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P 5.B.1 Algo Es Posible Cap 7 y 8 - Fernandez Elida PDF
P 5.B.1 Algo Es Posible Cap 7 y 8 - Fernandez Elida PDF
Fernández Elida.
Sabemos que en la estructura psicótica la metáfora paterna no operó, esto significa que
el significante de la falta no ha sido inscripto en el inconsciente del sujeto, que queda así a
merced de un Otro que lo goza en posición de objeto.
Entre el cuerpo del bebé y el lenguaje que lo rodea no se abre el puente por el cual el
lenguaje lo nombre y así el niño se apropie de aquello que lo constituye y lo aloja. Algo no
se enlaza, algo no se anuda, alterando la constitución misma del esquema corporal, el yo, el
semejante. La relación entre ese individuo y el Otro no está mediatizada por un fantasma
que engendre al sujeto como dividido.
Si bien cada cuadro psicótico tiene una manera particular de no estar anudado
borromeanamente, es la forma que toma cada desanudamiento el que le da la característica
a cada “peculiar manera de organización” de la psicosis. Organización lábil que, cuando no
puede sostenerse, se desencadena, ya sea porque no puede abarcar con su lógica peculiar
algún elemento disruptivo o porque no tiene con qué nombrar aquel lugar ai que está
llamado.
Es el mismo psicótico el que hará su intento de restituir aquello que lo vuelva a anudar,
es él mismo el que intentará con sus recursos estabilizarse.
La psiquiatría nos propone una manera de organizar el acceso al caos psicótico mediante
la formalización de los distintos cuadros; sin embargo, escuchando uno por uno sabremos
de sus diferencias, de sus delirios únicos, de sus vivencias singulares donde los
significantes, sueltos de la lógica aristotélica (o sea la lógica con la que nos manejamos
conscientemente), organizan su singular armadura en enjambre donde intentan capturar
algo de esa historia que el sujeto psicótico no logra escribir-.
1. Diccionario Enciclopédico Salvat.
También desde el psicoanálisis intentamos formalizar las complejas operatorias por las
que adviene o un sujeto deseante o un sujeto sujetado al goce de Otro. Las redes simbólicas
que nosotros tejemos teóricamente no alcanzan nunca para dar cuenta de la singularidad
del caso, pero allí es donde la escucha sí puede encontrar el hilo de Ariadna que lleve a
ubicar la trama desgarrada o faltante.
La “estabilización” entonces, tomando la definición económica, estaría sostenida con un
patrón (pensado como medida) que podría estar representado por uno de los Nombres del
Padre: síntoma, Edipo o realidad psíquica. Este anudamiento funciona en las neurosis,
aunque sabemos que éstas también se desencadenan cuando la eficacia de este
anudamiento se eclipsa, o trastabilla y el fantasma vacila.
Cuando este patrón falta no hay ordenador ni organizador del discurso ni del cuerpo. Las
pulsiones aparecen desintrincadas, operando desarticuladamente: el cuerpo se hace trozos
y la cadena significante pierde el hilo, las palabras se unen por consonancia y el decir no
hace lazo.
En este desamarre el psicótico intenta su primera restitución y si tiene recursos delira,
siendo este su primer intento de estabilizarse, intento que lleva en sí mismo su propio
fracaso. El delirio no alcanza ni puede sustituir la operación que marque la castración en el
Otro y le permita un alojamiento posible. Ese Otro que lo goza1 no puede sino encarnarse y
encaramarse en el delirio exigiéndole el sacrificio y/o la prueba de entregar su propia vida o
la de su vecino (matarse o matar).
El delirio intenta recomponer un orden que, sin embargo, es imposible y no hace sino
resituar la carencia de simbolización de la falta. La muerte espera a un recodo del camino
delirante, agazapada, dispuesta al ataque sorpresivo: actings y pasajes al acto darán cuenta
de este intento desesperado y frustrado de marcar una clase vacía que sostenga al Otro
apaciguado.
Sin embargo la clínica -siempre más rica que nuestras teorías- nos muestra que hay
estructuras psicóticas sin desencadenar en las que “algo” ha logrado esta estabilización;
psicóticos que van por el mundo pensados por sus vecinos como “raros” y que sin embargo
pueden, desde una manera excéntrica, organizar su vida sin salirse de la circulación entre
otros. Esto llevó a Lacan a plantear la prepsicosis y a advertirnos de no poner a los sujetos
sospechosos de psicosis en el dispositivo analítico tradicional a riesgo de desencadenarlos
1 Cuando decimos que el psicótico se siente gozado por el Otro, significa que se vive como objeto a ser
perseguido, maltratado, observado, escarnecido. mortificado por ese Otro sin tener límite que lo separe.
irreversiblemente.
