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CONCEPTO:
Es un movimiento literario, cultural e ideológico que surge inspirado en el poblador
andino mal llamado “indio” en la década de 1920, en los países hispanoamericanos con
población de habla quechua (Perú, Bolivia y Ecuador) En el Perú, alcanza mayor apogeo
en las décadas 30 – 40 del siglo pasado.
2. CARACTERÍSTICAS:
Contrariamente al indianismo de Ventura García Calderón, muestra al indio tal como
es; un hombre con dignidad, con costumbres y tradiciones propias, capaz de
organizarse y así realizar, de manera colectiva, obras trascendentales y luchar por su
reivindicación.
Exalta los valores, las creencias, tradiciones y cosmovisión, milenarias del hombre
andino.
Plantea la reivindicación racial, cultural y social del indio por él mismo.
Denuncia la condición de humillado, explotado y excluido social del “indio”
ejercida por el gamonal, las autoridades corruptas y la iglesia católica.
Señala que el problema del indio empieza por la tierra.
Refleja la contradicción social, política y cultural del mundo de arriba (andino, con
raíces incaicas) y el mundo de abajo (costa, con raíces españolas)
Revalora al quechua como lengua andina y demuestra la fuerza connotativa y
expresiva de su literatura.
Rechaza la imagen pintoresca y falsa del indio mostrada por Ventura García Calderón.
3. REPRESENTANTES:
EN NARRATIVA:
Ciro Alegría (trujillano) con “El Mundo Es Ancho y Ajeno”.
José María Arguedas (apurimeño) con “Todas las Sangres”.
Manuel Robles Alarcón (apurimeño) con “Sara Cosecha”.
Alcides Arguedas (boliviano) con “Raza de Bronce”.
Jorge Icaza (ecuatoriano) con “Huasipungo”.
EN POESÍA:
Mario Florián (cajamarquino) con “Urpi”.
Kilku Warak’a (cusqueño) con “Taki Parwa”.
Luis Nieto Miranda (cusqueño) con “Charango. Romancero Cholo”.
Efraín Mirando (puneño) con “Choza”.
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EN ENSAYO:
Luis E. Valcárcel (cusqueño) con “Tempestad En Los Andes”.
Uriel García (cusqueño) con “El Nuevo Indio”.
Gamaliel Churata (puneño) con “Qori Challwa”.
José Carlos Mariátegui Lachira (moqueguano) con “Siete Ensayos de Interpretación de
La Realidad Peruana”.
“YAWAR FIESTA”
A. CRONOLOGÍA DEL AUTOR:
JOSÉ MARÍA ARGUEDAS ALTAMIRANO.
1911: Nace el 18 de enero en la Prov. de Andahuaylas,
departamento de Apurímac.
1914: Fallece su madre Victoria Altamirano. Arguedas, se
va a vivir con su abuela paterna.
1917: Su padre casado en segundas nupcias con Grimanesa
Arangoitia Vda. de Pacheco, lo lleva a vivir a la
casa de su madrastra en Puquio – Ayacucho. Allí
inicia sus estudios escolares.
1918: Sigue estudios en San Juan Lucanas, donde la
madrastra es gamonal. Queda al cuidado de ella,
pues su padre atiende un juzgado fuera de San Juan
y sólo lo ve los fines de semana.
1921: Hostilizado por su hermanastro Pablo, en San Juan de Lucanas, huye y se refugia en
al hacienda Viseca de su tío.
1924: Viaja por Ica, Pisco, Arequipa, con su padre, quien, por cuestiones políticas pierde
su trabajo de juez estable y empieza a buscar trabajo por lugares antes mencionados.
1926: Ingresa a un internado en Ica. Pese a ser buen alumno sufre constante marginación
racial por parte de sus propios profesores y compañeros.
1927: Deja el internado, pero continúa sus estudios en Ica. Viaja a Huaytará, donde vive el
padre, separado de la madrastra. Por ser serrano quechuahablante una compañera de
quien él se había enamorado lo desprecia.
1929: Es matriculado en el colegio Mercedario de Lima.
1931: Ingresa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a su facultad de letras.
1932: Muere el padre. Sin apoyo económico busca trabajo y encuentra como portapliegos
del Correo Central.
1933: Publica los cuentos: “Warma Kuyay” (Amor de Niño), “Los Comuneros de Ak’ola”,
“Los Comuneros de Utej-pampa” en el semanario La Calle de Lima. Asimismo, en
el semanario La Prensa publica otros dos cuentos más “Kollkatay – pampa” y “El
Vengativo”.
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1935: Publica su primer libro de cuentos: “Agua”. Con este obtiene el segundo premio de
un concurso internacional convocado por la revista americana de Buenos Aires.
1937: Concluye la especialidad de Literatura. Por participar en una manifestación
estudiantil en la San Marcos contra el ingreso a esa casona de un militar fascista es
detenido y recluido en el penal “El Sexto” y pierde su empleo.
1939: Se casa con Celia Bustamante Vernal. Trabaja como profesor de Castellano y
Geografía en el Colegio Mateo Pumacahua de Sicuani- Cusco.
1941: Ingresa al Ministerio de Educación como colaborador en al reforma de los planes de
educación secundaria. Publica “Yawar Fiesta”, su primera novela.
1950: Concluye la especialidad de Antropología en San Marcos.
1553: Es nombrado jefe del Instituto de Estudios Etnológicos del Museo de Cultura
Peruana.
1954: Publica en la revista Letras Peruanas el cuento “Orovilca” Y en volumen editado
en Lima por Mejía Baca la novela: “Diamantes y Pedernales”.
1955: Gana un premio en México con el cuento: “La Muerte de los Hermanos Arango”.
1958: Publica su novela “Los Ríos Profundos” en la editorial Losada de Buenos Aires.
1959: Obtiene el premio Ricardo Palma por su novela “Los Ríos Profundos”.
1961: Aparece su novela “El Sexto” en la editorial Mejía Baca. Recibe nuevamente el
premio Ricardo Palma por “El Sexto”.
1962: Publica su poemario en Quechua: “Tupac Amaru Kamaq Taytanchisman; Hailli
taki” (A nuestro Padre Creador Túpac Amaru; Himno – Canción) Es contratado
como profesor a tiempo parcial por La Universidad Nacional Agraria La Molina.
Publica su cuento “La Agonía del Rasu Ñit’i”.
1963: Es nombrado director de la casa de Cultura del Perú.
1964: Aparece su novela “Todas las Sangres”.
1966: Intenta suicidarse. En la revista Cachkanirajmi aparece su poema en quechua
“Katatay” (Temblar).
1967: Se casa en segundas nupcias con la chilena Sybila Arredondo. Publica “Amor
Mundo y Todos Los Cuentos”.
1968: Obtiene el premio Gracilaso de la Vega. Viaja a Cuba, como jurado del premio Casa
de Las Américas.
1969: El 28 de Noviembre se dispara en el baño de la Universidad La Molina. El 02 de
diciembre muere en el hospital 2 de Mayo.
OBRAS:
Narrativa:
– “Agua”, 1935.
– “Yawar Fiesta”, 1941.
– “Diamantes y Pedernales”, 1954.
– “Los Ríos Profundos”, 1958.
– “El Sexto”, 1961.
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– “Todas Las Sangres”, 1964.
– “Amor Mundo y Todos los Cuentos”, 1967.
– “El Zorro de Arriba y El Zorro de Abajo” (póstuma), 1971.
Poesía:
– “Tupac Aamru Kamaq Taytanchisman; Hailli taki” (A Nuestro Padre Creador Túpac
Amaru; Himno – Canción), 1962.
– “Katatay” (Temblar), 1966.
B. CONTEXTO SOCIOCULTURAL:
Después del gobierno de Augusto B. Leguía en la década del 30, se suceden los gobiernos
de Sánchez Cerro y Oscar R. Benavides, caracterizados por proteger a los grupos de poder a
través de formas de gobierno dictatoriales, donde la persecución y la crueldad para sus
opositores no tenían límites.
Las clases populares organizadas, sus dirigentes y los grupos intelectuales tenían
conciencia clara de lo que era el Perú a nivel económico: fuente de riqueza del imperialismo
norteamericano y propiedad feudal de algunas familias que detentaban el poder del Estado.
En lo social, la diferencia de clases era abismal; la clase pudiente y la popular (en su mayoría
campesinos analfabetos y abandonados), era aprovechada para la servidumbre incondicional
en el campo, minas y fábricas. En lo cultural, las castas gobernantes imponían a través de su
poder, con apoyo de la prensa y la iglesia modelos y estereotipos extranjeros en contraste con
la intensidad de la cultura andina, en ese entonces, revalorada por el pueblo, sus artistas e
intelectuales.
“Yawar Fiesta” surge en medio de este problema y además entre dos posiciones
ideológicas más representativas del siglo XX: el socialismo y el capitalismo. La primera
estaba en aquella época ligada a la valoración del pensamiento de Mariátegui y la defensa
del indio contra los abusos y la marginación de las autoridades. El capitalismo, a su vez,
estaba vinculado a una estructura económica impuesta por los capitalistas norteamericanos
que no sólo desconocían las tradiciones y lengua autóctonas, sino, pretendían
exterminarlos. Esta tensión desigual fue la causa de que muchas personas, entre ellas: el
pintor indigenista José Sabogal, El educador puneño José Antonio Encinas y el narrador
Arguedas, entre muchos otros, tomaran conciencia de la importancia de revalorizar el
mundo andino, sus derechos y su idioma.
C. TRAMA ARGUMENTAL:
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I. PUEBLO INDIO.
Puquio es un pueblo indio ubicado en una lomada desigual entre, chacras de trigo, de
habas y cebadas. Desde el abra de Sillanayok se divisa para abajo tres ayllus: Pichk’achuri,
K’ayau y Chaupi. Hay también tres riachuelos que bajan desde las punas. Las casas con
techos de teja suben desde las orillas de dichos riachuelos y terminan en el jirón Bolívar
porque allí viven los vecinos principales o mistis y los techos de sus casas son de calamina.
Visto desde el abra Puquio se ve grande. Cuando llegan allí los costeños, con un poco de
desprecio y tiritando de frío exclaman: “¡Pueblo indio!”. De los tres barrios, los chaupis
techaron sus capillas con calamina como si fuera iglesia de mistis: “¡Atatao!”, decían los de
los otros ayllus. “Mejor que de mistis” respondían orgullosos los chaupis. Por su parte el
ayllu Pichk’achuri empieza a orillas del riachuelo Chullahora. Allí no hay calles bien
trazadas porque los comuneros habían levantado sus casas según sus intereses entre chacras y
grandes corrales. Junto a la pared del corral, a la casa o al centro del patio no faltaba un
molle frondoso. El techo de sus casas era de teja como de los k’ollanas y k’ayaus. Al medio
siempre había una cruz, como de los ayllus Pichk’achuri y K’ayau. Viniendo de la costa se
entra al pueblo por estos ayllus. A los Pichk’achuris, se les llamaba punarunas; pues, tenían
en las punas sus chukllas o chozas. Ya sea en tiempos de sequía o tiempos de lluvia de esas
chocitas salía un humo azul.
El jirón Bolívar es la calle de los mistis o vecinos principales. Es larga, angosta y termina
en la plaza del ayllu Chaupi. Allí hay una piedra grande de cuatro caños. Asimismo,
Makulurumi, una estatua india de piedra alaymosca que es la seña del barrio. De una de las
esquinas de esta plaza comienza la calle Derecha, es la prolongación del jirón Bolívar solo
que no es de mistis sino de indios.
Al otro lado del jirón Bolívar tras la lomada está K’ollana, ayllu indio que no se puede ver
de Sillanayor, pues, la lomada lo oculta. Igual que Pichk’achuri, K’ollana termina en
riachuelo Yallpu. Es resumen el pueblo comienza y termina en riachuelos. En el Jr. Bolívar
está la botica, el billar, las tiendas comerciales. Las puertas de las casas son verdes, azules y
amarillas. Las casas casi todas de dos pisos y con balcones. Las calles angostas y en las
noches los gatos que se persiguen saltan de techo en techo. La plaza de armas es también de
los principales que no está en la parte central del pueblo; sino, al extremo. Los principales o
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mistis tienen amistades en Lima y son llamados “extrangueros” por los indios o comuneros.
En la plaza de armas está la Iglesia, la Subprefectura, el Puesto de Guardia Civil, el Juzgado
de Primera Instancia, la Escuela Fiscal de Varones, la Municipalidad, la Cárcel. Hay también
una pila de cemento, un jardín redondo con yerbas y algunas flores. El Jr. Bolivar parte al
pueblo en dos y es como culebra. Los principales viven allí, se buscan, se pasean, se aman,
se odian, se emborrachan y se pelean. Al mencionado jirón llegan también los principales de
los distritos, después de entregar los obsequios entran al billar y se emborrachan.
Para los mistis, Puquio es un pueblo nuevo. Cuando todo el pueblo era indio, talvez hace
trecientos años llegaron los mistis, buscando peones para la mina, provisiones o mujeres. En
los mismos cerros de Puquio no había mineral; sino, en otros pueblos. La explotación minera
se acabó y los mistis, a la fuerza, se apropiaron y repartieron todos los pueblos indios de la
provincia. Muchos mistis eligieron Puquio porque era grande, con cuatro acequias de agua y
muchos indios para la servidumbre. Se establecieron en el pueblo, construyen su templo y
con ayuda de los curas, militares, políticos y papeles de toda talla que los jueces firmaban,
despojaron poco a poco a los indios.
II. EL DESPOJO.
En tiempos pasados, todas las tierras; quebradas, pajonales, cerros y todo lo que en ellos
había fueron de los campesinos. No de cada uno sino de todos. Las pampas no estaban
cercadas. Los indios vivían en cualquier parte. De todo eran dueños naturales. No había
mucho ganado en Lucanas. Al principio los mistis no querían echaderos o pastizales porque
no criaban ningún ganado. De vez en vez subían a la puna a cazar vicuñas o a comprar carne;
pero sólo un ratito porque los mistis tenían miedo a la puna. “Para esos salvajes está bien la
puna”, decían. Cada ayllu tenía un echadero suficiente. Un riachuelo o la ceja de una
montaña era la división. Nunca hubo pleitos causados por las tierras entre los comuneros.
Además del varayok o alcalde (que era sabio y honesto), otra autoridad no era necesaria.
Todo estaba bien organizado y los bienes bien distribuidos. No había desigualdad ni
marginación social, tampoco pobreza. Todo ello vino ya con los mistis. Ellos habían traído
los pleitos, la ambición y la desigualdad. Les quitaron sus animales con ayuda de los
cachacos o militares y algunos “chalos” mayordomos; pero aún no las chacras, el agua, ni los
pastizales. Es que , los indios aprendieron las artimañas de los litigios. Los ayllus bien
organizados se reunían cada domingo y tomaban decisiones. Sólo así pudieron defender el
agua para los sembríos. Los principales les pedían agua y el varayok les daba de manera
justa; pero, eran tan ambiciosos y querían más. Los Varayok les negaron. Así con ayuda de
los guardias detenían a los indios, pero, ellos, ni bala, ni zurriago, ni ruego de cura daban su
brazo a torcer “¡Mi ojo premero sacarán! ¡Jajayllas!” decían.
De pronto hubo gran demanda de reses en la costa. Los mistis vieron que criando ganado
podían enriquecerse fácilmente. Pero no tenían donde hacerlo; así que, a la fuerza empezaron
a quitar los pastizales a los indios. Para lo cual contaban con la ayuda de las autoridades,
policías y curas. En los terrenos quitados empezaron a sembrar alfalfa y criar ganado. De un
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tiempo prudente arreaban el ganado a la costa y regresaban platudos, no conformes con ello,
expandieron sus alfalfares por otras partes. Con esa ambición llegaron a la puna y se
apoderaron, también a la fuerza, de los pastizales. Los comuneros todos quechuahablantes
fueron en busca de justicia donde el juez. Este aprovechando la presencia de los comuneros,
leía unos papales y luego autorizaba al misti la posesión de todas las tierras. El juez
dirigiéndose a los campesinos pronunciaba “¡Punacumuncuna, desde ahora, señor Santos es
dueño de todo este lugar hasta donde abarcan sus ojos. Aquí está papel”. Si sus animales
comían los pastos, era daño y se atendrían al castigo. El taita cura ratificaba que la ley estaba
a favor de don Santos y que hasta Dios respetaba dicha ley. Les ordenaba besar la mano de
don Santos. Cuando un indio no lo hacía o protestaba, ahí estaba el capitán y algunos
gendarmes que lo masacraban, mataban o lo conducían a la cárcel. Allí acusado de ladrón el
comunero resignado a su suerte cantaba desgarradores harawis.
Mientras tanto, don Pedro, don Jesús, don Federico o cualquier otro misti se convertía en
gamonal. Los comuneros ayllu y todo se fueron más allá de la puna, al cerro, al pie mismo
del auki K’arwarasu (cerro tutelar). Allí no crecía ni siquiera pasto. Sus pocos animales se
acabaron y los comuneros ya no tenían nada, ni tierras, ni animales, nada. Entonces, bajaron
al pueblo. Muchos se convirtieron en lacayos de los gamonales, otros trataron de acomodarse
en Puquio y otros se fueron a Nazca o Acarí. Allí como eran analfabetos, fueron esclavizados
por los hacendados en los algodonales. Algunos lograron regresar amarillos y enclenques
dando pena. En las punas cuidaban los animales de los mistis hacendados, sufrían y lloraban
pero en sus corazones fermentaba un odio a los principales: hacendados, curas, autoridades y
policías, que un día tenía que estallar.
En el descampado “la voz del wakawak’ra suena gruesa y lenta, como voz de hombre,
como voz de la puna alta y su intenso frío… las mujercitas de los cuatro ayllus lloriqueaban
oyendo las cornetas”, para Misitu, que era un toro legendario, bravísimo y endemoniado se
decía que era la fiesta. “¡Quién será! ¡Quién pues, panteón llorando estará vintiuchu!” Se
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decían todos.
