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CAPÍTULO 7: ESTABILIZACIONES Y SUPLENCIAS.

Fernández Elida.

Estabilizaciones en las psicosis

Empecemos por la definición de diccionario 1


“ESTABILIZACIÓN: Acción y efecto de estabilizar.”
“ESTABILIZAR: de stabilis: Asegurar. Garantizar el valor de una moneda circulante con un
patrón internacional para evitar las oscilaciones del cambio.”

Sabemos que en la estructura psicótica la metáfora paterna no operó, esto significa que
el significante de la falta no ha sido inscripto en el inconsciente del sujeto, que queda así a
merced de un Otro que lo goza en posición de objeto.
Entre el cuerpo del bebé y el lenguaje que lo rodea no se abre el puente por el cual el
lenguaje lo nombre y así el niño se apropie de aquello que lo constituye y lo aloja. Algo no
se enlaza, algo no se anuda, alterando la constitución misma del esquema corporal, el yo, el
semejante. La relación entre ese individuo y el Otro no está mediatizada por un fantasma
que engendre al sujeto como dividido.
Si bien cada cuadro psicótico tiene una manera particular de no estar anudado
borromeanamente, es la forma que toma cada desanudamiento el que le da la característica
a cada “peculiar manera de organización” de la psicosis. Organización lábil que, cuando no
puede sostenerse, se desencadena, ya sea porque no puede abarcar con su lógica peculiar
algún elemento disruptivo o porque no tiene con qué nombrar aquel lugar ai que está
llamado.
Es el mismo psicótico el que hará su intento de restituir aquello que lo vuelva a anudar,
es él mismo el que intentará con sus recursos estabilizarse.
La psiquiatría nos propone una manera de organizar el acceso al caos psicótico mediante
la formalización de los distintos cuadros; sin embargo, escuchando uno por uno sabremos
de sus diferencias, de sus delirios únicos, de sus vivencias singulares donde los
significantes, sueltos de la lógica aristotélica (o sea la lógica con la que nos manejamos
conscientemente), organizan su singular armadura en enjambre donde intentan capturar
algo de esa historia que el sujeto psicótico no logra escribir-.
1. Diccionario Enciclopédico Salvat.
También desde el psicoanálisis intentamos formalizar las complejas operatorias por las
que adviene o un sujeto deseante o un sujeto sujetado al goce de Otro. Las redes simbólicas
que nosotros tejemos teóricamente no alcanzan nunca para dar cuenta de la singularidad
del caso, pero allí es donde la escucha sí puede encontrar el hilo de Ariadna que lleve a
ubicar la trama desgarrada o faltante.
La “estabilización” entonces, tomando la definición económica, estaría sostenida con un
patrón (pensado como medida) que podría estar representado por uno de los Nombres del
Padre: síntoma, Edipo o realidad psíquica. Este anudamiento funciona en las neurosis,
aunque sabemos que éstas también se desencadenan cuando la eficacia de este
anudamiento se eclipsa, o trastabilla y el fantasma vacila.
Cuando este patrón falta no hay ordenador ni organizador del discurso ni del cuerpo. Las
pulsiones aparecen desintrincadas, operando desarticuladamente: el cuerpo se hace trozos
y la cadena significante pierde el hilo, las palabras se unen por consonancia y el decir no
hace lazo.
En este desamarre el psicótico intenta su primera restitución y si tiene recursos delira,
siendo este su primer intento de estabilizarse, intento que lleva en sí mismo su propio
fracaso. El delirio no alcanza ni puede sustituir la operación que marque la castración en el
Otro y le permita un alojamiento posible. Ese Otro que lo goza1 no puede sino encarnarse y
encaramarse en el delirio exigiéndole el sacrificio y/o la prueba de entregar su propia vida o
la de su vecino (matarse o matar).
El delirio intenta recomponer un orden que, sin embargo, es imposible y no hace sino
resituar la carencia de simbolización de la falta. La muerte espera a un recodo del camino
delirante, agazapada, dispuesta al ataque sorpresivo: actings y pasajes al acto darán cuenta
de este intento desesperado y frustrado de marcar una clase vacía que sostenga al Otro
apaciguado.
Sin embargo la clínica -siempre más rica que nuestras teorías- nos muestra que hay
estructuras psicóticas sin desencadenar en las que “algo” ha logrado esta estabilización;
psicóticos que van por el mundo pensados por sus vecinos como “raros” y que sin embargo
pueden, desde una manera excéntrica, organizar su vida sin salirse de la circulación entre
otros. Esto llevó a Lacan a plantear la prepsicosis y a advertirnos de no poner a los sujetos
sospechosos de psicosis en el dispositivo analítico tradicional a riesgo de desencadenarlos

1 Cuando decimos que el psicótico se siente gozado por el Otro, significa que se vive como objeto a ser
perseguido, maltratado, observado, escarnecido. mortificado por ese Otro sin tener límite que lo separe.
irreversiblemente.
El concepto de prepsicosis que Lacan nos trae en el seminario Las psicosis ha sido
pensado de dos maneras:

1) Como momento anterior al desencadenamiento de una psicosis.


2) Como estado estable por una compensación imaginaria del Edipo no atravesado.
Estructuras psicóticas que no franquean el límite aunque están “al borde del agujero”.

