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Erich Fromm en sus análisis sobre los problemas morales nos dice: la
indiferencia del individuo consigo mismo es una de las causas del
problema, aunado al hecho de que hemos perdido el sentido del significado
de las cosas. Hemos hecho de nosotros mismos un instrumento de
propósitos ajenos, una serie de seres autómatas, que nos tratamos y nos
experimentamos como simples objetos mercantilistas.
Dostoievski decía: Si Dios está muerto todo está permitido, lo que quiere
decir es que la mayoría de las personas difieren solamente en que algunas
llegan a la conclusión de que Dios y la Iglesia deben subsistir al fin de
mantener el orden moral, de lo contrario, todo sería anarquía e
incertidumbre.
Ante las crisis hay que empinarse, porque por encima de cualquier oscuro
interés está Panamá, está la lealtad a la patria. El país necesita de los
buenos ciudadanos, de lo mejor de su gente, no de los que incitan a la
desinformación y a las malas intenciones, como hemos observado en
ciertos grupos y políticos huérfanos de poder. Ahora ellos se creen los
impolutos e inmaculados. Desconocen que por encima de la ambición del
poder están los principios y los valores más nobles del ser humano. Esta
gente desconoce que más vale la flexibilidad del sistema democrático, que
la rigidez de los regímenes totalitarios. Aunque digan lo contrario, ellos
prefieren vivir en los tiempos de la dictadura en que la cultura del “juega
vivo” estaba a la orden del día. No comprenden que en el sistema
democrático a más de criticar hay que producir. Ellos son víctimas
inexorables del pecado original del que nos habla el Viejo Testamento. De
tal manera que el peso del castigo divino aún cabalga como los jinetes del
Apocalipsis sobre el lomo de sus conciencias, haciendo más difícil la paz en
el país y la convivencia humana.