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Neurociencia en el aprendizaje

Para la neurociencia el aprendizaje es un cambio de comportamiento a través de una


experiencia, pero también tiene que haber un cambio en la elaboración de los mapas
cognitivos estrategias de respuesta frente a un problema y en las redes neurales. Hay tres
aspectos importantes que la neurociencia toma en cuenta para el concepto de
aprendizaje: cambio en el comportamiento, cambio en mapas cognitivos y cambio en las
redes neurales.
El aprendizaje es un cambio en las conexiones sinápticas entre neuronas, por lo tanto es
un proceso biológico que requiere para ejecutarse una secuencia de mecanismos
naturales donde además está sujeto a una serie de factores tanto internos (genéticos)
como externos (ambientales y experiencia). Esto nos debe hacer reflexionar y cambiar
nuestras estrategias de enseñanza y evaluación. Conocer que el aprendizaje es un
proceso que cambia físicamente el cerebro nos permite entender el concepto de
plasticidad cerebral y asumir que este se ve afectado por el estrés, la mala nutrición, la
falta de interacción social y los malos hábitos de sueño, entre otros factores.
Los avances en neurociencia están revolucionando nuestra manera de entender los
procesos de aprendizaje, ya que hasta ahora no era posible observar qué ocurre en el
cerebro mientras alguien aprende.
Neuromito: Aprendemos mejor cuando la información que recibimos es acorde con
nuestro estilo de aprendizaje «favorito»: visual, auditivo o cenestésico.
El estilo de aprendizaje de una persona puede considerarse como una combinación de
factores cognitivos, emocionales y psicológicos que describen cómo interactúa con el
entorno y que influyen en su respuesta a distintos enfoques docentes. En el ámbito
educativo son muy conocidos los modelos de aprendizaje visual, auditivo y cenestésico,
según los cuales todos tenemos una modalidad sensorial preferida y podemos mejorar el
aprendizaje si enseñamos con atención a estas preferencias sensoriales. Así, por ejemplo,
los alumnos «visuales» aprenden mejor con mapas o vídeos, los «auditivos» lo harán a
través de podcasts o debates, mientras que los «cenestésicos» necesitarán manipular
objetos o una mayor movilidad durante la tarea de aprendizaje.
El enfoque de los estilos de aprendizaje parte del supuesto implícito de que, puesto que la
información visual, auditiva o cenestésica se procesa en regiones diferentes de la corteza
cerebral, y de forma independiente, es lógico clasificar a los alumnos según la modalidad
sensorial que utilizan más eficientemente para interpretar información. Sin embargo, el
proceso perceptivo no se limita a una simple captación de estímulos externos. Aunque las
regiones sensoriales de la corteza cerebral crean representaciones neurales de los
estímulos, es en las áreas del ló- bulo frontal, asociadas con la memoria de trabajo, donde
creamos la percepción como un proceso unitario y con sentido, pues allí combinamos la
información sensorial con la almacenada en la memoria a largo plazo.
El hecho de que no se haya comprobado la validez de la teoría de los estilos de
aprendizaje no significa que debamos pensar que todos los alumnos son iguales y
aprenden de la misma forma. Cada alumno es diferente, con fortalezas individuales y un
ritmo de aprendizaje particular. Es evidente que, para atender de forma adecuada esta
diversidad en el aula, debemos considerar las capacidades, los intereses, las motivaciones
y los conocimientos previos de los alumnos, con lo que se diversificarán las estrategias
pedagógicas.
Desde esta perspectiva, es imprescindible recurrir a una evaluación formativa, cuya
finalidad es regular el aprendizaje del alumno, y en la que se adaptan sus estrategias. No
es lo mismo utilizar una metodología de aprendizaje basada en proyectos que restringirse
sin más a la evaluación calificadora de exámenes tradicional.
Neuromito: Para aprender, es necesario movernos en nuestra zona de confort.
Las investigaciones en neurociencia han demostrado que para mejorar el aprendizaje de
un estudiante este debe reflexionar, indagar y relacionar los conceptos novedosos con sus
conocimientos; en definitiva, ponerlos en contacto, relacionarlos y profundizarlos. Esto no
es una novedad, pero pasa a veces desapercibido en el día a día del aprendizaje en las
aulas y la escuela. Para aprender se requiere de una mente concentrada, y esto se
consigue si el cerebro (en concreto, la corteza prefrontal) es capaz de conectar diferentes
circuitos cerebrales e inhibir otros irrelevantes y fuentes de distracción. La atención que
facilita el aprendizaje necesita de un esfuerzo continuo, que requiere autocontrol,
motivación, que se consigue a través de lo novedoso o relevante, y emociones adecuadas,