El concepto de prepsicosis que Lacan nos trae en el seminario Las psicosis ha sido
pensado de dos maneras:
Podríamos pensar sus diferencias. Tanto las que operan impidiendo el desbarranque
psicótico como las “espontáneas” hablarían del recurso exitoso de la propia estructura, pero
sabemos que las estabilizaciones espontáneas son generalmente un entreacto entre brote
y brote con su inevitable resaca de deterioro.
La tercera estabilización, efecto de transferencia, se podría diferenciar de las anteriores
porque implica la aparición y/o el agregado de algo nuevo, algo que antes o no estaba u
ocupaba un lugar anodino en la vida del sujeto.
El psicótico padece de separación entre su cuerpo y el goce del Otro obsceno y feroz, a
veces carece de hiancia (holofrase), carece del significante de la falta que lo motorice
deseante. Estas faltas en su estructuración son suplidas por creaciones y a veces por
sublimaciones que van desde la actividad delirante hasta la creación artística.
Es allí donde opera alguna chance desde el lugar del otro con minúscula, desde el
semejante, desde la relación filial.
La ley no dictada ni ejercida desde el Otro puede estar incluida ortopédicamente (de allí
su labilidad) por el encuentro con un semejante que le otorgue lo que nunca tuvo por
estructura: cierto valor de cambio a través de su acción.
Un amigo, dueño de una fábrica de aberturas metálicas: marcos de puertas y ventanas,
me contaba que tenía entre sus obreros a un señor muy particular, eficiente y trabajador
como ninguno, pero “raro”: escuchaba voces, hablaba solo y a veces interrumpía su tarea
quedando colgado de las voces. Una vez, preso de un ataque de furia rompe la ventana que
había terminado. Mi amigo lo reprende, le dice que no puede destruir su trabajo por dos
razones: porque él necesita de esa producción terminada y por otra parte porque es un mal
ejemplo para los otros operarios.
Este señor lo escucha sorprendido y le pregunta:
—¿Ejemplo?
Y mi amigo sin dudar le dice:
—Sí, en mi fábrica usted es ejemplo de buen trabajo y rendimiento.
El obrero lo mira largamente, toma el marco que había destruido y lo vuelve a armar
pacientemente, mi amigo esperó en vano alguna otra respuesta. Más tarde me comentaba
2 Cuando Lacan se refiere en Escritos al acting y a la alucinación, ambos son situados en “una especie de
intersección de lo simbólico y lo real que se puede llamar inmediata, en tanto que opera sin intermediario
de lo imaginario”. Ambos fenómenos se explican por la forclusión.
sorprendido que su empleado no volvió a tener más accesos de descontrol. Pero le llamó la
atención que ese hombre que, nunca le había reclamado nada ni parecía querer algo, le
había pedido a partir de ese día que no lo llamara por el apellido sino por el nombre de pila.
Luego de ese episodio se le había acercado y, entre dientes, le había murmurado que
“ellos querían hacerle mal”. Mi amigo, ajeno a las técnicas psicoanalíticas, le había
contestado muy suelto de cuerpo:
—Pero con lo eficiente que es usted en su trabajo cómo va a dejar que lo jodan, hombre,
si usted acá es tan necesario... ¡Pelee en otro lado!
—¡Sabe qué razón tiene, señor Raúl!
Y allí mi amigo se sorprendió porque era la primera vez que este hombre lo llamaba a él
por el nombre.
Y concluye el relato de mi amigo: “Nos hicimos amigotes, de ir de vez en cuando a tomar
Si el psicótico nunca ha podido ubicarse para su madre como metáfora fálica y ésta no
ha podido transmitirle su falta donde él se aloje, el alojamiento puede advenir del otro con
minúscula en un intercambio de una producción que circule, que tenga valor de cambio y
que ponga por fuera de él un acotamiento al goce. Si el psicótico puede producir un objeto
(escrito pintura, ventanas, cobranzas en los bancos o venta de encendedores) que,
proviniendo de él, circule para otros con valor y reconocimiento (y no falso reconocimiento),
esto opera estabilizando la estructura.