Sonaban las wakawak’ras o trompetas de tierra anunciando el yawar fiesta. Los indios de
los cuatro ayllus tocaban en la madrugada, al medio día y al anochecer. Los corneteros de
los cuatro barrios entraban como en competencia. Don Maywa del ayllu Chaupi, era el mejor
cornetero, su casa estaba junto a Makulurumi. Visitado por autoridades indios chacchando
coca o tomando cañazo tocaba en su corneta el turupukllay. De rato en rato los otros ayllus
contestaban la tonada del turupukllay. El ritmo llegaba al mismo jirón Bolívar. Las señoritas
y los mistis lo escuchaban, por las noches y la melodía. Parecía de sonido panteón y
amilanaba el ánimo. Eso porque se asociaba con las corridas en las que muchos toreros indios
morían. La opinión de los mistis se dividía respecto al wakawak’ra incluso algunos sugerían
que la guardia civil debería prohibir, pues, la corneta lloraba feo y del cholo Maywa era el
peor. Pero la música se escuchaba hasta en el almuerzo de los mistis. Ya parecía corrida.
“¡Toro, toro!”gritaban y al son de la música de Maywa jugaban a los toros. Para el cura era
música del diablo; pero igual se oía en plena misa. El bramido bronco de los Wakawak’ras
recorría todos los rincones del pueblo a veces tan alto y nítido; a veces, medio apagado,
según la intensidad del viento. Era el anuncio de un buen yawar fiesta o fiesta sangrienta
entre toros y humanos.
IV. K’AYAU.
K’ayau era uno de esos ayllus o barrios indios que el 28 de ese año quería quitar el puesto
de primero a Pichk’achuri. Para ello, se habían propuesto firmemente traer a un toro
bravísimo y endemoniado llamado Misitu. Ese toro no era de ellos, sino de don Julián
Aragüena un poderoso hacendado dueño de K’oñani, lugar donde estaba el toro más bravo y
temido de Puquio. Los varayok visitaron a Arangüena a pedir permiso para traer al Misitu.
Ya en la casa del gamonal los varayok: “nos días Tayta Julián” lo saludaron y luego le
pidieron permiso para traer al Misitu. El gamonal Arangüena se opuso, argumentando que ni
él mismo siendo su dueño había logrado traerlo, que era imposible porque ese toro estaba
encantado por el demonio. Las autoridades indígenas lo convencieron y Julián Arangüena
aceptó, advirtiendo que ese toro destriparía a todos los que intenten traerlo.
Todos brindaron con cañazo por el traslado del Misitu, luego se retiraron agradeciendo y
con sus sombreros lok’os en la mano. Don Pancho Jiménez preguntó desde la puerta de su
tienda si era verdad lo de Misitu, el varayok contestó que sí, que don Julián les había
regalado al toro. Emocionado don Pancho se ofreció regalar dos arrobas de cañazo si traían
al Misitu para el 28 de julio. Todos, sean indios, chalos o mistis hacendados comentaban
sobre la destripadera que ocurrirá si los de K’ayau traían a Misitu. Algunos señores juzgaban
como salvajismo y hasta proponían no permitir. El Ayllu completo que era más de mil se
reunió en pleno. El alcalde o varayok ultimaba detalles para traer al Misitu. “¡Eso sí, carajo!
¡Ahora sí carajo! ¡Misitucha! ¡Ahora sicha!” decían los indios de K’ayau. Don Pancho dijo a
don Julián que los k’ayaus sí traerían al toro. Julián Aragüena dijo que eso era imposible y
apostaron a diez cajas de cerveza.
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Desde entonces los k’ayau andaban soberbios, alzando los brazos tirando las puntas de su
poncho sobre los hombros. Los demás conversaban de la corrida y la competencia entre
K’ayau y Pichk’achuri. Al ver a los toreros de ambos barrios mostrando valiente sus ponchos
los demás temblaban. Chaupi y K’ollana también pondría cuatro toros cada barrio.
Algunos recordaban corridas anteriores, en las que los toros “Callejón”, pillko o allk’a
destripaba a los indios y daba vueltas por la plaza de toros cargando en sus astas a veces de la
ingle o del chumpi a Juancha o Nicacha. “Honrao” Rojas entraban dinamita en mano y
llamaba a los toros bravos. Un allk’a escarbaba el suelo, sacando su lengua. Don Maywa y
los otros corneteros tocaban el turupukllay. Desde lejos arrancaba el toro. Honrao Rojas
esperaba riéndose y cuando el toro estaba cerca de él tiraba con dirección al toro la dinamita.
El animal corría como loco echando sangre del pecho. La sangre se le acababa y moría
pataleando con su lomo en tierra. El Honrao llegaba riéndose a la barrera y exclamando
“¡Jajayllas turucha! Los fanáticos de esa fiesta sangrienta eran sólo K’ayau y Pichk’achuri.
Eso no es nada decían otros. Hay cuatro enjalmas para los toros más bravos, regalados por
las señoritas del pueblo. Las enjalmas eran de seda y de colores vistosos con monedas de
plata y a veces de otro en las puntas y bordados. Dichas enjalmas las paseaban los mistis a
caballo, al son de las wakawak’ras, la banda y los reventones de cohetes. Al toro bravo se le
cose la enjalma en el lomo. Lo que un torero indio debe hacer para ser mejor es arrancarle
dicha enjalma. “¡Carajo! Pero debe ser fuerte eso… yo no creía que fuera tan salvaje, ya lo
veremos, sólo que quizás no es muy cristiano eso”, decía el subprefecto iqueño. Los mistis le
replicaban diciendo que siendo limeño el subprefecto anterior gozó de las corridas. El
subprefecto calificaba de salvajada todo lo que contaban, pero para los de Puquio el 28 era
cualquier día sin el turupukllay. Recordando tiempos los demás contaban que Hace 20 años
se amarraba un cóndor al lomo del toro más bravo, para que rabiara más. El toro picoteado
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por el cóndor, volteaba indios como si nada, al final de la corrida se amarraban cintos a las
alas del cóndor y se liberaba entre gritos y cantos. Tiempo después a ese cóndor se le podía
ver en las cumbres de sus cintas. Al subprefecto también le hablaban del danzante Tankayllu,
tanto así que él quería verlo. El juez, el capitán jefe provincial que también era de la costa, le
decían el secreto, que ese indio era un sucio y la corrida una salvajada. El subprefecto ya
vería.
V. LA CIRCULAR.
El subprefecto convocó al alcalde y vecinos notables de Puquio un miércoles por la
mañana, era mediados de julio y les comunicó que acababa de recibir una circular de parte
del gobierno en la que se prohibía la corrida al estilo indio. Los vecinos argumentaron que
eso no era posible que el pueblo reclamaría, pero el subprefecto se puso firme y dijo que él
haría respetar la ley. La circular se pegó en las esquinas del jirón principal. Todo Puquio se
desconcertó, don Pancho y don Julián se oponían a la circular, algunos vecinos apoyaron la
posición del subprefecto para ganarse confianza y favores de la autoridad. Ellos eran: al
alcalde don Antenor Miranda, don Demetrio Cáceres y don Jesús Gutiérrez.
El subprefecto propuso que contrataran toreros limeños. Don Pancho Jiménez aceptó con
molestia. Invitados por el alcalde Antenor se fueron a brindar con champaña en el billar de
don Norberto. Don Pancho no asistió, más bien fue a su tienda lamentándose, incluso hablaba
de telegrafiar a Lima y pedir una reconsideración al gobierno. “¿Qué tendrán que meterse en
las cosas de los pueblos?” se preguntaba. Muchos lo apoyaron. Animado por el cañazo
gritaba en su tienda. Ante los gritos, vino el subprefecto seguido por el alcalde, don
Demetrio y don Jesús Gutiérrez, “¿Qué pasa aquí? ¿Qué tanta bulla?” preguntó el
subprefecto. Don Pancho trató de explicar, mas don Demetrio avanzó y se cuadró ante don
Pancho. “¡Chusco, carajo! ¡Adulete!” diciendo esto, don Pancho agarró el vaso y echó a la
cara de don Demetrio. El subprefecto empujó a don Pancho ayudado por policías. Todos los
curiosos se reunieron para ver el espectáculo. Dos guardias civiles detuvieron al revoltoso.
Cuando ya estuvo esposado don Demetrio pateó en las nalgas a don Pancho. El subprefecto
ordenó “¡Lleven este cholo a la cárcel! ¡Y despejen guanacos! ¡Fuera!” Toda la gente corrió
asustado. “Estos pueblos son una porquería, bien hicieron los yankis en exterminar a los
pielrojas”, comentaba el subprefecto cerca ya al juzgado. Desde el cuartel se escuchó un grito
grueso y macho como bramido de toro: ¡Me zurro en Demetrio Cáceres, carajo!. El
subprefecto ordenó al sargento hacer callar a golpes a ese hombre.
El alcalde don Antenor Miranda opinaba que de verdad la corrida de los indios era
salvajismo y lo de Lima y España corrida civilizada. En la tarde hubo sesión del concejo.
Todos los vecinos principales hasta el cura calificaban de santa la circular. Sólo don Julián
Arangüena preguntó sobre qué hacer con las enjalmas, dinamita y el toro Misitu que había
regalado a K’ayau. La respuesta fue que normal ese toro vendría solo que la corrida será al
estilo civilizado y no salvaje. Eso consistía en que un torero profesional tenía que capear al
toro y matarlo luego poco a poco. Ante una multitud de indios chalos y mistis preocupados,
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el alcalde pronunció: “¡kank’am pukllay!”(habrá corrida). En el corazón del pueblo y del
mismo alcalde y a sí de los que se habían opuesto a la corrida india estalló la alegría. “¡Qué
pueblo de indios! El capitán jefe provincial y el juez de primera instancia maldecían a
Puquio.”
VI. LA AUTORIDAD.
De pronto, mientras el subprefecto se paseaba por el corredor de su despacho
reflexionando para sí, la indiada de los cuatro barrios entró a la plaza. Era de noche y el
subprefecto miraba a la indiada. Se arrepentía por estar en un pueblo serrano como ese. Los
guardias opinaban lo mismo, todos aseguraban que con pueblos como Puquio “la patria era
una gran vaina”. También se quejaba de la hipocresía de los gamonales y la guapura de
Pancho Jiménez y Julián Arangüena. Si fuera por él, el alcalde y las demás autoridades
hipócritas merecían ser fregados por Jiménez. La bulla del gentío terminó y el subprefecto
mandón traer a Pancho Jiménez. Tenían un poco de pisco y quería hacer hablar a ese cholo.
Entraron a la subprefectura Pancho Jiménez habló. Ante la pregunta de porqué Puquio era feo
él respondió que para extranjeros sería así pero que para uno como él que ha nacido allí, de
ninguna manera era feo. Dijo también que don Antenor Miranda, el alcalde, no servía para
nada; pues su alma estaba en Lima y su panza en Puquio. Él (Pancho) era puquiano nacido en
Chaupi. Ante tanta amabilidad del subprefecto, Jiménez pensó que algo se traía ese. Don
Pancho explicó sobre Puquio y lo que pasaría si se daba la corrida al estilo costeño. Antes de
hablar el subprefecto invito a brindar, todos lo hicieron. El subprefecto se paró y rodeándole
con las manos en el bolsillo dijo a Jiménez que haría enterrar Puquio, que no servía para
nada, que todos los serranos eran unos sarnosos y piojosos. Don Pancho no pudo más y
corrigió a la autoridad política. Se puso de pie. El subprefecto se encrespó furioso y
preguntó a Jiménez, sobre si lo estaba tildando de mentiroso, Jiménez machamente le dijo
que sí. El subprefecto lo botó de su despacho y lo mandó a su celda. Su objetivo era hacerlo
matar con el sargento. El militar se negó a cumplir la orden. Colérico el subprefecto entró a
su despacho miró el retrato del presidente y le dijo: “¡Si tú estuvieras aquí! ¡Desgraciado!
El mes de enero de 192… llegó a Puquio la noticia de que los de Coracoca abrirían
carretera a la costa. Los indios puquianos no quisieron quedarse atrás y acordaron abrir
también la carretera a Nazca. Alentados por el vicario, se organizaron y como en desafío los
diez mil indios de lucanas vivaron y empezaron a hacer la carretera. Reventaban de vez en
vez cohetes, en las noches cantaban y en menos de 28 días llegaron a Nazca con una carretera
ancha. El 28 de julio llegó el primer camión de Puquio, los varayok eran 16 y estaban
contentos. Algunos vecinos lloraban. “¡Qué vivan los varayok!”gritó subido a la pila don
Pancho con lágrimas de emoción cayéndole sobre el pecho. Celebraron misa, las mujeres
cantaron hasta el amanecer. Los varayok chacharon sus cocas, tomaron cañazo salpicándolo
en el suelo. Los periódicos limeños hablaron de la carretera. Trescientos kilómetros en menos
28 días sólo por iniciativa popular y sin apoyo del gobierno, era asombroso. Por esa carretera
llegaron los lucaninos a Lima, Después de 600 años o talvez mil, como antes, la gente de los
andes bajaban en multitud a la costa. Allá celebraban las fiestas patronales al estilo de la
tierra, y Lima creció en población.
Todos los lucaninos se ayudaron entre ellos; pero la mayoría vivía en el barrio Ascona. En
ese barrio en la casa del sastre Gutiérrez, se fundó el “Centro Unión Lucanas” de otros
pueblos hicieron lo mismo. El estudiante Escobar fue elegido presidente. En los primeros
días de julio de 193… el presidente del club recibió un telegrama donde le pedían que
contrate un torero profesional, el centro lucanino avaló la circular. Los integrantes estaban de
acuerdo con el subprefecto y algunos mistis. La corrida india por ser salvaje debía terminar.
VIII. EL MISITA.
Misitu era un toro legendario y bravísimo que vivía en el k’eñwal de Negromayo en las
punas de K’oñani, que era la vaquería de los mistis. Según los k’oñanis no tenía ni padre ni
madre, que había salido de Torko’ocha, tras una tormenta que había caído sobre la laguna
Torkok’ocha. Al día siguiente muy temprano el centro de la laguna se hizo remolino. Del
medio de la laguna salió el Misitu bramando con furia y sacudiendo su astada cabeza. Nadó
hasta la orilla. Luego entró a los k’eñwales de Negromayo donde se asentó. Todos los
punarunas contaban esta historia, decían también, que ese toro corneaba a su propia sombra,
rompía las k’eñwas y que araba la tierra con sus filudas astas. Cuando bajaba a tomar agua el
Negromayo corría turbio. De día miraba el sol rabiando y de noche corría leguas y leguas tras
la luna. Había arañado la nieve del K’arwarasu pretendiendo subir a la cumbre. Era como
puma y que a sus dominios no entraba ningún otro animal, por eso, con un poco de temor
pero decidido si es posible a morir, los comisionados al mando del don Julián Arangüena
fueron en busca del Misitu. Estaban dispuestos a meter bala si el toro no salía. Eran doce
comisionados nuevos montados en sus caballos. Arangüena montaba a su brioso overo. Él
tenía la fama de ser decidido y rabioso, que no temía ni a dios por eso, un día oyó misa
borracho y montando en su caballo. Arangüena y sus comisionados durmieron en la casa
estancia de K’oñani y escucharon una sonido extraño. Era la wakawak’ra del vaquero
Kokchi. Despertó a su mayordomo Fermín y ordenó a los indios quedarse ahí y nada de
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músicas ni wakawak’ras, ni cantos, si no los mataría de un balazo. Montó a su overo y
seguido por su mayordomo y otros comisionados desapareció en la pampa. El corcel
chapoteando cruzó a saltos el riachuelo Negromayo. El patrón ordenó a su gente permanecer
ahí porque el Misitu vendría. Cuando estaban a la espera de Misitu, el monte se movió con
fuerza, sonó el rió y las ramas de los árboles empezaron a quebrase. El vaquero gritó:
“¡Curriychik!” (corran). Se vio la cabeza del Misitu mirando a los otros jinetes y estos
guidados por el mayordomo Fermín corrieron asustados. Don Julián no corrió y alistó su
lazo, cuadró su caballo en sitio estratégico. Misitu al verlo cargó contra Arangüena. Este,
lanzó su lazo pero falló y además el Misitu se escondió en el k’eñwal. Los demás ya
volteaban la lomada escapándose. Arangüena les disparó y la bala cogió al caballo de su
mayordomo Fermín. Por la tarde retornaron a Puquio sin éxito. Aragüena se emborrachó de
cólera y fracaso. Kokchi que era el vaquero de Aragüena había hecho un pago al cerro taita
Ak’chis para que Misitu no sea llevado, así pues el Misitu, más salvaje que nunca seguía en
Negromayo.
IX. LA VISPERA.
Un grupo de vecinos notables obsequió un caballo fino al subprefecto y a través de una
carta redactado por don Demetrio le felicitaban por rechazar la corrida al estilo indio. El
subprefecto convocó a una reunión. La mayoría de los asistentes adulaban al subprefecto
menos Julián Arangüena que explicó las desventajas de toreros profesionales traídos desde
Lima. Después de su participación llamándolos ¡quejones! se retiró de la reunión. Los demás
se quedaron y hablaban del plan, que el “Centro Unión Lucanas” ya había contratado al
torero. Luego se preguntaron si el torero costeño querrá torear en la plaza Pik’achuri porque
era grande. El subprefecto propuso mandar hacer una plaza chica de eucalipto dentro de la
misma plaza Pichk’achuri. Los ayllus lo harían a fin de que toreen. Para que se vea mejor se
necesita una plaza chica con asientos buenos donde se acomodarían todos los vecinos
principales. De esa forma el subprefecto quería engañar a los indios. Don Demetrio pidió el
encierro de Aragüena, lo tildó de peligroso. Los vecinos principales tenían que poner cuota
para contratar a un torero limeño, don Jesús se opuso, pero enojado y todo dio 200 soles. Don
Demetrio y el alcalde Antenor entregaron al subprefecto 1500 soles. Abrazados festejaron el
arreglo, enviaron a Lima 500 soles con los cuales el “Centro Unión Lucanas” contrató al
torero español Ibarito II, con pasajes y estadía pagada para que toreara seis toros. Este
Ibarito confesó que no le gustaba torear donde los indios; porque según él los indios le
echaban a uno aquellos toros que antes ya habían matado tres o cuatro vidas.
Escobar en Lima les informó que los vecinos de Puqio estaban divididos por lo de la
corrida. El obispo también participó y dijo que todos del centro irían a defender la circular
con ayuda de los guardias.
