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FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS

POLÍTICAS.

ESCUELA PROFESIONAL DE DERECHO.

CURSO:

DERECHO PERSONAS
TEMA:

DIFERECNIAS COMITÉ NO INSCRITOS

ALUMNO:

DIAZ HERANDEZ RUBEN

CICLO:

II – D

PUCALLPA- PERÚ.

AÑO: 2018
I. LA ASOCIACION

1. El concepto de asociación en el Código Civil.

Características de la asociación.

La asociación se encuentra definida por el art. 80 del Código civil como una
organización estable de personas naturales o jurídicas, o de ambas, que a
través de una actividad común persiguen un fin no lucrativo.

La definición es importante, pero es necesario explicar algunos de sus


elementos caracterizantes para describirla adecuadamente.

Comencemos por decir que todas las personas jurídicas del derecho
civil carecen de fines lucrativos.

La consecución de fines no lucrativos se refleja a través de dos hechos. El


primero es que ninguna asociación (ni la fundación o el comité) distribuye las
posibles utilidades que obtenga en su actividad, entre sus miembros(3). Si
existieran excedentes, ellos deben aplicarse en el
siguiente ejercicio económico. a los objetivos de la institución. En segundo
lugar, en el caso de disolución de una asociación, el patrimonio neto resultante
de la liquidación tampoco se restituye a los asociados, sino que es destinado a
propósitos análogos, como después se verá.

Los aportes de los asociados, por tanto, no se convierten en un crédito para


ellos ni en un débito para la asociación, mucho menos para exigir el pago de
utilidades. Esto marca una importante diferencia con las sociedades
mercantiles, que además se refleja en el balance y la contabilidad de estas
últimas.

Los fines no lucrativos son de lo más variado: educativo, cultural, deportivo,


religioso, artístico, científico, recreativos, etc. y son éstos los que deben ser
satisfechos por medio de la asociación.
Los objetivos últimos no deben confundirse con las actividades que realicen
cualquiera de las organizaciones sin fines de lucro. Las actividades son medios
o vías instrumentales que les permiten a las asociaciones, fundaciones y
comités generar recursos o captarlos para poder cumplir sus fines. En esa
medida, las actividades son, por lo general, económicas, pero estas
actividades, por no ser los fines últimos de estos entes, no los convierten en
lucrativos (4) (5). Dada la actual tendencia de considerar que estas personas
jurídicas son formas organizativas de empresas, en la medida que producen
bienes y servicios, parece necesario reconocer esta diferencia (6).

La definición del Código civil hace referencia a una organización estable de


personas. La idea de organización es de suma importancia en la medida que
se trata de un grupo de personas, es decir, de seres humanos, que es el
substrato material(7) de cualquier ente personificado (la personificación es el
elemento formal) y que realizan una actividad en conjunto en base a la
distribución de roles y responsabilidades(8). Pero se trata de una organización
artificial, creada precisamente para perseguir los fines para los que fue
constituida. No es, por tanto, una organización natural de personas como
ocurre, por ejemplo, con la familia.

A la organización se le atribuye el carácter de estable, en decir, de ser


permanente en el tiempo. La calificación responde a la necesidad de la persona
jurídica de perpetuarse como un órgano vivo durante el tiempo que sea
requerido para que pueda satisfacer sus propósitos. Sin embargo, no es una
nota que deba cumplirse siempre. Nada impide que una asociación realice
plenamente sus objetivos sin que deba tener una vida prolongada. Pese a lo
dicho, la nota adjudicada por el legislador responde a lo que suele ocurrir, por
lo general, en la experiencia, y es, adicionalmente, un dato de importancia para
distinguir a la asociación del comité que suele tener una vida efímera(9).
Aunque también la estabilidad debería señalarse respecto de la fundación, dato
que no encontramos en el concepto dado por el art. 99 del Código civil.

El aspecto que en la definición del Código caracteriza mejor a la asociación


viene constituido por la necesidad de realizar una actividad en común.
No se trata de que todos y cada uno de los asociados que la integren se
ocupen cotidianamente o asuman tareas de gestión de esta persona jurídica.
En rigor de verdad, lo común es la participación en las decisiones que adopten
los asociados, así como en los resultados una vez que la asociación alcance la
finalidad que le dio origen.

Lo común, por otro lado, revela el temperamento asociativo de esta


organización. Entre la asociación y los asociados existe, recíprocamente, una
especie de vínculo de “pertenencia” o de “necesidad” en el sentido de que
no puede haber asociación sin la presencia de cuando menos dos asociados
(10), lo que supone pluralidad de personas entre las que existe ánimo de
asociarse (affectio societatis)(11), a partir de lo cual es posible hacer referencia
a una organización. Y esta nota señalativa también puede decirse respecto de
la relación que debe mediar entre los asociados, en razón que una sola
persona es incapaz de poder dar vida a una asociación o de permitir que se
mantenga como tal. Esta es una diferencia, por ejemplo, con la
fundación, conforme explicaremos en su oportunidad.

A pesar de esta “necesidad”, la asociación no deja de ser un sujeto de derecho


distinto de los asociados, especialmente cuando adquiere personalidad jurídica
con su inscripción en el registro.

A este respecto, creo necesario señalar algunas cuestiones adicionales. La


idea de “organización” que caracteriza a la asociación, fundación y comité
dentro del Código civil tiene suma importancia en la medida que éstas no
siempre adquieren la condición de persona jurídica. Empero, aun en esta
hipótesis, no dejan de presentar una cierta unitariedad como centro de
imputación de derechos y deberes, en razón que el legislador considera que
estas organizaciones no inscritas son también “sujetos de derecho”.

La importancia de que la asociación acceda al registro para convertirse en


persona jurídica tiene efectos en materia de responsabilidad, pues al
producirse una radical y definitiva separación de los patrimonios de la
asociación inscrita respecto del patrimonio de sus asociados, éstos (o quienes
actúen en nombre de aquéllas) no responden por las deudas de la
organización.

Una característica de la asociación que no se refleja en la definición del Código


civil (que incide en “lo común”) es aquélla según la cual los fines que persigue
dicha organización deben beneficiar a sus asociados. Ello no ocurre, por
ejemplo, ni en la fundación ni en el comité, pero sí debe cumplirse en el caso
de la asociación. En relación con este aspecto, debe recordarse que la
creación de una de estas organizaciones responde a la imposibilidad de que
las personas naturales puedan, por sí solas, realizar determinadas tareas y
obtener ciertos resultados. La asociación es el expediente con el cual cuentan
para aunar esfuerzos (nuevamente nos asalta la idea de “lo común”), pero no
desconoce que la finalidad (no lucrativa) debe ser en provecho de quienes se
sirven de esta figura(12).