De todas maneras, esto es sólo una aproximación a algo posible para algunos psicóticos,
ya que aquí es imposible predicar “para todo psicótico”. Nuestro deseo como analistas es
lograr una estabilización posible en cada uno, pero son muchas las variables y los
interrogantes que se nos plantean.
¿Es lo mismo ese “algo” que estabiliza espontáneamente a algunos psicóticos luego del
brote, que el “algo” que estabiliza al psicótico sin desencadenar?
¿Es posible pensar la falla del nudo en cada uno y pensar allí una suplencia?
¿La suplencia o la estabilización puede ser propuesta desde el analista o es una
propuesta del psicótico?
Podemos aliamos con la psiquiatría para pensar y formalizar glandes cuadros:
esquizofrenias, paranoias, parafrenias, pero nunca encontraremos dos casos iguales dentro
de cada uno de esos conjuntos.
La historia que no puede contarse de cada uno es diferente, los acontecimientos que no
llegan a constituir un pasado para cada uno son siempre distintos.
Cada delirio, aunque siga una estructura que supone una clasificación y una formalización
propia de cada cuadro, está hecho con retazos de historia, con jirones de significantes que
no hallan plomada, con pedazos de padre imaginario que no logran instaurar un rechazo al
goce del Otro. Cada delirio es singular, como lo va a ser cada estabilización y cada
estabilización será encontrada por cada uno con la compañía de ese pequeño otro que le
arrima una palabra, una mirada, una escucha que con encuentros del azar y la repetición
hallen terreno fértil para ligar algo que estabilice. Aunque esta estabilización la sabemos lábil
marca que alguna vez algo distinto fue posible.
Cuando Jaime, un paciente del Borda a quien atendí durante varios años, tuvo a los 40
años su primer encuentro sexual con una mujer, yo, en ése momento joven principiante, no
podía ocultar mi alegría y mi entusiasmo.
Jaime me dice “¿Usted cree que yo me curé? Yo voy a volver a estar loco, van a volver a
empastillarme, voy a volver a escuchar voces...” Tampoco allí mi cara ocultó la decepción.
Y Jaime agregó “¿pero, quién me quita lo bailado?”
Hablar de las intervenciones posibles dentro del tratamiento de las psicosis implica varias
puntuaciones previas:
Me referiré a las intervenciones posibles dentro del tratamiento individual dejando de lado
las intervenciones en el ámbito institucional (hospital, justicia, escuela, policía) que
merecerían un trabajo aparte, ya que son de suma importancia.
En general, a los psicoanalistas abocados al tratamiento de pacientes psicóticos nos
suelen ocurrir con frecuencia dos problemas que hacen muchas veces obstáculo:
1) Se sabe más lo que no hay que hacer con un psicótico que lo que sí es posible.
El intento de situar con la mayor precisión un diagnóstico nos lleva a ubicar la falla del
desanudamiento de la estructura, allí donde deberemos pensar una intervención posible.
La insistencia en armar con datos alguna historia del paciente, historia no historizada por
el psicótico, desarmada, desenlazada, hecha de retazos deshilachados, será posibilitadora
del cañamazo donde se podrá tejer una construcción y desde donde podremos escuchar el
punto de verdad del delirio, verdad que se abrocha mal dicha, mal articulada, sin digerir -
diría Bion-, sin tramitar y que insiste desde allí con un grito que puede ser alojado, si lo
tejemos desde una biografía.
De la nosografía psiquiátrica, útil sin duda pero insuficiente, delimitaremos grandes
cuadros: esquizofrenia, paranoia, parafrenia, etc. mientras que la particularidad de una
historia nos permitirá dibujar ese Otro que arrasa al psicótico y que tendrá cada vez un perfil
singular y único y el sujeto o el retazo de sujeto que enfrente a ese Otro. Cuanto más
podamos cincelar las particularidades de ese sujeto mejor podremos operar en su
singularidad y no sólo desde los textos y seminarios, mejor podremos escuchar, construir,
inventar, aquello que el psicótico no pudo decir, aquello que nunca le fue dicho, aquello que
lo goza en demasía.
- En el desencadenamiento.
Cualquier intervención que pensemos tiene que esperar el momento en que para el
paciente en cuestión (que no nos atribuye ningún saber que le interesa) podamos tener
alguna función. Buscamos instalarnos en el eje a-a’, pero la cualidad y la coloratura que
podamos adquirir la pondrá, la cambiará, la reinventará el paciente cada vez. Bion decía que
la transferencia del psicótico es intensa y lábil; cualquiera que haga esta clínica puede
corroborarlo.
