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La noción de prueba aparece enlazada a todas las actividades de tipo social. Puede
afirmarse que es una necesidad que surge desde que el hombre vive en sociedad. El niño,
desde temprana edad, empieza a realizar experimentos que quiere hacer ver a sus padres
como demostración de sus habilidades y a fin de que sus padres den muestra de admiración
y aprobación.
El juez reconstruye los hechos tal cual se supone ocurrieron, y los incorpora en la norma
general y abstracta prevista por el legislador. Sin esta labor del juez, sería imposible la
aplicación de las normas.
La prueba tiene una función social, una función humana individual (la necesidad del adulto
de probar algo para sobresalir, del niño para que lo tengan en cuenta.) y una función jurídica
(hacer posible saber cómo sucedieron los hechos para aplicar las normas).
La teoría de la prueba prohibida se originó en los Estados Unidos de Norte América como
una regla de exclusión (del proceso) del material probatorio obtenido de manera ilegal. Su
fundamento fue disuadir a la policía para que no procurase fuentes de prueba vulnerando
derechos fundamentales por cuanto sería excluida del proceso y no valorada por el Juez.
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Son numerosos los casos en los que los derechos constitucionales presentan entre si
situaciones de conflicto. Una situación de esta naturaleza es la que se presenta cuando se
analiza el problema de la prueba ilícita. Mientras que por un lado se encuentra el derecho
a la prueba y a la verdad objetiva, ambos elementos esenciales del derecho fundamental a
un proceso justo, por el otro se encuentra una gran variedad de derechos constitucionales
que esperan no ser lesionados.
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Por otro lado, tampoco se trata de un derecho a que el juzgador se dé por convencido sobre
la existencia o inexistencia de los hechos, como consecuencia de la admisión o actuación
de los medios probatorios, sino de un derecho a que los admita, actúe y valore
adecuadamente, teniéndolos en cuenta al momento de tomar su decisión, es decir, a que
la valoración se vea reflejada en la motivación, con prescindencia del resultado de su
apreciación.
Otra cosa es que el derecho a la prueba tenga por finalidad inmediata producir en la mente
del juzgador esa convicción, pero ésta debe ser el fruto de una apreciación razonada y libre,
sujeta tan sólo a las reglas de la técnica, de la ciencia, del derecho, de la sicología y de las
máximas de experiencia.
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BUSTAMANTE ALARCÓN, Reynaldo. El problema de la “prueba ilícita”: un caso de conflicto de derechos.
En: Themis, N° 43. PUCP, 2001, Lima, p. 167 y ss.
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A su vez, el artículo 8° del Pacto de San José de Costa Rica establece que toda persona
tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de un plazo razonable, por un
juez o tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad por la
ley, en la sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra ella, o para la
determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier
otro carácter.
De este modo, “el derecho a un debido proceso” habrá de entenderse como una garantía
consistente en que el legislador deberá regular la actuación jurisdiccional por medio de un
proceso, lo que supone por definición enfrentar a dos partes parciales en términos de
dualidad, contradicción e igualdad, frente a un tercero imparcial, como debe ser el juez. A
ello habrá de agregarse por el legislador unas garantías específicas que hacen de ese
proceso un proceso justo o debido, como ocurre con el derecho a un juez ordinario
predeterminado por la ley. El derecho de defensa, que incluye los actos de comunicación y
derecho de audiencia, la asistencia letrada, la utilización de los medios de prueba, el
derecho a un proceso sin dilaciones indebidas, el derecho a un proceso público, el derecho
a los recursos, entre otros contenidos.
El Art. 44 de nuestra Constitución política de 1993 señala que es deber primordial del
Estado garantizar, de un lado, la plena vigencia de los derechos humanos y, de otro,
proteger a la población de las amenazas contra su seguridad.
La Constitución peruana no prevé norma específica sobre la prueba. Ello no quiere decir,
sin embargo, que la prueba sea completamente ajeno a la regulación constitucional. Así, el
Tribunal Constitucional, a partir de la sentencia de 3 de enero de 2003, recaída en el Exp.
Nro. 010-2002- AI/TC, sostiene que el derecho a probar o el derecho a la prueba goza de
protección constitucional en la medida en que está contenido implícitamente en el genérico
derecho al debido proceso y a la tutela procesal efectiva, consagrado en el artículo 139.3
de la propia Constitución.
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El derecho a la prueba, como cualquier otro derecho constitucional, tiene límites, los
mismos que se encuentran previstos en la propia Constitución, en los principios y garantías
de un debido proceso y en el respeto a la dignidad de la persona. En ese sentido, el principio
de libertad de prueba, conforme al cual se puede probar un hecho con cualquier medio de
prueba, típico o atípico. En este último supuesto, siempre que se observe en su práctica
análogamente los procedimientos estatuidos para una prueba semejante, se ve limitado por
la observancia de los derechos fundamentales de toda persona.
La obtención de todo medio de prueba debe de cumplir parámetros sujetos a ley. No debe
de vulnerar derechos constitucionales como violación de la intimidad o dignidad de la
persona humana. En ese sentido el juez debe de valorar por encima que no se vulneren
derechos fundamentales al momento de recibir una prueba.
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prueba necesaria para formar la convicción del juzgador acerca de los hechos que
configuran, o configurarán, su pretensión en el marco del proceso civil en virtud de la
eficacia del proceso y la consecución de la verdad de los hechos.