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LAS VIRTUDES CIVILES Y VALORES

MORALES PARA LA ARMONIA SOCIAL


• LISTA DE VIRTUDES CIVILES:
1- Austeridad
2- Veracidad
3- Lealtad
4-Tolerancia
5-Espíritud de Trabajo
6-Perseverancia
7- Fraternidad
8-Patriotismo
9-Abnegación
La historia nos enseña que los grandes imperios se derrumbaron, más que por la acción de
sus enemigos externos, por la corrupción de sus propios ciudadanos.
La grandeza y permanencia de un pueblo reside más en el espíritu y virtud de sus
miembros, que en su organización, sus instituciones jurídicas o sus riquezas económicas.
Ningún régimen político puede realizar el bien común si sus miembros han perdido el
sentido de la virtud, de la lealtad, del espíritu de solidaridad y de trabajo.
Mucho menos la democracia que tiene por base la participación libre, responsable, activa
y consciente de todos los ciudadanos en la vida comunitaria.
Ver: Concepto de Republica, La Diferencia con Democracia

VIRTUDES PUBLICAS Y PRIVADAS


En la democracia, como sistema de vida y como forma política, es la
persona humana fundamento, sujeto y fin de la vida social.
Dignidad y libertad de la persona son sus valores cardinales.

Aspira a una convivencia que ayude a todos a desarrollar sus


personas.No puede existir democracia donde los hombres han perdido el
sentido de responsabilidad y el afán de la propia superación.

La democracia reclama virtud.
El hombre tiene una dimensión individual y otra social. Es uno mismo el
sujeto de la vida pública y privada. Las virtudes públicas y las privadas
están íntimamente ligadas.
La democracia se da donde hay un pueblo mental y moralmente
maduro.

Requiere hombres que obren por criterios propios, ejerciendo su libertad


con responsabilidad, urgidos más por su propia conciencia y sentido del
deber, que por las obligaciones que crean las leyes o el temor al castigo.

►LA NATURALEZA HUMANA


Para mejor entender la importancia que para un régimen tiene la virtud
de sus miembros comenzaremos por dar una noción realista de lo que
es el hombre y su naturaleza.

La sociedad es para el hombre, para ayudarlo a vivir y realizar su


destino. Para saber lo que debe ser y hacer la sociedad es menester
saber lo que es el hombre.

Los sistemas liberales y totalitarios se equivocan y producen desastrosas


consecuencias sociales porque parten de un concepto erróneo de la
naturaleza humana.

Si observamos nuestra propia experiencia, las conductas ajenas y lo que


nos enseña la historia, la psicología, la filosofía y la teología,
encontramos que en todo hombre, también en cada uno de nosotros,
existen:

1. Tendencias hacia el mal;


2. tendencias hacia el bien;
3. exigencia de nuestra conciencia de que en las conductas y actitudes el bien prevalezca
sobre el mal.
Todos experimentamos tendencias hacia el mal. Nuestro egoísmo es
expresión evidente de esta inclinación. Buscamos nuestros propios
intereses, gustos y comodidades.
Hacemos a los otros hombres instrumentos de nuestras propias
ambiciones. Nuestros instintos no se sujetan espontáneamente a la
razón y a la justicia.

Simultáneamente todos experimentamos tendencias hacia el bien. No


podemos ver sufrir al prójimo sin sentirnos conmovidos y manifestar
nuestra solidaridad.

La injusticia nos indigna. Una obligación interna nos urge a cumplir


nuestros deberes, a ser generosos y leales con los demás, a
sacrificarnos por ayudarlos, a superar nuestros egoísmos y pasiones.

Y sentimos también la urgencia de que en nuestra conducta y en


nuestros actos el bien prevalezca sobre el mal.

Cuando en nuestra conducta ha prevalecido el egoísmo todos


experimentamos que nuestra dignidad y valer personal han disminuido.
Por lo contrario, si ha prevalecido la solidaridad con los otros,
experimentamos que nuestro valer ha crecido.

En cada hombre se da la coexistencia del bien y del mal. No existe hombre


absolutamente bueno, ni absolutamente malo.
No hay hombre, héroe, ni santo, que pueda controlar totalmente su
egoísmo y en cuya conducta no se encuentren deficiencias.

Tampoco hay hombre tan absolutamente malo que haya perdido


totalmente el sentimiento del bien y de la solidaridad.

Esta es la realidad del hombre. El porqué de la existencia del mal es un


misterio que permanece inexplicado.
Para el cristianismo es consecuencia del pecado original.La explicación
cristiana es una explicación de fe. Como tal está en un orden supra-
racional.
De todos modos el hecho existe: en el hombre se da una tensión entre
el bien y el mal.

Y el problema de todo hombre es hacer que en su vida y en su conducta


las tendencias hacia el bien, la responsabilidad y la solidaridad controlen
y superen a su propio egoísmo.

Y el objeto de la sociedad, además de la satisfacción de las necesidades vitales, es lograr


un ordenamiento de la convivencia tal que favorezca en los hombres el desarrollo de sus
buenas tendencias y les ayude a dominar sus propios egoísmos.

► VIRTUD Y DEMOCRACIA
La sociedad, a través de sus instituciones, sus leyes, sus actividades y
su gobierno, no puede limitarse a impedir que el mal uso de la libertad
por parte de algunos de sus miembros dañe la libertad e intereses de los
otros.

Debe proporcionar a todos los medios de subvenir a sus necesidades y


desarrollar en ellos el sentido de responsabilidad y solidaridad.

Toda concepción política que no parte de un concepto objetivo de lo que


es la naturaleza humana falla en su propia base y es incapaz de montar
un sistema de convivencia ordenado y fecundo.

El liberalismo individualista olvida la existencia de malas tendencias en


el hombre y cree que el orden social surgirá espontáneo por el
desarrollo de la sola libertad.

Consecuentemente disminuye las funciones de la autoridad.


En la práctica conduce a injusticias sociales y opresión de los débiles.

