Está en la página 1de 123

Ernst Samhaber: Historia del Comercio

(Traducción de Enrique Ortega Masiá


Editorial). Zeus, Barcelona, 1963.

idioma original alemán Kaufleute wandeln die Welt - Verlag Heinrich Scheffler
(1960)

Ernst Samhaber (1901-1974) historiador y periodista chileno alemán,


especializado en Estados Unidos y Sudamérica.

Llamado urgentemente por el emperador, el comerciante más
importante de Augsburgo atravesaba a toda prisa las montañas en
dirección a Innsbruck. A pesar del intenso frío viajaba noche y
día, a regañadientes y sin entusiasmo, pues sospechaba lo que le
esperaba. Como tantas otras veces, debía prestar su auxilio. Pero
en esta ocasión había de mostrarse irreductible. Debía negarse a
ayudar al soberano; pues sus socios le habían advertido formal-
mente de la necesidad de no prestar ni un céntimo más al empe-
rador. No era posible continuar así, pues el crédito de aquella
importantísima empresa comercial se había extendido más allá de
sus posibilidades.
El 3 de abril. de 1552 se hallaba sentado el gran comerciante
frente al emperador, un hombre anciano, gastado, de aspecto ven-
cido. Contaba entonces el monarca sólo cincuenta y dos años. Le
atormentaba la dolorosa gota y sobre sus hombros pesaba una
responsabilidad qne se le había hecho insostenible. Se reflejaba
en su rostro un desengaño sin límites, en tanto que podía leerse en
sus ojos una súplica:
-Necesito dinero -dijo----. Debéis ayudarme, Anton Fugger
-Imposible -le contestó el comerciante~. No dispongo de
un céntimo. Mi capital está todo invertido, y en estos difíciles
tiempos ni yo mismo sé dónde conseguir dinero. Mi crédito está
también agotado.
El emperador Carlos V permaneció un rato en silencio. Después
exclamó, con su suave voz casi apagada:
«Es preciso. He de tener ese dinero.» Así se encontraba el
hombre considerado como el emperador más poderoso que jamás
había gobernado en Occidente, el emperador en cuyo reino no

171
se ponía jamás el sol, a quien pertenecía la mitad del globo te- perjuicio suyo, con sus c?l~?as de la alta ~emania que, en su
rrestre, las Américas recién descubiertas y las extensas llanuras mayoría, profesaban la rehg10n protestante. Solo con la ayuda _de
del Lejano Oriente, el monarca que era a la vez emperador de Fugger pudo el emperador derrotar a Jos protestantes, deCian
Roma, rey de España, duque de Borgoña, archiduque de Austria, todos ellos irritados. En 1547 llamó el emperador a Fugger al can;-
rey de ~ápoles y Sicilia, famoso vencedor de moros y turcos. Este pamento militar de Wittenberg haciéndole objeto .~e nuevas eXI-
hombre carecía de dinero y se veía obligado a implorar como un gencias de dinero. Anton Fugger alegó que, aun smtlend?lo_ mucho,
mendigo. deseaba retirarse de los neoocios, abandonarlo todo y hqmdar sus
Con sus tranqnilas maneras llenas de dignidad expuso a su deudas.- El emperador, ebrio de victoria, amenazó a la~ ciudades
amigo la desesperada situación en que se encontraba. Su antiguo protestantes con castigos severísimos. Para calmar su calera hu~o
aliado, Mauricio de Sajonia, quien debía su principado al propio Fugger de echarse a los pies del emperado;, y de n':'evo se VIO
emperador, se había pasado al enemigo y militaba ahora con los obligado a anticiparle dinero. La dependencia de su firma con la
protestantes; su ejército, que era el único que se hallaba al norte casa de los Austria era cada día mayor. El emperador expohaba Y
de los Alpes, avanzaba a marchas forzadas hacia el sur de Ale- saqueaba a todos, tanto a los amigos con la solic!~ud de desme-
mania. Pronto alcanzaría los mismos Alpes y llegaría, quizás, hasta surados créditos, como a los enemigos con la exacc10n de elevados
Innsbruck. Si el emperador no conseguía formar con la mayor impuestos. Se encontraba ahora pobre. y ábandona~o Y la alta
rapidez otro ejército, se derrumbaría la dinastía de los Habsburgo. Alemania estaba en manos de sus enem1gos. Las anttguas fuentes
Pero las tropas cuestan dinero, mucho dinero, y las arcas impe- de ingreso se habían extinguido, ya que a cada entrega de dine~o
riales estaban vacías. Todo intento de conseguir dinero en otro aplicaban severas represalias los indignados protestantes. Franc1a
lugar, en Augsburgo, en Ulm, en Nuremberg, en Estrasburgo, en se había puesto, al propio tiempo, abiertamente al lado de los
Venecia o en Génova fracasaría. Las bolsas se cerrarían o apa- enemigos del emperador. Cualquier comerciante que prestaba di-
rentarían estar vacías. Sólo Fugger podía prestarle ayuda. Evocó nero a Carlos V veíase amenazado por la confiscación de sus pro-
el emperador las muchas décadas en que ambas casas, la de piedades o de sus mercancías. La amenaza se extendía también
Habsburgo y la de Fugger, habían trabajado unidas. Las dos ha- a la ruta marítima de España y Holanda. ¿Qué podía hacer Fugger?
bían prosperado juntas en el último siglo. ¿Cómo no habían de El emperador insistía. ¡Por una vez más, la úl~ima de toda~, ne-
permanecer unidas en el último y mayor esfuerzo? cesitaba dinero! De no poder recoger el efectivo que precisaba,
Anton Fugger estaba profundamente conmovido, pero, a pesar no sólo se perdería la alta Alemania, sino también el norte de
de todo, no podia ayudarle. Con la mayor claridad expuso al mo- Italia, Hungría y Holanda y esto afectaría a Fugger en su_ punto
narca lo que el contable de su célebre factoría «Goldenen Stube» vital. ¿Podría sostenerse el emperador sobre todo en Espana? En
le había demostrado con secas cifras. Desde hacía seis años debía tanto que ambos hombres tan desiguales, el empe:~dor y el co-
el emperador a la casa Fugger dos millones de florines, en nú- merciante, el inflexible hombre de Estado y el eqnilibrado Y cal-
meros redondos, y su hermano, el rey Fernando, tenía todavía culador negociante discutían, llegó la noticia de que las tropas
pendientes de pago 443.000 florines. En negocios en España tenía enemigas se acercaban a Innsbruck. El emperador, para no ser
Fugger invertido otro medio millón de florines, representados por hecho prisionero por alguna avanzadilla, hubo de huir, de noche,
grandes propiedades y minas de mercurio pero que eran, práctica- a las montañas. Todo parecía perdido.
mente, otro préstamo al Estado español. Además, había depositado ¿Cómo se hubiera comportado su célebre tío, Jacob Fugger?
en el comercio húngaro cuatro quintos de millón y en Nápoles un ¿Hubiera accedido a la imperial petición? Anton recordaba toda-
cuarto de millón. A cuanto se ha enumerado, habíanse de añadir vía la sequedad con que el gran comerciante había contestado al
Jos depósitos de Amberes, Augsburgo y de otras ciudades ale- mismo Carlos V cuando éste, recurriendo a todos los pretextos, se
manas. retrasaba en los pagos. Los arrogantes consejeros imperiales no
Fugger decidió, no obstante, poner una vez más a disposición podían faltar arbitrariamente a sus obligaciones para con Jacob
del emperador una suma muy importante para financiar la guerra Fugger. ¿A quién debía principalmente el emperador Carlos V su
contra la alianza protestante, enemistándose con ello, con grave corona? Pero, por otra parte, también Jacabo, el Rico, había in-

172 173
endulzar las bebidas y los manjares. ¡En aquellos tiempos apenas
sistido siempre en que el interés de su casa residía en colaborar se conocía el azúcar! .
estrechamente con los Austria, no abandonarlos jamás y afrontar Cuando los mongoles conquistaron el sur de Rus1a y los ~ureas
juntos todos los azares de la vida. Anton Fugger cedió. No podía, se aposentaron en la península balcánica ces~ este comerciO. En
ni debía, apartarse de unas normas que hasta entonces habían cambio, se desarrolló, en el siglo XV, el realiZado desde el ~ud­
regido para su casa y que la habían conducido, en forma vertical, oeste de Alemania al valle del Ródano. Ciudades c?mo Bas!lea,
a su actual prosperidad. Con asombro, maravilla y también indig- Estrasburgo y Constanza se enriquecieron. Lo~ comerc1ant~s suavos
nación y envidia contemplaron sus contemporáneos el formidable se arriesgaron entonces a efectuar alguna s~1da Y exte?cli~ro~ ~us
progreso de la casa de comercio Fugger. El propio emperador de- relaciones hasta España, atravesando Franela. Del pms hispanice
pendía de ésta, que decidía las guerras con su dinero. era muy estimado el azafrán, que se cultivaba en los va~tos cam¡;os
Los Fugger vendían en la alta Alemania las mercancías que catalanes. El azafrán era imprescindible para la _farmacia, la coc.ma
llegaban de Italia. Con grandes fatigas eran transportadas en carros e incluso para la tintura de los teji~os. Las soc!<;dades mercantil~s
cubiertos a través de los Alpes. Sólo mercancías de gran valor eran de Ravensburgo disfrutaban en el s1glo XIV cas1 de. un monop':l10
comerciadas en la alta Alemania, de lo que se desprende, lógica- en España, acaparando toda la cosecha de. azafran. Manteman
mente, que las adquirían los grandes señores, ya que sólo éstos establecimientos en las ciudades francesas situadas a lo largo de
podían reunir el dinero necesario para la compra de objetos tan la ruta comercial, en Aviñón, Marsella, Barcelona, Zaragoza Y
caros. Los caballeros mostrábanse interesados por las espadas Génova. Los hijos de los comerciantes más important~s de Ravens-
de finas hojas de Damasco; los condes y duques, por los costosos burgo, la familia Muntprat, se trasladaron al extran¡ero yara per-
ropajes de seda y terciopelo; las iglesias por el incienso. Todas feccionar sus conocimientos comerciales, cayen~o en c1e~ta oca-
estas mercancías procedían de Oriente. Llegaban a la alta Alemania sión en manos de piratas corsos. Los suavos vendían .en Onente las
siguiendo tres caminos: por el valle del Ródano y Alsacia y atra- solicitadas mercancías de lujo, tales como los enca¡es y la~ telas
vesando después los Alpes, por el mar Negro y por el Danubio. de las ricas provincias francesas de Borgoña Y La Champana..
A lo largo de estas rutas florecían ciudades que, en cuanto las Al Sur estaban los caminos obstruidos por los Alpes. Es c1erto
guerras o períodos de agitación política interrumpían el comercio, que la mayor parte de los ejércitos se dirigían a Italia por Augs-
volvían a decaer. Los comerciantes no podían obtener grandes be- burgo, ;pero los elevados costes de los transportes a~ustaban :U
neficios con el tráfico de productos de artesanía, ya que cada ciu- comerciante. La ruta de los Alpes alcanzó una gran rmportancm
dad se preocupaba, llena de angustia, de alejar la competencia cuando los suizos, al tender. puentes sobre los tumultuo~os torren-
extranjera. Los maestros gremiales ocupaban un puesto en los Con' tes, hicieron transitable el paso de San ~otardo, me¡ora_ndo . al
sejos y vígilaban que a ningún honesto comerciante le fuera arre- propio tiempo el paso de Bré1111ero. Venecia, como es l:Jgico, m-
batado su «sustento». ¡Con las mercancías de Oriente podían ga- tentó dirigir el comercio por el cercano Brennero, y Genova por
nar los comerciantes cuanto quisieran! ¡Los altos dignatarios de Milán y el San Gotardo y, algunas veces, incluso por el valle del
la Iglesia y los príncipes pagaban precios fantástiéos por tales ba- Ródano. · R
ratijas! Passau Regensburgo, Nuremberg, Basilea, Estrasburgo Y a-
El camino del Danubio fue durante mucho tiempo el más vensburgo' gozaban ya de gran fama comercial. cuando Augsburgo
favorable, a pesar de que resultaba el de mayor longitud. Era, era apenas conocida como la sede de un arzobispo. ~ugs~urgo no
desde luego, más cómodo que el difícil paso por los Alpes. Desde se enriqueció, en un principio, gracias a su~ comerciO? stno a su
Constantinopla conducía por Belgrado, Budapest y Viena a Pas- artesanía. Alrededor de la ciudad se extendía~ florec1~ntes cam-
sau, Regensburgo, Nuremberg, o bien por Praga a Leipzig. Se pos de plantas de color azul, es decir de plantaciOnes de ln;o. Todos
iniciaban en estas ciudades alemanas las rutas comerciales que los pueblos de las cercanías trabajaban para los ..comercia_ntes de
se dirigían a la Europa oriental, hacia Cracovia y Lemberg y, de la ciudad que adquirían la producci6r; total de te¡I~os de lmo. Po-
ahí, a las inacabables estepas de la Rusia meridional, a los países dían vender, por fin, alguna mercancta a los venecianos que, com-
de donde procedía la cera para la fabricación de las numerosas pensara los gastos de transporte a través de los Alpes. ¿Que otra
bujías de las iglesias o la miel que tanta importancia tenía para
175
174
cosa era posible ofrecer a los italianos por sus valiosos géneros
orientales?
En uno de estos pueblos a las puertas de Augsburgo, en Gra-
ben, vivía la familia campesina Fugger, dedicada a la fabricación
de tejidos de lino en grandes cantidades. Su actividad era tal, que
incluso llevaban a la ciudad telas de otras familias para venderlas
a los comerciantes de allí. La intención de elevarse de su simple
condición de artesano y de llegar a ser un comerciante, fue lo que
llevó a Fugger a Augsburgo en el año 1367. En compañía de su
padre y con la respetable suma de veintidós libras dio comienzo
al comercio con el lino. Contrajo dos veces matrimonio, la primera
vez con la hija del presidente del gremio de tejedores y la segunda
con la bija de un tejedor, llamada Elisabeth Gedattermann. Era
una época muy inquieta. Los maestros exigían a las famllias aris-
tócratas participar con igualdad de derechos en el Consejo de la
ciudad. La propia industria artesana experimentaba cambios sen"
sibles. En lugar del tejido· puro de lino fabricado en las ciudades Gran pionero del Comercio: Cristobal
del norte de Alemania, en especial en Bielefeld, empezó a confec- Colón. Pintura de Sebastián del Pfombo.
cionarse el «fustán», es decir, cierto tejido con pelo en el que la
urdimbre era de lino y la trama de algodón. Hans Fugger, gracias
a su fustán, disfrutó pronto de gran nombradía en los grandes
mercados alemanes de Ulm, N uremberg y Francfort. Sus bene-
ficios fueron tales, que pudo comprar en 1397 la casa «Zum Rohn,
en la mejor zona comercial de la ciudad, para abrir unos espacio-
sos almacenes dedicados a la venta al por mayor. Al morir, en 1408,
dejó una fortuna de 3.000 florines que corresponden actualmente
al poder adquisitivo de 3,5 millones de pesetas.
La demanda de fustán aumentaba de año en año. ¿Dónde era
posible comprar tanto algodón? En tanto los artesanos tejieron
sólo el lino no existió preocupación alguna por la adquisición de
la primera materia, que se cosechaba abundantemente en los al-
rededores. Pero era preciso ahora conseguir algodón a través de
Venecia. La mencionada fibra llegaba, en su mayor parte, de
Egipto. Los escasos campos algodoneros ·de España cubrían apenas
las necesidades del país. Los venecianos cuidaban celosamente de
que no se comerciara algodón en cualquier otra parte y defendían
su monopolio con todos los medios a su alcance. Florencia y
Génova dirigían el comercio de la lana en el norte de Europa, en
tanto que el del algodón se lo reservaba Venecia.
A los comerciantes alemanes que disponían de casa propia en
Rialto se les había prohibido severamente alejarse de Venecia con Vasco de Gama.1;Pintura de GrP,Sorio
la intención de tratar directamente con los comerciantes de Orlen- ·. López.

176
te, amenazando con severos castigos a quienes transgredieran esta
ley. Sin embargo, la relación comercial con la ciudad de las lagunas
,, proporcionaba también grandes beneficios al comerciante em-
prendedor.
La artesanía de Augsburgo prosperó en forma extraordinaria
en la primera mitad del siglo XV. Las telas de fustán eran apre-
ciadas por doquier gracias a su consistencia y bajo precio, lo
mismo en Francia que en Inglaterra e incluso en España, por
lo que llegaban a la ciudad alemana las sedas, encajes y frutas
del Sur para el cambio por su producción. La alta Alemania se

38. Escudo de los Fugger


"Flor de lis".

había convertido en una zona industrial que podía compararse in~


cluso a la antigua Flandes. Entre las pesadas carretas que desde
Augsburgo se dirigían a todas las partes del mundo se encontra-
ban también las de la viuda Fugger y sus hijos Andreas y Jacob,
que compraban a Venecia grandes cantidades de algodón. Era pre-
ciso precaverse de los codiciosos príncipes que, en su deseo de
participar en tales riquezas, exigían elevados impuestos aduane-
ros. En el año 1442 se quejó el duque Otto de Baviera de que los
Fugger (al igual que otros comerciantes transportistas) evitaban el
camino que pasaba por Huechelberg para burlar las aduanas.
En 1445 se separaron los hermanos Fugger, que habían ido adqui-
riendo importancia dentro del comercio de Augsburgo. Andreas,
al que ya entonces llamaban uel Rico», murió cuatro años más
tarde, y su hijo Lucas, que en su calidad de representante de los
tejedores ocupaba un alto puesto en el Consejo de Augsburgo,
desempeñó una serie de cargos de responsabilidad, tales como
«inspector de la lana y del comercio con los arenques• y «recauda-

177
12. -HISTORIA DEL COMERCIO
Jacobo Fucar y su jefe contable Matthiius Schwarz.
de Friedberg, rojos de Kromburgo, gnses de Inglaterra, negros de
dor de impuestos». Era ante todo el hombre de confianza del Lemberg, tiroleses, sin batanar de Nordlingen, terciopelos de Ve-
gremio, al propio tiempo que comerciante. En representación de necia, Carcasona y Lyon; raso, damasco y tafetán, bosbasí, algo-
su país trató de conseguir en Francfort del Mein la máxima segu- dón y seda. Cuidando de las relaciones comerciales permanecía
ridad para los comerciantes en ruta. Sus mercancías llegaban a solo en casa Ulrico, el mayor; sus hermanos Andreas y Hans se
Milán, Venecia, Nuremberg, Francfort, Amberes, Londres. En fueron .ayenecia, en tanto que Georg se establecía en Nuremberg
todas partes encontramos sus huellas. Giró una importante canti- para d1ng1r el comercio hacia Oriente. Marcos, el tercer hijo
dad de dinero de Amberes a Innsbruck al que más tarde fue el de Jacob, se ordenó sacerdote en Roma y también había de ser
emperador Maximiliano, que se encontraba siempre apurado de clérigo Jacob, el menor de los hermanos. Pero cuando Andreas y
efectivo. Con este dinero pudieron ser aplacados los quejosos Hans murieron inesperadamente en plena juventud, la familia rogó
soldados mercenarios. a Jacob renunciara a su vocación sacerdotal. A los ocho años se
Esto fue el comienzo del enorme negocio crediticio de los envió al inteligente Jacob a Venecia para que cursara un apren·
Fugger. Lucas encontró seductora la percepción de los intereses y dizaje de tres años en el ccFondaco dei Tedeschi», la antigua casa
comisiones de fácil ganancia. Se embarcó en préstamos a los gran- d~ comercio y residencia de los alemanes. En parte alguna podía
des señores que deseaban gastar más de lo que tenían, presentán- disfrutar un comerciante de visión más amplia del comercio mun-
dose con frecuencia graves dificultades para devolver lo que ha- dial que allí, donde se canjeaban las mercancías de Oriente el
bían recibido. No pudo lograrse que la ciudad de Lovaina se vino griego, los encajes venecianos, el vidrio y los tejidos de s~da
decidiera a liquidar su respetable deuda de 10.000 florines, ni aun por metales, maderas, cereales, cueros, tejidos de algodón y lino
recurriendo a la vía judicial o al • boycot» comercial. Esta desgra- y pieles del N orte.
ciada circunstancia, agravada por el hecho de que algunos de sus En Venecia aprendió el joven Jacob la contabilidad por partida
clientes en los que había confiado plenamente hubieron de decla- doble, llamada entonces «a la veneciana», y, en especial, llegó a
rarse en quiebra, provocó que el rico Fugger hiciera suspensión cono,cer la relación existente entre el comercio y la política. Ob-
de pagos. La casa de los Fugger «Corzos», como figuraba en su servo a las bancas florentinas, como la de los Médicis, y vio cómo
escudo de armas, se arruinó. se acumulaban dinero y crédito, reconociendo, a la vez, los peligros
Jacob Fugger, por el contrario, se mantuvo sobre las firmes q':e acechan a todo comerciante y que habían arruinado a su
bases del comercio y de la artesanía. Se dedicaba a vender los pnmo Lucas. En tanto que el anciano Ulrico dirigía la aOficina
tejidos de sus talleres y la producción de los talleres ajenos, com- de oro» de Augsburgo, J acob se hacía un experto del «servicio
praba algodón y materias colorantes e inició el comercio con telas exterior».
de seda y de lana, ·con ropas, especias y drogas. Cuando murió,. ~1 archiduque del Tiro!, Segismundo, confiscó sin contem-
en 1489, se le consideraba como uno de los ciudadanos más acau- placiOnes durante la guerra 1487-1488 las minas de los venecianos
dalados de Augsburgo, no obstante aparecer en la lista de los. que, yor fin! lo~~aron der;otar al ten:erario príncipe y le exigiera~
contribuyentes en séptimo lugar. Lucas Welser, que había hecho una mdemmzacwn de cas1 85.000 flormes. Ya que el archiduque no
entonces un buen matrimonio, contaba a la sazón con el doble estaba en condiciones más que de entregar cobre por valor de
uno~ 14.000 florines. El verdadero incremento de los Fugger «flo; 6.000 florines, solicitó un crédito de Jacob Fugger, quien obtuvo
de hs» empezó con los hijos del viejo Jacob, que disfrutaba de por este présta;no la garantía del rico gremio de Schwazer, que ex·
tal renombre, que el emperador Federico III les compró para la plotaba las prosperas mmas de plata que acababan de descubrirse
bod~ de su hijo Maximiliano con Margarita de Borgoña una gran y eran las mejores del país.
partida de brocados de oro y plata, así como telas de seda y lana. El contrato ~e una obra maestra del joven Fugger. El gremio
Los Fugger comerciaban con la producción de sus 3.500 telares, y de Schwazer deb1a en~regar ~ Fugger la. plata al mismo precio que
en sus gra~des almace~es se amontonaban paños de color rojo hasta entonces la hab1a vendido al archiduque (unos 5 florines por
y negro, teJidos de estndentes tonalidades de verde loro, amarillo «mark», o sea por cada 280 gramos). Fugger, por su parte debía
azufre, amarillo do~ado y rosa. Allí se encontraban géneros del pagar al príncipe tres florines por «mark» en concepto de im·
mundo entero, puntillas holandesas y de Francfort, paños blancos
179
178
puesto, por lo que la plata le costaba, en total, a ocho florines el la explotación de las minas de plata a un grupo financiero de
«marb. El negocio radicaba en que la plata, adquirida a un precio Nuremberg con la intención de obtener, de f?rma .tan po:o ~eal,
fijo, podia transportarla a su albedrío a donde mayor beneficio ob- nuevamente dinero. Pero el de Augsburgo tomo medidas energicas.
tuviera, enviándola en su mayor parte a Venecia. Es probable que Aferróse a su hipoteca y exigió al emperador que rescindiera sus
los Fugger obtuvieran por cada «marb cuatro florines de bene- compromisos con los de Nuremberg. La empresa de los Fugger s.e
ficio. El negocio del Tiro! era pues remunerativo y púdose, muy convirtió en 1494 en una Sociedad colectiva, posiblemente la pn-
pronto, ampliar. El irreflexivo archiduque se había comprometido, mera que existió en Alemania, y que se llamó «Ulrico Fugger Y
muy a la ligera, con sus vecinos de Baviera, en complicadas ope- hermanos, de Augsburgo». Una firma o razón social es algo más
'raciones monetarias hipotecando sin escrúpulos las 'minas de firme que una inestable comunidad de socios y su nombre procede
Schwazer y Freundesberg por un importe de 100.000 florines. Los de Italia, donde se llamó en un principio «ditta» y más tarde «ditta
Habsburgo de Viena eran enemigos de Baviera, por lo que sugirie- firma». Una «firma» es un ente jUrídico con capital propio. Los
ron a su primo que rompiera con el comerciante bávaro Baungart- hermanos Ulrico, Georg y Jacob se comprometieron a ~:jar en el
ner y confiaran a los Fugger el negocio de la plata. Los Fugger sólo negocio, en los próximos seis años, la misma pro~orcwn de los
en el año 1448 anticiparon al archiduque del Tiro! la increíble beneficios. El distintivo de la sociedad fue un tndente, lo que
suma de 150.000 florines. Treinta mil florines pagados al contado era una equivocada interpretación del nombre «Fugger», pues me-
inmediato y el resto en plazos mensuales de 10.000 florines. Tene- jor pudiera atribuirse a la antigua denominación alemana de colo-
mos noticia por los libros de contabilidad de Augsburgo de los rante (en latín «fuccare» ). Con los óptimos beneficios de los nego-
beneficios que reportó tal negocio. De los 40.000 «marks» de plata cios de la plata, se dedicaron ahora los avisados comerciantes al
(11.200 kilos) que recibieron por su préstamo, obtuvieron una ga- tráfico del cobre, que estaba muy solicitado, no sólo en Europa,
nancia líquida, deducidos todos los gastos, de 55.000 florines, es sino también en Oriente, que carecía de materias primas, Y en es-
decir, el 40 por ciento del dinero prestado. pecial en la India. Los comerciantes de Oriente exigían a cambio
Los tiroleses, asustados ante los catastróficos negocios de su de sus especias y joyas, sobre todo, cobre. Era pues de gran tras-
archiduque, sintieron nn gran alivio cuando su sobrino Maximi- cendencia la colaboración de los mineros de los yacimientos hún-
liano tomó posesión del condado del Tiro! y de la región del garos, a los que faltaban medios económicos para ampliar los tra-
Austria anterior contra el pago de 52.000 florines y la aceptación bajos de extracción de sus abandonadas minas de cobre. Hans
de la deuda contraída con los Fugger, que ascendía a 46.000 flori- y Georg Fugger celebraron convenios con los «Thurzo» de Augs-
nes amortizables en cuarenta y dos plazos mensuales de 5.750 burgo. La casa Fugger se haría cargo de la explotación y adelanta-
«marks» de plata. Así empezó la íntima colaboración entre los ría las cantidades necesarias para el mejoramiento de las instala~
Fugger y la casa de Habsburgo de Viena, cuyo jefe se elevó al dones técnicas, en especial de las instalaciones dedicadas a la
poco tiempo al rango de «emperador de] Romano Imperio». El separación de los minerales de cobre de la plata. Para ello se nece-
«último caballero», corno era entonces llamado, alimentaba grandes sitaba mucha madera y una considerable fuerza hidráulica. Se pre-
y ambiciosos planes. Quería aseaurar para su casa los vecinos sentó también el problema de organizar el dificultoso transporte.
reinos de Hungría y Bohemia y e~pulsar a los turcos de Europa; Fue preciso, en primer lugar, obtener del rey húngaro la oportuna
soñaba con grandes aventuras y hazañas caballerescas, pero sin licencia de exportación y después conseguir la autorización de los
reflexionar que para ello era preciso disponer de cuantiosos me- soberanos de las tierras circundantes para atravesar su territorio.
dios. Estos medios hubieron de facilitárselos los Fugger. Jacob En todas partes aparecían grandes señores o poderosas ciudades
Fugger impulsó, en primer lugar, las minas de plata del Tiro! hasta que deseaban beneficiarse de sus aduanas o cuando menos de sus
obtener su máximo rendimiento. En 1401 anticipó de nuevo al derechos de emporio. La ruta del cobre húngaro se dirigía de lo
monarca 120.000 florines a cambio de la entrega de plata, pero que más tarde fue Eslovaquia, atravesando la región checa, hasta
faltaba todavía mucho para ser cancelado este anticipo, cuando Breslau y, desde allí, a Dantzig. Fugger concertó poco después un
hubo de concederle un nuevo crédito de 10.000 florines mensuales. tratado con Maximiliano para la exención de los derechos aduane-
En 1494 intentó Maximiliano desligarse de los Fugger e hipotecar ros del Danubio y el «derecho de emporio» de Viena. Así pudo
180 181
11.*- HISTORlA DEL COMERCIO
exportar su cobre, aguas del Danubio arriba, hacia Regensburgo.
~ Al no depender de Amberes, llevó el cobre al mercado donde los

e:~~~::-~ . . ., ..--.~t..-~-- ~-A< • ;,~


¡.'tf'\>......
comerciantes estaban más interesados en la compra de productos
de exportación a Oriente, esto es, a Venecia.
Tal política comercial sólo podía llevarse a cabo con el apoyo
--.q ....-,o~ ~~V"~ de los Habsburgo, que dirigían el tráfico por el Danubio, del
que, en definitiva, dependía todo. El más temible competidor

~ ;~
del cobre húngaro era el Tiro!. Cuando los Fugger desearon mo-
1" -. • . : . - nopolizar el comercio del cobre en Enropa hubieron de participar
también del cobre tirolés, que, de todos modos, se encontraba prác-
ticamente en sus manos. En contraste con los Médicis, que fun-
daron su negocio bancario sobre la lana, los Fugger sentaron la
base de su fortuna sobre la plata y el cobre. Ulrico Fugger intentó
en 1498, en colaboración con otros comerciantes, formar un sin-
dicato (posiblemente el primero y más antiguo de Alemania) que
determinara los mercados de venta y los precios del cobre, lo que
significaba en aquel tiempo el preservarle de la bancarrota. Las
ventas se paralizaron porque la guerra contra los turcos provocó
el bloqueo de las rutas asiáticas. El comerciante de Augsbnrgo es-
cribió al emperador Maximiliano que en los últimos nueve meses
o apenas se había vendido cobre en Venecia porque los italianos,
por temor a los turcos, no exportaban por mar mercancías de
valor. Las rutas hacia Milán, Francia y Holanda se encontraban
bloqueadas. De no haber sido por Fugger, nadie se hubiera atre-
vido a correr el riesgo que entrañaba la compra de cobre. Las
minas se hubieran arruinado al no poder dar salida a su produc-
ción. Como suele ocurrir en tales convenios, se presentaron desave-
nencias entre los asociados al lanzar los «Thurzos» al mercado
grandes cantidades de cobre húngaro. El cartel se disolvió. Jacob
Fugger ofreció sólo cuatro florines por quintal de cobre del Tiro]
con el argumento de que no pagaba más a los húngaros. Se impuso
con ello de tal forma, que en 1506 prohibió Maximiliano a todos
los demás la exportación de cobre del Tirol. A cambio de un
nuevo préstamo de 60.000 florines consiguieron los Fugger el cobre
y la plata de las minas de Rattenberg, y pronto extendieron sus
tentáculos hasta las minas de la antigua Hauhammer bávara, lle-
gando incluso a monopolizar los yacimientos suecos y bohemios
del valle Joaquin.
39. Carta de puño y letra de Antón Fugger escrita en 1519 en Roma a Cuando en 1496 el emperador movilizó a su ejército en la
J acob Fugger, y en la que puede apreciarse el encabezamiento y eli
distintivo de la Sociedad.
campaña de Italia, las arcas del Estado español se hallaban de
nuevo vacías. Las ciudades del Imperio se negaron a anticipar
dinero, ya que nadie confiaba en la casa de Habsbnrgo. Jacob Fug-
182
183
40. Vida mercantil de la Edad Media.

ger ofreció entonces al empendor 121.600 florines a cambio de Jacob Fugger para que le concediera un nuevo anticipo de 27.000
la hipoteca de las minas del Tiro!. Cuando el convenio se firmó florines, así que, finalmente, afluyeron a las arcas del emperador
felizmente se reservó el de Augsburgo el importe restante existente 40.000 florines.
del primitivo préstamo sobre la plata y, acto seguido, pagó al Los Fugger invirtieron, al correr de los años, la increíble suma
gobierno del Tiro! lo que éste había exigido de su soberano Habs- de 1.064.499 florines en las minas de cobre de Hungría, con la
burgo. Deducidas todas estas cantidades, le quedaron a Maximi- que construyeron pozos, trazaron caminos, montaron instalaciones
liano 13.000 florines. Sólo con penas y fatigas· pudo convencer a y fueron liquidados los impuestos. Es posible que precisaran para

184 185
ello la ayuda de otros financieros. En el año 1511, o sea qnince era muy propicia, puesto que en Florencia desde 1494 dominaba la
años más tarde, su balance arrojaba un capital social de sólo democracia bajo el patrocinio francés. Los Médicis fueron expnl-
245.643 florines, de los que correspondían 81.000 florines a Jacob sados y las demás casas de banca, como los Strozzi y los Salviati,
Fugger, 87.853 a los herederos de su hermano Ulrico y el resto estaban estrechamente ligadas a Francia. Alemania gozaba de una
a los descendientes de Georg Fugger. absoluta libertad. Los apuros monetarios del emperador no tenían
Jacob Fugger pudo hacer el primer préstamo de importancia fili, como tampoco se agotaba jamás su calenturienta fantasía. Para
al archiduque Sigmundo del Tiro! gracias a la ayuda del genovés llegar a ser papa intentó sobornar a los cardenales romanos. Fug-
Antonio de Cavallis. El rico príncipe obispo de Brixen, Melchor ger hnbo de adelantar de nuevo sumas considerables con la ga-
von Meckau, había invertido tanto dinero en casa de los Fugger, rantía de los futuros ingresos papales. Además, le pertenecían ya la
que, a su muerte, sus herederos colocaron a los comerciantes de plata de los ocho próximos años y el cobre del Tiro! de los si-
Augsburgo en una posición difícil a] exigirles la inmediata devolu- guientes cuatro años. A los apremios del emperador contestó
ción de su participación. Era sin duda muy peligroso el embarcarse Fugger, prudentemente, que no sabía el tiempo que aún viviría o
en negocios monetarios de tanto riesgo con la corona. Pero ¿cómo en qué situación se encontraría después de haber sufrido tantas
eludir el hacerlo? La necesidad de dinero de Maximiliano era cada guerras, aclarando después que, «de no ser así, también habría
día más acuciante. Los mismos impuestos no representaban una efectuado grandes negocios y dedicádose a ellos diariamente, pnes
gran ayuda, pues su recaudación era extremadamente lenta y difi- se le ofrecían sin cesar, mientras que desde hacía ya varios años
cultosa. Los nobles propusieron obligar a la entrega forzosa de habíalos rechazado». No obstante, se hubiera sacrificado de no
préstamos a las grandes firmas comerciales, tanto a las de Augs- ser por su avanzada edad y sus hijos. En resumen, Fugger deseaba
burgo como a la de Ravensburgo y a las ciudades hanseáticas, pero contentarse con sus antiguos negocios sin emprender ninguno
los comerciantes se oponían con gran tenacidad. De nuevo los nuevo.
Fugger hubieron de efectuar otra subvención. En garantía de la ¿Qué clase de negocios eran los que se ofrecían en la «pr9pia
entrega de 50.000 florines se asignaron grandes propiedades, tales casa» de los Fugger? Al descubrir los portugueses la ruta marí-
como el condado de Kirchberg y el señorío de Weissenhorn. Al no tima de la India no llegaban a Europa las especias por el penoso
ser devuelto el préstamo jamás, estas tierras quedaron, hasta nues- camino de Egipto a Siria, sino por el océano Atlántico hasta Lisboa.
tros días, en poder de los Fugger. Pero tampoco fueron suficientes Venecia perdió su supremacía. El mercado de ventas de especias
los 50.000 florines. con Occidente hubo de ser organizado de nnevo y se tuvo que
La Liga de Cambrai (1509) prometió al emperador la entrega encontrar, además, la nivelación de la balanza de pagos portu-
de determinados e importantes auxilios monetarios que serían guesa.
entregados a plazos en Roma, Florencia y Amberes. Jacob Fugger Las especias no eran arrebatadas al enemigo, sino compradas a
se encargó de la transferencia, pagando por el crédito una parte los comerciantes, pagando por ellas, en determinadas ocasiones,
a los catorce días y el resto a las seis semanas con l-etras sobre elevados precios. Fue necesario tratar con los soberanos del país,
Augsburgo. La operación resnltó en aquellos tiempos de una gran con los arrogantes marajás, con los poderosos mongoles, que exi-
originalidad. Por los gastos y riesgos del transporte se percibía un gían como principal medio de pago los metales preciosos y cobre
«arbitraje», un «cambio arbitrio» como entonces se llamaba, en en cantidades ilimitadas, y, en segundo lugar, telas y vestidos de
mercancías o metales preciosos, consistente en la diferencia del lino. Estas mercancías se canjeaban en Amberes, donde hasta
cobre en un lugar y el pago en otro distinto. Al tratarse de grandes entonces sólo los ingleses habían vendido sus paños en competencia
sumas y al estimarse que los riesgos eran también muy grandes, re- con Flandes, en tanto que los italianos y los comerciantes de la
presentaban estas operaciones enormes ganancias. Hansa permanecían en Brujas, a pesar de que el Swine quedó
La transferencia de dinero de Roma a Augsburgo resnltaba re- obstruido de tal modo, que los buques de gran calado no pudieron
lativamente fácil, ya que era sólo preciso calcular los importes que volver a entrar nunca más.
pagaba Alemania a la Santa Sede con la mayor regnlaridad. En Los comerciantes de la alta Alemania estimaron la significa-
aquella época resultaba este negocio muy interesante. La ocasión ción e importancia de Amberes cuando el «factor», como así se

186 187
llamaba el representante comercial del rey de Portugal, se esta- Oriente. En aquella época se encontraba en Lisboa una factoría
bleció en dicha ciudad para ofrecer las especias indias en cantida- de Augsburgo que, con toda regularidad, enviaba importan~es can-
des equivalentes a cargamentos enteros, la factoría de Brujas se tidades de pimienta a Amberes, donde los Fugger manteman una
quejó, en 1484, a la Hansa de que permanecía en Amberes el casa propia y desempeñaban un importante papel. en el merca~o
«derecho de emporioD por más tiempo de la época prevista, o sea de esta especia. Al propio tiempo remitían, en cantidades cada dm
en las grandes ferias de Pascua y en otoño en las festividades de mayores, plata y cobre de sns minas. a Amberes: empren~endo
San Bavo. pronto en esta plaza negocios monetariOs de gran rmportanc1a.
En contraste con la conducta cerradamente gremial de Brujas, Cuando el emperador Maximiliano cedió el protectorado de ~a
Borgoña a su nieto Carlos (más tarde Carlos V), qmen ya habta
alcanzado la mayoría de edad, recibió el soberano una indemniza-
ción de 100.000 florines. ¿Quién recibió el encargo de efectuar la
transferencia? ¡Los Fugger! Los comerciantes de Augsburgo tra-
taban inclnso con Inglaterra. En un principio, se limitaron a trans-
ferir los subsidios monetarios ingleses al emperador, ya que In-
glaterra disponía de Bancos propios, tales como Jos italianos Fres-
cobaldi. Estos Bancos no contaban, sin embargo, con grandes can-
tidades en efectivo y II!'JY pronto se vieron obligados a pedir a
los Fugger un préstamo de 60.000 florines para poder liquidar sns
transferencias, en especial a Alemania. Sin la ayuda de los de
Augsburgo no hubiera podido el emperador Maximiliano pagar a
sus vasallos alemanes. La corte holandesa, en la persona del joven
archiduque Carlos Bernardo Stecher, comunicó a la factoría
de Jos Fugger, en Amberes, que debía anticiparle la cantidad de
27.000 libras y 40 peniques con Ull interés del 11 por ciento y la
garantía de la ciudad de Amberes. Al cabo de un año no había
sido devuelto todavía este préstamo y se recibieron, en cambio,
nuevas peticiones de dinero, ya que Carlos había de emprender un
viaje a España para subir al trono. ¡Las arcas de la rica Borgoña
estaban siempre vacías sin remedio!
41. Los cambistas (grabado en madera de Maguncia del año 1486). El negocio principal de Jos Fugger no radicaba en el crédito ni
En aquella época todos los cambistas y prestamistas eran_ judíos, ya . en sus intereses, sino en las comisiones por las transferencias, en
que la percepción de intereses estaba prohibida a los cristianos. el arbitraje. Efectuaban las transferencias de la curia alemana,
polaca, nórdica y húngara, especialmente Jos tributos de servidum-
bre y que se hacían pagaderos con Ulla letra de cambio a cargo
concedió Amberes a los comerciantes los (<privilegios de ferias» del arzobispo. El papa depositaba el dinero ingresado, haciéndolo
y, en especial, la franquicia aduanera, así como les garantizó pro- sobre todo con el del año de Jubileo de 1509, en la banca de Fug-
tección para todo el año. Los Fugger iniciaron en Amberes el ne- ger, que ya se había encargado de la mayor parte de las transfe-
gocio con Asia. En 1505 equiparon, en unión de otros comerciantes rencias alemanas. A los Fugger se les ofrecieron nuevas oportuni~
alemanes e italianos, una flota con la misión de ir a Extremo Orien~ dades.
te para comprar mercancías en aquellos lejanos países. Pero no se Cuando el Hohenzollern Alberto de Brandeburgo, que contaba
les concedió permiso para repetir la expedición porque Jos portu- a la sazón veinticuatro años, aspiró a ser nombrado arzobispo de
gueses deseaban reservarse todos los beneficios del comercio con Maguncia, no contento con serlo también de Magdeburgo y admi-
188 189
nistrar la sede arzobispal de Halder, necesitó la dispensa papal, que
costaba una gran suma de dinero. Además, hubo de pagar al ca-
pítulo catedralicio de Maguncia 42.000 florines renanos y liquidar
sus deudas con la Hansa.
Tras estas operaciones monetarias se escondían audaces manio-
bras políticas. Los Hohenzollern, apoyados en la Marca de Bran-
deburgo, en su importante e influyente arzobispado, en las ór-
denes militares de Prusia, deseaban elevarse al poder del Imperio
romano. A tal fin, se comprometieron a pagar 21.000 ducados con-
tra un pagaré de Albrechts en Roma. El factor de los Fugger en
la capital italiana, Johannes Zink, consiguió que el papa, previo
pago de otros 10.000 ducados, concediera su indulgencia a los
Hohenzollern para el obispado de Maguncia.
En un principio el enviado de los Hohenzollern se asustó_
¿Cómo conseguir esta nueva suma si su crédito se había agotado
con los 20.000 ducados? El elector Joaquín de Brandeburgo acon-
sejó a su hermano Alberto que se dirigiera, en primer lugar, a
los Fugger. Los 10.000 ducados que Alberto hubo de pagar al
papa se destinaron a la construcción de la basílica de San Pedro,
y el papa, por su parte, concedió a Alemania todas sus indul-
gencias.
El representante de los Fugger tenía una llave de cada uno
de los «cofres de indulgencias». Sólo en presencia de testigos y de
un notario podían ser abiertas estas cajas. La mitad de su conte-
nido se transfería por mediación de los Fugger al papa y la otra
mitad quedaba en poder de los Fugger como pago a cuenta de 42. Bajo los porches del comerciante.
sus anticipos al arzobispado. ¡Así canta el dinero en las cajas!
En 1517 debía el arzobispo Alberto a los Fugger 6.000 ducados,
o sea una sexta parte del crédito inicial; en el balance de 1527 ya cido por el judío converso de la corte, Szerenzich, que le convenció
no aparecía como deudor. En tanto que los negocios se desarro- de que podría enriquecerse con la mayor facilidad si las mone-
llaban sin dificultades, la unidad religiosa se había roto definitiva- das de plata se acuñaban con la proporción de cobre de una mitad
mente. Las indulgencias fueron para el papa un gran desengaño, ya en lugar de un cuarto. La Asamblea aprobó el proyecto y el país
que aportaban, según un cálculo del Vaticano, sólo 5.149 florines, nadó en dinero. Pero con esta moneda de ley inferior no era po-
de cuyo importe habían de descontarse todavía las comisiones de sible comprar mercancías al exterior. Los mineros exigieron enér-
los Fugger, así que la curia, que recibía del resto· sólo.la mitad, gicamente la antigua moneda, o que les fuera doblado el jornal, ya
percibía en total 2.466 florines. El arzobispo ingresaba 8.436 flori- que todo se había encarecido. El administrador tuvo que ceder. El
nes, de los que había de entregar 3.000 al emperador, por lo que odio general se cebó en los comerciantes extranjeros y, en especial,
le quedaban sólo 5.436 florines. Se dirigieron las censuras más en los Fugger, sobre los que el depuesto y encarcelado Szerenzich
violentas a los «mercaderes en indulgencias», en especial al ha- hizo recaer todas las culpas. El representante de los Fugger en
bilísimo negociante dominico Tetzel. La reacción llegó de un punto Neusohl consiguió enviar, sólo a duras penas, todas las cosas de
inesperado. Tras la muerte del rey Wladislaus de Hungría, en 1516, valor a Cracovia, como medida de seguridad. El rey, encoleri-
se comprometió el joven rey Luis en una peligrosa aventura indu- zado, exigió a los Fugger 604.105 florines por el «beneficio ohte-

190 191
liicíó~ 'cbir Ias'iP"ori~das. y ~nC c&nde~t:O de íf,\'le~~a{:ic}l.\ p~t)~s
pérdi(J.as 'que su negocio Jíapí¡¡ ~c"fr,e~do. al país: 'Pqr ,~tiffi<l ·se
declaró. satisfecho con 200.000 flormes a Jós qiíe añii<lirííi los
125.0()0 que habían sido ya confiscados: Ren~cjaba,¡rlagÍJ,ál¡hrta7
r,qente, a los demás castigos. Jacob'Fugger.Ílizo entpu:;~htoilp~Cs{>n
j11ego todas sus importantes relaciones:··· Se (lirigió a!,re~i~11t9
iníperial, al rey de Poíonia, al emp~rador, ~Iáfcb:id!lg\re'f<;¡'wn,id()
y a los duques GuiÍ!eqno y Luí~ de.Baviefa,: ~ax;a, ap 0y<i¡: la, 'liieja
dé J acob Fugger debía e¡emperi\d9r «P01\~~ •eilC,!l1'()Viffiie11tq al
. I¡pperio entero contra Hún.gría,»; J;'érolo•q¡¡~ .j,¡zi\~iñpijriar~(fiel
de la balanza fue la amenaza a:"L•c6Irierci~nted.é AU.~~bJirgqaltque
,_;fSwsegqiría que ae~ ~ing~1é:·.~~~r ·a~: A;f~,~~~-:-_s-~::_~p~~fS!#~:-:~-9~
_
;jZóbre de Hungría, si el I;eYúD.?;ceqí¡t'í)ride'!!11iza]J¡fál9S'.l'il!g.get y
, lés J?ermitía_ r~ailpdgF _4Im~di~t·ffi!Ienfe -sp. ~-_qiJi~T~i-9~:;-·: ___ ,_,_;;"(-,'-:.;~- .:
<< •. fEste era urt lengl.\ajé 'n\U.y¡ c;Iuroí Su ~ob•fu.:O;qég¡:~,':flrurz¡rJ~
:i;\l'consejó q¡¡e se re}ira{a g¡)~foi¡lpletir de lg~ ~ég~ei9~ ~pl(jiffuigtf'a,
i¡:,¡1ero e] otgp!!osdicpmeréi~te lecontestóq¡¡IO #n.o se d~japª e>;-
r;;guls<!Í' ]¡')or Iiadi~ c;le su~.~';-einos» y que «des~a,b;!; s~ggjr gan¡ní4P
5:¡ diuerQi mirÍrtra& p¡¡tl(era»: •El anciano. Fugger,; qne cóntabá ·ya ¡;~­
T:. jenta y seis años, experimentó en su lecho de'. muerte, en i52~i~i1.
:i•fsatisfacción de que el rey húngaro le renovara el conv,nio~¡!fa
't" explotación de las miuas de cobre. ; " , ·< ' i;.i • ;;'.'"}
· l;,~ Entre los años 1526 y.l539 vendie'rqn Jos)Fugge~~2~7:qoq~ullf­
' tales de cobre de Hungríá, utilizando ep.. su roayor parfe ia(¡'\Ífas
del mar Báltico .a Ambereii, Colpcat(}.\lf a4ein~s, .U2,QOQ «Iñatlto> de
plata, eu especí~l a las; fábrip~s de mPIÍeda hiÍngarJ), Cuandp los
turcos ocuparon Bu¡!apest ,;rey& qpm:turtó Aiitoll, Ftt$):(et retirwoe
del peligroso negdCih de l!wiiífía. . ••.. ·.. .. . ............••
:_ . Como consecuend(':'4é·:'1~<·es~e-~1i-<i· fel~Ct?#~:'C:?*' -_~;~iiíl_iJ:ictn6;
estaba Jacob Fuggei- m¡¡y¡jllt~rés~ctoeú 1á'e1e\l~ióñ ~ $1Í sl!C~?t;
Debíase .impedir q u.e .~r¡,ií;císcil fide' .F'r¡,ií;~ia 1reg¡¡fa i( *
· ·rad()r, deAlerrian!a. Lo c[iie en..í.tq\rell>t ép6c;¡ . cíedd!fi la cP"esfióit era
ytiipe•

.. el, di& ro, p¡¡e~ ros. p~índpe~ 'etectores se· stistefitill. i!e \ás Wtrilgas
· . en Iil.ét~lifo~o e;!e fas pro'!!esas dE :Pai>o ifúe 'l'ecíbiií# de fos. ~oi11,ér~
".ciantes y,,.,J'l. 'e:SJ?e'ciál, Q.e 19s J"ti.&(!!t, Sin, én{bargó, ~]),~~íiln.'<íé 1:..-;o
:·, ':~ ~er lo's-~ _SOiíi(tCiárit~s.-- ril~.s ~oQ_fiimz~ i~n' I~-:-~h:iii1~S-a$~t~f3'é]j~ie~
, i¡ue los'priii.tipes?• , . . ... . . . , ~ ~ ~,(";, ,; ' '' ·
; • FranCíscófpr 0 me~a a 1?$ prfricipés (O¡{¡,tidad~' ~~~;¡ y~i rira-
.· .. yore:S. La cofC,/1~ fu,piríal; q11e .á Pfii:teipí&~'~é"3h~{~6'gcíeírá cq11~e~
. . guirs~ todav!a por>5qG.OO() floÍ:ÍJ::les, 'yaJ.ía{ iúúr~. s~ffi,ai¡:as después,
· 200.000 florjíies •n¡áS'l: Cll~ndq, ·'¡;pr• fí¡()legó }a eletcfó11 se cqlocó ·
wesg~radarriente eta~ Brmúlibúrgó. ai laM cíei monarca francés.

i9i
llntonio Fucar, pintura de Hans Maler.
Carlos V hubo de invertir 850.000 florines para asegurarse los
votos necesarios. Los Fugger anticiparon 543.000 florines, los Wel-
ser, la segunda casa en importancia de Augsburgo, 143.000 flo-
rines, y los genoveses y florentinos, en conjunto, alrededor de
165.000 florines. Todo este dinero no fue sólo a parar a manos
de los príncipes, puesto que también se hubo de pagar a los repre-
sentantes españoles, la Alianza suava y los caballeros de Fran-
cisco Sickingen, que recibieron 171.000 florines. Para la soldada
de los suizos se entregaron 29.000 florines. Y así se prolongaba
una lista sin fin de pagos.
Jacob Fugger, el gran «gobernante», no había hecho jamás caso
de sus socios, los hijos de sus hermanos, pues mantenía firme~
mente en sus manos las riendas del negocio. Según el inventario
de los bienes, de 15ll a 1527 creció el patrimonio social (sin con-
tar el privado) de 245.463 florines a 2.021.202, a pesar de que
en 1511 fueron retirados 48.672 florines para el pago a diversos
miembros de la familia. En resumen, aquellos diecisiete años ha-
bían proporcionado un beneficio de 1.824.411 florines, o sea, por
término medio, de un 54,5 por ciento anual. Era la primera vez
qne una empresa privada había conseguido acumular tal fortuna.
Los Fugger poseían entOnces cinco veces más que los Médicis en
sus mejores tiempos. En la equivalencia de la moneda actual su
fortuna ascendía a 1.500 millones de pesetas, pudiéndose calcu-
El "Fondaco dei Tedeschi", dE>sde el siglo XIII, patio de los comercian- lar su poder de adquisición en cinco veces más.
tes alemanes en Venecia. Cespués de un incendio en 1505 el pAlacio fue El sucesor de Jacob, su sobrino Anton, evitó cuidadosamente
reconstruido a expensas del estado y provista con pinturas exteriores al en los primeros años de su gerencia comprometerse con créditos a
iresco de Ticiano y de Giorgione- los Habsburgo. Sin sentir envidia alguna, cedió estos negocios a los
genoveses, que en las siguientes décadas conquistaron la hege-
monia dineraria de Europa. A la vista de las últimas memorias
podemos deducir sin lugar a dudas que la base sobre la que descan-
saba la casa Fugger era, ante todo, la explotación minera y el co-
mercio de los metales con la India a través de Amberes. En el
año 1536 figuraban en su activo las minas y el comercio global de
Hungría con un importe de 368.000 florines, en tanto que en
España, donde los Fugger habían invertido 170.000 florines, as-
cendía a 1.066.000 florines, descontado el pasivo.
El negocio de España tenía su origen en la época de Jacob
Fugger. Cuando el emperador Carlos V se mostró remiso a devol-
ver las deudas contraídas con motivo de su elección, hubo de com-
prometerse con el avisado comerciante de Augsburgo a una hipo-
teca de gran importancia al arrendarle los ingresos de las grandes
órdenes religiosas españolas, cuyas inmensas posesiones, al secu~

193
13. -HISTORIA DEL COMERCIO

Sala de sesiones eTJ el ''fondaco.dei Tedeschi".


