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Observación participante

Una vez que el trabajador de campo ha logrado ingresar, la gente tiende a olvidar su presencia y dis-
minuyen sus aprehensiones, pero no ocurre lo mismo con él; por mucho que parezca que participa, es-
tá allí para observar e incluso para ver qué ocurre cuando la gente baja su guardia.
(Gans, 1968:314).

¿Qué es la observación participante?


La observación participante, o el trabajo de campo etnográfico, es el fundamento de la antropología
cultural. Consiste en acercarse a las personas y hacerlas sentir suficientemente a gusto en su pre-
sencia de modo de poder observar y registrar información sobre sus vidas. Si esto suena grosero, es
precisamente lo que quiero decir. Sólo al confrontar la verdad sobre la observación participante –
que incluye un cierto grado de engaño y de gestión de la [137] imagen – podremos esperar condu-
cirnos éticamente en el trabajo de campo. Tendré mucho para decir sobre esto en el Capítulo 15.
Algunos observadores participantes abogan por “naturalizarse” y “llegar a ser el fenómeno”
(Jørgensen, 1989), pero la mayoría de los antropólogos abogan por mantener cierta distancia y ob-
jetividad. Más adelante en este capítulo discutiré este asunto con mayor detalle.
Algo a tener muy presente sobre la observación participante es que pertenece a cualquiera de no-
sotros, hermeneutas [eng., interpretivists] y positivistas por igual. Antropólogos de ambos conven-
cimientos epistemológicos hacen observación participante en trabajos de campo para documentar
historias de vida, presenciar festividades religiosas y hablar con la gente sobre temas delicados.
Otros lo usan para hacer estudios sobre asignación de tiempo a diferentes tareas o para obtener in-
formes detallados sobre programas para controlar el peso corporal. Ya sea que sus datos consistan
en números o en palabras, la observación participante les permite abrir la puerta para poder hacer
investigación.
La observación participante implica establecer un buen entendimiento mutuo en una nueva co-
munidad; aprender a actuar de modo que la gente siga haciendo sus cosas como siempre cuando
Ud. aparece; y retirarse cada día de la inmersión cultural para poder intelectualizar lo que ha apren-
dido, ponerlo en perspectiva y escribir sobre ello de modo convincente.
Si es un observador participante exitoso, sabrá cuándo reír de aquello que los informantes creen
que es gracioso; y cuando los informantes se rían de lo que ha dicho, ocurrirá porque quiso que
fuera un chiste.

Observación participante y trabajo de campo


Toda observación participante es trabajo de campo, pero no todo trabajo de campo es observación
participante. Si elabora un cuestionario en su oficina, lo envía, y espera a que le devuelvan por co-
rreo los formularios contestados, eso no es investigación de campo. Si selecciona una muestra de
una comunidad, va de puerta en puerta, y realiza una serie de entrevistas cara a cara, eso es investi-
gación de campo – pero no es observación participante. Si va a un mercado local de una comunidad

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Observación participante 97

que nunca había visitado anteriormente y presta atención a la conducta de vendedores y clientes a
medida que realizan sus transacciones, eso también es investigación de campo, pero no es observa-
ción participante. Es observación lisa y llana.
Observación participante en trabajo de campo puede involucrar una serie de métodos de recolec-
ción de datos. Dichos métodos incluyen observación, conversaciones espontáneas, varios tipos de
entrevista (estructuradas, semiestructuradas y no estructuradas), listas de chequeo, cuestionarios y
métodos no obstructores. Prestaremos atención a éstos y otros métodos en siguientes capítulos de
esta sección del libro. [138]

Roles en el trabajo de campo


El trabajo de campo puede requerir dos roles bastante distintos – el del observador participante y el
del participante observador. Por mucho, la mayor parte de las investigaciones antropológicas están
basadas en el primer papel, el de observador participante.
En 1965 me hice a la mar con un grupo de pescadores de esponjas griego en el Mediterráneo.
Viví en las mismas barracas con ellos, me alimenté con la misma comida desagradable que ellos, y
generalmente participé en sus vidas – como un extraño. No hacía inmersiones para recoger espon-
jas, pero pasé la mayor parte de mis horas de vigilia estudiando la conducta y la conversación de los
hombres que lo hacían. Los buzos tenían curiosidad por lo que escribía en mis cuadernos de notas,
pero realizaban sus tareas y me dejaban tomar notas, tomar el tiempo a sus inmersiones y filmar
(Bernard, 1987). Entonces me comporté como observador participante.
Gene Shelley (1992) estudió a personas que sufren de una enfermedad renal en estado terminal.
Se pasó cientos de horas en una clínica de diálisis, observando, escuchando, hablando, entrevistan-
do y tomando notas sobre todos los aspectos imaginables de las vidas de los pacientes. No preten-
dió hacerse pasar por enfermera. Tampoco hizo el tratamiento de diálisis. Ella también asumió el
primer papel: observador participante.
Las circunstancias pueden forzar ocasionalmente el papel de mero observador participante. Wi-
lliam Kornblum realizaba trabajo de campo con un grupo de Boyash (gitanos) en Francia. Una no-
che, el campamento fue atacado por un grupo rival y Kornblum se encontró de pronto en el frente
de batalla. La mujer de la casa donde estaba viviendo “no tenía gran simpatía por la distinción entre
participante y observador. Me puso un pesado palo en la mano y me empujó hacia la puerta”
(1989:1).
Mark Fleisher (1989) adoptó el segundo papel, de participante observador. Los investigadores a
cargo de la Oficina de Prisiones de los EEUU le pidieron que hiciera un estudio etnográfico sobre
las presiones laborales entre los oficiales correccionales (“guardiacárceles” en leguaje llano) en una
prisión federal de máxima seguridad. Fleisher dijo que le encantaría realizar la investigación y pre-
guntó cuándo podría comenzar a “mimetizarse” con los guardias – es decir, acompañarlos en sus
rondas por la prisión. Le dijeron que dispondría de una oficina en la prisión y que los guardias ven-
drían allí para ser entrevistados.
Fleisher dijo que lo lamentaba, pero que debía hacer la ronda de la prisión. Le dijeron que sólo
los oficiales que habían hecho juramento podían recorrer los pasillos de la prisión. Entonces Fleis-
her fue al campo de entrenamiento por 6 semanas y egresó como oficial correccional federal jura-
mentado. A partir de allí comenzó su estudio de un año en la prisión de Lompoc, California. Devi-
no un participante observador en la cultura que estaba estudiando. Preste atención, no obstante, a
que Fleisher nunca ocultó lo que estaba haciendo. Cuando entró a Lompoc, dijo a cada uno que era
un antropólogo haciendo un estudio sobre la vida en la prisión.
[139] Barbara Marriott (1991) estudió cómo apoyaban las esposas a los oficiales de la Marina de
los EEUU en sus carreras. Marriott misma era esposa de un capitán retirado. Estuvo en condiciones
de aprovechar su empatía de participación plena a lo largo de 30 años en su estudio. Ella también
adoptó el rol de participante observador y, al igual que Fleisher, dijo a sus informantes exactamente
lo que estaba haciendo.
98 MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN ANTROPOLOGÍA

Algunos trabajadores de campo se inician como observadores participantes y un buen día se en-
cuentran participando completamente en la vida de sus informantes. Esto es lo que ocurrió a Ken-
neth Good cuando se fue a estudiar a los Yanomami en el Amazonas. Aprendió la lengua Yano-
mami, se casó con una mujer Yanomami, terminó quedándose en la selva por 13 años (Good,
1991). Marlene Dobkin de Ríos hizo su trabajo de campo en el Perú y se casó con el hijo de un cu-
randero peruano, cuya práctica estaba estudiando (Dobkin de Ríos, 1981). Hay muchos ejemplos de
antropólogos “volviéndose nativos”, y a veces esto genera libros interesantes. También puede llevar
a dejar de lado la investigación. Es asunto de decisión personal.
Fíjese que no incluyo al “observador no involucrado, mosca en la pared” como uno de los tipos
de observación participante. Sin embargo, la observación directa es un método potente para la reco-
lección de datos. John Roberts hizo un estudio memorable de observación directa. En 1949, él y un
intérprete Zuni se turnaron sentados en una de las habitaciones de una casa Zuni y simplemente
fueron dictando sus observaciones en una grabadora. Así lo hicieron durante 5 días y los datos fue-
ron suficientes para escribir un libro entero, con ricos detalles sobre la vida Zuni de aquel entonces.
La gente permitió que Roberts se instalara en sus casas durante 5 días debido a que Roberts fue un
observador participante de la vida Zuni y ganó la confianza de sus informantes.

¿Cuánto tiempo toma?


