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El cuerpo y la prueba.
Javier Augusto De Luca
sobre su origen, por más dolorosa que fuese, era la única base posible para
la reconstrucción de su personalidad1.
Esta discusión pareció haberse terminado cuando la Corte Suprema
nacional distinguió las pruebas sobre el cuerpo de los imputados o
víctimas, de las consecuencias a que esas pruebas podían dar lugar y, en un
pasaje no muy difundido por la doctrina señaló:
“que en el sub-lite la prueba de histocompatibilidad ordenada, según
cual fuere su resultado, podría arrojar consecuencias de distinta índole en
el ámbito familiar de los involucrados; mas dichos efectos, que podrán
encontrar adecuada solución con la intervención de otros organismos, no
justifican que esta Corte los sopese para fundar su decisión porque,
además de su ajenidad a la materia penal, resultan extraños a los temas
sobre los cuales fue llamada a pronunciarse… y todo ello, en la medida
que se encuentra involucrada una razón de justicia que exige que el delito
comprobado no rinda beneficios …”2.
El mensaje sugería que todo aquél que se apropiase de un menor
sabría que ningún interés, ni el invocado por el representante del menor
mismo, iba a impedir que tarde o temprano se practicasen las medidas
necesarias para establecer su identidad, incluidas pruebas sobre su cuerpo,
y que fuese restituido a la familia de sangre. En todo caso, los asuntos
relacionados con la readaptación y mejor desarrollo psicológico del menor,
deberían ser tratados por los expertos pertinentes.
Las cuestiones involucradas fueron tratadas en un artículo anterior3,
donde se relevaron los aportes de importante doctrina y jurisprudencia.
1 Ver las sentencias de la Corte Suprema registradas en Fallos: 310:2214 “Scacheri de López; Fallos:
312:1580 “Siciliano”; Fallos: 313:1113 “Müller”.
2 Fallos: 318:2518, considerando 15.
3 De Luca, Javier Augusto. Pruebas sobre el cuerpo del imputado o testigos y las garantías
constitucionales.Revista de Derecho Penal, Edit. Rubinzal-Culzoni, (dirigida por Edgardo Donna)– Tomo
Derechos y Garantías Procesales), Buenos Aires, T° 2000-1, pág. 393.
del asunto, se dice que el imputado “no debe verse obligado a aportar”
prueba de cargo en su contra o a prestar su cuerpo para tales prácticas.
Y más allá aún. En el caso de víctimas o testigos, se sostiene que sus
cuerpos no deben ser usados procesalmente en contra de determinadas
personas a las que tendrían el derecho de proteger de investigaciones
criminales.
Bien, para ser un principio jurídico, este enunciado debería tener
“capacidad de rendimiento” en todos los casos, lo cual, sin embargo, no es
así.
En efecto, si este dogma es llevado a todas sus consecuencias (test
de evaluación), en realidad no podría desarrollarse ningún proceso o juicio
sin el consentimiento de los imputados, testigos y víctimas y tal idea
deslegitimaría cualquier medida de coerción personal: ningún juez estaría
facultado siquiera a ordenar una comparecencia compulsiva a una
audiencia4.
Esta simple comprobación es la que genera la insistencia en que no
se trata de casos en que el sujeto es obligado a aportar una prueba o a
prestar su cuerpo, sino de aquellos en que directamente se lo ocupa con
total prescindencia de su voluntad. No se le pide nada prestado ni se lo
obliga a que haga nada.
Entre los fundamentos de la tesis restrictiva pueden reconocerse una
vertiente pragmática y otra axiológica.