~ar~a~e, habían pasado a poder del soberano. Las propiedades de empleaba en España casi en exclusiva para la fabricación del colo-
as r enes de caballeros, los llamados «maestrazgos» producían rante de cinabrio o bermellón, pero los Fugger sabían natural-
fr~tos del ca_mpo y, en especial, cereales que se vendí,; en Lisboa mente la importancia que tenía el mercurio en la obtención de la
a uen pre~10 a cambio de las especias de las Indias Orientales plata si escaseaba la madera para su fusión. Las minas de Almadén
que embarcabanse, a su vez, en dirección a Amberes. Los Fugger disfrutaban de una gran significación en la obtención de la plata
del Perú, pues la obtención de dicho metal en el Potosí, a 4.000 me-
tros de altura, sólo es posible con la ayuda del mercurio. La fusión
del mineral no es factible porque en dichas condiciones no se en-
cuentra la madera. Durante muchos años se envió el mercurio
español a América, lo que reportó pingües ganancias a los Fugger.
¡El negocio de América! ¡Los Fugger y sus colegas los Welser
sabían perfectamente lo que en él se jugaba! ¿Conservaría la alta
Alemania su hegemonía o quedaría relegada a un oscuro rincón
por donde pasarían de largo las corrientes del comercio mundial?
El ejemplo de Venecia demostraba la facilidad con que nna
ciudad que ostenta la supremacía mercantil puede quedar aban-
donada en pocos años.
Las especias no llegaban ya a Europa por el mar Rojo y el
Mediterráneo, sino que habían adoptado la ruta marítima que,
bordeando África, iba a morir a Lisboa. Los turcos bloquearon,
además, la exportación de algodón egipcio, perdiendo con ello
Augsburgo su fuente de materias primas más importante. Su ar-
tículo más cotizado, el fustán, no tenía apenas aceptación al ser
sustituido por el algodón puro que llegaba de la India. ¿El destino
de la alta Alemania había de ser parecido al de Venecia? Alemania
constituía en la primera mitad del siglo XVI, gracias a sus quince
millones de habitantes, un mercado de enorme capacidad de con-
:s. La vara de medir. Portada de ''Libro de aforos" de Kern (E t sumo, dominando económicamente todo el ámbito escandinavo y
e~rgol 1531). Las aduanas del Rin, que en el siglo XIV llegaron ~ rsa:;_
ade~~me~o. superior a 40, medían. el contenido de cada barril. Existía
oriental de Europa y el territorio del Danubio. Se mantenía aún
s e tmpuesto sobre los barr'/Jes, el tributo que gravaba los sacos. la sólida posición de los comerciantes de la Hansa y de los sobe-
ranos de la Alemania septentrional en Hungría y Polonia, y exis-
tían fundadas esperanzas de poder extender su red comercial a
Podíru: efectuar, por tanto, sin serias dificultades de transferencia, Inglaterra y Holanda. Los comerciantes de la Hansa se asentaban
1ucrat1vos negocws. - .j
cada vez con mayor seguridad en el «Stalhof» de Londres. Los in-
E:tre los año~ 1538 y 1542, percibieron los Fugger por intere- gleses no gozaban en los pueblos ibéricos, que dirigían el comer-
~~~ 00~ ~rendamientos, _que en el ínterin se habían elevado a cio con Oriente y América, la misma confianza y amistad con que
· , ucados, la eantidad de 224.000 ducados, lo que corres- eran distinguidas las grandes empresas mercantiles alemanas. Así
pondía a un beneficio de un 50 por ciento anual. En la época de pudo ser posible organizar de nuevo el comercio de ultramar con
1551 ~ 1554, P';lede calcularse un beneficio del 85 por lOO sobre Amberes.
~ cz¡tal ~vertido, a lo que deben añadirse las minas de mercurio Éste era ·el ambicioso plan que ya Jacob Fugger, «el rico»,
e maden, explotadas ya desde la era de Roma. El mercurio se había trazado. Los Fugger tenían la ventaja frente a sus competi-
dores de disponer de las únicas mercancías que despertaban el
194
195
interés de los orientales; esto es, la plata y el cobre. Tenían ade- de su amigo, el emperador Carlos V. Rodeado de una esplendorosa
más, el capital suficiente para poder comprar al rey portugué~ car- aureola, nos represent~mos la imagen del hombre en cuyo imperio
gamentos enteros pagando al contado. ¿Quién era capaz de ofrecer no se ponía jamás el sol, el último caballero que personificó la
otro tanto? Amberes absorbía sin esfuerzo toda la cantidad de grandeza y la dignidad imperial, tal como fue conocida en la Edad
plata y cobre y no existían ya las preocupaciones que se presen- Media, el vencedor de las batallas de Pavía y Muhleberg, el con-
taron ~n los años en que Venecia compraba el cobre húngaro quistador de Túnez. Los pintores nos han transmitido su retrato,
a vrec10s reventados porque los turcos habían cerrado el paso en el que aparece lleno de majestad, verdaderamente imperial.
p_or el mar; Era pos1ble compra:, algodón en las cantidades apete- Los historiadores nos alaban su clara inteligencia, su equilibrado
Cidas. ¿Sena factible la exportacwn de telas de lino a la Indochina? juicio, su certera visión de los grandes problemas políticos. Pero
nosotros conocemos también la opinión que merecía a los grandes
comerciantes de la época, a Jacob Fugger, «el rico», y a su sobrino
Antón. iEl cuadro es, ciertamente, otro!
El emperador adolecía de un defecto muy perjudicial: ¡no sabía
contar! Los gastos de las guerras se elevaron exageradamente al no
participar en ellas ejércitos de caballeros, sino tan sólo soldados
mercenarios. Un «Condottiero» de Milán había ya dicho al rey fran-
cés Luis XII que para hacer las guerras «era preciso dinero, dinero
y más dinero». Un reclutamiento normal de vasallos costaba, se-
gún un cálculo del año 1532, 560.000 florines, teniendo en cuenta
las pagas de seis meses y el importe de las armas, pero sin incluir
los costes de los víveres, bagajes y otros peqneños gastos. Para
las tropas españolas que hicieron la campaña del sur de Italia, que
44. Augsburgo en 1493
duró medio año, hubieron de entregarse un cuarto de milló:Q- de
ducados.
A pesar de las advertencias de sus ministros, se comprometía
sin cesar el emperador en nuevas campañas, alistando grandes
En Amberes no era preciso precaverse de los artesanos como hubo cantidades. de soldados mercenarios y haciéndoles fabulosas pro-
de hace~lo la Hansa en Brujas. Los Fugger establecieron factorías mesas que jamás llegaban a cumplirse. Pero lo curioso del caso
en las ~rudades hanseáticas más importantes y particioaron en el es que algunas veces quedaba el emperador sorprendido de que
carnerero con el mar Báltico, enviando a sus emisari~s a Escan~ sus arcas se encontraran totalmente vacías.
dinavia_ y _Pol_onia. Intentaron incluso ponerse en contacto con el . En el año 1525 estuvo a punto de ocurrir una catástrofe, cuan-
corr;ercJO ita}iano, y abastecer a Venecia y Milán desde el norte. do en la guerra contra Francisco I se rebelaron sus tropas. En la
El umco prus que desearon eludir fue Francia en tanto existiera caja no había dinero. ¿De dónde podrían salir las pagas que recla-
la qu_e!ella entre Francisco I y el emperador. Pero también esta maban sus levantiscos vasallos? Por fortuna, el triunfo fue del
poslClon hubo de cambiarse más tarde. Los Fugger se apoyaron emperador. Por el momento se vio libre de preocupaciones, pues
en otros comerciantes de la alta Alemania. Esta circunstancia los_franc,eses. tuvieron que pagar por el rescate de su rey que cayó
queda demostrada de forma fehaciente en el balance del año 1539, prisionero un crecidísimo importe (un cuarto de millón de duca-
donde pueden enco~trarse como copartícipes a Hans Welser y sus dos). Dos años más tarde volvió a presentarse el problema de
hermanos con 29 millones de maravedises, es decir, con 80.000 du- remunerar a las descontentas tropas. El ejército imperial, en vista
cados, y a, Sebastián Neidhart con 39,4 millones de maravedises. de que no llegaban sus soldadas, marchó hacia Roma y la saqueó
¿A que se debe el fracaso de tal organización? Sólo a hechos por completo. La Ciudad Eterna no pudo en mucho tiempo repo-
perfectamente comprensibles. Los Fugger fracasaron por culpa nerse de este «sacco di Roma», en el que fue expoliada de sus
196 197
riquezas y de sus tesoros artísticos. Otro tanto ocurrió medio siglo a Carlos V la increíble suma de 100.000 ducados en efectivo y
más tarde bajo Felipe II en Amberes. También faltó el dinero 300.000 escudos en una letra sobre Venecia, que significaba en
para el ejército y de nuevo rebeláronse las tropas. Durante tres aquella época una suma extraordinaria. Pero no se atrevió a cargar
dias la soldadesca saqueó la ciudad, asesinando a 8.000 habitantes este crédito a la sociedad, sino que lo pagó de su cuenta particu-
y apoderándose de 15 millones de florines. Más de 500 hermosas lar. Él sabía el porqué.
edificaciones fueron saqueadas. Amberes se arruinó.
Las casas de comercio habían de prestar su apoyo en los an-
gustiosos apuros de dinero. El emperador, irreflexivamente, hipo-
tecaba el futuro y otorgaba innumerables promesas. Si los comer-
ciantes, con la mayor prudencia, se negaban a concederle crédito,
les arrancaba el dinero con amenazas. El comerciante Lucas Rem,
de Augsburgo, escribió ya sobre su abuelo Maximiliano:
«Era piadoso y de poco juicio y estaba siempre sin un céntimo.
Había empeñado muchas ciudades, castillos, rentas y propiedades
de su país, por lo que le quedaba ya muy poco. Estaba siempre
deseoso de emprender nuevas campañas y, sin embargo, no dispo-
nía de medios. En la época en que quiso participar en las guerras,
sus subordinados eran tan pobres, que tanto ellos como el mismo
emperador no pudieron abandonar sus cuarteles.»
. Para la campaña de Esmalcalda estrujó sin piedad el empera-
dor Carlos V a sus amigos, los Fugger de Augsburgo, ciudad que
se había convertido al protestantismo, los genoveses y los co-
merciantes de Amberes. Poco después de su victoria llamó Car-
los V, con la mayor urgencia, a los Fugger a su campamento de
Wittenberg, para exigirles dinero de nuevo. Anton Fugger, can-
sado de su perfidia y brutalidad, intentó separarse entonces de los
Austria. ¡Como si esto fuera posible! «Quien come con el demo-
nio necesita una cuchara larga», dice un proverbio alemán. Los
millones invertidos en los negocios de España le ataban con lazos
indestructibles a los Habsburgo. Todo el capital de los Fugger,
de aproximadamente 5 millones de florines, que era posiblemente
el mayor reunido en aquella época por una empresa privada, se en-
contraba colocado en negocios con los Habsburgo. Pero esta fá-
bulosa fortuna no fue suficiente, pues Anton Fugger hubo de
conceder un nuevo crédito. ¿Podía abandonar al emperador? Lleno
de preocupación escribió a su fiel factor Oertel de Amberes, que
era quien sólo accedía voluntariamente a otorgarle créditos: «Es
evidente que ocasiona graves perjuicios a Su Majestad el querer
hacer guerra~ y recibir dinero a préstamo; esto debería, razona~
blemente, qmtarle las ganas por las guerras.»
Pero, a pesar de todo, Anton Fugger cedió. En Villach, donde
el emperador se había refugiado en su huida de Innsbruck, entregó
199
198
9 Los engañosos tesoros
de las Indias
La reina Isabel de Castilla quiso conocer personalmente al
hombre que desde hacía varios años asediaba a su gobierno para
que le patrocinara sus revolucionarios proyectos. Cristóbal Colóu
le propuso la navegación por el Océano hacia Occidente para lle-
gar a la India, en lugar de seguir la conocida ruta oriental que
bordeaba el continente africano. Según sus cálculos aquel camino
era mucho más corto y conducía directamente al mismo corazón
del comercio asiático. Sólo a 60 grados de longitud oeste de las
islas Canarias, que pertenecían a España, o sea, a una sexta parte
de la circunferencia terrestre, debían encontrar las naves las pri-
meras islas de Asia. El tráfico con las Indias y la posesión de las
tierras más ricas del mundo caerían en manos de la soberana
española. El dictamen de los expertos, que habían examinado con
el mayor cuidado el plan del genovés, fue en parte negativo y en
parte irónico. En primer lugar, los cálculos no disfrutaban de nna
base científica o, cuando menos, eran absolutamente hipotéticos.
Existía la posibilidad de que el continente asiático se prolongara
mucho más. hacia Oriente de lo que en la actualidad se aceptaba,
pero para el comercio con dicho continente no eran decisivos ni
la costa este del Asia ni las islas situadas más allá de esta costa.
sino la misma India y, sobre todo, su litoral occidental y Ceilán.
Así habían informado los escritores de la antigüedad y los árabes
en cuyas manos se centralizaba, desde hacía siglos, el tráfico con
especias y joyas. Sin embargo, la India se encontraba a sólo 35 gra-
dos de longitud este de la entrada al mar Rojo y a 45 grados de
Egipto. Aun en el caso de que la ruta alrededor de África fuera
mucho más larga de lo que admitían los portugueses, ¿no sería nna
locura el viaje a través del inmenso Océano? Incluso aceptando

203
que este viaje eu dirección oeste condujera a la India, se planteaba India dando la vuelta a África. ¡De qué forma tan distinta fueron
entonces la cuestión de si España estaba en condiciones de em- preparados ambos viajes! Colón se conformó con algunos collares
prender el comercio con este remoto país. La peor impresión la de vidrio y otras baratijas, recordando lo que en su juventud
causaba, sin embargo, el propio navegante genovés. Es cierto que regaló a los negros de la costa occidental africana. Los portu-
se titulaba a sí mismo «comerciante», pero ¿qué cualidades poseía
de las que distinguen a un buen comerciante? En su juventud
había trabajado para la empresa mercantil de Génova Centurione,
que lo envió primero a Chíos y después a Londres. En el viaje
a Inglaterra un ataque pirata desvió el rumbo de su embarcación
hasta Lisboa. Representó entonces a los Centurione en Madeira,
que era entonces un importante centro productor del azúcar de
caña, la valiosa y exótica sustancia endulzante. Ésta fue su última
actividad comercial. Al poco tiempo se casó con la hija de un alto
funcionario portugués.
Pero lo que prevenía más al experimentado Consejo español
contra el aventurero era la ligereza con que planeaba sus viajes
y sus pretensiones fantásticas e ilimitadas. La primera travesía
habría de resultar muy económica, ya que no llevaría consigo ni
a un gran ejército ni a una cantidad importante de mercancías
para el cambio. Pero el genovés exigía con la mayor terquedad
el título de almirante y el cargo oficial de mayor categoría en el
territorio descubierto. Asimismo se le había de conceder una ele-
vada participación en todos los tesoros que pudieran hallarse.
¿Por qué? ¿Por el simple hecho de haberlos descubierto? ¿Quíén
había de conquistar el país? ¿ Quíén había de organizar el co-
mercio? A estas preguntas, formuladas con la mayor sequedad,
no encontró respuesta Colón.
Pero sucedió algo muy curioso. Precisamente lo que contra-
riaba a los funcionarios y a los sabios fue lo qne fascinó a la
reina. ¡Cruzar los océanos hacia Occidente! ¡Llevar la voz de Dios
a los paganos! ¡Destruir el poder de los infieles que impedía el 45. La "Santa María", buque insignia de- Colón. Carab-ela del siglo XV.
comercio de Occidente con la maravillosa tierra india, obteniendo
con su papel de mediadores extraordinarias ganancias! ¿Podría
quízá derrotar al Islam si lo atacaba por la espalda? Las mismas gueses, por el contrario, abarrotaron sus naves, previsoramente, con
ideas que le sugería el extranjero enajenado en un éxtasis casi oro, plata, objetos de regalo y tejidos de lana. Pero cuando los
religioso le afirmaban en la creencia de que era un elegido de barcos de Colón alcanzaron el Nuevo Mundo hallaron en él a
Dios. Entonces (Córdoba, 1486) no pudo la reina decidirse a pro- unos desnudos salvajes que se apoderaban ávidamente de cuanto
porcionarle los medios para la realización de su atrevida empresa; les ofrecían los europeos, en tanto que los portugueses no encon-
la guerra contra los moros de Granada le tenía absorbida por com- traron en los opulentos comerciantes árabes de las costas indias
pleto, pero seis años más tarde, en 1492, navegaba una pequeña reciprocidad alguna a sns ofertas. Las mercancías consideradas de
flota de tres carabelas hacia Occidente, o sea, cinco años antes de gran valor en el Mediterráneo carecían en la India de interés. Los
que Vasco de Gama encontrara para Portugal el camino de la mismos indígenas aconsejaron a los portugueses que en la pró-

204 205
xima ocasión trajeran sólo metales preciosos, cobre y, en especial, gallanes, encontrar la ruta de las islas Malucas y de las tierras
cuerda de cáñamo. Las restantes mercancías europeas no disfru- legendarias de Ofir y Tharsis.
taban de ninguna aceptación. Los portugueses volvieron afectiva- En esta flota participaron de nuevo los alemanes, los Fugger
mente a la India, pero no para comerciar, sino para, con las armas y, en especial, los Welser, animados por el hecho de que en 1504
en la mano, arrebatar a los árabes el poderío comercial en el Océa- en un solo viaje a las Indias Orientales habían obtenido una ga-
no Pacífico. nancia líquida del 175 por ciento sobre el capital desembolsado
En pocas décadas cambió el panorama por completo. Los es- de 20.000 florines. Los Fugger participaron en aquella ocasión con
pañoles permitían participar a todos los comerciantes de la Europa sólo 4.000 florines, en tanto que los genoveses y los Médicis de
occidental en los viajes a América, en tanto que en Portugal se Florencia aportaron en conjunto 29.400 florines. .
reservaba el ejercicio del comercio a la corona portuguesa, con En el ínterin había conseguido J acob Fugger, gracias a su
absoluta exclusión de los comerciantes. Las empresas mercantiles influencia con Carlos V, que se aboliera la prohibición de parti_ci-
de la alta Alemania se habían preocupado con la mayor diligencia par a todo aquel que no fuera español en el comercio de especras
en intervenir en el comercio con la India. En la flota que en 1504 con las islas Malucas. A Fugger se le atribuye el vasto proyecto-
envió Lisboa de nuevo a la India por la ruta que bordeaba África, de desplazar el comercio de las especias de Lisboa a Sevilla, es
encontrábanse naves que habían sido equipadas por los Welser decir, a una ciudad comercial libre, sin la opresión de monopolios
de Augsburgo con valiosas mercancías alemanas. Pero más tarde estatales. Por la cantidad de 10.000 ducados se le concedió a Fug-
no les quedó otro remedio a los comerciantes extranjeros que ger el privilegio de que un comisionado suyo, un factor, fuera
comprar las mercancías indias en Lisboa para revenderlas en la admitido en la flota.
Europa Central. Los portugueses, que en su origen efectuaban ¡En tal momento empezó a funcionar la ambiciosa organización
viajes de descubrimiento movidos por razones puramente comer- que había creado el gran magnate comercial! Los barcos eran
ciales y de intercambio de productos, hacían ahora alarde de su construidos en Dantzig, donde se encontraba suficiente mano de
poderío militar. Los españoles, por el contrario, aceptaban dando obra especializada y donde la madera, el alquitrán y la brea
muestras de agradecimiento la colaboración de los comerciantes. resultaban mucho más económicos que en cualquier otro lugar.
Al confírmarse que las islas descubiertas no pertenecían a Asia, Los nuevos buques zarpaban cargados de cereales, madera para
intentó el representante de los Médicis en Sevilla, el comerciante la construcción y cobre (este último procedente de las minas hún-
América Vespucio, bordear el continente en dirección oeste hasta garas de los Fugger) con rumbo a Lisboa y Sevilla, para incorpo-
encontrar, de ser ello posible, las islas Malucas. Pero al comprobar rarse a las expediciones de la India.
que las costas del nuevo territorio al sur del Ecuador se extendían Con destino a la flota que, en marzo de 1523, bajo el mando.
tan ampliamente hacia Oriente que se adentraban en el hemisferio de García de Loaysa, salió de nuevo para la ruta de Magallanes,.
dominado por Portugal, desistió Vespucio de su plan, explorando envió Jacob Fugger en unión de su asociado Cristóbal de Haro•
tan sólo Brasil. El portugués Cristóbal de Haro, propietario de por cuenta del emperador ocho buques cargados con cobre, ma-
una de las casas de comercio de mayor importancia de Lisboa, que dera, alquitrán, pez, estopa y otros artículos de las ciudades han-
se encontraba en desavenencia con su rey, financió el viaje de seáticas. Era entonces La Coruña el punto clave del nuevo co-
Magallanes, efectuándose con pabellón español la primera circun- mercio. En calidad de representante de los Fugger embarcóse·
navegación a la Tierra. A pesar de que sólo pudo regresar una Georg W andler. La flota, por desgracia, se hundió en el océano.
nave a España y que el mismo Magallanes encontró la muerte en el Pacífico y en la metrópoli no se tuvo jamás noticia de su paradero.
sudeste de Asia, el viaje proporcionó grandes beneficios. Este éxito Un nuevo comisionado de los Fugger, llamado Hans Prunba-
inclinó a las grandes empresas mercantiles del occidente de Euro- cher, acompañó a ]a flota que tres años más tarde y a las órdenes
pa a repetir el intento por sus propios medios. El piloto español de Cabot se hizo de nuevo a la mar. Pero tampoco consiguieron
Sebastián Cabot, hijo de italianos, que por encargo de los ingle-· alcanzar el oeste de la India, aunque en esta ocasión los motivos
ses había explorado ya la costa atlántica norteamericana, recibió fueron otros. El almirante se dejó fascinar en Sudamérica por los
la orden de armar una nueva flota y, siguiendo las huellas de Ma- 1
~ rumores sobre fabulosos tesoros de plata, y en la inútil búsqueda
206 207
1
abandonó el verdadero objetivo de su viaje. Sin embargo cuando su gigantesco poderío mercantil. Los árabes eran comerciantes pu-
regresó a Sevilla uno solo de los cuatro barcos de la fl~ta, traía ros. Ofrecían a los soberanos de su país las mercancías de su
consigo un cargamento tan valioso, que los Fugoer sufrieron en comercio y no intentaban jamás imponerse por la fuerza a los
conjunto, una simple pérdida de 38 ducados. Du;ante varios ~ños demás. Los comerciantes árabes eran demasiado débiles para po-
rec~amaro~ lo~, comerciantes alemanes a los tribunales españoles der enfrentarse con sus príncipes, aunque gustaban de aparecer
la mdemmzacwn que les correspondía por las pérdidas sufridas en el extranjero en calidad de hombres libres. De todos modos,
en las expediciones a las Malucas. incluso cuando comerciantes llenos de energía o familias como las
Los Fugger sólo habían pensado muy ligeramente en participar de Enosaid fundaban sultanatos en la costa oriental africana, resig-
nábanse a la subordinación a la metrópoli.
Los portugueses, por el contrario, no consiguieron en forma
alguna intervenir pacíficamente en el comercio con la India, ya
que carecían de las mercancías necesarias para combatir la com-
petencia árabe. Es cierto que gracias a los metales preciosos de la
Europa Central, a las fabulosas minas de plata de Potosí y a los
yacimientos argentíferos mejicanos de Guanajato, se encontraba
nivelada la balanza de pagos entre Asia y Occidente, de forma que
el tráfico de mercancías se sustentaba de nuevo sobre bases co-
merciales, pero esta circunstancia fue, a la larga, insuficiente. Era
preciso el envío de mercancías europeas a la India y tal suministro
podía hacerlo mejor que nadie Alemania con su floreciente arte-
sanía y sus ricas minas. Los comerciantes alemanes intentaron
inútilmente participar en el comercio con la India, pero no se les
permitió en forma alguna. ¿Por qué razón habían de obtener los
<(sacos de pimienta» extranjeros pingües ganancias en el tráfico
mundial que habíase establecido a costa de tantos esfuerzos? Los
funcionarios portugueses y los miembros de la corte ya habían
46. Viaje a las Indias Orientales en 1505·1506 de Baltasar Sprenger
resultado muy perjudicados con la enorme diferencia del precio
por encargo de los Fugger, W elser, H oechstetter y otros comerciantes. de compra en el sur de Asia y el precio de venta en las ferias de
Amberes. Tan difícil era para ellos apreciar los gastos y los riesgos
como la complicada misión de equilibrar la balanza de pagos al
en la colonización de América, y sus planes para la conquista de cambiar las mercancías por otros productos. En España las cosas
l?s te>"ritorios del actu:'} Chile jamás llegaron a ponerse en prác- iban de forma distinta.
tlca. Los Welser, tamb1en en forma esporádica, tomaron parte en Año tras año llegaban las flotas de los mares de las Indias
la conquista y explotación de Venezuela, pero no se vieron favo- Occidentales cargadas de fabulosos tesoros de plata. ¿Era el rey de
recidos por el éxito. Junto a los conquistadores, al lado de los España, en cuyos dominios jamás se ponía el sol, verdaderamente
belicosos expedicionarios, el papel del comerciante apenas se co- el monarca más rico del mundo? Tenemos noticia de los maravi-
tizaba. No encontraron, además, en el Nuevo Continente comer- llosos informes de los diplomáticos, entre los que se contaban tam-
ciantes nativos con los que poder colaborar. bién expertos comerciantes como los venecianos, que habían visto
En Asia, por el contrario, tropezaron ~os portugueses con una con sus propios ojos las pesadas barras de plata que se almace-
cl~;;e comercial ampliamente desarrollada y cuyo ámbito econó- naban en las arcas imperiales. El rey disponía de fantásticos in-
mico alcanzaba Indochina, las islas Molucas y la propia Chlna. gresos. Pero ¿era esto cierto? ¿Podía considerarse como un buen
Los portugueses extendieron también hasta estos mismos puntos negocio extraer la plata a 4.000 metros de altura, transportarla a

208 209
1 4 . - HISTORIA DEL COMERCIO
la costa del Pacífico y luego navegar hasta el estrecho de Panamá,
bordeando las costas del mar Caribe para acabar por llevarla Carlos V empleaba sus inmensas rentas en el pago de su elec-
hasta España atravesando las temidas aguas iufestadas de piratas? ción imperial o en la financiación de las eternas guerras, sin darse
Ningún español se había parado un momento a efectuar esta refle- cuenta de que la mayor parte del diuero había sido ya consumido.
xión ni tampoco se había entretenido a calcular alguno de aquellos
,,
' Con gran tranquilidad entregaba a los Fugger pagarés sobre dinero
estupefactos diplomáticos que cada kilo de plata que el rey ateso- español o sobre plata que aún había de extraerse. El pueblo es-
raba le costaba un valor superior al del metal. pañol iutentó desesperadamente conservar la plata en el país. Du-
Las empresas privadas se dedicaban a seleccionar- los filones rante el reinado del emperador y, más tarde, en el de su hijo Fe-
que se descubrían y efectuaban su explotación. El rey percibía lipe II, llovían las advertencias de los comerciantes de que no
sólo un quinto de lo extraído y debía, además de edificar la joven saliera diuero de España. Los comerciantes de Amberes llegaron
ciudad de Potosí, en la que faltaban las calles, importar el ga- incluso a equipar barcos propios para ir en busca de la plata, pero
nado, el mercurio (que procedía de las minas españolas de Al- en el último instante intervenía siempre alguna autoridad para
madén), los cereales e incluso los combustibles, ya que en aque-
llos desolados parajes apenas existía vegetación. Todos se enrique-
cieron, lo mismo los propietarios de las minas que los agricul-
tores o los obreros. Todos menos el rey de España. El monarca 47. Centro comercial español frente a las
costas de la América Central. "Isla de sa-
debía mantener a costa de sns impuestos, entre los qne figuraba crificios".
en primer lugar «el quinto reah, a sus funcionarios, a los arrogan-
tes virreyes de Lima y Méjico, debía proteger a la Iglesia y fomen·
tar las artes y las ciencias y, sobre todo, tenía que subvencionar la
protección militar de los transportes de la plata, lo que resultaba
gravoso en extremo, ya que en el mar Caribe, en el Atlántico e
incluso en las aguas españolas existía un permanente estado de
guerra, Por doquier aparecían piratas ávidos de apoderarse del
suculento botín. Los armadores de Ruán, Dieppe y Saint-Malo apro-
vecharon la guerra de Francia y España para enviar a sus buques
en viaje de corso. Más tarde salían también del puerto de El Havre
los barcos piratas. De esta forma capturaron los capitanes del na- impedir la expedición, contraviniendo la categórica orden imperial.
viero fean Ango, en 1523, a la altura de las Azores, dos buques de ¡Era para desesperarse!
la flota de tres navíos que regresaban a España cargados de iumen· Los tesoros de plata de América socavaron el imperio colonial
sas riquezas mejicanas. El viaje en convoy no servía ya para español para acabar por arruiuar las finanzas del país y su propia
nada. En las costas del mar Caribe hubieron de levantarse nume- economía. Para comprender este fenómeno hemos de tener en
rosos fortines, y flotas enteras de buques de guerra tuvieron como cuenta que estos tesoros no fueron a engrosar las arcas de los
única misión la defensa de los barcos mercantes de los audaces aventureros ni las del mismo emperador, sino que se emplearon en
ataques corsarios y, más tarde, hubieron de luchar también con~ la organización de nuevas expediciones colonizadoras y en el man~
tra los ingleses. tenimiento de incesantes campañas bélicas. Almagro, el compa-
Haciendo un sencillo cálculo de todos estos gastos podremos ñero de Pizarra en la conquista de Méjico, perdió casi toda su
conocer la cantidad que, en defiuitiva, resultaba como beneficio inmensa fortuna en la fracasada travesía a Chile. Las riquezas
neto en el negocio de la plata. Los altos funcionarios y los diplo- del conquistador de Bogotá, fiménez de Quesada, desaparecieron
máticos no veían la realidad de la situación, pero el comerciante en la búsqueda del Eldorado, ese huidizo fantasma perseguido
lo sabía y el simple vasallo se notaba aplastado bajo el peso de los tenazmente por: los españoles. Los inmensos tesoros de la con-
impuestos y la desvalorización de la moneda. quista de Méjico fueron malgastados por los conquistadores en sus
desgraciados viajes por tierras del norte de América.
210
211
La inflación consumió las oanancias de las ricas minas de plata. sobre los ffiaresos de la corona y entregó, en su lugar, a los acree-
Es cierto que en la segunda bmitad del siglo XVI su explot~ción dores un ci;co por ciento de las rentas del Estado. Hoy llamaría-
era más eficaz, pero la depreciación de la moneda encarec10 los mos a esta operación una (<emisión forzosa de empréstitos _de
costes de tal forma, que los beneficios líquidos quedaron ~bsor­ guerra». Pero esta emisión no tenía curso legal fuera de Esrana.
bidos. Incluso el descubrimiento de las minas de mercuno de Incluso la plata que habían confiscado los Fugger fue exped1da a
Huancavélica, Sudamérica, no significó más que una inapreciable Amberes sobre barcos españoles. jEra el principio del fin!
economía. Con la misma cantidad de plata se podía a fines de si- Dos años antes de su muerte hablaba el envejecido rey Felipe II
glo comprar tan sólo la mitad de lo que cincuenta años antes se en una de sus cartas del peligro, a su edad, de pasar hambre. Éste
recibía. Los precios, en relación a la plata, se habían duplicado. era el monarca más rico del mundo, cuyos ingresos eran, en núme-
La Hacienda española consideraba sólo el incremento absoluto ros redondos, treinta veces mayores que los de su padre en la épo-
de los inaresos del Estado. Entre los años 1523 a 1525, es dec1r, ca en que nació Felipe II.
en los últ'imos años de Jacob Fugger, se recaudaban al año, apro- Sin embargo, los estadistas no reconocieron las causas del pro-
ximadamente, 400.000 ducados. A mediados de siglo, entre 1554 blema. Echaban las culpas a los especuladores, a los usureros, a los
y 1560, se elevaron a 3,5 millones de ducados, lo que obedecía prin- extranjeros, alemanes e italianos, y por último a los comerciantes.
cipalmente a las minas de plata de Potosí. En la época de Felipe II jLa clase comercial era la culpable! jSi el Estado tomaba el co-
(1598 a 1621) se calculaban los ingresos en 24 millones de ducados. mercio a su cargo, lo limitaba y restringía, anulando a los comer-
Pero ¿a qué nivel se encontraban los gastos? Los gastos sobrepa- ciantes y a los extranjeros, desaparecería toda dificultad!
saban siempre a los ingresos. El emperador Carlos V había respetado a los comerciantes en
En el año 1543 hubo de contribuir España a la guerra contra los principios de su reinado. Pero cuando crecieron sus deudas y
Francia con un millón de ducados. El resultado fue un déficit en la se derrumbó todo a su alrededor, cedió a las insidias de su secre-
caja del Estado de 700.000 ducados. Las Cortes, el Parlamento, tario Francisco Eraso, que estaba plenamente convencido de que
exigieron enérgicamente en 1548 la prohibición de toda salida de los comerciantes alemanes eran los causantes de aquel desastre.
España de metales preciosos y dinero, lo que sucedió, sin embargo, El mismo secretario se hallaba rodeado de especuladores sin
en 1552, en cuyo momento empeñó el emperador Carlos V seis- conciencia y de usureros que se enriquecían a costa de su nece-
cientos mil ducados de plata española al gobierno holandés como sidad. Pero este «honorable funcionario» fue juzgado por Felipe U
anticipo para la nueva guerra contra Francia. y depuesto de su cargo a causa de un grave fraude. Tipos como
Los holandeses enviaron a Baltasar Schetz a España, quien, de Eraso veían en la suspensión de pagos tan sólo la estupenda oca-
forma significativa, no recibió los 59.000 ducados al contado según sión de saldar sus cuentas con los odiados comerciantes y acree-
lo convenido, sino sólo un pagaré de 40.000 ducados sobre el dores.
próximo barco de plata de América, otro pagaré de 122.000 du- A principios del reinado de Carlos V no existía en España nin-
cados a cubrir con el arrendamiento de los maestrazgos en los gún impuesto sobre el comercio con América. Se fijó después el
próximos seis años y 200.000 ducados de pago anticipado sobre las <<almojarifazgo», que era un impuesto aduanero de importación
indulgencias papales de los tres a cinco años venideros. Para el del 7 por ciento, al que siguió un arbitrio de exportación del 5 por
pago de estas increíbles sumas aceptó el emperador un crédito ciento y el impuesto sobre las ventas del 10 por ciento, llamado
de los Fugger y de los genoveses Agostino Gentili y Silvestre «alcabala». A la llegada a América era preciso pagar otro 6 por
Cataneo. ciento sobre el valor de las mercancías. Pero esto resultó pronto
De las fabulosas cantidades de plata que llegaron a Sevilla en · insuficiente. Nuevos tributos pesaron sobre los productos afec-
los siguientes años se destinaron en total 40.000 ducados para el tando sensiblemente a los precios. Así la «avería», un arbitrio para
pago a Holanda de las deudas del Estado. Pero ¿y el resto de la los barcos de guerra de escolta; el ((almirantazgo», un impuesto
plata? ·Desapareció misteriosamente, escurrióse de entre los dedos para el pago del almirante en América y de su flota de guerra;
de los españoles, y los precios se elevaron. la «tonelada», que debía pagarse por la navegación hasta Sevilla.
El rey Felipe II suspendió todos los pagos. Canceló los pagarés Los funcionarios debían entregar en el primer año de su cargo la
212 213
«media anata», o sea, la mitad de sus ingresos. Aparecían, además, bancarrota nacional. En el decreto en el que se declaraba la sus-
impuestos de tipo extraordinario, tales como los de las Cruzadas o pensión de pagos se hacía, por una parte, responsables del desas-
de «la Armada de barlovento» para luchar contra los piratas del tre a los usureros que infringían las leyes divinas y hun:an~s y, por
mar Caribe.
En 1563 se lamentaban las Cortes de que muchos españoles,
otra parte, a la incesante exportación de dinero que peq~d1caba :os
intereses vitales de España. Pero ¿de qué forma habwn pod1do
cansados de los impuestos, habían cesado en sus industrias para costear los funcionarios españoles las guerra con Francia Y Ho-
convertirse en simples rentistas. Las ferias no estaban concurridas. landa, sino con la salida de dinero? Podíanse además escuchar las
Por una carta de Fugger tenemos noticia de que a causa de los lamentaCiones sobre las ruinas de las ferias castellanas. ¿Era esto
desmesurados impuestos los comerciantes habían abandonado en extraño habida cuenta de la política económica española? Los co-
el año 1571 la feria de Medina del Campo antes de su término y
a pesar de no haber liquidado las operaciones financieras. Todo
dependía de la plata que llegaba de América. Cuando se obtuvieron
de las minas de Méjico grandes cantidades de este metal, vivió
Sevilla una auténtica «borrachera». Pero los 600.000 ducados no
eran más que una gota de agua en comparación con las deudas
pendientes cuyos plazos de liquidación habían vencido y era nece-
sario prorrogar de nuevo. El secretario de la Tesorería real, Juan
de Curiel, intentó la concesión de un nuevo crédito de 500.000 du-
cados, pero éste no se consiguió llevar a cabo.
Como medida de seguridad fueron suspendidas hasta el
año 1575 todas las ferias de mayo de Medina del Campo, en el cur-
so de las cuales las casas de banca se liquidaban entre sí gran-
des cantidades realizando en su mayor parte estas operaciones sin
dinero efectivo. Llegaban entonces muy pocos comerciantes y prin-
cipalmente eran éstos de la corte y ninguno de Burgos o de otros
lugares y «se realizaban las oper:tciones lentamente y como a des- 48. Comercio entre
españoles e indios.
gana». Quiso entonces el secretario de la Tesorería dar por con-
cluida la desgraciada feria en el término de un mes, pero los
banqueros no estaban en condiciones de pagar, pues desde hacía merciantes avisaron al rey de que sólo el crédito que descansa
mucho tiempo no se encontraban metales preciosos y no había, sobre la confianza podría salvar al país. Si los comerciantes se
por tanto, dinero efectivo. Por fin llegó la tan ardientemente de- arruinaban nadie podría ayudar al soberano. Al año siguiente fue
seada flota de la plata con 3,5 millones de ducados a bordo. De recibido por el rey el acreedor principal, el genovés Nicolo de
esta cantidad pertenecían a personas particulares 2,5 millones, que- Grimaldi, príncipe de Salerno. La corona española le debía, en nú-
dándole al rey sólo un millón, por lo que aquella vez no pudo meros redondos, cinco millones de ducados. El comerciante implo·
tampoco cumplir con sus compromisos. ró a su real deudor que, cuando menos, tomara a su cargo las
Las deudas ascendieron a sumas increíbles. A la cabeza de los obligaciones que Grimaldi había contraído por su parte. Se confor-
acreedores aparecía Nicolo Granaldi, de Génova, con 5 millones maba a quedar sin un céntimo si podía salvar el honor de su
de ducados. Le seguían los genoveses Lomellino Agostino y Spi- nombre. jFue todo inútil!
nola, con medio millón. España debía a Lorenzo Spinola y a los Tras algún arreglo moderado que hizo concebir vagas esperan·
Fugger de 3 a 4 millones, existiendo también acreedores del propio zas para el futuro, de nuevo se aproximaba la bancarrota y se
país, tales como el secretario de la Tesorería, Espinosa, con dos agudizaba el despilfarro. Los genoveses, sin embargo, no habían
millones, y Juan de Curiel, con medio millón. El resultado fue la escarmentado, y anticiparon de nuevo al rey cinco millones de
214 215
. '>'-'
Paso por los Alpes. Grabado de M.lVferi~_ri:,~q,i~_;/i~ ~f_Y~tánt\4h~~ 2() :ta.rrgs
pasaban a diario por el San Gofardo y :er¡ e'fió~·tttl'á_-_c;at~·a_·_ge ittlti~)2~0 topeta-,.
das trasponía los Rlpes. ·.¡··

Con la seca· de la pesca en NeufuiJd}aQ<i_bank Jo~ j1Erv_ega.n.tes de: la~ p~~


fas inglesas f bretODflS iniciarófl UÍ1 C{j[Il~ttf:o. fiiCfB.ti.vo ·entre fr..eS qQi:Jti.-
nenfes.

ducados. El factor cíe' i8¿itig~e~ e.itE~pa\1~ s~cmli<J ;p'ei;t&ativa- .


' mente la cabeza y escribió! l<J;'ií:re(;tf .Sé),' {[¡f., Ws'génqv~séiíctí<'l;llm
más papel que dinero efectiv~,'~ EIÍ'illi\ :Pfln."ir~a~p<Ii'~i::l{> •qtr~ :eí~c­
tivamente la misma. Géndvá pbferl~a ]5en!>fld.<f qe ~""' dfufo>il'í'l<\'-
gocio. ·Agostino Spinola pre~t&;il:Qob~erií.ú e~j5añoltin millón ®
escudos, y sabemos c¡ue 1&; ~érl.oy~s'í)agát(lí:t érLRolánda dqs
millones de escudos en pláz?sm~hslff.á!e~ dé ló'<).(íQO cotona$> 'En, 1.9s
años siguientes, ¡>tt0 Spinofa, AtD.fíro&io, ~~m;ó .¡;·~u,, ¡;1¡~go ~lpagg íie
2,5 mill~nes 'tle- :~ot_()ri~s'.',Y:;'_--pót: _fiil, _éxiStén/·_~Q~i~ia_s-·-s?bf:f};_:wt, Ccl~_..
trato cori Ottaviti CeÍltur!ÜpJ.sir~rillr il.ªos.tQ ¡Tii!l;9)¡és ¡l.é <;:studos,
Cuando Er;pa,ña; exte)l¡¡ada por la gueft'á'r¡i'tJritírn'a' con Jilgi,¡,
terra, anulldó sti ~'tefé~r~-;, ciUjl~bt2,' il~_Cjóp.ii;l~,_-- ;~_é?~d~-P~~~6- _ 'jnedta- <:Y_~
nova en bancarrota.:'.' A::lffi: -.~úi'- ·:contar'- t:&ri 14c· l?l:i_tá--Z~er_icári_q:, _er;¡
. España un paí~ rico."/Jfoi iJ.ué,dis!nÍ)IUJcó~ic'qd:i~rc1o7 {P.m q)lé
auii]eútaron lo.~ pi:ec\osi llci forma taij:. desii\'esunié!a? El pW!blo

216
echó la culpa a los comerciantes, sin ver cómo se reducía la pro-
ducción de cereales. En el mes de diciembre de 1560 se quejaron
las Cortes de que la producción de trigo había disminuido de tal
forma, que España, antiguamente exportadora de este producto, no
producía ahora el suficiente para cubrir sus propias necesidades.
Al elevarse desmedidamente el precio de la lana «especulativa-
mente», preferían los dueños de labrantíos dedicarse al provechoso
negocio de las ovejas. Estos animales transformaron a la boscosa
Castilla en la actual planicie árida y sin vegetación.
En la segunda mitad del siglo XVI florecía todavía por doquier
la industria de la pañería, pero entonces empezaron a elevarse las
quejas sobre los exorbitantes precios y la miseria del pueblo.
Al no poder ser hilada o tejida la lana en el mismo país, hubo de
ser ofrecida en las ferias internacionales,· en especial, en Amberes.
Resultaba demasiado cara, pero presionaron de tal forma las ofer-
tas españolas en el mercado mundial, que el precio de la lana se
desplomó. Los ovejeros se arruinaron y los grandes rebaños de
Castilla, la llamada «meseta», que en las postrimerías del siglo
contaba con 14 millones de cabezas, quedaron reducidos, en pocas
décadas a su mitad.
¿Tenían la culpa los precios? El punto álgido de la carestía
tuvo lugar en el año 1601; disminuyeron después los precios, pero
España continuó empobreciéndose. Los precios no se habían redu-
cido porque la oferta de mercancías hubiera aumentado, sino por-
que el pueblo era cada día más pobre y consumía menos cada vez.
¿Era extraño que los españoles echaran la culpa de su decadencia
a los especuladores, a los comerciantes que se reservaban la mejor
parte de los negocios con la India, que se apoderaban del dinero
efectivo del país, que arrendaban los impuestos a precios económi-
cos y que, en una palabra, explotaban a España 7
A mediados del siglo XVI tomó el Estado cartas en el asunto.
Los. funcionarios debían restablecer ahora el equilibrio perdido.
¡Cuánta equivocación! ¡Qué falta de sentido valorativo de la buro-
cracia! Empezaron con la fijación de los precios máximos, lo que
provocó el total abandono del cultivo de los cereales y el absen-
tismo de los campesinos, que se dirigieron a las ciudades. Lo mis-
mo ocurrió en el sector de la lana.
Pero donde se dejaren sentir más las consecuencias fue en el
comercio exterior, que no puede ser dirigido con precios elevados.
En la quiebra nacional de 1576 hubieron de declararse en suspen-
sión de pagos los dos Bancos de más importancia de Sevilla: los de
Jolm Law, el mago de los créditos. Espinosa y de Morgas. Las deudas alcanzaron la asombrosa canti-

217
dad de dos millones y medio de ducados. Thomas Mueller, el fac-
tor de los Fugger; sabía lo que esto significaba: ''Con ello el co-
mercio con las Indias Occidentales, que ha mantenido a todos los
demás, se derrumbará en forma definitiva.» Creció la desconfianza
general. La flota que debía partir en el mes de mayo hacia Nueva
España no pudo ser cargada porque los navieros no disponían de
crédito ni de dinero, pues <dos cargadores ya no podían garantizar
a los Bancos el valor de las mercancías que les eran suministra-
das a crédito». En sustitución de las Bancas privadas hubo de esta-
blecerse un Banco del Estado. El rey disponía ahora de suficiente
efectivo, pues había confiscado todo el cargamento de plata de la
flota y no había pagado ninguna deuda. Pero ¿cómo podía trans-
ferir el dinero a Amberes? En España no había nadie dispuesto a
adquirir compromisos de pago. Sólo los atrevidos banqueros judíos
de Lisboa, que necesitaban la plata con la mayor urgencia para
su entrega a los navegantes de las Indias Orientales, negociaron
letras sobre Amberes. El factor de los Fugger se arriesgó también
a cursar un giro de 230.000 escudos previo pago al contado de
plata y a la consecución de un permiso de exportación a Lisboa.
La larga duración de estas transferencias de dinero tuvo terribles 50. Comerciantes españoles
frente a Haití. El grabado
consecuencias. El ejército español asesinó a la población de Am- en madera es de la época
beres y saqueó la floreciente ciudad. De este golpe no pudo jamás inmediatamente posterior al
reponerse España ni los comerciantes que colaboraban con ella. descubrimiento de América.
El comercio que habían efectuado hasta entonces con las mercan-
cías indias en toda la Europa central y occidental cesó por com-
pleto. En consecuencia nadie llevó mercancías a Amberes que pu-
dieran ser vendidas a América, a la India e. incluso a España, tales candas no se encontraban en España, sino en Holanda y en Ale-
como cobre, valiosas telas y _armas. El ambicioso plan de los mania, con las que se prohibía cualquier pago.
Fugger de crear en Amberes la plaza de venta para todos los pro- En España habían de organizarse de nuevo las ferias. ¡Por
ductos de ultramar y que sirviera al propio tiempo para el inter- cuenta del Estado, naturalmente! Se exigió la ayuda de las gran-
cambio de las mercancías de la Europa central y oriental, quedó des empresas españolas, Juan Ortega de la Torre y los hermanos
sepultado, en forma definitiva, bajo las cenizas de la ciudad des- Vitoria, que serían representadas en Sevilla por el organismo semi-
truida. Al no poder vender los españoles ninguna mercancía a la oficial «Casa de Contratación». La «Casa de Contratación» disfrutó
Europa central, se vieron precisados a pagar sus importaciones con del monopolio, cesando casi por completo el comercio privado con
metales preciosos. Con espanto vieron cómo la plata se les esca- América. Los fabulosos beneficios debían ser reducidos a una «me-
paba ?e las manos, a pesar de sus ~esesperados esfuerzos por dida justa». Éste era el deseo de los poderosos burócratas, que
1mped1rlo. Las consecuencias se notaron también en América. concebían al «comercianteD. como a un hombre dotado de una
Cuando en 1557 llegó por fin a España la flota con 5 millones de buena dosis de instrucción jurídica e incluso teológica, atento a la
ducados, promulgó el rey un decreto prohibiendo la exportación canónica prohibición de la percepción de intereses y sujeto al ideal
del dinero. De los 5 millones pertenecían al rey sólo tres cuartos de de una vida ascética. Pero los funcionarios no habían arriesgado
millón y el resto era de los conquistadores, de los grandes señores jamás su propio capital y desconocían las noches sin sueño en la
de América que exigían mercancías por su dinero. Pero estas mer- atormentada espera de que llegara el barco que tanto se retrasaba.

218 219
¡Y eran ellos precisamente los que habían de establecer el comer- comercial independiente y libre podría evadirse de. todo control Y
cio con América! no pagaría impuestos. ¿Quién había de reu._tnr, sm embargo, la
La administración española en América se había preocupado enorme suma que adeudaba la corona española?
hasta entonces en fomentar la producción agrícola y estimular a ¿Habría progresado la economía española en e~ régimen _de
la artesanía ciudadana. Arroz, seda, cáñamo, lino, vino, azúcar y libre competencia, si los comerciantes hubieran pod1do comerciar
algodón se obtenían en cantidades cada vez mayores. En los asti- a su albedrío con mercancías holandesas, inglesas, francesas? El
lleros de Méjico eran construidos los galeones qne navegaban Estado equipó con sus propios medios a la <tArmada invencible»,
luego hasta Manila. Pero ¿cómo era posible que España vendiera que, lastimosamente, se hundió. , .
mercancías a América, si en este continente era todo producido Lo que a principios del siglo XVII se conoc1a con la denomma-
por los mismos nativos? El régimen español aplastó, en forma pau- ción de <<Comercio» merecía apenas este nombre.
latina, el espíritu de empresa de los colonos americanos. En 1595 El panorama de Portugal no era mucho más optimista. El im-
les fue incluso prohibido el cultivo de la vid, pues cada grano de perio colonial había sido el lugar de recreo de los burócratas, de los
uva debía ser importado, en lo futuro, de España. El Estado desea- cortesanos, de los paniaguados, de la alta y media nobleza, de
ba obtener también su correspondiente beneficio. Cada vez fue más los especuladores y de los cazadores de prebendas.
estrecho el lazo que estrangulaba el comercio. La salida de buques En los importantes puertos de Asia monopolizados por los por-
hacia América podía efectuarse sólo desde Sevilla y no según las tugueses, compraban los representantes oficiales las merc~ncías
necesidades, sino en determinadas épocas, formando grandes con- a precios determinados, fijos. Estafas y fraudes eran cosa cornente.
voyes. Estos viajes se realizaban en un principio dos veces al año, Los barcos de la corona traían las mercancías a Europa, donde los
pero pronto se fueron espaciando. El viaje en convoy, que en su factores del rey intentaban venderlas a los comerciantes. Al pro-
origen era una medida de protección, llegó a convertirse entre los pio tiempo que aumentaba el comercio de vol~en se contraí~n
años 1575 a 1582 en un sistema de comercio. Dos flotas, una pro- los beneficios de forma asombrosa. Las cond1c10nes de camb10
cedente de Cartagena y otra de Santo Domingo, traían a Europa '<<terms of trade» se habían modificado fundamentalmente Y en
los metales preciosos y las mercancías, y llevaban a su vez al ello radicaba el secreto. La demanda de especias crecía sin cesar,
Nuevo Continente los productos requeridos, tales como terciopelo, lo que afectaba al precio; al mismo tiempo aumentaba la oferta de
seda, encajes y cuanto necesitaban la administración del Estado y metales preciosos con los que Europa pagaba sus compras, es de-
los conquistadores, incluyendo armas, municioneS y herramientas. cir, el poder adquisitivo de la plata disminuía constantemente.
El tráfico comercial con la desembocadura del río de la Plata Los funcionarios portugueses tenían que pagar, en plata, pre-
cesó por completo. Las barreras aduaneras de Córdoba desmem- cios cada vez más elevados, en tanto que en Europa se acrecenta-
braron el continente americano, condenándose a la ruina a las ban las dificultades para encontrar clientes con solvencia desde '!ue
grandes empresas de construcción de la mitad oriental de Sudamé- las grandes casas comerciales habían quebrado y no desempena-
rica. ¿Era culpable de ello el pueblo español? Los ingleses despre- ba Amberes el importante papel de centro de transacciones. El
ciaban a los españoles, que no demostraban talento alguno por las ,sistema distributivo europeo era cada día más antieconómico.
empresas comerciales y que se encontraban siempre bajo la tutela Los funcionarios de Lisboa no se explicaban estos hechos Y
de la burocracia. Pero ¿.estaba justificado este menosprecio? ¿Cómo cargaban toda la culpa a la competencia, que burlaba el mon~po­
podía el ciudadano enfrentarse a un Estado poderoso? Cuando lio y pagaba elevados precios en Asia, violando el sagrado recmto
la plaga de la piratería se hizo insostenible, los comerciantes de <le compra portugués. O sea, que achacaban las dificultades a los
las provincias del norte de España, Galicia y Vizcaya dirigieron franceses, ingleses y, en especial, a los holandeses. Por esto, des~e
al rey Felipe II de España una seductora propuesta: deseaban ar- ·hacía mucho tiempo, no era el comercio con especias un negoc1~,
mar con sus propios medios una poderosa flota para expulsar a sino una simple operación financiera, puesto que sólo podía partl-
los franceses e ingleses del Océano. Imponían una sola condición: ·cipar de un cargamento el comerciante que hubiera pagado un an-
que ~e les permitiera ejercer el comercio libremente. ticipo. Y dichos anticipos eran cada día mayores y más nume~o­
Felipe II rechazó la proposición, pues temía que un estamento sos. Incluso después de la quiebra nacional española proporcw-
220 221
naron los comerciantes 900.000 coronas a cuenta de la prometida época de 1/3 por ciento para ambas partes debieron realizarse
entrega de especias. anualmente transacciones por 37,5 millones de escudos. Otro ob-
¡Un año después suspendió sus pagos la corona portuguesa! servador escribe poco después: «Estas ferias son el centro donde
¡En los libros de contabilidad de Fugger y Maug aparecían créditos confluyen los caminos de las naciones separadas entre sí. Son el
de 15 millones de reis que nunca fueron pagados! océano del que emanan las aguas de la vida comercial y al que
Sólo la ciudad de Génova parecía ser una excepción. ¿Cómo era concurren también todas. A tales ferias acuden personalmente, o
esto posible? Con una mezcla de burla, de asombro y de envidia por sus representantes, los comerciantes de Europa.»
En dichos lugares intentaban los comerciantes europeos, ame-
nazados y oprimidos por el Estado, saqueados por las numerosas
quiebras nacionales, extender un amplio comercio mundial. Con
este objeto crearon una moneda, independiente de la moneda de
curso legal, llamada <<escudo de mercado» y que correspondía a una
determinada cantidad de oro. Los banqueros intentaron acuñar
en plata el «escudo de mercado», pero fallaron sus proyectos, pues-
to que los grandes yacimientos de Perú y Méjico habían desvalori-
zado la plata de tal manera, que fue mejor continuar con la acuña-
ción en oro. Un centenar de estos ce escudos de mercado» equivalían
a 99 monedas de oro de la mejor ley de España, Nápoles, Venecia,
Génova y Florencia. Entonces se efectuaban los pagos sin el empleo
del oro, ya que este metal era escaso y no bastaba para atender las
necesidades del creciente comercio. Los pagos se realizaban, pues,
por liquidaciones de cuentas corrientes. Si el comerciante deseaba
pagar en oro, se le permitía hacerlo mediante el descuento de un
tanto por ciento.
El «escudo de mercado» era una moneda fuerte. Un contempo-
ráneo italiano de la época escribió sobre este particular: «Los es-
tatutos cambistas han conseguido lo que no había logrado hasta
51. Lisboa en el siglo XVI.
ahora ningún monarca. Han hecho posible la aparente imposibili-
dad.» El dinero en efectivo se dirigía ahora con la mayor fluidez
escribe en 1581 el florentino Davanzati: «Los genoveses han des- hacia las plazas más favorables a pesar de las enormes dificultades
cubierto un nuevo tipo de negocio cambiarlo que llaman "Ferias de su transporte. Los banqueros genoveses se hacían cargo de la
~e Besa~9on" porque es originario de este lugar, pero hoy se rea- plata de España y pagaban su valor, en ocasiones por anticipado,
hza lo mrsmo en ~avoya, que en el Piamonte, en Lombardía que en sobre cualquier feria de libre elección. Liquidaban una entrega de
Trente o a las mismas puertas de Génova, así que mejor pudiera especias a Amberes o a Amsterdam contra el pago de tributos a la
deno~inarse "Utopía", o sea iugar sin sitio fijo~ En contraste con Iglesia o una indulgencia de Alemania a Roma, o bien contra un
la fena de Lyon, no tiene lugar en ella ningún tráfico de mercan- envío de Italia a Francia o el pedido de mercancías suntuarias del
cías, sino que se reúnen 50 ó 60 banqueros, cada uno con su cua- norte de Francia a Sevilla. Su único medio era el pequeño libro
derno, para ajustar los cambios de Europa y renovarlos inmedia- de notas.
tamente con el giro de letras a los intereses estipulados, a lo que Estas ferias genovesas superaron incluso la crisis del siglo XVI,
e~los se someten sólo en atención a garantizar a este juego la má- cuando se arruinaron la mayor parte de las bancas genovesas con
x~ma duración. Perciben con esto, anualmente y sólo como comi- la quiebra nacional de España. En el siglo XVII se inició su deca-
swnes, 250.000 escudos.» Con las comisiones corrientes en aquella 1 dencia, debido, posiblemente, a que el comercio mundial se des-
222 223
1
plazó hacia Holanda e Inglaterra, en cuyos países tenían las ferias de suficiente dinero para llevar a cabo las instalaciones impres-
genovesas escasa influencia. Con la primera bancarrota nacional cindibles. La guerra de los Treinta Años arruinó definitivamente al
española de 1557 se arruinaron las casas de comercio de la alta anciano comerciante, que disponía, en 1630, de una fortuna de
Alemania, los Fugger, los Welser y las pequeñas empresas de medio millón de táleros.
Kraft, Manlich, Schorer y Maug de Augsburgo, los Iugold de Es- Es posible que subsistieran todavía el pequeño tendero, la ver-
trasburgo, todos ellos comerciantes distinguidos y acaudalados r dulera que con sus productos iba de un lugar para otro, el buho-
que negociaban con Levante e Inglaterra. ' nero que visitaba con sus carros las romerías. Pero el comerciante
La catástrofe financiera fue general: <cDebido a la actual situa- de altura que había proporcionado el bienestar de las ciudades
ción de nuestro neoocio -escribió entonces Fugger-, significan hanseáticas, de la baja Alemania, de Nuremberg y de Augsburgo,
hoy para nosotros lOO.OOO coronas lo mismo que hace unos años estaba arruinado por mucho tiempo. Los emperadores, los prínci-
un millón de coronas», a pesar de que las monedas habían sufrido pes y los reyes habían matado la gallina de los huevos de oro.
una sensible devaluación. En las dos últimas décadas del siglo XVI
1
y en las dos primeras del siglo siguiente se sucedían de tal forma
las quiebras de los establecimientos alemanes, que muy pocas fir-
mas lograron sobrevivir.
t
i

La ciudad de Francfort del Mein experimentó un efímero auge .,_,
gracias a su céntrico emplazamiento, ya que los mismos comercian- 1
tes de Amberes se encaminaron hacia aquel lugar. Johann von Bo-
deck nieto de un aristócrata de Thorn, en Prusia, estableció en 1
la i~perial ciudad un activo comercio. A fines del siglo XVI com-
praba seda, arroz, y drogas de Venecia, especias de Amsterdam,
mercurio de Nuremberg, índigo y lana de España con el objeto
¡
de revender todas las mercancías. Así enviaba el mercurio a Ams-
terdam, Arnberes y Harnburgo, la lana a Arnsterdarn, el índigo, el
arroz, la canela y el jengibre a Hamburgo. Participaba también e!l 1
los grandes embarques de centeno de Amsterdam y Emden a Ge-
nova, y, siguiendo sus instrucciones, enviaba Hamburgo hierro y
ceras a Bilbao. Von Bodeck invirtió su capital en el comercio ho-
landés con las Indias Orientales.
t
Pero al fin los créditos a soberanos y a gobiernos acabó por
arruinar al comerciante. Intentó resistirse a su concesión, pero le
{
resultó imposible. Compareció ante su presencia el consejero real,
doctor Gumpeltzhamer, con el encargo concreto del rey Fernando t
de conseguir un préstamo de 50.000 táleros. Cuando Von Bodeck,
horrorizado, hizó mención al precario momento que a~ravesaban
sus negocios, le amenazó el funcionario con la cancelación de to-
dos los créditos que Von Bodeck tenía pendientes con el monarca
y los Consejos de las ciudades. Además sería castigado el comer-
ciante por haber percibido intereses del 6 y el 7 por 100 y haber
1
prestado dinero a los comerciantes de feria a feria. S?lo a regaña-
dientes se comprometió Von Bodeck a explotar las mmas de cobre
de Mansfield, ya que su deudora, la ciudad de Leipzig, no disponía
In
¡¡
224 f·
r 15. - HISTORIA DEL COMERCIO
225
f
10 Guerra, comercio
y piratería
Cuando los barcos ingleses tocaban el puerto de Veracruz rei-
naba en las costas mejicanas la más sincera alegría. Los navíos
británicos traían consigo musculosos esclavos negros, afiladas es-
padas, cuchillos, bachas y tijeras. Los precios de estas mercancías
