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Departamento de Rehabilitación- Carrera de Técnico en Terapia Funcional- UNAH.

Nombre

Abordaje de Terapia Ocupacional en


niños con daño neurológico.
Lectura 1:
“Terapia Ocupacional en
Discapacidad Intelectual”
Docente:
René De León.
Departamento de Rehabilitación- Carrera de Técnico en Terapia Funcional- UNAH.

Tabla de contenido

1. Introducción. .......................................................................................................................... 3
2. Definición de la Discapacidad Intelectual. ............................................................................... 4
2.1 Evolución de la concepción del retraso mental. .............................................................. 4
2.2 Críticas al sistema de 1992. ............................................................................................. 7
2.3 Del retraso mental a la discapacidad intelectual. ............................................................ 8
2.4 Modelo teórico multidimensional de la Discapacidad Intelectual. ................................. 11
3. Diagnóstico. ......................................................................................................................... 15
4. Terapia Ocupacional en la Discapacidad Intelectual. ............................................................. 19
4.1 Plan de intervención. .................................................................................................... 19
4.2 Valoración. ................................................................................................................... 23
4.3 Planteamiento de Objetivos .......................................................................................... 27
4.4 Intervención. ................................................................................................................ 27
5. Conclusión. .......................................................................................................................... 29
6. Bibliografía ........................................................................................................................... 30
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1. Introducción.

En los últimos años se han visto cambios significativos en el modo en que se


denominan, diagnostican y se clasifican a estas personas que muestran
significativas limitaciones en sus comportamientos adaptativos y funcionamiento
intelectual. Estos cambios están sucediendo en el contexto más amplio de un
paradigma de discapacidad emergente o una nueva forma de pensar sobre la
discapacidad que incluye una perspectiva socioecológica sobre la Discapacidad
Intelectual (DI) y un modelo multidimensional del funcionamiento humano
(Schalock, 2009).

La noción actual de DI se enmarca en la noción general de discapacidad que centra


su atención en la expresión de las limitaciones del funcionamiento individual dentro
de un contexto social y representa una desventaja sustancial para el individuo. La
discapacidad tiene su origen en un trastorno del estado de salud que genera
deficiencias en las funciones del cuerpo y en sus estructuras, limitaciones de la
actividad y restricciones en la participación dentro de un contexto de factores
medioambientales y personales.

La terapia ocupacional en niños con discapacidad intelectual se dirige hacia la


optimización de sus niveles funcionales, tanto en el hogar como en el entorno
escolar. La valoración sería más o menos compleja dependiendo del conjunto de
profesionales que estén interviniendo en el desarrollo terapéutico-educativo del
niño. Nuestra intervención siempre estará dirigida a producir cambios en todas las
áreas funcionales, actividades de la vida diaria, juego y en la productividad en el
ámbito educativo, poniendo mayor atención en los componentes del desempeño,
como habilidades motrices finas, habilidades perceptivas e integración sensorial,
incluidas las praxias y la autonomía personal (Polonio, 2008).

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2. Definición de la Discapacidad Intelectual.

2.1 Evolución de la concepción del retraso mental.


El retraso mental se identificó en primer lugar con la incompetencia para satisfacer
las demandas de la vida. Inicialmente el concepto surge como una necesidad social,
con el fin de proteger los derechos de propiedad de los ricos. Así, en 1324 se
promulgó la ley "King's Act" en la que a los denominados "idiotas" se les consideraba
incapaces de manejar sus propios negocios, por lo que sus propiedades pasaban
inmediatamente a la corona.

Luego los médicos que fueron quienes primero se ocuparon de la evaluación del
retraso mental, a través del análisis de su etiología. Asumían que la condición de
retraso era causada por una patología orgánica pero fueron incapaces de localizar
signos objetivos distintivos del retraso mental. Es de destacar que hasta el siglo XIX
el retraso mental no tuvo una conceptualización claramente diferenciada de otras
patologías. En los primeros trabajos no se diferenciaba al deficiente mental del
sordomudo, criminal, epiléptico o loco. Se consideraba a menudo como una variante
de la demencia. Por otro lado se entendía frecuentemente que sus causas estaban
relacionadas con una patología biológica.

En el siglo XIX se comienzan a desarrollar intentos educativos y terapéuticos, desde


perspectivas humanitarias y románticas. La primera experiencia de educación y
tratamiento es llevada a cabo por Jean Itard, influenciado por las ideas de Locke,
entiende que las capacidades humanas son casi infinitas y están determinadas por
el ambiente. De esta forma utiliza una variedad de técnicas para educar y socializar
al "niño salvaje de Aveyron". Aunque el niño no llegó a convertirse en una persona
normal, Itard demostró que una persona diagnosticada de "idiota", podía llegar a
aprender determinadas habilidades sociales con un entrenamiento sistemático
adecuado.

Tredgold en 1937 propuso una de las concepciones clásicas al concebir al retrasado


mental como aquella persona incapaz de llevar una vida adulta independiente. En
primer lugar, dividió las anormalidades de la mente en tres grupos: alteración
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mental, deterioro mental y desarrollo incompleto. La “Deficiencia mental” (o retraso


mental) podría aplicarse a todos los grupos. Si bien el neurótico y el psicótico
pueden tener problemas similares a los de las personas con retraso, estas personas
sufren una pérdida de capacidad más que una ausencia de la misma. Incluso, la
persona psicótica puede recuperar su capacidad, mientras que la persona retardada
podría considerarse como una persona permanentemente afectada. El retraso
mental se correspondería más con el término “amencia” (ausencia de mente),
mientras que la enfermedad mental se relacionaría con el término “demencia”
(pérdida de mente).

