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ALEJANDRO VILLEGAS BRAVO

(Tomado de El Cocuyo N. 4 1953)


Fue hijo de don Vicente Villegas y de doña Florentina Bravo Bernal, su primera mujer. Don
Vicente fue hermano de María Jesús Villegas, casada con Alberto Botero Trujillo, de los
cuales descienden como biznietos, los Pbros. Juan Botero Restrepo y Claudio Botero Isaza y
Fr. Samuel Botero, lo mismo que e1 excelentísimo señor doctor don Bernardo Botero Álvarez,
obispo de Santa Marta, y como nietos el doctor Manuel Antonio Botero, autor de muchas
obras pedagógicas, y el R. P. Daniel Restrepo, jesuíta, de vasto saber y erudición. Hijo de
Alberto y de María Jesús fue Pascual Botero, herido en la batalla de Salamína el 5 de mayo de
1841, a consecuencia de lo cual hubo de padecer la amputación de la pierna.
Fueron también hermanos de don Vicente, don Manuel José casado con Rita Botero de
quienes desciende doña Josefa Villegas casada con el capitalista antioqueño Emilio Restrepo
Callejas; y doña Rosa casada primero con don Federico Latorre Bernal y después con don
Justo Pastor Mejía Gutiérrez, pedagogo, primer director del Liceo de la Universidad de
Antioquia y a quien se le dedicó una escuela urbana de La Ceja.
Cuando el señor Obispo Isaza no pudo seguir dirigiendo el colegio que había fundado en
La Ceja por haber sido nombrado rector del seminario de Medellín, dejó como encargado al
Padre Sebastián Emigdio Restrepo, a quien debían ayudarle los jóvenes Alejandro Villegas y
Lucio Bernal.
Escribió don Alejandro un gran número de poesías que andan dispersas en algunas
publicaciones de la época y otras inéditas. Su poesía se caracteriza, como la de los otros
poetas antioqueños de épocas pasadas, por la naturalidad, espontaneidad y exactitud de las
ideas.

ALEJANDRO VILLEGAS BRAVO

¡Sólo quiero para mi último


reposo, la sombra de un ciprés”.

Nació en Rionegro el 23 de mayo de 1829 y fueron sus padres D. Vicente


Villegas Bernal y Dña. Florentina Bravo Bernal.
Estudió en Medellín en el colegio que regentó el Dr. José María FacioLince y
colaboró en varios periódicos de la ciudad.
Don Juan José Molina, quién falleció en esta ciudad el 1º. De enero de 1903,
publicó en abril de 1878, con el título de Antioquia literaria, una colección de
poesías y artículos literarios en los cuales abundan notables muestras de
inspiración y estilo, si bien que, como irremediablemente sucede en toda colección,
no todas las publicaciones recogidas allí corresponden a la selección y buen gusto
que debieran campear en obras de este género. Del mencionado libro tenemos los
versos filosóficos de ALEJANDRO VILLEGAS titulado Mudanzas.

Murió en Medellín, el 4 de noviembre de 1880. Muy populares fueron y son las


cartas cruzadas entre VILLEGAS y Federico Jaramillo Córdoba, quien también
tenía relación epistolar con gregorio Gutiérrez González. cartas que transcribimos a
continuación y, aún cuando de memoria, casi respondemos a su fidelidad:

“Amigo de todo mi aprecio:


Necesito de la clara luz de esa antorcha que arde en tu cerebro; de esa
llama que te devora como el buitre a Prometeo, como la roca a Sísifo,
como la túnica a Hércules, como a Colón sus cadenas, como a Cristo su
corona de espinas. Deseo saber tu paradero: en dónde vives, y lloras y
oras, y suspiras y elucubras los atrevidos delirios de tus fantasías, de esa
loca vagabunda, de esa águila que se remonta como la de Patmos, como
la de tu tocayo Schiller, Klopstock, Virecourt, Shakespeare y cien más.
¡Astro! ¿En dónde queda tu elíptica? ¡Cóndor! ¿En dónde se halla tu
escarpado risco? ¡Ruiseñor! ¿Dónde está tu bosque solitario? ¡Abeja! ¿en
dónde está el pensil en dónde libas la miel de hiblea de tus estrofas y
perfumadas y armoniosas?
¡Arabe! ¿En dónde queda tu aduar, y las ruinas de tu Balbec y Pompeya,
de Palmira y Herculano que inspiran tus desgarradoras elegías?
Tu amigo, ALEJANDRO

