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El Documento Público Como Medio de Prueba en El Proceso Civil Chileno - 2017 Meneses PDF
El Documento Público Como Medio de Prueba en El Proceso Civil Chileno - 2017 Meneses PDF
En el ámbito del Derecho Procesal, por otra parte, los nombres eran escasos:
Mario Casarino Viterbo —a quien hasta nuestros días no le otorgamos el
reconocimiento que merece—, Fernando Alessandri, Carlos Anabalón y, en menor
dimensión, por falta de suficiente producción conocida, Manuel Urrutia Salas. 1
Hoy enseñan con su obra, con su palabra, con su ejemplo: transmiten lo que
aprendieron y fortalecen vocaciones, instando al desarrollo de aportes originales
en la ciencia procesal a través de la investigación, convencidos de que ésta
constituye, por esencia, un actuar personal, individual, pero necesariamente
complementado con una relevante función de quien la dirige.
Desde luego, llamará la atención del lector la nutrida y exhaustiva cita de temas
y autores de Derecho Civil con la que se encontrará a lo largo de estas páginas, al
grado de preguntarse si se enfrenta a un tema de Derecho Civil o de Derecho
Procesal, lo que le impondrá detenerse en un tema tan antiguo como
controvertido: ¿la prueba tiene naturaleza procesal o civil?
Si, como he recordado en otra ocasión, toda la fuerza del proceso está en la
prueba, no puede ignorarse la relevante importancia que tiene para los
procesalistas una obra dedicada a la que, posiblemente, es la de mayor fuerza
persuasiva: el documento público.
Por mi parte estimo que, a menos que se impute que el documento público se
extendió con fraude, dolo o fuerza, la norma legal debería conferirle el valor de
plena prueba, porque, en esencia, su otorgamiento se explica en razón del afán de
los otorgantes de constituir una plena prueba que, llegado el momento de la
controversia judicial, les libera del complejo problema de acreditar hechos y
circunstancias. En consecuencia, sostengo que el sistema de la sana crítica no
debería restar al documento público —y creo, por lo demás, que la experiencia y
lógica conducen a igual resultado— su carácter de plena prueba, so riesgo de
terminar definitivamente con la categoría de las denominadas "pruebas
preconstituidas", tan necesarias para la seguridad y la certeza exigidas en el
tráfico jurídico.
También a propósito de este tema, como de los variados otros que, siempre bajo
el rótulo general del libro, ocupan al autor, resulta un deleite comprobar la
profusión de perspectivas analíticas: la historia fidedigna del establecimiento de
las normas, las discusiones parlamentarias, la permanente y adecuada referencia
a la opinión doctrinal nacional y extranjera, la utilización de las fuentes de las
normas y la oportuna invocación de la jurisprudencia, conforman un panorama
bajo el cual la adopción de conclusiones aparece casi como un resultado natural.
Como recuerda Octavio Paz, no son las teorías las que justifican la experiencia,
sino a la inversa. A veces, la prueba contradice nuestras previsiones y se
producen efectos distintos a los que esperábamos. Al poeta y al investigador —
escribe Paz— no les cuesta mucho trabajo resignarse; ambos aceptan que la
realidad tiene una manera de conducirse que es independiente de nuestra
filosofía. No siempre ocurre lo propio con los académicos de las ciencias jurídicas.
Este libro que prologo tiene el mérito de confirmar una adecuada amalgama de
doctrina y práctica; es la ventaja de un autor capaz de incorporar en sus análisis
las categorías que exigen el rigor de la ciencia y la eficacia de la realidad forense.
Los cinco capítulos del libro están destinados a demostrar que los arts. 1699,
1700 y 1706 CC no admiten una aplicación general y que, por lo mismo, la
regulación probatoria de los documentos públicos no se reduce únicamente a
dicho estatuto legal. Como se explicará, en el Derecho vigente existen otros
preceptos que deben ser considerados para determinar el concepto, las
características, las exigencias y el valor de esta evidencia. Sobre la base de esta
consideración general se proponen soluciones a los problemas señalados
anteriormente y a otras cuestiones relacionadas con este medio probatorio.
I. DEFINICIÓN Y ELEMENTOS
Esta noción puede relacionarse con el concepto de "instrumento", que suele ser
entendido como un documento escrito. Como expondremos luego, un sector
mayoritario de la doctrina y de la jurisprudencia ha entendido que en el Derecho
chileno los términos documento e instrumento son sinónimos, y que significan —
por igual— representaciones escritas de hechos o actos jurídicos; con lo cual, en
definitiva, se está utilizando la acepción estricta que acabamos de citar como
parámetro para definir la prueba documental en los procesos civiles.
El tercer criterio se centra en el contenido representativo de los documentos, con
independencia del modo en que se almacena la información, que puede tener
lugar a través de signos escritos, del registro de imágenes, de la grabación de
sonidos o de la filmación audiovisual. Aquí encontramos dos vertientes, que se
diferencian a partir del hecho que es objeto de representación: sólo pensamientos
o cualquier tipo de sucesos.
Algunos estiman que los documentos son objetos idóneos para representar
manifestaciones del pensamiento, sea a través de la escritura o de otros signos
gráficos. Era lo que indicaba Chiovenda, quien describió al documento como una
voz grabada eternamente: una "vox mortua"9. Este postulado fue aplicado por
Núñez Lagos en la doctrina notarial española; en su parecer, una fotografía podía
tener naturaleza documental en la medida en que expresara el pensamiento de su
autor, extendiendo así el concepto a elementos carentes de escritura 10. En
términos parecidos se han pronunciado Rodríguez Adrados y Ormazábal Sánchez
en España11, Alsina y Arazi en Argentina12, y Gaete en la doctrina chilena13.
La otra vertiente teórica define a los documentos como cosas con aptitud para
representar toda clase de hechos, sin la necesidad de que contengan
manifestaciones de pensamiento. Vale decir, para esta perspectiva la fotografía de
un sitio o la grabación de un accidente constituyen prueba documental, aun
cuando en ellas no se registre el pensamiento de su autor. Según pasamos a
explicar, lo determinante está dado por la capacidad de un objeto para registrar y
reproducir un suceso.
a) Tesis de Carnelutti
La tesis del documento como "cosa representativa" fue elaborada por Carnelutti.
En su opinión, el documento no puede ser identificado con un rastro cualquiera
que surge espontáneamente, ya que siempre debe ser el resultado de una
actividad humana que le imprime el aludido carácter representativo14. Los
documentos, decía este autor, son un "opus", una "obra" que resulta del trabajo
del ser humano15.
Esta tesis goza de aceptación en la doctrina procesal extranjera, tal como puede
comprobarse en los trabajos de Liebman, Couture, Devis Echandía, Serra
Domínguez, Nieva Fenoll y Comoglio20, por mencionar algunos21. En Italia y
Colombia existen textos legales que de modo expreso han consagrado esta
noción de documento. El art. 2712 del Código Civil italiano regula las
"reproducciones y representaciones mecánicas de hechos" dentro de la prueba
documental. El art. 243 del Código General del Proceso de Colombia del año 2012
califica como documentos a "los escritos, impresos, planos, dibujos, cuadros,
mensajes de datos, fotografías, cintas cinematográficas, discos, grabaciones
magnetofónicas, videograbaciones, radiografías, talones, contraseñas, cupones,
etiquetas, sellos y, en general, todo objeto mueble que tenga carácter
representativo o declarativo, y las inscripciones en lápidas, monumentos, edificios
o similares".
En Chile, este criterio ha sido utilizado por Figueroa Yávar, Paillás y Fernández
Acevedo22. En ocasiones, ha recibido aplicación en la jurisprudencia23.
Por nuestra parte, pensamos que se trata de la noción que mejor describe la
función probatoria de los documentos en el proceso civil chileno 24. Por un lado,
cubre el conjunto de situaciones que en la actualidad regula el Derecho nacional,
en el cual —según indicaremos en los próximos apartados— se ha ampliado el
significado de esta probanza. Por otro, permite marcar una diferencia con otras
evidencias, sobre todo considerando las exigencias que impone la aptitud
representativa.
Hasta hace algunas décadas solamente cabía concebir a los documentos como
objetos materiales, tangibles y trasladables. En tal sentido, Núñez Lagos los
describía como cosas corporales; el documento era identificado como
un corpus movible y manejable, que pasa de mano en mano, que se lleva consigo
donde haga falta26. De este modo, desde la óptica de la prueba judicial el
documento ha sido entendido como un objeto que puede ser físicamente
presentado ante el tribunal que conoce de una causa y agregado a ésta 27; en caso
contrario, lo que tendría lugar es una prueba por "monumentos" 28, o una prueba
por reconocimiento judicial29, que en la ley chilena corresponde a la inspección
personal del tribunal (arts. 403-408 CPC).
Tal como ha expresado Montero Aroca, durante siglos esa cosa que llamamos
documento ha sido de papel, pero ahora puede ser un compacto de CD o uno de
DVD. Los problemas comienzan a aparecer —dice— cuando se advierte que
todas las operaciones de un banco o todos los movimientos de valores en la bolsa
están incorporados a un disco duro, de modo que, sin perjuicio de las copias que
puedan obtenerse, la información en sí misma está almacenada en dicho lugar. El
punto es que el disco duro no siempre puede llevarse consigo, sin perjuicio de
poder acceder a los datos almacenados en él desde diversas terminales, de lo
cual surge la legítima pregunta acerca de cuál es el soporte físico de figuras como
—por ejemplo— los correos electrónicos34.
Desde nuestro punto de vista y tal como seguiremos explicando, los documentos
pueden tener una dimensión tangible o una intangible, lo que incluso puede
provocar que en ocasiones no puedan ser transportados ante el tribunal. Por lo
demás, así lo ha previsto el legislador nacional en el art. 348 bis inc. 2º CPC, que
estudiaremos al referirnos a la producción en juicio de este medio probatorio. Lo
relevante es que se trate de un elemento que registre hechos y que permita su
ulterior reproducción; el problema de su traslado corresponde a un asunto de
producción procesal de esta prueba.
c) Los documentos son cosas con aptitud para registrar y reproducir hechos
Ahora bien, todo lo anterior debe ser complementado con un par de exigencias
adicionales, sobre las cuales profundizaremos más adelante al analizar las
características del contenido probatorio de los documentos públicos. Primero, es
necesario que los hechos sean coetáneos al momento de la confección del
documento; en nuestra opinión, un documento que registra hechos pasados pierde
la naturaleza de prueba documental para transformarse en una prueba testimonial
o confesional. Segundo, los hechos que componen el contenido probatorio de los
documentos no pueden consistir en antecedentes propios de otra clase de
evidencias, como las pruebas testimoniales, confesionales o periciales; un
documento que registra las declaraciones o las opiniones de personas sobre
alguna cuestión de hecho carece de idoneidad para cumplir funciones de prueba
documental en una causa civil. Reservamos el estudio de esta materia para más
adelante43.
Aunque este principio no rige en todos los ámbitos, lo cierto es que en la esfera
de los negocios jurídicos ha originado una transformación del concepto tradicional
de documento47. Y si bien la doctrina de los autores ha señalado que lo que se ha
producido es únicamente una homologación de la escritura en papel a la escritura
electrónica48, pensamos que una interpretación lógica de estos preceptos y del
conjunto de disposiciones reglamentarias que los complementan, permite concluir
que estamos frente a la noción de documento como cosa representativa de toda
clase de hechos. Tal como volveremos a señalar, no encontramos mayores
inconvenientes en aplicar este principio a actos jurídicos celebrados a través de
conversaciones telefónicas registradas electrónicamente, pues la definición de
documento electrónico y de firma electrónica así lo permite. Serán necesarias, por
cierto, algunas medidas de resguardo a fin de garantizar la fidelidad de la
información, lo que puede obtenerse a través de una adecuada implementación de
un sistema de registros de comunicaciones y del respaldo de la información con
mensajes suscritos con firma electrónica avanzada49.
En cualquier caso, es indudable que en virtud de esta regulación el sentido de la
prueba documental ha variado, y así ha tenido ocasión de reconocerlo la Corte
Suprema. Mediante sentencia de 18 abril 2011, señaló que la ley Nº 19.799 de
2002 "propicia una equivalencia del medio electrónico al soporte de papel y
considera como iguales, para todos los efectos jurídicos, a un documento de papel
y a uno de formato electrónico, de manera de reputar a los electrónicos como
escritos del mismo modo que si lo fueran en soporte de papel. Pretende impedir la
discriminación de los medios electrónicos en favor de los documentos materiales,
no pudiendo restarle validez a una firma, un acto o registro por el solo hecho de
constar en medios electrónicos"50.
En nuestra opinión, han sido especialmente las leyes Nºs. 19.799 de 2002 y
20.285 de 2008 las que han dado lugar a la consagración positiva del concepto de
documento como cosa representativa de hechos. Este será, pues, el significado
que emplearemos en lo sucesivo, para los fines de analizar al documento público
desde la perspectiva de la prueba en el proceso civil chileno.
Como dato adicional, hay que considerar que esta noción también aparece
recogida en el Proyecto de Código Procesal Civil de 2012, que en su versión
original adscribe al concepto doctrinal de documento. De acuerdo con el art. 296
de dicho proyecto, documento es "todo soporte material o desmaterializado
susceptible de ser incorporado al proceso, que represente o dé cuenta de un
hecho, idea o acto jurídico, sea por medio de la escritura, la imagen o el sonido,
tales como los instrumentos escritos, los documentos electrónicos, las fotocopias,
los planos, cuadros, dibujos, fotografías, grabaciones de voz, del sonido o de la
imagen, cintas cinematográficas o videográficas u otras formas de representación
generalmente aceptadas".
Tal como anticipamos, la mayoría de los autores nacionales estiman que a la luz
del Derecho positivo, documento e instrumento significan —por igual— "todo
escrito en el cual se consigna un hecho" 53; o, de modo más acotado, "todo escrito
en que se hace constar lo que una persona ha dispuesto o ejecutado, o lo que se
ha convenido entre dos o más personas"54, o, más específicamente, "escrito en
que se deja constancia de un hecho o acto jurídico y que tiene por objeto servir de
medio de prueba"55.
A su turno, y con base en este tipo de consideraciones, Rioseco señala que los
arts. 306, 307, 308, 309, 314 y 1777 CC contemplarían un tratamiento igualitario
de ambas figuras60.
Para este criterio, los instrumentos son una clase documental caracterizada por
el tipo de suceso registrado, y no por la forma o modo a través del cual se
manifiesta el contenido. En concreto, los instrumentos son definidos como
documentaciones que contienen actos jurídicos de Derecho Privado.
Fue lo que indicó Alsina en la doctrina procesal argentina. Señalaba que por
documento debe entenderse toda representación objetiva de un pensamiento, la
que puede ser material o literal. Los documentos materiales son, entre otros, los
quipos, las tarjas, las marcas, los signos, las contraseñas; los documentos literales
son las escrituras destinadas a constatar una relación jurídica, para los cuales —
en su opinión— se contempla el nombre de instrumentos69.
Primero, el Código Civil fue el primer texto legal de la codificación que empleó
este término, por lo que para determinar su significado es indispensable tomar en
cuenta el punto de vista bajo el cual dicho código regula la prueba por medio de
"instrumentos". En este sentido, estimamos que el correcto uso legislativo del
vocablo debe ajustarse a la concepción vigente en dicha ley, pues de lo contrario
se desvirtúa su significado preciso y se mezcla con otras nociones. Es lo que ha
ocurrido en el Código de Procedimiento Civil, donde —según comprobaremos
luego— se ha utilizado la voz "instrumento" con una acepción impropia. En
materia penal, en cambio, se optó por ocupar otra terminología en lo que respecta
a los "documentos públicos o auténticos", lo que —como explicaremos— ratifica
nuestra postura.
Pensamos que ésta fue la noción que tuvo a la vista Bello al redactar el art. 1699
inc. 1º CC. Con la palabra "instrumento" no se estaba designando cualquier tipo de
documentación escrita, sino una modalidad especial con un contenido específico,
consistente en declaraciones de voluntad que dan lugar a actos jurídicos privados.
Es cierto que al momento de elaborarse el Código Civil se pensó en escritos; en
palabras de García Goyena, en una "escritura que da fe (prueba) de las cosas que
en ella constan". Y no podía ser de otra manera, ya que a mediados del siglo XIX
ése era el principal método para registrar declaraciones de voluntad 81. Pero esto
no implica que los instrumentos deban ser concebidos únicamente como
documentos escritos; lo característico de esta figura, insistimos, no es tanto la
escrituración cuanto el contenido documental: los actos jurídicos; las "cosas que
en ella constan".
Cuarto, otra norma que debe ser considerada es el art. 309 inc. 1º CC, que —
como veremos más adelante— estuvo y sigue estando referido a los "documentos
auténticos" y no a los "instrumentos públicos". Esto se debe a que con la primera
expresión se busca aludir de modo más comprensivo a diversas clases
documentales que contienen hechos demostrativos del estado civil de las
personas; no se restringe, por tanto, a los hechos constitutivos de actos
patrimoniales u obligacionales. El uso de la terminología del art. 309 inc. 1º CC no
es casual. En nuestra opinión, tiene un significado especial que permite establecer
una diferencia con los documentos definidos en el art. 1699 inc.1º CC, siendo uno
de los aspectos distintivos el contenido de cada figura. Cuando interpretemos
estos preceptos civiles podremos ahondar en los argumentos que sirven de base
para establecer una separación conceptual entre los "documentos auténticos" y
los "instrumentos públicos", reconociendo a los primeros un significado más
amplio que a los segundos84.
Quinto, también son pertinentes los arts. 193 y 194 CP, en los cuales se utilizan
las expresiones "documento público", "documento auténtico" y "documento oficial"
en un sentido diverso a la definición del art. 1699 inc. 1º CC. Aun cuando esta es
una materia que examinaremos más detenidamente en el próximo epígrafe,
podemos afirmar que —a nuestro juicio— los redactores del Código Penal
debieron tener presente la distinción de nociones que analizamos. Esto lo notamos
en las sesiones 41, 42 y 43 de la Comisión Redactora (de 2, 5 y 9 junio 1871,
respectivamente), en las que se consideró la necesidad de cambiar el nombre de
los delitos de falsificación de documentos, a fin de mantener el vocabulario del
Código Civil.
Esta idea aparece reforzada en la sesión 42, en la que se analizó el sentido que
tiene la sanción penal de falsificación de documentos públicos, en particular
cuando se compromete la fe pública. En esta ocasión, se consideró la especial
posición en la que se encontraban los "documentos auténticos" extendidos por
eclesiásticos en asuntos relacionados con el estado civil de las personas 86. Según
profundizaremos, lo que hizo la Comisión fue aplicar el mismo significado de la
expresión "documento auténtico" del art. 309 inc. 1º CC que citábamos antes, lo
que demuestra que el legislador penal tomó en cuenta la división conceptual que
hemos señalado87.
Esto fue lo que se indicó en dicha ocasión: "El señor Richard manifiesta que la
palabra documento, que emplea el inciso 1º, no comprende [tal vez] toda clase de
instrumentos privados, sobre todo en la acepción que a éstos da el Proyecto [y] de
la cual da testimonio la discusión habida al tratarse el artículo 340. La Comisión
entiende, como el señor Richard, que el artículo en estudio se refiere también a
toda clase de instrumentos [y] resolvió reemplazar la palabra documento que
aparece en el inciso 1º, por instrumento, no sólo porque es más comprensiva, sino
porque está más acorde con la clasificación que de ellos hacen las otras
disposiciones del Proyecto"92.
En nuestro país, Rioseco sostiene algo similar al afirmar que no todas las
documentaciones suscritas por funcionarios o empleados públicos pueden ser
consideradas pruebas documentales públicas, puesto que es necesario el
requisito especial del "atestado de fe pública" 101. También opinan así Díaz
Sanguesa, Vidal Domínguez y Maturana102.
Por medio de una sentencia de 10 marzo 2010, la Corte Suprema resolvió que la
concurrencia de la fe pública es esencial para poder calificar a un documento
como público, razón por la cual ciertos certificados emitidos por la autoridad
marítima no admitían tal calificación: "No todo instrumento suscrito por funcionario
o empleado estatal es un documento público, pues para ello son imprescindibles
los requisitos de la 'fe pública' y de las solemnidades que fije la ley para
expedirlos"106.
Según este punto de vista, un documento sólo puede ser considerado público en
la medida en que haya sido confeccionado dentro del ámbito de competencia de
órganos públicos y esté destinado a cumplir funciones públicas. A la inversa, si un
documento tiene contenido privado y cumple funciones en el campo de las
relaciones de los particulares, no admite la antedicha calificación, aun cuando esté
autorizado por un ministro de fe.
Esta es la teoría de Guasp y Aragoneses. Para ambos autores, desde un ángulo
probatorio al documento público hay que entenderlo como aquella documentación
que pertenece plena y radicalmente a la esfera del ordenamiento jurídico
público107. De este modo, estiman que esta clase documental se puede determinar
considerando tres rasgos fundamentales: la calidad pública del autor del que
procede la documentación, el objeto sobre que recae y las formas en que se
realiza108.
Para arribar a estas conclusiones hay que comenzar por despejar las dudas
interpretativas que rodean la definición de "instrumento público" del art. 1699 inc.
1º CC. Para tales fines, explicaremos las dos posturas que enunciamos al
principio, y luego indicaremos nuestro punto de vista acerca de cuál debe ser el
sentido y alcance que corresponde asignar a este precepto.
De acuerdo con este enfoque, la prueba documental pública debe ser tratada
exclusivamente bajo los términos de la definición del art. 1699 inc. 1º CC. En virtud
de la regla de hermenéutica del art. 20 CC, esta definición legal es considerada un
concepto normativo vinculante, lo que trasladado al plano de las evidencias
judiciales conduce a identificar la prueba por "documentos públicos" con la prueba
por "instrumentos públicos".
El principal exponente de esta solución fue Santa Cruz, quien sostenía que un
documento tendrá carácter público en la medida que reúna los requisitos
señalados en dicha norma civil, esto es, la autorización por un funcionario
competente y el cumplimiento de las solemnidades prescritas por la ley para su
otorgamiento. Afirmaba, así, que en la medida que una documentación cumpla
con tales exigencias, merece la calificación y valoración de prueba documental
pública, sea que provenga del área legislativa, de la administrativa, de la judicial e
incluso de la eclesiástica. Lo relevante es que concurran los dos elementos, sin
que sea menester que la ley les confiera explícitamente tal carácter. "Para que un
documento tenga la calidad de instrumento público, no es necesario que un texto
legal expreso le confiera esa calidad. Basta con que reúna los requisitos de ser
autorizado por un funcionario competente con las solemnidades legales" 125.
En segundo lugar, el uso del art. 1699 inc. 1º CC como único parámetro
normativo ha llevado a que la jurisprudencia niegue la calidad de públicos a los
documentos protocolizados en una notaría con posterioridad a su otorgamiento154;
al mandato conferido ante un determinado tipo de juez (en el caso particular, se
trataba de un juez de subdelegación, figura vigente en su momento y que luego
fue derogada mediante la reforma orgánica de la ley Nº 18.776 de 1989)155; a la
documentación extendida por un comandante de la policía que no detentaba
facultades para dejar constancia de determinados sucesos 156; a los documentos
autorizados por un notario157; a los formularios Nº 29 del Servicio de Tesorería158;
a los certificados de revisión técnica de vehículos motorizados 159. Estos elementos
han sido considerados simples documentos privados.
Sobre el particular, Santa Cruz señalaba que todos los documentos que reúnen
las exigencias del art. 1699 inc. 1º son merecedores de la "plena fe" consagrada
en los arts. 1700 y 1706 CC. En su opinión, la principal justificación de estas
normas se encuentra en la intervención que en el instrumento tiene un "funcionario
público" y en la "confianza" que admite la participación de éste. También asigna
importancia a las solemnidades que rodean el otorgamiento de estos documentos,
las cuales —decía— complementan la aludida confianza en la actuación
pública160.
Figueroa Yávar y Morgado San Martín sostienen algo equivalente. Afirman que
cuando la ley exige que el instrumento público sea autorizado por el competente
funcionario, no obliga que éste sea un ministro de fe. Basta con que se trate de un
"empleado público", y en esa medida, sea o no ministro de fe, el documento tendrá
el valor probatorio que establecen los citados arts. 1700 y 1706 CC161.
a) Explicación general
Por lo dicho, somos del parecer que la definición legal no cubre todas las
hipótesis de este medio de prueba; tiene un sentido y alcance restringido a
documentos solemnes autorizados por ministros de fe cuyo contenido versa sobre
actos jurídicos privados.
Por otra parte, hay que tomar en cuenta la tardía redacción del art. 1699 CC.
Esta norma corresponde al art. 1882 b) del denominado "Proyecto Inédito de
Código Civil"176. De manera que es recién en dicho texto, ubicado al final del
proceso codificador, donde aparece la definición legal que comentamos. Hasta
antes del Proyecto Inédito, Bello no se había referido a la prueba de las
obligaciones; tampoco había elaborado definiciones ni contemplado normas sobre
la prueba documental pública en este ámbito. Sólo existían las disposiciones sobre
la prueba del estado civil (arts. 305-314 CC), tal como puede verse en el Título
XVII del Libro I (arts. 344-352) del "Proyecto de Código Civil del año 1853"177.
Pues bien, este tardío aparecimiento del actual Título XXI del Libro IV del Código
Civil ha llevado a los autores a concluir que Bello pensaba reservar la regulación
de la materia probatoria para una ley procesal. Es lo que han señalado Claro
Solar, Lira Urquieta y Peñailillo178. Este antecedente es concordante con las
apreciaciones anteriores acerca de la naturaleza de la legislación probatoria y del
carácter especial que tienen los preceptos ubicados en el Título XXI, relativo a la
"prueba de las obligaciones".
c) Las fuentes del art. 1699 inc. 1º CC: el Proyecto de Código Civil de España de
1851 y los comentarios de García Goyena
La comprensión del art. 1699 inc. 1º CC exige leer sus fuentes, consistentes —
como ya se dijo— en el Proyecto de Código Civil español de 1851 (en particular,
sus arts. 1199 y 1200) y los comentarios de García Goyena. Estas fuentes
aparecen mencionadas expresamente en las notas que agregó Bello al art. 1882
b) del Proyecto Inédito, del cual deriva el art. 1699 CC179.
El art. 1199 del Proyecto de 1851 sirvió de base al inciso primero del art. 1882 b)
del Proyecto Inédito (actual art. 1699 inc. 1º CC). El texto español indicaba lo
siguiente: "Instrumento público es el que está autorizado por un oficial o empleado
público competente, con las solemnidades requeridas por la ley. Todos los
instrumentos públicos son títulos auténticos, y como tales hacen plena fe" 180.
El art. 1200 del mismo Proyecto de 1851 sirvió de base al inciso segundo del art.
1882 b) del Proyecto Inédito (actual art. 1699 inc. 2º CC). El texto español
señalaba lo siguiente: "El instrumento público en que se consignan las
obligaciones de los contrayentes y sus descargos, debe otorgarse ante escribano
competente, en la forma prescrita por la ley: este instrumento se llama escritura
pública"181.
Como pasamos a explicar, estos datos permiten determinar con mayor precisión
el significado técnico-jurídico del término "instrumento público", y el alcance de las
palabras contenidas en la definición legal: "auténtico", "autorizado", "competente
funcionario" y "solemnidades legales".
Las fuentes del art. 1699 inc. 1º CC demuestran que Bello se inspiró en una
tradición jurídica según la cual los instrumentos públicos correspondían a una
clase especial de documento público, propia de los negocios privados. Nos
referimos al Derecho Común romano-canónico, que fue citado anteriormente al
explicar el sentido de la palabra "instrumento".
Sobre el particular, hay que tener presente que según el estudio de Moreno
Navarrete, el Proyecto de Código Civil de España del año 1851 fue un texto que
siguió rigurosamente la mencionada tradición, lo que —a su juicio— aparece
comprobado por el uso del concepto "instrumento público", propio de dicha
época182. Por consiguiente, cuando Bello tomó como base este proyecto para
redactar la disposición en cuestión, lo que hizo fue aplicar los conceptos
heredados de dicho Derecho histórico. Esto lo ratifica el hecho de que García
Goyena también utilizó estos criterios, según pudimos constatar al examinar la
noción de "instrumento" que elaboró este jurista español183.
Por ello, los instrumentos públicos regulados por el Código Civil no pueden
identificarse con toda clase de documento público. Tampoco corresponde
definirlos siguiendo la tesis de autores extranjeros como Devis Echandía, De
Santo y Kielmanovich, para quienes los instrumentos públicos son documentos
públicos caracterizados únicamente por la escrituración 189. Hacemos notar que
este último enfoque se encuentra presente en el art. 298 PCPC de 2012, lo que —
por lo explicado— importa un error conceptual.
Estos datos demuestran que el "competente funcionario" del art. 1699 inc. 1º CC
no es cualquier tipo de empleado público, y que su competencia no corresponde a
cualquier clase de facultad. Debe ser un oficial público dotado especialmente de la
potestad para atribuir fe pública al documento. No se trata tampoco de cualquier
forma de intervención. Debe consistir en la autorización, o sea, la dación de fe
pública. Todo ello presupone necesariamente que el funcionario es una persona
distinta de las partes que ejecutan el acto o celebran la convención que se
contiene en el documento.
Las solemnidades son figuras de Derecho estricto, según lo han reconocido los
tribunales197. Por consiguiente, y tal como lo expuso Santa Cruz, en este tema no
resultan admisibles las analogías y sólo procede interpretar la legislación en forma
restrictiva198. Por lo tanto, en el caso de los instrumentos públicos no basta el
cumplimiento de exigencias formales de carácter general, como la firma del
documento o la presencia de sellos, signos o códigos que determinen la
autenticidad documental. Se requiere de la presencia de estatutos legales
particulares en los que se regule expresamente el proceso de confección de la
documentación.
Este elemento es otra demostración más del carácter especial que tiene la
definición del art. 1699 inc. 1º CC. Como decía Delpiano, el cumplimiento de este
tipo de formalidades sólo puede tener cabida cuando el legislador las ha
contemplado en forma explícita, cuestión que ocurre en muy señalados casos.
Para este autor, la frase "solemnidades legales" da a entender que lo que tuvo en
mente el legislador fue nada más que determinadas especies de instrumentos que
"fatalmente tenían que ser reglamentados", como las escrituras públicas y los
testamentos199.
Creemos que el adjetivo "auténtico" que aparece en el art. 1699 inc. 1º CC, no
tiene un sentido equivalente a "público". Tampoco corresponde al concepto de
"scriptura authentica" del Derecho Común, a diferencia de lo que ocurre en el art.
309 inc. 1º CC, al que nos referiremos en el siguiente apartado.
Las fuentes de esta norma así lo dan a entender. Por una parte, el art. 1199 del
Proyecto español de 1851 señala que los instrumentos públicos "son títulos
auténticos", y agrega que como tales "hacen plena fe". Por otra parte, el
comentario de García Goyena en relación con estas dos frases del art. 1199 está
orientado en igual dirección: "Llámase auténtico todo instrumento que hace plena
fe [...] y de consiguiente no pueden menos de hacer prueba plena, salvo el
derecho de poder redargüirlos civil o criminalmente"203.
Claro Solar fue explícito en cuanto a este punto: "El instrumento público da por
sí mismo plena prueba de su autenticidad, en el sentido de que se reputa emanar
del notario o funcionario público que aparece autorizándolo. Acta probant se ipsa.
Esta presunción está conforme con el estado ordinario de las cosas, porque
habitualmente el instrumento lleva signos exteriores de su autenticidad [...]. Por
consiguiente la parte que hace valer un instrumento público no tiene que probar
previamente que es tal documento y que emana del funcionario público que
aparece autorizándolo. Toca al adversario redargüir de falso dicho instrumento
[...]. Por eso los instrumentos públicos se llaman también auténticos"204.
Díaz Uribe es de la misma opinión. Este autor concluye que Bello tan sólo quiso
hacer notar que el instrumento público, per se, es un documento auténtico. Y, así,
con el giro "instrumento público o auténtico" lo que hizo fue demostrar de modo
elocuente que un instrumento público debe ser creído mientras su fe no es
destruida por alguno de los medios idóneos establecidos al efecto 205.
Por su parte, Devis Echandía era contrario a hacer sinónimos los conceptos
"documento público" y "documento auténtico", porque en su criterio ello conduce a
equívocos. Afirmaba que desde un punto de vista teórico, la autenticidad designa
la certeza acerca del origen y autoría de un documento, lo que puede tener lugar
tanto en el caso de los documentos públicos como en el de los privados. La
diferencia entre uno y otro caso es de oportunidad, pues en el primero la
autenticidad se adquiere desde el momento mismo de la formación del documento
público, en tanto que en el segundo es necesario un acto de reconocimiento
posterior que permita acreditar el origen y la autoría del documento privado.
Agregaba que la equiparación conceptual trae una lamentable confusión en la
teoría del documento público, sin perjuicio de lo cual es posible que para destacar
los atributos probatorios de esta clase documental puedan relacionarse las
nociones de documento público y documento legítimo, genuino o auténtico. "Sin
embargo, aun limitando el concepto de documento público a su verdadero alcance
y separándolo del más genérico de instrumento auténtico, pueden utilizarse como
sinónimos los términos legítimo o genuino y auténtico, legitimación y
autenticación"207.
4. Sentido y alcance de la expresión "otros documentos auténticos" del art. 309
Inc. 1º cc
a) Explicación general
En nuestra opinión, la referencia que hace el art. 309 inc. 1º a los "otros
documentos auténticos" a propósito de la prueba del estado civil, es una
demostración más del significado especial que tiene la definición del art. 1699 inc.
1º CC.
Esta norma regula la prueba secundaria o supletoria del estado civil, que cabe
cuando faltan los documentos públicos indicados en los arts. 305, 306 y 307 CC,
consistentes en partidas del registro civil, e inscripciones y subinscripciones
practicadas ante este organismo. El art. 24 inc. 1º de la Ley Nº 4.808 sobre
Registro Civil califica a estos documentos como "instrumentos públicos", y según
comprobaremos la mayoría de la doctrina piensa de igual modo.
Lo cierto es que el art. 309 inc. 1º CC se está refiriendo a otra noción más
general, que comprende distintas clases de documentos públicos, dentro de los
cuales se encuentran los instrumentos públicos del art. 1699 inc. 1º CC. También
incluye documentaciones como, por ejemplo, las partidas y certificados de
bautismo confeccionados en parroquias, que en estricto sentido no corresponde
calificar como instrumentos públicos de acuerdo con el art. 1699 inc. 1º CC, pero
que —en nuestro parecer— sí presentan la naturaleza de "documentos auténticos"
para los fines del art. 309 CC.
Lo que ocurre es que al igual que en el Título XXI del Libro IV, en esta parte el
Código Civil dio aplicación a los conceptos provenientes de la tradición romano-
canónica y, más concretamente, a las nociones de "scriptura authentica" y de
"carta sellada" que mencionamos antes. No es, sin embargo, lo que han concluido
los autores y tribunales nacionales.
En virtud de lo dispuesto por el art. 20 CC, Santa Cruz sostuvo que en aquellas
situaciones en que la ley se refiere a "documentos auténticos" (como ocurre en el
art. 309 inc. 1º CC), debía entenderse que se está aludiendo a la definición del art.
1699 inc. 1º CC. En este sentido, afirmaba que el significado filológico de la
palabra "auténtico" puede ser más amplio y comprender incluso al documento
privado cuya autenticidad consta. Pero el sentido jurídico positivo de la frase
"documento auténtico" está limitado exclusivamente al instrumento público, pues
cuando el legislador ha definido expresamente el sentido de una palabra para
ciertas materias, se le debe dar su significado legal208.
Existe jurisprudencia que ha aplicado esta solución y, por ende, ha separado las
nociones de los arts. 309 inc. 1º CC y 1699 inc. 1º CC.
Mediante sentencia de 6 enero 1925 la Corte Suprema señaló que "la ley no ha
determinado en forma alguna, ni por vía de ejemplos siquiera, la clase de los otros
documentos auténticos que, a falta de las respectivas partidas de nacimiento o
bautismo, sirvan para probar el estado civil de hijos legítimos; se exige sólo el
requisito mencionado, que sean auténticos"219.
Asimismo, son atingentes las siguientes opiniones con relación al art. 192 del
Proyecto de Código Penal, antecesor del actual art. 193 CP: "A la vez los señores
Altamirano [y] Renjifo propusieron que se sustituyera en el artículo la palabra
'eclesiástico' por 'funcionario', e[x]presándose en el acta que ella comprende no
solo a los laicos sino también a los curas [y] demás personas eclesiásticas que
ejercen atribuciones relativas al estado civil; lo que fue aceptado por la Comisión,
salvando su voto el señor Fabres"229.
Así, por ejemplo, en el párrafo 13 del mensaje del Código se utiliza la expresión
"acto auténtico" para hacer mención a los instrumentos públicos y, más
específicamente, a las escrituras públicas. Al referirse a las exigencias formales de
los actos de legitimación de hijos que se regulaban en el texto original, Bello
destacó la importancia de la mencionada documentación para efectos de evitar
futuras discusiones sobre la efectividad de este tipo de acto. "Sobre todo, ha
parecido de suma necesidad un acto auténtico que ponga a cubierto toda
reclamación de derechos y obligaciones recíprocas de los legitimados y
legitimantes. La existencia de documentos preconstituidos es un objeto que no se
ha perdido de vista en otras partes de la legislación civil, como el mejor medio de
precaver controversias y de discernirlas".