Una característica adicional es que la asociación es una organización abierta


a la afiliación. En la medida que cualquier individuo tenga interés en
pertenecer a ella, y siempre que cumpla con los requisitos que el estatuto
establezca, la asociación admite la incorporación de nuevos integrantes(13),
cuestión que, por ejemplo, no se presenta en el caso de la fundación.

2. Los órganos de la asociación

La asociación tiene dos órganos principales: la asamblea general de asociados


y el Consejo directivo.

2.1. La asamblea general

La asamblea, como bien indica el art. 84 del Código civil, es el órgano


supremo de la asociación. Es, como se ha señalado, el órgano “dominante”,
aquél que decide la vida, el destino y todo cuanto tenga que ver con la
actividad y fines de la organización.

Como órgano es el medio de expresión de la voluntad colectiva de los


miembros de la asociación y, a su vez, individual. Lo segundo en la medida que
los asociados pueden, en el seno de una asamblea, expresar su opinión
particular respecto de los hechos que se aborden; lo primero en razón que la
decisión que adopte la asamblea es un acuerdo colegiado (por ser un órgano
“colegial”(14)) que obliga a todos los miembros del ente, siempre que se
cumpla con el quórum y las mayorías establecidos en el art. 87 para los temas
tratados en ella, pues estamos ante una instancia en la que se aplica el
principio mayoritario. (Nada impide la utopía de la unanimidad, si el estatuto así
lo ha contemplado. Empero, la experiencia demuestra que la unanimidad se
puede convertir en la “dictadura” de las minorías).

Es, además, un órgano de control(15). En efecto, la asamblea controla la


gestión de sus administradores reunidos en el denominado Consejo directivo y
controla a los propios asociados (sin perjuicio de las atribuciones a este
respecto delegadas al Consejo).

Dada la gravitación que tiene este órgano en las funciones contraloras que
ejerce, el legislador no considera conveniente la creación de un organismo
estatal administrativo que se ocupe de su supervigilancia (16), como ocurre, en
cambio, con las fundaciones. Ello, sin embargo, no elimina la posible ingerencia
del Estado cuando los fines o las actividades de la asociación son contrarios al
orden público o a las buenas costumbres, en cuyo caso el Ministerio Público
puede solicitar su disolución (art. 96).

Las principales funciones de la asamblea están dadas por la aprobación (o


desaprobación) del balance, cuentas y gestión de los administradores o
directivos, la elección de éstos y la modificación del estatuto. En general,
resuelve todos los asuntos que no sean de competencia de otros órganos,
como señala el art. 86 del Código civil. Sin embargo, dada su condición de
máxima instancia, puede involucrarse en cualquier aspecto.

2.2. El Consejo directivo

El segundo órgano es el Consejo directivo que reúne a los administradores de


la asociación.
Es, también, por esencia, un órgano colegiado y sus decisiones se adoptan por
mayoría, salvo que el estatuto establezca la unanimidad. Usualmente se
integra por un número impar de administradores.

El Consejo directivo es el responsable de la gestión y dirección de la


asociación, de las labores y actividades cotidianas de la organización, es decir,
cumplen funciones ejecutivas. No dejan de estar subordinados a las decisiones
de la asamblea, sin perjuicio de acatar lo dispuesto por las normas estatutarias.
Además, cumple funciones representativas o, al menos, así debería
establecerse de manera inequívoca en el Código.

No existe ningún impedimento para que quienes ocupen cargos directivos no


sean asociados.

Nada impide, tampoco, que en el estatuto se prevean otros órganos como, por
ejemplo, una gerencia o varias, así como comisiones especiales.

3. Los asociados: derechos y deberes

3.1. La condición de asociado

La condición de asociado es personalísima, ya que en línea de principio es


inherente a la persona que hace parte de una asociación y no se transmite,
salvo que el estatuto disponga lo contrario (art. 89)(17).

La transmisión puede ser como consecuencia de la sucesión a título universal o


bien a título individual, o bien puede ser producto de un acto inter vivos que
esté permitido por la norma estatutaria.

Para ser asociado, el interesado debe ser admitido por el órgano al cual el
estatuto haya atribuido la responsabilidad de evaluar, calificar y afiliar a
terceros que se integran en un momento posterior a la constitución de la
asociación.

Los asociados que otorgan el acto constitutivo suelen ser denominados


asociados fundadores, en tanto que los que se incorporan con posterioridad
son calificados como activos. La distinción es inútil, pues “activos” serán todos
aquéllos que participen en la vida de la institución y que, de no haber sido
inhabilitados o excluidos, gozan de todos los derechos que se reconocen a los
integrantes del sujeto de derecho de asociación. Además, los asociados
fundadores, a diferencia de lo que puede ocurrir con los socios fundadores de
una sociedad anónima, no pueden reservarse derechos preferentes respecto
de los que ingresen en un momento ulterior. Y es que, si alguna persona
jurídica goza de mayor aptitud para practicar la democracia institucional, ella es
la asociación.

3.2. Derechos de los asociados

La ingerencia y grado de participación de los asociados en las decisiones que


se adopten al interior de esta persona jurídica no depende, como ocurre con las
sociedades mercantiles, de su permanencia en la organización (salvo que el
estatuto establezca un mínimo de tiempo para acceder a cargos directivos, mas
no para adoptar decisiones al interior de la asamblea), ni del mayor o menor
número de aportes que hubieren realizado en favor de la asociación. Sus
aportes se consideran “perdidos” en favor de la asociación, pues en caso de
disolución no tienen derecho a ningún reembolso.

Los asociados participan con un solo voto. En nada importa el quantum de


sus aportes. Así lo señala el art. 88 del Código civil.

Entre sus prerrogativas se encuentran el derecho a participar en las


asambleas para opinar y votar respecto de los temas para los cuales aquélla
es convocada.

En algunos casos, la norma estatutaria prevé la inhabilitación de los


miembros de la asociación para que no participen en la asamblea,
fundamentalmente por razones de incompatibilidad, oposición de intereses o
también cuando no se encuentra al día en el pago de un determinado número
de aportes.
El asociado, asimismo, tiene derecho a elegir y ser elegido para los cargos
que corresponden a los diversos órganos de la asociación, excepto la
asamblea.

También gozan, a pesar que el Código no lo señale, del derecho de solicitar


información respecto de las decisiones de los diversos órganos de la
asociación, sobre todo cuando se convoca a asamblea para adoptar algún
acuerdo.

Asimismo, los asociados pueden impugnar los acuerdos de la asamblea si


éstos violan las disposiciones estatutarias o legales(18) (art. 92). Desde la
posición opuesta, los miembros de la organización que se encuentran en favor
de la decisión pueden, a su costa, intervenir en el proceso en el que se discute
la impugnación para defender la validez del acuerdo de asamblea (art. 92).

Los miembros de la asociación pueden renunciar a ésta (art. 90), siempre que


lo soliciten por escrito. La formalidad parece ser solemne, consustancial a la
solicitud de renuncia. Sin embargo, ello no excusa al asociado del cumplimiento
de las obligaciones que tuviere pendiente frente a la persona jurídica.

