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Antonio Esquivias
Durante este mes de julio debido a su interés y centralidad en la Educación Emocional
voy a sacar en 4 entradas blog un largo artículo publicado en la REVISTA EDU-K en mayo
2016.
Actuar como guía-coach implica para el docente una atención a la relación. El nuevo
docente está pendiente del sujeto, el alumno, y menos del conocimiento, la función
tradicional.
Aprendizaje y relación
Pero no es solo eso, hay un hecho radical que sitúa en el centro la relación docente-
alumno, y es el hecho de que el aprendizaje se produce en relación. Igual que el lenguaje
se produce en relación y no existen lenguajes individuales, sino siempre para un grupo,
el aprendizaje también se produce en relación.
Entonces buscamos identificar esa relación que hace que se produzca el aprendizaje en
una persona. ¿Hay alguna señal que la identifique? ¿Qué características, elementos o
condiciones debería tener?
Relación y emoción
La respuesta no puede ser más que emocional. Diciéndolo de un modo sencillo, según
Emmanuel Levinas la emoción “es el a priori de todo conocimiento” (Luis Guillermo
Jaramillo Echeverri, 2010). La emoción pone el marco a nuestro conocimiento que se
produce siempre teñido de emoción, de tal modo que hay marcos emocionales en los
que se aprende y marcos en los que no se aprende. Nuestro conocimiento se hace en
un contexto agradable y vinculativo con la experiencia o se produce en un contexto
desagradable y de rechazo de la experiencia. Y este marco emocional depende
precisamente de las relaciones donde se produce ese nuevo conocimiento, ese
encuentro con la novedad, donde se despierta la sorpresa que termina en apertura y no
en susto.
Por tanto, el tono emocional dentro del que es posible que se produzca el aprendizaje,
la apertura a la novedad, es un marco emocional agradable y vinculativo. Ese “ambiente
emocionalmente positivo” es lo que permite a la sorpresa abrirnos de modo positivo y
generar admiración, curiosidad o interés.
Es un tipo particular de esa relación de confianza. Esa que se establece con una figura
de confianza, dirigida a una finalidad concreta: adquirir elementos claves para la vida
personal. Esta finalidad particulariza la relación, que no se dirige a todos los aspectos de
la persona, como por ejemplo la manutención, el techo, etc., que son parte integrante
de la relación de confianza madre-hijo, que es una relación integral: lo abarca todo, sino
solo a su inserción en la cultura y en la sociedad común y particular en la que vive.
Educación y cultura
La relación docente-alumno se refiere a los aspectos del hacer, de adquirir los aspectos
culturales acumulados en la historia de las comunidades humanas que son necesarios
para encontrar actividades que permitan integrarse en la sociedad y salir adelante en la
vida. Dicho en breve, introducir en la cultura en la que vive todo ser humano. Dentro de
la cultura se encuentra la base para el trabajo, para la actividad que proporciona el
sustento económico de la persona, pero no solo. La Educación proporciona los
elementos básicos de la cultura que posibilitan la entrada en el mundo social de cada
persona. La educación es necesaria a todo ser humano, porque la cultura, como el
idioma, es particular, ya que se produce en el seno de la relación humana y hay que
conocerla en concreto.
Educación y persona
Hay un aspecto en que esa relación de aprendizaje que mira a la integridad de la
persona. Esta finalizada a un aspecto, la socialización, pero dentro de un marco: la
persona. Y todavía le podríamos poner una concreción más: está finalizada al hacer, a la
actividad del ser humano, que esa es su participación en la sociedad.
Para profundizar en esto nos sirve el análisis de Martín Buber (Buber, 1998). Para Buber,
la relación docente-alumno para ser generadora de aprendizaje debe ser una relación
Yo-Tu y no sencillamente una relación Yo-Ello. La relación Yo-Tu tiene en cuenta,
descubre, la persona. Y la persona es siempre un fin en sí misma. Es más, es el ser que
se pone a sí mismo los fines. Es por tanto un ser que decide por sí mismo. Es la relación
que se establece con sujetos.