Podemos resumir la evolución histórica de las concepciones del retraso o deficiencia


mental haciendo referencia a dos momentos históricos claramente distintos. Uno
antes del siglo XIX, en que el retraso mental no se diferenciaba de otras alteraciones
y era considerado como una variante de la demencia, cuyas causas se atribuían a
bases orgánicas, biológicas o innatas. Y otro, a partir del siglo XIX, cuando se
diferenció claramente de la demencia y de otras patologías, aunque de algún modo
hasta 1959 siguen vigentes las tesis biologicistas del retraso mental, considerando
este como una alteración constitucional del sistema nervioso central.

A partir de 1959, las propuestas de la entonces Asociación Americana sobre


personas con Deficiencia Mental (AAMD) que a mediados de los años ochenta pasó
a denominarse Asociación Americana sobre personas con Retraso Mental (AAMR)
marcarán la pauta de la concepción vigente más aceptada en medios científicos y
profesionales (Verdugo,1994).

En el comienzo de los años sesenta la entonces denominada Asociación Americana


sobre Deficiencia Mental (AAMD) publica el Manual sobre terminología y
clasificación en el retraso mental (Heber, 1959, 1961) que propone una definición
ampliamente aceptada:

"El retraso mental está relacionado con un funcionamiento intelectual general


por debajo de la media, que se origina en el periodo del desarrollo, y se asocia
con deficiencias en el comportamiento adaptativo".
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El funcionamiento intelectual por debajo de la media se refería a la ejecución en un


test de inteligencia por debajo de la media de la población en una o más
desviaciones típicas, y el periodo de desarrollo se entendía desde el nacimiento
hasta los 16 años. Pero, era la deficiencia en el comportamiento adaptativo lo que
constituía el criterio distintivo en la definición.

Los cinco niveles propuestos y los rangos de Coeficiente Intelectual (CI) basados
en las puntuaciones del Stanford-Binet eran: Límite (83-67), ligero (66-50),
moderado (49-33), severo (32-16), y profundo (16). El nuevo concepto sin embargo,
daba prioridad al comportamiento adaptativo para determinar el retraso mental.

La definición de la AAMD ha ido modificándose a lo largo del tiempo con el fin de


proporcionar una conceptualización más exacta. Así, en 1973 la Sociedad
Americana de Deficiencia Mental publicó una definición ligeramente revisada
(Grossman, 1973):

"El retraso mental se refiere a un funcionamiento intelectual general


significativamente inferior a la media que existe concurrentemente con
déficits en conducta adaptativa, y que se manifiesta durante el periodo de
desarrollo".

Si bien el concepto continúa enfatizando la medida de inteligencia y el


comportamiento adaptativo, ahora con la inclusión del término "significativamente"
se elimina de la clasificación la categoría de "límite". De esta forma se redefine
psicométricamente el concepto, considerando necesario para el diagnóstico de
deficiencia mental estar a dos o más desviaciones típicas, y no una, por debajo de
la media. A su vez las subcategorías o niveles de retraso mental se reducen a cuatro
con sus correspondientes niveles de C.I. según la prueba de Stanford-Binet: Ligero
(67-52), medio (51-36), severo (35-20) y profundo (19 y por debajo).

En 1983 la Sociedad Americana de Deficiencia Mental publicó una nueva definición


ligeramente revisada y de mayor utilidad y claridad (Grossman ,1983):

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"El retraso mental se refiere a un funcionamiento intelectual general


significativamente inferior a la media que resulta o va asociado con déficits
concurrentes en la conducta adaptativa, y que se manifiesta durante el
periodo de desarrollo".

En esta ocasión un funcionamiento intelectual por debajo de la media se refiere a la


obtención de puntuaciones de 70/75 o inferiores en medidas estandarizadas de
inteligencia. En la definición adoptada, es el concepto de conducta adaptativa el que
comienza a recibir más atención dada la ambigüedad con la que se suele formular
y la dificultad para evaluarlo.

La nueva definición de la AAMR en 1992 pretende precisamente responder más a


esas necesidades prácticas de planificación e intervención. Los problemas descritos
de la clasificación del retraso mental pueden estar, más que en la bondad o maldad
de la clasificación en sí, en los sistemas tradicionales utilizados, en el proceso de
hacerla, y en el uso que damos a la misma.

“Retraso mental hace referencia a limitaciones sustanciales en el


funcionamiento actual. Se caracteriza por un funcionamiento intelectual
significativamente inferior a la media, que generalmente coexiste junto a
limitaciones en dos o más de las siguientes áreas de habilidades de
adaptación: comunicación, auto-cuidado, vida en el hogar, habilidades
sociales, utilización de la comunidad, autodirección, salud y seguridad,
habilidades académicas funcionales, tiempo libre, y trabajo. El retraso mental
se ha de manifestar antes de los 18 años de edad. (Luckasson et al., 1992)”

2.2 Críticas al sistema de 1992.


En el año 1992 la Asociación Americana sobre Retraso Mental (AARM) propuso una
definición del retraso mental que supuso un cambio radical del paradigma
tradicional, alejándose de una concepción del retraso mental como rasgo del
individuo para plantear una concepción basada en la interacción de la persona y el
contexto. La principal aportación de aquella definición consistió en modificar el modo
en que las personas (profesionales, familiares, investigadores...) conciben esa
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categoría diagnóstica, alejándose de identificarla exclusivamente como una


característica del individuo para entenderla como un estado de funcionamiento de
la persona.