3.3. Deberes de los asociados

El deber más resaltante de los asociados es el de pagar los aportes ordinarios


y extraordinarios que el estatuto señale.

También se considera un deber el participar en las elecciones que se realicen


para la designación de los administradores.

4. El patrimonio de la asociación. Su destino en caso de disolución

A diferencia de lo que sucede con la fundación, que no es posible constituirla


sin un simultáneo acto de dotación patrimonial, la asociación puede ser creada,
al menos teóricamente, sin un substrato patrimonial inicial.

Con el desarrollo, con la vida misma de la asociación, ésta irá formándose, de


modo paulatino, un patrimonio propio.
El patrimonio de la asociación está constituido por los aportes ordinarios y
extraordinarios de los asociados. Puede también adquirir otros bienes, ya sea
mediante la aplicación del fondo que constituye a partir de los aportes o por
otros medios: endeudamiento, prestación de servicios, especulación bursátil,
etc., es decir, a través de cualquier actividad económica que permita la
generación o captación de recursos para que el ente pueda cumplir sus fines.

Como ya se ha anotado, los aportes de los asociados pasan a ser parte del
patrimonio de la asociación y no son pasibles de restitución, ni aun en caso de
disolución.

Tradicionalmente se ha señalado que uno de los elementos de las personas


jurídicas es su patrimonio, al extremo de considerarlo como un requisito de su
existencia (p. ej. Giorgi). Empero, como bien se ha dicho al menos para las
asociaciones y comités, no así, en nuestra opinión, para las fundaciones en
respuesta a dicha postura, ello no es verdad(19).

Lo cierto es, sin embargo, que ninguna organización puede sobrevivir ni menos
cumplir con sus fines si carece de medios. Se limitará a languidecer hasta que
se disuelva.

Como se ha enfatizado líneas arriba, si una asociación tiene excedentes, ellos


deben seguir siendo parte de su patrimonio y ser utilizados en la consecución
de sus objetivos.

Sin importar cuál sea la causa de disolución de la asociación, en caso ella se


produzca, debe aplicarse el art. 98 del Código civil, el mismo que dispone que
el haber neto que resulte de la liquidación sea entregado a las personas
designadas en el estatuto, con exclusión de los asociados. De no ser posible,
será la autoridad judicial la que ordene su aplicación a fines análogos en
interés de la comunidad, dándose preferencia a la provincia en donde tuvo su
sede la asociación.

La flexibilidad de segunda parte de la norma permite que los jueces determinen


a qué otros fines se destinará el patrimonio resultante. No tiene por qué ser,
necesariamente otra asociación de propósitos similares. Es más, si existieran
algunas otras organizaciones con características semejantes, pero es posible
beneficiar a la colectividad de una manera diversa, se elegirá a ésta como
destinataria. Así, si se disuelve una asociación educativa, y su haber resultante
está dado por una nutrida colección de libros, es más evidente el beneficio de
la comunidad si aquélla se transfiere a una biblioteca municipal antes que a
otra asociación de carácter educativo, que quizá sólo satisfaga el interés de sus
integrantes.

II. LA FUNDACION(20)

5. Concepto y características

De las dos personas jurídicas reguladas en la legislación civil, la fundación es


aquélla que ha sufrido mayores transformaciones(21).

Frente a la laxa y escueta definición del art. 64 del Código Civil de 1936 que la
concebía como un patrimonio afectado a un fin especial se erige una nueva
definición que contempla una serie de modificaciones y que, a la postre,
rescata la verdadera naturaleza y propósitos de las fundaciones.

En efecto, el Código derogado concedía, absurdamente, personalidad jurídica a


un patrimonio, lo cual representa un contrasentido en la medida que ese
expediente sólo puede ser concedido a los seres humanos que se organizan
para desarrollar una actividad en conjunto(22).

El art. 99 destaca por la referencia a la organización instituida por el fundador


a través de la afectación de bienes para realizar fines de interés social.

En primer lugar, con ello se descarta la concesión de la personalidad a los


bienes aportados por el fundador. En verdad, la fundación es un acto de
organización para la administración del patrimonio afectado(23). De esta
manera el patrimonio pasa a tener un fin instrumental y no un papel primordial
como se creía(24), poniéndose énfasis sobre el elemento personal que da vida
a este ente(25). Por ello no se puede centrar la definición de la fundación en la
masa patrimonial sino en la concurrencia de los hombres que se encargan de
la gestión y aplicación de los bienes entregados a ella (26) (27) (28) (29).

Otro cambio de suma importancia en la conceptuación de la fundación, y que la


caracteriza de modo adecuado, es la asignación de fines de interés social.
Como bien se ha señalado, el Código de 1936 apenas se limitaba a señalar
que cumplía fines especiales, lo cual podía dar pie a que ella cumpliera
cualquier fin particular, del más variado tipo, individual, familiar o social(30)
(31).

El art. 99 del Código precisa, sin lugar a dudas, que el fin debe ser de interés
social, proscribiendo, en consecuencia, la consecución de objetivos
individuales o familiares, para los cuales el ordenamiento arbitra otros medios
(p. ej. fideicomiso). Ese, por lo demás, fue el sentido de creación de una figura
como la fundación en la historia(32).

Luego veremos los aspectos vinculados con el acto de constitución de la


fundación y las características de su patrimonio. Por ahora nos interesa señalar
alguna de sus características.

Una nota importante es que la fundación carece de titulares. En efecto, a


diferencia de lo que sucede con la asociación en la que los asociados son los
que, reunidos en asamblea, definen todo lo concerniente a dicha organización,
en el caso de la fundación no existen titulares que puedan disponer de ella o de
su patrimonio a su libre albedrío(33). En estricto, la fundación es un nuevo
sujeto de derecho distinto del fundador que administra, a través de la
organización creada, el patrimonio aportado por el fundador y, en
consecuencia, se desvincula de éste, quien queda al margen de ella(34).

Otra característica de la fundación es que carece de miembros(35). En


realidad, la fundación tiene órganos que se encargan de su administración, ya
sea individual o colegiadamente, pero no tiene integrantes por ser una
persona jurídica cerrada a la afiliación. Siendo así, es claro que la única
integración a ella se da a través de la asunción de las tareas del administrador.
Con relación a los fines de la fundación, ella se caracteriza por ser una
organización que realiza objetivos que favorecen a terceros que no son ni el
fundador ni los administradores. No son concebibles, al menos en nuestro
ordenamiento, fundaciones que persigan objetivos que beneficien a quien la ha
creado o a quienes la administran. Usualmente se ha señalado que se debe
conseguir resultados en favor de categorías indeterminadas de personas, no
con otro sentido que el de precisar que los beneficiarios no pueden ser sujetos
individuales o señalados. La fundación, por ser producto de un acto de
liberalidad, de desprendimiento, de preocupación del entorno, de los problemas
que afectan a grupos o categorías concretas de la población, cumple un
evidente fin social que no puede disolverse en motivaciones particulares. Como
bien se ha dicho, una razón que puede encontrarse en su creación es realizar
una buena acción en beneficio de los demás, queriendo compartir el bienestar
propio con las necesidades de otros, intentando. nivelar así las desigualdades
sociales. Quienes crean fundaciones pueden estar movidos por razones como
el amor, la solidaridad o el deseo de ayudar a los demás(36). Así lo
demuestran las actividades en las cuales se desempeñan estas
instituciones(37).