“Algo” ha funcionado a manera de organizador y ha permitido que esos psicóticos circulen


y puedan establecer algún remedo de lazo social.
También constatamos la estabilización espontánea en la psicosis, estabilización que no
elimina el delirio sino que lo guarda celosamente, como el tesoro más valioso.
La estabilización resulta, es esperable como salida y efecto del tratamiento posible, no
sin muchos avatares y considerando también su labilidad.
Podemos pensar que este recurso está dentro de lo posible de muchos psicóticos y que
en el tratamiento debemos situar y estar atentos a los hilos sueltos que puedan dirigir el
trenzado de la trama para tejer allí lo que ha sido desgarrado o nunca ha existido.
Estabilización no es lo mismo que la creación de un sinthome. Consideramos que la
creación del cuarto nudo o la reparación que implica la creación del sinthome es una-otra
operación más compleja (suplencias).
Entendemos por “estabilización” la posibilidad del sujeto de encontrar recursos para no
enloquecer, para jugar con lo mismo que posee sin desencadenarse, para lo cual es
necesario que opere algún tope, alguna prótesis (no nos escandalicemos con este término)
que mantenga el goce encauzado. La suplencia produce la estabilización pero no toda
estabilización implica una suplencia, sino un primer acotamiento y reorganización del goce
supuesto al Otro.
¿Qué es lo que puede operar acotando el goce del Otro, sustrayéndole un pedazo a ese
todo insaciable de goce? ¿Qué es lo que puede organizar un no entre el sujeto psicótico y
el Otro que opere como separación?

Podemos diferenciar entonces distintas estabilizaciones:


a) Las que operan dando consistencia al sujeto de forma tal que nunca se desencadena.

b) Las “espontáneas” del proceso psicótico, en las que el psicótico se apacigua y

mantiene su delirio celosamente guardado.


c) Las propias del efecto de la intervención del tratamiento “psi” por vía de la palabra y del
acto operando en la sutura entre imaginario y Real.2

Podríamos pensar sus diferencias. Tanto las que operan impidiendo el desbarranque
psicótico como las “espontáneas” hablarían del recurso exitoso de la propia estructura, pero
sabemos que las estabilizaciones espontáneas son generalmente un entreacto entre brote
y brote con su inevitable resaca de deterioro.
La tercera estabilización, efecto de transferencia, se podría diferenciar de las anteriores
porque implica la aparición y/o el agregado de algo nuevo, algo que antes o no estaba u
ocupaba un lugar anodino en la vida del sujeto.
El psicótico padece de separación entre su cuerpo y el goce del Otro obsceno y feroz, a
veces carece de hiancia (holofrase), carece del significante de la falta que lo motorice
deseante. Estas faltas en su estructuración son suplidas por creaciones y a veces por
sublimaciones que van desde la actividad delirante hasta la creación artística.
Es allí donde opera alguna chance desde el lugar del otro con minúscula, desde el
semejante, desde la relación filial.
La ley no dictada ni ejercida desde el Otro puede estar incluida ortopédicamente (de allí
su labilidad) por el encuentro con un semejante que le otorgue lo que nunca tuvo por
estructura: cierto valor de cambio a través de su acción.
Un amigo, dueño de una fábrica de aberturas metálicas: marcos de puertas y ventanas,
me contaba que tenía entre sus obreros a un señor muy particular, eficiente y trabajador
como ninguno, pero “raro”: escuchaba voces, hablaba solo y a veces interrumpía su tarea
quedando colgado de las voces. Una vez, preso de un ataque de furia rompe la ventana que
había terminado. Mi amigo lo reprende, le dice que no puede destruir su trabajo por dos
razones: porque él necesita de esa producción terminada y por otra parte porque es un mal
ejemplo para los otros operarios.
Este señor lo escucha sorprendido y le pregunta:
—¿Ejemplo?
Y mi amigo sin dudar le dice:
—Sí, en mi fábrica usted es ejemplo de buen trabajo y rendimiento.
El obrero lo mira largamente, toma el marco que había destruido y lo vuelve a armar
pacientemente, mi amigo esperó en vano alguna otra respuesta. Más tarde me comentaba

2 Cuando Lacan se refiere en Escritos al acting y a la alucinación, ambos son situados en “una especie de
intersección de lo simbólico y lo real que se puede llamar inmediata, en tanto que opera sin intermediario
de lo imaginario”. Ambos fenómenos se explican por la forclusión.
sorprendido que su empleado no volvió a tener más accesos de descontrol. Pero le llamó la
atención que ese hombre que, nunca le había reclamado nada ni parecía querer algo, le
había pedido a partir de ese día que no lo llamara por el apellido sino por el nombre de pila.
Luego de ese episodio se le había acercado y, entre dientes, le había murmurado que
“ellos querían hacerle mal”. Mi amigo, ajeno a las técnicas psicoanalíticas, le había
contestado muy suelto de cuerpo:
—Pero con lo eficiente que es usted en su trabajo cómo va a dejar que lo jodan, hombre,
si usted acá es tan necesario... ¡Pelee en otro lado!
—¡Sabe qué razón tiene, señor Raúl!
Y allí mi amigo se sorprendió porque era la primera vez que este hombre lo llamaba a él

por el nombre.
Y concluye el relato de mi amigo: “Nos hicimos amigotes, de ir de vez en cuando a tomar

cerveza juntos a la salida porque es siempre el último en irse”.