Desde este punto de vista es interesante recalcar que hay que dotar al alumno de
autonomía, lo cual implica la confianza en que tiene los recursos necesarios para ser
responsable de su aprendizaje.
Destaca ahora que el alumno también pone fines a su relación de aprendizaje y si esos
fines no se respetan dentro de un diálogo real entre iguales, la relación misma de
aprendizaje desaparece.
Esto significa que el alumno en la educación es persona y para que aprenda, es necesario
que esa condición de persona sea respetada a lo largo del proceso de enseñanza-
aprendizaje, lo que implica directamente que le alumno debe tener la capacidad
respetada en todo momento de poner límites y establecer fines a su propio aprendizaje.
El alumno es persona
¿Por qué es necesario que el alumno sea persona? Precisamente porque el aprendizaje
consiste en la incorporación de nuevos elementos al propio mapa mental, a la propia
visión del mundo. Y solo la persona puede cambiar el propio mapa mental, ese cambio
no puede realizarse desde fuera por otro sujeto. El cambio pasa por la aceptación de la
novedad descubierta por la sorpresa, curiosidad e interés, y eso también es una acción
estrictamente personal que no puede ser realizada por otros, tampoco por el profesor.
Esto nos lleva a concluir que el alumno necesita ser persona para aprender, ya que el
acto de aprender es un acto libre, y eso solo es respetado en una relación entre iguales
en ese momento crucial de la aceptación personal de la novedad.
Para realizar ese trabajo de establecer una relación terapéutica entre iguales, Rogers
primero se dio cuenta que no podría utilizar el diagnóstico, es decir no podía partir de
un etiquetado de la otra persona, porque ese etiquetado iba directamente a establecer
una diferencia que desequilibra la relación. De ese modo se separaba de la psicología
científica, que siguiendo la huella de la medicina, trabajaba partiendo de un diagnóstico.
Rogers se dedicó a eliminar todas las situaciones en que la relación es de autoridad, por
ejemplo, al inicio de la terapia la persona ve al terapeuta como un profesional al que ha
acudido para resolver un problema y por ello está dispuesto a obedecer cualquier
consejo, solamente porque se lo da un profesional. Para evitar este funcionamiento
basado en la autoridad y por tanto desigual, Rogers no daba consejo alguno hasta estar
seguro de que podía ser rechazado por la persona, es decir hasta que una efectiva y real
igualdad se ha establecido en la relación.
Saco también un corolario, pero no menos importante, quien debe establecer esas
condiciones de la relación, como es obvio, es quien parte de la posición de autoridad,
en nuestro caso el profesor. Es el docente el responsable de la relación y de la igualdad
necesaria entre ambos sujetos para que se produzca el aprendizaje. El docente es el
responsable de la finalización de la relación, de mantenerla enfocada en su objetivo
fundamental, y de la relación en sí misma. Y para establecer una buena relación debe
buscar solventar la mayor parte de las situaciones en que hay desigualdad. Por ejemplo,
no etiquetar, porque eso establece una superioridad del docente sobre el alumno.
Tampoco debe decirle al alumno lo que tiene que hacer o pensar, sino generar las
situaciones para que él mismo lo descubra. Esto implica que sus conclusiones no siempre
van a coincidir con las del docente.
Se trata de aceptar y valorar al individuo por su propio valor intrínseco como persona
única. No se trata de sencillamente pasar por encima de los fallos, sino que es una
relación profunda con la persona, independientemente de sus defectos.
Es importante escuchar y percibir lo más posible lo que le sucede a la otra persona tal
como lo está viviendo, de acuerdo con su experiencia particular. También puede es
importante expresar esta comprensión, a la medida de nuestras posibilidades, a la otra
persona.
3. La autenticidad o "congruencia"
El profesor también camina con el alumno, no es un observador fuera del paisaje, está
en él y por ello debe estar comprometido y caminar al lado del alumno, no sólo dar
consejos. Debe ser honesto y genuino en cada momento con el alumno o alumnos con
los trata.
Referencias
Buber, M. (1998). Yo y Tu. Madrid: Editorial Caparrós.
Gadotti, M. (1998). Historia de las Ideas Pedagógicas. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI
Editores. pp. 186, 193 y 194.