6. El acto constitutivo de la fundación y sus características.


(38) Diferencias con la donación

Es interesante anotar que la fundación es una excepción, en el derecho civil, a


la regla que exige pluralidad de seres humanos para constituir una persona
jurídica.

La fundación, en este sentido, nace de un negocio jurídico unilateral que


puede ser otorgado por uno o más sujetos. En el caso en que se constituya por
más de una persona, dado que los fundadores quedan al margen de la
fundación, entre ellos no se constituye ninguna relación contractual o
asociativa(39).

Cuando es así, el acto con el cual se formaliza la creación de esta organización


contiene diversas declaraciones que coinciden en cuanto a su contenido y
objetivo (salvo en cuanto al patrimonio que aporta cada cual), pero todas esas
manifestaciones de voluntad no dejan de ser negocios unilaterales.

El acto de creación, además, tiene diversas aristas.

Es, en primer término, y como bien dice Galgano, un acto de creación de un


nuevo sujeto de derecho. En efecto, con la decisión de los fundadores se da
vida a un nuevo individuo (formal) distinto a ellos.

Es, adicionalmente, un acto de dotación(40), pues con él se afectan bienes,


generalmente de modo perpetuo, a la consecución de fines sociales. No es
concebible una fundación sin un patrimonio inicial(41) (42), a diferencia de lo
que puede ocurrir con la asociación. Por lo demás, la fundación, una vez
constituida, puede realizar todo tipo de actividad que le genere recursos para
cumplir con sus objetivos, aun cuando esas actividades sean económicas o
lucrativas (actuando como empresa), pues el fin es distinto al medio y su
obtención no significa que los excedentes deban distribuirse entre sus
administradores sino que deben ser aplicados a los motivos últimos de su
creación(43) (44).

Igualmente, el acto constitutivo es un acto de “organización”, en la medida


que el fundador asigna a la administración de los bienes un conjunto de
personas que, reunidas de manera colegiada, se encargan de la aplicación del
patrimonio afectado(45).

Finalmente, es importante destacar que el acto de constitución es un acto de


asignación a fines de relevancia social, sin cuya precisión es imposible
hablar de una fundación. También se dice que es un acto de
determinación(46). Es más, el patrimonio inicial debe ser adecuado para los
fines perseguidos(47).

En cuanto a la forma que debe seguirse, para que ella sea persona jurídica
debe la constitución ser otorgada por escritura pública o por testamento e
inscribirse en el registro. No interesa qué clase de testamento sea.
En cuanto a las diferencias entre el acto de constitución de una fundación
y la donación, Cocca ha sentado algunas muy agudas distinciones(48) que
reseñamos seguidamente.

En primer lugar, la donación se hace en favor de una persona


determinada, en tanto que la fundación tiene un destinatario general, integrado
por sujetos indeterminados. En la donación, por ende, se requiere de la
determinación del donatario, sobre todo porque su individualización reviste
interés para el donante.

En segundo término, en la donación se precisa de la aceptación, no así en


la fundación(49).

La donación, además, es un acto aislado. La fundación, dado que implica un


acto de organización, exige una esmerada administración permanente, para
cumplir con sus fines.

A ello agregamos que la donación es un contrato. La fundación es un


negocio jurídico unilateral.

Igualmente añadimos que la donación puede tener fines egoístas. La


fundación, no(50).

Finalmente, la donación es revocable por las mismas razones que motivan la


indignidad para suceder y la desheredación. La fundación, una vez inscrita,
no(51).

7. Organos de la fundación

Siquiera brevemente debemos precisar que la fundación es dirigida por un


grupo de administradores que se reúnen en una Junta.

Como bien ha dicho Galgano, comparando lo que acontece entre una


asociación y una fundación, en esta última los administradores no son un
“órgano dominante”, como en cambio lo es la asamblea de asociados en la
primera de las nombradas.
La Junta de Administradores, al no ser titular de la fundación, pues, solamente,
es el órgano que gestiona el patrimonio aportado por el fundador para el
cumplimiento de los fines de la institución, es un “órgano dependiente” de la
voluntad del fundador expresada en el acto constitutivo. A tal grado llega su
sujeción que los administradores no pueden disolver la organización (la que
solicita al Poder Judicial el Consejo de Supervigilancia de Fundaciones, en
caso de imposibilidad de cumplimiento de sus fines, art. 109 del Código civil) ni
pueden, tampoco, ampliar o modificar sus fines, pues en este caso, además de
la solicitud del órgano contralor, debe mediar autorización judicial (art. 108 del
mismo Código).

La razón de estas limitaciones obedece a que, como regla general, el fundador,


una vez creada la fundación, queda al margen de ella. Los administradores, al
ser terceros, y al estar obligados a la prosecución de fines en favor de otros
sujetos, deben quedar sometidos al control de un organismo (estatal) que vele
por el cumplimiento de los fines propuestos por el fundador. Inclusive esta regla
es válida en el caso que los fundadores se reserven la condición de
administrador de la fundación, pues tarde o temprano, ya sea con su
alejamiento o con su muerte, la fundación pasará a ser administrada por otros
individuos.

Inclusive, a fin de evitar una gestión interesada en la administración de una


fundación, la ley contempla que los administradores, así como sus parientes
hasta el cuarto grado de consanguinidad y segundo de afinidad, no pueden
celebrar contratos con aquélla, salvo que medie expresa autorización del
Consejo de Supervigilancia de Fundaciones. La prohibición se hace extensiva a
las personas jurídicas de las cuales sean socios tanto el administrador como
sus parientes en los grados señalados (art. 108 del Código civil)(52).

Por otro lado, nada impide que la fundación cuente con otros órganos, como
puede ser una gerencia.

En torno a este tema, debo recalcar una propuesta sumamente sugerente de


Javier de Belaúnde, que fue recogida en el Anteproyecto de Ley de
Fundaciones elaborado por una Comisión Oficial, integrada por
especialistas(53).