Los sistemas totalitarios, a la inversa, parecen olvidar las tendencias


hacia el bien que existen en el hombre y su capacidad de usar
responsablemente de la libertad.

Procuran crear el orden mediante la fuerza.

Disminuyen el ámbito de la libertad y acrecientan el del poder.

La concepción democrático-personalista reconoce al hombre como es:

1. Porque lo sabe capaz de bondad y responsabilidad crea el más amplio


campo posible para el ejercicio de su iniciativa y responsabilidad en
todos los órdenes;
2. porque sabe que en el hombre existen malas tendencias y egoísmos,
estatuye un sistema de autoridad y de leyes que ayuden al hombre a
reprimir sus pasiones y sanciona a los que atentan contra los derechos
de los demás.
Es clásica la fórmula de la democracia personalista: tanta libertad como
sea posible; tanta autoridad como sea necesaria.

La libertad es el supuesto del sistema democrático. Y la virtud, la


capacidad de continua superación propia, es el requisito de la libertad
auténtica.

La participación activa requiere responsabilidad. La libertad sin


responsabilidad es licencia y conduce al caos.
Más que otros sistemas la democracia necesita crear espíritu de
responsabilidad. Necesita que en sus miembros estén arraigadas las
virtudes públicas y privadas.
Es propio del hombre libre, decía Aristóteles, «ser ley para sí mismo»;
obrar por sentido del honor y no por coacción externa.

Es propio del esclavo obrar por temor. La virtud es la actitud propia del
hombre libre.

El significado esencial de virtud lo precisa su etimología. «Virtus» en latín


significa valor, fuerza, ánimo, fortaleza, valentía.
Suele definirse la virtud como la conducta reiterada o hábito de obrar
siempre el bien y evitar el mal. La expresión es exacta y significa la
fortaleza que requiere una conducta fiel a esta norma.

La democracia no puede subsistir si en los ciudadanos, gobernantes y


gobernados, no se da una alta estima de la libertad, un constante afán
de superación y de preocupación por los intereses y problemas
comunes.

La democracia no dura donde no hay virtud. Otros regímenes pueden


subsistir por la responsabilidad y patriotismo de una minoría.

La democracia requiere virtud y responsabilidad en todo el pueblo. Un


pueblo sin virtud se convierte en masa y es presa de los demagogos o
de los tiranos.

TEMAS A CONTINUACION: Virtudes públicas y privadas. Austeridad, veracidad, lealtad,


tolerancia, espíritu de trabajo, perseverancia, fraternidad, patriotismo, abnegación, etc.
• Las fuerzas morales. – Su valor prevalente. • El materialismo.
• Los vicios • individuales y sus efectos sociales. • Formas de mentira, de deslealtad, de
intolerancia, de egoísmo, etc. – Carencia de patriotismo.
GANDHI: VIRTUDES CIVICAS NECESARIAS PARA 
LA DEMOCRACIA

► I. – VIRTUDES PÚBLICAS Y PRIVADAS

A. – LAS VIRTUDES

Virtud es la disposición habitual del espíritu para obrar el bien.


Se dice «disposición habitual», porque la virtud supone estabilidad y
continuidad en el bien obrar. No es virtuoso aquel que ejecuta uno que
otro acto bueno.

«Un acto de virtud —dice Aristóteles— no constituye la virtud, del


mismo modo que una golondrina no hace verano. Tocando la cítara es
como uno se hace tocador de cítara; haciendo con frecuencia buenas
acciones es como se adquiere una disposición constante al bien. Á la
virtud le son indispensables el número, la continuidad, la repetición.»
*La virtud lleva en sí bondad. Pertenece a la esencia de la virtud el que
se refiera solamente al bien.

• COMO SE ADQUIERE LA VIRTUD

La virtud se adquiere por la repetición de actos moralmente buenos.

Para adquirir el hábito, los actos buenos deben repetirse con cierta
frecuencia.

Cada acto realizado, deja como una huella en el espíritu, cierta facilidad
para ejecutar el acto subsiguiente.

Aunque algunas personas nacen con mayor disposición que otras para
practicar determinadas virtudes, es regla general que las virtudes
morales se adquieren y se consolidan por el esfuerzo personal y la
repetición de actos moralmente buenos.

El hombre se perfecciona por el ejercicio de las virtudes; por eso las


virtudes son muy importantes en la vida del hombre y de la sociedad.

• IMPORTANCIA DE LA VIRTUD

La sociedad será tanto más perfecta y gozará de mayores bienes cuanto


más virtuosos sean los miembros que la integran.

Las virtudes son verdaderas fuerzas psíquicas, que inclinan


constantemente la voluntad a obrar bien.
Al hombre virtuoso le resulta más fácil, agradable, espontáneo y, a
veces, casi necesario realizar el bien. Esta facilidad no disminuye sus
méritos; antes bien, los aumenta, porque su bondad es voluntaria.

En la vida intelectual, no es perfecto aquel que anda fluctuando entre


incertidumbres y titubeos, sino el que actúa con seguridad por tener
bien asimilada y radicada la ciencia.

Así también en la vida moral no es perfecto aquel que lucha con las
dificultades de los principiantes —aunque haya realizado algunos actos
buenos—, sino aquel que ha logrado una disposición constante para
obrar el bien.

Se comprenderá, entonces, la importancia de adquirir desde niños la


costumbre de proceder rectamente, y de ir consolidándola.

►B. – INFLUENCIAS AMBIENTALES


El hombre es un ser sociable: nace en la sociedad familiar y posee la
tendencia a vivir en sociedad. Normalmente la vida del hombre, desde
su nacimiento hasta su muerte, transcurre en sociedad con sus
semejantes.

Los ambientes que ejercen mayor influencia en la adquisición de las


virtudes son: el hogar, la escuela, los colegios y universidades y la
sociedad civil.

• EL HOGAR

El primer ambiente para la formación de hábitos virtuosos, es el hogar.


La influencia del hogar es decisiva en la vida del niño: la formación o
deformación hogareña deja una señal indeleble en el alma del hombre.
La elevación moral del pueblo, requiere que sean morales los hogares.