La mayor parte de la investigación antropológica básica es hecha durante un período de alrededor
de un año, pero muchos estudios de observación participante son llevados a cabo en algunas sema-
nas. Los antropólogos aplicados tal vez no puedan darse el lujo de hacer observación participante
en el trabajo de campo y usen en cambio procedimientos rápidos de evaluación. La evaluación rá-
pida de prácticas agrícolas o médicas puede incluir observación participante.
Básicamente, evaluación rápida significa ir y comenzar la tarea de recolección de datos sin em-
plear meses para desarrollar un clima cordial. Esto entraña insertarse en la situación de campo pro-
visto con una lista de preguntas cuyas respuestas desea y tal vez listas de chequeo de datos que
quiera recoger. Chambers (1991) aboga por lo que denomina evaluación rural participativa. En el
mapeo participativo, por ejemplo, le pide a la gente que dibuje mapas de los pueblos y localice sus
lugares clave.
[140] En los cortes participativos, toma prestado de la biología de la vida salvaje y se pasea por
el área con informantes clave, observando y pidiendo explicaciones de cada cosa que ve durante la
caminata. Busca que la gente discuta eventos clave en la historia del pueblo, y pide a la gente que
identifique grupos de viviendas según riqueza.
En otras palabras, como antropólogo aplicado, se pidió a Chambers que evaluara rápidamente
las necesidades de un pueblo rural, y él incorporó confiadamente a personas como compañeros de
investigación. (Para una introducción a la evaluación rápida en antropología médica, vea Scrims-
haw y Hurtado, 1987; para un procedimiento de evaluación rápida en investigación rural, consulte
Shaner et al., 1982.)
En el extremo inferior es posible hacer observación participante provechosa en unos pocos días.
Suponiendo que Ud. haya desperdiciado tanto tiempo en lavaderos públicos como yo lo hice en mis
tiempos de estudiante, podría hacer un estudio de observación participante en tal sitio en una sema-
na. Comenzaría acarreando una bolsa de ropa sucia y prestando atención cuidadosa a lo que sucede
a su alrededor.
Luego de dos o tres noches de observación ya estará preparado para decir a otros clientes habi-
tuales que está haciendo una investigación y que les agradecería acceder a ser entrevistados. La
razón para hacer esto es que ya habla el lenguaje nativo y ha aprendido los detalles de las formali-
dades en experiencias previas. La observación participante le ayudará a racionalizar lo que Ud. ya
sabe.
No obstante, la cantidad de tiempo que invierta en el campo haciendo observación participante
marca la diferencia respecto de lo que probablemente descubra. Raoul-Naroll (1962) comparó et-
Observación participante 99

nografías basadas en un año o más en el campo con otras basadas en menos de un año. Encontró
que los antropólogos que permanecieron en el campo al menos un año tenían más probabilidad de
informar sobre asuntos delicados como brujería, sexualidad, querellas políticas, etc. También en-
contró que antropólogos que habían hecho observación participante durante tiempos muy largos, en
una serie de estudios de varias décadas, podían obtener datos sobre el cambio social, algo simple-
mente imposible de conseguir de otro modo (Foster et al., 1979).

Validez – nuevamente
Hay al menos cinco razones para insistir en la observación participante al realizar una investigación
científica sobre grupos culturales.

1. Primero, como he subrayado, la observación participante permite recoger diferentes tipos de


datos. Los antropólogos han sido testigos de nacimientos, [141] entrevistado hombres violentos en
prisiones de máxima seguridad, registrado las conductas de los granjeros en los cultivos, caminado
con cazadores en la selva del Amazonas en busca de caza y revisado actas de matrimonio, naci-
miento y defunción en iglesias de pueblos a lo largo de todo el mundo.
Resulta imposible imaginar a un completo extraño entrando a una sala de parto y ser bienvenido
para observar y registrar el evento, o serle permitido examinar a su antojo los registros vitales de
una comunidad. Es imposible, de hecho, imaginarse a un completo extraño haciendo cualquiera de
las cosas mencionadas o cientos de otros actos obstructores en los que se involucran los antropólo-
gos para recolectar datos. Lo que permite que todo esto sea posible es la observación participante.

2. Segundo, la observación participante reduce el problema de la reactividad – es decir, el cam-


bio de conducta de la gente cuando sabe que está siendo estudiada. A medida que poco a poco deja
de ser una curiosidad, disminuye el interés de la gente por sus andanzas y actividades. Sigue
haciendo sus cosas y le permiten seguir haciendo esas cosas extrañas tales como realizar entrevis-
tas, administrar cuestionarios e incluso dar vueltas con un cronómetro en la mano, un cuaderno de
notas y una cámara. Menor reactividad significa mayor validez de los datos.
Sin embargo, nada está garantido en el trabajo de campo. Cuando Le Compte contó a unos niños
en la escuela que estaba escribiendo un libro sobre sus vidas, comenzaron a comportarse de “modo
de ser una buena copia” al imitar personajes populares de programas de televisión (Le Compte et
al., 1993).

3. Tercero, la observación participante le ayuda a formular preguntas delicadas, en lengua nati-


va. ¿No ha recibido alguna vez un cuestionario impreso y se haya dicho a sí mismo “¡Qué montón
de preguntas idiotas!”? Si un científico social que forma parte de su misma cultura puede hacer
preguntas que considera “idiotas”, imagine el riesgo que corre al redactar un cuestionario en una
cultura muy distinta a la suya. Recuerde, además, que tiene la misma importancia formular pregun-
tas delicadas en una entrevista cara a cara o hacerlo en una encuesta.

4. Cuarto, la observación participante le brinda una comprensión intuitiva de lo que ocurre en


una cultura y le permite hablar con confianza sobre el significado de los datos. Le permite hacer
afirmaciones rotundas sobre los hechos culturales que haya recogido. Amplía tanto la validez inter-
na como externa de lo que aprendió de las entrevistas y las observaciones de la gente. En una pala-
bra, la observación participante le permite comprender el significado de sus observaciones. He aquí
un ejemplo clásico.
En 1957, N. K. Sarkar y S. J. Tambiah publicaron un estudio, basado en datos de cuestionario,
sobre la desintegración económica y social en una aldea de Sri [142] Lanka. Llegaron a la conclu-
sión de que las dos terceras partes de los aldeanos no poseían tierras. El antropólogo británico Ed-
mund Leach no aceptó dicha conclusión (Leach, 1967). Había hecho observación participante en
trabajo de campo en el área y sabía que los aldeanos practicaban la residencia patrilocal luego de
100 MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN ANTROPOLOGÍA

casarse. Siguiendo una costumbre local, un joven podía recibir en uso parte de la tierra de su padre
aún cuando la propiedad legal no pasara al hijo hasta la muerte de su padre.
Al evaluar la propiedad de la tierra, Sarkar y Tambiah preguntaron si un “dueño de casa” poseía
tierras y, en caso afirmativo, de qué extensión. Definieron el grupo familiar independiente como
una unidad que preparaba arroz en su propia olla. Desgraciadamente, todas las mujeres casadas de
la aldea disponían de sus propios cacharros para preparar arroz. Por tanto, Sarkar y Tambiah termi-
naron estimando el número de familias como muy alto, y el número de familias que poseían tierra
como muy bajo. Basados en estos datos, concluyeron que había una gran inequidad en la tenencia
de la tierra y que ésta caracterizaba a una “aldea en desintegración” (el título de su libro).
No debiera sacar en conclusión de la crítica de Leach que los cuestionarios son “malos” mientras
que la observación participante es “buena”. La observación participante hace posible recolectar
tanto datos cuantitativos de encuesta como datos cualitativos de entrevista de una muestra represen-
tativa de una población. Los datos cualitativos y cuantitativos se informan mutuamente y permiten
penetrar y comprender de modo que no puede ser logrado con uno u otro abordaje separadamente.
Cualquiera sean los métodos de recolección de datos elegidos, la observación participante maximi-
za sus posibilidades de emitir afirmaciones válidas.

5. Quinto, muchos problemas de investigación simplemente no pueden ser abordados adecua-


damente de otro modo salvo por medio de la observación participante. Si desea entender cómo fun-
ciona una corte de justicia local, no puede simplemente introducirse y sentarse en la sala de modo
desapercibido. El juez pronto se daría cuenta de que es un extraño, y en pocos días tendrá que dar
razón de su conducta. Es mejor presentarse de entrada y solicitar permiso para actuar como obser-
vador participante. En este caso, su participación consiste en actuar como cualquier otra persona de
la localidad que pudiera sentarse en la sala de la corte.
Luego de unos días, o semanas, podría tener una idea bien definida de cómo trabaja la corte: qué
tipos de crimen trata, qué tipos de pena asigna, y así siguiendo. Podría desarrollar algunas hipótesis
específicas a partir de sus notas cualitativas – hipótesis respecto de covariaciones entre la severidad
de la pena y otras variables independientes distintas a la severidad del crimen. Entonces podría tes-
tar esas hipótesis en una muestra de cortes.
Si cree que esto es poco realista, trate de ir a su corte local de infracciones de tránsito y vea si la
ropa de los defensores o sus maneras de argumentar permiten predecir variaciones [143] en las mul-
tas por el mismo tipo de infracción. El caso es que, para obtener una comprensión general de cómo
funciona una institución social o una organización – el sistema de justicia local, un hospital, un
barco o una aldea entera – lo mejor es recurrir a la observación participante.

Ingreso al campo
Puede que la fase más delicada al llevar a cabo observación participante en el trabajo de campo sea
el ingreso. Hay cinco reglas a seguir.

1. Ante todo, no hay razón para elegir un sitio cuyo ingreso sea difícil cuando hayan sitios a ma-
no igualmente buenos cuyo ingreso sea sencillo (vea el Capítulo 5). En muchos casos, tendrá opor-
tunidad de elegir – entre aldeas igualmente buenas en una región, u hospitales, o distritos políticos,
o manzanas. En estos casos, elija el campo que prometa permitirle un acceso fácil a los datos.

2. Ingrese al campo con toda la documentación escrita posible sobre Ud. y su proyecto. Necesita
una o más cartas de presentación de su Universidad, su agencia de financiamiento, o su cliente si va
a realizar investigación por contrato. Las cartas de su Universidad deben hacer constar su afiliación,
quién lo está financiando y cuánto tiempo se quedará en el sitio. Asegúrese que cada una de esas
cartas estén redactadas en el lenguaje hablado del lugar donde va a trabajar, y que estén firmadas
por las autoridades académicas más importantes posible.
Observación participante 101

Las cartas de presentación no deben ir al detalle de su propuesta de investigación. Si va a reali-


zar investigación en una institución moderna, prepare un documento separado, en el lenguaje nativo
del sitio, describiendo su propuesta de trabajo, y preséntela a los porteros1 junto con sus cartas de
presentación.

