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ANDRÉS MOURENZA
I
magen del Instituto-Museo del Genocidio Armenio en la que se ve a un
grupo de armenios ahorcados por las fuerzas otomanas en junio de
1915. AFP
Pero el estado del imperio era deplorable: en los 50 años previos a la Primera
Guerra Mundial, los otomanos habían perdido vastas extensiones de su territorio
ante las potencias europeas de la época, provocando un éxodo de varios millones
de refugiados musulmanes hacia Anatolia, que llevaban consigo el odio a los
cristianos que los habían perseguido y expulsado de los Balcanes, Crimea y el
Cáucaso, algo que contribuyó al auge de movimientos nacionalistas turco-
musulmanes.
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marchas de la muerte
Aquellos que lograron llegar hasta Urfa, Alepo o Deir ez-Zor eran prácticamente
muertos vivientes: “Vimos a muchos armenios que habían llegado antes que
nosotros y se habían convertido en esqueletos —narra uno de los deportados que
fueron entrevistados en el libro Survivors, de Donald E. Miller y Lorna Touryan
—. Nos rodeaban tantos esqueletos, que parecía que estuviésemos en el infierno.
Todos estaban hambrientos y tenían sed, y buscaban caras conocidas que les
ayudasen. Nos sentimos terriblemente desesperanzados”.
Según los documentos del ministro de Interior otomano, Talat Pasha, publicados
hace siete años, en torno a un millón de armenios fueron deportados, cifra que a
grandes rasgos coincide con la ofrecida en la época por las misiones militares y
diplomáticas de EE UU (1,1 millones) y Gran Bretaña (1,2 millones) o las
facilitadas por la delegación armenia a la Conferencia de París de 1919
(700.000).
Kerkorian y otros ricos integrantes de la diáspora han sido uno de los pilares
económicos de la paupérrima República de Armenia (tres millones de habitantes)
a través de sus donaciones y proyectos de cooperación. En general, mantienen
una postura de fuerte confrontación con Turquía.
Hasta la fecha, 23 países del mundo han reconocido las matanzas sufridas por los
armenios como genocidio, entre ellos, Rusia y la mitad de los socios de la UE. En
Latinoamérica, los Parlamentos de Uruguay, Argentina, Bolivia y Venezuela y
Chile han hecho lo propio, mientras que en España solo lo han aprobado los
Parlamentos autonómicos de Euskadi, Baleares, Navarra y Cataluña.