Tú me preguntas en dónde vivo, yo voy a darte contestación con la


franqueza que es mi consigna, aunque lastime mi corazón.
¿Vivo? ¡No es cierto! Sueño que vivo por los espacios, en alta mar; en los
sombríos, hondos abismos de la más negra fatalidad.
¿Vivo? ¡Mentira! Me estoy muriendo, aquí en mi ingrato suelo natal,
de abatimiento, de anaeurisma, de nostalgia, de soledad.
¿Voy? ¡He mentido! Sólo me quedo, el pobre nunca puede viajar.
¿Estoy? ¡Es falso! No estoy, me liga con sus cadenas hado fatal.
Me llamas águila; yo soy un cárabo; soy triste búho, no soy cóndor,
yo no soy lechuza, parada agorera; no soy el astro de tu canción.
Soy en mi tierra mísero antípoda, soy ciudadano sin vecindad;
cosmopolitan
porque me arrojan; no tengo amigos, patria, ni hogar.
La noche paso do me sorprende de ese fantasma con su crespón;
duermo en el sitio donde me caigo, donde me rinde ya mi dolor.
Yo miro el solio cual la picota; la gloria miro como la Cruz;
que aquí está el oro sacramentado y está en ridículo ya la virtud.
Ya me importan viles coronas que en otro tiempo, niño, busqué; pajas y
abrojos, heno y alfalfa que yo no cambio por mi ciprés.
Así, Alejandro, no me preguntes en dónde vivo ni a dónde voy, porque el
cadáver galvanizado no puede darte contestación.

Federico Jaramillo Córdoba

_______
MUDANZAS. Alejandro Villegas Bravo

I
¡Cuántas mudanzas en la humana vida!
Si alguna vez entre brillantes galas
bello el placer se nos presenta alegre
y con su aliento animador embriaga,
¡cuán inocente el corazón lo aspira
y cuán sencillo en su ilusión le engaña!
que no es posible contener las horas
que en la vida encontramos perfumadas,
que una tras otras una ilusión se llevan,
y una tras otra sin descanso pasan,
y en la constante rapidez del tiempo
¡cuántas mudanzas en la vida humana!
¡Cuántos ayer tranquilos y felices
hoy se lamentan en fatal desgracia!
y ¡cuántos, hoy altivos y orgullosos,
en una tumba se hallarán mañana!
que no es posible contener las horas
que de paso encontramos perfumadas;
y las que vienen entre duelo y luto
parece que no pasan que se alargan;
pues la sonrisa entre los labios muere,
pero se tardan en secar las lágrimas.

II
Ricamente adornado, y con cien luces
Un gran salón en opulenta casa
brilla, y se escucha modular la orquesta
con dulces notas que placer derraman;
jóvenes llenos de entusiasmo y vida
de aventura y amor alegres hablan;
mujeres lindas su riqueza ostentan
y hechizan con sus lujos y sus gracias,
y al compás de una música sonora
dichosos todos y olvidados, danzan
¡oh! cuánta dicha en tan hermosa noche,
cuánta ventura a comprender se alcanza:
salud, riqueza, amores y perfumes,
y flores y delirios y esperanzas;
todo allí abunda con placer intenso,
todo es hermoso en la elegante sala.
La pobre luna, sus marchitos rayos
oculta, al brillo de tan vivas lámparas;
y el que de lejos extasiado mira,
vuelve pensando a su modesta casa
que más tarde tal vez, tantos dichosos
Pueden beber la hiel de la desgracia.
Mas van a ser las doce: ya la luna
Su carrera veloz sin tregua avanza,
Y pronto el sol con su ardorosa lumbre
Saldrá por el Oriente a reemplazarla.
Ya apareció: sus rayos no alcanzaron
ya nada de festín ni de algazara;
que en el salón de la ruidosa fiesta
no hay más {que} oscuridad, no se oye nada;
pues no es posible contener las horas
que en la vida encontramos perfumadas,
y en la constante rapidez del tiempo
hay mil mudanzas en la vida humana.