3. No trate de forzar la entrada, salvo que deba hacerlo. No hay nada en contra de “entrar por los
propios medios”. Use contactos personales que lo ayuden a facilitar su entrada al sitio del campo.
Cuando fuí a la isla de Kalymnos, Grecia, en 1964, llevé conmigo una lista de gente para visitar.
Armé la lista con la ayuda de gente de la comunidad griego-norteamericana de Tarpon Springs,
Florida, quienes tenían familiares en Kalymnos.
Si está estudiando instituciones modernas (hospitales, departamentos de policía, universidades,
etc.), es mejor comenzar en la cima y trabajar desde abajo. Identifique los nombres de la gente que
pueda autorizar su entrada y véalos inicialmente. Asegúreles que mantendrá una confidencialidad
estricta y que nadie en su estudio será identificado por nombre y apellido. Sin embargo, en algunos
casos, comenzar por la [144] cima puede salir por la culata. Si existen facciones enfrentadas en una
comunidad u organización, y si gana el ingreso al grupo que está en la cima de una de esas faccio-
nes, se le pedirá que tome partido por esa facción.
Otro peligro consiste en que los administradores en el nivel superior de las instituciones pueden
tomarlo como una suerte de espía. Podrán ofrecerse a facilitar su trabajo siempre que les mantenga
informados sobre lo que va descubriendo sobre individuos específicos. Esto sobrepasa totalmente
los límites de la investigación. Si tal fuera el precio para hacer el estudio, será mejor que busque
otra institución. En mis 2 años como consultor de la Agencia Federal de Prisiones, nadie me pidió
que informara sobre las actividades de presos determinados. Pero otros investigadores aplicados
han informado haber experimentado esta presión, por lo que bien vale la pena tenerla en mente.

4. Piense detenidamente con anticipación lo que dirá a la gente cuando le pregunte: ¿Qué hace
Ud. aquí? ¿Quién lo ha mandado? ¿Quién le paga? ¿Cuán buena es su investigación y quién sacará
provecho de ella? ¿Por qué desea aprender sobre la gente de aquí? ¿Cuánto tiempo va a estar por
aquí? ¿Cómo puedo saber que Ud. no anda espiando para ___ ? (en donde el espacio en blanco sea
llenado con alguien a quien le tiene miedo). Las reglas de presentación de sí mismo son simples:
sea honesto, sea breve, y sea consistente. En observación participante, si trata de desempeñar cual-
quier papel distinto a Ud. mismo, inmediatamente se cava su propia fosa (D. Jones, 1973).

5. Emplee tiempo para conocer la disposición física y social del sitio de campo. Si está trabajan-
do en una aldea, o en un enclave urbano, o un hospital, recórralo y haga un croquis. Si está traba-
jando en un área extensa, tal vez no le sea posible hacer un croquis, pero debe recorrerla cuanto sea
posible, tan rápido como le sea posible en su trabajo de campo. Si está estudiando un grupo que no
dispone de una localización física (tal como un movimiento social), aún así invierta tiempo en
“hacer un mapa de la escena social” (Schatzman y Strauss, 1973). Esto significa registrar los nom-
bres de los individuos clave y trazar sus relaciones.
Igualmente, es buena idea trazar la red de relaciones familiares de una aldea, y hacerse de un
censo lo más rápido que le sea posible. No obstante, tenga cuidado. Hacer un censo puede ser un
modo de ganar confianza en la comunidad (caminar de un lado a otro y visitar cada vivienda puede
tener el efecto de aumentar su credibilidad), pero también puede jugar una mala pasada si la gente
tiene miedo de que Ud. pueda ser un espía. Agar (1980) fue señalado como un espía paquistaní
cuando fue a la India, por lo que su censo de la aldea no tuvo ningún valor.

1
Quienes autorizan su entrada a la institución, no los conserjes. (N. del T.)
102 MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN ANTROPOLOGÍA

Las habilidades de un observador participante


Hasta un cierto punto, la observación participante debe aprenderse en el terreno. La fortaleza de la
observación participante consiste en que Ud., como investigador, se transforme en [145] el instru-
mento tanto para la recolección de datos como del análisis gracias a su propia experiencia. En con-
secuencia, tiene que tener experiencia de la observación participante para volverse experto. Sin
embargo, existen varias habilidades que puede desarrollar antes de ingresar al campo.

Aprender el lenguaje
Al menos que sea un participante pleno de la cultura que está estudiando, proceder como obser-
vador participante hace que se comporte como un loco. De este modo percibía a los antropólogos
Vine Deloria (1969), un escritor sioux:

Es posible identificar rápidamente a los antropólogos en las reservas. Acérquese adonde haya una
aglomeración de gente. Busque un hombre blanco delgado que vista pantalones bermuda, use una
campera de la Fuerza Aérea de la Segunda Guerra Mundial, un sobrero de aborígenes australianos,
zapatillas de tenis, y lleve incorrectamente una gran mochila a su espalda. Invariablemente tiene una
esposa flaca, sexy, de pelo enmarañado, de un cociente intelectual de 191, y con un vocabulario en el
cual incluso las preposiciones tienen once sílabas.... Esta criatura es un antropólogo. (p. 78)

Ahora, 25 años después, podría ser que el marido antropólogo tenga el pelo enmarañado, pero la
cuestión permanece: lo más importante para que deje de ser un loco es hablar la lengua de la gente
que está estudiando – y hablarla bien. Hace más de 30 años atrás, Raoul Naroll (1962:89-90) hizo
una revisión de etnografías y encontró que los antropólogos que hablaban el lenguaje local están
estadísticamente en mejores condiciones de informar sobre magia que aquellos que no lo hablan. Su
interpretación es que la fluidez al hablar la lengua local mejora su mutuo entendimiento, y esto, a su
vez, aumenta la probabilidad de que la gente le hable sobre hechicería.
¿Depende la credibilidad de nuestros datos sobre el control del lenguaje local? En 1933 Paul
Radin, uno de los estudiantes de Franz Boas, se quejó de que el trabajo de Margaret Mead en Sa-
moa fue superficial debido a que ella no hablaba el samoano con fluidez (1966, orig. 1933:179).
Quince años después, Derek Freeman (1983) adujo que Mead había sido embaucada por sus infor-
mante debido a que no conocía la lengua local.
De acuerdo con Brislin et al. (1973:70), Samoa es una de esas culturas en las que “es considera-
do aceptable engañar y ‘tomar el pelo’ a los forasteros. Es probable que los entrevistadores escu-
chen respuestas ridículas, no expresadas con espíritu hostil sino por deporte.” Brislin et al. llaman a
esto el “sesgo del niño de pecho” y aconsejan a los trabajadores de campo prestarle atención. Pre-
suntamente, conocer el lenguaje local con fluidez es un modo de mantenerse alerta y evitar este
problema. [146]

Cómo aprender un nuevo idioma


Por experiencia propia, el modo de aprender un nuevo idioma consiste en aprender algunas po-
cas palabras y expresarlas brillantemente. Sí, deberá estudiar la gramática y el vocabulario y otras
cosas, pero la clave para aprender una nueva lengua es llamar a las cosas correctamente, aún cuan-
do sean unas pocas. Esto significa no sólo pronunciar bien las palabras, sino también la entonación,
el uso de las manos y otras señales no verbales que evidencien que habla en serio, realmente en
serio el lenguaje y está tratando de sonar tan parecido como sea posible a un nativo.
Cuando diga “hey, hiya doin” o su equivalente en !Khosa o Aymará con la entonación adecuada,
la gente pensará que sabe más de lo que efectivamente sabe. Vendrán a Ud. con un torbellino de
palabras y estará perdido. Eso es bueno. Dígales que disminuyan la velocidad – nuevamente, con
ese acento especial que está cultivando. Considere la alternativa: se anuncia a la gente, con la pri-
mera palabra mal pronunciada de su boca, como no conociendo nada sobre el idioma y por tanto
deben hablarle teniendo eso presente.
Observación participante 103

Cuando habla con alguien que no es un hablante nativo de su lengua, realiza un ajuste automáti-
co teniendo en cuenta la extensión de su vocabulario y su grado de fluidez. Ajuste tanto la veloci-
dad de su habla como su vocabulario para asegurar la comprensión. Eso es lo que los hablantes
!Khosa y Aymará también harán con Ud. Por tanto, el truco es actuar de modo que la gente le dé un
empujón más allá de los límites de su fluidez y le enseñen frases como si fuera un miembro de la
cultura.
A medida que articule más y más frases de este tipo como un nativo, la gente incrementará la ta-
sa de enseñanza elevando su nivel discursivo con Ud. Incluso competirán para enseñarle las sutile-
zas de su lengua y cultura. Cuando aprendía griego en barcos mercantes griegos, los marineros se
regocijaban al comprobar que mi vocabulario de obscenidades estaba alcanzando su estándar y que
mi uso del lenguaje era suficientemente robusto.
Trate de hacer un curso intensivo de verano en el país en el que se hable el lenguaje de campo.
No sólo aprenderá la lengua, también hará contactos personales, se enterará de cuáles son los pro-
blemas para elegir el sitio de investigación y descubrirá cómo relacionar su estudio con los inter-
eses de los académicos locales.
Si no puede ir al país donde se habla esa lengua, estúdiela en su universidad. Actualmente, exis-
ten cursos universitarios y materiales de auto estudio en Ulithi, Aymará, Quechua, Nahuátl, Swahi-
li, Turco, Amharic, Vasco, Esquimal, Navajo, Zulú, Hausa, Amoy, y muchos otros idiomas. Si la
lengua que necesita no se ofrece en un curso formal, trate entonces de encontrar un académico indi-
vidual que hable esa lengua y que pueda ser su tutor en un curso personalizado. [147]

Cuándo no imitar
Mi regla sobre imitar la pronunciación cambia cuando estudia una subcultura étnica u ocupacio-
nal en su propia sociedad y la gente de esa subcultura habla un dialecto distinto a su lengua nativa.
En tal situación, imitar la pronunciación local lo haría aparecer realmente como un loco. Incluso
peor, la gente podría pensar que los está ridiculizando.
La clave para entender la cultura de los estibadores, abogados, burócratas, maestros de escuela o
grupos étnicos, sin embargo, consiste en volverse íntimamente familiar con su vocabulario. La ac-
ción cultural ocurre en palabras. (Para una gran cantidad de buenos consejos sobre cómo aprender
el lenguaje del campo, consulte Burling, 1984.)