es decir, positivas. Aprender empieza por una curiosidad, por un «querer saber», por
acercarse a algo desconocido, mirar más allá, más adentro, más cerca; por algo que capta
nuestra atención. La forma directa de captarla es a través de la novedad. La curiosidad
activa los circuitos emocionales del cerebro que nos permiten estar atentos, con lo que se
facilita el aprendizaje. En la práctica, lo hacemos a partir de preguntas abiertas, retos,
tareas activas, a través de las metáforas, las incongruencias o, simplemente, a partir de
historias que inviten a la reflexión. Hay también mecanismos inconscientes que permiten
mantener la atención, que, se cree, son incluso importantes en la resolución creativa de
problemas.
Se trata de mantener un espíritu de búsqueda constante entre lo desconocido y de
permitir que la curiosidad sea la que guíe el aprendizaje, un aprendizaje que nos ha de
llevar, según Jorge Wagensberg (2007) al «gozo intelectual», aquel que ocurre en el
momento exacto de una nueva comprensión o de una nueva intuición.
La de educar en el asombro, consiste en respetar la libertad del niño, contando con él en
el proceso educativo, respetando sus ritmos, y fomentando el silencio y el juego libre. El
aprendizaje se origina desde dentro, y el mecanismo desde el cual deseamos conocer se
llama «asombro». Según Assmann (2002), educar es crear el descubrimiento de lo nuevo;
de otra forma no se llama «aprender». Según esta perspectiva de generación del
aprendizaje, educar es crear continuamente nuevas condiciones iniciales que transformen
el espectro de posibilidades para afrontar la realidad.
Intentar mantener la atención durante periodos de tiempo prolongados agota
determinados neurotransmisores de la corteza prefrontal. Sin embargo, se ha
demostrado que un simple paseo en un entorno natural es suficiente para recargar de
energía determinados circuitos cerebrales que permiten recuperar la atención y la
memoria y que mejoran los procesos cognitivos (Berman et al., 2008).
Diseñar actividades variadas, utilizando distintos recursos y formatos de presentación de
los contenidos, y plantear dinámicas participativas y lúdicas nos ayudará a hacer más
atractivas y motivantes las clases. Sin embargo, es importante no sobrecargarlas de
novedades y estímulos. Es necesario dar espacio y contar con la actitud curiosa innata de
los niños (L’Ecuyer, 2012). El deseo y las ganas de saber y de conocer nos asegurarán el
aprendizaje. Se trata, pues, de sugerir o iniciar un camino para que, a partir de ahí, las
preguntas y los intereses de los niños pauten y enriquezcan la actividad. Así, el papel del
educador pasará a ser el de facilitador y acompañante en el proceso de aprendizaje.
Neuromito: Hay que guiar la enseñanza de los niños según el hemisferio cerebral
predominante.
Muchos textos y programas educativos animan a los profesores a detectar cuál de los
hemisferios cerebrales de sus alumnos predomina con el fin de mejorar la enseñanza y
facilitar su aprendizaje. Según esto, el alumno más intuitivo estará más influido por su
hemisferio derecho, mientras que el más analítico lo estará por el izquierdo; si se
consideran estas particularidades de sus estilos cognitivos, podrán mejorar su aprendizaje.
Pero ¿existen realmente dos hemisferios cerebrales que trabajan de forma
independiente? Y ¿podemos clasificar a los alumnos como de «cerebro izquierdo» o
«derecho» con el fin de mejorar su aprendizaje? Lamentablemente, hay muchas creencias
falsas al respecto, pero si interpretamos adecuadamente la información que nos
suministran las investigaciones en neurociencia, podremos encontrar respuestas certeras
a las preguntas planteadas
El hecho de que algunas regiones específicas del cerebro se ocupen de funciones
concretas, y de que determinadas actividades cerebrales puedan ocurrir
predominantemente en un hemisferio u otro, significa que el cerebro tiene un
comportamiento modular. Las actividades de aprendizaje en el aula requieren de la
integración necesaria de información entre el hemisferio izquierdo y el derecho, y de la
interconexión de diferentes funciones que realiza el cerebro, en las que intervienen
muchas regiones distintas.
No se trata de dividir a los estudiantes por sus predominancias, sino de hacer propuestas
de aprendizaje integrando los dos hemisferios y sus funcionalidades, que es como el
cerebro realmente trabaja
Referencias
RUBIA, F. J. (2012), ¿Qué sabes de tu cerebro? 60 respuestas a 60 preguntas, Barcelona,
Booket.
Anna Forés, José Ramón Gamo, Jesús C. Guillén, Teresa Hernández, Marta Ligioiz, Félix
Pardo Carme Trinidad. (2015). Neuromitos en educación El aprendizaje desde la
neurociencia . Barcelona: Plataforma editorial.

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