III
Un mes, y nada más, ha transcurrido
después del gran festín, do la elegancia,
y el placer y la dicha entre perfumes
en una noche en el salón campeaban.
un mes, y nada más, muy corto tiempo...
y hay gente y luz también en esa sala;
pero a la dulce y armoniosa orquesta
un doliente lamento ya reemplaza;
y a los adornos y brillantes luces
un crucifijo y una oscura lámpara.
La concurrencia es poca. Un sacerdote
de rodillas, al borde de una cama,
do se encuentra una joven moribunda
que al crucifijo inclina su {Mirada}
y balbuceando en su agonía dirige
sus oraciones a la Virgen Santa.
Sus deudos tristes sin consuelo lloran,
y el médico, perdida la esperanza
al oír al Jesús último y triste,
triste también los abandona y marcha .
esta joven hermosa... aquella noche
brillaba en el salón llena de gracia;
y ya expiró, y el beso de la muerte
marchitó para siempre su elegancia.
El que de lejos esta escena mira
vuelve abatido a su abatida casa,
pensando en cuantos ricos y felices
también la tumba ocupará mañana.
Y la luna a su vez con su tristeza
Se oculta lentamente tras su falda;
Y vuelve el sol, y sus ardientes rayos
Un cadáver alumbran... todo acaba.
Que en la constante rapidez del tiempo,
hay mil mudanzas en la vida humana.
¡Ay! y cuán pronto a la salud y dicha
suelen vencer la muerte y la desgracia!

IV
Como burla terrífica, la suerte
al hombre por un tiempo lo levanta,
y entre lauros y músicas y triunfos
lo eleva a un trono por lujosas gradas.
El hombre viendo enaltecer su orgullo,
Que todos tiemblan al brillar su espada,
capaz se cree de avasallar la tierra
y ¿Qué le falta a ese hombre quien la suerte
tanto tiempo ha mimado y que se acata
como a un héroe inspirado? cien coronas,
gloria, poderes y a su vida larga
siempre flores hallando, y en laureles
posando siempre su orgullosa planta.
A su voz tiemblan y obedecen todos;
Todo lo tiene, luego ¿qué le falta?
Si, ¿qué le falta para ser dichoso,
Para ser grande...? No le hace falta nada:
Pero la suerte, la terrible suerte
Que tanto juega con la vida humana,
¡ah! la constante rapidez del tiempo
que arrebata las horas perfumadas
en un instante, en medio de sus sueños,
cuando, más dulce la ilusión halaga,
las luces y la púrpura del solio
por un horrible calabozo cambian
Perdió la libertad, uy, quedó esclavo;
Y ya en vez de mandar, otros lo mandan;
Y mucho más lo humillan y lo acusan,
y le enrostran la ley que quebrantara,
y arrojan hiel a su abatido pecho
y con negro borrón su frente emanan:
Se olvidan de sus glorias y maldicen
El poder humillado de su espada.
¡Qué burla tan cruel! ¡Qué cruel destino!
¡Oh! Qué terrible, qué falta de mudanza!
Que en la constante rapidez del tiempo
no hay más burlas que en la vida humana.

V
Silencio: que mi pluma insulta
la víctima que abate la desgracia;
y menos ¡oh! cuando su fiera mano
dobla una sien plateada ya de canas;
que puede el pecador volverse justo,
puede el justo también cometer faltas;
puede el caído levantarse un día,
como puede caer una alma santa;
que sólo dios en su justicia eterna
maneja bien la mágica balanza,
para abatir o engrandecer al hombre,
para darle la dicha o la desgracia;
para el castigo de los negros crímenes
o para el premio {a} las virtudes santas.
yo sólo quiero con mi pobre canto
contemplar de la vida las mudanzas,
y resignado en mi genial tristeza
en dulce soledad derramar lágrimas,
y recordar a Salomón, diciendo
en medio de su pompa: Et omnia vanitas.
LA GOTERA
Drama histórico en dos actos en prosa y verso y repetido más de mil
veces, mereciendo la admiración pública.

