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MUDANZAS. Alejandro Villegas Bravo
I
¡Cuántas mudanzas en la humana vida!
Si alguna vez entre brillantes galas
bello el placer se nos presenta alegre
y con su aliento animador embriaga,
¡cuán inocente el corazón lo aspira
y cuán sencillo en su ilusión le engaña!
que no es posible contener las horas
que en la vida encontramos perfumadas,
que una tras otras una ilusión se llevan,
y una tras otra sin descanso pasan,
y en la constante rapidez del tiempo
¡cuántas mudanzas en la vida humana!
¡Cuántos ayer tranquilos y felices
hoy se lamentan en fatal desgracia!
y ¡cuántos, hoy altivos y orgullosos,
en una tumba se hallarán mañana!
que no es posible contener las horas
que de paso encontramos perfumadas;
y las que vienen entre duelo y luto
parece que no pasan que se alargan;
pues la sonrisa entre los labios muere,
pero se tardan en secar las lágrimas.
II
Ricamente adornado, y con cien luces
Un gran salón en opulenta casa
brilla, y se escucha modular la orquesta
con dulces notas que placer derraman;
jóvenes llenos de entusiasmo y vida
de aventura y amor alegres hablan;
mujeres lindas su riqueza ostentan
y hechizan con sus lujos y sus gracias,
y al compás de una música sonora
dichosos todos y olvidados, danzan
¡oh! cuánta dicha en tan hermosa noche,
cuánta ventura a comprender se alcanza:
salud, riqueza, amores y perfumes,
y flores y delirios y esperanzas;
todo allí abunda con placer intenso,
todo es hermoso en la elegante sala.
La pobre luna, sus marchitos rayos
oculta, al brillo de tan vivas lámparas;
y el que de lejos extasiado mira,
vuelve pensando a su modesta casa
que más tarde tal vez, tantos dichosos
Pueden beber la hiel de la desgracia.
Mas van a ser las doce: ya la luna
Su carrera veloz sin tregua avanza,
Y pronto el sol con su ardorosa lumbre
Saldrá por el Oriente a reemplazarla.
Ya apareció: sus rayos no alcanzaron
ya nada de festín ni de algazara;
que en el salón de la ruidosa fiesta
no hay más {que} oscuridad, no se oye nada;
pues no es posible contener las horas
que en la vida encontramos perfumadas,
y en la constante rapidez del tiempo
hay mil mudanzas en la vida humana.
III
Un mes, y nada más, ha transcurrido
después del gran festín, do la elegancia,
y el placer y la dicha entre perfumes
en una noche en el salón campeaban.
un mes, y nada más, muy corto tiempo...
y hay gente y luz también en esa sala;
pero a la dulce y armoniosa orquesta
un doliente lamento ya reemplaza;
y a los adornos y brillantes luces
un crucifijo y una oscura lámpara.
La concurrencia es poca. Un sacerdote
de rodillas, al borde de una cama,
do se encuentra una joven moribunda
que al crucifijo inclina su {Mirada}
y balbuceando en su agonía dirige
sus oraciones a la Virgen Santa.
Sus deudos tristes sin consuelo lloran,
y el médico, perdida la esperanza
al oír al Jesús último y triste,
triste también los abandona y marcha .
esta joven hermosa... aquella noche
brillaba en el salón llena de gracia;
y ya expiró, y el beso de la muerte
marchitó para siempre su elegancia.
El que de lejos esta escena mira
vuelve abatido a su abatida casa,
pensando en cuantos ricos y felices
también la tumba ocupará mañana.
Y la luna a su vez con su tristeza
Se oculta lentamente tras su falda;
Y vuelve el sol, y sus ardientes rayos
Un cadáver alumbran... todo acaba.
Que en la constante rapidez del tiempo,
hay mil mudanzas en la vida humana.
¡Ay! y cuán pronto a la salud y dicha
suelen vencer la muerte y la desgracia!
IV
Como burla terrífica, la suerte
al hombre por un tiempo lo levanta,
y entre lauros y músicas y triunfos
lo eleva a un trono por lujosas gradas.
