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La relación docente-alumno

Antonio Esquivias
Durante este mes de julio debido a su interés y centralidad en la Educación Emocional
voy a sacar en 4 entradas blog un largo artículo publicado en la REVISTA EDU-K en mayo
2016.

El cambio actual de la educación


La relación docente-alumno parece ser la clave para conseguir el cambio actual en la
función del docente. Efectivamente el docente está pasando desde transmisor del
conocimiento, su función de antaño, hasta guía-coach del aprendizaje. Función que es
pura necesidad en la sociedad del conocimiento, en la que toda la información posible,
mucha más de la imaginable para una sola persona, está plenamente disponible para los
alumnos. Y además el acceso a esa información es natural para estos que ya han nacido
y crecido rodeados de TIC.

Actuar como guía-coach implica para el docente una atención a la relación. El nuevo
docente está pendiente del sujeto, el alumno, y menos del conocimiento, la función
tradicional.

Aprendizaje y relación
Pero no es solo eso, hay un hecho radical que sitúa en el centro la relación docente-
alumno, y es el hecho de que el aprendizaje se produce en relación. Igual que el lenguaje
se produce en relación y no existen lenguajes individuales, sino siempre para un grupo,
el aprendizaje también se produce en relación.

Esto es consecuencia de la importancia de la relación en el ser humano: somos relación


antes que individuo. Psicológicamente nacemos dentro de la relación con nuestra
madre. Tanto es así que el bebe cuando nace no es capaz de distinguirse de su madre.
La relación de confianza con su madre en la que nace el bebe es para él todo el mundo
y la identifica con su propio yo. La aparición del padre, como bien indicó Freud, es el
inicio de la percepción de la individualidad: la aparición de un tercero hace que distinga
a la madre como no-yo. Algo que otorga una profundidad insospechada a la frase de la
princesa Diana: 3 son multitud.

Esto sitúa a la relación en un lugar prioritario desde el punto de vista existencial y


emocional de las personas. Desde que nacemos nuestras adquisiciones se hacen en el
seno de una relación. Y luego esas relaciones pueden ser constructivas o no, pueden
crear un contexto favorable o desfavorable. Esto también sucede con el aprendizaje.
Por tanto, si hay modos de relación que hacen posible el aprendizaje y otros que no,
entonces establecer ese tipo de relación es una competencia clave del docente. Esa sería
la clave de un buen docente, no solo por la necesidad de ser guía del aprendizaje, sino
en todas las épocas, desde el momento en que la enseñanza es una relación humana.

Entonces buscamos identificar esa relación que hace que se produzca el aprendizaje en
una persona. ¿Hay alguna señal que la identifique? ¿Qué características, elementos o
condiciones debería tener?

Relación y emoción
La respuesta no puede ser más que emocional. Diciéndolo de un modo sencillo, según
Emmanuel Levinas la emoción “es el a priori de todo conocimiento” (Luis Guillermo
Jaramillo Echeverri, 2010). La emoción pone el marco a nuestro conocimiento que se
produce siempre teñido de emoción, de tal modo que hay marcos emocionales en los
que se aprende y marcos en los que no se aprende. Nuestro conocimiento se hace en
un contexto agradable y vinculativo con la experiencia o se produce en un contexto
desagradable y de rechazo de la experiencia. Y este marco emocional depende
precisamente de las relaciones donde se produce ese nuevo conocimiento, ese
encuentro con la novedad, donde se despierta la sorpresa que termina en apertura y no
en susto.

Evidentemente un contexto de desagrado y rechazo no produce nuevo conocimiento


precisamente porque cierra la persona a la nueva vivencia. La experiencia quedará
además guardada en nuestra memoria de ese modo negativo, y ese mal recuerdo cierra
a nuevas experiencias.

Por tanto, el tono emocional dentro del que es posible que se produzca el aprendizaje,
la apertura a la novedad, es un marco emocional agradable y vinculativo. Ese “ambiente
emocionalmente positivo” es lo que permite a la sorpresa abrirnos de modo positivo y
generar admiración, curiosidad o interés.

En un contexto emocional negativo lo que se produce es miedo como emoción básica


en alguna de sus variaciones y el resultado es que la persona se cierra, se centra en evitar
el “peligro”, aquello que la incomodo o preocupa o la asusta, o sencillamente no se
encuentra a gusto. En tal caso al no haber apertura, tampoco hay aprendizaje.
Resumiendo: si un alumno está asustado en un ambiente hostil, no aprende, solo está
pensando en cómo escapar, cómo salir de ahí. Es importante resaltar la importancia de
crear un ambiente seguro, en el que el error es oportunidad para generar aprendizaje y
no motivo de regañina sin más, un ambiente que aceptador de las personas con sus
errores y dificultades.
¿De qué tipo es la relación en la que nace el aprendizaje?
Vamos ahora a centrarnos en esa relación necesaria para esa vivencia de aceptación
positiva de la novedad y por tanto del aprendizaje. Ya he indicado que la relación del
bebe con la madre es una relación de confianza, clave para producir el apego y
establecer las condiciones para el desarrollo emocional y personal de toda la vida. Pero,
¿de qué tipo es la relación en la que nace el aprendizaje?

