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El documento discute cómo las toxinas de fuentes ambientales y de hábitos de vida pueden sobrecargar los mecanismos de desintoxicación del cuerpo y almacenarse en el tejido adiposo, requiriendo un mayor depósito de grasa o interfiriendo con el funcionamiento corporal durante la pérdida de peso. Las toxinas alteran funciones como el metabolismo, la función endocrina y la inflamación, afectando los mecanismos de control del peso. Un enfoque integral de la obesidad que evalúe y trate los efectos de las toxinas
Descripción original:
Título original
Perspectiva clinica_Que hay en la grasa que se pierde
El documento discute cómo las toxinas de fuentes ambientales y de hábitos de vida pueden sobrecargar los mecanismos de desintoxicación del cuerpo y almacenarse en el tejido adiposo, requiriendo un mayor depósito de grasa o interfiriendo con el funcionamiento corporal durante la pérdida de peso. Las toxinas alteran funciones como el metabolismo, la función endocrina y la inflamación, afectando los mecanismos de control del peso. Un enfoque integral de la obesidad que evalúe y trate los efectos de las toxinas
El documento discute cómo las toxinas de fuentes ambientales y de hábitos de vida pueden sobrecargar los mecanismos de desintoxicación del cuerpo y almacenarse en el tejido adiposo, requiriendo un mayor depósito de grasa o interfiriendo con el funcionamiento corporal durante la pérdida de peso. Las toxinas alteran funciones como el metabolismo, la función endocrina y la inflamación, afectando los mecanismos de control del peso. Un enfoque integral de la obesidad que evalúe y trate los efectos de las toxinas
Sheila Dean, DSc, RDN, LD, CCN, CDE El papel de las toxinas en el desarrollo de la obesidad y posteriormente en la pérdida de peso está cobrando cada vez mayor importancia a medida que surgen evidencias que establecen un vínculo plausible entre toxinas y obesidad. La exposición a toxinas viene de dos fuentes principales: el medio ambiente (toxinas externas u exógenas), que incluye sustancias de la polución medioambiental como pesticidas, compuestos industriales, disolventes, detergentes, plastificantes, aditivos cosméticos, aditivos químicos, colorantes, conservantes, potenciadores del sabor, toxinas microbianas como las aflatoxinas de los cacahuetes, las micotoxinas de los mohos y el bisfenol A que se encuentra en los biberones de plástico de los niños, en juguetes y en empastes dentales; y «sustancias químicas de hábitos de vida», como el alcohol, y medicamentos sin y con receta médica. Pueden ser productos derivados de la preparación de los alimentos como la acrilamida de las patatas fritas, las nitrosaminas de los fiambres y las salchichas, los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) de las carnes cocinadas con carbón, las grasas transgénicas de la hidrogenación parcial de grasas y productos finales glucosilados avanzados de alimentos en los que se trata la molécula de glucosa a elevadas temperaturas. Las toxinas también pueden originarse en el intestino, p. ej., por los productos de degradación metabólica incluidas hormonas, toxinas internas tales como metabolitos de las levaduras [d-arabinitol] o bacterias intestinales. Ambas fuentes de toxinas pueden sobrecargar los mecanismos de desintoxicación endógenos. Cuando esto sucede, estas toxinas, que con frecuencia son liposolubles y tienen afinidad por el tejido adiposo, se almacenan finalmente en los depósitos grasos del cuerpo. Esto puede requerir el depósito de más grasa con el desarrollo consiguiente de obesidad o, en el caso de la pérdida de peso o de grasa, la liberación de estas toxinas puede interferir con el funcionamiento corporal, constituyendo una carga para el hígado e incluso para su capacidad de continuar eliminando más grasa (Barouki, 2010; La Merrill, 2013; Tremblay et al., 2004). Las toxinas alteran el metabolismo, modifican la función endocrina, ocasionan daños a las mitocondrias, favorecen la inflamación y el estrés oxidativo, reducen las concentraciones de las hormonas tiroideas y trastocan los ritmos circadianos y el sistema nervioso autónomo, todo lo cual repercute en los mecanismos esenciales de control del peso corporal. La adopción de un abordaje global ante la obesidad, que incluya la valoración y el tratamiento de los efectos derivados de las toxinas, puede hacer posible el control más eficaz de la grasa y el peso corporales. Algunas elecciones sencillas del estilo de vida, como la desintoxicación farmacológica, ayudan a reducir la exposición a las toxinas y propician la movilización y la eliminación de las toxinas almacenadas y externas (Hyman, 2006) (v. cuadro Foco de interés: Comer para desintoxicar, en el capítulo 19).
Extraído de: KRAUSE Dietoterapia, 14º Edición, Elsevier.