En opinión del autor mencionado, existen casos en que el fundador desea


participar en la vida institucional pero sin asumir tareas propias de un
administrador. Para esta posibilidad, de Belaúnde planteó la creación de una
Junta de Fundadores que estaría integrada por los fundadores en vida y que
tendrían ingerencia en la vida de la fundación, especialmente para velar por el
cumplimiento de sus fines y controlar la actuación de los administradores. De
aprobarse su propuesta, es evidente que la labor del Consejo de
Supervigilancia de Fundaciones sería, al menos durante el tiempo de vida de
los fundadores o mientras integren dicha junta, mejor cumplida dada la
intervención de los propios creadores de la fundación.

8. Control de las fundaciones

Como bien ha sido señalado, en la fundación la administración de los bienes


corre a cargo de personas que no han contribuido a la formación del patrimonio
de la organización y que no son beneficiarios de ella. El fundador,
generalmente, no tiene ingerencia en las decisiones. Además, la fundación
puede ser creada por testamento, en cuyo caso se presenta la imposibilidad de
la participación del fundador dada su inexistencia al instituirse la fundación. A
ello se añade que los beneficiarios de la fundación no tienen intervención en la
administración de la fundación(54).

Estas razones abonan en pro de la necesidad de la existencia de un organismo


que controle las labores cumplidas por los administradores de las fundaciones.

A este respecto, debe señalarse que desde octubre de 1955 nuestra legislación
contempla la presencia del ahora denominado Consejo de Supervigilancia de
Fundaciones, CSF: Esta instancia, actualmente dependiente del Ministerio de
Justicia(55), se encarga de las funciones establecidas tanto en el Código civil
como en los Reglamentos aprobados por Decretos Supremos Nºs 00394JUS y
00494JUS.
Lo fundamental de las atribuciones asignadas al CSF radica en velar por la
adecuada aplicación de los recursos de la fundación a sus fines institucionales.

En esta perspectiva, el CSF toma conocimiento de los planes y presupuestos


de las fundaciones, aprueba sus balances, cuentas y memorias, dispone las
auditorías que considere necesarias, puede impugnar los actos o acuerdos
contrarios a la ley o al estatuto de la fundación, etc.(56)

Asimismo, en el caso de las fundaciones constituidas mortis causa, en las que


basta el acto de dotación patrimonial y la determinación de los fines, el CSF
puede dar nombre y domicilio a la fundación, designar a sus administradores,
establecer su régimen económico y administrativo, etc. En síntesis, en estos
casos puede otorgar la norma estatutaria de la fundación (ver arts. 103 a 105
del Código civil).

Adicionalmente, dado que los administradores se encuentran sujetos a la


voluntad fundacional y no son ni titulares ni aportantes, y por ende carecen de
la capacidad para ampliar o modificar los fines de la fundación, así como de la
atribución de darle término a su existencia, estas vías son sólo posibles si
media autorización judicial obtenida en base a una solicitud del CSF (arts. 108
y 109 del Código civil).

Para concluir, baste señalar que el incumplimiento de cualesquiera de los


deberes de los administradores puede dar lugar a que el CSF solicite su
remoción al Poder Judicial (art. 106 del Código civil).

9. Disolución y destino del patrimonio

Como ya hemos anotado, la fundación no puede ser disuelta por los


administradores. En verdad tampoco podría ser extinguida por voluntad del
fundador.

Para que se disuelva una fundación es indispensable que ella no pueda cumplir
sus fines. Lo contrario sería atentar contra la estabilidad de las funciones de
interés social que aporta a la colectividad.
La disolución, además, es necesariamente judicial y sólo es conocida por el
Poder Judicial a instancia del CSF (art. 109 del Código civil). En no pocos
casos la solicitud del CSF es consecuencia del pedido de los administradores.
Para saber si tiene o no sustento, el CSF debe ordenar una auditoría o bien
realizar las indagaciones que corresponda.

Si el Poder Judicial ordena la disolución debe designarse a los liquidadores


para que, cubiertas las obligaciones de la institución, destinen el haber neto
resultante al fin previsto en el acto constitutivo. Si ello no fuera posible, se
destina, a propuesta del CSF, a incrementar el patrimonio de otra u otras
fundaciones de finalidad análoga o, en su defecto a la Beneficencia Pública de
la localidad en la que la fundación tuvo su sede, para satisfacer propósitos
similares (art. 110 del Código civil).

III. EL COMITE

10. Definición y características

El artículo 111 del Código civil define al comité como la organización de


personas naturales o jurídicas, o de ambas, dedicada a la recaudación pública
de aportes destinados a una finalidad altruista.

El comité es una de las novedades que trajo el Código al ser promulgado. La


ley de 1936 no lo contemplaba como una de las personas jurídicas del derecho
civil.

El legislador se inspiró en el Codice civile italiano de 1942 para introducir esta


figura; sin embargo, le dio un alcance distinto dado que en Italia el comité no es
una persona jurídica sino un ente no personificado(57). (58)

El Código de 1984 concibe de una manera más amplia al comité, sobre todo
porque le acuerda la posibilidad de adquirir personalidad jurídica. Es más,
prevé un régimen especial para los comités no inscritos.

El comité tiene características muy bien definidas. Es, en primer lugar,


una organización de temperamento asociativo, al igual que la asociación. En
esa medida, su constitución exige la presencia de cuando menos dos
personas, entre las que se crea, al igual que entre ellas y el comité, un vínculo
de “necesidad”. Es, en este aspecto, tan similar a la asociación que en los
países que no tienen un tratamiento especial se denomina a los comités como
asociaciones de hecho o asociaciones temporales.

Sus miembros también realizan actividades en común, pareciéndose,


nuevamente, a la asociación. No obstante, la participación excede ampliamente
la actuación de quienes hacen parte de él, pues el fondo de aportes que se
forma es producto de la solidaridad comunitaria, gracias a las contribuciones
del público en la colecta que se lleva a cabo.

También se asemeja a la asociación (y se distingue, por ende, de la fundación)


por ser una organización abierta a la afiliación. Cualquier persona puede
integrarse a ella siempre que cumplan con las previsiones estatutarias para la
admisión de nuevos miembros.

El comité se distingue de las demás personas jurídicas por su existencia


efímera. Después de la recaudación de fondos del público y de aplicar los
recursos captados a un fin altruista, se disuelve. Se organiza para una colecta
pública y nada más.

Por ello, para facilitar el recurso a este expediente, el legislador ha sido flexible
en su forma de constitución, pues puede ser creado por medio de un
documento privado con la firma legalizada por notario, que es suficiente para
su inscripción en el registro. Nada impide que sus fundadores opten por
instrumentar el acto en escritura pública; sin embargo, ello desvirtúa la
concesión de la ley.

Los objetivos del comité son caracterizado como fines altruistas. ¿Cómo se


diferencian los fines de un comité con los de una fundación, que son de interés
social?. Intentemos una respuesta.

