Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
EUGEN FINK
1
trata de un asunto árido y abstracto. Sería preferible percibir de inmediato el hálito
de la flotante ligereza de la vida lúdica, de su plenitud productiva, de su riqueza
fluida y de su inagotable encanto. El ensayo ingeniosos que juega en cierta medida
con el oyente o el lector, que entresaca el mágico sentido oculto de las palabras y
las cosas mediante asombrosos juegos de palabras, parece ser el elemento
estilística medida de un tratado sobre el juego. Pues el hablar e serio acerca del
juego y, más aún, con la tenebrosa seriedad del verbalista y el analista conceptual,
parece a fin de cuentas un vacío contrasentido y un maligno echar a perder el
juego. Es verdad que la filosofía, con Platón, por ejemplo, se atrevió a dar pasos
ligeros, alados, se arriesgó a los grandes pensamientos y meditó sobre el juego en
forma tal que este pensamiento mismo se transformó en un elevado juego del
espíritu. Pero para ello es necesario la sal ática.
2
vital en el corazón de toda criatura viva? La investigación biológica nos entrega
descripciones desconcertantes acerca de la conducta animal, que se asemeja en su
tipo de manifestación y en su figura motora expresiva al juego humano. Pero surge
la pregunta crítica de si lo que parece semejante en su imagen externa no es igual
ontomórficamente. No se discute aquí el que pueda fijarse, con todo derecho, un
concepto biológico de la conducta lúdica que muestre al hombre y al animal en su
parentesco animal. Pero con ello no se decide qué modo de ser tiene la conducta
correspondiente, al parecer semejante. Este problema solo quedaría concluso si
antes explicitaran y determinaran antológicamente la constitución óntica del hombre
y el modo de ser del animal. En mi opinión, el juego humano tiene un sentido propio,
genuino, y sólo en metáforas impermisibles, podría hablarse de un juego entre los
animales o entre los dioses de la antigüedad. En última instancia, todo depende de
cómo usemos el término “juego”, que plenitud de ser mentemos con él y qué
alcance y qué transparencia logremos darle al concepto.
3
la pausa, y se relaciona con el curso verdadero, serio, de la vida, en forma análoga
al sueño con la vigilia. De vez en cuando el hombre tiene que desuncirse el yugo del
trabajo, librarse una que otra vez de la presión de la brega tenaz, sacudir el peso de
los negocios, desligarse de la estrechez del tiempo dividido para tener un trato más
laxo con el tiempo, para que éste sea gastable y aun derrochable, de modo que lo
disipemos con “pasatiempos”. En la economía de nuestra vida alternamos la
“tensión” con la “distensión” , el negocio con el ocio, practicamos la conocida regla
sobre las “semanas amargas” y las “fiestas alegres”. Así, pues, el juego parece
tomar un lugar legítimo, aunque limitado, en el ritmo de la dirección de la vida
humana. Se le considera como “suplemento”, como fenómeno complementario,
como pausa de recuperación, como plasmación libre del tiempo, como vacaciones
del peso de los deberes, como animación del paisaje rígido y oscuro de nuestra vida.
Por lo común, el juego es limitado así – por contraste - frente a la seriedad de la
vida, frente a la postura moral obligatoria, frente al trabajo y, en general, frente al
sombrío sentido de la realidad. Se lo comprende en mayor o menor medida, como
jugueteo y travesura satisfecha, como libre vagabundeo por el amplio reino de la
fantasía y de las posibilidades vacías, como una fuga de la oposición de las cosas
hacia el sueño y la utopía. Justo para no caer del todo en lo demoníaco, en el tonel
de la Danaides del moderno mundo del trabajo, para no olvidar la risa en el rigorismo
ético, para no convertirse en un prisionero de todos los hechos escuetos, quienes
hacen el diagnóstico de la cultura recomiendan el juego al hombre actual. , en cierto
modo como un medio terapéutico para su alma enferma. Pero ¿cómo se entiende la
naturaleza del juego en este consejo bien intencionado? ¿Sigue siendo un fenómeno
marginal de la seriedad, la autenticidad, el trabajo? ¿Qué, por así decirlo,
padecemos sólo u exceso de trabajo, nos posee una fiebre de trabajo titánica, una
seriedad tenebrosa en la que no hay luz alguna? ¿Necesitamos un poco de ligereza
divina, de la alegre gravidez del juego, para acercarnos de nuevo a los “pájaros del
cielo” y a los “lirios del campo”? ¿Acaso el juego sólo ha de suavizar las
convulsiones anímicas que dominan al hombre actual y a su incalculable aparato
vital? Mientras se opere ingenuamente siguiendo estos lineamientos mentales y se
piense en las populares antítesis de “trabajo y juego”, “juego y seriedad”. No se
habrá entendido aún el juego en su contenido y profundidad de ser. Permanece en
el claroscuro de los supuestos contrafenómenos y con ello se le oscurece y
desfigura. Se le considera como lo no serio, no obligatorio, y no auténtico, como
4
petulancia y ociosidad. Justo al recomendarse positivamente el efecto curativo del
juego, se pone en claro que se le ve aún como manifestación marginal, como
contrapeso periférico, en cierto modo, como un agregado aromático al pesado guiso
de nuestro ser.