Indudablemente la madre es la principal educadora de la humanidad.


Con verdad se ha dicho que los grandes hombres se han formado sobre
las rodillas de la madre.

También el padre, los hermanos y cuantos componen una familia,


ejercen ascendiente poderoso sobre la formación moral de los niños.

Es sobremanera importante preservar y defender de malignas


influencias a las familias.

Es terrible el resentimiento que acumulan los niños y jóvenes


abandonados, y los hijos de padres divorciados o, a menudo, de padres
tan solo separados. Estos problemas familiares repercuten
perniciosamente en los niños.

La juventud argentina debe reflexionar seriamente acerca de la grave


responsabilidad que asume cuando se dispone a formar una familia, y
sobre la necesidad que tiene de ir consolidando las virtudes que requiere
la gran misión de la paternidad y la maternidad.

•  LA ESCUELA

Después del hogar, corresponde a la escuela primaria una gran misión


moralizadora.

Para cumplir la delicada misión que se le confía, la escuela no puede


reducirse a transmitir conocimientos, sino que debe inculcar verdaderos
principios morales, orientadores de la vida.
La escuela es una extensión de la familia: no por nada se la llama
«segundo hogar».

La escuela debe, entonces, completar lo que falta a la acción familiar,


suplir las deficiencias, pero nunca neutralizar el influjo familiar si es
bueno y, mucho menos, torcer esa orientación, como hacen los
regímenes totalitarios.

De ahí la necesidad de que la familia tenga libertad para elegir el tipo de


educación que desea para sus hijos. Por eso, en una democracia, la
escuela, nacional, provincial o municipal; pública o privada, que es para
todos: ricos y pobres, argentinos y extranjeros, debe desenvolverse con
libertad.

El monopolio estatal, característico de los regímenes totalitarios, resulta


fatal para la cultura y el progreso del país. Alemania hitlerista, Italia
fascista y actualmente, por nombrar algunos, Cuba, Rusia y todos los
países sometidos por la dictadura roja comunista, son tristes ejemplos
del mal que produce el monopolio estatal.

La democracia no soporta que se tiranice a las inteligencias. El germen


de autonomía que lleva en su seno, exige una amplia libertad de
enseñanza.

Felizmente, la Argentina se ha renovado en este aspecto, y ha


comenzado a alinearse con las grandes democracias, que no pueden ser
tales sin el ejercicio sincero de esa libertad fundamental.

• COLEGIOS Y UNIVERSIDADES

Los institutos de enseñanza secundaria: colegios nacionales; liceos de


señoritas; escuelas de comercio, industriales y normales; liceos militares
y navales, etc., deben continuar y perfeccionar la acción formativa y
moralizadora.

Sería de desear que se estableciera la obligatoriedad de la enseñanza


media, al menos en su primer ciclo, para que todo el pueblo tuviera
acceso a la cultura y se pudiera consolidar la virtud de tantos niños,
víctimas de la perniciosa influencia de la calle.

La democracia exige necesariamente un pueblo culto. Toca a los


institutos superiores y a las universidades la delicada misión de formar
la clase dirigente: hombres y mujeres que orienten el pensamiento y los
sentimientos colectivos.

Es indispensable que todos aquellos que han recibido una cultura


superior, y una formación intelectual y moral más esmerada, sean como
los modelos en los cuales la gran masa de la población se refleje.

Por ser el Parlamento el centro de gravedad de una democracia


normalmente constituida, es imprescindible que sus componentes
tengan elevación moral, conocimiento de los problemas nacionales y
capacidad intelectual. Para todo pueblo organizado democráticamente,
estas condiciones son cuestión de prosperidad o decadencia, de salud o
perpetua enfermedad, de vida o muerte.

• OTRAS INFLUENCIAS

También corresponde al ambiente extrafamiliar y extraescolar una


misión educadora.

De poco valdría la acción de los factores de educación antes


mencionados, si la pertinaz acción de otras influencias fuese negativa, y
los destruyese o neutralizase.
Diarios, revistas, espectáculos, radio, cine, televisión, bibliotecas,
partidos políticos, centros de cultura…, todos los elementos formadores
del ambiente social deben contribuir a elevar la cultura popular, y a
procurar que florezcan y arraiguen las virtudes ciudadanas.

► C. – SEDE DE LAS VIRTUDES


Las virtudes radican en la facultad del hombre llamada voluntad.

Era opinión de Sócrates y Platón, antiguos filósofos, que la virtud residía


en la inteligencia, y que se obtenía la virtud por la ciencia. De modo que
la instrucción hacía al hombre bueno.

Según esa teoría, todo aquel que obra el mal, lo hace porque no lo
conoce como a verdadero mal: si lo conociera, no lo cometería.

De ahí que la educación deberá consistir en ilustrar la inteligencia del


hombre acerca de lo que es su bien. Y eso conocimiento, esa ciencia, lo
luirá bueno; es decir, le dará una inclinación estable para lo bueno. En
una palabra, lo hará virtuoso.

Es verdad que la iluminación de la mente acerca del verdadero bien y


del verdadero mal, y la representación al vivo del ideal, tienen suma
importancia, por su eficacia para mover al hombre hacia el bien; y por
consiguiente, deben ocupar un lugar de preeminencia en la educación.
Pero eso no es suficiente.

Se olvida que el hombre es libre, y por lo tanto, a pesar de conocer el


bien, puede elegir lo malo. ¡Cuántas veces conoce con toda claridad su
deber, y sin embargo, la fuerza de la pasión, el atractivo del placer, lo
arrastran a obrar el mal!
No falta el conocimiento de la inteligencia: falta la fuerza de la voluntad.

El no tener en cuenta ese importante aspecto, hace que mucha gente


sencilla se haga cruces cuando se entera de que alguna persona
inteligente, que ha realizado estudios y que hasta posee títulos
profesionales, ha cometido fechorías.

No llega a comprender cómo puede suceder eso.