PERSONAJES : D. RAFAEL ALVAREZ


D. JOAQUÍN BERNAL
D. RAFAEL ACEBEDO
D. SEVERO GUTIÉRREZ
D. PEDRO LLANO
D. FRANCISCO ALVAREZ
VARIOS DESCONOCIDOS,
Y YO.
La escena pasa en La Ceja, en el estanco de licores destilados del Sr.
Rafael Álvarez, el día 24 de Diciembre del año de 1872.

ACTO PRIMERO
D. Rafael A. Álvarez y Yo
(A las siete de la mañana yo me presento a la puerta del estanco, tímido y
cabizbajo, y observo el semblante de D. Rafael quien se encuentra serio y
hojeando unos papeles: mal agüero. Le hablo con timidez).
Yo: Buen día mi {Don} Rafael
Perdone le haya sido- infiel.
Rafael: Don Alejandro, buen día,
No sé la falta que habría.
Yo: Que el reloj las siete ha dado
Y aún no me había presentado.
(D. Rafael se sonríe; a mí se me vuelve el alma al cuerpo).
Rafael; Estoy muy malo del pecho
Estoy muy acatarrado
Y horrible noche he pasado.
Yo: Lo mismo a mí ha sucedido
Ni un solo instante he dormido
Y me encuentro tan enfermo
Que estoy hecho un estafermo.
Yo: ¡Qué!, ¿se haya Ud. sufriendo?
Rafael: El estómago crujiendo
Y los nervios irritados.
(Un momento de silencio; D. Rafael vuelve a ponerse serio; sin duda ha
comprendido que tiene que convertirse en médico, dando las medicinas; a1 fin
me resuelvo y digo con humildísima voz:)
Yo: D. Rafael, un traguito;
Una gotera, un poquito.
Rafael: Pero ayer se bebió el de hoy.
Yo: Si es que muriéndome estoy,
Muriendo de una fatiga
Que sólo el trago mitiga.
Rafael: D. Alejandro, le he dicho,
Y no es chanza, no es capricho
Que un trago cual le dé gana
Aunque sea una damasana
Todos los días yo le doy
Y ayer [se] tomó el de hoy.
Yo: Pero es, señor, que me muero
Y la vida está primero
Y déme Ud. el trago
Y hasta una promesa le hago . . .
Rafael: Ud. no cumple, no ofrezca;
Por un momento padezca
Que después le va mejor.
Yo: Me es imposible, señor,
Déme por Dios un traguito
Una gotera, un poquito
Que estoy sudando, sudando,
Y estoy casi agonizando.
Rafael: Le doy, pues, el aguardiente
Si me ofrece seriamente
Que no me vuelve a pedir.
Yo: Que deje yo de sufrir
Y a todo me comprometo,
Me volveré un esqueleto
De padecer y sufrir.
(D. Rafael al fin conmovido se levanta pausadamente y se dirige hacia el frasco
blanco que nunca se borrará de mi memoria, y echa en un vaso un trago
regular; todo mi cuerpo se conmueve; los ojos parece que se me salen; el
corazón me palpita con vehemencia y con la boca abierta casi se me sale la
lengua; casi no creo lo que está sucediendo; he conseguido un triunfo
espléndido; cojo el vaso entre mis manos y me embodego [un] trago con más
placer que el néctar de Minerva).

Seiior exalumno lasallista, señor padre lasallista, afilíese a la SODALCE asista a sus reuniones, pague sus
cuotas puntualmente.
Yo: Bendito sea Dios eternamente
Hoy sí que está bueno el aguardiente.
(Vuelve a restablecerse el silencio; D. Rafael se sienta otra vez serio; yo me
paseo sobándome el bigote más orgulloso que Guillermo por haber obtenido la
primera victoria).