Ahora bien, es más que dudoso que tal manera de ver las cosas logre apresar
adecuadamente el carácter fenoménico del juego. Desde luego, en apariencia, la
vida de los adultos no muestra ya mucho de la gracia alada de la existencia lúdica;
con frecuencia sus “juegos” son técnicas rutinarias del pasatiempo y delatan su
procedencia del aburrimiento. Rara vez, logran los adultos jugar ingenuamente. En
cambio, en el niño el juego parece ser aún el centro intacto de la existencia. El
juego se considera como un elemento de la vida infantil. Pero muy pronto el curso
de la vida nos saca de tal “centro”, se rompe el mundo intacto de la infancia y se
multiplican los ásperos vientos de la vida indefensa: el deber, la preocupación, el
trabajo atan la energía vital del hombre joven que se acerca a la madurez. Mientras
más se manifiesta la seriedad de la vida, más desaparece evidentemente el juego en
cuanto a alcance y significado. Se alaba como educación “adecuada” aquella que
logra esta metamorfosis del ser humano del juego al trabajo sin cortes duros y
bruscos, aquella que presenta el trabajo al niño casi como un juego – como una
especie de juego metódica y disciplinada - , aquella que sólo deja pasar lentamente
al primer plano las cargas pesadas y opresivas. Así se quiere retener lo más posible
de la espontaneidad, de la fantasía y de la iniciativa del jugar; se quiere crear un
paso ininterrumpido desde el juego infantil hasta una especie de alegría creadora del
trabajo. Como trasfondo de este conocido experimento pedagógico encontramos la
opinión de que el juego pertenece, ante todo en la infancia, a la condición psíquica
del hombre y va retrocediendo cada vez más en el curso del desarrollo.
Ciertamente, el juego infantil muestra en forma más evidente determinados rasgos
esenciales del juego humano, pero es también más inofensivo, menos profundo y
secreto que el juego del adulto. El niño conoce poco aún la seducción de la
máscara. Juega todavía sin culpa. En los llamados negocios “serios” del mundo de
los adultos, en sus honores, dignidades y sus convenciones sociales, cuánto hay
aún de juego oculto, desfigurado y secreto ¡y cuánto “teatro” en el encuentro de los
sexos! Al final de cunetas ni siquiera es cierto que sólo en el niño prepondere el
juego. Quizá juega en igual medida el adulto, aunque en forma distinta, más
5
secreta, más enmascarada. Si tomamos la imagen guía de nuestro concepto del
juego sólo de la existencia infantil, la única consecuencia será una mala
comprensión de la naturaleza inquietante, profunda, ambigua, del juego. En
realidad, su extensión abarca desde el juego de muñecas de la niña hasta la
tragedia. El juego no es una manifestación marginal en el paisaje vital de los
hombres, un fenómeno que aparece ocasionalmente, algo contingente. El juego
pertenece esencialmente a la condición óntica de la existencia humana, es un
fenómeno existencial fundamental. Es verdad que no es el único, pero si propio y
autónomo, inderivable de otras manifestaciones vitales. El mero contraste con otros
fenómenos no proporciona una transparencia conceptual suficiente. Por otra parte
no puede negarse que los decisivos fenómenos fundamentales de la existencia
humana están entretejidos y trabados unos con otros. No se presentan aislados, se
penetran y fluyen unos en otros, cada fenómeno fundamental determina de parte a
parte el ser humano. El aclarar el entretejimiento de los momentos existenciales, su
tensión, su conflicto y su armonía mutua, sigue siendo la tarea abierta a una
antropología que no se limite a describir biológica, anímica y espiritualmente los
hechos , sino que más bien penetre, comprensivamente, en las paradojas de
nuestra vida vivida.