Es que confunden ciencia con virtud; iluminación de la mente con


formación de la voluntad. Sin embargo, hace muchísimos años lo había
puesto en claro el poeta latino Ovidio, en aquellos famosos versos:

Veo lo mejor y lo apruebo,


y, sin embargo, hago lo peor…
Además, la experiencia personal de cada uno confirmará lo dicho.
¡Cuántas veces deberá reconocer haberse comportado como dice
Ovidio!.

¡Cuántas veces se falta al cumplimiento de las más elementales


obligaciones, a pesar de conocer claramente el propio deber, y hasta,
quizá, después de haberlo ponderado!…

► D. – LAS VIRTUDES Y LA DEMOCRACIA


La forma democrática de gobierno impone altas exigencias, que
interesan a la madurez moral de cada persona.

Porque en la democracia, la vida se desenvuelve en ambiente de gran


libertad; todos están llamados a ejercer las funciones públicas, y todos
tienen cierta participación en el gobierno, por lo menos, cuando eligen a
quienes deben regir la cosa pública.
Este ambiente de amplia libertad exige severo autocontrol.

La participación en las funciones públicas exige que se esté dispuesto a


promover el interés general y no el propio provecho particular.

Para proceder así se necesita poseer un no pequeño grado de virtud.


Cuando no hay virtud, el ejercicio del sufragio puede transformarse en
una compraventa de votos, y los dineros públicos, en un recurso para
comprar las conciencias.

Las virtudes que reclama la democracia, no son solo las virtudes


públicas, sino también las privadas.

Las virtudes privadas se reflejan en la vida pública. El hombre es uno:


tiene una sola conciencia; y la moral también es una.

La honestidad de su vida privada debe ser también su norma en la vida


pública.
Y viceversa, la rectitud de conducta que muestra en la vida pública,
debe observarla en la vida privada. Hay virtudes que son más propias de
la vida privada, mientras otras lo son más de la vida pública. Y hay otras
que son a la vez privadas y públicas; por ejemplo, la veracidad.

►E. PRINCIPALES VIRTUDES QUE INTERESAN A


LA DEMOCRACIA
Las principales virtudes ciudadanas que interesan a la democracia, son
las siguientes: austeridad, veracidad, lealtad, tolerancia, espíritu de trabajo,
perseverancia, fraternidad, abnegación y patriotismo.
Todas ellas derivan de las cuatro virtudes morales denominadas
cardinales, por ser como los cuatro quicios sobre los cuales gira toda la
vida moral: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
► VIRTUDES CARDINALES

• PRUDENCIA:

Prudencia es la virtud que lleva a juzgar, según conciencia, qué se debe


hacer o evitar en determinadas circunstancias.

La prudencia es la virtud moderadora de todas las otras: regula la


acción, y evita que se caiga en excesos perjudiciales.

El hombre juzga y discierne lo que, en cada caso particular, es más a


propósito para conseguir lo que se propone.

Para obrar con prudencia se requiere: deliberar con madurez, decidir


con sabiduría y ejecutar bien. De la prudencia deriva la tolerancia.

• JUSTICIA:

Justicia es la virtud que inclina a dar a cada uno lo suyo. La justicia pone
orden y produce la paz tanto en la vida individual como en la social.
«Porque, según A. Tanquerey, respeta los derechos de cada uno, hace
que reine la honradez en los negocios, contiene el fraude, defiende los
derechos de los pequeños y de los humildes, refrena las rapiñas y las
injusticias de los poderosos, y pone orden en la sociedad.

Sin ella vendría la anarquía, la lucha entre los intereses opuestos, la


opresión de los débiles por los fuertes, el triunfo del mar.

De la justicia derivan la veracidad, la lealtad, la fraternidad y el


patriotismo.»

• FORTALEZA:
Fortaleza es la virtud que lleva a un comportamiento racional frente al
peligro, para no dejarse arrastrar ni por el temor, ni por la audacia.

El que es moralmente fuerte, sabe resistir al temor, que pretende


apartarlo del cumplimiento del deber, y es también capaz de frenar los
impulsos de la audacia, que lo incita a arremeter contra el mal cuando
no es necesario.

De la fortaleza derivan el espíritu de trabajo (laboriosidad) y la


perseverancia.

• TEMPLANZA:

Templanza es la virtud que inclina a un comportamiento racional frente


al placer.

La templanza tiene por objeto moderar toda clase de placer sensible,


pero especialmente el que va unido con las dos principales funciones de
la vida orgánica: el comer y el beber, que conservan la vida del
individuo, y los actos que tienen por fin la conservación de la especie.

Como el placer es seductor y arrastra fácilmente más allá de los justos


límites, la templanza asegura el imperio de la razón sobre la pasión. De
la templanza derivan la austeridad y la abnegación.

•  LAS VIRTUDES EN PARTICULAR

A. – AUSTERIDAD

Sinónimos de austeridad son moderación, severidad y temperancia.


¿Que es la austeridad? La austeridad es aquella virtud por la cual el hombre
prescinde de lo superfluo, y es siempre moderado en el uso de las
cosas; más, todavía: es un tanto mesurado, aun en el uso de las cosas
necesarias.
La austeridad excluye el lujo, el boato, la ostentación y el despilfarro. El
hombre austero es sobrio en su persona y en su comportamiento.

No hace ostentación de trajes lujosos ni de alhajas; viste con sencillez.

No se excede en palabras, ni en gestos, ni en los manjares, ni en su tren


de vida.

Esto puede ser realizado con naturalidad y sencillez, sin faltar al decoro
de su persona ni a sus obligaciones sociales, y sin adoptar poses de
misántropo ni actitudes excéntricas.

El hombre austero está animado por un gran ideal de limpieza moral y


de elevación de espíritu.

La austeridad puede ejercitarse, no solo en la vida privada, sino también


en la vida pública. Interesa mucho a la democracia la austeridad en la
vida pública.
El funcionario austero cuida de los bienes de la nación mejor que si
fueran propios.