La décima edición de la definición propuesta por la AARM se puede considerar una


revisión y mejora de las propuestas hechas en la novena edición de 1992. Una vez
difundido y aceptado por gran parte de la comunidad científica y profesional el
cambio de paradigma, lo que ahora se pretende es: 1) operacionalizar con mayor
claridad la naturaleza multidimensional del retraso mental, y 2) presentar directrices
de buenas prácticas para diagnosticar, clasificar y planificar apoyos. La principal
novedad de la propuesta hecha en el 2002 se centra en proponer un nuevo modelo
teórico, ampliando una dimensión más (“Participación, Interacciones y Roles
Sociales”), precisando el contenido de otras dimensiones, y proponiendo un marco
de referencia para la evaluación que supera la anterior propuesta (Verdugo, 2002).

Otras características son la mayor precisión en la medición de la inteligencia y en la


conducta adaptativa, que repercute en una comprensión diferente del constructo de
conducta adaptativa (organizado en torno a las habilidades conceptuales, sociales
y prácticas). Finalmente, también se examina con detenimiento en que consiste el
juicio clínico orientando como aplicarlo, y se relaciona el sistema propuesto con
otros sistemas clasificatorios de interés (CIF, DSM-IV e ICD-10).

2.3 Del retraso mental a la discapacidad intelectual.


La principal razón para sugerir un cambio en la terminología se deriva del carácter
peyorativo del significado de retraso mental que, además, reduce la comprensión
de las personas con limitaciones intelectuales a una categoría diagnóstica nacida
desde perspectivas psicopatológicas. La discapacidad intelectual debe concebirse
hoy desde un enfoque que subraye en primer lugar a la persona como a cualquier
otro individuo de nuestra sociedad.

Muchos otros países europeos utilizan ya el término de discapacidad intelectual


desde hace años (salvo el Reino Unido donde se utiliza el término de dificultades
de aprendizaje), y la principal asociación científica internacional, la Asociación
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Internacional para el Estudio Científico de la Discapacidad Intelectual (IASSID;


International Association for the Scientific Study of Intellectual Disabilities) lo incluye
en su propio nombre desde hace unos cuantos años. Además, la nueva
Clasificación Internacional de la Discapacidad Organización Mundial de la Salud
(2001) coherente con las nuevas concepciones y teorías propone también el uso
del término discapacidad. La propia AAMR está cambiando su nombre, aunque en
un proceso lento y debatido, hacia el de AAID (Asociación Americana sobre
Discapacidad Intelectual). Por ello el término apropiado es el de discapacidad
intelectual, a pesar del conservadurismo de la AAMR que mantiene la expresión
tradicional de retraso mental (Verdugo, 2002).

La reflexión principal se ha centrado en sustituir la clasificación artificial (inventada


en el pasado) de categorías de conducta adaptativa y de niveles de Coeficiente
Intelectual (CI) por un ‘modelo tripartito’ de la inteligencia. Lo que se debe evaluar
debe ir más allá del campo académico de la inteligencia, y de la medición del CI,
para reflejar las habilidades sociales y prácticas que corresponden a la integración
comunitaria satisfactoria. Y esto hace innecesario evaluar la conducta adaptativa tal
como hasta el momento se ha entendido, pues esa conducta quedaría comprendida
dentro del concepto actual de inteligencia. De esta manera se habla de un ‘modelo
de competencia’ que no habla de conducta o habilidades adaptativas sino de
evaluación de la inteligencia conceptual, práctica y social.

Un análisis sintético de los principales argumentos de las críticas a la definición de


1992 en la literatura científica es el presentado por Luckasson y Cols en 2002,
quienes aluden que los principales problemas se han centrado en:

 La eliminación de los niveles de gravedad intelectual del déficit para clasificar


a las personas con retraso mental.
 La sustitución asumida de los niveles de apoyo por los niveles de gravedad
del déficit, a pesar de que nunca se propuso hacerlo así.
 El incremento de la puntuación criterio de 70 a 75 para definir el retraso
mental.
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 La imprecisión y artificiosidad en el uso de la expresión “habilidades de


comportamiento adaptativo y su medida”.
 La desaparición de los niveles de retraso mental que supone la eliminación
de la categoría de ‘retraso mental ligero’, la cual representa
aproximadamente entre el 75% y el 89% de la población.
 Excesiva representación de las minorías en la categoría diagnóstica, la cual
se incrementa al subir el rango del CI.
 La gran heterogeneidad de la población, con muy diferentes etiologías, nivel
de habilidad y características de comportamiento difícilmente puede
entenderse con el sistema propuesto.

Y así toma forma una nueva definición de retraso mental propuesta por la AAMR en
2002 que plantea lo siguiente:

“Retraso mental es una discapacidad caracterizada por limitaciones


significativas en el funcionamiento intelectual y la conducta adaptativa tal
como se ha manifestado en habilidades prácticas, sociales y conceptuales.
Esta discapacidad comienza antes de los 18 años (Luckasson y cols., 2002, p.
8)”.