A) Pragmáticos. Generalmente se discute esta idea sobre la base de
que el proceso penal regula una tensión entre los intereses del Estado de
descubrir y reprimir los delitos y los derechos del imputado (y de terceros)
que expresa o implícitamente reconocen la Constitución, pactos
6 La falta de profundas reflexiones y especialmente de previsión sobre las consecuencias a que darían
lugar muchos de los argumentos que creen ver en este asunto una afectación de la clausula contra la
autoincriminación compulsiva, terminan confundiendo varios planos de análisis y parecen no comprender
que doctrina y jurisprudencia clásicas ya tuvieron en cuenta las que ahora aparecen como críticas
ingeniosas y novedosas. Para evitar malentendidos, la enuncio: la cláusula que proscribe la
autoincriminación compulsiva no es obstáculo para la extracción de sangre o tomas de muestras contra
la voluntad expresa o presunta del sujeto. Desde antiguo en los Estados Unidos de América -cuya
Constitución ha sido molde de la Argentina- la interpretación de esta garantía ha sido que la Ley
Fundamental prohibe el uso de compulsión física o moral para obtener comunicaciones o expresiones de
una persona, pero no excluye al cuerpo como evidencia cuando esta es material. La evidencia si es
material resulta apta o competente (Corte de E.E.U.U., 218 U.S. 245). La voluntad del sujeto sobre el que
recaerá el examen no es relevante, tanto si se niega como si está inconsciente, porque el privilegio protege
a una persona sólo de verse obligada a testificar contra sí misma o de proveerle al Estado de alguna otra
prueba de naturaleza testimonial o comunicativa. Su participación como donante es irrelevante respecto
del resultado que depende exclusivamente de análisis químico (Corte de E.E.U.U., 384 U.S. 757). Por su
parte, la Corte argentina dijo hace tiempo que un reconocimiento del imputado "no está comprendido en
los términos de la cláusula que veda la exigencia de "declarar contra sí mismo" ni es colorario de la
exención postulada de producir otra prueba incriminatoria. Ello, tanto porque la presencia del imputado
en las actuaciones del proceso no es "prueba" en el sentido de la norma del caso, cuanto porque constituye
corriente y razonable ejercicio de la facultad estatal investigatoria de los hechos delictuosos" y, siguiendo
a la jurisprudencia norteamericana, dijo "que la cláusula que proscribe la auto-incriminación no requiere
la exclusión de la presencia física del acusado como prueba de su identidad, como no impide la obtención
y el uso de las impresiones digitales" (Fallos: 255:18 "Cincotta", del 13 de febrero de 1963). Tribunal
Constitucional Español, sentencia 103/1985, de 4 de octubre de 1985. También en España la cuestión es
igual. Ver Asencio Mellado, José María. Prueba prohibida y prueba preconstituida, Edit. Trivium,
Madrid. Ver también Maier, Julio B., y Anitua, Gabriel Ignacio, conferencias publicadas en “Violaciones
a los Derechos Humanos frente a los Derechos a la Verdad e Identidad”, dictadas en el 3º Coloquio
Interdisciplinario de Abuelas de Plaza de Mayo, edit. por Abuelas de Plaza de Mayo, Buenos Aires, 2005.
estar precedida por una "causa probable" que nos indique la seria sospecha
de su pertinencia, etc. etc.7
7 Sobre estos asuntos se remite a quienes los han explicado mucho mejor: Alejandro Carrió, "Garantías
Constitucionales en el Proceso Penal", Edit. Hammurabi, Buenos Aires, 1994, 3a.edición, p. 314; Gullco,
Hernán Víctor "¿Es necesario el consentimiento del interesado para una inspección corporal?", Doctrina
Penal, año 12, nums.l 45/8, Edit. Depalma, 1989, p. 117; Rojas, Ricardo M. y García, Luis M., "Las
inspecciones corporales en el proceso penal. Un punto de tensión entre la libertad individual y el interés
en la averiguación de la verdad", Doctrina Penal, año 14, nums. 53/4, enero-junio 1991, Edit. Depalma, p.
183.
8 Córdoba, Gabriela, ob. cit., habla de “pasividad”, pero esa palabra puede llevar a confusión, porque una
actitud pasiva puede ser adoptada voluntariamente (no hacer algo, dejarse hacer algo), y de lo que aquí
estamos hablando es que el sujeto sobre el que se realizará una prueba es pasivo en el sentido de que no se
requiere su consentimiento para que se deje hacer algo, sino que se prescinde de él. Se hará algo sobre su
cuerpo aunque no lo quiera.