No se deja llevar por seducciones, halagos o ventajas que lo aparten del


cumplimiento de su deber.

Evita el despilfarro en los gastos públicos; no distrae dinero en


propaganda innecesaria, ni en ostentación y exhibicionismo inútiles…
«La administración pública del Estado debe necesariamente
desenvolverse con una prudencia y sobriedad tan grandes, que sirva de
ejemplo a todos los ciudadanos…»

San Martín y Belgrano constituyen dos grandes ejemplos de austeridad.

B. – VERACIDAD

La veracidad es la disposición habitual de las personas a decir la verdad.


Se opone a la mentira, a la falsedad y al engaño. Se puede ser veraz
aun cuando se digan errores, siempre que haya conformidad de lo que
se dice con lo que se piensa.
«La veracidad es uno de los deberes que el hombre tiene para con sus
semejantes.

Los hombres son seres inteligentes, y la inteligencia tiene derecho a la


verdad. «Propagar el error a sabiendas, es corromper la inteligencia
ajena, y rebajar la dignidad del que escucha.

«El hombre que no es veraz —o que no es digno de crédito, por su


hipocresía y simulación—, priva a los demás y se priva a sí mismo de
uno de los goces más intensos de la vida: la posesión de la ciencia y de
la verdad.

«Además, abusa de la palabra.

«El instrumento o vehículo natural del pensamiento es la palabra, que


ha sido dada al hombre para que pueda hacer partícipes a los demás de
su propia vida interior, y recibir en justa reciprocidad las ideas o
sentimientos de sus semejantes.»

Cuando los gobernantes .hablan al pueblo con veracidad se conquistan


su estima, su confianza y su adhesión. La democracia exige veracidad a
los gobernantes.

C. – LEALTAD

Lealtad es aquella virtud por la cual una persona se mantiene fiel en las
relaciones con los demás, y en el desempeño de su oficio o cargo.

Hombre leal es aquel que observa las leyes de la fidelidad,’ del honor y
de la hombría de bien.
Es leal consigo mismo aquel que obra de acuerdo con sus propias
convicciones. La lealtad lleva a no traicionar a los demás, a respetar la
palabra dada, y al cumplimiento de las obligaciones y compromisos, a la
fidelidad recíproca de los esposos.

En la vida social y pública se jura fidelidad a la bandera, a la


Constitución y a las instituciones republicanas. Los militares juran
lealtad a la bandera, a la autoridad, a las fuerzas armadas.

Los funcionarios juran desempeñar con fidelidad sus cargos. De modo


particular, los jueces, encargados de administrar justicia, juran hacerlo
con toda lealtad.

El Presidente y el Vicepresidente, al tomar posesión de sus cargos, juran


ante Dios y los Santos Evangelios «desempeñar con lealtad y
patriotismo el cargo», y «observar y hacer observar fielmente la
Constitución de la Nación Argentina».

D. – TOLERANCIA

Tolerancia, en sentido estricto, significa permisión de un mal para evitar


males peores.Tolerar es lo mismo que sobrellevar o soportar con
paciencia más o menos benévola, una cosa desagradable, dolorosa,
injusta, infamante, que por lo mismo se desaprueba y aborrece. Así, por
ejemplo, se toleran los agravios de un ebrio, para evitar un homicidio.

El concepto de tolerancia supone siempre la idea de un mal que se


soporta. Por eso se dice que se toleran en el prójimo el vicio, la
deshonra, la ignorancia y el error.

El bien se acepta, el mal se tolera. Tolerar lo bueno, tolerar la virtud,


son expresiones erróneas.
Tolerancia, en un sentido más amplio, indica el deber, tanto de la
autoridad pública como de los particulares, de respetar las conciencias y
el libre albedrío en tanto sus manifestaciones externas no choquen con
derechos ciertos y con normas esenciales de la vida civil.

Este respeto se funda en la dignidad de las conciencias, que no pueden


ser forzadas.

El deber de la tolerancia se extiende a las relaciones interpersonales:


también el que se halla en error, de buena o mala fe, debe ser
respetado en su persona, no porque el error o él mal puedan ostentar
derechos, sino por la dignidad de la conciencia y del libre albedrío del
hombre.

Esta tolerancia se manifiesta en el respeto de las opiniones ajenas, y en


la exclusión de todo procedimiento injurioso para defender las propias
ideas o combatir las ajenas.

Pero la tolerancia no es ilimitada: tiene su límite preciso; nunca debe


llegar a la convivencia con el error o el mal. Una cosa es tolerar y otra
aceptar y aprobar.

E. – ESPÍRITU DE TRABAJO

El espíritu de trabajo se llama laboriosidad. Es la virtud que inclina a


realizar con decisión y entusiasmo los trabajos que se emprenden.

El hombre está sujeto a la ley del trabajo. Unos la cumplen con gusto;
otros, a regañadientes, y otros huyen de todo trabajo.
Estos últimos son los perezosos, los poltrones, los haraganes, parásitos
de la sociedad, que viven a costa del esfuerzo ajeno. La democracia
necesita que los ciudadanos tengan mucho espíritu de trabajo.

Desde niño, cada uno debe adquirir esta virtud que se llama
laboriosidad. La laboriosidad se manifiesta en el estudiante por el amor
al estudio.

El estudiante que no se aplica, que no realiza esfuerzos para ahondar en


los estudios, no cumple con su deber.

Desgraciadamente, desde hace unos cuantos años ha habido en la


Argentina un notable retroceso en el espíritu de trabajo.

La productividad ha disminuido, y el nivel de los estudios ha descendido


en todos los niveles de la enseñanza.

Los destrozos que no se reparan, las obras que se construyen con


desesperante lentitud, la irresponsabilidad en el cargo y en la labor que
se ejecuta, hablan a las claras de esa dejadez e indolencia que está en
los antípodas de la laboriosidad.