eran muy reducidos y, en cambio, los marinos ingleses pagaban
elevadas cantidades por los víveres americanos y por el azúcar y el
tabaco de las plantaciones españolas, que podían vender en Ingla-
terra con un excelente margen de beneficios. Además, los mari-
neros extranjeros gastaban alegremente su dinero en el país.
Sólo el virrey de Méjico, en lo alto de la ciudadela, daba seña-
les de disgusto. Desde hacía dos semanas estaban sobre su mesa
escritorio dos cartas redactadas en térmiuos muy duros. El Con-
sejo de las Indias de Sevilla presentaba una áspera queja a sus
funcionarios. ¿Por qué permitían el negocio clandestino con los
ingleses, que iba socavando en forma lenta, pero progresiva, la
economía de la América española que había sido establecida a
costa de tantos esfuerzos? Lanzarse al mercado con precios bajos
no es niuguna obra maestra si el vendedor no ha de pagar impues-
tos ni aduanas. ¿Para qué eran mantenidos los señores funciona-
rios? Con la mayor claridad podía leerse entre líneas el seco re-
proche de que los funcionarios habían hecho la vista gorda a este
tráfico ilícito movidos por la amistad a los colonos o quizá sobor-
nados por los poco escrupulosos contrabandistas. En lo futuro, los
funcionarios que no procedieran a la inmediata prohibición de este
comercio clandestino serían castigados con la mayor severidad.
En la otra carta el rey le ordenaba la captura de todo navío
inglés que llegara a un puerto americano siu estar provisto de un
permiso especial para comerciar en el país. A la tripulación le
serían aplicadas las penas correspondientes al contrabando.
229
El capitán de la pequeña flota británica, John Hawkins, ni tan Hawkins y un pequeño velero a las órdenes de Francis Drake.
siquiera sospechaba la amenaza que pendía sobre su cabeza. Cuan~ Drake era un joven marino que en los viaíes a la Guinea había
tas veces había llevado a América los esclavos africanos, los colo- alcanzado con rapidez asombrosa el grado de capitán. Los encole-
nos y los mismos funcionarios le habían hecho objeto de una cor- rizados españoles condenaron a severas penas a la tripulación de
dial acogida. Los españoles manifestaban su alegría por el nuevo los otros barcos, qne fue acusada de contrabando y entregada
contingente de esclavos negros, puesto que los dirigentes del mono- a la Inquisición como hereje.
polio sevillano y los funcionarios de la metrópoli no se hacían cargo Los dos capitanes ingleses juraron vengarse. Eran hombres muy
del número de esclavos que se precisaban para los trabajos de duros. N o habían recibido la educación del comerciante que pro-
cultivo en las cálidas plantaciones del trópico. ¿Acaso podía que- cura J:>acíficamente atender los deseos de sus clientes y se en-
dar bien abastecida la joven colonia con una sola expedición al cuentra siempre dispuesto a sufrir alguna pequeña mortificación
año, máxime con dos? N o era, pues, de extrañar que los precios
de los esclavos alcanzaran cifras desorbitadas.
El tráfico de esclavos era un buen negocio para los marinos y
navieros británicos. Zarpaban de los puertos ingleses en dirección
a Guinea llevando a bordo sencillos abalorios, cuchillos y hachas y
telas de colores abigarrados para cambiarlos por esclavos en las
costas africanas a los soberanos negros. La «mercanCÍa» se encon-
traba siempre disponible, ya que del interior del país llegaban
cuantiosos aprovisionamientos. Bastaba una sola incursión al pue-
blo más cercano para atender los deseos del extranjero y que éste
entregara al reyezuelo africano las seductoras quincallerías. Los
52. Piedra rúnica de los vikingos de las costas norteamericanas del
portugueses se habían quejado del comercio ejercido por los in- año 1135.
gleses en las costas de Africa, consideradas como dominios del rey
de Portugal, pero los comerciantes ingleses habían respondido que que le suponga una ganancia razonable, sino que eran marinos
a lo largo de la infinita costa africana existían tan sólo un puñado acostumbrados a la lucha.
de fortines portugueses y que no podía hablarse, por tanto, de que Es ciertamente asombrosa la tardanza demostrada por los in-
toda África fuera una posesión de aquel país. Con la mayor libertad gleses en encontrar de nuevo los caminos del mar. Entre sus ante-
podíase, pues, comerciar con los auténticos señores del territo- cesores se contaban los anglosajones, los salvajes vikingos que
rio africano, con los príncipes negros. durante siglos asolaron las costas del sur y occidente de Eru:opa,
A los españoles les tenía África sin cuidado, pero, en cambio, llegando en sus incursiones hasta Islandia, Groenlandia y el mismo
mostraban el mayor interés por América. Hawkins quedó estupe- continente americano.
facto cuando el gobernador español de Veracruz le comunicó que El comercio y la navegación inglesa se encorltraban en manos
había de prenderlo y confiscar sus naves. Pero ¡nadie puede bur- de los extranjeros. En primer lugar en la de los italianos, para
larse impunemente de un inglés! Sus barcos valían una fortuna y pasar después a la influencia de los comerciantes de ~a Hansa.
sus marinos no temían ni al diablo ni a los piratas franceses. La flota inglesa a principios del siglo XVI estaba sumida en ;m
¿Cómo era imaginable que arriaran sus banderas frente a los arro- lamentable estado. De entonces data su posterior transformacwn.
gantes españoles? Al llegar a Inglaterra las primeras noticias del descubrimiento
Antes de que el gobernador pudiera impedirlo habían ocupado de las Américas por España, equipó el rey Enrique VII una pe-
ya los ingleses el fortín de San Juan de Ulúa, desde el que se do- queña flota con la intención de encontrar, siguiendo la ruta . .Norte,
minaba la entrada al puerto. Los españoles contraatacaron con la el verdadero camino de la India, el que no encontrara Colon.
mayor energía, asaltando el fuerte y cerrando la salida de Veracruz Pero a los ingleses les faltaban los conocimientos necesarios y
a los barcos británicos. Sólo pudieron evadirse dos navíos: el de la imprescindible experiencia en el arte de la navegación, por lo

230 231
que nombraron como capitán de su flota a un italiano, Juan Ca~ nes con aquel barullo de aduanas, impuestos, tarifas de precios,
bot, que en su juventud había comerciado en La Meca con especias monopolios, etc., y quedaban estupefactos al conocer la diferencia
Y que desde 1484 se encontraba establecido en Londres como de precios existentes entre ambas orillas del Atlántico. Cuando
comerciante. Su primer viaje, en 1496, no abrió la ruta hacia el vendían su pescado en las costas de África podían comprar a pre-
Gran Khan, como Cabot creyera en su natural momento de euforia cios muy reducidos los esclavos negros que eran después reven~
al chocar con la costa oriental atlántica, pero significó, en cambio, didos, a peso de oro, en las Indias Occidentales. ¿Qué cosa más
el descubrimiento de algo muy distinto, esto es, el hallazgo de la lógica que traer consigo esclavos negros en el próximo viaje para
zona pesquera más importante de la Tierra. Las costas estaban
solitarias y deshabitadas y se encontraban cubiertas por el hielo
Y la nieve durante varios meses al año. Pero el mar bullía de vida.
Millones de peces se movían por sus aguas. No se trataba de pe-
queños arenques, sino de espléndidas piezas: ¡bacalaos!
Para los reyes de Inglaterra, Portugal y España y para los
ricos comerciantes de Londres, Lisboa, Sevilla y Amberes, este
descubrimiento no tenía importancia, puesto que soñaban sólo en
oro, plata, especias y telas de seda. La gente modesta, los pesca-
dores de las costas europeas sabían, sin embargo, su significado.
Se dirigieron con sus sólidos botes de pesca a la costa nordeste
americana para capturar con sus redes toneladas de bacalaos. Aun-
que la Reforma había suavizado las rigurosas prohibiciones de la
Cuaresma prescritas por la Iglesia de Roma, los europeos apre-
ciaban cada día más este económico y nutritivo pescado. La mayor
parte de los pescadores no llegaban a desembarcar, puesto que
en tierra poco era lo que se podía buscar. Sólo los ingleses secaban
allí su pescado durante los meses de verano, ya que habían de
economizar la sal, que procedía entonces de Portugal y del norte
de Alemania. El pescado seco se enviaba incluso a las plantacio- 53. Pesca y secado del bacalao en las costas norteamericanas.
nes de las Indias Occidentales. Los esclavos consumían en el calor
y la humedad de los trópicos este pescado, que era duro como la
piedra, pero que, cuando menos, resultaba gustoso. colocarlos en América con cuantiosa ganancia? Los hombres que
Es posible que los pescadores del siglo XVI obtuvieran mayor vivían en Terranova estaban avezados al áspero mar. Durante se-
beneficio de las nuevas pesquerías que los españoles de las gran- manas quedaban aislados por la espesa niebla, no oyendo más que
des conquistas, sin exclusión de las fabulosas minas de plata. En el rechinar de las amarras y el chasquido de las olas contra el
todas partes se disputaban el sabroso pescado, lo mismo en Euro- casco del buque. El resto del mundo se lo engullía la algodonosa
pa que en África o en las islas occidentales. ¡El comercio del pes- cortina. Cuando a su regreso pasaban frente a las costas de Is-
cado daba para vivir! A cambio del pescado podían obtenerse las landia era frecuente el encuentro con tempestades que algunas
especias de las Indias, de la misma forma que con el azúcar de veces destruían a los- veleros menos resistentes. Eran marineros
las plantaciones de las Indias Occidentales o la plata de Méjico curtidos que luego, durante las largas guerras entre Francia y
o del Perú. España 1 se enrolarían en el barco de algún atrevido capitán corsa-
Los pescadores de bacalao desconocían los apuros de los fun- rio para capturar los ricos cargamentos de los barcos mercantes.
cionarios oficiales y las preocupaciones de los comerciantes. No El derecho a la piratería lo recibían de una simple carta de su
concebían tampoco por qué complicaban tanto las mutuas relacio- rey, que bastaba para convertir a un pacífico barco de transporte

232 233
en un peligroso buque corsario. Para esta transformación sólo religiosa huyeron a Inglaterra coadyuvaron en forma decisiva al
era preciso disponer de suficientes cañones y contar con el apoyo auge de la industria textil británica. Pero ¿a quién se habían de
de una tripulación dispuesta a todo. No faltaban marineros con vender estos tejidos? Los ingleses construyeron grandes barcos,
sed de aventuras en los puertos pesqueros de Dieppe, Saint-Malo, los artillaron en forma conveniente para que no pudieran ser cap-
Dunquerque, en las costa francesa, y Bristol, Falmouth y Plymouth, turados durante la travesía, y cargaron en ellos las telas fabri-
en la costa británica. Cuando los clientes comentaban en Terra- cadas por los talleres británicos.
nova alguna captura de particular importancia, por ejemplo la El mercado de ventas usual lo constituía la Europa central,
llevada a cabo por Jean Ango, de Dieppe, que, en 1552, o sea en pero en esta región el invierno no era lo suf~cientemente rigur_oso
período de paz, apresó los tesoros mejicanos que Cortés había que exigiera el abrigo de las gruesas lanas rnglesas. ¿Era posible
recibido del emperador Moctezuma, apenas podían contenerse los introducirse en el mar Báltico o en el mercado ruso?
jóvenes pescadores que querían enrolarse en los barcos piratas. El establecimiento del comercio exterior inglés se debe a dos
Los pescadores de Saint-Malo artillaron sus barcos para ponerse corporaciones de comerciantes: los <(merchants adventurers» Y los
a salvo de los ataques españoles durante las travesías, aunque, «staplers». Ambas corporaciones se extendieron ampliamente du-
como es natural, si en el curso del viaje se ponía a su alcance rante la Edad Media. Ya que la Hansa había rechazado en 1379 la
un buque de menor potencia aprovechaban la favorable ocasión admisión en su comunidad de los comerciantes ingleses, fundaron
para «obtener, de paso, alguna ganancia». El derecho de gentes éstos, doce años más tarde, una alianza propia que fue solemne-
no era respetado en absoluto. Los piratas tenían la certeza de mente autorizada por el monarca inglés. En primer lugar, y a pesar
que su monarca los protegería o encubriría, aun en el caso de que de la protesta de la Hansa, concertaron contratos mercantiles con
entre ambos países reinara la paz. A partir de determinados lí- las órdenes de Caballeros y las ciudades prusianas. Pero como
mites, existía una anarquía completa, aunque no estaban fijadas sea que en un principio los ingleses sólo estaban en condici.~nes de
con exactitud las citadas delimitaciones a partir de las cuales eran suministrar paños baratos que no resistían la comparac10n con
legales el saqueo, el robo, la piratería, etc. Los actos de corso se los de Flandes, los alemanes no insistieron en su protesta. A causa
realizaban muy cerca de los puertos, pero los buques se hallaban de este insignificante comercio no querían crearse dificultades,. con
seguros al abrigo de los mismos. No era de temer ningún ata{¡ue Inglaterra que, en definitiva, les facilitaba la lana. Las abad1as Y
en los bien defendidos puertos de Dieppe, Saint-Malo, La Rochelle, los grandes terratenientes ofrecían un seguro apoyo contra las
Dunquerque. Los ingleses observaban con envidia a sus camaradas aspiraciones de loS comerciantes ingleses de eliminar el o~eroso
franceses de las pesquerías de Terranova. Los británicos habían monopolio de los extranjeros. Las corporaciones ~e comerciantes
de p~rmanecer inactivos, ya que su rey, Enrique VIII, era aliado de ingleses ejercían por lo regular su modesto negociO leal Y hones-
España. Su hija María, llamada «la sanguinaria», se había casado tamente. Transportaban sus tejidos, todavía en reducida cantidad,
con el rey Felipe II. Su hermana y sucesora, la reina Isabel, ya al extranjero, donde los vendían, la mayor parte de las veces a
había demostrado su abierta simpatía por la marina inglesa. los competidores de la Hansa. En todas partes y en todo momento
Un viento renovador sopló por Inglaterra. Un viento reno- aparecen siempre hombres llenos de osadía. En Sevilla se encon-
vador que procedía del mar y hacia el mar se dirigía. Poco antes traban dos ingleses, Roger Barlow y Robert Thorne, 51~e comer-
de la subida al trono de la reina Isabel, en 1557, se abolieron ciaban con las especias de las Indias. Barlow acomp~no a Seb~s­
los privilegios de los comerciantes de la Hansa y el uStalhof» fue tián Cabot en 1526 en el viaje que había de conducirlos prop_la-
clausurado definitivamente. Los- conventos, que hasta entonces mente a la China pero que, por desgracia, finalizó en Su~aménca
vendían su lana al extranjero sin preocuparse en absoluto de su porque el gran almirante, desatendiendo toda~ las instrucciOnes, se
manufactura, fueron asimismo disueltos por la Reforma. La lana quedó en aquel continente en busca de mmas de plata. Cabot
empezó a tejerse por industrias particulares inglesas. Tenemos cayó en desgracia con los españoles. .
noticia de un tal William Stumpel que adquirió las abadías de Barlow aprovechó la ocasión que se pre~entaba. IndUJO a sus
Oseney y Malmesbury e instaló en sus naves gran número de tela- compatriotas a que llevaran al famoso marmo a I~glaterra Y lo
res. Los artesanos flamencos que en la época de intranquilidad pusieran a] frente de una flota con el ampuloso t!lulo de «go-

234 235
con eiio obtenían un sólido apoyo contra Lubeck. ¡Qué les impar·
bernador de los "adventurers" para la conquista de territorios, taba a los hamburgueses que el «Stalhof» se clausurara! En la to-
dominios, islas y plazas». Lo que Juan Cabot había intentado sin tal decadencia de la Hansa les precisaba saber en qué situación
éxito hubo de conseguirlo su hijo Sebastián. Inglaterra se convirtió quedaban. Los ingleses consiguieron que ~amburgo se csn~irtiera
en un imperio colonial. en los siguientes siglos en la plaza c?mercml alemana mas Imp~r­
En 1553 se hizo a la mar la pequeña flota compuesta de tres tante del continente al comprar alh los productos del mar Bal-
barcos que tomó el rumbo Este con la intención de sobrepasar No- tico, sal, resinas, ceras, miel. Por su parte, los británicos e!ectuaban
ruega y, bordeando Asia, Ilegar a la China. Pero los británicos en Hamburoo 0
la venta de los tejidos de lana de su pa1s.
no Ilegaron muy lejos. Dos de los buques zozobraron frente a las La trata de esclavos producía grandes beneficios, t_odavía _ma-
costas laponas y el tercero sólo pudo alcanzar las costas del actual yores que cualquier otro comercio regular, aunque la msegundad
Arkángel. Desde las orillas del océano Glacial, el primer piloto y el riesgo eran también más grandes. Los_ «mercha~t adventu-
Chanceiier hubo de recorrer 2.400 kilómetros hasta arribar a rers» compraban en Africa negros por abalonos y cuch!llas y luego
Moscú, donde fue recibido amistosamente por el zar Iván el Te- cambiaban a estos infelices en América por azúcar, ron y pla!a.
rrible. Esta visita compensó todas las penalidades de la travesía, Tras la ruptura con Veracruz, cesó el co~ercio,legal con las Indias
pues los rusos vislumbraron sugestivas posibilidades de establecer Occidentales, pero el contrabando expenmento un gran aument?.
relaciones comerciales con la Europa occidental sin la interven- Con el contrabando hizo su aparición la piratería. Franc1s
ción de los Estados bálticos, Polonia, Lituania y Suecia, con los Drake sediento de venoanza, saqueó Panamá y después, por la
que se encontraba en encarnizada guerra. Los ingleses esperaban ruta de Magallanes, llegÓ al océano Pacífico, el protegido mar de
obtener por su parte las valiosas pieles que hasta la fecha habían los españoles. A pesar de que perdió dos de sus tres buques, cap-
tenido que comprar a elevados precios a los comerciantes de la turó riquezas fabulosas. Con esto las rel~c1.o~es comerciales entre
Hansa. Al propio tiempo encontraron los ingleses en Rusia el mer- España e Inglaterra cesaron en fori?-a defm1t1va:
cado apropiado para la venta de sus cálidas telas de lana. Con El rey Felipe II confiscó los biene~ y propiedades de los c;o-
tales excelentes perspectivas fundaron los comerciantes británicos merciantes ingleses afincados en su remo, en tanto no ~ueran .In-
la Sociedad mercantil moscovita, la primera gran compañía por demnizados de las pérdidas sufridas y los piratas hu~wran SidO
acciones, que recibió, en 1555, la real autorización. Hasta el si- castigados. La reina Isabel titubeaba, pero tomó partido, al ~m,
glo XVIII desempeñó esta sociedad un importante papel en el por los piratas. Esto significaba declarar l~ ~uerra a la marma
comercio con Rusia, el que llegó 1 aunque en forma pasajera, a mo- española. Era preciso, por tant?'. poder part:c1par en e~ comerciO
nopolizar por completo. Sin embargo, durante el tiempo en que se mundial y, en especial, en el trafico de especias c?r: Asia.
vio precisada a emplear la ruta del mar Blanco hubo de luchar Los «merchant adventurersD recibieron la noticia de la guerra
con las dificultades casi insuperables de la enorme distancia. Pero con sentimientos encontrados. Es cierto que sus simpatías estaban
los ingleses habían cobrado nuevos ánimos y disfrutaban ahora de con los piratas, que sólo anhelaban vengarse de los arro~antes
una gran confianza en sí mismos. Establecieron en la ciudad españoles, pero ¿no existía más alternativa que l~ guerra abierta?
de Emden, que no había sido aceptada en la Hansa, un emporio ¿Sería Inglaterra lo suficientemente fuerte para unponerse en el
mercantil o depósito. Todos los tejidos ingleses y la lana de esta
misma procedencia debían ser ofrecidos en primer lugar en Ero- mar?
Los pacíficos comerciantes e~igen ,siempre ,otros. ~e ws. u
d' s
den. Este lugar experimentó un rápido progreso. «Dame las ri- objetivo es el comercio y no la puatena. Ademas, exis~Ian ent.o~;
quezas de Emden y te prometo mi alma», dijo el Fausto del poeta ces todavía muchas ocasiones a explotar. Anthony J:nkmson VIa¡o
inglés Marlow al diablo. Como en Flandes se recrudecía la perse- en el año 1546 por el Mediterráneo,. Duran~e siete ano,s recornó la
cución religiosa, huyeron los artesanos a Inglaterra y los comer- zona oriental, visitando Argeha, Tunez, Sma y Turqrua. En.~,Jepo
ciantes a Emden, con lo que los ingleses salieron muy benefi- encontró al snltán turco Solimán ocupado en la preparacJ.on de
ciados. su caro paña contra los persas., Je~kinson debió ca~~ar buena 1mpre~
Hambnrgo se mostró muy satisfecha de que los «merchant sión a Solimán, ya que el pnnc1pe turco conced10, con gran mag-
adventurersD fundaran un establecimiento en su recinto, ya que
237
236
nanimidad, l?ermiso al inglés para que comerciara en su país que tuvo su momento de mayor p~osper~dad cuando los persas
con entera libertad. Esperaba que la ayuda británica reanimara guerrearon contra los turcos, lo que rmp~d1a todo_ p~so por el.M~­
la antigua ruta terrestre, transformando de nuevo el tráfico mer- diterráneo. Sin embargo, cuando Turqma conqu1s~o la pr~v~ncm
cantil mundial. de Schirwan, en la orilla occidental del mar CaspiO, quedo mte-
Jenkinson llegó a Londres precisamente en la época en que la
Sociedad mercantil moscovita estaba equipando a cuatro buques
para su viaje a Moscú por la ruta norte del mar Blanco. Era una
ocasión propicia para acompañar a la expedición. El zar le autorizó
benévolamente a cruzar Rusia, ya que incluso pudo presentarle
una carta de recomendación del sha de Persia.
Acompañado por dos compatriotas se dirigió Jenkinson, si-
guiendo el curso del Volga, al mar Caspio y desde allí, por la
estepa turcomana, en una caravana compuesta por más de mil
camellos, hacia Bukhara, la antigua ruta de la seda. Como en la
época de Marco Polo, los chinos ofrecían almizcle, ruibarbo (que
entonces era una medicina muy estimada), coral y seda a cambio
de algodón de la India y pieles de oveja y cuero de Rusia. Pero,
ante el asombro de los comerciantes, los indios no les vendieron
especias y apenas se interesaron por los tejidos de lana ingleses.
Los ricos paños flamencos e italianos que recibían a través de
Siria eran muy superiores en calidad a las burdas lanas inglesas.
Por Bukhara no era posible acercarse al comercio indio. En
cambio Persia era el eje del comercio con Oriente. En este país
debían establecerse los ingleses. Jenkinson consiguió persuadir de
54. Cosecha de la
tal hecho a los comerciantes de Londres y a la reina Isabel. pimienta (grabado
¡Sólo el viaje de regreso del mar Caspio a Moscú había durado del siglo XVI)
seis meses! En su próximo viaje visitó el comerciante inglés al sha
Thamasp en su residencia de Kazbin. Pero el sha, temiendo que
Jenkinson fuera un espía portugués, lo hizo encarcelar sin más
preámbulos. Sólo con gran esfuerzo pudo aclararse el equívoco, rrumpida la ruta comercial que tantos esfuerzos había costado
pero los turcos exigieron, de todos modos, su inmediata expulsión. establecer. .
A ningún precio permitirían encauzar el comercio oriental por Con esta circunstancia finalizó un remunerador negocw. La
Persia en dirección a Rusia, con grave perjuicio para Siria. Otros compañía se repartió en 1581 dividendos que representaban, el106
buenos amigos impedirían también esta jugarreta. Los comercian- por ciento del capital desembolsado, a pesar de las graves perdidas
tes indios de Kazbin aceptaron encantados la idea de vender sus que hubieron de sufrir frecuent~mente en aquellas mhosp;tas Y
mercancías al Norte y declararon estar dispuestos a proporcionar alejadas tierras. En el mar Casp10 cayeron, en Cierta ocas1;m, _en
las cantidades requeridas con tal que les garantizasen su venta. manos de piratas cosacos, buques cargados con _mercancm~ In-
La oferta del rey de Georgia era todavía más tentadora. Estaba glesas cuyo valor oscilaba entre las 30 y las 40.000 libras esterlmas.
dispuesto a suministrar cuanta seda se le solicitara. El zar ruso se Cuando fallecía un viajero en el extran¡ero se apoderaba de todos
mostró satisfecho, ya que para su país se abría el camino de un sus bienes el tirano local. ¿De qué servían los interminables pro-
prometedor comercio con Asia. La Sociedad mercantil mosco- cesos? Incluso con el zar ruso se presentaban algunas dificultades.
vita inglesa estableció una extensa red comercial por toda Rusia Así, en cierta ocasión en la que creyó que sus emisarios de Lon-

238 23'i
dres habían sido maltratados, confiscó, encolerizado, las propieda- inoleses y un reloj de plata, que era una verdadera obra maestra
des inglesas de su reino. co~ artísticas escenas de cazadores a caballo y perros olfateando
Quizá se conseguiría alcanzar Asia por la ruta del Noroeste. la pieza en el bosque. El embajador fr~nc.és en Constant~nopla .in-
Pareció primero que la fortuna había sonreído, de manera in- tentó inútilmente combatir la influencia mglesa, no pudiendo un-
esperada, a la expedición a Norteamérica. En el tercer viaje que pedir tampoco que se est2.blecieran consulados ingleses/ en E~ipt?
Frobisher efectuó por encargo de la Sociedad mercantil mos- y Siria, y factorías en Constantinopla, Al,epo, ~scanderun, Tnpoh,
covita regresó cargado con una gran cantidad de reluciente mi- El Cairo y Alejandría. Los ingleses vend1an teJidos de lana, p1eles
neral que los dichosos descubridores habían tomado por oro. Pero,
por desgracia, se trataba tan sólo de mica amarilla sin valor alguno.
¡Los ingleses no habían encontrado tampoco el paso por el No-
roeste! La buscada ruta se encontraba mucho más al norte, oculta
por las nieves. ¡Otro golpe en falso! No volvieron a insistir.
Los marinos tenían razón. Sólo con la violencia podía romperse
el bloqueo español. Esta era también la opinión de Francis Drake.
Sn plan no admitía dudas: primero destruir la flota de guerra es-
pañola y dirigirse después a la India para comprar a buen precio
especias, sedas y algodón, y al continente africano en busca de
marfil. La nivelación de los pagos no era empresa difícil. Sólo era
preciso adquirir esclavos en África, transportarlos a América y
cambiarlos allí por plata y oro. Este tráfico producía fabulosas
ganancias. Drake lo sabía muy bien. Sobre su nave «El ciervo
dorado» había visto gran parte de la costa americana bañada por
el océano Pacífico, había saqueado ciudades y capturado galeones
cargados de riquezas, había navegado por el océano Pacífico hasta
las islas Malucas, donde le ofrecieron tal cantidad de especias,
pimienta, nuez moscada, canela, que no pudo cargarlo todo en su
único barco. Este último éxito fue decisivo en su carrera. La 55. Nave del s-i.glo XVII
reina Isabel armó caballero a Francis Drake sobre su célebre
buque. Así apoyaba de forma declarada al hombre que el rey es- de conejo, estc.ño, mercurio y ámbar, y compraban a su ;ez g~an­
pañol había querido expulsar de los mares como pirata. La guerra des cantidades de especias, pimienta, índigo, seda, algodon y lmo.
era, pues, inevitable. Inglaterra lo arriesgó todo, pues exponía en El velero aHércules» cargó en 1587 mercancías por valor de 70.000
este peligroso juego el comercio con la India por Sevilla y Lisboa, libras esterlinas.
el comercio de Amberes y el comercio por el Mediterráneo. Con los poderosos monarcas orientales eran ta:nbién rr:-uy fre-
Precisamente en el comercio por el Mediterráneo se abrían cuentes las dificultades. El bajá turco de El Ca1ro pere1b1a los
grandes perspectivas a los ingleses. Desde hacía pocos años la impuestos aduaneros en mercancías, en lugar de metálico, Y :endía
Sociedad de Levante había obtenido la patente real para el co- luego aquéllas a elevadísimos pre~i~~ e~· el mercado de su ciudad.
mercio con Turquía, por la que le era concedido el monopolio Como nadie las comprase, prohibiO ngurosam_ente la v:enta _de
durante siete años para el tráfico con este país con la condición productos orientales en tanto no fuera~ /agot~ct~? las e:::;stenci~S
del pago mínimo anual de 500 libras esterlinas en concepto de de sus propios almacenes. En otra _?Caswn ex1g10 el baJa un tn-
aduanas. El tráfico tenía que ser, por tanto, muy imp.ortante para buto del 10 por ciento sobre l?s te¡1dos de seda. Hasta entonces
poder amortizar dicba suma. Algunos regalos valiosos habían coad- el citado impuesto ascendía solo a un te~c:? de dicha cantidad.
yuvado a mantener este privilegio: objetos de plata, treinta perros Pero el tributo fue suprimido cuando reCibiO el oportuno regalo.

240 241
1 6 . - HlST0RlA DEL CO:.lfERCJO
Si_ los comerciantes hubieran formulado una queja al sultán de Ja que no podían revenderse luego los esclavos negros. El Mediterrá-
le¡ana _Constantmopla, la respuesta hubiera tardado varios meses neo debía descartarse también, al estar el estrecho de Gibraltar
en recibirse y, e~ el ínterin, el comercio habría estado paralizado. bajo la vigilancia de los españoles. Quedaba una posibilidad sola-
Todos estos mconvenientes eran soportables desde el momento mente: abrir el camino de la India por mar, bordeando África, con
en q~e ~e obt~nían pingües beneficio~. ¿~ería la guerra tan remu- lo que se burlaría el obstáculo de España y podría alcanzarse el
nerativa._ El flel de la balanza fue mclmado decisivamente por mismo nervio del comercio mundial.
lo~s atrevidos na~egantes de las pesquerías, que, cada vez en mayor Los dos directores de la Sociedad de Levante, Osborn y
~umero, se dedicaban a la piratería, y que trajeron a su patria Staper, escucharon con la mayor atención el plan de un joven
nquezas fabulosas que fascinaron a todos. Después, ante el asom-
bro de! mundo entero, sucumbió la poderosa flota española, ,,la
~nven~:Ible», frente a la _marina inglesa, que en rápidos ataques
mvad1a los puertos espanoles para capturar a los desprevenidos
barcos Y alcanzar con ello botines inmensos. Pronto, en alta mar
no hubo barco español que se sintiera seguro y cesó, además, el
comercw legal con Portugal, España, América y Africa. Los auda-
ces rnannos, los <<sea dogs», los perros del mar, como se llamaban
o:~ullosamente a sí mismos, no comprendían lo que esto podía sig-
mflcar. Ellos dominaban el mar:

Sólo con dos barcos nos hici.mos a la mar


Y ahora con veinte estamos en el puerto.
Las grandes hazañas que hemos realizado
P11Rden verse en nuestros carg·amentos.
La mar abierta libera el espíritu.
¿Quién sabe allá lo que es la vacilación?
Se exige sólo rápida decisión. 56. Comerciantes portugueses en la India.
Se pesca a un pez, se captura a un barco.
Y cuando se es dueño de tres que por fin les ofrecía la posibilidad de irrumpir en el legendario
Se pesca entonces a un ~rto. comercio de Jos portugueses con la India.
Y lo pasa muy mal un quinto. John Newbury, el joven comerciante, había cruzado repetidas
Quien tiene fuerza, tiene derecho. veces el Mediterráneo. Disfrazado de mercader mahometano se
Se nos pregunta el qué y no e'l cómo. dirigió en cierta ocasión hacia Bagdad y Basara para alcanzar la
N o necesito saber navegación. India a través del golfo Pérsico. Pero durante la travesía cayó en
Guerra, comercio y piratería manos de los piratas, que vendieron a todo el pasaje como esclavos.
Son tres en uno que 1W pueden separarse. Cuando Newbury declaró su verdadera condición de cristiano sin-
tieron los piratas temor de la venganza de los portugueses. En
En Londres se mostraban los expertos comerciantes llenos de evitación de represalias desembarcaron al aventurero comerciante
dud~s. El mar. no ha de dominarse militarmente, sino que debe en Ormuz, el punto vital del comercio del golfo Pérsico.
servrr de mediO para ejercer el comercio, el· auténtico comercio. El gobernador portugués quedó asombrado al ver comparecer
Las costas americanas y las de la península Ibérica estaban blo- en su bien protegido puerto a un inglés. De la misma forma el cón-
queadas, por supuesto, y esta situación no era posible variarla en sul veneciano mostró su recelo. ¡Sólo faltaba la presencia de un
aquellos momentos. Los viajes a África no tenían objeto, puesto competidor! Sin demostrar la menor emoción compró Newbury
242 243
especias, tejidos de seda e índigo, y regresó, sano y salvo, atrave-
sando Persia, a Constantinopla. Al encontrar cerrado el Mediterrá- la mayor solemnidad entregaron el mensaje de su soberana . al
neo, hubo de efectuar la penosa ruta del Danubio, por Polonia, Gran Mongol. El emperador tomó a su servicio~ a uno _de los_ Vl~:
Lemberg y Dantzig. En Inglaterra vendió las mercancías con gran- pero, el tratante en joyas Leeds. El otro acompanante, Fltch, s1gu10
des beneficios. Insistía abara para que la Sociedad de Levante el curso del Ganges hasta Bengala para esperar allí a Newbury,
lo enviara a restablecer para Inglaterra el comercio con Oriente. que había de ir a recogerlo, dos años más tarde, con un barco
La sociedad aceptó encantada la tentadora propuesta. Con el inglés. Newbury regresó, por la ruta de las caravanas que atrave-
mayor cuidado se hicieron los preparativos del viaje, e incluso saban Persia, a Constantinopla. Fitch esperó en vano el regreso
el geógrafo Hon Dee fue llamado a consejo, así como el sabio cien- de su camarada, por lo que, finalmente, se decidió a adentrarse
tífico Hakluyt, quien le entregó una carta de recomendación para en el país ·en dirección Este, hacia Birmania y Malaca, donde ne-
los jesuitas de Goa. La propia reina Isabel le proporcionó un ooció con los comerciantes chinos que llegaban del Norte o, a tra-
mensaje de presentación al emperador mongol Akbar el Grande y ~és de las montañas, de la Indochina. Todos estaban dispuestos a
al Hey de la China)). En esta empresa estaban puestas, pues, las vender sus mercancías al inglés. Tras ocho años de espera no
mayores esperanzas. pudo Fitch contener su impaciencia y. regresó a _Basara cruzando
Newbury se puso en camino con cinco acompañantes. Dos ha- Ceilán, Goa y Ormuz. Por fortu..11a, no fue reconoc1do, y en la costa
bían de permanecer en Bagdad para fundar allí una factoría in- siria pudo encontrar pasaje en un buque inglés. ¿Por qué lo habían
glesa y otros dos se quedarían en Basara o, de permitirlo los por- abandonado sus· compatriotas? Los directores de la Socwdad de
tugueses, se establecerían en Ormuz. Newbury deseaba llegar a la Levante estudiaron con la mayor atención el informe de Newbury.
India, a Goa. Así, pues, los tejidos de lana no eran vendibles. Por otra parte,
Pero la competencia se mantenía vigilante. Al salir los viajeros no era posóle la compra de pimienta y canela porque los portu-
de Trípoli, hacía ya tiempo que había partido el informe secreto oueses defendían su monopolio por todos los medios. La venta de
del comerciante veneciano establecido en Siria a su hombre de t'elas de aloodón
b
en Europa presentaba muchas dificultades
/ /
Y• la
confianza de Ormuz, que, a su vez, corrió a comunicar la noticia adquisición de esta fibra en la costa siria resultaba mas econom1~a
al gobernador portugués. Así cuando Newbury, sin sospechar que en la India. El cultivo de esta costosa planta, en tanto eXIs-
nada, llegó a este puerto fue detenido con la acusación de <tespía)). tieran las actuales tensiones políticas, no ~ra aconsejable. ~o ha-
¡No debían de extrañarse! Drake, burlando la prohibición portu- bía, pues, posibilidades de obtener gananc1as en el comerc10 con
guesa, había comprado especias en las islas Malucas y había la India. La Sociedad de Levante liquidó el negocio.
saqueado además las posesiones españolas. Portugal pertenecía, Estas circunstancias no sufrieron modificación alguna hasta
desde 1580, a Felipe II. que los holandeses empezaron a obtener sus pingües beneficios.
Los cuatro prisioneros fueron llevados a Goa para someterlos, Holanda, desde la época de Carlos I, pertenecía a la corona espa-
en primer lugar, a un minucioso examen sobre sus creencias. Esto ñola, pero no formaba parte de su Imperio. Los castella~os no
fue su salvación. Uno de los viajeros era pintor y decoró tan artísti- permitieron que los aragoneses participaran en _el_ C??mercw con
camente la iglesia de los jesuitas, que, en recompensa, fueron libe- América, extendiendo, como es natural, tal prohiblcion a los ho-
rados él y sus camaradas. Amistosamente se les advirtió de que landeses. Habían de efectuar éstos sus compras en Sevilla, Y les
habían de desaparecer lo antes posible para evitar una nueva de- estaba permitida la venta del pescado que capturaran en las costas
nuncia. Sólo el pintor permaneció junto a los je:suitas, lo que fue su americanas, así como también la de los artículos de lujo como en-
perdición, ya que Felipe II ordenó con la mayor energía que fueran cajes de Brabante y paños de Flandes, pero ya entonces empezaron
llevados sin tardanza los osados intrusos a Lisboa para su castigo. a quejarse los fabricantes del país ~e :sta competencia. ,
Durante la travesía se hundió el buque con carga y pasaje. Los co- Contra la resistencia de los subd1tos castellanos no pod1an
merciantes supervivientes llegaron a conocer profundamente la oponerse ni el rey Carlos I, ni su hijo Felip~. Los grandes comer-
maravillosa India; visitaron la exuberante ciudad diamantífera de ciantes andaluces querían cosechar en exclus~v~ los grandes fr~t~s
Golconda, en el sur del país, y la capital de Agra, en el norte. Con de los viajes del descubrimiento de las Amencas, q~e en deflm-
tiva habían sido financiados por Castilla. N a da habla humillado
244
245
TI?_ás a los holandeses que esta postergación. Desde hacía muchos pias y en testimonios fidedignos. Su lectura infundió confianza a
anos .:ran cons_id,erados como expertos navegantes, y ya a fines los holandeses para efectuar por su propia cuenta el viaje hacia las
d~l Siblo X':'I VIVlan de 25 a 30.000 holandeses exclusivamente del Indias Orientales. No partía barco holandés alguno en dirección
traf~co m~ntlmo con España y Portugal. ¿Por qué razón había a Asia sin llevar consigo aquel libro, que era estudiado detenida-
de 1mped1rse:es el paso por los océanos? El rey Felipe II creyó mente por el capitán durante la larga travesía.
que doblegana a sus levant1scos subd!los mediante la orden de Los pensamientos fundamentales que Van Linschoten trasmitía
capturar todo buque holandés_ 9-ue surcara las aguas españolas a sus compatriotas eran lógicos, sensatos, razonables, tal como
o portuguesas. En 1594 fue prohibida a los comerciantes holandeses correspondía al modo de ser holandés. Era preciso desechar la
piratería, la guerra, la violencia. Las costas indias se encontraban
bajo el firme control de los portugueses y hubiera sido una ver-
dadera locura luchar contra esta situación, ya que los portugueses
disponían de numerosos puntos de apoyo en las costas africanas
y asiáticas en tanto que Holanda no contaba ni con un solo
puerto propio en aquellas desconocidas aguas. La isla de Java y el
archipiélago malayo se ellcontraban, sin embargo, casi indefensos
a pesar de que, como decía Van Linschoten, «Malaca desempeña el
papel de depósito de todas las mercancías de la India, China, islas
malayas y las otras islas. En Malaca existe un activo comercio
y es tocada por todos los buques que se dirigen a China, Malucas,
Banda, Java, Sumatra y las vecinas islas, tanto en sus viajes de
ida como en los de regreso». En aquella dirección navegó en 1599,
al frente de una flota compuesta de cuatro barcos, el experto co-
merciante Cornelius Houtman, que conocía muy bien Portugal y
era un verdadero entendido en el comercio con las Indias Orien-
tales. Una «excesiva curiosidad» le había abierto las puertas de las
57. Naufragio frente al Cabo de Buena Esperanza cárceles portuguesas, pero sus paisanos habían conseguido su li-
bertad para ponerlo al mando de la pequeña flota.
1~ visita a_ !a ciudad de Lisboa, lo mismo si eran miembros de la Cuando Houtman, tras una travesía que duró varios meses,
«m~urreccwn»: que si podían acreditar su adhesión al soberano. llegó a Bantam fue apresado por los nativos. Los portugueses ha-
Fehpe 11 quena demostrar a esos «mendigos» y «pícaros» lo caro bían actuado con la mayor rapidez y precisión para deshacerse del
que .resultaba buscar pendencia a la poderosa España. La equivo- molesto intruso. Pero el holandés compró su libertad por un ele-
cacwn '!_el monar~a _fue absoluta. Los holandeses, al término de vado rescate y pudo continuar su viaje hacia las Malucas.
pocos a~os, constgu~eron hacerse con el comercio de la India Las enfermedades tropicales se propagaban en forma espantosa,
en cuyo ~tento habían fracasado los mismos ingleses. ' agravadas por el hecho de que Houtman no se atrevía a tocar los
En la epoca en q_:¡e se desarrollaba un floreciente comercio en- puertos ocupados por portugueses. Cuando regresó a su patria
tre Holanda Y Espana, establecióse Jan Huyghen van Linschoten tras veintiocho meses de ausencia, sobrevivían sólo 89 hombres de
como c~;nerCl~nte en Sevilla. En calidad de acompañante del obis- la tripulación de 249 que habían partido de Holanda. Pero se había
po partw hacta Goa, donde perman~ció cinco años. A su regreso conseguido derribar la barrera de protección hispanoportuguesa.
se detuvo dos años más en las Azores, de forma que en el preciso Los resultados económicos no fueron demasiado considerables,
momento en que volvía a su patria, en 1592, la guerra comercial pero, cuando menos, sirvieron para cubrir los gastos y los marinos
entre Holanda '! España alcanzaba su punto álgido. holandeses adquirieron una valiosa experiencia.
Su mforme, 1mpreso en 1595, se apoyaba en observaciones pro- Holanda entera volcóse en el negocio de las Indias Orientales.
246 247
Las sociedades crecían como hongos en Amsterda1n, Rotterdam, que la imaginación de los marineros poblaba de terribles mons-
Seeland. Los españoles andaban muy equivocados cuando creye- truos, gigantescas serpientes marinas, pulpos enormes y descomu-
ron poder bloquear el mercado asiático y el americano. Antes de nales peces espadas que, con la mayor ferocidad, atacaban a los
finalizar el siglo zarpaban anualmente 65 barcos de los puertos buques y los atravesaban de parte a parte. Tal navegación era,
holandeses en dirección a África, Asia y América. ¡Esto era una pues, una auténtica proeza marinera. , ,
~uténtic:a proeza! De vez en cuando regresaba alguna de las peque- El rey de España y Portugal, Felipe II, ve1a, lleno de ,colera,
nas flotas holandesas con sólo la mitad de sus barcos. El encole- cómo aquellos insolentes intrusos, cómo aquellos r~belde~ subd1tos
rizado océano se había engullido hombres y barcos, los españoles holandeses, irrumpían en el protegido ámbito asmtiCO _sin r~parar
en los sagrados derechos que sobre él tenían un reducido numero
de sociedades y, naturalmente, la propia Corona. .
En un comienzo creyó poder desanimar a los atrevidos nav~­
oantes mediante la prohibición de venta para toda Europa de sus
~ercancías, que consideraba las habían adquirido ~egalmente.
Ordenó de forma terminante a todos sus súbditos espanoles Y por-
tugueses que rompieran sus contratos con los holandeses e mclus~o
les prohibió que hicieran efectivas sus deudas. Con el es~aso nu-
mero de barcos que escapaban felizmente de todos los peligros no
podían llevarse a cabo negocios a gran escala. A la corta o a la
laroa los consumidores de la EurOpa Central tendrían que recurrir
de ~uevo a los verdaderos dueños de América. Puertos como Am-
beres y Amsterdam no podrían resistir mucho tiempo, pensó el
monarca español, si a sus comerciantes se les vedaba la, entrad~ a
Lisboa y Sevilla. Pero lo cierto es que con ello consegma tan solo
impedir a su propio país el comercio con el norte Y el centro
de Europa.
Amsterdam monopolizó el comercio. Así, salían anualmente
de su puerto 640 buques en dirección al mar Báltico cargados _con
58. M ozambique, el punto de apoyo más importante de Portugal en
África
paños flamencos e ingleses, utensilios de hierro, pescado, puntillas
y lino, y llevando además mercancías de ultramar, tales . c_o~o
especias, índigo, algodón y azúcar. Otros 80 barcos se du1g1an
habían atacado a los hol4ndeses, o se habían estrellado las naves hacia todos los océanos de la Tierra. .
contra un escollo desconocido. Los buques se veían obligados a El increíble progreso de este comercio tiene fácil explicación.
seguir rutas sin vigilancia, sortear puertos enemigos, buscando Los Estados Generales de Holanda no sólo dispensaban a los
nuevos caminos. Con tal motivo, se dirigió una flota holandesa, al navecrantes de todo impuesto, sino que, además, fijaban a los cap1~
mando de Olivier van Noort, por el estrecho de Magallanes y dobló tane; determinadas asignaciones. Para eliminar la mutua compe-
otra flota el cabo de Hornos. tencia las cinco sociedades que existían en aquella época se
No se atrevían a navegar por la concurrida· ruta que, partiendo agrup~ron en una «Alianza de las Compañías de las It;dias Orien-
de la Indonesia, cruzaba írente a Ceilán. Con tal motivo, enviaron tales» cuya carta de privilegios del año 1602 le conc~d1~, en.forma
los holandeses a sus barcos hacia el Sur, trazando un amplio arco expresa, el derecho de celebrar convenios co?- los prm~1pes mdws,
que comprendía el cabo de Buena Esperanza. En el curso de esta edificar fortalezas, nombrar gobernadores y ¡ueces y ahst_ar ~;opas.
travesía, descubrieron Australia. Estas pequeñas naves debían per- Se trataba, pues, de algo más que de una simple, ~sociacion co-
manecer largos meses sin tocar ningún puerto, surcando un mar mercial. Era una entidad semiestatal, un poder poht1co en manos
249
248
de auténticos comerciantes. Los jóvenes Estados Generales apor- cio con la tercera flota enviada por la Compañía de las Indias
taron sülo nn capital en acciones de 25.000 florines, pero en las Orientales y que estaba compuesta por once buques ba¡o el mando
épocas de guerra concedían a la sociedad protección militar, e de Cornelius Matelief. En este lugar fundaron los holandeses nn
incluso, si empeoraban mucho las circunstancias, llegaban a efec- sólido pnnto de apoyo de sus travesías a la India.,La isla Mauricio
tuarle préstamos de importancia. En las primeras décadas esta pro- había sido ya descubierta por los portugueses hac1a mucho t1empo,
tección ofrecía tan sólo un limitado apoyo; los marinos y nave- para ser luego abandonada. Poco despu~és llegaba a sus cos~as
gantes surcaban las aguas africanas y asiáticas por sus propios una cuarta flota holandesa de ocho nay¡os que transportaba m-
medios. Habían de tantear, con el mayor cuidado, la disposición cluso soldados, y que tenía la misión de defender el nuevo pun~o
en que se encontraban los indígenas y comprobar si contaban con de apoyo. Había llegado el momento de pensar en ;ma P.roteccwn
mercancías de las que se desprenderían gustosamente o, por el militar, ya que los portugueses y españoles se hab1an ahado para
contrario, si exigirían por ellas tan elevados precios, que harían expulsar a los intrusos de sus, hasta la fecha, md1scutldos. do_m.I-
imposible todo beneficio. Tenían que conocer las necesidades de nios. En Asia se desencadenó una auténtica guerr~. En un prmc1p10
cada lugar para, en el caso de que no bastaran los metales pre- la suerte fue adversa a los holandeses. Fracaso su ataque. a la
ciosos que ofrecían, poder pagar con mercancías. No existía nin- fortaleza de Malaca y los españoles expulsaron a sus comerc1~t~s
gún régimen político que exigiera para sí las ganancias de estos de Filipinas. Pero después se cambi~ron las torna,s. Al rec1b1r
arriesgados viajes con el pretexto de tener que conservar unas Matelief nuevos refuerzos de la metropoh, ~ons1gu10 ':encer a la
fortalezas, mantener una flota de guerra en funciones de vigilancia flota portuguesa frente a Malaca y acto segmdo bloqueo por com-
o haber de pagar los estipendios de un virrey. Los peligros eran pleto el puerto principal de los portugueses, G':a. En las playas
enormes, pero los beneficios estaban en consonancia con su mag- de Gibraltar sucumbió una flota de guer~a espanola ante los ho-
nitud. El comerciante arrostraba el riesgo, pero en cambio se em- landeses, cuya supremacía naval no volvio a ser di?C';t~da. El rey
bolsaba cuanto ganaba. de España hubo de ceder. Firmó en 1609 nn an:mst!C!O de do~e
Poco después de la fundación de la Compañía de las Indias años que suponía la absoluta libertad de comerciO. en toda ('s!a.
Orientales, enviaron sus directores a Asia una flota compuesta de Sólo en ¡ 0 que respecta a Europa quedó sujeto el mtercamb!O ,de
14 veleros al mando de Wybrand van Waerwyck. El almirante mercancías a] permiso del monarca español. Los holandeses habmn
consiguió del príncipe local la- autorización para construir, en conseguido un apreciable éxito. .
piedra, una factoría en Bantam. Desde allí partían sus barcos en to- Dos sistemas económicos absolutamente d1spares s~ encont.ra-
das direcciones, hacia Banda, Borneo, Siam y, finalmente, hasta ban frente a frente. Los portugueses, que no eran comerciantes, ~1no
la misma China. Ciertamente los holandeses no se atrevían a tocar funcionarios, defendían con la mayor ~enacidad ~~ monopolio e
los puertos de dicho país, pero como sea que los comerciantes chi- imponían a sus clientes de Europa precws y co~dic1on~s de pago.
nos visitaban las plazas vecinas, era muy fácil establecer con ellos Los expertos comerciantes holandeses, en cambiO, sabmn ~u.e las
relaciones mercantiles de las que obtenían gran provecho. ganancias de nn negocio dependen ante todo de las c~nd1c10nes
Entretanto, otra flota holandesa de l3 barcos a las órdenes de de compra. En tanto que los funcionarios de las colomas portu-
Van der Hagen cruzaba los mares con el objetivo de causar a guesas, en su calidad de procuradores del rey, esperaban ~anquila
los portugueses cuanto daño le fuera posible. Gracias a la temible y despreocupadamente a que los comerCiantes extran¡eros ~es
potencia de sus cañones consiguió firmar «tratados de amistad» ofrecieran sus mercancías, se afanaban los holandeses en la bus-
con los príncipes indios de la costa malabar, Calcuta y Cochin. En queda de ]os pnntos de origen de las especias para tratar en ellos
nna de las islas de las Malucas, llamada Amboina, conquistó Van directamente con ]os productores y campesinos ..compraban _a los
Hagen la fortaleza portuguesa y fundó en su lugar nna colonia plantadores de las Malucas en lugar de comerc1ar con los mter-
holandesa. Su vicealmirante, Cornelius Bastianenzoon, asaltó al mediarios árabes. Esto significaba un mayor esfuerz~, pero ~1
propio tiempo el fuerte portugués de Tidore, pero desistió, sin em~ beneficio era asimismo más grande. En 1610, o sea nn _ano despues
bargo, de constituir en ella un establecimiento de su país. En el de la firma del armisticio, poseían los holandeses fortm~s en Am-
viaje de regreso, en 1606, se encontró Van Hagen en la isla Mauri- boina, Ternate, Matchian y Batchian, que se hallaban situadas en
251
250
el mismo corazón de las islas Malucas. En Bantam y Dj akarta, la
actual Batavia, establecieron factorías. Los funcionarios portugue-
ses y españoles creyeron que todas las mercancías que se trans-
portaran de Asia a Europa les reportarían beneficios líquidos. No
se trataba más que de una pura ilusión, ya que incluso cuando las
mercancías eran conseguidas por el saqueo o la violencia, eran
abrumados con los impuestos para las colonias y el mantenimiento
"" blll de la flota de guerra.
~arc<trif((len !t~nm/ un~ ttunmc¡)r áu¡Q !Sinif((lettiXC)(crÍ Es preciso efectuar negocios saneados y sólidos. El robo y el
saqueo no tienen larga vida, por lo que debe renunciarse a ellos.
~~rri~t:~ hcc!a Mt ))mm La pequeña Holanda no se esforzó en absoluto en producir las
'J)ttrt' !>< (l)cj"n; Ullb J~"Ó .l\ci(rt'ij. mercancías que necesitaba Asia, limitándose, por tanto, a actuar
lDA<íro~~m &t!!tiíf<tl
como intermediaria y transportista. No podía rivalizar en la cons-
trucción de buques con aquellos países, como por ejemplo Dantzig
l¡)i:Al!et mdr(fu)úrbigflf fa¡lja¡¡ wcicljc ¡Qr.i:n/ aur 1\la~rm~ en el mar Báltico, que disponían de una mayor cantidad de ma-
rcvfc~Jnl6)f. 3•2rc&i5inba~ •6;7.1\Ufgc~c¡im.
dera, pero la fama conseguida en sus emFresas marítimas databa
tl?ic ~~
de muy antiguo, quizá de la época de la antigua Roma, alcanzando
Q:in,c f~19r9aftige Q.ieí(&~ci&ut1Q bt~ fúrnr6mtictt 6tdbtc/ Skd'ctt/ ~Dórf,r¡ con la Hansa alturas inigualables. Hvlanda obtenía pingües bene-
t.n~ ®6~1tfrt NrESi!ltt; fa fcff'F.m t('!rcr ~mr$ftmJeóí¡w,biffilit ¡.tWtfg(du:tiJ
6<l~unsm/6tmn¡'.ml[1nfri)<1fftm/'.'3trm~n~l!i!/~tld¡t~!unrr¡ · ficios sólo con el negocio de los transportes. Hasta los mismos co-
m"na uJ;~~rsltldí!ll."
:cr~w(rnt"ttlrr¡~a,vw

Wdd;cGA!Ieemit I'jo. l'¡.npffcriJ!lcfen: !J~tirlnen bie.fdl11d,m1ft€ij r_...:..-.)


merciantes portugueses de la costa malabar se veían obligados a
r~;t~tt'lg 61nt 1!-~nffti¡:!,ilbgeb!lt;>:lC:¡ g..;it;e~. ' .,...J'iil'i transportar sobre barcos holandeses las mercancías procedentes de
6lm~iíl\'(l las lejanas islas Malucas y de Java. Como consecuencia del ci-
tatrl¡ t'!!1 f?am jo~~ t'ir'¡liJOfJ t...ur.~DJi3t::l M 0.¡;:Jlt'fcf¡af; f)i.frt'>l'~'lcrw Ullt7#4'.tn~ tado transporte de especias de las Indias Orientales en todas direc-
ISt~tt~I!Cm In ].!.Qt~lt.
ciones, la venta de esta mercancía fue a parar, casi por su propia
313Mt'Sill1l3Wt"itm Tl1~~lt~immb~~ wrt;fírrt.'ll~ Lm dn iftlbtc~ :ftcif wrmqt,t.'~CT~IU! fll~~
inercia, a manos de los holandeses, quienes intervenían incluso en
el comercio con productos españoles y portugueses en los mares
del N arte y Báltico.
Los holandeses fueron los primeros en reconocer el comercio
mundial como a un conjunto unitario. Tan Sólo con el dominio de
todos sus sectores podía hacerse frente a la competencia. Por su
supremacía en el transporte mundial de mercancías, los holan-
deses estaban en condiciones de suministrar a América esclavos
negros a buen precio y conseguir con tales ventas los metales pre-
ciosos necesarios para el comercio con Oriente. Al poder ofrecer
mercancías en el este de Asia y disponer al propio tiempo de la
suficiente plata para efectuar sus compras, arrebataron a los por-
l!;<tn•<ftu®•of<!llt>urlli Jll(96tllQ;c¡ <.;luó,.IU1~JIUI•~·§dut!oa<ll~.!/ ~"" 1 09 c tugueses todos sus clientes. Y, por último, pudiendo los holandeses
59
· ti Portada d? '!!na PU?licación aparecida en Amsterdam en 1669 rela.- vender los productos asiáticos en mejores condiciones, consiguie-
va a un VtaJe a Chma de la Compañía de las Indias Orientales. ron eliminar a los pueblos ibéricos de los mercados europeos. Una
consecuencia se enlaza lógicamente con la siguiente como los esla-
bones de una cadena.
Según la opinión de los funcionarios portugueses y españoles,
252
253
sólo existía una posibilidad de aniquilar tal supremacía. Esta posi- esta ciudad y Lisboa había desaparecido. Entretanto, florecían
bilidad la brindaba la fuerza de las armas, la guerra. España no
renovó el pacto de armisticio. ¡Qué grave error! La superioridad
comercial de los holandeses estaba fuera de duda y de la misma
j Amsterdam y Londres. . .
Sólo con muchos reparos se habían atrevido los mgleses a In-
tentar el viaje a las Indias ()rientales bordeando el cabo de Buena
Esperanza. Sobre este particular tenían amargas expenenc1as. ~a
.

forma era superior su potencia naval a la de los portugueses y


españoles, ya que aquélla se encontraba respaldada por el poder primera prueba efectuada por el capitán Lancaster en 1592 dw
económico de la Compañía de las Indias Orientales. Ciertamente como resultado el naufragio de la pequeña flota. El mismo Lan-
1
no disponía Holanda, en Europa ni en Asia, de un ejército nu- caster regresó a Inglaterra, arruinado, a bordo de un navío fran-
meroso. Incluso en el siglo XVIII, cuando la Compañía se estable- cés. ¡Era mucho más remunerativo ejercer la piratería en las aguas
ció en Insulindia, no contaba Holanda, en ningún momento, con atlánticas!
más de 10.000 soldados, reclutados la mayor parte entre los indí- En 1592, los buques corsarios ingleses apresaron frente a las
genas y, por tanto, de escaso valor militar. Pero su potencia naval islas Azores al barco portugués «Madre de Dios», que efectuaba
era extraordinaria. la travesía a las Indias Orientales, consiguiendo con esta captura
Portugal y España cerraron de nuevo sus puertos a los comer- un botín de 140.00 libras esterlinas, lo que al cambio actual repre-
ciantes holandeses. Sin pérdida de tiempo Holanda procedió al 1 senta unos 450 millones de pesetas. Los ingleses encontraron a
bloqueo de Malaca y Goa, destruyendo cuantos buques de guerra bordo de este buque una descripción en latín del «reino de China».
o de la marina mercante enemigos se ponían a su alcance. ¡Era Este documento aparecía cuidadosamente envuelto en una tela
preciso que Lisboa acudiera en su auxilio con el envío de una estampada y fue hallado dentro de un cofre de madera de sándalo
nueva flota y un nuevo virrey! Los holandeses echaron a pique como- si se tratara de un codiciable tesoro·. Los ingleses quedaron
durante la travesía a tres de los buques de refuerzo. El virrey asombrados de la organización de estos viajeros, que disponían de
quedó tan impresionado 'por esta superioridad militar, que, con la «carraca», uno de los tipos más perfeccionados de galeón Y
la mayor urgencia, aconsejó a su rey que, sin esperar a más, fir- cuya capacidad de carga era de 1.600 toneladas. ¿Resultaría quizá
mara la paz con el temible enemigo, aun a costa de conceder la provechoso a los mismos ingleses efectuar la travesía de las It;dias
total libertad de comercio. Orientales? Pero en cuanto partieron hacia Asia, la desgracia se
Su consejo no fue atendido. Lisboa no podía ni quería ceder. cebó nuevamente sobre ellos. La reina Isabel entregó a los barcos,
Los holandeses atacaron entonces las fortificaciones portuguesas que habían sido equipados para el viaje por sir Robert Dudley,
de Ormuz en el golfo Pérsico y un año más tarde hicieron lo una carta de recomendación dirigida al «gran emperador de la
mismo en Bombay. Portugal, por su parte, mantenía sus posiciones China». Pero este mensaje no llegó jamás a su destino. Todas las
en el continente, y el intento de los holandeses de conquistar los naves fueron destruidas por una tormenta. ·
puntos claves de la costa africana, que se hallaban débilmente Los tenaces británicos no se desanimaron. El lord mayor de
guarnecidos, no se vio coronado por el éxito. Pero ¿qué utilidad Londres se unió a :un grupo de aristócratas para suscribir un capi-
tenían estas fortificaciones al encontrarse desconectadas de la me- tal de más de 30.000 libras esterlinas que sería dedicado a la finan-
trópoli y sin disponer de tráfico comercial alguno? Los holandeses ciación de una empresa comercial con las Indias Orientales. Una
impedían el paso a todo buque. tercera parte de los suscriptores habían ya participado en la Socie-
En 1641, después de diez años de bloqueo, asaltaron los holan- dad de Levante, y el mismo Soame y quince directores eran miem-
deses Malaca. Las tropas europeas, a consecuencia de las enfer.. bros de la misma. Sin la experiencia del comercio en el Medite-
medades tropicales y del hambre, se habían reducido a un centenar rráneo no se hubieran atrevido los británicos a emprender la
de hombres. Al mismo tiempo, el desarrollo militar de la propia aventura de las Indias Orientales.
Holanda no había sido muy brillante, ya que contaba con sólo Por fin, el 31 de diciembre de 1600, fue promulgada la «carta
1.500 hombres en campaña, que era el mismo número de que dis- de privilegios» por la que el comerciante de la Sociedad de Le-
ponía su aliado el rey de Johore. El bloqueo de Goa continuó. vante, Thomas Smythe, era nombrado «gobernador de los com~r­
Cuando por fin, en 1645, se concertó la paz, el comercio entre ciantes londinenses que llevan a cabo el comercw con las Ind1as

254 255
sigo los comerciantes 10.000 libras en metálic~ y mercancí~s. por
Orientales». No se trataba de una sociedad con capital fijo, sino valor de otras 1.000. El capitán de la flota, M1dd!eton, rec!b!O el
de la unión de varios comerciantes a los que se les otorgaba el encargo de interesarse más por la compra de especm? .r~:as, ta1e_s
monopolio del comercio con el citado país. Cada miembro era como clavo, canela y nuez moscada, que por la adquiSICion. de pi-
libre de participar, en la proporción que escogiera, en uno o más mienta. Con tal motivo se dirigió desde Bantam a An;boma, en
viajes y la liquidación de cada viaje se haría por separado. Existía, las islas Molucas, donde en un principio entabló favoraoles ~:gow