El hombre viendo enaltecer su orgullo,
Que todos tiemblan al brillar su espada,
capaz se cree de avasallar la tierra
y ¿Qué le falta a ese hombre quien la suerte
tanto tiempo ha mimado y que se acata
como a un héroe inspirado? cien coronas,
gloria, poderes y a su vida larga
siempre flores hallando, y en laureles
posando siempre su orgullosa planta.
A su voz tiemblan y obedecen todos;
Todo lo tiene, luego ¿qué le falta?
Si, ¿qué le falta para ser dichoso,
Para ser grande...? No le hace falta nada:
Pero la suerte, la terrible suerte
Que tanto juega con la vida humana,
¡ah! la constante rapidez del tiempo
que arrebata las horas perfumadas
en un instante, en medio de sus sueños,
cuando, más dulce la ilusión halaga,
las luces y la púrpura del solio
por un horrible calabozo cambian
Perdió la libertad, uy, quedó esclavo;
Y ya en vez de mandar, otros lo mandan;
Y mucho más lo humillan y lo acusan,
y le enrostran la ley que quebrantara,
y arrojan hiel a su abatido pecho
y con negro borrón su frente emanan:
Se olvidan de sus glorias y maldicen
El poder humillado de su espada.
¡Qué burla tan cruel! ¡Qué cruel destino!
¡Oh! Qué terrible, qué falta de mudanza!
Que en la constante rapidez del tiempo
no hay más burlas que en la vida humana.
V
Silencio: que mi pluma insulta
la víctima que abate la desgracia;
y menos ¡oh! cuando su fiera mano
dobla una sien plateada ya de canas;
que puede el pecador volverse justo,
puede el justo también cometer faltas;
puede el caído levantarse un día,
como puede caer una alma santa;
que sólo dios en su justicia eterna
maneja bien la mágica balanza,
para abatir o engrandecer al hombre,
para darle la dicha o la desgracia;
para el castigo de los negros crímenes
o para el premio {a} las virtudes santas.
yo sólo quiero con mi pobre canto
contemplar de la vida las mudanzas,
y resignado en mi genial tristeza
en dulce soledad derramar lágrimas,
y recordar a Salomón, diciendo
en medio de su pompa: Et omnia vanitas.
LA GOTERA
Drama histórico en dos actos en prosa y verso y repetido más de mil
veces, mereciendo la admiración pública.
ACTO PRIMERO
D. Rafael A. Álvarez y Yo
(A las siete de la mañana yo me presento a la puerta del estanco, tímido y
cabizbajo, y observo el semblante de D. Rafael quien se encuentra serio y
hojeando unos papeles: mal agüero. Le hablo con timidez).
Yo: Buen día mi {Don} Rafael
Perdone le haya sido- infiel.
Rafael: Don Alejandro, buen día,
No sé la falta que habría.
Yo: Que el reloj las siete ha dado
Y aún no me había presentado.
(D. Rafael se sonríe; a mí se me vuelve el alma al cuerpo).
Rafael; Estoy muy malo del pecho
Estoy muy acatarrado
Y horrible noche he pasado.
Yo: Lo mismo a mí ha sucedido
Ni un solo instante he dormido
Y me encuentro tan enfermo
Que estoy hecho un estafermo.
Yo: ¡Qué!, ¿se haya Ud. sufriendo?
Rafael: El estómago crujiendo
Y los nervios irritados.
(Un momento de silencio; D. Rafael vuelve a ponerse serio; sin duda ha
comprendido que tiene que convertirse en médico, dando las medicinas; a1 fin
me resuelvo y digo con humildísima voz:)
Yo: D. Rafael, un traguito;
Una gotera, un poquito.
Rafael: Pero ayer se bebió el de hoy.
Yo: Si es que muriéndome estoy,
Muriendo de una fatiga
Que sólo el trago mitiga.
Rafael: D. Alejandro, le he dicho,
Y no es chanza, no es capricho
Que un trago cual le dé gana
Aunque sea una damasana
Todos los días yo le doy
Y ayer [se] tomó el de hoy.
Yo: Pero es, señor, que me muero
Y la vida está primero
Y déme Ud. el trago
Y hasta una promesa le hago . . .
Rafael: Ud. no cumple, no ofrezca;
Por un momento padezca
Que después le va mejor.
