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Valentina Giraldo Zuluaga.

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Análisis resolución 26-25 de la ONU

Debemos partir de una premisa muy clara: La guerra siempre ha existido y posiblemente
siempre va a existir.

Como manifestaba Rousseau, el principio de desigualdad de los hombres fue el momento


en el que comenzaron a apoderarse de territorios y bienes, se dio una lucha por la
acumulación tanto de riqueza como de extensión, se consideraba una persona más fuerte
por ello y por ende más poderosa y eso nos ha llevado a que la guerra en principio es por
territorio o por sus derivados que incluyan incremento patrimonial ya sea para los
individuales o para el Estado.

Será tan inherente la guerra para el ser humano que la vemos en todos los aspectos de la
vida cotidiana, es decir, no es únicamente en el enfrentamiento entre dos Estados, apelando
ahora a la contraparte de Rousseau, Hobbes, podremos decir “El hombre es el lobo para el
hombre” ¿Eso será cierto? No tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas de que la
naturaleza violenta del hombre es algo que lo acompañará por siempre y para ello basta con
dar una revisada rápida a los anales de la historia y cerciorarse de que la guerra ha sido una
constante que además construye historias, por supuesto los escritores de esas historias
generalmente son los vencedores, esto me lleva a pensar en que nunca conoceremos la
historia real de nada a no ser que vivamos el acontecimiento histórico en carne propia.

Quizá una pequeña reconstrucción de la historia que muestra la cara de las víctimas sean
Los Derechos Humanos, en sí mismo, encarnan las victorias de esas guerras, cada avance
en este ámbito, es porque un grupo vulnerado ganó y pudo conseguir un reconocimiento,
una protección etc. De una manera hermosa, Los Derechos Humanos son pequeños
constructores de la historia de los débiles.

La evolución de las “Reglas de juego” de la guerra ha sido muy interesante, porque en


apariencia nos muestra una sociedad más “civilizada” aun así esos conceptos dejan tantos
vacíos que resultan ser cuestionables.

Pasamos de permitir la guerra como modo de resolución de conflictos, a sencillamente


prohibirla y más cuando es excesivo el uso de la fuerza, incluso se estableció una serie de
excepciones para que aun así, a pesar de saber que el uso de la fuerza es el que
posteriormente lleva a la guerra, permitirían el uso de la misma.

Es allí cuando pienso si ese ser más “Civilizados” nos ha llevado realmente establecer unas
reglas de juego justas, o más bien son situaciones politizadas, maquilladas y adornadas en
las que los beneficiarios son los países con mayor poder y mayor riqueza… Estamos
volviendo a Rousseau, el más fuerte impone las reglas de juego y además se excluye de las
responsabilidades. Nuestra evolución mental como sociedad solo ha servido para
perfeccionar con mayor elegancia y protocolos el hecho de que los países fuertes puedan
absorber y vulnerar derechos de los países que no lo son. Por ello considero que no estamos
frente a una evolución mental, sino simplemente ante un cambio en el vocabulario.

La resolución 26-25 de la ONU, contiene en sí unos principios que consiguen materializar


de alguna manera la Carta de San Francisco y logra darle dientes para poder defenderse.
Existe un principio entre la resolución que nos habla de igualdad de los Estados y yo me
pregunto, ¿Eso es cierto? ¿El Estado Colombiano es igual frente a la ONU que Estados
Unidos? ¿Acaso Colombia pude salirse libremente de tratados internacionales, inventarse
conceptos como “Legítima defensa preventiva” o puede declararse a sí mismo como “La
policía del mundo”? Sabemos bien que no.

Por otro lado, la resolución plantea que no habrán ataques económicos por parte de los
Estados, cuando eso ocurre quizá no explícitamente pero sí implícitamente todo el tiempo
con los países más adinerados sobre los menos favorecidos.

Seguimos jugando a lo mismo, el más acaudalado es el más fuerte. Sólo que ahora hay
leyes que puede burlar para de una manera contundente dar muestra de su poder.

Ello no quiere decir que los avances en materia de derecho internacional, en materia de
derechos humanos sean menores; simplemente quiere decir que si creemos que ya las cosas
están perfectas, estamos muy equivocados.

Cuando leo la Resolución siento una especie de nostalgia y una sensación de pesadez y eso
radica en que de una manera muy individual leo eso y pienso en el esfuerzo que realiza el
mundo para vivir en paz, para no volver a las atrocidades del pasado, pero no nos damos
cuenta que la atrocidades siguen ocurriendo con resolución, con cartas, con lo que sea. Que
realmente debemos pensar en cómo las cosas evolucionan y así mismo el derecho también
debe seguirlo haciendo, porque a una persona del campo desplazada poco le importa que
exista una resolución que establece unos principios, o a las personas de los Estados en
guerra poco les importa que el uso de la fuerza reposa sobre “La abstención” esas son sólo
palabras sobre sus muertos, palabras que se esfuman.

La guerra no se destruye, simplemente se transforma, evocando la ley de la transformación


de la masa, que no, no es una ley jurídica, es una ley química, nos dice que la materia no se
destruye, sólo se transforma, lo mismo pasa con la guerra, tampoco se destruye,
simplemente transforma sus prácticas, sus modos, su lenguaje, pero ahí sigue latente.

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