En Puquio el vicario citó a varios varayok les habló de Misitu diciendo que era diabloy
que no traigan. Ellos estuvieron firmes en su decisión de traerlo, el cura aceptó con al
condición de que construyeran una plaza más chica y que los cuatro ayllus deberían hacerlo.
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Ellos aceptaron.
X. EL AUKI.
Todas las montañas de Lucanas tienen un padre: el auki K’arwarasu. Este tiene tres picos
de nieve. Es el más alto y el más venerado. Los viajeros indios, los arrieros lucaninos, lo
miran con respeto y rocían o esparcen aguardiente o cañazo al aire en su honor. El auki es la
seña de Lucanas. Al K’arwarasu, el varayok o alcalde de K’ayau encomendó su ayllu con
tres llamas blancas enterrándas en la cumbre misma para que así los bendiga y ayude en el
arreo del Misitu. Fue acompañado pon un regidor wayna (joven) y retornó con un layk’a
(brujo) de Chipau. El layk’a quiso ir solo por el Misitu porque según él el auki K’arwarasu le
había dado poder sobre todos los ganados de la puna. El varayok se opuso pues todo K’ayau
iría y además contó que K’arwarasu le había hablado de la siguiente manera: “Yo voy a mirar
desde mi cumbre el yawar fiesta” y todo saldría bien porque estaba con K’ayau. El vayayok
al escucharlo había llorado de emoción.
Raura tocaba su wakawak’ra y lo mostraba grande y circular, hecho con cuernos de toros
bravos. Los cuernos daban tres vueltas hasta formar el instrumento musical y tenían boquilla
de acero. Raura soplaba con furia, su cara se hinchaba y la wakawak’ra bramaba como toro.
Al oír ese son taurino los k’ayaus se llenaban de coraje y gritaban: “¡Maypim chay Misitu
Carago!” (Dónde está ese Misitu) El 25 de Julio todo K’ayau hervía de valor y coraje. Los
indios, sea como sea, tenían que torear si no es en la plaza de toros, aunque sea en la iglesia.
Saldrían a la media noche, cada cual con su lazo y fiambre.
Reunidos al extremo de la iglesia partieron detrás del layk’a y después de los varayok, el
Raura y el Tobías. Algunos mistis salieron para verlos. Pancho Jiménez rogó en vano a los
policías que lo llevaran a despedir a los valientes indios aunque sea con grilletes. Tras la
negativa, caminaba furioso de aquí para allá dentro del calabozo. Se preguntó con respecto
al gobierno: “¿Para qué se meterá en la vida de los pueblos? ¿Quién friega de aquí al
gobierno?”. Luego se hizo encerrar en un cuartito más oscuro.
Desde las quebradas de las punas, desde las cumbres, ronco se escuchaba el turupukllay
de los wakawak’ras. Los indios k’ayaus que iban eran por lo menos seiscientos. Don Julián
Aragüena montado en un overo corría junto con los curiosos a despedirlos.
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dirección al vacuno. Levantó su brazo. En el preciso instante, cual gato montés, el Misitu
brincó de la quebrada a la pampa con su cogote levantado y sacudiendo la cabeza. Corría
decidido a cornear a quien sea. “!Só, salk’a¡ ¡Só, carago¡ ¡Sáyay¡” dijo el layk’a y estiró el
brazo. Sin hacer caso la orden del layk’a, el toro clavó sus astas en el pecho del layk’a. Le
sacudió, le tiró al suelo y le hizo dar vueltas. El Misitu estaba endiablado, volvió donde
estaba, escarbó el suelo con sus patas, bramó con furia, volvió donde el layk’a que intentaba
pararse, le rajó la barriga y la entrepierna. El layk’a murió.
Con sumo cuidado y sin ser visto por el toro el Raura tiró su lazo y le dio justo en las
astas. El Misitu se encabritaba, sacudía su cabeza laceada. El varayok también laceó, el
animal volteó y arremetió contra él, pero ahí estaba Raura que lo jaló apoyado a la keñwa.
Los otros comuneros también lacearon y algunos llevaron el cuerpo del layk’a al pie de una
k’eñwa. El Tobías tocó la wakawak’ra que animó a los indios. El Misitu se cuadró en un
rincón. Los demás lo vieron de lejitos. “Ahistá Misitucha” señalaba tranquilo Raura. “Era
gateado, color pardo oscuro”, aunque no era tan enorme, su cogote estaba bien crecido y
redondo, sus astas gruesas y filudas. Seis lazos colgaban de las astas del toro: tres para
arrastre tres para tiemple de atrás. Turnándose de distancia en distancia traían al Misitu. Un
poco detrás de ellos cuatro k’ayaus cargaban en una camilla de k’eñwa el cuerpo del layk’a.
Cuando salieron de la quebrada el varayok derramó aguardiente al k’eñwal de Negromayo
como pago por el Misutu. Cuando ya anochecía llegaron al abra de Pedrork’o. Quitándose el
sombrero el alcalde miró al Auki K’arwarasu. En el coso ya habían ganados bravos que
otros ayllus habían traído, por su parte.
El vaquero Kokchi se adelantó al pueblo para avisar a su patrón don Julián que al Misitu
lo estaban trayendo los k’ayaus. Asombrado, incrédulo y pensativo Julián Aragüena no sabía
qué hacer. Mientras su vaquero Kokchi esperanzado en su patrón imaginó la liberación del
Misitu. Don Julián recordó entonces que si los k’ayaus traían a su toro él perdía diez docenas
de cerveza a favor de don Pancho que estaba detenido. Kokchi lloraba por el toro y
Aragüena ordenó hacerlo en la cocina. De un puñetazo tumbó a su mayordomo Fermín y lo
revolcó a patadas por haber sido cobarde aquella vez cuando él como dueño intentó traer al
salk’a. Dejándolo medio muerto, partió rumbo al cuartel a decirle a don Pancho que Misitu
ya bajaba a Puquio. Cuando quiso entrar le impidió un cabo argumentando que tenía que
pedirle permiso al subprefecto. Aragüena fue al despacho de la autoridad. Allí estaban los
chalos renegados del Centro Unión Lucanas: el estudiante Escobar, Guzmán, el chofer
Martínez, Tincopa, Vargas, apoyando al subprefecto su idea de hacer la corrida a la limeña.
Don Julián Aragüena pidió venia al subprefecto para entrevistarse con Pancho Jiménez. El
motivo era simple: decir que había ganado la apuesta y que lo felicitaba. El hacendado se
peleó con los del club. El subprefecto autorizó y cuando ya estaba en la celda de don
Pancho, la autoridad a traición ordenó el encierro del visitante. El estudiante Ecobarcha y sus
compañeros felicitaron al subprefecto. Allí también estaba el torero español Ibarito y dijo
que el inicio con pelea era mala seña para la corrida. Tampoco quería ver de noche al toro.
Desde la cumbre, muy machos los k’ayaus se anunciaban con las wakawak’ras. Guzmán
del Centro Lucanas dijo: “Necesitaríamos mil años para salvar a los indios de las
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supersticiones.” Ellos se creían civilizados y superiores a los indios, procediendo de padres
indios. Hablando estas cosas iban al encuentro de los k’ayaus. En el encuentro
hipócritamente se abrazaron con los campesinos. Cuando el varayok ordenó cambio de
sujetadores del Misitu los del club querían coger el lazo pero pensaron que sus manos se
desollarían y desistieron. Sólo Martínez lo hizo. Con él los k’ayaus llegaron al pueblo. El
tumulto que llegaba con toro y wakwak’ras alborotó al pueblo. Los perros empezaron a
ladrar como aullando. “!Qué viva K’ayau¡” gritó Escobar. Luego arribaron por fin a la plaza
de Pichk’achuri, donde estaba el coso. Allí descanzaría el Misitu. Faltaba poco para
amanecer.
Los del “Centro Lucanas”, se reunieron porque podría ser que a su torero Ibarito talvez la
gloria lo quiten los toreros indios, eso era preocupante. Las calles, incluido el jirón Bolívar
hervía de gente. En las puertas de la casas flameaban las bandera peruanas. Las campanas de
la iglesia repicaban llamando a la misa. Los del centro visitaron al subprefecto, preocupados
informaron del coraje de los indios; pues estos por haber traído al Misitu, exigían su derecho
a torear. El representante del gobierno los calmó diciéndoles que al primer indio que salga a
torear se le baleará.
Entonces, estaba terminantemente prohibido que los indios toreen.Hizo informar a los
indios por medio de los varayok. Ellos no aceptaban la amenaza. Los del club Lucanas
preocupados decían: “Sí Ibarito comienza toreando bien y capea con voluntad; los indios se
quedaran mirándolo”. Mientras el Yawar Fiesta estaba a punto de estallar. Los detenidos don
Julián Arangüena y Pancho Jiménez conversaban y se amargaban por no estar viendo la
corrida.
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En la oscuridad el lunar grande en la mejilla derecha de Arangüena parecía un apasanka,
Jiménez habló: “¡don Julián! ¡Que perra es mi suerte! ¡Quisiera estar allá, junto al coso!
Regaría con aguardiente los pies de los k’ayaus, tocaría wakawark’ra con el Raura, con el
Tobías ¡si quiera un puñete le daré a esta puerta. Incluso rezaba pidiendo que lo dejaran ver
aunque sea después que lo encierraran un mes, no importaba.
Los corneteros de los cuatro ayllus empezaron a tocar el turupukllay verdadero, del yawar
punchay, “el canto grueso y triste de los wakawak’ras… sacudía esa tarde el corazón de los
principales, los alocaba, se reunían para ir, hacían cargar aguardiente y cerveza a la plaza, se
entusiasmaban…”
Las autoridades y los vecinos principales venían al coso abriéndose campo. El torero, con
su capa y su vestido de luces reverberaba, los del centro Lucanas venían detrás. El torero
español Ibarito II, aquel a quien el alcalde, los del Centro Lucanas y otros mistis lo
contrataron con 500.00 soles desfilaba gallardo y valiente con su uniforme de torero
profesional por el jirón Bolívar. Los mistis lo miraban con admiración y los indios con
curiosidad. Llegó al coso y se acercó al Misitu. El sitio de lso mistis eran palcos hechos pro
los indios. Todo el ruedo o coso estaba atorado de indios que no querían moverse. En vano
los guardias y los tenientes querían detener, golpeaban empujaban pero los indios se filtraban
por cualquier sitio. Las mujeres empezaron a cantar al son de los Wakawak’ras una canción
titulada “Wak’raykuy”:
“¡Ay turullay turu, ¡Ay, toro, toro,
wak’raykuyari, cornea pues,
sipiykuyari mata pues
turullay, turu!” toro, toro!
Escuchando el bramido de los wakawak’ras Ibarito ya estaba con miedo - señor Escobar -
dijo refiriéndose al Presidente del Centro Lucanas: - ¿No podrían taparles el hocico a esas
mujeres?, cantan como si ya estuvieran viendo mi cadáver”,- Imposible - respondió
Escobar.
La concurrencia miraba el lugar por donde saldría el toro. Cuando las mujeres callaron,
los corneteros empezaron a tocar el “jaykuy” que subía al cielo. De pronto, saltó el Misitu al
ruedo taurino. Se fue de frente. Se paró al medio de la plaza, con el cogote levantado y los
cachos hambrientos de sangre humana. Los toreros K’encho, Tobías, Wallpa y Honrao Rojas,
se alistaban, pero apareció Ibarito. “¡Bravo!” Los mistis aplaudían. El Misitu se enderezó
bien, hacia el lado del torero. Ibarito se acercó al toro, cuidándose y mirando, a pasos lentos.
Los mistis y del Centro Lucanas, soberbios ante los indios, exclamaron “¡Viva Ibarito¡ ¡Viva
el gran torero!”. El Misitu arañó el suelo, levantó polvo con sus patas, dio el primer brinco y
corrió con dirección al torero con una bravura extrema.
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Con su capa lista y sus piernas en el suelo esperaba Ibarito. Levantó la capa y cuando
Misitu seguía corriendo contra él, tiró la capa al Misitu hasta taparle la cara. De tres saltos
llegó a esconderse mientras el toro pisó la capa y con sus cachos la rajó por todas partes.
“¡Maula carago! ¡k’anra! ¡Atatau carago! ¡Maricón carago!” gritaron lo toreros indios al
matador costeño y profesional que se orinaba de miedo. Entonces el mismo alcalde Antenor
aquel que se opuso al torero de los indios, ordenó que entraran los toreros indios Wallpa con
su poncho rojo y sus hojotas corrió de frente al Misitu. Este cargó y Wallpa esquivó la
cornada con maestría. La gente miraba con la respiración detenida. El toro volteó y lo
buscaba loco de rabia y ante la atenta mirada de la concurrencia, metió su asta izquierda en
la ingle de Wallpa, quien, ya cogido gritó; “¡Misitucha! ¡pierro!”. Su cuerpo estaba pegado a
la barrera. Los demás toreros trataron de distraer al toro. El Honrao lo jaló de la cola y
cuando volteó hacia él le arrojó su poncho bermejo. El toro lo despedazó, fue entonces que,
el varayok de K’ayau alcanzó un cartucho de dinamita prendida al Raura. El valiente Wallpa
aún pudo pararse, pero de pronto se hincharon sus pantalones y a borbotones un chorro de
sangre se deslizó por el suelo y Wallpa cayó muerto.
Un dinamitazo estalló muy cerca del Misitu. Este, con el pecho perforado, sangrando y
aún con vida buscaba cuerpo humano. Los wakrapukus tocaron la tonada de ataque. Honrao
Rojas se acercó al toro y le dijo “¡Muere pues, muérete salka!”. Al presenciar aquello, el
alcalde le dijo al subprefecto que estas eran las corridas indias, el yawar p’unchay verdadero.
Fin.
LOS INDIOS:
1. MAYWA: del ayllu Chaupi, el mejor cornetero, su casa estaba junto a Makulurumi y
desde allí soplaba su corneta todo el mes de julio de cada año.
3. KOKCHI: Vaquero de K’oñani que sirve a don Julián Aragüena y cuida a Misitu.
5. RAURA: Torero y laceador trejo del ayllu K’ayau, es el primero el lacear al Misitu en
su misma guarida y además el que acaba con la vida del toro de un dinamitazo.
6. LAYK’A: Brujo de Chipau que muere como pago en las alturas de K’oñani corneado
por Misitu.
7. WALLPA: Torero del ayllu K’ayau que muere corneado por Misitu, en el yawar fiesta
del 28 de julio.
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8. HONRAO ROJAS: Torero del ayllu Pichk’achuri, que año tras año vencía a los de
K’ayau.
LOS MISTIS:
1. ANTENOR MIRANDA: Alcalde de Puquio que hace sin murmurar la que dice el
subprefecto. Se opone radicalmente a la corrida india. Cuando cobardemente el
torero que contrató se escapa del Misitu, autoriza el ingreso de toreros indios. Al final
de la novela comenta al subprefecto que esa era el yawar p’unchay verdadero.
3. DON DEMETRIO: Vecino principal de Puquio que como buen ayayero del
subprefecto rechaza la corrida india. Es humillado por don Pancho Jiménez.
5. DON PANCHO JIMÉNEZ: Vecino principal de Puquio y siendo blanco es uno de los
principales defensores de la corrida al estilo indio, por lo cual es visto como un peligro
para los intereses de las autoridades y encarcelado hasta el fin de la corrida.
6. DON JULIÁN: Uno de los vecinos principales de Puquio, como todo gamonal es
abusivo y prepotente, dueño del territorio en el que se encuentra Misitu, por ende
dueño también del toro. Defiende la corrida india eso le geenra malos entendidos con
las autoridades, pero simpatía con los indios. El día de la corrida es también
encarcelado.
LOS OTROS:
IBARITO II: Torero de origen español, rubio a quien por quinientos soles los principales
de Lucanas a través del Club Unión Lucanas contratan, a fin de que toree profesional y
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“civilizadamente”. Pero cuando se encuentra frente a frente con el Misitu corre, se
esconde.
MISITA: Toro legendario que enfrenta a dos ayllus (Kayau y Pick’achuri). Vive en el
K’eñwal Noegromayo de K’oñani. Su pasado es una leyenda, por eso todos lo temen
hasta el torero Ibarito II, pero de manera brava es traído por los k’ayaus y matado por
ellos mismos en la plaza de toros de Pichk’achuri.
TIEMPO. Los hechos transcurridos en la historia corresponden a los años 1920 – 1930.
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G. TÉCNICAS Y PROCEDIMIENTOS LITERARIOS:
Narración lineal.
Flash back.
Cajas chinas.
Narrador omnisciente.
Vuelta de Tuerca.
H. MANEJO LINGÜÍSTICO:
El etnólogo y reconocido narrador apurimeño, José María Arguedas Altamirano, en su
primera novela “Yawar Fiesta” hace uso de un castellano culto, directo y poético; pero,
magistralmente, el castellano andino más conocido como el Quechuañol. Como se puede
ver: el título “Yawar Fiesta” (Fiesta de Sangre) y expresiones como: “¡Só salk’a! ¡Só,
carago! ¡Campu! ¡Maqt’a Tankayllu está entrando! ¡Misitucha! ¡Pierro!”
“El Perú se está debatiendo entre dos tendencias. ¿Qué es mejor para el
hombre? ¿Cómo progresa más el hombre, mediante la competencia individual
y el incentivo de ser uno más poderoso que todos los demás o mediante la
cooperación fraternal de todos los hombres, que es lo que practican los
indios?”
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1. CONCEPTO:
Se denomina así a la producción literaria en género narrativo que se desarrolló en la
década del 1960 en el Perú y alcanzó notoriedad nacional e internacional.
2. CARACTERÍSTICAS:
Moderniza e innova la narrativa peruana con la experimentación de las técnicas
narrativas modernas bajo el magisterio de Kafka, Joyce, Dostoievski y Faulkner entre
otros narrados vanguardistas del siglo XX.
Se proyecta hacia lo internacional o universal a través del “Boom” Literario
Latinoamericano.
Logra la producción de una novela total o completa que abarque todo un universo en
toda su complejidad política, social, cultura e histórica.
Pone mayor interés en Lima capital y sus barriadas y solares aristocráticos, pero
también el mundo andino con la técnica del realismo mágico.
Muestra con crudeza y realismo lacerante la vida de los marginados sociales en Lima.