9 Voto del Dr. Leopoldo Schiffrin en la sentencia de la Cámara Federal de Apelaciones de La Plata, causa
16.635 "Valdez, Francisco Andres s/ inf. art. 292 y 33 inc. c) ley 20.974". 13-6-96. En esa ocasión recurrió a
la cita de Norberto Spolansky quien hacía la distinción entre aquello que decimos que hacemos y aquello que
afirmamos que nos pasa o por lo menos, que otros hacen. La declaración que presta un imputado es un acto
que este hace, ya que se trata de un acto voluntario. El ser fotografiados, o reconocidos, es algo que otros
hacen, o quizás algo que nos pasa (el estar registrados en una placa, el estar identificados). No es esto algo
que nosotros hacemos, ni que se nos compela a hacer, ya que el reconocimiento es algo que hace una tercera
persona, con prescindencia de nuestra decisión.... medidas que incluyen algunas en las que la presencia del
procesado es necesaria. Pero en esos actos el sospechoso no hace algo sino que otros lo hacen. En ese
conjunto de actos el Estado puede valerse de la coacción con el objeto de practicar medidas. Un límite señala
la barrera infranqueable para el uso de la fuerza: no se puede compeler a nadie a declarar; esto es, no se puede
coaccionar para que el imputado haga algo. El otro límite esta dado por el respeto a la dignidad personal: el
uso de la fuerza no puede estar dirigido a lesionar el cuerpo de la persona (Spolansky: "Nadie esta obligado a
declarar contra si mismo, falso testimonio y culpabilidad", La Ley T. 140, p. 701/7).
Cita la crítica de Carrió: considera que es una distinción trabajosa. ¿En qué categoría está el
requerimiento de que el imputado se coloque junto a otros individuos para un reconocimiento en rueda de
presos? No se le pide allí acaso que se pare de determinada manera, para posibilitar su comparación con
otros? Y para extraer sangre o tomar huellas dactilares, no necesitamos al menos del imputado un mínimo de
colaboración? Al mismo tiempo, cuál es la diferencia entre pedirle al imputado que haga un cuerpo de
escritura, y requerirle que integre una rueda de presos o permita se le extraigan huellas? Paralelamente, es
claro que es muy importante distinguir entre lo que cae bajo la órbita de la garantía contra la
autoincriminación y lo que no. Así, mientras que en el primer caso es notoriamente ilegítimo forzar a un
imputado para que hable, parece mayoritaria la opinión de que es lícito extraerle sangre para un dosaje o
tomarle huellas digitales, aun contra su voluntad. Vemos pues, que aunque esta distinción para Carrió sea
criticable, no por eso acepta que no pueda aplicarse la fuerza para obtener huellas digitales u otras
intervenciones graves. Empero, su crítica lo lleva a excluir por completo que quepa coaccionar al imputado
para prestarse a una reconstrucción del hecho, pues su resistencia no puede ser vencida si no es a costa de
groseros vejámenes.... Y añade que es claro que para el imputado que se niega a intervenir en un
reconocimiento, lo sensato sería poder compelerlo mediante un mecanismo civilizado, tal como penarlo por
considerarlo incurso en una obstrucción a la justicia. A ese fin sería menester crear por ley una figura penal
que cubra esa hipótesis. (Carrió, Alejandro. “Garantías Constitucionales del Proceso Penal”, Edit.
Hammurabi, Bs.As. 1994, pag. 319/320).
Continúa Schiffrin, quien dice: encuentro realmente inadmisible que el cuerpo humano sea
considerado como una cosa equiparable a una construcción. Tal grado de dualismo, superior al neoplatónico,
me asombra. El requisito mínimo de una concepción humanista y personalista se halla en otorgar al cuerpo
humano su carácter de dimensión espacial de la persona, que hace que ese cuerpo sea tan sacrosanto como el
espíritu que lo impulsa. Toda consideración, pues, en que el cuerpo sea degradado a objeto de investigación,
debe desecharse, so pena de contravenir en forma irreparable de la primacía de la dignidad humana que es el
fundamento del orden constitucional (Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre,
Considerandos-Preámbulo; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y culturales, Preámbulo;
11El entrecomillado sólo indica que no habremos de discutir aquí la naturaleza jurídico penal de la causal
de impunidad para el encubrimiento de determinadas personas.