Países como Italia y Alemania, que han sufrido los horrores de una
guerra espantosa, se han recuperado en pocos años, merced al espíritu
de trabajo de sus hijos. La Argentina, que se ha visto libre de semejante
flagelo, y que debería nadar en la prosperidad y la abundancia, no logra
aún salir del estado de postración en que se encuentra Falta espíritu de
trabajo y de sacrificio.

Piénsese que el totalitarismo comunista impone al pueblo el trabajo


obligatorio y controlado en condiciones desfavorables.
F. PERSEVERANCIA

Una manifestación de la fortaleza se halla en la virtud de la


perseverancia. La perseverancia es la firmeza y constancia en la
ejecución de los propósitos y resoluciones.

Nada más perjudicial que la inconstancia, que impide toda acción seria
en provecho propio y en provecho de la comunidad. Desgraciadamente,
la inconstancia es un mal muy generalizado.

Muchos conciben hermosos proyectos y generosas resoluciones; pero


pocos son los que perseveran hasta verlos cumplidos. Muchos son los
que comienzan una obra, pocos los que perseveran hasta el fin.

¡Cuántos jóvenes inician estudios secundarios o universitarios, y qué


pocos son los que tienen la perseverancia de llevarlos a feliz término!.

La perseverancia supone fortaleza para superar los obstáculos y vencer


las dificultades que se presentan.

Toda actividad, para que sea eficaz, exige perseverancia: firmeza para
continuar hasta el fin en el camino emprendido, en la obra comenzada.

Conspira contra la perseverancia el tedio que se apodera de quienes no


ponen entusiasmo y decisión en lo que emprenden, o se dejan vencer
por el ansia de novedades.

G. – FRATERNIDAD

¿Que es fraternidad? Fraternidad es la virtud por la cual los hombres se


aman entre sí, y se consideran como hermanos, pues son miembros de
la gran familia humana.
El fundamento de esta virtud no está en la simpatía ni en la afabilidad, y
mucho menos en el interés. Arranca de una razón más profunda de la
filiación de todos los hombres respecto de Dios.

La primera manifestación de la fraternidad es la benevolencia: querer


bien y desearle el bien al prójimo; y la segunda es la beneficencia:
ayudar al prójimo en todas sus necesidades.

Si se practicara más la virtud de la fraternidad, habría más paz y menos


guerras.
La fraternidad lleva a «pensar bien de todos, hablar bien de todos y
hacer el bien siempre y a todos».

H. PATRIOTISMO

Patriotismo es el amor a la propia patria. Es un sentimiento que brota


natural y espontáneamente del corazón humano. Y es al mismo tiempo
un deber.

Regímenes totalitarios, como el fascismo y el nazismo, exaltaron


exageradamente este sentimiento, hasta tornarlo exclusivo y belicoso, y
transformarlo en odio a las otras patrias. El totalitarismo comunista en
la actualidad azuza los nacionalismos.

Pero en general combatió el patriotismo como si fuera algo ilegítimo, y


le opuso el internacionalismo, el cosmopolitismo, el humanitarismo,
etcétera.

El patriotismo es un afecto muy legítimo, que conduce no solo a la


defensa de la propia patria, sino también a realizar grandes obras y
sacrificios por su desarrollo. El amor a la patria es un amor de
preferencia pero no excluyente.
I. ABNEGACIÓN

Etimológicamente, abnegación proviene del latín abnegatio. que significa


renuncia, negación de sí misino.

Abnegación es la virtud por la cual una persona está dispuesta al


sacrificio espontáneo de su voluntad, intereses y deseos, y aun de su
propia vida, en beneficio de otro.

La abnegación supone caridad, desinterés y altruismo. Todo ser humano


debe estar provisto de una mayor o menor dosis de abnegación, porque
la vida es una continua abnegación, y siempre se sacrifican algunos
bienes para alcanzar otros.

La vida en sociedad obliga a realizar una serie de renuncias: de los


propios gustos e inclinaciones, de ciertas comodidades, de los propios
puntos de vista…

Las «fuerzas morales». Su valor prevalente


Como la vida social es dinámica, actúan en ella varias fuerzas.

Fuerza significa vigor, robustez, resistencia. Fuerza significa también,


poder de influir en la marcha del país, o facultad de mover a la acción.

Existen en la sociedad las denominadas fuerzas vivas. Las fuerzas vivas


son todas aquellas que trabajan por el bienestar del país: comerciales,
políticas, industriales, económicas, religiosas, culturales, sindicales,
científicas, artísticas, técnicas; armadas: ejército, marina, aeronáutica,
etc.

Su poder o influjo radica en la gravitación que ejercen en el


ordenamiento o marcha de la nación.
Esa gravitación se debe a su potencial económico, científico, técnico, de
masas o de armamentos, etc.

Existen unas fuerzas, cuyo poder sobrepasa a todas, pues radica en el


plano del espíritu, superior a la materia, y a las cuales todas las demás
fuerzas deben estar subordinadas: son las fuerzas morales.

Las fuerzas morales residen en lo más noble, profundo e íntimo que


posee el hombre: en su espíritu.

Las fuerzas morales consisten en el conjunto de virtudes religiosas,


éticas, cívicas, familiares y personales que adornan al conglomerado
social y, naturalmente, a cada individuo en particular.

Es casi universal el convencimiento He que la moralidad —o sea la


fuerza de voluntad regida por normas éticas— representa el supremo
valor natural para los individuos y la sociedad.

Una sociedad que no posea un rico patrimonio de fuerzas morales, so


halla desprovista de reservas y desguarnecida para los momentos do
crisis sociales o institucionales.

Son precisamente las fuerzas morales las que logran superar las crisis y
encauzar a la nación.

Las fuerzas morales suponen desapego de las cosas terrenas, sentido de la


responsabilidad, voluntad de aceptar las restricciones, espíritu de
sacrificio personal, aprecio de los más altos valores humanos, comprensión
de la personalidad espiritual, idea de servicio, reconocimiento de la
fraternidad que debe reinar entre los hombres —sin acepción de razas o
nacionalidades— y amor al prójimo; cosas, todas ellas, que no puede
proporcionarlas ninguna filosofía utilitaria y materialista.
Una Gran Potencia Moral:  Todas esas razones mueven a mencionar entre
la primera fuerza moral, a la Iglesia.
Hasta los mismos enemigos reconocen que la Iglesia es la mayor
potencia moral.