Los escritores vivían una intensa agitación política cultural a raíz el triunfo de la
Revolución Cubana al mando de Fidel Castro y las muertes: del poeta y guerrillero
Javier Heraud (Puerto Maldonado, 1963) y del “Che” Guevara (Bolivia, 1967).
3. REPRESENTANTES:
Eleodoro Vargas Vicuña con “Taita Cristo” (1960)
Mario Vargas Llosa con “La Ciudad y Los Perros” (1963)
José Antonio Bravo con “Las Noches Unidas” (1968)
Miguel Gutiérrez Correa con “El Viejo Saurio Se Retira” (1869)
Edgardo Rivera Martínez con “Ángel de Ocongate”
Alfredo Bryce Echenique con “Huerto Cerrado” (1968)
Oswaldo Reynoso con “En Octubre No hay Milagros” (1965)
Julio Ramón Ribeyro con “Crónica de San Gabriel” (1961)
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JORGE MARIO PEDRO VARGAS LLOSA
1936: Nace el 28 de marzo en Arequipa, Perú. De la unión de Ernesto Vargas Maldonado
y Dora Llosa Ureta
1937: Se muda con su familia materna a Cochabamba, Bolivia.
Estudia los cuatro primeros años de primaria en el
colegio La Salle.
1946: Se traslada a Piura, norte del Perú. Estudia en el colegio
Salesiano el quinto año de primaria.
1947: Viaja a Lima, donde estudia el sexto año de primaria y
los dos primeros años de secundaria en el colegio La
Salle.
1950: Ingresa al colegio militar Leoncio Prado de Lima, donde
estudia el tercer y cuarto año de secundaria.
1952: Regresa a Piura, donde termina la secundaria en el
colegio nacional San Miguel. Inicia su carrera literaria
como columnista en periódicos locales.
1953: Vuelve a Lima e inicia estudios de Letras y Derecho en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos.
1955: Se casa con Julia Urquidi. Publica sus primeros cuentos. Trabaja como periodista en
las revistas Turismo y Cultura Peruana y en el suplemento dominical de El
Comercio.
1957: Gana, con su relato “El Desafío”, el concurso organizado por la Revue Française, lo
que le permite viajar a París.
1958: Se recibe de Licenciado en Literatura, con la tesis “Bases Para Una Interpretación
de Rubén Darío”.
1959: Le conceden la beca "Javier Prado" para hacer el doctorado en la Universidad
Complutense de Madrid. Gana el premio Leopoldo Alas (España) por su colección
de cuentos “Los jefes”. Se muda a París donde vive cerca de siete años, trabajando
como profesor de español en la Escuela Berlitz, como periodista en la Agencia
France Press y en la Radiodifusión-Televisión Francesa.
1963: Publica su primera novela “La ciudad y Los Perros” y obtiene el premio Biblioteca
Breve. Con esta misma novela, gana el premio de la Crítica Española.
1964: Vuelve al Perú, donde realiza su segundo viaje a la selva. Se divorcia de Julia
Urquidi.
1965: Se casa con Patricia Llosa, en Lima, y regresa con ella a Europa.
1966: Publica su segunda novela “La Casa Verde”, su segunda novela y obtiene el premio
de la Crítica Española.
1967: Publica el relato “Los Cachorros”. “La Casa Verde” gana el premio Nacional de
Novela (Perú), y el Premio Internacional de Literatura Rómulo Gallegos
(Venezuela).
1969: Publica la novela “Conversación en La Catedral”.
1971: Publica “Historia Secreta de una Novela” y “García Márquez: Historia de un
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Deicidio”, en ensayo literario.
1973: Publica la novela “Pantaleón y las Visitadoras”.
1975: Es nombrado Miembro de la Academia Peruana de la Lengua.Publica “La Orgía
Perpetua: Flaubert y Madame Bovary”, ensayo literario.
1977: Publica su novela “La tía Julia y el Escribidor”.
1981: Publica y estrena en Buenos Aires su pieza de teatro “La Señorita de Tacna”.
Publica su novela “La Guerra del Fin del Mundo” y su colección de ensayos “Entre
Sartre y Camus”.
1983: Toma parte, a petición del Presidente de Perú, Fernando Belaunde Terry, en la
comisión investigadora sobre los sucesos ocurridos en Uchuraccay, donde fueron
asesinados ocho periodistas por soldados peruanos, pero que para Vargas Llosa
fueron campesinos.
1984: Publica “Historia de Mayta”, novela.
1985: Gana el premio Ritz Paris Hemingway (Francia), por su novela, “La Guerra del Fin
del Mundo”.
1986: Publica y estrena en Lima su pieza de teatro “La Chunga” y la novela policial “¿Quién
Mató a Palomino Molero?”. Gana el premio Príncipe de Asturias de las Letras
(España).
1988: Funda en Perú el Movimiento Libertad y forma parte del Frente
Democrático(FREDEMO), con partidos políticos de la derecha, creando así una
opción para las elecciones presidenciales de 1990. Publica su novela erótica
“Elogio de la Madrastra”.
1989: Se oficializa FREDEMO y es lanzado como candidato presidencial a las elecciones
de 1990.
1990: Publica su libro de ensayos literarios “La Verdad de las Mentiras”. El 10 de junio,
en la segunda vuelta electoral, pierde las elecciones presidenciales y regresa a
Londres donde retoma su actividad literaria.
1992: Recibe el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Boston y de la Universidad
de Génova.
1993: Profesor invitado en la Universidad de Princeton para el semestre de primavera,
donde dicta un curso sobre Literatura Hispanoamericana. Publica su libro de
memorias “El Pez en el Agua”. Publica la novela “Lituma en los Andes” con al que
denigra al mundo andino y pese a ello, obtiene el Premio Planeta.El Gobierno
Español le concede la ciudadanía española.
1994: Obtiene el Premio Miguel de Cervantes, instituido por el Ministerio de Cultura de
España, como reconocimiento a su trayectoria literaria.
1996: Publica el polémico ensayo literario “La Utopía Arcaic., José María Arguedas y las
Ficciones del Indigenismo”.
1997: Visita la República Dominicana para realizar un trabajo de investigación sobre el
dictador Leonidas Trujillo. Se publica su novela “Los Cuadernos de don
Rigoberto”.
2000: Presenta en Madrid y varias ciudades de España, su novela “La fiesta del Chivo”.
2001: El Presidente del Perú, Dr. Alejandro Toledo le concede la condecoración Orden “El
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Sol del Perú”, en el Grado de Gran Cruz con Diamantes, la más alta distinción que
otorga el Estado peruano,
2002: La Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, le otorga el grado de Doctor
Honoris Causa.
2003: Se publica su novela “El Paraíso en la Otra Esquina”. Se publica “Diario de Irak”,
con los artículos del reportaje sobre la guerra en Irak.
2006: Se presenta su novela, “Travesuras de la Niña Mala”, en Madrid (España).
2007: Publica “Odiseo y Penélope”.
OBRAS PRINCIPALES:
NARRATIVA:
– “La Casa Verde” (1966)
– “Conversación en La Catedral” (1969)
– “La Guerra del Fin del Mundo” (1981)
– “La Fiesta del Chivo” (2000)
– “El Paraíso en la Otra Esquina” (2003)
– “Travesuras de la Niña Mala” (2006).
ENSAYO:
– “García Márquez: Historia de un Deicidio” (1971)
– “La Orgía Perpetua: Flaubert y Madame Bovary” (1975)
– “La Verdad de las Mentiras: Ensayos sobre la Novela Moderna” (1990)
– “La Utopía Arcaica. José María Arguedas y Las Ficciones del Indigenismo” (1996)
– “El Lenguaje de la Pasión” (2001)
– “La Tentación de lo Imposible” ensayo sobre Los Miserables de Víctor Hugo (2004)
TEATRO:
– “La Huida del Inca” (1952)
– “La Señorita de Tacna” (1981)
– “Kathie y el Hipopótamo” (1983)
– “La Chunga” (1986)
– “El Loco de los Balcones” (1993)
– “Ojos Bonitos, Cuadros Feos” (1996)
– “Odiseo y Penélope” (2007)
MEMORIAS:
– “El Pez en el Agua” (1993)
PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS:
En 1959 gana el Premio Leopoldo Alas por Los Jefes.
En 1962 obtiene el Premio Biblioteca Breve con su obra La ciudad y los perros. Con
esta misma novela obtiene en 1963 el Premio de la Crítica Española.
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En 1967 obtiene los premios Nacional de Novela del Perú, el Premio de la Crítica
Española y el Rómulo Gallegos por su novela La casa verde.
En 1985 gana el Premio Ritz París Hemingway por su novela La guerra del fin del
mundo.
En 1986 gana el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
En 1988 recibe el Premio Libertad (Suiza) otorgado por la Fundación Max
Schmidheiny.
En 1994 Premio Cervantes de Literatura. Entre otros que superan el medio centenar.
B. CONTEXTO SOCIOCULTURAL:
En el nordeste brasileño, a finales del siglo XIX, se desencadenó una de las más
sangrientas rebeliones populares de la historia americana, llamada Guerra de Canudos.
Movimiento pacífico religioso que adquirió tintes políticos y pasó a ser considerado
subversivo por el gobierno, mientras se extendía por una de las áreas más necesitadas y
pobres del país.
Canudos era una pequeña hacienda abandonada del interior de Bahía, en un área de
difícil acceso. Allí instaló a partir de 1893 Antonio Vicente Mendes Maciel, mejor conocido
como Antonio el Conselheiro. Antes, el beato había recorrido el sertão seguido de una
farándula de fieles. El Conselheiro comandó una quema de edictos de cobro de impuestos y,
después, se refugió con sus seguidores en Canudos.
El gobierno federal comenzó a enviar tropas para invadir la misérrima aldea, pero éstas
eran irremediablemente diezmadas por el tenaz bando de los beatos. En 1897, en el marco de
la cuarta incursión de tropas gubernamentales a la región, después de tres estrepitosos y
vergonzosos fracasos en los que la represión vino a confrontar armas rudimentarias con
sofisticados productos de la industria bélica germana, los militares federales desarrollaron
literalmente una guerra de exterminio, incendiaron Canudos, mataron a toda la población y
degollaron a los prisioneros.
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C. TRAMA ARGUMENTAL:
” O Anti-Christo nasceu
Para o Brasil governar
Mas ahi está O Conselheiro
Para delle nos livrar”
Era un hombre alto y tan flaco
que parecía siempre de perfil. Su
nombre: Antonio Vicente Mendes
Maciel, más conocido como “El
Consejero”. Esto porque siempre
andaba predicando que había que
restaurar la iglesia y el cementerio o
del infierno, y de lo que había que
destinar el tiempo restante a lo esencial: el alma. Al comienzo apareció solo, pero después de
recorrer ciertos pueblos como Jacobina, Itabaiana, Campos y Gerú, se le veía aparecer
acompañado de algunos pordioseros que veían en aquel hombre enjuto, a un santo. En el
pueblo de Pombal se le uniría un muchachito de catorce años llamado Antonio Mota, a quien
llamaban en el pueblo el Beatito, por la vida religiosa y casta que llevaba. Después de
observarlo unos segundos, sin pestañear, el Consejero asintió y una sonrisa cruzó brevemente
su cara. El Consejero señaló un pequeño espacio de tierra libre, a su lado, que parecía
reservado para el amontonamiento de cuerpos. El muchacho se acurrucó allí, entendiendo, sin
que hicieran falta las palabras, que el Consejero lo consideraba digno de partir con él por los
caminos del mundo, a combatir contra el demonio. “Los perros trasnochadores, los vecinos
madrugadores de Pombal, oyeron mucho rato todavía el llanto del Beatito sin sospechar que
sus sollozos eran de felicidad por haber sido aceptado como seguidor del predicante».
Tras esta rebelión contra la republica en Natuba, el Consejero y sus seguidores llegaron a
Canudos, donde estaba la hacienda del Barón de Cañabrava. Allí tuvieron que repeler a las
fuerzas del orden empecinados en desalojarlos de las tierras del ilustre Barón. Inferiores en
número, las fuerzas del orden emprendieron la retirada, pues, se dieron cuenta que nada
podían hacer contra aquella turba enardecida que vociferaba «¡Muera la República!». Cuando
semanas después se supo en Salvador que en una aldea remota llamada Natuba, los edictos de
la flamante República sobre los nuevos impuestos habían sido quemados, la gobernación
envió una fuerza de la Policía Bahiana a prender a los revoltosos y a capturar al Consejero.
Tras semanas de búsqueda lo hallaron en un poblado llamado Masseté, donde el Consejero
era reverenciado más que antes, ya que sus adictos interpretaron dicho tiempo como una
señal venida del cielo.
Una joven que había sido violada cuatro veces, y que se llamaba María Quadrado, se
unió al séquito del Consejero quien ya llevaba varias semanas establecido en Canudos,
porque el resto del país, según decía a sus seguidores el fanático religioso, había caído en
manos del Anticristo, es decir, en la República. Cuando Fray Joao Evangelista de Monte
Marciano se dirigió a Canudos a defender el rol de la Iglesia durante siete días, en medio de
una hostilidad sorda, se vio tratado de masón y protestante. Centenares de hombres pobres
seguían al Consejero, aldeas enteras quedaban sin habitantes; por eso, el cura Evangelista
exhortó a los yagunzos (seguidores del Consejero) a retornar a sus pueblos. Tuvo que salir
huyendo prácticamente porque la multitud enardecida se negó rotundamente.
Alguien dijo que esos yagunzos eran una secta político-religiosa subvertida contra el
gobierno constitucional del país, constituyen un Estado dentro del Estado pues allí no se
aceptan las leyes ni son reconocidas las autoridades, no es admitido el dinero de la
República. “La Iglesia ha perdido su autoridad allí por culpa de un demente que se pasa el
día haciendo trabajar a todo el gentío en la construción de un templo de piedra».
Cuando Leus Piedades, el abogado del Barón de Cañabrava, ofició al Juzgado de Salvador
que la hacienda de Canudos había sido invadida por maleantes, el Consejero llevaba allí tres
meses. Hasta aquel sitio cercado de montes pedregosos, llamado Canudos por las cachimbas
de canudos que fumaban antaño los lugareños, fueron llegando grupos de curiosos, de
enfermos, de pescadores, de vagos, de huidos, con la esperanza de que allí encontrarían
perdón, refugio, salud, felicidad. A medida que Canudos fue creciendo se fue construyendo
un gran templo de piedra que se consagró al Buen Jesús. El Consejero advirtió a sus
seguidores, que la República seguiría mandando anticristos con uniformes y fusiles para
reprimirlos. Sin directivas específicas, pero en función de las enseñanzas del Consejero, la
vida se fue organizando, aunque no sin tropiezos; pero en general, la vida era pacífica y
reinaba un espíritu de colaboración entre los vecinos.
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En tanto, Galileo Gall descansaba en un hotel de Queimadas, mientras hasta su habitación
llegaba un mitin del Partido Republicano Progresista de Epaminondas Goncalves, director del
periódico «Jornal de Noticias» y opositor del Barón de Cañabrava y todo sus esbirros
monárquicos. « ¿Tienen algo que ver con los intereses de los humildes las querellas retóricas
de los partidos burgueses?», se preguntaba Galileo Gall, mientras esperaba la hora de partir a
Canudos con Rufino, su guía a apoyar a los yagunzos. La repentina aparición de la policía
pareció truncar los proyectos del escocés, pues, le dieron una orden por la cual se le
expulsaba del país por «extranjero indeseable». En la antevíspera de su partida, dos hombres
al servicio de Epaminondas Goncalves lo fueron a buscar para llevarlo a un albergue donde
lo esperaba el director del «Jornal de Noticias». Goncalves propuso a Galileo que llevara
armas a los hombres de Canudos a cambio de la anulación de la orden de extradición. Era esa
la intención de Galileo Gall, y lejos de interesarse de cómo se había enterado aquel hombre
de sus actividades, le preguntó por qué estaba interesado en aquella causa. La respuesta fue
clara: Bahía era un baluarte de terratenientes retrógados, de corazón monárquico, pese a que
la República imperaba. Si lo de Canudos prosperaba los monárquicos de Bahía entrarían en
crisis perdiéndose así su poder, y eso lo beneficiaba a Goncalves como republicano
progresista que era. «Los enemigos de nuestros enemigos son nuestros amigos», concluyó
Epaminondas. Gall se preguntó si era ético para un revolucionario confesarse con un
politicastro burgués. “Sí, la conjura ayudaba a los yagunzos”, se respondió, y aceptó la
propuesta.
El Consejero, con sus prédicas, animó a los fatigados vencedores que ingresaban portando
heridos y cadáveres. Hubo cohetes y fuegos artificiales preparados por Antonio el Fogueteiro
y el Beatito organizó procesiones que recorrieron los meandros de casuchas que habían
brotado en la hacienda. Mientras tanto las autoridades de Bahía, criticadas sin piedad por el
Jornal de Noticias y el Partido Republicano Progresista por los sucesos de Uauá, enviaba una
segunda expedición de quinientos cuarentaitrés
soldados y catorce oficiales portando cañones y
ametralladoras.
El León de Natuba era un ser deforme despreciado por su propia familia, había nacido
con las piernas muy cortas y la cabeza enorme, de modo que los vecinos de la ciudad de
Natuba pensaron que sería mejor que se muriera, pues, sería tullido y tarado. Sólo; lo primero
resultó cierto, ya que, para asombro de todos, aprendió a leer y escribir sin que nadie se lo
enseñara. “No se llamaba León, sino Felicio, pero el sobrenombre, como ocurría a menudo
en la región, una vez que prendió, desplazó al nombre. Le pusieron León tal vez por burla,
seguramente por la inmensa cabeza que, más tarde, como para dar razón a los bromistas, se
cubriría en efecto de unas tupidas crenchas que le tapaban las orejas y zangoloteaban con sus
movimientos. O, tal vez, por su manera de andar, animal sin duda alguna, apoyándose a la
vez en los pies y en las manos (que protegía con unas suelas de cuero como pezuñas o
cascos), aunque su figura, al andar, con sus piernas cortitas y sus brazos largos que se
posaban en tierra de manera intermitente, era más la de un simio que la de un predicador.