Si el psicótico nunca ha podido ubicarse para su madre como metáfora fálica y ésta no
ha podido transmitirle su falta donde él se aloje, el alojamiento puede advenir del otro con
minúscula en un intercambio de una producción que circule, que tenga valor de cambio y
que ponga por fuera de él un acotamiento al goce. Si el psicótico puede producir un objeto
(escrito pintura, ventanas, cobranzas en los bancos o venta de encendedores) que,
proviniendo de él, circule para otros con valor y reconocimiento (y no falso reconocimiento),
esto opera estabilizando la estructura.
De todas maneras, esto es sólo una aproximación a algo posible para algunos psicóticos,
ya que aquí es imposible predicar “para todo psicótico”. Nuestro deseo como analistas es
lograr una estabilización posible en cada uno, pero son muchas las variables y los
interrogantes que se nos plantean.
¿Es lo mismo ese “algo” que estabiliza espontáneamente a algunos psicóticos luego del
brote, que el “algo” que estabiliza al psicótico sin desencadenar?
¿Es posible pensar la falla del nudo en cada uno y pensar allí una suplencia?
¿La suplencia o la estabilización puede ser propuesta desde el analista o es una
propuesta del psicótico?
Podemos aliamos con la psiquiatría para pensar y formalizar glandes cuadros:
esquizofrenias, paranoias, parafrenias, pero nunca encontraremos dos casos iguales dentro
de cada uno de esos conjuntos.
La historia que no puede contarse de cada uno es diferente, los acontecimientos que no
llegan a constituir un pasado para cada uno son siempre distintos.
Cada delirio, aunque siga una estructura que supone una clasificación y una formalización
propia de cada cuadro, está hecho con retazos de historia, con jirones de significantes que
no hallan plomada, con pedazos de padre imaginario que no logran instaurar un rechazo al
goce del Otro. Cada delirio es singular, como lo va a ser cada estabilización y cada
estabilización será encontrada por cada uno con la compañía de ese pequeño otro que le
arrima una palabra, una mirada, una escucha que con encuentros del azar y la repetición
hallen terreno fértil para ligar algo que estabilice. Aunque esta estabilización la sabemos lábil
marca que alguna vez algo distinto fue posible.
Cuando Jaime, un paciente del Borda a quien atendí durante varios años, tuvo a los 40
años su primer encuentro sexual con una mujer, yo, en ése momento joven principiante, no
podía ocultar mi alegría y mi entusiasmo.
Jaime me dice “¿Usted cree que yo me curé? Yo voy a volver a estar loco, van a volver a
empastillarme, voy a volver a escuchar voces...” Tampoco allí mi cara ocultó la decepción.
Y Jaime agregó “¿pero, quién me quita lo bailado?”

Intervenciones en las psicosis

Hablar de las intervenciones posibles dentro del tratamiento de las psicosis implica varias
puntuaciones previas:

a) Discriminar de qué psicosis o, mejor aún, de qué psicótico se trata.

b) Situar en qué momento de la evolución de esa psicosis operamos.

c) Determinar en qué momento de la transferencia nos situamos.

Me referiré a las intervenciones posibles dentro del tratamiento individual dejando de lado
las intervenciones en el ámbito institucional (hospital, justicia, escuela, policía) que
merecerían un trabajo aparte, ya que son de suma importancia.
En general, a los psicoanalistas abocados al tratamiento de pacientes psicóticos nos
suelen ocurrir con frecuencia dos problemas que hacen muchas veces obstáculo:

1) Se sabe más lo que no hay que hacer con un psicótico que lo que sí es posible.

2) Nos quedamos usualmente fascinados por el impacto de intervenciones que

consideramos sorprendentes y lúcidas, nuestras o ajenas; pero en general carecemos


del seguimiento y la evaluación del efecto en ese sujeto de dichas intervenciones. No
sabemos o no queremos saber si más allá de lo fantástica que nos pueda parecer la
ocurrencia, ésta ha dejado alguna marca. Es común leer comunicaciones de
intervenciones puntuales en distintos tratamientos con efectos más o menos
inmediatos que sin embargo ignoramos qué destino tienen. Cuando nos consultan
psicóticos con períodos de larga evolución, nos encontramos con que hay, a veces,
intervenciones que han delimitado un antes y un después; sería muy productivo que
pudiéramos pensarlas para enriquecer nuestra práctica.

También es cierto que a menudo nos encontramos con la historia de un inexorable


deterioro, que nos convoca a preguntarnos allí qué operación analítica podría haberse
hecho, si es que alguna hubiera sido posible.
Trataremos de indagar en las puntuaciones que acabamos de mencionar.

a) ¿De qué psicótico se trata?

El intento de situar con la mayor precisión un diagnóstico nos lleva a ubicar la falla del
desanudamiento de la estructura, allí donde deberemos pensar una intervención posible.
La insistencia en armar con datos alguna historia del paciente, historia no historizada por
el psicótico, desarmada, desenlazada, hecha de retazos deshilachados, será posibilitadora
del cañamazo donde se podrá tejer una construcción y desde donde podremos escuchar el
punto de verdad del delirio, verdad que se abrocha mal dicha, mal articulada, sin digerir -
diría Bion-, sin tramitar y que insiste desde allí con un grito que puede ser alojado, si lo
tejemos desde una biografía.
De la nosografía psiquiátrica, útil sin duda pero insuficiente, delimitaremos grandes
cuadros: esquizofrenia, paranoia, parafrenia, etc. mientras que la particularidad de una
historia nos permitirá dibujar ese Otro que arrasa al psicótico y que tendrá cada vez un perfil
singular y único y el sujeto o el retazo de sujeto que enfrente a ese Otro. Cuanto más
podamos cincelar las particularidades de ese sujeto mejor podremos operar en su
singularidad y no sólo desde los textos y seminarios, mejor podremos escuchar, construir,
inventar, aquello que el psicótico no pudo decir, aquello que nunca le fue dicho, aquello que
lo goza en demasía.

b) ¿En qué momentos operamos?


- Antes del desencadenamiento.

- En el desencadenamiento.

- Después del brote.