Esta definición mantiene los tres criterios que venían siendo propuestos desde las
anteriores definiciones de 1983 y 1992: limitaciones significativas en funcionamiento
intelectual, en conducta adaptativa (concurrente y relacionada), y que se manifiesta
durante el periodo de desarrollo. La aplicación de la definición propuesta parte de
cinco premisas esenciales para su aplicación:

1. Las limitaciones en el funcionamiento presente deben considerarse en el


contexto de ambientes comunitarios típicos de los iguales en edad y cultura.
2. Una evaluación válida ha de tener en cuenta la diversidad cultural y
lingüística, así como las diferencias en comunicación y en aspectos
sensoriales, motores y comportamentales.
3. En un individuo las limitaciones a menudo coexisten con capacidades.
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4. Un propósito importante de describir limitaciones es el desarrollar un perfil de


los apoyos necesarios.
5. Si se ofrecen los apoyos personalizados apropiados durante un periodo
prolongado, el funcionamiento en la vida de la persona con retraso mental
generalmente mejorará.

Posteriormente La Asociación Americana de discapacidades intelectuales y del


desarrollo (AAIDD, antes AAMR) recoge en su 11ª edición (2010) la siguiente
definición de discapacidad intelectual:

“La discapacidad intelectual se caracteriza por limitaciones significativas


tanto en funcionamiento intelectual, como en conducta adaptativa, tal y como
se ha manifestado en habilidades adaptativas, conceptuales y prácticas. Esta
discapacidad se origina antes de los 18 años”.

2.4 Modelo teórico multidimensional de la Discapacidad Intelectual.

El enfoque de la definición de discapacidad intelectual propuesta es un modelo


teórico multidimensional
(ver Figura 1).

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La definición del año 2002 propone un nuevo sistema con las siguientes
dimensiones:

1. Dimensión I: Habilidades Intelectuales


2. Dimensión II: Conducta adaptativa (conceptual, social y práctica)
3. Dimensión III: Participación, Interacciones y Roles Sociales
4. Dimensión IV: Salud (salud física, salud mental, etiología)
5. Dimensión V: Contexto (ambientes y cultura).

 Dimensión I: Habilidades Intelectuales.

La inteligencia se considera una capacidad mental general que incluye


“razonamiento, planificación, solucionar problemas, pensar de manera abstracta,
comprender ideas complejas, aprender con rapidez y aprender de la experiencia”
(Luckasson y cols. 2002, p. 40). Este planteamiento tiene relación con el estado
actual de la investigación que nos dice que la mejor manera de explicar el
funcionamiento intelectual es por un factor general de la inteligencia. Y ese factor
va más allá del rendimiento académico o la respuesta a los tests para referirse a
una “amplia y profunda capacidad para comprender nuestro entorno”. Hay que tener
en cuenta que la medición de la inteligencia tiene diferente relevancia según se haga
con una finalidad diagnóstica o clasificatoria utilizando test estandarizados de CI.

 Dimensión II: Conducta adaptativa (conceptual, social y práctica).


La conducta adaptativa se entiende como “el conjunto de habilidades conceptuales,
sociales y prácticas aprendidas por las personas para funcionar en su vida diaria”
(Luckasson y cols. 2002, p. 73). Las limitaciones en la conducta adaptativa afectan
tanto a la vida diaria como a la habilidad para responder a los cambios en la vida y
a las demandas ambientales. En la Tabla 2 pueden apreciarse ejemplos de
habilidades conceptuales, sociales y prácticas.

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La evaluación del funcionamiento intelectual es un aspecto crucial para diagnosticar


discapacidad intelectual, y debe ser hecha por un psicólogo especializado en

personas con discapacidad intelectual y suficientemente cualificado. Deben tenerse


muy en cuenta las cinco premisas comentadas previamente a la hora de evaluar a
las personas por lo que, en algunos casos, esta evaluación requiere la colaboración
de otros profesionales. Además, las limitaciones en inteligencia deben ser
consideradas junto a las otras cuatro dimensiones propuestas, pues por sí solas son
un criterio necesario pero no suficiente para el diagnóstico.

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 Dimensión III: Participación, Interacciones y Roles Sociales.


Esta nueva dimensión es uno de los aspectos más relevantes de la definición de
2002. Lo primero que resalta es su similaridad con la propuesta realizada por la
Organización Mundial de la Salud (OMS) en la Clasificación Internacional del
Funcionamiento, de la Discapacidad y de la Salud (CIF) (2001). La OMS en esa
propuesta plantea como alternativa a los conceptos de deficiencia, discapacidad y
minusvalía, los de discapacidad, actividad y participación, dirigidos a conocer el
funcionamiento del individuo y clasificar sus competencias y limitaciones. Por tanto,
en ambos sistemas resalta el destacado papel que se presta a analizar las
oportunidades y restricciones que tiene el individuo para participar en la vida de la
comunidad.

 Dimensión IV: Salud (salud física, salud mental, etiología).

La salud es entendida como un “estado de completo bienestar físico, mental y


social”. El funcionamiento humano está influido por cualquier condición que altere
su salud física o mental; por eso cualquiera de las otras dimensiones propuestas
queda influenciada por estos aspectos. Asimismo, los efectos de la salud física y
mental sobre el funcionamiento de la persona pueden oscilar desde muy
facilitadores a muy inhibidores. Por otro lado, los ambientes también determinan el
grado en que la persona puede funcionar y participar, y pueden crear peligros
actuales o potenciales en el individuo, o pueden fracasar en proporcionar la
protección y apoyos apropiados.