Así, no conoció el amor paternal, ni el fraterno, ni la amistad, pues los chicos de su edad le
tuvieron al principio miedo y, luego, repugnancia. Lo acribillaban a pedradas, escupitajos e
insultos si se atrevía a acercarse a verlos jugar. Los borrachos lo buscaban por las callejuelas
para divertirse o desafogarse. Jugueteaba horas con él, desnudándolo para comprobar si
debajo de la túnica ocultaba otras monstruosidades además de la que tenía a la vista,
subiéndolo sobre un caballo o pretendiendo cruzarlo con una cabra para averiguar qué
producía la mezcla”. Fue el Consejero quien lo libró de una turba que quería quemarlo, y se
lo llevó con él en su peregrinaje.
En tanto, en casa de Rufino, el guía que iba a llevar a Galileo Gall hasta Canudos para
entregar las armas a los yagunzos, se ha marchado a ver un trabajo que le han ofrecido y lo
mantendrá fuera durante cuatro días. Jurema, su mujer, muestra su satisfacción ante este
hecho ya que no quiere ver a su marido comprometido en tales acciones. Sorpresivamente
tres hombres asaltan la vivienda y, aun cuando Gall logra dar muerte a dos de ellos, el tercero
logra apoderarse de las armas y huir. En un arrebato brusco, incontenible, incomprensible,
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Galileo viola a Jurema tras de diez años de no tocar a una mujer.
Después de una ardua batalla sostenida contra los hombres del Consejero, el Mayor
Febronio de Brito y un puñado de soldados sobrevivientes se ven aplastados por las fuerzas
del santo. Así, la segunda expedición enviada por las autoridades de Bahía, caía ante aquellos
hombres mal artillados, pero a quienes movía una fe fanática inquebrantable. La victoria no
fue fácil, pues, muchos yagunzos habían sido despedazados por los cañonazos de los
enemigos, pero, el ataque sorpresivo de hombres, mujeres, niños y viejos que cayeron como
un alud, inclinó la batalla en favor de los seguidores del Consejero. “No dieron tiempo a los
soldados a salir del estupor de ver de pronto, en ese llano, la masa vociferante de hombres y
mujeres que corrían hacia ellos como si no hubieran sido ya derrotados. Cuando el susto los
despertó, los sacudió, los puso de pie y cogieron sus armas, ya era tarde. Ya los yagunzos
estaban sobre ellos, entre ellos, detrás de ellos, delante de ellos, acuchillándolos,
apedreándolos, clavándolos, mordiéndolos, arrancándoles los fusiles, las cartucheras, los
pelos, los ojos, y, sobre todo, maldiciéndolos con las palabras más extrañas que habían oído
jamás». Pocos militares lograron escapar.
Galileo descubre que quienes le robaron las armas, son bandidos enviados por
Epaminondas Goncalves. Lo había engatusado, pues, le había propuesto facilitar armas a los
hombres del Consejero, pero lo que buscaba era asesinarlo antes que pudiera lograr su
cometido y así, hacer un escándalo comprometiendo al Estado de Bahía por su ineficacia al
permitir que un extranjero traficara con armas. En la Asamblea Legislativa del Estado de
Bahía, se arma un enfrentamiento verbal hasta corporal. Los Republicanos Progresistas de
Epaminondas Goncalves acusan al Gobernador Luis Viaña de consentidor y al Barón de
Cañabrava de conspirador.
Cuando Rufino regresó de Itiuba una vez terminado su contrato con la gente del
Ferrocarril de Jacobina, encontró su casa deshabitada, y un rumor que lo enfureció. Se decía
que ha hubo un tiroteo y muertos en su casa y que su mujer se ha fugado con un forastero de
pelos rojos. Rufino va a Queimadas a ver a su madre, quien le confirma dichos rumores. Le
cuenta que Caifás, el único sobreviviente que se apoderó de las armas cuando atacaron su
casa, trató de matar a Galileo, pero que la oportuna intervención de Jurema evitó que el
sicario cumpliera su cometido: “Caifás quiere verte, quiere explicarte. Es tu amigo, quiere
explicarte. No venían a matarte a ti. Ni a ella. Iban a matar al forastero solamente. Pero él se
defendió y mató a dos. Ella lo salvó, ella le cogió las manos a Caifás. Se fue con él,
abrazándolo, apoyada en él”, concluye su anciana madre.
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Caifás, quien llega a un arreglo con la mujer. El sicario parte llevándose el cabello de Gall,
que Jurema había recortado, así como un loco del lugar que había asesinado a unos niños. La
intención de Caifás es evidente: entregará a Epaminondas Goncalves el cadáver del orate
haciéndolo pasar por el de Galileo Gall. En una entrevista que sostiene Rufino y Caifás, el
primero de ellos recrimina al sicario por no haber dado muerte a Galileo Gall, y por haber
engañado a Epaminondas Goncalves haciéndole creer que el extranjero estaba muerto. “Sí yo
lo hubiera rematado, allá en Ipupiará, te hubiera ofendido a ti, impidiéndote lavar la
mancha”, se defiende Caifás.
Mucha gente, aun la madre de Rufino, marchan de sus lugares rumbo a Canudos en busca
del Consejero. La preocupación del Barón de Cañabrava es la de todos los grandes
hacendados que ven marcharse a sus trabajadores con toda su familia. Cientos de familias
que abandonan trabajo, animales, casas, todo ¿y para qué? Para esperar en Canudos el
Apocalipsis. Muchos hombres son apresados por no haber declarado sus armas al Sétimo
Regimiento, tal como lo indicaba la ordenanza. Algunos de los detenidos piden que les den
un tiro en la cabeza, pero el Coronel Moreira César se limita a responderles que él no gasta
municiones en traidores a la República.
Ante una señal del oficial, dos soldados desenvainan sus facas del cinto, y con
movimientos idénticos, cogen, cada cual con la mano izquierda, los pelos de un prisionero,
de un tirón le echan la cabeza atrás y lo degüellan al mismo tiempo de un tajo profundo.
Todos los oficiales presentes, entre los que se cuentan Olimpo de Castro, Cunha Mattos y el
coronel Tamarindo, quedan atónitos al ver que Moreira César ni se inmuta ante tan cruento
espectáculo. Sus pensamientos parecen estar en otra parte. Cuando el capitán Olimpo de
Castro lo interroga sobre el motivo de su preocupación, Moreira César habla como si tuviera
un cuerpo extraño en la boca: “El tiempo que huyan antes de que lleguemos”. Un ataque de
epilepsia pone fuera de mando al legendario coronel, en quien estaban puestas las esperanzas
para acabar con la insurgencia religiosa establecida en Canudos.
El doctor Souza Ferreira determina que el desgaste físico y nervioso de los últimos días,
han llevado al enfermo a un estado tal que era imposible evitar, que aquel ataque se repitiera,
después de dos años, justamente en aquel momento en que su presencia resulta de vital
importancia. Tras una corta deliberación, los oficiales acuerdan trasladar al enfermo a
Calumbí propiedad del Barón de Cañabrava, a riesgo de que Moreira César se sienta ofendido
de permanecer en casa de uno de los jefes de la subversión monárquica.
Mientras tanto en Canudos, ante la anunciada llegada del Regimiento del Ejército
Federal, Pajeú, un hombre que tenía una gran cicatriz en el rostro, es comisionado para espiar
y hostilizar a las tropas de Moreira César en su avance hacia Canudos. Por su parte, Joao
Grande, aquel musculoso negro que llevaba ya quince años acompañando al Consejero, había
logrado, con la ayuda del comerciante Antonio Vilanova, reunir cerca de cuatrocientos
miembros para integrar la Guardia Católica que se le había encomendado dirigir. Un
domingo más tarde, la Guardia Católica recorrió en procesión las calles de Canudos entre una
doble valla de gentes que los aplaudían y los envidiaban. A la madrugada siguiente llegaba
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hasta Joao Abade un mensajero de Pajeú a informar que el ejército enemigo tenía mil
doscientos hombres varios cañones y que al coronel que lo mandaba le decían
Cortapescuezos.
Rufino abandona Queimadas después de incendiar su cabaña, como buscando borrar con
este hecho la ofensa recibida por Gall y Jurema. Cinco días después se le ve por Ipupiará,
hasta donde lo ha llevado su sed de venganza. En su obsesionada búsqueda, Rufino encuentra
a los hombres de Pajeú, quienes le proponen que se una a ellos. El pistero se niega
explicándoles lo que le ha acontecido y lo dejan marchar. A la mañana siguiente llega a
Casancao casi al mismo tiempo que la soldadesca de Moreira César. Un herrero del lugar le
informa que no hace mucho pasó por el Cansacao el circo, al cual se han unido Jurema junto
que Galileo Gall y un enano del circo. Rufino no puede ocultar la satisfacción de saber que
anda cerca de sus presas.
Mientras tanto en Calumbí, el Coronel Moreira César no puede ocultar su disgusto por
tener que permanecer, a pesar de las constantes atenciones que recibe, en casa del Barón de
Cañabrava. A Moreira César le parece ridículo que faltando cuatro años para que comience el
siglo veinte, todavía haya alguien que se jacte de llevar el título de Barón. Es por eso que,
una mañana montó en su caballo blanco y partió, seguido de su escolta, en busca de sus
soldados. En tanto, el Mayor Febronio de Brito hace lo imposible por proteger el ganado que
se le ha encomendado. Las reses van cayendo una tras otra, envenenadas, víctimas de los
dardos de los yagunzos. “Han bastado las dos primeras reses alcanzadas para que descubran
que esas víctimas no son ya comestibles, ni siquiera por quienes en todas las campañas que
han vivido juntos aprendieron a comer piedras. Los que probaron esas reses comenzaron a
vomitar de tal modo y a padecer tales diarreas que, antes que los médicos lo dictaminaran,
supieron que los dardos de los yagunzos matan doblemente a los animales, quitándoles la
vida y la posibilidad de ayudar a sobrevivir a quienes venían arreándolos. Desde entonces,
apenas cae una res, el Mayor Febronio de Brito la rocía con kerosene y le prende fuego.
Enflaquecido, con las pupilas irritadas, en los pocos días desde la salida de Queimadas el
mayor se ha vuelto un ser amargo y huraño. Su mala suerte hace que sea suya la
responsabilidad de esos cuadrúpedos que caen en medio de elegías sonoras, que sea él quien
deba ordenar que los rematen y carbonicen sabiendo que esas muertes significan hambrunas
futuras. Ha hecho lo que estaba a su alcance para amortiguar el efecto de los dardos,
disponiendo círculos de patrullas en torno a los rebaños y protegiendo a las bestias con cueros
y crudas, pero, con la altísima temperatura del verano, el abrigo los hace sudar, demorarse y
a veces se desploman. Los soldados han visto al mayor a la cabeza de las patrullas que,
apenas comienza la sinfonía (sonido de los pitos que soplan los yagunzos preludiando el
lanzamiento de los dardos), salen a dar batidas. El ejército de Moreira César, con éste a la
cabeza, llega a Monte Santo donde hace saltar puertas y ventanas a culatazos y patadas y
pronto empiezan a ver filas de vecinos arrastrados hacia cuatro corrales enmarcados por
centinelas. Allá son interrogados en medio de insultos y protestas. Un periodista miope del
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Jornal de Noticias pregunta al Coronel Moreira César si era necesario convertir a todo Monte
Santo en enemigo en esos interrogatorios. «-Ya lo son, todo el pueblo es cómplice. El
cangaceiro Pajeú ha estado aquí en estos días, con una cincuentena de hombres. Los
recibieron en fiestas y les dieron provisiones. ¿Ven ustedes? La subversión ha calado hondo
en esta pobre gente, gracias a un terreno abonado por el fanatismo religioso», responde el
Coronel, a quien no se le nota alarmado. Al producirse un incidente en el cual tres soldados
violan a una muchacha, Moreira César pone a prueba una vez más su temple de soldado.
Después de azotar cruelmente a los culpables, advierte que el próximo caso de violación será
castigado con la pena de muerte, pues, casos como aquellos son los que dañan la imagen del
Ejército.
Mientras tanto, día a día más gente llega a Canudos a unirse al séquito del Consejero.
Antes de ser aceptados, el Beatito, como era costumbre, les tomaba el juramento de no ser
republicanos, ni aceptar la expulsión del Emperador, ni la separación de la Iglesia y el
Estado, ni el matrimonio civil, ni los nuevos pesos y medidas ni las preguntas del censo. Al
enterarse los yagunzos que el Barón de Cañabrava servía al Anticristo, ordenando a los
hacendados que dieran provisiones, caballos y mulas al Ejército, se decide arrasar Calumbí,
lugar donde habitaba el Barón. Pajeú es el encargado de comunicar el ultimátum al Barón,
quien valiéndose de todo tipo de argumentos trata de que los yagunzos cesen en sus
intenciones pero todo es inútil, pues, los hombres del Consejero saben que si Calumbí no es
destruida, les será más difícil defender Canudos cuando el Ejército llegue a combatirlos. Así
pro orden de Pajeú se quema la hacienda Calumbí. Ese hechp provoca la locura del al esposa
del Barón.
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Galileo Gall, guiado por Ulpino, hombre de rasgos fuertes y piel cobriza que mascaba
tabaco, llega a Caracatá, un pequeño pueblo invadido de arbustos y cactus. Momentos antes,
un grupo de yagunzos habían masacrado a una patrulla de soldados, a quienes después de
darles muerte, colgaron de unos árboles para que sean picoteados por los urubús, en un
espectáculo que pone los pelos de punta a los hombres más inicuos. Allí el Caracatá también
se halla Rufino, quien ha llegado en busca de Jurema, a la que ha logrado capturar. Por
Ulpino, Rufino se entera de la llegada de Galileo a Caracatá. Ahora tiene en sus manos a los
que han mancillado su honor, y piensa que ha llegado la hora de saldar cuentas.
Enterado de la emboscada que han sufrido sus hombres, el Coronel Moreira César se
dirige a Caracatá. El Periodista Miope de “Jornal de Noticias” piensa que la casualidad lo
salvó de morir, pues sin saber por qué, se rehusó a acompañar al sargento rubio que
comandaba la patrulla que sucumbió a la furia de los yagunzos en Caracatá. El espectáculo
que encuentran en aquel pequeño pueblo los deja estupefactos: “En la cenicienta tarde que
comienza a ser de noche, vuelve a ver cómo el paisaje adquiere de pronto perfil
fantasmagórico, con esos extraños frutos humanos colgados de las umburanas y la favela, y
esas botas, vainas de sables, polacas, quepís, bailoteando de las ramas. Algunos cadáveres
son ya esqueletos vaciados de ojos, vientres, nalgas, muslos, sexos, por los picotazos de los
buitres o los mordiscos de los roedores y su desnudez resalta contra la grisura verdosa,
espectral, de los árboles y el color pardo de la tierra. Moreira César ha desmontado y lo
rodean los oficiales y soldados que cargaron tras él. Están petrificados. Todos observan y, en
las caras, al estupor, al miedo, van sucediendo la tristeza, la cólera. El joven sargento rubio
tiene la cabeza intacta -aunque sin ojos- y el cuerpo deshecho de cicatrices cárdenas, huesos
salientes, bocas tumefactas que con el correr de la lluvia parecen sangrar. Se mece,
suavemente”.
Desde ese momento, aun antes de espantarse y apiadarse, el periodista ha pensado lo que
no puede dejar de pensar, lo que ahora mismo lo roe y le impide dormir: la casualidad, el
milagro que lo salvaron de estar también ahí, desnudo, cortado, castrado por las facas de los
yagunzos o los picos de los urubús, colgando entre los cactos. Alguien solloza. Es el capitán
Olimpio de Castro, que, con la pistola todavía en las manos se lleva el brazo a la cara. En la
penumbra, el Periodista Miope ve que otros oficiales y soldados también lloran por el
sargento rubio y sus soldados, a los que han comenzado a descolgar.Moreira César
permanece allí, presenciando la operación que se hace a oscuras, con el rostro fruncido en
una expresión de una dureza que no se le ha visto hasta ahora. Envueltos en mantas, unos
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juntos a otros, los cadáveres son enterrados de inmediato, por soldados que presentan armas
en la oscuridad y disparan una salva en su honor. Después del toque de corneta, Moreira
César señala con la espada las laderas que tienen delante y pronuncia una arenga cortísima.
“Los asesinos no han huido, soldados. Están ahí, esperando el castigo. Ahora callo para que
hablen las bayonetas y los fusiles».
Galileo despertó de un prolongado sueño, pero en vez de encontrar a Ulpino, a quien vio
fue a Rufino, el cual tenía a Jurema atada de una soga al cuello. Ambos hombres discuten y
Galileo trata vanamente de hacer ver al pistero que el verdadero enemigo de ellos son los
soldados y que deben ahorrar esfuerzos para ayudar a los yagunzos. Rufino no entiende más
razón que la de lavar su honra. “Hablas mucho de los pobres, pero traicionas al amigo y
ofendes la casa donde te dan hospitalidad”, le dice a Gall. Estaban luchando ardorosamente
cuando aparecieron dos soldados quienes convencidos de que son yagunzos les disparan a
quemarropa pero sin efecto, llevándose luego a rastras a Jurema hacia unos matorrales secos.
Allí la mujer es violada por uno de los soldados. El otro no logró su objetivo, pues la fortuita
aparición de una partida de yagunzos comandada por el caboclo Pajeú, pone fin al conato.
Después de dar muerte a los dos hombres, Pajeú y sus hombres se retiran, habiéndose negado
el caboclo a intervenir en la pelea que aún sostenían Rufino y Galileo Gall, quienes terminan
matándose mutuamente. “–Es cosa de hombres, Jurema. Tú los metiste en eso. Déjalos
donde los pusiste, que resuelvan su negocio como dos hombres. Si tu marido se salva te
matará y si muere su muerte caerá sobre ti y tendrás que dar cuenta al Padre. En Belo
Monte el Consejero te aconsejará para que te redimas. Ahora márchate porque aquí se viene
la guerra”, le dice Pajeú antes de irse. La guerra tan esperada a la que se refiere Pajeú ya
había llegado. Los cañonazos de las huestes de Moreira César habían sorprendido a la
multitud congregada en Canudos, en la procesión más larga que María Quadrado recuerda
haber visto. El Consejero y su séquito habían desfilado por las calles de Canudos alentando a
toda su grey para que enfrenten con hidalguía y valentía al destino que les esperaba. El
pueblo estaba transformándose como si fuera a combatirse en cada casa. En el interior de las
viviendas, hombres, mujeres y niños abrían fosos o llenaban sacos de tierra. Todos tenían
carabinas, trabucos, picas, palos, facas, collares de balas, o cargaban guijas, fierros,
pedruscos. Los reiterados cañonazos eran el anuncio esperado por aquellos que desde hacía
tiempo atrás habían optado por el camino del Buen Jesús: el anuncio del fin del mundo. El
cañoneo aumenta y Canudos queda sepultado en una nube de humo que escala las faldas de
los cerros. Techos y paredes, alcanzados por incesantes explosiones, salen despedidas por
todas partes. El Coronel Moreira César no puede ocultar su preocupación al ver que los
yagunzos resisten las arremetidas de las compañías dirigidas por Olimpio de Castro, Cunha
Mattos y el Coronel Tamarindo.