Es un tipo particular de esa relación de confianza. Esa que se establece con una figura
de confianza, dirigida a una finalidad concreta: adquirir elementos claves para la vida
personal. Esta finalidad particulariza la relación, que no se dirige a todos los aspectos de
la persona, como por ejemplo la manutención, el techo, etc., que son parte integrante
de la relación de confianza madre-hijo, que es una relación integral: lo abarca todo, sino
solo a su inserción en la cultura y en la sociedad común y particular en la que vive.

Educación y cultura
La relación docente-alumno se refiere a los aspectos del hacer, de adquirir los aspectos
culturales acumulados en la historia de las comunidades humanas que son necesarios
para encontrar actividades que permitan integrarse en la sociedad y salir adelante en la
vida. Dicho en breve, introducir en la cultura en la que vive todo ser humano. Dentro de
la cultura se encuentra la base para el trabajo, para la actividad que proporciona el
sustento económico de la persona, pero no solo. La Educación proporciona los
elementos básicos de la cultura que posibilitan la entrada en el mundo social de cada
persona. La educación es necesaria a todo ser humano, porque la cultura, como el
idioma, es particular, ya que se produce en el seno de la relación humana y hay que
conocerla en concreto.

Dicho con otra terminología, en la familia se produce la socialización primaria y en la


escuela la socialización secundaria. Sin embargo esto no es exacto ya que en la escuela
proporcionan los elementos culturales que facilitan la socialización secundaria, no
directamente la socialización. La escuela trata de acercarse lo máximo posible a la
socialización, a introducir dentro de la vida económica y social real, pero al final lo que
hace es proporcionar los elementos culturales necesarios para la socialización y la
distancia entre escuela y vida real permanece a pesar de los esfuerzos para reducirla.

Educación y persona
Hay un aspecto en que esa relación de aprendizaje que mira a la integridad de la
persona. Esta finalizada a un aspecto, la socialización, pero dentro de un marco: la
persona. Y todavía le podríamos poner una concreción más: está finalizada al hacer, a la
actividad del ser humano, que esa es su participación en la sociedad.
Para profundizar en esto nos sirve el análisis de Martín Buber (Buber, 1998). Para Buber,
la relación docente-alumno para ser generadora de aprendizaje debe ser una relación
Yo-Tu y no sencillamente una relación Yo-Ello. La relación Yo-Tu tiene en cuenta,
descubre, la persona. Y la persona es siempre un fin en sí misma. Es más, es el ser que
se pone a sí mismo los fines. Es por tanto un ser que decide por sí mismo. Es la relación
que se establece con sujetos.

La relación Yo-Ello es una relación instrumental, y es la que se establece con objetos,


que no tienen un fin por sí mismos, sino solo el fin que se les concede. Esta es la gran
tentación del docente: establecer los fines por sí mismo, establecer relaciones yo-Ello
con sus alumnos, donde todo, lo que se debe aprender, lo que se debe hacer en cada
clase, viene decidido pro el docente. En este tipo de relación, el docente cree saber
mejor que el alumno lo que le conviene al alumno.

El análisis de Kant de la noción de persona, que está en el origen de los derechos


humanos, es plenamente coincidente con esta idea de la no instrumentalización, ya que
en el centro de la moral kantiana está la idea de que persona es aquel ser que no se
presta a la utilización: «obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona
como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca
simplemente como medio» (Kant, 1999).

Es evidente que la relación docente-alumno tiene aspectos instrumentales, algo obvio


ya que está finalizada a que el alumno adquiera los elementos de la cultura. Desde ese
punto de vista, al ser instrumental, hay un aspecto de desigualdad: se está en ella en
función de adquirir los elementos de la cultura y también se pueden encontrar los límites
de la relación de aprendizaje: que permita adquirir esos elementos.

Pero también es obvio que la relación no es meramente instrumental, sino que al


dirigirse a la persona tiene aspectos Yo-Tu necesariamente y sin esos aspectos Yo-Tu
dejaría de ser una relación humana y se quedaría en una relación yo-Ello o, lo que es lo
mismo, Sujeto-objeto, donde el sujeto es el docente, que es por tanto el único
capacitado para poner fines, y el objeto es el alumno, y por tanto en tanto que tal objeto
incapaz de poner medios y solo le toca obedecer a los dictados del profesor.