Construyendo conocimiento explícito


Otra habilidad importante en la observación participante es lo que Spradley (1980:5) denomina
“conocimiento explícito” de los pequeños detalles de la vida. Intente este experimento: la próxima
vez que vea a alguien mirar su reloj pulsera, vaya in pregúntele la hora. Probablemente mirarán de
nuevo el reloj, ya que cuando lo vieron por primera vez no estaban explícitamente conscientes de lo
que vieron. Dígales que es un estudiante haciendo un estudio y pida hablar unos minutos con ellos
sobre cómo dicen la hora.
Mucha gente que usa relojes analógicos observa las posiciones relativas de las manos, y no los
números del dial. Restan el tiempo actual (la posición de las manos ahora) del tiempo en que debe-
rán estar en algún lugar (la imagen de cómo se verá la posición de las manos en el futuro), y calcu-
lan si la diferencia es algo por lo que preocuparse. Nunca han llegado a estar explícitamente cons-
cientes del hecho de que son las 15:10 hs. Las personas que usan relojes digitales pueden manejar
el proceso de un modo algo distinto.
Kronenfeld et al. (1972) informan sobre un experimento en el cual se preguntó a informantes
que salían de distintos restaurantes sobre la ropa que usaban los camareros y camareras y qué tipo
de música estuvieron escuchando. Los informantes estuvieron más de acuerdo sobre la ropa que
vestían los mozos que las camareras. La dificultad: ningún restaurante tenía mozos, solamente ser-
vidoras.
104 MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN ANTROPOLOGÍA

Los informantes también dieron más detalles sobre el tipo de música de los restaurantes que no
tenían música que sobre aquellos que tenían. Kronenfeld especuló que, en ausencia de memorias
reales sobre las cosas que habían visto u oído, los informantes echaron mano a las normas cultura-
les sobre lo que debería haber ocurrido en esa circunstancia, es decir, “qué hace juego con qué”
(D’Andrade, 1973).
Puede probar esto por sí mismo. Elija una sala de conferencias donde el profesor no use corbata.
Pregunte a un grupo de estudiantes a la salida de [148] la sala de conferencias sobre el color de la
corbata usado por el profesor. O bien lleve la cuenta durante una hora del número de llamadas tele-
fónicas atendidas por un telefonista en una empresa de comercio. Luego pídale que estime el núme-
ro de llamadas atendidas durante esa hora.
Ud. puede perfeccionar su habilidad para tomar conciencia explícita de asuntos ordinarios. Elija
un grupo de colegas que redacte en notas separadas descripciones detalladas de las cosas más mun-
danas, de los asuntos más ordinarios que pueda imaginar: hacer la cama, lavar la ropa, preparar un
bocadillo, afeitarse (barba, piernas, sobacos), seleccionar artículos en un supermercado, etc. Luego
haga discutir unos con otros esas descripciones y compruebe cuántos detalles fueron registrados por
otros que Ud. no registró y viceversa. Si se esmera haciendo este ejercicio desarrollará un gran res-
peto por cuán complejo e importante son los detalles de la vida ordinaria.

Desarrollar la memoria
Aún cuando tengamos conciencia explícita de lo que vemos, no hay garantía de que recordemos
eso el tiempo suficiente como para escribirlo. Mejorar su habilidad para recordar cosas que ve y
escucha resulta crucial en una investigación de observación participante exitosa.
Haga este ejercicio: camine a lo largo del escaparate de un negocio a paso normal. Una vez que
haya pasado y no pueda ver los que estaba expuesto, escriba todo lo que podía verse en esa vidriera.
Luego vuelva y haga un chequeo. Repítalo en otra vidriera. Podrá apreciar cómo mejora su habili-
dad para recordar pequeñas cosas casi de inmediato. Cobrará aguda conciencia de cuánto no ve a
menos que se concentre, e inmediatamente comenzará a crear recursos nemotécnicos para recordar
mejor lo que ve. Sigua haciendo este ejercicio hasta que quede satisfecho y no logre mejorar aún
más su memoria.
Aquí tiene otro. Atienda a un servicio religioso, distinto al que está acostumbrado. Lleve consigo
a otro colega. Al salir, escriban cada cosa que vieron, con todo el detalle que puedan recordar, y
comparen lo escrito. Vuelvan a la iglesia y sigan haciendo el ejercicio hasta que alcancen satisfac-
ción en cuanto a (a) están viendo y escribiendo las mismas cosas, y (b) han alcanzado sus límites en
cuando a la habilidad para recordar complejas escenas de conductas.
Haga este mismo ejercicio yendo a una iglesia en la que esté familiarizado y lleve consigo a va-
rios colegas que no lo estén. Nuevamente, compare sus notas con las de ellos y vuelvan a tomar
notas hasta que todos vean y registren las mismas cosas. Puede hacer esto con cualquier escena
repetida que le resulte familiar: una cancha de bowling, un restaurante de comida rápida, etc. Tenga
presente que entrenar su habilidad para ver cosas de modo fiable no es garantía de que las perciba
con precisión. Pero si no se convierte al menos en [149] un instrumento confiable para recoger da-
tos, no tendrá muchas probabilidades de derivar conclusiones válidas.
Bogdan (1972:41) ofrece algunas sugestiones prácticas para recordar detalles en observación
participante. Si por alguna razón no puede tomar notas durante una entrevista o algún evento, y está
tratando de recordar lo dicho, no hable con nadie antes de poner sus pensamientos en papel. Hablar
con la gente refuerza algunas cosas oídas y vistas a expensas de otras.
De igual modo, cuando se siente a escribir, trate de recordar lo sucedido en secuencia cronológi-
ca, como ocurrieron las cosas a lo largo del día. A medida que vaya escribiendo sus notas invaria-
blemente recordará algún detalle importante que le viene a la memoria fuera de secuencia. Cuando
esto ocurra, anótelo en un papel aparte (o en un archivo separado en su procesador de texto) y re-
tómelo más tarde, cuando en sus notas llegue a ese punto en la secuencia del día.
Observación participante 105

Otro recurso provechoso consiste en trazar un mapa del espacio físico donde ha estado obser-
vando un tiempo. A medida que recorre el mapa, irá recuperando detalles de eventos y conversa-
ciones. En esencia, permítase dar un paseo por su experiencia. Puede practicar todas estas habilida-
des de construcción de memoria ya, mientras está preparándose para un trabajo de campo de larga
duración.

Conservar la ingenuidad
Trate también de desarrollar su habilidad de ser un recién iniciado – a ser alguien que genuina-
mente quiere aprender una nueva cultura. Suspender el juicio sobre algunas cosas puede significar
un trabajo duro. David Fetterman hizo un viaje a través del desierto del Sinaí con un grupo de be-
duinos. Uno de los beduinos, cuenta Fetterman (1989),

Compartió su chaqueta conmigo para protegerme del calor. Le di las gracias, por cierto, puesto que
valoré su gesto y no quise despreciarlo. Pero olí como un camello el resto del día al seco calor del de-
sierto. Pensé que no necesitaba la chaqueta.... Luego aprendí que sin esa chaqueta hubiera sufrido una
insolación.… Un viajero sin experiencia no siempre se da cuenta cuando la temperatura supera los
130 grados Fahrenheit2. Al reducir la tasa de evaporación, la chaqueta me ayudó a retener el agua. (p.
330)

Le resultará sencillo mantener su ingenuidad en una cultura que le resulta poco familiar, pero es
más difícil hacerlo en su propia cultura. La mayor parte de lo que hace “naturalmente” es tan auto-
mático que no sabría cómo intelectualizarlo.
En la actualidad, si Ud. se parece a muchos norteamericanos de clase media, sus hábitos alimen-
ticios pueden ser caracterizados con la palabra “tascar” – es decir, ingerir pequeñas [150] cantida-
des de alimento en muchos momentos irregulares a lo largo de un día común, en vez de sentarse a
comer en horas determinadas. ¿Hubiera usado este tipo de palabra para describir su propio hábito
alimenticio? Otros miembros de su propia cultura son mejores informantes que Ud. sobre la misma,
y si realmente quiere dejar que le enseñen, lo harán.
Si presta cuidadosa atención, sin embargo, se sorprenderá al constatar cuán heterogénea es su
cultura y de cuántas partes de ella realmente no tiene la menor idea. Por ejemplo, yo soy operador
de radio aficionado. Cuando algún entusiasta de radio CB3 comienza a aprender a utilizar una radio
de onda corta, comete muchos errores. Piensa que su experiencia con radio de onda ciudadana pue-
de ser transferida a la radio de onda corta y ordinariamente resulta sorprendido de lo poco que sabe
sobre las normas de etiqueta que los operadores de onda corta dan por sentadas en la interacción
radial.
Los operadores de CB se sienten mal inicialmente. Su jerga no es correcta y no comparten la
erudición de los radioaficionados. Trate de convertirse en un radioaficionado y compruebe por sí
mismo lo que lleva aprender a actuar correctamente en esa cultura. O busque cualquier otra parte de
su propia cultura sobre la cual no tenga control y trate de aprenderla. Esto es lo que hizo cuando
niño, por supuesto. Claro que ahora, en cambio, trate de intelectualizar la experiencia. Tome notas
sobre lo que aprende respecto de cómo aprender, sobre qué es ser un novicio, y de cómo piensa que
podría sacar provecho del papel de aprendiz. Su imaginación sugerirá gran cantidad de recovecos y
grietas de nuestra cultura que puede explorar meticulosamente como un recién iniciado poco ins-
truido.
No siempre el papel de novicio ingenuo es el mejor que uno pueda desempeñar. La humildad es-
tá fuera de lugar cuando uno está tratando con una cultura cuyos miembros pueden perder mucho
en razón de su incompetencia. Michael Agar (1973, 1980) hizo trabajo de campo sobre la vida de

2
130ºF equivalen a más de 54,4 ºC. (N. del T.)
3
En inglés, CB = Citizens Band radio; radio de banda ciudadana, de corto alcance. (N. del T.)
106 MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN ANTROPOLOGÍA

los adictos a la heroína en la ciudad de Nueva York. Sus informantes dejaron bien en claro que la
ignorancia de Agar no era graciosa o interesante para ellos.
Aún con la mejor de las intenciones, Agar podría haber delatado sus informantes a la policía
precisamente por ser estúpido. En tales circunstancias, no debería esperar que sus informantes lo
cobijen bajo sus alas y le enseñen a apreciar sus costumbres. Agar tuvo que aprender mucho, y muy
rápido, para ganar credibilidad ante sus informantes.
Hay situaciones en las que su experticia es justamente lo requerido para elaborar una buena
comprensión mutua con la gente. Los antropólogos han tipeado documentos para personas iletradas
en el campo y han aplicado otras habilidades (desde entrenar un equipo de básquet hasta distribuir
antibióticos) para ayudar a la gente y ganar su confianza y respeto. Si estuviera estudiando a perso-
nas con alto nivel educativo, podría ser que tenga que probar que conoce una buena variedad de
métodos de investigación antes de que quieran tener trato con Ud. Agar (1980:58) estudió en una
ocasión una comuna con un estilo de vida alternativo y un bioquímico que allí vivía le preguntó:
“¿A quién va [151] a utilizar como grupo control?” En mi estudio de científicos oceanógrafos
(1974), varios informantes me preguntaron sobre los programas informáticos que utilizaba para
realizar análisis factoriales de mis datos.
En las mejores condiciones, toma al menos 3 meses alcanzar una competencia intelectualizada
razonable en otra cultura y ser aceptado como observador participante, esto es, como alguien que ha
aprendido suficientemente cómo aprender.