Esos documentos, de acuerdo con los arts. 208, 209 y 212 del texto original,
debían ser instrumentos públicos231. Aunque como explicó Claro Solar, el sentido
más propio de los preceptos llevaba a concluir que el Código se estaba refiriendo
a "escrituras públicas", teniendo presente tanto el tenor de las normas como las
notas de Bello en relación con éstas232. Vale decir, la referencia a los "actos
auténticos" hay que entenderla, en definitiva, como una alusión a las "escrituras
públicas".
Por nuestra parte, estimamos que en este caso corresponde utilizar el mismo
razonamiento que vimos respecto del art. 309 inc. 1º CC, entendiendo —en
consecuencia— que el concepto que subyace en la norma del art. 1777 inc. 1º CC
es el de la tradición jurídica que estudiamos. Estamos, pues, frente a una noción
amplia de documento público.
El uso de las otras expresiones es más confuso. En los arts. 1421 inc. 1º y 2123
CC se hace mención al "instrumento auténtico" con ocasión de la regulación de los
contratos de donación y de mandato. En el art. 2459 CC se emplea la frase "título
auténtico" dentro de la regulación del contrato de transacción. Stitchkin estimó que
el art. 2123 CC debía entenderse en concordancia con el art. 1699 inc. 1º CC, con
lo que la expresión "instrumento auténtico" resultaría equivalente a "instrumento
público"235.
a) Explicación general
En este mismo orden de cosas, debe prestarse atención al art. 350 inc. 1º CPC,
en el que se emplea una terminología similar. Según este precepto, la diligencia
de cotejo de letras puede pedirse siempre que la parte perjudicada niegue o ponga
en duda la autenticidad "de cualquier documento público que carezca de matriz".
Aparecen aquí las mismas ideas del párrafo 35: una preocupación por establecer
las medidas adecuadas para obtener que los documentos públicos gocen de
autoridad probatoria.
Según Anabalón, esta disposición vino a regular una situación que había sido
olvidada por el legislador civil, ya que —en su parecer— la ley omitió señalar entre
los instrumentos públicos a los documentos que por su índole o estructura
carecieran de originales o registros con los cuales pudiesen confrontarse237. En
realidad, lo que hizo el Código de Procedimiento Civil fue completar el cuadro de
pruebas documentales públicas, incluyendo elementos que no están considerados
por el art. 1699 inc. 1º CC.
El art. 342 Nº 1 CPC se refiere a los "documentos" originales, lo que implica una
extensión del precepto en relación con el concepto "instrumento". Además, se
refiere a los documentos "originales", lo que constituye otra señal de la ampliación
de la que hablamos. Como ha señalado Díaz Uribe al comentar esta regla, para
comprenderla a cabalidad resulta indispensable distinguir dos especies de
documentos públicos: los que carecen de matriz y los que tienen matriz. Para este
autor, dentro de la primera categoría deben incluirse documentos públicos de
diversa índole, como las "boletas de exámenes", ciertas "partidas de nacimiento,
defunciones y matrimonios"241.
El art. 342 Nº 3 CPC constituye una de las expresiones más claras de la noción
que existe en la legislación procesal. Según esta norma, corresponde considerar
como instrumento público en juicio (en rigor, debió decir documento público en
juicio), las copias que han sido obtenidas sin cumplir con los requisitos legales,
pero que no han sido objetadas como inexactas por la contraria dentro del plazo
de tres días. Esto significa que si un litigante acompaña a una causa civil una
fotocopia simple de un instrumento público y la contraria no la objeta como
inexacta en tiempo y forma, tal copia vale como prueba documental pública, no
obstante incumplir con las exigencias del art. 1699 inc. 1º CC.
Este art. 342 Nº 3 CPC ha servido de base para que Figueroa Yávar sostenga
que el Código de Procedimiento Civil ha ampliado el concepto del art. 1699 inc. 1º
CC, y que el art. 342 Nº 3 CPC asimila a instrumentos públicos, instrumentos que
son oficiales o sólo privados. Señala, además, que de acuerdo con este precepto
procesal las copias de instrumentos públicos sin autorización alguna y que no
sean objetadas por la parte contraria dentro de los tres días siguientes a aquel en
que se les dio conocimiento de ellas, se elevan a la categoría de instrumento
público242.
Los precitados arts. 29 y 32 CPC se ubican dentro del Título V del Libro I del
Código, rotulado "De la formación del proceso, de su custodia y de su
comunicación a las partes". Por consiguiente, se trata de preceptos que definen el
modo en que el legislador procesal chileno concibe el proceso civil. En su aspecto
externo, constituye una "carpeta electrónica" compuesta por diversas elementos,
uno de los cuales son los "documentos"249.
La doctrina y la jurisprudencia atribuyen un significado probatorio a la voz
"documento", lo que implica sostener que para la ley chilena la actividad de prueba
desarrollada en las causas civiles recae sobre documentos, y no sólo sobre
instrumentos. Fue lo que expuso Anabalón: "Los documentos son todos los
papeles o títulos escritos de cualquiera clase con que las partes tratan de probar o
confirmar los hechos aseverados por ellas dentro del pleito" 250. La Corte Suprema
se pronunció en iguales términos mediante sentencia de 8 junio 1961, al declarar
que el art. 29 CPC "tiende a dar la seguridad de que cuando llegue el proceso a
estado de fallarse, el juez tenga a la vista y pueda estudiar y ponderar todos los
elementos de juicio que las partes hicieron valer en sus defensas"251.
Por último, es pertinente la regla del art. 255 CPC, que luego de la reforma
introducida por la ley Nº 18.705 de 1988 hace mención a los "documentos" y los
"instrumentos", como aparecía en su texto original. El inciso primero de dicho
precepto señalaba: "El actor deberá acompañar con su demanda los instrumentos
en que se funde". Luego de la reforma legal, el tenor de la norma es el siguiente:
"Los documentos acompañados a la demanda deberán impugnarse dentro del
término de emplazamiento, cualquiera sea su naturaleza".
Los antecedentes históricos de esta reforma del año 1988 expresan que el art.
255 CPC fue pensado para los documentos que se acompañan a la demanda en
parte de prueba. Tanto así que se discutió sobre la posibilidad de incluir esta regla
dentro del art. 348 CPC, referido precisamente a la oportunidad para rendir la
prueba documental en el juicio ordinario de mayor cuantía252.
El sentido probatorio del art. 255 CPC aparece explicitado con la referencia a la
"impugnación", pues éste es un procedimiento destinado a desconocer la validez y
eficacia de una prueba por documentos. Particularmente interesante resulta la
frase final del precepto, donde —en nuestra opinión— vuelve a aparecer el
concepto amplio de la prueba documental pública. Cuando el art. 255 CPC señala
el plazo para impugnar los documentos acompañados a la demanda, indica que
siempre deberá ser el término de emplazamiento, agregando luego "cualquiera
sea su naturaleza". Esta referencia a la "naturaleza" dice relación con la división
entre documentos públicos y privados; así aparece en los aludidos datos históricos
de la ley Nº 18.705 de 1988253. De esta manera, nos encontramos con una directa
referencia a la noción de "documento público" como medio de prueba, introducida
esta vez por el legislador del año 1988.
Segundo, el valor de las pruebas tiene mayor entidad en la medida que las
formalidades son más exigentes. En otras palabras, hay una relación directamente
proporcional entre la mayor rigurosidad de las exigencias formales y la más
elevada eficacia probatoria de los documentos públicos. La demostración más
clara de lo que señalamos la hallamos en las escrituras públicas, que en la
legislación nacional son los documentos con mayores solemnidades y,
paralelamente, las que tienen una fuerza legal más intensa. En términos
generales, podemos decir que esta circunstancia explica por qué los documentos
públicos en cuya confección interviene la fe pública tienen más valor que los
documentos formados durante el ejercicio de funciones públicas. La fe pública
siempre contempla exigencias más estrictas en el procedimiento de confección de
documentos.
Taruffo señala que el principio de libertad de prueba debe llevar a concluir que
los procedimientos de formación de documentos públicos no tienen un carácter
vinculante, taxativo ni exclusivo262. Discrepamos de esta opinión. En el caso
chileno, tales procedimientos sí son obligatorios. El principal argumento de texto
que podemos invocar es el art. 342 CPC, en cuyo encabezado encontramos una
solución general en esta materia. De acuerdo con esta regla, en los procesos
civiles solamente pueden valer como medios de prueba aquellos documentos
públicos que han sido expedidos con arreglo a la ley; en caso contrario, la prueba
puede ser objetada y el tribunal tiene el deber de declarar su nulidad y,
consecuencialmente, restarle mérito.
Todo ello rige imperativamente, a menos que la propia ley contemple una
expresa solución diversa, como ocurre con la conversión de los instrumentos
públicos en privados, regulada por el art. 1701 inc. 2º CC; solución que —de todos
modos— debe ser objeto de una interpretación restrictiva.
I. ENUNCIACIÓN
Con un criterio más amplio, Santa Cruz indicó que los instrumentos públicos
desempeñan un doble papel en el Derecho: son un medio de prueba y una
solemnidad. Como medio de prueba, pertenecen a la clase de las "pruebas
preconstituidas", esto es, una probanza que se constituye fuera del juicio en que
se hace valer y que las partes se procuran de antemano en previsión de la
contienda jurídica que puede presentarse. Como solemnidad, los instrumentos
públicos tienen el carácter de requisito de validez de ciertos actos o contratos
expresamente señalados por la ley, respecto de los cuales —por su importancia—
se hace necesario que consten en forma pública y auténtica; así ocurre, por
ejemplo, con la compraventa de bienes raíces, respecto de la cual el art. 1801 inc.
2º CC exige el otorgamiento de escritura pública. Agrega este autor que cuando
las partes recurren libremente a los instrumentos públicos para dejar constancia
de sus actos y contratos, este documento cumple un papel netamente
probatorio271.
Nos parece que este último es el ángulo desde el cual hay que analizar al
documento público como medio de prueba. En lugar de privilegiar una dimensión
sobre otra, debe instarse por armonizar las distintas funciones de este elemento y
determinar el modo en que estas funciones inciden en el estatuto probatorio de
este medio. Esto exige considerar los dos planos donde el documento público
cumple funciones probatorias.
2. Funciones probatorias extrajudiciales y judiciales del documento público
En nuestra opinión, las circunstancias recién descritas permiten afirmar que los
documentos públicos presentan la condición de fuentes de prueba en lo que
respecta a las funciones probatorias que cumplen en sede extrajudicial, y de
medios de prueba en lo tocante a las funciones probatorias judiciales 278.
Las fuentes y los medios son nociones que presentan una unión derivada de la
propia fisonomía del fenómeno probatorio. Sentís Melendo decía que todas las
pruebas preexisten al proceso: la persona del testigo y su conocimiento sobre
determinados hechos es una prueba testimonial preexistente al juicio; también lo
son las partes en relación con la prueba confesional, al igual que el documento
que contiene antecedentes de hecho relevantes para un proceso280. Ello es
efectivo, puesto que siempre es posible encontrar un dato situado fuera de las
causas judiciales desde donde emana la información fáctica a la que hemos
aludido, y que sirve de base a las probanzas que se acompañan ante el tribunal.
Esta es una realidad que con los matices propios de cada evidencia, se impone en
todos los casos.
De esta manera, una vez que los documentos públicos son confeccionados en
sede extrajudicial para cualquiera de los fines que hemos señalado anteriormente,
de inmediato quedan dotados de atributos probatorios cuyos efectos se hacen
sentir en ese mismo momento, ya sea para dar estabilidad a las relaciones
jurídicas o para entregar seguridad a las actividades de las personas. Se produce
así una mezcla o combinación entre funciones sustantivas y probatorias en sede
extrajudicial.
Ahora bien, debemos hacer presente que esta noción corresponde a una de las
concepciones de la prueba procesal, en la cual se enfatiza la dimensión
cognoscitiva de la actividad probatoria. Pero existe otra concepción que en lugar
de considerar el conocimiento de los hechos como aspecto principal de esta
actividad, pone el acento en la persuasión y, en especial, en la convicción que
adquiere el tribunal acerca de los hechos discutidos en una causa.
También hay que considerar lo prescrito por el art. 19 Nº 3 inc. 6º CPR, cuando
indica que "toda sentencia de un órgano que ejerza jurisdicción debe fundarse en
un proceso previo legalmente tramitado". Si relacionamos esta norma con el art.
76 inc. 1º CPR, hay que concluir que el texto constitucional asigna una función
específica al proceso jurisdiccional, consistente en permitir una adecuada
aprehensión por el juez de la contienda ventilada por las partes con miras a la
dictación de una sentencia. Asimismo, la segunda parte del precitado inciso sexto
impone un deber al legislador, en orden a establecer siempre las garantías de un
"procedimiento racional y justo". Estas dos notas fundamentales ("racionalidad" y
"justicia") guardan directa conexión con la dimensión cognoscitiva que
comentamos y con la necesidad de que en el marco de un debido proceso legal se
desarrolle la actividad necesaria para alcanzar una verdad probabilística o
aproximativa acerca de los hechos discutidos. Existen antecedentes históricos que
permiten concluir lo anterior289.
Es por estas razones que hemos sostenido que la prueba es una actividad
preferentemente cognoscitiva. En suma, corresponde a uno de los elementos del
debido proceso legal. Pero esto no quiere decir que carezca de aspectos de índole
retóricos o persuasivos. Recordemos que este es un ámbito abierto a los matices,
por lo que las soluciones no son absolutas ni cerradas. Lo que encontramos son
opciones en favor de determinadas soluciones, que en este ámbito se traduce en
la preferencia por la dictación de sentencias justas, para lo cual la actividad
probatoria se orienta de modo preponderante hacia la obtención de un
conocimiento probable de las cuestiones de hecho discutidas en un proceso civil.
Ahora bien, como siempre es posible hallar matices, el modelo que hemos
descrito también debe considerar la posibilidad de establecer excepciones
basadas en otros valores jurídicos. Conforme seguiremos explicando, la prueba
documental pública pertenece a uno de estos ámbitos de matices y excepciones.
La aplicación rigurosa de esta concepción nos debería llevar a concluir que los
documentos públicos sólo cumplen funciones dentro del proceso jurisdiccional y
que, además, estas pruebas siempre quedan sometidas a ese examen subjetivo y
psicológico al que se refiere la Corte Suprema. Con lo cual las explicaciones que
hemos dado con anterioridad carecerían de sentido, tanto en lo que respecta a las
funciones probatorias extrajudiciales como en lo relativo a la eficacia de esta
evidencia al interior de los procesos civiles.
En efecto, si las pruebas están orientadas a persuadir al tribunal, no podríamos
decir que los documentos públicos desarrollan una función probatoria en sede
extrajudicial. Así lo han sostenido algunos autores en la doctrina española. Bonet
Navarro señala que las pruebas tienen una naturaleza específicamente procesal,
por lo que no corresponde hablar de una "prueba material"; en su opinión, ningún
elemento adquiere la calidad de prueba hasta que no sea incorporado a un
proceso jurisdiccional296. En igual dirección, Cortés Domínguez ha expuesto que
los documentos que existen en el plano extrajudicial carecen de relevancia
probatoria, ya que es indispensable que sean introducidos en un proceso para que
recién entonces obtengan la condición de medio de prueba; un recibo —indica
este autor— solamente será prueba cuando se aporta a un juicio, pero no antes297.
Sin embargo, y así lo precisa también Taruffo, ello no puede conducir a olvidar
que desde el punto de vista de los tribunales el fin de la prueba tiene que ser la
obtención de la verdad fáctica. En un modelo procesal que privilegie la adopción
de decisiones justas, es indispensable asignar un contenido y una función
cognoscitiva a las evidencias. Como anotábamos antes, esto es lo que permite
garantizar en mayor medida que la decisión del tribunal estará inspirada en
criterios de justicia. Por ello, aun cuando para las partes la prueba pueda tener
una connotación retórica, para los tribunales no301. En el caso chileno, esto —
además— se impone como una exigencia del debido proceso legal, tal como lo ha
remarcado Bordalí, con quien en este punto coincidimos302.
Por esta razón, los medios de prueba tienen que ser entendidos como
elementos aptos para conocer cuestiones de hecho. El uso argumentativo que le
den las partes no los convierte en instrumentos retóricos, ya que esto implicaría
obviar la dimensión cognoscitiva que tienen respecto del tribunal. Como dice
Taruffo, el reconocimiento del derecho de las partes para utilizar los medios de
prueba de acuerdo con sus estrategias forenses debe estar coordinado con las
medidas necesarias para minimizar la tendencia de los litigantes a distorsionar la
verdad303.
Esto adquiere especial interés en los juicios donde se aplican los modelos de
valoración según las reglas de la sana crítica o en conciencia. En el caso de los
documentos públicos, una incorrecta aplicación de estos sistemas conduce a
desconocer la eficacia legal que tienen estas probanzas. Así lo ha concluido la
Corte Suprema, a partir de la premisa de que la valoración de las pruebas es una
materia entregada a las potestades de soberanas de los jueces del fondo. Esto
tergiversa todo el sentido de los documentos públicos.
Sobre la base del art. 1699 inc. 1º CC, los autores nacionales han destacado la
aptitud que poseen los documentos públicos para demostrar su autenticidad.
Santa Cruz señaló que el instrumento público hace plena fe entre las partes y
respecto de terceros de todo lo que el funcionario certifica, atendida la fe pública
de la que está revestido, que es común a todos. Esto justifica que se llame
auténtico, al tratarse de un instrumento respecto del cual se presume su
autenticidad314.
Capponi sostuvo que la división entre las pruebas documentales públicas y las
privadas debe considerar la "presunción legal de autenticidad", que solamente
opera a favor de las primeras. Sostenía que tal presunción existe en el caso de los
instrumentos públicos debido a la intervención que le cabe al funcionario público
en el otorgamiento y a las solemnidades exigidas por la ley. En cambio, el
instrumento privado no lleva en sí el carácter de autenticidad porque no se exige la
intervención de funcionarios públicos ni el cumplimiento de solemnidades. Como
consecuencia de ello, la persona que presenta como prueba un instrumento
público no está obligada a justificar la autenticidad del mismo, sino que la parte
que lo impugna debe acreditar su objeción; en cambio, la parte que presenta en
juicio un instrumento privado está obligada a probar su autenticidad en caso de
que la otra lo impugne315.
La misma Corte, en una sentencia de 26 mayo 1981, declaró que "el documento
privado se caracteriza, substancialmente, por no estar protegido por la fe pública
que se debe a los instrumentos públicos y que proviene de la participación de un
funcionario público en su formación, cumpliendo formalidades especiales"; de
modo que "el instrumento privado sólo hace prueba cuando ha sido reconocido
dentro del juicio"318.
En virtud de este criterio judicial, los tribunales han concluido que un documento
privado emanado de un tercero sólo tiene valor en juicio cuando ha sido
reconocido por éste a través de una declaración testimonial. De no mediar este
reconocimiento, la prueba documental pierde toda eficacia probatoria, sin que ni
siquiera pueda constituir base de presunción judicial320.
A la inversa, por sentencia de 20 marzo 1998 la Corte de Apelaciones de
Santiago resolvió rechazar la impugnación que efectuó una de las partes a una
fotocopia de un decreto supremo, considerando que por el carácter oficial que
reviste y las fuentes de las que emana, habría bastado con hacer mención a tal
documentación y con indicar los datos de su publicación, para de esta manera
dejar al juez en condiciones de tomar conocimiento de ella321.
El art. 345 bis CPC indica lo siguiente en su inciso 1º: "Los instrumentos
públicos otorgados en un Estado Parte de la Convención de la Haya que Suprime
la Exigencia de Legalización de Documentos Públicos Extranjeros, no deberán ser
sometidos al procedimiento de legalización, si respecto de éstos se ha otorgado
apostillas por la autoridad designada por el Estado de que dimana dicho
instrumento". Como señala el art. 3º inc. 1º de la Convención de la Apostilla de
1961, "la única formalidad que puede exigirse para certificar la autenticidad de la
firma, la calidad en que el signatario del documento haya actuado y, en su caso, la
identidad del sello o timbre del que el documento esté revestido, será la fijación de
la apostilla descrita en el artículo 4º, expedida por la autoridad competente del
Estado del que dimane el documento". El art. 4º inc. 1º establece que "la apostilla
prevista en el artículo 3º, primer párrafo, se colocará sobre el propio documento o
sobre una prolongación del mismo y deberá ajustarse al modelo anexo a la
presente Convención". En concordancia con lo anterior, el reglamento de la ley
Nº 20.711 señala en su art. 2º que la apostilla es un certificado que, emitido de
conformidad con lo indicado en dicha regulación, produce respecto del documento
público para el cual se otorga los mismos efectos que el proceso de legalización,
con aptitud para demostrar la autenticidad de la firma en él contenida, la calidad
en que el signatario haya actuado y la identidad del sello o timbre del que el
documento esté revestido.
En igual sentido, Gómez Orbaneja señaló que la prueba por documentos está
compuesta por lo que éste representa, esto es, por su contenido. Pero para que
dicha probanza tenga cabida en sede jurisdiccional, debe estar antecedida por la
determinación de su autenticidad. "De ahí que a la prueba documental
propiamente tal o prueba por el documento, haya de preceder la prueba de la
autenticidad del documento"328.
Ahondando en esto mismo, Serra Domínguez indicaba que en la prueba
documental es esencial distinguir entre el documento en sí (cosa) y el acto
documentado (contenido). El documento y carece de valor en sí mismo, pues lo
relevante es la representación del acto o hecho contenido en él. Pero para que tal
representación tenga cabida al interior de una causa civil, se requiere que el
documento sea auténtico329.
También podemos citar el enfoque dado por Núñez Lagos y por Rodríguez
Adrados. El primero se refería a la "autenticidad externa" de los documentos
públicos en un sentido amplio. En su parecer, la autenticidad externa de estos
documentos es algo que tiene lugar como consecuencia de la intervención de un
funcionario público en el proceso de confección documental. El funcionario público
es el autor del documento público en cuanto cosa; a él le corresponde la
paternidad del objeto, que —además— se encuentra acompañado de los signos
distintivos de su filiación estatal340. Bajo un punto de vista parecido, Rodríguez
Adrados se ha referido a la "autenticidad corporal" de los documentos públicos (en
especial, de los notariales), considerando la autoría de los mismos a cargo del
ministro de fe y tres aspectos adicionales: primero, la correspondencia exacta
entre las copias y la matriz; segundo, los signos formales que lo acreditan como
documento público de la especie a que pertenezca, lo cual —a su vez— determina
que su autor es un ministro de fe en el ejercicio de sus funciones; tercero, la
conservación de la integridad documental con posterioridad a su autorización 341.
Nos parece que de acuerdo con el Derecho chileno, esta debe ser la manera de
apreciar la autenticidad de los documentos públicos.
En esta misma dirección se ubican normas como el art. 1700 inc. 1º CC,
conforme con el cual los instrumentos hacen plena fe "en cuanto al hecho de
haberse otorgado y su fecha"; el art. 306 CC, que se refiere a la "autenticidad y
pureza" de los documentos públicos que acreditan el estado civil de las personas,
expresiones que podemos relacionar con la idea de genuinidad que mencionamos
antes; los arts. 411 y 428 COT, en los que se resta toda eficacia ("se tendrán por
no escritas") a las escrituras públicas y, en general, a los documentos notariales,
que presentan enmendaduras, adiciones y alteraciones externas; el art. 2º letra g)
ley Nº 19.799 de 2002, que define la firma electrónica avanzada como aquella
firma electrónica "certificada por un prestador acreditado, que ha sido creada
usando medios que el titular mantiene bajo su exclusivo control, de manera que se
vincule únicamente al mismo y a los datos a que se refiere, permitiendo la
detección posterior de cualquier modificación, verificando la identidad del titular e
impidiendo que se desconozca la integridad del documento y su autoría".
En suma, todo conduce a la noción de autenticidad que hemos expuesto,
integrada por la autoría, data e integridad del documento público. Por ello,
estimamos que una documentación pública puede ser impugnada por falta de
autenticidad cuando, uno, las personas que figuran en ella no son las que
efectivamente concurrieron al acto de confección documental; dos, no ha sido
formada en la fecha y lugar que en ella aparece consignado; tres, presenta
alteraciones externas, como roturas o enmendaduras.
Así, en una escritura pública que contiene un contrato, el autor del documento
es el notario autorizante y los autores de las declaraciones son las partes que
celebran el respectivo contrato. En un documento que contiene un acto
administrativo, el autor del documento y de la declaración es el mismo sujeto: el
funcionario público que confeccionó la documentación y ejecutó el acto registrado
en ésta.
En primer lugar, se ha sostenido que el oficial público sería algo así como un
mandatario de los reales autores, que son las partes otorgantes del documento y
quienes expresan sus voluntades o manifiestan sus pensamientos ante el ministro
de fe. En cierta medida, la noción de "documento heterógrafo" de Carnelutti gira
en torno a esta idea348.
Por una parte, las cuestiones referidas a ambos niveles de autoría son
constitutivas de motivos de impugnación documentaria a raíz de la falta de
autenticidad. Si el autor del documento no es quien aparece como tal en él, o si el
autor de la declaración no es quien figura en aquél, lo que existe es un problema
de falta de autenticidad. El art. 429 CPC está redactado en estos términos, al
autorizar la impugnación de una escritura pública por falta de autenticidad cuando
se acredite que la parte que se dice haber asistido personalmente al otorgamiento
del instrumento o cuando el notario autorizante han fallecido con anterioridad o
han permanecido fuera del lugar en el día de la confección documental.
Por otra, respecto de documentos públicos que representan sucesos de la
naturaleza, la autoría se concentra en el primer estadio. Y, así, en el ejemplo del
acta notarial con fotografías de un sitio, el documento público tiene un solo autor:
el ministro de fe. De esta manera, las impugnaciones por falta de autenticidad
deberán circunscribirse a este exclusivo nivel en lo relativo a la autoría.
Por último, el valor probatorio puede variar dependiendo del nivel que
analicemos, como quiera que la concurrencia de la fe pública, la intervención de
funciones públicas y el cumplimiento de formalidades legales presenta mayor
intensidad en el primer estadio de autoría, referido al documento público como
continente de información.
Otro aspecto que requiere aclaraciones dice relación con lo que podríamos
calificar una nueva noción de autoría, en consonancia con el carácter
eminentemente objetivo e institucional de la fe pública, y la perspectiva finalista de
la función pública.
En tal sentido, Montero Aroca sostiene que son los "documentos dispositivos"
los que normalmente pueden tener un valor de prueba legal, por cuanto en ellos
se plasma una declaración de voluntad que constituye o altera una relación
jurídica material. En cambio, los "documentos testimoniales" sólo de modo
excepcional pueden tener un valor legal, pues en ellos se incorporan
declaraciones de conocimiento que, por el mero hecho de que se documenten, no
pueden tener más eficacia que la propia declaración. Por ello, concluye que la sola
circunstancia de que un testigo exponga su conocimiento sobre determinados
hechos ante un notario no puede hacer que el testigo y sus conocimientos de tales
hechos tengan un valor de prueba legal366.
Devis Echandía era de la opinión contraria. Para este autor, nada impide que se
otorgue el documento con posterioridad a la celebración de un contrato, lo que
demuestra que es factible que el contenido diga relación con hechos pasados.
Incluso, era del parecer de que los documentos también podían referirse a hechos
futuros que se acuerda ejecutar. Puede tratarse, decía, de una representación del
pensamiento, del deseo o de la voluntad de ejecutar posteriormente un hecho,
como cuando, por ejemplo, se consigna la promesa de matrimonio370.
Pensamos que este debe ser el enfoque a utilizar, no tanto por la posibilidad o
imposibilidad de que el contenido documental se refiera a acontecimientos
pasados o a intenciones con proyecciones futuras, sino por las consecuencias que
una y otra postura pueden ocasionar en la esfera probatoria. La tesis de Devis
Echandía podría conducir a aceptar que las pruebas documentales contengan
declaraciones testimoniales, lo que en el caso de los documentos públicos nos
parece improcedente.
Tal como sostenía Carnelutti, "el documento no es un acto, sino una cosa" 378. Si
bien el documento público es el resultado de una actividad jurídica, esta sola
circunstancia no lo priva de su carácter esencialmente real ni lo transforma en un
acto jurídico. Por tal razón, un documento público no puede ser confundido con el
acto jurídico que contiene.
La primera dice relación con los efectos que produce la nulidad del documento y
la nulidad del acto jurídico. Al tratarse de entidades diferenciadas, la nulidad de
uno no afecta necesariamente la validez del otro. De ahí que Santa Cruz haya
afirmado que la nulidad del instrumento público no importa la nulidad del acto
jurídico contenido en aquél, el que podrá ser probado por otros medios, incluso a
través de la prueba documental privada390. A su vez, la validez de un documento
público no impide que pueda denunciarse y declararse un vicio de nulidad del
respectivo negocio jurídico documentado. La jurisprudencia también se ha
pronunciado en este sentido391.
De lo que no cabe duda es que el art. 1701 inc. 1º CC establece una regla que
tiene repercusiones directas en el plano de la prueba y que es expresión de la
eficacia que la ley civil atribuye a los instrumentos públicos. En este rubro, la
aludida eficacia puede ser expuesta a través del aforismo "los actos solemnes se
prueban a sí mismos"397.
La segunda consecuencia derivada del distingo entre documento público y acto
jurídico, concierne al estatuto legal al que se somete la nulidad de uno y otro. Son,
en nuestro parecer, dos regímenes diversos. En términos estrictos, no
corresponde resolver los problemas de validez e invalidez de un documento
público exclusivamente a la luz de los arts. 1681-1697 CC, dado que éstos atingen
a actos y contratos. Como el documento público no se confunde con el acto
jurídico que contiene, el sistema legal aplicable en el caso de la nulidad debe ser
uno diverso al regulado por tales preceptos. Así lo entendió la Corte Suprema en
la citada sentencia de 3 junio 1964, y es la conclusión que han defendido
Domínguez Benavente y Domínguez Águila398. También piensan de esta manera
Rioseco y Díaz Uribe399.
En este mismo sentido, Taruffo sostiene que para este sistema lo más relevante
era el método de articular y sistematizar los criterios racionales de apreciación de
las pruebas. La prueba legal de esta época —señala este autor— no tiene el
sentido que adquirió durante la codificación. En el Derecho Común era un modelo
inspirado en los ideales propios de la cultura formalista, analítica y categorizante
que reinó en Europa continental durante el Renacimiento, que buscaba entregar
respuestas a las múltiples cuestiones que podía suscitar la actividad probatoria409.
Sobre la base de estas ideas, Furno concluía que las reglas de tarifa o de
tasación se basan en el concepto de la "normalidad jurídica", el cual —a su vez—
proporciona una justificación empírica a tales disposiciones. "El criterio sobre el
que el legislador ha fundado su valoración es un criterio de uniformidad o de
normalidad derivado del id quod prelumque accidit". Ése, y no otro, sería el
fundamento de las normas de tarifa legal aplicable a la prueba documental pública:
"es normal que el documentador público testimonie fielmente la verdad en los
instrumentos que autorice"414.
De ahí que para Furno la eficacia sustantiva de esta clase de disposiciones tiene
una importancia secundaria o refleja, ya que lo que en su parecer constituye la
auténtica ratio del sistema probatorio legal es la certidumbre del juicio
jurisdiccional. La eficacia directa de la prueba legal —afirmaba— tiene lugar en el
plano procesal: "está destinada institucionalmente a actuar en el proceso". Y es
esa certidumbre judicial la que irradia sus efectos en el ámbito de las relaciones
jurídicas sustantivas. "Directamente, produce su eficacia procesal sobre los
hechos. Indirectamente, llega a producir efectos de [D]erecho sustancial, dado que
el valor objetivo de la certidumbre histórica creada por los medios preconstituidos
de prueba legal respecto a los elementos de hecho de las situaciones de
[D]erecho material, afecta, incluso, a la figura jurídica de éstas; de manera
que, sub specie facti, la prueba legal acredita íntegramente la relación o el estado
jurídico que tenga por objeto. Acredita, precisamente, su existencia y su modo de
ser"415.
Según expone Taruffo, una prueba es libre cuando todo elemento relevante
puede ser empleado en un juicio, para dar por acreditados los hechos discutidos
sobre la base de los cánones del sentido común y de la racionalidad. Esta libertad,
agrega, corresponde a las partes, que tienen el derecho de usar en el proceso
cualquier elemento probatorio relevante y que no se encuentre excluido o
condicionado por una norma legal expresa. Asimismo, la libertad corresponde al
juez, que tiene la facultad para determinar los hechos mediante una valoración
racional de los medios probatorios allegados a la causa, sometida nada más que a
los referidos patrones de racionalidad421.
De esta manera, los procesos regidos por el principio de libertad de prueba se
presentan como modelos "abiertos", al autorizar la utilización de esa clase de
criterios o cánones, sin circunscribir el fenómeno probatorio exclusivamente a las
normas legales. A raíz de lo mismo, la regulación jurídica de las pruebas se
presenta como una excepción, que solamente puede tener cabida en hipótesis
específicas y justificadas. Al respecto, Taruffo afirma que la definición de la prueba
y de los conceptos correlacionados se sitúan más bien en una perspectiva
epistemológica antes que en una dimensión exclusivamente jurídica, con lo cual
los espacios de regulación legal de la actividad probatoria constituyen una
excepción a la regla422.
Autores como Ferrajoli, Taruffo, Gascón Abellán y Ferrer Beltrán postulan que
un modelo cognoscitivista de prueba judicial debe basarse en el referido principio,
ya que para lograr decisiones jurisdiccionales justas es fundamental contar con
una apropiada reconstrucción de los hechos que componen el objeto de la
contienda. Recordemos que para esta concepción, la prueba judicial tiene que
orientarse hacia la obtención de una verdad probabilística o aproximativa acerca
de las cuestiones fácticas ventiladas en una causa, ya que con ello se garantiza la
correcta aplicación del Derecho al caso concreto. En este contexto, la libertad
probatoria constituye un presupuesto básico, pues permite incorporar el máximo
de información al proceso, con una amplitud de facultades para que el tribunal
pueda apreciar el mérito de los antecedentes423.
En Chile, Bordalí concluye que la garantía del debido proceso legal exige incluir
este tipo de soluciones. Señala que a fin de permitir la reconstrucción de los
hechos discutidos y la correcta aplicación de las normas legales sustantivas, el
sistema de enjuiciamiento civil tiene que contemplar una libertad de medios de
prueba y una libertad de valoración de éstos424. Palomo participa de estas ideas y
sostiene que toda regulación procesal civil debe incluir estos mecanismos425.
Estimamos que los documentos públicos son elementos idóneos para cumplir
estas funciones. Las garantías asociadas a la institución de la fe pública, la
doctrina de la apariencia de las actuaciones de Derecho Público, el principio de
protección de la confianza legítima que ampara a los particulares frente al ejercicio
de funciones públicas y el respeto de las exigencias impuestas por las
formalidades legales que rigen los procedimientos de confección de documentos
públicos, son nociones enderezadas precisamente a la obtención de las referidas
finalidades de seguridad jurídica. Así lo estudiaremos al analizar el estatuto de los
documentos dotados de fe pública y de las documentaciones que son
confeccionadas durante el ejercicio de funciones públicas438.
Esto mismo explica por qué en nuestra opinión el principio de libertad de prueba
no elimina ni relativiza las exigencias formales de los documentos públicos. De ahí
la discrepancia con Taruffo y nuestra conclusión de que en el Derecho chileno los
procedimientos de creación de documentos públicos son vinculantes para las
partes y para el juez en un proceso civil. Recordemos que para Taruffo la libertad
de prueba permitiría sostener que estos procedimientos no tienen carácter
obligatorio, taxativo ni exclusivo en el ámbito procesal, motivo por el cual una
documentación que no ha sido elaborada con arreglo a las respectivas exigencias
legales podría de todos modos producir efectos probatorios en un juicio, como otra
clase de evidencia439. Reiteramos nuestro planteamiento diferente, que
desarrollaremos más adelante a la luz del criterio general consagrado en el art.
342 CPC. Al analizar la producción en juicio de esta evidencia, volveremos a decir
que la disposición del art. 342 CPC es una demostración de la legalidad probatoria
de los documentos públicos en este plano440.
Carnelutti pensó algo similar cuando se refirió al sentido que tiene la prueba
legal e indicó que en este caso lo que el sistema procesal pierde en justicia lo
recupera en certeza444.
Desde nuestro punto de vista, las medidas de eficacia legal de las pruebas
documentales públicas no están encaminadas a permitir un correcto
establecimiento de los hechos ni se basan en patrones de normalidad. A diferencia
de lo que propugnan autores como Furno y Jiménez Conde, pensamos que las
reglas legales aplicables a los documentos públicos carecen de sustento
empírico450.