Desde este punto de vista es interesante recalcar que hay que dotar al alumno de
autonomía, lo cual implica la confianza en que tiene los recursos necesarios para ser
responsable de su aprendizaje.

La relación de aprendizaje: 2 sujetos iguales


A estas alturas podríamos decir que la relación en la que se produce el aprendizaje es
una relación Yo-Tu que tiene en su seno aspectos instrumentales. Es precisamente de
ese modo, ya que en el mismo momento que aparece una relación Yo-Tu, ambos sujetos,
porque ahora ambos lo son, están capacitados para poner fines y, por tanto, necesitan
ponerse de acuerdo entre ellos respecto a esos fines.

Destaca ahora que el alumno también pone fines a su relación de aprendizaje y si esos
fines no se respetan dentro de un diálogo real entre iguales, la relación misma de
aprendizaje desaparece.

Esto significa que el alumno en la educación es persona y para que aprenda, es necesario
que esa condición de persona sea respetada a lo largo del proceso de enseñanza-
aprendizaje, lo que implica directamente que le alumno debe tener la capacidad
respetada en todo momento de poner límites y establecer fines a su propio aprendizaje.

El alumno es persona
¿Por qué es necesario que el alumno sea persona? Precisamente porque el aprendizaje
consiste en la incorporación de nuevos elementos al propio mapa mental, a la propia
visión del mundo. Y solo la persona puede cambiar el propio mapa mental, ese cambio
no puede realizarse desde fuera por otro sujeto. El cambio pasa por la aceptación de la
novedad descubierta por la sorpresa, curiosidad e interés, y eso también es una acción
estrictamente personal que no puede ser realizada por otros, tampoco por el profesor.
Esto nos lleva a concluir que el alumno necesita ser persona para aprender, ya que el
acto de aprender es un acto libre, y eso solo es respetado en una relación entre iguales
en ese momento crucial de la aceptación personal de la novedad.

Carl Rogers y Martin Buber


Seguimos por tanto nuestra búsqueda: y ahora nos centramos en las condiciones que
permiten que una relación sea entre iguales aunque la relación tenga una finalidad y por
tanto límites claros establecidos. Es decir, la educación es una relación básicamente
entre iguales, que tiene sin embargo elementos de autoridad, de desigualdad, que
garantizan que la finalidad de la relación se cumpla.

Tenemos la suerte que Carl Rogers (Rogers, EL PROCESO DE CONVERTIRSE EN PERSONA,


2011) durante 30 años estuvo carteándose con Martín Buber porque quería que su
relación terapeútica, que comenzó siendo terapeuta-paciente, y que por tanto estaba
establecida sobre una desigualdad esencial, fuera realmente una relación entre iguales
y por tanto que desapareciera la autoridad en su seno, aún manteniendo su finalidad, la
salud personal y psíquica de la persona.

Para realizar ese trabajo de establecer una relación terapéutica entre iguales, Rogers
primero se dio cuenta que no podría utilizar el diagnóstico, es decir no podía partir de
un etiquetado de la otra persona, porque ese etiquetado iba directamente a establecer
una diferencia que desequilibra la relación. De ese modo se separaba de la psicología
científica, que siguiendo la huella de la medicina, trabajaba partiendo de un diagnóstico.

Segundo trabajo, debía eliminar la idea de relación terapeuta-paciente, porque eso


directamente establece una relación desigual. En su primer paso, Rogers denominó a su
sistema, Terapia centrada en el cliente, pero esa definición seguía introduciendo
elementos de desigualdad, ya que la persona es vista en un solo aspecto: la de ser un
cliente. Por ello, Rogers cambió la denominación a Terapia centrada en la persona. Su
núcleo es precisamente el diálogo de dos personas, que como tal diálogo se establece
entre iguales.

Rogers se dedicó a eliminar todas las situaciones en que la relación es de autoridad, por
ejemplo, al inicio de la terapia la persona ve al terapeuta como un profesional al que ha
acudido para resolver un problema y por ello está dispuesto a obedecer cualquier
consejo, solamente porque se lo da un profesional. Para evitar este funcionamiento
basado en la autoridad y por tanto desigual, Rogers no daba consejo alguno hasta estar
seguro de que podía ser rechazado por la persona, es decir hasta que una efectiva y real
igualdad se ha establecido en la relación.

Dos conclusiones de Rogers y un corolario


Además Rogers llega a dos conclusiones. La primera es que lo que sana es la relación,
esta relación entre iguales que lo que hace es empoderar al antiguo paciente y le
permite ser persona. Es decir la técnica concreta que utilice, la escuela del terapueta, no
importa tanto como la relación que establece, en la medida que efectivamente
establezca una relación entre iguales.