Para poder intervenir tenemos que tener alguna idea del ángulo que ocupamos; esto no
siempre es posible, aunque en los momentos de estabilización es más probable. Entonces
cada intervención está atravesada por una hipótesis de estructura, de tiempo y de posición
del analista.
Las intervenciones también tienen una dirección y aquí nos enfrentamos con lo más
espinoso del tema: ¿hacia dónde nos dirigimos? ¿Qué queremos lograr en cada
tratamiento? Esta es una cuestión ética. A veces, trabajando en un servicio donde se espera
que el profesional atienda al que se le deriva o a los pacientes que “le tocan” el día de
admisión esta pregunta se escurre, se escabulle y puede llegar a no formularse.
Sin embargo, es una pregunta impostergable. Muchas veces aparece planteada
tímidamente como “¿qué se puede hacer con este caso?”
Otras, el profesional sabe que su intervención convocó a los dioses del Averno que, en el
caso de las psicosis, andan a la intemperie, y quiere huir en vergonzosa retirada o se
pregunta si debe seguir atendiendo al paciente. Muchas “altas” institucionales contienen el
abrupto final de un “no sé cómo seguir” o “para qué seguir”.
Es cierto que la monótona reiteración -casi mecánica- del mismo texto agota al más
mentado, y uno cede a la tentación de una despedida amigable que deje a todos más
tranquilos, pero no siempre ese final es tal o está pensado con una lógica de tratamiento.
Distintos tipos de intervenciones en las psicosis
Pienso que una vez que hemos conjugado los vectores antedichos podemos situar las
intervenciones en las psicosis en grandes grupos:
Las tres apuntan a producir el efecto de subjetivación. El sujeto en las psicosis puede
estar suprimido, desaparecido o muerto, pero hay sujeto como efecto del lenguaje, poco
importa que hable o no.
Nos detendremos en cada una de ellas:
3 Este tema está desarrollado en mi libro Las psicosis y sus exilios, Letra
Viva, Buenos Aires, 1999.
que siempre. Tengo ganas de bajarme del colectivo y ponerme a correr y pedir asilo en la
embajada.
Después me acuerdo de usted y me digo ‘esto lo pensás porque estás loco’ y sigo
viajando en colectivo.”
Y con su ironía supina agregaba “es menos agitado”.
Daniela en el acmé de su delirio escucha la orden de Dios de matarse. Le digo que no es
posible, que debe haber un error, que Dios no puede haberle ordenado que se mate ya que
si él nos creó no puede ordenar la muerte de sus criaturas.
Daniela escucha azorada y exclama: “¡Entonces es la hija de puta de mi hermana!”
Esto es un poco más fácil de maniobrar que una orden divina.
Estas operaciones de interponer un no entre el delirio y el sujeto, entre las voces y el
sujeto intentan clivar algo de esta consistencia, donde la castración no ha operado, y que
devoran, arrasan, desaparecen la subjetividad y atentan seriamente contra la vida del
paciente.
Bibliografía
Solían circular hace muchos años por los pasillos del Hospital Borda, anécdotas-supongo
que seguirán dando vueltas aunque con ropa más moderna- sobre jefes de servicio que sí
sabían qué hacer con un psicótico en pleno delirio.
Recuerdo una. Un hombre alto y robusto es internado en una sala; en la recorrida lo
encara al jefe vociferando: “Yo soy Dios”. El jefe, García Badaraco, sin inmutarse, contesta:
“Entonces hágase cargo de la sala, acá están las llaves, resuelva los problemas que
tenemos”. El paciente titubea y dice: “Alguno de los dos está loco, usted o yo”.
Más allá del mito, o justamente por tener las características del mito, ésta y otras
anécdotas hablaban sobre cierto saber hacer con el delirio.5
Tema complejo, ya que sabemos que el delirio sostiene al psicótico. El delirio, pensado
como restitución, como intento de curación, como metáfora delirante, como portavoz de una
verdad que encuentra un texto, como anudamiento precario de lo anudado, como signo
autorreferencial siempre funciona dando ser y sentido.
El delirio, pensado como:
- Restitución
- Intento de curación
- Metáfora delirante
Por su delirio, estos pacientes forman conjuntos que la Psiquiatría nombra y clasifica. Los
psicóticos han sido alojados en el discurso de la ciencia por sus delirios, o por la ausencia
de los mismos.