Mejora de las habilidades de escritura


La habilidad para escribir de modo agradable y claro es una de las habilidades más importantes
que puede desarrollar como observador participante. Los etnógrafos que no se sienten a gusto es-
cribiendo producen pocas notas de campo y escasas obras publicadas. Si tiene alguna duda respecto
de su habilidad para sentarse ante una máquina de escribir o un procesador de texto y teclear miles
de palabras, día tras día, trate entonces de mejorar esta habilidad ahora, antes de ir al campo por un
período largo.
La forma de mejorar esta habilidad radica en formar un equipo con uno o más colegas que tam-
bién están tratando de mejorar su habilidad en redacción expositiva. Propónganse tareas de redac-
ción concretas y regularmente, y critiquen el trabajo entre sí en cuanto a la claridad y el estilo. No
han ningún secreto en este tipo de ejercicio. Si piensa que lo necesita, hágalo.
Las buenas habilidades de redacción le permitirán hacer observación participante en el trabajo
de campo, redactar una tesis y finalmente escribir para publicar. No tenga miedo de escribir con
claridad y de manera convincente. Lo peor que pueda pasar es que alguien lo critique por “popula-
rizar” su material. Pienso que los etnógrafos deben ser criticados si toman el apasionante material
de las vidas de gente de carne y hueso y lo transforman en una lectura completamente aburrida.

Pasar el rato
Puede sonar medio raro, pero saber pasar el rato es una habilidad, y hasta que la aprenda no po-
drá hacer un buen trabajo como observador participante. Recuerde lo dicho al inicio de este capítu-
lo. La observación participante es un método estratégico que le permite aprender lo que quiera
aprender y aplicar todos los métodos de recolección de datos que desee aplicar.
Cuando ingresa a una nueva situación de campo, la tentación radica en formular muchas pregun-
tas para aprender lo más posible tan pronto como sea posible. Hay muchas cosas que la gente no
puede o no quiere decir en relación con sus preguntas. Si pregunta a la gente demasiado rápido so-
bre la proveniencia de su riqueza, es muy probable que consiga datos incompletos. Si pregunta so-
bre relaciones sexuales directamente, obtendrá respuestas completamente indignas de confianza.
[152] Pasar el rato permite construir confianza, y la confianza es el resultado de conversaciones
ordinarias y conductas ordinarias en presencia. Una vez que sepa exactamente, gracias a pasar el
Observación participante 107

rato con la gente, lo que quiere conocer más, y una vez que la gente confía en que Ud. no traiciona-
rá su confianza, se sorprenderá de las preguntas directas que podrá plantear.
En su estudio sobre Cornerville, William Foote Whyte (1989) se preguntaba si “con solo pasar el
rato en una esquina era un proceso suficientemente activo como para ser dignificado con la palabra
‘investigación’. Tal vez deba plantear preguntas a estos hombres”, pensó. Pronto se dio cuenta de
que “uno debe aprender cuándo hacer preguntas y cuándo no, así como también qué preguntas
hacer” (p. 78).
Philip Kilbride estudió el abuso de menores en Kenya. Hizo una encuesta y entrevistas etnográ-
ficas focalizadas, pero “de lejos el evento más significativo en mi investigación ocurrió como un
efecto secundario de ‘pasar el rato’ participativo, siempre en busca de materiales de casos.” Un día,
mientras visitaba a unos informantes, Kilbride y su esposa vieron que se reunía una muchedumbre
en la escuela secundaria local. Había ocurrido que una joven madre había arrojado a su bebé en una
letrina de la escuela. Los Kilbride ofrecieron asistencia financiera a la joven madre y su familia a
cambio de permitirles “participar en su… desgracia.” El evento que habían presenciado los Kilbride
pasó a ser el foco de sus actividades de investigación en los meses siguientes (Kilbride, 1992:190).

Objetividad
Finalmente, la objetividad es una habilidad, como la fluidez en el lenguaje, y la puede mejorar si
trabaja en pos de ella. Algunos pueden mejorarla más, otros menos. Más es mejor. Una medición
objetiva es la hecha por un robot, es decir, una máquina que no está expuesta a cometer el tipo de
error de medición que proviene de tener opiniones y recuerdos. Usando este criterio, ningún ser
humano podría nunca ser completamente objetivo. No podemos librarnos de nuestras experiencias,
y no conozco a nadie que crea que incluso tratarlo sea una buena idea.
No obstante, podemos tomar conciencia de nuestras experiencias, nuestras opiniones, nuestros
valores. Podemos poner nuestras observaciones de campo bajo una fría luz y preguntarnos si hemos
visto lo que queríamos ver, o qué está sucediendo allí. El objetivo no consiste en que nosotros, en
tanto seres humanos, nos volvamos máquinas objetivas; sí que logremos conocimiento objetivo –
esto es, preciso – gracias a superar nuestros sesgos.
Laurie Krieger, una mujer norteamericana que hizo trabajo de campo en El Cairo, estudió el cas-
tigo físico a las mujeres. Aprendió que los malos tratos a las esposas fueron menos violentos de lo
que había imaginado y esta comprobación aún la pone mal. Su reacción produjo mucha informa-
ción por parte de mujeres que habían sido objeto de la ira de sus esposos. “Encontré,” nos dice,
“que la mirada sesgada de una mujer norteamericana y antropóloga entrenada no [153] siempre fue
desventajosa, siempre que fuera conciente y capaz de controlar la expresión de mis sesgos” (Krie-
ger, 1986:120).
Colin Turnbull concebía el conocimiento objetivo como algo a ser extraído del matorral de la
experiencia subjetiva. El trabajo de campo, decía Turnbull, implica una revisión conciente de sí
misma de nuestras propias ideas y valores – el propio sí mismo, si se desea un término más descrip-
tivo. Durante el trabajo de campo uno “alcanza el interior,” observaba, y deja atrás el “viejo, estre-
cho, limitado sí mismo, descubriendo un nuevo sí mismo que es correcto y apropiado en el nuevo
contexto.” Usamos la experiencia de campo, afirmaba, “para conocernos más profundamente por
medio de una subjetividad conciente.” De este modo, concluía, “es mucho más probable alcanzar el
objetivo último de objetividad y nuestra comprensión de otras culturas será mucho más profundo”
(Turnbull, 1986:27).
Muchos fenomenólogos conciben al conocimiento objetivo como la conclusión de la observa-
ción participante. Danny Jørgensen, por ejemplo, aboga por una completa inmersión y “llegar a ser
el fenómeno” que estudia. “Transformarse en el fenómeno,” dice Jørgensen, “es una estrategia de
observación participante para penetrar y ganar experiencia de una forma de vida humana. Es un
abordaje objetivo en el grado que resulta en una descripción precisa, detallada de la experiencia
vital de los miembros” (Jørgensen, 1989:63).
108 MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN ANTROPOLOGÍA

Si usara esta estrategia de inmersión total, continua Jørgensen, deberá ser capaz de alternar entre
la percepción de los miembros y la de un analista. Para lograrlo – mantener sus habilidades objeti-
vas, analíticas – Jørgensen sugiere encontrar un colega con quien pueda hablar regularmente. Esto
es, lograr una salida para discutir los aspectos teóricos, metodológicos y emocionales que inevita-
blemente surgen en una participación plena en la investigación de campo. Es un buen consejo.

Objetividad y neutralidad
Objetividad no entraña (ni nunca ha querido significar) neutralidad valorativa. Nadie pide que Cul-
tural Survival, Inc. sea neutral al documentar las violentas obscenidades contra los pueblos indíge-
nas del mundo. Nadie pide a Amnesty International4 que sea neutral en sus esfuerzos por documen-
tar la tortura sancionada desde el estado. Reconocemos que el poder de la documentación radica en
su objetividad, en su pasmosa irrefutabilidad, no en su neutralidad.
Claire Sterk, una etnógrafa procedente de Holanda, ha estudiado las prostitutas y consumidores
de drogas intravenosas en la mayoría de las comunidades de Nueva York y Newark, Nueva Jersey.
Sterk fue una amiga de confianza y consejera de muchas de las mujeres con quienes trabajó. En un
período de dos meses a fines de la década de 1980, participó en los funerales de siete mujeres cono-
cidas de ella [154] que fallecieron por SIDA. Sentía que “cada investigador resulta afectado por el
trabajo que hace. Uno no puede mantenerse neutral y falto de compromiso; incluso como foráneo,
el investigador forma parte de la comunidad” (Sterk, 1989:99).