ESCENA 2

(Entran Joaquín Bernal y Rafael Acebedo, y saludan cortésmente; le hablo en


secreto a Joaquín, quien contesta: "bueno", y resueltamente se dirige hacia el
citado frasco y sirve un trago el cual me pasa; yo lo miro con entusiasmo y en
mis ojos se revela la gratitud a tan generoso ciudadano)..
Yo: Mil gracias, mi amigo Joaco
Pero enciéndame un tabaco.
Joaquín: Tome dos, aún no pequeños,
y a más, son ambalameños.
(No pude contestar en el momento, porque D. Rafael me mira con ojos de
víbora que me turban; sin embargo, yo estoy satisfecho con otro triunfo y sigo
paseándome, y Joaquín entabla conversación con D. Rafael Acebedo; a un
rato, éste va a retirarse, y también le hablo en secreto palabras tan tiernas que
no puede resistir; entra y me da otro trago. ¡Oh!, cuánto agradecimiento).

ESCENA 3

(Entra un desconocido, y dice:)

Desconocido Caballero, hágame el favor de servirnos un trago.


Rafael: De qué lo quiere Ud?
Desconocido De aguardiente de anís;
gustan Uds., señores, acompañarme a tomar un trago?

No, señor, gracias (contestan todos).


Yo: Yo lo acompaño, señor,
Me gusta mucho el licor,
Desconocido: Yo siempre antes de almorzar
Dos traguitos me he de tomar.
(Se despide y se va y yo me quedo echándole bendiciones y con la
esperanza de que vuelva, pues dijo que su costumbre eran dos tragos).

1
poesía es el alimento del espíritu, pero jamás la sacia, por el contrario, aumenta el hambre del alma.
Maritain D. C.
ESCENA 4
(Entran D. Francisco y D. Severo; los tragos me han hecho perder el
miedo y hablo con resolución).
Yo: (A Severo). — Me alegro que haya venido A
tan buen tiempo, querido. Déme un trago de
anís. Y me hará Ud. feliz.

Severo: Con trago ahora lo mato
Cuente con él de aquí a un rato
Porque ahora en mi bolsillo
No tengo un solo cuartillo.
Yo: (A Fco.). Ud. Francisco, sea humano.
Francisco: Entiéndase con mi hermano.
Yo: Esa está mala esperanza
Él ya me dio el de ordenanza.

(Alcanzo a ver en la plaza a Pedro Llano y exclamo loco de alegría).

Yo: Viene allí Pedro chispado

ESCENA 5
(Entra Pedro y dice con voz firme y vigorosa):
Rafael, sírvanos un trago.
(Yo le hago una señal masónica que él me comprende y así que D. Rafael
sirve el trago, le repite con imperio):
Rafael, sírvase otro trago para Alejandro.
(Lo sirve también, y al tomarlo, exclamo):
Oh Pedro!, bendito seas mil veces; tú y toda tu
generación.
Acebedo: Toma mucho y come poco
Y así pronto estará loco.
Yo: Y si no tengo apetito
Qué quieres coma, maldito.
Severo: Su vida será ya muy corta
Yo: Qué diablos le importa.
Joaquín: Es que se muere muy breve
Si unos días más tanto bebe.
Yo: Atienda Ud. que a los viejos,
Ya no se les dan consejos.

Dios ha prometido perdón para el que se arrepiente, pero no ha prometido un mañana para el que todo lo
aplaza. S. Agustín. Sel.
Pedro: No creo esa patarata
El aguardiente no mata:
Yo tomando hasta las heces
Me hubiera muerto ochenta veces.
Al contrario; es excelente
Para todo el aguardiente;
Y es mi costumbre constante,
Que cuando tomo, es bastante,
Y me pongo de tal modo
Que me es delicioso todo,
Y no miro sino estrellas.
Flores y mujeres bellas.
Yo: Este sí es gallo y me salva
¡Contiene mucho esa calva!
D. Rafael, déme un trago,
Que ya casi me deshago.
Rafael: Pero señor, qué torpeza
Cuál ha sido su promesa?
Yo: Aquí llegué casi muerto
Con mil fatigas, y tuerto, Y
tomando mi aguardiente
Ya veo perfectamente.
Un trago para almorzar
Y no me vuelve a dar.
Rafael: D. Alejandro, le ofrezco,
Si crédito yo merezco
De mi palabra cumplir,
De no volverle a servir
De aguardiente un solo trago.
No por miseria lo hago
Pero ínter yo esté vendiendo
Ni le doy, ni le fío, ni le vendo.
Yo: Tiene Ud. un corazón
Más duro que el de Nerón,
Y un alma de guayacán
Más cruel que la de Morgán
No tiene Ud. sentimientos;
Se goza en mis sufrimientos, Es
más déspota que un Zar,

Vuelos de la fantasía: cantó el gallo y la noche, asustada, huyó del firmamento. D. C.