Jurema, después de cubrir con una manta de yerbas trenzadas los cadáveres de Rufino y
de Gall, parte acompañada de un enano en busca de un lugar seguro. Sin saber cómo, se ve
inmersa en medio de aquella vorágine, ve caer al Coronel Moreira César víctima de las balas
del caboclo Pajeú. En su loca fuga, Jurema y el enano topan con el periodista miope del
Jornal de Noticias quien se halla acompañado del padre Joaquín, a quien ha liberado de
manos de las huestes del malogrado Moreira César. El periodista miope tiene miedo, pues,
después de la derrota del Ejército Republicano, se siente desprotegido en aquellos lares
extraños donde fue testigo de la tardía retirada del ejército: “No le hicieron caso al Mayor
Cunha Mattos, no se retiraron anoche y lo hacen sólo ahora como quería el coronel
Tamarindo”, piensa. Será testigo también del innecesario ensañamiento con que los yagunzos
barren a las columnas que huyen despavoridas. Ve a los yagunzos “recogiendo los fusiles, las
municiones, las bayonetas, pero sus ojos no se engañan y desde el primer momento saben
que, además, esos grupos de yagunzos, aquí, allá, más allá, están también decapitando a los
cadáveres con sus machetes, con la aplicación con que se decapita a los bueyes y a los
chivos, y echando las cabezas en costales o ensartándolas en picas y en las mismas bayonetas
que esos muertos trajeron para ensartarlos o llevándoselas cogidas de los pelos. En tanto que
otros prenden fogatas donde comienzan a chisporrotear, a estallar, a chamuscarse los
cadáveres descabezados.
Nada de lo que ve y oye le sorprende lo asusta o interesa. Pero un momento después se
para en seco y, con la serenidad que ha alcanzado, se pone a escudriñar una de las cabezas
auroleadas por enjambres de moscas. No hay duda alguna: es la cabeza de Moreira César».
Ante la catástrofe que ha significado la caída del mejor Regimiento del Brasil, el Barón
de Cañabrava cita de urgencia a Epaminondas Goncalves para buscar un acuerdo que salve a
Bahía, pues, ante lo sucedido, es evidente que el Presidente Prudente del Moráis eliminará
toda forma de poder local por lo que Bahía se convertirá en un simple apéndice de Río. El
Barón ofrece al director del Jornal de Noticias y dirigente del Partido Republicano, el camino
libre para que pueda llegar al poder, solo, pues, le garantiza que él será el único candidato. A
cambio el Barón exige que no se toquen las propiedades agrarias ni los comercios urbanos.
Nada de confiscaciones ni expropiaciones que hagan peligrar la propiedad privada.
Mientras tanto en Canudos, casi no hay escombros en las calles. No había terminado la
procesión celebrando el triunfo contra los anticristos de la República, cuando ya estaba
Antonio Vilanova a la cabeza de piquetes de voluntarios organizando el entierro de los
muertos, la remoción de escombros y la reconstrucción de las cabañas, de los talleres y el
rescate de las ovejas, cabras y chivos espantados. El ruido que produce la reconstrucción se
confunde con la voz monótona, afinada, del enano que llegó a Canudos con Jurema, el
periodista miope y el padre Joaquín. Este último es interrogado por Joao Abade sobre las
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noticias que el cura ha traído de su viaje a Joazeiro. Las noticias son por demás alarmantes:
un contingente de más de nueve mil soldados, al mando del General Artur Oscar, viene a
Canudos por Queimadas y por Sergipe. Apesadumbrado, manifiesta también que estuvo con
el doctor Aguilar de Nascimento quien recomienda que lo único que pueden hacer es
dispersar a la gente y regresar todos a los pueblos de origen, antes de que ese ejército
blindado y bien armado llegue a Canudos. La vida para Jurema, el Enano y el Periodista
Miope, en Canudos, se le torna muy difícil, pues la pobreza de los yagunzos raya en la
desesperación. “Están más hueso y pellejo que nosotros”, murmuró el enano, quien nunca en
su vida había visto tantos mancos, ciegos, tullidos, tembladores, albinos, sin orejas, sin
narices, sin pelos, con tantas costras y manchas. Dentro de ese ambiente, el enano se sentía
un ser normal. El enano, con sus payaserías y recitaciones, conseguía algunos puñados de
farinha de maíz o de carne de chivo secado al sol que los mantenía vivos a los tres. Poco
después fue Antonio Vilanova quien los acomodó en un depósito donde se guardaban fusiles,
pólvora, morteros y cartuchos de dinamita y todas las armas arrebatadas del Ejército vencido.
El Periodista Miope, sumido en una ceguera debido a que se le habían roto sus anteojos,
estaba horrorizado de pensar que en cualquier momento sus dos amigos lo abandonarían. Así
permanecía, encogido, atento, esperando -no sabía por qué- recibir una patada, un bofetón, un
escupitajo.
En Queimadas es donde se halla acantonado parte de los soldados que han sido elegidos
para vengar a los patriotas muertos, a salvar a las instituciones humilladas y a restaurar la
soberanía de la República. El Teniente Pires Ferreira se lamenta de lo mal artillado que se
encuentran sus hombres. Piensa que esta vez al Ejército le puede suceder lo mismo que a los
hombres que acompañaron a Moreira César: los uniformes quedaron destrozados con el sol,
la lluvia y la polvareda, los soldados perdieron gorras y zapatos y tuvieron que andar
descalzos la mayor parte del tiempo. Sobre las deficientes armas asignadas a los soldados,
Pires Ferreira se limitó a decir al Teniente Pinto Souza: “Hay que seguir usándolos, sirvan o
no sirvan”. En este estado de ánimo llegó la noticia de que debían estar preparados, pues
partirían rumbo a Canudos.
Enterados del avance del Ejército, Pajeú sale de Canudos al frente de trescientos hombres
armados. Su misión es clara: hostigar el avance del enemigo con ataques sorpresivos y tratar
de enrumbarlos por el cerro de la Favela para emboscarlos, pues, allí, atrincherados, los
hombres de Joao Abade y Joao Grande, los acribillarán desde los cerros y llanos vecinos.
Joao Abade sabe que si los soldados no caen en la trampa y los deshacen, será muy difícil
impedir que entren en Canudos. Pero el Ejército Republicano, conocedor de la difícil
geografía de esos lares, así como de la destreza de los yagunzos para las emboscadas,
ramifican sus hombres en nueve grupos, dificultando así los planes de los yagunzos. Pajeú,
Táramela, María Quadrado, el viejo Macambira y Felicio, los hombres más experimentados,
multiplican sus esfuerzos produciendo muchas bajas en el enemigo; pero esto no impide el
inexorable y peligroso avance de los miles de soldados en cuyas mentes no anida otro
pensamiento que el de destruir Canudos. Y en ese pensamiento se halla concentrada la cabeza
del Sargento Fructuoso Medrado, quien entró al Ejército a los catorce años e hizo la guerra
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contra el Paraguay y peleó en las revoluciones que alborotaron al Sur desde la caída de la
monarquía. «Es un hombre enérgico con sus subordinados, a la primera se las ven con él. En
lugar de los castigos reglamentarios como: pérdida de salida, calabozo o varazos, el
Sargento prefiere los coscorrones, jalones de orejas, puntapiés en el trasero o aventarlos a la
charca lodosa de los cerdos. Estaban bien entrenados, lo han probado hoy. Todos se hallan
salvos, con excepción del soldado Corintio, quien se golpeó contra unas piedras y cojea. Es
flacuchento, camina aplastado por la mochila. Buen tipo, Corintio, tímido, servicial,
madrugador y Fructuoso Medrado tiene con él favoritismos por ser el marido de Florisa. El
Sargento siente una comezón y se ríe para sus adentros. “Qué puta eres Florisa, piensa. Qué
puta para que, estando tan lejos y en una guerra, seas capaz de parármela”. Tiene ganas de
reírse a carcajadas con las burradas que se le ocurren. Mira a Corintio, cojeando, jorobado
bajo la mochila, y recuerda el día que se presentó con el mayor desparpajo al rancho de la
lavandera: "O te acuestas conmigo, Florisa, o Corintio se queda todas las semanas con
castigo de rigor, sin derecho a visitas”. Florisa resistió un mes; cedió para ver a Corintio, al
principio, pero ahora, cree Fructuoso, se sigue acostando con él porque le gusta. Lo hacen en
el mismo rancho o en el recodo del río donde ella va a lavar. Es una relación de la que
Fructuoso se ufana cuando está borracho. ¿Sospechará algo Corintio? No, no sabe nada. ¿O
se hace, pues, que puede hacer contra un hombre como el Sargento que es, además, su
superior?»
El Sargento Fructuoso va a la cabeza de sus hombres porque piensa que si se pone atrás,
estos pueden flaquear, nerviosos como andan por esa oscuridad en la que en cualquier
momento brotan disparos. Fructuoso sabe que la oscuridad es una ventaja para el enemigo y
eso lo hace estar de mal humor. En uno de esos ataques traicioneros, tan desiguales, los
hombres del Sargento Fructuoso se ven emboscados. El Sargento, dando muestras de coraje,
arremete contra el enemigo cayendo en una trinchera yagunza. Una lanza curva lo atraviesa
de parte a parte. Pero sabe que no morirá, que se salvará; pero sabe también que necesita
ayuda y, donde se encuentra, no hay ningún soldado de su regimiento. Luego de una larga
espera, Fructuoso se emociona al ver a dos soldados que se avecinan. «-¿Me reconoce
Sargento? ¿Sabe quién soy? -dice el soldado que, estúpidamente en vez de acuclillarse a
desclavarlo, apoya la punta de la bayoneta en su cuello. -Claro que te reconozco, Corintio
-ruge-. Qué esperas, idiota. ¡Sácame esto de la barriga! ¿Qué haces Corintio? ¡Corintio! El
marido de Florisa está hundiéndole la bayoneta en el pescuezo ante la mirada asqueada del
otro, al que Fructuoso Medrado también identifica: Argemiro. Alcanza a decirle que,
entonces, Corintio sabía».
Hacía un mes que los soldados estaban en los montes de la Favela y la guerra se
eternizaba. Los bombardeos ciegos contra Canudos destruían manojos de casa,
despanzurraban a los viejos y a las criaturas, es decir, a quienes no iban a las trincheras.
Parecía que todo iba a marchar igual hasta que el León de Natuba descifró un mensaje
interceptado al Ejército por un muchachito que servía de espía, en el que se leía que tomarían
Canudos en la madrugada. Todos los intentos por cerrarle el paso a los republicanos son
inútiles, pues, a pesar de que éstos sufren muchas bajas, el número de soldados enviados a
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debelar la insurrección es tan grande, que los empecinados yagunzos se sienten impotentes
para detener el avance. Los soldados poseen un cañón ancho, lo disparan a las torres y las
paredes del Templo del Buen Jesús, haciéndolo desaparecer. Es por eso que el viejo
Macambira y sus once hijos se ofrecen de voluntarios para inutilizarlo; pero son sorprendidos
por los encargados de cuidar a aquel “dragón que vomita fuego” y mueren acribillados por la
fusilería.
Cuando Pajeú fue donde Jurema a pedirle que fuera su mujer, el Periodista Miope se
sintió horrorizado, pues, por su ceguera, dependía totalmente de aquella buena mujer que
había llegado a quererlo tanto como a un hijo. Además él estaa enamorado. En cambio, el
Enano pensaba que aquella unión resultaría provechosa, ya que como Pajeú estaba dispuesto
no sólo a cargar con la mujer sino también con aquellos dos lastres que la acompañaban, el
pequeño juglar veía así asegurada su ración de comida. El padre Joaquín hubo de intervenir
en el lance, pues como la muchacha se negó de plano, el padre no deseaba que aquel
exbandido se sintiera ofendido, ya que, como marchaba la guerra, su serenidad era
importante. Si la situación entre los yagunzos era agobiante, la de los republicanos no lo era
menos. “Se pudren antes de morir”, decía afligido e impotente el joven médico Teotonio
Leal Cavalcanti, encargado de cuidar a los soldados heridos. Cavalcanti se había hecho cargo
de tan crítica situación, debido a que su jefe inmediato, el doctor Alfredo Da Gama, había
muerto por accionar el cañón Krupp 34 cuya culata cerró mal por apresuramiento. Su pasión
por aquellas armas lo mató. Quienes presenciaron el accidente lo vieron volar varios metros,
cayendo de inmediato convertido en un informe montón de carne. Lo que más maravilla a
Cavalcanti es la velocidad con que se infectan las heridas, cómo en pocas horas el hervor de
los gusanos se hace presente y cómo inmediatamente empiezan a espumar pus fétida.
Cavalcanti piensa que más que una práctica de carpintero, “Algo ha aprendido en estas tres
semanas: los heridos mueren más en razón de la gangrena que de las heridas, los que tienen
más posibilidades de salvarse son aquellos que reciben el balazo o el tajo en brazos y piernas
-miembros separables- siempre que se les ampute y cauterice a tiempo. Sólo los tres primeros
días alcanzó el cloroformo para hacer las amputaciones con humanidad; en esos días era
Teotonio quien reventaba las ampolletas, embebía una mota de algodón con el líquido
emborrachante y lo sujetaba contra la nariz del herido mientras el Capitán-cirujano, doctor
Alfredo Gama, serruchaba, resoplando. Cuando se terminó el cloroformo, el anestésico fue
una copa de aguardiente y ahora que se terminó el aguardiente las operaciones se hacen en
frío, esperando que la víctima se desmaye pronto, de modo que el cirujano pueda operar sin
la distracción de los alaridos. Es Teotonio Leal Cavalcanti quien ahora serrucha y corla los
pies, piernas, manos y brazos de los gangrenados, mientras dos enfermeros sujetan a la
víctima hasta que pierde el sentido. Y es él quien, luego de haber amputado, cauteriza los
muñones quemando en ellos un poco de pólvora, o con grasa ardiente, como le enseñó el
Capitán Alfredo Gama antes del estúpido accidente”. Otro de los males que han tenido que
soportar los soldados son las picaduras de las caníbales hormigas “cacaremos”, cuyos
hormigueros los “yagunzinhos” se han encargado de hacer reventar entre los soldados que
descansan. El teniente Pires Ferreira, sin ojos y sin manos, es otra de las víctimas de aquella
sanguinaria guerra. En vano pide a Cavalcanti que por favor le pegue un tiro en la sien.
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En esta guerra sangrienta, Antonio Vilanova juega uno de los papeles más importantes
para los defensores de Canudos, pues es él quien provee de alimentos y municiones a los
yagunzos. El ex comerciante asalta los convoyes de los republicanos con gran maestría. El
éxito se debe, sobre todo, a los informes que recibe, a la colaboración que los pisteros y
cargadores de los soldados, que son, la mayoría, yagunzos que se han hecho contratar en
localidades diversas, de Tucano a Itapicurú. Cuando Joao Abade le informa que ya los
republicanos están decididos a atacar Canudos, el ex comerciante y su hermano Honorio
toman las armas y comienzan junto a otros líderes, a organizar la defensa de lo que será la
guerra total. La resistencia se realiza con firmeza y entrega en todas las posibles vías de
acceso a la ciudad, pero la superioridad numérica y armamentista de los republicanos
comienza al fin a inclinar la lucha a su favor. A cada instante, los yagunzos comienzan a
ceder terreno, dejando en el camino cadáveres, heridos y sobre todo, coraje y hombría. Ya en
el centro de la ciudad, la lucha se torna sanguinaria; en la confusión de vítores, de mueras a
la República y a los otros por parte de los soldados, se aprecia a mujeres, niños y ancianos
llenando baldes y cajas de arena para apagar los cuantiosos incendios que aparecen por todos
lados como producto del incesante bombardeo. Todo alrededor es polvo, carreras,
desbarajuste, entre casas con techos desfondados, fachadas acribilladas y ennegrecidas por el
humo y otras desmoronadas o removidas. El gran almacén de las municiones parece, por
ausencia de éstas, haber triplicado de tamaño. En un rincón del almacén el periodista miope,
el León de Natuba y la “Madre de los Hombres”, María Quadrado, se hallan agazapados,
presos del terror de ser aplastados en cualquier instante.
En ese momento de estupor, y ante la borrosa figura del León de Natuba, el Periodista
Miope cayó en la cuenta de que él también era monstruo, tullido, inválido, anormal. Pensó
que no era accidente que estuviera donde habían venido a congregarse los desgraciados, los
anormales, los sufridos del mundo. Era inevitable, pues, era uno de ellos. Cuando el techo del
almacén voló por los aires por el impacto de una explosión, Joao Grande diose cuenta de que
había llegado el momento de sacarlos de ahí y llevarlos al Santuario del Buen Jesús
Consejero. Allí el periodista miope percibió la borrosa figura del padre Joaquín, quien
armado de un fusil, dejaba ver una imagen enflaquecida y avejentada por los estragos de la
guerra. “Ya los tenemos encima”, murmuró tristemente el cura. Casi enloquecido, el
Periodista Miope salió del Santuario dando tumbos en busca de Jurema y el enano, gritando:
“Voy a buscar a mis amigos, quiero morir con mis amigos”. Como escuchado por el Dios de
los hombres, el Periodista Miope tropezó con ellos en la puerta del Santuario.