Quienes intentan promover una conducta ética y altruista vaciándola de


su sentido religioso, se ven condenados al fracaso, pues le quitan todo
fundamento racional y lógico.

Solo una religión sobrenatural puede promover una renovación profunda


del espíritu humano, y ser generadora de fuerzas que ejerzan en el más
alto grado su redentora influencia social.

Esto explica el prestigio creciente de la Iglesia, que aparece como la


fuerza moral de mayor gravitación en el mundo.

Su palabra es escuchada con respeto e interés. Sus últimas encíclicas:


«Mater et Magistra» (Madre y Maestra), «Pacem in terris» (Paz en la
tierra) y «Populorum progressio» (Desarrollo de los pueblos), han
alcanzado resonancia mundial.

Ha superado ya la Iglesia, esta última época en que se la miraba con


desdén. (1)

La fuerza poderosa de la Iglesia radica en la naturaleza de su


institución, en su doctrina, en su moral y en su acción.

Su doctrina es una explicación concluyente de la realidad: ilumina los


problemas humanos, nacionales y universales, da un sentido espiritual y
sobrenatural a la vida del hombre sobre la tierra.
Su moral orienta acertadamente para distinguir lo bueno de lo malo, lo
justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso, lo quo está permitido de lo
que no está.

Su acción se extiende a todas las ramas de la actividad humana:


religiosa, científica, cultural, técnica, social, etc.; pero sobre todo se
ocupa con renovado ardor en elevar sobrenaturalmente a los espíritus;
en velar con especial cuidado, como Madre y Maestra, por la felicidad
temporal de sus hijos -que lo son todos los hombres de la tierra-, para
conducirlos venturosamente a sus destinos eternos.

(1) «Gracias a Dios, se pueden juzgar ya pasados los tiempos en los cuales el


llamamiento a los principios múrales y evangélicos para la vida de los Estados y los
pueblos, era desdeñosamente despreciado como pretensión irreal.
Los acontecimientos de estos años de guerra se han encargado de refutar, en la forma más
dura que jamás hubiera podido pensarse, a los propagadores de semejantes doctrinas.
El desdén que estos manifiestan contra aquel pretendido irrealismo, se ha convertido en
una espantosa realidad: brutalidad, injusticia, destrucción, aniquilamiento…
«Si el porvenir ha de pertenecer a la democracia, uña parte esencial en su realización
deberá corresponder a la religión de Cristo y a la Iglesia, mensajera de la palabra del
Redentor y continuadora de su misión salvadora. La Iglesia de hecho enseña y defiende la
verdad, y comunica las fuerzas sobrenaturales de la gracia para realizar el orden
establecido por Dios de los seres y de los fines, ultimo fundamento y norma directriz de
toda democracia» (Pío XII).

LOS VICIOS INDIVIDUALES Y SUS EFECTOS


SOCIALES

A. LOS VICIOS

Vicio es una disposición habitual de la voluntad a obrar mal. Así como un


acto bueno no constituye la virtud, tampoco un acto malo constituye el
vicio. Se requiere repetición.
El que se embriagó una vez, no por eso es alcoholista, ni tampoco es
vicioso.

El vicio se contrae por la repetición de actos reñidos con la moral, actos


malos o reprobables.

El vicio es malo por oponerse al recto orden de la razón. Nadie se torna


vicioso de improviso, su relajamiento se produce gradualmente, pues,
por lo general, el vicio en sus comienzos es poca cosa; pero no se ha do
olvidar que un  inmenso toma su origen de una chispa.

El primero a quien daña el vicio, es aquel que lo posee.

Dice Boecio (3) que así como la languidez es una enfermedad del
cuerpo, así el vicio es una enfermedad del alma, y que la peor
enfermedad de los hombres es la de entregarse a los vicios.

Todos los vicios son malos. Pero los más perniciosos, más fáciles de
contraer y más difíciles de desarraigar, son: el alcoholismo, la lujuria, el
tabaquismo y la toxicomanía. Los vicios no quedan circunscriptos al
individuo, sino que repercuten en los demás: tienen efectos sociales.
Baste nombrar los enfermos mentales, por ser hijos de alcoholistas, o
los débiles constitucionales, por descender de padres tarados por los
vicios.

El alcoholismo, la toxicomanía, el juego, la vagancia, la lujuria, el robo,


el crimen, son vicios que repercuten en la sociedad, y son causa de
perturbación y degeneraciones sociales.

B. – FORMAS DE MENTIRA

Mentira es una expresión contraria al pensamiento.


Por expresión debe entenderse, no solo la palabra hablada, sino también
la escrita y los actos y gestos. Con la mentira se pervierte la finalidad de
estos medios de manifestar el pensamiento.

La clasificación más común de la mentira es la siguiente:


Mentira oficiosa es la que se dice en utilidad propia o ajena, para evitar
algún mal. La gravedad dependerá del daño que cause a terceros.

Mentira perniciosa es la que se dice con intención de causar daño a otro.

Mentira jocosa es la que se dice por diversión, para animar la


conversación. No reviste mayor importancia, cuando los oyentes
advierten la falsedad de lo que se dice, y, además, no ofende a nadie.

No es exagerado afirmar que se vive en un mundo de mentiras.

Miente el comerciante en sus negocios, engañando, adulterando


mercaderías; miente el demagogo embaucando a las masas con falsas
doctrinas e irrealizables promesas; mientras el estadista y el
funcionario; miente el hombre en su vida privada y en sus relaciones
sociales…

Las más graves son las mentiras de los gobernantes. Los Estados
totalitarios tienen organizada la mentira, por medio de la propaganda, la
falsificación de la historia, la deformación de los hechos en las noticias,
comunicados, partes oficiales …

Una de las formas más cínicas de mentir, es la que emplea el


comunismo, que no tiene empacho en afirmar y presentar como ciertas
las cosas más inverosímiles y más opuestas a la verdad.
Es que el comunismo parte de este principio: es bueno y lícito todo lo
que favorece al comunismo; es malo todo lo que se le opone.