sin embargo, la obligación de eíectuar el negocio siempre con la ciaciones con los portuaueses.
b
Pero, sin previo aviso, • apareciO
l la
coparticipación de otros asociados. flota holandesa que conminó al gobernador portugues a _a ren-
La necesidad de tales medidas quedó demostrada con la liqui- dición, prohibiendo tajantemente a los ingleses el comercio con
dación del primer viaje. El capital suscrito en tal ocasión ascendió a la isla.
alrededor de las 68.000 libras esterlinas, de las que se emplearon En Tidore y Ternate los británicos pudieron efectuar buenos
40.000 en la preparación de las naves. Lleváronse, pues, consigo negocios, hasta que apareció la flota holandesa n~evamente Y ~os
21.000 libras esterlinas en metálico y mercancías por valor de 6.860. obligó a proseguir el viaje. Los holandeses atemon_zaban a _l~s m~
Pero los beneficios brillaron por su ausencia. Los resultados fue- dígenas de tal forma, que la pobre gente no se atrev1a ~ summ1~trar
ron negativos y los suscriptores del viaje hubieron de sufragar especias a los ingleses a pesar de los espléndidos preciOs que estos
posteriormente las pérdidas, que ascendían de 4.000 a 5.000 libras. se encontraban dispuestos a pagar. Con todo, regresaron los _tres
Se presentaron incluso dificultades para la liquidación de las barcos de su travesía, que había durado dos años, con tal ~antrdad
pagas adeudadas a los marineros. A pesar de todo y abarrotados de mercancía, que los participantes en ambos viajes obtuvieron en
de mercancías, regresaron a Inglaterra los cuatro barcos que ha- total una ganancia del 95 por ciento del capital desembolsad?,
bían emprendido el viaje, entre los que se encontraba el hermoso incluso habida cuenta de la pérdida del cuarto buque que componia
navío de 900 toneladas «Dragón Rojo», al que la tripulación había la flota. Era, pues, evidente que los riesgos quedaban compensados
querido abandonar. con los beneficios.
Pero Londres no era el puerto adecuado para la venta de es- Londres se esforzó con la mayor actividad en llegar a ser el
pecias. El mercado interior no tenía suficiente capacidad para con- mercado europeo de venta de las especias tropicales. Las expor!a-
sumir grandes cantidades de especias que, por ello, sólo serían ad- ciones tenían luoar sin las exigencias del pago en plata que hablan
quiridas a precios muy reducidos. Hacía ya algunos años los entorDecido has'ta entonces las relaciones comerciales. Pero los
holandeses habían vendido allí la pimienta a ocho chelines la libra, accioñistas de la Compañía de las Indias Orientales se mostra~~n
pero, entretanto, este precio había descendido a dos chelines. En- descontentos. El segundo viaje efectuado a partir de_ la co;tc:esiO~
tonces, ni siquiera en tales condiciones se encontraban sufi- de la carta de privilegios había constituido un apreciable, e::Ito t:-
cientes compradores. No sabemos con exactitud la cantidad total nanciero, pero e~ comercio in_glés con _las India~ ~~a tod~v1a Insufi-
de mercancías que transportaron estos buques, pero tenemos ciente. ¿No pod1a ofrecer Onente meJores posibilidades. ,
noticia de que sólo el «Ascensión» llevaba a bordo 210.000 libras El comerciante de la Sociedad de Levante, Midnall, canto cosas
de pimienta, 1.100 libras de clavo y 6.030 de canela. maravillosas de su arriesgado viaje que le llevó a Agra, pasando
Sin embargo, el mayor desengaño lo tuvieron los británicos al por Kandahar y Labore. En aquel lugar entregó al emperador
comprobar en su primer viaje que los pueblos orientales rechaza~ rnon cro] Akbar el Grande las joyas y los 29 caballos pura sangre
ban los productos ingleses. En aquellas cálidas tierras no tenían que bcon esta intención había traído consigo d~ ~~rsia. En su
los tejidos de lana, que eran todavía entonces el artículo más deci- calidad de embajador de la reina de Inglaterra sohciLo al monarc:a
sivo de la economía inglesa, aceptación alguna. asiático que concediera a sus compatriotas la lib~rtad de comerciO
Por esta circunstancia, sólo se aventuraron los comerciantes en toda la India, y exigió además, de forma termmante, el derecho
de Londres a equipar una segunda flota, con el objeto de salvar a atacar en todo momento a los barcos y pue~tos _portugue~;s,
las existencias que tenían aún almacenadas en Java. De nuevo se absteniéndose las autoridades indias de cualquie~ mtervencwn.
suscribieron 60.000 libras esterlinas, de las que se gastaron 48.000 Esta peligrosa exigencia amenazó romper la armoma de las nego-
en la preparación de los barcos. Al hacerse a la mar llevaban con~
257
256 1 7 . - HISTORIA DEL CD:\rERCIO
ciaciones, pues los funcionarios del Gran Mongol no deseaban ene- promet 1'do M"d U Hawkm· s hablaba el turco. correctamente, opor
1 na . ·
mistarse con los poderosos portugueses. lo ue udo realizar una labor segura y ef¡caz_ hasta cons~oulr
Midnall, sin embargo, se mantuvo firme. En el curso de una q lp . "n de la corte y establecer amistosas relaciOnes
vencer a opos1C1o .d 1t 0 a su
entrevista personal con el Gran Mongol (pues el inglés hablaba el con el emperador Jahangir, que ha~ía sucedl o en e r~~rantizó
idioma persa con fluidez), consiguió la firma de un pacto que, de padre Akbar, recientemente fallecido. El emperador b

manera positiva, cumplimentaba sus deseos. Las intrigas de los


portugueses en la corte de Akbar el Grande no lograron impedir la
consecución de este éxito. Los directores de la Compañía de las
Indias Orientales examinaron con el mayor cuidado su informe es-
tudiando con detenimiento su audaz propuesta de establecer un
activo comercio en la India que no se limitara a ofrecer los tejidos
de lana inglesa, sino que se dedicara a la compra y venta de
mercancías indias o a su cambio por especias en la isla de Java.
La idea fue aceptada con todo entusiasmo, pero como sea que las
exigencias de Midnall parecieron excesivas a la Compañía de
las Indias Orientales, no le tomó ésta a su servicio.
De nuevo partió una flota inglesa hacia Asia con el objetivo
de extender las relaciones comerciales. Llevaba consigo una con-
siderable cantidad de mercancías con un valor en total de 7.280 li-
bras esterlinas, a las que debían añadirse 17.600 libras más en efec-
tivo. Tras un año entero de navegación alcanzaron los dos buques
de mayor tonelaje la isla de Socotora, en el mar Rojo. Uno de los
barcos, que ya conocimos con el nombre de «Dragón Rojo», tomó
rumbo a Bantam, en Java, y el otro buque, (<Héctor», al mando
de Hawkins, se dirigió a Surate, al norte de Bombay, que era
entonces el puerto de mayor importancia del Imperio mongol.
Ciertamente era difícil atravesar el banco de arena que se 60. Confección de los tejidos de seda en el siglo XVI
encontraba a flor de agua, pero estas dificultades técnicas carecían
apenas de importancia ante las dificultades de orden político crea- solemnemente al británico los privilegios solicitados por los in-
das por la hostilidad de las autoridades indias a las que coaccio-
naban los portugueses. El proyecto abrigado por los ingleses de gleses. 1 t g ses
Los funcionarios del litoral indio, por temor a os por u ue
establecerse en el mismo corazón del comercio portugués, entre 0
sobornados por éstos, se mostraron mucho me~os ~ompl~c1ente~
sus puntos de apoyo de Goa y Diu, era completamente ilusorio. ue su emperador. Evitaban por todos los medws mcurnr en e.
Sólo a regañadientes consintió el gobernador indio que los bri- ~nojo de Portugal cuyo poderío militar era cada vez mayor. Pero
tánicos vendieran sus mercancías, pero les prohibió con la mayor su terminante co~minación a la flota inglesa para. que aba~donara
severidad su establecimiento en el país de forma permanente, las costas indias sin haber conseguido s_us propÓsitos, agoto la pa-
escudándose en el pobre pretexto de que sólo el emperador mongol ciencia del almirante británico, qu1en s1tuo a sus _bu9-ues frent~ a
tenía atribuciones para conceder un permiso de tal naturaleza. Aden y se dedicó a la captura de cuantos buques md10s se poman
Hawkins adoptó una súbita resolución. Dejó en Surate a un a su alcance. Esta decisión perjudicaba a su v.ez a l~s turcos, que,
factor llamado William Finch y regresó a Agra. En el ínterin establecidos en Egipto y Siria, percibían aprecmbl<:_s, mgre~os ¡"~ua­
había enviado a su buque <<Héctor» a Bantam. En un comienzo~ neros del tráfico por el Mediterráneo. La Compama de as n 1as
se hizo pasar en Agra por el embajador inglés cuya llegada había Orientales estaba precisamente en tratos con los turcos para la

258 259
- 1 · ·an a su imperial
firma de un convenio mercantil por el que se declararan libres Orientales de las buenas re!acwnes que e um _ 1 1
todos los puertos del mar Rojo y, en especial, el puerto de Moka. anfitrión, ~or lo que el rey J acobo I envió un ~ensaJe pers?~~it~s
En Indonesia se malogró la antigua confraternidad entre Ho- <tcrran rey del Japón» en el que le rogab~ concedtera a sus s~u 1613
landa e Inglaterra. Los holandeses se dieron cuenta de la peligrosa f:cilidades para el ejercicio del comerc10. Cuando en el ano d
competencia de los británicos, a los que, por otra parte, desde el el barco «Clove)), que llevaba a bordo a Saris, ~1 representan~e e
concierto de su armisticio con Portugal, no necesitaban ya mili- la Compañía ' llegó al puerto de .Hirado, · ·, A
los ¡aponeses pulls¡erlon
sar de e o as
tarmente. Con amenczas de severos castigos prohibieron a los abo- inmediatamente una casa a su. dtspostclon. p~ . ~esto
rígenes el comercio con otras naciones europeas. Las protestas telas de lana inglesa eran vendtdas con mu':_ha d1flcultad, P de
de los embajadores británicos al gobierno holandés en La Haya que todo el país estaba inundado de los panas portugueses \ b
no dieron resultado, ya que la Compañía de las Indias Orientales Holanda Además, la colaboración entre Sans Y el an_tlguo ?d 0
holandesas no permitía la intervención de su propio gobierno en de mar A.dams no discurría por amistosos ca~ces. Sa~1s co_nsl e-
sus negocios. Sin embargo, los tenaces ingleses no cedieron, e raba a Adams que en el ínterin había contrmdo matnmonlod con
intentaron, una vez tras otra, conseguir sus propósitos. En Ayu- una japonesa, 'como un «japonés naturalizado», Y a su vez_ a?;s
thia, la capital del Siam, situaron los ingleses un establecimiento encontraba al recién llegado inculto y mal educado. Esta situa~wn
propio exactamente al lado de las dependencias de los holandeses, se agravó al suro1r . dtspan
. "d ad d e cntenos
· · en t r e ambos comercian-
quienes demostraron su desconfianza y desagrado por tal hecho. tes Adams ma;tenía relaciones amistosas con los holandeses, en
El comercio de Siam con China y el Japón se veía notablemente ta~to que el inexperto Saris los trataba sólo como a molest~s co~­
afectado por las complicaciones bélicas entre ambos países, pero, petidores. Las relaciones comerciales de Inglaterra _con e_ Japfn
a pesar de todo, aún era posible encontrar en Siam grandes par- no fueron muy duraderas. La Compañía · , ·
de las Indias Ondenta es
Holanda to as sus
tidas de seda y porcelana, así 'Como palo campeche o madera de l b
retiró, durante la guerra entre os ntam,co~ y . 'ooo rbras
Pernambuco, madera de áloe, benjuí, canela, pieles y cueros. factorías del país asiático, en el _que hab1a mverttdo 40. 1 '
Cuando dos comerciantes holandeses inidaron la organización sin apenas percibir nada a cambw. . . h bían
de la Compañía de las Indias Orientales inglesas y el comercio Desde tiempos remotos los comerctant~s chm~s. se a vez
británico en las costas de Coromandel, les impidieron los holan- dirioido al Japón a Siam, e incluso a Java, sm permltl~, a s~ E'
deses el acceso a las plazas del litoral indio donde estuvieron asen- el e~tablecimient'o de colonias entranjeras en ~u prop10 P~1 S· s
tados sus establecimientos. Las autoridades indígenas del interior, cierto que los portugueses podían. intercarn~Iar~ ~e.rcanc~~tr~f.
por el contrario, mostraban su satisfacción al poder comerciar con Macao, ero este comercio estaba SUJeto a un ,ngu_J._ ostslmo e . , .
otros europeos que los holandeses, cuyas prerrogativas eran exce- En los ~ños 1604 y 1607 los holandeses habwn mtentado, 1:'-Utl}-
sivas. Concedieron de buen grado permiso a los ingleses para fun- mente enviar su flota a Cantón. Cuando er: 1620 bel buqu; mglleass
dar una factoría en Petapoli, así como les autorizaron a vender sus • , d B t a Japon em arranco en
<< Unicorn», en su travesta e an am . ' . d d de la
tejidos de lana y a comprar, en grandes cantidades, algodón y es- costas chinas, se mostraron compre~sivas las ~l!-ton a e: ueñas
tampaáos que podrían ser colocados con la mayor facilidad en l r dad Los marinos ingleses pud¡eron adqmnr dos p q
Java, en Patani, en la península de Malaca, lo mismo que en la ~~:e~ pa~a embarcar la tripulación del buque nau~ag:~o, ~e~~
zona del mar Rojo e incluso en Inglaterra. Portugal y Holanda h. · de nuevo a la mar sin ser molestados en a so u o. b
dominaban el comercio con el Japón. A bordo de un buque holan- c~~;{~~ó prohibido el ejercicio del comercio. Los h~l~nc:Ieses -~­
dés se encontraba también un sci"bdito británico llamado Williams servaban con creciente disgusto los éxitos de los bntanlcos. ~ e
Adams que fue desembarcaáo en las costas japonesas, donde hubo , dios se habían valido los ingleses para llegar a ~orntnar
de permanecer. El Schogun que entonces gobernaba el país le con- que me . d" J7 Hasta fines del siglo XVI el comercw exte-
el comerciO mun 1a · ¡ sólo des-
cedió su protección y le encargó que construyera una nave según rior inglés se encontraba en manos de_ los a emanes, y mberes
modelo europeo y que fue, posiblemente, el primer barco de quilla ués los británicos compraron las especias a Holanda, en A_ 1s
que se fabricó en el Japón. Adams había informado, en repetidas
P . Q é derecho tenían a hacer la competencra a ?
y Amsterdam. L u . , dT il de la lucha cornun
ocasiones, a Inglaterra, por conducto de la Compañía de las Indias comerciantes holandeses? En la epoca 1 te
261
260
contra España, los artesanos holandeses se habían dirigido a In- Indonesia, que era el país de orig~n de las auté-?tic_as y ·valiosas
glaterra, traslad_ando ~us depósitos de los amenazados puertos de especias, y la desembocadura del Rm, donde se. d1stnb~1an a todo
Holanda a la cmdad Inglesa de Emden. ¡Mientras se necesitó la Centroeuropa las mercancías procedentes de As1a. Pose1an la clave
ayuda en alta mar de los barcos de guerra ingleses era preciso pa- del comercio entre Oriente y Occidente, y tres cuartas par~es de
sar por alto muchas cosas, pero ahora todo había de terminar! los buques que a mediados del siglo XVII cruzaban los oceanos,
Holanda dominaba los mares y se aprestaba a ajustar las cuentas ostentaban los colores rojo, blanco y aznl de la bandera holandesa.
al peligroso rival. Para aniquilar esta supremacía, prohibió Cromwell en su <<Acta
Una noche del año 1623 atacaron los holandeses a la pequeña de Navegación» la importación de mercancías en barcos que no
colonia inglesa de Amboina, con el pretexto de que los británicos navegaran con pabellón inglés. En la encarnizada guerra naval pu-
habían incitado a la rebelión a los indígenas de la isla de Ceram.
Sin más preámbulos, los comerciantes y colonos fueron acusados
de alta traición y ajusticiados allí mismo.
Por toda Inglaterra corrió un escalofrío de terror. El rey Ja-
coba I no se atrevió a proceder contra los poderosos holandeses y
encajó el golpe en silencio. Los comerciantes ingleses abandonaron
I?donesia, que se convirtió en una ilimitada posesión holandesa,
libre de toda competencia, y en la piedra angular del comercio
holandés con Asia, a la vez que constituía el auténtico filón de
oro de la Compañía de las Indias Orientales. Batavia se encon- 61. Viñeta de la descripción de un viaje de la Compañía de Zas Indias
traba bajo las órdenes del gobernador general. Los holandeses se Orientales.
in~talaron en este miserable lugar pantanoso, sofocado por el tó~
rndo sol de los trópicos y cuya atmósfera estaba siempre húmeda
y bochornosa. Edificaron las casas al estilo de la metrópoli y sns dieron medirse los ingleses con Holanda, pero no consiguieron des~
resid~ncias eran sólidas, macizas, aseadas. Daba gusto contemplar truir su superioridad comercial.
sns pmtorescas fachadas y sus pardas cubiertas de tejas y cómo La guerra que desencadenó Luis XIV transformó el panorama
en sus ventanas relucían cristales y postigos. Algunos canales político de Europa. Inglaterra, tras la _caída de los Estua;do, se
cruzaban la ciudad, por lo que recibió el nombre de «la Venecia convirtió en aliada de Holanda, constituyendo ambos pmses. un
indonésica». frente común <;entra España y Francia. Floreció de n~evo la prra-
Los ingresos de la Corona portuguesa descendieron vertiginosa- tería. Con la mayor ferocidad se arrojaron los corsanos, ~ucane­
mente cuando las especias indonésicas llegaron a la India en ros y filibusteros sobre las posesiones españolas de las Indias Oc-
cantidades muy reducidas y a precios exorbitantes. En definitiva cidentales, capturando todos los buq~es que surcaban aquella~
la prosperidad de Calcuta y Ceilán se apoyaba más en el comercio aguas. De igual forma saquearon los prosperas puertos de ~anam~
de mediación, que en sus propias cosechas de pimienta. Incluso y Santiago y se establecieron en las islas del Caribe. Jamalea ~aso
errando los ingleses se interesaron vivamente por el algodón y el a poder de Inglaterra. ¿Para qué ejercer el fatigoso comerci? Y
azúcar, no se enriquecieron estas ciudades porque la competencia dedicarse al tráfico de mercancías, cuando de forma tan sencilla,
de algunos países, como Brasil, era demasiado dura. El camino ~on el simple uso de la fuerza, podían acumularse grandes fortu-
que conducía a Asia bordeando África era excesivamente largo nas? El comercio de contrabando alcanzó gran aug~. En todos ~os
para estas mercancías de consumo, que, además, podían encon- lugares los piratas tenían agentes que _les den~nc1aban la sah~a
trarse en las plantaciones de la otra orilla del océano Atlántico. de. aquellos buques cuya captura era mas. codiCiable, y, en }a mis-
A los orgullosos comerciantes de Amsterdam no les preocupaba en ma América, a pesar de que en todo s,u ht?ral apenas ~ab1a otras
absoluto que sus competidores se establecieran en las Indias, pues colonias que las españolas, existían comphces sm conc1e17c1a que
estaban en sus manos los dos centros vitales del comercio mundial: se hacían cargo de los objetos robados para venderlos mas tarde.
263
262
Los esclavos negros que capturaban de los buques apresados eran
asimismo vendidos en el Nuevo Continente. Los ingleses empeza-
ron a cultivar, en la región sur de Norteamérica, la planta del
tabaco. Al firmarse la paz, la flota de guerra inglesa, secundada
por sus antiguos enemigos, los españoles y los franceses, restable-
ció el orden en los mares de las Indias Occidentales.
Esta tarea no fue sencilla, puesto que los crueles piratas de la
época se dieron cuenta, con toda claridad, de que las cartas de
privilegio reales babían perdido su valor y de que el mundo ya
no pertenecía a los osados aventureros, sino a los comerciantes
pacíficos, que sustituían la violencia por el derecho. Los nidos de
piratas fueron limpiados uno a uno, y algún bandido recalcitrante
terminó sus días suspendido de la verga de un navío de guerra.

11 Papel moneda,
ilusiones y
grandes especulaciones
.,. 1

"

264
Los pescadores franceses quedaron estupefactos al contemplar
las hermosas pieles de castor. Por un par de cuchillos o un par
de hachas entregaban los indios, gustosamente, un centenar de
.aquellas valiosas piezas por las que se pagaban en Europa elevados
precios. Toda persona que se estimara en algo debía ir tocado con
un sombrero de piel de castor, y así, desde La Rochelle, se dirigían
estas prendas, no sólo a los fríos países del Norte y de Oriente,
sino también hacia España, Brasil e incluso hacia Africa. Los indios
no estaban ya eli condiciones de abastecer toda la demanda, puesto
que al poco tiempo se exterminaron los castores que vivían en las
costas. Fue preciso adentrarse mucho en el país en busca de luga-
res donde estos animales no habían sido perseguidos todavía.
Los tratantes de pieles franceses recorrían los extensos bos-
ques de N orteamériéa dispuestos a celebrar pactos con los indios
que les suministraran mercancías, y dispuestos también a luchar
contra los que se opusieran a su paso. Siguiendo las huellas de
los comerciantes, aparecieron algunos colonizadores que se esta-
blecieron en los inmensos territorios que estaban completamente
despoblados, pero, durante mucho tiempo, fue muy pequeño el
número de estos primeros colonos. Entre los años 1611 y 1627 sólo
llegaron al Canadá dieciocho familias. El cardenal Richelieu de-
sistió del ambicioso plan que proporcionaría a Francia un poderoso
imperio colonial. Las guerras que asolaban Europa y las luchas
intestinas del propio país absorbían por completo la atención de
los franceses.
Pero cuando las vecinas naciones, Inglaterra y Holanda, se en-
riquecieron en el comercio con Asia, el gobierno francés despertó
de su letargo. ¿Acaso Francia no estaba en condiciones de orga-

267
hermosa favorita del rey, Agnes Sorel. A, causa de esta infame
nizar un provechoso comercio mundial? Tenía en sus manos una Calumnl ·a el desao-radecido soberano mando encerraran a Jba~ques
f' ·' d s renes
Coeur en una mazmorra y ordenó ~a con rsca~I??- e su
Algún tiempo después consiguió huir de la pn~IO.n. __La muerte 1
~
· b
baza decisiva para luchar contra la competencia: su desarrollada
industria, que abastecía el mercado de consumo interior. Francia
contaba, aproximadamente, con 15 millones de habitantes y sus encontró en la isla de Chíos como capitán de dr~cisers galeras que
fábricas producían, en especial, artículos de lujo, tales como finos el papa había enviado en su auxilio ~ Rodas. Ciertamente no. er~
tejidos de lino, encajes, tapices, muebles suntuosos y artísticos en aquella época Francia el lugar mas adecuado para comercran
cristales. Estos artículos eran de fácil venta en la zona del Me- tes de esta talla. .
diterráneo. Francia importaba de Siria telas orientales y gran ¡Pero sobre Francia circulaban ahora v,Ientos ,de renovación!
cantidad de especias, compraba a Chipre azúcar y a Egipto algo- El joven rey Luis XIV deseaba para su pa1s no solo la grandeza
dón y marfil, interesándose también por las pieles de Rusia. Los
pueblos orientales, por su parte, adquirían principalmente tejidos
de seda de Lyon y paños de lino y de lana del norte de África.
Por lo general este comercio se encontraba en manos de los
genoveses y venecianos. Los comerciantes franceses estaban en
minoría. El ejercicio del comercio era despreciado por los altivos
cortesanos y no era un hecho muy infrecuente el que alguna
envidiosa intriga ocasionara la ruina de un comerciante, tal como
le sucedió al gran Jacques Coeur, que acabó perdiendo su inmensa
fortuna y su libertad. J acques Coeur fue el fundador del comer-
cio francés con Oriente. Personalmente se trasladó a Damasco y
Orla artística de un atlas francés del siglo XVI.
organizó la importación a esta plaza de productos franceses, paños, 62.
puntillas, armas, objetos artísticos de oro y plata, que hasta en-
tonces habían sido vendidos, en exclusiva, por comerciantes ita- militar, sino también el poderío económico: Su minis:ro Colbert,
lianos. Compró después en Siria mercancías de Oriente, con las en su célebre memoria ((Sobre el comerciO», del ano. 1664, se
que también los italianos habían conseguido en Francia pingües mostró decidido partidario de la fundación de una soc1edad que
ganancias. En pocos años se enriqueció de tal forma, que estuvo expl;tara el comercio con las Indias Occidentales Y On~ntales.
en condiciones de abrir un crédito a los Caballeros de la Orden El padre y el· abuelo de Colbert habían sido fabncantes ~e
de San Juan de Rodas, e incluso pudo hacer lo mismo a la opu- paño a la vez que comerciantes, en la c1udad de Rerms. Pero, ~.r
lenta Venecia. des~acia, el famoso político veía las cosas, ante todo, .en su e I-
Durante la guerra contra Inglaterra fue llamado, en 1436, por dad de ministro de Estado. Así estimaba que la segunda~ era lo
el soberano francés a la dirección de la política monetaria del más importante. El comercio francés debía ser protegrdo por
país. Cuando el rey Carlos VII, después de la liberación de Ruán, 1~; ma;ina de guerra y el poder político facilitaría la entrada a los
hizo su triunfal entrada en esta ciudad, cabalgaba el comerciante mercados más inaccesibles. . .
inmediatamente después del monarca. Su política financiera y la Las acciones de la nueva sociedad no se sus_cnb1eron por los
importancia de sus créditos fueron la base de la victoria de las pequeños comerciantes, sino por los grandes senores, a cuya c:_a-
armas francesas. Los buques de su propiedad que cruzaban el beZa figuraba el propi·o rey, al que seguían los cortes.ano~, los ans-
Mediterráneo en todas direcciones se contaban a centenares y tócratas y, en último lugar, los recaudadores de contnbucwn~s, que
poseía establecimientos en las más importantes ciudades fran- deseaban gra._"'1jearse las simpatías del manare~. Para actlvar l.a
cesas. Tenía más de 300 empleados a su servicio. Jamás nadie exacción de privilegios especiales o de determm_adas prer~ogatl­
hasta entonces había poseído, particularmente, una fortuna tan vas 110 bastaba la suave presión de la complacencia o d~l disfavor
inmensa. Esto provocó la envidia de los cortesanos, que propa- real. ¿Acaso no eran. seductoras las fabulosas ganancras de los
laron el rumor de que el comerciante había envenenado a la
269
268
holandeses y de los británicos? Con la aynda decidida del sobe- gastos de importancia y proporcionan muy poca gloria. A _I~s so-
rano aumentaban las posibilidades de acumular riquezas todavía ciedades <<del rey> no las inspiraba, por lo general, el espmtu de
mayores, pues podía ganarse con la mayor facilidad en España la lucro y, sin embargo, habían de ejercer el comercio y estaban
cantrdad de plata que era exigida para el pago de las especias en obligadas a distribuir dividendos. Sus empleados se pres.er::aban
Asia. En la península Ibérica disminuía el número de ovejas lo· con la fastuosidad que correspondía a su elevada posicron, Y
que repercutía en la industria lanera. Al mismo tiempo aument~ba establecían fortalezas en Canadá, en África y en la India para
la demanda de los finos tejidos de lino y de las elegantes piezas garantizar la influencia de su país. Se prescup.aban de mante:'e'
de seda y de lana, por lo que los beneficios que obtenía Francia la moral y las buenas costumbres, constrman Iglesias Y palacws,
en el intercambio con aquel país eran cada día más cuantiosos~ organizaban una meticulosa administración e inch~so se rodeaban
Colbert calculaba con que todas las mercancías francesas serían: de una ceremoniosa corte. Todo ello exigía cuantiosos gastos, de
pagadas con la plata procedente de las minas de América. los qne habían de responder los accionistas.
La realidad fue, sin embargo, otra. Los españoles no se avi- Por otra parte, la compra de las mercancías no dependía, en
nieron a pagar las importaciones de Francia exclusivamente con exclusiva, de los precios de las mismas, sino que entraban en con-
plata, pues deseaban a su vez obtener pingües ganancias con la sideración otras circunstancias, tales como los deseos de algunos
venta de sus excedentes agrícolas y de sus productos industriales. influyentes personajes, los intereses de los productores franceses
Todos los países de aquella época se esforzaban en impedir la o bien los propios planes del gobierno. El señor ministro, de cuya
salida de sus metales preciosos, ya que temían que esto provocara benevolencia o estado de humor dependía la existencia de cada
la ruina del comercio interno de la nación. La teoría del mercan- uno de los establecimientos, se preocupaba, sobre todo, de dirigir
tilismo er~ de!endida tanto por los políticos como por los hom- la compra y la venta de las mercancías, indicando cuáles habían
bres ?-e ciencia. Los mo_tivos son fácilmente comprensibles. Se de ser objeto de importación o, por el contrario, qué productos
necesitaban metales preciOsos para comprar especias a la India: serían exportados. Pero ((se incurría en su enojo cuando se l.e
Y al sudeste de Asia. La compañía semiestatal fundada por Col- molestaba con superfluas informaciones sobre precios y benefi-
bert pretendía también enriquecerse con la importación de estas cios». ¿Quién podía atreverse a comprar a la competencia, a los
e?pecias, pero sus funcionarios no se daban cuenta de que Fran- ingleses y holandeses, mercancías que se fabricaran también en
Cia no gozaba de la exclusiva del suministro de mercancías a Francia, con el simple pretexto de que se ofrecían a precios más
E.spaña ~ que, por tanto, podía ser paralizada la importación en reducidos que en el propio país? ¿Quién osaría vender armas a
drcho pa1s medrante elevados impuestos aduaneros o con la crea- los salvajes iroqueses, enemigos encarnizados de su rey, sólo por~
ción _de severas prohibiciones. Por último, España empleó sus exis- que con ello se podían conseguir pieles de castor a bajos precios?
tencras de plata en la compra de especias, y los holandeses y bri- ¿Acaso no sería éste un medio pacífico para llegar a un acuerdo?
támcos opusieron una viva-resistencia a que prosperara la tentativa. En las altas esferas francesas se opinaba de forma distinta. Los
francesa de, ~poderarse de todo el metal argentífero del país ibérico. rebeldes tenían qne ser vencidos con la fuerza de la violencia.
~os poht~cos franceses pensaron, en un principio, obstaculizar· Colbert achacaba la escasez de las ganancias a las guerras qne
las lillportacwnes y fomentar la exportación de los productos del. su monarca reñía en Europa. Hasta cierto punto tenía razón el
país. La compañía montó una complicada organización con el ministro. Las flotas enemigas limpiaban de buques franceses las·
objeto de llevar a cabo su arbitraria política, que no descansaba en aguas del océano. En el año 1702 no se atrevía ningún marino a
su superioridad económica o en la limitación de sus precios, sinQ.l abandonar el puerto de Nantes y emprender la rnta hacia América,.
qne se mantenía sobre los privilegios que le otorgaba el soberano· y cuando, por fin, se firmó la paz era demasiado tard~. En 1715 se
francés. Las consideraciones de tipo económico ocupaban un se-· arruinaron en Burdeos cuarenta y dos casas de comercio. ¿Era toda
gundo lugar frente a los esfuerzos por mantener con dignidad el: la culpa de la descabellada política beligerante? Las colonias fran-
respeto y el prestigio del monarca. cesas eran perjudicadas seriamente al vedarles la libertad de des-
Los comerciantes persiguen tan sólo obtener beneficios y pro-· arrollo. ¡El señor ministro, desde París, sabía mucho meJor lo que
curan evitar las empresas arriesgadas y fantásticas que acarrean era preciso hacer! Así ordenaba, minuciosamente, las mercancías
270 271
que ha~ía? de co_:nprarse, indicaba qué precios se tenían que pagar
y, por ultrmo, senalaba el lugar adecuado para la venta. fugitivos cuya actividad industrial fomentó el bienestar del país.
La misma política seguía respecto a los mercados de Francia. El puerto de La Rochelle, que llegó a ser el punto de partida de
De forma parecida era «reglamentada» la industria, y como, a su los barcos que navegaban por las costas occidentales francesas, y
entender, las empresas privadas carecían de conocimientos sufi- que centralizó la industria sombrerera consumidora de las pieles
cientes, pu~licó unas _lar~~s prescripciones sobre la forma en que de castor, no se rehízo jamás de la destrucción ordenada por el
se efectuarta la fabncacwn de los gobelinos en los talleres del cardenal Richelieu con motivo de las guerras religiosas. De la
Est~do. Para. cada artículo regían determinadas normas. ¡Sólo él misma forma estaba arruinada la agricultura. Los hambrientos cam-
pod1a tener Ideas excelentes y sólo a él le era posible llevarlas pesinos habitaban miserables chozas y sus tierras, tan feraces, no
a término! proporcionaban suficientes alimentos. Pero lo que tenía mayor
Colbert .se ~xtrañaba de que se obtuvieran tan pocos frutos importancia era la carencia de dinero ocasionada por las terribles
de las realizaciOnes conseguidas a costa de grandes esfuerzos guerras. Enormes deudas pesaban sobre el Estado y sobre el
como los arsenales y astilleros de Tolón y de Rochefort la ciudad mismo pueblo.
que fundó el mismo ministro, o la Escuela N aval de' Dieppe y Surgió entonces un hombre que cambió súbitamente el panora-
Samt-M~lo. Cosa parecrda ocurría con las instalaciones portuarias ma del país, inyectando nuevos ánimos y elevando de nuevo el
de Cala1s, Dunquerque, Brest y El Havre. La construcción de decaído espíritu comercial de Francia. Este hombre fue un escocés
b~ques I?ara la marina mercante era estimulada con premios, al llamado J ohn Law. Su palabra mágica fue la de «crédito» y sus
mrsmo tlemp~ que se castigaba con severas penas la compra de armas estuvieron representadas por el nuevo medio económico,
barcos extranJeros. Con ello se impedía a los constructores fran- por el moderno instrumento bancario, que recibió el nombre de
cese.s que conocieran las técnicas de otros países. En cuanto a los «papel moneda». John Law expuso su idea al duque de Orleáns,
manneros que se enrolaban en naciones extranjeras, eran castioa- regente de Francia, de forma clara, concreta_, ordenada. El país
dos con la horca. " lo poseía todo, industria, materias primas, sabios y técnicos, co-
. La misión de Colbert no era fácil. Su rey se encontraba bajo la merciantes con suficiente audacia, e incluso el mismo pueblo era
mfluencia del_ ..mmrstro de la. Guerra, Luvois, quien tenía puesta activo y capaz. Sin embargo, estas cualidades no se complemen-
toda su atencmn en el frente del Rin y no demostraba inclinación taban entre sí. ¿Qué faltaba al país? La contestación era sencilla:
alguna por el comercio pacífico. Es cierto que la corte francesa faltaba dinero. Dinero que lo mueve todo. El avariento acumula
había entregado mucho dinero a las «Sociedades reales» pero por dinero sólo por el placer de la posesión, y el Estado y el hombre
otra pm;te, los aristó~ratas. exigían inmediatos resultad~s qu~ les de la calle se hacen con reservas monetarias como medida de pre-
P.roporcwnasen cuantiosos mgresos. Todos soñaban con fabulosas visión para casos de necesidad. Pero el capitán de empresa, por
nqu~zas, con codiciables presas, con ricos hallazgos mineros, como el contrario, precisa dinero efectivo para comprar mercancías,
los filones ~~ plata de Potosí y Méjico, con negocios productivos, para contratar trabajadores, para equipar buques. Para el comer-
como el tráfico de las especias en Indonesia. ¡Qué ficticias ilusio- ciante no es el dinero un «bien raíz», sino, simplemente, un do-
nes! Cuando murió Luis XIV, Francia, arruinada por las intermi- cumento de pago que le permite actuar con la mayor libertad. El
nabl~s guerras., acabó por sucumbir. El comercio exterior estaba crédito cumple el mismo fin. Al comerciante, en último extremo,
parahza_do; la Industria, en ,quie?ra, y los hugonotes, cuyo espíritu le es en absoluto indiferente el que se le anticipe determinada
comercial era probado, hab1an s1do expulsados del país con motivo suma, o el que se le conceda un crédito por la misma cantidad, e,
d: sus .creenc~as. En los países vecinos establecieron una flore- igualmente, no le afecta que este crédito se pague en moneda me-
Ciente md:-rstna. Incluso Berlín, que hasta entonces no era más tálica o que se haga efectivo con un documento garantizado por
que un miserable villorrio situado en el páramo de la provincia un Banco solvente. La idea era, sin género de dudas, revolucio-
de Brandeburgo, se convirtió en un importante centro fabril. Esta naria.
transformación no se debió a su (tmilitarismo prusianon, como a Según costumbre de la época, ya el padre de Law, que era
menudo se atribuye, sino a que su príncipe dio hospitalidad a los orfebre de Edimburgo, había recibido oro en custodia para la con-
secución de créditos y. había garantizado con tales entregas el
272
273
18. - HISTORIA DEL COMERCIO
pago de las letras del depositante. Los documentos sobre dicho
depósito desemJ?eñaban el papel de dinero efectivo, pero no eran, la intención de acaparar éste, s:L.1o que utiliza la moneda adqui-
n~turalmente, _billetes de Banco, sino cartas de puño y letra de los rida para comprar a su vez otras mercancías. Para efectuar estas
mismos depositantes. operaciones es suficiente la liquidación bancaria y no precisa, por
,· tanto, de capital propio. Este sistema permitiría al comerciante
El Banco de Amsterdam vigilaba con la mayor atención que el
importe de sus créditos no fuera en ningún caso superior al valor liquidar sólo por las diferencias entre cargos y abonos. Pero ¿de
de la n;-one~a en custodia y sólo muy raramente y a regañadientes dónde se obtendría el capital necesario para poner en marcha el
conced1a p_:~stamos a emJ?resas ~uy acreditadas, como por ejemplo, movimiento crediticio? <(De la confianza», respondió Law, pre-
la Compan1a de las Indias Onentales, sin la preexistencia de la cisamente de la confianza en aquellos que poseían bienes, mercan-
corr~spond1ente reserva de oro. No podía circular, pues, mayor cías, fábricas, barcos, materias primas o créditos. Debían efec-
cantidad de «dinero» en forma de billetes de Banco o de crédito tuarse las entregas sólo contra la promesa de pago en un plazo
bancario que la cantidad en metales preciosos depositados en las ·convenido. Law rechazaba por completo la imposición obligatoria
arcas de los Bancos o bajo la custodia de los orfebres. Con este del billete de Banco como medio de pago. La moneda de papel
procedimiento camb!óse, ciertamente, la forma de pago, pero el presentaba, en comparación a la antigua y pesada moneda metá-
volumen de los med10s de liquidación permaneció inalterable. lica, grandes ventajas. Era ligera, manejable y de düícil falsifica-
Cuando el gobierno inglés durante las largas guerras con ción. Sólo en una cosa le aventajaba la moneda clásica: en la
Francia se encont:ó en apuros monetarios, decidió conceder, confianza que despierta el valor intrínseco del metal precioso. Sin
en .1,694, a determmados comerciantes el permiso para la fun- embargo, esta carencia estaba suplida por la garantía del Banco
dac~on de. una entidad bancaria de características nuevas. El emisor.
capital soCial de 1,2 millones de libras esterlinas sería aportado Como es comprensible, el audaz proyecto de Law fue deses-
por el mismo ~ob1ern~ en concepto de préstamo y el Banco de timado en un principio e inútilmente intentó el escocés presentar
Inglater:a. estana au~onzado para el comercio con metales precio~ sus planes de la forma más favorable. Sólo después del falleci-
sos Y divisa~ extranJeras. Se le prohibía, sin embargo, comerciar miento del Rey Sol, cuando el estado financiero de Francia era
con mercanc1as. El Banco de Inglaterra podría efectuar una emisión tan desesperado, que se apelaba a los recursos más extremados,
de billetes por el importe del préstamo del Estado. Al cabo de autorizó el regente a su amigo para el establecimiento de una
do~e años fue prorrogado este privilegio y se duplicó el capital casa de Banca que se dedicara a la emisión de billetes.
social, cuya nueva aportación tomó otra vez el gobierno a su En París, en el mes de mayo de 1716, se fundó el Banco
cargo. En resumen, la Corona inglesa concedió un préstamo al General Law y Cía., con un capital de seis millones de libras
~~neo de Inglaterra autorizándole al propio tiempo para la emi- aportadas en su mayor parte por J ohn Law y su hermano Gui-
swn ,d~ moned.a de papel,. en forma de billetes, y permitiéndole llermo. Esto dio buen resultado. Los billetes fueron aceptados sin
el trafl?o de dmero y divisas extranjeras. La prohibición para el reservas no sólo en París, sino también en Londres y en Amster-
comercw con mercancías, subsistió. dam, porque se hallaban respaldados por el propio y efectivo
Pero John Law deseaba más. Desde su Banco se había de ex- capital de los hermanos Law, que ofrecía mucho mayor garantía
tend~r.por todo al país un movimiento de crédito que animaría que las vagas promesas de pago del Estado. En este último caso
el tráfico de mercancías y estimularía el espíritu mercantil del se encontraban, por ejemplo, los billetes del Banco de Inglaterra.
pueb!o. Por medio de sus créditos se acortarían distancias y En un comienzo, se limitó el nuevo Banco a efectuar, en forma
podnan tenderse puentes entre las regiones que intercambiarían exclusiva, negocios que presentaran las máximas seguridades con
sus productos ~ntre sí y establecerían relaciones entre los pro- el objeto de granjearse la confianza del pafs. En los dos primero•
ductores y fabncantes y los consumidores. Las mercancías tenían años el importe de la emisión de sus billetes alcanzó sólo la
que transportarse de los lugares de origen a los centros de con- cüra de dieciocho millones de libras, esto es, el triple del capital
sumo. El pago se realizaría más tarde. La mayor parte de las desembolsado. Pero incluso con esta voluntaria limitación obtuvo
veces el comerciante no cambia las mercancías por dinero con la sociedad cuantiosos beneficios mediante las transferencias in-
ternacionales de dinero- que efectuaba, gracias a su papel moneda,
274
275
con la mayor facilidad. Para la transferencia a Hamburgo de la desmoronó también el valor de la moneda francesa. El comercio
subvención concedida por Francia a Suecia de 150 mil táleros, y el tráfico mercantil disminuyó y fue reducida la ley de las
exigió otra casa de Banca una comisión superior al 20 por ciento. monedas de plata. Hasta entonces se habían empleado 260 gramos
Law realizó la operación por un importe muy inferior. Giró una de plata para la acuñación de 40 libras. En cambio, a partir de
letra de cambio a cargo de su Banco por mediación de su corres- esta época, con la misma cantidad de plata se acuñaban 60 li-
ponsal de Hamburgo, donde fue pagada sin dificultades. Esto causó bras. El Estado esperaba poder liquidar parte de sus deudas me-
una profunda impresión en la Administración de París, que ordenó diante este procedimiento, pero sólo consiguió que los demás países
se aceptaran, en lo futuro, los billetes de la Banca Law como perdieran la confianza en la moneda francesa. El Banco de Law
medio de pago para la recaudación de impuestos y que se efecw se mantuvo alejado de esta maniobra monetaria, pero ¿era acaso
tuaran las transferencias de las provincias a la capital francesa
utilizando los mencionados billetes. Por todo el país circulaba
libremente el papel moneda de Law y en todas partes era acep·
tado de buen grado. Con su concurso se había extinguido la es-
casez de los mercados monetarios y había aumentado la circulación
de los medios de pago. Francia entera respiraba aliviada ¡Por fin
contaba con suficiente «dineron!
Law se ocupó entonces del comercio exterior. Era preciso con-
vertir a Francia en una potencia mercantil y colonial, para lo que 63. Plano para la carga de un barco de esclavos
resultaba imprescindible poseer una numerosa flota que se dedi-
cara a extender por todos los países los productos de la industria
francesa a la vez que pudiera importar especias, condimentos, ma- posible establecer un floreciente imperio colonial sobre la única
terias primas y artículos de lujo. En 1717 fundó el banquero es- base de la buena fe mercantil?
cocés la Sociedad de las Indias Occidentales. Pero fue precisa- Las colonias debían apoyarse en algo que era totalmente nuevo,
mente el camino de la política el que lo llevó a la ruina. Su Banco en el cultivo de los productos tropicales. El plan era muy ambi-
se convirtió en una «entidad estatal», en un «Banco del rey de cioso. Hasta el siglo XVIII había suministrado Oriente artículos
Francia». Había tomado un derrotero falso y equivocado. de valor, tales como seda, piedras preciosas, especias, animales
Hasta entonces los billetes emitidos por la Banca Law se exóticos y tejidos costosos. Se trataba, pues, de mercancías des-
encontraban sólidamente respaldados, bien con sus reservas de tinadas a un reducido mercado de consumo y por las que se
oro y de plata, bien con los créditos concedidos a empresas pagaban precios increíbles. Los elevados beneficios se calculaban
de probada solvencia. Pero a partir de aquella época empezó Law, sobre una determinada cantidad de mercancías, cuya excesiva
con la mayor ligereza, a conceder préstamos al Estado y a los abundancia hubiera carecido de sentido. Por el contrario, Law
políticos, quienes únicamente podían ofrecerle, a cambio, dudosas deseaba cultivar en las colonias artículos alimenticios y de con-
promesas sobre el futuro. ¿Cumplirían con sus obligaciones el sumo tales corno azúcar, tabaco y café que luego serían importados
Estado y los políticos tan puntualmente como estaban en disposi- a Europa. En la planta del té no había pensado nadie todavía.
ción de hacerlo los comerciantes e industriales cuya honestidad Ciertamente estas mercancías llegaban a Occidente desde hacía
comercial y solvencia era examinada escrupulosamente antes de mucho tiempo, pero el volumen de su tráfico no podía compararse
otorgarles un crédito? al que alcanzaría más tarde.
Francia entabló de nuevo una guerra que, gracias al crédito La tarea de desarrollar las colonias era empresa superior a las
de la Banca Law, pudo concluir de forma rápida y favorable. Pero fuerzas de los comerciantes. Su capital alcanzaba tan sólo a poder
las preocupaciones del Estado no concluyeron con la misma faci- comprar las mercancías al contado en espera del próximo barco,
lidad. Habíanse de pagar las abrumadoras deudas de guerra del soportar los riesgos de la larga travesía y esperar de nuevo a que
Rey Sol. Cuando vencieron los primeros intereses de éstas, se los productos embarcados llegaran a Europa y fueran allí vendidos

276 277
sin dificultades. Incluso los medios económicos de las sólidas casas exhortados a entregar su dinero a la Banca_ Law. Era preciso tener
comerciales se encontraban totalmente invertidos en tales opera- confianza. Confianza en el futuro y confianza en John Law. El
ciones. Es cierto que existían colonos aislados a los que la Corona oenial banquero soñaba con la creación de un imperio colonial
francesa había repartido tierras para el cultivo de las plant~s t:o- francés con la ayuda del comercio mundial y el empleo de los
picales. Pero estas plantaciones no prosperaban .. Era .rrec1so In- nuevos instrumentos bancarios.
vertir mucho capital, y el dinero, en las colonias, andaba muy Como es lógico, todos estos proyectos no fueron ~oncebidos
escaso. El colono blanco tenía que ser mantenido por la metrópoli exclusivamente por el financiero escocés, cuya fantas1a era, por
durante tres años como mínimo y no era extraño que se alargara otra parte, innegable. Se basaba en modelos y ejemplos _9.e ante-
dicho plazo hasta alcanzar los diez años. Sólo entonces estaba riores colonizaciones. Así existía en Londres, desde el ano 1711,
en condiciones de pagar por sí mismo la importación desde Europa una sociedad llamada ·((de los Mares del SunJ que comerciaba con
de sus herramientas, de sus armas o de los víveres que precisaba. Centroamérica y que ya había invertido capital, en_ un p:incipio
Ante todo era necesario proporcionarle mano de obra, para la que en forma tímida y precavida, en las escasas plantaciOnes mglesas
no servía el nativo, poco inclinado al trabajo o que era capaz de del mar Caribe. Los comerciantes ingleses, como su colega del
abandonar la plantación en plena cosecha. Los trabajadores idóneos continente, estudiaron en primer lugar los puntos do?-de era po~
eran los esclavos negros, hasta el punto de que la marcha de los sible adquirir las costosas mercancías a mejores preciOs. Cuar:do
cultivos dependía esencialmente de las posibilidades de adquisición algún colono blanco les ofrecía azúcar o tabaco de su mez9-uma
de estos infelices. El problema era, pues, de carácter monetario. El cosecha a precios más económicos que los plantadores de As1a, no
dinero escaseaba en todas partes. ¿A quién dirigirse? Law dio la dudaban en adquirir sus productos. La mayor parte de los colonos
respuesta: «Y o facilito créditos.)) solicitaban créditos, hasta la próxima cosecha, para la compra
El banquero proyectaba una larga cadena de establecimientos de esclavos o de herramientas. ¿Interesaba invertir dinero en
regidos por determinados principios de ayuda mutua y que co~ 4 estas plantaciones corriendo el riesgo de que la s-uperab'?ndancia
sideraba imprescindibles para la organización de un comerciO de sns productos se reflejara perjudicialmente en los precws? ¡No
estable y de envergadura. Los barcos serían aparejados, a crédito, podemos exigir demasiado de un comerciante! La Compañía _de
en la metrópoli. Con su cargamento de baratijas y telas de seda las Indias Orientales holandesas se salvó de milagro de la ruma
se dirigirían a África para recoger a los esclavos y tr.ansport~rlos provocada por el descenso de precios de las especias a conse-
a América. El colono podría comprar a_ sus obreros sm necesidad cuencia de la excesiva oferta de éstas. En determinadas épocas sólo
de paoar
b
inmediatamente al contado; de la misma forma le sería aceptaban de los indígenas una pequeñísima parte de su cosecha
factible adquirir a crédito las tierras que pertenecían al Estado y los obligaban a destruir el resto.
con la oblioación
0
de su cultivo, pero sintiéndose libre durante Law no pensaba de forma tan mezquina. Estaba convencido de
varios años de la preocupación de su sostenimiento, así como de que conseguiría, mediante el crédito, elevar junto a la producción
los gastos producidos por la plantación. Al término de esta época de las mercancías el consumo de las mismas. ¿Qué razones se opo~
podría vender los productos tropicales y devolver al Estado cnanto nían a ello? Efectivamente, los artículos de lujo habían estado
debía, esto es, liquidar los créditos para la compra de esclavos, reservados, hasta la fecha, a unos pocos grandes señores pertene-
para la adquisición de sus tierras y cuantos gastos hubie:a aca- cientes a la aristocracia o a la rica burguesía, pero él lograría que
rreado su manutención durante los años de desarrollo colomal. ¡Al estos mismos productos fueran accesibles a todos, sin excepción.
fin podría considerarse como el orgulloso poseedor de una prós- ¡Para el consumo de tabaco, azúcar y café no habría distinciones
pera plantación! Necesitaba sólo resistir los primeros tiempos. Law de clases! El banquero deseaba con un golpecito de su varita
prometía ayudarle. Convencería a los franceses de las inmensas máoica derramar sobre los hombres el cuerno de la abundancia
ganancias que les reportaría el invertir cuanto poseían en el ne 4
y de la felicidad. Su varita mágica se llamaba crédito. Para em-
gocio de las colonias y, en especial, dinero. Tendrían que esperar, pezar, compró todas las sociedades francesas dedicadas al comercio
naturalmente, algún tiempo antes de recuperar su dinero, engrosa- con ultramar que arrastraban una vida lánguida oprimidas por
do por los intereses y las ganancias. Todos ·los franceses serían los impuestos y cuyos_ barcos se encontraban siempre ante la

278 279
amenaza de los piratas. Así, adquirió la Compañía de las Indias subvenciones económicas; era preciso llevar a cabo una reforma
Holandesas y de la China, haciéndose también propietario de las fundamental. Los esclavos negros eran tan caros porque la Com-
dos empresas que negociaban con Africa, la Real Sociedad de pañía de Africa ejercía el monopolio de la trata de esclavos para
la Guinea y la Compañía del Senegal. En América compró al con- obtener, de forma irreflexiva, pingües ganancias. El summ1stro
cesionario Crozart la colonia de Luisiana, que abarcaba toda la de mano de obra resultaba insuficiente porque los avarientos ac-
cuenca del Mississipí y por último aceptó el cargo de gobernador cionistas no se decidían a equipar mayor número de buques. Con-
del Monopolio del Tabaco francés. La adquisición de todas estas sideraban superfluo tal gasto. Cuando Law restableció la libe:tad
sociedades no le fue excesivamente gravosa, puesto que la mayor de comercio de esclavos, florecieron las colonias de manera VISible,
parte de las mismas estaban arruinadas desde la época de las y, a la par que ellas, los puertos de importación como Nant~s, El
guerras del Rey Sol. ¡En el inmenso territorio de Luisiana vivían, Havre, Saint-Malo, La Rochelle y Marsella conocieron una epoca
aproximadamente, 700 blancos! Crozat se sintió dichoso al po- de oran prosperidad. En 1721 se duplicó en Burdeos el volmnen de
der desprenderse de tan pesada carga. Law supo especular con venf..as alcanzado por dicha ciudad antes de la última guerra
tales circunstancias. ¡A las colonias se les ofrecían nuevas pers- de Luis XIV.
pectivas! Sin nincruna consideración el oran banquero hizo caso omiso
Entonces empezó el café, que era ya conocido en Oriente du~
b
de los pequeños privilegios de losb industriales franceses. As1,' el'I-
rante la Edad Media, su carrera triunfal hacia Europa. Hasta fines minó de un plumazo la prohibición de importar a Francia azúcar
del siglo XVII el escaso café que se bebía en Occidente era ori- refinado, sin parar mientes de que dicha prohibición existía corno
ginario del Yemen, pero cuando creció la demanda de la negra y medida protectora de las refinerías nacionales. De ahora en ~de­
estimulante infusión no fue capaz la citada región de abastecer lante podíase también destilar el ron en América. Con este hcor
todo el mercado de consumo. Los comerciantes se hallaban viva- pagaban las colonias sus importaciones de Europa de cuchillos,
mente interesados por la compra de café, de tal forma que en hachas, telas de lino, tejidos de lana, así como los negros proce-
cuanto un colono se mostraba dispuesto a intentar su cultivo, le dentes de África y el pescado de Norteamérica. Los indios del
proporcionaban incluso la simiente. Con la mayor rapidez se plan- Noroeste aceptaban también el ron a cambio de sus codiciadas pie-
taron cafetos en Ceilán, en las Guayanas holandesas y en las les de castor. En la isla de Martinica existían, a la muerte del Rey
posesiones inglesas de Jamaica, en un principio sólo a vía de Sol, apenas 15.000 esclavos negros; cinco años más tarde habíanse
prueba. Los antiguos colonos observaban los cafetales con un importado otros 12.000, y en el año 1736 se elevaba su número
movimiento negativo de cabeza, en tanto aseguraban desenten~ a 72.000. Durante la misma época llegaron a la isla 200 barcos
derse en absoluto del nuevo cultivo, pero, en cambio, los comer· procedentes de Francia y 30 buques desde Canadá, en busca del
ciantes saludaban con alborozo la noticia de nuevas plantaciones, cotizado ron. Desde 1723 la Martinica se había dedicado, en forma
que les prometían buenos negocios. preferente, al cultivo del café, en tanto que Haití producía el
En un comienzo se cultivaba principalmente en las plantacio- azúcar y Guadalupe cosechaba el algodón. En Luisiana predomi-
nes tropicales la clásica caña de azúcar. El consumo del azúcar naba el tabaco, con el que se habían enriquecido las colonias In-
experimentó también un vertiginoso aumento. Estaban, pues, en glesas de la costa meridional atlántica de Norteamérica y, en
jnego el azúcar y el ron. Entonces ya no habían destilerías de especial, Virginia. Esto significó el resurgimiento económico de
aguardiente de patata. la propia Francia. Las colonias pasaban importantes pedidos a las
Los cereales eran escasos y se pagaban a elevados precios. industrias francesas de vestidos, encajes de Valenciennes, sedas
Nantes vivía, sobre todo, de la destilación del aguardiente de de Lyon, artículos de ferretería. Se construyeron buques y se en-
caña de azúcar. Pero las plantaciones francesas del mar Caribe sancharon puertos para poder abarcar el creciente movimiento
no gozaron de la deseada prosperidad al faltarle los esclavos ne- comercial. El país entero se haría rico. Las deudas contraídas du 4

gros adquiridos a precios muy económicos y que eran los únicos rante las lastimosas guerras del Rey Sol serían liquidadas sin es~
capaces de trabajar en aquellos campos abrasados por el sol. fuerzo alguno y no se habrían de temer la bancarrota nacional ni
A John Law le asistía la razón. No tenían objeto las limitadas la depreciación de la moneda. Así pensaba Law.

280 281
Para conseguir la aprobación de sus fantásticos planes necesi~ la vez, la cooperación de su experiencia y actividad. A cambio, la
taba inclinar a su favor a los que detentaban el poder, a los jefes Banca de Law distribuía acciones. . . . ,
de las grandes casas aristocráticas y a los influyentes políticos. Frente al edificio de la Compañía del MiSSiSSipi, como Law
Les habló de crédito, pero estos señores pensaron sólo en benefi- llamó a su empresa, se apretujaba la multitud. Las ventamll_as_ eran
cios. Para gozar de un crédito es preciso saber esperar con pacien- insuficientes para atender a tanta gente que de~e~ba suscnbu ac-
cia, y cuando, por fin, el deudor lo consigue, se ve obligado a ciones. La cotización de éstas se elevo vertlgmosamente: Era
trabajar sin descanso hasta la devolución de su préstamo. Debe, posible desprenderse de las acciones unos .~inutos des~mes de
pues, producirse tanto que sobrepase el valor de la deuda, con lo haberlas suscrito, y obtener con esta operacwn una. con.sld~rable
que el fruto de ese penoso trabajo aligere en algo la pesadez del ganancia. La estrecha y breve calleja de Quincampmx eJerCla las
crédito. funciones de la ((Bolsa». Incluso de las provmc1as llegaba a ~a
Pero los hombres que habían de colaborar con Law no estaban capital crente interesada en la participación del fabul.oso negocio
dotados de la paciencia ni de la voluntad precisas para el trabajo coloniat La esperanza de enriquecerse rápidamente Impulsaba a
y deseaban tan sólo enriquecerse de la forma más rápida y más invertir sus últimos ahorros lo mismo al arrogante duque que al
cómoda. Ocupaban todos ellos puestos claves de la mayor impor- honesto comerciante, al astuto notario que a. la ric~ viuda, a la
tancia dentro de la Administración francesa, por lo que no era crédula moza de servicio que al especulador s1n esc:up~~os. Fran-
posible eludir su influencia. Law creyó poderlos interesar más pro- cia entera se sintió enfebrecida de ilusión. La cotlzacwn de las
fundamente en sus proyectos al hacerlos partícipes de la sociedad acciones continuó ascendiendo sin interrupción y con la mayor
y al hablarles de los grandes beneficios que confiaba obtener. Quizá rapidez. De forma paralela aumentaban las exigencias del Estado,
Law se dejó arrastrar en exceso por el fuego de su propia fanta- que precisaba cada día más dinero. Per~ ~ste dmero no lo em-
sía, acabando por ver los fabulosos resultados casi al alcance de pleaba el gobierno francés en el establecimiento de n~evas plan-
la mano. El banquero siempre había acudido generosamente en taciones o en la construcción de buques mercantes, smo que lo
ayuda de sus amigos y nadie pudo reprocharle jamás tacañería o dedicaba a financiar sus guerras y a mantener un desmesurado
mezquindad. aparato burocrático. . , , ,
Ahora se dirigían todos a él, al gran mago. El regente de Franw Los políticos, los poderosos anstocratas, eran !od~~1a mas -p~­
cia, el ministro de Asuntos Exteriores, el ministro de la Guerra ligrosos. Con la mayor audacia dirigían la cot_1z~c10n_ bursat~
y el de Finanzas, uno tras otro l~ exponían el mismo problema. mediante la aplicación de ciertas medidas adrrnn1s~rat1VaS. ~SI
Las arcas de la nación estaban vacías. Las deudas nacionales no en determinado momento anticipaban el pago del antiguo empres-
podían satisfacerse a su vencimiento, el ejército y la flota pre- tito de guerra de inodo que se ponía en circul_aci?n ~? exceso
sentaban un lastimoso aspecto y las potencias extranjeras, incluida de dinero, o, por el contrario, demora~~n la. l~qmdacwn de la
la misma España bajo el reinado de nn bisnieto del Rey Sol, apro- deuda nacional. Sin la menor contemplacwn ex1g1an la entrega ?e