Por lo mismo, creemos que no es del todo preciso el enfoque bajo el cual un
sector de la doctrina ha analizado el significado de este tipo de medidas legales,
en especial cuando se relaciona la prueba legal con las "máximas de la
experiencia". Las disposiciones de prueba legal, afirman algunos autores, serían
máximas de la experiencia consagradas por el legislador sobre la base de criterios
de normalidad generalmente aceptados451.
Con algún matiz, Montero Aroca sostiene que estas reglas son una positivación
de algunas máximas de la experiencia, que en la situación de la prueba
documental contribuyen a la seguridad del tráfico jurídico 452. Así, se consideran
dos perspectivas para justificar la legalidad de esta evidencia: una relativa a
criterios de razonamiento común que serían recogidos por el legislador (las
máximas de la experiencia), y otra referida a la estabilidad de los negocios
jurídicos sustantivos. Siguiendo una línea argumental similar, Palomo ha señalado
que el carácter de prueba legal de los documentos públicos se apoya en máximas
de la experiencia y criterios de razonabilidad recogidos por los textos normativos y
en necesidades de seguridad del tráfico453.
A esto se debe que Ferrajoli sostenga que "no existen, en rigor, pruebas
suficientes"454; que Taruffo señale que la racionalidad moderna se basa en la
lógica de la probabilidad, inspirada en criterios científicos y en el sentido común,
flexible y adaptable a las exigencias de la verdad empírica, todo lo cual es
inconciliable con la prueba legal elaborada durante la codificación, que pretendió
establecer respuestas únicas para el fenómeno probatorio 455; que Gascón Abellán
indique que las reglas de prueba legal desdibujan los modelos procesales
cognoscitivistas456; que Ferrer Beltrán concluya que las normas de prueba legal
sólo pueden tener una "fuerza prescriptiva" o "constitutiva" 457.
En definitiva, cuando decimos que los documentos públicos son pruebas legales
lo que hacemos es tomar partido por un valor jurídico que acompaña a estos
elementos desde que son creados en el ámbito de las relaciones de Derecho
sustantivo. Aquí, el principio de prueba libre y la finalidad de la verdad fáctica
ceden en favor de otro axioma relevante para el ordenamiento legal, que es el de
la seguridad del tráfico.
Del mismo modo se ha expresado Montero Aroca, afirmando que las reglas de
prueba legal aplicables a los documentos públicos son una forma de otorgar
seguridad a las relaciones jurídico-privadas y evitar futuros pleitos460.
Ahora bien, estos efectos son colaterales a los indicados antes. No son fines en
sí mismos, sino el resultado de la correcta utilización de los criterios normativos
que acompañan a las pruebas por documentos públicos. Pensamos, por
consiguiente, que no procede atribuir un carácter meramente simplificador a esta
legalidad probatoria, sobre todo si tenemos presente que en la apreciación de los
documentos públicos siempre será indispensable una tarea compleja, que por lo
general es obviada por los tribunales chilenos. Nos referimos a la interpretación
del contenido de los documentos públicos, que es un paso previo esencial y que
no se encuentra sujeto a los mecanismos legales de eficacia de estas probanzas.
1. Noción y elementos
Para obtener esta calidad, deben reunirse dos elementos copulativos: primero,
tienen que respetarse todas las exigencias relacionadas con la fe pública, la
función pública y las formalidades legales; segundo, deben cumplirse los
requisitos que estudiamos antes a propósito del contenido probatorio de esta clase
documental.
La idea se repite luego en los párrafos 43 y 44, en los que se describe a los
instrumentos públicos como "pruebas preconstituidas" y se les vuelve a reconocer
la aptitud para precaver conflictos y proteger derechos. En la primera parte del
párrafo 43 se consigna lo siguiente: "Se hacen obligatorios los instrumentos
públicos y privados (que un célebre publicista moderno ha llamado pruebas
preconstituidas) para ciertos actos y contratos que la ley no los exige hoy día". El
párrafo 44 expresa: "Es patente la utilidad de este género de pruebas para
precaver contestaciones y testigos, para proteger los intereses de los menores y
otras personas privilegiadas sin detrimento del crédito en cuyo fomento están
interesadas estas mismas personas como todas, y para desconcertar los fraudes
que a la sombra de sus privilegios se fraguan".
Ahora bien, el concepto expuesto corresponde a una de las posturas que existe
en relación con el alcance que tiene esta figura. Como dijimos, es una aplicación
de la teoría de Bentham sobre las pruebas preconstituidas. Pero es posible hallar
al menos otros tres criterios elaborados en la doctrina que tienen proyecciones en
el significado de la prueba documental pública. A continuación los explicaremos
sucintamente, para posteriormente analizar la importancia que atribuimos a esta
característica.
2. Criterios doctrinarios sobre el significado de la prueba preconstituida
De esta manera, lo central estaría dado por el destino para que son creadas las
pruebas: si han sido confeccionadas para servir de medios probatorios en un
juicio, merecen el calificativo de pruebas preconstituidas; en caso contrario, si el
propósito con el cual son confeccionadas es diverso, son pruebas casuales. Este
fue el planteamiento de Devis Echandía468, y en la doctrina nacional, es el enfoque
utilizado por Rodríguez Papic, Peñailillo y Paúl Díaz469.
En igual sentido se han manifestado autores como Silva Melero, Alsina, Ortiz
Navacerrada, Muñoz Sabaté y Comoglio471. En nuestra doctrina, pensaba de este
modo Anabalón en relación con los instrumentos públicos: pruebas
preconstituidas, decía, "son las instrumentales o por escrito y producidas con
anterioridad a la contienda"; el instrumento público, agregaba, "es un medio de
prueba, acaso el más importante de todos, por tratarse de una prueba
preconstituida"472. Carocca y Palomo se pronuncian en forma parecida473.
Fue lo que hizo ver Sentís Melendo bajo un argumento que ya hemos citado,
conforme con el cual todas las probanzas preexisten al proceso en calidad de
fuentes de prueba. En su parecer, todas las pruebas son "pre-constituidas" o, al
menos, "pre-existentes" como fuentes, y todas son simples o a constituir en el
proceso en su condición de medios probatorios. Ello, decía este autor, es aplicable
tanto a un testigo como a un documento, de modo que el término "prueba
preconstituida" se hace redundante y confuso, y la división entre aquélla y las
pruebas simples (o casuales o actuales) resulta inútil474.
Lo mismo han expuesto Montero Aroca y Butrón Baliña, sosteniendo que —en
definitiva— el concepto de prueba preconstituida es más bien una construcción
teórica sin repercusiones en la práctica judicial y probatoria475.
Bonnier señalaba que las pruebas pueden recibirse en juicio de dos maneras
principales: una ordinaria y otra revestida de ciertas condiciones que se exigen
imperiosamente para su validez. En el primer caso, la prueba, decía este autor,
puede llamarse simple, puesto que no tiene ningún carácter artificial; en el
segundo caso, es legal o preconstituida. Las pruebas preconstituidas, añadía, no
son más que la expresión del testimonio del hombre, revestido de ciertas formas.
"El testimonio de terceros, consignado en un acta auténtica, muy lejos de ser
sospechoso, como el testimonio oral propiamente dicho, es la prueba legal por
excelencia, en razón de la confianza que provoca el carácter del oficial público de
quien emana"480.
Claro Solar, por su parte, se refirió a las pruebas preconstituidas como aquellas
probanzas cuya confección reglamenta el Derecho Civil y cuya fuerza determina
esta misma rama jurídica, destacando de esta manera los elementos a los que nos
hemos referido precedentemente481.
3. Sentido teórico y práctico de esta característica
Ahora bien, no nos parece correcto definir esta característica a partir de las
presuntas intenciones con las cuales son elaborados los documentos públicos,
cuestión que en sí misma es sumamente compleja y de muy difícil concreción. De
hecho, al estudiar los problemas asociados a la interpretación y valoración del
contenido de esta prueba, propondremos utilizar un método objetivo conforme con
el cual lo fundamental consiste en el sentido que en sí mismo tiene esta evidencia
considerada en su integridad, y no tanto la intención con la cual las partes
otorgaron las respectivas documentaciones públicas482.
Esto mismo llevó a Gómez Orbaneja a poner en duda este criterio doctrinal.
"[N]o se nos ocurre al pronto pensar que todas esas gentes hacen esas cosas
para preparar —para preconstituir— la prueba de sus contratos o actos, sino
simplemente que están con ello formando sus contratos, constituyendo relaciones
jurídicas de todo orden y realizando actos de [D]erecho" 483. El punto no es si
existió o no ese propósito, pues —como hemos señalado— es posible que los
documentos públicos cumplan varias funciones a la vez. El asunto es buscar la
forma de armonizar estas funciones y de vincularlas con la prueba en juicio. Y eso
es lo que se logra cuando calificamos a los documentos públicos como pruebas
preconstituidas en el sentido expuesto.
Como acertadamente advierte Paúl Díaz, esta figura se presta para confusiones,
ya que por lo general la prueba se traslada de un juicio a otro a través de
documentos públicos, con lo cual podría pensarse que se trata de una especie de
prueba documental pública. En su opinión, lo único que acreditan los documentos
públicos en estos casos es la existencia de una prueba practicada en una causa
diversa, sin que ello los transforme en un medio probatorio que deba ser apreciado
como tal. Las pruebas trasladadas, dice Paúl Díaz, mantienen su propia
naturaleza y deben ser valoradas como tales, en la medida en que cumplan las
exigencias procesales básicas para que tengan eficacia en el juicio al que se
aportan (en especial, el respeto del contradictorio)488.
Esta figura se encuentra prevista en el art. 331 letra b) CPP, según el cual en la
audiencia de juicio oral es posible reproducir o dar lectura a registros en que
constaren anteriores declaraciones de testigos, peritos o imputados, cuando todas
las partes acuerden incorporarlos, con aquiescencia del tribunal. También puede
citarse el art. 315 inc. 2º CPP, que autoriza a presentar como pruebas periciales
los respectivos informes de alcoholemia, de ADN y de sustancias estupefacientes
o psicotrópicas, sin necesidad de la comparecencia y declaración del perito en la
audiencia de juicio oral. Esta norma precisa que se trata de una situación
"excepcional", y que si alguna de las partes lo solicita fundadamente, será
necesario que el perito concurra ante el tribunal a prestar declaración; dice la
norma que, en este último caso, "la comparecencia del perito no podrá ser
substituida por la presentación del informe".
En este mismo sentido, pueden citarse los arts. 49 inc. 3º ley Nº 19.968 de 2004
y 453 Nº 8 inc. 5º C del T, en los que se permite que las partes acepten los
informes periciales como evidencias idóneas y consientan en prescindir de la
declaración del perito en los juicios de familia y del trabajo, respectivamente. En
estas disposiciones, el supuesto es que las partes estén de acuerdo en aceptar las
evidencias y, además, que el tribunal apruebe esta decisión; de lo contrario, la
prueba es completamente inidónea y carente de todo mérito.
Una norma que puede servir de base a la solución propuesta es el art. 1209 C
de C, que regula una figura especial de los procedimientos para causas de
Derecho Marítimo denominada "prueba extrajudicial". Esta disposición permite que
las partes, de común acuerdo, practiquen diligencias probatorias en forma
extrajudicial, las que tendrán valor en estos procesos. El inciso cuarto, a su vez, se
refiere a la facultad del tribunal para ordenar la ratificación de estas evidencias, lo
que en nuestro concepto tiene por finalidad resguardar los derechos de las partes
y la calidad de la información495.
Sin perjuicio de lo anterior, tenemos que decir que en las hipótesis de validación
de prueba los documentos públicos no pierden su naturaleza probatoria, ya que en
tales casos se limitan a operar como registros de otras probanzas. Éstas, por lo
mismo, deben ser valoradas de acuerdo con el estatuto que les es propio, y no de
acuerdo con los parámetros de la prueba documental pública.
a) Enunciación
Según este criterio, la fe pública debe ser entendida como una certeza atribuida
por el ordenamiento legal a los documentos públicos. De manera que lo
verdaderamente importante es la eficacia inherente a la cosa (documento público),
asignada por la ley. La presencia física de ministros de fe, por tanto, no es un
presupuesto esencial507.
Otro autor que aplicó este criterio fue Fueyo, para quien la fe pública debía ser
concebida como la confianza, creencia y seguridad que entregan determinadas
entidades e instrumentos, públicos y privados, que permiten a los particulares
mantener a resguardo sus derechos. La fe pública, sostenía, se produce por
hechos o antecedentes determinados y calificados, que generan una creencia,
estimación, apreciación o persuasión, que a su vez es notoria, manifiesta,
divulgada y de conocimiento de todos. Por tal razón, existiría fe pública tanto en un
registro público a cargo de un notario, de un conservador de bienes raíces o de
otro ministro de fe, como en un registro llevado —con las debidas formalidades—
por una sociedad o una entidad privada. Lo realmente importante, concluía Fueyo,
es que la colectividad adquiera una confianza y tranquilidad en cuanto a la
protección de sus derechos528.
La fe pública es una institución jurídica, ya que puede ser ubicada en los dos
mencionados planos en forma alternativa, dependiendo del tipo de documento
público de que se trate. En algunos casos, la fe pública opera a través de la
actuación de ministros de fe, como ocurre con los instrumentos públicos y con las
escrituras públicas. En otros, lo hace mediante preceptos legales que rigen la
formación de documentos, como sucede —por ejemplo— con los documentos
electrónicos suscritos mediante firma electrónica avanzada.
Ante todo, lo que buscamos poner de relieve son las funciones que cumple esta
figura en la perspectiva probatoria de los documentos públicos. Más que la
presencia de los ministros de fe, lo que consideramos fundamental es la existencia
de estatutos legales cuyo objeto es regular la formación de documentos a fin de
dotarlos de legitimidad en su aspecto externo. Un enfoque similar al que se ha
empleado en la doctrina procesal para sostener el carácter institucional del
proceso jurisdiccional, entendiéndolo como una creación del Derecho para lograr
ciertos fines530. En la especie, los fines dicen relación básicamente con la
seguridad del tráfico jurídico, lo que —reiteramos— en el plano probatorio se
vincula ante todo con la autenticidad de los documentos públicos y la valoración
legal de éstos.
Podría ser, añade la sentencia, que "en estos tiempos un concepto semejante
fuese mirado como exagerado, extremo, demasiado absoluto. Empero, no es esa
sensación de mayor o menor desconfianza popular en determinados cometidos
públicos la que haya de servir de parámetro para la resolución de lo pendiente.
Esto exige buscar en el ordenamiento alguna luz que conduzca a la aprobación o
desaprobación de la tesis que viene de presentarse, es decir, que la ejecutividad
de un documento de aquellos a que se refiere el [art. 434 Nº 4 inc. 2º CPC] no
hace indispensable que el obligado lo rubrique en presencia física del notario ni
que éste deje en él estampada las razones a base de las cuales da fe de la
identidad" (c. 8º).
Según la Corte, los preceptos que resuelven el asunto son los arts. 401 Nº 10 y
425 COT, conforme con los cuales existen dos alternativas de autorización
notarial: con la presencia o sin la presencia del notario. "De no darse el contacto
real, material o físico entre ministros de fe y firmante, [aquél] está igualmente en
situación de autorizar la firma, siempre que le conste la autenticidad de la misma o
que de fe del conocimiento o de la identidad del signatario". Estos preceptos,
agrega, "no dejan dudas en cuanto a que forma parte legítima del trabajo de los
notarios públicos el autorizar firmas de personas cuya identidad y autoría les
consta, en ausencia de ellas" (c. 10º).
Hacemos notar que aunque, por una parte, la sentencia hace recaer el
virtuosismo de la fe pública en la figura del notario, por otra, acentúa la eficacia
que en sí mismo adquiere un documento autorizado notarialmente. La referencia a
la declaración de la Corte de Apelaciones de Santiago de 4 enero 1978 es una
manifestación de lo que estamos señalando, pues en ella se hacen expresas
alusiones a las medidas dispuestas por la ley, a la eficacia inherente a la fe
pública, a la autenticidad documental y a la certidumbre que conlleva el certificado
notarial.
Esto ha sido destacado por Etcheberry, quien afirma que para fines penales la fe
pública debe ser entendida como la seguridad del tráfico jurídico que se obtiene a
través de documentos públicos en virtud de expresas previsiones legales. Señala
que los casos regulados en el Título IV del Libro II del Código Penal se
caracterizan por tratarse de objetos que la ley ha ligado a ciertos efectos jurídicos
de obligatoriedad general, efectos que en la situación de los documentos públicos
dicen relación con la autenticidad y eficacia probatoria señalada por la ley. A falta
de mejor denominación, sostiene que puede llamarse tráfico jurídico al conjunto de
relaciones que nacen al amparo del orden legal y que desenvuelven armoniosa y
pacíficamente gracias a la eficacia de los símbolos materiales autenticados 545.
Esto permite trazar una línea divisoria entre las distintas clases de documentos
públicos, dado que, repetimos, en el ámbito de la valoración probatoria el modelo
de más elevado grado de eficacia normativa es el de tarifa legal. Nuestra
propuesta consiste, así, en que atendidas las mayores seguridades que rodean a
la fe pública, sean solamente los documentos públicos dotados de esta especial
cualidad los que admitan la aplicación de un estatuto legal tasado. Esto explica la
existencia de los arts. 1700 y 1706 CC, establecidos específicamente para los
instrumentos públicos y las escrituras públicas.
Por otra parte, y para mayor claridad, hay que decir que respecto de los
documentos públicos que son creados con motivo del ejercicio de funciones
públicas, y que no cuentan con fe pública, sólo son procedentes dos técnicas
legales de eficacia probatoria, consistentes en las ya referidas presunciones
legales simples y en las reglas de distribución de la carga probatoria.
1. Concepto y características
a) Definición
Los arts. 1699 inc. 2º CC y 403 COT consideran a la escritura pública como una
especie de instrumento público. El art. 1699 inc. 2º CC señala que el instrumento
"otorgado ante escribano e incorporado en su protocolo o registro público, se llama
escritura pública". El art. 403 COT indica que "escritura pública es el instrumento
público o auténtico otorgado con las solemnidades que fija esta ley, por el
competente notario, e incorporado en su protocolo o registro público". Estas
normas deben ser interpretadas en armonía con las explicaciones que dimos
acerca del sentido y alcance del art. 1699 inc. 1º CC, para de este modo concluir
que las referidas escrituras son documentos públicos que presentan las mismas
características de los instrumentos públicos, aunque con un contenido más
específico. Así lo señalaremos en el próximo apartado.
Por consiguiente, cabe afirmar que respecto de los instrumentos públicos y las
escrituras públicas, la fe pública interviene en un contexto especial, compuesto por
tres elementos fundamentales. Primero, esta cualidad es conferida por un ministro
de fe, a quien corresponde intervenir en el proceso de confección de tales
instrumentos y escrituras mediante la "autorización" del documento (o sea, la
certificación de su autenticidad). Segundo, el ministro de fe no concurre con su
voluntad a ejecutar o celebrar el acto o contrato contenido en el documento; su
función es consignar fielmente lo que exponen las partes otorgantes. Tercero, todo
el proceso de formación documental se encuentra sometido a "solemnidades
legales", que —de acuerdo con lo explicado— constituyen formalidades más
rigurosas.
En relación con lo anterior, hay que señalar que existen preceptos legales en los
que tales instrumentos y escrituras son exigidos como formalidades respecto de
actos, contratos y situaciones jurídicas a los que el legislador asigna especial
relevancia. Así ocurre en materia de reconocimiento de hijos no matrimoniales
(arts. 187, 190, 191, 192, 203 CC); en los acuerdos sobre el cuidado personal de
los hijos (art. 225 inc. 2º CC); en los acuerdos relativos a la patria potestad (arts.
244 y 245 CC); en el rubro de la propiedad y posesión de los bienes raíces (arts.
686, 688, 724, 728, 924 CC); en la aceptación de la herencia con beneficio de
inventario (art. 1253 CC); en las donaciones con causa onerosa (art. 1404 inc. 1º
CC); en el pacto de separación total de bienes o régimen de participación en los
gananciales (art. 1723 CC); en los contratos de compraventa de bienes raíces,
servidumbres, censos y sucesiones hereditarias (art. 1801 inc. 2º CC), de permuta
de bienes raíces o de derechos de sucesión hereditaria (art. 1898 CC), de
constitución de un censo (art. 2027 CC), de renta vitalicia (art. 2269 CC), y de
hipoteca (art. 2409 CC); en el pacto de retroventa de bienes raíces (art. 1882 CC);
en los resguardos previstos para la aplicación de preferencias en la prelación de
créditos (art. 2483 CC).
Esto explica por qué en la doctrina nacional se afirma que los instrumentos
públicos y las escrituras públicas constituyen la solemnidad por excelencia y más
importante en nuestro ordenamiento jurídico, y que, conjuntamente con ello, son la
prueba más fehaciente y sólida que contempla la legislación civil555.
De acuerdo con el art. 1701 inc. 1º CC, cuando los instrumentos públicos son
exigidos a título de solemnidad de actos y contratos civiles, estos documentos se
transforman en la única prueba admisible. La norma indica que "la falta de
instrumento público no puede suplirse por otra prueba en los actos y contratos en
que la ley requiere esa solemnidad; y se mirarán como no ejecutados o celebrados
aun cuando en ellos se prometa reducirlos a instrumento público dentro de cierto
plazo, bajo una cláusula penal: esa cláusula no tendrá efecto alguno".
Profundizando sobre lo que vimos al analizar el sentido que tiene este precepto
en relación con el contenido probatorio de los documentos públicos, podemos
señalar ahora que el art. 1701 inc. 1º CC puede ser considerado una restricción
probatoria especial en cuanto a la manera de acreditar los actos o contratos de
Derecho Civil. Según expusimos, este precepto consagra la máxima "los actos
solemnes se prueban a sí mismos", lo que quiere decir que la solemnidad tiene la
virtud de ser el único medio idóneo para comprobar la existencia del acto jurídico
sometido a la solemnidad556.
Por su parte, Peñailillo sostiene que, de acuerdo con el tenor del art. 1701 inc. 1º
CC y con sus antecedentes históricos, hay que concluir que para Bello la referida
máxima sólo se aplica a los casos en que la solemnidad consiste en un
instrumento público. De tal suerte que, en estricto sentido, si la solemnidad
consiste en un instrumento privado la regla no se aplica y, por lo mismo, el acto
podría demostrarse por otros medios558.
No nos corresponde pronunciarnos en este lugar sobre la última conclusión. Lo
que nos interesa subrayar es que, en cualquier caso, el art. 1701 inc. 1º CC
consagra una regla especial de admisibilidad en materia probatoria civil, de
acuerdo con la cual en las hipótesis ya mencionadas el único medio que puede
aceptarse en juicio es el instrumento público exigido por la ley a título de
solemnidad. Por consiguiente, en una causa civil una parte podría solicitar la
exclusión de otras evidencias destinadas a demostrar el respectivo acto o
contrato, basándose en las expresiones "no puede suplirse por otra prueba" y "no
ejecutados o no celebrados", empleadas por la precitada norma.
Los arts. 1699 inc. 2º CC y 403 COT consideran la escritura pública como una
especie de instrumento público. Así lo ha señalado la doctrina y la jurisprudencia.
Los autores han indicado que "la palabra instrumento público es más
comprensiva que escritura pública, la cual debe ser otorgada precisamente ante
un notario e incorporada en su protocolo"560; han precisado que de las definiciones
legales "se desprende que la escritura pública es un instrumento público, otorgado
por un notario con determinadas formalidades e incorporado a su protocolo" 561, y
han concluido que "el instrumento público es el género; la escritura pública es la
especie; de donde se deduce que toda escritura pública es un instrumento público,
pero no todo instrumento público es necesariamente una escritura pública" 562.
Entre los arts. 1699 inc. 2º CC y 403 COT existe una diferencia en lo tocante a la
participación que corresponde al notario en la formación de las escrituras públicas.
El art. 1699 inc. 2º CC se refiere a la escritura pública como un documento
otorgado "ante" notario; el art. 403 COT, en cambio, indica que aquélla es
otorgada "por" notario.
De acuerdo con la segunda norma, podría estimarse que los notarios son
ministros de fe llamados a otorgar escrituras públicas, lo que implicaría aceptar
que intervienen no sólo en la actividad de confección de este documento, sino
también en el acto jurídico contenido en él. No hay que olvidar que en rigor el
"otorgamiento" consiste en una declaración de voluntad en el marco de los actos y
contratos569. Y como el art. 403 COT indica que estas escrituras son "otorgadas"
por los notarios, entonces habría que aceptar que estos ministros de fe sí tienen
injerencia en la manifestación de voluntad. En cierto modo, es lo que admitía
Pescio al afirmar que es incuestionable que la escritura pública sea instrumentada
u otorgada y autorizada por un notario570.
En tal sentido, la redacción del art. 1699 inc. 2º CC es más precisa y resulta
concordante con el significado propio de los instrumentos públicos, que, como
hemos dicho, son "autorizados" y no "otorgados" por el competente funcionario. A
su vez, la redacción del art. 399 COT se aviene más con estas ideas
fundamentales, al expresar que los notarios son ministros de fe pública
encargados de "autorizar y guardar en su archivo los instrumentos que ante ellos
se otorgaren [...]".
Pensamos que tras la reforma introducida por la ley Nº 18.181 de 1982, lo antes
expuesto es más claro aún al haberse eliminado la competencia de los notarios
para redactar escrituras. Según han explicado Romero y Martínez, a efectos de
lograr un mayor dinamismo en el tráfico jurídico, la precitada ley modificó el
tratamiento de las escrituras públicas y, en general, de todos los documentos
notariales. Con la reforma, estos documentos quedaron exentos de una serie de
exigencias formales y de medidas heredadas de la legislación española, que en
concepto del legislador de 1982 eran innecesarias. De este modo, indican estos
autores, el documento notarial pasó a caracterizarse fundamentalmente por el
hecho de estar autorizado por el notario con arreglo a la ley572.
Esto explica por qué en nuestra opinión resultan inaplicables las explicaciones
elaboradas por la doctrina notarial española, acerca de la intervención que tienen
los notarios en el proceso de confección de documentos públicos, y más
específicamente en el asesoramiento de las partes en las manifestaciones de
voluntad que se consignan en ellos. Tales explicaciones se basan en la legislación
de este país, donde sí se reconoce a los notarios una función de colaboración y
guía574.
Por nuestra parte, somos del parecer que las escrituras públicas deben estar
sometidas al mismo estatuto que estudiamos para los instrumentos públicos,
razón por la cual el contenido de las mismas tiene que quedar acotado a actos
jurídicos y contratos de Derecho Privado, y, más específicamente, a negocios
patrimoniales. Es lo que aparecía de modo expreso en la fuente directa del art.
1699 inc. 2º CC, el art. 1200 del Proyecto de Código Civil español de 1852, donde
se disponía que la escritura pública era el instrumento público "en que se
consignan las obligaciones de los contrayentes y sus descargos" 581.
Es, además, lo que se colige de preceptos como los arts. 406, 407, 408 y 409
COT, en los que se hace referencia expresa a los "otorgantes" de las escrituras
públicas, y los distingue de los "comparecientes" y del "notario autorizante". Esta
distinción da a entender que en las escrituras públicas pueden intervenir distintas
clases de personas, pero sólo algunas de ellas pueden ser consideradas
"otorgantes", que son precisamente las que han concurrido con su voluntad en el
acto jurídico contenido en el documento.
Primero, para efectos de determinar los límites que hemos mencionado al tratar
el contenido probatorio de los documentos públicos. Sobre el particular, fijémonos
que un criterio lato como el de la sentencia de la Corte Suprema de 29 agosto
1958, podría dejar abierta la opción para que una parte extienda escrituras
públicas con contenido testimonial, a fin de generar una prueba y luego usarla en
un juicio. De acuerdo con la lectura que proponemos, esa escritura pública debería
carecer de toda validez y eficacia probatoria; se estarían infringiendo los arts. 1699
inc. 1º CC, y 403, 406, 407, 408 y 409 COT.
a) Es un documento privado
También se invoca un dato histórico relacionado con el actual art. 346 CPC. En
la sesión 18ª de 5 noviembre 1901, en el seno de la Tercera Comisión se discutió
acerca de la conveniencia de adoptar una decisión sobre las autorizaciones
notariales de documentos privados. En tal ocasión, el señor Vergara se refirió a la
utilidad de estimar como reconocidos los documentos privados que se firman ante
un notario, sobre todo en asuntos comerciales. Señaló al respecto, que esta era
una solución que estaba contemplada en la ley procesal alemana, donde tales
documentos eran considerados instrumentos públicos. El Presidente de la
República replicó a la anterior observación, y su respuesta fue consignada en los
siguientes términos: "S.E. observa que los notarios sólo pueden actuar como
ministros de fe en el ejercicio de las funciones que la [ley] les encomienda, [y] no
están autorizados por ella para servir en su carácter de tales como testigos de
instrumentos privados. Estima, en consecuencia, como los demás miembros de la
Comisión, que en el caso propuesto, la firma del notario no tiene más importancia
que la de un testigo particular"589.
Santa Cruz defendió la tesis contraria y sostuvo que en estos casos tiene lugar
un fenómeno que calificó como "conversión del instrumento privado en público";
de manera tal que la autorización notarial de firmas produce como efecto que ese
documento que originalmente fue privado adquiere la condición de instrumento
público. "El instrumento firmado ante notario público es un instrumento público. He
aquí un caso de un instrumento que por su forma inicial es simplemente privado y
que se convierte en público por el hecho de firmarse ante notario" 590.
La doctrina de Santa Cruz ha sido compartida por Capponi y Farren Cornejo 592,
pero no ha tenido recepción jurisprudencial explícita.
3.Razones que sirven de base para calificar a estos documentos como públicos
b) Las expresiones "autorizar" y "dar fe" de los arts. 401 Nº 10 y 425 inc. 1º COT
Los propios términos de los arts. 401 Nº 10 y 425 inc. 1º COT expresan la
presencia de fe pública en esta clase documental. En especial la frase contenida
en el segundo precepto: siempre que "den fe" del conocimiento o de la identidad
de los firmantes y dejen constancia de la fecha en que se firman.
Esto lo advertía el propio Paillás, quien, pese a concluir que los documentos
mantienen su condición privada, aludía a la necesidad de respetar el
procedimiento previsto por estas disposiciones a fin de no desvirtuar la fe
pública593. En este mismo sentido podemos citar la sentencia de la Corte Suprema
de 25 agosto 1997, que declaró la nulidad de una autorización notarial de firma en
la que no se dejó constancia de la fecha, como lo ordena la antedicha
disposición594.
c) Sentido de la frase "cuya firma aparezca autorizada por un notario" del art. 434
Nº 4 inc. 2º CPC
e) El art. 443 inc. 1º COT los asimila a los documentos públicos para efectos
penales
El art. 443 inc. 1º COT está orientado en esta dirección. Señala que "el notario
que incurriere en falsedad autenticando una firma en conformidad con el artículo
425, que no corresponda a la persona que haya suscrito el instrumento respectivo,
incurrirá en las penas del artículo 193 del Código Penal".
Las explicaciones que ha dado Guzmán Brito sobre esta norma esclarecen el
punto que comentamos, sobre todo en lo atinente al problema de la fecha de la
convención. Para el caso de la escritura pública, este autor señala que la fecha del
contrato de prenda sin desplazamiento será la de la solemnidad, por aplicación del
art. 1700 CC. Si la solemnidad consiste en el instrumento privado autorizado y
protocolizado notarialmente, hay que hacer distinciones. Señala que en esta
hipótesis la convención solemne ofrece dos fechas, una frente a terceros (la de la
protocolización) y otra entre las partes (la que registre el instrumento mismo). "Por
fecha del instrumento, empero, debe entenderse la que señale el notario que
autorizó las firmas de las partes, en la fórmula de autorización. Entretanto el
instrumento de la convención no sea mandado tener por reconocido [de acuerdo
con el art. 346 CPC], su fecha oponible entre las partes es, empero, la de su
protocolización"600. Este tipo de razonamiento no lo podemos sino vincular con los
efectos probatorios propios de los documentos públicos, que en cuanto a su
autenticidad presentan una autosuficiencia que los distingue de los documentos
privados.
Si bien los arts. 401 Nº 10 COT y 425 inc. 1º COT consagran un procedimiento
y, por ende, formalidades legales con arreglo a las cuales deben verificarse las
autorizaciones notariales, tales reglas no tienen la entidad para conformar
solemnidades en los términos del art. 1699 inc. 1º CC. No hay que olvidar que las
solemnidades son por definición figuras de Derecho estricto, por lo que no admiten
interpretaciones extensivas. Esto, por lo demás, fue enfatizado por el mismo Santa
Cruz601.
La precisión anterior tiene impacto en uno de los puntos que señaló este autor.
Él era de la opinión que el documento firmado ante notario debía tener el mismo
valor probatorio que corresponde a los instrumentos públicos, esto es, el fijado por
los arts. 1700 y 1706 CC602. No compartimos esta conclusión. En nuestro parecer,
la regla de valoración legal que corresponde aplicar en este caso está contenida
en el art. 425 inc. 1º COT, y específicamente en la frase "den fe del conocimiento
o de la identidad de los firmantes y dejen constancia de la fecha en que firman".
Según explicaremos, esta es una fórmula que corresponde calificar como una
presunción legal simple y no como una tasación legal. Además, debe aplicarse
solamente a la autenticidad, que es el concepto al que aluden las dos normas
aplicables al caso (arts. 401 Nº 10 y 425 inc. 1º COT)603.
Lo que ocurre es que tras la reforma introducida por la ley Nº 18.181 de 1982, la
legislación notarial chilena varió en relación con sus precedentes históricos e
incorporó una nueva forma de concebir la función notarial. De acuerdo con lo que
hemos explicado, estos cambios estuvieron dirigidos a dinamizar el tráfico jurídico
a través de la concurrencia de la fe pública como institución jurídica, en un
contexto en el que la actividad de los notarios tiene como objeto esencial el de
autenticar documentos.
Con todo, hay que advertir que el inciso segundo del art. 345 bis CPC contempla
un texto que no se aviene cabalmente con lo que estamos señalando. Indica que
"las certificaciones oficiales que hayan sido asentadas sobre documentos
privados, tales como menciones de registro, comprobaciones para la certeza de
una fecha y autenticaciones de firmas, podrán presentarse legalizadas o con
apostillas otorgadas, con arreglo al artículo precedente y a éste, respectivamente.
Pero en estos casos la legalización o apostilla sólo acreditará la autenticidad de la
certificación, sin otorgar al instrumento el carácter de público". En nuestra opinión,
esta disposición debe ser interpretada en concordancia con las otras normas que
citamos, para no incurrir en contradicciones. De esta manera, si un documento
cuenta con una autorización notarial de firmas, puede perfectamente ser
encasillado dentro de la categoría de los "documentos notariales" a los que alude
el art. 1º letra c) de la convención, o de documento privado con firma "autenticada"
(art. 1º letra d), y, en cuanto, tal admite la calificación de documento público para
los fines de aquélla, lo que también es aplicable a los efectos de la prueba en los
juicios civiles.
El único efecto que genera esta certificación es permitir contar con más
ejemplares de un documento. Pero en el resto, la situación se mantiene intacta.
Por eso, en caso de acompañarse a un juicio una copia certificada de un
documento privado, éste deberá ser reconocido de acuerdo con el art. 346 CPC
para adquirir eficacia probatoria.
En suma, los "testimonios" del art. 425 inc. 2º COT corresponden a lo que
Carnelutti llamaba "documento de documento". Decía este autor que para explicar
el concepto de la copia documental, en ocasiones se acude a la noción de
testimonio, lo que constituye un error teórico, ya que la copia siempre es un
documento. "La copia sólo puede ser un documento, puesto que no es un acto,
sino un objeto y puesto que, por otra parte, su formación tiene lugar en presencia y
no en ausencia del hecho representado. Un acto es, desde luego, la declaración
de conformidad de la copia con el original (verdad de la copia), pero ésta no puede
confundirse con la copia, aun cuando con frecuencia se la documente sobre la
copia misma, ya que, en todo caso, se trata de una declaración constitutiva y de
una declaración testimonial"611.
1. Definición y regulación
Pensamos que las actas notariales de percepción deben ser calificadas como
documentos públicos atendida la presencia de fe pública. Los arts. 399 y 401 Nº 6
COT permiten afirmar que en todos los supuestos en que los notarios extienden
actas en asuntos que se encuentran dentro del marco de sus atribuciones
intervienen en condición de ministros de fe pública y de tal manera imprimen esta
cualidad a los respectivos documentos.
El art. 399 COT señala que "los notarios son ministros de fe pública encargados
de autorizar y guardar en su archivo los instrumentos que ante ellos se otorgaren,
de dar a las partes interesadas los testimonios que pidieren, y de practicar las
demás diligencias que la ley les encomiende". Las actas las podemos incluir en la
frase genérica "dar a las partes interesadas los testimonios que pidieren" y en la
facultad para "practicar las demás diligencias que la ley les encomiende". Esto lo
complementa el ya citado precepto del art. 401 Nº 6 COT, de acuerdo con el cual
los notarios están facultados para "dar fe de los hechos para que fueren
requeridos".