También es cierto que esas clasificaciones no suponían lugar para la escucha y se
4 Trabajo cuya primera versión fue presentada en un encuentro con los residentes del Hospital B. Moyano.
5 “Es difícil escuchar al que delira porque el que delira no habla. Dice algo sobre Norteamérica, sobre los que
están arriba, sobre las altas esferas, sobre tocar el cielo con las manos. ¿Cómo estar escuchando cuando
hay voces que se evitan oír? Tal vez espacio de enunciación es sitio en que se hace silencio. Acoger el
delirio. Un dolor en un ataúd. Una transparencia que no se puede pensar. Un enunciado que es posible
saber tanto. La diferencia entre oír un delirio y escuchar al que delira reside en la atención a la
discontinuidad.” Marcelo Percia, Deliberar las psicosis, Lugar, Buenos Aires, 2004.
convertían a su vez en signo para el clasificador. Una vez que éste encontraba la casilla
donde ubicar a su objeto de estudio se desinteresaba de cualquier otra cuestión.
Así se volvía importante la habilidad del psiquiatra para lograr que el paciente en cuestión
contara su delirio, hecho a veces sumamente difícil.
Para el psicótico, su delirio es un tesoro “lo quiere más que a sí mismo” porque es el sí
mismo. Lo entrega como prenda, aparecemos ocupando un lugar en él cuando la
transferencia funciona, nos lo puede relatar como confesión o como advertencia pero -y es
esto lo dilemático- es motor de su accionar que generalmente tiene a la muerte propia o a la
del otro como término.
Es en este sentido que siempre se trató de amordazar el delirio. Sin renegar de la utilidad
de los psicofármacos, sabemos que -en relación con el delirio- no es sólo con ellos con los
que basta operar. Imprescindibles en los momentos de la crisis aguda, se vuelven pobres
recursos frente a la insistencia de estas construcciones de otra lógica que, aún bajando los
decibeles, siguen actuando siempre, ya que no existe fármaco que los haga desaparecer,
aunque sí podemos con la medicación anular momentáneamente cualquier aparición de la
individualidad.
Es con los delirios que debemos trabajar. En sí mismos los delirios son trabajos: trabajos
de significación, de interpretación, de dar sentido a lo que irrumpe desquiciando al sujeto.
Son trabajos de construcción subjetiva cuando no hay sujeto del inconsciente. Son
trabajos para salir de “la perplejidad” que produce la irrupción del Otro.
Freud nos alertaba de la necesidad de esperar en los neuróticos el establecimiento de la
transferencia para poder interpretar. Pienso que también es necesario esperar por parte de
estos pacientes algún lugar señalado en el delirio para poder intervenir. No interpretando, ya
que de eso se encarga demasiado él mismo, sino interviniendo. Pero ¿cómo?, ¿con qué
finalidad?
Volvamos a la anécdota del comienzo. ¿Qué transmite? Transmite que hay una
intervención posible, del orden de la palabra y del acto, que produce una torsión en la
premisa delirante por volverla, en ese momento, imposible de sostener en uno de sus
términos.
Operar en la lógica del delirio significa confrontar al delirante con sus propios dichos para
situar allí la imposibilidad, la contradicción, la ruptura, el agujero dentro del propio sistema
de significación. La tentación de la psiquiatría clásica fue enfrentar la lógica del delirante con
la del supuesto normal. Como esto era un callejón sin salida terminaron apelando a las
lobotomías (y enfatizo el plural porque hay varias formas de “cortes” y expulsiones que
tienden a la segregación para purificación del mundo de los “normales” y exterminación de
lo que atentaría contra su pureza).
Ahora bien, si el delirio implica un trabajo, este tiene la particularidad de producir como
efecto, muchas veces, especialmente en el de características paranoicas, la muerte del que
lo fábrica o la de su perseguidor.
Como intento de restitución o como intento de cura es vano, fallido. Al igual que Sísifo,
siempre debe recomenzar, a menos que... y es esto quizá lo que los viejos psiquiatras del
Hospicio sabían, a menos que se pueda poner al delirante a trabajar en función de establecer
algún remedo de lazo social con su delirio. ¿Bordeamos el tema de la sublimación?
Quizás algo nos la evoque en esta propuesta de encontrarle al delirio una función distinta
al de la pura muerte que asoma en sus conclusiones. Quizá la estabilización del delirio tenga
que ver con la posibilidad, para el que lo sostiene, de circular con dicho delirio por otros
caminos.