vechaban, sin escrúpulos, la debilidad francesa en su propio bene- acciones no suscritas o, simplemente, se quedaban con las mis-
ficio. ¡Law tenía que ayudar a Francia! mas y en cuanto la cotización alcanzaba una cifra elevada, ven-
La Banca de Law tomó a su cargo la deuda nacional francesa, dían' despreocupadamente los valores bancarios. Los sueños de
que ascendía a muchos millones de libras. El banquero prometió felicidad y de riqueza tocaban a su fin. , ,
pagar puntualmente los intereses con los beneficios que esperaba El valor en Bolsa de las acciones se derrumbo y arrastro en
obtener del comercio con ultramar, así que los apremiantes acree- su caída al Banco de Law, a la Compañía del Mississipí :>: a todos
dores se dieron por satisfechos al poder cambiar sus empréstitos los hermosos proyectos forjados en su derredor. Law habm pue~to
de guerra por acciones del Banco que, en su día, habrían de en práctica sus planes con la mayor honradez e mcluso hab.an
reportarles fabulosos dividendos. Pero Law precisaba disponer reportado éstos algún beneficio, pero se le hacía_ ahora responsa-
de capital en efectivo para poner en práctica sus proyectos colo- ble de que los po:'eedores de las accione~ _hubi~ran perdido su
niales. Por tal motivo invitó al pueblo francés a la entrega de dinero en las atrevidas especulacwnes bursatlles. ~1 papel moneda
todas sus reservas de dinero y de materias primas, solicitando, a carecía de valor. y Francia, que había experimentado un asombroso
282 283
largas pipas, el tabaco americano ~ aJ?arecier~n las primeras serias
reflexiones sobre cuestiones econom1cas Y vitales. . , ,
Pero en las extensas llanuras del agro europeo subs1st1~n aun
.,' [as condiciones de la edad medieval. Los pueblos fab~Icaban
por sí mismos cuanto necesitaban, ali~entos, vestidos, VIVIendas,
aperos de labor herramientas de traba¡o. No compraban absoluta-
mente nada porque ,
apenas disponíar; de din~r? ef ect1vo.
. S'l
o_o 1o:
grandes terratenientes obtenían algun beneflcw. con la vent: d . .
sus cosechas de cereales o de la lana de sus oveJaS, pero la mayor
parte de estas ganancias eran gastadas por el mi.smo ~eñor, durante
el invierno en la ciudad, para el pago de sus d:~verswnes o de sus
intrigas políticas. . .
Por otra parte, en el siglo XVIII, nueve ~eCimas ~artes de, la
población vivía en estas regiones. Del comercio conoc1an tan solo
el que ejercían los vendedores ambulantes que, ,muy de _tarde en
tarde, aparecían por sus tierras. Las <<merc~nclas colo~Iale.s», el
azúcar, el ron y el café, eran artículos de l,uJO con, precws mase-
quibles para aquellas pobres gentes, que solo podian degustar~os
en las orandes festividades. Estos productos llevaban a los fnos
64. Furnador ( gTabado alemán países de Occidente toda la fragancia de los trópicos Y la dulzura
antiguo)
de su muelle existencia. Valía, pues, la pena gastar el dmero ad-
quirido con tanto esfuerzo y que, por desgracia, andaba tan es~a.s,o,
en la compra de tales mercancías. Hasta entonces, la apanc1on
resurgimiento, volvió a hundirse en el hambre y en la pobreza. La del buhonero constituía un auténtico acontecimiento, pues no
gran aventura había durado apenas dos años. podía adivinarse lo que traería consigo .. Ofrecería,__ quizá, bonitos
Este lapso bastó, sin embargo, para cambiar de manera esen~ objetos de adorno o cristales de Venecia o barati¡as de N~rem­
cial el panorama del comercio mundial. En lugar de las especias berg, relojes, juguetes mecánicos o quién sabe s1 herram1en~as
de Indonesia o del oeste de la India, se comerciaba, principalmente, de labor. Las amas- de casa, previsoramente, compraban especias
con los condimentos que se cultivaban en las islas de Centro- para el «pastel de pimienta» navideño. Cabía en lo posible que el
américa. Europa se había habituado al consumo del azúcar, café, comerciante no volviera a pasar jamás por aquel lugar.
tabaco y ron, y no estaba dispuesta a prescindir de dichos pro- Por algún tiempo, el número de personas que podían permitirse
ductos. En Viena existían establecimientos dedicados al servicio el lujo del café, como más tarde del té, f;<e muy red>:cido,_ pero
de infusiones de café desde la época de la guerra con los turcos. de año en año se iba ensanchando este Circulo de pnvlleg1ados.
Aparecían ahora cafés lo mismo en Londres que en las ciudades Europa se había «viciado». Este proceso dio .comienzo. en las
francesas, y en un establecimiento de este tipo, situado en los arandes capitales y en los puertos de mayor 1mport~c1a, para
Lloyd's, concertaban los comerciantes londinenses sus negocios y ~altar a las ciudades provincianas, invadir los palacws de los
estipulaban las condiciones de seguro de los barcos que se hacían arandes terratenientes y acabar por imponerse en los mismos pue-
a la mar. blos. Los marineros y los soldados fanfarroneaban, ante la. boqui-
Se transformó por completo el estilo de la forma de vivir. El abierta atención de los pueblerinos, de sus grandes «VICIOS»: el
café, la bebida negra y caliente que estimula los sentidos y aviva tabaco y el ron.
la inteligencia, sustituyó a la cerveza, que enturbia el entendimien- En el siolo XVI se quejaba el comerciante Andrés Ryff de
to y da laxitud al cuerpo. Al mismo tiempo se empezó a fumar, en haber cabalgado tanto, que «su parte trasera se había quemado

284 285
en la silla de montar». Esta afirmación no nos debe extrañar, dejaron sobornar en forma vergonzosa y ayudaron a los desalma~
puesto que visitaba, anualmente, más de treinta mercados. El co- dos embaucadores a despojar de sus ahorros a los crédulos e in-
merciante conocía ahora los lugares adecuados para la venta de genuos suscriptores. Pero un día todo se vino abajo. Las lamenta-
sus ({productos coloniales». En los pueblos más pequeños existían J
'J ciones fueron desgarradoras.
comerciantes. La antigua distinción entre ({tendero» y <<mercader» e
Con la paz de Utrecht cesó la piratería en gran escala, o cuando
había transformado su significado. Hasta entonces el tendero li- menos la piratería «honorable» ejercida con la <<real carta de
mitábase a vender productos de poco valor susceptibles de ser corso» y cuyas hazañas engrosaban la gloria nacional. El que se
medidos con la vara o la balanza. Las mercancías procedentes de
Oriente, las especias y los sahumerios, se vendían en las boticas.
También los farmacéuticos de aquella época disponían, en un
principio, del azúcar, del café y del tabaco en cantidades muy
pequeñas para su venta a precios exorbitantes. A los comerciantes
de <<productos coloniales», por el contrario, se les compraba el
café y el té para ((degustarlos» en su mismo establecimiento, como
ocurría también con el ron que se adquiría en las tabernas.
Los ingleses, entretanto, observaban con estupefacción los éxi-
tos alcanzados en París por su compatriota escocés Law. Lo que
habían conseguido esos petulantes franceses lo tenían que obtener
también ellos. Cnando la Compañía del Mississipí vivió su puuto
álgido, se extendió por Londres la fiebre de la especulación. La
Sociedad de los Mares del Sur, que en un comienzo se caracterizó
por la prudencia de sus operaciones, se hizo cargo, irreflexible-
mente, de la deuda nacional inglesa, que ascendía a más de 51 mi-
llones de libras esterlinas, con la simple garantía de las promesas
del gobierno británico, y hubo de pagar por año, en concepto de
intereses, otro medio millón de libras. Los poseedores de emprés-
titos de la guerra, que no confiaban en volver a disponer de su
dinero, se apresuraron a cambiar sus obligaciones por acciones de 65. La colonia de Nueva Amsterdam, e~ actual Nueva York.
la compañía. Sustituían con ello la percepción de los intereses
fijos anuales por la participación en el negocio de ultramar. Es dedicara de ahora en adelante a esta peligrosa profesión podía
decir, los accionistas participarían de los beneficios de la So- abrigar pocas esperanzas de ser premiado o ennoblecido por su
ciedad de los Mares del Sur. De las presuntas pérdidas no ha- monarca y en un plazo más o menos largo terminaba sus días en
blaba nadie. la horca. Los hombres emprendedores se dirigían a las planta-
Al principio fue todo a pedir de boca. El pueblo inglés confiaba ciones tropicales, donde todavía era posible enriquecerse rápida-
más en la empresa privada que en el Estado y suscribía, con la mente. Predominaban los puritanos, que se establecían· en las colo-
mayor complacencia, cuantas acciones se emitían. El primer mes, nias de Nueva Inglaterra. El número de negros se elevaba, de
las acciones se negociaban con el 29 por ciento de aumento, lo forma rapidísima, lo mismo en la zona sur de Norteamérica como
que significaba un apreciable beneficio neto y, de esta forma, al- en las colonias del mar Caribe. En estas regiones el comercio se
canzaron las acciones, en medio año, el cambio en Bolsa de LOSO. desarrollaba con la mayor actividad.
Al olor de los millones, proliferaron las sociedades dedicadas a Pero ¿de qué forma y con qué medios podían hacer sus com-
la estafa. Los pequeños capitf!listas suscribieron acciones de socieM pras los colonizadores de las selvas de Nueva Inglaterra? Norte-
dades inexistentes. Algunos preeminentes hombres de Estado se américa recibía anualmente de la metrópoli mercancías por valor
286 287
de dos millones de libras esterlinas, y pagaba sus importaciones de europeos debían aceptar las mercancías que dichos funcionarios les
los ingresos que obtenía de su comercio con las islas del oeste entregaban y pagar por ellas los precios fijados, de forma unila-
de la India, a quienes suministraba, sobre todo, cereales, pescado, teral, por las compañías. No existía, por tanto, la libre compe-
madera, algodón y embarcaciones. Sin las islas del azúcar no tencia. Esto desorientaba los mercados y hacía vacilar a los com-
hubieran podido subsistir. Al dedicarse Virginia a la explotación pradores que ignoraban con exactitud si los precios eran excesi-
de plantas tropicales, los colonos encontraron en el tabaco una vamente altos. Asimismo los productores se mostraban reacios a
mercancía de fácil venta en Inglaterra. la venta, pues confiaban encontrar otros compradores que les
El comercio con las Indias Occidentales superaba largamente ofrecieran mejores condiciones.
en importancia al que se realizaba con las Indias Orientales. Con ¡Las plantaciones, sin embargo, habían. de ser rentables, en
la venta de azúcar, café y tabaco se obtenían mayores beneficios especial las de unas colonias sobre las que se ejercía un dominio
que con la venta de las especias, por la simple razón de que el sin límites! Apareció entonces una disposición por la que se orde-
tráfico de los productos citados en primer lugar era muy superior naba el cultivo del café y la éntrega del mismo a un precio pre-
al de las mencionadas especias. Las compañías de Londres y Ams- establecido. Las nuevas plantaciones de café hicieron descender
terdam se negaban a reconocer la autenticidad de este hecho, y se los precios de este aromático grano en los mercados de Amster-
mantenían aferradas a los antiguos mercados que, desde tiempos dam. Las pérdidas que tal hecho ocasionó hubieron de soportarlas
inmemoriales, suministraban las costosas mercancías. Pero en los infelices aborígenes. La Compañía de las Indias Orientales
cuanto los comerciantes formulaban sus balances, podían compro- rebajó sensiblemente los precios de la planta, pero como esta
bar, con espanto, que los beneficios desaparecían y aumentaban, medida no surtió, en un principio, efecto, la repitió en los años
año tras año, las pérdidas. En un principio recurrían a manejos subsiguientes. ¿Es acaso extraño que en el año 1730 se recolectara
solapados; no daban publicidad a sus balances e intentaban per- tan sólo la mitad de la cosecha?
suadir a sus acreedores de que la crisis económica era tan sólo Cuando se elevó la demanda de café en Europa, cambiaron las
pasajera y de que, en cuanto terminaran las eternas guerras, vol- compañías de táctica y estimularon económicamente los cultivos.
vería a animarse la demanda. Cuando por fin llegó la paz sin que Pero esta buena disposición no duro mucho y, ya en 1744, tene-
se notara mejoría alguna, hablaban los comerciantes de la apertura mos noticia de las amargas lamentaciones de los indígenas de que
de nuevos mercados. Repartían importantes dividendos, que no la compañía compraba sólo una cuarta parte de la cosecha Y les
procedían de las ganancias, sino del mismo capital social, y presen- prohibía vender el resto a otros comerciantes. Esta situación du-
taban balances amañados. Para continuar gozando de crédito, era raba cuatro años, hasta que el árbol del café producía beneficios,
preciso aparentar la obtención de grandes beneficios y distribuir y sólo entonces se pagaban las consecuencias de este error co-
dividendos que representaban, por lo regular, el 19 por ciento mercial.
anual del capital invertido. Lo cierto es que lograron engañar al Este forcejeo, provocado por las maniobras de funcionarios y
mundo entero. Cuando los británicos, en el curso de las guerras políticos desprovistos de aptitudes comerciales y que estaban
napoleónicas, conquistaron Indonesia, creyeron haber conseguido engolosinados con las prebendas de los monopolios, destruyó la
un auténtico filón de riquezas, pero pronto les fue posible com- privilegiada situación de Holanda en el comercio mundial.
probar todo lo contrario. Las deudas ascendían a más de 134 millo- La decadencia holandesa tuvo su origen en el ámbito mercantil.
nes de florines y las colonias estaban arruinadas. La pérdida de su supremacía no pndo atribuirse. ni al Acta de
Los comerciantes de Amsterdam y Londres habían vivido, Navegación inglesa ni en las derrotas militares en las guerras an-
durante todo un siglo, de la explotación de su monopolio. La bu- teriores a 1688, sino que se originó en su transformación d~ntro
rocracia de la Compañía de las Indias Orientales creció, en el del comercio mundial. Inglaterra iba en aquella época de tnunfo
ínterin, de forma desmesurada. En el extranjero, ocupaban cargos en triunfo. Sus tropas conquistaron el Canadá francés y vencieron
directivos u ostentaban el título de gobernador arrogantes señores en la India tanto a los franceses y a los holandeses como a los
que no eran comerciantes, sino funcionarios. Los indígenas tenían mismos indios. La Compañía de las Indias Orientales se encargó
la obligación de suministrarles cuanto exigían y, por su parte, los del gobierno de Bengala, aparentemente, como representante del

288 289
19. - HISTORIA DEL COMERCIO
Gran Mongol, pero, en realidad, dominando prácticamente todo el tes casas de comercio establecidas a lo largo de los canales de
país. La columna vertebral de la Compañía de las Indias Orien· Amsterdam, quien se maravillaba ante los tesoros de plata que
tales no la formaba la compra y tráfico de las mercancías indias custodiaban las iglesias españolas, quien contemplaba boquiabierto
sino que residía ~n el negocio del té. Esta planta se transportab~ los innumerables buques anclados en los puertos de Londres, es-
des_de la _Chma, ~m el e.~pleo de m~didas co~rcitivas,_ sin que apa· taba seguro de conocer el origen de tantas riquezas: las Indias
rec1eran mfluenc1as pohtlcas, es decrr, era obJeto de hbre comercio Orientales y los montes argentíferos de América. Las grandes gue-
en el que concurrían otros competidores, entre los que sobresalían rras coloniales de los siglos XVII y XVIII tenían como objetivo la
los franceses y los holandeses. Los británicos contaban con la error· consecución de estas tierras.
m~ ':entaja de poder ofrecer a los chinos un producto, el opio, que Por otra parte, las plantaciones de las Indias Occidentales pro-
elimmaba toda competencia. En tanto que los fumaderos de opio ducían cada vez mayores ganancias, pues si bien es cierto que el
e~taban severamente prohibidos en ~a India, enviaban los ingleses margen de beneficios por kilo de azúcar, café o tabaco era rela-
<J!c.ha dr?ga, en cantidades cada vez mayores, a la China Era pre· tivamente pequeño, el volumen de ventas de estos productos so-
VISible, sm· embargo, que en cuanto mejoraran las condiciones polí~ brepasaba en gran manera al de las especias o al de la seda. En
ticas del Celeste Imperio aparecería una franca resistencia a este Europa, el nivel de vida había experimentado un gran aumento y
tráfico. el consumo de artículos de lujo abarcaba círculos cada vez más
Sin _tales !ngresos no hubiera podido soportar la Compañía de extensos. Al austero siglo XVII, conmocionado por las continuas
las Indi~s Onentales los cuantiosos gastos que le originaba su per· guerras religiosas, había seguido el frívolo, irreflexivo siglo XVIII,
manencia en la India. Inglaterra, que había sido hasta el año 1730 en el que predominaban la alegría de vivir y el ansia de placeres.
un país bebedor de café, se inclinó, gracias a la activa propaganda Los soberanos imitaban el ejemplo de Luis XIV y construían pa-
~e la poderosa Compañía, a consumir el té. Y aún hoy puede con- lacios suntuosos como el de Versalles. Derrochaban el dinero pró·
Siderarse a Inglaterra como el país degustador del té por exce- digamente, llegando incluso a superar en ostentación al propio
lencia. Sin género de dudas, las conquistas proporcionaban a los Rey Sol. El nuevo sistema de concebir la vida irradiaba de la
funcionarios y generales que en ellas participaban grandes benefi· corte a las grandes capitales, a los centros portuarios o mercan-
cios y fabulo~as riquezas, pero este hecho no se reflejaba en el tiles de importancia, influyendo también en las mismas provincias.
estado fmanciero de las compañías. La Compañía de las Indias Las personas de toda condición deseaban beber café o té, saborear
Orientales se estancó, para iniciar su decadencia en el último chocolate, disponer de azúcar para su alimento, y aspiraban, de
tercio del siglo XVIII, en el comercio con el té. Cuando los nego- igual manera, a poder fumar sus largas pipas o a disfrutar del
cios presentaban mal cariz era preciso ele"ar el precio del té en tabaco masticándolo o en forma de rapé. Y a no se empleaban en
Inglaterra y, asimismo, cuando el Estado se veía apurado de dinero las comidas los antiguos platos de estaño ni las escudillas de ma-
procedía a aumentar los impuestos que pesaban sobre dicho pro- dera, sino que se utilizaban delicadas vajillas de loza, a las que
ducto. A consecuencia de los citados impuestos sobre el té se signieron las de porcelana de la China o de Europa, y era "?-uy
desataron los lazos que unían a las colonias americanas con la común el uso de manteles y servilletas. Pero todos estos refma-
metrópoli. Algunos colonos, disfrazados de indios, arrojaron el mientos costaban dinero, dinero que era preciso conseguir de
té al mar para impedir su importación a precios exorbitantes. Ni el alguna fofma. Los terratenientes aristócratas, los patricios Y los
gobierno inglés, ni la compañía podían tolerar este atentado. nobles de las ciudades agrícolas y los escasos labradores que ha·
La lucha culminó con la declaración de la independencia de los bían logrado enriquecerse, procuraban ampliar los cultivos de sus
Estados U nidos. tierras, y cuando esto no era posible, oprimían con tributos Y
Todavía soñaban los europeos con las ricas y maravillosas tie- gravámenes a sus colonos o vasallos. .
rras indias, con las legendarias riquezas de las islas de las especias, La necesidad de una reforma era insoslayable. Flandes d10 el
con las minas de plata de Perú y Méjico. El nombre de estos paí- ejemplo al practicar el cultivo de la alfalfa y nabos, necesarios para
ses despertaba sólo el recuerdo de osados navegantes, de grandes el mantenimiento del ganado durante el invierno. Hasta entonces,
conquistadores, de comerciantes opulentos. Quien veía las brillan- había regido la costumbre de sacrificar la mayor parte de estos
290 291
animales durante el otoño. Flandes adoptó el sistema llamado tan sólo que la miseria se había hecho más ostensible que en époM
((economía agrícola de las tres cosechas» y que preveía la recolec- cas anteriores.
ción sucesiva de trigo, nabos y alfalfa o alubias. En el siglo XVII El mayor dinero en circul;ación inducía a los poderosos a
sólo un escaso número de ingleses se habían decidido a seguir este aumentar sus gastos. Contraían deudas, apremiaban a sus deudo-
ejemplo, pero cuando los holandeses pertenecientes al séquito de res elevaban los arrendamientos y exigían exorbitantes intereses
su monarca acompañaron a éste en un viaje a Inglaterra, se ex- de 'sus rentas. Los aristócratas de la corte, los funcionarios de las
tendió con la mayor rapidez el «plan Norfolb, que obtuvo exce- ciudades las altas dionidades de la Iglesia, no tenían suficiente
lentes resultados. En poco tiempo se duplicaron las cosechas y con sus Propios ingre~os, que con tanta facilidad se les escurrían
algunas regiones consiguieron de 20 a 24 «bushels» de trigo por de entre los dedos.
acre en lugar de los 6 a 10 «bushels» que se recogían hasta en- Así se implantaban los elevadísimos impu.estos que l?s sobera-
tonces. (El «busheb es una medida de cereales inglesa que equiva- nos empleaban para el pago del fasto palaciego o para la fman-
le a 36,35 litros.) Sin embargo, de nuevo se necesitaba dinero para ciación de sus campañas contra otros países.
llevar a cabo el moderno sistema de cultivo que exigía la com- Los viajeros que, procedentes de la Europa Central, llegaban
pra de aperos de labor, el empleo de obreros capacitados y la a los grandes puertos del Imperio colonial, quedaban deslumbra-
adquisición de las simientes. Los nobles terratenientes solicitaron dos ante la vista de las grandes estibas de sacos con pr.?ductos coM
la apertura de créditos y contrajeron grandes deudas con los co- loniales y de los numerosos y blancos pilones de azucar que se
merciantes con la garantía de las futuras cosechas. El dinero, que almacenaban en sus andenes. Sin embargo, las antiguas colomas
hasta la fecha sólo se había invertido en la financiación de opera- no producían ya -beneficio alguno, s~o que, p~r el_ contra~io, sól?
ciones comerciales, irrumpió en el campo de la economía agrícola reportaban gastos. Las guerras c_ol~n1ales exigian m112~nsas ca~ti­
para, siguiendo las nuevas orientaciones, proceder a su completa d:'ldes de dinero para su mantenuniento y las cm~pan1as se ve1an
transformación. obligadas a equipar ejércitos enteros para campanas que ~uraban
Todo aquel que había hecho fortuna con las plantaciones de largos meses. Lbs funcionarios obtenían mayores beneflcws c~n
caña de azúcar, de tabaco o de café de las Indias Occidentales o la exacción de elevados impuestos a los nativos que con el.cambw
de Norteamérica no estaba dispuesto a retirarse de la vida de los de mercancíaS, pero para lograr estos propósitos era prec~so ase-
negocios para disfrutar, en forma inactiva,- de las rentas de su ourar continuamente la supremacía militar, mantener. aleJados .a
capital. Por el contrario, compraba en su patria alguna propiedad los competidores ex;tranjeros, intimidar a los pa~ses :recmos Y; asi-
con la intención de explotarla desde el punto de vista comercial. mismo era necesario sofOcar el descontento mtenor. Habla ya
¡Era preciso acabar con las antiguas rutinas! Los desarraigados pasada' la época de las grandes conquistas. c;omo es natural, n,o
campesinos se veían obligados a trabajar para la industria, hilaban todo el mundo se empobrecía, pero el escaso numero que cor:se~~a
y tejían de sol a sol y, en muchas ocasiones, tenían que dirigirse a amasar una fortuna considerable no podía atribuirla al e¡erciClO
las ciudades en busca de ocupación en las fábricas dedicadas a la del comercio, sino al favorable resultado de una guer,ra.
exportación. En Francia, en Inglaterra y en Holanda ~a mencwn de. a.lguno~
Cuanto más crecía la opulencia, de la que nos hablan las cifras nombres famosos suscitaba la general admiraciÓn y envidia .. Asi
de los ingresos del Estado, los importes de los tributos pagados cuando Clive, en 1767, a los 42 años de ~da~, regresó de las
por artículos de lujo, la cantidad de tabaco, azúcar y café consu- colonias fue considerado como el hombre mas neo de Inglaterra.
mida, tanto mayor era la general miseria. El miembro de la El gobe;nador de la Compañía de las Indias Oriental~s, Thomas
Cámara de los Comunes, Mr. Oglethorpe, nos informa de que, Pitt tuvo oportunidad de comprar en la India un diamante de
en 1730, sufrían 4.000 personas a la vez castigo de prisión por gra~ tamaño por 16.000 libras esterlinas que pudo vend~; al re-
deudas. En las zonas agrícolas cundía el hambre, mientras que gente de Francia al precio de 125.000 libras. Pero ¿a ':l;nen se le
el proletariado se envilecía en las ciudades. Lo mismo ocurría en ofrecían ya estas fabulosas ocasiones? De las Compa~tas de las
Francia. ¿Acaso sólo se había conseguido hacer más ricos a los Indias Orientales no se podían esperar grandes beneflcws, puesto
opulentos y más pobres a los necesitados? En realidad, sucedía que habían de soportar la pesada carga que signifi~aba el mantem-
293
292
esta circunstancia y, en consecuencia, dedicáronse con preferencia
miento de la flota de guerra, el aprovisionamiento de los ejércitos al comercio con la China. · . .
y la organización de su aparato administrativo. Todos estos gastos Los accionistas de las grandes Compañías de la Jnd¡as Onen~a­
se engullían las aparentes ganancias. Jes de Inglaterra y Holanda fueron las víctll_nas de es!a decadencia.
Sólo el comercio del té, independiente de los arrogantes con- El Estado, sin cesar, emprendía, en la Ind1a, cam~anas que. dura-
quistadores y de sus posesiones, arrojaba un apreciable superávit. ban largos años. Por su parte, Jos gobiernos contrru:m exor~1tant~s
deudas, bajo cuya pesada carga acabó por hundirse el 1mpeno
colonial francés.

66. Viñeta de la cromca de un viaje de la Compañía de las Indias


Orientales en 1669.

En el año 1739 trajeron en total, los once buques que hicieron la


travesía de las Indias holandesas a Europa, té por valor de 460.000
florines y café por 304.000. En tercer lugar, por orden de ímpor-
tancia, aparecían la pímienta (212.000 florines) y el azúcar (67.000
florines), a Jos que seguían las especias que habían proporcionado
a las isla< Malucas su legendaria fama de riquezas, la nuez mos-
cada (59.000 florines), el alcanfor (30.000 florines), el índigo (29.000
florines), el clavo (25.000 florines) y, por último, el catecú, que es
una especie de droga curtiente y colorante extraída de la madera
de las acacias tropicales, por valor de 22.000 florines. La conclu-
sión que podía deducirse era definitiva: con el simple comercio
de las especias no era posible acumular ninguna fortuna. Las plan-
taciones luchaban contra la peligrosa competencia de las Indias
Occidentales, que se encontraban mucho más próximas que ellas a
los mercados de venta europeos. Los ingleses se dieron cuenta de
295
294
12 El negocio de las tres facetas:
Inglaterra, Africa y
las Indias Occidentales
Thomas Leyland, de Liverpool, supo adivinar las perspectivas
nuevas que se abrían ante su época. En tanto que los opulentos
c.omerciantes de Londres se preocupaban con sus negocios en las
Indias Orientales que comprendían el tráfico con la seda y las
especias y en tanto que suscribían las acciones de las Compañías
de las Indias Orientales, se dedicaba Leyland al comercio con
Africa y con las Indias Occidentales.
En 1709 partió el primer buque en dirección a las Indias Oc-
cidentales llevando a bordo 15 esclavos negros. De esta fecha
data el comienzo vacilante de la prosperidad del pequeño y estre-
cho puerto de Liverpool, situado en las orillas pantanosas del
Mersey, a cinco kilómetros del mar y en el que se hacinaba una
población de 5.000 habitantes, frecuentemente castigada con inun-
daciones y terribles epidemias. A mediados del siglo navegaban ya
por lo menos 53 buques con un promedio de 100 toneladas en
dirección a las Indias Occidentales. Sin embargo, el verdadero
incremento de sus actividades tuvo lugar debido a las largas gue-
rras coloniales sostenidas entre Inglaterra y Francia.
En el canal de la Mancha se encontraban al acecho los corsa-
rios de Dieppe, Saint-Malo y Dunquerque. Existía, pues, el mismo
panorama de hacía un centenar de años; los nietos y los herederos
de los piratas de la época del Rey Sol y del cardenal Richelieu se
hallaban, de nuevo, en su elemento. Los ingleses les pagaban con
la misma moneda. El comercio volvía a sufrir las consecuencias
de esta lamentable situación y las primas de las pólizas de seguro
alcanzaban precios tan elevados, que resultaba antieconómico el
transportar mercancías por el canal de la Mancha. Londres hubo
de permanecer casi por completo inactivo en tanto que Liverpool

299
aprovechaba en su beneficio la favorable circunstancia de que sus precio que en épocas anteriores. El algodón se traía de las Indias
barcos pudieran dmgirse por las aguas de Irlanda hasta alta mar Occidentales, aunque el producto principal de exportación de di·
donde su captura se hacía muy difícil. ' chos países continuaba siendo el azúcar y el tabaco. El incremento
Entonces empezó Leyland a labrar su fortuna. Efectuó compras de Liverpool prosiguió en forma vertiginosa. En 1807 salieron 185
en gran .escala de algodón y lana de Manchester, de telas de seda barcos de dicho puerto transportando cerca de 50.000 esclavos ne·
de Shefüeld, de sables y armas de fuego de Birmingham, y en las gros a las plantaciones americanas. Las ganancias fueron, sin duda,
costas occ1den~ales africanas, en especial en Guinea, cambió todas fabulosas, pues la venta de un solo esclavo producía, por término
estas mercanc1as, P?r esclavos negros. Leyland no era el primer medio, un beneficio de 43 libras esterlinas y este beneficio se
europeo que habla mtentado dedicarse a este comercio, pues in- duplicaba al invertirlo en el próspero negocio de los condimentos
c_luso el Elector de Brandeburgo fundó una factoría fortificada en tropicales. Liverpool, que todavía a mediados del siglo XVIII no
Afnca. P~ro todas las tentativas habían fracasado porque les fal- era más que un pequeño puerto sin importancia con una población
taban Idoneos mediOs .de cambio. Liverpool disponía de dichos de 25.000 habitantes, se convirtió en el centro principal del comer-
mediOs de cambiO gracias a las industrializadas provincias que lo cio mundial de esclavos, llegando a ocupar el segundo puesto en el
Circundaban. Las Indias Occidentales aceptaban sin reparos cuan· orden de importancia, inmediatamente después de Londres, de los
tos, esclavos ;es ofrecían para emplearlos en las plantaciones de puertos ingleses.
azucar Y cafe o en los campos de tabaco. Sólo en el año 1756 Era preciso estar desposeído de toda sensibilidad para ser
tra¡eron los barcos de Liverpool 24.200 negros a América. Conoció capaz de ejercer un comercio de esta clase. Habían de hacer oídos
e~tonces el h~rroroso tráfico su mayor prosperidad. En la primera sordos a los desesperados lamentos de aquellos infelices que eran
decada d~spues de la guerra de la independencia americana, o sea, arrancados del seno de sus familias y se los cargaba de cadenas
en los anos 1783 al 1793, obtuvo Liverpool un vergonzoso a la Los comerciantes tenían que mostrarse impasibles a los quejidos
par que mmenso ?eneficio de la venta de 303.000 esclavos negros. de los enfermos que arrojados en las oscuras y húmedas mazmo-
Pero el negociO era todavía más extenso. Con su mercancía rras de los barcos morían lentamente ahogados por el insoportable
humana, Y el oro en polvo y el marfil de África, los traficantes de calor. Los habitantes de Liverpool se habían endurecido en las
esclavos compraban en América azúcar", algodón y· tabaco. Cier- interminables guerras y durante el curso de sus crueles hazañas de
tamente había perdid_o el café e?- Inglaterra toda su popularidad, piratería. Disponían, pues, de una terrible experiencia. En la época
pero ~on los otros articulas amencanos era posible todavía obtener de la guerra de la independencia americana sólo en un año (1778-
cuantiosos beneficios. 1779) se hicieron a la mar 120 barcos de corso, armados con
T.od.~ la región que se ~nc~:mtraba a espaldas de Liverpool se 2.000 cañones y con una tripulación de 8.745 marineros. ¡Liver·
convrrtio en una mmensa fabnca. Sm cesar giraban los husos ta- pool se había convertido en una verdadera potencia! En aquel
bleteaban los telares y los martillos golpeaban sobre los yun~ues .ambiente se desenvolvía a sus anchas el burgomaestre Thomas
de las armerías y de los astilleros. Aumentaba continuamente la Leyland, audaz, fríamente calculador, dotado del genio comercial,
demand~ de productos de exportación al propio tiempo que las mercader y banquero, y el hombre más rico de su ciudad o quién
mercanc1as ~olon1ales, tales como el-azúcar, el tabaco y sobre todo sabe si de Inglaterra. Sus intereses comerciales y la forma de enfo-
el ron, eran Importadas a través del puerto de Liverpool y consumi· car sus especulaciones se encontraban en franca contradicción con
das cada vez en mayores cantidades en los puertos de los aire· cuanto se concebía y planeaba en Londres. En la capital estaban
dedores, que se hallaban sobrecargados de trabajo. Eran estos pro- asentados los señores del monopolio de las Indias Orientales, que
ductos los úr:icos al~cientes en la penosa monotonía cotidiana. Los no permitían a nadie mezclarse en sus negocios y que deseaban ob-
h?~bre~, IDUJ~re_s e mcluso niños trabajaban catorce, quince o die· tener sus pingües beneficios a costa de los infelices campesinos
Cisers horas dianas, las que no eran suficientes, sin embargo, para de Asia y de los consumidores de Londres. Para defender los fru·
a;ender por completo la demanda de ultramar. Por fortuna dispo- tos de su pillaje debían emprender incesantes luchas contra los
mase de ~bundantes materias primas y el algodón, a cambio de la portugueses, los holandeses y los franceses y por último hubieron
lana, era Importado por medio de los barcos de Liverpool a mejor de guerrear también con todos los príncipes asiáticos desde los

300 301
emperadores de la China y del Japón hastá el Gran Mongol o el contrarío! Empezó precisamente entonces el florecimiento del trá-
marajá de la India. Pesaba sobre ellos la continua preocupación fico mercantil francés con Asia. El volumen de operac10n~s, que
de defender los obstáculos artificiales que habían creado, tales entre los años 1725 al 1769 sólo muy rarament~ sob:epasó l~ can-
como fronteras, prohibiciones, prerrogativas y privilegios. tidad de 8 millones de francos, alcanzó en los stete anos s;gmentes
¡Esta política no podía conducir a nada positivo! Los hechos una media de 20 millones anuales. El sistema de monopoho no era
dieron la razón a Leyland, pues la importación de productos de la negocio. . .
India a Inglaterra sobrepasó, en los años 1750 a 1755, sólo en con- En el mismo comercio con América se impuso este entena a
tadas ocasiones el valor del millón de libras esterlinas. Fracasaron pesar de los esfuerzos de las grandes empresas ~onopolizadoras de
todas las medidas adoptadas para aumentar esta cifra. Es cierto Lisboa y Sevílla, que no querían restgnarse a la tdea. de qu.e ya ha-
que se logró elevar la exportación de artículos ingleses a la India, bían pasado los hermosos días en que les era posible dictar l?s
que hasta la fecha había carecido de importancia, llegando a dupli- precios de las mercancías, ajenos al temor de ~oda compete~cta.
car en dicho período su volumen, pero esta circunstancia no bastó El rey de España, Carlos III de Barbón, a qmen le precedta la
para nivelar la balanza comercial con la India. Sin dinero no es fama de ser nno de los soberanos de mayor significación entre los
posible hacer compra alguna. ¿Qué importancia tenían estas can- esclarecidos monarcas de su época, eliminó el monopoho d<;l
tidades para un Leyland? comercio exterior de que disfrutaba Sevílla. Los pnert_os de A.:I-
En las campañas contra la India, alcanzaban los arrogantes se- cante, Cartagena, Málaga, Barcelona, Santan~e.r, Coruna Y <?IJOn
ñores de la Compañía de las Indias Orientales una victoria tras fueron abiertos de nuevo al comerc10 con Amenca. El con:erc1ante
otra. Clive conquistó finalmente la India por completo, pero ¿qué privado debía demostrar una vez más que ~e hallaba me1or capa-
significaba esto, en el fondo, para el comerciante? El representante citado para el tráfico mercantil que la semtestatal y semieclestas-
de la compañía en la India recibió el título de «gobernador gene- tica sociedad de monopolio que recibía el nombre de «Casa de
ral», es decir, se convirtió en un funcionario de la· Corona británica. Contratación».
El Ministerio de las Indias se encargaba, por su conducto, de la Dio comienzo la competencia libre o la «riña de gatos», como
dirección de todo. No debe, pues, extrañarnos que la compañía se despreciativamente la llamaban los partídarí'?s de la a~~gua orga-
hundiera en la más absoluta bancarrota y que sólo se mantuviera nización monopolista. Los nuevos comerciantes e,:ng~eron_ ~una
gracias al considerable «crédito» del Estado, que jamás fue resti- absoluta igualdad de condiciones, y s~ñalaron co"; mdi!placmn a
tuido. Londres perdía cada día más importancia, en tanto qne el · cierta sociedad que junto al monopoho legal habta sabido crear
comercio de Liverpool crecía con una rapidez cuatro veces mayor otro monopolio efectivo. Se referían concretamente a la «CO~J?a­
que el resto de Inglaterra. · ñía» a secas, con cuyo nombre era conoc1da en toda Sudamenca
La situación de Francia era parecida, pero con la diferencia de la Orden de los jesuitas. . .
que las desgraciadas guerras con la India presentaban un aspecto Es innegable que estos religiosos prestaron .grandes serviCIOS a
poco tranquilizador. Ya en el año 1752, es decir, cuatro años antes la economía de Sudaméríca. Los sacerdotes ¡esmtas arrancaban
de la gran derrota de Plassey, cuando Dupleix aún cosechaba triun- a los salvajes indios de las selvas del Brasi~ y ~araguay para co";-
fos en los campos de batalla, corrió por París el rumor de que la ducirlos a las «reducciones», donde se familiru:IZa?an con la. agn-
Compañía de las Indias Orientales francesas se había declarado cultura europea, aprendiendo las muchachas mdtgenas a htlar Y
en quiebra. El rey, según propia afirmación, que se contradice tejer, y los nativos a construir sus viviendas y .a efectuar labores
evidentemente con otras circunstancias, había subvencionado a la de carpintería. Se establecieron enormes gran¡as en las que se
compañía, entre los años 1717 al 1757, con la increíble suma de trabajaba para la exportación y que abarcaban de~de el tngo. de
400 millones de libras. En 1769 una disposición del rey desposeyó Chile hasta el azúcar de Centroamérica. Esta vastisnna orgam:za·
a la compañía ·de sus derechos de monopolio en el comercio con ción amenazaba con convertirse en un auténtico monopolio jesu:ta.
la India y un año más tarde fue disuelta la compañía de forma Sin embargo, surgieron graves inconvenientes al_f~acasar las arnes-.
definitiva. gadas especulaciones llevadas a cabo e~ la Martu:nca. El general de
¿Fueron nocivos los resultados de esta liqnídación7 ¡Todo lo los jesuitas se negó a cubrir con los bienes propiOs de la Orden e!

302 303.
increíble déficit que resultó de estas desgraciadas operaciones mer-
cantiles y que ascendía a más de 2,4 millones de libras, por lo que
el rey de Francia suprimió de su país, en 1764, la citada institu-
ción religiosa. Brotó entonces por todas partes el odio mal repri-
mido contra las poderosas <<manos muertas», que ejercían una
desigual competencia. Triunfaron por fin sus enemigos y tres años
más tarde fueron los jesuitas expulsados de Portugal y España, y
secularizadas y vendidas sus propiedades y establecimientos ame- -)
ricanos, que hubieron asimismo de abandonar. ¡El llamado •espí-
ritu del siglo», el espíritu de la libre competencia, en unas. pala-
bras, «el espíritu de Liverpool», había alcanzado una nueva
victoria!
La costa occidental africana había experimentado una sensible
transformación al trasladarse el comercio de la Costa del Oro,
la actual Ghana, a la Costa de los Esclavos, situada más hacia
al Este. N o se trataba de un simple desplazamiento geográfico.
En la Costa del Oro se encontraban las antiguas fortificaciones
europeas, tanto la de «El Mina», construida por los portugueses
en el siglo XV, como las fortalezas que servían de punto de apoyo
a los holandeses, franceses, daneses e incluso, aunque en forma
pasajera, al Elector de Brandeburgo. Los cabecillas indígenas de
la Costa de los Esclavos, que comprendía desde Togo a Nigeria,
conocían muy bien el poderio militar de los europeos, por lo que
habían prohibido a los blancos la construcción de fortalezas dentro
de su territorio, no permitiendo la edificación de ladrillo o piedra,
por lo que las viviendas debían estar construidas a base de paja y
cáñamo, fácilmente destruibles por el fuego. Los comerciantes no
tuvieron más remedio que aceptar estas cOndiciones, que, por otra
parte, no redundaron en absoluto en perjuicio suyo. Los soberanos
negros entregaban gustosamente los esclavos a cambio de las esti-
madas mercancías europeas, tales como telas de lana y de lino,
objetos de hierro y otros metales, artículos de cristal y, en espe-
cial, por los collares de vidrio, por los objetos de adorno y por la .

concha de un molusco llamado cauri.
Los portugueses continuaban, sin embargo, interesados por el
oro, ya que sabían perfectamente que una parte de la considerable
cantidad de este metal que llegaba a las costas mediterráneas atra-
vesando Marruecos procedía del África oriental. Pero Portugal,
con excepción de sus telas de lana, de escasa calidad y elevado pre-
cio, y de un reducido número de objetos de hierro, no disponía de
mercancía alguna para el cambio. Había, pues, de limitarse a la
compra de pimienta africana, llamada «pimienta malagetta», .de

304 ll su nombre se une el apogeo de la fuerza maricima inglesa; flrriba:


Ulalter Raleigh y Francis Drake; abajo: Robert Clive y Warren Hastings.
marfil y de esclavos. Los franceses desarrollaban a su vez una gran
actividad. En el año 1720 compraron, en la desembocadura del Se-
negal, marfil, cera, goma arábiga, pieles y, como es natural, escla-
vos por valor de medio millón de libras esterlinas.
El comercio de esclavos en el siglo XVII se encontraba casi
por completo en manos de los holandeses. Esta circunstancia no
era debida a la supremacía naval de Holanda, sino al hecho de que
había organizado un mercado de venta para esta horrible «mercan-
cía humana», con suficiente capacidad para aceptar cualquier can-
tidad y que, además, estaba dispuesta a pagar precios muy eleva-
dos por la compra de los esclavos. El citado mercado residía en un
principio en las plantaciones de azúcar de sus posesiones brasileñas,
y cuando Holanda perdió estas propiedades se desplazó el centro
comercial a las islas de Cura,ao y San Eustaquio.
El negocio era floreciente y producía grandes beneficios, pero
despertaba- la envidia de los competidores y, en primera lugar, de
los directores del monopolio que ejercía la Sociedad del África
inglesa, a quien España, a regañadientes, hubo de concederle en la
Los tres dueños de la firm~:~ Baring consultando la cuenta de Ia firma Hope. paz de Utrecht de 1713 el derecho a exportar, anualmente, 4.800 es-
clavos negros a Hispanoamérica. Esta cifra aumentó en forma con-
siderable al añadirse las continuas entregas de esclavos efectuadas
clandestinamente. Tiempo más tarde, los comerciantes ingleses
creyeron poder obtener, mediante las oportunas presiones políticas,
determinados privilegios comerciales, apoderándose de las posesio-
nes francesas en África con el objetivo de eliminar la competencia
de dicho país europeo en el mercado de esclavos. Por la paz de
Goree, el actual Dakar, hubieron de devolver las mencionadas pro-
piedades, que, por otra parte, desempeñaban un papel insigni-
ficante en el comercio de esclavos. ¿Qué importancia tenían todas
estas fortalezas, todas estas colonias, todos estos puntos de apoyo?
En el comercio con los soberanos negros de la independiente Cos-
ta de los Esclavos imperaba la libre competencia. La pregunta for-
mulada era siempre la misma: ¿Quién es el que paga más? Apare-
cieron entonces en las costas africanas laS salvajes tribus del inte~
rior, los aschanti y dahomey, procedentes de las regiones de
las lluvias tropicales, que concertaron con los comerciantes un
espantoso contrato. A cambio de armas de fuego que les conferían
una enorme superioridad frente a los pueblos del interior, a las
extensas llanuras del Sudán, se comprometían las tribus negras a
proporcionar a los europeos la cantidad de esclavos que les so-
licitaran.
Hasta aquellos momentos el comercio de esclavos en las costas

Henry Hope 305


2 0 . - HISTORIA DFL COMERCIO
occidentales africanas estaba reducido a ciertos límites. Los jefes mercancías en <cbarras de hierro»; en Acera, el instrumento de
negros vendían sus propios esclavos procedentes de tribus some- valor eran las <<Conchas de cauri»; en la Costa del Marfil, las
tidas a su poder o los deudores morosos, delincuentes y vagabun- ((telas de lana)); en la Costa del Oro, el «oro en polvo)). Asimismo
dos. Pero, a partir de entonces, los aschanti y dahomey se dedi- la medida empleada en la Costa de los Esclavos no era el dinero,
caron a una verdadera caza del hombre, por lo que la exportación sino las «barras o lingotes de cobre y hierroD; en la desembocadura
de esclavos creció en forma asombrosa. No faltaban nunca pretex- del Níger lo era el latón, y en el Camerún se empleaba, al igual que
tos para desencadenar una guerra, así como tampoco escaseaba el en la Costa dei Marfil, la lana tejida. Se establecieron algunas
número de compradores del lastimoso botÚl. Del interior del curiosas relaciones de cambio entre estas mercancías, y así podía
inmenso continente llegaban las terribles caravanas formadas por cambiarse una barra de hierro por cuatro lingotes de cobre de su
hileras interminables de infelices, unidos por cadenas entre sí, in- mismo peso. Los herreros del interior del país precisaban comprar
clinados bajo el yugo de la esclavitud y que eran conducidos con la hierro para la fabricación de sus artículos. Este metal les era
constante amenaza de los latigazos. Cuando alcanzaban las costas, suministrado con determinadas dimensiones.
tras la penosa caminata, respirarían, sin duda, aliviados. Allí debían Era preciso entonces efectuar algunos cálculos previos, ante
permanecer bajo la custodia de los cabecillas negros hasta que los todo de la «cotización» en vigor de los negros y después del valor
comerciantes europeos procedieran a su compra. En el entre- de las mercancías europeas que se ofrecían, tales como armas de
tanto eran revisados individualmente por un médico, y es de creer fuego, pólvora y plomo, armas blancas representadas por cortos
que esta medida no obedecía a ningún sentimiento compasivo. Sólo sables y afilados cuchillos y hachas, y tejidos de lana y de lino
resultaba económico el transporte de <cmercancía» en buenas con· que se clasificaban a su vez según el color de las telas. Era muy di-
diciones, ya que durante la travesía incluso los esclavos de mayor fícil adivinar los gustos de los cabecillas negros. Algunas veces
fortaleza física sucumbían en gran número. Los viejos y los dé- predominaba, por ejemplo, el color azul en determinadas plazas y,
biles no interesaban y en cambio eran muy apreciados los hombres pocos kilómetros más lejos, era rechazado con visibles muestras
que contaban de lO a 35 años de edad y las mujeres de 15 a 25 de disgusto. Sin previo aviso cambiaba la moda y en los lugares
que no se encontraran en período de gestación, ya que muy pocas en que en un principio los cabecillas se inclinaban por el color azul
futuras madres podían resistir el viaje. Por lo general, la canti- era entonces desestimado en absoluto, en tanto que en los pue-
dad de mujeres ascendía a nn tercio del número total de esclavos blos donde no había sido posible vender en el año anterior las
transportados. Gran parte de los hombres habían caído durante la telas de este matiz, exigían los indígenas el color azul desechando
lucha, pues especialmente los más Inertes, no ignorando el horri- cualquier otro. Para poder comerciar en estas condiciones era pre-
ble destino que los esperaba de ser derrotados, combatían con el ciso poseer paciencia en grandes dosis. Los desconfiados reyezue-
valor que les proporcionaba su misma desesperación. los negros examinaban cuidadosamente pieza a pieza las mercan-
En el siglo XVI fueron embarcados 900.000 esclavos en las cías que les ofrecían los comerciantes blancos.
costas de África con dirección a América; en el siglo XVII as- El establecimiento de nn monopolio o el empleo de la fuerza
cendió dicha cantidad a 2.750.000 y en el siguiente se alcanzó hubiera resultado por completo inútil. Los negros no aceptaban el
una cifra superior a los 7.000.000. ¿Cuántos infelices murieron du- oro ni la plata como medio de pago y para asegurarse una am~stosa
rante la travesía y fueron arrojados por la borda de los navíos acogida en los años venideros se veían obligados los comerciantes
negreros? El promedío anual de 27.500 se elevó a 70.000, pero se a suministrar sólo mercancías duraderas y de buena calidad.
desconoce la importante proporción de las últimas décadas. En Inglaterra trabajaban miles de personas en las fábricas de
A principios del siglo XVIII costaba nn esclavo en la Costa del tejidos y de hilados, en las armerías y en las fraguas de los herre-
Oro, aproximadamente, tres libras esterlinas. A fines de la misma ros, pero toda su producción resultaba insuficiente. La dem.anda
centuria su precio se había elevado a 25 libras esterlinas. Pero este crecía sin cesar y no se daba abasto para cumplimentar la mun-
detalle no era el más significativo que podía apreciarse. No se co- dación de pedidos. .
merciaba con dinero, sino aplicando determinadas medidas de El ejemplo de la Costa del Oro había tenido muchos segmdores.
valor. Así en la Costa de la Pimienta se calculaba el coste de las Londres intentó conquistar sus antiguas plazas, y otros puertos,

306 307
como Bristol, se dedicaron también al remunerador negocio. La «Jenny» torcían la fibra textil y la hilaban con mayor solidez que
parálisis comercial ocasionada por la guerra de la independencia las manos de los obreros. Hasta entonces los fabricantes europeos
americana fue pronto superada y ya en 1785 se transportaron no habían podido hilar el algodón por sí sólo al no poseer esta
64.000 negros a través del Atlántico, de los cuales 38.000, esto es, fibra la suficiente consistencia y se habían visto obligados siem-
la mitad de la cifra total, fueron vendidos por los ingleses a Norte- pre a añadirle lino. Crompton descubrió en 1779 una máquina
américa y las Indias Occidentales. Los franceses, cuyos centros textil que confería al algodón una elasticidad y un grado de finura
comerciales principales se encontraban a orillas del Congo y del desconocidos hasta la fecha. Este descubrimiento abría perspec-
Volta, vendieron 20.000 esclavos, a los que siguieron los holandeses tivas nuevas y amplias a la industria algodonera inglesa.
con 4.000 esclavos y los daneses con 2.000. Para conseguir alcan- Hasta el año 1775 Inglaterra importó de Bengala casi la totali-
zar una preponderante situación en este tráfico mercantil era dad de los tejidos de algodón que precisaba, ya que su propia pro-
preciso disponer de suficientes elementos de producción. ¿Podía ducción era tan insignificante, que la exigua cantidad de 4,7 millo-
Inglaterra, con una población de apenas 7 millones de habitantes, nes de libras inglesas, es decir, unas 2.000 toneladas anuales de
fabricar la ingente cantidad de mercancías que los cabecillas ne· algodón en rama procedente de las Indias Occidentales, no cubría
gros exigían a cambio de sus esclavos? sus necesidades. Al iniciarse el proceso de renovación industrial se
En primer lugar escaseó la madera, pues la alimentación de las elevó la importación inglesa de dicha fibra a 33 millones de libras,
fraguas dio pronto cuenta de los exiguos bosques de Inglaterra. alcanzando en 1802 la cifra de 57 millones. La próspera industria
Pero al faltar este económico combustible ¿cómo era posible tra- de Manchester exigía cada día más, al aumentar incesantemente
bajar los metales? La exportación de la madera resultaba excesiva- la producción de sus máquinas.
mente cara, pero sin madera no puede fundirse el hierro y sin hie- De la misma forma que se había conseguido extender amplia-
rro no hay cuchillos, ni hay armas de fuego, ni hay hachas, ni mente el cultivo del azúcar, era posible hacerlo con el cultivo del
tampoco esclavos. De esta forma seguía la cadena. El no poder algodón. Las tierras vírgenes no escaseaban en el mundo y, además,
comprar esclavos traía consigo la carencia de azúcar, de ron, de África proporcionaba la necesaria mano de obra. Se trataba, pues,
tabaco. Para paliar en algo la gravedad de la situación hubieron tan sólo de elegir el lugar más adecuado. En un comienzo creyeron
de importar de Suecia, donde abundaba la madera, el hierro ya los comerciantes de Liverpool que bastaría con los fértiles terrenos
fundido y forjado. tropicales de las Indias Occidentales. En aquel lugar el sol madu-
El pueblo británico vivía sumido en la mayor estrechez e in- raba los frutos en un corto espacio de tiempo y el clima era incluso
cluso se presentaba esta penuria en las familias donde todos sus soportable para los blancos. Las comunicaciones por mar eran fáci-
miembros, sin exceptuar a los niños de corta edad, trabajaban en les y económicas y apenas podía temerse ataque alguno. Las Indias
las fábricas desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Si no Occidentales eran el objeto de la predilección del Imperio inglés.
sucedía un milagro, la industria inglesa, a pesar de la excelente Cuando William Pitt en 1709 estableció el impuesto sobre los
acogida que tenían sus productos en el mercado mundial, acabaría ingresos, hizo mención de que cuatro partes de los ingresos tota-
por hundirse. ¡Y el milagro se realizó! les que obtenían los ingleses de ultramar procedían de las Indias
Las máquinas de vapor solucionaron todos los problemas. Eran Occidentales. Sin embargo, las reducidas islas del Caribe no po-
accionadas por carbón, el que podía obtenerse fácilmente del sub- dían .proporcionar suficiente algodón. El contingente más numero-
suelo. El vapor ponía también en movimiento las bombas de ex- so de esclavos no puede suplir la carencia de suelo para el cultivo.
tracción de agua de las minas de carbón en los peligrosos casos Al sur de los Estados Unidos, por el contrario, se extendían
de inundación. El vapor permitía el uso de los elevadores de forma vastísimos territorios, que se hallaban comprendidos dentro del
que pudieron ser explotadas minas de mayor profundidad. El va- ámbito comercial de la ciudad de Londres. En estas regiones com-
por ahorraba esfuerzo humano en el industria textil al accionar praban los londinenses su tabaco. Los predicadores, los médicos,
mecánicamente los _husos automáticos descubiertos por Arkwright los reyes y los funcionarios trataban inútilmente de exterminar el
y Hargreaves, los celebres «Jenny». «vicio» del tabaco. El rey Jacobo I promulgó una violenta disposi-
Se desencadenó entonces la «revolución industrial». Los husos ción contra este abuso y prohibió terminantemente fumar a sus

308 309
súbditos. Tales medidas no surtieron efecto alguno y, burlando Inglaterra. ¡Los estúpidos nativos americanos estaban aún tan
todo castigo, el uso del tabaco se extendió no sólo en Europa, sino incivilizados! Por su parte, se enriquecían también los colonos,
en el mundo entero, desde Turquía hasta el remoto Japón. <tCuan- que cada vez se mostraban menos escrupulosos. Adquirían a las
do un buque cargado de tabaco procedente de lejanos países llega sociedades más elegantes de Londres tocas de seda, faldas de úl-
a un puerto -escribe un jesuita del siglo XVII-, los viciosos tima moda, lienzos de Damasco, zapatos morunos de rojo cuero,
compradores no pueden esperar pacientemente a que la apestosa muebles de Chippendale y Hepplewhite, pero compraban también
mercancía sea desembarcada. Se apresuran a tomar el bote más artículos de consumo como el té y golosinas como almendras, cho-
próximo y suben a bordo del buque. Es preciso, entonces, que colates y pasas. Para los esclavos negros, se interesaban por las
abran ante su presencia una caja y corten una hoja de tabaco. En ásperas y sólidas telas de Osnabruck. Todas estas operaciones les
primer lugar prueban la planta con los dientes, para acabar por reportaban grandes beneficios.
masticarla como si se tratara del manjar más exquisito. Si la en- Los avispados importadores de Londres irrumpieron ahora en
cuentran de acuerdo con sus particulares deseos, temblando de avi- este cómodo y asegurado dominio de los magnates de Londres.
dez encienden un cigarro a la vez que se Sienten poseídos de Aparecieron en los tranquilos puertos tabacaleros de Charleston y
una incontenible euforia. Después de un largo rato de éxtasis, co- Norfolk para ofrecer algodón. En un principio la suerte les fue
mienzan a efectuar sus compras y a interesarse por los precios. adversa. El algodón no se enraizaba suficientemente en el ligero
Da lo mismo que se les exija un ducado o un florín. Sin el menor y arenoso suelo de la región. Ciertamente existía otra clase de
pesar entregan cuanto llevan. "¿Para qué sirve el dinero -piensan planta algodonera que se adaptaba a las características del terreno,
estos desgraciados- guardado en la bolsa?" Por lo general el pero ésta apenas era posible desgranarla a mano, por lo que no
dinero es más apreciado que la virtud, pero en estos casos el valor resultaba aprovechable para los granjeros.
del tabaco supera al aprecio del oro.» Los comerciantes de Liverpool, que reunidos en Savannah dis-
El tabaco se convirtió, pese a las indignadas lamentaciones de cutían con los grandes terratenientes del país la solución de este
los predicadores, en un negocio muy rentable. Los precios osci- problema, llegaron a la conclusión de que sólo existía una salida: la
laban en el curso del año según se presentaran las cosechas, pero fabricación de una máquina desgranadora apropiada. Encontraron
la cotización de cinco chelines que, a principios del siglo XVII, fue por fin a un joven científico dotado de un extraordinario talento
establecida no pudo, en forma alguna, ser mantenida. En el técnico y que respondía al nombre de Eli Whitney. El inteligente
año 1630 la libra de tabaco inglés era ofrecida al precio de dos illventor ideó, en un brevísimo plazo, la deseada máquina. Desde el
peniques. Lentamente, fue imperando un cierto equilibrio entre la Atlántico hasta las montañas Rocosas, desde el golfo de Méjico
creciente demanda de tabaco y la extensión, asimismo creciente, hasta el Missouri se cultivó el algodón en increíbles cantidades. Los
del cultivo de esta planta. El rey de Prusia fundó su "Club del comerciantes de Liverpool adquirían toda la cosecha, anticipaban
tabaco», en el que, rodeado de un grupo de amigos, descansaba de dinero para la próxima siembra y proporcionaban cuantos escla-
las preocupaciones de la política fumando una humeante pipa. Los vos eran precisos, ya que disponían a tal fin de sus factorías en
reyes de Inglaterra gravaron el vicio del tabaco con un elevado África.
impuesto. El rey Carlos III, sucesor de los enemigos del tabaco de ¡Estas operaciones sí que merecían el apelativo de «comercia~
la Corona inglesa, estableció un impuesto aduanero que ascendía les»! Ya no era preciso tener que engatusar a los arrogantes caba-
al 200 por ciento del valor del tabaco importado, y su heredero lleros y a las remilgadas damas de la buena sociedad para incli-
de la casa de Hannover elevó dicho tipo al 600 ·por ciento. Pero, narlos a la compra de valiosos objetos de adorno, sedas suntuosas,
a pesar de todo, resultaba fructífero el comercio con dicha planta finos encaj~s o especias exóticas. Las fábricas de Manchester encar-
Las plantaciones de Carolina del Norte y del Sur y las de Georgia gaban ingentes partidas de algodón y se mostraban interesadas en