6
hecho de que el hombre es a la vez abierto y oculto. No está ya, como el animal,
sujeto al fundamento natural, pero aún no es libre como el ángel incorpóreo – es una
libertad hincada en la naturaleza, sigue atado a un impulso oscuro que lo sujeta y
traspasa. No es simple e ingenuo, se relaciona comprensivamente con su propia
existencia – pero, por otra parte, no puede determinarse plenamente por las
acciones de su libertad. El existir humano es siempre un tenso relacionarse consigo
mismo por este entrecruzamiento de apertura y ocultamiento. Vivimos en una
incesante preocupación por nosotros mismos. Sólo un ser vivo al que “en su ser le
va por su ser mismo”” (Heidegger), puede morir, trabajar, luchar, amar y jugar. Sólo
tal ser se conduce relativamente a los entes circundantes como tales y al todo
omnicircundante: el mundo. Quizá sea menos fácil reconocer en el juego el triple
momento del conducirse respecto a uno mismo, de la comprensión del ser y de la
patencia del mundo, que en los restantes fenómenos fundamentales de la existencia
humana.
7
transitoria. Este notable “futurismo” de la vida humana está muy íntimamente
relacionado con el rasgo esencial y fundamental de que no somos sin mas y
llanamente, como las plantas y los animales, sino que nos preocupamos por el
“sentido” de nuestra existencia, queremos comprender para que estamos en la
tierra. Es una pasión inquietante la que lleva al hombrea la interpretación de su vida
terrena.: la pasión del espíritu. En ella tenemos la fuente de nuestra grandeza y de
nuestra miseria. Ningún otro ser vivo tiene perturbada la existencia por la cuestión
del oscuro sentido de su estar aquí. El animal no puede preguntar por sí mismo y el
dios no necesita hacerlo. Cada respuesta humana a la pregunta por el sentido de la
vida significa el poner un “fin último”. Es verdad que en la mayoría de los hombres
esto no sucede de modo expreso; Pero aún así toda su actividad y su inactividad
están regidas por una representación básica de lo que, para ellos, es el “bien
supremo”. Todos los fines cotidianos están arquitectónicamente en relación con el
“último fin” – todos los fines especiales de las profesiones se unen en el creído fin
último del hombre en general.
8
nuestra búsqueda tantálica. El juego nos rapta. Al jugar nos liberamos, por un
momento, del engranaje vital – estamos como trasladados a otro planeta donde la
vida parece ser más fácil, más ligera, más feliz. Con frecuencia se dice que el juego
es un quehacer “inútil”, sin objetivo. Esto no es verdad. En tanto acción general
estás determinado por un fin y tiene también fines especiales en cada uno de los
pasos particulares de su curso, fines que se juntan. Pero el fin inmanente del juego
no está proyectado hacia el último fin supremo, como lo están los fines de las
restantes acciones humanas. La acción lúdica sólo tiene fines internos, no
trascendentales. Y si jugamos con “el fin” de templar el cuerpo, formarnos para la
guerra o por mor de la salud, se falsea el juego y se transforma en un ejercicio para
algo. En tales prácticas el juego es guiado por fines ajenos y no sucede claramente
por mor de sí mismo. Justo la pura autosuficiencia, el sentido rotundo y cerrado en
sí de la acción lúdica dejan aparecer en el juego una posibilidad de estancia humana
en el tiempo, en la que éste no tiene el carácter arrebatador y acosante, sino que
proporciona más bien una permanencia, en cierto modo una imagen de la eternidad.
Dado que el niño juega preponderantemente, le es peculiar en un mayor grado esta
relación temporal, que ya señala el poeta:
9
* RILKE, Cuarta elegía de Duino, trad. Esp de José V. Álvarez, Ediciones
Assandri, Córdoba, Argentina, 1956.