Momentos distintos, momentos de inflexión, momentos de distinta mostración del sujeto
psicótico.
¿A quién le hablamos? ¿Quiénes somos en ese momento para él o la paciente? ¿Desde
dónde producimos esa intervención? ¿Desde dónde callamos?
Muchas veces este miedo a intervenir hace que los “psi” callen frente a la urgencia del
psicótico proponiendo una demora que, imposible por estructura, motorizará un pasaje al
acto o acting. (Una paciente internada en un psiquiátrico le pregunta a su analista cuando
ésta descubre que la paciente ha cometido un robo: “¿Me va a denunciar?” Ella le contesta:
“Lo vemos la próxima”. La paciente sale de la entrevista y se corta. Era necesaria otra
respuesta.)
Otra manera de “neurotizar” que se escucha y se lee mucho en psicoanalistas
coterráneos y extranjeros es caer en la lectura neurótica del decir psicótico asignándole un
sentido y una significación fálica que lo convierten en hábil manipulador de su interlocutor.
Creo que esto alivia sólo a los que piensan así, ya que una de las limitaciones más arduas
para el “psi” en el tratamiento con estos pacientes es tolerar la falta de sentido compartido y
lo inaccesible del sentido psicótico, cuando lo hay, o del liso y angustiante vacío de sentido.

c) ¿En qué momento de la transferencia implementamos cada intervención?

Cualquier intervención que pensemos tiene que esperar el momento en que para el
paciente en cuestión (que no nos atribuye ningún saber que le interesa) podamos tener
alguna función. Buscamos instalarnos en el eje a-a’, pero la cualidad y la coloratura que
podamos adquirir la pondrá, la cambiará, la reinventará el paciente cada vez. Bion decía que
la transferencia del psicótico es intensa y lábil; cualquiera que haga esta clínica puede
corroborarlo.
Para poder intervenir tenemos que tener alguna idea del ángulo que ocupamos; esto no
siempre es posible, aunque en los momentos de estabilización es más probable. Entonces
cada intervención está atravesada por una hipótesis de estructura, de tiempo y de posición
del analista.
Las intervenciones también tienen una dirección y aquí nos enfrentamos con lo más
espinoso del tema: ¿hacia dónde nos dirigimos? ¿Qué queremos lograr en cada
tratamiento? Esta es una cuestión ética. A veces, trabajando en un servicio donde se espera
que el profesional atienda al que se le deriva o a los pacientes que “le tocan” el día de
admisión esta pregunta se escurre, se escabulle y puede llegar a no formularse.
Sin embargo, es una pregunta impostergable. Muchas veces aparece planteada
tímidamente como “¿qué se puede hacer con este caso?”
Otras, el profesional sabe que su intervención convocó a los dioses del Averno que, en el
caso de las psicosis, andan a la intemperie, y quiere huir en vergonzosa retirada o se
pregunta si debe seguir atendiendo al paciente. Muchas “altas” institucionales contienen el
abrupto final de un “no sé cómo seguir” o “para qué seguir”.
Es cierto que la monótona reiteración -casi mecánica- del mismo texto agota al más
mentado, y uno cede a la tentación de una despedida amigable que deje a todos más
tranquilos, pero no siempre ese final es tal o está pensado con una lógica de tratamiento.
Distintos tipos de intervenciones en las psicosis

Pienso que una vez que hemos conjugado los vectores antedichos podemos situar las
intervenciones en las psicosis en grandes grupos:

a) Las que apuntan al tejido de lo imaginario y prestan representación.

b) Las que se dirigen a situar el adentro-afuera como construcción de una intimidad y

como diferencia y discriminación.


c) Las que operan como separación del Otro y que tienen como función privilegiada la

de servir como negación.

Las tres apuntan a producir el efecto de subjetivación. El sujeto en las psicosis puede
estar suprimido, desaparecido o muerto, pero hay sujeto como efecto del lenguaje, poco
importa que hable o no.
Nos detendremos en cada una de ellas:

a) Las intervenciones del tejido de lo imaginario.

Estas intervenciones tienen su ejemplo clásico en el modelo de intervención de Melanie


Klein con Dick “el trencito es papá. La estación es mamá”.
Lacan las leyó de manera ejemplar. Allí M. Klein presta representación, abrocha un
sentido que además esboza una triangulación.
Es muy común que los pacientes pregunten “¿cómo me ve?” Generalmente los
profesionales alertados con el esquema de no acceder a la demanda se resisten a
responder. Cuando lo escuchamos como un pedido de funcionar de imagen virtual para un
cuerpo fragmentado y desquiciado podemos ensayar una respuesta que, a la manera de
espejo, esboce un gesto, una imagen, algo recortado para la mirada.
Una adolescente psicótica en una de sus sesiones toma la caja donde tenía los elementos
que podía usar, hace bolas con la plastilina y me las arroja como proyectiles. Le digo que si
me sigue arrojando objetos corto la sesión. No habla, insiste. Intento frenarla sosteniéndole
la mano. Al sentir el contacto de mi mano quiere tocar la tela de mi vestido. Luego toca la
tela de su pantalón. Rompe su silencio, dice que soy igual a la conductora de un programa
de televisión: “Puntos y puntadas”.
Le pregunto cómo es y dice: “Loca, loca como usted. Qué loca, cómo me tira pelotas de
plastilina, ¿no ve que duelen?”
Le propongo que juguemos a que yo soy ella y ella es la psicóloga. Acepta encantada y
quiere que cambiemos los lugares. Desde “la psicóloga” me ordena que “me” dibuje. Lo
hago. Mira “su” dibujo encantada y dice “terminó la sesión, vuelva la próxima, el dibujo me
lo quedo yo”.
En esos recortes queda bastante enfatizada la presencia del analista que en estos casos
pone el cuerpo y no sólo la voz.

b) Las intervenciones que apuntan a situar adentro-afuera.