no sólo aceptaban los exorbitantes precios exigidos por la venta un suministro regular y asegurado para las próximas semanas, me-
de los esclavos, sino que consumían además grandes cantidades de ses o, a ser posible, para los próximos años. Las máquinas exigían
mercancías de la metrópoli. Los comerciantes de Londres podían cada día mayor cantidad de algodón, por lo que los comerciantes
colocar cuantos trastos viejos y baratijas sin valor se recogían en no podían demorarse en la entrega puntual de la materia prima.

310 311
--América
ropa

,Afisí'one..-
Jesllihs
J!iftF'

67. El ciclo comercial a través


de los tres continentes.

La cantidad de hilados producidos se elevaba a miles, a centenares mercados auténticos estragos. En el mismo país de origen del al-
de miles, a millones de varas, que no era posible fueran consumidas godón, en la India Oriental, donde la muselina en virtud de sus
en sn totalidad por el condado, ui por Inglaterra, ni por los afri- extraordinarias cualidades había ostentado durante siglos la indis-
canos, ni tampoco, como es lógico, por los propietarios de las plan- cutible supremacía de los mercados, ofrecían los comerciantes in-
taciones de las Indias Occidentales o de Norteamérica. Era, pues, gleses la económica mercancía de manufacturación industrial.
necesario hallar nuevos mercados de consumo. Con mal <;!isimulado temor observaba la tradicional indus-
La oferta del «cotton» de Liverpool producía en todos los tria lanera de Inglaterra el auge del algodón. En el año 1782 se

312 313
la iniciativa comercial con los conocimientos de investigación téc-
nica y el poderoso capital. Empezaban también a percibir los be-
neficiosos resultados de su extensa red comercial a través de todos
los continentes. Liverpool importaba, asimismo, lana de buena
calidad y a precios ventajosos procedente de Australia. En 1787
un barco inglés había llevado· consigo a este lugar 29 ovejas me-
rinas que constituyeron el origen de los millones de animales de
estas características que se encuentran actualmente en el Noví-
simo Continente. Australia llegó a convertirse en el centro de
exportación de lana más importante del mundo.
La oposición de los demás países a los «intrusos» de Liverpool
y a la peligrosa libre competencia fue todavía más enérgica que las
quejas de la industra lanera inglesa. Pero los comerciantes de Li-
verpool ofrecían sus mercancías a precios tan económicos, que era
inútil toda resistencia. El consumidor decidía la batalla al adquirir
lo que se le vendia en condiciones más favorables.
Sin resultado positivo alguno alegaban los gremios y los an-
tiguos comerciantes sns derechos y privilegios. Lo que prevale-
cía era la libertad de comercio, la libertad de competencia, la liber-
tad de acción para el más inteligente. El precio decidirá qnién está
mejor capacitado. Con sus ventajosos precios conquistó Inglaterra
a Europa y al mundo entero.
Sin embargo, el victorioso Napoleón estableció, en 1806, el
bloqueo continental y con ello perdieron los ingleses el mercado
de Europa.

68. Tratado de J acobo 1 de Inglaterra contra el tabaco.

quejaban ya los preocupados fabricantes eu estos términos: «Si se


permite que las industrias del algodón instaladas en los alrede-
dores de Manchester provoquen la ruina de nuestras fábricas,
tendremos que reconocer que ha sido éste el invento más perni-
cioso de cuantos se han ideado en nuestra vieja Inglaterra.» Pero
fueron arrollados por las Corrientes modernas, puesto que las
anticuadas

industrias cuyos obstinados propietarios se neo-aban
b
a
eqmpar con la maquinaria adecuada no podían competir, en forma
alguna, con las nuevas empresas fabriles en las que se combinaba
314
315
13 Las letras de cambio
.abren el mercado
continental
El señor cónsul estaba muy indignado. Ciertamente no resul-
taba agradable que los rebeldes americanos y los piratas franceses
intentaran atravesar el bloqueo británico, pero que un súbdito
de Su Majestad británica se atreviera, desafiando la severa prohi-
bición del Almirantazgo, a enviar sus buques a las Indias Occiden-
tales era sencillamente intolerable. Inglaterra luchaba en forma
encarnizada contra las sediciosas colonias de Norteamérica.
El comerciante John Parish escuchaba impasible todos estos
reproches. Había de ser claro para todos el terreno que pisaba.
Él vivía en la ciudad hanseática libre de Hamburgo y sus bn-
ques navegaban con el pabellón hamburgués. ¿Qué le importaban
por tanto, las leyes inglesas? Esta desfachatez arrastró al cónsul a
dirigirle las más violentas amenazas. La flota inglesa atacaría a sus
buques en cualquier lngar donde los encontrara y se incautaría de
su contrabando. «Son buques neutrales protegidos por el derecho
de gentes», fue la respuesta. «Inglaterra no puede permitir que la
importunen pafses de dudosa neutralidad, como los holandeses
y daneses>, contestó a su vez el cónsul. «Lo cual ha dado como
resultado ---objetó Parish- que todas las grandes potencias na-
vales se pongan al ]ado de los americanos. ¿Desea el obcecado
gobierno inglés arruinar con su terquedad el escaso comercio que
aún conserva; esto es, intenta Inglaterra romper también con
la neutral Hamburgb?» Esta amenaza no surtió efecto alguno.
El cónsul de Su Maj.estad no autorizó, ni siquiera una sola vez,
el libre paso de los buques de John Parish.
El comerciante sabía con exactitud quiénes deseaban hacerle
daño: sus propios compatriotas en Hamburgo, las antiguas ré-
moras de los «merchant adventurerSl), los herederos de las alianzas
monopolistas, quienes contemplaban, llenos de envidia y carentes

31'1
de la necesaria fuerza y energía para acometer cualquier gran
empresa, cómo el joven advenedizo realizaba negocios excelentes.
Hamburgo se había convertido, en la segunda mitad del si-
glo XVIII, en el centro de contratación más importante de las
mercancías coloniales inglesas consumidas en el centro, este y
norte de Europa, debido en gran parte a que Emden no ostentaba
ya el privilegio exclusivo de depósito de los productos británicos.
A través de Hamburgo se abastecían Alemania, Polonia, Rusia, Di-
namarca y Suecia del azúcar y café procedentes de las Indias Occi-
dentales y del té de las Indias Orientales.
No se desarrollaban los negocios sin tropiezos, ya que los fran-
ceses intentaban, por todos los medios, conqnistar los clientes de
Inglaterra. Las colonias de las Indias Occidentales francesas su-
ministraban casi todo lo que también ofrecían los ingleses y abas-
tecían incluso del té chino, que, con excepción de la Frisia oriental,
en donde era muy estimado, desempeñaba un papel mny secun-
dario en el continente. Podría establecerse un paralelismo entre
Burdeos en Francia y Liverpool en Inglaterra, ya que ambas ciu-
dades eran los puertos más importantes del comercio con las In-
dias Occidentales de sus respectivos países. Con un modesto zu-
rrón al hombro llegó, en 1740, a Burdeos procedente de Toulouse
un tal Francisco Bonaffé, que, treinta años más tarde, era propie-
tario de 30 buques y disponía de una fortuna de 15 millones de
libras.
Burdeos vivía del intercambio, en tanto que Liverpool apenas
ejercía esta modalidad comercial. Cuatro quintas partes de las
importaciones que se efectuaban en el puerto francés y que en
su mayoría eran procedentes de las Indias Occidentales, volvían a
exportarse de nuevo. Gran parte de estas exportaciones se reali-
zaban a Hamburgo. El año en que llegó Bonaffé a Burdeos, im-
portó Francia del Canadá mercancías por valor de uno a dos mi-
llones de libras, en tanto que las importaciones de las Indias
Orientales ascendían a 10 millones y las de las Indias Occidentales
de 140 a 150 millones de libras. Formaban parte de las mismas
80.000 barrriles de azúcar de los que sólo 30.000 se reexpedieron
a Hamburgo. Francia arrinconó a los gastados y envejecidos co-
merciantes «merchant adv6nturers». Por fortuna intervinieron los
comerciantes de Liverpool, que buscaron a un comerciante ac-
tivo, inteligente y atrevido que fuera capaz de· derrotar a los astu-
tos y despiertos franceses. Encontraron, por fin, al hombre ade-
cuado en Tohn Parish, el bija de un capitán inglés arraigado en
Hamburgo, donde explotaba un negocio de efectos navales. A la
América del Sur se abre al comercio. rara Jos princrpios del siglo XIX
320 una carretera asombrosa conducía de Ualparaiso a Santiago.
edad de veinte años se hizo cargo John de la firma que conver-
tiría en el establecimiento mercantil más importante de la ciudad.
La favorable coyuntura económica de que Inglaterra durante la
guerra de los Siete Años remitiera sus subsidios monetarios al
rey de Prusia por conducto de Hamburgo coadyuvó al rápido
crecimiento de la empresa que dirigía Parish. Como tantos otros
hamburgueses, compraba en Inglaterra con plata las mercancías
coloniales para venderlas, con un excelente margen de beneficio, a
los mercados alemanes. Parish obtuvo pingües ganancias con el
comercio de azúcar, ron, tabaco y café, pero el término de la
guerra significó para él un grave contratiempo. El progreso de su
establecimiento era ahora muy lento, pues se limitaba a comprar
mercancías de las Indias Occidentales en Liverpool para reven-
derlas eu los puertos bálticos. Pero cuando por fin pudo respirar
aliviado al poder mantener su fortuna en la cifra de los 54.000 mar-
cos, quedó Parish afectado por la crisis general que se extendió
por Europa. Renombradas casas de banca de Londres, como la
Fordyce, de Amsterdam, Clifford e Hijos, y de Bremen, los Terner,
se declararon en quiebra y sus letras de cambio fueron al protesto.
Parish participó en las pérdidas con 4.000 libras esterlinas. El es-
tádo de crisis no parecía tener fin, agravado además por las gue-
rras con América. En aquellas lamentables circunstancias sólo
tenía lugar una clase de tráfico mercantil: el abastecimiento a las
potencias beligerantes de los víveres indispensables. Parish em-
barcaba cereales del Báltico en dirección al oeste de Europa y
adquiría en Inglaterra y Francia los apreciados artículos de las
Indias -Occidentales, tales como café, azúcar, ron, tabaco, y el té
de las Indias Orientales. Sus barcos navegaban con el pabellón
·neutral de Hamburgo frente a la amenazadora artillería de los bu-
ques de guerra de los países beligerantes sin ser molestados en
absoluto.
Parish pagaba las mercancías coloniales con los cereales y con
éstos compraba a su vez aquéllas. Tenía tan «sólo» que encontrar
a alguien que anticipara el dinero en efectivo en tanto que el car-
gamento se hallara aún en alta mar. Parish libraba una letra de
cambio que le «descontaban» los Bancos, recibiendo como garan-
1 tía los conocimientos de embarque. El mismo Parish soportaba
la mayor parte de los riesgos, ya que concertaba los seguros sólo

Bl bloqueo decretado por Napoleón t b


mercio británic0 Inspectores

otros, como Jos Rostbschild f
.
esba a onenfado a períudicar el co--
amarga an la vid .
a a unos mientras qu~
l hasta determinada cantidad, cargando la correspondiente prima
sobre el precio del grano y de las mercancías coloniales.
Los negocios de Parish conocieron entonces una época de pros-
peridad. Parish aceptaba las letras de los comerciantes de cerea-

' armaron 1a base de su fortuna. 321


2 1 . - HISTORIA DEL CO:i'.lERClO
les del Báltico contra la entrega de los conoCimientos de em- que eran en su mayoría judíos, a quedars~ con las ~ismas ~ a
barque y extendía a su vez giros bancarios sobre sus corresponsa- efectuar su liquidación en el plazo prometido. El mismo Pansh
les de Inglaterra, Portugal, España y Francia. Sólo así era posible había de atender efectos de elevado importe para el pago del grano
concertar operaciones comerciales de importancia. En el curso de que por encargo del gobierno inglés había comprado en el mar
un verano expidió Parish diez barcos repletos de trigo, por lo que Báltico. ¿Cómo podía en med1o de la criSIS general obtener di-
muy en breve se convirtió en uno de los comerciantes de grano nero Parish? ¿Eran vendibles en Holanda sus solventes efectos
de mayor influencia en Hamburgo. Sus operaciones eran cada vez bancarios? Por fortuna, aceptaron, sin poner objeción alguna, sus
más atrevidas. Así concedía créditos con la fianza del conoci- acreedores las letras por un valor de 100.000 florines par~ el pago
miento de embarque de mercancías que aún no se encontraban de sus propias deudas contraídas con los efectos bancano~. Esta
en camino. Su audacia estuvo a punto de costarle un serio disgusto, circunstancia salvó a Parish en el último minuto de una rmn_a. s:-
y~ que, en determinada ocasión, a causa de una pequeñez, se ene- gura. Las condiciones en que se desenvolvía el mercado creditiCIO
n:Istó con un com~~ciante de granos báltico con el que tenía pen- de Hamburgo eran, ciertamente, muy estrechas. .
diente una operacwn de 300.000 marcos. Aún pudo, oportuna- Las tentativas de Parish para la exportación de grandes canti-
mente, salir bien librado del paso y cuando medio año más tarde dades de mercancía a las Indias Occidentales no se VIeron favo-
quebró su deudor, perdió Parish sólo 40.000 marcos. recidas por el éxito. En primer lugar, equipó dos buques de 400
El negocio con América era todavía más peligroso. La flota toneladas, cargándolos con grano y carne de bovmo X de cerdo.
inglesa dominaba los océanos, por lo que debían seauir las mercan- Los dos buques siguientes, que habían de llevar tamb1en a las In-
cías determinadas rutas a través de Francia, Españaby Holanda o de dias Occidentales al «sobrecargo)) o comerciante responsable de las
aquellos países que mantuvieran su neutralidad. Pero uno tras operaciones mercantiles·, no p~dieron zarpar de Hamburg? por
otro iban participando todos en la contienda. Esto inclinó a Pa- hallarse ya en el mes de noviembre el puerto de esta cmdad
rish a encubrir el verdadero carácter de su negocio. Extendía completamente helado. Cuando, por fin, el sobrecargo_, por la larga
letras sobre Amsterdam, París, Burdeos y Londres de forma que ruta de Ostende, en donde hubo de permanecer seis ~ema~as a
nadie sabía con certeza dónde estaban almacenadas las mercan~ causa del viento contrario, pudo llegar a Tabago, el Impaciente
cías y cuál era el lugar exacto de su destino. Al desenvolverse capitán había vendido la mercancía a precios ruinos_os. Para colmo
estas operaciones de forma deliberadamente confusa, tnvo que de la desdicha el sobrecargo hizo desaparecer el lffiporte de las
prever Parish que muchos efectos no serían atendidos puntual- ventas en lugar de emplearlo en la compra de n:ercanc1as de las In-
mente a su vencimiento. En un corto plazo hubo de aceptar letras dias Occidentales con destino a Hamburgo. Este fue el lastliDO-
protestadas por valor de 100.000 libras esterlinas, y de forma pare- so fin de su primera y ambiciosa tentativa d~ romper el bloqueo
cida, en otra ocasión, el ministro plenipotenciario americano en · con la ayuda de individuos de dudosa condicwn moral. E~ ambos
la corte de Madrid le participó, con un encogimiento de hombros, buques perdió Parish 160.00 libras esterlinas, que al cambiO actual
que no podía hacerle efectivas las letras aceptadas por él mismo representarían 7,5 millones de pesetas. Por el con~rano, e~ los dos
con un importe de 50.000 ducados. Pero, no obstante tales riesgos, barcos que envió de la misma forma a las Indias Occidentales,
estas operaciones resultaban tan· productivas, que al finalizar la obtuvo un beneficio de 3.000 libras, a pesar de que ambos :'au.fra-
guerra Parish había acumulado un capital de 203.000 marcos. garon en el viaje de regreso. Los dos buques estaban esplendida-
De forma inesperada se declaró en quiebra el establecimiento mente asegurados. . .
hamburgués Hijo de Peter Hiss, a pesar de que su crédito ha- En total, perdió Parish en este negocw 220.000 marcos, que era
bía sido, hasta el último instante, casi ilimitado. Por desgracia una cifra superior a su propio capital social, pero c~rr:o en ot~as
Parish había extendido, unos días antes, letras por valor de 130.000 operaciones realizadas en el mismo año obtu~o ~enefrcws superiO-
marcos a varios agentes de cambio. Existía la posibilidad de que res a Jos 170.000 marcos, pudo enjugar sus perdidas de forma que
también sus clientes se vieran perjudicados por la citada banca- en su balance de fines de 1783 aparecía un capital de 188.000 mar-
rrota, lo que afectaría, sin duda, el pago de sus efectos. Sólo con cos y un quebranto asentado en libr~s de 1~.000 marc~s. El coml'h-
gran esfuerzo consiguió mover a los adquirentes de dichas letras, carse en negocios con aventureros srn escrupulos podra, en ocasw-
323
322
nes, reportar pingües ganancias, pero el riesgo de ser engañado era nando a la policía que prenáiera a los especuladores. Boyd huyó a
demasiado grande. En el tranquilo y regular comercio efectuado tiempo a Inglaterra, donde fundó una nueva Banca, la Boyd, Ben~
en el período de paz que duró seis años consiguió el importador field y Cía., en tanto que su hijo Walter intentaba, con el mayor
hamburgués beneficios por un total de medio millón de marcos, cuidado reoraanizar las especulaciones de París. Pero sus cálculos
que hubo de emplear, por lo general, en la liquidación de las anti- fallaron' estre~itosamente, ya que Robespierre no admitía compo-
guas pérdidas, así que en el año 1789, al estallar la Revolución nendas. Al poco tiempo ordenó que fueran clausuradas y selladas
francesa, su capital ascendía sólo a 321.000 marcos. las oíicinas de Boyd.
A principios de 1790 empezó el gobierno francés a emitir pa- Cierta noche encargó Robespierre a tres de sus agentes que
pel moneda sin la necesaria cobertura -metálica, lo que recibió el sacaran del lecho a Walter Boyd y le obligaran a extender letras
nombre de ((asignados>>. Las ganancias que se obtienen con la infla- de cambio por valor de 50.000 libras esterlinas sobre Londres,
ción son, sin género de dudas, seductoras, pero las inevitables 500.000 florines sobre Amsterdam y 500.000 marcos sobre Ham-
consecuencias que esta especulación acarrea resultan siempre de- burao con la orden a sus respectivos corresponsales de que fueran
sastrosas. En poco tiempo aumentó la emisión de papel moneda ace;tadas. Fue inútil toda reflexión. Los esbirros del déspota
de 400 millones a 1.200 millones, por lo que el alud de estos do- francés le amenazaron con la inmediata detención. Lo que esto
cumentos de pago en el país tomó un rápido incremento. El sionificaba
b
era de sobras conocido en aquella turbulenta • época. •
cese de la emisión no podía, por el momento, adivinarse. El banco Cuando Parish tuvo noticia, sLq previo aviso, de la ex1stenc1a
parisiense Boydr Ker y Cía, a la vista de esta frenética inflación, de un eíecto de importe tan elevado, se sintió asaltado por las
decidió especular «a la baja» con la intención de obtener fantás- dudas. Con la mayor prudencia se dirigió_ a Hope y Cía., de Lon-
ticos beneficios. Era preciso tan sólo comprar a crédito mercancías dres, quien claramente le aconsejó que rechazar~, la letr.a .. En el
con los «asignadosD y pagar a su vencimiento con la moneda que ínterin, había aprovechado Walter Boyd una ocasmn propicia para
habría sufrido ya una sensible desvalorización. Los géneros, entre- escapar de París en dirección a Inglaterra, por lo que los tres efec-
tanto, se habrían vendido al contado con elevadas ganancias. tos fueron protestados. ;
Mientras el gobierno de la Revolución continuara emitiendo pa~ En la Banca Boyd, Ker y Cía., de París, participaba el marques
pel moneda, la operación apenas tenía quiebras. de Walkiers, hijo de un banquero de la corte de Bruselas, c~y?
Boyd planteó su tentadora proposición a la casa de Banca más capital se valoraba en más de 5 millones de florines. Su par~Icl­
importante de Amsterdam, la Hope y Cía., que desempeñaba en el pación en Boyd, Ker y Cía. ascendía a un millón de libras. Walkl~rs
siglo XVIII el mismo papel que los Rothschild asumieron en la si- enviaba, por su propia cuenta, buques ~~sde Os~ende ~ la Inma,
guiente centuria. Boyd se dirigió también a la firma Harman, Roa- en cuyo tráfico obtenía excelentes beneficiOs al mismo tiempo que
re y Cía., de Londres, y a Parish y Cía., de Hamburgo. le ·proporcionaba ocasión de efect~ar arnesgadas e~~eculac~ones
La Convención ·Nacional de París advirtió en seguida los peli- con las mercancías coloniales. Pansh tomaba tamb1en parte en
gros de esta especulación e intentó neutralizarla mediante una estos negocios. . ,
contraofensiva «a la alza», y es posible que hubiera conseguido De la primera carta cruzada con este mo~rvo pu~den ya aespre~­
sus propósitos de no haber favorecido el propio gobierno francés derse las increíbles cantidades que se poman en JUego. Su conci-
la baja con sus incesantes emisiones de papel moneda. sión y claridad no puede mejorarse: «París,. 5 de ener? de 1791;
Con la mayor prudencia participaba Parish en las operaciones Al recibo del presente escrito compre por m1 cuenta. azucar ~ cafe
que realizaban ambos antagonistas con el objeto, según su opinión, de primera calidad por un importe áe 500.000 flonnes. Extwnda
de evitar todo riesgo. Pero cuando comprobó que no se interrum- una letra sobre Hope y Cía.> .
pía la emisión de papel moneda, decidió abandonar a los «alcistas». El mismo día fueron compradas y almacenadas las mercancias,
¿Por qué razón había de perder dinero? El partido capitaneado y en el término de algunos meses llegaban a Hamburgo otros dos
por Boyd celebraba entonces una resonante victoria: la Banca barcos procedentes de Burdeos cargados con iguales ~roduct~s
Tourton & Ravel, cabeza visible de los «alcistas», se había decla- por un valor de 800.000 marcos para que fueran vendidos mas
rado en quiebra. La Convención empleó entonces la íuerza, arde~ tarde por Parish.

324 325
Walkiers deseaba, mediante este procedimiento, trasladar el intervenir en este comercio? Era preciso arbitrar nuevas fórmulas
campo de sus operaciones de la insegura Francia al neutral puerto para conseguir el dinero efectivo necesario. Parish e_ncontró la
hamburgués. Sin embargo, estas atrevidas inversiones le ocasiona- solución. Para el pago de los grandes ((stocks» consignad?s en
ban dificultades de tipo económico, por lo que se veía obligado a Liverpool obtuvo un crédito de sus proveedores, en espe_c1al de
girar, sin interrupción, letras a cargo de Parish, que, si bien en un las firmas dedicadas a la especulación Richard & Mathiesen Y
principio se encontraba relativamente asegurado con las ingentes G. & H. Brown. Al mismo tiempo le concedió la banca londmense
cantidades de mercancías almacenadas en Hamburgo y cuyo im- Burton, Forbes & Gregory el descuento de letras hasta el importe
porte se valoraba en las 100.000 libras, al ir en aumento la can- de 100.000 libras. Los comerciantes de Liverpool giraban letras,
tidad de efectos librados, sintió nacer en él la desconfianza. El que en cualquier momento podían ser vendidas en Bolsa, sobre_ el
hecho de que la firma londinense Harman, Hoare y Cía. le comu- Banco de Burton, en tanto que éste hacía lo propio con ~ansh
nicara que una letra de Parish sobre Walkiers la había aceptado en Hamburgo. Con la simple firma del documento cambiano ob-
sólo en honor a Parish, decidió al cauteloso comerciante hambur- tenían los establecimientos comerciales importantes -sumas en
gués a tomar serias precauciones. Así las nuevas letras de Boyd, metálico. De esta forma pudo Parish comprar en Hamburgo, por
Ker y Cía. por un importe de 450.000 marcos sólo fueron acep- cuenta de Burton, letras sobre Lisboa, Cádiz y Liorna. Como ga-
tadas por Parish con el aval de la solvente razón Hope y Cía. Con rantía libraba efectos a 60 ó 90 días a cargo de Burton. Se trataba,
este nuevo compromiso ascendía el descubierto de Parish a las pues, de una incesante circulación de le~ras que ~ermitía ~s~oner
100.000 libras esterlinas, cuya cifra era superior a la que el co- de medios casi ilimitados. Pero este grro y regiro cambiano es
merciante podía responder. también el procedimiento más peligroso que puede seguirse para
Hope y Cía. quedaron atónitos. ¿Por tal pequeñez se preocu- la obtención de dinero efectivo, ya que un efecto depende del ?tro
paba el negociante de Hamburgo? Y, además, tratándose de un y, sobre todo, del puntual pago a su vencimiento. Este artifiCial
personaje como Boyd cualquier recelo resultaba ridículo. Sin ob- mecanismo crediticio se derrumba cuando falla uno de los eslabo-
jeción alguna concedieron el aval solicitado. El ofendido Boyd nes arrastrando en su caída al comerciante que en él se apoya.
renegó de la circunstancia que había puesto en entredicho la Parish hubo de sufrir, también, las consecuencias. Cuan~o en
fama de su acreditado nombre por los remilgos de un atemorizado 1793 tres socios holandeses de Burton se declararon en qmebra,
hamburgués. ¿Cómo podía dudar éste, ni tan siquiera por un mo- acudieron en su ayuda otros comerciantes de su misma nacionali-
mento, de que todas sus letras serían atendidas puntualmente? dad que atendieron las letras y giraron en seguida otros efectos
Habían de llegar, muy en breve, transferencias de dinero que su- sobre Parish. Pero este comerciante se sintió acometido por el
perarían con exceso el importe de los efectos. miedo cuando, finalmente, el propio Burton giró letras ~ su cargo.
La ruptura entre ambos comerciantes sólo pudo evitarse con Negóse en redOndo a aceptar letras de importes supenores a _las
gran esfuerzo, que esta desagradable situación duró muy poco, ya 35.000 libras si procedían de Inglaterra o a los 90.000 ma~cos SI lo
que, al cabo de poco tiempo, hubo de declararse Walkiers en sus- eran de Holanda. Esto fue la ruina de Burton. Para el mismo. Pa-
pensión de pagos. Las especulaciones habían resultado demasiado rish significó un duro golpe, de forma que su balance no arropba
peligrosas. Parish debió a Walkiers el establecimiento de sus rela- cifras que pudieran dar lugar a cálculos optimistas.
ciones con Norteamérica. Walkiers disfrutaba de la amistad del Parish adeudaba, en letras de camb10, la mcreíble suma de
banquero Morris, -erilbajador americano en París, quien durante 5.675.000 marcos. Es cierto que su activo alcanzaba los 8.610.00.0
su visita a Altona se alojó en la residencia de P arish. Gracias a marcos, pero ¿era éste un capital realizabl~ a corto plazo? ~a SI-
esta relación fue Parish el primer cónsul norteamericano en Ram- tuación se presentaQa en extremo angustiOsa. ~ara el gobierno
burgo, lo que ayudó a ·aíianzar su crédito. A este crédito hubo inglés había comprado Parish una importante partida de grano que
de recurrir necesariamente cuando su espíritu mercantil le impul- hubo de pagar con letras por valor de 400.000 marcos, girando .des-
só a tomar parte en nuevos negocios que eran cada día más pués el correspondiente efecto sobre Scott, el agente del pnmer
audaces y ambiciosos. Enormes cantidades de mercancías afluían ministro Pitt. En ·tanto que los ingleses no hicieran efectiva esta
a Alemania. ¿De dónde podía obtenerse capital suficiente para letra, era Parish el responsable del pago de dicha suma. En Ham·

326 327
burgo y Altana se almacenaban mercancías con coste superior a Hope y Cía., cambiar las letras giradas a cargo del gobiernO inglés
,, con motivo de la compra de cereales por otros efectos de venci-
los 4.500.000 marcos, procedentes, en su mayor parte, de las In- ·¡
dias Occidentales y que Parish debía pagar a los comerciantes de ! mientos más cortos sobre Hamburgo. De esta forma conservó du-
Liverpool. Entre estas mercancías se encontraban 5 millones de li- rante toda la época de crisis un saldo bancario que sobrepasaba,
bras de café y más de 4.000 barricas, con capacidad cada una como mínimo, en 400.000 marcos, a los pagos diarios, estando
de ellas superior a los 206 litros, de azúcar. Tres cargamentos de
azúcar y café que Parish había de vender por cuenta de G. & H.
Brown con un valor en factura de 40.000 libras o 500.000 marcos,
se encontraban todavía en camino, y asimismo esneraba el comer-
ciante de Hamburgo otros cuatro cargamentos d; la misma clase
de Richard y Cía., cuyo importe era de 35.000 libras (430.000
marcos). Todas estas obligaciones hubieron, sin duda, de -robarle
el sueño.
¿Con qué podía responder a todo esto? Parish disponía de un
saldo bancario de 450.000 marcos, letras en cartera con un total
de 1,3 millones de ((marcos banco» y cobros pendientes de liqui-
dación en la plaza de 950.000 marcos. Parish podía calcular, en
total, con unos ocho millones de marcos. Pero ¿a cuánto ascendía
en realidad su disponible? ¿Podría Parish cumplir con todos sus
compromisos? ¿Le sería factible atender a las letras que había
garantizado en los inmediatos plazos de sus vencimientos? Necesi-
taba, por tanto, con la mayor urgencia dos millones de ((marcos
banco» si no se quería ver obligado a malvender precipitadamente
sus mercancías. Su amigo Johannes Schuback, que era uno de los
comerciantes más distinguidos de Hamburgo, palideció al enterarse
de la Suma de que se trataba. ¡Tanto dinero no podía reunirse en
todo Hamburgo!
Por la noche trajo un correo especial la· alarmante noticia: 6"9. Oficina de un comerciante hamburgués.
Burton y Cía., Caldwell y Cía., así como G. & H. Brown, de Lon-
dres1 habían hecho suspensión de pagos. Era preciso actuar con la
mayor rapidez. En las primeras horas de la mañana siguiente incluso en condiciones de atender sus propias letras con antici-
empezó Parish a liquidar las existencias de sus almacenes. La tota- pación a la fecha de su vencimiento.
lidad del café fue vendida en pocas horas a precios todavía ven- Las pérdidas sufridas con Burton ascendieron a 13.000 libras.
tajosos y las 1.700 barricas de azúcar (unos 3.500 litros) en el cur- Richard & Mathiesen debían a Parish 20.000 libras, pero en cam-
so del mismo día 1 previo pago al contado. bio existían cuatro cargamentos por valor de 35.000 libras que se
Al no haber cundido todavía las deprimentes noticias de In- encontraban ya en camino de Hamburgo. Giraron además letras
glaterra en la Bolsa, pudo Parish colocar una gran parte de sus sobre otro cargamento de azúcar y café1 pero los conocimientos
letras sobre Londres a los judíos hamburgueses, lo que representó de embarque de esta expedición brillaron por su ausencia. Richard
el último negocio que se hizo de esta clase durante un mes entero 1 y Cía. declararon abiertamente que estaban arruinados si Parish
ya que en cuanto se difundió el conocimiento de la quiebra de .los les negaba su ayuda. El comerciante hamburgués, lleno de angus-
banqueros londinenses, nadie aceptó un solo efecto más sobre tia, tuvo que aceptar los giros sin haber recibido los documentos.
Inglaterra. Fir1almente Parish consiguió, por mediación de la casa Las perspectiv9-s que ofrecían los cuatro cargamentos por un valor
329
328
de 40.000 libras de la casa G. & H. Brown y Cía., de Liverpool, que traían el pescado de Holanda para su venta a los modestos
eran todavía más sombrías, ya que dicho establecimiento se había tenderos de Lauenburgo o Mecklemburgo en cantidades ~e., un
declarado en quiebra. El seguro de los buques, que se hallaban cuarto o media tonelada. En algunas ocasiones alcanzaba qmza la
aún en plena travesía, había sido efectuado a medias en~re la mis- venta la cifra de una tonelada entera. Para obtener de este co-
ma sociedad G. & H. Brown y sus colegas de Londres que, asi- mercio algún beneficio apreciable era preciso que el traf;cante
mismo, se habían hundido en la bancarrota, de manera que, en fuera persona diligente y ahOrrativa. Sólo contados co~erc1antes
caso de siniestro, los acreedores se habrían embolsado el importe hamburgueses se dedicaban al transporte de mercancms proce-
de la prima. Precisamente en esta época los piratas franceses me- dentes de países lejanos.
rodeaban por el mar del Norte, por lo que, en efecto, pudieron En primer lugar se encontraba el c?merci~ con ,el Islam, ~ue
capturar a uno de los buques. Durante largas semanas vivió Parish comerciaba con Constantinopla, Venecta, Mtlan, Genova Y Ltor-
en perpetua zozobra al no recibir noticia alguna de la situación de na con Marsella y Alicante, con Argel, Cádiz y Lisboa, con Bur·
los restantes cargamentos. Cuando por fin los buques hicieron su de~s, Nantes, París y Dunquerque, con Brujas y Gante, con Ams-
entrada en Hamburgo pudo respirar aliviado. terdam y Alkmar, Londres y Bristol, con Liban, Cop:n~ague Y
A pesar de las continuas e importantes ventas, aumentaron las Riga, con San Petersburgo y Arkángel, con Breslau y LelpZl~- Pero
existencias de mercancías de Parish en forma tal, que hubq de se trata sólo de artículos que llegaban en pequenas can_tidades,
alquilar 85 almacenes. En el mismo Hamburgo no era posible en- tale• como gomaguta y goma laca, pimienta y té, jeng~bre, mdt_?O Y
contrar ni un solo local adecuado para tal fin, por lo que una opio, ruibarbo y alcanfor, seda y algodón de Esm1rna, cafe de
considerable parte de los productos que se recibieron hubieron de Mokka (Arabia del Sur), azafrán y alcaparras, asenc1a de l':urel
ser almacenados en Altana. El valor de estos astocksn se calculaba y alumbre, bálsamo del Perú y rapé, azúcar y pasas, de Espana Y
en 5 millones de marcos. El capital social de Parish ascendía a cera de Rusia. Sólo de manera muy prudente apar:-c1an productos
medio millón de marcos, al que debían añadirse efectos por un que más tarde habían de ser llamados a desempenar un pap~l de
importe de 100.000 libras. Poseía además, en concepto de cobros gran importancia en los mercados europeos, tales como azuca..r,
en plaza pendientes de liquidación, la cantidad de 80.000 libras y café y cacao de la Martinica, y algodón y café importados a traves
otras 75.000 libras esterlinas en giros pendientes de pago sobre del puerto de Londres. ,. .
sus banqueros. Sólo gracias al moderno crédito, a las letras de A mediados del siglo se notaba a faltar el «espmtu de Llver-
cambio y a los banqueros de Londres le fue posible a Hamburgo pool», lleno de ímpetu y de audacia. Los comerciantes no dl~po­
importar tales ingentes cantidades de productos procedentes de las nían tampoco de suficiente capital para adqmnr gr:;ndes p~tldas
Indias Occidentales, dándole ocasión para orieritar la corriente de de mercancías y no les era posible efectuar acoplO~ de tmpor-
productos coloniales, en especial café y azúcar, a través de los tancia para su posterior distribución en los territorios crrc~ndantes.
puertos del Elba hacia las tierras alemanas del interior. Sin el co- El dinero había de proceder de los Bancos, de los persona¡es. acau-
merciante de gran envergadura y sin el pequeño comerciante deta- dalados que, deseando hacer productivo su capital mmovü!Zad_o,
llista, no hubiera podido el productor hacer llegar al consumidor no tenían suficiente energía ni valor para organtzar un negociO
los frutos, cada día más abundantes, de sus cosechas. Por todas propio. Entre estos capitalistas se contab_an los nobles terrate-
partes aparecían estos nuevos mercaderes que comerciaban con nientes, las viudas y los huérfanos, los funcwnanos .Y los renTistas.
los atractivos productos tropicales uniendo en una gigantesca red Pero además e] Tesoro público iba a parar a determmadas cuentas,
comercial el centro, norte y este de Europa a Alemania, países donde permanecía estancado. . _
escandinavos, Polonia y Rusia. Cuando Inglaterra durante la guerra de los S1ete Anos s~bven­
Hamburgo olía todavía a mediados del siglo XVIII a arenque cionaba al anciano emperador Federico con elevados (<substdlOS»
y a aceite de pescado, a lenguado islandés y a platija en salazón. que habían de ser pagados en plata, fue preciso establecer un pro-
La platija, que es una especie de lenguado de carne poco apreciada, cedimiento para efectuar dicha transferencia de Lo_ndres a Prus1a.
era conocido en el sur de Alemania con el nombre de <(medio Puesto que Federico el Grande no necesitaba mas que una ¡;e-
pez». Los comerciantes no eran más que simples revendedores queña cantidad. de plata para el pago de sus soldados Y funcm-
330 331
;
narios y, en cambio, estaba muy interesado en el suministro de ¡
;¡. Para que la letra pudiera ser traspasada o vendida se exig~a
armas Y víven~s, _se estableció un provechoso negocio que abarcaba que constaran en la misma dos nombres, ya que el vendedor hab1a
tres pcruntos drstmtos ~ que se d_esarrolló a través de Hamburgo. de estampar su firma junto al cliente, responsabilizándose, por
. Inb!aterra no podra proporcwnar armas ni alimentos, pero tanto, conjuntamente, de la cumplimentación del efecto. El com-
dispoma de productos de las ludias Occidentales de fácil venta prador podía, a su vez, girar sobre un tercero a quien. da.ba la
en el rest~ de Alemania y en el ámbito del mar Báltico. En Ham- orden de liquidar, en la fecha de vencimiento, la suma md1cada:
b?rgo podra c;:omprarse pescado, madera, hierro y grano para Pru~ Este tercero debía aceptar la letra cruzándola con su firma. Si
sra, Y los hamburgueses se preocupaban de todo. Así cambiaban el giro se protestaba por dalta de aceptación», aparecía como
la plata del re~ de Prusia en la misma Inglaterra por mercancías responsable el librador. En tanto no era aceptada la letra, el te-
de Lo_n~res Y Lrv~rpool, por azúcar, ron, café y tabaco. N o era esto nedor de la misma quedaba asegurado de su importe con la re-
tan~ facll com~ parece a ~ir?ple vista. En primer lugar era preciso tención de los conocimientos de embarque. El comerciante que
arrancar el dmero al mmrstro de las Finanzas prusiano quien deseaba poner en circulación una letra había de contar, en primer
muy a gusto lo hubiera conservado en sus arcas. ¿Debía 'confi;r lugar, con la buena acogida que haría a la misma el otro co-
su? ~esoros a a~uellos desconoci~o_s y codiciosos hamburgueses que merciante, o sea, con la aceptación del efecto, y una vez cum-
exigian, ademas, el:vadas comisiOnes? Pero, finalmente, no le plido este requisito quedaba pendiente todavía del puntual pago
quedaba otro remediO que acceder. No podía arriesoarse a trans- del documento. Tan sólo en honor a las firmas que aparecían
portar, la plata desde Inglaterra a Prusia. Esta oper;ción no pre- estampadas en las letras, descontaban los Bancos los efectos. Por
suponla, Ciertame_nte, el pago de .nmguna comisión, pero los gastos otra parte, era precisa, para que las letras pudieran ser vendidas, la
de porte Y la pnma de seguro eran considerablemente más ele- existencia en el mercado de dinero efectivo suficiente, ya que, en
vados. las épocas de crisis, cuando los comerciantes atemorizados _se
. Los hamburgueses cambiaban las mercancías inglesas en el con- mostraban reacios a desprenderse de su dinero, el efecto meJOr
tmente ~or los p~o¿.uctos que necesitaban los países beligerantes; avalado no encontraba aceptante.
en esp~c~al, adqmnan por ellas víveres, primeras materias armas De todas formas, esta artificial organización crediticia se hu-
Y munlciOn:s. Obtenían beneficios en todas estas oper~ciones. biera visto condenada al fracaso si los comerciantes de Liverpool
Cuando cesctron las _entregas de los «subsidios de guerra», fue, no o de Dantzig hubieran exigido el pago en metálico para todas
obstante, e~l ~omercw hamburgués en aumento. Hamburgo com- sus transacciones. No había en Hamburgo suficiente plata para
p;aba a credito los productos de las Indias Occidentales y adqui- el pago inmediato a los proveedores y para el formi~able acopio
na el gr~no Y la madera de Polonia y Rusia para revenderlos con de mercancías. La firma Berenberg & Grossler opero en nn solo
un ampho m_argen de ganancia. Con un capital propio asombrosa- día del año 1799 con mercancías cuya valor ascendía a 400.000
mente reducido~ efect~aba Hamburgo importantísimas transaccio- marcos en efectivo al rializar exportaciones de seda por un im-
nes. ~sto era solo posible gracias a la ciega confianza que los co- porte de 60.000 marcos, café, jabón, vino, papel, hierros, botellas
m~rCiantes de Liverpool, Riga y Dantzig habían depositado en sus y piedras de afllar y efectuar importaciones desde América de
co egas ~eHamburgo, que a cambio de la,s mercancías no entre- tabaco, azúcar, arroz y madera. El capital social de la empresa
gaban dme:o en ~fe~tivo, sino letras de cambio. Con su fir:ma se no lleaaba siquiera al medio millón de «marcos banco».
comprometlan a hqmdar las cantidades convenidas en el tiempo y Lo~ hamburgueses obtenían muy raramente las mercancías del
l~gar dete~mmados, en cualquier circunstancia y habiendo renun- mismo lugar de origen, puesto que efectuaban sus compras a tra-
Ciado previamente a cuales.quiera de las objeciones, sea por defecto vés de los comerciantes locales. En 1792 tocó al puerto de Ram-
en la entrega.~ otro motivo, que los pagadores morosos aducen hurgo el primer buque procedente de la India, el que, desde luego,
con tanta facilidad. Cuando la letra de cambio no era atendida no navegaba con el pabellón han;burgnés. Sólo .cinco añ~s rr:~s
puntual~ente a ~u vencimiento, era entregada al protesto y el tarde les fue concedida por los mgleses la debida autonzacwn
quedhabia extendido el efecto era inmediatamente encarcelado por para enviar barcos propios a la India. El barón V on Voght f';e el
d eu as. primer hamburgués que surcó los mares en busca de cafe de
332 333
Mokka, tabaco de Baltimore, cacao de Surinam y goma de África. políticos, de los sucesos impre~istos_y sus consecuencia,s, e incluso
En el puerto alemán se amontonaban las mercancías en espera se halla pendiente de las confrrmacwnes de las profecJas. Conoce
de su reventa o de su distribución. «Hamburgo no es más que los resultados de las cosechas de los más diversos puntos de la
un inmenso almacén, una gigantesca bodega, un aro plísimo gra- Tierra, a veces en sus mínimos detalles, y sabe perfecta~ente lo
nero, atiborrados de mercancías. No se puede asegurar que todas que necesita cada Estado no sólo en aquellos momentos, smo tam-
estas mercancías pertenezcan a los hamburgueses, ya que comer- bién en los años venideros. Comprende el temperamento de las
ciantes de todas las naciones, por los motivos más diversos, tienen naciones y se adapta al carácter de sus gobernantes,. ~ucho meJOr
allí depositados sus productos, a veces por poco tiempo y, en que algunos politicastros teóricos, y conoce las debJIIdades de los
otras ocasiones, durante largas temporadas. Por otra parte, los distinguidos ministros que puedan ser aprovecha~as en su bene-
hamburgueses tienen esparcidas sus propiedades por el mundo ficio. No le son, pues, extraños los sinuosos cammos. 9-ue con~u­
entero y los comerciantes obtienen ganancias o sufren pérdidas cen a los gabinetes oficiales. Así aprende a la perfeccwu los prm-
en las transacciones efectuadas en países donde jamás han estado.» cipios que rigen su inteligente estrategia comercial y puede apro-
De esta forma se expresaba un observador de la época llamado vechar en su favor los vientos políticos que soplan en cada
Hess, en 1789, al propio tiempo que cantaba las excelencias de nación.»
los talleres manufactureros, de las fábricas, donde se refinaba el A fines del siglo XVIII, ostentaba Hamburgo el tercer lugar
azúcar y se estampaba el algodón, donde se preparaba el rapé, en importancia de las ciudades europeas dedicadas al comerciO, o
donde se extraía el aceite de ballena y de foca, y donde se tra- sea, que figuraba inmediatamente después de Londres y Amster-
bajaban el cobre y el latón para convertirlos eu planchas o en alam- dam, superando al mismo Liverpool. ~us comercian~es encontra-
bres. El fabricante «no corre el peligro que supone el enviar sus ban ayuda positiva tanto en las entidades bancanas co~o en
productos a lugares donde las necesidades de consumo son varia- las empresas de seguro. Las Bancas hambu~guesa~ garantizaban
bles ni tampoco arrostra el riesgo de caer en manos de clientes al comerciante de las oscilaciones monetanas. Ciertamente no
morosos en el pago o que efectúen sus liquidaciones mediante emitían billetes, pero contaban con una moneda muy establ~, con
monedas de escaso valor o falsificadas, o con letras de cambio el marco, que llamaban «marco-banco», y que e~taba SUJeto a
sin fondos. El intermediario local atiende a los posibles deterioros una cotización fija y respaldado por las correspondientes reserv~s
y omisiones de manera que no repercutan en perjuicio del comer- de plata. Las demás monedas, por el contrario, se valoraban. s_egun
ciante y así por este medio poder participar del mejor precio que la cotización del día, cuando algún cuentacorrentista solicitaba
alcance la mercancía en cualquier lugar, conforme al conocimiento dinero en efectivo, exigiendo determinado instrument? de pago. La
que de ella tiene el experto y atento comerciante hamburgués en mayor parte de los negocios se liquidaban por med10 de contra- .
un amplio sector o para una zona determinada». asientos bancarios calculados siempre en «marcos-banco» ..
Lo que ganaban los comerciantes hamburgueses era sólo el im- Los seguros debían cubrir, en cierta medida, a los comer~Iante.s.
porte de la indemnización y el corretaje. Abastecían a Alemania de las pérdidas sufridas en accidentes imprevistos, naufragws, pi-
con mercancías más económicas y de mejor calidad que las que ratería o incendio de las mercancías depositadas en los almacenes~
pudieran fabricarse en el mismo país. (<Raramente alcanzaban a Los riesgos comerciales no eran cubiertos por póliza alguna. La
ver los hamburgueses tales mercancías, ya que sus barcos pro~ ::)s importancia de estos riesgos r~sidí~,, sobre todo, en el comporta:
o los de pabellón extranjero transportaban las mercancías de un miento de los clientes y eu la situaciou de los mercados. El comer
mar a otro, y de- una nación a otra nación.» ciaÍlte que compra a· crédito una mercancía no sabe con certe~a
Es decir, que el ciudadano hamburgués se presentaba, con pre- si le será posible venderla dentro del plazo oportun_o, es decir,
ferencia, en calidad de comerciante, intermediario, naviero o antes de la fecha señalada para su pago. Esta Insegundad re~ulta
transportista. La tarea de preparación y transformación de las ma- mucho más peligrósa cuando la compra se efectúa contra el .libra-
terias primas le era completamente ajena. Hess hubo de añadir: miento de una letra cuyo vencimiento es inexora?le. P~ro sm los.
«Sus ojos permanecen siempre fijos en el universo del comercio efectos el negocio .se paraliza, puesto que el pr?piO capital resulta
mundial y su atención no se aparta jamás de los acontecimientos insuficiente. El crédito va estrechamente umdo a la letra de

334 335
cambio y su riguroso aplazamiento, porque los proveedores tam-
¡ cenadas se venderían de form..a cont~nuada y ~on la mayor facili-
! dad. No había otra solución mas que mterrumpu los .encargos. Pero
poco tienen bastante efectivo para atender a operaciones de tér-
minos excesivamente largos y han de acudir de igual forma a los entonces llegaban los pedidos de Estocolmo, Dantzig, San Peter~­
banqueros para convertir cuanto antes las letras en moneda me- burgo, Berlín, Magdebur?o, Fr.ancfort y Leipzig. La Bolsa se ani-
tálica. maba y disminuían las eXIstencias a~acenadas_. Para poder aten~er
Por otra parte, los comerciantes de todas las plazas mercantiles las urgentes demandas de mercanc1as de ~1verpool era prec;so
de Europa se interesaban por letras de cambio con las que cubrir poner en circulación nuevos efe~tos bancanos. Otra .:ez h~c1an
sus deudas en las ciudades extranjeras, comprar mercancías en su aparición los agentes de cambiO, pero en esta _?Casion _se m te-
los diversos puertos de otras nacionalidades o efectuar sus pagos. resaban por la compra de letras, por las que ofrec1an preciOs cada
El comerciante de Riga que había encargado azúcar al vendedor ez más elevados. Los Bancos, por su parte, se contentaban con
de Hamburgo; necesitaba, en primer lugar, disponer de una letra ;educidos descuentos. La Bolsa se sentía invadida por la fiebre
sobre Hamburgo, o podía tomar también un efecto sobre Liverpool de la especulación al crecer la demanda, aun;entar las ventas y
si su colega hamburgués estaba precisamente interesado en un elevarse los precios. Los c(stocks» . de mercanc1a_s ap_o!taban bene-
documento de crédito de esta naturaleza. El comerciante del Bál- ficios especiales. Los intereses pod1an cargarse sin dificultad sobre
tico podía optar también por vender en Hamburgo la letra inglesa los precios de estas mercancías, c_uya demanda parecía no t:ner
a un cuarto comerciante y con el producto de la venta pagar límites. La especulación daba com~enzo. Aumentaban los pedidos
en metálico al comerciante alemán. Los traficantes de letras de porque cualquier precavida reflexion sobre el postble decaimiento
cambio, que en su mayoría eran judíos, vendían letras a los Ban- del optimismo general era inmediatamente de~echada. Se desataba
cos o a los comerciantes lo mismo sobre el propio Hamburgo que 1 fán de lucro. Por el momento todo parecta marchar perfecta-
sobre la vecina Amsterdam o incluso sobre Londres, Burdeos o ~w~te, ya que la especulación de, Hamburgo estimulaba a los
Liorna. Compraban los efectos por cuenta ajena, es decir,. no es~ com erc.tantes
del interior. Si el azucar escaseaba, aumentaba el
. , ' ·d t
tampaban en ningún caso su nombre sobre las letras, y su bene- precio de este producto. Era preciso comprar azucar rap1 amen e,
ficio estribaba en el descuento. Cuando se colocaban en el mer~ antes de que fuera demasiado tarde. Y la locura de la compra se
cado grandes partidas de mercancías, de forma paralela, eran extendía por todo el país. . .,
ofrecidas en la Bolsa gran número de letras de cambio, pero Quizá Liverpool había ya previsto esta especulacion. Los en-
cuando, por el contrario, escaseaban los pedidos, disminuía tam- caraos a las Indias Occidentales se sucedían uno tras otro con la
bién la oferta de giros. Estas oscilaciones afectaban asimismo a · ~ri·able consigna de comprar todo lo comprable, no desechar
. 1
los «descuentos», esto es, a las cantidades deducidas por los ban- mVct
nada por insignificante que fuese, a~eptar me uso parti"d as. def ec-
queros de los importes de las letras al efectuar el pago de las tuosas, no parar mientes en los precios. La orden era terminante:
mismas y con las que se aseguraban de los posibles riesgos, a la comprar, comprar incesantemente. .
vez que tenían el carácter de intereses del capital invertido. Pero era preciso operar con la_ mayor rapidez en Hamburg':,
Cuando un astuto especulador como Parish importaba mercan- concertar tratos de hoy para manana, de una hora para la SI·
cías por valor de centenares de miles, o millones, de marcos de las guiente Alounas veces era indispensable al comerciante una gran
Indias Occidentales o del mar Báltico, los agentes de cambio des- enid~d pt>ara adoptar nuevas decisiones frente a las circunstan~
plegaban una febril actividad. Se trataba de vender las letras que s~rs
cta
que en el espacio de unos instantes, habían cambiado total-
, , , ·d d af ·t
había aceptado Parish y era preciso encontrar al banquero dis- mente de aspecto. Nadie ten_ra mas capac1 a par_a rontar s: na-
puesto a financiar, de una forma u otra, estos inmensos depósitos. ciones imprevistas C¡_ue Pansh, y po~ este motivo prospe~o su
Si las entidades bancarias observaban cierta contención o si sus fortuna. Las antigu_as casas de comerciO ~e Hamburgo, las firmas
posibilidades económicas no les permitían participar en esta atre- más distinguidas de la ciudad, se ~a~tuv1erc:n apartadas de estas
vida especulación, se elevaba entonces la tarifa del descuento. El pec ladones proponiéndose adqumr tan solo aquello que guar-
es
dara uproporción ' ~on sus d~spon1
. "b"l"d
1 1 ad es economt~as
, . y pret en-
experto comerciante conocía de sobra los peligros que reporta
la escasez de dinero. No podía confiar en que las existencias alma- diendo, a la vez, cierta segundad de que las mercanc1as compradas
336 337
22. - HISTORIA DEL COMERCIO
podrían ser colocadas en determinados plazos. Con tales modestas
condici?nes, no podían, como es lógico, competir con las nuevas los comerciantes de Hamburgo, que compraron productos colo-
generaciOnes que desarrollaban una febril actividad. Los tradicio- niales en cantidades superiores a las que correspondían a su propio
nales estableci~ientos fueron desapareciendo en tanto que otras capital; de los comerciantes extranjeros, que suministraron estas
empresas de reciente creación se situaban en los primeros puestos. mercancías aguardando pacientemente el pago de las mismas (al-
Un tal Jacques de Chapeaurouge l!eoó a Hamburoo en 1764 con gunas veces esta paciente espera iba acompañada de la mayor
un solo Iuis de oro ~n el bolsillo. Al ':norir, en l80S, dejó una for-
tuna de mediO millon de marcos. Otros, en cambio, lo perdieron
todo en las atrevidas transacciones mercantiles.
. Hamburg~ se enriqueció. Cuando se estableció el bloqueo con-
tmental ex1stian en la ciudad, según una estadística de la época,
41 personas o empresas con una fortuna de más de un millón de
marcos (en total 67 Ill:illon_es!, 33 personas cuyos bienes sobrepasa-·
ban el valor del med1? mlllon (en total 19 millones), 83 personas
con capitales que oscllaban entre los 200.000 y los 500.000 mar-
cos-banco (en total 19,6 millones de marcos), 65 personas con más
de 100.000 marcos (en total 8,9 millones de marcos). En resumen,
puede asegurarse que residían en Hamburgo 222 personas o esta-
blec1m1en tos cuya fortuna global ascendía a los 114 5 millones
de marcos. Parish figura~a en esta lista con un capital' de 2,5 mi-
llones de marcos. En prnner lugar se encontraba el comerciante
Av~rhoff, con más de 6 millones, aunque su negocio principal
r~dlca?a en la Banca, dedicándose con mayor asiduidad al mundo
fmanc1ero que al mercantil propiamente dicho.
. Los hamburgueses de pocas décadas atrás no se hubieran atre-
VIdo ~i siquiera a soñar con tales fortunas. En aquellos tiem~
pos, Ciertamente no muy distantes, los graneros de Hamburao
albergaban sólo modestas cantidades de productos ultramarinos la
mayor !!arte ~e ellos adquiridos previo pago al contado. ¿Qué Ím- 70. Productos coloniales en el muelle (1770).
port~~Ia tenia entonces en Alemania el comercio colonial? Los
b_eneÍ!cws que reportaba a mediados de siglo eran todavía infe-
no~es a los ,que se conseguían con la reventa de pescado y de Jos angustia), y, en tercer lugar, puede atribuirse también a los ban-
ace1tes de estos. Ciertamente observaba el «COmerciante al por queros, que allanaron las dificultades de estos largos aplazamientos
mayor con productos ultramarinos» con gran desprecio al «tra· al financiar las letras de cambio, en las que figuraban las firmas
tant~s en arenques», en tanto que torcía la nariz con grave displi· de los comerciantes hamburgueses y de los proveedores.
cencm (no podemos atribuir este gesto al penetrante olor de sala- Ninguno de estos ·elementos disponía de suficiente capital y
zón que despedía el vendedor de pescado), pero había de reconocer cada uno de ellos se esforzaba en ampliar al máximo su crédito,
que la venta de pescado era más remu._lleradora que el comercio con procurando encontrar nuevas fuentes de dinero. Las letras circula~
los países de allende el océano. Sólo cuando Hamburgo se convirtió ban de mano en manO y cuanto mayor era el número de firmas que
e': el granero de la Europa del norte y del centro, y de Oriente, pu- en la misma se estampaban mayor era también su garantía y con
dieron amasarse grandes fortunas con el tráfico de ultramar más facilidad podían convertirse en efectivo. El negocio descan-
Tal prosperidad fue el fruto de la audacia de tres elemento~: de saba, en definitiva, en la circunstancia de que el comerciante ham-
burgués vendía en el momento oportuno sus mercancías al último
338
339
consumidor, incluso cuando este «momento oportuno» se iba de-
morando con nuevos aplazamientos de las letras, con la extensión extiende, junto con el comercio, la producción del país y, en
de nuevos efectos, o mediante manipulaciones crediticias de evi- especial, la economía agrícola.
Había que tener valor y confianza en sí mismo y en las
dente riesgo .. De romperse una sola vez esta cadena hubiera pro-
vocado la rmna del comerciante hamburgués, arrastrando en su mercancías que se ofrecen. Los productos coloniales se permutan
caída a toda la organización establecida; después habría aparecido por las primeras materias y los alimentos de aquellos países que
el proveedor como responsable para complicar finalmente al propio no disponen de otro medio de pago. La capacidad de producción
aumenta, ya que los comerciantes procuran vender las mercancías
banquero en la qmebra general. La proeza consistía, en esencia, en
que el comerciante hamburgués, desafiando todo riesgo, se aven-
de las Indias Occidentales lo mismo a los mayoristas de Dantzig,
Riga, San Petersburgo, Varsovia y Berlín, que a los modestos
turaba a comprar tales ingentes cantidades de mercancías. Pero
revendedores ambulantes que caminan de pueblo en pueblo y
sin esta audacia, ~in las ~irmes y solemnes promesas de pago en aceptan, en pago de sus mercancías, lana, pieles o hilados de lino.
una fecha determmada, sm las letras de cambio, no le hubieran
En cuanto este intercambio adquiere un volumen de importancia,
podido suministrar las mercancías los comerciantes de Liverpool.
es posible hacer frente a cualquier contratiempo que provoque la
Por su parte, los hamburgueses no se contentaban con almace- política.
nar el azúcar de las Indias Occidentales, el ron o el tabaco de Las transferencias de los súbditos ingleses, que durante la
Virginia y esperar a que los comerciantes de Leipzig o Berlín com- guerra de los Siete Años se efectuaban con ciertas dificultades,
praran estas mercancías y efectuaran su pago en plata. Puesto pudieron realizarse sin grandes inconvenientes en el transcurso
que, no exi~tía este metal ni ~n Alemania ni en el este de Europa, de las campañas napoleónicas. A mediados del invierno de los
hab1an de rmportar mercanc1as con destino a Inglaterra o a las años 1794-1795 se encontraban las tropas británicas en Osnabruck
Indias Occidentales, es decir, debían comprar cereales y madera. aisladas por completo de la patria, ya que Holanda había sido
Las letras sobre Hamburgo sólo se pagaron, finalmente, a través ocupada por los franceses, y Prusia, que hasta entonces había
de efectos sobre Londres o Liverpool. luchado a su lado, hubo de firmar una paz por separado con Fran-
La circunstancia de que los cereales prusianos pudieran ser ven- cia. En cualquier momento podían los franceses invadir también
didos en Holanda e Inglaterra motivó la rápida expansión de los Hamburgo, estando el Elba bloqueado por los hielos.
dominios públicos dedicados a este cultivo en la citada región. El Parish pagó al cónsul inglés en Hamburgo 50.000 luises de
hecho de que la lana encontrara en Inglaterra un mercado seouro b
oro a cambio de letras de cambio sobre el gobierno británico y
de consumo, provocó el asombroso crecimiento de los rebaños de vendió estos efectos a sus colegas de Hamburgo y a sus provee-
ovejas de Prusia y Mecklemburgo. Sólo con esta política era posible dores del mar Báltico, a pesar de que la navegación, a causa del
alcanzar la nivelación de la balanza comercial. Con el único medio mal tiempo, se encontraba paralizada. En el curso del citado in-
de la plata no le hubiera sido a nadie factible el pago de las im- vierno, se hizo cargo Parish de letras de cambio por el increíble
portaciones de productos tropicales. ¡Cuán difícil era el camino importe de 2.300.000 libras esterlinas, lo que corresponde, aproxi-
que lle_vaba a la nivelación de las balanzas comerciales y de madamente, a un valor actual de adquisición de 120 millones de
pago! Esta fue la tarea de mayor importancia que hubo de in- pesetas. Sus comisiones alcanzaron la cifra de 11.500 libras. Un
cumbir a los comerciantes hamburgueses. espléndido negocio cambiario, que no estaba libre, por otra parte,
Los mercantilistas del siglo XVII, tales como Colbert en Fran- de preocupaciones, aunque la firma del tesorero británico avalara
cia Y el Gran Elector de Brandeburgo, se deshacían en lamenta- que las letras, en un plazo más o menos largo, serían atendidas
ciones por cada tálero que habían de pagar por las importaciones. debidamente. ¿Cómo- podía adivinarse la decisión que, de súbito,