Cuando parece que todo para los yagunzos está terminado, el ataque de los soldados cesa
por completo. A pesar de que muchos de sus oficiales se hallan en desacuerdo, el general
Artur Oscar, militar de alto rango al mando de la expedición republicana, ordena a sus
hombres el cese del fuego, pues, considera que continuar el asalto hubiera significado el
aniquilamiento. Han tenido mil veintisiete bajas, la tercera parte de sus fuerzas. Veintitrés
oficiales muertos, entre ellos, los coroneles Carlos Telles y Serra Martins. Después de hacer
un recuento de la situación se llega a la conclusión de que sólo la quinta parte de Canudos ha
sido lomada y que si en vez de tres mil, hubieran sido cinco mil soldados, Canudos estaría en
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poder de los Republicanos. El General Artur Oscar recorre todas las guarniciones
acantonadas impartiendo ánimos entre los heridos y a todos aquellos valerosos defensores de
la República, quienes se hallan aletargados por el hambre y el cansancio. Entre toda esa
miseria humana que lo rodea, el General Oscar siente renacer sus ánimos al ver la heroica
labor del doctor Cavalcanti, aquel joven a quien días antes ni conocía y que se presentó ante
él para decirlo: “He matado a mi mejor amigo y quiero ser castigado”; se refería al Teniente
Pires Ferreira. El hambre es apremiante entre la soldadesca, y más aún cuando los yagunzos
roban cientocincuenta reses que iban destinadas a alimentar a la tropa. La moral de los
soldados decae considerablemente por la falta de alimento. Los hombres comen las sobras y
los perros que capturan y hasta tuestan hormigas y se las tragan para aplacar el hambre.
Hundido hasta el cuello en esa miserable región, el General Artur Oscar maldice la hora en
que aceptó ese comando. Tres generales habían rehusado aceptarlo. Ahora entendía por qué
le habían hecho lo que él, en su ingenuidad, creyó una distinción, un regalo para cerrar con
broche de oro su carrera.
Antonio Vilanova y los otros lograron salir de Canudos y se refugiaron en una cueva
donde antaño pernoctaban los pastores de chivos, y donde llevaban escondidos doce días.
Hasta allí llegó Antonio el Fogueteiro, antaño eximio maestro en el manejo de fuegos
artificiales. El enano, al verlo, recordó que lo había visto, allá en Canudos, preparar esos
fuegos artificiales que en las noches de procesión encendían el cielo de rutilantes arabescos.
Recordaba sus manos quemadas por la pólvora, las cicatrices de sus brazos y de cómo, al
comienzo de la guerra, se había dedicado a preparar esos cartuchos de dinamita que los
yagunzos arrojaban a los soldados por sobre las barreras. Antonio el Fogueteiro les contó que
cuando el Beatito con un trapo blanco pidió a los republicanos que dejaran rendirse a los
inocentes (niños, viejos y embarazadas), Joao Grande, él y otros más se opusieron porque
sabían que los matarían de la forma más atroz. Cuenta Fogueteiro que cuando vieron a los
rendidos desfilar hacia las líneas enemigas, Joao Grande ordenó dispararles, pues, así no
sufrirían los vejámenes de los republicanos. Aquello desencadenó la represalia de los
soldados al ver que les quitaban de las manos esas presas que creían suyas. De ahí para
adelante todo fue un caos, del cual Antonio el Fogueteiro se salvó porque lo creyeron muerto.
Una piedra impactó en su cabeza desmayándolo. “–Eso me salvó –repitió el Fogueteiro–.
Pero no sólo eso. Porque cuando desperté y me vi en medio de los muertos, también vi que
los ateos iban rematando a los tumbados con las bayonetas o a balazos si se movían. Pasaron
a mi lado, muchos, y ninguno se agachó a comprobar si estaba muerto. Sintiéndolos pasar,
rematar a los vivos, acuchillar a los prisioneros, dinamitar las paredes –dijo el Fogueteiro,
pero eso no era lo peor. Lo peor eran los perros, las ratas, los urubíes. Los oía escarbar,
morder, picotear. Los animales no se engañan. Saben quién está muerto y quién no está. Los
urubíes, las ratas, no se comen a los vivos. Mi miedo eran los perros. Ese fue el milagro:
también me dejaron en paz”. Antonio el Fogueteiro se despide de sus amigos ya que volverá
a Mirandela, su ciudad natal. Vilanova y los suyos regresarán a Assare, de donde vinieron.
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Cuando la guerra terminó, las cinco mil doscientas casas que habían en Canudos estaban
convertidas en escombros. El Coronel Gerardo Macedo, jefe del Batallón de la Policía
Bahiana, buscó entre aquella pestilencia el cadáver de Joao Abade, a quien había tratada de
capturar sin ningún éxito durante diez años. Conocido con el apodo de “Cazabandidos”,
Macedo había dado muerte al padre de Joao Abade treinta años atrás en el pueblo de
Custodia. Una viejecita, que se encontraba entre los prisioneros, le dijo que ella había visto
que unos arcángeles lo habían subido al cielo. Macedo comprendió que proseguir con esa
obsesionante búsqueda resultaría inútil.
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enterrado en una fosa común finalmente fue encontrado por los militares. Lo
decapitaron y su cabeza fue llevado para un estudio.
3. MARIA CUADRADO: Muchacha de veinte años que con la cabeza pelada y ropa
andrajosa venía en peregrinación (por haber matado a su propio hijo) desde Bahía de
San Salvador hasta el calvario de la sierra Picuaracá. Cargaba una enorme cruz y en el
trayecto fue violada 4 veces. Se instaló en una gruta camino al pueblo de Monte
Santo. Allí la llamaban como “La madre de los hombres”... Muere en Canudos.
8. JUREMA: Mujer parca y misteriosa. Fue sirvienta del varón de Cañabrava. Casada
con Rufino le obedece sólo por respeto y no por amor. Escapándose de su esposo y
tras ser violada por Gall. Llega a Canudos. Allí se conoce con Pajeú que la pretende;
pero en los dramáticos momentos de la masacre se enamora del Periodista Miope. Al
final de la historia muere. Su nombre significa Flor.
9. EL ENANO: Formaba parte del circo de un gitano muy violento. Sus compañeros
eran todos los seres anormales. Su función en el circo era relatar historias grandiosas.
Se conoció con Jurema y con ella entraron a Canudos.
11. GALILEO GALL: Anarquista y frenólogo escocés que simpatiza con los de
Canudos y decide ir hasta allí para ayudarlos. Traicionado por Epaminondas
Goncalves, muere en un enfrentamiento con Rufino a quien también mata.
12. ANTONIO VILANOVA: Comerciante desde niño. Junto con su hermano Honorio
un día abandonan su pueblo Assaré llevándose a sus primas Antonia y Asunción a
quienes convierten en sus mujeres. Ellos con el tiempo fueron los mercaderes más
exitosos de la región, pero una inundación malogró sus negocios. Partió junto con su
familia escuchando el tercer llamado hasta Canudos. Allí se convirtió en el
almacenero de Canudos. El Conselheiro antes de morir le pide que se marche con su
familia y con los forasteros (Jurema, Enano y el Periodista Miope).
14. EL PERIDISTA MIOPE: Flaco, desgarbado, con unos lentes gruesos de fondo de
botella. Trabaja como cronista de “El Jornal De Noticias”. Escribe con una pluma
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enorme de ganso. Es enviado a Canudos por Epaminodas Goncalves como reportero
cronista. Al borde de la muerte en la destrucción de Canudos conoce el amor y el
placer correspondidos, en Jurema.
15. FEBRONIO DE BRITO: Mayor que intenta capturar al Conselheiro pero fracasa.
Como castigo cuidaba los caballos de los soldados y las reses para alimento de los
militares.
16. CESAR MOREIRA: Coronel de vasta experiencia en guerras que llega a Canudos
y ante la derrota de sus subordinados, subido en su caballo blanco intentó batallar;
pero, muere acribillado por las balas de Pajeú.
17. ARTUR OSCAR: General del ejército brasilero que finalmente destruye la nueva
Jerusalén (Canudos) con la ayuda de otros generales y más de seis mil militares.
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Advertir que la continua exclusión y abandono a los campesinos por parte de los
gobernantes puede provocar una nueva rebelión mucho más violenta que la anterior.
Revelar la incapacidad de la clase política para solucionar de manera pacífica y no
únicamente con al violencia represión brutal.
Señalar cómo un discurso esperanzador puede tocar profundamente el alma de los
marginados, indeseables y pobres hasta llevarlos a una rebelión.
Señalar que ni la fe ni la razón garantizan exclusivamente la correcta interpretación
del mundo.
Mostrar las ambiciones económicas y personales que llevan a los políticos a delinquir
y engañar al pueblo.
H. MANEJO LINGÜÍSTICO:
Pese a referir hechos suscitados en una zona de habla portuguesa, en “La Guerra del Fin
del Mundo”, Mario Vargas Llosa maneja un español estándar; esto es, el lenguaje que usa
es directo, claro y algunas veces hiperbólico.
Es una foto histórica de uno de los episodios más comentados acerca de dos grandes
protagonistas de la literatura latinoamericana. El ojo izquierdo negro de Gabriel García
Márquez, en un primer plano del rostro del Premio Nobel de Literatura que acaba de cumplir
el martes 81 años de edad, con celebraciones en todo el mundo. La trompada se la dio otra
gloria de las letras sudamericanas, el escritor peruano y hasta entonces su amigo, Mario
Vargas Llosa.
La historia es conocida y tiene varias versiones porque en verdad ni García Márquez ni
Vargas Llosa ni sus respectivas mujeres han contado cuál fue la razón de la reacción
furibunda, salvaje, del autor de La ciudad y los perros, contra el colombiano de Cien años de
soledad.
El diario mexicano La Jornada y el italiano la Repubblica publicaron primero la famosa foto.
Hay dos instantáneas. En una Gabo sonríe, mientras que en la otra está muy serio.
Autor de las fotografías es el colombiano Rodrigo Moya, naturalizado mexicano, amigo de
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familia de García Márquez. Moya guardó las fotos durante 31 años. "Ahora que él cumple 80 años y 40 la primera edición de
Cien años de soledad, considero correcta la publicación de este comentario sobre el terrorífico encuentro entre dos grandes
escritores, uno de izquierda y el otro de contundentes derechazos."
Con fidelidad e ironía, Moya cuenta en el testimonio La horripilante historia de un ojo morado que escribió para La Jornada
que el 14 de febrero de 1976 García Márquez se presentó en su casa para que le tomara fotografías "con un tremendo
hematoma en el ojo izquierdo y una herida en la nariz, causada por el puñetazo que dos días antes le había propinado su
colega y hasta ese momento gran amigo Mario Vargas Llosa.
La crónica. Era de noche y numerosos intelectuales se habían congregado en un cine de ciudad de México para asistir a la
proyección de La odisea de los Andes, el filme que narra la aventura del grupo de uruguayos que estuvo 72 días entre las
nieves de la cordillera de los Andes y que practicó el canibalismo para sobrevivir.
Al terminar la película hubo un momento mundano, con copas y canapés. García Márquez, que estaba acompañado por su
mujer, Mercedes, divisó al amigo Vargas Llosa. Se dirigió a abrazarlo. Alcanzó a decirle sonriendo: "Mario..." y recibió el
tremendo puñetazo, un derechazo entre el ojo izquierdo y la nariz. Vargas Llosa le gritó. "¡Cómo te atreves a venir a
saludarme después de lo que le hiciste a Patricia en Barcelona!"
Con una abundante hemorragia, entre los gritos y algunos sollozos de las damas presentes, sentado en el suelo, perplejo
por lo que había ocurrido y no terminaba de entender, Gabo fue socorrido de inmediato.
Un escritor mexicano corrió a buscar un bife que le fue aplicado en el ojo tumefacto al glorioso autor de Crónica de una
muerte anunciada para absorber la hinchazón. Vargas Llosa se retiró tras el puñetazo. Y los dos ex amigos nunca más
volvieron a hablarse.
No hubo razones políticas en la agresión del peruano, que se había volcado a la derecha liberal mientras García Márquez
permanecía fiel a la izquierda y a su estrecha amistad con Fidel Castro.
Algunos contaron más tarde que Vargas Llosa había abandonado a su mujer Patricia y a sus dos niños para correr detrás
de una estupenda joven sueca. Los dos matrimonios vivían en Barcelona y Patricia buscó consuelo en sus amigos. Los
García Márquez le habrían aconsejado la separación legal. No se sabe bien qué pasó, pero cuando largó a la sueca y se
reconcilió con Patricia, que le contó con pelos y señales sus diálogos con los García Márquez, algo ofendió terriblemente a
Mario Vargas Llosa.
¿Fue así la historia de la más famosa pelea en la historia de la literatura latinoamericana? Misterio. "Dejemos el tema a los
historiadores", dijo hace poco Vargas Llosa. García Márquez no habla del asunto.
Una nueva edición de Cien años de soledad, con el auspicio de la Real Academia Española, está por salir con un millón de
copias, que se agotarán enseguida. Y Mario Vargas Llosa autorizó a que se publique como prólogo el extracto de Historia de
un deicidio, el ensayo que escribió sobre el libro de su entonces amigo en 1971,
¿Es ésta una señal de reconciliación? Así lo señalaron varios periódicos y revistas. Otras fuentes negaron que en ambos
haya buena voluntad para superar el pasado.
1. CONCEPTO:
Llamada también Urbanismo, Narrativa Criolla o Capitalina, es una corriente literaria que
surge en Lima aproximadamente en la década de 1930 y agarra mayor fuerza desde 1950
hasta la actualidad.
2. CARACTERÍSITICAS:
Su espacio y tema favorito es Lima, “la horrible”: su gente y sus problemas.
Muestra la crisis y decadencia de la aristocracia oligárgica limeña.
Refleja el caos, la violencia, drogadicción, delincuencia, homosexualismo y
degeneración de la sociedad limeña.
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3. REPRESENTANTES:
José Diez Canseco con “Estampas Mulatas”.
Enrique Congrains Martín con “Lima, Hora Cero”.
Julio Ramón Ribeyro con “La Palabra del Mudo”.
Oswaldo Reynoso con “En Octubre No Hay Milagros”.
Mario Vargas Llosa con “Conversación En La Catedral”.
Alfredo Bryce Echenique con “Un Mundo Para Julius”.
Maynor Freire con “Puro Cuento”.
Cronwell Jara con “Patíbulo para un Caballo”.
Fernando Ampuero con “Puta Linda”.
Jaime Bayly con “No se lo Digas a Nadie”
PRINCIPALES OBRAS:
CUENTO:
– “Huerto Cerrado”
– “La Felicidad Ja, Ja”
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– “Magdalena Peruana”
– “Guía Triste de París”
NOVELA:
– “Un Mundo Para Julius”
– “La Vida Exagerada de Martín Romaña”
– “El Hombre Que Hablaba de Octavia de Cádiz”
– “La Última Mudanza de Felipe Carrillo”
– “Tantas Veces Pedro”
– “Reo de Nocturnidad”
– “La Amigdalitis de Tarzán”
– “El Huerto de Mi Amada”
ANTIMEMORIAS:
– “Atrancas y Barrancas”
– “Permiso Para Vivir”
B. CONTEXTO SOCIOCULTURAL:
“Un Mundo Para Julius” fue escrita en Paris en los años 60 y publicada en 1970. Según
los críticos, retrata a la aristocracia limeña entre los años 1958- 1963. Durante este tiempo
fueron presidentes del Perú, el nefasto dictador Manuel A. Odría (1948-56) y Manuel Prado
Ugarteche (1956-62) y Fernando Belaunde Terry (1963 . 196). Este último con su gobierno
favoreció el mayor enriquecimiento de la aristocracia feudal y entregó los recursos al
capitalismo norteamericamo, como hoy lo está haciendo Alan García. En esta época se crea
la tarjeta de crédito, asimismo, pocas familias peruanas se enriquecen con la venta de
minerales a EE. UU. durante la guerra de Corea. Por primera vez se permite el voto de las
mujeres en 1956, pero aún no de los campesinos.
Durante este tiempo en el Perú se dieron también varios movimientos campesinos que
iniciaron la lucha antifeudal y antiimperialista, pese a que eran reprimidos duramente por las
fuerzas militares. La más descollante de las luchas fue el alzamiento de los campesinos en
los valles de la Convención y Lares al mando del ya legendario Hugo Blanco. Con el lema
“¡Tierra o Muerte, Venceremos!” los campesinos convencianos se apoderaron de las
haciendas y empezaron a repartirse entre ellos.
Con esto, los oligarcas limeños que tenían haciendas en el interior del país como los
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personajes de “Un Mundo Para Julius”se vieron afectados. Por la década de 1970, el general
Velasco Alvarado tras un golpe de estado tomó el poder. Inició una política antioligárquica,
antifeudal y antiimperialista lo que empobreció a la aristocracia. Lo curioso es que el joven
narrador (de entonces) Alfredro Bryce Echenique por su novela “Un Mundo Para Julius” fue
visto como un aliado de Velasco. El Ministro de Educación velasquista llegó a afirmar que
“Entre el general Velasco y Alfredo Bryce Echenique habían liquidado a la oligarquía
limeña.”
C. TRAMA ARGUMENTAL:
Julius es un niño de la clase aristocrática limeña que “nació en un palacio de la avenida
Salaverry, frente al antiguo hipódromo de San Felipe; un palacio con cocheras, jardines,
piscina, pequeño huerto donde a los dos años se perdía y lo encontraban siempre parado de
espaldas…” Su bisabuelo había sido presidente de la República. Su padre Santiago era un
hombre distinguido y de buen apellido que se había casado con Susan una señorita
aristócrata que siempre estaba linda, en la casa Sarta de Londres. Ella dio a Santiago cuatro
hijos: Santiago, Bobby, Cinthia y el último: Julius. Cuando todo iba bien en la familia, el
padre enfermó de cáncer y tras una penosa agonía dejó de existir cuando Julius tenía un año y
medio de vida. Su mamá linda y olorosa, los primeros años lloró todas las noches por su
esposo muerto. Mientras, Julius se instaló definitivamente en la carroza del bisabuelo
presidente en la que pasaba todo el día. A eso de las seis de la noche venía a buscarlo una
muchacha de nombre Vilma que según la mamá de Julius por ser chola hermosa debía
descender de algún indio noble o un inca. Sólo esa niñera podía sacarlo a Julius de la carroza
y llevarlo al baño de los niños pequeños. Allí lavaba el pequeño cuerpo de Julius con todos
los cuidados posibles. La bañera era una tina enorme llena de cisnes, gansos y patos que bien
podía ser una piscina de Beverly Hills. Julius le preguntaba a la chola hermosa de dónde era
y ella le respondía de Puquio – Nazca, camino a la sierra. Un pueblo con muchas casas de
barro.