La constitución del adentro-afuera como sentidos que organizan el yo y el mundo, el yo y


el otro, está posibilitada por las operaciones de Bejahung-Ausstossung que cuando no tienen
lugar dejan al sujeto sin una barrera fundamental para poder intentar cualquier lazo.
Si no hay adentro-afuera, los límites se buscan en lo real y los límites se hacen tajos en
la piel y en la carne.
Una de las consecuencias de esa no delimitación es la falta de “intimidad”.
Daniela, otra adolescente psicótica que atendí durante algunos años, relataba, a todo el
que quisiera escucharla, su delirio. Esto ocasionaba las burlas de sus compañeros y una
exclusión permanente que alimentaba su paranoia.
Una intervención eficaz fue decirle que uno no contaba sus cosas privadas a todo el
mundo y si a ella Dios la había elegido para ser “su mujer y su hombre” (este era su tema)
esto era algo íntimo, sólo revelable a aquellos que para ella fueran dignos de esa confidencia.
Me pregunta qué hacer entonces cuando en la disco le empezaran las voces. Le digo que
puede comunicar parte de la verdad: que le duele la cabeza y pedirle a alguien que la
acompañe.
Esa madrugada me llama por teléfono y me pregunta qué tiene que, decir ya que
empezaron las voces. Se lo repito. A la sesión siguiente Daniela me muestra un papel donde
había anotado la consigna. Había resultado. Se había ido de la disco sin suscitar las burlas
habituales.
c) Las intervenciones que funcionan como separación. La negación.
Los procesos fundamentales de la constitución subjetiva son la alienación y la separación.
La alienación es el momento necesario en el alojamiento en el Otro, momento de la
constitución de la imagen del cuerpo y del yo y del semejante. Recordemos que Lacan en
“Una cuestión preliminar” define la psicosis como una regresión tópica al estadio del espejo.
En las psicosis “vemos” cómo ha sido alterada la constitución del narcisismo en un espejo
que no ha reflejado la metáfora fálica.
En el proceso de separación, el infans podrá ir pensando la diferencia entre la demanda
del Otro y su deseo para poder desde allí preguntar: “esto es lo que me pides pero ¿qué
deseas?” Enunciado y enunciación perfilan sus diferencias y el niño puede rechazar la
demanda del Otro, preguntándose qué es él ahí donde estuvo alienado.
En las psicosis, esta separación que daría lugar a la constitución de S1 y S2, el S dividido
y el objeto a cómo resto de la división, generalmente no tiene lugar, o si lo tiene, estos
elementos aparecen en otra disposición temporo-espacial.
Lacan nos dice que allí nos encontramos con la holofrase, con la solidez de la cadena
significante (que impide toda dialéctica y el efecto neurótico de la creencia).
En su lugar encontramos la certeza y la increencia paranoica. La salida de la alienación
es el poder decir no al juicio de atribución que le viene del Otro.3
Esto lleva a plantearnos que en el tratamiento posible de las psicosis el analista debe
operar proponiendo o posibilitando la negación. La negación no es nunca lingüísticamente
un cero, sino un “no uno”.
Esta imposibilidad de refutar al Otro está, muchas veces, sustituida por el negativismo
(desaparición de la división entre enunciado y enunciación; rechazo a todo sin poder
sostener una afirmación primordial) y por el odio.
No me ocuparé aquí de desplegar estas vías, tan sólo las menciono, ya que el objeto de
este texto es ubicar intervenciones posibles.
Volvamos a la intervención que posibilita la operación de negación. Se podrá decir que
esto sólo puede funcionar como ortopedia y quizás sea cierto, pero no creo que esta crítica
desautorice su funcionalidad o su operatividad.
Un paciente internado en el Borda al que atendí durante todos los años de mi residencia
y algunos después, hablaba así de su “curación”:
“Ahora voy en colectivo y pienso que me miran porque tengo el secreto de la bomba, igual

3 Este tema está desarrollado en mi libro Las psicosis y sus exilios, Letra
Viva, Buenos Aires, 1999.
que siempre. Tengo ganas de bajarme del colectivo y ponerme a correr y pedir asilo en la
embajada.
Después me acuerdo de usted y me digo ‘esto lo pensás porque estás loco’ y sigo
viajando en colectivo.”
Y con su ironía supina agregaba “es menos agitado”.
Daniela en el acmé de su delirio escucha la orden de Dios de matarse. Le digo que no es
posible, que debe haber un error, que Dios no puede haberle ordenado que se mate ya que
si él nos creó no puede ordenar la muerte de sus criaturas.
Daniela escucha azorada y exclama: “¡Entonces es la hija de puta de mi hermana!”
Esto es un poco más fácil de maniobrar que una orden divina.
Estas operaciones de interponer un no entre el delirio y el sujeto, entre las voces y el
sujeto intentan clivar algo de esta consistencia, donde la castración no ha operado, y que
devoran, arrasan, desaparecen la subjetividad y atentan seriamente contra la vida del
paciente.

El lugar de las suplencias

A esta altura puede surgir la siguiente pregunta: “¿y las suplencias?”


Yo pienso que las suplencias son tan escasas como el atravesamiento del fantasma en
el análisis de un neurótico: son pocas, el mayor trabajo analítico es hacerlas posibles,
hacerlas advenir.
En el analista está el escuchar su camino, intentar ver por dónde trabajar para que el
paciente la logre o se pueda investir en una posible suplencia esbozada y no tenida en
cuenta hasta el momento.
No creo que las suplencias pasen por lograr que allí donde ese individuo era advenga un
artista ni mucho menos (para pintar, escribir o hacer música además de otras cosas se
necesita talento), esto vale para cualquier ser parlante. Sí creo que las suplencias de los
nombres del padre pueden lograrse siempre que el paciente pueda hacer circular un objeto
(como autor o intermediario) que tenga valor de cambio y por el cual sea reconocido y
esperado dentro del lazo social, y que esto lo nombre. (En el relato clínico que está más
adelante es interesante detenernos cuando R muy enojado por un error que cometo al no
tener en cuenta esto me dice: Yo soy juguetero.)
De todas maneras, la suplencia será efecto del trabajo del analista y del paciente en esta
insistente ida y vuelta del telar, en el intento de coser, cortar, tejer en la trama desgarrada o
en el agujero que hace de precipicio y de tentación.
Esta tarea que tratamos de sistematizar, que intentamos teorizar para hacerla
transmisible y dialectizable, tiene una ladera insoslayable que es la invención.
El analista frente al psicótico que produce, crea su delirio como intento de metaforización,
tiene siempre -y es esperable que lo tenga- el recurso de la invención. ¿Acaso no es esto lo
que nos legaron los analistas que desde distintas escuelas trabajaron en esta clínica? ¿No
es esto lo que hace al artesanado de nuestra práctica? ¿Y qué otra cosa sino la invención
nos rescata del anonadamiento que nos produce este límite a la libertad que es la psicosis?
Inventar no es delirar, o quizás sea el delirio en la legalidad de la castración propia y la
del Otro, el delirio que nos permite ir más allá del saber establecido aunque no sin él.

