Desgaste Mental”,
sino para intentar una articulación posible con los dos estatutos diferentes de la imagen:
el estático o religioso y el estético o flexible.
Dejours desarrolla la hipótesis que el trabajo es un escenario que puede ser estructurante
de subjetividad o puede desestabilizarla. Plantea cómo el sujeto trabajador construye
defensas para poder soportar lo arbitrario, lo insensato de las exigencias laborales, de la
organización y el contenido de la tarea. Pero agrega que esas defensas son colectivas.
Así, ante el peligro real de caerse de un andamio en la construcción o que explote una
caldera en el ingenio, lo cual produce angustia por la presentificación de la muerte como
posibilidad concreta, entonces el colectivo de trabajadores estructura sistemas
defensivos colectivos para poder soportarlo, ese sistema defensivo es convertido en lo
contrario, es decir en un valor, una meta, constituyéndose verdaderas ideologías de
oficio, es decir un sistema de ideas cerrado, no cuestionable si se pretende que preserve
su función de mantener un equilibrio, por cierto inestable, y que permite seguir
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trabajando. Es decir que de esa manera los obreros conjuran el miedo de subir al
andamio. Ellos suben porque son machos, se la bancan; incluso hay ritos de iniciación,
por cuanto al novato se le asigna el piso más alto, el más temerario, como prueba que
debe pasar para poder pertenecer al grupo. Si no la pasa queda excluido porque su
miedo tiene el efecto siniestro de mostrar la cara que, de lo habitual (que se mueran
compañeros), debe quedar oculto.
¿No tendrían acaso estas ideologías colectivas del oficio el valor religioso o estático de
la imagen, esa que pacifica, ante un vacío que trata de evitar? Lo irreductible de lo real
exige un conjuro, un amparo religioso. Y de esto dan cuenta el fracaso de los intentos
racionalistas que desde las ingenierías y especialistas en Higiene y Seguridad, quieren
hacer a través de charlas esclarecedoras, didácticas sobre el tomar conciencia de los
riesgos y utilizar medidas de protección (cascos, guantes, etc.). Habitualmente no los
utilizan porque su presencia presentifica el vacío. Hay algo de lo irreductible, en el
sentido que sexualidad y muerte no cesan de no inscribirse, o para decirlo de otra
manera no se agotan en la articulación significante, sino que son testimonio del vacío.
Lo religioso de la respuesta producida nos orienta en el sentido de la pacificación que
por allí se consigue, desde lo dogmático, pero es justamente desde el “como si”
religioso, que es uno de los estatutos de la imagen.
Dejours dice de estas defensas: “Estas funcionan según una lógica rigurosa que está
asegurada por un sistema de prohibición de ciertos comportamientos, de silencio en
todo lo que se refiere al miedo, de valorización del discurso heroico, de
comportamientos de bravura y de desafío frente al peligro, de rechazos paradojales de
las consignas de seguridad y de prácticas colectivas lúdicas que ponen en escena
situaciones de riesgo que hay que menospreciar, y a veces bromas peligrosas que
siempre están centradas sobre las cuestiones de peligro, accidente, enfermedad y muerte
en el trabajo. La defensa colectiva exige la participación de todos los trabajadores sin
excepciones, y ejerce un poder de exclusión y de selección frente a los trabajadores que
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se resisten a las reglas de conducta establecidas por la defensa colectiva” (Dejours, pag.
183).
Sería interesante, para ir concluyendo por hoy, articular el tiempo de la experiencia
religiosa con el tiempo del juego, como dos tiempos diferentes. Cristina Marrone dice:
“El tiempo que implica cierta ofrenda ancestral, totémica y religiosa no se podría
confundir, a decir verdad, con el tiempo del juego como producción, en el sentido de
que en el juego tiene lugar alguna invención basada en un efecto neto de pérdida de
goce. Posiblemente, este último efecto podría corresponder a la indicación en la que
Lacan señala, siguiendo a Pascal, que “… sin el cero no hay juego”. Luego añade:
“Dicho de otro modo, el juego se instaura cuando algo del cuidado – ilusión del Otro, de
lo amable del amor como borde de lo familiar aliena pero ampara y permite la apertura
hacia el futuro, pero el vuelo del juego implica algo más: la transformación del goce que
adscribimos a la ilusión estética” (Cristina Marrone, pag. 35).
Es decir que el trabajo se hace equivalente al juego en tanto y en cuanto algo de la
amabilidad pueda inscribirse como contorno, como borde de lo familiar; amabilidad en
el sentido que la plantea Ulloa como ligada a la ternura: “La ternura es el escenario
mayor donde se da el rotundo pasaje del sujeto – nacido cachorro animal y con un
precario paquete instintivo – a la condición pulsional humana. Es motor primerísimo de
la cultura, y en sus gestos y suministros habrá de comenzar a forjarse el sujeto ético. La
ternura será abrigo frente a los rigores de la intemperie, alimento frente a los del hambre
y fundamentalmente buen trato, como escudo protector ante las violencias inevitables
del vivir”. (Ulloa, pag.241).
No hay juego ni trabajo posible sin un telón de fondo de ternura y amabilidad.