Su memoria era como una libreta de apuntes. D..C.

—6—
Más tirano que Bismark,
Y tan tenaz e inhumano,
Que no parece cristiano:
Ya estoy sudando, sudando,
Y estoy casi agonizando
De una maldita fatiga
Que sólo un trago mitiga;
Déme un trago por remedio
Que luego le traigo el medio.
Rafael: Bien puede hablar a su agrado,
Pero aguardiente, negado;
Y atienda que no es por plata
Sino que el trago lo mala;
Aunque me traiga un cóndor [condor]
Tampoco le doy licor.
Yo: ¡Qué hombre!, por Dios, qué hombre,
Ya no merece este nombre
Es un tigre, una fiera,
Es un león, una pantera,
No conoce humanidad,
No sabe qué es caridad.
(D. Rafael se ríe irónicamente, y a mí se me revisten todos
los demonios y me dan tentaciones de meterle fuego a toda la
manzana, inclusive el sacatín y la casa de Ño Tomás; los
circunstantes se quedan impávidos cual otros calígulas, que
apoyan criminalmente con su indiferencia y con su silencio la más
inicua, la más infame, la más absurda, y la más escandalosa de
todas las tiranías.
Rafael: No tenga más esperanza '
Que el que le doy de ordenanza
Yo: Mas no me aflijo por eso,
Como Eduardo me dé un peso
Les ofrezco mi palabra,
Que he de tomar en cuyabra.
Rafael: Pero Ud. ya bien lo entiende
Que aquí más no se le vende.
Yo: Buscaré contrabandistas
Ya que no tengo asentistas,
Y así que las pase a todas
Me marcharé donde Rodas.
Rafael: Las nueve acaban de dar,
Nos iremos a almorzar.

Siempre es la individualidad de uno la que impide percibir la individualidad de otro en todo


su alcance. Goethe
(En el momento de salir llega un cliente a caballo) :
(D. Rafael echa el primer trago doble y yo lo tomo en mis manos y me empino a
punto de brindar a la salud de aquel bendito aparecido en tan críticas
circunstancias, y volteando donde el que tenía el otro vaso. Y orgullosamente nos
volteamos tan enormes y deliciosos tragos. D. Rafael queda burlado pues he
logrado tomar más; él me mira con ojos de relámpago, se muerde los labios y los
colores le suben a la cara, y yo ufano y contento con tan brillante victoria me tiro el
bigote, me paseo mirándole con desdén y me quedo más serio que la estatua de un
Inquisidor.

MONÓLOGO

Si estos demonios supieran D. Pedro tiene experiencia


Lo que sufre un bebedor Y él les puede dar razón,
Cuando no tiene licor, De cuánta es la desazón
Y lo que siente, sintieran, Y que tanta es la exigencia....
Estoy seguro le dieran Que con ardor, con
Cuanto quisiera tomar, vehemencia Experimenta el
Para no hacerlo penar que bebe
Tan cruda y bárbaramente Cuando no consigue breve
Por un trago de aguardiente Con qué el cuerpo componer,
Que poco viene a costar. Y cuando en vez de tener
No hay remedio, ya es preciso Con qué componerlo; debe.
No tomar más aguardiente, Ya es otra mi voluntad,
Estoy ya más que insolente ¡Adiós por siempre licores!
Sin tener ni un medio liso; ¡Adiós mis caros amores!
Hay que dejar ese hechizo ¡Adiós mi felicidad!
Que me da tantas venturas, Que venga la ancianidad
Tantas penas y amarguras, Con todo su desconsuelo
Siendo ésta la vez primera Hasta arrancarme del suelo,
Que se agota la gotera Siendo público y notorio,
Sin tapar las hendiduras. Que en él pasé el purgatorio
Y que he ganado ya el cielo.