Objetividad y antropología de la propia cultura


La objetividad soporta su prueba más exigente cuando uno estudia la propia cultura. Barbara Me-
yerhoff trabajaba en México cuando era una alumna graduada. Más tarde, a principio de los años
1970, cuando se interesó por etnicidad y envejecimiento, decidió estudiar a chicanos ancianos. La
gente que estudiaba acostumbraba incomodarla con la pregunta “¿Por qué trabaja con nosotros?
¿Por qué no estudia a gente de su grupo?” Meyerhoff era judía. Nunca había pensado estudiar a su
propia etnia, pero inició un estudio de los judíos pobres y viejos que vivían de la asistencia pública.
Sufría angustia por lo que estaba haciendo y, así lo cuenta, nunca resolvió el dilema de hacer antro-
pología o responder a una necesidad personal.
Muchas de las personas que estudió eran sobrevivientes del Holocausto. “¿Cómo podría, enton-
ces, observarlos desapasionadamente? ¿Cómo podría sentir cualquier cosa que no fuera reverencia
y aprecio por su mera presencia?... Dado que la neutralidad era imposible y la idealización indesea-
ble, decidí luchar por encontrar un equilibrio” (Meyerhoff, 1989:90).
No hay respuesta definitiva a la pregunta de si es bueno o malo estudiar la propia cultura. Mucha
gente lo ha hecho y mucha gente ha escrito sobre cómo hacerlo. A favor está que el antropólogo
conoce el lenguaje y el riesgo es menor de sufrir un choque cultural. En contra está que resulta más
difícil reconocer los patrones culturales que vive en el día a día y es probable que dé por sentadas
muchas cosas que un extraño detectaría inmediatamente.
Si se dispone a estudiar su propia cultura, comience por leer las experiencias de otros que la
hayan estudiado para saber lo que va a encarar en el campo (Messerschmidt, 1981; Stephenson y
Greer, 1981; Fahim, 1982; Altorki y El-Solh, 1988).

4
Amnistía Internacional es una organización fundada en 1961, con sede central en Londres, con el propósito de reunir
información documentada sobre violaciones a los derechos humanos. Recibió el Premio Nóbel de la Paz en 1977. Ya
en la década de 1980 contaba con un secretariado internacional, más de 40 secciones nacionales y miembros individua-
les en más de cien países. (N. del T.)
Observación participante 109

Género, paternidad-maternidad, y otras características personales


En la década de 1930, Margaret Mead ya había dejado en claro la importancia del género como una
variable en la recolección de datos (vea Mead, 1986). El género tiene al menos dos consecuencias:
limita su acceso a cierta información; influye en su percepción de los otros.
Cualquiera sea la cultura, no puede formular a la gente ciertas preguntas por ser un/a [hombre]
[mujer]. No puede ingresar a ciertas áreas y situaciones por ser [155] un/a [hombre] [mujer]. No
puede observar esto o informar sobre aquello por ser un/a [hombre] [mujer]. Incluso resulta afecta-
do la cultura de los antropólogos: su credibilidad disminuye o aumenta con sus colegas cuando
habla ciertos temas por ser [mujer] [hombre] (vea Scheper-Hughes, 1983; Golde, 1986; Whitehead
y Conaway, 1986; Altorki y El-Solh, 1988; Warren, 1988).
Por otro lado, académicos feministas han dejado recientemente en claro que el género es una
idea negociada. Lo que puede o no puede hacer si es hombre o mujer resulta más fijo en unas cultu-
ras que en otras, y en todas las culturas existen muchas variaciones individuales en los roles asocia-
dos al género. Aunque se espera que los hombres y las mujeres se comporten de un modo u otro en
un sitio determinado, la variación en actitudes y conductas masculinas y femeninas dentro de una
cultura puede ser enorme.
Todos los observadores participantes confrontan sus limitaciones personales y las limitaciones
impuestas por la cultura que estudian. Cuando trabajó en el campo de concentración de Thule para
japoneses norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, Rosalie Wax no formaba parte de
ningún grupo u organización de mujeres. Recordando aquellos tiempos más de 40 años después,
Wax concluía que esto afectó negativamente su discernimiento:

Yo era estudiante universitaria e investigadora. Aún no estaba en condiciones de aceptarme como una
persona total, y esto limitaba mi perspectiva y mi capacidad de comprensión. Aquellos de nosotros
que preparan a futuros trabajadores de campo deben alentarlos a que comprendan y valoren el ámbito
completo de su ser, ya que sólo entonces podrán hacer frente de modo inteligente al rango de expe-
riencias que encontrarán en el campo. (1986:148)

Además del género, hemos aprendido que ser padres ayuda a conversar con la gente sobre cier-
tos aspectos de la vida y obtener más información que si no lo fuéramos. Mi esposa y yo llegamos a
la isla de Kalymnos, Grecia, en 1964 con un bebé de 2 meses. Como afirma Joan Cassell, los niños
son una “garantía de buenas intenciones” (1987:260), y adonde fuera que llegáramos el bebé permi-
tió abrir la conversación. Pero sea cauto: llevar niños al campo puede ponerlos en riesgo. Más de
esto luego.
Estar divorciado tiene sus costos. Nancie González se encontró con que ser madre divorciada
con dos hijos pequeños en República Dominicana era demasiado. “Si tuviera que hacerlo nueva-
mente,” comenta, “inventaría una viudez con anillos y fotografías apropiadas” (1986:92). Incluso la
altura puede marcar la diferencia: Alan Jacobs me dijo una vez que gracias a que mide 6’5" pudo
hacer un mejor trabajo de campo con los Masai que si hubiera medido, digamos, como el promedio,
5’10".5
Las características personales marcan diferencia en el trabajo de campo. Ser mayor o joven per-
mite acceder a ciertas cosas e impide hacerlo a otras. Ser [156] rico permite hablar con cierta gente
sobre ciertos temas y hace que otros lo eviten. Ser sociable hace que cierta gente se sincere y otros
salgan disparando. No hay modo de eliminar la ecuación personal – la influencia del observador en
los datos – en el trabajo de campo antropológico, o en tal sentido cualquier otro ejercicio científico
de recolección de datos sin enviar robots que hagan la tarea. Por cierto, los robots también pueden
tener sus problemas (Romney, 1989).

5
6’5" = 6 pies y 5 pulgadas, equivalente a 1,947 metros. 5’10" = 5 pies y 10 pulgadas, equivalente a 1,778 metros. (N.
del T.)
110 MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN ANTROPOLOGÍA

Sexo y trabajo de campo


No es razonable suponer que los trabajadores de campo adultos solteros sean todos célibes, aún
cuando la bibliografía sobre métodos de campo guarda silencio casi completo sobre este asunto.
Cuando E. E. Evans-Pritchard era estudiante, inmediatamente antes de viajar al África central, pidió
consejo a su director. “Seligman me dijo que tomara 10 granos de quinina por noche y que me abs-
tuviera de mujeres” (1973:1). Hasta donde yo sepa, esto es lo último que escuché decir a Evans-
Pritchard sobre el tema.
Colin Turnbull (1986) nos cuenta su relación con una joven mujer Mbuti y Dona Davis (1986)
discute su relación con un ingeniero que visitó el pueblo de Newfoundland donde ella estaba
haciendo su investigación sobre menopausia. En el caso de Turnbull, había dejado de ser un niño
asexuado en la cultura Mbuti para transformarse en un joven del cual se esperaba que tuviera rela-
ciones sexuales. En el caso de Davis, se esperaba que no tuviera relaciones sexuales, pero también
aprendió que dicha expectativa no la obligaba. De hecho, Davis cuenta que “andar en pareja” hacía
que las mujeres se sintieran más a gusto con ella ya que “simplemente estaba rompiendo una regla
que todas las demás rompían” (1986:54).
La regla a seguir en el campo en cuanto a conducta sexual es la siguiente: no haga nada que no
pueda cargar sobre sus espaldas, ya sea profesional o personalmente. Tenga en cuenta aún más un
posible fracaso, por Ud. y por su pareja, que el cuidado que pondría en su propia comunidad. Fi-
nalmente, regresará a casa. ¿Afectará negativamente a su pareja? Las proscripciones contra el sexo
en el trabajo de campo son ridículas, pues no funcionan. Pero comprenda que este es un asunto que
la gente de cualquier lugar puede tomar muy seriamente.

Sobrevivir en el trabajo de campo


El título de esta sección es el mismo que el de un libro importante escrito por Nancy Howell
(1990). Todos los antropólogos deberían leer el libro de Howell, especialmente aquellos que pla-
nean realizar estudios en países en desarrollo. Howell encuestó a 204 antropólogos sobre enferme-
dades y accidentes en el campo, y los resultados [157] son preocupantes. La máxima de que los
“antropólogos son por lo demás gente sensible que no cree en la teoría de las enfermedades” es a
todas luces correcta (Rappaport, 1990).
El 100% de los antropólogos que hizo trabajo de campo en el sur de Asia informa haber estado
expuesto a la malaria, y el 41% informa haber contraído la enfermedad. 87% de los antropólogos
que trabajan en África informan haber estado expuestos y el 31% informa que contrajeron malaria.
El 70% de los antropólogos que trabajan en el sur de Asia informan haber tenido alguna enferme-
dad hepática.
Entre todos los antropólogos, el 13% informa tener hepatitis A. Yo fui hospitalizado durante 6
semanas por hepatitis en 1968 y luego pasé casi un año para recuperarme. Glynn Isaac falleció de
hepatitis B a la edad de 47 años en 1985 luego de una larga carrera de trabajo de campo arqueológi-
co en África. La fiebre tifoidea es también común entre los antropólogos, como también la disente-
ría ameboidal, giardia, ascariasis, anquilostomiasis, y otras enfermedades infecciosas.
Los accidentes han herido o hecho perder la vida a muchos antropólogos. Fei Xiaotong, un estu-
diante de Malinowski, cayó en una trampa para tigres en China en 1935. El accidente lo dejó invá-
lido por 6 meses y su esposa murió al tratar de socorrerlo. Michelle Zimbalist Rosaldo murió en
una caída en Filipinas en 1981. Thomas Zwickier, un graduado de la Universidad de Pennsylvania,
falleció atropellado por un bus en una calle rural de la India en 1985. Andaba en bicicleta cuando
fue embestido. Kim Hill fue alcanzado accidentalmente por una flecha cuando andaba de cacería
con los Ache en Paraguay en 1982 (Howell, 1990:pássim).
¿Qué puede hacer para enfrentar estos riesgos? Hágase vacunar de todo lo que necesite antes de
partir, no solamente de aquellas vacunas exigidas al entrar al país donde va a entrar. Pida en la ofi-
cina sanitaria de su país las últimas informaciones del Centro de Control de Enfermedades sobre las
predominantes en el área donde irá a trabajar. Si ingresa a un área conocida por la malaria, tome
Observación participante 111