3. Exigencias formales
Por tales motivos, más adelante señalaremos que, en principio, un acta notarial
que se limita a consignar las declaraciones de un testigo carece de validez y
eficacia probatoria en un juicio civil.
Ahora bien, hay que señalar que en ocasiones el legislador permite que el
notario intervenga en diligencias probatorias a fin de crear pruebas documentales
públicas en el marco de un juicio. Los arts. 281 y 565 CPC son algunos ejemplos,
y a ellos nos referiremos más adelante al tratar los "certificados" como
documentos públicos judiciales (art. 427 inc. 1º CPC) y la producción en juicio de
esta prueba624. Si bien es cierto que en estas hipótesis hallamos actas notariales,
corresponde a una modalidad especial de documento público que es generado en
una causa, previa orden del juez. Las actas notariales a las que nos estamos
refiriendo en este lugar son documentaciones elaboradas a solicitud de interesado
(no en cumplimiento de un decreto judicial) y en ámbitos extrajudiciales (no en el
marco de la tramitación de un proceso jurisdiccional).
Con base en estos parámetros, Gaete ha postulado que estas narraciones están
sometidas a ciertas exigencias básicas. Tienen que ser objetivas, vale decir,
exentas de apreciaciones subjetivas o juicios del valor del notario. Deben
practicarse ex officio por el ministro de fe, y evitar que éste se transforme en un
mero interlocutor de la parte interesada; o sea, no pueden ser inducidas. Deben
presentar autonomía respecto de los intereses del requirente y, por lo mismo, no
está permitido que el ministro de fe parcialice el relato. Tomando como pauta la
norma del art. 404 COT, Gaete señala que la narración debe ser redactada en
idioma castellano, en estilo claro y preciso, y sin espacios en blanco626.
A lo dicho podemos añadir que esta narración debe cumplir con la norma del art.
428 COT, según la cual "las palabras que en cualquier documento notarial
aparezcan interlineadas, enmendadas o sobrepasadas, para tener valor deberán
ser salvadas antes de las firmas del documento respectivo, y en caso de que no lo
sean, se tendrán por no escritas".
La última exigencia está compuesta por la data y la firma del notario. Gaete
propone basarse en el art. 405 COT para sostener que las actas deben expresar
el lugar y la fecha en que se extiende, y la individualización del notario. En cuanto
a la firma, estima que ésta es indispensable para autorizar el acta como
documento investido de fe pública627.
Compartimos estas apreciaciones, las que podemos complementar con una idea
general relativa al sentido intrínseco de la intervención del ministro de fe en este
tipo de actuaciones. A la luz del art. 401 Nº 6 COT, pensamos que es
indispensable que el notario consigne los antedichos datos, ya que es la única
forma de "dar fe de los hechos". Asimismo, en mérito del tenor del mismo
precepto, estimamos que es fundamental que se singularice a las personas que
han solicitado la intervención del ministro de fe. La disposición, efectivamente,
indica que la atribución del notario es dar fe de los hechos "para que fueren
requeridos". No siendo indispensable la firma de los solicitantes, sí nos parece
esencial que se individualicen las personas requirentes, cuando menos con el
nombre y cédula de identidad.
Por nuestra parte, estimamos que en situaciones como las descritas lo que
existe es una modalidad especial de prueba documental pública, la que —por lo
mismo— tiene que ser valorada como tal. De modo que no es necesario recurrir al
método probatorio de las presunciones judiciales ni al concepto de las pruebas
indiciarias, puesto que se reúnen los presupuestos propios de los documentos
públicos como fuentes y medios probatorios. Nos encontramos con cosas
representativas (fotografías) y con fe pública (expresada en el texto del acta
redactado por el notario).
La ley chilena guarda silencio sobre la posibilidad de que las actas notariales
estén acompañadas de documentaciones anexas. Para Gaete, dado que el
legislador no lo prohíbe, y teniendo presente que esta es una buena forma de
complementar la actuación notarial, cabe admitir que el acta esté integrada por
elementos descriptivos como planos, diseños, certificaciones y fotografías. Gaete
va más allá, y concibe la posibilidad que se incluyan informes periciales y
declaraciones testimoniales637.
Esto busca impedir que desvirtúe la actividad probatoria que en estricto sentido
debe practicarse en sede jurisdiccional. Tal como hemos señalado, en situaciones
de urgencia las partes pueden acudir al mecanismo procesal de anticipación de
pruebas, que en la ley chilena podemos relacionar con las medidas prejudiciales
probatorias previstas en el art. 281 inc. 1º CPC. Si el asunto ocurre durante un
proceso, lo que corresponde es pedir una inspección personal del tribunal (art. 403
CPC) o una certificación por ministros de fe de acuerdo con el art. 427 inc. 1º
CPC.
1. Definición y regulación
Las normas atingentes son los incisos primero y tercero del art. 430 COT, donde
se detallan los requisitos particulares de esta acta. En el primer inciso se indica lo
siguiente: "Todo notario llevará un libro repertorio de las escrituras públicas y de
documentos protocolizados en el que se dará un número a cada uno de estos
instrumentos por riguroso orden de presentación". El inciso tercero señala:
"Tratándose de los documentos protocolizados, se dejará constancia de la fecha
en que se presenten, de las indicaciones necesarias para individualizarlos, del
número de páginas de que consten y de la identidad de la persona que pida su
protocolización".
En segundo lugar, la ley hace referencia a los "efectos legales" que produce la
protocolización, lo que sumado al antecedente anterior permite afirmar que estos
documentos tienen reconocida una determinada eficacia. El art. 415 inc. 2º COT
indica que para que la protocolización "surta efecto legal", deberá dejarse
constancia de ella en el libro repertorio el día en que se presente el documento, en
la forma establecida en el art. 430 del mismo Código. El art. 416 COT señala que
determinados documentos "no pueden protocolizarse, ni su protocolización
producirá efecto alguno [...]". El art. 419 COT consagra una regla especial a
propósito de la fecha de estas documentaciones: "Sin perjuicio de lo dispuesto en
el artículo 1703 del Código Civil, la fecha de un instrumento protocolizado se
contará respecto de terceros desde su anotación en el repertorio con arreglo al
presente Código".
Ni siquiera tratándose de los casos del art. 420 COT se acepta que la
protocolización tenga la aptitud para transformar en público a un documento, pese
a la redacción que tiene el encabezado de la disposición. Según esta disposición,
los documentos señalados en los cinco numerales del art. 420 COT "una vez
protocolizados, valdrán como instrumentos públicos".
Santa Cruz decía que esta oscura norma (se refería al art. 33 del llamado
"Código del Notariado", que antecedió al art. 420 COT y que tenía el mismo texto)
da a entender que en estas hipótesis los documentos privados se convertirían en
públicos una vez protocolizados, lo que es incorrecto, ya que todas ellas dicen
relación con instrumentos públicos, respecto de los cuales la ley prevé esta
medida especial para obtener mayores resguardos. En cuanto a los instrumentos
extendidos en el extranjero a los que se refiere en numeral 5, Santa Cruz sostenía
que solamente podía referirse a instrumentos públicos otorgados en otro país; y en
relación con las "transcripciones" y "traducciones" efectuadas por intérpretes
oficiales o peritos nombrados por el juez (que también son mencionadas por el
numeral 5), señalaba que la conclusión era la misma, pues en ambos supuestos
se trata de documentos públicos650.
En similares términos se pronunció Ducci: "El art. 420 COT enumera una serie
de instrumentos que, según dispone, una vez protocolizados valdrán como
instrumentos públicos. Es lo que impropiamente se ha llamado la conversión del
instrumento privado en público [...]. Si la analizamos, vemos que todos los casos
que enumera se refieren a instrumentos públicos, como lo son el decreto del juez
que ordena protocolizar un testamento, o la legalización de instrumentos
otorgados en el extranjero. En realidad la disposición citada ha exigido para la
validez de los instrumentos públicos que señala un requisito más, cual es su
protocolización"651.
Rioseco sostiene algo parecido: "Si se analizan los instrumentos que, conforme
[con el art. 420 COT], valen como instrumentos públicos una vez protocolizados,
puede observarse que todos ellos son instrumentos públicos porque están
autorizados con las solemnidades ante competente funcionario, y solamente se ha
agregado como requisito de su valor probatorio de tales la protocolización, para la
debida custodia del documento que carece de original en un registro" 652.
Otros autores, como Rodríguez Papic, Carocca, Figueroa Yávar y Morgado San
Martín, aunque sin atribuirle la calidad de documento público, destacan los efectos
prácticos que genera la protocolización653. E, incluso, en el caso de Carocca se
hace expresa alusión a la eficacia que adquieren estas documentaciones en
cuanto a su valor probatorio en rubros como la fecha cierta respecto de terceros,
la custodia y la protección.
Conocemos una sola opinión en sentido contrario en cuanto a los efectos que
produce la protocolización en la naturaleza de los documentos. Fue expuesta por
Macaya. Pero se trata de una mera afirmación carente de fundamentos. Se limitó
a señalar que los instrumentos protocolizados, siendo en su origen privados,
pasan a adquirir los caracteres de públicos desde el momento en que son
agregados por el notario al final del protocolo654.
a) Explicación
En cuarto lugar, tal como hemos indicado al estudiar las actas notariales,
pensamos que, desde el punto de vista institucional de la fe pública, resulta
admisible que los documentos públicos se formen en etapas sucesivas. Puede ser
que en un primer momento surjan como documentos privados y que, por ende, la
actividad de documentación esté desprovista de fe pública. Pero el sentido
institucional de ésta, y su orientación eminentemente autenticadora, permite
concebir que se abra una segunda fase, destinada justamente a atribuirle eficacia
al documento en cuanto a su autenticidad.
La solución que proponemos no conlleva una mutación tan extrema como la que
preocupaba a Santa Cruz. El documento protocolizado no se convierte en
instrumento público; no hace plena prueba de acuerdo con los arts. 1700 y 1706
CC.
Las expresiones críticas de Núñez Lagos son una buena demostración de que el
problema final atañe al contenido de los documentos protocolizados, lo que desde
la óptica de la prueba se refiere a la veracidad de los hechos consignados en
aquéllos. Asimismo, y en íntima conexión con lo dicho, el asunto se dirige a la
injerencia que tiene el fedatario en la conformación de dicho contenido. "En la
mera protocolización de documentos, la función del notario frente a la contratación
ha sufrido un cambio de naturaleza. En las escrituras públicas, redactando el
contenido, el notario desempeña una función interna, endógena y coetánea al
contrato, aun cuando este contrato, como sucede en la elevación a escritura
pública de documentos privados, tenga por objeto un consensus sobre una
convención. En la protocolización, el notario, respecto del contrato, tiene una
postura externa, posterior y superpuesta. Su actividad y la fe pública se concretan
en sus 'declaraciones de verdad' en el texto del acta, que como tal acta se
circunscribe a la esfera de los 'hechos'"662.
Ninguna de las dos materias mencionadas altera lo que hemos señalado. Por
una parte, la eficacia de la protocolización la circunscribimos a la autenticidad; por
otra, la intervención del notario la situamos en el contexto propio de la función que
tienen estos ministros de fe en la legislación imperante, en la que —según hemos
podido comprobar— el énfasis está puesto en la labor autenticadora de
documentos y no en la intervención en la determinación del contenido de ellos. En
otras palabras, nuestra propuesta no importa una minusvaloración de la fe pública
notarial, sino —al revés— un fortalecimiento de las funciones que propiamente
está llamada a cumplir en el ámbito de las relaciones jurídico-privadas y, en
especial, en el plano de las pruebas civiles.
El conjunto de medidas impuestas por las citadas normas, y por el resto de las
disposiciones legales y reglamentarias, da lugar a la fe pública institucional que
hemos definido en este trabajo. La certificación que exigen los preceptos para la
firma electrónica avanzada es una medida concreta que permite vincular el
registro documental con un único sujeto y con los datos contenidos en aquél, sin
que pueda desconocerse la autoría ni la integridad del documento.
a) En el comercio electrónico
Esto también rige en los procesos civiles a partir de la reforma introducida por la
ley Nº 20.886 de 2015, y de los auto acordados de la Corte Suprema contenidos
en las Actas CS Nº 37-2016 y 71-2016 (con vigencia en todo el país desde el 18
diciembre 2016). La finalidad general de esta nueva normativa es mejorar la
gestión en la tramitación de los procesos jurisdiccionales escritos, a través de la
regulación de la equivalencia funcional entre el soporte electrónico y el soporte de
papel en la tramitación de las causas sometidas al principio de escrituración. La
regulación gira en torno a dos figuras centrales: la "carpeta electrónica" y las
"actuaciones judiciales suscritas mediante firma electrónica avanzada", que
permite dotar de fe pública a los actos procesales escritos en soporte electrónico.
De acuerdo con esta nueva regulación, "las resoluciones y actuaciones del juez,
del secretario, del administrador del tribunal y de los auxiliares de la administración
de justicia serán suscritas mediante firma electrónica avanzada" (art. 4º ley
Nº 20.886; art. 169 CPC). Como se aprecia, es la firma electrónica avanzada la
que confiere fe pública a estas actuaciones y, por esto mismo, no se hace
necesaria la autorización de un ministro de fe, lo que es una demostración más del
sentido objetivo-institucional que atribuimos al citado atributo documental. De ahí
la reforma al art. 61 CPC. En cuanto al punto, además, el art. 9º del Acta CS
Nº 37-2016 señala que "las copias autorizadas de las resoluciones y actuaciones
del proceso serán obtenidas de la Oficina Judicial Virtual" (sello de autenticidad),
ratificando lo que hemos dicho.
c) En la actividad probatoria
En igual orden de ideas, este autor piensa que deben considerarse otras formas
de identificación del autor de los documentos, destacando los llamados "métodos
biométricos", que en su parecer podrían brindar máximas certezas. Ello, dice
Nieva Fenoll, permitiría en algún momento hacer inútil la distinción entre
documentos públicos y privados, al menos a efectos probatorios. Afirma que si la
firma electrónica con métodos biométricos del documento tiene total fidelidad,
resultaría poco comprensible añadir la garantía de un notario que dé fe de algo
que ya la tiene por sí mismo682. Sostiene que en el futuro deberían desaparecer
las normas legales sobre valor probatorio de todos los documentos públicos, en la
medida en que se perfeccionen los métodos tecnológicos de registro y
reproducción de imágenes. Se confiará —señala— en aquello que haya quedado
filmado, y si se producen dudas sobre la autenticidad de la filmación, se acudirá a
un dictamen pericial683.
Una interpretación armónica del art. 342 Nº 6 CPC con las normas legales y
reglamentarias que citamos antes de permite arribar a la conclusión que lo que
hizo el legislador del año 2007 fue consagrar una modalidad de prueba
documental pública en soporte electrónico acompañada de fe pública. En otras
palabras, ha establecido un solo estatus procesal y probatorio para todos los
documentos electrónicos suscritos mediante firma electrónica avanzada. La fe
pública, entendida en el sentido institucional, reposa en una figura legal especial
llamada precisamente "firma electrónica avanzada". Esto sirve de fundamento a
las reglas probatorias del art. 5º ley Nº 19.799 de 2002.
Desde nuestro punto de vista, lo que existe en esta regulación es una modalidad
de prueba documental pública que tiene distintos grados de eficacia legal698. Y si
bien la técnica legislativa no ha sido del todo satisfactoria, nos parece que sí ha
existido una coherencia en cuanto al tratamiento que merece esta nueva forma
documental en la que interviene una moderna expresión de fe pública. Nótese la
simetría entre el caso del art. 5º Nº 2 ley Nº 19.799 de 2002 y la interpretación que
hemos propuesto en este capítulo respecto de los documentos con firmas
autorizadas notarialmente y de los documentos protocolizados.
Estimamos que al igual que en el caso de las actas notariales y los documentos
protocolizados, en los que concebimos la posibilidad que la fe pública integre y
aglutine varios documentos y les entregue autenticidad a todos ellos, en hipótesis
como las antes expuestas podría admitirse que tal vinculación de documentos
tenga lugar a partir de las seguridades que proporciona la firma electrónica
avanzada. En cualquier caso, debemos aclarar que en este caso la fuerza
probatoria se deberá concentrar primordialmente en el documento escrito, ya que
es sobre este objeto específico sobre el que interviene la fe pública (firma
electrónica avanzada). Los registros de conversaciones telefónicas vienen a
constituir, en definitiva, un complemento del documento público electrónico y, para
fines probatorios, pueden servir para clarificar los términos del acuerdo.
En cierta medida, la opción que comentamos ha sido explícitamente
considerada por la ley Nº 20.886 de 2015, que al modificar el art. 61 CPC
incorporó el siguiente inciso final: "En los casos de contarse con los recursos
técnicos necesarios, podrán registrarse las audiencias en que participe el tribunal
mediante audio digital, video u otro soporte tecnológico equivalente, el que se
agregará a la carpeta electrónica inmediatamente". Esta norma, que morigera los
principios de escritura y mediatez, acepta amparar registros de voz e imagen a la
firma electrónica avanzada que está presente en las actuaciones judiciales.
Volveremos sobre esta norma más adelante.
1. Definición y regulación
El art. 177 inc. 1º C del T indica lo siguiente: "El finiquito, la renuncia y el mutuo
acuerdo deberán constar por escrito. El instrumento respectivo que no fuere
firmado por el interesado y por el presidente del sindicato o el delegado del
personal o sindical respectivos, o que no fuere ratificado por el trabajador ante el
inspector del trabajo, no podrá ser invocado por el empleador". El inciso segundo
agrega: "Para estos efectos, podrán también actuar como ministros de fe, un
notario público de la localidad, el oficial del registro civil de la respectiva comuna o
sección de comunas o el secretario municipal correspondiente". El inciso octavo
establece que "el finiquito ratificado por el trabajador ante el inspector del trabajo o
ante alguno de los funcionarios a que se refiere el inciso segundo, así como sus
copias autorizadas, tendrá mérito ejecutivo respecto de las obligaciones
pendientes que se hubieren consignado en él".
2. Naturaleza documental del finiquito laboral
En el art. 317 Nº 1 LEC Nº 1/2000, se califica como documento público para los
fines de la prueba en juicio a las "resoluciones y diligencias de actuaciones
judiciales de toda especie y testimonios que de las mismas expidan los secretarios
judiciales". Montero Aroca señala que, en estricto sentido, estos documentos
deben recibir el nombre de "testimonios", cuya principal característica está dada
por la fe pública judicial que los acompaña a consecuencia de la autorización del
secretario judicial709. Serra Domínguez, por su parte, sostenía que esta clase de
documentos públicos solamente tienen fuerza probatoria fuera de los juicios en los
que son confeccionados, tal como lo ha declarado la doctrina jurisprudencial
española, que excluye los documentos judiciales a efectos de acreditar un error de
hecho en la apreciación de las pruebas. Afirmaba, así, que estos documentos
carecen de eficacia probatoria en el propio proceso en que se elaboran, pero
pueden tenerla en otros procesos distintos710.
En nuestra doctrina y jurisprudencia estos documentos generalmente son
calificados como "instrumentos públicos", a la luz del art. 1699 inc. 1º CC, lo que
en nuestro concepto es un error, por las razones ya dadas711. Las normas que
consideramos atingentes están contenidas en los arts. 61 CPC, 379 COT, 380
Nºs. 2 y 4 COT, 389 G COT y 390 COT. En materia probatoria, las principales
reglas están consagradas en los arts. 342 Nº 5 CPC y 427 CPC, a las que pueden
sumarse otros preceptos complementarios como los arts. 281 y 565 CPC.
Actualmente, a raíz de la reforma introducida por la ley Nº 20.886 de 2015, los
preceptos citados deben ser relacionados con la firma electrónica avanzada, tal
como aparece expuesto en el art. 4º de dicho cuerpo legal, y en los actuales arts.
61 y 169 CPC; vale decir, fe pública en un sentido objetivo e institucional.
En forma previa, nos parece necesario volver sobre una cuestión que podría
prestarse para interpretaciones erradas, y que dice relación con la ya enunciada
diferenciación entre actos documentados a través de documentos públicos y
prueba documental pública. Tal como señalamos al estudiar los límites del
contenido probatorio de los documentos públicos, una documentación que
contiene otras probanzas no modifica su estatuto original ni se transforma en
prueba documental pública. El acta de prueba testifical que es extendida y
autorizada por un receptor judicial de acuerdo con el art. 370 CPC (relacionado
con el art. 390 inc. 2º COT) es un documento público judicial investido de fe
pública. También lo es el acta donde consta la diligencia de absolución de
posiciones (arts. 395 CPC y 390 inc. 2º COT) y el acta de inspección personal del
tribunal (arts. 407 CPC y 379 COT). Pero en ninguna de estas situaciones tales
documentos constituyen pruebas documentales públicas. Estos documentos
judiciales son nada más que el continente de otras probanzas, las que —por lo
mismo— mantienen su naturaleza y su propia fisonomía713.
a) Noción y requisitos
Son documentos públicos producidos dentro de una causa y que están llamados
a generar efectos probatorios únicamente en ella. Es lo que se desprende de la
frase "que el tribunal mande agregar durante el juicio", y así lo entendió la Corte
de Apelaciones de Valdivia en sentencia de 16 noviembre 1957, por la cual negó
la calidad de prueba documental pública a certificados de actuaciones practicadas
en otros expedientes, suscritas por el secretario del tribunal716.
Para que tenga validez es indispensable una orden judicial previa decretada con
citación (art. 324 CPC en relación con los arts. 69 y 795 Nº 6 CPC). Así lo ha
entendido la doctrina717.
Ahora bien, deben ser copias autorizadas por el secretario del tribunal u otro
funcionario competente, y sacadas de los originales o de copias que hagan fe
respecto de la parte contraria. Las expresiones empleadas por la norma
("autorizadas", "sacadas", "secretario del tribunal", "funcionario competente")
restringen el alcance de la diligencia, que solamente podrá recaer sobre
documentos públicos extendidos por ministros de fe, a quienes corresponderá
autorizar las copias en cuestión; no se extiende a otras clases de documentos
públicos. Como sostuvo Anabalón, el art. 342 Nº 5 CPC no puede ser interpretado
de forma tal que implique una violación de las competencias de cada ministro de
fe. Según este autor, estos testimonios deben ser dados por los ministros de fe
encargados de los repertorios, protocolos, registros o procesos, o por el
funcionario público competente a cuyo cargo también se hallare la respectiva
documentación, o por el secretario del tribunal respecto de los antecedentes que
obran en su oficina bajo su custodia. "Porque es oportuno recordar que no hace fe
o carece de valor en juicio la copia de cualquier instrumento autorizado por un
funcionario hábil que no sea, precisamente, el mismo que autorizó el original o que
conserva éste en su poder, en ejercicio de sus propias funciones" 721.
a) Noción y requisitos
El art. 427 inc. 1º CPC establece lo siguiente: "Sin perjuicio de las demás
circunstancias que, en concepto del tribunal o por disposición de la ley, deban
estimarse como base de una presunción, se reputarán verdaderos los hechos
certificados en el proceso por un ministro de fe, a virtud de orden de tribunal
competente, salvo prueba en contrario". Esta norma cabe relacionarla con los arts.
281 y 565 CPC, con base en los cuales podemos afirmar que esta diligencia
probatoria tiene un carácter excepcional, limitado nada más que a situaciones
fácticas de urgencia que están teniendo lugar en el preciso momento en que el
tribunal ordena la confección de la certificación.
Algunos autores estiman que los certificados del art. 427 inc. 1º CPC
corresponden a "instrumentos públicos", dado que se ajustan a la definición
del art. 1699 inc. 1º CC. Así opinó Santa Cruz y es lo que concluye Rioseco 725. Lo
mismo hallamos en una sentencia de la Corte Suprema de 20 agosto 1971, según
la cual "la certificación que expida el secretario del tribunal, relativamente a un
hecho de ese oficio, mediando decreto judicial, tiene las condiciones que la ley
requiere para que sea estimado como instrumento público o auténtico, toda vez
que —por referirse a un hecho relacionado con la materia y en el lugar donde
ejerce tal funcionario— su certificado resulta ser un instrumento 'autorizado con las
solemnidades legales por el competente funcionario'; y es por ello que imprime fe
pública"726.
Bajo este razonamiento, Santa Cruz sostuvo que la regla probatoria del art. 427
inc. 1º CPC tiene el mismo sentido que la consagrada en el art. 1700 inc. 1º CC.
Así, decía que estas certificaciones eran un "instrumento público especial",
respecto del cual la ley indica que los hechos objeto de aquéllas "se reputan
verdaderos". Esta expresión —señalaba— no ha innovado en forma alguna
respecto de las normas generales que rigen todos los instrumentos públicos,
puesto que la expresión "se reputan verdaderos" del art. 427 inc. 1º CPC equivale
a la fórmula "que hace plena fe" del art. 1700 inc. 1º CC727.
Existe una tercera forma de interpretar esta disposición, que fue expuesta por
Rodríguez Papic731 y ha sido utilizada por la jurisprudencia en algunos casos 732.
Consiste en calificar a esta probanza como una "base de presunción judicial", esto
es, como un elemento que puede considerar el juez para construir una presunción
judicial y de este modo dar por establecido un hecho. Mediante sentencia de 14
mayo 2001, la Corte de Apelaciones de San Miguel expuso en toda su dimensión
esta lectura de la norma: "Como lo dispone el [art. 86 CT], el funcionario
fiscalizador tiene el carácter de ministro de fe, de modo que lo que atestigua en
sus denuncias e informes tiene el valor probatorio que le asigna el [art. 427 CPC],
es decir, debe reputarse verdadero, toda vez que constituye la base de una
presunción judicial; sin embargo, la fuerza de convicción de esta presunción debe
ser apreciada de acuerdo con las reglas de la sana crítica"733.
La otra manera de analizar esta materia es la propuesta por Paillás, con quien
coincidimos. Como hemos visto, este autor sostiene que además de los
instrumentos públicos regulados por los arts. 1699, 1700 y 1706 CC, cuyo
contenido recae sobre actos jurídicos privados, es posible encontrar otros tipos de
documentos públicos que emanan de autoridades o funcionarios públicos, en los
cuales se consignan actuaciones propias de las funciones ejecutadas por
aquéllos. Una de estas situaciones es la regulada por el art. 427 inc. 1º CPC, que
determina una fuerza probatoria distinta a la tarifa legal consagrada en los arts.
1700 y 1706 CC. La eficacia, señalaba este autor, es de una presunción de verdad
que es simplemente legal y que, por ello, admite prueba en contrario; no se aplica,
por tanto, la tarifa legal prevista por las disposiciones civiles734.
Es necesario aclarar, además, que en rigor no estamos frente a una prueba por
presunciones legales, como lo señalaban Pascal y Anabalón. En primer lugar, en
estricto sentido las presunciones legales no son pruebas, sino normas legales que
ordenan dar por establecidos determinados hechos sin necesidad de pruebas. En
segundo lugar, porque en este caso —reiteramos— lo que hallamos es una
técnica legislativa destinada a dar una determinada eficacia a una prueba,
compuesta por documentos públicos judiciales, y no una presunción legal que
opera como método probatorio independiente o autónomo (como sí lo es, por
ejemplo, la presunción de buena fe del art. 707 inc. 1º CC). Al analizar los puntos
comentados anteriormente, nos referiremos también a estas dos cuestiones
relacionadas con el significado que tienen las presunciones en el campo de la
prueba judicial.
Ahora bien, estimamos que tales hechos deben reunir tres requisitos. En primer
término, debe tratarse de sucesos que ocurren durante la secuela del juicio; en
segundo lugar, deben ser hechos que tengan lugar dentro de la órbita de
atribuciones de los ministros de fe; en tercer lugar, tienen que ser acontecimientos
coetáneos a la práctica de diligencia y no anteriores.
En este sentido, coincidimos con las acotaciones que sobre el particular formuló
Anabalón. Este autor criticaba algunas prácticas judiciales utilizadas en su época
(y que perduran hasta el día de hoy), en las que el tribunal solicitaba a ministros
de fe certificar hechos ocurridos con antelación. Decía Anabalón que estos
certificados sólo podían recaer sobre hechos pertenecientes al estricto y actual
desempeño de funciones del respectivo fedatario, por lo que carecían de toda
validez y eficacia certificaciones como las que efectúa un receptor rectificando un
estampe sobre una notificación practicada tiempo atrás, o certificaciones
extendidas con el objeto de acreditar que una sesión de prueba testifical fue
presenciada y tomada por él, o un certificado en el que deja constancia de lo que
en su momento oyó decir al notificado738.
La historia del establecimiento de la norma da la razón a las precisiones que
hemos formulado, al igual que a las críticas de Anabalón. Frente a las dudas que
generaba esta norma durante su discusión ante la Tercera Comisión, en la sesión
23 de 22 noviembre 1901, se dejó constancia de las siguientes precisiones —
hechas por el Sr. Urrutia— en mérito de las cuales se terminó aprobando el texto
que comentamos: "No se trata de dar valor a hechos que certifique un ministro de
fe mucho tiempo después de haber ocurrido, por el recuerdo que de ellos
conserve [y] de los cuales no se haya dejado testimonio en los autos, sino, por el
contrario, de los que certifique en el proceso mismo a virtud de orden de tribunal
competente. Se formula una denuncia de obra nueva: el juez manda paralizar el
trabajo denunciado [y] toma razón de su estado por un ministro de fe; el certificado
que a este respecto e[x]pida dicho funcionario tiene a su favor una presunción de
verdad que le da el inciso 1º de este artículo. En esta inteligencia fue aprobado,
agregando sólo la frase en el proceso para expresar con más claridad el alcance
que le atribuye la Comisión, que no es otro que el indicado por el señor Urrutia"739.
En nuestra opinión, ése es el sentido y alcance del art. 427 inc. 1º CPC, que a
su vez determina el de los arts. 281 y 565 CPC, donde se contempla esta misma
diligencia. Pensamos, en consecuencia, que los certificados extendidos por
ministros de fe solamente tienen cabida en aquellas situaciones de urgencia en las
que no resulta posible al tribunal trasladarse al lugar donde están ocurriendo
determinados sucesos relevantes para la decisión de la controversia. La denuncia
de obra nueva a la que se refería la Comisión es una buena demostración de lo
que decimos.
Lo dicho, a su vez, hay que conectarlo con las restricciones a las que aludimos
al tratar las actas notariales de percepción740. Y, así, en el supuesto de existir un
suceso que se esté desarrollando durante la secuela de un juicio, lo primero que
procede es la inspección personal del tribunal; en su defecto, las certificaciones a
cargo de ministro de fe reguladas por el art. 427 inc. 1º CPC; y sólo en defecto de
éstas, para el evento que la excesiva urgencia impida gestionar una diligencia
probatoria dentro del juicio, podrá acudirse a las actas notariales. Estos aspectos
los retomaremos más adelante, al analizar las principales cuestiones relacionadas
con la proposición, admisión y práctica de la prueba documental pública 741.
4. La sentencia judicial como medio de prueba
El carácter público del documento que contiene una sentencia judicial no parece
ser un asunto abierto a mayor debate. Nuestra doctrina y jurisprudencia, por la
tendencia ya explicada, suelen calificarlo como un instrumento público 742. Autores
como Delpiano y Paillás sostienen, con acierto, que en la especie no cabe aplicar
dicho estatuto, dado el contenido de la sentencia, pero admiten que ésta tiene
carácter de documento público, en especial por los requisitos formales que debe
cumplir y por la exigencia de autorización por ministro de fe 743, o actualmente por
la necesidad de que sea suscrita mediante firma electrónica avanzada (art. 169
CPC).
Por las características descritas, cabe afirmar que este documento tiene eficacia
para demostrar la existencia y el contenido de la respectiva resolución judicial. Por
ello, si en un juicio es necesario comprobar lo anterior, esta documentación posee
el mérito suficiente para cumplir la función de un medio de prueba. Como lo ha
destacado Romero, puede ser necesario comprobar el contenido de la sentencia
para acreditar una excepción de cosa juzgada, o para hacer efectiva la eficacia
positiva o prejudicial de un fallo, o para demostrar la presencia de un precedente
judicial; en todos estos supuestos, el documento público que contiene una
sentencia opera efectivamente como evidencia idónea en una causa civil745.
Lo que no está claro es si este documento público presenta la aptitud para ser
utilizado en un proceso civil para acreditar otras cuestiones de hecho. Más
específicamente, el problema dice relación con la posibilidad de que un
documento público que contiene una sentencia definitiva firme dictada en un juicio
pueda tener algún grado de valor probatorio en otro proceso. Estamos pensando
en la prueba de los hechos sustanciales, pertinentes y controvertidos que
conforman el tema probatorio de una causa. Así, por ejemplo, nos preguntamos si
una sentencia civil firme que en sus motivaciones da por acreditada la celebración
de un contrato o la ejecución de un hecho dañoso, puede ser acompañada en
parte de prueba en otro juicio civil para comprobar la existencia de ese contrato o
de ese hecho dañoso.
c) La sentencia judicial sólo puede tener valor como medio de prueba en virtud de
razones jurídicas y no propiamente probatorias
Es necesario volver a decir que los medios de prueba están llamados a cumplir
una función preferentemente cognoscitiva antes que una meramente
argumentativa o retórica, puesto que —en definitiva— el juicio fáctico está
orientado a alcanzar una verdad aproximativa o probabilística acerca de la
existencia o inexistencia de los hechos discutidos en una causa. Los autores han
sido especialmente cuidadosos al sostener que lo único que se puede alcanzar en
un proceso es una aproximación a la verdad fáctica, contextualizada dentro de los
márgenes de la respectiva causa judicial y circunscrita a los elementos probatorios
aportados a ésta751.
Ferrer, por ejemplo, se refiere a este asunto diciendo que en rigor lo que se
logra en un proceso es tener por probado un hecho y tener por verdadera una
proposición fáctica: "está probado que p", señala, debe ser entendido como "hay
elementos de juicio suficientes a favor de p"; "ser verdadero" un enunciado fáctico
formulado en juicio ha de entenderse como "ser tenido por verdadero" en el
contexto del respectivo proceso752.
Por todo lo dicho, no podemos más que compartir las conclusiones dadas en el
procesalismo extranjero por Calamandrei, Liebman y Couture, acerca de la
ausencia de eficacia probatoria de las sentencias, a no ser que se trate de una
materia expresamente prevista por la ley. Todavía más, como precisan estos
autores, las situaciones que justifican la eficacia de las sentencias firmes como
medios de prueba se vinculan directa e indisolublemente con aspectos jurídicos y
no propiamente probatorios, que están basados en la institución procesal de la
cosa juzgada y en el fundamento último de ésta, consistente en la seguridad
jurídica756.
d) Valor probatorio de la sentencia penal firme en el caso regulado por el art. 180
CPC
Esta norma impide que en una causa civil se reciban probanzas tendientes a
desvirtuar los enunciados fácticos de un fallo dictado en sede criminal. Según el
art. 180 CPC, en la medida en que una sentencia penal produzca cosa juzgada en
materia civil (lo cual, a su vez, se encuentra determinado en los arts. 178 y 179
CPC), no será lícito tomar en consideración pruebas incompatibles "con los
hechos que le sirvan de necesario fundamento" (a la sentencia penal).
Pereira Anabalón sostenía que este precepto contempla una eficacia refleja de
la sentencia penal en sede civil, que se justifica en la necesidad de evitar
contradicciones en las decisiones de órganos jurisdiccionales 760. Romero señala
que esta es una hipótesis de función positiva de la cosa juzgada en virtud de la
cual los tribunales civiles deben aceptar los hechos fijados por una sentencia
criminal761. Como se ve, el fundamento de esta norma tiene que ver con los
efectos propios de la sentencia y la cosa juzgada, como quiera que la fuerza
probatoria del fallo penal está condicionada a la eficacia jurídica reconocida a la
sentencia firme. Podemos decir, así, que más que una respuesta a una cuestión
probatoria la ley ha establecido un sistema de valoración o eficacia legal de la
sentencia, basado principalmente en la necesidad de evitar decisiones
contradictorias. Sin embargo, no aparece claramente establecido en qué consiste
el valor legal de este tipo de sentencia, que podría estimarse una solución que no
admite excepciones. Pereira Anabalón lo daba a entender al afirmar que el fallo
penal produciría un efecto absoluto, respecto de todos 762. De este modo, podría
decirse que aquí habría una especie de presunción de Derecho en relación con los
hechos consignados en una sentencia criminal firme, que los tribunales civiles
deberían aplicar imperativamente. Nos parece más acertada la apreciación de
Romero, en cuanto a la importancia de reconocer matices en la aplicación de esta
regla, sobre todo cuando se trata de hacer valer el fallo en un juicio civil en el que
interviene una parte que no pudo comparecer en sede penal 763. La posibilidad de
matizar la fuerza vinculante de la sentencia penal ha sido aceptada por la Corte
Suprema en una sentencia de 17 diciembre 1948, en la que se señaló que el art.
180 CPC siempre deja vigente la facultad del juez para resolver acerca de los
efectos civiles de la decisión adoptada en una causa criminal. Puede sostenerse,
afirma la Corte, que "son los hechos que sirven de fundamento a la sentencia
penal los que no puede desconocer la magistratura civil y que, al apreciar los
efectos de la cosa juzgada criminal en el juicio civil, el juez está facultado, siempre
que no desconozca la declaración relativa a la inexistencia del delito o cuasidelito
que motivó el proceso, para resolver acerca de los efectos simplemente civiles del
sobreseimiento basado en tal inexistencia del hecho punible"764.