La preocupación por la salud de los individuos con discapacidad intelectual se basa


en que pueden tener dificultad para reconocer problemas físicos y de salud mental,
en gestionar su atención en el sistema de salud o en la atención a su salud mental,
en comunicar los síntomas y sentimientos, y en la comprensión de los planes de
tratamiento. Por otro lado, la etiología se plantea desde una perspectiva similar al
año 1992, con una concepción multifactorial del constructo compuesto por cuatro
categorías de factores de riesgo: biomédico, social, comportamental y educativo.
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Estos factores interactúan en el tiempo, tanto en la vida del individuo como a través
de las generaciones de padre a hijo.

 Dimensión V: Contexto (ambientes y cultura).


Esta dimensión describe las condiciones interrelacionadas en las cuales las
personas viven diariamente. Se plantea desde una perspectiva ecológica que
cuenta al menos con tres niveles diferentes: a) Microsistema: el espacio social
inmediato, que incluye a la persona, familia y a otras personas próximas; b)
Mesosistema: la vecindad, comunidad y organizaciones que proporcionan servicios
educativos o de habilitación o apoyos; y c) Macrosistema o megasistema; que son
los patrones generales de la cultura, sociedad, grandes grupos de población, países
o influencias sociopolíticas. Los distintos ambientes que se incluyen en los tres
niveles pueden proporcionar oportunidades y fomentar el bienestar de las personas.

Los ambientes integrados educativos, laborales, de vivienda y de ocio favorecen el


crecimiento y desarrollo de las personas. Y las oportunidades que proporcionan hay
que analizarlas en cinco aspectos: presencia comunitaria en los lugares habituales
de la comunidad, experiencias de elección y toma de decisiones, competencia
(aprendizaje y ejecución de actividades), respeto al ocupar un lugar valorado por la
propia comunidad, y participación comunitaria con la familia y amigos.

3. Diagnóstico.
El proceso propuesto por la AAMR lleva a la identificación de los apoyos que
necesita la persona, y en lugar de hablar de un proceso de tres pasos, como hacía
en 1992, ahora se habla de una estructura del proceso de evaluación con tres
funciones: diagnóstico, clasificación y planificación de apoyos.

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La primera función se dirige a diagnosticar la discapacidad intelectual, para lo que


se plantean tres criterios.

La segunda función del proceso se centra en la clasificación y descripción,


persiguiendo la identificación de las capacidades y debilidades en las cinco
dimensiones propuestas.

Finalmente, el proceso de tres funciones finaliza con el establecimiento del perfil


de necesidades de apoyo en nueve áreas.

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La terminología propuesta por la AAIDD es la siguiente:

 Discapacidad intelectual leve

 Discapacidad intelectual moderada

 Discapacidad intelectual grave

 Discapacidad intelectual profunda/pluridiscapacidad

 Discapacidad intelectual de gravedad no especificada

El DSM-5 (2015) propone una clasificación del trastorno del desarrollo intelectual en
función de la gravedad medida según el funcionamiento adaptativo ya que éste es
el que determina el nivel de apoyos requerido. Distingue entre:

 LEVE 317 (F70)

 MODERADO 318.0 (F71)

 GRAVE 318.1 (F72)

 PROFUNDO 318.2 (F73)

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Discapacidad intelectual leve.

Se incluye en la misma al alumnado cuya puntuación en CI, sin llegar a 55 – 50, se


sitúa por debajo de 75 – 70 (unas 2 desviaciones típicas por debajo de la media,
con un error de medida de aproximadamente 5 puntos). Acerca de ese tramo límite
por arriba, en el DSM-5 se indica que se podría diagnosticar discapacidad leve con
un cociente intelectual entre 70 y 75 si existe déficit significativo en conducta
adaptativa, pero no cuando no exista.

El alumnado con discapacidad intelectual leve supone, aproximadamente, un 85%


de los casos de discapacidad intelectual. Por lo general, suelen presentar ligeros
déficits sensoriales y/o motores, adquieren habilidades sociales y comunicativas en
la etapa de educación infantil y adquieren los aprendizajes instrumentales básicos
en la etapa de educación primaria.

Discapacidad intelectual moderada.

Se incluye en la misma al alumnado cuya puntuación en CI se sitúa en el intervalo


de CI entre 55 – 50 y 40 – 35. La conducta adaptativa de este alumnado suele verse
afectada en todas las áreas del desarrollo. Suponen alrededor del 10% de toda la
población con discapacidad intelectual. El alumnado con este tipo de discapacidad
suele desarrollar habilidades comunicativas durante los primeros años de la infancia
y, durante la escolarización, puede llegar a adquirir parcialmente los aprendizajes
instrumentales básicos. Suelen aprender a trasladarse de forma autónoma por
lugares que les resulten familiares, atender a su cuidado personal con cierta
supervisión y beneficiarse del entrenamiento en habilidades sociales.

Discapacidad intelectual grave.