O de tenerlo a raya y poder trabajar desde el anudamiento que éste le permite,
desplegando su talento.6
No todos los psicóticos deliran. Es importante diferenciar la estructura psicótica del trabajo
de la psicosis, dentro del cual ocupa un lugar privilegiado el delirio.
Situemos un poco mejor esto: cuando decimos que en la estructura psicótica no hay
inscripción del significante del Nombre del Padre, no funcionó la metáfora paterna y por lo
tanto no hay inscripción del siguiente fálico... ¿qué decimos?
En principio, que el individuo (no es fácil hablar aquí del sujeto) queda a merced de un
Otro que lo maneja a puro capricho y cuyo deseo es arbitrario, pues no está regulado por la
ley de prohibición del incesto sino por un goce imposible, un anhelo de reunificación, de
reintegración. Este Otro aparece entonces no marcado por la_falta, y el niño como no
ocupando el lugar que metaforiza dicha falta. Es común el error de pensar al psicótico como
falo de la madre cuando, precisamente, en esta estructura no podemos hablar de significante
falo sino de una dialéctica de obturación de la falta en el Otro y objeto suplementario, objeto
6 Podemos leerlo en las memorias de Schreber, o en los poemas de Jacobe Fijman, o en los de Antonin
Artaud, entre otros; también en la leyenda de Frankenstein o en la historia de Doctor Jekyll y Mr. Hyde, en
El horla de Maupassant, en Diario de un loco de Gogol.
de goce.
La imposibilidad de un “no”.
Entre el psicótico y el Otro no hay ni denegación simbólica ni, por lo tanto, gramática (en
el sentido de la gramática del inconsciente).
El psicótico no puede, no tiene con qué decir ”No” al Otro, no se le puede oponer,
justamente, como efecto fundamental de la no inscripción del significante de la falta y la
ubicación como objeto de goce del Otro. No hay operación de separación.
Esto constituye al psicótico, en principio, sin yo dialectizable, en tanto no hay rechazo a
la demanda del Otro encarnada en ese goce del que es presa y prisionero.
Esta lógica sin “NO” hace estragos en el campo del psicótico o lo constituye fuera de su
cuerpo, un cuerpo que no puede detenerse o no puede cerrarse o abrirse, justamente porque
no puede apelar al NO.7
Una lógica sin ninguna posibilidad de oponerse al Otro o bien excluye de lo simbólico o
bien hace que se intente crear un sustituto: el más importante es el delirio. Este, como tal,
produce o intenta producir una barrera entre el individuo y el Otro, una negación
prefabricada, un proyecto de rechazo a su manera. A la manera del infierno.
En este precario y a veces florido intento de denegación (un remedo de palo en la boca
del cocodrilo) el psicótico se encolumna, se nombra y se diferencia. O perseguido o
maltratado o amado por El/Ella se diferencia de ese horror de puro cuerpo fragmentado, ese
no reconocerse en los espejos, la sensación de desrealización, de fragmentación. Por lo
menos en su decir, en su texto se constituye dueño de algo, se erige en alguien que posee
algo muy valioso por lo cual es perseguido, merece y clama ser reivindicado o amado. ¿No
es, como primera aproximación, un recurso eficaz en tanto hace una primera torsión a esta
posición de inermidad ante la demanda arbitraria e impredecible del Otro?
Pero la necesidad de sostenerse en este precario intento de Bejahung-Ausstossung hace
que el enemigo se recorte como tal y retorne a las condiciones que lo condujeron a necesitar
de la construcción delirante para poner un separador entre él y ese Otro. Ese Otro lo
persigue: debe matarlo o desaparecer. Tragado por esa boca que lo aspira, lo llama, le da
vértigo, porque lo tienta siempre a volverse su alimento.
7 Deberíamos volver a leer las propuestas de Bleger sobre simbiosis y ambigüedad como lo hace Marie-Lise
Casadas en su artículo “El desconocido en la casa”, publicado en El abordaje de las psicosis después de
Lacan. Kliné, Buenos Aires, 1994.
Aquí el delirio fracasa, en tanto no puede evitar que lo forcluido retorne desde lo real
imponiéndole un desafío en el que el psicótico se derrumba. El delirio no puede nombrar la
falta, sólo puede erigir una pared de signos detrás de la cual parapetarse.
Delirio y verdad.
Bibliografía