12 El término desaparecidos parece que no es captado en toda su esencia. Una reflexión que me hiciera
una licenciada en psicología experta en esta temática indica que muchas argumentaciones de los juristas
siguen la lógica de Videla: los desaparecidos no son nada, no están ni aquí, ni allá, ni vivos, ni muertos,
no existen, son solamente eso, desaparecidos. Con lo cual, por hacer hincapié en los derechos de los
vivos, prescindimos completamente de dos personas que no tienen derechos, porque los muertos no tienen
derechos, sin hacernos cargo de que esas dos personas fueron desaparecidos y/o muertos por el accionar
ilegal del aparato estatal y que serían, precisamente, los padres reales de esta chica. Es realmente muy
fuerte que el Estado les niegue “el conocimiento” de este vínculo biológico a dos desaparecidos que
tratamos como muertos. Todos sabemos que en nuestro Derecho los muertos no tienen derechos y no son
personas ni cosas. Pero o se les asignan derechos por no estar muertos sino ausentes (son desaparecidos),
o si seguimos la ficción legal civilista de la ausencia con presunción de fallecimiento, deberíamos
reconocerles derechos a esta clase de muertos. De otro modo, Videla tendría razón.
13 Vid. Corte Interamericana de Derechos Humanos, desde el caso “Velasquez Rodríguez”, sentencia de
29 de julio de 1988, en adelante.
14 Spolansky, Norberto, “Dos Constituciones en Pugna”, Suplemento de Jurisprudencia Penal, La Ley,
noviembre de 2003, realiza un comentario laudatorio del fallo “Vázquez Ferrá”. Sostiene que el conflicto
suscitado era más aparente que real, porque la prueba habida en el proceso penal permitía la declaración
de responsabilidad de los imputados y la satisfacción de las pretensiones punitivas del fiscal y la querella.
Y porque, de otro lado, los intereses de los abuelos a conocer la identidad de su nieta, podían ser
satisfechos en sede civil. Resultado de lo cual, “Evelin” no tendría que padecer un examen en el proceso
penal que por sus efectos, resulta humillante por las consecuencias jurídicas que tendría en las
actuaciones penales. Así el derecho de los querellantes no se vería limitado, sino ubicado (juicio de
filiación) para ser ejercido en un ámbito donde no exista conflicto alguno con los afectos de “Evelin”.
15 Spolansky, ob. cit., nota anterior.
16 Pueden verse en el diario jurídico “elDial.com.ar”, publicado por la Internet, una buena cantidad de
trabajos muy sustanciosos, entre otros, de Carlos Alberto Carbone, Marcelo Alfredo Riquert, Mario
Alberto Juliano y Martín Alberto Marcelli, Carlos Castro Vargas y Virna Velásquez Garrotte, así como
jurisprudencia de todo el país y para todos los gustos.
17 Debe recordarse que los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina no son
jurídicamente obligatorios para todos los demás casos distintos de aquél en que dicta su sentencia, aunque
diversas razones elaboradas por la doctrina y la jurisprudencia aconsejan ajustar los razonamientos de las
futuras sentencias a los principios desarrollados en aquellos.
18 Causa “V.S.,E.”, resuelta el 14/7/04, publicada en la Revista de Derecho Penal y Procesal Penal de
Lexis Nexis, Buenos Aires, Septiembre de 2004, N° 1, pág. 274 y ss.,
19 Causa 3138, registro 3529 “Barnes de Carlotto, Estela en representación de la Asociación Abuelas de
Comisión Europea de Derechos Humanos, Decisión 8239/1978, del 4 de diciembre. Citada por José
22
María Asencio Mellado, en "Prueba prohibida y prueba preconstituida", edit. Trivium, Madrid.
5. Breve balance.
Si estuviera en juego solamente la identidad del/la niño/a ahora
mayor de edad podrían llegar a prevalecer sus derechos, aunque con otra
argumentación a la de la sentencia comentada. Aquí, en cambio, aparecen
los delitos cometidos que reclaman investigación, los derechos de abuelos a
conocer el otro extremo de la relación, el de los futuros nietos a conocer
quiénes eran realmente sus abuelos y, en general, el de la sociedad a
conocer la verdad de lo sucedido durante esos años oscuros, aspecto en el
que se ubica el saber si dos personas privadas de su libertad por el aparato
del propio Estado y que nunca más aparecieron, tuvieron una hija y, en su
caso, de quién se trata.
Creo que no se viola ningún derecho con medidas probatorias sobre
el cuerpo de determinadas personas y en las condiciones expuestas, y los
altos valores individuales y sociales que se encuentran involucrados en su
producción también pesan y deben ser armonizados con los individuales.
23Ruiz, Victoria. El Derecho a No Autoincriminarse en los Fallos de. Tribunal Europeo de Derechos
Humanos. Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal, Edit. Ad-Hoc, año IX, Nº 15, Buenos Aires,
2003, p. 319).