ACTO SEGUNDO
(La escena pasa en el mismo local; todos los interlocutores del acto
interior se hallan en el interior de la tienda; fuera del mostrador está una
{multitud} de gente alegre, yo me presento con la mayor inocencia de lo que
allí {pasa}, con la humildad tradicional de Job. A las 12 del día).
ESCENA I
La multitud y Yo
Uno: Oh! mi D. Alejandro, me alegro verlo.
(Me echó los brazos al cuello y me dio un apretón que me hizo ver
candelillas).
D. Rafael eche un trago doble para mi amigo D.
Alejandro.
Yo: Mil gracias, señor, no puedo tomar, estoy muy enfermo.
El: Está enfermo, pues con el trago se alienta, tiene que
tomar conmigo, no me puede desairar porque le
pego.
Yo: Siendo así, tomaremos.
El: Trago doble, D. Rafael, grande que lo sienta el cuerpo.
Rafael: Sí señor, están servidos.
(Cojo mi vaso y tocándolo con el de mi compañero tomo
un poquito).
El: Cómo es eso, D. Alejandro, Ud. quiere engañarme a
mí, a un hombre recorrido, se lo toma todo o se lo
tiro a la cara.
Yo: Bueno, señor, lo tomo todo.
(y tras, al estómago con medio vaso).
Otro: Y Uds. ¿por qué toman solos, por qué no convi-
dan?; yo también tengo dinero para comprar todo
el aguardiente que hay aquí: D. Rafael, sírvase Ud.
tragos dobles para todos los que quieran tomar.
Rafael: Sí, señor, están servidos.
El: D. Alejandro; hágame el favor de acompañarme.
Yo: Le aprecio mucho, pero acabo de tomar uno doble, y
estoy malo del pecho.
El: No toma Ud.? No me acompaña Ud.? Me desaira
Ud.?
(Y con una mano enorme, con callos de bronce, me
cogió de la nuca, y dándome fuertes sacudidas me grita):
¿Me desaira Ud.? ¿No toma Ud?
Yo: (Ahogándome) Siiiiii........ Siiii tooomo.
(Me suelta y me pone el vaso en las manos).
El: A su salud D. Alejandro, hasta verle el asiento, si
quiere que seamos amigos.
Yo: A la salud de Ud.
(Y adentro con uno de los más grandes tragos que ha
servido D. Rafael. en toda su vida).
Otro: D. Alejandro, queremos que nos diga un verso;
Sí, un verso adecuado a las circunstancias.
Yo: No soy capaz, estoy muy enfermo y yo no sé hacer
versos.
El: ¿No sabe hacer versos? Cómo es eso, pues yo los
he visto escritos con su firma; a otro perro con
ese hueso; tiene que decir un verso o lo ahor-
camos en el momento.
Muchos: Sí, verso, verso, verso. (Me encuentro convertido
en payaso bajo una gravísima pena).
Yo: (Resuelto). Atención, noble auditorio:
Como la flor cuyo capullo no abre
Sino al calor del rutilante sol,
No está bien mi cabeza si no siente
Las chispas reactivantes del alcohol.
Muchos: Bravo, bravo, bravísimo.
Uno: D. Rafael, sírvase darnos un trago,
Rafael: Están servidos.
El: Doble para D. Alejandro.
(Ya no me atreví a refunfuñar, después de haber
escapado de morir ahorcado).
—Salud!
—Salud!
(Y adentro con otro enorme trago, se le propone como
de aposta a D. Rafael dar los tragos más grandes que
nunca).
Otro: Ahora me toca a mí, es preciso que D. Alejandro
brinde en verso, y que pida vino, brandy,
cerveza, champaña, lo que quiera, vamos a ver
mi amigo D. Alejandro.
Yo: Imposible, me estoy muriendo, he tomado más de
lo que puedo, y ya casi no puedo hablar.
El: Cómo es eso de imposible; a todos complace Ud.
menos a mí; allá lo verá, o nos brinda en verso,
o la tendremos buena. (Se me arrimó y me dio un
pisón que casi me arrancó un dedo).
Qué quiere Ud. tomar? D. Rafael, sírvanos unos
tragos de lo que pida D. Alejandro y veremos si
brinda o me desaira.
Rafael; (riéndose). Qué toma D. Alejandro?
Yo: Tomo hiel y vinagre, y si no tiene, lo que a Ud. le
dé la gana?
Rafael: Está servido el licor.
(Mi último [amigo] coge un vaso más de medio de
aguardiente y me lo pasa a mí).
El: Vamos a ver si es capaz de desairarme, brinda o
prevéngase.
Yo: Sí señor, yo no lo desairo a Ud. jamás, por nada
de este mundo, brindemos.
El: Silencio; todos, que vamos a brindar..
Yo: Atención, hijos del desierto.
Brindo por todos, señores,
Por todos los circunstantes;
Pues todos somos amantes
De los sabrosos licores;
Brindo por los bebedores;
Brindo por el aguardiente,
Y brindo eternamente
Por todo aquel que dichoso
Se encuentra con alborozo
Tomando entre tanta gente.
Muchos: Bravo, bravo, que viva ese hombre.
(Uno de ellos llevado de su entusiasmo me abraza
horriblemente duro y se me prende con los dientes
de una oreja que se me suelta en sangre).
Uno: Sírvanos D. Rafel otros tragos, también dobles.
para todos cuantos bultos vea; D. Alejandro,
hágame el favor de tomar ahora conmigo.
Yo: Con mucho gusto señor; pero Ud. tiene la bon-
dad de permitirme que me eche un poquito en
esta oreja que estoy echando mucha sangre;
en este dedo que lo tengo casi arrancado; en
este brazo que me parece está quebrado; en
este cerebro que lo tengo tieso y torcido; en la
canilla y en este ojo que lo tengo tuerto.
El: No le alcanza ni una damasana; el trago por
dentro le aprovecha más.
Yo: Bueno señor, a su salud.
Él: A la salud de mi buen amigo.

