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En esta ocasión podemos pensar nuestra tarea docente en virtud del aprendizaje que
esperamos tenga lugar en los alumnos. Pero para abordar el aprendizaje, en tanto
problemática de campo, necesitamos recurrir a otras categorías que lo hacen posible. Es así
que nuestro esfuerzo denuncia que dicho cometido resulta imposible si no nos ocupamos de la
articulación del aprendizaje con la subjetividad.
Cabe preguntarse: ¿Es posible imaginar que una persona sea capaz de aprender por sí misma
sin recurrir para ello a una alteridad?
Es de este modo como “aprende” con el otro, a partir de que ambos están faltados, barrados
por una legalidad impuesta por el lenguaje quien determina lugares diferentes a ser habitados.
Es así como puede ser posible un encuentro, un entredós, una construcción social, amorosa,
matriz de futuras relaciones metafóricas. Para ello, es oportuno un tercer elemento que haga
las veces de mediador, que triangule el vínculo, que una pero de manera medida, regulada.
Este vector legisla en la cadena discursiva.
Silvia Bleichmar se pregunta: ¿Es el pensamiento algo que se construye o nacemos con
representaciones? Podríamos sostener que tanto el inconsciente como el pensamiento se
originan en el transcurso de la constitución subjetiva. Nuestra relación con los objetos se
inaugura a partir de la mirada de un otro que resulta significativo para nosotros. La
intervención de este otro lo coloca en nuestro campo visual, lo vuelve objeto que capta
nuestra atención. A partir de allí, se vuelve objeto de deseo, nos hace falta. De este modo es
como se inicia un itinerario a partir del primer registro mnémico que se a-prehende, quedando
prendado al significante que lo constituye.
Ya desde los primeros momentos, el otro le imprime sus significantes al intervenirlo cual
artista con su obra, interpretándole su “necesidad”, cubriéndolo con su falta, le dice y le señala
qué le hace falta e inaugura de este modo su trayectoria humanizante.
Sin esta intervención resulta imposible lograr centrarme, esto es, ocupar un lugar, conquistarlo
como propio para luego atisbar la posibilidad de des-centrarme y crear.
Diríamos en psicoanálisis que el sujeto se constituye en el campo del Otro. Por ello destacamos
el lugar primordial del otro en el aprendizaje. Este propósito pedagógico solo tiene lugar en las
imbricadas coordenadas que se tejen entre el sujeto y el otro. Imposible propósito sin el uno y
el otro. No hay aprendizaje sin el vínculo, sin la relación. De este modo, para pensar las
dificultades de aprendizaje resulta insuficiente abocarse a resultantes de la medición en
términos cognitivos. Si así procediéramos, sesgaríamos el análisis reduciendo la complejidad a
la que obedece tal “dificultad”.
Resultaría ocurrente escucharla y atender al contexto del cual emerge como tal. Claro que
destinarnos con tales miramientos abriga la pre-tensión de habilitar un vínculo posible, tal vez
otro, diferente, puesto que el malestar se traduce en “problemas de aprendizaje”, se
sintomatiza y habla ese lenguaje.
Por ello, se hace necesario que nuestra práctica docente permita la creatividad en la cual el
lazo social demande y done lugares posibles, lugares que despierten la pulsión epistemofílica.
Esta pulsión de saber se inaugura desde tiempos lógicos y pretéritos en cada sujeto, en torno a
la sexualidad, con-tornea la cuestión y le extiende la mano al signo de interrogación que
orienta todo escrutinio bordeando este real.
Es por la mediación cultural que otras preguntas emergen en virtud de una operatoria
metafórica. El aprendizaje escolar se hace eco de las sobredeterminaciones inconscientes que
tienen lugar y que muchas veces obstaculizan cumplir con la propuesta educativa.
El sujeto adopta la actividad como una modalidad de resolverse en torno a la falta, al deseo del
otro que lo moviliza. Sin un otro movilizante, se estanca la posibilidad de la invención. Sin un
otro que desee, faltado, barrado, el sujeto se representa en tanto objeto del otro, no se
destina a hacer algo con la falta puesto que no le hace falta domeñar un agujero.
Si el otro posibilita que el sujeto se constituya, podríamos destacar el lugar que hereda el
docente como habilitante de las novedosas relaciones que establezca el sujeto con el saber. Y
esta operatoria se establece al suponer que el otro aloja un saber. Es menester del docente
mediar la relación, triangular el vínculo del alumno con el conocimiento. Bajo este
presupuesto, y sin que el pedagogo se percate, sus posibilidades denuncian la relación
(inconsciente) en la que se ejerce al sostener su tarea. Queda al descubierto su propia relación
con el saber que transmite. Ser docente es sostener el deseo de que el otro, al cual destina su
trabajo, aprenda. El lugar del docente es de radical importancia como también lo es que
experimente satisfacción con su identidad laboral.
El aprendizaje solo es posible bajo transferencia. Sin el idilio amoroso, sin el vínculo, no hay
lugar posible para alojar a un otro. La relación con el docente permite u obstaculiza el
aprendizaje. El maestro que mira, el maestro que escucha, el que atiende la particularidad de
su alumno, sostiene la subjetividad, tarea primordial para que luego advengan las
adquisiciones pedagógicas. De este modo, ante un problema de aprendizaje es oportuno
analizar la relación que tiene lugar entre el uno y el otro. Por lo cual, la pericia atiende en este
plano y abandona todo reduccionismo cognitivo. Esto no equivale a desconocer algunos
condicionamientos neurológicos y decir que todo se debe a obstáculos transferenciales. Pero
resulta un tanto divergente decir, de buenas a primeras, que un alumno tiene problemas de
aprendizaje. Incluso ante estas situaciones, la transferencia posibilita mucho más y es capaz de
motorizar el deseo de un sujeto que responde a un llamado, a una solicitud desde el otro.
Por último, podríamos decir que el contexto escolar configura la posibilidad de interpelar a los
sujetos, que siguiendo a Néstor Bráunstein diríamos que son sujetos ideológicos, producidos
desde un otro social. En tanto sujetos ideológicos, tanto docente como alumnos, son llamados
a reflexionar sobre el lugar ante el cual la ideología los interpela. Este recurso re-crea lugares
posibles, tal vez diferentes diría, para configurar una posición legislada, mediada, medida,
deseante. Para habilitar el lugar de aquello que puede acontecer como posible, diríamos en
nuestra realidad pedagógica.
Bibliografía
Levin, Esteban: La experiencia de ser niño. Plasticidad simbólica, Nueva Visión, 2010.
Braunstein, Néstor: Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis, Siglo XXI, México, 1990.
Freud, Sigmund: Tres ensayos para una teoría sexual, Obras completas, Biblioteca Nueva,
1973.