Digamos, en principio, que todo fin altruista es de interés social, pero no


siempre los fines de interés social son altruistas.
El altruismo del propósito se revela a través de acciones de corte humanitario,
filantrópico. El comité es una muestra del interés de quienes se juntan con el
objeto de hacer participar a los demás, al público, en un fondo de aportes, en
tómbolas, rifas, etc., que servirán para paliar alguna situación ajena que espera
una demostración de solidaridad, muchas veces con relativa urgencia. Por lo
general, quienes se encuentran atravesando determinadas circunstancias
derivadas de su escasez de recursos, de un sismo o hecho fortuito, no se
encuentran en aptitud ni espiritual ni económica de emprender, por sí mismos,
la tarea de organizarse y solicitar ayuda a la colectividad. Inclusive el pedido
formulado por los propios afectados suele ser visto, egoístamente, con
desconfianza. Es, entonces, cuando surge la acción solidaria de los demás, de
quienes están dispuesto a entregar su esfuerzo y tiempo para apelar a la
cooperación ciudadana(59) (60).

Una fundación que, por ejemplo, se constituye para la investigación de las


bondades de una especie vegetal y su posible aplicación a terapias curativas
tiene un fin abiertamente social, mas no filantrópico.

Dadas estas características, es claro que el comité persigue fines en bien de


terceros, que no son ni en favor de sus instituyentes y miembros, ni de
aquéllos que lo administran, diferenciándose así de la asociación y
asemejándose a la fundación(61).

11. Patrimonio del comité. Destino del patrimonio en caso de disolución.

Al comité no le importa tanto tener un patrimonio propio formado por los


instituyentes (promotores) y miembros del mismo, cuanto recaudar dinero u
otros bienes del público.

En verdad, su patrimonio proviene del público y se destina a un fin altruista,


aspecto que lo diferencia de la asociación por cuanto en ésta es formado en
base a los aportes de sus integrantes y es aplicado a satisfacer fines de ellos
mismos(62).
En principio, una vez captada la recaudación prevista y planificada por el
comité y aplicados los fondos obtenidos a la finalidad motivadora, éste debe
disolverse por acuerdo de los miembros de la persona jurídica. Se entiende que
los recursos resultantes de la colecta, rifa, tómbola, etc., son enteramente
destinados a los objetivos promocionados. Ocurrido ello, ha de exinguirse el
comité haciendo de conocimiento del Ministerio Público las cuentas finales y
balances.

No obstante, puede ocurrir que, después de haber pagado las deudas sociales
y aplicado los recursos entregados por los erogantes, de la liquidación
realizada resulte un remanente. En estos raros casos, y en la medida que el
Ministerio Público no objete los balances, el haber neto se adjudica a los
erogantes, es decir, se distribuye entre quienes contribuyeron a la formación
del fondo de fin altruista. Dado que ello no es usualmente posible, el art. 122
del Código civil establece que dicho haber neto resultante de la liquidación ha
de ser entregado a la Beneficencia del lugar en el cual tuvo su sede el comité.
La misma solución ha de aplicarse si el comité se disuelve y liquida por no
poder satisfacer sus propósitos, según se desprende del art. 121 del
mencionado Código.

12. Organos del comité

El comité presenta algunos rasgos similares con la estructura orgánica de la


asociación, en cuanto cuenta con una asamblea y un Consejo Directivo.

El Código se ha cuidado en no señalar que se trata de una asamblea de


“asociados”. Pese a ello se trata del órgano máximo del comité que está
integrado por los promotores y por quienes se integren con posterioridad.

La asamblea del comité no goza de las mismas libertades de las que puede
gozar la asamblea de una asociación. La limitación más importante que colorea
y condiciona sus decisiones es que sus integrantes no tienen, en conjunto, la
capacidad para transformar al comité con el objeto que persiga otros fines
diversos a los propuestos (una vez realizada la colecta o la obra prevista), dado
que los erogantes o contribuyentes han destinado parte de su patrimonio al
comité, salvo que sea imposible que se pueda alcanzar el objetivo. Y es que,
como bien ha sido señalado, el comité, a través de sus administradores, se
convierte en una suerte de gestor de los fondos recibidos del público para su
aplicación al fin anunciado(63). De modo que aunque esta obligación recaiga
fundamentalmente en los administradores, ello impide a la asamblea tomar
decisiones que alteren el sentido de su creación.

En la acertada concepción originaria del Código civil, de la lectura del art. 121
se desprendía que la asamblea general del comité carecía de la facultad de
aprobar las cuentas y balance por la labor realizada por los
administradores(64). Para ello, debían, según dicha norma rendir cuentas
judicialmente. Era evidente que se requería de la intervención de un tercero
(distinto a los promotores y gestores del comité, así como de los beneficiarios)
que se encargase de velar por la exacta y fiel asignación de los recursos a los
fines publicitados(65), con conocimiento del Ministerio Público.

Cuando se promulgó el nuevo Código Procesal civil, esta norma introdujo


cambios sustanciales en el Código civil, bajo el insostenible argumento de que
sólo modificaría normas de orden procesal contenidas por este último.

A riesgo de ser considerada una posición intolerante, y exceptuando las


reformas de las normas procesales indebidamente recogidas por el Código
civil, debo confesar que quienes convinieron en plantear la modificación del art.
121 desconocían abiertamente la esencia del comité y la realidad de las cosas.

El nuevo texto del art. 121 eliminó la rendición judicial de las cuentas e
introdujo implícitamente la facultad de la asamblea del comité para aprobar sus
resultados. El único paliativo a esta inaceptable solución fue conceder (también
implícitamente, en una serie de errores evidentes de técnica legislativa) al
Ministerio Público la posibilidad de aprobar, con su silencio, las cuentas del
comité y, en caso contrario, solicitar la desaprobación judicial de aquéllas, tal
como fluye del también reformado (por obra del Código Procesal civil) art. 122
del Código civil.
Entre los hombres de derecho sabemos, por duro que parezca, que la
intervención del Ministerio Público en estos menesteres es mínima, por no decir
nula. De modo que esperar la posible acción del Ministerio Público para
solicitar la desaprobación judicial de las cuentas del comité se ha convertido en
una vana seguridad. El silencio de este ente después de treinta días de que el
comité le hubiere presentado las cuentas se convertirá en una aprobación
inatacable.

A ello se debe añadir que, como luego veremos, en los hechos la mayoría de
los comités que se conocen públicamente son comités no inscritos, respecto de
los cuales no se sabe de acción alguna del Ministerio Público.

Es interesante anotar que la asamblea de los miembros del comité no tiene


funciones contraloras que agoten la fiscalización que se debe poner en torno a
la gestión del consejo directivo del mismo. El control corresponde, más bien, al
Ministerio Público. Al menos en la buena intención del legislador (art. 119).

Pasando a otro tema, debemos señalar que el comité es administrado por un


Consejo Directivo que, al igual que el de la asociación, tiene funciones de
gestión y de representación.