Bajo este entendido, estimamos que la norma del art. 180 CPC debe ser
calificada como una regla de exclusión de prueba, que en hipótesis como las
descritas admite excepciones.
e) Valor probatorio de la sentencia civil firme en el caso regulado por el art. 427
inc. 2º CPC
El art. 427 inc. 2º CPC indica lo siguiente: "Igual presunción existirá a favor de
los hechos declarados verdaderos en otro juicio entre las mismas partes". Esta
norma corresponde a una sentencia civil dictada en otro juicio civil seguido entre
las mismas partes que litigan en una segunda causa. No se trata, sin embargo, de
una solución con el mismo valor establecido en el precitado art. 180 CPC, ya que
la disposición no impide que se produzca prueba en el nuevo juicio. Lo que señala
el art. 427 inc. 2º CPC es que los hechos declarados verdaderos en una causa
seguida entre las mismas partes, tienen la eficacia de una presunción legal simple
en otro proceso; lo que implica que el tribunal que conoce de la segunda causa
debe dar por establecidos tales hechos, sin perjuicio del derecho de las partes
para desvirtuarlos con evidencia en contrario producida en ella.
En cuanto al sentido y alcance del art. 427 inc. 2º CPC, cabe precisar que la
presunción a la que se refiere es de naturaleza simplemente legal, de modo que
siempre admite prueba en contrario766; así lo corrobora la historia del
establecimiento del precepto767. Además, aunque el texto no lo indica de modo
claro, lo que se está regulando es la eficacia probatoria de la sentencia judicial
firme, de manera tal que la frase "hechos declarados verdaderos en otro juicio",
debe ser entendida como una directa alusión a las motivaciones fácticas
contenidas en el fallo ejecutoriado dictado en ese juicio768. Por lo mismo, como lo
indica Romero, debe tratarse de una sentencia que genere una cosa juzgada
material, como quiera que sólo bajo esta condición puede afirmarse que existen
"hechos declarados verdaderos"; esto no tiene lugar respecto de una sentencia
que produce cosa juzgada formal, por estar vigente la opción de impugnar la
decisión en otro juicio diverso769.
Aun cuando este es un tema que excede los objetivos del presente trabajo, nos
parece conveniente aclarar que, desde nuestro punto de vista, la ejecución civil es
una institución jurídico-procesal que no se basa en consideraciones atinentes a la
prueba, puesto que el sustento de aquélla no está dado por el conocimiento de
hechos, sino por la aptitud legal de determinados documentos para autorizar el
cumplimiento forzado de obligaciones. La ejecución es una instancia de agresión
patrimonial del deudor776 y, por tanto, de actuación, no de conocimiento. A la
inversa, la prueba es un fenómeno directamente vinculado con el conocimiento de
los hechos y no con la actuación de derechos.
Para completar estas ideas, podemos añadir que desde nuestro punto de vista,
todos los títulos ejecutivos —judiciales y extrajudiciales— deben consistir en
documentos públicos autorizados por ministros de fe, ya que de esta manera se
obtienen mayores seguridades acerca de la legitimidad de la ejecución 780. En esta
materia, la seguridad asociada a la intervención de fedatarios entrega un buen
punto de equilibrio entre las necesidades de satisfacer el crédito y obtener, sin
excesos, una debida respuesta jurisdiccional en los casos que verdaderamente la
merecen.
Otra forma de aludir a esta situación fue la que utilizó Núñez Lagos, quien
sostenía que era factible hallar documentos que, teniendo una existencia
individual, posteriormente se "agrupan" y pasan a formar una colección autónoma.
Citaba como ejemplos típicos de lo anterior, los protocolos notariales, los autos
judiciales y los expedientes administrativos, y estimaba que éste era el sistema
general de la documentación pública788.
Compartimos esta última apreciación y, por lo mismo, somos del parecer que el
expediente judicial al que se refiere el art. 29 inc. 1º CPC es un documento público
"total" o "agrupado". Pensaba de esta manera Anabalón, al postular que tanto las
actuaciones de un juicio como éste mismo en su totalidad, equivalen al medio
probatorio de los instrumentos públicos789. Así también lo ha concluido también la
Corte Suprema, que mediante sentencia de 7 julio 2005 modificó el criterio que
citamos antes, para sostener que el "expediente judicial completo" constituye un
documento o instrumento público790.
Como dato referencial, es importante señalar que los secretarios judiciales son
los sucesores de los escribanos en el plano jurisdiccional, lo que demuestra el
tronco común existente entre estos oficiales y los notarios en materia de fe pública
documental. Así lo expuso Ballesteros al comentar la Ley sobre Organización y
Atribuciones de los Tribunales del año 1875 y la regulación de los secretarios
judiciales y de los notarios (arts. 336-351 y 361-370, respectivamente): "En
España la institución de los escribanos siguió una marcha diversa. Desde los
tiempos de la monarquía visigoda, los contratos eran celebrados ante sacerdotes
o monjes con asistencia de testigos, hasta que el re[y] don Alfonso el Sabio creó
los escribanos públicos definiéndolos como home que es sabidor de escribir, [y]
disponiendo que en cada pueblo se estableciese el número necesario para las
necesidades del servicio (Le[y] 1ª, tit. 19, P. 3ª). También se les dio el nombre
romano de tabelliones [y] el de cursores [y] aun hasta ahora conservan el
de cartularios. M[á]s tarde se han dividido en secretarios [y] notarios, que es la
clasificación principal que también existe en Chile"791.
Hay, pues, una equivalencia desde el punto de vista de la fe pública entre las
documentaciones notariales y las que corresponde efectuar y custodiar a los
secretarios de los tribunales. Lo que, sin embargo, no quiere significar que los
documentos formados en una y otra sede tengan la misma eficacia probatoria. De
hecho, debemos aclarar que la calificación que proponemos no implica aceptar
que el expediente constituya necesariamente una prueba documental pública ni
mucho menos que quede sometido al régimen probatorio de los instrumentos
públicos. Lo único que afirmamos es que se trata de una tipología especial de
documento público, en la cual interviene la fe pública judicial en forma integral,
abarcando al conjunto de documentos que conforma al expediente y dotándolo de
autenticidad. En este sentido, discrepamos de la conclusión a la que arriba
Anabalón, tras reconocer naturaleza documental pública a los expedientes. Según
indicábamos antes, para este autor las actuaciones del proceso y éste en su
conjunto equivalen al medio probatorio de los instrumentos públicos, añadiendo
que en cuanto tales, podrían hacerse valer en juicio diverso792.
Hay que señalar, por último, que la eficacia probatoria del expediente no es la
señalada en los arts. 1700 y 1706 CC. A nuestro entender, analizado el asunto en
forma general y atendida la fe pública judicial que lo acompaña, el expediente en
su conjunto tiene eficacia de presunción legal en cuanto a la autenticidad
documental, no así en cuanto al contenido; éste deberá quedar sometido a la
valoración comparativa de las probanzas del juicio.
Si las piezas dicen relación con otras probanzas, entonces deberán ser tratadas
y valoradas de acuerdo con los estatutos legales de las mismas, sin que queden
amparadas por los criterios de eficacia de la prueba por documentos públicos.
Así pues, las causas regidas por estas nuevas disposiciones deben quedar
registradas en carpetas electrónicas, que vienen a ser la forma de expresión de
los actos procesales que integran los juicios escritos. Su uso, fidelidad, integridad
y conservación se rige por los principios señalados en el art. 2º ley Nº 20.886:
equivalencia funcional, fidelidad, publicidad, actualización, cooperación y buena fe.
Debe contener todos los actos del proceso y tiene que encontrarse disponible en
el portal de internet del Poder Judicial (Oficina Judicial Virtual), salvo que la ley
establezca lo contrario o autorice al tribunal para restringir su publicidad o la de
alguna parte de ella. Esta moderna normativa dispone el uso obligatorio del
sistema informático, de modo que la presentación de escritos y documentos debe
efectuarse por medios electrónicos (arts. 3º, 5º y 6º ley Nº 20.886). Para tales
fines, el Acta Nº 37-2016 creó la "Oficina Judicial Virtual", a la que sólo se puede
acceder mediante la "Clave Única del Estado" que tiene el valor de firma
electrónica simple. Sólo excepcionalmente las partes pueden utilizar escritos en
soporte de papel en caso de inaccesibilidad o falla del sistema, o para presentar
documentos en soporte de papel o títulos ejecutivos (arts. 5º y 6º ley Nº 20.886;
art. 4º Acta Nº 37).
Para el uso probatorio de esta carpeta, hay que tener presente que el art. 9º
Acta CS. 37-2016 señala que en atención a lo dispuesto en el inciso final del art.
4º ley Nº 20.886, las "copias autorizadas" de las resoluciones y actuaciones del
proceso serán obtenidas en la Oficina Judicial Virtual, las que contarán con la
firma electrónica correspondiente y un "sello de autenticidad" consistente en un
código único que permitirá su verificación en el portal de internet del Poder
Judicial. De esta manera, se simplifica la obtención de copias autorizadas y el uso
probatorio que comentamos. Por último, cabe añadir que el art. 61 inc. 4º CPC
autoriza registrar el audio o el audio y la imagen de las actuaciones verbales en
las que intervenga el tribunal, lo que junto con aminorar los efectos de la escritura
y mediatez judicial permite dar más utilidad al aludido uso probatorio, bajo el
entendido —por cierto— que se tratará de hipótesis de prueba trasladada o
validada.
CAPÍTULO CUARTO DOCUMENTOS PÚBLICOS CONFECCIONADOS DURANTE EL EJERCICIO DE
FUNCIONES PÚBLICAS
La doctrina estima que este tipo penal se refiere a documentaciones propias del
Derecho Público y, sobre todo, a documentos elaborados al interior de órganos y
servicios de la Administración del Estado.
Comentando el art. 226 del Código Penal español de 1848-50, Pacheco los
definía como documentos "autorizados por el gobierno, por sus agentes, por los
empleados que tienen el poder de hacerlo, por las oficinas de toda clase, que con
arreglo a su institución los expiden"796. Labatut afirmaba que son los documentos
"emanados de los poderes públicos"797. Ruiz Pulido sostiene que considerando la
génesis y la función de la documentación, cabe entender que documento oficial es
todo aquel "que sirve a los propósitos del Estado en el cumplimiento de la
satisfacción de las necesidades sociales y que se emplea y desarrolla dentro de
su Administración"798. Garrido Montt se refería a todos los documentos que
proceden de un organismo público y, también, a los que provienen de sujetos
privados que luego acceden a la esfera pública799. Politoff, Matus y Ramírez
señalan que para los fines de la citada norma, admite el calificativo de oficial
"cualquier documento otorgado por un funcionario, con o sin solemnidades y aun
los privados que se encuentren bajo la custodia de un funcionario o al servicio de
un fin público"800.
En similares términos, la jurisprudencia ha atribuido esta naturaleza a los
documentos extendidos y emitidos por servicios públicos dentro de sus
atribuciones, y en mérito de ello ha resuelto dar aplicación al tipo penal de
falsificación del art. 193 Nº 8 CP y a otras de las figuras delictivas sancionadas en
el mismo artículo.
Otra norma penal que se refiere a esta figura documental es el art. 427 CP a
propósito de los delitos de calumnias e injurias. Según este precepto, "las
expresiones que puedan estimarse calumniosas o injuriosas, consignadas en un
documento oficial, no destinado a la publicidad, sobre asuntos del servicio público,
no dan derecho a acusar criminalmente al que las consignó". Los autores explican
que se trata de una regulación que contempla una limitación al ejercicio de la
acción penal respecto de tales conductas delictivas y que considera una causal de
justificación, basada en el llamado "legítimo ejercicio de la potestad
administrativa"807. Con lo cual, en el fondo, se vuelve a vincular esta clase
documental con el ejercicio de funciones públicas en sede administrativa.
Sin perjuicio de volver sobre el tema, cabe también destacar que la norma antes
transcrita es complementada por un precepto que extiende el ámbito del principio
de transparencia y que incluye una multiplicidad de hipótesis. Nos referimos al art.
5º ley Nº 20.285 de 2008, que alude a todos los documentos que sirven de
sustento o complemento directo y esencial a los actos y resoluciones de los
órganos de la Administración, a toda clase de información elaborada con
presupuestos públicos, y a toda otra información que obre en poder de tales
organismos, cualquiera sea su formato, soporte, fecha de creación, origen,
clasificación o procesamiento.
El sentido del adjetivo "oficial" en disposiciones como las transcritas tiene una
doble connotación. De un lado, se asemeja al significado natural y obvio de la
palabra: "que es de oficio, o sea que tiene autenticidad y emana de la autoridad
derivada del Estado, y no de un particular o privado" 810. Podríamos decir que en tal
acepción, oficial viene a equivaler a estatal. De otro lado, se vincula con la idea de
autenticidad documental, vale decir, con la genuinidad, legitimidad y autoridad del
documento en su dimensión externa.
1. Diversidad de criterios
a) Enunciación
Esta solución fue expuesta por Santa Cruz y ha sido aplicada por un importante
sector de la doctrina nacional, a partir de la interpretación extensiva de los arts.
1699, 1700 y 1706 CC y la unificación de los conceptos de "documento público" e
"instrumento público". Recordemos que según esta perspectiva, el estatuto legal
de las pruebas documentales públicas estaría compuesto exclusivamente por las
precitadas normas sustantivas civiles, que serían aplicables a documentos
confeccionados en diversas áreas, como las legislativas y administrativas813.
Santa Cruz afirmaba que dentro de la noción de instrumento público del art.
1699 inc. 1º CC, había que comprender a actos del Poder Legislativo, decretos,
ordenanzas y reglamentos emanados del Presidente de la República y sus
ministros, actos de otras autoridades administrativas como Intendentes,
Gobernadores, Inspectores, Alcaldes, funcionarios municipales, funcionarios
aduaneros, recaudadores de impuestos, y en general "los actos de todo
funcionario del orden administrativo que se ajusten a las solemnidades legales
prescritas para cada caso y que sean dados [sic] dentro de la órbita de
atribuciones del respectivo empleado público"814. En otras palabras, la noción legal
de instrumento público abarcaría el concepto de documento oficial. Anabalón,
Rodríguez Papic y Carocca, entre otros autores, se han pronunciado en términos
equivalentes815.
A partir de tal postulado básico, Santa Cruz estimó que estos casos debían
quedar sujetos al régimen tarifado de los arts. 1700 y 1706 CC, fundándose para
ello en la presencia de elementos que permitirían identificar la actividad de los
funcionarios públicos con la dación de fe pública. Según hemos visto, a juicio de
este autor la confianza depositada en las actuaciones de tales funcionarios
justificaría que la ley atribuya el valor de "plena fe" a las declaraciones contenidas
en los documentos extendidos por ellos. "La razón es la intervención que en el
instrumento tiene un funcionario público. Los requisitos de todo orden que se
señalan en las leyes para la designación de estos funcionarios, la vigilancia a que
están sometidos, las penas que se les imponen por su falsedad, son razones
suficientes para atribuirles confianza, y en la práctica esta confianza no ha
resultado excesiva, pues son rarísimos los casos de falsedad"816.
La doctrina del "tercer género" ("tertium genus") ha sido defendida en Chile por
Moreno Vaccaro, quien era de la opinión que en la prueba documental debían
concebirse tres situaciones, y no sólo dos. Por una parte, los instrumentos
públicos, que están definidos en el art. 1699 inc. 1º CC; por otra, los documentos
privados, que son los otorgados por cualquier persona y sin la concurrencia de
solemnidades legales y, por último, los documentos oficiales, que son extendidos
por organismos, autoridades y funcionarios públicos, aunque sin reunir las
condiciones contempladas en la precitada norma civil818.
Esta postura es una variante de la tesis de Santa Cruz, ya que también parte de
la base que la regulación civil tiene un alcance general para regular la prueba
documental pública, aunque en esta oportunidad en lugar de calificar estas
documentaciones como "instrumentos públicos", se le atribuye un estatuto diverso
e intermedio bajo la denominación "documentos oficiales".
Otro autor que participa de este criterio es Rioseco. En su opinión, dado que
estas clases documentales no reúnen los elementos de los instrumentos públicos
definidos por el art. 1699 inc. 1º CC, debe asignárseles una eficacia distinta a la
señalada por los arts. 1700 y 1706 CC. Concretamente, indica que el valor de los
documentos oficiales es mayor que el de los privados, pero diferente al de los
instrumentos públicos, lo cual —en su parecer— se traduciría en colocar el peso
de la prueba de falta de autenticidad o de veracidad en la parte que lo impugna819.
O sea, habría una especie de presunción de autenticidad y de veracidad que
acompañaría a esta categoría intermedia de prueba documental.
En parte, es este criterio el que está presente en una sentencia de 4 mayo 1953
de la Corte Suprema, en la que se concluyó que las cartas de porte extendidas por
empleados de la Empresa de los Ferrocarriles del Estado no pueden quedar
sometidas al art. 1700 CC, como quiera que tales funcionarios no están
legalmente facultados para dar fe de tales documentos, lo que impide —en
concepto de la Corte— atribuirles el carácter de pruebas documentales
públicas830.
Recapitulando una materia ya analizada, hay que volver a decir que los arts.
1699, 1700 y 1706 CC son impertinentes para resolver esta cuestión, por tratarse
de preceptos que están pensados para documentos públicos propios de actos
jurídicos privados, y no para documentos que contienen actuaciones de Derecho
Público. Una ley, un reglamento o un decreto supremo no pueden ser calificados
como instrumentos públicos, pues en ellos no concurren "declaraciones" de
particulares que son "autorizadas" por un ministro de fe832.
Lo que sucede es que tal como han postulado Carnelutti y Liebman834en Italia,
Guasp y Aragoneses835en España, Devis Echandía836en Colombia, y Paillás837en
Chile —entre otros autores—, en el plano probatorio es perfectamente posible
hallar otras clases de documentos públicos más allá de las categorías tipificadas
por la ley civil sustantiva. De hecho, para marcar una diferencia con la noción
restringida empleada por la legislación civil, Carnelutti propuso utilizar el nombre
"documento oficial" e identificar de esta manera a todas las documentaciones
confeccionadas por oficiales públicos en el marco de actividades propias de sus
funciones838.
Volviendo sobre otro asunto que también hemos analizado, pensamos que
resulta improcedente afirmar que la fe pública es una figura excluyente en el
ámbito de las fuentes y medios probatorios. La fe pública se presenta ante todo
como una institución jurídica que permite atribuir una eficacia legal más elevada a
estas probanzas, atendidas las mayores seguridades que ella brinda en el proceso
de formación documental. Pero esto tiene que ver con un tema de escalas de
valores y no con una cuestión de conceptos ni de naturaleza probatoria. Por lo
mismo, concluir que un documento no merece el tratamiento de prueba
documental pública por la sola circunstancia de carecer de fe pública, implica
confundir la eficacia de la evidencia con la definición de ésta839.
Así, por lo demás, lo reconoce uno de los autores que postula la doctrina del
tercer género. De la Oliva señala que los documentos oficiales tienen tanta fuerza
probatoria como los documentos públicos, considerando la presencia de
elementos como los membretes y sellos de los papeles que se utilizan en los
organismos y servicios públicos. Incluso, este autor ha llegado a sostener que
desde un punto de vista procesal y a la luz del art. 319 Nº 2 LEC Nº 1/2000, los
documentos oficiales confeccionados por funcionarios administrativos que no
tienen la calidad de ministros de fe, constituyen una hipótesis de "documento
público impropio"841. Esto, en parte, se asemeja a lo indicado por Montero Aroca,
quien a partir de la misma norma ha propuesto hablar de "documentos públicos
administrativos de segunda clase"842.
Además, debemos insistir que no es conveniente pasar por alto lo que sucede
en la realidad jurídica y práctica, en la que es factible hallar una pluralidad de
situaciones. Hay, en efecto, documentos oficiales que están premunidos de fe
pública y otros que, en cambio, no presentan esta cualidad. De aplicarse criterios
como los defendidos por la doctrina del tercer género, tendríamos que concluir que
en la primera hipótesis habrían pruebas documentales públicas y en la segunda
una categoría probatoria intermedia. No vemos la necesidad ni la conveniencia de
desconocer la condición de pruebas documentales públicas en todos los casos, en
especial si tenemos presente que al interior de los juicios civiles es necesario
resolver varias cuestiones en materia de ofrecimiento, admisión y práctica de las
pruebas.
Otra razón por la cual discrepamos de los enfoques expuestos con anterioridad,
tiene que ver con la manera de entender la regulación de esta prueba y sus
efectos. Si se analizan a fondo las doctrinas y sentencias, en especial las teorías
del tercer género y del documento atípico, podremos constatar que el problema
final dice relación con la noción de solemnidades legales y con el significado que
se atribuye a la fuerza probatoria de estas clases documentales.
Por una parte, ya nos hemos referido a las precisiones que es menester formular
en el rubro de las formalidades de los documentos públicos847. Las "solemnidades"
corresponden a las exigencias formales más rigurosas, tipificadas por el legislador
a través de estatutos taxativos que no admiten analogías. Junto a ellas, el
ordenamiento prevé otros tipos de requisitos externos, los que en el caso de los
documentos oficiales se relacionan con los caracteres propios de la función
pública. Los sellos, códigos o signos que deben tener estas documentaciones, son
una demostración de lo que decimos. Así lo profundizaremos en el próximo
epígrafe.
Por otra parte, debemos insistir en las precisiones que deben hacerse en
materia de valor probatorio y de gradaciones de eficacia. Concretamente, cuando
afirmamos que los documentos oficiales pertenecen a esta última categoría, no
estamos postulando que deban aplicarse las normas de tarifa legal de los arts.
1700 y 1706 CC. En este sentido, expresamos nuestra coincidencia con Comoglio,
quien —con razón— ha criticado la solución jurisprudencial italiana por la cual se
ha aplicado analógicamente la regla de prueba tasada del art. 2700 CC 848. Las
normas sobre tasación legal de las pruebas por documentos públicos no admiten
interpretaciones extensivas, ya que componen un régimen cerrado y taxativo que
solamente resulta pertinente para los casos expresamente previstos por la ley. Por
idéntica razón, disentimos de la solución propuesta en la doctrina nacional por
Moreno Vaccaro, de acuerdo con la cual los arts. 1700 y 1706 CC serían
aplicables —por analogía— a los documentos oficiales849.
Ahora bien, lo anterior no quiere decir que la impertinencia de los arts. 1700 y
1706 CC para regular la situación de los documentos oficiales en general, implique
la ausencia de eficacia legal de las otras hipótesis de prueba documental pública.
Tendrán una gradación inferior a la tarifa legal, o bien cubrirán sólo alguno de los
extremos de los documentos públicos (especialmente los relativos a la
autenticidad). Pero de todos modos puede hablarse de eficacia probatoria
determinada por ley850. Siguiendo a Liebman, podemos afirmar que en la especie
tiene lugar "eficacia probatoria intermedia" de la prueba documental pública 851;
pero no una categoría intermedia de prueba documental. Según seguiremos
explicando, en estos casos el valor de la evidencia se determina a través de
presunciones legales simples o reglas de distribución de carga probatoria.
Fue por tales motivos que los arts. 280 Nº 2 LEC de 1855 y 596 Nº 3 LEC de
1881 españolas, se refirieron en forma expresa a los "documentos expedidos por
los funcionarios que ejerzan un cargo por autoridad pública, en lo que se refiera al
ejercicio de sus funciones". Éstos, además, eran concebidos como una clase de
"documento público y solemne" a los fines de la prueba en las causas civiles.
Sobre el particular, la doctrina y la jurisprudencia de ese país sostenían que en
virtud de lo dispuesto por el art. 596 Nº 3 LEC de 1881, en los juicios civiles los
documentos administrativos debían ser calificados como públicos, aunque con una
eficacia probatoria distinta de la regla tarifada prevista en el art. 1218 CC, al no
tratarse de elementos dotados de fe pública854.
Normas como las recién citadas han motivado los comentarios de De la Oliva y
Montero Aroca, acerca de la presencia de "documentos públicos impropios" o de
"documentos públicos administrativos de segunda clase" 860. Lo que deja a la vista
que la cuestión que analizamos sigue teniendo —en España— la connotación que
presentaba en las fuentes históricas, pues al margen de los matices que cada uno
de estos autores pueda formular respecto de la naturaleza y eficacia de los
documentos oficiales, lo cierto es que a fin de cuentas siguen formando parte de
las pruebas por documentos públicos.
Cabe recordar que para autores como Etcheberry, Gallegos, Guzmán Dálbora,
Ruiz Pulido y Vargas Pinto861, la noción penal de documento público incluye al
documento oficial. "Por consiguiente, si una de las formas de cometer el delito de
falsificación de documento público es 'ocultando un documento oficial', no puede
caber duda de que para los efectos del párrafo respectivo, los documentos
'oficiales' son también 'públicos'", sostiene Etcheberry862.
La jurisprudencia ha seguido estos planteamientos dogmáticos, tal como
aparece en las sentencias que citamos al comienzo a propósito de la noción de
documento oficial. De modo explícito, la Corte Suprema mediante fallo de 15 julio
2009863, y la Corte de Apelaciones de Rancagua en sentencia de 24 febrero de
2011864, acuden al referido criterio para sancionar falsificaciones de permisos de
circulación y de formularios únicos para reemplazo de taxis emitidos por
funcionarios municipales. Con lo cual, se asume que estos documentos oficiales
revisten el carácter de documentos públicos y que, en tal virtud, son subsumibles
en el tipo penal del art. 193 CP.
Por último, existen documentos oficiales que son expedidos por particulares y
que, no obstante, merecen el tratamiento de documentaciones públicas en
atención al contexto en que se ubican. En algunas situaciones, se trata de
documentos confeccionados por entidades particulares que cumplen funciones
públicas; en otras, corresponden a documentos privados que adquieren carácter
oficial a raíz de la incorporación a algún expediente administrativo. Los primeros
han sido singularizados como "documentos casi oficiales", y los segundos
"documentos oficiales por incorporación", nombres que mantendremos para
marcar una diferencia con las categorías anteriores; se trata, en definitiva, de
documentos oficiales confeccionados por particulares.
1. Definición y características
Estos documentos pueden tener soporte de papel, electrónico u otro formato, tal
como lo admite el art. 3º e) del reglamento Nº 13/2009 de la ley Nº 20.285 de
2009, que —como vimos— define la voz documentos en forma amplia: "Todo
escrito, correspondencia, memorándum, plano, mapa, dibujo, diagrama,
documento gráfico, fotografía, microforma, grabación sonora, video, dispositivo
susceptible de ser leído mediante la utilización de sistemas mecánicos,
electrónicos o computacionales y, en general, todo soporte material que contenga
información, cualquiera sea su forma física o características, así como las copias
de aquéllos".
En virtud del criterio inclusivo que debe reinar en materia probatoria, somos de
la opinión que las soluciones aplicadas en sede penal y administrativa son
pertinentes para determinar la naturaleza de un documento expedido por sujetos
que son considerados funcionarios públicos. Si una documentación emana de
alguno de los agentes que hemos señalado con anterioridad, entonces, para los
fines de la prueba en las causas civiles, corresponde aplicarle —en principio— el
estatuto de los documentos oficiales puros y simples.
Con todo, hacemos la salvedad que si alguno de estos agentes tiene la calidad
de ministro de fe, como en el caso de los oficiales civiles del Servicio de Registro
Civil e Identificación, los documentos oficiales tendrán otro carácter, en atención a
la fe pública que concurre en la creación de ellos. Asimismo, si los agentes tienen
carácter privado, como podría ocurrir —por ejemplo— con los empleados de
empresas concesionarias del Estado879, más que hablar de documentos oficiales
puros y simples, lo que procede es referirse a otra modalidad de documentación
que un sector de la doctrina y de la jurisprudencia ha denominado "documentos
casi oficiales". Cuando nos refiramos a estos documentos, tendremos ocasión de
reiterar algunas de las ideas expuestas anteriormente y, de esta manera, enfatizar
que para efectos probatorios la noción relevante en estos casos es la de función
pública, entendida ésta en la acepción teleológica o finalista que acabamos de
mencionar. Por lo mismo, pensamos que situaciones de esta naturaleza son
constitutivas de pruebas documentales públicas, no obstante provenir de
particulares880.
c) Estos documentos deben ser confeccionados durante el ejercicio de funciones
públicas
Con todo ello, lo que en definitiva se está afirmando es que los documentos
oficiales puros y simples deben brindar seguridades suficientes en cuanto a su
autenticidad, pues de esta manera se dará cumplimiento a las finalidades
inherentes a la función pública. Sólo en la medida que estos documentos permitan
identificar el origen y la data de la información, y al mismo tiempo garanticen la
integridad de la documentación (en ello consiste la autosuficiencia que menciona
la Contraloría General de la República), las actuaciones públicas gozarán de
legitimidad para producir válidamente sus efectos.
Ahora bien, como advierte Soto Kloss, este carácter formal debe ser entendido
adecuadamente y no en forma reductiva, para evitar que se niegue la naturaleza
de acto administrativo a determinadas manifestaciones de voluntad o de
conocimiento que presentan formas simples de exteriorización. Es el caso de un
"visto bueno" consignado en alguna presentación o documentación, que en la
medida que aparezca revestido de aspectos externos suficientes que permitan
identificar a su autor y su data, puede ser considerado un acto administrativo.
Sostiene Soto Kloss que siempre y cuando una decisión de esta naturaleza se
halle expresada de modo escrito en un documento, cabe considerarla un acto
administrativo idóneo y eficaz. Un acto administrativo —afirma— no sólo puede
expresarse en decretos o resoluciones, aunque son éstos los modos más
frecuentes de emisión de las decisiones de las autoridades estatales en ejercicio
de potestades administrativas. En su parecer, un acto administrativo también
puede estar contenido en un "oficio", una "carta" y una "nota" que estén dirigidas a
un destinatario concreto. E incluso, estima que es propiamente un acto
administrativo la expresión "conforme" y el "visto bueno" (VºBº) colocado
manuscrito o con un timbre y media firma por la autoridad administrativa
competente, y consignado en una presentación de un requirente de un
determinado beneficio o una actuación de la Administración 889.
Esta misma autora indica que para que lo anterior tenga lugar, es indispensable
que la actuación administrativa presente signos externos suficientemente
concluyentes que induzcan razonablemente a confiar en la legalidad de la
actuación administrativa. No basta, por tanto, con una convicción psicológica del
particular acerca de la legitimidad del acto y de los derechos emanados de él; se
requiere que las actuaciones de la Administración del Estado sean capaces de
provocar en el administrado la confianza de que la actuación es correcta y de que
sus expectativas son razonables901. En otras palabras, este principio protector
presupone una apariencia de legalidad, basada —entre otros aspectos— en los
referidos signos externos. Y así, cuando la Administración, con sus actuaciones,
crea una apariencia jurídica y suscita una confianza en los administrados, tal
confianza no puede ser violada impunemente902.
Santa Cruz expuso algo equivalente: "Se acepta como una aplicación de la
máxima 'error común constituye Derecho' (error communis facit ius), que si el
funcionario, cuyo nombramiento es nulo, desempeña en el hecho sus funciones
con la aquiescencia del poder público y es tenido por funcionario válidamente
nombrado por las gentes en general, ostentando una investidura de tal funcionario,
sus actos serán válidos, porque no es posible exigir a los particulares que se
cercioren en cada caso de los requisitos legales prescritos para el nombramiento
de los funcionarios, materia en la cual con razón hacen confianza en el poder
público que decretó la designación"906.
Este enfoque, por lo demás, concuerda con las explicaciones dadas por otros
autores que consideran a la presunción de legalidad —ante todo— como un
privilegio de la actuación de la Administración Pública. Es lo que opina Ferrada
Bórquez, quien en lugar de referirse directamente al problema de la repartición
del onus probandi alude a la carga de impugnar el acto administrativo, que en
virtud de esta presunción recae sobre el particular que discrepa de la legalidad de
la actuación. En su parecer, esta presunción opera como una base para la
aplicación inmediata del acto, eximiendo de la necesidad de obtener un acuerdo
expreso del particular afectado, o una orden judicial que autorice la ejecución.
Sostiene, de esta manera, que el fundamento de la mencionada presunción de
legalidad se encuentra en la potencia general de que están investidas todas las
actuaciones del poder público916.
En las motivaciones 21ª a 27ª, el fallo sostuvo que los correos electrónicos que
contienen opiniones o puntos de vista que una autoridad administrativa envía a
otra, no tendrían la calidad de actos administrativos, ya que tales opiniones o
puntos de vista no se encuentran reglados. En el considerando 27º se sostiene
que los informes indicados en los arts. 3º y 38 ley Nº 19.880 de 2003 sí presentan
dicha condición, pues se encuentran regulados. Los aludidos informes, señala el
fallo, son ejercicio de competencia. Y agrega: "Distintas de los informes son las
opiniones o puntos de vista que una autoridad puede pedir a otra o a un
funcionario o asesor. Estas no se encuentran regladas. En tal sentido, no son
ejercicio de competencias, no se registran y no producen efectos jurídicos" 920.
Al menos en lo que concierne a la prueba civil, somos de la opinión que los
referidos correos electrónicos sí tienen la condición de documentos oficiales y,
como tales, son elementos idóneos para registrar información sobre actuaciones
propias del servicio u organismo. Equivalen a los oficios que por años
caracterizaron el actuar de la Administración Pública, resultando plenamente
aplicable a su respecto el principio de equivalencia del soporte electrónico al
soporte de papel, que consagran los arts. 1º inc. 2º, 3º inc. 1º y 7º inc. 1º ley
Nº 19.799 de 2002.
Recordemos que el art. 7º inc. 1º ley Nº 19.799 de 2002 establece que los actos,
contratos y documentos de los órganos del Estado, suscritos mediante firma
electrónica, serán válidos de la misma manera y producirán los mismos efectos
que los expedidos por escrito y en soporte de papel. Esta disposición hay que
relacionarla, a su vez, con el ya citado art. 3º e) del reglamento Nº 13/2009 de la
ley Nº 20.285 de 2009, que define la voz documento en forma amplia, incluyendo
dispositivos de distinta naturaleza.
Así lo indicó, por lo demás, el voto disidente de la misma sentencia, que en sus
fundamentos 34º y 35º ubica el análisis del punto en su correcto contexto. En el
fundamento 34º, se señala que "la forma de dilucidar el aparente conflicto a que se
ha aludido, consiste en diferenciar el tipo de información vertida en los correos
electrónicos, toda vez que ellos pueden encerrar tanto información pública, como
son los antecedentes solicitados en el asunto de fondo, en los términos del citado
artículo 8º de la Constitución, cuanto noticias u opiniones de carácter
meramente personal o pareceres y sugerencias para la aprobación de una
resolución, que estarían cubiertos por el así denominado 'privilegio deliberativo', a
que alude el literal b) del artículo 21 de la ley Nº 20.285". En el apartado 35º, se
indica que "puestas así las cosas, queda de manifiesto que lo relevante para
decidir acerca de la publicidad o reserva de la información de que se trate, es su
contenido, es decir, la naturaleza de los datos que ella comprende, y no el medio
material que le sirve de soporte o formato, en este caso, un correo electrónico
emanado de las cuentas institucionales de las autoridades concernidas" 921.
Hay que señalar que todas las referidas documentaciones deben ser ubicadas
en un contexto especial en relación con la prueba que se rinde en las causas
judiciales civiles. Al provenir de un procedimiento administrativo, todas estas
fuentes de prueba carecen, en principio, de valor en un proceso jurisdiccional civil.
De tal suerte que, salvo validación expresa producida en el respectivo juicio, son
documentos oficiales que no podrán surtir efectos para acreditar los hechos
discutidos en esta sede.
De acuerdo con estas normas, cabe afirmar que estos informes constituyen
pruebas periciales y no documentales, razón por la cual, aun cuando tienen el
carácter de documentaciones oficiales, carecen —en atención a su contenido— de
la naturaleza de prueba documental pública. Son atingentes las mismas
precisiones que hemos consignado con antelación en cuanto a la función que
compete a los documentos oficiales, que en la especie no operan como pruebas
en sí mismos sino como continente de una prueba pericial en sede administrativa.
Las resoluciones administrativas finales, esto es, las que ponen término a estos
procedimientos, si bien también poseen el carácter de documentos oficiales (y, por
ende, públicos), no tienen —por regla general— el carácter de prueba documental
pública. El art. 3º inc. 3º ley Nº 19.880 de 2003 se refiere expresamente a estas
resoluciones y les reconoce la naturaleza de acto administrativo. El art. 40 del
mismo texto legal expresa que las resoluciones finales dictadas en un
procedimiento administrativo ponen fin a éste. El art. 41, por su parte, exige que
estas resoluciones sean fundadas y que en ellas debe contenerse la decisión de la
o las cuestiones que son materia del procedimiento.
