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La cultura y los valores morales

La cultura, como la define Ralph Linton, es la conducta aprendida, y los


resultados de la conducta que son transmitidos de generación en
generación a través de las obras materiales, espirituales e intelectuales.

El impacto de la cultura en el aprendizaje es determinante y está


directamente relacionado con los valores y la formación de la personalidad.
En otras palabras, de la cultura que asimilemos desde niños, en esa medida
será el comportamiento del individuo en la vida adulta.

Los valores morales, hábitos y actitudes están determinados por el tipo de


cultura que prevalezca en el medio social.

La sociedad se fortalece cuando los patrones de conducta son positivos y


altruistas, donde los conceptos de responsabilidad, honestidad y civismo se
ponen en práctica. De la misma manera, cuando dichos patrones no son
adoptados, la sociedad tiende a destruirse.

Erich Fromm en sus análisis sobre los problemas morales nos dice: la
indiferencia del individuo consigo mismo es una de las causas del
problema, aunado al hecho de que hemos perdido el sentido del significado
de las cosas. Hemos hecho de nosotros mismos un instrumento de
propósitos ajenos, una serie de seres autómatas, que nos tratamos y nos
experimentamos como simples objetos mercantilistas.

La crisis de valores se debe a que hemos perdido el sentimiento de la


identificación con nuestros semejantes, con la familia, con los amigos y con
la autoridad. Nos hemos convertido en un producto más que se vende al
mejor postor. Por unos dólares más, traicionamos nuestros principios, al
amigo, al copartidario, un ideal, una nación.

No tenemos fe ni esperanza en nosotros mismos, en los demás, en aquello


que nuestro pensamiento puede crear: un objetivo, una visión, una misión
en la vida.

Dostoievski decía: Si Dios está muerto todo está permitido, lo que quiere
decir es que la mayoría de las personas difieren solamente en que algunas
llegan a la conclusión de que Dios y la Iglesia deben subsistir al fin de
mantener el orden moral, de lo contrario, todo sería anarquía e
incertidumbre.

Ante las crisis hay que empinarse, porque por encima de cualquier oscuro
interés está Panamá, está la lealtad a la patria. El país necesita de los
buenos ciudadanos, de lo mejor de su gente, no de los que incitan a la
desinformación y a las malas intenciones, como hemos observado en
ciertos grupos y políticos huérfanos de poder. Ahora ellos se creen los
impolutos e inmaculados. Desconocen que por encima de la ambición del
poder están los principios y los valores más nobles del ser humano. Esta
gente desconoce que más vale la flexibilidad del sistema democrático, que
la rigidez de los regímenes totalitarios. Aunque digan lo contrario, ellos
prefieren vivir en los tiempos de la dictadura en que la cultura del “juega
vivo” estaba a la orden del día. No comprenden que en el sistema
democrático a más de criticar hay que producir. Ellos son víctimas
inexorables del pecado original del que nos habla el Viejo Testamento. De
tal manera que el peso del castigo divino aún cabalga como los jinetes del
Apocalipsis sobre el lomo de sus conciencias, haciendo más difícil la paz en
el país y la convivencia humana.

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