Bibliografía

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2001.
FERNÁNDEZ, E.: Las psicosis y sus exilios, Letra Viva, Buenos Aires, 1999.
GEREZ AMBERTÍN, M.: Los imperativos del superyó, Manantial, Buenos Aires, 1999.
LACAN, J.: El seminario. Libro 4. La relación de objeto, Paidós, Buenos Aires, 1994.
LACAN, J.: El seminario. Libro 5. Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires,
1994.
LACAN, J.: El seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1988.
LACAN, J.: El seminario. Libro 16. De un otro al Otro, inédito.
LACAN, J.: El seminario. Libro 17. El revés del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1992.
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LACAN, J: El seminario. Libro 23. El sínthoma, inédito.


LAURENT, E.: Estabilizaciones en las psicosis, Manantial, Buenos Aires, 1989.
PORGE, E.: Los nombres del padre en Jacques Lacan, Nueva Visión, Buenos Aires, 1998.
STAGNARO, J.C. (COMP.): Alucinar y delirar, Polemos, 2 tomos, Buenos Aires, 1998.
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AA.W: El padre en la clínica lacaniana, Homo Sapiens, Rosario, 1994.
CAPÍTULO 8: INTERVENIR EN EL DELIRIO 4

El tesoro del psicótico.

Solían circular hace muchos años por los pasillos del Hospital Borda, anécdotas-supongo
que seguirán dando vueltas aunque con ropa más moderna- sobre jefes de servicio que sí
sabían qué hacer con un psicótico en pleno delirio.
Recuerdo una. Un hombre alto y robusto es internado en una sala; en la recorrida lo
encara al jefe vociferando: “Yo soy Dios”. El jefe, García Badaraco, sin inmutarse, contesta:
“Entonces hágase cargo de la sala, acá están las llaves, resuelva los problemas que
tenemos”. El paciente titubea y dice: “Alguno de los dos está loco, usted o yo”.
Más allá del mito, o justamente por tener las características del mito, ésta y otras
anécdotas hablaban sobre cierto saber hacer con el delirio.5
Tema complejo, ya que sabemos que el delirio sostiene al psicótico. El delirio, pensado
como restitución, como intento de curación, como metáfora delirante, como portavoz de una
verdad que encuentra un texto, como anudamiento precario de lo anudado, como signo
autorreferencial siempre funciona dando ser y sentido.
El delirio, pensado como:

- Restitución

- Intento de curación

- Metáfora delirante

- Portavoz de una verdad que encuentra un texto

- Anudamiento precario de lo anudado

- Signo autoreferencial siempre funciona dando ser y sentido

Por su delirio, estos pacientes forman conjuntos que la Psiquiatría nombra y clasifica. Los
psicóticos han sido alojados en el discurso de la ciencia por sus delirios, o por la ausencia
de los mismos.
También es cierto que esas clasificaciones no suponían lugar para la escucha y se

4 Trabajo cuya primera versión fue presentada en un encuentro con los residentes del Hospital B. Moyano.
5 “Es difícil escuchar al que delira porque el que delira no habla. Dice algo sobre Norteamérica, sobre los que
están arriba, sobre las altas esferas, sobre tocar el cielo con las manos. ¿Cómo estar escuchando cuando
hay voces que se evitan oír? Tal vez espacio de enunciación es sitio en que se hace silencio. Acoger el
delirio. Un dolor en un ataúd. Una transparencia que no se puede pensar. Un enunciado que es posible
saber tanto. La diferencia entre oír un delirio y escuchar al que delira reside en la atención a la
discontinuidad.” Marcelo Percia, Deliberar las psicosis, Lugar, Buenos Aires, 2004.
convertían a su vez en signo para el clasificador. Una vez que éste encontraba la casilla
donde ubicar a su objeto de estudio se desinteresaba de cualquier otra cuestión.
Así se volvía importante la habilidad del psiquiatra para lograr que el paciente en cuestión
contara su delirio, hecho a veces sumamente difícil.
Para el psicótico, su delirio es un tesoro “lo quiere más que a sí mismo” porque es el sí
mismo. Lo entrega como prenda, aparecemos ocupando un lugar en él cuando la
transferencia funciona, nos lo puede relatar como confesión o como advertencia pero -y es
esto lo dilemático- es motor de su accionar que generalmente tiene a la muerte propia o a la
del otro como término.
Es en este sentido que siempre se trató de amordazar el delirio. Sin renegar de la utilidad
de los psicofármacos, sabemos que -en relación con el delirio- no es sólo con ellos con los
que basta operar. Imprescindibles en los momentos de la crisis aguda, se vuelven pobres
recursos frente a la insistencia de estas construcciones de otra lógica que, aún bajando los
decibeles, siguen actuando siempre, ya que no existe fármaco que los haga desaparecer,
aunque sí podemos con la medicación anular momentáneamente cualquier aparición de la
individualidad.