consigo un juego completo de drogas antimalaria, así no tendrá que suspender sus actividades cuan-
do esté en el terreno.
Cuando la gente pasa de mano en mano una calabaza llena de chicha o pulque o vino de palma,
absténgase con delicadeza y explique su decisión si le requieren hacerlo. Probablemente insultará a
unas pocas personas, y sus protestas probablemente no lo saquen de la trampa, pero disminuyendo
el número de ocasiones en que esté expuesto a una enfermedad disminuye el riesgo de contraerla.
Luego de haber estado muy enfermo en el campo, aprendí a llevar conmigo varias cervezas
cuando voy de visita a una casa donde estoy seguro de que ofrecerán una calabaza llena de un bre-
baje local. El regalo de cerveza embotellada es generalmente apreciado y evita la situación embara-
zosa de rechazar una bebida que no quiero tomar. También subraya que no soy abstemio. Por cier-
to, si fuera abstemio, tendría que disponer de una buena excusa.
[158] Si realiza trabajo de campo en un área remota, consulte a los médicos del hospital de su
universidad sobre información sobre la última tecnología de sustitutos de sangre. Si tuviera un ac-
cidente en un área remota y necesitara sangre, un sustituto no perecedero podría permitirle ganar
tiempo. Algunos trabajadores de campo llevan consigo jeringas hipodérmicas desechables para el
caso de necesitar una inyección. No vaya a ningún lado sin un seguro médico y piense si no necesi-
taría un seguro para traslado. Puede costar unos u$s 60.000 evacuar una persona en un avión desde
África Central a París o Frankfurt. Un seguro que lo cubra cuesta relativamente poco.

Las etapas de la observación participante


A continuación, he sacado provecho de tres fuentes de datos: (a) bibliografía que trata sobre el tra-
bajo de campo; (b) 5 años de trabajo, con el veterano Michael Kenny, dirigiendo la escuela de cam-
po en antropología cultural y lingüística de la National Science Foundation [Fundación Nacional de
la Ciencia]; y (c) conversaciones específicas con colegas durante los últimos 30 años sobre sus ex-
periencias en el campo.
Durante nuestro trabajo en las escuelas de campo (1967-1971), Kenny y yo desarrollamos un es-
quema sobre la respuesta del investigador de la observación participante en el trabajo de campo.
Aquí está lo que pensamos son las etapas de la observación participante en el trabajo de campo: (a)
contacto inicial; (b) conmoción; (c) descubrimiento de lo obvio; (d) pausa; (e) enfoque; (f) agota-
miento, segunda pausa, y actividad frenética; (g) retirada del campo.
No hay garantía, por cierto, pero según los datos de Kenny y míos, las posibilidades son buenas
de que vivencie muchas de estas etapas bien definidas en algún momento de su trabajo de campo.
Si puede anticipar lo que vendrá, estará mejor preparado para afrontarlo.

1. Contacto inicial
Durante el período de contacto inicial, muchos antropólogos informan la experiencia de un tipo
de euforia y excitación cuando comienzan a moverse en una nueva cultura. Quienes llegan a ser
antropólogos son atraídos en primer lugar por la idea de vivir en una nueva cultura. Ordinariamente
están muy contentos al comenzar a hacer eso.
Pero no siempre. Aquí sigue el recuerdo de Napoleon Chagnon de su primer encuentro con los
Yanomami: “Miré y me quedé sin aliento cuando descubrí una docena de hombres fortachones,
desnudos, sudorosos y horribles mirándonos fijamente ¡con sus [159] flechas listas para disparar!...
Si hubiera habido una forma diplomática de salir de ahí, hubiera terminado mi trabajo de campo en
esa hora y lugar” (Chagnon, 1983:10-11).
El deseo de salir corriendo es más común de lo que hemos admitido en el pasado. Charles Wa-
gley, quien ha llegado a ser uno de nuestros etnógrafos más logrados en la disciplina, realizó su
primer viaje al campo en 1937. Un jefe político local en Totonicapán, Guatemala, invitó a Wagley a
tomar el té en un salón que daba a la plaza mayor de la ciudad. La mujer y dos hijas del jefe se
unieron al convite. En el medio del té, dos de los ayudantes del jefe entraron y apresuraron a cada
uno a pasar a otra habitación. El jefe explicó el apresuramiento a Wagley:
112 MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN ANTROPOLOGÍA

Había olvidado que tendría lugar la ejecución por fusilamiento de dos indios, “no otra cosa que dos
vagabundos que habían robado en el mercado,” la cual tendría lugar a las 5 de la tarde justamente de-
bajo del salón. Él sabía que yo entendería los sentimientos de las damas y el grave problema de man-
tener el orden entre los brutos. Regresé a mi horrible pensión en estado de shock y pasé la noche sin
dormir. Hubiera deseado volver tan rápido como me hubiera sido posible a Nueva York. (Wagley,
1983:6)

Para terminar, escuche a Rosalie Wax describiendo su encuentro con el campo de concentración
para japoneses de Arizona estudiado por ella durante la Segunda Guerra Mundial (1971). Cuando
llegó a Phoenix hacían 110°F6. Más tarde ese día, luego de un viaje en bus y de 20 millas en un
camión militar, atravesando un paisaje polvoriento que “parecía como la piel de algún reptil cósmi-
co,” con un japonés norteamericano que no quiso hablar con ella, Wax llegó al Campo Gila. En ese
momento hacían 120°F. Fue llevada al edificio del personal, una barraca dividida en pequeñas cel-
das, y abandonada a encontrar su celda por un proceso de eliminación.

Contenía cuatro elementos de mobiliario sucios y desvencijados: una cama doble de hierro, un col-
chón mugriento (que ocupaba la mitad de la pieza), una cómoda, y un pequeño escritorio – y hacía
más calor que a las puertas del Hades. ... Me senté en el quemante colchón, respiré hondo, y me puse a
llorar.... Como un niño perdido de dos años, sólo sabía que me sentía mal. Luego de un rato, encontré
la pieza al final de la barraca que contenía dos inodoros y un par de cabinas para ducha, me mojé la
cara y me dije que me sentiría mejor al día siguiente. Estaba equivocada. (p. 67)

2. Conmoción
Incluso entre aquellos antropólogos que tienen una experiencia placentera durante el período de
contacto inicial (y muchos la tienen), casi todos informan experimentar alguna forma de depresión
y conmoción poco después (en una o dos semanas). Un tipo de shock ocurre cuando la novedad del
campo desaparece [160] y emerge ese desagradable sentimiento de que hay que hacer el trabajo
antropológico. Algunos investigadores (especialmente quienes realizan su primer viaje) también
pueden experimentar sentimientos de ansiedad sobre su habilidad para recoger buenos datos.
Una buena respuesta consiste en realizar tareas fuertemente orientadas: trazar mapas, realizar
censos, compilar inventarios de viviendas, recolectar genealogías, y así siguiendo. Otra respuesta
provechosa es tomar notas de campo clínicas y metodológicas sobre sus sentimientos y respuestas
al llevar a cabo la observación participante en el trabajo de campo.
Otro tipo de shock es a la misma cultura. El choque cultural es una respuesta de estrés incómoda
y debe tomarse muy en serio. En casos severos de choque cultural, nada parece correcto. Los hábi-
tos locales de alimentación y las prácticas de crianza de los niños pueden perturbarle. La ausencia
de inodoros limpios puede enojarle. La prospectiva de tener que ingerir ciertos alimentos locales
por un año o más puede volverse espantosa. Se descubrirá a sí mismo prestando atención a peque-
ñas molestias – pueden irritarle cosas tan simples como el hecho de los interruptores eléctricos va-
yan de un lado a otro en vez de hacerlo de arriba abajo.
Dicho sea de paso, este último ejemplo no es una fantasía. Le ocurrió a un colega, y una vez se
puso furioso por el hecho de que los hombre no se dan la mano del modo que “se supone deben
hacerlo”. Puede sorprenderse a sí mismo echando la culpa a cualquiera en la cultura, o a la misma
cultura, por el hecho de que sus informantes no respetan las citas para las entrevistas.
El choque cultural comúnmente entraña un sentimiento de que la gente no quiere verlo dando
vueltas por ahí (de hecho, este puede ser el caso). Se siente solo y quisiera poder encontrar a al-
guien con quien hablar su lengua nativa. Incluso con su pareja en el campo, la tensión de usar otro
lenguaje día tras día, y concentrarse fuertemente para poder recolectar los datos en ese idioma pue-
de desgastarlo emocionalmente.