Dios ha destinado al hombre a la Libertad, El lo protege para que ejerza la celeste función del albedrío.
Bolívar.

— 11 —
(Sonaron las dos de la tarde y di gracias a Dios, y digo para mí: Si D. Rafael
hiciera la hombrada de echar todos estos diablos afuera como todos los días lo
hace conmigo; pero no haya miedo, pues no hay duda que los locos y los
borrachos gozan de grandes privilegios).

ESCENA 2

SOLILOQUIO

Esto un misterio parece Al contemplar la dureza


Que no se puede explicar, Con que me trata la suerte.
Cuando uno quiere tomar Ven pronto querida muerte
A nadie un trago merece, Ponle fin a mi pobreza.
Y cuando abstenerse ofrece Este fue mi juramento;
Encuentra a cada momento Esta mi promesa fue
Los bebedores por ciento Que con toda buena fe
De fuerza y constancia tal, Del trago me creía exento,
Que aunque uno no quiera Y ahora, en este momento,
parar mal Cobarde, ¿vuelvo a caer?
Lo hacen poner tremulento.... Es más fácil detener
Con un dedo bien pisado, De los astros la carrera,
Con una oreja mordida, Que contener la gotera
La cara toda escupida, Quien acostumbra beber.
Y el cerebro maltratado, Me voy muy lejos, bien lejos
Un brazo casi quebrado Donde no encuentre licores,
La ruana partida en dos, Donde no haya bebedores,
En el calzón, roto atroz, Donde no me den consejos;
El sombrero sin taquilla, Donde no hayan necios viejos,
Doliéndome una rodilla, Ni mujeres murmuronas
Y tuerto, gracias a Dios. Que a pesar de santurronas
Así me voy para casa Tienen lenguas infernales;
Enfermo y meditabundo. Me voy a llorar mis males
¡Ah cosas las de este mundo!, Donde no hayan traiciones.
Lo que a mí a nadie le pasa;
La cabeza se me abrasa
Y me lleno de tristeza

(Tomado de El Cocuyo Nº4, 1953)


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