Yo: Me es imposible, señor,
Déme por Dios un traguito
Una gotera, un poquito
Que estoy sudando, sudando,
Y estoy casi agonizando.
Rafael: Le doy, pues, el aguardiente
Si me ofrece seriamente
Que no me vuelve a pedir.
Yo: Que deje yo de sufrir
Y a todo me comprometo,
Me volveré un esqueleto
De padecer y sufrir.
(D. Rafael al fin conmovido se levanta pausadamente y se dirige hacia el frasco
blanco que nunca se borrará de mi memoria, y echa en un vaso un trago
regular; todo mi cuerpo se conmueve; los ojos parece que se me salen; el
corazón me palpita con vehemencia y con la boca abierta casi se me sale la
lengua; casi no creo lo que está sucediendo; he conseguido un triunfo
espléndido; cojo el vaso entre mis manos y me embodego [un] trago con más
placer que el néctar de Minerva).
Seiior exalumno lasallista, señor padre lasallista, afilíese a la SODALCE asista a sus reuniones, pague sus
cuotas puntualmente.
Yo: Bendito sea Dios eternamente
Hoy sí que está bueno el aguardiente.
(Vuelve a restablecerse el silencio; D. Rafael se sienta otra vez serio; yo me
paseo sobándome el bigote más orgulloso que Guillermo por haber obtenido la
primera victoria).
ESCENA 2
ESCENA 3
1
poesía es el alimento del espíritu, pero jamás la sacia, por el contrario, aumenta el hambre del alma.
Maritain D. C.
ESCENA 4
(Entran D. Francisco y D. Severo; los tragos me han hecho perder el
miedo y hablo con resolución).
Yo: (A Severo). — Me alegro que haya venido A
tan buen tiempo, querido. Déme un trago de
anís. Y me hará Ud. feliz.
•
Severo: Con trago ahora lo mato
Cuente con él de aquí a un rato
Porque ahora en mi bolsillo
No tengo un solo cuartillo.
Yo: (A Fco.). Ud. Francisco, sea humano.
Francisco: Entiéndase con mi hermano.
Yo: Esa está mala esperanza
Él ya me dio el de ordenanza.
ESCENA 5
(Entra Pedro y dice con voz firme y vigorosa):
Rafael, sírvanos un trago.
(Yo le hago una señal masónica que él me comprende y así que D. Rafael
sirve el trago, le repite con imperio):
Rafael, sírvase otro trago para Alejandro.
(Lo sirve también, y al tomarlo, exclamo):
Oh Pedro!, bendito seas mil veces; tú y toda tu
generación.
Acebedo: Toma mucho y come poco
Y así pronto estará loco.
Yo: Y si no tengo apetito
Qué quieres coma, maldito.
Severo: Su vida será ya muy corta
Yo: Qué diablos le importa.
Joaquín: Es que se muere muy breve
Si unos días más tanto bebe.
Yo: Atienda Ud. que a los viejos,
Ya no se les dan consejos.
Dios ha prometido perdón para el que se arrepiente, pero no ha prometido un mañana para el que todo lo
aplaza. S. Agustín. Sel.
Pedro: No creo esa patarata
El aguardiente no mata:
Yo tomando hasta las heces
Me hubiera muerto ochenta veces.
Al contrario; es excelente
Para todo el aguardiente;
Y es mi costumbre constante,
Que cuando tomo, es bastante,
Y me pongo de tal modo
Que me es delicioso todo,
Y no miro sino estrellas.
Flores y mujeres bellas.
Yo: Este sí es gallo y me salva
¡Contiene mucho esa calva!
D. Rafael, déme un trago,
Que ya casi me deshago.
Rafael: Pero señor, qué torpeza
Cuál ha sido su promesa?
Yo: Aquí llegué casi muerto
Con mil fatigas, y tuerto, Y
tomando mi aguardiente
Ya veo perfectamente.
Un trago para almorzar
Y no me vuelve a dar.
Rafael: D. Alejandro, le ofrezco,
Si crédito yo merezco
De mi palabra cumplir,
De no volverle a servir
De aguardiente un solo trago.
No por miseria lo hago
Pero ínter yo esté vendiendo
Ni le doy, ni le fío, ni le vendo.