6
110°F equivalen a 43,33°C; 120°F equivalen a 48,889°C.
Observación participante 113

En cualquier estudio de campo de largo plazo, esté preparado para pasar la seria prueba a su
habilidad para mantenerse como un observador desapasionado. Powdermaker (1966) fue confron-
tado en una ocasión con el problema de saber que una turba se preparaba para linchar a un determi-
nado hombre negro. Ella se sintió impotente para detener la pandilla y tuvo miedo por su propia
seguridad.
Nunca llegué a acostumbrarme a ver a la gente ridiculizar a personas discapacitadas, aunque lo
presencio cada vez que estoy en México y Grecia, y recuerdo horrorizado la muerte de un joven en
uno de los buques de buceo en que navegué en Grecia. Conocía las reglas de seguridad en buceo
que pudieran haber prevenido esa muerte; y también lo sabían los capitanes de los barcos. Ignora-
ron esas reglas a un costo terrible. Desesperadamente quise hacer algo, pero no hubo nada que pu-
diera hacer a excepción de mirar – y me dijeran que dejara de interferir.
El problema personal más recurrente de un antropólogo en el campo es no poder mantener algu-
na privacidad. Mucha gente encuentra grotesca la noción anglo-sajona [161] de privacidad. Cuando
fuimos por primera vez a la isla de Kalymnos en Grecia en 1964, mi esposa y yo alquilamos alber-
gue con una familia. La idea fue que así estaríamos en mejores condiciones para aprender la diná-
mica familiar. Las mujeres de la casa estaban molestas y se sentían heridas cada vez que mi esposa
les pedía un poco de tiempo para estar sola. Cuando volvía a casa al final de cada día de trabajo,
nunca podía simplemente ir a la habitación de mi familia, cerrar la puerta, y hablar con mi esposa
sobre mi día, o el suyo, o de nuestro pequeño bebé. Si no compartíamos cada cosa durante las horas
de vigilia con la familia con la que vivíamos, se sentían rechazados.
Luego de dos meses de vivir así, finalmente tuvimos que mudarnos y vivir en casa propia. Mi
acceso a los datos sobre intimar con la dinámica familiar fue suspendido. Pero bien valió la pena,
pues de continuar viviendo permanentemente en lo que mi mujer y yo sentíamos como una caja de
cristal hubiera significado abortar el viaje. Como resultó evidente, no existe palabra para el concep-
to de privacidad en griego. La expresión más cercana puede ser traducida como “estar solo,” y tiene
la connotación de aislamiento o abandono.
M. N. Srinivas, un antropólogo de la India, también experimentó esta necesidad de privacidad.
Aquí sigue algo que escribió sobre su trabajo en una aldea rural de Ramapura, cercana a Mysore
(1979):

Nunca me dejaron solo. Tenía que luchar a brazo partido incluso para disponer de dos o tres horas to-
talmente para mí mismo en una o dos semanas. Mi diversión favorita era caminar hasta la aldea cerca-
na de Kere donde tenía unos viejos amigos, o a Hogur que tenía un mercado semanal. Pero mis ami-
gos en Ramapura deseaban acompañarme en mis caminatas. Estaban sorprendidos por mis marchas
solitarias. Para qué quisiera alguien caminar cuando puede tomar un micro, o andar en bicicleta con
amigos. Tenía que planificar y tramar para darles una excusa de por qué no quería que vinieran con-
migo. A mi regreso, no obstante, sabía a ciencia cierta que me preguntarían por qué no los había lle-
vado conmigo. Ellos hubieran debido suspender sus trabajos y haberme acompañado. (Lo decían en
serio.) Sufría de claustrofobia social cada vez que estaba en la aldea y algunas veces el sentimiento
fue tan intenso que simplemente tuve que irme. (p. 23)

El choque cultural subsiste mientras el investigador se ocupa de recoger los datos diariamente,
pero no cesa puesto que las fuentes de tal incomodidad no desaparecen.
Al menos que sea una de esas personas excepcionales que realmente “se naturalizan” en otra
cultura (en cuyo caso será realmente difícil intelectualizar su experiencia), tendrá que hacer frente
al choque cultural, pero no podrá eliminarlo. Seguirá siendo conciente de las cosas que lo incomo-
dan, pero no debería sentir que están lesionando su habilidad para hacer su trabajo. Como Srinivas,
cuando las cosas se vuelven demasiado intensas, deberá tener el buen sentido de dejar el campo por
un rato en vez de tratar de soportarlo. [162]
114 MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN ANTROPOLOGÍA

3. Descubrimiento de lo obvio
En la fase siguiente de la observación participante, los investigadores se ocupan de recolectar
datos sobre base más o menos sistemática (vea Kirk y Miller, 1986). Esto resulta acompañado en
ocasiones por una respuesta personal interesante, una sensación de descubrimiento en la que siente
que los informantes finalmente le permiten llegar a “las cosas buenas” de su cultura. Muchos de
estos bocadillos más tarde se evidenciarán como lugares comunes. Puede que “descubra”, por
ejemplo, que las mujeres tienen más poder en la comunidad que cae bajo su mirada, o que existen
dos sistemas para arreglar controversias – uno encarnado en las leyes formales y otro que actúa a
través de mecanismos informales.
Algo en ocasiones simultáneo a este sentimiento de descubrimiento es el de controlar informa-
ción peligrosa y una sensación de urgencia por proteger la identidad de los informantes. Se sor-
prenderá volviendo a sus notas de campo, en busca de lugares donde podría haber dejado señas de
identificación de un informante, y haciendo los cambios apropiados. Se podrá preocupar por aque-
llas copias de las notas de campo que ya haya enviado a casa y estar un poco preocupado por el
grado de confianza que le merece su director respecto a mantener la privacidad de tales notas.
Esta es la etapa del trabajo de campo en la que los antropólogos comienzan a hablar de “sus” al-
deas, y cómo la gente, por fin, “les permite introducirse” en los secretos de la cultura. Este senti-
miento incita a los investigadores a recolectar más y más datos; a aceptar cada invitación, de cada
informante, para cada evento; a llenar los días con observación y las noches redactando las notas de
campo. Los días feriados pasan a ser inimaginables, y el sentido de descubrimiento se vuelve día a
día más intenso. Es el momento de hacer una seria pausa.

4. La pausa
La pausa de la mitad del trabajo de campo, que ordinariamente ocurre luego de tres o cuatro me-
ses, es una etapa crucial de la experiencia general de observación participante. Es la oportunidad de
ganar cierta distancia, tanto física como emocionalmente, del sitio del campo. Le da la oportunidad
de tomar perspectiva sobre las cosas, pensar qué ha logrado hasta el momento, y lo que necesita
lograr en el tiempo restante. Use estos momentos para recoger datos de servicios estadísticos regio-
nales o nacionales; visite a colegas en la Universidad local y discuta sus resultados; o visite otras
comunidades en otras partes del país. Y tenga el buen tino de dejar algún tiempo para tomarse unas
vacaciones, durante las que no piense para nada en su investigación.
También sus informantes necesitan una pausa con Ud. “Los antropólogos son unos intrusos in-
cómodos independientemente de cuán buena sea su relación con la gente,” advierte Charles Wa-
gley. “Un breve respiro es mutuamente benéfico. Uno vuelve con la obje-[163]tividad y el calor
humano restaurados. El antropólogo regresa como un viejo amigo,” que se fue y ha vuelto, y por lo
tanto ha demostrado su genuino interés en la comunicad (Wagley, 1983:13).

5. Enfoque
Luego de la pausa, tendrá una mejor idea de qué tipos de datos le faltan exactamente, y su senti-
do del problema logrará un foco más preciso. La razón para haber preparado un diseño de investi-
gación antes de ir al campo es, por supuesto, para decirse a sí mismo qué debe buscar. Sin embar-
go, incluso el diseño de investigación mejor focalizado deberá ser modificado en el campo. En al-
gunos casos, se verá embarcado en cambios radicales en su diseño, basados en lo que encuentra en
el campo y luego de haber invertido varios meses en hacer efectiva la recolección de datos.
No hay nada malo ni extraño en esto, pero los investigadores recién iniciados en ocasiones expe-
rimentan ansiedad ante la necesidad de introducir cambios significativos. Lo importante en esta
etapa es volver a centrar la investigación y usar el tiempo de modo eficiente más que languidecer
pensando cómo salvar componentes de su diseño original.
Observación participante 115

6. Agotamiento, la segunda pausa, y la actividad frenética


Luego de 7 u 8 meses, algunos observadores participantes comienzan a pensar que han agotado a
sus informantes, tanto literal como figurativamente. Es decir, pueden sentirse avergonzados por
continuar preguntando a sus informantes en busca de más información. O pueden cometer el error
supremo de creer que sus informantes no tienen nada más que decirles. La razón de que sea un
error, por cierto, es que el repositorio de conocimiento cultural en cualquier persona culturalmente
competente es enorme – mucho más de lo que alguien podría esperar extraer en uno o dos años.
En este momento, ordinariamente es buena idea tomar otra pausa. Tendrá otra oportunidad de
hacer un recuento de lo logrado, ordenar sus prioridades para el tiempo restante, y ver tanto lo mu-
cho como lo poco que ha hecho. Esta toma de conciencia de que, de hecho, los informantes tienen
aún mucho que enseñarle, y que los investigadores disponen de un breve tiempo precioso de per-
manencia en el campo, incita en muchos investigadores un despliegue de actividad frenética en esta
etapa.

7. Retirada del campo


La última etapa de la observación participante entraña la salida del campo. ¿Cuándo debería reti-
rarse del campo? Steven Taylor dice que cuando comienza a [164] cansarse de escribir notas de
campo, sabe que es hora de cerrar el negocio y volver a casa (1991:243). Taylor reconoce que re-
dactor notas de campo toma mucho tiempo y resulta tedioso; pero también es excitante, cuando está
a la caza de información que encaja directamente en su esfuerzo investigativo. Cuando deja de ser
apasionante, es hora de levantar vuelo.
No descuide esta parte del proceso. Haga conocer a la gente que va a irse y dígales lo mucho que
les agradece su ayuda. El ritual de dejar un lugar de modo culturalmente apropiado permitirá que
pueda volver e incluso enviar a otras personas.
La observación participante es una intensa experiencia íntima y personal. Las personas que co-
menzaron como sus informantes también se harán sus amigos. En el mejor de los casos, creerá que
no trataron de mentirle sobre su cultura, y ellos confiarán en que no los traicionará – es decir, no
usará su conocimiento íntimo de sus vidas para herirlos. (Ud. puede imaginarse el peor de los ca-
sos.) Siempre hay una legítima expectativa de ambas partes de que la relación pueda ser permanen-
te, no sólo un deleite de un año.
De algún modo, no existe antropólogo que realmente deje el campo para siempre. Yo he trabaja-
do con alguna gente, ahora sí, ahora no, a lo largo de 30 años. Como muchos antropólogos que tra-
bajan en América Latina, soy padrino de los hijos de mis más cercanos colaboradores en investiga-
ción. De tanto en tanto, gente de México o de Grecia nos llama por teléfono, sólo para decir “Hola”
y mantener la relación.
Muchos antropólogos han recibido pedidos de ayuda para los hijos de informantes que desean
ingresar a la universidad. Este es el tipo de evento que ocurre 20 años después de “haber dejado” el
campo. El hecho es que la observación participante puede ser un empeño para toda la vida. Como
en todos los aspectos de la vida cotidiana, debe aprender a elegir con cuidado sus relaciones. No se
sorprenda si comente unos pocos errores.

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