Trabajar con el delirio

Es con los delirios que debemos trabajar. En sí mismos los delirios son trabajos: trabajos
de significación, de interpretación, de dar sentido a lo que irrumpe desquiciando al sujeto.
Son trabajos de construcción subjetiva cuando no hay sujeto del inconsciente. Son
trabajos para salir de “la perplejidad” que produce la irrupción del Otro.
Freud nos alertaba de la necesidad de esperar en los neuróticos el establecimiento de la
transferencia para poder interpretar. Pienso que también es necesario esperar por parte de
estos pacientes algún lugar señalado en el delirio para poder intervenir. No interpretando, ya
que de eso se encarga demasiado él mismo, sino interviniendo. Pero ¿cómo?, ¿con qué
finalidad?
Volvamos a la anécdota del comienzo. ¿Qué transmite? Transmite que hay una
intervención posible, del orden de la palabra y del acto, que produce una torsión en la
premisa delirante por volverla, en ese momento, imposible de sostener en uno de sus
términos.
Operar en la lógica del delirio significa confrontar al delirante con sus propios dichos para
situar allí la imposibilidad, la contradicción, la ruptura, el agujero dentro del propio sistema
de significación. La tentación de la psiquiatría clásica fue enfrentar la lógica del delirante con
la del supuesto normal. Como esto era un callejón sin salida terminaron apelando a las
lobotomías (y enfatizo el plural porque hay varias formas de “cortes” y expulsiones que
tienden a la segregación para purificación del mundo de los “normales” y exterminación de
lo que atentaría contra su pureza).
Ahora bien, si el delirio implica un trabajo, este tiene la particularidad de producir como
efecto, muchas veces, especialmente en el de características paranoicas, la muerte del que
lo fábrica o la de su perseguidor.
Como intento de restitución o como intento de cura es vano, fallido. Al igual que Sísifo,
siempre debe recomenzar, a menos que... y es esto quizá lo que los viejos psiquiatras del
Hospicio sabían, a menos que se pueda poner al delirante a trabajar en función de establecer
algún remedo de lazo social con su delirio. ¿Bordeamos el tema de la sublimación?
Quizás algo nos la evoque en esta propuesta de encontrarle al delirio una función distinta
al de la pura muerte que asoma en sus conclusiones. Quizá la estabilización del delirio tenga
que ver con la posibilidad, para el que lo sostiene, de circular con dicho delirio por otros
caminos.
O de tenerlo a raya y poder trabajar desde el anudamiento que éste le permite,
desplegando su talento.6
No todos los psicóticos deliran. Es importante diferenciar la estructura psicótica del trabajo
de la psicosis, dentro del cual ocupa un lugar privilegiado el delirio.
Situemos un poco mejor esto: cuando decimos que en la estructura psicótica no hay
inscripción del significante del Nombre del Padre, no funcionó la metáfora paterna y por lo
tanto no hay inscripción del siguiente fálico... ¿qué decimos?
En principio, que el individuo (no es fácil hablar aquí del sujeto) queda a merced de un
Otro que lo maneja a puro capricho y cuyo deseo es arbitrario, pues no está regulado por la
ley de prohibición del incesto sino por un goce imposible, un anhelo de reunificación, de
reintegración. Este Otro aparece entonces no marcado por la_falta, y el niño como no
ocupando el lugar que metaforiza dicha falta. Es común el error de pensar al psicótico como
falo de la madre cuando, precisamente, en esta estructura no podemos hablar de significante
falo sino de una dialéctica de obturación de la falta en el Otro y objeto suplementario, objeto

6 Podemos leerlo en las memorias de Schreber, o en los poemas de Jacobe Fijman, o en los de Antonin
Artaud, entre otros; también en la leyenda de Frankenstein o en la historia de Doctor Jekyll y Mr. Hyde, en
El horla de Maupassant, en Diario de un loco de Gogol.
de goce.

La imposibilidad de un “no”.

Entre el psicótico y el Otro no hay ni denegación simbólica ni, por lo tanto, gramática (en
el sentido de la gramática del inconsciente).
El psicótico no puede, no tiene con qué decir ”No” al Otro, no se le puede oponer,
justamente, como efecto fundamental de la no inscripción del significante de la falta y la
ubicación como objeto de goce del Otro. No hay operación de separación.
Esto constituye al psicótico, en principio, sin yo dialectizable, en tanto no hay rechazo a
la demanda del Otro encarnada en ese goce del que es presa y prisionero.
Esta lógica sin “NO” hace estragos en el campo del psicótico o lo constituye fuera de su
cuerpo, un cuerpo que no puede detenerse o no puede cerrarse o abrirse, justamente porque
no puede apelar al NO.7
Una lógica sin ninguna posibilidad de oponerse al Otro o bien excluye de lo simbólico o
bien hace que se intente crear un sustituto: el más importante es el delirio. Este, como tal,
produce o intenta producir una barrera entre el individuo y el Otro, una negación
prefabricada, un proyecto de rechazo a su manera. A la manera del infierno.
En este precario y a veces florido intento de denegación (un remedo de palo en la boca
del cocodrilo) el psicótico se encolumna, se nombra y se diferencia. O perseguido o
maltratado o amado por El/Ella se diferencia de ese horror de puro cuerpo fragmentado, ese
no reconocerse en los espejos, la sensación de desrealización, de fragmentación. Por lo
menos en su decir, en su texto se constituye dueño de algo, se erige en alguien que posee
algo muy valioso por lo cual es perseguido, merece y clama ser reivindicado o amado. ¿No
es, como primera aproximación, un recurso eficaz en tanto hace una primera torsión a esta
posición de inermidad ante la demanda arbitraria e impredecible del Otro?
Pero la necesidad de sostenerse en este precario intento de Bejahung-Ausstossung hace
que el enemigo se recorte como tal y retorne a las condiciones que lo condujeron a necesitar
de la construcción delirante para poner un separador entre él y ese Otro. Ese Otro lo
persigue: debe matarlo o desaparecer. Tragado por esa boca que lo aspira, lo llama, le da
vértigo, porque lo tienta siempre a volverse su alimento.