La segunda es que ese tipo de relación es “exportable” a otros campos, singularmente a


la educación, trasposición que el mismo Rogers realiza (Gadotti, 1998). Por tanto
podemos decir que en la educación se aprende en una relación entre iguales, y que no
importa el modo en que establezcamos esa igualdad, lo importante es que
efectivamente exista, porque es lo que posibilita precisamente que el alumno se
desarrolle como persona y también explica porque hay tantos buenos profesores con
metodologías muy diferentes, pero que todos consiguen que sus alumnos aprendan.

Saco también un corolario, pero no menos importante, quien debe establecer esas
condiciones de la relación, como es obvio, es quien parte de la posición de autoridad,
en nuestro caso el profesor. Es el docente el responsable de la relación y de la igualdad
necesaria entre ambos sujetos para que se produzca el aprendizaje. El docente es el
responsable de la finalización de la relación, de mantenerla enfocada en su objetivo
fundamental, y de la relación en sí misma. Y para establecer una buena relación debe
buscar solventar la mayor parte de las situaciones en que hay desigualdad. Por ejemplo,
no etiquetar, porque eso establece una superioridad del docente sobre el alumno.
Tampoco debe decirle al alumno lo que tiene que hacer o pensar, sino generar las
situaciones para que él mismo lo descubra. Esto implica que sus conclusiones no siempre
van a coincidir con las del docente.

Las condiciones necesarias y suficientes para una relación entre


iguales.
En un famoso artículo del año 1958 (Rogers, ‘The necessary and sufficient conditions of
therapeutic personality change’, 1957), Rogers establece las condiciones necesarias y
suficientes para esa relación que trata como persona. Rogers cree que en la medida en
estas condiciones están presentes, las personas y organizaciones comienzan a moverse
hacia su desarrollo de forma natural.

De 6, indica 3 condiciones clave son: aceptación positiva incondicional, empatía y


autenticidad. Estas condiciones y prácticas se han verificado experimentalmente, no
sólo en situaciones de asesoramiento, sino también en las relaciones familiares, la
educación, las instituciones sociales y la política. Constituyen por tanto bases de la
comunicación humana personal.

1. Consideración positiva incondicional o valoración positiva de la persona y sus


capacidades

Se trata de aceptar y valorar al individuo por su propio valor intrínseco como persona
única. No se trata de sencillamente pasar por encima de los fallos, sino que es una
relación profunda con la persona, independientemente de sus defectos.

2. La empatía, o la capacidad de "caminar en los zapatos" de otra persona.

Es importante escuchar y percibir lo más posible lo que le sucede a la otra persona tal
como lo está viviendo, de acuerdo con su experiencia particular. También puede es
importante expresar esta comprensión, a la medida de nuestras posibilidades, a la otra
persona.

En concreto, se trata de la humana capacidad de percibir la emoción o sentimiento que


experimenta el otro, permaneciendo consciente de que se trata de un sentimiento de
otro. También incluye la aceptación por parte del otro de que efectivamente está
sintiendo esa emoción o sentimiento concreto. Si alguien no quiere aceptar, por ejemplo
que está enfadado, la empatía no permite decir que si lo está. Hay que hacer hincapié
en que el docente sólo puede trabajar con aquello que el alumno reconoce

3. La autenticidad o "congruencia"

El profesor también camina con el alumno, no es un observador fuera del paisaje, está
en él y por ello debe estar comprometido y caminar al lado del alumno, no sólo dar
consejos. Debe ser honesto y genuino en cada momento con el alumno o alumnos con
los trata.

Seguramente cada una de estas condiciones precisa de un desarrollo y eso es lo que


haremos en artículos posteriores.

Referencias
Buber, M. (1998). Yo y Tu. Madrid: Editorial Caparrós.

Gadotti, M. (1998). Historia de las Ideas Pedagógicas. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI
Editores. pp. 186, 193 y 194.

Kant, I. (1999). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Barcelona: Ariel


(Traducción José Mardomingo), 429.

Luis Guillermo Jaramillo Echeverri, J. C. (2010). Rostro y Alteridad: de la presencia


plástica a la desnudez ética. Revista latinoamericana de las ciencias sociales de
la niñez y la juventud, 8 (1), 175-188.

Rogers, C. (1957). ‘The necessary and sufficient conditions of therapeutic personality


change’. Journal of Consulting Psychology, 21 (2), 95-103.

Rogers, C. (2011). EL PROCESO DE CONVERTIRSE EN PERSONA. ISBN: 9788449326318:


Paidós Iberica.

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