Se incluye en la misma al alumnado cuya medida en CI se sitúa en el intervalo entre


35 – 40 y 20 – 25 y supone el 3-4% del total de la discapacidad intelectual. Las
adquisiciones de lenguaje en los primeros años suelen ser escasas y a lo largo de
la escolarización pueden aprender a hablar o a emplear algún signo de
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comunicación alternativo. La conducta adaptativa está muy afectada en todas las


áreas del desarrollo, pero es posible el aprendizaje de habilidades elementales de
cuidado personal.

Discapacidad intelectual profunda/pluridiscapacidad.

La mayoría de este alumnado presenta una alteración neurológica identificada que


explica esta discapacidad, la confluencia con otras (de ahí el término
pluridiscapacidad que aquí se le asocia) y la gran diversidad que se da dentro del
grupo. Por este motivo, uno de los ámbitos de atención prioritaria es el de la salud
física. La medida del CI de este alumnado queda por debajo de 20–25 y supone el
1–2 % del total de la discapacidad intelectual. Suelen presentar limitado nivel de
conciencia y desarrollo emocional, nula o escasa intencionalidad comunicativa,
ausencia de habla y graves dificultades motrices. El nivel de autonomía, si existe,
es muy reducido. La casuística supone un continuo que abarca desde alumnado
“encamado”, con ausencia de control corporal, hasta alumnado que adquiere muy
tardíamente algunos patrones básicos del desarrollo motor.

4. Terapia Ocupacional en la Discapacidad Intelectual.

4.1 Plan de intervención.


El terapeuta ocupacional es el profesional sanitario formado para la “aplicación de
técnicas y la realización de actividades de carácter ocupacional que tiendan a
potenciar o suplir funciones físicas o psíquicas disminuidas o perdidas, y a orientar
y estimular el desarrollo de tales funciones.” y que utiliza el “análisis y aplicación de
ocupaciones seleccionadas, de la vida diaria, que tienen un significado y propósito
para el individuo y le capacita para desarrollar, recuperar, fortalecer o prevenir la
pérdida de habilidades, tareas, rutinas, o roles ocupacionales, y así participar en la
medida de lo posible como miembro de su entorno personal, social, cultural o
económico” (Carmen Gómez Amago, 2019).

Todo ello a través de técnicas propias de la Terapia Ocupacional como son:

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 Técnicas basadas en la rehabilitación física.

 Técnicas basadas en la rehabilitación cognitiva- conductual.

 Técnicas basadas en la rehabilitación psicosocial: trabajo grupal, análisis


ocupacional, entrenamiento pre-laboral, etc.

 Prescripción, diseño y asesoramiento en los productos de apoyo y nuevas


tecnologías, que faciliten la función; así como realizar su entrenamiento y
posterior supervisión.

 Realización de adaptaciones del hogar, del trabajo, del puesto escolar y de


su entorno más inmediato, cuando sea necesario, para que el individuo logre
ser autónomo.

 Prescripción e implementación de programas de terapia ocupacional que


restauren la integración y competencia laboral; así como participar en pro-
gramas de capacitación para la vida laboral.

 Orientar y asesorar a los familiares y/o personas que asistan al paciente para
fomentar la autonomía.

La terapia ocupacional es por tanto un apoyo básico para las personas con
discapacidad intelectual y del desarrollo que favorecerá su funcionamiento personal
a través de la evaluación y el tratamiento en las distintas etapas evolutivas y
considera los aspectos diferenciales que caracterizan a las personas con
discapacidad, incluyendo en esta intervención a la familia y al entorno.

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Figura 1. Dominio de la Terapia Ocupacional. Apoyando la salud y la


participación en la vida a través del compromiso con la ocupación.

Figura 2. Dominio de la Terapia Ocupacional. La colaboración entre


el profesional y el cliente es fundamental para la naturaleza
interactiva de la prestación de servicios.

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El plan de intervención del terapeuta ocupacional, comienza por una valoración de


las capacidades del paciente, evaluando el perfil ocupacional, el análisis del
desempeño, las actividades de la vida diaria (AVD), las capacidades cognitivas y
las diferentes estructuras y funciones corporales; y una vez concluida la valoración
inicial planteará los diversos objetivos individuales tanto generales como específicos
de cada paciente.

Una vez realizada la valoración y planteados los objetivos, se planifica el tratamiento


en función de las necesidades individuales del usuario, desarrollando cuatro vías
principales de intervención:

1. Intervención individual

 Programas de entrenamiento físico y cognitivo-conductual.

 Programas de entrenamientos de actividades de la vida diaria (AVD).

 Programa de elaboración y entrenamiento de productos de apoyo.


(P.A) y nuevas tecnologías.

2. Intervención grupal de rehabilitación psicosocial.

 Talleres.

3. Intervención ambiental.

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4. Intervención familiar.

4.2 Valoración.
El proceso de evaluación comienza por identificar los factores que actúan como
apoyo o limitación de la salud y la participación. A través del uso de escalas
estandarizadas, entrevistas y observación clínica.

Valoración:

Historia Clínica.

Perfil Ocupacional.

 Historia ocupacional.

 Objetivos del paciente.

Análisis del Desempeño.

 Observación del desempeño ocupacional en su vida diaria. (valorando las


áreas en función de las destrezas)

 Cuestionario ocupacional.

Áreas de Ocupación

 Actividades básicas de la vida diaria (ABVD)

 Actividades instrumentales vida diaria (AIVD)

 Ocio y tiempo libre

Valoración Cognitiva:

Valoración Estructuras Y Funciones Corporales.