II
El juego del ser humano que todos conocemos desde dentro como una posibilidad
realizada ya con frecuencia en nuestra existencia, es un fenómeno exist3ncial de
tipo muy enigmático. Huye de la oportunidad del concepto racional hacia la
ambigüedad de las máscaras. Nuestro intento de analizar conceptualmente la
estructura del juego debe contar con tales enmascaramientos. Apenas se nos
ofrecerá como un complexo estructural claro como un cristal. Todo juego está
determinado gozosamente, es movido en sí con alegría, alado. Cuando esta
luminosa alegría lúdica se extingue, se agota de inmediato la acción del juego. Tal
alegría lúdica es una alegría extraña, difícilmente comprensible, ya sea sólo sensible
o sólo intelectualmente, es un creador deleite de plasmación de tipo propio, en sí
10
multívoco, multidimensional. Puede acoger dentro de sí el duelo profundo y la pena
abisal, puede abrazar alegremente aun el terror.
Esta alegría lúdica es un arrobamiento por una “esfera”, arrobamiento por una
dimensión originaria, no es sólo alegría por el juego, sino en él.
Debe destacarse, como otro momento de la estructura lúdica, el sentido del juego. A
todo juego, en cuanto tal, le corresponde el elemento del sentido. Un mero
movimiento corpóreo, por ejemplo, para aflojar los músculos, repetido rítmicamente
no es un juego estrictamente hablando. Con expresión poco clara se da con
demasiada frecuencia el nombre de juego a la conducta recreativa de los animales o
los niños pequeños. Tales movimientos no tienen un “sentido” para el que se
mueve. Sólo puede hablarse de juego cuando corresponde a los movimientos
corpóreos un producido sentido propio. Y aún debemos distinguir el sentido lúdico
interno de un juego determinado, es decir, la conexión de sentido de las cosas,
hechos y situaciones jugados, y el sentido externo, es decir, el significado que tiene
el juego para quienes se deciden a él, se lo proponen – y el sentido que puede tener
ocasionalmente para los espectadores que no toman parte en él. Desde luego, hay
muchos juegos a los que corresponde el espectador mismo como tal dentro de la
11
total situación lúdica (por ejemplo, en los juegos del circo o del culto) y, por otra
parte, hay juegos cuyos espectadores no son esenciales.
12
arquetípico anímico. Algunos juegos infantiles, que parecen ser ocurrencias, son
rudimentos de prácticas mágicas antiquísimas.
El juguete, sin embargo, puede ser una cosa creada artificialmente, pero no es
necesario que lo sea. También u simple trozo de madera, una rama rota, puede
funcionar como “muñeca”. El martillo – que es el sentido humano impreso en un
trozo de madera y hierro – pertenece, al igual que la madera, el hierro y el hombre
mismo a una y la misma dimensión de lo real. Con el juguete ocurre lo contrario.
Visto, por así decirlo, desde fuera, es decir, con los ojos de quien no juega, es desde
luego una parte, una cosa del llano mundo real. Es una cosa que tiene, por ejemplo,
el fin de ocupar a la niña. El muñeco se considera como producto de la industria
juguetera, es un pelele de tela y alambre o de material plástico y se puede conseguir
comercialmente por un precio determinado, es una mercancía. Pero visto con los
ojos de la niña que juega con él, el muñeco es un niño y la niña es su madre. Ahora
bien, la niña no piensa realmente, de manera alguna, que el muñeco sea un niño
vivo, no se engaña al respecto, no confunde una cosa con otra a causa de su
aspecto engañoso. Más bien, conoce a la vez la figura del muñeco y su significación
en el juego. El niño que juega vive en dos dimensiones. Lo lúdico del juguete, su
esencia, radica en su carácter mágico : es una cosa de la escueta realidad y, a la
vez, posee otra “realidad” misteriosa. Es, pues, algo infinitamente más que un
13
instrumento de ocupación, más que una cosa ocasional extraña que manipulamos.
El juego humano necesita juguetes. El hombre, justo en sus esenciales acciones
fundamentales, no puede estar libre de las cosas, está destinado a ellas: en el
trabajo al martillo, en el dominio a la espada, en el amor al lecho, en la poesía a la
lira, en la relación al ara y en el juego al juguete.