Pero, debido a que los administradores se encargan de la recaudación de


aportes de los erogantes y éstos son aplicados en favor de terceros, el
legislador ha considerado que los gestores responden solidariamente de la
conservación y aplicación de los fondos recaudados, estableciendo una
excepción a lo dispuesto por el art. 78 del Código civil(66).

Su responsabilidad, por ende, es mucho más severa que en el caso de la


asociación, dados los fines perseguidos por el comité.

IV. LAS ORGANIZACIONES NO INSCRITAS

13. Consideraciones generales

Una muestra del claro acercamiento del Código de 1984 hacia la experiencia
jurídica se da con la novedosa regulación de las asociaciones, fundaciones y
comités no inscritos. La observación de la realidad no podía tener otro
resultado que el de dispensar a estas organizaciones un tratamiento especial.

Es cierto que en ellas la carencia del dato registral impide alcanzar el ropaje
dado por la personalidad jurídica. No son, por ello, personas jurídicas. Sin
embargo actúan como tales. A diferencia del Código de 1936, cuyos autores
evadieron conscientemente el tema, la norma vigente contiene un somero
tratamiento de sumo interés para el estudioso.

Al carecer de personalidad jurídica es evidente que no son personas colectivas.


Son, en la novedosa consideración del legislador, organizaciones de personas
no inscritas. A éstas les concede la calidad de sujeto de derecho, lo que
supone algunos efectos. En primer término, si bien no se produce la reducción
formal de la pluralidad de individuos que las conforman a una unidad normativa
que actúa como centro unificado de imputación de situaciones jurídicas
subjetivas, no se puede negar que poseen capacidad jurídica o también
subjetividad.

El reconocerles subjetividad implica una cierta y relativa unitariedad en la


atribución y titularidad de consecuencias de derecho. A pesar que la imputación
de derechos y deberes no se produzca sobre un elemento formal (que nace de
la inscripción, de la cual surge la personalidad jurídica), las situaciones jurídicas
que se derivan de la actuación del sujeto de derecho “organización no inscrita”
no inciden en cabeza de quienes las han creado o de quienes actúan en
nombre de ella. En rigor, los efectos jurídicos deducibles de su actividad se
imputan al ente no personificado, es decir, a la organización.

Esa relativa unitariedad a la que nos referimos incide también en el tratamiento


del patrimonio del ente. Si es cierto, como ya lo hemos anotado, que la
personalidad jurídica tiene el efecto mágico de separar y no confundir los
patrimonios de la persona colectiva con aquéllos que la conforman, no puede
desconocerse que, igualmente, los entes carentes de la condición de persona
jurídica también son capaces para ser titulares de un patrimonio propio. Ello es,
inclusive, de mayor evidencia en la fundación no inscrita, en la medida que en
el trance que atraviesa antes de alcanzar el registro es ya poseedora de una
masa patrimonial proveniente de la dotación contenida en su acto de creación.

El hecho de que la responsabilidad de los gestores de las organizaciones no


inscritas se encuentre claramente agravada obedece a diversas razones, una
de las cuales es la imposibilidad en que se encuentran los terceros de saber
qué o cuáles bienes son de propiedad de la organización y cuáles son de los
integrantes. Se trata de una garantía en favor de dichos terceros(67). Pero,
reiteramos, ello no niega su capacidad para que, en tanto sujeto de derecho,
pueda adquirir todo tipo de bienes.

Por otro lado, en todos los casos de estas organizaciones no inscritas, el


legislador ha contemplado la regulación de estos entes en base a la disciplina
que corresponde a las personas jurídicas asociación, fundación y comité. Esta
manifiesta remisión a la normativa de las tres personas jurídicas revela no sólo
el propósito del codificador de evitar dificultades al intérprete al momento de
saber y determinar cuáles son los parámetros normativos con los que habrá de
contar, sobre todo en lo que atañe a la estructura interna de las organizaciones.

14. La asociación no inscrita

El art. 124 del Código civil establece que el ordenamiento interno y la


administración de la asociación no inscrita se regula por los acuerdos de sus
miembros, aplicándose las reglas de los artículos 80 a 98 en cuanto sean
pertinentes.

La norma en cuestión no debe dar a pensar que sólo bastan los acuerdos de
los asociados para establecer el régimen de administración y su estructura
interna. La referencia a los “acuerdos” es una forma de dar fuerza al deseo y
compromiso que deriva de haber dado nacimiento a la asociación. Los
“acuerdos”, además, no son cualquier convenio o pacto. Ellos deben ser
entendidos como los pactos o decisiones adoptados por los asociados reunidos
en asamblea, ya que el hecho de carecer de la condición de persona jurídica
no los exime de observar las normas sobre la organización (y órganos) que
debe tener una asociación.
En todo caso, la expresión “acuerdos” puede comprender otras decisiones que
no hayan pasado por el tamiz de una reunión asamblearia, pero en esa
hipótesis será necesario analizar sus alcances y los compromisos que pueden
implicar para quienes no participan de él pero que integran la asociación, lo que
sin duda resulta altamente delicado.

Es interesante anotar que el art. 124 señala que la asociación no inscrita


comparece en proceso por el presidente del consejo directivo o por quien haga
sus veces.

La precisión, se ha dicho, tiene como finalidad poner a los terceros que


intervienen en el proceso en condiciones de saber a quién corresponde la
representación procesal, a falta de un sistema de publicidad como aquél propio
del régimen normativo de las personas jurídicas(68).

La asociación no inscrita en tanto carece de personalidad jurídica da lugar a


que ella cuente con un patrimonio formado por los aportes de los asociados al
cual se califica como fondo común. La denominación, sin embargo, no debe
entenderse como una especie de copropiedad de los miembros sobre dichos
bienes, pues la titular es la asociación. (69) (70)

La calificación, que proviene del Codice civile, se emplea con el propósito de


evitar que, al carecer de personalidad jurídica (y su subsecuente y perfecta
separación de responsabilidades patrimoniales frente a terceros), los asociados
entiendan que pueden exigir su restitución, pues esto es imposible, no sólo
mientras se mantenga vigente la asociación (dada la redacción del art. 125 del
Código civil), sino inclusive cuando ella es disuelta y liquidada(71).

El fondo común es el que responde de las deudas sociales, es la garantía de


los acreedores de la asociación no inscrita, de las obligaciones contraídas por
quienes actúan en nombre de ella (art. 126).

El propio art. 126 agrava la responsabilidad de quienes actúan en nombre de la


asociación, aun cuando no sean sus representantes, al prescribir que
responden solidariamente de las obligaciones que contraigan en cabeza de la
asociación.