La distinción que hemos formulado fue aplicada por la Corte Suprema por medio
de sentencia de 7 julio 2005, en la cual resoluciones dictadas por la
Superintendencia de Valores y Seguros (y que fueron objeto de reclamación
judicial) fueron calificadas como documentos públicos pero no como pruebas
documentales públicas. Tales resoluciones —indica el fallo— "siendo en su
materialidad instrumentos públicos [debió decir, documentos públicos], no
constituyen, sin embargo, un medio de prueba en el presente proceso, de tal
manera que no procede otorgarles una presunción de veracidad y de autenticidad
en función de dicha categoría de documentos públicos"933.
En consecuencia, a no ser que exista una norma legal especial y expresa, las
señaladas resoluciones no pueden ser admitidas como medios de prueba. En tal
sentido, un precepto como el art. 118 D.L. Nº 2.222 de 1978 debe recibir una
interpretación restrictiva. Según esta disposición, "en el juicio civil en que se
persigan las responsabilidades civiles que deriven de un abordaje, los hechos
establecidos en la resolución definitiva de la Autoridad Marítima como causas
determinantes del accidente, se reputarán verdaderos, salvo prueba en contrario.
En lo demás, la citada resolución se considerará como dictamen de peritos, cuya
fuerza probatoria los tribunales apreciarán en conformidad a las reglas de la sana
crítica".
A menos que exista una regla especial y expresa en sentido contrario (como la
del citado art. 118 D.L. Nº 2.222 de 1978), pensamos que estas clases
documentales no están acompañadas de una presunción legal de veracidad. De
este modo, nos separamos de la solución elaborada en el sistema español, donde
—como vimos— se alude a una "presunción de certeza". También discrepamos de
la doctrina y jurisprudencia chilenas que atribuyen una "presunción judicial de
veracidad" a los documentos oficiales, basada en las características de éstos.
Estimamos que el valor intrínseco de estas documentaciones está sometido a otro
mecanismo, compuesto por reglas de distribución de carga probatoria, cuyo
contenido varía según la naturaleza del asunto controvertido.
Al respecto, en nuestro país Jara y Maturana han expresado que las actas de
fiscalización podrían resultar amparadas por una "presunción de certeza o
veracidad", como consecuencia de lo que califican una "sutil conversión de la
presunción de legalidad" consagrada por el art. 3º inc. 8º ley Nº 19.880 de 2003.
Indican estos autores que esa sutil conversión podría dar lugar a que estas actas
administrativas gocen de una presunción de veracidad de los hechos constatados
en ellas por los respectivos funcionarios, de manera tal que estos documentos
serían capaces de producir prueba sobre los sucesos investigados, a menos que
el inculpado demuestre lo contrario. Pero, al mismo tiempo, advierten que esta
presunción se ha visto paulatinamente debilitada con motivo de la evolución del
Estado de Derecho, el afianzamiento del principio del debido proceso en materia
administrativa y la vigencia de la presunción de inocencia como derecho
fundamental de las personas sometidas a procedimientos administrativos
sancionatorios. Todo ello —señalan— ha traído consigo que las actas de
fiscalización se hayan transformado en un "simple medio probatorio de cargo",
eminentemente controvertible y sometido a rigurosas exigencias formales y
objetivas, como por ejemplo la necesidad de que los hechos consignados en el
acta hayan sido directamente percibidos por el funcionario a cargo de la diligencia
y el deber que tienen éstos de ratificar los términos del acta en un procedimiento
ulterior935.
Hay que recordar lo que dice Ferrajoli a propósito del sentido del juicio
jurisdiccional, según el cual la actividad de juzgamiento siempre debe combinar el
"saber" con el "poder". Pues bien, un proceso en el que predomina la dimensión
potestativa (la faceta del poder) en desmedro de la cognoscitiva (la faceta de la
verdad procesal), se expone seriamente a perder su legitimidad y a caer en la
arbitrariedad937. Esto es lo que ocurriría con la admisión de la aludida presunción
legal, lo que en definitiva implica un atentado contra los conceptos fundamentales
del debido proceso legal y de los presupuestos esenciales para dotar de
legitimidad a la labor jurisdiccional. Nos remitimos a todo cuanto dijimos a
propósito del sentido que tiene la prueba en un sistema procesal civil orientado
hacia la obtención de decisiones justas basadas en la reconstrucción de los
hechos938.
Estimamos que tampoco cabe aceptar al criterio empleado en nuestro país por
un sector de la doctrina y la jurisprudencia, conforme con el cual los documentos
oficiales estarían acompañados de una presunción judicial de veracidad, basada
en los propios caracteres de estas documentaciones. Lo veíamos antes al
referirnos a la teoría del tercer género, donde citamos la opinión de Rioseco y el
enfoque de varias sentencias que reconocían a los documentos oficiales una
posición intermedia entre las pruebas documentales públicas y privadas 941. Lo
acabamos de constatar en el fallo de Corte Suprema de 7 julio 2005, en el que de
modo explícito se hace mención a la "presunción de autenticidad y de veracidad"
que —en opinión de la Corte— detentan los documentos oficiales942. De acuerdo
con esta doctrina y jurisprudencia, la referida presunción haría recaer la carga de
la prueba en la parte que impugna estas probanzas, la que tendría que demostrar
la falta de autenticidad o de veracidad que alega en su objeción.
Como se aprecia, esta solución tiene dos principales componentes. Por una
parte, se acude a la figura de las presunciones judiciales y, por otra, se traslada el
peso de la prueba a la parte que formula la objeción documental. Los documentos
oficiales, en este sentido, serían constitutivos de presunciones judiciales, las que
conforme con lo dispuesto por el art. 426 inc. 2º CPC podrían constituir plena
prueba, en la medida que en opinión del tribunal tengan caracteres de gravedad y
precisión suficientes para formar su convencimiento. A la vez, al llevar en sí
mismos esta fuerza de presunción, sería de resorte de la parte que los impugna
acreditar la falta de autenticidad o de veracidad de tales documentaciones, de
manera tal que si no se produce esa prueba, deben tener el aludido mérito
probatorio en atención al estatuto que presentan.
Por una parte, sostener que un documento oficial tiene la fuerza de una
presunción judicial es, en nuestro parecer, una tautología; dice poco o nada en el
tema de la eficacia probatoria. Ello, pues las presunciones judiciales son —stricto
sensu— un método de razonamiento judicial en el establecimiento de los hechos;
no son, por lo mismo, un medio de prueba ni menos una medida de fuerza
probatoria. Así lo podremos explicar más adelante944. De esta manera, afirmar que
el valor de los documentos oficiales puros y simples corresponde al de una
presunción judicial, implica sostener que se trata de probanzas que per se carecen
de una eficacia preestablecida y que, por el contrario, constituyen evidencias que
quedan sometidas al sistema de apreciación judicial de las pruebas que opera en
cada juicio. Esto atenta contra los propósitos de seguridad jurídica a los que
hemos aludido con anterioridad, seguridad jurídica que —además— se encuentra
cubierta por la presunción legal de autenticidad.
Por otra parte, si tales presunciones son, en definitiva, una expresión del
sistema de valoración según las reglas de la sana crítica, no se entiende cuál sería
el fundamento jurídico para trasladar la carga de demostrar la falta de veracidad a
la parte que impugna la prueba por documentos oficiales. Una distribución de
carga probatoria aplicada en estos términos quedaría desprovista de justificación,
ya que un régimen de apreciación de la prueba no puede servir para resolver las
cuestiones que aborda la institución del onus probandi.
En este sentido y según podremos profundizar más adelante, las reglas de onus
probandi pueden ser calificadas como una tercera variante de eficacia legal de las
pruebas documentales públicas, ya que en virtud de ellas es posible resolver
jurídicamente cuestiones atingentes al mérito de tales evidencias. Fue lo que de
algún modo entendió Sentís Melendo al calificar a la carga de la prueba como una
expresión de "prueba legal", tomando en cuenta que en estos casos es el
legislador quien indica al juez cómo proceder frente a una determinada situación
probatoria945.
Ahora bien, la carga de la prueba se presenta como una opción menos intensa
que la tarifa legal y las presunciones legales simples, sobre todo por la posibilidad
de aplicar ciertos criterios que no están presentes en estas últimas. Estamos
pensando fundamentalmente en los cánones de facilidad y de disponibilidad
probatoria, que permiten resolver cuestiones de dificultad para producir pruebas
bajo ciertas circunstancias.
Los arts. 37 y 38 ley Nº 19.880 de 2003, relativos a los informes evacuados por
organismos o funcionarios de la Administración, son aplicables a esta actividad
probatoria. La situación de las actas de inspección o de fiscalización a las que
hicimos mención antes, corresponden también a la prueba que se desarrolla en
estos procedimientos y, de preferencia, en los de naturaleza administrativo
sancionatorio.
Desde nuestro punto de vista, la solución sólo puede basarse en la figura que
estudiamos antes y que diferenciamos de la prueba preconstituida, denominada
validación de pruebas961. Por consiguiente, el estatuto probatorio de los
documentos oficiales producidos durante un procedimiento administrativo (ya sea
que se trate del expediente en sí mismo, o de las pruebas que son documentadas
por organismos o funcionarios públicos con motivo de la sustanciación de un
procedimiento administrativo), debe ser definido a partir de las siguientes siete
premisas fundamentales.
Segundo, si una parte pretende hacer uso de los antedichos documentos, sólo
podrán tener valor en virtud de la validación de prueba; y en todo caso solamente
podrán utilizarse como pruebas testificales y no como pruebas documentales
públicas, considerando que en el fondo se trata de constataciones efectuadas por
funcionarios públicos respecto de determinados sucesos.
Sexto, la referida validación puede ser expresa o tácita, y debe contar con la
aprobación del tribunal. De manera tal que si el juez considera necesaria la
ratificación del funcionario, tendrá que llevarse a efecto en los términos previstos
para las pruebas testimoniales. De no mediar la validación de las partes y la
aprobación judicial, la evidencia es inadmisible e ineficaz.
1. Definición y características
La división conceptual permite explicar por qué los documentos oficiales puros y
simples no pueden estar sometidos a reglas de tarifa legal.
Como ya lo hemos señalado, en nuestra opinión los únicos casos en los que
resulta justificable la aplicación del sistema de valoración tasado son aquellos en
los que interviene la fe pública, en atención a las mayores seguridades que
entrega esta institución en el proceso de formación documental 979. Si no hacemos
la separación de nociones, todos los documentos públicos podrían,
eventualmente, quedar sujetos a este régimen de eficacia, tal como lo proponen
Santa Cruz y Moreno Vaccaro. Ello, a no dudarlo, tergiversa todo el sistema de
esta evidencia.
La distinción que proponemos se aviene con la garantía del debido proceso legal
y con la igualdad procesal, al evitar que los órganos y servicios públicos cuenten
con un privilegio en la prueba documental pública.
Una adscripción a la doctrina de Parejo y a la aplicación analógica de los arts.
1700 y 1706 CC, serviría de fundamento para que todos los documentos
generados al interior de organismos estatales adquieran ab initio plena fuerza
probatoria, lo que traería como resultado que los servicios públicos estarían
legitimados para preconstituir evidencias en su favor. Ello daría lugar a un nuevo
privilegio procesal del Estado y de los órganos de la Administración Pública, con
un innegable menoscabo de las referidas garantías judiciales981.
El cuidado al que se refiere este autor atinge a la fuerza de estas pruebas, toda
vez que no puede dar lo mismo que una evidencia provenga exclusivamente de
uno de los sujetos involucrados en el conflicto; mucho menos cuando ese sujeto
ostenta una potestad de mando sobre el otro. Usando los términos de esta teoría,
podríamos decir que las documentaciones confeccionadas por órganos y
funcionarios públicos, tienen —en principio— el carácter de pruebas
semipreconstituidas (sin fe pública), y como tales poseen un valor menor frente a
las pruebas preconstituidas (con fe pública).
d) Antecedentes históricos
En las leyes 114 y 115 de la Partida 3ª, Título 18, se estableció que los
"instrumentos publicos" debían ser creídos por el juez en todo lo que en ellos
aparecía escrito; en cambio, las "cartas selladas" únicamente hacían prueba en
contra de su autor984. La mayor fuerza de la primera modalidad documental se
encuentra directamente asociada a la mayor rigurosidad de las exigencias
formales a las que estaban sometidos los "instrumentos publicos" y la investidura
que se atribuía a los escribanos. No hay que olvidar que en esta legislación los
notarios eran tratados como "personas públicas" y como "testigos públicos"
cualificados985. Como ha señalado Bono, los escribanos eran concebidos como
personas públicas a quienes la ley reconocía la legítima y excluyente potestad
para formalizar actos y negocios jurídicos privados y dotarlos de fe pública986.
El referido procedimiento permite trazar una línea divisoria más nítida entre el
autor del documento (asunto vinculado a la autenticidad) y el autor de la
declaración (cuestión referida a la veracidad del contenido). Esto, a su vez, sirve
de base para atribuir mayor fuerza probatoria legal a la veracidad de los
documentos públicos, atendida la separación que media entre una esfera y otra.
En otras palabras, el autor del documento no se involucra con el contenido de las
declaraciones de voluntad o de conocimiento.
De ahí la regla tarifada del art. 1700 inc. 1º CC, donde se establece un valor de
"plena fe" en cuanto a la verdad de las declaraciones de las partes otorgantes; no
se mencionan las declaraciones del ministro de fe. Y de ahí también la solución
prevista en los arts. 306 a 308 del mismo Código, con motivo de la eficacia
probatoria de las partidas o inscripciones que confeccionan los oficiales del
Servicio de Registro Civil e Identificación; estas últimas disposiciones, como
señalaremos luego, consagran un régimen de presunciones legales simples en
cuanto a la autenticidad y veracidad de tales documentaciones, en el campo de la
prueba del estado civil.
Incluso para autores como Núñez Lagos, que defienden la presencia del notario
como asesor de las partes otorgantes, la intervención del fedatario en la creación
documental es pasiva o "recepticia"; es una participación de "visu et auditu suis
sensibus". El notario no concurre con su voluntad a la formación del acto jurídico,
como sí lo hacen los comparecientes; lo que hace es certificar la autenticidad de
los documentos y, cuando más, asistir a las partes. Para explicar este
procedimiento, Núñez Lagos hacía una comparación entre lo que ocurre con el
notario que autoriza una escritura y el juez que dicta una sentencia. "El notario no
manda ni decide como el juez. A lo sumo hace algunas calificaciones —juicios de
capacidad e identidad de los comparecientes, nomen iuris del acto, etc.—, que son
actos más de entendimiento que de voluntad"992.
Este parangón lo podemos aplicar a los documentos oficiales, en los que los
funcionarios públicos sí consignan declaraciones de voluntad relativas a la gestión
pública que ejecutan en razón de su cargo. Los mismos dos aspectos que
caracterizan a la fe pública, tienen una configuración diversa en el ámbito de las
documentaciones generadas durante el ejercicio de funciones públicas. Primero,
porque en los documentos oficiales puros y simples no encontramos
procedimientos típicos y especiales en materia de documentación; segundo,
porque generalmente se produce una confusión entre el autor del documento y el
autor de la declaración.
Los documentos oficiales puros y simples, en efecto, son generados con ocasión
del ejercicio de otras actividades públicas. No son propiamente el resultado de
procedimientos destinados a regular la confección de documentos. Lo regulado es
el desarrollo de funciones públicas, siendo los documentos oficiales la faceta
formal o externa de esa reglamentación. Podríamos afirmar que en esta área la
actividad documentadora es secundaria o accesoria a otra actividad, consistente
en la gestión pública.
Junto con lo anterior, hay que tener presente que los aludidos documentos
oficiales no cuentan con la intervención de un sujeto o elemento externo que los
autentifique. Según decíamos, los ministros de fe intervienen para certificar la
autenticidad de los documentos públicos, sin tener mayor injerencia en el
contenido de los actos jurídicos o declaraciones registrados en ellos. La actividad
notarial, como afirmaba Núñez Lagos, consiste en ver, oír y narrar ("visu et auditu
suis sensibus"); no están llamados a mandar ni decidir994. La actividad pública, en
cambio, está dirigida a mandar.
Esta situación ha sido expuesta por Paillás a propósito del significado de los
instrumentos públicos regulados por los arts. 1699, 1700 y 1706 CC, en los que el
oficial público (ministro de fe) interviene con el preciso propósito de otorgar fe
pública (autorizar) a un documento donde se contienen declaraciones de voluntad
de otros sujetos (las partes otorgantes). En distinta posición se encuentran los
documentos oficiales que emanan de autoridades públicas, en los cuales no
existen solemnidades ni se da fe de actos otorgados por particulares, sino que se
trata de documentaciones que emanan de autoridades o funcionarios públicos que
mandan, resuelven o realizan otra actividad propia de su cargo995.
Hay, con todo, una imprecisión en el lenguaje normativo que se presta para
confusiones. Una primera lectura de estos preceptos podría dar a entender que los
únicos documentos públicos electrónicos que expiden los órganos estatales, son
aquellos suscritos mediante firma electrónica avanzada; a la vez, sólo estos
documentos podrían tener eficacia probatoria. Los demás, por consiguiente, no
tendrían la calidad de prueba documental pública.
Es lo que ha entendido Canelo, al afirmar que los órganos del Estado pueden
suscribir y ejecutar actos, declaraciones, decretos y expedir documentos dentro de
su competencia por medio de firma electrónica. En tal caso estos documentos son
públicos y, por consiguiente, de acuerdo con la ley Nº 19.799 de 2002 deben ser
suscritos mediante firma electrónica avanzada. Sólo así, concluye, estas
documentaciones tendrán el mismo valor que el instrumento público manuscrito 997.
Algo similar indica Fernández Acevedo, con el único añadido que tal como lo
dispone el art. 9º ley Nº 19.799, en esta clase de documento electrónico resulta
indispensable que el certificado correspondiente tenga, además, un sellado de
tiempo (time stamping)998.
Las confusiones surgen en buena medida por la redacción del art. 7º inc. 2º de
la citada ley, donde se emplea incorrectamente el giro "instrumento público". Esta
denominación aparece también en el art. 4º del mismo cuerpo legal, dando a
entender la misma idea: "Los documentos electrónicos que tengan la calidad de
instrumento público, deberán suscribirse mediante firma electrónica avanzada". Ya
hemos dado las razones para discrepar de esta terminología, que es propia de los
actos y las pruebas documentales de Derecho Privado. En el ordenamiento
jurídico público no hay propiamente instrumentos públicos, dado que las
actuaciones ejecutadas en esta sede no pertenecen a los actos y contratos
regulados por el Libro IV del Código Civil. Por tanto, el legislador incurrió en un
error técnico al usar esta nomenclatura, probablemente por la influencia que ha
tenido en nuestro país la interpretación doctrinal y jurisprudencial que confunde los
conceptos de documento e instrumento público, y que agota la regulación de la
prueba documental pública en los tres preceptos fundamentales del Código Civil
(arts. 1699, 1700 y 1706).
El art. 3º ley Nº 19.477 del Servicio de Registro Civil e Identificación, señala que
este órgano "velará por la constitución legal de la familia y tendrá por objeto
principal registrar los actos y hechos vitales que determinen el estado civil de las
personas y la identificación de las mismas". El art. 4º Nº 3, expresa que una de
sus funciones es "establecer y registrar la identidad civil de las personas y otorgar
los documentos oficiales que acrediten la identidad". Otras de las funciones que
contemplan los numerales 2º y 7º del mismo art. 4º, son las de "inscribir en el
registro correspondiente los nacimientos, matrimonios y defunciones, y dejar
constancia en dichas inscripciones de los hechos y actos jurídicos que las
modifiquen, complementen o cancelen", y las de "otorgar certificados que den fe
de los hechos y actos jurídicos que consten en los registros que mantiene el
servicio".
En armonía con lo anterior, el art. 7º letra r) dispone que una de las funciones
del Director Nacional de este servicio es "designar a los oficiales civiles y a los
funcionarios que tendrán la calidad de ministro de fe para certificar las actuaciones
del servicio". El art. 32, a su vez, expresa que los oficiales civiles "son ministros de
fe en todas las actuaciones que ésta u otras leyes les encomienden y que se
encuentren en cualquier punto dentro de su territorio jurisdiccional. En tal carácter
estarán facultados para autorizar las actas e inscripciones que se firmen en su
presencia, dar testimonio de los actos celebrados ante ellos, otorgar certificados y
las demás actuaciones que las leyes les señalen". El art. 33 Nº 5º se pronuncia
específicamente sobre los documentos que comentamos. Indica que una de las
obligaciones (funciones) de los oficiales públicos es "intervenir en el proceso de
filiación civil y penal de las personas y supervisar el correcto otorgamiento de las
cédulas de identidad, pasaportes y demás documentos de identificación que se
tramiten en su oficina".
Fueron estas consideraciones las que tuvo a la vista Claro Solar para sostener
que las partidas y los certificados sobre estado civil debían hacer fe respecto del
nacimiento, matrimonio y fallecimiento de las personas. "Destinadas precisamente
a dejar constancia de los hechos constitutivos del estado civil las inscripciones
hechas en esos libros [las partidas], es natural que los certificados dados con
arreglo a ellas por el respectivo funcionario hagan fe del hecho a que se refieren y
acrediten respectivamente el nacimiento, el matrimonio, la muerte o cualquier otro
hecho que es materia de la inscripción"1001. En tal sentido, califica a estas
documentaciones como "instrumentos públicos", al igual como lo hacen Zulueta,
Somarriva, Fueyo, Ramos Pazos y Court y Wegner, entre otros autores 1002.
Tal calificación también ha sido utilizada por el legislador en el art. 24 inc. 1º ley
Nº 4.808 de Registro Civil, según el cual "los certificados o copias de inscripciones
o subinscripciones que expidan el Conservador o los oficiales del Registro Civil,
tendrán el carácter de instrumentos públicos".
Lo anterior ha llevado a pensar que los documentos oficiales extendidos por este
servicio en materia de estado civil y de identidad de las personas, tendrían el
carácter de instrumentos públicos, y que como tales estarían sometidos a los arts.
1699, 1700 y 1706 CC. Así, por lo demás, lo estimó la Corte de Apelaciones de
Santiago mediante sentencia de 8 abril 1964, al momento de calificar a las cédulas
de identidad como instrumentos públicos en los términos previstos por el citado
art. 1699 inc. 1º CC1003.
En este orden de ideas, cabe destacar el texto del art. 7º letra r) ley Nº 19.477
de Servicio de Registro Civil e Identificación, donde se señala que los oficiales del
servicio son ministros de fe encargados de "certificar" las actuaciones de este
organismo. La referencia a la "certificación" la podemos vincular con preceptos
como el art. 401 Nº 8º COT, 425 inc. 1º COT y art. 427 inc. 1º CPC, los que
interpretados en forma sistemática permiten construir el sistema de eficacia
probatoria que comentamos.
Pensamos que el Diario Oficial es un documento oficial que cumple con todos
los elementos institucionales de la fe pública. Por las razones ya expuestas,
debemos decir que no se trata de un instrumento público, como lo afirmaba Santa
Cruz1006; tampoco es un documento oficial puro y simple, como en cierta medida lo
insinuó Moreno Vaccaro1007. Los arts. 7º CC, 96 inc. 2º COT, 94 inc. 4º CPR y 49
ley Nº 19.880 de 2003, permiten afirmar que se trata de un documento
acompañado de fe pública, cuya función es entregar información auténtica sobre
normas y actos jurídicos. Es el principal medio que contempla nuestro
ordenamiento jurídico para dar publicidad a actuaciones de Derecho Público y de
Derecho Privado.
b) Valor probatorio
El art. 166 del C. Sanitario expresa lo siguiente: "Bastará para dar por
establecida la existencia de una infracción a las leyes y reglamentos sanitarios el
testimonio de dos personas contestes en el hecho y en sus circunstancias
esenciales; o el acta, que levante el funcionario del Servicio [Salud] al
comprobarla". En el fondo, esta norma atribuye una eficacia probatoria especial a
las señaladas actas, equivalente al de una presunción legal de veracidad.
En primer lugar, pensamos que no basta con que una ley identifique a un
funcionario público con los ministros de fe, al menos desde una óptica probatoria.
Ya hemos señalado que la fe pública es una institución jurídica caracterizada por
una serie de elementos que permiten asegurar la autenticidad documental y, en
alguna medida, la veracidad del contenido. Uno de tales elementos dice relación
con el tipo de intervención que corresponde al fedatario, que siempre ha de ser
receptiva y más bien pasiva en cuanto a los hechos y las declaraciones
consignados en la documentación. Por tanto, si la ley no prevé un sistema que
permite cumplir con tales condiciones, resulta improcedente asignar una eficacia
probatoria especial a esta clase documental; de lo contrario, se corre el riesgo de
transformar a la fe pública en una noción vacía y carente de un sentido objetivo e
institucional.
Nada de lo dicho tiene lugar en el plano que comentamos, toda vez que el
funcionario sí está autorizado para actuar de oficio; inevitablemente incluirá juicios
de valor y, lo que es más determinante, siempre estará actuando dentro del marco
de sus funciones de inspección o fiscalización, lo que conlleva un evidente sesgo
en su gestión. En nuestra opinión, el principio de objetividad que consagra el art.
11 ley Nº 19.880 de 2003 es insuficiente para abordar las cuestiones que
mencionamos, motivo por el cual discrepamos de la solución contenida en las
leyes que citamos antes. En realidad, este principio conduce a otra conclusión;
como dijimos, sirve de base a los criterios de facilidad y disponibilidad probatoria,
en virtud del cual la carga de probar recae en los órganos administrativos.
1. Definición y características
Son documentos elaborados por particulares que adquieren carácter oficial (y,
por ende, público), ya sea por haber sido generados con ocasión del ejercicio de
funciones públicas, o por encontrarse agregados a un expediente administrativo.
Como dice Arancibia Mattar, de acuerdo con este criterio el término "empleado
público" definido por el art. 260 CP comprende no sólo funcionarios administrativos
que desempeñan un cargo público o un empleo de planta o a contrata, sino a
cualquier persona que en virtud de una designación o figura contractual laboral, a
honorarios, concesional o ad honorem participe en labores esenciales de la
Administración Pública a tiempo completo o parcial1019.
Con base en ello, este autor concluye que para los fines de la citada norma
penal, tienen el carácter de empleado público una multiplicidad de sujetos, que
pueden agruparse en —a lo menos— siete categorías. Primero, los integrantes de
órganos pluripersonales creados por ley que no pertenecen a la planta de la
institución, como —por ejemplo— los consejeros regionales, los concejales
municipales, los miembros de las juntas directivas de universidades estatales y los
miembros de directorios de empresas del Estado. Segundo, los auxiliares de la
función administrativa, como los inspectores de la Superintendencia de
Electricidad y Combustibles, los despachadores de aduana, los agentes postales
de la Empresa de Correos de Chile y los alumnos en práctica de la Corporación de
Asistencia Judicial. Tercero, los empleados estatales que no están adscritos a la
planta del personal y se rigen por el Código del Trabajo; por ejemplo, los
secretarios de los Consejos Regionales, los empleados de las empresas del
Estado y los trabajadores de la Corporación de Asistencia Judicial. Cuarto, el
personal de las fuerzas armadas en situaciones excepcionales, como el personal
de reserva llamado a servicio activo. Quinto, los empleados de empresas
concesionarias del Estado, como los trabajadores de las sociedades
concesionarias de servicios públicos y los de las empresas concesionarias de
obras públicas. Sexto, las personas contratadas a honorarios para realizar,
excepcionalmente, funciones de línea, como sucede —por ejemplo— con
profesionales contratados a honorarios por el Ministerio de Obras Públicas.
Séptimo, los trabajadores de entidades dependientes del Estado, como ocurre con
los empleados de sociedades privadas controladas por el Estado en razón de su
mayor participación accionaria, o con los trabajadores de corporaciones y
fundaciones controladas por las municipalidades1020.
Como se ve, en varias situaciones nos encontramos con sujetos privados que
cumplen funciones públicas y que, por lo mismo, pueden ser calificados como
empleados públicos para efectos penales.
Soto Kloss, por su parte, ha subrayado la necesidad de emplear criterios
sustanciales y teleológicos, antes que meramente formales u orgánicos, al
momento de determinar el significado de los actos administrativos. En este
sentido, los define como "una ordenación racional unilateral emitida por un sujeto
en ejercicio de función administrativa, que, destinada a satisfacer una necesidad
pública concreta, produce efectos directos"1021.
Enfatizando tal dimensión sustantiva, Soto Kloss hace mención a los sujetos que
ejercen funciones administrativas y no únicamente a los órganos de la
Administración, teniendo presente que a raíz de la diversificación de las
actividades estatales en el campo de la Administración Pública, no resulta extraño
que en la actualidad entidades privadas cumplan funciones públicas y ejecuten —
de este modo— actos administrativos. Es lo que sucede, a su juicio, con los
concesionarios de servicios públicos1022.
En cuanto a las finalidades, este autor señala que tales actos siempre han de
estar orientados a satisfacer necesidades públicas concretas, entendiendo por
éstas las necesidades que de acuerdo con los criterios impuestos por el legislador,
deben ser satisfechas por el Estado a través de actuaciones unilaterales. En su
parecer y en virtud de las mismas razones predichas, lo anterior puede tener lugar
en forma directa, por intermedio de órganos y funcionarios estatales; o en forma
indirecta, a través de la concesión de servicios públicos u otro tipo de contratación
aceptada por el Derecho Administrativo1023.
Desde un punto de vista probatorio, Moreno Vaccaro pensaba del mismo modo.
Se refería a los "documentos oficiales en el orden privado" y los concebía como
una especie de documento oficial. Los caracterizaba como documentaciones que
siendo privadas en su origen se convertían en oficiales al incorporarse a la esfera
de actuación de la Administración del Estado1032.
1. Principales alternativas
Los juicios orales armonizan mejor con los sistemas basados en el principio de
libertad de prueba. En ellos, las partes tienen el derecho de ofrecer todo tipo de
evidencias, derecho que al mismo tiempo se complementa con las facultades del
tribunal para dirigir la actividad probatoria (primordialmente a raíz de la
inmediación), y para apreciar críticamente las pruebas de acuerdo con criterios del
razonamiento común1043.
A la inversa del modelo anterior, en este caso sobresalen las atribuciones de los
jueces para intervenir en cada una de las fases de la actividad probatoria,
encargándoles a ellos la tarea de emitir el juicio fáctico de acuerdo con la
información que suministran los antecedentes acopiados a cada causa. Al
respecto, Chiovenda sostuvo que la oralidad y la inmediación constituyen
condiciones indispensables para la actuación del principio de libre convicción del
juez y para el mayor protagonismo de éste, en oposición a la escritura y la prueba
legal que lo impiden. La libertad de convicción, afirmaba este autor, "quiere el aire
y la luz de la audiencia. En los laberintos del proceso escrito, la misma se
corrompe y muere"1044.
Según expone Taruffo, una prueba es libre cuando todo elemento relevante
puede ser empleado en juicio, sobre la base de los cánones del sentido común y
de la racionalidad para acreditar los hechos. De esta manera, los procesos regidos
por el principio de libertad de prueba se presentan como modelos "abiertos", al
autorizar la utilización de esa clase de criterios o cánones, sin constreñir el
fenómeno probatorio exclusivamente a las normas legales. Por lo mismo, la
regulación jurídica de las pruebas constituye una excepción que solamente puede
tener cabida en hipótesis específicas y justificadas1046.
Como vimos cuando calificamos al documento público como una prueba legal,
en una primera aproximación podría estimarse que esta evidencia presenta
incompatibilidades con modelos como el recién descrito. Lo que tiene importancia
en el Derecho chileno, considerando la vigencia de sistemas de enjuiciamiento
que se basan precisamente en estos criterios. Ya dijimos que la legalidad
probatoria debe respetarse, sea cual fuere el modelo procesal y probatorio
imperante. La razón de ello la encontramos en la necesidad de otorgar seguridad
al tráfico jurídico1047.
A partir del planteamiento anterior, habría que concluir que el estatuto probatorio
de los documentos públicos sería improcedente en los procesos civiles regidos por
los principios de oralidad y de prueba libre, como ocurre con los juicios de familia
(arts. 10, 28 y 32 ley Nº 19.968 2004) y las causas laborales (arts. 425, 453 Nº 4 y
456 C del T). Lo mismo cabría sostener con respecto al diseño contemplado en el
Proyecto de Código Procesal Civil de 2012, basado en las citadas máximas:
oralidad (arts. 6º y 285) y libertad de prueba (arts. 286 y 295)1051.
Todavía más, habría que aceptar que tal estatuto de la prueba documental
pública también resultaría inconsistente con aquellos procedimientos civiles
escritos respecto de los cuales se establece de modo explícito la admisibilidad
abierta de medios de prueba y la valoración según las reglas de la sana crítica o
en conciencia. En el ordenamiento actual es posible hallar combinaciones de estos
sistemas en numerosos juicios, con lo cual —y siguiendo con la postura
expuesta— la vigencia del régimen especial de los documentos públicos quedaría
notoriamente disminuida.
La valoración según las reglas de la sana crítica rige para las causas sobre
arrendamiento de predios urbanos (art. 8º Nº 7 ley Nº 18.101 de 1982), y para los
juicios civiles de tutela de derechos e intereses difusos, colectivos e individuales
de los consumidores (art. 51 ley Nº 19.496 de 1997).
Por nuestra parte, no vemos una exclusiva compatibilidad entre la prueba por
documentos públicos y los procesos basados en los principios de escritura y de
legalidad probatoria; tampoco encontramos una incompatibilidad entre aquélla, las
causas orales y la libertad de prueba.
En efecto, para este autor la oralidad exige la libre valoración de las pruebas a
constituir (los testimonios, las declaraciones de parte, las pericias), pero no implica
el abandono integral de la prueba legal, cuando ésta se encuentra limitada a las
pruebas preconstituidas, dado que éstas despliegan toda su eficacia de certeza
antes y fuera del proceso. "Los criterios legales en la valoración de la prueba
preconstituida se justifican, precisamente, porque mediante los mismos los sujetos
de las relaciones sustanciales pueden precaver cuál será el resultado del eventual
proceso, y pueden así precaverse contra los inciertos sidera litium; pueden
preconstituir, en suma, dentro de ciertos límites, una garantía de seguridad de sus
relaciones. Aquí la prueba legal (preconstituida) tiene más bien el carácter de
fenómeno extraprocesal (sustancial) que de un fenómeno propiamente
procesal"1061.
Tales excepciones están dadas, en primer término, por la prueba del estado
civil, donde los documentos públicos emanados del Servicio de Registro Civil e
Identificación constituyen el principal medio probatorio, los que quedan sujetos al
régimen legal previsto por el Código Civil; afirman, específicamente, que la
valoración de las pruebas del estado civil sería tasada. La segunda excepción se
refiere al art. 1701 CC, de acuerdo con el cual la falta de instrumento público no
puede suplirse con otra prueba en los actos y contratos en que la ley requiere esa
solemnidad. Una tercera excepción atañe a las reglas sobre presunciones legales,
que tienen plena vigencia en la ley Nº 19.968 de 2004, sin que —afirman— se
hayan introducido variaciones en relación con las normas procesales comunes 1063.
En fin, haciendo eco de ese criterio inclusivo al que nos hemos remitido en
ocasiones anteriores (de acuerdo con el cual la ley procesal debe aceptar las
diversas modalidades de documentaciones públicas que existen en las distintas
ramas del Derecho), en el párrafo 12 de esta sección XI de la exposición de
motivos, se precisa lo siguiente: "Ha de señalarse también que determinados
preceptos de diversas leyes atribuyen carácter de documentos públicos a algunos
respecto de los que, unas veces de modo expreso y otras implícitamente, cabe la
denominada 'prueba en contrario'. La presente ley respeta esas disposiciones de
otros cuerpos legales, pero está obligada a regular diferenciadamente estos
documentos públicos y aquellos otros, de los que hasta aquí se ha venido
tratando, que por sí mismos hacen plena prueba".
Debemos señalar, como primera cuestión, que esta postura ya estaba presente
en el texto denominado "Propuesta de bases para redactar un nuevo Código
Procesal Civil para la República de Chile" del año 2005, en el cual se marcó una
diferencia entre el sistema general de valoración de las pruebas (sana crítica) y el
régimen especial de los documentos públicos (aunque, en realidad, se aludió a los
instrumentos públicos). Al hacer mención a los principios generales del nuevo
sistema considerado en esta propuesta, se sostuvo que debía adoptarse una
decidida opción por la oralidad y, al mismo tiempo, por un régimen de libertad de
medios de prueba y de apreciación según las reglas de la sana crítica. Aunque, en
el tema de la valoración de los instrumentos públicos (debió decir, documentos
públicos), se hacía necesario considerar una excepción a tal modelo,
específicamente en el caso de los contratos solemnes1070.
En cuanto al Proyecto de 2012, hay que tener presente las explícitas alusiones a
la prueba documental pública contempladas en el mensaje del Poder Ejecutivo.