Yo: Tiene Ud. un corazón
Más duro que el de Nerón,
Y un alma de guayacán
Más cruel que la de Morgán
No tiene Ud. sentimientos;
Se goza en mis sufrimientos, Es
más déspota que un Zar,
—6—
Más tirano que Bismark,
Y tan tenaz e inhumano,
Que no parece cristiano:
Ya estoy sudando, sudando,
Y estoy casi agonizando
De una maldita fatiga
Que sólo un trago mitiga;
Déme un trago por remedio
Que luego le traigo el medio.
Rafael: Bien puede hablar a su agrado,
Pero aguardiente, negado;
Y atienda que no es por plata
Sino que el trago lo mala;
Aunque me traiga un cóndor [condor]
Tampoco le doy licor.
Yo: ¡Qué hombre!, por Dios, qué hombre,
Ya no merece este nombre
Es un tigre, una fiera,
Es un león, una pantera,
No conoce humanidad,
No sabe qué es caridad.
(D. Rafael se ríe irónicamente, y a mí se me revisten todos
los demonios y me dan tentaciones de meterle fuego a toda la
manzana, inclusive el sacatín y la casa de Ño Tomás; los
circunstantes se quedan impávidos cual otros calígulas, que
apoyan criminalmente con su indiferencia y con su silencio la más
inicua, la más infame, la más absurda, y la más escandalosa de
todas las tiranías.
Rafael: No tenga más esperanza '
Que el que le doy de ordenanza
Yo: Mas no me aflijo por eso,
Como Eduardo me dé un peso
Les ofrezco mi palabra,
Que he de tomar en cuyabra.
Rafael: Pero Ud. ya bien lo entiende
Que aquí más no se le vende.
Yo: Buscaré contrabandistas
Ya que no tengo asentistas,
Y así que las pase a todas
Me marcharé donde Rodas.
Rafael: Las nueve acaban de dar,
Nos iremos a almorzar.
MONÓLOGO
ACTO SEGUNDO
(La escena pasa en el mismo local; todos los interlocutores del acto
interior se hallan en el interior de la tienda; fuera del mostrador está una
{multitud} de gente alegre, yo me presento con la mayor inocencia de lo que
allí {pasa}, con la humildad tradicional de Job. A las 12 del día).
ESCENA I
La multitud y Yo
Uno: Oh! mi D. Alejandro, me alegro verlo.
(Me echó los brazos al cuello y me dio un apretón que me hizo ver
candelillas).
D. Rafael eche un trago doble para mi amigo D.
Alejandro.
Yo: Mil gracias, señor, no puedo tomar, estoy muy enfermo.
El: Está enfermo, pues con el trago se alienta, tiene que
tomar conmigo, no me puede desairar porque le
pego.
Yo: Siendo así, tomaremos.
El: Trago doble, D. Rafael, grande que lo sienta el cuerpo.
Rafael: Sí señor, están servidos.
(Cojo mi vaso y tocándolo con el de mi compañero tomo
un poquito).
El: Cómo es eso, D. Alejandro, Ud. quiere engañarme a
mí, a un hombre recorrido, se lo toma todo o se lo
tiro a la cara.
Yo: Bueno, señor, lo tomo todo.
(y tras, al estómago con medio vaso).
Otro: Y Uds. ¿por qué toman solos, por qué no convi-
dan?; yo también tengo dinero para comprar todo
el aguardiente que hay aquí: D. Rafael, sírvase Ud.
tragos dobles para todos los que quieran tomar.
Rafael: Sí, señor, están servidos.
El: D. Alejandro; hágame el favor de acompañarme.
Yo: Le aprecio mucho, pero acabo de tomar uno doble, y
estoy malo del pecho.
El: No toma Ud.? No me acompaña Ud.? Me desaira
Ud.?
(Y con una mano enorme, con callos de bronce, me
cogió de la nuca, y dándome fuertes sacudidas me grita):
¿Me desaira Ud.? ¿No toma Ud?
Yo: (Ahogándome) Siiiiii........ Siiii tooomo.
(Me suelta y me pone el vaso en las manos).
El: A su salud D. Alejandro, hasta verle el asiento, si
quiere que seamos amigos.
Yo: A la salud de Ud.