Las mentiras, las torturas, los crímenes, el terrorismo, si favorecen, al


comunismo, son cosas buenas. No hay Estado más imperialista,
armamentista y provocador de revoluciones y hasta de guerras, que la
Rusia Soviética; y, no obstante, tiene el cinismo de proclamarse
campeón de la paz y del antimperialismo.

C. – DE DESLEALTAD

Deslealtad es la negación de la lealtad, la falta de fidelidad y exactitud en el cumplimiento


de los propios deberes y compromisos.
Los individuos son desleales a la sociedad, cuando burlan las leyes o no
cumplen los compromisos contraídos con sus semejantes.

Una muy grave deslealtad, es la traición a la patria. Se puede traicionar


a la patria cuando se revelan secretos concernientes a su seguridad,
cuando se toman las armas contra ella, o cuando se pasa a las filas
enemigas y se les presta ayuda o socorro.

Los gobernantes cometen deslealtad para con el pueblo, cuando no


cumplen con fidelidad los deberes del cargo que ocupan. Ejemplos de
deslealtad son la malversación dé los caudales públicos, el
enriquecimiento ilícito con los dineros del Estado, el dejarse sobornar
con dádivas o dinero, etc.

D. – DE INTOLERANCIA

Como la misma palabra lo indica, intolerancia significa falta de


tolerancia.
Intolerancia es la falta de respeto y tío consideración hacia las opiniones o conducta ajena
porque o no coinciden con las propias o las contrarían.
Hay una intolerancia doctrinaria que debe ser admitida porque es una
necesidad de la naturaleza: es la intolerancia de la verdad y de los
principios.

Quien está seguro de poseer la verdad, es —y debe serlo— intolerante


con el error.

Así el maestro no puede aceptar, por tolerancia, que el alumno afirme


que cinco más cinco son doce; que el ángulo agudo es mayor que el
recto; que el general Belgrano nació en Bogotá, cruzó los Andes y
libertó a Bolivia…

Los examinadores son intolerantes con los errores que los malos
alumnos dicen en sus exámenes; es intolerante el médico, cuando
prescribe las medicinas que deben devolver la salud; son intolerantes
los jueces, cuando condenan a ladrones, depravados y criminales…

No se trata aquí de esa intolerancia doctrinaria —que nadie


razonablemente puede dejar de admitir, y que nunca debe ser agresiva
—, sino de la intolerancia con las personas. La intolerancia puede existir
en las personas particulares, en los grupos y en las personas investidas
de autoridad.

Las personas particulares son intolerantes cuando adoptan una actitud


de intransigencia, no en los principios, sino en el comportamiento, en el
trato, de lo cual resulta difícil la convivencia.

Hay quienes no soportan nada: opiniones opuestas a la suya,


inconvenientes, actitudes molestas… Cualquier cosa los irrita, y les hace
perder el autodominio.
Pretenden que todo el mundo piense como ellos, y que todas las cosas
se hagan según sus indicaciones. Se creen infalibles en sus juicios.

Les falta comprensión y amplitud de miras por su intolerancia. Tales


personas hacen muy difícil y penosa la convivencia. La intolerancia se
manifiesta también en los grupos, sea entre diversas clases sociales,
como entre asociaciones o partidos políticos antagónicos.

Por la intolerancia de clase, los grupos que se consideran superiores


desprecian a los otros, y no admiten nada de bueno en ellos; las clases
consideradas inferiores suelen’ atribuir todos los vicios y defectos a las
superiores, y no toleran nada de lo que juzgan ofensivo. Se prodigan
insultos recíprocos, y anidan odios y resentimientos.

La intolerancia de grupo ha hecho que partidos de fútbol denominados


«amistosos», degenerasen en poco menos que batallas campales.

La intolerancia entre los partidos políticos puede llegar a tener


consecuencias gravísimas: persecuciones, torturas, vejámenes,
venganzas y hasta crímenes.
Cuando la intolerancia es ejercida por personas investidas de autoridad,
resulta terrible. Ejemplos elocuentes pueden verse en el terror de la
Revolución Francesa, las tremendas represiones y purgas comunistas,
las persecuciones de los regímenes totalitarios…

E. – DE EGOÍSMO

Etimológicamente, egoísmo proviene de ego, que quiere decir yo. Egoísmo significa el
amor exagerado de sí mismo. El egoísmo es lo opuesto al altruismo. El egoísta piensa solo
en sí. Su lema es, en los hechos: «Primero yo, después yo y siempre yo».
Expresión de egoísmo es el «individualismo», sistema que pone al
individuo, al propio yo, a la propia persona, como centro y eje de toda la
vida social.
Puede afirmarse que la mayoría de los males que aquejan a la
humanidad, provienen del egoísmo, de esa falta de generosidad que
impide pensar en los demás y buscar el bien común.

Una crítica seria que se formula a la Revolución s Francesa, es el haber


acentuado en el mundo ese individualismo egoísta que tantas injusticias
y tantos males ha traído a la sociedad.

F. CARENCIA DE PATRIOTISMO

La carencia de patriotismo es una de las consecuencias del egoísmo.


El patriotismo supone generosidad, olvido de sí mismo, renuncia a las
ventajas particulares en favor del bien común.

El egoísta piensa y se preocupa de sí mismo, y se desentiende de todo


lo demás. De ahí resulta esa apatía e indiferencia por todo lo que
interesa a la patria.

En una democracia, la falta de patriotismo lleva a consecuencias


funestas: los ciudadanos, en lugar de elegir a los mejores para los
cargos públicos, son capaces de sufragar a veces por los ineptos: los
problemas públicos no son solucionados de la forma más conveniente
para la patria —lo que redundaría en bien de todos—, sino, teniendo en
vista los propios intereses particulares.

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