La valoración se llevará a cabo evaluando las diferentes capacidades del paciente


valorando su función, actividad y participación4 a través de:

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Perfil ocupacional: Un perfil ocupacional se define como un resumen de la


información que describe el historial ocupacional y experiencias del paciente, y
además tiene en cuenta los patrones de la vida diaria, los intereses, valores y
necesidades.

Obtendremos la información por dos vías principales:

 Historia clínica, a través de informes de otros profesionales.

 Historia ocupacional, a través de entrevista semiestructurada con el usuario


y si es necesario con cuidador principal.

Análisis del desempeño ocupacional: Este es el paso del proceso de evaluación


en el que se identifican de manera más específica los problemas actuales y
potenciales del paciente. A menudo se observa el desempeño en su entorno real
para identificar qué facilita el desempeño y qué es lo que limita. Se tienen en cuenta
las destrezas y los patrones de ejecución, el entorno y contextos, las demandas de
actividad y las características del cliente, pero sólo se seleccionan aquellos
aspectos que pueden ser evaluados específicamente. Se identifican los resultados
que se desean.

El método de análisis utilizado será la observación junto con:

Cuestionario ocupacional: en el cual el paciente debe anotar las actividades que


usualmente realiza a diario y debe contestar a algunas preguntas relacionadas con
estas actividades.

Valoración de las áreas de ocupación:

1. Actividades de la vida diaria básicas (ABVD): A través del uso de escalas


estandarizadas como el: Índice de Barthel: Esta escala asigna a cada paciente
una puntuación en función de su grado de dependencia para realizar las
actividades. Los valores que se asignan a cada actividad dependen la realización
y de la necesidad de ayuda para llevarla a cabo. Las actividades de la vida diaria
(AVD) incluidas en el índice son diez: comer, trasladarse entre la silla y la cama,
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aseo personal, uso del retrete, bañarse/ ducharse, desplazarse, subir/bajar


escaleras, vestirse/ desvestirse, control de heces y control de orina. Las
actividades se valoran de forma diferente, pudiéndose asignar 0, 5, 10 o 15
puntos. El rango global puede variar entre 0 (completamente dependiente) y
100 puntos (completamente independiente)

2. Actividades instrumentales de la vida diaria: se valorarán a través de:

Escala Lawton & Brody: Valora 8 ítems (capacidad para utilizar el teléfono, hacer
compras, preparación de la comida, cuidado de la casa, lavado de la ropa, uso
de medios de transporte, responsabilidad respecto a la medicación y
administración de su economía) y les asigna un valor numérico 1 (independiente)
o 0 (dependiente) . La puntación final es la suma del valor de todas las
respuestas. Oscila entre 0 (máxima dependencia) y 8 (independencia total).La
información se obtiene preguntando directamente al individuo o a su cuidador
principal.

Escala de Medida de independencia funcional (MIF): La MIF es el instrumento


más ampliamente aceptado como medida de funcionalidad en el ámbito de la
rehabilitación, consta de 18 ítems: 13 Motores y 5 Cognitivos. La puntuación de
cada ítem va a de 7 puntos: independencia total hasta 1 punto: asistencia total
de otra persona.

3. Valoración del ocio y tiempo libre: para valorar el ocio y el tiempo libre de los
pacientes se les pasará una escala para tal fin como es:

 Escala de valoración del ocio y tiempo libre (E.V.O.T.L), Está dividida en


cinco secciones o ítems diferentes que reflejan los componentes que
habitualmente considerados relevantes para la valoración adecuada del
funcionamiento de un sujeto en esta área: Desempeño de actividades,
Estructuración y planificación, relaciones sociales, motivación y disfrute.
Cada uno de estas secciones se ha escalado de 0-4, donde 0 representa la

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ausencia de problema y 4 representa la presencia de un problema muy


grave.

4. Valoración del estado cognitivo: a través de la utilización de las siguientes


escalas estandarizadas:

 Escala Pfeiffer: es una prueba muy breve que consta de 10 ítems que
evalúan las siguientes funciones: orientación, memoria de evocación,
concentración y cálculo. A pesar de su brevedad, presenta una aceptable
capacidad discriminativa. Se adjudica un punto por cada error. entre 0 y 2
errores se considera normal, 3 y 4 errores, deterioro cognitivo leve, 5 y 7
errores, deterioro cognitivo moderado, más de 8 errores, deterioro
cognitivo severo.

 Mini mental: se utiliza sobre todo para detectar y evaluar la progresión del
Trastorno Cognitivo asociado a Enfermedades
Neurodegenerativas. Valora orientación, fijación, concentración y cálculo,
memoria y lenguaje. Cada ítem tiene una puntuación, llegando a un total
de 30 puntos. En la práctica diaria un score menor de 24 sugiere demencia,
entre 23-21 una deterioro cognitivo leve, entre 20-11 una deterioro
cognitivo moderado y menor de 10 de una deterioro cognitivo severo.

5. Valoración de diversas estructuras/ funciones corporales: se observan y


analizan las capacidades físico-funcionales del paciente en la ejecución de
tareas y a través del uso de escalas de valoración. Se evalúa principalmente:

 Movilidad activa y pasiva de miembros superiores e inferiores.

 Fuerza (Escala Daniels)

 Sensibilidad superficial y propioceptiva.