Los apenab~ sinceramente que sus compatriotas o súbditos malgas- adoptaron los señores de la política? El hecho tuvo lugar en el
taran su dmero en cosas tan superfluas como- azúcar, tabaco o año 1806.
café. Hamburgo demostró con la mayor claridad que sólo la im- Napoleón prohibió todo comercio con Inglaterra. En el conti-
portación anima la exportación y que con ésta aumenta y se
nente europeo, desde las costas portuguesas y españolas hasta las
de Escandinavia y de Prusia Oriental, estableció una barrera adua-
340 341
nera que no podía ser cruzada por las mercancías inglesas. De la continente nO iban a renunciar, con tanta facilidad, a los pla~er~s
misma forma cerró herméticamente las zonas mediterráneas de del café o del azúcar. Pero Napoleón no estaba dispuesto a I~C~I;
Francia e Italia y el país austríaco. ¡La odiada Albión debía caer naise frente a sutilezas económicas. Sin más preámbulo su_pnmiO
rendida a sus pies! ¿De qué le servían ya su supremacía naval, su todas las licencias y bloqueó de nuevo las fronteras. Solo l~s
numerosa flota comercial, las posesiones de América, África y contrabandistas podían escurrirse a través de las mallas de l_a gi-
Asia? N o le sería posible vender sus productos. Inglaterra no po- gantesca red que extendió el corso por Europa. El comerciante
dría resistir tan duro gol pe y se declararía vencida, creyó el dic- se sintió aislado. Los puertos de Hamburgo, Amsterdam, Bn.:deos,
tador corso. Pero la historia no le dio la razón. Su brutal ataque Marsella, Dantzig, Liorna quedaron desiertos. Los comerciantes
interrumpió la corriente comercial de la que, en definitiva, vivía hamburgueses intentaron burlar de alguna forma el bloque?, J?ero
Europa entera. Ciertamente, perdieron los ingleses los mercados consiguieron sus propósitos en contadas ocaswnes. ~as perdidas
de consumo de sus mercancías tropicales y de los productos de su eran demasiado elevadas y el negocio resultaba excesivamente pe-
industria, pero, a su vez, no pudieron c!?mprar los excedentes del ligroso. En 1809 la firma Parish, que en aquel entonc~s. se enco~­
continente. Cesaron sus pedidos de vinos y cereales franceses, de traba ya bajo la dirección de los hijos de John, reCibiÓ todav1a
las frutas, verduras, de aceite de oliva, de tejidos de lana, de los mercancías procedentes de América con un valor supenor a los
finos encajes que se vendían en Europa continental. Los comer- 3.000.000 de dólares. En otra ocasión capturaron los franceses un
ciantes franceses quedaron arruinados y con ellos se hundió la importante transporte de Holstein y sólo tras ímprobos esfuerzos
economía agrícola del país. El precio del trigo descendió en un y mediante algunos buenos amigos de París que, hubieron de ser
60 por ciento, en tanto que la cotización del azúcar, café y tabaco sobornados, permitieron los soldados de N apoleon la hbre CirCU-
alcanzaba cifras exorbitantes. lación de las mercancías. ~
El ministro del Interior francés, dando muestras de prudencia, El control aduanero no era, en el fondo, el peor obstac~o que
hubo de ceder. Así, mediante el pago de un tributo especial que había de salvar el tráfico mercantil. ¿De qué forma se podmn pa-
oscilaba entre los 30 y los 40 luises de oro, se concedía autoriza- gar las mercancías? ¿Para qué ser~a. ~na respetabl~ cuenta ?~n­
ción a los comerciantes para efectuar tratos con Inglaterra, con la caria si no estaba permitida la expediClün de mer_cancws a Amenca
que podían cambiar productos franceses por mercancías coloniales o a la enemistada Inglaterra? Los contrabandistas que: aprove-
o también madera y cáñamo, que eran los artículos de intercambio chando la oscuridad de la noche y la complicidad de la mebla, lle-
del mar Báltico. En el año 1807 extendió el gobierno francés 18.000 gaban desde la isla inglesa de Helgoland a la desemboca~ura del
licencias que salvaron los obstáculos del bloqueo continental. Y en Elba 0 del Weser, traían consigo valiosas telas de _seda cuidadosa-
los años 1809 y 1810 importó Inglaterra de Francia cereales por mente envueltas en tejidos impermeables para evitar la humedad
valor de casi medio millón de libras, sin contar el activo contra- de la accidentada travesía. Pero ¡cuán insignificantes eran estas
bando de mercancías que se desarrollaba junto al tráfico autorizado cantidades!
oficialmente mediante las «licencias». Intervinieron entonces los Sin embarcro incluso en estos difíciles tiempos se les presenta-
aliados, Italia, las ciudades hanseáticas y Dantzig, que obtuvieron ban oportunidades a los ho~bres con }~iciativa para efectuar
también «licencias», ya que Rusia exigía mercancías de las Indias negocios de proyección mundial. En Amenca se almacer;aban los
Occidentales a cambio de su madera, de sus cereales y de su grandes tesoros de plata de Méjico y Perú, que no .P?d1an tener
lino. El tan cacareado «bloqueo continental» amenazaba con- aplicación en el país y, -por otra parte, tamp~co _se decidian a tr~ns­
vertirse en una simple frontera aduanera, en una sencilla carga portarlos a través del océano en tanto Espana figurara como aha~a
tributaria sobre el comercio. Los comerciantes repercutían los de Napoleón. Inglaterra necesitaba plata con la_ mayor urgencia
elevados impuestos sobre los consumidores, que estaban dispuestos para el mantenimiento de sus tropas en el contmente Y el pago
a pagar cualquier precio con tal de disponer de las deseadas merM de los subsidios a las naciones amigas. Franc_:Ia, por s~ parte, estaba
cancías. Inglaterra no había experimentado ningún descenso de a la espera de los pagos que España le hab1a prometido, pero Ma-
sus ventas como consecuencia de la elevación de las cotizaciones y drid con la carencia de la plata amencana, no se encontraba en
los comerciantes ingleses sabían de sobra que los pobladores del condiciones de cumplir su palabra.
342 343
A David, el hijo menor de John Parish, se le ocurrió una idea el zar rehusó esta guerra comercial que afectaba lo mismo a ami-
magnífica. Propuso transportar la plata mejicana a los neutrales gos que a enemigos y que perjudicaba de igual manera a los comer-
Estados Unidos y cambiarla allí por las correspondientes mercan- ciantes y a la agricultura del país beligerante como a los de
cías. Con esta plata podría España liquidar los 72 millones de :Y su adversario.
francos que anualmente estaba obligada a abonar al emperador :!
En los nevados campos rusos se hundió, definitivamente, el
francés. Las mercancías americanas, en especial el algodón, serían bloqueo continental.
llevadas a Inglaterra, puesto que, en definitiva, se trataba de pro-
ductos de un país neutral, y desde Inglaterra, dando un rodeo por
la ruta del mar Báltico, llegarían estas mercancías a Alemania.
David Parish contaba con buenas relaciones. A través de Hope
y Cía., de Amsterdam, antiguos amigos de su padre, entabló con-
tacto con la casa de banca Baring Brothers y Cía., de Londres, en
cuyo capital tenía Hope alguna participación. Parish, por su parte,
conocía en la capital francesa al poderoso Talleyrand, a quien
tuvo ocasión de tratar durante la época en que el político galo
estuvo exilado en Hamburgo. Finalmente, e! mismo padre de David
gozaba de la amistad del influyente banquero Morris de Nueva
York. ¡Ya en aquellos tiempos era preciso estar bien relacionado!
Pero había de obtenerse un permiso especial de Napoleón.
A Talleyrand, por sí solo, no le era posible conseguir la autoriza-
ción imperial, por lo que fue necesario interesar en la operación al
importante proveedor de las campañas francesas Ouvrard, que
ejercía, a la vez, el comercio de cereales. Todo funcionaba a la
perfección. David Parish dirigía el negocio desde Filadelfia y se
preocupaba de la obtención de los numerosos permisos y autoriza-
ciones exigidos por las autoridades aduaneras, y del transporte
de la plata, y cuidaba, asimismo, de la compra de las mercancías
y de su posterior embarque hacia Inglaterra. Los beneficios que le
reportaron estas operaciones fueron cuantiosos, calculándose, apro~
ximadamente, en el millón de dólares, pero fueron todavía más ele-
vadas las ganancias alcanzadas por Hope y Baring, que se encar-
gaban del pago en París de los subsidios españoles en efectivo. La
cifra de sus beneficios ascendía a la cantidad de 860.000 libras
esterlinas, una vez deducidos todos los gastos.
«David Parish es el personaje principal, la perla del océano At-
lántico, uno de los tipos más completos que jamás he visto>, afir-
maba, lleno de admiración, Federico Gentz, que en su calidad
de secretario de Metternich conoció a todos los comerciantes de
mayor fama de su época.
Cuando Napoleón se dio cuenta de la verdadera proyección de
este negocio, montando en cólera, confiscó la fortuna de Ouvrard.
No quería comercio alguno con la odiada Inglaterra. Sin embargo,
345
344
14 Las máquinas
necesitan ventas
Napoleón había sido vencido. Las costas del mar del Norte no
estaban ya bajo la vigilancia de los aduaneros franceses encargados
de apresar a cualquier comerciante que se atreviera a importar
café o azúcar.
Los comerciantes ingleses, con el talonario de pedidos en la
mano, visitaban a sus antiguos clientes del continente, de Ams-
terdam, Francfort, Colonia y Hambnrgo. Durante siete largos años
sus relaciones habíanse visto interrumpidas. Intercambiaban sus
impresiones, se explicaban mutuamente relatos de la época del
bloqueo, tan pródigo en aventuras y hazañas del peligroso con-
trabandismo. Algunos de aquellos respetables comerciantes del
continente habían dado con sus huesos en las cárceles francesas
y todos se vanagloriaban de haber burlado al emperador francés
comprando u ocultando mercancía de contrabando, efectuando
pagos prohibidos o dando albergue a los mismos contrabandistas.
Pero todo había pasado al fin y, nuevamente, podía desarro-
llarse el comercio sin· trabas. Tenía éste que emperimentar un
rápido crecimiento habida cuenta de los precios que hasta entonces
se habían pagado por las mercancías prohibidas, tales como azúcar,
café, té, algodón o tabaco. Todo podría venderse ahora mucho más
barato, por lo que la vida mercantil adquiriría un vertiginoso incre-
mento. Así pensaban los ingleses, y en la misma euforia se recrea-
ban los comerciantes más importantes de los grandes puertos con-
tinentales. Los libros de pedidos quedaron pronto llenos, puesto
que el mundo entero contaba ya con una época de fabulosa
prosperidad. Pero en lugar del esperado auge apareció una aguda
fase depresiva. Europa estaba arruinada. Se podía comprobar ahora
cuánto hubo de sufrir durante aquellos desgraciados años. Ingla-
terra atravesaba una seria crisis económica, ya que las intermina-

349
bies guerras habían deja do tras sí deudas que ascendían a conservadora mayoría de la Cámara de los Co~unes s_e mantuv~
millones de libras esterlinas. Las casas de comercio y las empresas inflexible. El resultado fue contundente. El preciO del tngo alcanzo
navieras habían experimentado pérdidas cuantiosísimas a conse~ los 20 chelines por cuartillo y en el término de quince meses
cuencia del bloqueo continental y de la guerra marítima, y de la vieron muchos agricultores quintuplicarse sus ingresos. iPero con
importancia de estos quebrantos no se habían podido resarcir ni ello se asestaba un golpe mortal al comercio continental! .
siquiera con el comercio de ultramar, con América y Asia Al prohibir los ingleses la importación de tngo, el pre710 de
Pero ¿qué significaban estas pérdidas frente a la devastación del este producto en el continente sufrió una notable dismrnucio?. En
continente, cuando los ejércitos lo atravesaron desde España a Francia descendió, en el año 1816, de 36 francos el hectohtro a
Moscú librando batallas en sus campos, que quedaron totalmente 24,60 y poco tiempo después podía adquirirse a 18,42 francos.
asolados? ¿Qué importancia tenían las deudas británicas frente a Ento~ces los franceses, a su vez, emplearon la polític~ del bloq~eo
las ruinas humeantes de las ciudades, frente a la paralización ab- y de esta forma se extendió la crisis agrícola hacia los pmses
soluta del comercio continental? Al consumidor no le faltaba el del Este. .
afán de compra. ¿Quién no había soñado alguna vez, tras la impe- Alemania no sabía adónde diriair la corriente de sus exportacw~
netrable barrera aduanera, en volver a beber café auténtico en lugar nes que le permitiera pagar las cotizadas mercancías coloniales. Los
de la achicoria que hacía las veces de sucedáneo? ¿Quién no había comerciantes hamburgueses resistían con las provisiones que ha-
suspirado por una pipa de tabaco de Virginia legítimo, en tanto bían comprado en la euforia de los primeros momentos. Pero no
se había de conformar en masticar hierbajos cuyos precios no eran podrían mantenerse durante mucho tiempo, puesto gue ~os fran-
tampoco muy económicos? ¿Acaso el sabor del azúcar de caña ceses les habían impuesto, en 1813, elevadas contnbucwnes de
no era mucho más dulce que el del azúcar de zumo de remolacha? guerra que habían mermado notablemente el capital de las frrmas
Las telas de algodón inglés deslumbraban a las austeras damas más acaudaladas. Sin embargo, de haberse animado ahora el co-
del continente. ¡Eran tan bellas y tan brillantes y, sobre todo, eran mercio se hubieran podido soportar todas estas vicisitudes. Al
tan baratas! Junto a ellas, las burdas telas que hubieron de vestir desmoronarse el precio de los productos de la agricultura, dismi-
durante los terribles años del bloqueo les parecían tristes y gro- nuyó también el poder adquisitivo de la ciudad y del campo. L~s
seras. Sus precios eran, además, exorbitantes. industriales solicitaban igualmente <protección oficial» con medi-
Pero ¿con qué medios contaba el continente para pagar todos das aduaneras y prohibiciones de importación. Los franceses sus-
estos lujos? Durante el largo bloqueo continental se habían trans- pendieron toda entrada de hierros y aceros de Inglaterra, seda de
formado las condiciones económicas de forma sensible y así la Italia y la India, chales y prendas confeccionadas de lana. Los
propia producción del pafs se había extendido, había tomado nue- derechos aduaneros sobre las mercancías de algodón y lana se
vas orientaciones, perfeccionándose. Inglaterra no sólo había per- elevaron sensiblemente. Al mismo tiempo exigieron los fabricantes
dido el mercado de venta de sus productos coloniales, sino que franceses a su gobierno crecidos premios a la exportación, ya que
carecía también de los centros de abastecimiento de víveres y la agricultura nacional estaba asfixiada por su propia superpro-
madera. Por todos los medios intentaban impedir los productores ducción.
la importación de productos extranjeros a mejores precios que los El mundo entero, los alemanes, los suecos, los holandeses, los
nacionales. españoles ' los rusos J incluso las jóvenes repúblicas americanas,
~ •
se
Los terratenientes ingleses consiguieron, en 1815, que se esta~ abroquelaron tras imponentes barreras a~uaneras. ¡C_omo s; con
bleciera una rigurosa prohibición de importación de trigo cuyo esto fuera posible evitar todas las calamidades! Nad1e hab1a es-
precio fuera inferior a los 80 chelines por cuartillo (aproximada- carmentado con las antiguas experiencias. Los gobiernos se entre-
mente 307 pesetas por hectolitro). ¿Cómo podrían pagar sus gra- gaban a la idolatría del <mercado interior», como si se tratara de
vosas hipotecas si el precio de los cereales sufría una sensible baja un pastel del que pudieran repartirse porciones a los prod_nctores
a consecuencia del empuje de la competencia continental? Los nacionales. Sin embargo, los resultados de este comerc10 mtenor
habitantes de las ciudades de rápida extensión como Birmingham fueron francamente deplorables y el mismo tráfico fue reducién-
y Manchester clamaban en vano contra esta «ley del hambre». La dose. U na casa de comercio tras otra hubo de declararse en sus-

350 351
pensión de pagos y al cierre de una fábrica sucedía el de la indus- En los antiguos señoríos nadie se había interesado por el di-
tria vecina. Los obreros deambulaban por las calles sin trabajo nero. Todo el mundo esperaba a que el trabajo estuviera listo, la
en tan~o que sus muJeres y sus hijos sentían en los hogares las cosecha recogida y terminadas las labores de artesanía. El señor
angustias del hambre. No faltaban hombres dispuestos para el tra- o su esposa repartían entonces cerveza y pan entre los trabajado-
baJo, n1 faltaban tampoco matenas primas ni la necesaria industria. res, pues había de celebrarse la tradicional fiesta de la cosecha
Faltaba un sola cosa: venta. Y cada uno debía ser recompensado, de acuerdo con su capacidad,
. Los productores dominaban la situación. Sus propuestas no hi- con los productos que él mismo había ayudado a producir. Los
Cieron más que agravar la situación. «Comprar a los demás lo campesinos se quejaban ahora de que el señor no se preocupaba
men~s posible y, en cambio, venderles cuanto más.» Ésta era la ~e su servidor y lo abandonaba simplemente a su destino, siéndole
consign~ lanzada por _el minist~o de Comercio francés Saint-Cricq. mdiferente el que padeciera hambre o se encontrara enfermo. Los
O s_ea, 1pnmero arrumar al cl1ente y esperar luego a que éste se terratenientes, por su parte, no se dejaban ganar en cuanto a la-
decida a comprar! En el curso de un solo año, en 1826, quebraron mentaciones. Los labradores no querían trabajar, se habían conR
7.000 establecimientos comerciales. La Revolución había traído vertido en gandules y levantiscos y murmuraban siempre de la
la libertad. La _libertad pol~tica con el destronamiento del rey exigüidad del salario. ¡Además tasaban sus servicios a precios
y la proclamacwn de la Repubhca. La libertad de derechos con la desorbitados! Pero ¿por qué tanta extrañeza? Si el campesino
emancipación de los campesinos. Y ahora llegaba la libertad eco- utilizaba los servicios del herrero, había de pagar en dinero contanR
nómica al permitir que el ciudadano francés se dedicara a la acti- te y sonante, y si deseaba adquirir unos zapatos, el zapatero le
vidad que _más le placiera sin la obligada dependencia de gremios exigía asimismo dinero. El arreglo de un traje roto o la compra
o :orporac10nes. El campesino no había de prestar servidumbre al de un vestido nuevo costaba una pequeña fortuna. Nada era gra-
senor de sus tlerr.as, ni las muchachas estaban obligadas, durante tuito ni nada se regalaba.
l<:s largas noches mvernales, a hilar para los nobles terratenientes. ¿Ocurría otro tanto en la ciudad? En los primeros tiempos, el
~1 ahora lo hacían, podían exigir a cambio dinero, dinero en efec~ padre colocaba a su imberbe hijo de aprendiz en el taller de un
t1vo, con el que poder comprar cuanto les apeteciera. Hasta enton- artesano o en el establecimiento de un comerciante, quien se enR
ces había sido otro el panorama de las amplias llanuras francesas. cargaba de su cUBtodia durante cinco años. El aprendiz recibía
El c_ampesino y la labradora trabajaban para sí y para el «señor». cam~~ comida y vestidos, y cuando enfermaba era cuidado por la
Recrbían, en compensación, el diario sustento, vestidos, zapatos, famrha de su amo o por la servidumbre. No tenía, pues, que
aperos de_ labranza, casa y lecho, con sus prendas de abrigo, así preocuparse de nada. Pero durante toda esta época no podía pen-
como tocmo para el invierno. Dinero en metálico recibíanlo en sar, tampoco, en adquirir objeto alguno, ya que jamás se le
contadas ocasiones. En Inglaterra, en el siglo XVI percibía el entregaba dinero en efectivo. Si la dueña de la casa era tacaña
labrador más apreciado y, por tanto, el mejor pagado: la cantidad el aprendiz había de pasar hambre. La compra de un bollo tiern~
anual de 50 chelines. ¿Qué podía comprar con cantidad tan exi- o de una golosina era un sueño que sólo en raras ocasiones se
gua? A lo sumo se le facilitaba también la tierra. Ahora debía convertía en realidad. La educación era patriarcal, firme y rigurosa.
recibir un sueldo efectivo, tal como las mozas y las hiladoras. ((Hijo, no seas nuestro deshonor», fueron las palabras de despedida
¡Cuántas cosas le sería posible alcanzar! El desengaño fue muy que escuchó el joven Hudtwaker, que más tarde había de conver-
a:nargo. El campesino se encontró sin trabajo, porque el terrate- tirse en un notable comerciante de Hamburgo, al ser entregado a
niente no disponía de suficiente dinero. su maestro, un traficante de arenques.
Cuando los comerciantes ambulantes y los buhoneros con sus El aprendiz comía con las sirvientas en la cocina cuanto se les
grandes cestas al hombro ofrecían sus maravillosas mercancías, antojaba darle, lo que, tal como nos informa Hudtwaker, no era
tales como coloridas telas de algodón, <mercancías de N anking» precisamente mucho. Durante todo el día estaba obligado a tra-
azúcar, café o tabaco, las ventas no alcanzaban gran volumen ~ bajar sin descanso en la ordenación y distribución de las grandes
pesar de que los precios eran tentadoramente bajos. El motivo cestas de arenques e incluso, en cierta ocasión en que se hizo un
sólo podía atribuirse a la escasez de dinero. corte en un dedo, hubo de continuar manipulando la sal a pesar
352 353
23.- HlSTQRlA DEL COMERCIO
del escozor que esto le producía. Por la noche, mientras los de-
más se retiraban a sus hogares, había de permanecer el aprendiz Estos dos estamentos sociales eran los únicos que podían perrm-
en el «comptoir» ayudando en los trabajos de escritorio. No le tirse el lujo de vestirse con las ricas telas de brocado y las camisas
estaba permitido salir sin permiso de casa de su maestro y cada de encajes y que tenían a su alcance los suntuosos tapíces gobeli-
mañana había de limpiar el calzado de su señor y el de los res- ., nos. La simple burguesía había de contentarse con contemplar
tantes empleados. Pero sólo le hacía verter lágrimas el hecho de maravillada las brillantes fiestas de la corte, y a silenciar la exis-
tener que arrastrar las basuras de la casa por las calles. Cuatro tencia del oprimido y esclavizado campesino. Las máquinas estaban
años duró el aprendizaje, durante cuya época sus bolsillos estuvie- dispuestas a entrar en funcionamiento, pero los consumidores ti-
ron siempre vacíos. tubeaban. Verdaderamente, ¿resultaba práctico y económico com-
Sobre este severo régimen, que se observó hasta mediados del prar sus vestidos y herramientas al comerciante? Los artesanos
último siglo adoptando diversas modalidades, podía explicar una no cesaban en sus advertencias sobre la pésima calidad de los
larga historia el fundador de la importante empresa tabacalera productos fabricados y, por otro lado, los padres de familia se ho-
Bernhard Reemtsma. Durante la época de su aprendizaje, no pu- rrorizaban ante el hecho de que cada día resultaba más oneroso el
diendo, cierta noche, resistir más el hambre que le atormentaba, sustento de los hogares, como consecuencia de la «general carestía
huyó a casa de sus padres, situada a varios kilómetros de distan- de la vida». ¿Era necesario efectuar compras de tanta importancia
cia, para denunciar la terrible penuria a que estaba sometido. El al extranjero? Las altas autoridades se lamentaban de la «disipa-
padre, sin despegar los labios, cogió al fugitivo de la mano y re- ción» del pueblo, que no quería privarse de los placeres del tabaco,
gresó con él hasta el taller del maestro para que éste infligiera al del café y del azúcar, y que protestaba de la insuficiencia de sus
aprendiz el castigo que merecía. El desgraciado no había probado, jornales. Los gobiernos hubieran establecido, muy a gusto, sobre
en casa de sus padres, ni un solo bocado. estos lujos superfluos, tales impuestos, que los consumidores ha-
La venta sólo puede llevarse a cabo si el cliente dispone de brían perdido inmediatamente su interés por los mismos. Pero
dinero o confía poder disponer de efectivo en un futuro próximo. los «buenos y antiguos tiempos» habían ya pasado y sobre Europa
La concesión de un crédito tiene como base la previsión de que, soplaban vientos renovadores.
más tarde, el deudor contará con dinero en metálico. Un país v Los comerciantes ofrecían ahora los productos de mejor ca-
1
debe comprar mercancías a otro país si desea poder venderle algo, lidad y más vistosos a los precios más reducidos o, por lo menos,
y no al revés, como se figuraba el inexperto ministro francés. Pero en las condiciones asequibles a todos los bolsillos, gracias a las
en cuanto los comerciantes importaban productos a precios eco- máquinas y a los ínfimos salarios que entonces se pagaban. Pero
nómicos, clamaban los productores nacionales en demanda de sin estos precios tan bajos, ¿hubiera podido desecharse la antigua
auxilio. costumbre de comprar lo menos posible y fabricar uno mismo los
En las dos primeras décadas del siglo XIX los únicos comer· productos del propio consumo? El comercio no sólo proporcionó
ciantes que verdaderamente contaban eran los que se dedicaban trabajo a los obreros de las ciudades, sino que facilitó medios de
al tráfico de productos coloniales, cuando menos en lo tocante al vida al agricultor, que podía transportar sus productos a los lugares
volumen de sus operaciones. Se establecieron entonces en las gran- donde eran mejor pagados. El padre de Bismarck mostraba una
des ciudades las casas de comercio que no ofrecían objetos de gran alegría cada vez que le era posible efectuar una venta de
artesanía textil, sino productos industriales. El artesano, empeñado lana a Inglaterra. Su. satisfacción hubiera sido completa de no
en vender por sí mismo sus productos, observaba, lleno de rabia, existir tal número de fronteras aduaneras.
al comerciante que arruinaba el negocio con la oferta de aquellas El que en aquella época se trasladaba de Francfort del Mein
baratijas de fábrica. Tenía que reconocer que resultaban muy se- a Hamburgo había de. atravesar 144 aduanas de carácternacional
ductoras a simple vista, pero ¿estaban en condiciones de resistir o simplemente establecidas por los Concejos de las ciudades. En
un minucioso examen? cada una de ellas habían de pagar el viajero, por las mercancías
En la época del rococó los talleres de manufactura trabajaban, que llevaba consigo, derechos de aduana o arbitrios municipales,
en su mayor parte, sólo para la nobleza y la burguesía adinerada. impuestos de fielato o tributos sobre el consumo, y en todas par-
tes se originaban retrasos, largas controversias e incluso frecuentes
354
355
molestias. ¿Cómo podía prosperar el intercambio de mercancías
en un campo económico con tantos obstáculos y delimitaciones?
En 1816, eliminó Prusia todas las aduanas de tipo provincial y mu-
nicipal resoetando tan sólo las fronteras nacionales, en h:, que los
tipos cÍe i~posición no alcanzaban los prohibitivos niveles estable-
cidos durante los años de guerra, sino que-se limitaban a represen-
tar, en los casos de mayor elevación, un 10 por ciento del valor
de la mercancía. No se impidió la exportación ni la importación, y
el tráfico de productos en el interior del país era absolutamente
libre. Las mercancías que entraban en Prusia para ser nuevamente
exportadas, esto es, el comercio de tránsito, estaba exento del
pago de aduanas. Los pequeños principados alemanes hubieron
también de establecer franquicia aduanera para el tránsito de
mercancías ante el temor de que el comercio evitara el paso por
su territorio. Hensen fue la única ciudad que por su situación
clave no pudo ser rehuida, por lo que mantuvo en vigor sus aran-
celes. Las ciudades alemanas se fundieron, veinticinco años más
tarde, en una sola comunidad económica y se estableció, de forma
definitiva, la unión aduanera germánica.
Pero ¿quién protegía de la competencia al artesano y a la
industria de reciente creación? Inglaterra esperaba una ocasión 71. Cuadro burlesco de la abolición de las Aduanas frente a la resis-
tencia de la Cámara de los Lores.
para lanzar sus productos al mercado europeo, lo mismo los ar~
tículos de su industria, telas de algodón y lana, objetos de acero ciones inglesas de 30 a 46 millones de libras esterlinas y las expor-
y hierro, maquinaria, como las mercancías tropicales de las Indias taciones de 38 a 60 millones. Para que el comercio prospere es
Occidentales, azúcar, ron, tabaco y café. A cambio, Inglaterra necesario, ante todo, no coartar las iniciativas de los comerciantes.
había de aceptar los productos del continente, y los preocupados Solamente el precio debe determinar el comercio exterior. Con-
productores ingleses tenían que manifestar lo que precisaban. Em- seguirá el éxito quien mejor produzca.
pezó entonces la lucha por la «libertad del comercio>>. El que sólo es capaz de desarrollar precariamente su industria
Con la mayor habilidad, denunciaron los partidarios del comer- protegido por las gruesas murallas aduaneras será arrinconado a
cio libre los desorbitados precios de los cereales e instigaron al un lado del camino. La vía quedará únicamente expedita para el
pueblo a pronunciarse contra las protecciones aduaneras. «Estamos más apto.
de acuerdo -dijeron- en que nuestros agricultores disfruten de Un antiguo comerciante en telas finas de algodón, Richard
un precio "justo". Pero cuando el precio de los cereales sobrepase Cobden, de Manchester, desplegó la bandera de la auténtica li-
los 60 chelines por cuartillo (o sea por cada 290 litros), deben ser bertad de comercio. ¡.fvianchester! En esta ciudad se daban cita
las aduanas rebajadas de tal forma que permitan la entrada de gra- los e!npresarios de mayor envergadura, los fabricantes poseedores
no en condiciones más económicas, hasta que en el interior se res- de la maquinaria más moderna, los comerciantes que con su po-
tablezca el "precio justo".» Francia autorizó de nuevo la exporta- lítica de precios habían eliminado a los monopolistas de la antigua
ción de tejidos de seda a Inglaterra y este país, por su parte, su~ Compañía de las Indias Orientale:; de los mercados mundiales.
primió la rigurosa prohibición que impedía la salida de la nación En Manchester había creado el genio de la ciudad comercial
de maquinaria y primeras materias de lana. de Liverpool una moderna industria. Manchester se convirtió en
Los resultados de esta política comercial fueron asombrosos. En un símbolo. En el símbolo de la libertad, de la competencia pací-
los años transcurridos desde 1820 a 1830 aumentaron las importa· fica y eficaz, del progreso industrial. En cualquier lugar en que
356 357
se originara una controversia sobre política comercial, dondequie- ¿Quién decide sobre las necesidades y consumo de la población
ra que apareciera el problema de qué medidas habían de adoptarse de un país? ¿El gobierno, mediante sus aduanas, o el chente, que
frente a la producción nacional y la repercusión que en el bienes- se ajusta a un precio?
tar del país habían de tener determinados precios, siempre que se Con gran encarnizamiento lucharon los industriales algodone~
tratara de cómo y de qué manera se había de trabajar y producir, ros franceses por la protección aduanera, a los que se unieron las
la mención de la palabra del concepto «Manchester» tenía la ple- refinerías de azúcar y las fábricas de tejidos de lana. Pronto en-
na significación de «libertad de comercio». Simboliza, pues, la contraron un sólido apoyo en las industrias mineras que explota-
teoría del comerciante frente a la protección aduanera, frente al ban los yacimientos de hierro. Las denuncias del ministro de Fi-
«bloqueo de la ciudad» que protegía al productor casi a costa de nanzas contra estas maniobras monopolistas no surtieron ningún
los intereses del consumidor. efecto.
Cobden obtuvo la victoria en el año 1846. Quedaron suprimidas Los empresarios de la burguesía concertaron una sólida alian-
las aduanas inglesas para los cereales, y pocos años después la za con los nobles terratenientes para combatir, con la mayor
libertad de comercio se adoptaba para todo el comercio exterior tenacidad, toda moderación de los arbitrios aduaneros. Contra
británico. Finalmente se había abierto paso la teoría de que no es este movimiento, ef «esclarecido» gobierno de los Barbones se
posible vender nada si no se está dispuesto a comprar. Manchester sintió impotente. Los comerciantes gozaban de libertad de acción
no necesitaba oro ni tampoco plata para comprar mercancías en dentro del reino de Francia y, con este motiVo, se abolieron todas
las Indias Orientales u Occidentales. Se limitaba a exportar algodón las aduanas municipales y provinciales. Poco después de la caída
tejido a precios económicos, que era mucho más estimado· que de los Barbones, en 1836, se alcanzó la primera disminución del
cualquier metal precioso. El Estado puede gravar, si lo considera impuesto aduanero, reflejada en un 33 por ciento sobre la lana
conveniente, a su pueblo con impuestos, pero en ningún caso y un 25 por ciento sobre el hierro. Pero esto fue todo. Sólo en
debe el gobierno de una nación obligar a sus súbditos a comprar ultramar podían vender sin dificultades sus mercancías, puesto
mercancías a fabricantes que empleen todavía métodos anticuados que allí no se encontraban más que productos tropicales que, para
y maquinaria insuficiente y cuyos productos, por su carestía, no los europeos, tenían el valor de dinero efectivo. Puesto que los
puedan soportar una activa competencia. ¿Por qué ha de proteger explotadores de las plantaciones se desprendían con tanta facili-
el cultivo de los cereales u otros frutos, si puede fácilmente sus- dad de sus productos, podían comprar a su vez artículos de la
tituirlos mediante la importación de tales productos? ¿Acaso no industria europea. ¿Y quién protestaba entonces por tales impor-
están mejor retribuidos los obreros de las fábricas que los cam- taciones?
pesinos que se agotan trabajando encorvados sobre los surcos? Lo que Liverpool )labía conseguido, podían también lograrlo
«Los ingleses saben el terreno que pisan, dijeron los franceses. los comerciantes de Hamburgo, quienes deseaban asentar su in-
Su industria es técnicamente superior a la nuestra y si abrimos dustria nacional sobre el mercado mundial. En el ínterin, las
nuestras fronteras nos invadirán de mercancías a bajos precios colonias españolas de América, hasta la misma Cuba, se habían
hasta conseguir: arruinarnos.» «Esto es imposible, respondieron los desgajado de la metrópoli. En estos países los comerciantes ale-
partidarios de la libertad del comercio. Sólo podremos importar por manes eran recibidos con los brazos abiertos y los nativos acepta-
una cantidad igual a la que exportemos, ya que de otro modo no ban los tejidos y las herramientas de Alemania a cambio de su
se dispondría de medios para pagar las importaciones. Ciertamente azúcar y su café. Los -hamburgueses se esparcieron por América
algún productor del pafs saldrá favorecido a costa de otro indus- África y Asia. Las repúblicas libres americanas preferían suminis-
trial; así, por ejemplo, se beneficiará el tejedor de seda de Lyon trar su cacao, azúcar, café y tabaco directamente a Hamburgo sin
con perjuicio del campesino de Normandía. También cabe dentro la mediación de Inglaterra y, a su vez, se mostraban interesados
de lo probable que alguna industria aislada no sea capaz de resis- por los artículos textiles y los objetos de hierro germanos. En los
tir la competencia extranjera, pero podemos afirmar que en ningún años 1823 a 1825 llegaban anualmente a los puertos de Alemania,
caso obtendrán sólo los países vecinos las ventajas de este comer- procedentes de Norteamérica, de 40 a 50 barcos, y de las Indias
cio, ya que se verán también obligados a comprar.» Occidentales de 70 a 80, en tanto que la cifra de buques de Sud-

358 359
amenca llegados a este país europeo ascendía rápidamente, en Inglaterra era la más importante de la Tierra. ¿Cuántas probabi-
este período, de 63 a 130. lidades tenía Harnburgo de salir airosa de la contienda?
Los tratados comerciales que se concertaron con las jóvenes N o pod-emos comparar ahora al comercio con una calle de
repúblicas americanas fueron, en su mayor parte, gestionados y dirección única. Quien quiera vender, tendrá que comprar también.
preparados por comerciantes de la Hansa, en tanto que algunos Quien procure conquistar un cliente, deberá mostrarse compla-
grandes estado alemanes, como Prusia, quedaban postergados. Dos ciente con sus deseos. Puesto que Inglaterra necesitaba el mercado
terceras partes de las firmas que se establecieron en ultramar per- alemán, se vio obligada a atender a los alemanes, y así les prestó
tenecían a la Liga hanseática. La lucha que tuvieron que sostener capital, puso a su disposición maquiuaria y buba de comprarles
contra la competencia inglesa y norteamericana fue muy dura, pero cuanto era aprovechable, o cuando menos lo que era susceptible
lograron conseguir sus propósitos, no porque la industria alemana de ser nuevamente exportado.
fuera superior a la industria anglosajona, sino porque los alema- Al aumentar la capacidad de pago del cliente, aumenta, de
nes representaban el mayor mercado continental de venta de los forma paralela, el volumen de sus compras y, por consecuencia,
productos tropicales. marcha mejor el negociO. Inglaterra ayudó con todos sus medios al
En Europa acostumbróse la gente, sólo en forma muy lenta, a establecimiento de una moderna industria en el continente, favo-
sustituir la tradicional tela de lana o de lino o la mezcla de lino y reciendo al propio tiempo el desarrollo del comercio. Los comer-
algodón, el llamado fustán, por la moderna tela de simple al- ciantes ingleses trabajaban codo a codo con los comerciantes ale-
godón. Con gran desconfianza observaba el ama de casa el nuevo manes; los bancos iugleses descontaban las letras de los estable-
tejido, no · sintiéndose inclinada a adoptarlo ni siquiera en cimientos hamburgueses y las empresas de seguros británicas se
honor a su reducido precio. ¿Sería resistente? ¿Una falda de esta hacían cargo de una considerable participación de los riesgos. Lon-
tela podría aún llevarse diez años después de ser confeccionada? dres se constituyó en el mismo centro del comercio mundial.
¿Serviría para el ajnar de boda de su ilusionada hija? La terrible trata de negros proseguía sin cesar en la costa afri-
El campesino de Georgia y el criollo de Buenos Aires no eran cana e incluso, durante aquellos años, había tomado un auge in-
tan remilgados. Les interesaba sólo que las mercancías- fue- creíble. ¿Con qué medios contaban los cabecillas negros para
ran baratas y que sus coloridos fueran vistosos y atrayentes. En pagar sus armas, sus collares, sus telas o sus raídos uniformes
el Nnevo Mundo gustaba el algodón. Bastaba pues con dirigirse de general? Sólo disponían de una moneda: del ((marfil negro», de
a aquellas tierras en busca del cliente y averiguar al propio tiempo los esclavos. Los estados del sur de Norteamérica y Brasil solici-
si los productos del país resultaban adecuados para su exporta- taban con gran interés la «mercancía». En 1806 había Inglaterra
ción a Europa. En el año 1845 existían en ultramar casi 400 casas prohibido el comercio de esclavos, apremiando a Francia, Holanda
de comercio alemanas, de las que 137 se encontraban en Norte- y Dinamarca para que. interrumpieran esta horrible trata. Tales
américa, 98 en Sudamérica, 48 en el mismo Méjico y 35 hallábanse medidas no surtieron el apetecido efecto, porque entonces partiM
en América Central. ciparon, en forma muy activa, en el negocio los portugueses y
Sin el respaldo de una superioridad marítima sin el apoyo de norteamericanos. Ciertamente, en 1836, prohibió Portugal el co-
una unidad nacional, aceptaron estos hombres la desigual lucha mercio de esclavos, y en 1850 siguió su ejemplo el Brasil. Los Esta-
con el poderoso comercio inglés. dos Unidos publicaron en 1820 una ley oponiéndose a este iumo-
En aquella época se identificaba el comercio mundial con el ral tráfico. -
comercio británico. Inglaterra era prácticamente invencible al po~ Pero todas estas disposiciones figuraban tan sólo de una ma-
seer la maquinaria más moderna y la organización bancaria de nera teórica, ya que, con la mayor frecuencia, aparecían trafi-
mayor pujanza, dotada a la vez de fabulosos capitales y riquísima cantes sin escrúpulos Y ávidos de riquezas que no se preocupaban
experiencia. Los comerciantes ingleses recorrían el mundo entero. en absoluto de las leyes en vigor ni de los barcos de guerra que
En parte alguna se podía comprar el algodón y la lana en mejores cuidaban de su cumplimiento, ni se sentían asaltados tampoco por
condiciones que en Liverpool y Londres, y en país alguno las graves problemas de conciencia. En la costa de Dahomey habitaba
aduanas eran más limitadas. La producción de carbón y acero de un tal don Francisco de Souza que no sabía leer y escribir, hijo

360 361
de u_n pequeño comerciante de Río de Janeiro y por cuyas venas los comerciantes de Inglaterra y Hamburgo si deseaban poder
corna sangre negra. ~ntregaba ~ste repugnante personaje al reye- efectuar algún importante negocio.
zuelo ne_gro de la regwn, a cambiO de esclavos, telas de lana, obje- En 1843 el naviero hamburgués Georg Heinrich Wappaus envió
tos de hierro, collares y, sobre todo, le proporcionaba armas. Como al capitán Hinrichsen, al mando del bergantín «Brazil Packet,, a
el rey ne~~' a causa de sus supersticiones, no podía acercarse al las costas de África con el encargo de que en Gambia se informara
mar, admmtstraba...souza, en calidad de ((residenten, toda la zona del lugar en que, en mejores condiciones, podía efectuar sus com-
costera.. ~u mans10n de Widah relucía de objetos de plata. En pras de marfil, oro, pimienta y arroz. Le prohibió terminantemente
e~la rec1~:na a sus huéspedes europeos y discutía con los comer- adentrarse en la desembocadura del Níger, por ser ((este río poco
Ciantes Ingleses sobre negocios legales. Los buques de la marina saludable», ordenándole que, por otra parte, intentara conseguir
de guerr_a británica capturaban alguna vez, en alta mar, los veleros en las costas de Gabún, Congo y Angola, palo campeche, una
que envraba Souza, cargados de esclavos, a América. Pero a pesar fécula de rizoma llamada arruruz o mandioca y madera de ébano.
de que en el curso de un año perdió Souza 34 barcos abarrotados de No debía pasar más allá de Angola, porque «aquellas tierras son
negros, su~ riqueza~ _iban en aumento. N o se trataba de ningún peligrosas y no merecen la pena», como opinaba el prudente co-
caso especial de habilidad y astucia. Entre los años 1836 a 1840 sa- merciante. Como los ingleses sospecharan que el honrado Hinrich-
caron estos mercad:res del África Occidental, anualmente, unos sen se dedicaba a la trata de esclavos, fue encarcelado sin muchos
100.000 esclavos. Mas al norte, en Sierra Leona, vivía un español miramientos hasta que nuestro bravo capitán pudo justificarse
llamado Pedro Blanco, que era un antiguo capitán oriundo de Má- plenamente. El comercio alemán en África se incrementó en forma
laga. Alrededor de su residencia podían verse gran número de asombrosa, por lo que pronto superó al comercio francés con
barracas con capacidad para albergar, en conjunto, de 1.000 a 2.000 dicho continente.
esclavos, a las que se debía añadir una red de -factorías hasta Sin embargo, las relaciones con Inglaterra continuaban osten-
Digby. Sus agentes se situaban a lo largo de la costa y observaban tando una importancia decisiva. De aquel país procedían en su
con anteojos los movimientos de la flota británica. En cuanto se mayor parte no sólo los productos tropicales, tales como el azúcar,
pre~entaba la primera oportunidad zarpaban los barcos de esclavos el café y el algodón, sino también el hierro, las máquinas, los te-
hacia alta mar aprovechando la oscuridad de la noche. Finalmente jidos, los nuevos métodos de fabricación y el «espíritu de indus-
se agotó la pacien~ia de los ingleses, que, sin contemplacioneS, des~ trialización de la época». En 1812 habían en Francia 11.000 telares
truyeron e Incendiaron todas las factorías. Pero entretanto el astuto construidos según la inge.niosa invención de Jacquard y mediante
Pedro Blanco se había ya trasladado a La Habana, para aparecer los cuales las fibras eran conducidas a través de unas fichas
e~ la hermosa capital cubana como un honorable comerciante de- perforadas, fabricando, en la medida requerida, las suntuosas telas
dic_ado al comercio de los artículos de la industria europea y del de seda. Los empresarios adquirían nuevas máquinas, moderniza~
azucar amencano. Sus descendientes heredaron a su muerte una ban sus instalaciones y aprovechaban la fuerza del vapor para
fortuna superior al millón de dólares. economizar mano de obra.
Un tal Canot, nacido en Florencia, sucedió a Pedro Blanco en Las industrias luchaban, sin embargo, contra obstáculos casi
el turbio negocio africano. Sus factorías de esclavos estaban asen- insuperables. Los modestos comercios de telas no podían vender
tadas en !~ actual Liberia. Al propio tiempo fundó una colonia, toda la inmensa producción de las fábricas. A principios del siglo
que ofrecw a Inglaterra, y en la que se dedicaba al cultivo de se efectuaban las compras todavía en Europa según los cánones
plantas _tropicales. Ejercí~ también algún tipo de negocio legal, con de la Edad Media, o sea, cuando aparecían en las ciudades los
1? que mtentaba recubnrse de una apariencia honesta. Pero, por comerciantes procedentes, de lejanas tierras e instalaban sus «mer-
fm, fue capturado cuando se dirigía, en un barco con pabellón cados» en las anchas plazas frente a la catedral o al Ayuntamiento
arr;encano, al N~ev~ CoJ?-tmente, para acabar por morir en la o junto a los puentes, aprovechando las festividades religiosas y
mas completa m1sena. Ciertamente eran auténticos aventureros las romerías. Los campesinos de los contornos llevaban a los
los personajes que dominaban el comercio -de la costa africana mercados los frutos de sus cosechas.
Y con los que habían de colaborar, de buen grado o a la fuerza, En las épocas en que no se celebraban mercados, habían de
362 363
dirigirse los clientes a los tenedores y mercachifles que, acurru- a.brigos. Las compras se realizaban, en su mayor p~rte, en el mismo
cados en sus mal iluminadas tiendas, situadas, con frecuencia, en domicilio del sastre. Bajo la presión de las contmuas ofertas de
algún umbrío sotabanco, les ofrecían toda clase de mercancías, las fábricas, sufrió esta clase de comercio una significativa trans-
desde cestas de arenque que, descuidadamente, colocaban sobre formación, al «-especializarse» cada una de las tiendecillas en un
pilas de azúcar, hasta telas de lino y algodón. Apenas había posi- artículo diferente, y así se crearon establecimientos dedicados a
bilidad de moverse en la estrechez de la habitación abarrotada de .((productos coloniales» o a «artículos para la agricultura» o tam-
mercancías mal ordenadas, pero esta incomodidad no molestaba bién a (<Objetos de hierro» o nmaterias textiles», ostentando cada
en absoluto al cliente habitual, que sabía perfectamente dónde se uno de estos negocios características prOpias y perfectamente di-
encontraban los artículos que buscaba. En estas tiendas en las que ferenciadas.
<(se vendía de todo» no podía existir, como es natural, un gran Las ntiendas de comestibles» calculaban con que un número
surtido de cada mercancía. El cliente se había de contentar con cada vez menor de amas de casa se abastecía ya de los frutos de
lo que le ofrecían: papel y material de escritorio, así como también sus propias tierras, que, por lo general, ocupaban pequeñas exten-
azadones, guadañas, fustas y cadenas para los campesinos que siones en las afueras de la ciudad. Disminuía también el número
visitaban la ciudad, bebidas alcohólicas y gran número de cachi- de personas que procedían a la matanza del cerdo con el que se
vaches que algún astuto buhonero colocó, a su paso por el lugar, aprovisionaban para todo el invierno de tocino, jamón y salchichas.
a los caprichosos terratenientes. Era posible encontrar, asimismo,. Y a no fermentaban las coles para la condimentación del sabroso
objetos religiosos tales como cadenillas y rosarios, y de vez en {<chucrute», ni dejaban secar las habichuelas. Y las manzanas Y
cuando ofrecían los mercaderes alguna chuchería artística o un peras no se almacenaban en sus graneros. Sólo en contadas oca-
jarro de porcelana. siones acudían a los mercados semanales. Resultaba mucho más
El arenque continuaba siendo por excelencia el artículo de ali- cómodo comprarlo todo en las tiendas. Las <ttiendas de comesti-
mentación del pueblo, en especial durante el invierno, y en los. bles» ofrecían todos los productos de la agricultura del país. Los
países católicos en la época de Cuaresma. Dicho pescado era tam- habitantes de la ciudad y los campesinos se acercaban también a
bién muy apreciado porque podía conservarse mucho tiempo en estos establecimientos para probar un «vasito de aguardiente)), un
salazón, lo que permitía su envío en barricas a los puntos más di- cuartillo de vino de la región o bien saborear una jarra de cerveza.
versos y alejados. En las «tiendas de tejidos» podían comprarse las telas estam-
Como consecuencia a la supresión del bloqueo continental,. padas de algodón, en especial las de nanquín, y el «cotton)) in-
vendían también, las modestas tiendas o bazares, mercancías colo- glés; algunas veces, era posible adquirir auténticos tejidos de la
niales, café, té, cacao, tabaco y azúcar. Tales requisitos no estaban India, como muselinas, o piezas de seda de Lyon confeccionadas
reservados, como antaño, a un reducido círculo social, y las bien- por los telares Jacquard. Estaban también a la venta artículos de
intencionadas autoridades habían derogado ya las disposiciones que fantasía, guantes y sombreros. En estos lugares encontraban siem-
castigaban con toda severidad el hecho de fumar en público, sea pre las damas alguna novedad que los viajantes habían traído para
en las plazas o en los establecimientos. En el parque zoológico ellas. A fines del siglo XVIII, el 92 por ciento de los obreros de
berlinés se permitió fumar a partir de 1848. ¡Este fue uno de Prusia trabajaban para la industria textil (así, de un total de
los privilegios conseguidos con la revolución de marzo! Ahora se 165.000 productores, 151.000 figuraban con dicha especialidad),
podía comprar cuanto tabaco, café y azúcar se quisiera, o se pu- dándose la circunstancia de que las fábricas de lino ocupaban a
diera. más trabajadores que las de algodón y lana calculadas conjunta-
En las tiendecillas «para todo» a que hacíamos referencia con mente. Después de haberse levantado el bloqueo continental,
anterioridad, faltaba espacio suficiente para los tejidos, que, ade- inundó el algodón inglés los mercados alemanes y empezó la dura
más, como consecuencia al continuo trasiego de clientes, corrían lucha eutre esta fibra y el lino. Los tejedores de lino combatieron
el riesgo de ensuciarse. Hasta el siglo XIX, los comerciantes al desesperadamente contra la desigual competencia. ¡Sus clientes
por mayor iban a ofrecer a sus clientes las telas, lo mismo en piezas no podían rechazar las sólidas y resistentes telas de lino, cuyo
enteras, como en pequeños retales, o pantalones, chaquetas, faldas, proceso de fabricación se transmitía de generación en generación

364 365
y que permitían ser compradas, para el ajuar de las hijas, con los clientes se dirigieran de nuevo a los talleres de artesanía, cuyos
muchos años de anticipación sin que el largo almacenamiento maestros no cesaban de repetir que la compra de artículos indus-
perjudicara en absoluto el aspecto ni la calidad del tejido! trializados equivalía a lanzar el dinero por la ventana. Sólo el
Los «comercios de objetos de hierroD se ajustaban por com~ «profesional expertoD es capaz de vender la mercancía adecuada
pleto, a las necesid~d~s de los agricultores, que podía'n comprar y ¿existe, acaso, un profesional de mayor experiencia que el arte~
en aquello~ establecimientos sus herramientas, arados, picos, cla- sano que fabrica por sí mismo la mercancía? Pues ¿cómo le es
vos y tornillos, martillos y hachas de Sheffield o Solingen. Para posible al pequeño comerciante, que vende toda clase de mercan-
1~~ herreros, toneleros, y guarnicioneros se podían encontrar tam~ cías y ha de permanecer en tu tienda desde las primeras horas de
b1en rebenques, arzones, arreos y carretas, barricas y ruedas. Los la mañana hasta bien entrada la noche, adquirir los necesarios
buhoneros y vendedores ambulantes se lamentaban amargamente conocimientos de los productos?
de este cambiO, ya que hasta entonces habían podido atravesar el Los fabricantes enviaban a sus viajantes a recorrer el país
país ve~~iendo, sin competencia alguna, sus baratijas, los artículos con el nuevo muestrario de tejidos de algodón de última moda,
r
de ocas!On que ost Ammann, en su dietario del año 1568, anotaba de tel_as de lana ,de insuperable solidez, de suntuosas piezas de
con el may?r cmda~o: <~especias, azúcar y aguardiente, espejos, algodon y, tamb1en, con muestras de sencillas sábanas. Los «via-
pulseras, pemes, aguJaS, cmtas y anteojosn. jantes» tenían la orden de vender, de arrancar pedidos que dieran
El comerciante- necesitaba disponer, para la instalación de su ocupación, en forma provechosa, a los «ángeles de hierroD. Apa-
extenso. Y especializado surtido, de recintos espaciosos situados, a recían por todas partes representantes de las pequeñas indus~
ser posible, en las plantas bajas de los edificios. Los alquileres trias de Coventry, Schmalkladan, Nuremberg y Stuttgart, y no
s~fn~ron el consigmente encarecimiento, para cuyo pago era pre- era rara la presencia de uno de estos agentes de los mayoristas
CISO mcrementar las ventas. No podía aguardar el comerciante en de Brem~n, Amsterdam, El Havre y Londres, ofreciendo café,
forma p~si~a~ ~ 9-ue el ~liente acudiera a su establecimiento 'por cacao, azucar, tabaco y té. Nombraban todos ellos a los pequeños
s~ propia lllCiatlva; as1 que hizo repartir por las calles de la comerciantes que representaban, ponderando sus mercancías, que
cmdad unos folletos en los que participaba a sus conciudadanos deseaban vender a toda costa. Ofrecían a sus clientes facilidades
la clase de negocio que acababa de emprender. Este sistema de pro- de pago y procuraban inspirarles confianza con tal de obtener
paganda, «más propio de las vocingleras vendedoras de los mer- sus pedidos. El lema era sólo uno: la venta.
cadosD, irritó, en forma profunda, a los artesanos, que protestaban Balzac ya nos pinta a estos activos vendedores en la descrip-
~e tod~ progreso y entorpecían cualquier innovación. La libertad ción de su célebre Haudissard, que con su irresistible oratoria
mdustnal, que la Revolución francesa y las corrientes modernas persuasiva consigue vender cuanto lleva consigo. Se libran entonces
habían implantado, acabaría .por aniquilar los sanos principios de las batallas que iban a conducir al triunfo del sistema capitalista.
la m?ral mercantiL jLa cal1dad de los productos artesanos no Los inventores crean las máquinas de vapor, la hilatura y los
necesitaba propaganda! Los tenderos, en cambio, se veían obli- telares mecánicos, los altos hornos, el ferrocarril y los buques ac-
gad?s a elogiar sus «bar~tijas de fábricaD con frases exageradas y cionados a vapor, las desgranadoras de algodón, e industrializan
hablan de poner de reheve la baratura de los precios alboro- la fabricación. Los empresarios levantan sus grandes fábricas, ins-
tando con sus chillidos como los vendedores en las ro~erías de talan en ellas la maquin.aria moderna, arrebatan la mano de obra
los pueblos. Un comerciante honesto ha de conocer los límites del de la agricultura y empiezan a producir mercancías en ingentes
decoro. Pero pronto las fachadas de los edificios y las cercas y cantidades. Pero para colocar sus productos dependen todavía de
vallados no bastaron y fue preciso erigir en las esquinas de las los comerciantes minoristas. ¿Cómo inclinar a los clientes a con~
calles unas columnas donde poder pegar los carteles anuncia- currir los modestos establecimientos y de qué medios valerse para
dores. convencerlos de que compren allí sus mercancías en lugar de pro~
~1 . . vender el comerciante mercancías que eran fabricadas ducirlas por sí mismos?
tam b_Ien por el artesano, tales co~o vestidos, zapatos, carruajes, En primer lugar, la carencia de dinero es general. El salario
cuchillos, hubo de tomar las medidas necesarias para evitar que semanal medio que percibe el trabajador inglés en la industria al-
366 367
mente, ventajosos. En el año 1795 se calcula que los obreros in-
gleses perciben, por término medio, salarios de 13 chelines Y
6 peniques. En la época de la guerra los aumentos experimentados
en los salarios son superados por la creciente carestía de los me-
dios de subsistencia. Aparecen después los períodos difíciles de
la crisis de los años veinte. El jornal desciende, de nuevo, a 17 che-
lines semanales, que representan 75 marcos al mes, y los precios
corresponden, aproximadamente, a los que regían en 1913.
La población campesina, que comprendía casi cuatro quintas
partes del censo de Alemania, Francia e Italia y aproximadamente
dos tercios del de Inglaterra, andaba escasa de dinero efectivo.
¿Era posible que el comerciante consiguiera mover a estas es-
quilmadas gentes a comprar en sus tiendas, con el solo argumento
de que las mercancías eran allí más baratas y mejores?
El problema parecía insoluble. Era necesario, primero, que el
pueblo comprara para que las fábricas pudieran desarrollarse en
su plenitud, pero para comprar necesita dinero en metálico, di-
nero que, a su vez, había de conseguir de alguna parte. Los fabri-
cantes lanzaron a sus vendedores, no reparando en medios. Pero
ningún comerciante estaba en disposición de comprar más de lo
que luego podría vender en su establecimiento. «El consumo de las
pequeñas ciudades se mantiene inalterable», manifestaba al via-
jante. A las puertas de las fábricas se instalaron tabernas para
los trabajadores y tiendas de ropas que tentaban a las obreras,
en los días de liquidación de jornales, a gastar su dinero, adquirido
a costa de tanto esfuerzo, en' la compra de cualquier fruslería. Pero
con estas inversiones quedaba exhausto el poder adquisitivo de
los trabajadores y los comercios, al igual que las fábricas, necesi~
taban la continuidad de las ventas. ¿Se trataba sólo de una cues-
tión de precios?
En Inglaterra se agruparon los obreros en «cooperativas» con
72. Almacenes de la zona portuaria de Londres. Grabado en madera
de Gustavo Doré, 1876. la finalidad de evitar al «caro intermediario», en la creencia de
haber encontrado así la solución del problema. El consumo per-
maneció, no obstante,· a un nivel infinitamente inferior al de la
godonera asciende a 25 chelines; al término de las g~er_ras napa~ creciente producción, ya que se notaba a faltar la organización de
leónicas aumenta a 26, para disminuir en los años s1gurentes, en ventas y las industrias padecían los efectos de una desordenada
que los víveres sufren un apreciable descenso. A mediados del competencia que sólo podían combatir con la reducción de los
siglo, percibe un obrero la cifra semanal de 22 chelines o lOO mar- jornales. La exigüidad de los salarios extendió por las zonas indus-
cos al mes. ¿Le es posible acaso efectuar muchas compras con triales una ola de miseria y escasez que reducía, sensiblemente, el
tan exigua cantidad? Sin embargo, los salarios de las fábricas algo~ volumen de las operaciones. La política de ventas precisaba pues
doneras de las (tprósperas ciudades industriales» son, relativa~ una fundamental reforma y renovación capaz de alumbrar nue-
368 369
24. - HISTORIA DEL COMERCIO
vos horizontes a la época de la industrialización. ¿Podría llevarse americanas, al mismo tiempo que eliminaba las posibilidades eco-
a cabo este trascendental cambio en la atrasada Europa? En el nómicas de los compradores de sus productos acabados. Los des-
año 1858, existían en Prusia 39.300 casas de comercio con un total graciados nativos de Africa y Asia eran ya tan pobres como los
de 22.900 empleados. O sea que la proporción era la de un em· mismos europeos. ¡Sólo los Estados Unidos conservaban su ca-
pleado cada dos establecimientos. En la mayor parte de éstos, se pacidad adquisitiva!