(Y adentro con uno de los más grandes tragos que ha
servido D. Rafael. en toda su vida).
Otro: D. Alejandro, queremos que nos diga un verso;
Sí, un verso adecuado a las circunstancias.
Yo: No soy capaz, estoy muy enfermo y yo no sé hacer
versos.
El: ¿No sabe hacer versos? Cómo es eso, pues yo los
he visto escritos con su firma; a otro perro con
ese hueso; tiene que decir un verso o lo ahor-
camos en el momento.
Muchos: Sí, verso, verso, verso. (Me encuentro convertido
en payaso bajo una gravísima pena).
Yo: (Resuelto). Atención, noble auditorio:
Como la flor cuyo capullo no abre
Sino al calor del rutilante sol,
No está bien mi cabeza si no siente
Las chispas reactivantes del alcohol.
Muchos: Bravo, bravo, bravísimo.
Uno: D. Rafael, sírvase darnos un trago,
Rafael: Están servidos.
El: Doble para D. Alejandro.
(Ya no me atreví a refunfuñar, después de haber
escapado de morir ahorcado).
—Salud!
—Salud!
(Y adentro con otro enorme trago, se le propone como
de aposta a D. Rafael dar los tragos más grandes que
nunca).
Otro: Ahora me toca a mí, es preciso que D. Alejandro
brinde en verso, y que pida vino, brandy,
cerveza, champaña, lo que quiera, vamos a ver
mi amigo D. Alejandro.
Yo: Imposible, me estoy muriendo, he tomado más de
lo que puedo, y ya casi no puedo hablar.
El: Cómo es eso de imposible; a todos complace Ud.
menos a mí; allá lo verá, o nos brinda en verso,
o la tendremos buena. (Se me arrimó y me dio un
pisón que casi me arrancó un dedo).
Qué quiere Ud. tomar? D. Rafael, sírvanos unos
tragos de lo que pida D. Alejandro y veremos si
brinda o me desaira.
Rafael; (riéndose). Qué toma D. Alejandro?
Yo: Tomo hiel y vinagre, y si no tiene, lo que a Ud. le
dé la gana?
Rafael: Está servido el licor.
(Mi último [amigo] coge un vaso más de medio de
aguardiente y me lo pasa a mí).
El: Vamos a ver si es capaz de desairarme, brinda o
prevéngase.
Yo: Sí señor, yo no lo desairo a Ud. jamás, por nada
de este mundo, brindemos.
El: Silencio; todos, que vamos a brindar..
Yo: Atención, hijos del desierto.
Brindo por todos, señores,
Por todos los circunstantes;
Pues todos somos amantes
De los sabrosos licores;
Brindo por los bebedores;
Brindo por el aguardiente,
Y brindo eternamente
Por todo aquel que dichoso
Se encuentra con alborozo
Tomando entre tanta gente.
Muchos: Bravo, bravo, que viva ese hombre.
(Uno de ellos llevado de su entusiasmo me abraza
horriblemente duro y se me prende con los dientes
de una oreja que se me suelta en sangre).
Uno: Sírvanos D. Rafel otros tragos, también dobles.
para todos cuantos bultos vea; D. Alejandro,
hágame el favor de tomar ahora conmigo.
Yo: Con mucho gusto señor; pero Ud. tiene la bon-
dad de permitirme que me eche un poquito en
esta oreja que estoy echando mucha sangre;
en este dedo que lo tengo casi arrancado; en
este brazo que me parece está quebrado; en
este cerebro que lo tengo tieso y torcido; en la
canilla y en este ojo que lo tengo tuerto.
El: No le alcanza ni una damasana; el trago por
dentro le aprovecha más.
Yo: Bueno señor, a su salud.
Él: A la salud de mi buen amigo.
Dios ha destinado al hombre a la Libertad, El lo protege para que ejerza la celeste función del albedrío.
Bolívar.
— 11 —
(Sonaron las dos de la tarde y di gracias a Dios, y digo para mí: Si D. Rafael
hiciera la hombrada de echar todos estos diablos afuera como todos los días lo
hace conmigo; pero no haya miedo, pues no hay duda que los locos y los
borrachos gozan de grandes privilegios).
ESCENA 2
SOLILOQUIO