 Coordinación.

 Equilibrio en sedestación y bipedestación.

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 Marcha.

 Utilización de ayudas técnicas.

4.3 Planteamiento de Objetivos


Una vez realizadas las valoraciones personales se marcarán los objetivos
individuales de cada paciente y se desarrollará la planificación del tratamiento.

4.4 Intervención.
El proceso de intervención consiste en facilitar la participación en la ocupación
relacionada con la salud a través de las medidas adoptadas por los profesionales
de terapia ocupacional junto con el paciente, y se divide en:

 Intervención individual: Con la creación de programas específicos para


cada paciente, dividido a su vez en tres subprogramas básicos:

 Programas de entrenamiento funcional: Cuyo objetivo principal es


mejorar los problemas físicos y cognitivos / conductuales que impiden
a la persona la correcta realización de sus actividades.

 Programa de entrenamiento personal de actividades de la vida


diaria (AVD): Siendo el objetivo principal, conseguir la máxima
independencia de la persona en la realización de las tareas diarias
que proporcionan autonomía y habilidad para lograr la independencia
dentro de sus posibilidades, a través de la enseñanza y entrenamiento
de diferentes técnicas y métodos que variarán de complejidad en
función de las características personales.

 Programa de elaboración y entrenamiento de órtesis, productos


de apoyo y nuevas tecnologías. Cuyo objetivo principal es el de
facilitar la función del usuario, a través del entrenamiento y supervisión
posterior.

 Intervención grupal: Con la creación de talleres o programas


grupales para una rehabilitación psicosocial, a través de trabajos
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grupales, análisis ocupacionales, entrenamiento pre-laboral, etc. en


función de las capacidades de los usuarios.

Ejemplo de Talleres de intervención desde terapia ocupacional

 Autonomía funcional y salud: programas de desarrollo de la autonomía


personal en la vida cotidiana, estimulación y mantenimiento psicofísico.

 Formativo ocupacional: programas de orientación personal, laboral y pre-


laboral, además de programas ocupacionales.

 Desarrollo social, integración y participación comunitaria: programas de


autodeterminación y habilidades de participación, educación afectivo-
sexual, participación comunitaria, programas de voluntariado.

 Intervención con familia:

Cuyo objetivo es ofrecer un apoyo integral a los familiares y/o personas que
asistan al paciente, para mejorar su autonomía y calidad de vida cubriendo las
distintas necesidades que pudiera generar en el grupo familiar el cuidado del
usuario, favoreciendo así su permanencia en el entorno habitual.

Por una parte se intenta disminuir dicha carga al cuidador, y por otra mejorar los
cuidados, para influir de forma positiva en la calidad de vida de todo el grupo familiar,
a través de:

– Asesoramiento e información.

– Grupos psicoeducativos.

 Intervención ambiental: Entorno y contexto

A través de la intervención para la adaptación o modificación del entorno físico,


social y familiar, para conseguir la máxima interacción de cada usuario en su
entorno y contexto, en búsqueda de una accesibilidad universal 9 en el entorno que
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rodea a la persona con discapacidad intelectual y del desarrollo, a través de la


realización de adaptaciones del hogar, del trabajo, del puesto escolar y de su
entorno más inmediato, cuando sea necesario, para que el individuo logre su
máxima autonomía funcional.

5. Conclusión.
Las personas con discapacidad intelectual y del desarrollo constituyen un conjunto
de la población muy heterogénea con niveles funcionales diversos y necesidades
variadas, que presentan limitaciones significativas en el funcionamiento y conducta
adaptativa, precisando de apoyos externos para la realización de sus actividades
ocupacionales, desde las actividades de autocuidado hasta la participación en el
entorno.

Para diseñar y aplicar un buen plan de tratamiento, es importante determinar el nivel


de autonomía de la persona con discapacidad intelectual en sus diferentes áreas de
ocupación, componentes de desempeño y contextos en el que se desenvuelve,
haciendo uso de una valoración lo más objetiva posible, que permita dar un
panorama en la que se planteen objetivos alcanzables, a corto, mediano y largo
plazo.

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6. Bibliografía
Carmen Gómez Amago, S. G. (2019). Plan de intervención de terapia ocupacional en centros de
rehabilitación psicosocial para personas con discapacidad intelectual y del desarrollo.
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de-rehabilitacion-psicosocial-discapacidad-intelectual-desarrollo/

Polonio, L. C. (2008). Terapia Ocupacional en la Infancia: Teroría y Práctica. Medica Panamericana.

Schalock, R. L. (2009). La nueva definición de discapacidad intelectual, apoyos individuales y


resultados personales. Riberdis, 40(Núm. 229, 2009 Pág. 22 a pág. 39), 22-39. Recuperado
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http://riberdis.cedd.net/bitstream/handle/11181/3841/La%20nueva%20definici%c3%b3n
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Verdugo, M. (1994). El cambio del paradigma de la concepción de la Discapacidad Intelectual.


Servicio de Información sobre Discapacidad. Obtenido de
https://sid.usal.es/idocs/F8/ART4099/verdugo_AAMR_92.pdf

Verdugo, M. (2002). ANÁLISIS DE LA DEFINICIÓN DE DISCAPACIDAD INTELECTUAL DE LA


ASOCIACIÓN AMERICANA SOBRE RETRASO MENTAL DE 2002. Salamanca, España.

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