daba ocupación, a excepción del empleado, a un solo aprendiz,
y no era infrecuente que la administración del negocio se llevara
por los mismos miembros de la familia.
El propio dueño del negocio se colocaba tras el mostrador y
platicaba sobre las efemérides familiares. El cliente iniciaba un
regateo interminable de los precios de las mercancías, ya que cada
artículo le parecía diferente al otro y en todos había de encontrar
alguna objeción que justificara la correspondiente rebaja. ¿Qué
argumentos podía esgrimir el comerciante para engatusar a su
caprichosa cliente y seducirla a la compra de nuevos artículos, tal
como de él esperaba el parlanchín viajante? El pequeño tendero
no disponía de la locuacidad de aquél. Además, se encontraba su-
jeto, aun en la época de dibertad» comercial, a las disposiciones
gremiales. Sus clientes exigían mercancías de la misma calidad a
las que, desde hacía muchos años, venían comprándole y que ya
habían sido consumidas por sus padres y abuelos. ¡El fabricante
debía dirigirse a otro tendero para que le vendiera sus artículos
de última moda!
Al apurado industrial europeo le era imposible, por completo,
la venta de todo cuanto fabricaba. Pero en ultramar, donde no
existía el perturbador artesano que alardeaba de la exquisita cali~
dad de sus preparados, y donde no se encontraba tampoco una
testaruda burguesía aferrada a sus antiguas costumbres, podría,
pues, ser factible el establecimiento de un importante mercado
de venta. Las telas de algodón de Lancaster inundaron los merca-
dos indios. Los resultados fueron calamitosos. Un alud de artícu-
los fabricados hundió la milenaria artesanía india. Los hiladores in-
dios, con sus modestas ruecas, no podían competir en precios con
las potentes máquinas accionadas a vapor, y los campesinos no
estaban en condiciones de suministrar algodón a las mismas cotiza-
ciones que los plantadores de Alabama, que contaban con máquinas
desgranadoras y esclavos negros. Con la artesanía se arruinó tam-
bién una de las facetas de mayor importancia de la economía
india, extendiéndose el hambre por el país. La superioridad de
la industria europea aplastaba la artesanía, donde fuera que se
presentara, así en la India, como en África o en las repúblicas sud-

370 371
15 la formación
de la economía mundial
¡La cadena de caravanas que, en forma penosa, se abría paso
a través del desierto no llevaba trazas de interrumpirse! Desde
que Daniel Boon, el héroe de la colonización americana, había
atravesado las cordilleras que separaban las costas atlánticas de las
interminables llanuras de la cuenca del Mississipí, era incesante la
afluencia de exploradores que se dirigían al interior del país en
bnsca de fortuna. No los guiaba el ansia del oro ni esperaban
explotar los tesoros que encerraba el subsuelo. Anhelaban sólo
un pedazo de tierra para cultivar. Pero ¿conocían lo que los
aguardaba en aquellos parajes?
Desde Cumberland en el alto Potomac, atravesando las mon-
tañas, hacia Wheeling, a orillas del Ohío, se deslizaba el camino,
angosto, polvoriento, inter.rumpido con frecuencia por avenidas
de agua o por gigantescos árboles que había derribado la tormenta.
Los viajeros habían de sortear resbaladizas rocas o hundirse en
profundos arenales. Por este famoso «Camino de Cumberland)) se
dirigieron, en 1840, la mayor parte de los colonos hacia el Oeste.
Al otro lado de Cumberland había de bastarse cada uno a sí
mismo. Abandonaban en la costa toda relación con el tráfico
mundial y con las prósperas ciudades en las que se multiplicaban
las fábricas, e iban a adentrarse en un mundo sin puentes ni cami-
nos, sin pueblos ni ciudades, sin casas ni simples chozas donde
cobijarse. En aquel país nada existía y todo había de crearse. Las
anchas praderas estaban despobladas por completo y sólo apare-
cían algunas salvajes tribus indias que se defendían de la invasión
de los blancos atacándolos encarnizadamente. Sus agresiones ha-
bían de ser rechazadas con las armas. La colonización de la cuenca
del Mississipí dependía, en exclusiva, de que los excedentes de
trigo, maíz y carne pudieran ser cambiados por armas, hachas,

375
pólvora Y plomo, clavos para la construcción de viviendas telas bultos sobre el carromato y se dirigía hacia la frontera Oeste,
y utensilios de barro cocido para los hogares. ' que de año en año penetraba en la selva ilimitada.
Los exploradores que, atravesando los desfiladeros del camino La mayor parte de los emigrantes llegaban a América sin r~­
de Cumberland, se dirigían hacia el Oeste veían extenderse ante cursos y se daban por muy satisfechos de poder pagar el pasa¡e
sí inmensas praderas totalmente abandonadas. Aquellas feraces y poder disponer de simientes y vestidos para los primeros meses.
llanuras parecían esperar tan sólo a que un activo agricultor sem- Además, habían de pagar al gobierno el importe de las tierras. Por
brara en ellas las simientes para ofrecerle una abundantísima co- lo general sus medios económicos no alcanzaban a más, por lo
secha. Pero ¿se ~abían percatado también de que, en lo futuro, que se encontraban en apuros para adquirir los aperos de la-
cada, gramo de polvor~, cada fusil, cada cuchillo que necesitaran branza y las herramientas.
habn~ de re:orrer el rnrsmo penoso camino desde la lejana ciudad? Los comerciantes les anticipaban el dinero para la compra del
¿Habran cardo en la cuenta nuestros animosos exploradores de carro, de los utensilios, del ganado y de las caballerías, de las
q~e para pagar estos objetos de imprescindible uso contaban tan semillas e, incluso, de los víveres, quedándose en cambio con las
s~lo con los frutos de sus cosechas que, a su vez, habrían de en- cosechas de otoño, que revendían en las costas.
VIar por la ruta de Cumberland hacia el Este? No se trataba, en En las pequeñas comunidades se observaba una ley inflexible:
form,a excl~~rva, del problema del transporte, sino que, además, las deudas habían de ser pagadas, no se podían incumplir las pro-
surg1a la dificultad de hallar comprador a tales excedentes acrrí- mesas y el que contraía un compromiso estaba obligado a aten-
~olas. En;:re las montañas y la costa se extendían todavía muchas derlo sin objeciones. Las mercancías eran entregadas en los plazos
tierras v1rgenes, y desde hacía ya largos años los habitantes convenidos y en la cantidad fijada, y el comprador las aceptaba
de Massachussets y Nueva York cultivaban los antiguos bosques de y pagaba con la mayor puntualidad. De ello se cuidaban los mis-
los alred~dores, de forma que estaban en condiciones de abastecer mos vecinos. Antes de edificar una iglesia o construir el ayunta-
sus propias necesidades. ¿Quién compraría los cereales del lejano miento, se apresuraban a levantar en la plaza del pueblo la picota
Oeste, sobre cuyos precios habían de calcularse los elevados gastos para el deudor moroso. Los enérgicos colonos conocían muy bien
de tr':nsporte? El colonizador iniciaba una peligrosa aventura al las razones que les asistían. La existencia en las inacabables lla-
empurrar el arado para arañar la piel de las tierras de la cuenca nuras del Oeste americano dependía de las mercancías que trans~
del Ohío. portaban los comerciantes, desde el fusil y el hacha hasta el ron
~l que abandonaba Europa se desgajaba de una secular orde- para el indio. Prescindían por completo de todo requisito (no sin
nacwn s?cial. A la cabeza del Estado figuraba el rey, y el pueblo cierto disgusto por parte de los colonos) y consumían tan sólo
se diVI<;I!a en tre~ categorías distintas: eclesiástica, noble y bur- tabaco para la pipa, té pará las largas y frías noches de invierno, y
guesa_. El campesmo, sometido a vasallaje, servía al noble señor, azúcar, sal y especias que empleaban para mejorar el sa'bor de
traba¡aba en los campos de su amo y cumplía cuantos servicios las comidas y aliviar en algo la monótona repetición de los
le encome~~aba el aristócrata terrateniente. Ni siquiera le es- mismos manjares procedentes de sus cosechas. Sólo la caza y la
taba :p~r,mrtrda la_ opinión religiosa. ((El vasallo está obligado a pesca proporcionaban, de vez en cuando, variación al ((menu».
~a :ehg10n d~l senor», determina la sentencia inspirada por un En las modestas colonias el comerciante era el personaje princi~
Jurista de la epoca. El europeo que llegaba a las costas americanas pal del lugar. Su tienda adquiría un aire fantástico. Podían verse
no se veía del todo libre del peso de estas arbitrariedades. Existían en ella vasijas de jarabe y bamboleantes salchichas, y era audible
en aq_uellas regiones excesivas leyes y disposiciones y el dominio el rápido deslizar de los ratoncillos en los sacos de harina. En el
de senores feudales y funcionarios era todavía demasiado visible. suelo se apilaban arados y guadañas, junto a gran cantidad de cu-
Pero al otro lado de las montañas reinaba la libertad Cuando chillos de todos los tamaños, y en las estanterías se apretujaban
alguien se sentía esclavizado por sus semejantes, cuand~ era for- las madejas de lino, algodón y lana. Los granjeros compraban en
zado en sus convicciones religiosas o políticas, cuando había u'c aquellas tiendas cuanto necesitaban, incluso papel, tinta y plumas.
doblegarse bajo la presión de los impuestos o era conminado a un El comerciante se hallaba la mayor parte de tiempo de viaje, ca-
traba¡o penoso, adoptada una rápida resolución. Empaquetaba sus balgando a lomos de su mula, de granja en granja, para ofrecer sus

376 377
telas o comprar cereales. Quizás en aquellos momentos condujera servar la serenidad en los momentos de mayor apuro. ~o es nin·
sus carros por el accidentado camino de Cumberland hacia Nueva guna casualidad que tres presidentes de los Estado~ U~Jdos ta,;;.~
York o Filadelfia, en busca de aperos de labor o para vender el sido comerciantes, Andrew Jackson, Abraham Lmco n Y ~
trigo de la última cosecha. Concedía crédito a los colonos, cuyo Truman y qne los tres hayan sufrido senos descalabros ':n e
importe «anotaba». Se efectuaba la liquidación después de la cose- curso d~ su vida comercial. Los comerciantes del Oeste amencano
cha, y el comerciante rara vez percibía dinero en metálico, sino
que saldaba las cuentas pendientes con grano o lana.
El tendero aparecía, por una parte, como nn bienhechor del
pueblo y, por la otra, como un usurero, por cuyas distintas facetas ·
de codicia o generosidad era odiado o estimado, respectivamente,
según estuviera dispuesto a conceder créditos o se negara a ello
despiadadamente. El colono que no pagaba sus deudas con puntua-
lidad era declarado en quiebra y perdía cuanto tenía. Se le expul-
saba, sin compasión, de todos los lugares y era expuesto en la
picota, para la irrisión de los jóvenes del pueblo. Era, pues, objeto
de un aleccionador escarmiento.
Se necesitaba una elevada porción de valentía y confianza en
sí mismo unido a un carácter duro e indomable para poder ejercer
la profesión de comerciante en el Oeste americano. Los colonos
exigían más crédito del que luego podían devolver, y todos se
enfrentaban con serias dificultades en el momento de la liquida-
ción. La cosecha no había sido tan abundante como se esperaba
en primavera y los precios alcanzaban raramente la cifra prevista.
Además, el importe de la «CUenta» era mucho mayor de lo imaw
ginado. Cada vaso de ron y de whisky aumentaba la deuda pen-
diente. ¿O acaso les estaba engañando el comerciante? Se negaban
a ver las cuentas, en las que todas las entregas estaban claramente
anotadas. Eran simples campesinos que no entendían de estas 73. Los ''stockbrokers" de Nueva York.
cosas, y-el astuto comerciante y usurero ya habría procurado ama-
ñadas perfectamente. Las manos empuñaban los revólveres para no eran más que simples ruedecillas de la poderosa máquina ec;o-
liquidar las cuentas a su manera. nómica del país. No tenían el capital suficiente ni las. necesarias
El comerciante precisaba poseer un gran conocimiento de los relaciones con ultramar para po?er .organizar el comercio por p;o·
hombres para saber a quién podía conceder crédito y el importe pia iniciativa en los jóvenes terntonos. En la cost~ se encontra ,an
adecuado del mismo. Tenía que estar adornado por una serie de los especuladores auténticos, los reyes del comerciO 9-ue extend:an
cualidades morales, tales como firmeza para negar en el momento sus tentáculos hasta Europa, África e incluso _As~a. Conced1an
oportuno, valor para resistir las amenazas y lamentos, simpatía créditos a los comerciantes del interior, les sum1n1stra?an cuanto
y cordialidad para afianzarse en las comunidades, habilidad para habían encargado y les· compraban, a su vez, la totahd~d. de las
alternar con los impetuosos jóvenes de la localidad y para con- cosechas, fijando los precios que habrían de sacar de qmcw a los
servar los clientes, agudeza comercial para almacenar las mer· desencantados granjeros. b
cancías de mayor venta y poder pagar por los excedentes de la En América se hallaban las praderas infinitas y se encontra an
agricultura el precio justo. Pero, ante todo, había de estar dotado también allí las más codiciables riquezas del subsuelo, tales como
el comerciante de una gran personalidad que le permitiera con· carbón, metales y petróleo, aunque este último producto no era

378 379
todavía conocido a mediados de la centuria. De Londres y Liver- canee de los yanquis de los estados de Nueva Inglaterra. En el
pool, de Hamburgo y Chemnitz llegaban los grandes acopiadores ejercicio del comercio se enriquecían tan sólo las_ grandes flrrr;as
que compraban toda la producción. Estos grandes acaparadores inglesas que se hallaban en ~as ciudad~s portuanas Y ~o~cedían
aceptaban, en primer lugar, el algodón, que, en virtud del creciente créditos personales. ¡Era preciSO producrr, en lugar de limitarse a
número de ~ábricas, escaseaba cada dia más, los cereales, fácil- comerciar únicamente! . , .
mente vendibles desde que Inglaterra había eliminado sus im- El granjero del Oeste quería comprar a preciOs economi.cos Y
puestos aduaneros sobre el grano, y, finalmente, compraban gran- exportar sus mercancías en estas mismas condiciones. Los clientes
des partidas de tocino y de manteca de cerdo. La ruta de Cum- del antiguo colono se encontraban en su ;na~or parte en E~:opa,
berland resultaba ya insuficiente, por lo que las mercancías se y de aquel contL'lente importaba las maqumas qu~ neces1tab~,
trans¡;ortaban por el Ohío y el Mississipí en dirección al golfo los aperos de labranza y los tejidos de algodón cu~a fibra le habla
de MeJlCO. En 1817 el pnmer barco de vapor unió las ciudades de él mismo proporcionado. Por su parte lo aba~t~Sian de cereales.
Nueva Orleáns y Cincinnati, y dos años después sesenta barcos El Estado algodonero de Carolina del Sur proh1b10, en 1832, a sus
de ruedas de poco calado surcaban las aguas desde la desembo- funcionarios la exacción de los elevados impuestos adu~nero~ que
cadura del Mississipí hasta Louisville. En consecuencia, se reduje- había establecido la Confederación. Pero bajo la pres1denc1a de
ron a la mitad los gastos de transporte. Andrew Jackson empeoró la situación.
. Los comerciantes de Filadelfia, Baltimore y Nueva York expe- «Old Hickory», éomo festivamente era llamado Jackson por
nmentaban la mcesante pérdida de sus clientes. ¿Qué importancia sus amigos, odiaba a los poderosos comerciant~s de l~s grandes
tenia que todos los emigrantes procedentes de Europa tocaran es- ciudades de la costa, que en su juventud le hab1an arrumado des-
tos puertos si, acto seguido, desaparecían en crecido número en piadadamente. Su rencor se centraba especialmente .en cuant? se
las fronteras del Oeste? Apenas habían traspasado los montes relacionara con la Banca y el crédito. El ingenuo granJero trabaJaba
Alleghanis, quedaban desgajados los colonos de la influencia de penosamente en vano, ya que, en último término, el astuto com_er-
los comerciantes de la costa atlántica para incorporarse a la ac- ciante absorbía todo beneficio. En cuanto el agotado campesm?
tiva red comercial que discurría por la cuenca del Mississipí. no producía el suficiente rendimiento, se deseJ:?bara~aba de el
En 1817 dieron comienzo los neoyorquinos a la construcción como de un trasto viejo e inservible. Jackson sunbohzaba en la
del canal de Erie, que estableció comunicación directa entre el Banca al poder despersonalizado del comercio en .toda su peligrosa
vasto lago de dicho nombre y la costa atlántica. Con este canal frialdad. La Banca fijaba arbitrariamente los preciOs Y en su mano
se redujo el precio del transporte desde Nueva York a Búfalo de estaba que brillara el alegre· sol de la prosperida?. o que sopla;an
lOO dólares a 8 dólares por tonelada. Filadelfia y Baltimore inten- sobre el país los devastadores vientos de la cns1s. Fue pr:clsa-
taron inútilmente trazar canales que las unieran con las reoiones mente Jackson, el representante de los intereses de los granJeros,
del Oeste. Con el mismo afán se lanzaron a la construcciÓn del el abanderado de la lucha contra la poderosa Confede,raCI?n, el
ferrocarril que, pocas décadas más tarde, cruzaba las montañas que impuso la protección aduanera. ¡Des~e entonces 1na solo en
p::-ra. enla~ar los puertos de la costa atlántica con Pittsburgo y aumento sin que nunca más llegara a abolirse!
Cmcmnat1. Por los ((caminos de hierro» llegaban ingentes canti- Los ~olonos pagaron las consecuencias que r:-o tardaron . e?
dades de cereales del interior a la costa y utilizando este mismo presentarse. En 1837 padecieron .los Estados Um~os. una cns1s
medio alcanzaban los emigrantes y los productos de la industria económica sin precedentes. Es cierto que aumento sin, cesar el
europea las zonas occidentales del Nuevo Continente. consumo en Europa de algodón y cereales, pero ~1 enviO de los
Con la intención de favorecer el desarrollo de una industria excedentes americanos. de estos productos alcanzo. tales propor-
propia, establecieron los estados costeños elevados impuestos adua- ciones, que se produjo un sensible de~censo de precios en el ,mer~
ne~os p~ra la importación ~e artículos textiles y de hierro. ¿Por cado mundial. ¿Qué era lo que fnncwnaba mal ~n este prus ~e
que hab1an de ostentar los mgleses la exclusiva de suministro de ilimitadas posibilidades? ¿La mano de obra? Millones de emi-
los m-ercados americanos? Lo que eran capaces de hacer los co- grantes llegaban a América ~rocedente~ ?e E_uropa. Burlando to-
merciantes de Manchester y Birmingham estaba asimismo al al- das las prohibiciones y eludiendo la vigilancia de los barcos de
381
380
i
l
i!.
guerra británicos, proseguía la trata de negros africanos. Este ne- ersuadir a un nuevo empresario de que se h"1c1era · . caroo
.1' o
del
1
gocio significaba el desembolso de grandes sumas, ya que el esclavo ,J :iegocio, tentándolo con seductores encargo~ Y promet~end~~~e~~~
joven y fornido que en 1832 costaba, aproximadamente, 500 dólares '}
anticipos necesarios. Incluso cuando Jos preciOs eran b~os t a
valía cinco años después, poco antes de la crisis, la elevada canti- el comerciante pingües beneficios, ya que compraba ara 0 par
dad de 1.300 dólares. d
Poder vender en buenas condiciones.
.
El cultivo del algodón se extendía con gran rapidez. Los fa- El granjero norteamericano no era un. campesino aferra o a
. ,..--.......,
-"'~ -·~~
~'-.....,:;: ~
__,.. ':::
....,_
" ,¡1

1
1
1
¡
j
i

;i·
1
\ :¡
·'
'
,1
! '
74. Baja (díbujo de Bertall).
75. Alza (dibujo de Bertall).
bricantes arrancaban materialmente el algodón de las manos de
los comerciantes y el precio de este producto sobrepasó los 17 cen-
tavos de dólar por libra; el vértigo se apoderó de la Bolsa del tradiciones seculares y que observara con desconfianza toda reno-
algodón. Pero después se desmoronó la dura competencia. Entre vación o progreso. Era, ·sencillame,nte, un hombre de empresa que
los años 1845 y 1846 descendió la cotización del algodón a 8 cen- sabía calcular. Comparaba el importe de sus \\astos y la a?undan:
tavos, y por el mejor esclavo no estaban dispuestos los plantadores cia de sn futura cosecha con lo que le ofr~c1a el co;nercJante~~!
a pagar más de 650 dólares. Gran número de casas de comercio no desconfiaba de las oscilaciones de los preciOs,_ .vendía lf c~el s
pudieron sobrevivir esta época de crisis. en primeras hierbas, o sea antes de la re~oleccwn, o en as o ~:U
Apenas había cerrado una fábrica sus puertas por carecer de a plazo fijo. Encontraba siempre comerciantes que le compra a
clientes o por no encontrar a un financiero que estuviera dis- sus futuras entregas 0 fabricante~ que. deseaban asegurarse,
puesto a correr con el riesgo, se apresuraba el comerciante a largo plazo, el suministro de matenas pnmas.
383
382
sado por las deudas del pasado año. Había de comprar simient.e 'j
Si el granjero era animoso podía aumentar sus cultivos cuanto renovar los arados y los carros. Debía abastecerse para los pr?Xl-
quisiera. La feraz tierra se le ofrecía en extensiones ilimitadas. Los mos meses en que las lluvias y la nieve cortarían toda comuniCa~
ferrocarriles se adentraban año tras año en el continente y allí a ción con el inundo exterior.
donde llegaban abríanse las vírgenes praderas como ef monte Sé~ El precio dependía del resultado de este forcejeo entre la ofer-
sama de las leyendas de (cLas mil y una noches». Sobre las bruñi- ta y la demanda. No se trataba de una conversación sobre (~preCio
das vías de hierro se deslizaban hacia la costa vagones cargados justo» o el «nivel de vida» del trabajador, al que debe estimarse
de trigo y maíz, de tocino y manteca de cerdo, de algodón de los y tratarse con amor, ni se m_encionaba tampoco la ((estrecha cc:la-
Estados del sur. El mismo ferrocarril regresaba al interior con boración del campo y de la cmdadn. El que se mostraba poco dies-
maquinaria, aperos de labranza y tejidos para la confección de tro en el «mercado de precios» corría el peligro de arruinarse en
vestidos. la agricultura norteamericana. N-o existía ningún meFcado d~ ven-
El precio de los transportes se había reducido. Para atender a tas reolamentado ni estamento alguno que tomara en considera..
todas las tareas, que cada día se multiplicaban, hacían falta brazos ción abla sufrida clase campesina. Por otra parte, encontraban los
Y ni tan siquiera la superpoblada Europa podía facilitar más productos americanos fácil venta en el, m~ndo enter? porque I_a
hombres.
producción de este país se llevaba a termmo en me¡ores condi-
El comerciante organizó un «Comercio humano» de caracterís- ciones. Cuando por fin se abolieron los impuestos de aduanas
ticas muy especiales. Sus agentes se desplazaban de pueblo en sobre los cereales notaron los ingleses una notable mejora en su
pueblo en busca de hombres robustos y con espíritu de aventura nivel de vida.
que desearan trasladarse a América. Les prometían la entrega Los obreros encontraban trabajo, con la mayor facilidad, en
de tierras, les anticipaban los gastos del viaje y les facilitaban cré- las grandes empresas siderúrgicas que exportaban vagones de
ditos para la compra de simientes, ganado y herramientas de labor. ferrocarril a América. El Viejo Mundo y el Nuevo Continente se
Junto a las sociedades colonizadoras se encontraban también las complementaban a la perfección. En Europa se hallaban las ~­
empresas de ferrocarriles a quienes el Estado les había regalado portantes fábricas, los ·altos hornos, los centros de, mvest1gacwn
anchas fajas de terreno a izquierda y derecha del largo trazado. y técnica, y en América existían las inmensas llanuras de labor que
No podía atribuirse a escasez de terreno el que los frutos del cam- necesitaban trabajadores diligentes, máquinas rápidas y modernas
po americano no bastaran para abastecer toda la demanda de la instalaciones. Los buques a vapor transportaban mayor cantidad
populosa Europa. En las anchas y despobladas extensiones de de mercancías empleando menos tiempo en la travesía del océano
Norteamérica entregaban a crédito los comerciantes ingentes can- que los antigu~s veleros. En 1860 exportó Inglaterra producto~ por
ti~ades de carriles de tren, locomotoras y vagones, segadoras y valor de 3,3 miles de millones de marcos, de los que un tercio se
tnlladoras, hachas y arados, viviendas que contenían todos los en- entregaron al propio imperio colonial británico, ~estinándose una
seres de un hogar, muebles y vestidos, azúcar, café, tabaco, ron, sexta parte del suministro total a los Estados .Umdos. Las telas de
té, jabón y vajillas, libros e instrumentos de música. El granjero algodón ocupaban el primer lugar con 400 millones de marcos, a
tenía sólo que dirigirse al establecimiento más cercano, exteriori- las que seguían los lingotes de hierro, las máquinas y el. carbón
zar su deseo y, naturalmente, había de pagar también cuanto de hulla. Los paños de lana, que tiempos atrás podían considerarse
pedía. El dinero estaba representado por una sola cosa: ¡la co- la columna vertebral del comercio exterior inglés, figuraban en
secha!
quinto lugar. La lista se completaba con artículos de cerámica,
Apenas llegaba la época de la recolección aparecían los com- cristales, armas y municiones, cuchillería, jabón, ~ibros e ~presos.
pradores con sns bolsillos repletos de dinero en busca de trigo, La importación se nutría, casi en forma exclusiva, de Viver.es y
maíz, ganado y algodón, arroz, azúcar y tabaco. Las cotizaciones primeras materias, de las que ocupaba lugar destacado el aprecmble
las habían fijado las casas de comercio, de acuerdo con la situación algodón. Gracias a este comercio, floreció a un tiempo la agri-
de la Bolsa. El granjero titubeaba. ¿Era el precio bastante elevado? cultura americana y la industria pesada inglesa, los altos hornos
¿Aumentaría en el invierno cuando hubiera cedido el primer ím- de Birrningham, las fábricas de maquinaria de Northampton, las
petu de la oferta? Pero, por otra parte, el granjero se sentía aco-
385
384 25. ~ HIS'I"OftiA DEL COi\iESCIO
armería~ de Glasgow y las fábricas de hilados de algodón de <{De las riquezas natur;;;.les que ofrece el suelo y el c~ima deben
Manches ter. favorecerse todos los pueblos.}) Según un contemporáneo de aque-
La división del trabajo significaba la elección del adecuado lla época, ésta era la premisa que sirvió de base para la redacción
emplaza~iento Y el establecimiento de las mejores condiciones del tratado. Con el convenio entre Francia e Inglaterra empezó la
de trabaJO y transporte con un solo objetivo: la reducción de los nueva era de la libertad del comercio.
precws. ¿Por qué no adoptaban este sistema los europeos? El Cuatrocientos industriales franceses, llenos de preocupación,
pueblo del Vre)O Contmente se hallaba recluido desconfiadamente solicitaron una audiencia al emperador con la intenciOn de n;:cerle
entr~ los gruesos muros de sus barreras aduaneras. Tenían la patente, en una última y desesperada tentativa, los peligros con
cons1gna de no comprar nada y producir tan sólo, sean cuales fue- que la industria inglesa amenazaba a la del país. Napoleón se negó
ren las condiciones en que se desarrollara la producción o los a recibirlos. No estaba dispuesto a tener más contemplaciones
preci?s a que és.ta resultase. ¿Por qué habían de entregar dinero con aquellos fabricantes que seguían todavía métodos antiguos y
efectivo a cambiO de una mercancía extranjera? ¿Acaso no era rutinarios ni con aquellos labradores incapaces y atrasados. jEl
much.o mejor que este mismo dinero sirviera para recompensar el precio es el rey del mercado! El productor que no sea capaz de
trabaJO y los esfuerzos de un conciudadano? ¡Pero la economía resistir las cotizaciones del mercado mundial, será, antes o des-
~oderna era algo más complejo que la administración de los an- pués, eliminado, y sólo aquel que produzca a precios económicos
trguos feudos de la Edad Media! El trabajo había de ser racional estará en condiciones de subsistir. La íntima colaboración entre
Y los pr~~ios, reducidos. Con ello se aumentaría el consumo y 1~ el país francés e Inglaterra había de reportar sólo ventajas a ambas
prod~ccwn, resultando como consecuencia la elevación del nivel naciones, aunque esta alianza significara la ruina de algún indus-
de vrda. Era ésta la solución que aportaban los comerciantes de trial. El emperador tenía razón.
mediados del siglo XIX. Entre los años 1857 a 1866 se duplicó el volumen del comer-
El joven Bonaparte, que más tarde subió al trono con el nom- cio exterior francés, elevándose de 3,1 a 6,2 millares de millones
bre de N a~oleón III, estudi~ c~n el mayor interés, en Inglaterra, las de francos. En 1869 se alcanzó la importante cifra de 8 millares de
n,uevas onentacwnes econom1cas, pero cuando, investido ya del millones de francos. La industria textil francesa, contra lo que se
titulo de emperador, intentó implantar en su país la libertad de esperaba, soportó victoriosamente la dura competencia. Y ¿por qué
comerct~, ~u fracaso fue .absoluto. En el Parlamento se negaron a no? Enzarzados en la áspera lucha comercial, hubieron de aguzar
darle credrto. El campesmo se hallaba unido en estrecha alianza su ingenio los franceses. Proyectaron nuevas máquinas, confec-
~o~ el. t.emeroso industrial. Así, sólo se consiguió reducir de forma cionaron nuevos muestrarios, descubrieron nuevos colorantes. Des-
msrgnifrcante lo~ impuestos aduaneros para la importación del de hacía siglos eran los créadores de la moda. ¿Por qué Francia
tng? Y de la harma en los terribles años de penuria, obteniéndose había de sucumbir ante los británicos? Los industriales franceses
de 1~ual manera algu~a mejoría en los arbitrios que gravaban el compraban el algodón al mismo precio que los ingleses, ya que
carbon, e~ ,ace.ro, el ~1erro, la maquinaria y la lana en la época de de mantener esta paridad se preocupaban lo mismo los comercian-
la expans10n mdustnal. Pero, básicamente, Francia conservó sus tes de Liverpool que los de Ruán, París o Lille. Los obreros podían
elevados _arancel~s. ~on el mayor secreto concertó Napoleón III con el mismo sueldo atender mejor sus necesidades, desde que el
con el mmtstro mgles Cobden un tratado comercial que ante el trigo era importado a precios más reducidos y el coste general
asombro de todos, fue dado a conocer en el mes de febr~ro,de 1860. de la vida había descendido en forma paralela.
Se a~oheron las prohibiciones de importación y los derechos aran- Inglaterra aumentó, de manera notable, sus exportaciones de
celanos fueron sensiblemente disminuidos. Las primeras materias tejidos de lana a Francia, recibiendo en cambio de este país las
podíar; importarse libremente y los productos acabados estaban telas de seda, que hasta entonces, a consecuencia de los elevados
~ometldos a una suave presión fiscal. Inglaterra otorcró también aranceles, ostentaban precios prohibitivos. En los años 60, la ex-
m:~.portantes concesiones. Los artículos de fantasía de ~oda y los portación inglesa de telas de algodón a Francia fue superior in-
te)ldos de seda se declararon libres de impuestos aduaneros es- cluso a la que se llevó a cabo en Holanda. En la Exposición Uni-
tando su¡etos a módrcos arbitrios el vino y las bebidas alcohóÚcas. versal de París del año 1867, pudo manifestar Gladstone, lleno de
386 387
bertad de comercio, aunque decidieron rebajar los impuestos adua-
neros, para acabar por incorporarse a la economía mundial, aun-
que muy lentamente, y evitando con el mayor cuidado lastimar
algún interés particular.
En 1862 concertó Prusia con Francia un convenio aduanero
por el que las cifras arancelarias experimentaron una sensible re-
ducción. Los impuestos para la importación de tejidos de algodón
disminuyeron notablemente y lo propio ocurrió con los tributos
que gravaban el hierro, la seda, el cuero y los paños. El Estado
deseaba abrir nuevos mercados a su floreciente industria y se
sentía Jo bastante fuerte para luchar contra la competencia de
Francia e incluso contra la de Inglaterra. Sólo a regañadientes en-
traron a formar parte en la unión aduanera los demás Estados ale-
manes.
El pulso de la economía mundial latía en la City de Londres.
Todos los días y a todas las horas llegaban al puerto inglés barcos
procedentes de los más diversos puntos del mundo. Veleros y va-
pores, éstos cada día en mayor .cantidad, atracaban en los nuevos
«docks». Los antiguos '<docks» de <<las Indias Occidentales», ver-
dadera maravilla de su época, habían sido superados por Jos de
«Santa Catalina». Un vapor de 3.000 a 4.000 toneladas podía ser
despachado en el término de una semana. A principios de siglo,
sin embargo, era preciso emplear un mes entero o seis semanas
para cargar un buque de tonelaje inferior a las 500 toneladas.
A lo largo del puerto se extendía un increíble número de al-
macenes' donde se apilaban ingentes cantidades de azúcar, ron,
café, té, tabaco, seda, trigo, vinos, algodón, lino, cobre, estaño, plo-
mo, especias, madera, carbón, hierro y acero, marfil y plumas de
avestruz. En este lugar había de todo. En 1803 era posible depo-
sitar las mercancías en los grandes almacenes generales de las
aduanas en espera de su envío a Inglaterra o a otros países sin
tener que pagar por ello ningún tributo especial. El comerciante
que deseaba adquirir con urgencia cualquier clase de mercancía no
tenía más que dirigirse a Londres y encontraba en esta ciudad, sin
76. Londres. Mercado de Billinsgate a primeras horas de la mañana. género de dudas, la mercancía apetecida.
Grabado en madera de Gustavo Doré, 1872. Los Bancos concedían anticipos sobre los productos almace-
nados en dichos depósitos. Las más importantes compañías na-
vieras del mundo estaban representadas en Londres, por lo que
asombro: «Inglaterra ha obtenido del tratado comercial ventajas en la City se encontraba también la mayor parte de la Banca
relativamente insignificantes, en tanto que la industria y la agri- mundial o, cuando menos, nombraba en ella a _sus agentes. En
cultura francesas han experimentado un increíble desarrollo.» Las Londres residían Jos magnates de la Banca privada como los
demás naciones europeas dudaban en adoptar abiertamente la li- Rothschild y funcionaba en la City, desde 1834, el primer gran
388
389
Banco por acciones, el London and Westminster Bank. Los fi- las perspectivas de la próxima cosecha de azúcar, té o café, debían
nancieros londinenses concedían créditos a corto plazo, desconta- poseer datos sobre las posibilidades de las minas de Inglaterra, del
ban letras y aceptaban depósitos que podían ser retirados en cual- Ruhr o de Pittsburgo y de la riqueza cuprífera de Utah o Chile,
quien momento. Apoyando a las organizaciones de crédito inglesas, y no desdeñaban tampoco estudiar con la mayor atención los pla-
se encontraba el Banco de Inglaterra, que desde 1830 negociaba nos de instalación de minas de zinc en la Silesia o de yacimientos
letras de cambio sobre el extranjero. de estaño en Bolivia._
Por medio de las compañías asegur2.doras podían los comer- ¿El peligro de una revolución amenazaba a la Argentina? ¿Era
ciantes cubrirse de todo riesgo, ya que eran extendidas pólizas de Turquía invadida por el zar? ¿El régimen francés era derrocado?
siniestros marítimos, de incendios, de accidentes de transporte, ¿Se lanzaba el gobierno de Viena a la aventura de los Balcanes?
de robo, de naufragio, e incluso aseguraban las compañías contra En la Bolsa repercutían todos los informes, todos los rumores y
posibles confiscaciones de los productos en alta mar o en países todas las opiniones privadas u oficiales y las estadísticas propor-
extranjeros. Sociedades dedicadas al seguro de vida, de enorme cionaban cifras exactas. En parte alguna se seguían con el mismo
potencial económico, acumulaban grandes capitales que ponían interés y atención los más pequeños detalles de los sucesos mun-
a la disposición de los comerciantes. A la cabeza de todas estas diales, que en las Lonjas de Londres. Y en parte alguna se notaban
compañías figuraba el Lloyd's, que, percibiendo la correspon- mejor los movimientos políticos, que en las oscilaciones de la
diente prima, reaseguraba al propio asegurador de una parte del Bolsa londinense.
riesgo.
En la Bolsa, centro vital de la City, se negociaban las acciones Los medios de información estaban magníficamente organiza-
de las sociedades más importantes, los empréstitos internacionales dos desde que Reuter, en 1849, estableció su gran oficina de Pren-
y las letras de cambio en las que figuraban las firmas de los co- sa. Los agentes y corresponsales de Reuter, diseminados por el
merciantes de fama universal. En la mayor parte de los casos se mundo entero, facilitaban las noticias de última actualidad.
decidía en la Bolsa londinense el trazado de una nueva línea de Todos los países habían de estar pendientes de Londres si
ferrocarril en los Estados Unidos, la construcción de un puerto deseaban conocer con exactitud la situación internacional. Desde
en el Brasil o el encendido de los altos hornos de la cuenca del · la capital inglesa partían los hilos del comercio y de la política
Ruhr. En la Bolsa se discutían tOdos los grandes negocios dinera- mundial. Londres era el centro de un Imperio que abarcaba al
rios, eran sometidos a un riguroso análisis los Estados, las so- mundo entero; sus embajádores y cónsules le informaban al mo-
ciedades y los hombres de empresa, valorando su solvencia fi- mento de cuanto sucedía en las ciudades de más importancia. El
nanciera. Bastaba una ligera señal para que las Bolsas de Francfort gobierno daba valiosos informes a los grandes banqueros y bol-
del Mein, Amsterdam, París, Viena y Berlín ·manifestaran su sistas, comunicaciones secretas que se basaban en su íntimo co-
reserva, y en un momento dado los Rothschild negaban la conce- nocimiento del país e incluso algunas veces les avanzaban datos
sión de cualquier crédito o préstamo. de asuntos que eran estudiados a instancias del gobierno británico.
En las Lonjas, o sea en las Bolsas de mercancías, tales como Londres representaba el gigantesco ((clearing» de la economía
lana, hierro, acero, carbón, llamadas también ((Bolsas bálticas», mundial, el gran depósito en el que se podían arrojar sin miedo
eran discutidos y fijados los precios mundiales de mercado que, toda clase de créditos y propiedades para extraer los valores o las
en algunas ocasiones, sumían en la desesperación a los pequeños letras de cambio que se precisaran. En definitiva, se concertaban
granjeros de los Estados Unidos o decidían el destino de los ove- en Londres todos los negocios de importancia. En parte alguna
jeros de la Patagonia o los mineros chilenos de los Andes. A Lon- del mundo gozaban las cuentas de ahorro, las reservas monetarias,
dres iban a concurrir todas las noticias, lo que proporcionaba los créditos y el papel del Estado de tanta seguridad como en In-
a los londinenses una detallada información de cuanto ocurría glaterra. La moneda se mantenía perfectamente estable. ((Es tai:t
en el mundo. Para poder fijar los precios necesitaban disponer de seguro como el Banco de Inglaterra», era un dicho popular. La
amplia información lo mismo de la situación del Estado de Wis- City de Londres cuidaba, con la mayor escrupulosidad, de la con-
consin que de la del sur de Rusia o Francia; habían de conocer servación de la buena fama del Banco nacional, ejerciendo una

390 391
constante vigilancia de las letras que descontaba en Incrlaterra 0 valor de ochenta céntimos alemanes. Desde 1872 el marco fue
en cualquier otro lugar del mundo. El protesto de un ~fecto era un patrón oro.
inmediatamente comunicado por el representante a la casa matriz Las aduanas no afectaban en nada a las Bolsas internaciona'"'
¿Tenía_ repercusi~n este fallo en alguna otra empresa? Un pro~ les. Cada país debía calcular por propia iniciativa los impuest~s
~esto aislado no ti~n~, corno es natural, importancia ninguna. Eran que le convenía imponer a sus contribuyentes. En la Bolsa londi-
mcesantes las noticias de especuladores que perdían su fortuna nense se negociaba con el libre tráfico mundial, sin preocuparse
o de co~erciantes que se arruinaban. Se trataba de gente de escasa de las fronteras de cada país y empleando las conocidas siglas de
solvencia. Pero cuando se acumulaban los protestos de letras de contratación, <(F.O.B.», tdranco a bordo», y «C.I.F.», (tcoste, se-
ca~~no, o ·cuando se h~n~ían firmas que gozaban de gran repu- guro y flete)>. En el primer caso corrían de cuenta del vendedor
t~cwn o empr_esas de aneJa solera, urgía tomar entonces las de- todos los gastos hasta que la mercancía se hallaba a bordo, en
bidas precauciOnes. La City de Londres abarcaba un inmenso cuyo momento terminaba la operación, y en el segundo c~so
panorama. Disponía de datos sobre cuanto se almacenaba en las eran a cargo del vendedor, además de los citados gastos, el 1m..
casas de comer~io, del volumen de efectos bancarios que se gira- porte del transporte y el seguro de la mercancía.
?an, de la cantidad de mercancías que habían sido aseguradas de Fue inmensa la transformación que experimentó el mundo en-
1ncend10 Y robo, de la importancia de los cargamentos que se tero como consecuencia de este comercio. Nuevos ferrocarriles
encont~ab~n todavía en alta mar. Si la cosecha de la Europa orien- cruzaban el Oeste americano, la pampa argentina y las extensas
t~l hab1a sido poco abundante y, en cambio, los granjeros de Amé- llanuras del sur de Rusia. Esto implicaba incesantes pedidos de
nca se mostraban contentos con los frutos de su recolección to- carriles, locomotoras, vagones. Los barcos de vapor surcaban
maba la City las medidas oportunas. Los ferrocarriles del N~evo todos los mares. Con este medio de navegación recuperó Inglaterra
Contmente necesitaban gran cantidad de carriles de acero. En su supremacía en el tráfico marítimo que le había sido arrebatada
Londres, se contaba con que la joven industri:.t metalúrrica ale- transitoriamente por los navieros americanos con sus veloces
roan~ podría abastecer a las empresas americanas de tales mer- veleros « Clipper». El «Great Eastern» construido por el genial
cancias. Las ofertas se cruzaban sin cesar y los precios oscilaban armador Brunel desalojaba 19.000 toneladas. En la desembocadura
en uno y otro sentido. del Mersey y del Clyde se fabricaban entonces vagones de 3.000
Era u;'a batalla que se libraba a diario. Pese a que las estadísti- a 5.000 toneladas. Se pusieron en funcionamiento nuevos altos
cas ofrec1an una base segura para el cálculo de las cotizaciones el hornos y las fábricas hubieron de aumentar y acelerar su produc-
comerciant_e avisado acudía con frecuencia a la Bolsa. ¿Cuál ~ra ción de maquinaria, telas de algodón o sustancias químicas.
la tendencia del mercado? ¿Qué manifestaban los corredores de ¿Qué pudo, pues, destruir los bien trenzados hilos de esta
cambio? ¿Cuán_to pagaban los clientes? ¿Cuánto exigían los pro- organización económica mundial? La guerra civil americana asestó
veedores? ¿Oscilaban los precios? En la Bolsa de Londres se neo o~ el primer golpe. Los estados del Norte bloquearon sin contempla-
ciaban los precios mundiales de mercado. ¡El eterno problema bde ciones a los estados rebeldes del Sur. Se paralizó el comercio del
l?s precws! En todas las Bolsas se había adoptado la libra ester- algodón. Las cosechas se pudrían en los graneros de los estados
lina eomo elemento de cálculo para facilitar la comparación de sudistas en tanto que las industrias de Manchester, Muelhausen y
precws entre las Bolsas de Buenos Aires, Singapur y Berlín. La Sajonia se preguntaban angustiadas cuánto tiempo podrían re-
hbra esterlma se apoyaba de manera firme y estable sobre las sistir sin nuevos abastecimientos.
reservas oro de Inglaterra. Durante todo el siglo XIX predominó Los fabricantes hubieron de comprar el algodón en todo el
en el mundo b absoluta confianza de que el Banco de Inglaterra mundo, lo mismo en las Indias Orientales que en las Occidenta-
estaba en condiCIOnes, tal como prometía, de cambiar en cualquier les, en Sudámerica que en África. Aparecieron nuevas planta~
mome.r:to su papel moneda circulante en el equivalente en oro. ciones y cuando llegó la paz la escasez había sido superada. En
Tambien su llamado «patrón plata» claudicó en favor de su equi- el plazo de pocos años los cultivos de algodón de los devastados
valente en oro en los países de la Unión monetaria latina formada campos sudistas recuperaron su antigua prosperidad, pero esta
por Francia, Italia, Bélgica, España y Suiza. Un franc; tenía el vez sin el recurso de los esclavos negros.
392
393
. En este siglo experimentó la población de Europa un fabuloso candas exige el estudio de una nueva distribu~ió~ de posicion~s.
mcremento. En 1800 contaba el Viejo Continente con 187 millo- Ni la alimentación de los países, ni el abastecimiento de sus In-
nes de habitantes. Las estadísticas de 1850 arrojan la cifra de dustrias reposan sobre bases propias. ¿El campesino ~uropeo debe
2_66 millones, p~ra alcanzar, a fines de la centuria, la notable can- competir con el granjero americano que hace func:onar en sus
tidad de 401 millones de almas. Pero no se presentó el hambre y inmensos terrenos las máquinas cosechadoras? ¿O b1en ha de lu-
la escasez de alimentos que profetizó el inglés Malthus, visible- char contra el c<cooli» de China, el labrador egipcio o el negro. ame-
mente impresionado por el progresivo aumento de la población. ricano? ¿Puede producir a precios tan económicos el fabncante
Pues ¿qué conocimientos poseía Malthus sobre la economía de Oberhausen como el gigantesco «trust>> de Pittsburgo, que
mundial? provoca un enorme descenso de la cotización del acero para
Los comerciantes recorrían todos los países en busca de ví- arruinar a sus competidores? ¿Han de abandonar casas Y ha-
ver_es. Sus agentes estaban esparcidos por el mundo entero, por ciendas los obreros y campesinos para trasladarse a los 1'-:-gares
Ch1cago, por Nueva York, por Cincinnati, por Odesa o Hamburgo. donde se produzca en condiciones más favorables, es ~ec1r, en
Los grandes magnates de empresa seguían con la mayor atención mayor cantidad y a mejor precio? cqLa libre competencia es ~m
el curso de los cambios y el movimiento de las ventas, el desarro- peligro!», clama Europa entera. Y se habla de nuevo de protecciO-
llo de las cosechas y las oscilaciones de las cifras de consumo la nes aduaneras.
circulación monetaria y las variaciones en las ofertas de efectos. Protegidos por los elevados aranceles, los industriales se unen
Analizaban detenidamente las noticias de Bolsa, la situación de con los agricultores para «ordenar y estabilizar los mercado~» Y
los mercados, el volumen de las demandas. ¿Qué país acusaba la fijar los precios. No es posible vender en los mercados mundia~es
carestía de ct:terminada mercancía? ¿Dónde, por el contrario, se a los «precios de coste». Allí rigen cotizaciones de lucha, prec1~s
almacenaban mgentes cantidades invendibles de cereales aloodón mucho más reducidos que los que están en vigor en el p~o_p1o
o lana? ¿En qué lugar había una oferta excesiva de hierr~ a;ero o país. La diferencia ha de soportarla el consumidor, que es p~htica­
lana en comparación con la demanda de dichos artículos?' mente sorteado, en tanto que los electores aparecen como :ntere-
El volumen de compras aumentaba sin interrupción lo que sados en su calidad de agricultores, fabricantes o empresanos. T:a
provocaba el rápido aumento de los precios. En 1873 se' produjo protección aduanera vuelve, a ser solicitada, no a consecuenc:a
la, catástrofe financiera. La misma Alemania había dejado atrás la del fracaso del comercio, sino precisamente por el auge del tra-
«epoca de los fundadores». La crisis atacó con extraordinaria vi- fico mercantil a precios bajos. Los americanos vendí~n en El
rulencia al_ comercio mundial. Arruináronse miles de casas de Havre la carne de buey y de cerdo de los Estados Umdos Y el
comercio, entre las que se encontraban firmas antiguas y respe- carnero de la Argentina a la mitad del precio exigido por los
tables, desaparecieron numerosos especuladores y la producción campesinos franceses. La lana de Australia y de la Argentma se
industrial sufrió un rudo golpe. ofrecía, por lo regular, a mejor precio que la de Stlesta, Mesklem-
La .economía mundial es como un engranaje en el que cada burgo y Sajonia. En 1885 disminuyó en Francia la cotizacwn del
ruedecllla transmite el movimiento a la más próxima. Recorriendo quintal métrico de trigo hasta alcanzar la cifra d:' 16,50 fran.cos.
un largo camino, el dinero que desembolsa el consumidor de Alemania adoptó en 1879 el sistema de protecc10n arancelana y
Dresden llega a manos del hacendado de Sao Pauto. Pero entre Fraricia siguió ·su ejemplo dos años más tarde. <:on esta~ medidas
ambos puntos existe una numerosa cantidad de organizaciones empezóse a recorrer un camino en franco declive; los ~puest~s
comerciales. Sólo es J?Osible en muy raras ocasiones el canje di~ aduaneros se elevaron sin cesar. A las barreras de un pa1s opon1a
recto de una mercanc1a por otra, desde que las primeras materias el país vecino las suyas con el objeto de proteger la industria na-
para _la .indu~tria desempeñan un papel tan importante en el co-_ cional. Habían terminado las mutuas conceswnes y frente al
merc1_o mundiaL Los fabricantes de tejidos necesitan algodón y, en comercio extranjero adoptaba cada país una posición aisla~a.
cambiO, los cultivadores precisan tractores y maquinaria aarícola. Toda reducción aduanera implicaba lastimar gravemente algun
. El col?ercio ha estimulado de tal forma la producción abgrícola interés particular, aunque los precios podían disminuir en el in-
e mdustnal en todo el mundo, que el reducido precio de las mer- terior de la nación. ¡Cuán lastimosa y equivocada teoría!-

394 395
. Federico List escribe ya en 1840: «La productividad del comer- de los grandes Bancos, cuyos representantes ocupaban un puesto
CIO es de naturaleza muy distinta a la productividad de la iudus- en sus Consejos de Administración.
tna Y de la agr~cultura. Estas dos fuerzas económicas aportan bie· Los negocios no estaban entonces envueltos en ningún miste-
nes a la c_omun1dad ~n tanto que el comercio se limita a intervenir rio. Las industrializadas naciones enviaban a todos los países a
en ~~ canJe de los m1smos. Al comercio le es indiferente la reper- sus cónsules y por doquier podían encontrarse agentes de la Banca
cl!swn que puedan .~ener en las costumbres, en la pujanza o en el europea, lo mismo de la inglesa, de la francesa, española o la
bienestar de la nacwn los productos que importa. Trata lo mismo italiana. En cualquier parte era posible hallar compatriotas a los
ca~ venen~s .que con medicinas, sumiendo imperturbable a un que el destino había llevado a ser colonos, soldados, maestros
pms en los mfiernos del opio o del aguardiente. Durante las guerras o comerciantes. Formábanse colonias en las que se comentaba
abastece al enemigo de armas y municiones, y si fuera nosible la todo cuanto sucedía en las capitales o en los puertos.
vent_a de sembrado? y praderas, arrancaría hasta el últi~o pedazo Cuando la industria recibía un pedido de alguno de sus pro-
de, tierra, la cargar~a en sus buques y exportaría de esta forma el ductos, pedía informes del nuevo cliente al cónsul, al Banco o a
prus entero ... » <<¿~om.~ puede usted comparar la privilegiada agri- la Cámara de Comercio. Los agentes de los fabricantes no necesi-
cultura de los paises JOVenes con la desdichada situación de nues- taban preguntar a las casas exportadoras si determinado encargo
tr~s campos?. ~"~!estros labriegos, a costa de penosos esfuerzos de ultramar había entrado ya en el puerto. Las grandes empresas
Y ~randes sacnfi:-ms, han de dar nueva vida a unos campos exhaus- que efectuaban suministros de mucha importancia, las constructo-
tos por lar~os ~~glos de cultivo incesante. Elevados impuestos y ras de puentes, puertos, carreteras, pasos subterráneos o elevados
la dura obhg~c~on del servicio militar pesan sobre sus hombros. edificios, las sociedades dedicadas a las instalaciones de redes
~s por ta?-to IDJUsto otorgar a los productos agrícolas del extran- eléctricas, enviaban a todos los puntos del globo a sus represen-
¡ero un~ Igualdad de derechos con los de estos infelices, de cuya tantes exclusivos, que iban, la mayor parte de las veces, acompa-
mfenondad ,s?n completamente inocentes.» Así clama enardecido ñados por técnicos para aconsejar a los clientes.
en 1891 Meh~e, el portavoz de la oposición francesa al libre Pero esta situación no se prolonga mucho tiempo, ya que se
comerciO. Y_ anade, d~rigi~?dose ~ ministro de Hacienda: (( ¡Pres- divulga la noticia de que los fabricantes alemanes han podido
;ad homenaJe ~e admu~cwn al simple campesino francés! ¡Prote- prescindir de la mediación de los exportadores. Los comerciantes
~ed al ~esgrac1a~o!». Solo en los Estados Unidos se mostraban extranjeros visitan personalmente Alemania, examinan los nuevos
los gran¡eros part1danos de la libertad de comercio, ya que desea- fabricados y pasan el correspondiente pedido. Las ferias germá-
ban colocar en Europa los enormes excedentes de sus cosechas. En nicas presentan una moderna modalidad, ya que no se exhiben en
Euro.J?a, por el contrario, se aliaron los agricultores con los in- ellas las propias mercancías, sino unas pequeñas muestras de las
dustnales para conseguir que el Parlamento estableciera las pro- mismas, comprometiéndose el fabricante a suministrar productos
tecclQnes aduaneras. de calidad idéntica a la de la muestra. Los clientes extranjeros visi-
Adem~s. de ~as pequeñas industrias instaladas en algún mo- tan a millares las ferias bianuales de Leipzig con el objeto de abas-
de:to patiO m tenor, de las incontables minas de carbón explotadas tecerse de mercancías. El fabricante que recibe en Leipzig uno de
P_ü• Simples familias, de las msigmflcantes fábricas cuyos propieta- estos encargos se interesa prudentemente sobre la solvencia de su
nos ~~ mostr~ban muy_ satisfechos si podían vender toda su pro- cliente de Buenos Aires, Singapur o Shanghai pidiendo datos a los
duccwn a algun mayo_nsta que les anticipara las materias primas Bancos, a las Cámaras de Comercio o a las agencias internacio-
Y les pagara s~s fabncados al contado, existían gigantescas em- nales de informes. Las administraciones de Correos expiden ahora
presas que. hab1an. alcanzado mundial renombre y disfrutaban de las cartas con gran rapidez y esta diligencia se acentúa con el
excelentes
. .
mstalacmnes
.
técnicas ' así como de una
l
pos·c·' f.
1 IOn Inan- empleo de los aviones postales. El telégrafo acorta las mayores
Ciera Independiente. Eran capitaneados por brillantes economistas distancias con la velocidad del relámpago. Así como hasta enton-
dotad_os de gran experiencia y profundos conocedores de las reglas ces el nombre de las fábricas había permanecido prácticamente en
que ngen el mundo de los créditos y el movimiento de los mer- la oscuridad (de ello habían cuidado atentamente los exportadores
cados. Estas importantísimas sociedades contaban con el apoyo hamburgueses), atribuye ahora la industria un gran valor a dar a
396
397
conocer su propia ((marca», que garantice la calidad, el peso, la en Pirelli, Krupp y Bayer. El comerciante queda relegado a un
medida y, con frecuencia, el mismo precio. El nombre de los segundo término.
grand~s capitan~s de empresa es familiar a todos, los Ford, Coty, Toda esta inmensa riqueza se encuentra en poder de unas po-
Borsalmo o Zerss. Gracras a la propaganda que desarrollc.n la.s cas manos, perteneciendo, casi en forma exclusiva, a los grandes
fábricas, conoc·e el público los ((slogans», las marcas. Una parte empresarios y a los magnates industriales. Los Estados Unidos de
muy considerable del comercio se enfoca hacia la venta. La América contaban _antes del estallido de la guerra civil con cinco
organización de ventas de las industrias actúa con gran eficacia millonarios. A fines de siglo existen ya en aquel país 3.800 acau~
dalados personajes. Nueve décimas partes de la riqueza nacional
pertenecen a una décima parte de la población de este democrático
país, en el que reina la igualdad y en el que se puede alcanzar en
plena juventud la fortuna más fabulosa. Pero, en su mayor parte,
son amasadas las grandes riquezas por medio de la empresa in-
dustrial, de la producción.
Los gobiernos de todos los Estados se preocupan ahora de
facilitar mercados de ventas a las florecientes industrias de sus
países. El mercado interior debe organizarse, preservándolo de la
ruinosa competencia. Se crean «Cartels>> y «trusts», se fijan cuo-
tas y los precios son regulados. La competencia debe ser eli-
minada o ha de quedar absorbida por los gigantescos «trustS>),
como el del acero, el del petróleo o el del tabaco. Sólo cuando el
país haya sido limpiado de toda competencia podrá ser ordenado
el mercado interior.
El mercado libre mundial es cada día más reducido. Inglaterra
es el único país que se mantiene fiel a la libertad de comercio,
pero empieza a notarse también en la nación británica un movi-
miento de oposición que nace no tan sólo de los abandonados
agricultores, sino también de los industriales que, llenos de envi-
dia, contemplan como la competencia de América y Alemania, pro-
77. Se abre el mercado chino: atracadero y puerto de Shangai, 1860 ..
tegida por las sólidas barreras aduaneras, levanta una próspera
industria. Joseph Chamberlain exige protección aduanera para el
'! son asombrosos los resultados que obtienen algunas marcas ob- Imperio británico. También en los ({mercados libres» la influencia
Jeto. ~e u.~a m~elr.gente propaganda técnica, ganando para sí la política debe hacer sentir sus ventajas sobre los fastidiosos com-
partrcrpacwn mas Importante de los actuales mercados. La propa-· petidores.
g~nda crea nuevos mercados para mercancías que hasta hace pocos "Los tratados comerciales y las alianzas aduaneras son casi tan
anos no se .hubieran ~trevido a soñar los técnicos. La producción importantes como la capacidad para soportar la competencia de
supera en Importancia al comercio. En Pittsburg, Nueva York precio y calidad. Las grandes potencias intentan asegurar para sus
Newcastle, Saint-Gobin, Maryland, Essen, Hoechst, Francfort Ber~­ industrias el mercado de ventas de mayor extensión. Con el em-
lín, Pilsen, se levantan poderosas fábricas que abastecen al rn'undo pleo de la fuerza se abren también algunas puertas cerradas hasta
~ntero c~m sus product<?s. El industrial goza de general prestigio e entonces a cal y canto. En 1853 obliga la flota de guerra americana
mfluenc1a, ya que gracras a su actividad miles, decenas de miles r
al apón a admitir comerciantes extranjeros y poco después inva-
de personas disponen de trabajo y alimentos. Todas las miradas den Francia e Inglaterra, conjuntamente, Taku-Forts. China ha de
se fijan en Rockefeller y Carnegie, en Sclmeider-Crouzot y Skoda, permitir el establecimiento de embajadas en Pekín y consulados

398 399
.en las ciudades más importantes, pero hasta el año 1873 no con-
,cede el emperador su primera audiencia a los enviados extran~
jeras.
· Es abierto de nuevo el mercado de la China, el fabuloso Im-
perio que cuenta con muchos millones de habitantes. ¿Existían
íantos consumidores? En el siglo XVI el emperador expulsó a
los portugueses, en castigo a su indebido comportamiento, de sus
. colonias en Ning-po. Los holandeses hubieron de conformarse a
-tratar desde Formosa con los comerciantes de Cantón, puesto que
.el país chino permaneció vedado para ellos. Estas consideraciones
.son ajenas por completo a los nuevos tiempos. La industria, para
,subsistir, precisa mercados de venta. Ya que había desaparecido el
mercado mundial con la creación de los cerrados «mercados inte·
·riores», era preciso imponerse en los lugares más débiles o, por lo
menos, donde se abrigara esta ilusión de superioridad. Los in-
gleses habían dado el ejemplo al atreverse a entrar opio en la
.China, en el curso de la lucha desencadenada por los orientales
contra esta droga. Era la ley del más poderoso. De los herméticos
recintos aduaneros nació, en forma inevitable, el afán imperialista
de nuestro tiempo.
Con la libertad de comercio llegó también a término una era
.de larga paz, la «Pax britannica», con la que declinaba asimismo
la época en que el comerciante podía medir todas las mercancías
.de la Tierra con un solo instrumento: ¡el precio!

400

También podría gustarte