"En consonancia con los demás sistemas reformados, pero con ciertas
atenuaciones justificadas en el respeto de las normas sustantivas tradicionales y el
principio de seguridad en el tráfico jurídico, se consagra la primacía de la sana
crítica como sistema general y, subsidiariamente, el de apreciación legal de la
prueba. De esta manera, el tribunal podrá apreciar la prueba con libertad siempre
que no contradiga los criterios de la lógica, las máximas de la experiencia y los
conocimientos científicamente afianzados, salvo texto legal que expresamente
contemple una regla legal para una apreciación diversa, lo que importa con ello la
eliminación general de todas las restricciones legales y de la regulación del valor
probatorio específico de cada medio, propias de un sistema de prueba legal o
tasada. Con todo, el sistema se atenúa en forma excepcional, principalmente, en
la regulación de algunos medios de prueba, como los documentos, así como
respecto de las presunciones de derecho y las meramente legales y de los actos o
contratos solemnes, los cuales sólo pueden ser probados por medio de la
respectiva solemnidad"1071.
Primero, en el art. 300 PCPC de 2012 (cuyo encabezado es idéntico al art. 342
CPC vigente) encontramos una manifestación de la preferencia por las
formalidades. Según ese artículo, para que los instrumentos públicos (debió decir,
documentos públicos) sean considerados y tratados como tales en los juicios
civiles, se requiere que "en su otorgamiento se hayan cumplido las disposiciones
legales que dan este carácter". Como podremos explicar luego, esta fórmula
constituye —en nuestro parecer— una directa consagración de la preponderancia
de las formas por sobre la libertad de las pruebas, lo que implica una opción del
legislador por la legalidad de los procedimientos de formación de las
documentaciones públicas.
Segundo, en materia de valoración probatoria se constata la voluntad legislativa
de dejar a los documentos públicos en el campo de la eficacia legal, tal como
aparece en los arts. 295 y 306 PCPC de 2012. El art. 295 contiene dos preceptos
pertinentes a las documentaciones públicas. Al inicio y al final del primer inciso
(donde se establece como modelo general el de las reglas de la sana crítica), se
reconocen dos excepciones: "salvo que la ley atribuya un valor determinado a un
medio probatorio"; "salvo texto legal que expresamente contemple una regla de
apreciación diversa". En ambos casos es posible llegar a los preceptos de
Derecho sustantivo y notarial en los que se consagran mecanismos legales de
eficacia de este medio de prueba.
Además, en el inciso segundo del mismo art. 295 se señala que "el acto o
contrato solemne sólo puede ser acreditado por medio de la solemnidad prevista
por el legislador". Es, pues, una directa referencia a la máxima "los actos
solemnes se prueban a sí mismos", que en el caso de los instrumentos públicos
tiene una especial y perentoria regulación en el art. 1701 inc. 1º CC. De este
modo, el Proyecto de 2012 hace patente su preocupación por mantener una
coherencia con las medidas adoptadas por el legislador sustantivo, lo que no es
sino una demostración más de lo que estamos sosteniendo en cuanto al estatuto
propio de la prueba por documentos públicos.
1. Criterios aplicables
Ahora bien, estos criterios siempre parten de la base que la producción en juicio
de esta prueba contempla los respectivos controles de admisibilidad o
procedencia, tanto para evitar un uso excesivo de documentos públicos, como
para impedir una desnaturalización o tergiversación de los mismos. Tal como
explicaremos luego, el incidente de exclusión es el principal procedimiento
destinado a abordar tales situaciones.
2. Producción de la prueba basada en un criterio formal
El principal argumento de texto que podemos invocar es el art. 342 CPC, al que
nos referimos a continuación.
b) Consagración del criterio formal en el encabezado del art. 342 CPC: "Serán
considerados [...]"
De este modo, lo que hace la Corte es admitir una interrelación entre los
procedimientos de creación y los de aportación de las pruebas documentales
públicas. De hecho, a propósito del carácter procedimental del art. 342 CPC,
mediante sentencia de 25 junio 2001 la Corte Suprema sostuvo que la infracción
de tal artículo es una materia propia de un recurso de casación en la forma, como
quiera que más que constituir un precepto decisorio litis, vendría a ser una "regla
de procedimiento" vinculada con el numeral 9º del art. 768 CPC, esto es, con la
omisión de trámites o diligencias declarados esenciales por la ley1083.
Esta interpretación judicial nos permite afirmar que en nuestro sistema procesal
civil existe un parámetro objetivo que da cuenta de la vinculatoriedad de los
procedimientos de creación de documentos públicos. Con todo, debemos aclarar
que no compartimos la calificación atribuida al art. 342 CPC, que para la
jurisprudencia no presenta la naturaleza de "ley reguladora de la prueba", bajo la
premisa que en el campo probatorio civil solamente las disposiciones del Derecho
sustantivo pueden tener el referido carácter. Según expondremos, este enfoque
debe ser sometido a revisión, puesto que es posible que exista otro tipo de
preceptos que merecen el calificativo de "leyes reguladoras de la prueba", no
obstante su contenido procedimental; una de estas disposiciones es, a nuestro
juicio, el citado art. 342 CPC. Así, por lo demás, lo ha considerado la sentencia de
la Corte Suprema de 20 enero 2012, en la que hallamos una nueva perspectiva en
el tema que examinamos1084.
e) Mantención del criterio formal del art. 342 CPC por el legislador moderno
Por último y según ya vimos, hay que decir que este concepto está presente en
el Proyecto de Código Procesal Civil de 2012, en el cual figura un precepto con el
mismo encabezado del art. 342 CPC. Es lo que aparece en el enunciado del art.
300 PCPC de 2012: "Serán considerados como instrumentos públicos en juicio,
siempre que en su otorgamiento se hayan cumplido las disposiciones legales que
dan este carácter"1085. Esta redacción permite demostrar que la naturaleza
obligatoria de estos procedimientos sigue estando presente en el legislador
procesal.
Este criterio indica que todos los elementos que de acuerdo con el ordenamiento
jurídico nacional merecen el calificativo de documentos públicos, deben ser
admitidos como tales en los juicios civiles. Podemos decir que es una derivación
del principio de libertad de prueba, aunque enmarcado dentro de las
características propias de estas clases documentales.
Sobre el particular y por las mismas razones que señalamos antes, estimamos
que las normas contenidas en el Código de Procedimiento Civil constituyen
disposiciones supletorias en esta materia, aplicables a todos los procedimientos
civiles en los que no se establezca una regla especial diversa. El art. 3º CPC sirve
de base a esta solución.
a) Noción y presupuestos
Esta modalidad está prevista en el art. 348 CPC, según el cual los instrumentos
(debió decir documentos) podrán "presentarse en cualquier estado del juicio hasta
el vencimiento del término probatorio en primera instancia, y hasta la vista de la
causa en segunda instancia". Esta disposición debe ser complementada con los
arts. 69 inc. 1º, 342 Nº 3, 795 Nº 5 y 800 Nº 2 CPC, que establecen la fórmula bajo
la cual corresponde presentar los documentos públicos ("con citación"); la manera
como el tribunal debe evaluar su admisibilidad (al momento de proveer el escrito
respectivo, teniendo por acompañados los documentos, con citación) y, la
necesidad de agregarlos materialmente al expediente o carpeta. En este sentido,
hay que decir que se trata de un mecanismo propio de los procesos civiles
escritos.
Además, a la luz del art. 342 CPC es dable concluir que nuestro sistema acepta
que los documentos públicos se acompañen en original o en copia; así aparece
expuesto en los números 1º y 2º de este precepto. E incluso, en el numeral 3º está
expresamente admitida la posibilidad que se presenten copias simples, las que de
no ser objetadas por la contraria producirán una hipótesis de validación de prueba
documental pública.
Ahora bien, en virtud de una interpretación lógica del art. 348 CPC con los arts.
348 bis y 349 CPC, cabe sostener que esta modalidad es aplicable bajo dos
supuestos fundamentales. Primero, es necesario que estemos frente a
documentos públicos en soporte de papel; segundo, se requiere que estos
documentos se hallen en poder de la parte que los presenta. De no reunirse estas
condiciones, debe acudirse a los otros dos mecanismos previstos por los
precitados arts. 348 bis y 349 CPC. Esto también rige para los procesos civiles
tramitados electrónicamente, a la luz de lo dispuesto por el art. 6º ley Nº 20.886 y
art. 32 Acta CS. Nº 71-2016.
Por nuestra parte, creemos que no obstante los términos usados por el art. 348
bis CPC en su inicio ("presentado un documento electrónico..."), lo cierto es que la
práctica de esta clase documental difiere del método previsto por el art. 348 CPC,
que está ideado para documentos en soporte de papel. Según volveremos a
indicar más abajo, los documentos públicos electrónicos, por lo general, no se
presentan con citación; tampoco corresponde acompañar ejemplares impresos en
soporte de papel; lo que se debe hacer mediante el escrito respectivo, es ofrecer
esta prueba acompañando un registro donde conste la respectiva información
electrónica (por ejemplo, un pendrive) y en el mismo escrito pedir que se cite a
audiencia de percepción documental1089.
Sin perjuicio de retomar este punto, dejamos anotado que atendidas las
características de algunas documentaciones públicas, en ocasiones resultará
improcedente la aludida diligencia a raíz de la posibilidad para obtener ejemplares
o copias de estos elementos. Estimamos que una copia autorizada de una
escritura pública, o una copia de un documento oficial sometido a las exigencias
de la ley Nº 20.285 de 2008, son documentaciones públicas respecto de las cuales
la única vía para producir la prueba es la señalada en el art. 348 CPC. La parte
interesada tiene la carga de obtener estos ejemplares o copias, a fin de
presentarlos al juicio como evidencias. Según indicaremos, esta es una conclusión
que se basa en una adecuada interpretación de la frase "que existan en poder de
la otra parte o de un tercero", que emplea el art. 349 CPC al regular la diligencia
de exhibición documental1091.
Como decíamos, el art. 348 CPC se complementa con los arts. 69 inc. 1º, 342
Nº 3, 795 Nº 5 y 800 Nº 2 CPC. De acuerdo con estas disposiciones, los
documentos públicos deben presentarse y agregarse el expediente "con citación".
En el respectivo escrito, la parte debe señalar que acompaña estos documentos,
con citación; en la resolución judicial, el tribunal debe tenerlos por acompañados
en dicha forma y, además, disponer la incorporación de los mismos al expediente
o carpeta. De acuerdo con el art. 69 inc. 1º CPC, esta citación confiere un plazo de
tres días a la otra parte litigante para formular las oposiciones u observaciones
que estime pertinentes. Así lo ha señalado la doctrina1092y la jurisprudencia1093.
La mayoría de las veces se estima que esta fórmula procesal constituye una
expresión del principio de contradictorio, elevada a la calidad de trámite esencial
previsto por la ley (arts. 795 Nº 5 y 800 Nº 2 CPC). Así, por un lado, permite a la
parte en contra de quien se hace valer esta prueba ejercer sus derechos dentro
del plazo de tres días; por otro, impone al tribunal el deber de agregar los
documentos públicos en los predichos términos; por último, de no cumplirse estos
presupuestos, se da origen a un vicio susceptible de reclamar a través de un
recurso de casación en la forma (arts. 768 Nº 9, 795 Nº 5 y 800 Nº 2 CPC). Como
señala Carocca, si no se respeta este procedimiento, el tribunal no puede fundar
su fallo en el o los respectivos documentos públicos, y si lo hace, incurre en el
vicio invalidatorio que acabamos de mencionar1094.
Concordamos con estas últimas precisiones. Nos parece que la única manera
de dar consistencia y seriedad a la producción de esta prueba, es estableciendo la
carga de precisar los aspectos probatorios fundamentales de los documentos
públicos; sobre todo si tenemos presente los frecuentes problemas que tienen
lugar en la práctica judicial chilena con ocasión del uso indiscriminado de
documentos públicos y de la "desnaturalización" de esta prueba. Ambas
cuestiones pueden ser resueltas con una correcta aplicación del mecanismo que
estudiamos, al dejar a la parte afectada en una posición adecuada para impetrar
las incidencias del caso, en particular las de exclusión por "impertinencia" a las
que nos referiremos más abajo.
Así pues, somos de la opinión que los litigantes tienen una carga procesal en
materia de presentación de prueba documental pública, compuesta por tres
elementos fundamentales. En primer lugar, es necesario señalar los aspectos
formales de los documentos públicos que acompañan, indicando si se trata del
original, una copia autorizada, una copia simple, un documento completo o una
parte del documento; segundo, es necesario singularizar sintéticamente el
contenido probatorio de la documentación pública; tercero, es indispensable
especificar el o los hechos sobre los cuales recae esta probanza.
En las causas de familia, en principio todos los documentos deben ser ofrecidos
en la audiencia preparatoria, y tienen que ser exhibidos, leídos o reproducidos en
la audiencia de juicio; de esta manera se incorpora la prueba documental a la
causa. Excepcionalmente, pueden ser presentados junto con la demanda, o
pueden ser exhibidos, leídos o reproducidos en la audiencia preparatoria, cuando
las circunstancias del caso así lo exigieren o lo hicieren necesario (por ejemplo,
para efectos de solicitar una medida cautelar). Así lo indican los arts. 57 inc. 1º, 61
Nº 8 y 64 incs. 4º y 5º ley Nº 19.968 de 20041102.
Hacemos presente que si bien el art. 64 inc. 4º ley Nº 19.968 de 2004 se refiere
únicamente a la "exhibición y lectura" de los documentos, es necesario incluir las
situaciones reguladas por el inciso 5º del mismo precepto, relativas a los demás
elementos audiovisuales, los que deben ser "reproducidos" en la audiencia.
Recordemos que, en nuestro concepto, todas las cosas con aptitud representativa
merecen el calificativo de prueba documental1103, motivo por el cual el art. 64 inc.
5º resulta pertinente.
En los juicios del trabajo, la regla es que los documentos solamente pueden ser
presentados en la audiencia preparatoria (arts. 446 inc. 2º, 453 Nº 4 y 454 Nºs. 1 y
2 C del T). Las excepciones están contempladas en el art. 446 incs. 2º y 3º C del
T, relativas a pruebas documentales públicas que deben ser acompañadas al
escrito de demanda. El inciso segundo se refiere a los documentos que den
cuenta de las actuaciones administrativas que son objeto de la acción; por
ejemplo, en una reclamación en contra de la Dirección del Trabajo, es necesario
acompañar el documento oficial donde consta la resolución de este organismo que
es materia de impugnación judicial. El inciso tercero indica que en materia de
seguridad social, cuando se demande a una institución de previsión o seguridad
social, deberá acompañarse la "resolución final" de la respectiva entidad o de la
entidad fiscalizadora según corresponda, que se pronuncia sobre la materia que
se demanda; de acuerdo con los términos de la norma, la resolución final debe
provenir de un organismo público y, por ende, tiene que estar contenida en un
documento oficial.
Por lo mismo, la digitalización de esta clase documental debe ser utilizada con
todas las medidas o cuidados que resulten necesarios, a fin de no tergiversar el
sentido que tienen los documentos públicos. Revisten especial interés, en este
sentido, las medidas de custodia de los documentos que presenten los litigantes,
para de esta forma garantizar de mejor manera el derecho de contradicción que
corresponde a la contraparte. En concreto, el punto es permitir a las partes
acceder al documento físico cuando se trata de documentaciones públicas en
soporte de papel o cuando se trate de impresiones de documentos públicos
electrónicos con firmas electrónicas avanzadas. El art. 6º ley Nº 20.886 y el art. 32
Acta CS. Nº 71-2016 están concebidos en estos términos, al establecer el derecho
de las partes para que los originales de los documentos sean guardados bajo la
custodia del funcionario o ministro de fe correspondiente. Respecto de los
documentos públicos en soporte de papel esta medida es, en nuestro concepto,
fundamental y deba cumplirse rigurosamente. El uso de la carpeta electrónica no
puede conducir al debilitamiento de esta prueba.
Por nuestra parte, consideramos que estos controles selectivos deben ser
aplicados a los documentos públicos, con el objeto de mantener a resguardo los
caracteres propios de esta prueba1111. Destacamos, en primer lugar, el control
sobre la "pertinencia" de las pruebas documentales públicas, que, en nuestra
opinión, permite examinar dos grandes aspectos1112.
En igual sentido, son atingentes los fallos de 23 agosto 1960 1115y de 8 octubre
19641116, en los que la Corte analiza el tema de la pertinencia, conducencia,
atinencia o utilidad de las pruebas a propósito de la exigencia de motivación o
fundamentación de la sentencia definitiva.
Según hemos dicho antes, este problema se produce en situaciones como las
declaraciones juradas de testigos prestadas ante notarios, relativas a hecho que
integran el tema probatorio de una causa; o los pseudo informes periciales
contenidos en documentos oficiales extendidos por funcionarios públicos, en los
que se incorporan opiniones sobre algún punto de hecho sometido a decisión
judicial; o las actas notariales en las que se deja constancia de un determinado
suceso que es comprobado directamente por un notario, en lugar de practicarse
una inspección personal del tribunal. Son ejemplos del fenómeno que
comentamos.
Cabe reiterar aquí que la jurisprudencia nacional ha señalado que las aludidas
declaraciones juradas no pueden ser valoradas por los tribunales, por tratarse de
testificales rendidas sin las exigencias procesales de rigor1124.
De todas maneras, dejamos anotado que este tipo de elementos podrían ser
validados como pruebas idóneas en virtud de acuerdo de las partes y resolución
judicial; en cuyo caso los documentos públicos cumplirán el papel de continente de
otras pruebas1132.
Para las causas de familia, en cambio, existe una norma expresa en un sentido
afirmativo. El art. 31 ley Nº 19.968 de 2004 establece que el juez de familia puede
ordenar que se excluyan de ser rendidas en el juicio, aquellas pruebas que "hayan
sido obtenidas con infracción de garantías fundamentales". Con base en esta
disposición, Núñez Ávila y Cortés Rosso señalan que los tribunales de familia
están autorizados legalmente para excluir pruebas ilícitas en esta clase de juicios,
siendo especialmente determinantes las hipótesis de afectaciones de los derechos
garantizados por el art. 19 Nºs. 4 y 5 CPR, esto es, el respeto y protección de la
vida privada y la inviolabilidad de toda forma de comunicación privada 1133.
En estricto sentido, por tanto, no cabe una objeción por falta de integridad de
documentos públicos, puesto que en tal supuesto lo que tendrá lugar es
fundamentalmente un problema de autenticidad de la documentación pública.
Recordemos que, en nuestro concepto, uno de los componentes de la autenticidad
es precisamente la integridad de los documentos públicos, sin la cual éstos
pierden la autarquía que los caracteriza1152. De manera tal que todos los
problemas originados por este tipo de situaciones, deben reconducirse a la noción
de autenticidad documental1153.
Pensamos que los tres aludidos motivos de impugnación pueden invocarse por
vía incidental o por vía principal. Esto es, a través de un incidente promovido en el
mismo juicio donde se han presentado los documentos, haciendo uso del derecho
otorgado por la "citación" bajo la cual se tienen por acompañada esta prueba; o
por medio de un juicio civil autónomo o de un procedimiento penal, a través de los
cuales una parte denuncia alguno de estos vicios o asuntos. Aunque la doctrina
concuerda en que estas son las vías procesales para formular estas objeciones,
se divide a la hora de señalar cuáles motivos de impugnación pueden aducirse en
cada caso1154.
Por nuestro lado, nos inclinamos por esta última solución por tres razones.
Primero, hay que tener presente que no existe norma legal que restrinja esta
posibilidad; por el contrario, a la luz de los arts. 69 inc. 1º y 355 CPC, cabe
concluir que el legislador nacional ha consagrado un derecho de contenido general
para que las partes deduzcan todo tipo de objeciones (u "oposiciones", como
señala el art. 69 inc. 1º CPC) a fin de desvirtuar la validez y eficacia de los
documentos públicos.
Segundo, no hay que perder de vista que el art. 110 inc. 1º COT consagra una
regla general de competencia, conforme con la cual los tribunales están facultados
para conocer y resolver todas las incidencias que se formulen en las causas de
que conocen, lo que tiene cabal sentido en la hipótesis que examinamos, teniendo
presente para ello que es ese mismo tribunal el llamado a dictar sentencia
definitiva basándose en alguno de estos elementos probatorios; podríamos decir
que el tribunal a cargo de ponderar la prueba documental pública, es también el
tribunal competente para conocer de las discusiones relacionadas con la misma.
Tal como señala el precitado fallo de 21 julio 1998, "para privar de mérito
probatorio a una evidencia documental, no basta expresar a su respecto [...] que
no consta su 'contenido, veracidad y autenticidad', sin más, pues si a toda
actuación de parte es exigible una fundamentación que la haga razonable y, sobre
todo, plausible a efectos de la eficacia probatoria, con mucho más razón a aquella
que atinge al valor persuasivo de una potencial fuente de información para el
juez"1159.
Según el art. 349 inc. 1º CPC, las partes pueden solicitar al tribunal que ordene
la exhibición de documentos (públicos y privados) que existan en poder del otro
litigante o de un tercero, con tal que tengan relación directa con la cuestión
debatida y que no revistan el carácter de secretos o confidenciales.
Así pues, es menester que la parte indique singularmente cuáles son los
documentos públicos cuya exhibición solicita; tiene que invocar o adjuntar
antecedentes que hagan verosímil la existencia de tales documentos y, por último,
debe indicar o acompañar datos suficientes que permitan inferir que estos
elementos están en poder de la contraria o de un tercero. De no cumplir con estas
exigencias básicas, el tribunal debe denegar la diligencia.
Ya decíamos que esta figura está contemplada de modo expreso para las
causas de familia y del trabajo, y con base en el art. 11 ley Nº 20.886 de 2015
podemos concluir que también tiene reconocimiento legislativo para las causas
civiles. El art. 29 ley Nº 19.968 de 2004 señala lo siguiente: "Las partes podrán, en
consecuencia, ofrecer todos los medios de prueba de que dispongan, pudiendo
solicitar al juez de familia que ordene, además, la generación de otros de que
tengan conocimiento y que no dependan de ellas, sino de un órgano o servicio
público o de terceras personas, tales como pericias, documentos, certificaciones u
otros medios aptos para producir fe sobre un hecho determinado. Las partes
tendrán plenas facultades para solicitar a los órganos, servicios públicos, o
terceras personas, la respuesta a los oficios solicitados en la audiencia
preparatoria y que hayan sido admitidos por el tribunal, a fin de que puedan ser
presentados como medios de prueba en la audiencia de juicio". A su turno, el art.
453 Nº 8 inc. 6º C del T, indica lo siguiente: "El tribunal sólo dará lugar a la petición
de oficios cuando se trate de requerir información objetiva, pertinente y específica
sobre hechos materia del juicio. Cuando la información se solicite respecto de
entidades públicas, el oficio deberá dirigirse a la oficina o repartición en cuya
jurisdicción hubieren ocurrido el o los hechos o deban constar los antecedentes
sobre los cuales se pide el informe. Las personas o entidades públicas o privadas
a quienes se dirija el oficio estarán obligadas a evacuarlo dentro del plazo que fije
el tribunal, el que en todo caso no podrá exceder de tres días anteriores al fijado
para la audiencia de juicio, y en la forma que éste lo determine, pudiendo disponer
al efecto cualquier medio idóneo de comunicación o de transmisión de datos".
Creemos que estas dos disposiciones establecen los parámetros que rigen esta
diligencia probatoria, y que le otorgan el aludido carácter residual y supletorio.
Fijémonos que en ambos casos el legislador se ha preocupado de subrayar que la
información que se solicita por esta vía no está a disposición de la parte. Ambas
normas enfatizan que por esta diligencia se puede solicitar información probatoria
y no otro tipo de antecedentes (por ejemplo, interpretaciones jurídicas). En el art.
453 Nº 8 inc. 6º C del T se exige que la información tenga tres características:
"objetiva, pertinente y específica", con lo cual se delimita la procedencia de este
mecanismo, a fin de no transformarlo en una modalidad para dar inicio a
investigaciones paralelas ante otros organismos sobre puntos sometidos al
conocimiento de los tribunales, o para solicitar información genérica sobre algún
hecho discutido. Estos criterios deben ser aplicados a las causas civiles para de
esta manera interpretar el art. 11 ley Nº 20.886 en un doble sentido: por un lado,
para concluir que los "oficios y comunicaciones" a las que alude el precepto
incluyen la figura que estudiamos y, por otro, que su uso probatorio debe
someterse a las restricciones o exigencias expuestas antes. La norma citada
señala que "los oficios y comunicaciones judiciales que se verifiquen desde o
hacia instituciones públicas nacionales que cuenten con recursos técnicos
necesarios se diligenciarán a través de medios electrónicos. Los oficios y
comunicaciones judiciales que se verifiquen desde o hacia instituciones públicas
nacionales que carezcan de los recursos técnicos necesarios se diligenciarán a
través del medio de comunicación más eficaz de que disponga esa institución
pública". Si bien la norma sólo menciona a "instituciones públicas", no vemos
razón para excluir a instituciones privadas, tal como lo hacen las normas citadas
más arriba.
En definitiva, esta diligencia únicamente cabe cuando las dos otras modalidades
son insuficientes (presentación y exhibición de documentos públicos), lo que en
nuestra opinión sucede cuando la documentación pública es de difícil
individualización. Si la parte se encuentra en condiciones de exponer
antecedentes suficientes para sostener que los documentos se hallan en poder de
un organismo público o de una entidad privada, pero carece de mayores datos
para individualizarlos, estimamos que la remisión de oficios se presenta como el
procedimiento idóneo para acceder a este elemento probatorio.
f) ¿Son compatibles estos mecanismos con la diligencia del art. 342 Nº 5 CPC?
Tal como advertimos al estudiar esta figura, lo que permite el art. 342 Nº 5 CPC
es obtener dentro de la secuela de un juicio, copias autorizadas de otros
documentos públicos extendidos por ministros de fe 1168. Anabalón estaba a favor
de una interpretación amplia de la norma y consideraba que por esta vía las partes
podían indicarle al tribunal la oficina pública o archivo donde se encuentren los
originales o las copias, con el objeto que el funcionario respectivo (el secretario u
otro ministro de fe) compulse tales instrumentos o saque los testimonios que sean
de rigor1169.
No compartimos este criterio, ya que una lectura amplia como la señalada puede
abrir la opción para distorsionar los otros mecanismos de producción de esta
prueba. Imaginemos que en un juicio reivindicatorio, la parte demandante pide al
tribunal que oficie al Conservador de Bienes Raíces para que envíe copias
autorizadas de todas las inscripciones conservatorias que se invocan en la
demanda. De acuerdo con la doctrina de Anabalón, esta solicitud quedaría
enmarcada dentro del art. 342 Nº 5 CPC y, por ende, sería procedente.
Nos parece que la regla 5ª precitada tiene otro sentido. Solamente puede operar
como una diligencia probatoria complementaria de los cotejos de letras y cotejos
de documentos que regulan los arts. 344, 350, 351, 352, 353 y 354 CPC.
Especialmente atingente es el art. 353 CPC, según el cual el tribunal hará por sí
mismo la confrontación de documentos, en cuyo caso podría estimar necesario un
antecedente complementario a fin de obtener documentos indubitados que
permitan hacer la aludida comparación. Recordemos que el art. 350 inc. 1º CPC
contempla de modo expreso la procedencia del cotejo de documentos públicos
que carezcan de matriz. Pues bien, una forma idónea para lograr recopilar
antecedentes suficientes a fin de resolver este tipo de asuntos, es la prevista en el
art. 342 Nº 5 CPC, con arreglo al cual el tribunal puede pedir a ministros de fe la
remisión de copias autorizadas de documentos públicos, que luego serán
utilizados como documentaciones indubitadas.
g) ¿Cuál es el ámbito operativo de los "certificados de ministros de fe" del art. 427
inc. 1º CPC?
En lo tocante a los "certificados de ministros de fe" regulados por el art. 427 inc.
1º CPC, tal como ya expusimos, debemos entender que se trata de una diligencia
de aplicación excepcional y supletoria de la inspección personal del tribunal.
Hemos dicho que estas documentaciones públicas solamente pueden recaer
sobre hechos que ocurren durante la secuela del juicio; que estos hechos,
además, tienen que caer dentro de la órbita de atribuciones de los ministros de fe
a quienes el tribunal encomienda la diligencia; que debe tratarse de sucesos
coetáneos a la práctica de la diligencia y no anteriores; que la certificación
solamente se justifica frente a situaciones de urgencia en las que no resulta
posible al tribunal trasladarse al sitio donde están ocurriendo estos eventos 1170.
Por nuestra parte, creemos que dicha fórmula es incorrecta y no cumple las
exigencias del art. 348 bis CPC. La norma exige que la parte "presente el
documento", lo que implica que debe preocuparse de almacenarlo en algún
dispositivo idóneo (v. gr. un DVD o un pendrive); presentarlo materialmente; pedir
que sea guardado bajo la custodia del secretario del juzgado civil (antiguos arts.
34 CPC y 380 Nº 4 COT) o por la respectiva unidad administrativa de tribunales de
familia y laborales (arts. 389 A a 389 G COT); y solicitar que se cite a audiencia de
percepción documental. De lo contrario, la prueba quedará viciada y debe
estimarse que en rigor no ha sido ofrecida en tiempo y forma.
Salvo el nuevo inciso final del art. 348 bis CPC, la norma es imprecisa en cuanto
al plazo y forma para formular impugnaciones. En el inciso tercero, el art. 348 bis
CPC señala simplemente que "en caso que el documento sea objetado, en
conformidad con las reglas generales, el tribunal podrá ordenar prueba
complementaria de autenticidad [...]". Pero no hay precisión acerca de cuáles son
tales reglas generales.
Nos parece que la norma debe interpretarse en armonía con los arts. 69 inc. 1º y
342 Nº 3 CPC, y con base en ello concluir que una vez finalizada la audiencia
comienza a computarse un plazo de tres días para deducir la correspondiente
impugnación, por cualquiera de los motivos que indicamos antes. Además, la
referencia a la "prueba complementaria de autenticidad" no puede ser entendida
en términos restrictivo para efectos de determinar los derechos de las partes en
relación con esta evidencia. Las objeciones pueden basarse también en nulidad o
falta de veracidad de los documentos públicos electrónicos, teniendo presente
para ello la fórmula genérica empleada por los arts. 69 inc. 1º y 355 CPC,
aplicables en la especie. En cuanto a lo mismo, en uso del derecho genérico
consagrado en el precitado art. 69 inc. 1º, estimamos que también caben los
incidentes de exclusión a los que nos referimos antes, basados en la impertinencia
o la ilicitud de la evidencia.
En esta materia es pertinente el art. 159 Nºs. 1 y 6 CPC, referido a las medidas
para mejor resolver; también cabe considerar los arts. 342 Nº 5 y 427 inc. 1º CPC,
analizados anteriormente, cuyas respectivas redacciones permiten concluir que el
tribunal tiene facultades para actuar de oficio y ordenar alguna de estas
diligencias1175. Sin perjuicio de las múltiples aclaraciones teóricas que exige el
análisis de la iniciativa probatoria judicial (y que, por los límites del trabajo, no
corresponde abordar), estimamos que caben dos principales consideraciones en
lo referido a la prueba documental pública1176.
Una segunda cuestión que nos parece relevante tiene que ver con el respeto del
contradictorio. Estimamos que las pruebas documentales decretadas por esta vía
(y, sobre todo, las medidas para mejor resolver del art. 159 Nºs. 1 y 6 CPC),
siempre deben dejar a resguardo el derecho de contradicción de las partes, razón
por la cual los documentos allegados a la causa deben incorporarse bajo la
fórmula "con citación". Discrepamos, por tanto, de la sentencia dictada por la Corte
Suprema el 6 diciembre 1994, en la que se sostuvo que en tales casos los
documentos simplemente debían agregarse al proceso, sin necesidad de otorgar
la referida citación1180. Este trámite, en nuestro parecer, es fundamental para
resguardar debidamente el derecho de defensa de los litigantes1181. Desde nuestro
punto de vista, al menos en lo que respecta a las pruebas documentales públicas,
la iniciativa del tribunal debe inspirarse en las dos predichas ideas básicas, a fin de
no desdibujar la actividad probatoria de las causas civiles y, sobre todo, para evitar
caer en los excesos, tergiversaciones o desnaturalizaciones que hemos
mencionado en los anteriores acápites.
b) Prueba documental pública en segunda instancia
Por tanto, el art. 347 CPC establece una forma especial de presentación de
documentos públicos, que distingue dos situaciones. Primero, si el documento es
presentado sin traducción, no corresponde aplicar la fórmula de la citación; aquí lo
único que procede es que se ordene la respectiva traducción a cargo de un perito
que debe nombrar el tribunal. La lógica indica que la citación del art. 69 inc. 1º
CPC sólo se aplicará una vez que el perito presente la respectiva traducción y que
ésta sea acompañada al proceso. Segundo, si la parte acompaña el documento
con una traducción, debe hacerlo bajo el apercibimiento señalado en el art. 347
inc. 2º CPC; y el tribunal debe proveerlo así, dando aplicación al apercibimiento de
que si dentro del plazo de 6 días la contraria no hace uso del derecho indicado en
la norma (pedir traducción a cargo de perito), se tendrá como válida la traducción.
Ésta vendría a ser, en consecuencia, el único elemento que permite al tribunal
tomar conocimiento del contenido documental.
La valoración de las pruebas forma parte del juzgamiento. Como señala Jiménez
Conde, es una operación netamente enjuiciadora por medio de la cual el tribunal
determina los hechos que componen el conflicto sometido a su decisión 1189.
Dependiendo de la concepción probatoria que se utilice, esta actividad puede
estar orientada a la obtención —por parte del juez— de un conocimiento probable
sobre hechos, o a la convicción del juzgador acerca de la existencia o inexistencia
de aquéllos.
Todo ello termina por debilitar el estatuto de los documentos públicos y, con ello,
por afectar la seguridad de los derechos y relaciones de Derecho sustantivo. Por
tal razón, consideramos indispensable aplicar en forma coherente y efectiva estos
mecanismos.
Las técnicas jurídicas a través de las cuales se concreta lo anterior, son las tres
figuras que hemos mencionado en los capítulos anteriores y que ahora
analizaremos más en detalle. Siguiendo un orden de mayor a menor eficacia,
podemos decir que la valoración legal de esta evidencia tiene cabida a través de
las normas de tarifa legal, las presunciones legales simples y las reglas de
distribución de carga probatoria.
Nos parece correcto incluir las tres técnicas dentro de la prueba legal, pues
como podremos señalar en todos estos casos la ley resuelve temas probatorios
vinculados a los documentos públicos, ya sea respecto de su autenticidad o, en
algunos casos, de la veracidad de su contenido. Pero a diferencia de lo afirmado
por Sentís Melendo, estimamos que aquí sí existe prueba; específicamente,
hallamos una excepción al principio de libertad de prueba, inspirada en razones de
Derecho sustantivo. Y en relación con esto último, debemos expresar nuestra
discrepancia con Serra Domínguez, ya que en nuestra opinión en las hipótesis que
examinaremos más que hablar de máximas de la experiencia, lo que corresponde
es referirse a medidas legales destinadas a proteger un valor jurídico; lo que hay
es una decisión de política legislativa, orientada a salvaguardar la seguridad de las
relaciones, situaciones y derechos de las personas.
En nuestra opinión, los arts. 1700 y 1706 CC son las únicas hipótesis de tarifa
legal que consagra la legislación civil para los documentos públicos; y sólo son
aplicables a los instrumentos públicos y las escrituras públicas. Las expresiones
"hace plena fe" y "hace fe" empleadas por estas disposiciones, hay que
entenderlas como equivalentes a "plena prueba", lo que a su vez significa "prueba
suficiente".
Así lo señaló Santa Cruz. Afirmaba que un medio probatorio tiene este valor
cuando presenta el mérito o fuerza para demostrar por sí solo el hecho respectivo,
sin la necesidad de que concurra otra evidencia que lo complemente. "Así, cuando
el código dice que el instrumento público hace plena fe de ciertos hechos, quiere
decir que la parte que lo presenta acredita con el solo instrumento esos hechos,
los cuales no necesitan probarse ya por otros medios. El instrumento basta,
porque su fe es plena"1203.
En cuanto a lo mismo, hay que señalar que lo que permite diferenciar este
sistema de las otras dos técnicas de valoración legal es precisamente la exigencia
para desvirtuar o destruir la solución prevista por la ley. Tratándose de las normas
de tarifa legal, es necesario que la parte en contra de quien se hace valer la
prueba documental pública formule un procedimiento de impugnación por vía
incidental o principal, invocando la presencia de un vicio de nulidad, o la falta de
autenticidad, o la falta de veracidad. En caso de no formular dicho procedimiento,
el documento público produce todos los efectos previstos por la ley; en el supuesto
que deduzca una impugnación, tendrá la carga de demostrar el motivo en el que
basa la objeción.
Pensamos que estas son las únicas normas de tarifa legal que consagra el
Derecho chileno para las pruebas documentales públicas.
Por ello, discrepamos de la opinión de Santa Cruz acerca del sentido que tiene
la regla del art. 427 inc. 1º CPC, que a su juicio sería el mismo que el señalado en
el art. 1700 CC. "Se reputará verdadero", decía Santa Cruz, es igual que "hace
plena fe"1205. No es así. En el art. 1700 CC la ley establece una norma de tarifa
legal que debe ser interpretada y aplicada en la forma indicada antes. En el art.
427 inc. 1º CPC, lo que hace el legislador es consagrar una presunción legal
simple, que puede ser desvirtuada mediante prueba en contrario agregada al
proceso, aun cuando no se haya formulado un procedimiento de impugnación.