7 Deberíamos volver a leer las propuestas de Bleger sobre simbiosis y ambigüedad como lo hace Marie-Lise
Casadas en su artículo “El desconocido en la casa”, publicado en El abordaje de las psicosis después de
Lacan. Kliné, Buenos Aires, 1994.
Aquí el delirio fracasa, en tanto no puede evitar que lo forcluido retorne desde lo real
imponiéndole un desafío en el que el psicótico se derrumba. El delirio no puede nombrar la
falta, sólo puede erigir una pared de signos detrás de la cual parapetarse.

Delirio y verdad.

Este intento destinado a fracasar porque se propone algo imposible es el que


psicoanalistas tan diversos y hasta de ideas opuestas, como Bion, Searles, Pankow, Bleger,
Pichón Riviére (para nombrar a algunos de los que trabajaron con psicóticos y tuvieron la
“valentía” de escribir sus experiencias) respetaron.
¿Qué quiero decir con que “respetaron” el delirio? Que no trataron de hacerlo
desaparecer, ni amordazarlo, ni oponerle la lógica de los neuróticos; por el contrario,
intervinieron en él casi para desviar su destino. Es interesante comprobar cómo al leer la
transcripción de las sesiones que dirigían muchos de ellos con pacientes psicóticos no se
sabe quién es quién, porque se tiene la impresión de que llegan a delirar de a dos o que hay
por lo menos dos que están construyendo el delirio. Esto remite a la habilidad de estos
psicoanalistas de intervenir no para recusar el sistema delirante sino para operar en su punto
de inconsistencia. Agujerean el delirio en un punto.
Trabajando con psicóticos en la trama de delirio se tiene la sensación de que, metido en
esa alianza significante, el psicoanalista también “delira”. Esto nos podría llevar a la pregunta
de Freud sobre si había más delirio en su teoría o más teoría en el delirio; pero me gustaría
tomar este acceso sólo para situarlo en relación con la verdad.
Si pensamos la verdad como lo que le falta al saber, en el delirio aparecería en lugar de
la verdad como falta (para que algo falte es necesario que haya cuenta), una certeza
subjetiva y un grano de verdad cifrada en esa certeza; la luz, para los ojos ciegos del
psicótico. Verdad que muestre al psicótico a la intemperie, en su intemperie. Desde esa
verdad a descifrar opera la intervención del analista.
Cuando los manuales de psiquiatría coinciden al hablar de “cristalización” o
“enquistamiento” del delirio, es porque estas conclusiones han sido efectuadas observando
la evolución de los cuadros psicóticos en los asilos u hospicios donde se los encierra y no
son escuchados.
Pero estas conclusiones no tienen en cuenta los efectos de la palabra sobre la
arquitectura delirante. Palabra en transferencia, tal como la podemos pensar en las psicosis.
Desde esta transferencia donde nos es otorgado un lugar de palabra-cosa es posible
intervenir para intentar construir (¿una ortopedia? ¿suplencia? ¿remedo? ¿remiendo?). En
cada caso se situará un “No” entre el Otro gozador reinante en un Imaginario que intenta
anudar ese Real y aquel que está siendo gozado, torturado, sujetado. Un “No” que no dejará
de formar parte del delirio. Un “No” con la estructura del objeto y el destino de una suplencia
simbólica.
¿Cambiaría la evolución pensada y sobreentendida para los psicóticos si la observación
fuera sobre pacientes en tratamiento “psi” y no sólo tratados con psicofármacos y encierro
prolongado, casi asilar? Creo que este es el desafío que el psicoanálisis no puede esquivar.
Si no retrocedemos ante las psicosis, las conclusiones de la evolución supuesta serían
probablemente otras. Por lo menos nos podríamos desasir de las clasificaciones que
aseguren un mismo y común deterioro.
Por ahora escuchamos del caso tal o cual; de aquella o aquel parafrénico internado que
acotó el delirio, le dio otra significación o lo arrinconó al lugar de una “intimidad” que le
posibilitó otra “exti- midad”; del esquizofrénico que lo puso a trabajar en otra dirección o del
paranoico que alejó al enemigo más allá de la frontera.
Intentamos extraer de estos relatos algún principio: respetar el delirio procurando
encontrar su verdad y su punto de imposibilidad para que produzca otro pensamiento distinto
que si bien no pueda dialectizar al delirio, sí lo pueda -en algún punto- hacer vacilar. La
clínica nos permite situar otros caminos para el delirio que parten principalmente de su
acotamiento, es decir, de dejar de ser la teoría que da cuenta y razón de todos los avatares
en la vida del sujeto. Cuando el sujeto deja de explicar todo lo que le sucede, desde lo más
nimio y cotidiano hasta lo más casual, desde la trama del delirio, algo distinto empieza a
poder ser pensado. Algo ha apartado de esa máquina que lo piensa siempre como objeto de
goce de un enemigo invencible.

Bibliografía

AA.W: Litoral, núm. 7/8, “Las psicosis”, Córdoba, 1998.


AA W: Metáfora y delirio. Eolia, Madrid, 1993.
AA.W: ¿Hacia una clínica de la metáfora paterna?, Nueva Visión, Buenos Aires, 1990.
AA.W: El padre en la clínica lacaniana, Homo Sapiens, Rosario, 1994.
CASADAS, L.: “El desconocido en la casa” en AA.W, El abordaje de las psicosis después de
Locan, Kliné, Buenos Aires, 1994.
GEREZ AMBERTÍN, M.: Las voces del superyó, Manantial, Buenos Aires, 1993.
GEREZ AMBERTÍN, M.: Los imperativos del superyó, Lugar, Buenos Aires, 1999.
PERCIA, M.: Deliberar las psicosis, Lugar, Buenos Aires, 2004.

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