Cada juguete es vicariamente todas las cosas en general; el jugar es siempre una
confrontación con el ente. En el juguete se concentra el todo en una solo cosa
particular. Cada juego es un ensayo de vida, un experimento vital, que experimenta
en el juguete la suma de los entes opuestos. Pero el jugar humano no sólo se
realiza justo como el trato mágico con el juguete que acabamos de señalar. Es
necesario apresar el concepto de lo lúdico más aguda y estrictamente. Pues aquí
reside una “esquizofrenia” muy peculiar, aunque de ningún modo enfermiza, una
división del hombre. El jugador que se mete en un juego, consuma una acción
determinada, conocida en sus rasgos típicos, dentro del mundo real. Pero dentro de
la conexión interna del sentido del juego, adopta un papel. Y ahora es necesario
distinguir entre el hombre real, que “juega”, y los papeles dentro del juego. El
jugador se “oculta” a sí mismo por su papel, en cierta medida se hunde en él. Con
una intensidad de tipo especial, vive en el papel – pero no como el loco que no es ya
capaz de distinguir entre “realidad” y “apariencia”. El jugador puede hacerse volver
del papel; en el curso del juego sigue habiendo un saber, aunque muchas veces
muy reducido, acerca de su doble existencia. Está en dos esferas, pero no como
por olvido o falta de concentración; esta duplicación pertenece a la esencia del
juego. Todos los momentos estructurales hasta ahora tocados se reúnen en el
concepto fundamental del mundo lúdico. Cada juego es una producción mágica en
un mundo lúdico. En él están los papeles de los jugadores, los papeles alternativos
de la comunidad lúdica, la obligatoriedad de la regla de juego, la significación del
juguete. El mundo lúdico es una dimensión imaginaria cuyo sentido óntico presenta
un oscuro y difícil problema. Jugamos en el llamado mundo real, pero creamos
jugando un reino, un campo enigmático que es y a la vez no es real. En el mundo
lúdico nos movemos de acuerdo con nuestro papel; pero en tal mundo se dan las
figuras imaginarias, se da el “niño” que ahí vive y habita – pero en la simple realidad
es sólo un muñeco o un trozo de madera. En el proyecto de un mundo lúdico se
esconde el jugador mismo como creador de este “mundo”, se pierde en su creación,
14
“juega” su papel y tiene dentro del mundo lúdico cosas circundantes y prójimos que
pertenecen a ese mundo. Lo turbador de todo ello es que concebimos
imaginativamente estas cosas del mundo lúdico como “cosas reales”, es más, que
en ellas puede repetirse una y otra vez la distinción entre realidad y apariencia. Pero
lo que no ocurre es que las cosas auténtica y verdaderamente reales de nuestro
mundo circundante cotidiano queden ocultas por los caracteres del mundo lúdico en
tal forma que permanecieran tan encubiertas que no fueran ya reconocibles. No es
en este caso . El mundo lúdico no se pone como una pared o un telón ante los
entes que nos circundan, no los oscurece ni los vela; en sentido estricto, el mundo
lúdico no tiene lugar ni duración en la conexión real de espacio – tiempo, pero tiene
su propio espacio interno y su propio tiempo interno. Y, sin embargo, al jugar
gastamos un tiempo real y necesitamos un espacio real. Pero el espacio del mundo
lúdico jamás se continúa en el espacio en el que vivimos habitualmente. Lo análogo
sucede con el tiempo. El notable estar uno dentro de otro de la dimensión de la
realidad y el mundo lúdico no permite ser aclarado mediante cualquier modelo
conocido de vecindad espacial y temporal. El mundo lúdico no flota en un mero
reino mental, tiene siempre un escenario real, pero no es una cosa real entre las
cosas reales. Necesita, sin embrago, de ellas, para tener un apoyo en ellas. Esto
quiere decir que el carácter imaginario del mundo lúdico no puede ser aclarado
como un fenómeno de la mera apariencia subjetiva, no puede ser determinado como
una ilusión que sólo existe en la interioridad de un alma, pero que no se presenta de
ninguna manera entre las cosas. Mientras más se trata de reflexionar sobre el
juego, más enigmático y dudoso parece hacerse.
15
humana; el hombre goza entonces de un poder creador casi ilimitado, forma
productivamente y sin trabas, porque no produce en el espacio de la auténtica
realidad. El jugador se siente “señor” de sus productos imaginarios – el lugar se
convierte en una posibilidad magnífica, por lo poco limitada, de la libertad humana.