Según el art. 1700 inc. 1º CC, "el instrumento público hace plena fe en cuanto al
hecho de haberse otorgado y su fecha". Esto debe complementarse con el art. 17
inc. 2º CC, según el cual la autenticidad de los instrumentos públicos se refiere "al
hecho de haber sido realmente otorgados y autorizados por las personas y de la
manera que en los tales instrumentos se exprese".
Según el art. 1700 inc. 1º CC, el instrumento público no hace plena fe "en cuanto
a la verdad de las declaraciones que en él hayan hecho los interesados. En esta
parte no hace plena fe sino contra los declarantes". Esta última oración es la que
se refiere al valor intrínseco de esta evidencia, y debe relacionarse con el art. 1706
CC, que dispone lo siguiente: "El instrumento público o privado hace fe entre las
partes aun en lo meramente enunciativo, con tal que tenga relación directa con lo
dispositivo del acto o contrato".
Para algunos autores, los arts. 1700 y 1706 CC establecen una presunción de
sinceridad aplicable a las declaraciones dispositivas y a las declaraciones
enunciativas que tengan relación directa con aquéllas. Las declaraciones
dispositivas son las que constituyen el objeto del acto o contrato contenido en el
instrumento público; consisten en la manifestación de voluntad de las partes en el
acto o contrato. Las declaraciones enunciativas son cuestiones de hecho ajenas al
objeto del acto o contrato, que pueden o no tener relación con éstos.
Según la lectura que han dado autores como Claro Solar, Santa Cruz, Anabalón,
Rodríguez Papic, Díaz Uribe y Carocca, lo que habría en la especie es una
presunción de verdad o de sinceridad de las declaraciones consignadas de los
instrumentos públicos1208.
Santa Cruz decía al respecto que el art. 1700 CC contempla una "presunción de
sinceridad de las declaraciones", la que sería el resultado de un principio general
de onus probandi según el cual lo normal se presume, y lo anormal o excepcional
debe probarse. Aquí lo normal consistiría en que las declaraciones dispositivas
consignadas en los instrumentos públicos son sinceras, o sea, que el
consentimiento expresado en ellos es real y no fingido, y que los actos jurídicos
otorgados son efectivos y no simulados; lo anormal sería lo contrario, y quien lo
alegue tendría la carga de demostrarlo. Lo mismo habría que concluir respecto de
las declaraciones enunciativas, atendida la conexión o relación con las
dispositivas. En cambio, tratándose de las declaraciones meramente enunciativas
(las que no guardan relación con el objeto del acto o contrato), lo que habría es
una confesión extrajudicial o un testimonio rendido de modo irregular, que —por
ello— sólo podrían tener el valor que señala la ley en cada caso 1209.
Esta interpretación ha sido aplicada por los tribunales. Una síntesis del criterio
jurisprudencial imperante aparece expuesto en un fallo de 15 mayo 1972 de la
Corte Suprema, donde se expuso que el art. 1700 CC "en redacción ambigua y la
jurisprudencia uniforme con absoluta claridad, expresan que en lo referente a las
declaraciones dispositivas de las partes, es decir, aquellas que constituyen el
objeto del contrato, que expresan el consentimiento de las partes, los instrumentos
públicos no hacen plena prueba, pero configuran una presunción de verdad o
sinceridad respecto de dichas declaraciones que, alternando el peso normal de la
prueba, constituyen precisamente la razón de ser de los instrumentos públicos
respecto de terceros [...] No hay duda que conforme a lo preceptuado en el [art.
1700 CC], lo expresado en el instrumento público no obliga a terceros, pero no hay
duda tampoco que dar a esa disposición el alcance que el recurrente pretende y
no aceptar la presunción de veracidad de las declaraciones conduce a no poder
probar nunca el contenido de los instrumentos públicos frente a terceros ya que no
se vislumbra cómo podría acreditarse objetivamente la veracidad de una
declaración. Es fácil, en cambio, como ocurre en la práctica, impugnar la veracidad
presunta cuando ella se contradice con otros elementos objetivos" 1210.
En igual sentido, mediante sentencia de 25 julio 1989 la Corte Suprema señaló
que de acuerdo con el art. 1700 CC "corresponde distinguir entre la formulación de
las declaraciones de las partes y la verdad o sinceridad de estas declaraciones.
En cuanto a esto último, aun cuando el instrumento público no hace plena prueba,
las declaraciones dispositivas se presumen verdaderas, porque de acuerdo con el
principio fundamental del 'onus probandi' lo normal se presume y lo anormal o
excepcional debe probarse, y lo normal es que el contenido de las declaraciones
sea verdadero, sincero y no falso o simulado. La presunción de verdad o
sinceridad de las declaraciones dispositivas también alcanza a los terceros, como
quiera que existe el mismo principio en vigor. No se trata de la fe pública, sino,
como ya se dijo, de la aplicación de las reglas de la prueba. Por tal motivo, los
terceros deben partir de la base que las declaraciones dispositivas son
verdaderas, y por ellas deben pasar mientras no se demuestre lo contrario" 1211.
Según las anotaciones de Bello, el art. 1700 CC se basó en el art. 1201 del
Proyecto de Código Civil español de 18511216. Este artículo indica lo siguiente: "La
escritura pública hace plena fe de la obligación en ella comprendida entre las
partes contratantes y sus herederos o causa-habientes. También hacen fe contra
tercero, en cuanto al hecho de haberse otorgado el contrato y a su fecha" 1217.
Los comentarios de García Goyena aclaran aún más el punto que examinamos.
Para este jurista español la regla del Proyecto de 1851 no considera un valor
probatorio respecto de terceros en lo tocante a la veracidad del contenido
documental. Decía que la escritura pública "no hace fe en lo moral del contrato":
respecto de terceros, el instrumento sólo hace fe en lo relativo al hecho de
haberse otorgado y a la fecha; en el resto, no produce efecto. "Perjudicará, pues,
el instrumento a un tercero en los dos puntos de este artículo; no en lo demás, así
como tampoco lo aprovechará"1219.
Pues bien, si Bello tuvo a la vista estos comentarios y decidió redactar el art.
1700 CC con el tenor que tiene, es porque se separó del Proyecto español de
1851 y se inclinó por la solución que García Goyena no compartía y que
transcribimos antes. Todo lo cual da como resultado que el precepto del Código
Civil prevé una norma de tarifa legal en cuanto a la veracidad de los instrumentos
públicos tanto para las partes como para terceros. En la medida, repetimos, que
se hagan valer las declaraciones dispositivas y enunciativas relacionadas con
éstas en contra de los otorgantes del documento.
Las presunciones legales simples son normas jurídicas que imponen una
determinada conclusión sobre alguna cuestión de hecho, que puede
ser desvirtuada con prueba en contrario. Esta figura también recibe el nombre de
presunción simplemente legal, presunción iuris tantum o presunción legal relativa.
Las presunciones materiales tienen una estructura tripartita, que considera: uno,
cierto estado de cosas; dos, la regla de presunción y, tres, la conclusión de
presunción, aceptando prueba en contrario. Es el esquema de la norma de
presunción de posesión que consagra el art. 700 inc. 2º CC: posesión, norma legal
y presunción de dominio.
Es lo que ocurre, por ejemplo, en el art. 306 CC, cuando se señala que "se
presumirán la autenticidad y pureza de los documentos antedichos [los
documentos públicos que acreditan el estado civil], estando en la forma debida".
También es pertinente el art. 308 CC, en el mismo sentido. En nuestra opinión,
esta es una típica fórmula de presunción material, en la que el legislador impone
una solución normativa a una cuestión de hecho, a partir de un determinado
estado de cosas. La norma funciona así: uno, documento público extendido de
acuerdo con la ley; dos, norma de presunción (arts. 306 y 308 CC); conclusión: el
documento se reputa auténtico.
Pensamos que en cada una de las hipótesis que estudiamos en los capítulos
precedentes, en los que aludimos a presunciones legales simples, la estructura de
la norma es la misma. Ahora bien, es importante señalar que a diferencia de las
normas de tarifa legal, en las hipótesis de presunciones legales simples el valor de
los documentos públicos puede ser desvirtuado aun cuando no se haya formulado
un procedimiento de impugnación. Basta con que se hayan acompañados pruebas
suficientes que desvirtúen la presunción, para que el tribunal deje de aplicar el
valor legal del documento público y lo someta a la apreciación conjunta con las
demás probanzas.
Y así, por ejemplo, si en una causa sobre estado civil se presentan documentos
y testimonios que desvirtúen la veracidad de lo señalado en una partida, el tribunal
podrá restar mérito a la prueba documental pública y estará autorizado para
establecer en la sentencia una conclusión contraria a la señalada en dicha
probanza.
Cabe insistir en este lugar sobre la naturaleza de estas normas, que no puede
identificarse con los arts. 1700 y 1706 CC. Los arts. 306 a 308 CC sí consagran
presunciones legales simples de autenticidad y veracidad. Así aparece claramente
en el tenor de los preceptos. Además, fue lo que expuso Bello al comentar estos
preceptos en el Proyecto del año 1853.
En relación con los demás casos que estudiamos, nos interesa despejar las
dudas que podría generar el uso de las palabras de la ley, sobre todo en aquellas
situaciones en las que el legislador no ha empleado directamente la palabra
"presumir" o "reputar" la autenticidad o la veracidad de un documento público.
Por ejemplo, a propósito de los documentos con firmas autorizadas por notarios,
sostuvimos que la presunción de autenticidad se desprende del giro empleado por
el art. 425 inc. 1º COT: "siempre que den fe [...]". En relación con las actas
notariales de percepción, dijimos que la presunción legal de autenticidad y
veracidad se basa en el giro "dar fe de los hechos", utilizado en el art. 401 Nº 6
COT. Tratándose de los finiquitos laborales, la presunción de autenticidad y
veracidad la fundamos en el art. 177 inc. 8º C del T, donde se les asigna "mérito
ejecutivo". En cuanto a los documentos oficiales puros y simples, la presunción de
autenticidad la apoyamos en la regla del art. 3º inc. 8º ley Nº 19.880 de 2003: "Los
actos administrativos gozan de una presunción de legalidad [...]" 1233.
En efecto, de acuerdo con los arts. 47 CC, 1712 CC y 426 CPC, las
presunciones judiciales son deducidas por el juez con base en indicios existentes
en el proceso. O sea, son conclusiones acerca de las cuestiones de hecho que el
tribunal elabora a partir de la información que entregan las evidencias del juicio.
No hay que olvidar que los arts. 1700 y 1706 CC fijan de modo general y
abstracto la suficiencia de la prueba, de tal suerte que si la parte afectada no
impugna el mérito de los instrumentos públicos lo único que procede es dar
aplicación a la solución normativa. Para enervarla es necesario un procedimiento
de impugnación, en el que, por lo dicho, la carga de demostrar los motivos de la
objeción recaen en la parte que desconoce la fuerza de esta prueba documental.
En suma, aquí el criterio normativo es la tarifa legal, sin que sea necesario
acudir a la idea de normalidad que invoca un sector de la doctrina y de la
jurisprudencia.
Pues bien, esto es lo que sucede con todas las hipótesis de documentos
públicos sometidos a presunciones legales iuris tantum de autenticidad o
veracidad. Como la solución la impone el legislador, a menos que exista prueba en
contrario, la carga de demostrar la falta de autenticidad o de veracidad pesa sobre
el litigante que impugna o desconoce el valor legal de un documento público
amparado por este tipo de presunción.
Es en este ámbito donde las reglas de carga probatoria operan como el único
método legal de valoración de las pruebas documentales públicas. Y en nuestro
parecer, los criterios normativos son de dos clases.
En la doctrina española, estos principios han sido utilizados para justificar una
"presunción de veracidad o certeza" de los documentos públicos
administrativos1246. En Chile, así lo han planteado Jara y Maturana a propósito de
las actas de inspección1247. Por nuestra parte, pensamos que no corresponde
hablar de presunción sino de carga probatoria, pues si bien los principios en
cuestión tienen la cualidad de dar parámetros jurídicos para resolver cuestiones
probatorias sobre veracidad de los documentos oficiales, no presentan la entidad
suficiente como para constituir presunciones legales simples. Esto tiene especial
importancia para la segunda situación, esto es, para los casos en que los
documentos son aportados a un juicio contencioso-administrativo.
Por lo mismo, somos de la idea que en este caso lo que corresponde es utilizar
los referidos principios como criterios normativos de distribución de carga
probatoria, que a diferencia de las presunciones legales simples admite
flexibilizaciones a partir de otros dos parámetros: la disponibilidad y facilidad.
En concreto, tomando como base lo dispuesto por los arts. 19 Nº 3 inc. 6º CPR,
art. 17 letras a), c) y d) ley Nº 19.880 de 2003; arts. 6º, 11 letras d), i) y j), y 19 ley
Nº 20.285 de 2008, y en virtud del principio de confianza legítima, postulamos que
en los procesos contencioso-administrativos el valor probatorio de los documentos
oficiales se encuentra determinado por una distribución de la carga probatoria en
los siguientes términos: primero, si el documento es impugnado u observado por el
particular, el órgano o funcionario tendrán que demostrar la veracidad de los
hechos registrados en la prueba; si, en cambio, es el órgano o funcionario los que
impugnan u observan la documentación, sobre ellos pesa la carga de acreditar la
falsedad documental.
En alguna medida, este criterio ha sido aplicado por la Corte Suprema mediante
fallo de 12 julio 2005, en el cual se acogió una acción de protección deducida por
un particular en contra del Fondo Nacional de Salud, reclamando por el
desconocimiento de un beneficio de salud. Uno de los argumentos de dicho
organismo para no conceder el beneficio en cuestión consistió en que el particular
no acompañó un documento que, en su concepto, era indispensable para emitir un
pronunciamiento favorable. Sobre el punto, la Corte sostuvo lo siguiente: "Lo
anterior, por lo demás, podría tornar ilusorio el derecho de salud, pues mediante
un procedimiento como el que se ha denunciado en el presente caso, esto es,
hacer depender la prestación de un beneficio de un trámite administrativo —cuyo
cumplimiento es imposible de controlar por el afectado enfermo— y no de la
realidad de los hechos, se puede obviar asumir las obligaciones a que, en virtud
de la ley, se encuentra precisamente obligada dicha entidad" 1249.
Con todo, hay que advertir que la doctrina, por lo general, presenta ambos
modelos como antagónicos a las reglas de prueba legal1250. Esto es mucho más
evidente en la jurisprudencia, donde ambos sistemas han sido descritos como
métodos de valoración subjetivistas, lo que ha traído consigo imprecisiones en
cuanto a los límites de los mismos y, a la vez, una inaplicación de normas sobre
valoración legal.
Es pertinente repetir en este lugar que por las razones que ya dimos, tratándose
de los documentos oficiales puros y simples que se presentan en causas
contencioso-administrativas la distribución de la carga de probar los motivos de
impugnación varía. Si quien objeta es el organismo o funcionario, sobre ellos
recae la carga de probar la causal de objeción. En cambio, si quien objeta la
documentación es el particular en contra de quien se hace valer la prueba, la
carga debe satisfacerla el organismo o funcionario, en virtud de los criterios de
facilidad y disponibilidad que hemos explicado.
Esta interpretación la fundamos en normas como los arts. 412 y 426 COT, que
respecto de las escrituras públicas contemplan un estatuto especial. El art. 412
señala que "serán nulas" las escrituras públicas que se encuentran en alguno de
los supuestos de la norma. El art. 426 emplea una fórmula similar: "No se
considerará pública o auténtica [...]". Otro precepto que tiene una redacción similar
es el art. 428 COT, de acuerdo con el cual las palabras que en cualquier
documento notarial aparezcan interlineadas, enmendadas o sobrepasadas, para
tener valor deberán ser salvadas antes de las firmas del documento respectivo, y
en caso de que no lo sean, "se tendrán por no escritas". En la doctrina nacional,
Baraona ha postulado que las nulidades reguladas por el Código Civil operan ipso
iure y, por lo mismo, pueden ser declaradas de oficio por el tribunal. Para este
autor, existen normas que establecen criterios de aplicación general en el
mencionado sentido, como los arts. 10 y 11 CC, y la cláusula general que
consagra el art. 1462 CC1258.
Sin poder ahondar sobre este planteamiento doctrinario, nos parece que en él se
sientan las bases para analizar y resolver cuestiones sobre nulidad de
documentos públicos. De hecho, creemos que los arts. 412, 426 y 427 COT deben
interpretarse en armonía con el art. 11 CC, según el cual "cuando la ley declara
nulo algún acto, con el fin expreso o tácito de precaver un fraude, o de proveer a
algún objeto de conveniencia pública o privada, no se dejará de aplicar la ley,
aunque se prueba que el acto que ella anula no ha sido fraudulento o contrario al
fin de la ley". De acuerdo con la tesis de Baraona, este precepto reposa en la idea
de admitir la nulidad de pleno Derecho de actos jurídicos que no han respetado
exigencias fundamentales, como podrían ser las solemnidades. Por nuestro lado,
proponemos aplicar este razonamiento a las nulidades de documentos públicos
que han sido confeccionados sin respeto de solemnidades legales.
Ahora bien, una nulidad entendida en los predichos términos no debe ser
confundida con la inexistencia jurídica, que es una forma de ineficacia mucho más
drástica. En la jurisprudencia encontramos una sentencia en la que se declaró la
inexistencia de un documento público por incumplimiento de una exigencia
fundamental como es la firma del ministro de fe. Por medio de fallo de 4
septiembre 1991, la Corte Suprema sostuvo que "la circunstancia de que la
anotación practicada en el registro respectivo [de un Conservador de Bienes
Raíces] no haya sido firmada por el competente funcionario —más aún, en este
caso particular, por nadie en carácter de encargado del oficio— hace que la misma
sea inexistente como inscripción, puesto que la firma del ministro de fe es lo que,
precisamente, autentifica esta actuación"1259.
El art. 428 CPC establece la cláusula abierta que ya comentamos, conforme con
la cual a falta de norma legal que resuelva el conflicto, los tribunales preferirán las
probanzas "que crean más conformes con la verdad". Esto quiere decir que las
pruebas se someten a una apreciación judicial.
El art. 429 CPC ratifica esta idea, en especial en el inciso segundo donde se
señala que la testifical destinada a comprobar la falta de autenticidad de una
escritura pública, debe ser apreciada "según las reglas de la sana crítica".
Con todo, tenemos que reiterar nuestra postura en cuanto a la forma como debe
ser entendido un sistema de valoración judicial, que contrariamente a lo señalado
por la jurisprudencia no corresponde a un modelo subjetivista. Esto es
particularmente importante en el caso de los documentos públicos, ya que una
incorrecta aplicación de la apreciación judicial podría generar una minusvaloración
de esta evidencia, lo que afectará la seguridad jurídica.
d) Reglas especiales sobre impugnación de escrituras públicas: art. 429 CPC; art.
1876 inc. 2º CC; art. 128 C de C; art. 129 C de C
Como hemos dicho, en el Derecho chileno las escrituras públicas son las
documentaciones con mayor eficacia probatoria. Así lo demuestran algunas
disposiciones especiales, de las cuales podemos destacar los arts. 429 CPC, 1876
inc. 2º CC, 128 C de C y 129 C de C. En estos preceptos se consagran reglas
particulares sobre impugnación, que refuerzan el mérito probatorio de estos
instrumentos.
El art. 429 CPC impone exigencias para poder objetar la autenticidad de estas
escrituras. En el inciso primero se señala: "Para que pueda invalidarse con prueba
testimonial una escritura pública, se requiere la concurrencia de cinco testigos,
que reúnan las condiciones expresadas en la regla segunda del artículo 384, que
acrediten que la parte que se dice haber asistido personalmente al otorgamiento, o
el escribano, o alguno de los testigos instrumentales, ha fallecido o ha
permanecido fuera del lugar en el día del otorgamiento y en los setenta días
subsiguientes"1261.
Otra disposición sobre objeción documental es el art. 1876 inc. 2º CC, según el
cual "si en la escritura de venta se expresa haberse pagado el precio, no se
admitirá prueba alguna en contrario sino la de nulidad o falsificación de la
escritura, y sólo en virtud de esta prueba habrá acción contra terceros
poseedores". La jurisprudencia ha indicado que la restricción contenida en este
artículo se aplica tanto a los contratantes de la compraventa como a los terceros,
invocándose entre otras razones la necesidad de brindar protección a los
adquirentes de buena fe y garantizar la seguridad del tráfico jurídico1264. De esta
manera, en este caso particular la ley potencia el valor probatorio de las escrituras
públicas, restringiendo los motivos de impugnación a dos: nulidad y la falta de
autenticidad.
Los arts. 128 y 129 C de C establecen un régimen especial para las escrituras
públicas en la prueba de los actos y contratos mercantiles. El art. 128 C de C hace
inaplicables a la contratación comercial las limitaciones de los arts. 1708-1710 CC,
lo que genera una equivalencia de fuerza probatoria entre los documentos y los
testigos, a excepción de las escrituras públicas. El texto señala que "la prueba de
testigos es admisible en negocios mercantiles, cualquiera que sea la cantidad que
importe la obligación que se trate de probar, salvo los casos en que la ley exija
escritura pública".
Como primera cuestión, hay que decir que sólo resulta aplicable en los casos
que la escritura pública es exigida a título de formalidad de prueba, pero no
cuando es impuesta por la ley por vía de solemnidad. Considerando la naturaleza
sustantiva del art. 1701 inc. 1º CC y el carácter exclusivamente probatorio del art.
129 C de C (que está ubicado en el parágrafo 2, Título I, Libro II, sobre la "prueba"
de los contratos y obligaciones), debe concluirse que en esta hipótesis prima la
legislación civil. Por lo mismo, los arts. 2º y 96 C de C reconducen al art. 1701 inc.
1º CC y, así, la prueba de los actos y contratos solemnes sólo puede provenir de
la escritura pública. Fue lo que señaló Sharpe1270, con quien concordamos1271.
Por otra parte, nos parece que lo único verdaderamente especial del art. 129 C
de C es que autoriza al tribunal para concluir que una prueba testimonial puede
desvirtuar el contenido de una prueba por escrituras públicas, sin necesidad de
impugnación previa. Esto, además, sólo procederá bajo determinadas y
justificadas circunstancias: "atendidas las circunstancias de la causa", como lo
indica esta regla. Vale decir, la diferencia con el estatuto común está dada por el
hecho que el legislador, en este caso, faculta al juez para asignar mayor valor a
una testifical, aun cuando no se haya impetrado el procedimiento formal de
impugnación de documentos, que —como vimos— sí es necesario para los demás
casos de escrituras públicas atendida la valoración tarifada a la que se
someten1272.
La Corte Suprema, en fallo de 30 mayo 1923 declaró que "la violación [art. 128
C de C], no se ha cometido en el considerando 3º de la sentencia de segunda
instancia, porque lo que dice este considerando no es que sea inadmisible la
prueba testimonial en negocios mercantiles cualquiera que sea la obligación que
se trate de probar, sino que, pesando los diferentes medios probatorios, estima
que es más concluyente la instrumental que la de testigos que se limitan a decir
que son efectivos los hechos por haber visto los papeles y cuentas en poder del
demandante"1274.
2. Recurso de apelación
Tal como advierte Nieva Fenoll, lo primero que debe hacer un juez al
encontrarse con un documento agregado a una causa, es verlo; si contiene
caracteres escritos, leerlo; si registra imágenes o sonidos, percibirlo; y en todos
estos supuestos, siempre tiene que interpretar su contenido. En su opinión, en el
caso de los documentos escritos la tarea es especialmente compleja, ya que
implica penetrar en el significado de las palabras y en el contenido de las
declaraciones expresadas1275.
Nieva Fenoll señala que la única manera de fijar el mérito de esta probanza es
estudiando acabadamente lo que expresa cada documentación, para lo cual es
fundamental que el juez averigüe lo que el documento dice y lo que se infiere de
su contenido. Agrega que para un correcto estudio del contenido documental,
deben tomarse en cuenta tanto los términos utilizados en los textos escritos como
el contexto en que han sido confeccionados1282.
En segundo lugar y muy unido a lo anterior, nos parece obvio que una errada
ejecución de la actividad interpretativa afecta el mérito de la prueba. Por lo mismo,
de poco servirán las medidas legales de eficacia probatoria si son aplicadas a
supuestos errados. No da igual asignar una fuerza probatoria plena (la "plena fe" a
la que se refiere el art. 1700 inc. 1º CC) a una escritura pública cuyo contenido
presenta contradicciones; es función del tribunal precisar con exactitud cuál es el
correcto significado de la información registrada, para sólo después aplicar la regla
de tarifa legal. De no hacerlo, el resultado probatorio final será equivocado y, de
esta manera, se terminará afectando la finalidad intrínseca de esta probanza. Esto
se repite en cada modalidad de valoración legal.
Así pues, siendo cierto que los documentos públicos se bastan a sí mismos en
cuanto a su dimensión externa, no por ello su valoración intrínseca debe
ineludiblemente acotarse al texto o registro documental. Es tarea de los jueces
civiles extraer de estos elementos la riqueza del contenido probatorio, para lo cual
la actividad de interpretación es clave. Sólo una vez terminada esta labor y, por
ende, una vez precisado el sentido de la información, podrán aplicarse las reglas
sobre eficacia legal de estas probanzas.
Advertimos, con todo, que cuando instamos por tomar en consideración ese
conjunto de antecedentes, lo hacemos pensando en la imperiosa necesidad de
definir los alcances del contenido documental. No se trata, por tanto, de adscribir a
la idea de la apreciación conjunta de los medios de prueba, en virtud de la cual es
posible minusvalorar la eficacia de los documentos públicos. Seguimos pensando
en que estas probanzas tienen que quedar sujetas a parámetros legales de
eficacia, aunque enriquecidas por la actividad interpretativa que hemos descrito.
De acuerdo con el art. 768 Nº 5 CPC en relación con el art. 170 Nº 4 CPC, por
esta vía es posible denunciar la falta de análisis de las pruebas aportadas a una
causa. Como el art. 170 Nº 4 CPC exige que la sentencia definitiva contenga
"consideraciones de hecho", es necesario que la decisión judicial examine una a
una las evidencias allegada a un caso, so riesgo que de no hacerlo el fallo puede
ser invalidado por esta vía.
Con alguna frecuencia ha señalado que el art. 342 CPC no tiene el carácter de
ley reguladora de la prueba, pues se trata de una norma que se limita a señalar
cuándo un documento puede ser calificado como público, pero sin determinar su
valor1291. Así, por ejemplo, mediante fallo de 26 marzo 2009, se señaló que el art.
342 Nº 2 CPC "no reviste el carácter de norma reguladora de la prueba, puesto
que se limita a indicar el tipo de documentos que serán considerados como
instrumentos públicos en juicio"1292. En sentido contrario, por medio de sentencia
de 20 enero 2012 la Corte concluyó que la infracción del art. 342 CPC sí puede
ser revisada a través de un recurso de casación en el fondo, particularmente
cuando los jueces de la instancia desconocen el carácter de documento público a
un elemento que en virtud de dicho precepto admite dicha calificación 1293.
De bien poco sirve el art. 1700 inc. 1º CC, si la Corte Suprema no se preocupa
de revisar en profundidad si los tribunales de la instancia aplicaron correctamente
esta regla de tarifa legal al exacto contenido probatorio de un instrumento público.
Esta regla de tarifa legal está pensada para resguardar la credibilidad de las
declaraciones consignadas por las partes otorgantes; pero solamente esas
declaraciones y no otras, para lo cual es elemental fijar su correcto significado. Lo
mismo cabe decir en cuanto a las demás clases de documentos públicos, respecto
de las cuales el Derecho chileno contempla las otras dos modalidades de
valoración que ya estudiamos.
El fallo de 27 abril 2010 ratifica todo lo indicado con antelación: "Que deberá
también ser desechada la denuncia de transgresión a los [arts. 1700, 1702 y 1713
CC y 399 CPC], toda vez que, en primer lugar, del análisis del fallo recurrido se
colige que los jueces del fondo en ningún momento negaron el carácter de
instrumentos públicos o privados a los documentos acompañados al proceso por
ambas partes, ni tampoco el valor probatorio que ellos pudieran tener [....],
debiendo considerarse, además, que el propósito final de las argumentaciones
que vierte el recurrente respecto de los mencionados medios probatorios para
expresar los errores de [D]erecho que atribuye a la resolución recurrida, consisten
en promover que se lleve a cabo por esta Corte una nueva valoración de dichas
probanzas, distinta de la ya efectuada por los jueces del mérito, actividad que
resulta extraña a los fines de la casación en el fondo"1303.
Por nuestro lado, somos de la opinión que más que hablar de una "nueva
valoración", o de una "apreciación comparativa de medios de prueba", o de una
intromisión en las facultades privativas de los tribunales de la instancia, lo que en
realidad existe en estos casos es una inexcusable necesidad de controlar la
correcta aplicación de las leyes que rigen la calificación y valoración de los
documentos públicos. Para lo cual, por lo ya explicado, resulta indispensable
examinar y enjuiciar la interpretación que los jueces de la instancia han efectuado
respecto del contenido probatorio de esta clase documental. La única forma de
velar por la correcta aplicación de estas leyes reguladoras de la prueba
(inspiradas, repetimos, en razones de Derecho sustantivo), es examinando en
forma previa la interpretación del contenido de los documentos públicos.
De acuerdo con lo señalado en este trabajo, las normas sobre valoración legal
de los documentos públicos se aplican en los procesos civiles sometidos al
régimen de sana crítica o valoración en conciencia. Por tal motivo, somos de la
opinión que en los procesos de familia procede el recurso de casación en el fondo
por infracción de las leyes reguladoras de la prueba documental pública.
El art. 477 inc. 1º C del T señala como motivo del recurso de nulidad la
"infracción de ley". A su vez, el art. 478 letra b) C del T indica que este recurso
procede cuando la sentencia ha sido pronunciada con "infracción manifiesta de las
normas sobre apreciación de la prueba conforme a las reglas de la sana crítica". El
art. 456 inc. 2º, por último, expresa que en la valoración según las reglas de la
sana crítica, los tribunales deben expresar las "razones jurídicas" en cuya virtud
les asignen valor o desestimen una o más pruebas.
Estas tres disposiciones permiten sostener que en los juicios del trabajo puede
invocarse la infracción de normas legales sobre valoración de la prueba
documental pública, como una causal del recurso de nulidad. No es, sin embargo,
lo que ha entendido la jurisprudencia que ha optado por buscar explicaciones en
nociones relacionadas con el razonamiento común o las máximas de experiencia,
para así asignar valor a estas probanzas.
Las presunciones legales simples son normas que dan por establecida la
autenticidad del documento público y, en algunas situaciones, la veracidad de su
contenido, admitiendo prueba en contrario. A diferencia de las normas de tarifa
legal, esta técnica no exige la formulación de un procedimiento judicial de
impugnación documental, de manera tal que la solución impuesta por la ley puede
ser desvirtuada a través de otras evidencias agregadas al proceso, que acrediten
la falta de autenticidad o de veracidad del documento público. Quien debe
satisfacer la carga de producir esta prueba, es el litigante en contra de quien se
hace valer la documentación pública en una causa civil.
12. Los documentos con firmas autorizadas por notarios son documentaciones
sometidas a las exigencias mencionadas por los arts. 401 Nº 10 y 425 inc. 1º COT.
Su valor probatorio se encuentra fijado a través de una presunción legal simple de
autenticidad consagrada en ambos preceptos, bajo las fórmulas "autorizar" y "dar
fe". Respecto de la veracidad del contenido, estos documentos quedan sometidos
a una valoración judicial.
16. Los finiquitos laborales son documentos regidos por el art. 177 C del T. De
acuerdo con la solución prevista en el inciso octavo de este precepto, el valor
probatorio de estas documentaciones se encuentra fijado por una presunción legal
de autenticidad y veracidad.
17. Los "testimonios" extendidos de conformidad con el art. 342 Nº 5 CPC, son
copias autorizadas de documentos públicos obtenidas durante la secuela del
juicio, cuyo valor probatorio se encuentra determinado por el estatuto de la
respectiva documentación original. Esta modalidad probatoria sólo puede operar
como una diligencia complementaria de los procedimientos de cotejo de letras y
cotejo de documentos.
18. Los "certificados" confeccionados con arreglo al art. 427 inc. 1º CPC, son
documentos públicos judiciales destinados a comprobar hechos que ocurren
durante la secuela del juicio y que por motivos de urgencia no pueden ser
sometidos a una inspección personal del tribunal. Su valor probatorio se encuentra
determinado por una presunción legal simple de autenticidad y veracidad.
19. El documento público que contiene una sentencia judicial tiene mérito para
acreditar la existencia y el contenido de la respectiva resolución, con un valor
fijado a través de una presunción legal simple derivada de la fe pública judicial que
detenta (arts. 61 inc. 3º CPC, 379 COT y 380 Nº 2 COT). En cambio, por regla
general no posee la aptitud para comprobar las cuestiones de hecho discutidas en
una causa y falladas por la respectiva sentencia judicial firme. Las disposiciones
de los arts. 180 CPC, 427 inc. 2º CPC y 5º Nº 1 C de C se refieren a situaciones
concretas de eficacia probatoria; los arts. 180 y 427 inc. 2º CPC son disposiciones
destinadas a evitar decisiones jurisdiccionales contradictorias; el art. 5º Nº 1 C de
C tiene por objeto comprobar la autenticidad de una costumbre mercantil. El art.
180 CPC consagra una regla de exclusión de prueba, que admite excepciones.
Los arts. 427 inc. 1º CPC y 5º Nº 1 C de C contemplan una presunción legal
simple de veracidad de los hechos consignados en los fundamentos y resolución
de la sentencia definitiva firme dictada en una causa civil.
21. Para los fines de la prueba en el proceso civil, la función pública debe ser
entendida en un sentido teleológico, de acuerdo con el cual lo relevante es la
finalidad de la actuación en lugar del estatuto orgánico del agente que la ejecuta.
Esta finalidad debe consistir en satisfacer necesidades públicas concretas,
señaladas por la ley. Este criterio está recogido en la definición de "empleado
público" consagrada en el art. 260 CP.
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Nº 8197-07).
V. DICCIONARIOS
— CS. 20 mayo 1918, GT, año 1918, mayo-junio, sent. Nº 148, p. 449.
— C. Ap. Santiago 7 enero 1887, GT, año 1887, sent. Nº 64, p. 34.
— C. Ap. Santiago 9 enero 1914, GT, año 1914, 1º sem., sent. Nº 21, p. 37.
— C. Ap. Concepción 12 enero 1917, GT, año 1917, 2º sem., sent. Nº 325,
p. 1056.
— C. Ap. Santiago 4 agosto 1987, MJJ3284 (sin número de rol en base de datos).
2. Escrituras públicas
— C. Ap. Santiago 12 diciembre 1891, GT, año 1891, sent. Nº 295, p. 145.
3. Notarías
4. Fe pública
— CS. 4 agosto 1980, FM, Nº 261, p. 238.
— C. Ap. San Miguel 3 mayo 1996, RDJ, t. 93, sec. 4ª, p. 152.
5. Documentos oficiales
6. Documentos auténticos
— C. Ap. Punta Arenas 6 enero 1990, RDJ, t. 87, sec. 2ª, p. 10.
8. Documentos electrónicos
— C. Ap. Punta Arenas 6 agosto 1991, RDJ, t. 88, sec. 2ª, p. 87.
— 2º Juzgado de Letras de Santiago 21 octubre 1953, RDJ, t. 50, sec. 2ª, p. 103.
— C. Ap. Pedro Aguirre Cerda 22 marzo 1984, RDJ, t. 81, sec. 3ª, p. 33.
— C. Ap. Pedro Aguirre Cerda 24 abril 1991, RDJ, t. 88, sec. 2ª, p. 47.
— C. Ap. Punta Arenas 9 mayo 1991, RDJ, t. 88, sec. 2ª, p. 51.
— C. Ap. Punta Arenas 28 noviembre 1991, RDJ, t. 88, sec. 2ª, p. 144.
— C. Ap. Pedro Aguirre Cerda 26 agosto 1998, RDJ, t. 95, sec 2ª, p. 56.
— C. Ap. Punta Arenas 13 diciembre 2005, RDJ, t. 103, sec. 5ª, p. 379.
— C. Ap. Punta Arenas 17 septiembre 1993, RDJ, t. 90, sec. 2ª, p. 141.
— C. Ap. Pedro Aguirre Cerda 26 agosto 1998, RDJ, t. 95, sec. 2ª, p. 56.
— C. Ap. San Miguel 14 mayo 2001, RDJ, t. 98, sec. 2ª, p. 43.
— 22º Juzgado Civil de Santiago s/f, RDJ, t. 79, sec. 3ª, p. 89.
— C. Ap. Pedro Aguirre Cerda 24 abril 1991, RDJ, t. 88, sec. 2ª, p. 47.
— C. Ap. Punta Arenas 9 mayo 1991, RDJ, t. 88, sec. 2ª, p. 51.
— C. Ap. Pedro Aguirre Cerda 8 octubre 1991, RDJ, t. 88, sec. 2ª, p. 125.