Es interesante anotar que al legislador no le importa que sea o no


representante quien hubiere actuado en nombre de la asociación por tratarse
de una norma que funge de garantía en favor de los terceros con los cuales
contrata la asociación, quienes, al no estar registrada la organización, carecen
de la posibilidad de comprobar si aquéllos que obran tomando el nombre de la
asociación son o no sus verdaderos representantes. Y es también una norma
de tutela en razón que dichos terceros acreedores de la asociación también
están desprovistos de un sistema de publicidad que les permita saber cuáles
son los bienes de la organización y cuáles de quienes actúan por ella.

La responsabilidad antes que solidaria es, en rigor, subsidiaria (pero que entra,
de todos modos, en el esquema de la solidaridad(72)), pues si el fondo común
basta para pagar las deudas sociales, el patrimonio de los gestores no es
atacado.

15. La fundación no inscrita

Es infrecuente pero no imposible la existencia de una fundación no inscrita. En


todo caso, la previsión del Código civil reviste suma importancia por ser el
primero en la legislación comparada. Ha sido conveniente adoptar un marco
legal en este tema sobre todo para el caso de aquellas fundaciones que inician
sus actividades antes de alcanzar el registro y que, por tanto, no son aún
personas jurídicas.

En este caso y en cualquier otro en el que se verifique la falta de inscripción de


una fundación, el art. 127 establece que corresponde al Consejo de
Supervigilancia de Fundaciones, al Ministerio Público o a quien tenga legítimo
interés realizar las acciones para lograr su inscripción.

Si la fundación ha iniciado sus actividades ese hecho es demostrativo de su


actuación real como sujeto de derecho en la experiencia jurídica y en la trama
de relaciones económicas. En este supuesto, pese a que no se encuentra
inscrita como persona jurídica, debe rechazarse la posibilidad de que el
fundador tenga capacidad para revocar el acto constitutivo(73).

El agravamiento de la situación de los administradores de la fundación no


inscrita, al hacerlos solidariamente responsables por la conservación de los
bienes afectados a un fin especial y por las obligaciones que contraigan en
nombre de ella, obedece a varios motivos. El primero es instarlos a lograr la
obtención del ropaje de persona jurídica. El segundo argumento es similar al
mencionado en sede de asociación no inscrita. Los terceros no saben cuál es
la masa patrimonial con la que se ha dotado a la fundación y no saben si
quienes obran en su nombre son representantes, pues se adolece de
publicidad registral.

El Código no establece si su responsabilidad es subsidiaria, en el sentido de si


los bienes con los cuales se ha dotado a la fundación también responden de
las obligaciones contraidas. En este caso, es de necesidad precisar que la
masa patrimonial de la fundación no inscrita sí podrá ser atacada por los
acreedores de ésta, siempre que las deudas asumidas no contravengan la
voluntad fundacional, aunque esta circunstancia no le es oponible a los
terceros que no pueden acceder a una información completa de la fundación.

16. El comité no inscrito

En la realidad hemos advertido que la iniciativa individual de organizar


colectividades para satisfacer fines altruistas es común, especialmente en el
caso de objetivos abiertamente nobles (colectas para niños carentes de
recursos, para beneficiar a personas afectadas por desastres climatológicos,
realizar una excursión científica, construir un puente derribado, etc.)

A tal grado llega el recurso al comité que no llega a ser persona jurídica, que
bien puede decirse que es una práctica que existe desde siempre, y a la cual el
legislador de 1984, afortunada e imaginativamente, quiso adherir a través de un
trato particular.
El art. 130 del Código civil tiene alcances similares a los establecidos por el art.
124 para la asociación y por ello remitimos a lo dicho al respecto.

Por su parte, el art. 131 amplía la responsabilidad solidaria de los


administradores a quienes actúan en nombre del comité no inscrito. Las
razones son semejantes a las que hemos anotado en relación al art. 126 para
la asociación no inscrita, con el añadido de que se trata de una responsabilidad
que debe entenderse como más severa en la medida que el comité capta y
gestiona recursos que provienen de terceros.

También el Ministerio Público se encarga de la vigilancia de los comités no


inscritos.

Finalmente, debemos señalar una razón adicional por la que rechazamos los
cambios que el Código Procesal civil introdujo en el comité persona jurídica al
modificar los arts. 121 y 122 del Código civil.

Tal como lo expresamos, con la reforma de dichos artículos se cercenó al


Poder Judicial la facultad de aprobar las cuentas de la gestión del comité,
confiriendo de manera tácita dicha prerrogativa a los miembros de la asamblea,
con conocimiento del Ministerio Público, cuyo silencio en el lapso de 30 días
convierte en inatacable el balance y gestión de los responsables de la
administración del comité y del cumplimiento de sus fines.

Curiosamente, por haber invadido terrenos que no conocía, el legislador


procesal olvidó el texto del art. 132, el mismo que al mantenerse en su versión
original contempla que el Ministerio Público solicita la rendición judicial de las
cuentas cuando el comité se disuelve porque haya cumplido sus fines o no
hubiere sido posible satisfacerlos, proponiendo el haber neto que resulte de la
aplicación a fines análogos. Con ello, dentro del Código civil se ha introducido
una innecesaria y desconcertante diversidad de regímenes en materia de
aprobación de cuentas, pues el comité persona jurídica puede aprobarlas por
medio de una asamblea de sus miembros, en tanto que el comité no inscrito no
puede ver aprobada su gestión si el Ministerio Público no exige la rendición
judicial de las cuentas de dicha organización. No sabemos si esa diferencia que
resultó de la reforma fue deliberadamente querida por los reformadores del
Código Procesal civil que invadieron temas sustanciales y no sólo procesales al
modificar el Código civil. Algún día tendremos una respuesta.

NOTAS:

(3) Para Beatriz Boza Dibós, “La persona jurídica sin fines de lucro: su


regulación a la luz del nuevo rol que desempeña”, en Themis, Nº 12, PUC,
Lima, p. 78, no basta la prohibición de distribuir las utilidades entre los
miembros, directores o funcionarios. El reto del legislador en esta materia
radica, en su opinión, en diseñar los mecanismos necesarios para reforzar y
hacer cumplir el propósito que inspira esta prohibición, franqueando el acceso
al Poder Judicial en caso de malos manejos, aplicar sanciones a los
administradores, exigir la publicación de los estados financieros, etc. Pensamos
que no le falta razón en la medida que los conceptos no agotan la realidad de
las cosas. No obstante, la legislación en esta materia no es muy proficua.

(4) Ver Ennecerus, Ludwig, “Derecho civil”, Bosch, Barcelona, 1953, Tomo I,


Parte General, I, p. 450.

(5) Fernández Sessarego, Carlos, “Doctrina y legislación peruana sobre la


persona en el siglo XX”, en AAVV, “Instituciones del Derecho Civil
Peruano”, Víctor Guevara Pezo, Coordinador, Fundación M.J. Bustamante de
la Fuente Universidad Femenina del Sagrado Corazón, Lima, 1996, Tomo I, p.
421.

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