Y de hecho, domina en el juego, en un alto grado, el elemento de la libertad. Pero
sigue siendo una pregunta difícil de responder si la naturaleza del juego ha de
entenderse fundamental y exclusivamente a partir de la fuerza existencial de la
libertad – o si en el juego se manifiestan y alcanzan muy distintos fundamentos de la
existencia. Y, de hecho, encontramos también el extremo contrario de la libertad en
el juego, a saber, una suspensión ocasional de la auténtica realidad del mundo,
que pude llevar hasta el arrobamiento, hasta el encantamiento, hasta la caída en lo
demoníaco de la máscara. El juego puede ocultar en sí el claro momento apolíneo
de la libre mismidad, pero también el oscuro momento dionisiaco de la auto –
renuncia pánica.
La relación del hombre con la apariencia enigmática del mundo lúdico, con la
dimensión de lo imaginario, es ambigua. El juego es u fenómeno para el cual no
tenemos ya listas unívocamente las categorías adecuadas. Su multivocidad
cabrilleante, interna, permite ser tocada, quizá más verdaderamente, con los medios
intelectuales de una dialéctica que no nivela las paradojas. La eminente
esencialidad del juego – que el entendimiento común no reconoce, porque el juego
sólo significa para él falta de seriedad, inautenticidad, irrealidad y ocio – si ha sido
reconocida siempre por la gran filosofía. Así por ejemplo, Hegel dice que el juego,
en su indiferencia y su mayor ligereza, es la seriedad sublime y la única verdadera.
Y Nietzsche afirma en Ecce Homo: “No conozco otro modo de tratar las grandes
tareas que el juego”.
16
jugador – permanece en el terreno humano o si por ello se relaciona necesariamente
también con algo sobrehumano.
III
17
espiritual. Así entendemos aproximadamente el término “apariencia”, sobre todo en
determinadas situaciones concretas. Pero sigue siendo arduo y difícil explicar qué
es lo que en verdad queremos decir con ello. Las mayores preguntas y problemas
de la filosofía residen en las palabras y las cosas más usuales. El concepto de
apariencia es tan oscuro e insondable como el concepto de ser – y ambos conceptos
van juntos en una forma opaca, confusa, casi laberíntica, se penetran y conjugan
mutuamente. El camino del pensamiento que se introduce en ellos lleva cada vez
más profundamente a lo impensable.
18
que en cada juego se ejercita y despliega en forma especial la fantasía. Pero ¿son
los juegos sólo plasmaciones de la fantasía? Sería una aclaración demasiado fácil si
se dijera que el reino imaginario del mundo lúdico existe exclusivamente en la
imaginación humana, ya sea un arreglo de representaciones ilusorias privadas o de
actos de fantasía privados con una ilusión colectiva, con una fantasía intersubjetiva.
El jugar es siempre trato con juguetes. Ya a partir del juguete puede verse que el
juego no sucede en una interioridad anímica y sin apoyo en el mundo exterior. El
mundo lúdico contiene elementos de la fantasía subjetiva y elementos objetivos,
ónticos. Conocemos la fantasía como una facultad anímica, conocemos el sueño,
las intuiciones internas, los abigarrados contenidos de la fantasía. Pero ¿qué quiere
decir una apariencia objetiva, óntica? Ahora bien, se dan en la realidad cosas muy
extrañas, que son indudablemente algo real y, sin embargo, encierran en sí de
“irrealidad”. Esto sueña extraño y asombroso, pero es algo que todos conocemos, si
bien por lo común llamamos a estas cosas en una forma menos complicada y
abstracta. Se trata si más de imágenes objetivamente existente. Por ejemplo, un
álamo crecido a la orilla de un lago arroja su reflejo sobre la superficie rielante del
agua. Ahora bien, los reflejos mismos pertenecen a las condiciones de las cosas
reales en un ambiente lleno de luz. Las cosas, en la luz, arrojan sombras, los
árboles en la orillase reflejan en el lago, las cosas que nos rodean encuentran su
reflejo sobre un metal terso y reluciente. ¿Qué es el reflejo? Como imagen es algo
real, es una copia real del árbol real, original. Pero “en” la imagen se representa un
árbol, aparece sobre la superficie de las aguas de tal modo que sólo está ahí por
medio del reflejo, no es realidad. Una apariencia de este tipo es una clase
autónoma de ente y contiene en sí, como momento constitutivo de su realidad, algo
“irreal” específico y roza así con ello otro ente simplemente real. La imagen del
álamo no cubre el trozo de superficie de agua en el que aparece reflejado. El reflejo
del álamo es como reflejo, es decir, como un fenómeno luminoso determinado, una
cosa real y abarca en sí el álamo reflejado “irreal”. Quizá esto suene demasiado
bizantino y, sin embargo, no es una cosa remota sino muy conocida, que tenemos
todos los días ente los ojos. Toda la doctrina platónica del ser, que determino en
gran medida y de modo decisivo la filosofía occidental, opera una y otra vez con los
modelos de imagen como sombra y reflejo y significa con ello la fábrica del mundo.