Recordemos que tampoco hay espacio transicional, en el sentido de espacio potencial, si
alguien más poderoso lo invade desde su tentación de apoderamiento rompiendo el buen
trato que debe presidir todo trabajo, todo juego y todo tratamiento.
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El colectivo de trabajadores, ante la demanda insensata del Otro, ante las exigencias
desmedidas de productividad, constituye un sistema dogmático, una ideología, que se
afirma en la transformación del signo negativo de la defensa en el valor positivo de la
ideología, positivo en cuanto funciona como refugio. Para ejemplificarlo Dejours dice
que los obreros para doblegar el miedo de subir al último piso para pintar una pared
parados sobre un andamio, lo convierten en bravura sostenida en una afirmación de la
masculinidad desafiante.
Dejours plantea al trabajo “como un teatro donde uno puede volver a actuar, donde se
ponen en escena nuevamente las mociones pulsionales que no pudieron encontrar en la
sexualidad las condiciones propicias para su satisfacción”. Y agrega: “A diferencia de
las defensas contra el sufrimiento que pueden ser objeto de elaboración colectiva, el
placer sigue siendo una dimensión estrictamente individual, derivada del deseo (dato
irreductiblemente subjetivo). El estudio del placer en el trabajo se basa sobre el análisis
del proceso conocido en el Psicoanálisis bajo el nombre de sublimación”. “Es así que el
trabajo es el mediador privilegiado entre inconsciente y campo social… el trabajo puede
inscribirse como una herramienta en la conquista del equilibrio psíquico y de la salud
mental al lado de la sexualidad y el amor. El trabajo se denomina entonces
estructurante. Es decir que en las tareas estrictas de ejecución, sobre todo cuando son
parcializadas, no hay lugar para negociar la puesta en escena necesaria para poner en
juego a la sublimación. Podemos llegar a hablar de organizaciones del trabajo anti
-sublimatorias” (Dejours, pag. 185).
Dejours ubica a las organizaciones de trabajo estructurantes en aquellas que confían al
trabajador una parte significativa de la concepción del trabajo. Agrega: “Las tareas de
concepción brindan a menudo las condiciones necesarias para la instalación de teatros
de la sublimación” (Dejours, pag. 185).
Es decir que Dejours al plantear a las organizaciones estructurantes como aquellas que
confían al trabajador una parte de la concepción del trabajo ¿No serían organizaciones
que acceden perder una parte del control? ¿Son “no todas”? Son organizaciones que
permiten el juego creativo de parte de los trabajadores, no en un intento de imponer
racionalismos que abundan en las gestiones perversas de algunas empresas, aquellas que
no dejan espacios potenciales para la creación (como por ejemplo cuando arengan al
personal diciendo: “somos la familia Wall Mart”, “hay que ponerse la camiseta de la
empresa”, etc.). ¿No se adscriben acaso las organizaciones estructurantes, sublimatorias,
del lado del juego?
Cristina Marrone dedica varios capítulos de su libro “El Juego, una deuda del
Psicoanálisis” a abordar la relación entre juego y sublimación.
Para ir concluyendo este Seminario voy a considerar algunas cuestiones vinculadas a la
relación entre trabajo, juego y sublimación.
Sobre el trabajo y el juego vinimos trabajando a lo largo de estas reuniones. Por ello es
interesante articular algunas líneas en torno al concepto de sublimación.
Cristina Marrone, citando a Lacan, dice:”… Freud favorece la entrada de la sublimación
en el Psicoanálisis de la mano del arte, como obra para circular en la escena del mundo
y su mercado, capaz de introducir un corte que transfigure la realidad” (pag. 153).
“Desde entonces, el destino de la sublimación quedará sellado: si entra al Psicoanálisis
con el artista y su obra es en tanto está designada para oficiar cada vez como la
“elaboración del vacío””.
En la sublimación se trata de la satisfacción de la pulsión en cuanto a la mudanza del
objeto en el apartamento de su fin” “… la sublimación encuentra su fin, su satisfacción,
sin sustitución significante. Por ello, constituye radicalmente otro destino para la
pulsión que no podría confundirse con el de la represión en su retorno porque despliega
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La sublimación, del lado del trabajo, permite descompletar, y es desde allí que hay
juego, creación de objetos, justamente porque puede perderlos. Es más, está en la
esencia de la operación de sublimación ese vaciamiento sin sustitución significante. La
sublimación sería la operación que permite un clivaje.
Este concepto nos permite seguir sosteniendo nuestra hipótesis de partida, con la que
arrancamos este Seminario, o este juego, de que el trabajo está en tensión en relación a
la dinámica de lo laboral, y que podemos hablar de trabajo si es trabajo subjetivo, a lo
que ahora agregaríamos para circar, para poner a circular entre los jugadores presentes,
que ese trabajo es subjetivo no sin la sublimación como operación que reinstale un vacío
para poder volver a lanzar una pelota al aro o volver a empezar con el trabajo habiendo
recorrido un círculo pero que, al volver a pasar por un punto, algo pudo perderse o
cambiarse tal como sucede también en un análisis.
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