19
La apariencia óntica (el reflejo y lo semejanza a él) es algo más que un mero
análogo al mundo lúdico, surge, por lo común, como un momento estructural mismo
en el en el mundo lúdico. Jugar es un verdadero comportamiento real que, de cierto
modo, encierra en sí un “reflejo”: el comportamiento en el mundo lúdico de acuerdo
con los papeles. En general, la posibilidad por parte del hombre de engendrar
productivamente una apariencia de un mundo lúdico depende en alto grado del
hecho de que ya en la naturaleza en sí se da una apariencia real. El hombre no sólo
puede hacer artefactos, puede elaborar también cosas artificiales a las que
pertenece un momento de “apariencia que es. Proyecta mundos lúdicas,
imaginarios. La niña convierte, gracias a una producción lograda imaginariamente,
el material de una cosa – muñeca en su “niño vivo”, y se traslada a sí misma al papel
de la “madre”. Al mundo lúdico pertenecen siempre cosas reales – pero en parte
tienen el carácter de la apariencia óntica y, en parte, se revisten de una apariencia
subjetiva que brota del alma humana.
Los problemas ontológicos que nos abre el juego no se agotan en las preguntas
enumeradas sobre la forma del ser del mundo lúdico y sobre el valor simbólico del
20
juguete o de la acción lúdica. En la historia del pensamiento no sólo se ha intentado
apresar el ser del juego, sino que se ha arriesgado también la colosal inversión de
determinar el sentido del ser a partir del juego. A esto le damos el nombre de
concepto especulativo del juego. Resumiendo: la especulación es característica de
la esencia del ser en el símil de un ente, es una fórmula conceptual del mundo que
surge de un modelo intramundano. Los filósofos han usado ya muchos modelos:
Tales el agua, platón la luz, Hegel el espíritu y así sucesivamente. Pero la fuerza
luminosa de tales modelos no depende del capricho efectivo del filósofo en cuestión
– de lo que se en definitiva es de si, de hecho, se refleja de suyo la totalidad del ser
en un ente particular. Siempre que el cosmos repite metafóricamente su
constitución, su fábrica y su plan en una cosa intramundana, se denomina con ello
un fenómeno filosófico clave, a partir del cual se puede desarrollar una fórmula
especulativa del mundo.
Ahora bien, el fenómeno del juego es una apariencia que, como tal, se destaca ya
por el rasgo fundamental de la representación simbólica. ¿Acaso se convertirá el
juego en teatro metafórico del todo, en metáfora iluminadora, especulativa, del
mundo? Este pensamiento temerario, atrevido, ha sido pensado en realidad. En la
aurora del pensamiento europeo, lanza Heráclito estas palabras: “El curso del
mundo es un niño que juega con dados en un tablero: reino del niño” (Fragmento 52,
Diels). Y veinticinco siglos de historia del pensamiento después, afirma Nietzsche:
“... un devenir y pasar, un construir y destruir, sin ninguna responsabilidad moral, en
este mundo sólo tiene igual inocencia eterna el juego del artista y del niño” – “el
mundo es el juego de Zeus...” (Philosophie im tragischen Zeitalter der Griechen).
21
reinante. Y el hombre sólo podrá alcanzar su esencia nativa en la correspondencia
a lo sobrehumano.
Cuando los pensadores y los poetas señalan con tanta profundidad humana hacia la
poderosa significación del juego, debiéramos recordar aquellas otras palabras: que
no podremos entrar en el reino de los cielos, si no nos hacemos como niños.
22