El comedor era una enorme sala llena de espejos, vitrinas, alfombras persas y vajillas de
porcelana regalados a la familia por el presidente Sánchez Cerro. Julius con los años aprendió
a entrar solo y miraba con asombro y ganas de alcanzar el juego de té que el bisabuelo
presidente lo había adquirido en Bruselas. Un día logró por fin alcanzar la tetera pero sus pies
que estaban de punta no aguantaron más y cayó la tetera abollándolo. Desde entonces no
quería volver a ingresar al comedor grande. Y comía en el comedorcito que era una
habitación así como Disneylandia. Las paredes ilustradas con dibujos de Pato Donald,
Caperucita Roja, Mickey Mouse, Tarzán, Chita, Popeye, Olivia, etc. Los espaldares de la
mesa eran conejos riéndose, la mesa en la que comía Julius la cargaban cuatro indiecitos.
Había también un columpio con su silletita para que Julius tomara su sopita.
La chola hermosa le hacía comer diciéndole: “Juluisito, una cuchara por tu mamá, otra
por Cinthia, otra por Bobycito, etc”. La mamá de Julius pasaba por casualidad por ahí, se
indignaba del hecho que la mucama hermosa malograra el nombre de sus hijos poniéndoles
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diminutivos. Llamaba a sus amigas por teléfono lamentándose por esas cosas. Cuando Julius
intentaba acercársele le respondía: “mamá esta apuradita, darling, mamá no tiene tiempo,
darling”. Como todas las veces, Julius de tanto columpiar se dormía. En Disneylandia, o el
comedorcito de Julius, toda la servidumbre lo acompañaba, incluso Nilda, la cocinera
selvática natural de Tambopata – Madre de Dios que olía a ajos y por eso la madre le había
prohibido acercarse a Julius. Al niño en la bañera y el jardín le gustaba Vilma, pero en el
comedor le fascinaba la cocinera. Eso trajo problemas a las dos sirvientas. Es que a demás
ser buena cocinera, Nilda narraba historias asombrosas de la selva a Julius.
Julius al darse cuenta de los celos y amargura de Vilma comenzó a hablarse también con
la lavandera Arminda y su hija Dora que también lavaba, luego con Anatolio, el jardinero,
Carlos el chofer, los mayordomos Daniel y Celso. Este último procedía de Huarocondo –
Anta – Cusco. Además era tesorero del club amigos de Huarocondo con sede en Lince, donde
se reunían todo tipo de provincianos. Celso como tesorero guardaba bien la caja y al ver que
el candado de la puerta del local estaba viejo, trajo la caja al palacio. El niño orejón le rogaba
para ver la caja.
En la puerta del dormitorio de Julius había un letrero que decía: “Fuerte Apache”. Esto
porque en su dormitorio estaban congregados todos los cowboys del mundo, pegados en las
paredes y al medio, en tamaño natural, hecho de cartón y con pistolas de plástico. La batalla
había terminado y sólo el indio Jerónimo que simpatizaba a Julius había sobrevivido y estaba
parado al fondo del cuarto.
La chola Vilma adoraba a Julius, sus orejas enormes y su pinta increíble había despertado
en ella enorme cariño, por eso lo cuidaba con afecto y con esmero como si fuera su propia
madre. Ella, últimamente salía de noche y retornaba a la mañana siguiente. Antes de
dormirse se dirigía al cuarto de Julius pero él se hacía el dormido y cuando su madre se
marchaba abría grandes los ojos y se ponía a pensar en la condición de la servidumbre. Otros
días, al sentir los pasos de su madre, Julius saltaba de su cama y se metía al cuarto de su
madre a despertarla. En un lujoso cuarto que para Vilma era un templo y para Julius el
paraíso dormía la señora, viuda de treinta y tres años, pero linda, siempre linda.
Julius ya cerca a su madre la cogía del brazo pronunciando ¡Mami! y ella le respondía con
una sonrisa coqueta porque en su sueño quien la estaban tocando era el hombre galante que la
noche anterior había conocido. Julius insistía: “¡Mami!, ¡Mami!” pero ella se dormía
profundamente soñando con el apuesto caballero. Despertaba casi al medio día y recién
desayunaba en compañía de Julius y Vilma. Al final, Vilma retiraba a Julius y la señora
Susan empezaba a llamar a sus amigas y a sacar nuevos planes.
Mientras tanto, a falta de un afecto materno, y comunicación con sus familiares, una
noche Julius decidió escaparse de su mundo y su clase e ingresar de una vez por todas al
mundo de la servidumbre que le brindaba afecto, atenciones, cariño y que además ocultaba
un tesoro.
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Cinthia, la hermana de Julius al igual que él tenía también una niñera gorda, pero muy
buena gente de nombre Bertha. Ella había sido también nana de Susan hasta que la señorita
se fue a Inglaterra a estudiar. La gorda niñera se murió una tarde de verano de la presión alta,
su cuerpo fue llevado por la puerta trasera en un lujoso coche. Este hecho le recordó a
Cinthia la forma como también se fue su padre, por lo que ella dedujo que su papá también
había muerto. De eso le preguntaba a su madre y ella por más linda que estaba no le
respondía. Cinthia y Julius pese a la negativa de su madre pudieron vestirse de luto por la
muerte de nana anciana. La muerte de Bertha unió a los dos hermanos.
Cierto día los dos niños asistieron al santo de su primo Rafaelito Lastarria. De éste, su
mamá se llamaba Susana y era horrible. Su papá Juan Lucas, un gordito cursilón. El primo
vivía en una mansión que más parecía un castillo. Con un jardín enorme donde jugaron todos
los niños invitados aunque nadie tenía cinco años como Julius. Cinthia y su hermano fueron
recibidos por sus primos de manera no amistosa. Rafaelito cumplía ocho años.
Víctor el mayordomo cholo de los Lastarria aprovechó la fiesta para piropear a Vilma, la
chola hermosa. Después de la comida llegó un mago famoso llamado Pellini que todo
mariconsísimo empezó a animar la fiesta. Sacaba infinidad de huevos de su sombrero
pequeño y varias palomas de sus bolsillos; pero alguien sacó su honda y mató a varias
palomas. Lo que disgustó al mago. Luego para un número sorpresa pidió a un niño
voluntario. Julius se ofreció incluso dijo que sabía un truco, el mago pidió aplausos para
Julius quien solicitó a su vez la ayuda de Rafaelito. Julius colocó el cenicero y una pequeña
piedra sobre la mesa. Y miró a Rafaelito Lastarria que ya estallaba de cólera, luego. “Yo
pongo la piedrita y tapo con el cenicero, digo unas palabras mágicas y saco la piedrita sin
tocar el cenicero”. Rafaelito se puso verde y odió a su primo para siempre. “Abracadabra –
pronunció Julius, poniendo las manos veinte centímetros encima del cenicero”- ¿Y ahora?
Preguntó Rafaelito, furioso. Y Julius respondió que ahora sacaría la piedrecita sin tocar el
cenicero - ¿Cómo? Preguntó nuevamente el primo. “Mira para que veas” respondió Julius.
Entonces Rafaelito levantó el cenicero para comprobar si Julius había retirado sin tocar el
cenicero. En el preciso instante que Julius retiraba la piedra como lo había dicho. Al
principio nadie entendió nada, pero luego los niños empezaron a aplaudir con risas
incontrolables. Sólo Rafaelito todo inflado de rabia gritó a Julius: “¡Pero tú no tienes casa en
Ancón!”
Los adultos: Juan Lastarria, Susana, Susan, Chela y otros habían entrado al bar del castillo
a tomar un whisky, fumar y conversar. Allí todo era ameno y feliz.
Susan se quejaba de Cinthia y Julius, pues, sus hijos mayores no le habían dado
problemas, que crecían sin padres, entre amas y mayordomos por eso hasta pensó internarlos.
El día jueves Vilma y Víctor no pudiera encontrarse porque Susan que siempre era linda,
viajó a EE.UU. a hacerle curar a Cinthia de la tos. Toda la familia fue llevada al aeropuerto
por un tal Juan Lucas en su mercedes guinda. Nadie conocía a ese señor, pero se llevó a
Susan por el hall del aeropuerto. Eso enfadó a Santiago, hermano mayor de Julius, quien
entendió que a ese señor elegante, su madre lo había conocido en el campo de golf y que con
él salía todas las noches.
En el bar del aeropuerto todos tomaron Cocacola menos Cinthia porque tosía, aunque
Julius le pasó medio vaso. Eso enojó a Susan que fue calmada por Juan Lucas. Santiago ya
había tomado tres vasos de whisky y se iba por el cuarto. En la despedida el único que no
lloraba era Juan Lucas que abrazó y besó a Susan. El avión se elevó por los cielos. Cinthia
iba tosiendo y Susan con gafas oscuras como siempre, linda. En el bar, Santiago estaba más
borracho. Carlos lo convenció para irse a casa, entonces se paró y se fue a pagar lo bebido. El
cobrador le dijo que esa cuenta ya había sido pagado su padre (Juan Lucas). Santiago no
pudo más y gritó de cólera diciendo que ese alcahuete no era su padre que lo iba a matar.
Desde Boston, una semana más tarde Cinthia escribió dos cartas a su hermano Julius.
Susan también escribió le tres cartas. Juan Lucas apareció en la casa muy fino y muy serio
también. Susan llamó por teléfono y Juan Lucas viajó a Boston llevándose a Santiago. Julius
entre tanto, pasó las horas con la señorita Julia quien le preparaba para la primaria.
Algo estaba pasando en el palacio puesto que todos hablaban en voz baja y cuando Julius
preguntaba el porqué le pedían que rezara. En la noche vinieron el tío Juan Lastarria y la tía
Susana con un cable. La servidumbre lloraba. Cinthia la querida hermana de Julius había
muerto de TBC. El cuerpecito de la niña vuelto de Boston fue llevado al cementerio donde lo
enterraron, en el mausoleo de la familia, junto a su padre. Después, Santiago y Bobby iban
todos los días a misa con su mamá antes de partir al colegio. Después de sus exámenes
finales los hermanos mayores partieron a Europa. Julius seguiría mientras tanto con la
señorita Julia. Un día Julius se acercó a su madre pidiéndole que lo llevaran también a
Europa, Susan notó que bisqueaba, asustada consultó con el médico y este le dijo que eso era
producto de la hipersensibilidad y recomendó que lo llevaran a un lugar seco.
Mientras que Susan, Juan Lucas, Santiago y Bobby se fueron a Europa, Julius y la
servidumbre partieron a Chosica. La señora Julia también fue a enseñarle a Julius. Cuando al
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primer error era pellizcado. Un médico venía a examinarlo calato y con él, una señorita a
ponerle inyecciones. Cuando junto con Vilma fue a visitar a una monjita del colegio Belén
que era pariente de Julius, el niño se acercó a los mendigos. A ellos les preguntó por qué
todos tenían cacerolas.
De Madrid llegaron cartas. Informaban que el señor Juan Lucas tenía muy buenos amigos
y los llevaba a jugar golf a un club en las afueras de la ciudad. Además le estaba enseñando a
Santiaguito a jugar golf. Bobby nadaba mucho en la piscina. Allá pasaban de lo mejor y se
distraían, luego irían a Londres y París. Un día Julius y Vilma se fueron a Chosica Baja. Allí
un pintor norteamericano tartamudo los retrasó. Llegó otra carta más de mamá, pero esta vez
de Francia. La señorita Julia se enfermó y no vino. También la chica que le ponía
inyecciones y otro tuvo que venir en su reemplazo. Era estudiante de medicina apellidado
Palomino. Este se creía el donjuan de Chosica pero la verdad era el rey de las empleadas del
Parque Central. Nilda y Vilma se pelearon justo cuando por primera vez llegaba Palomino
que no se fijó en Julius, sino, casi come con los ojos a Vilma. Desde esa vez, venía Palomino
hasta los días que no le tocaba y conversaba mucho con Vilma, metido en el jardín hasta que
se olvidaba de poner inyecciones a Julius. Luego, trajo una cámara fotográfica y sacó
muchas fotos a Vilma que incluso apareció con ropa de baño. Una tarde cuando tenía cinco
años Julius se escapó de al casa. En el mercado se encontró con el pintor Peter, que le regaló
un cuadro pintado por él. Le llevó también a cruzar el viejo puente. En la casa todos
alborotados empezaron a llamar a Julius. Vilma y Nilda se pelearon. Celso y Carlos
golpearon a Palomino rompiéndole la cara. Pensaron en todas las posibilidades del raptor: los
mendigos eran gitanos, el pintor gringo sería maricón. Vilma se lamentaba angustiadísima.
Sonó el teléfono y llamaban del colegio Belén diciendo que Julius estaba allí. El alma les
volvió al cuerpo.
Carlos fue a recogerlo. Ya en la casa, Vilma se puso a llorar y prometió no ver más a
Palomino. Julius contó su encuentro con el pintor, luego lo que fue a ver a los mendigos. Dijo
también que si no fuera por la monja que le retuvo hubiese vuelto ya hace rato. Volvió
también la señorita Julia. Julius falló en un ejercicio y recibió un pellizco, al escuchar el
llanto de Julius vino la cocinera y se quedó durante toda la clase. La maestra empezó a
enseñarle con suma delicadeza hasta cuando se equivocaba hasta le enseñó un poemita para
el día de la madre.
Las monjitas eran todas americanas y realmente amables, menos una a la que por su color
le decían “La Zanahoria”. Terminado la primaria en el Inmaculado los alumnos pasaban al
Santa María. Un colegio de padres americanos. Las monjitas compraron un terreno
inmenso en la Av. Angamos. Estaban felices y con deudas, por lo que los niños entre ellos
Julius rezaban para que el colegio sea realidad. Morales era el profesor de fútbol de los
niños. Cuando Julius llegó al colegio acababa de formarse la pandilla de la Pepa. Julius a
diferencia de los demás niños no entregó el lapicero de Cinthia ni tomó como ídolo a la Pepa.
Por eso, fue revolcado a patadas en el suelo. Cuando ya el 98% de los niños integraban la
pandilla de la Pepa y resultaba aburrido pegar a los mismos, llegó Arzubiaga que levantó una
piedra. Pepa no pudo hacer lo mismo y se convirtió e uno más del montón. A diferencia del
primer líder, Arzubiaga no era belicoso, nunca pegaba a nadie y eso era el problema. Un día,
Julius le pidió que lo pegara a Gómez un cholón bruto; pero él no le hizo caso.
Arzubiaga no cumplía los mínimos requisitos para ser malo, pero nadie pudo con él.
Hasta el gordo Martinto fue tumbado fácilmente. Este gordo por esa época era el mejor
amigo de Julius, por eso, un día lo desafió a un duelo con espadas de madera. Así pasaron
mucho tiempo. El gordo tratando de volarle las orejas y Julius tratando de desinflarlo. Una
tarde, Silva cargó un pedrón y se le puso a Arzubiaga. El atrevido, que era rubio y tenía cara
de gato malo, había pegado a Ramírez, a King, el norteamericano, y a Rafaelito Lastarria,
primo de Julius. Como había retado, Arzubiaga lo esperaba macanudo en el recreo. Silva
estaba más gato y malo que nunca, mientras que Arzubiaga con una calma que daba coraje
le preguntó por qué quería pelear y le hizo más preguntas. El gordo Martinto se desesperaba
porque no quería que se acabara el recreo sin la pelea. Después que Silva le dijera
mariconcito, ambos retantes se vinieron abajo. Arzubiaga, con suma tranquilidad apretó el
cuello de Silva preguntando si se rendía. Hasta que se escuchó un gemido afirmativo.
Arzubiaga estaba en tercero y era el ídolo de Julius.
El padre del gordo tenía una hacienda extensa cerca a Lima. Lugar ideal para que el
gordo se revolcara a sus anchas. Un día invitó a Julius. Ambos corretearon casi todo el día y
regresaron inmundos a San Isidro. Allí entablaron una lid. El gordo ya le había volado
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diecinueve veces la oreja derecha y Julius había logrado pincharle la panza once veces.
Martinto arriconó poco a poco al orejón hasta tumbarlo. Entonces, Julius recordando lo que
había visto en un a película, cogió un puñado de arena y arrojó a los ojos del gordo que ya se
le venía encima. Martinto lo persiguió llorando por todo el jardín hasta que lo alcanzó y le
dió un puñetazo en el ojo. Hubo lío de madres.
Además de este incidente hubo otro más ese año. Todos los niños traían sendas pelotas,
pero ocurre que el colegio era pequeño y terminaban rompiendo vidrios de las ventanas. Y
para peor de males, el gringo King, hijo de un embajador norteamericano, nunca comprendió
el fútbol a la peruana. Por eso, en lo mejor del partido cogía la pelota con las manos, corría
como un loco y se metía al arco gritando goool.
El local nuevo del colegio andaba viento en popa, mientras la construcción del nuevo
palacio que el terreno de Juan Lucas cerca al polo, no. Eso porque ni Juan Lucas, ni Susan ni
el arquitecto de moda se ponían de acuerdo en el plano. Pusieron cimiento para la
construcción del colegio de las monjitas. Hubo misas y rezos. El pobre Julius no se daba
abasto para tanta avemaría. A fin de año, Julius terminó entre los primeros de su clase. La
madre superiora le colgó una medallita. Santiago y Bobby como siempre habían aprobado
apenas. Por ser uno de los mejores de la clase, Julius tenía que participar en el recital de
piano. Su maestra era una monjita linda y con pecas llamada Mary Agnes.
Cuando Julius tenía siete años, después de tantos saltos mortales Bobby por fin logró
acercarse a la canadiense. Se bañaban juntos cual si fueran Tarzán y Jane. Ambos nadaban
pegaditos como si fueran a encontrarse con un cocodrilo que un día apareció y era Julius. Se
acercó a preguntarle la hora, por mocoso y cocodrilo se ganó un tremendo cocacho de un
Tarzán avergonzadísimo.
Los niños del Inmaculado, se preparaban para la confirmación con el padre Brown quien
mitad en inglés y mitad en pésimo castellano les hablaba del bien, del mal y de los
mandamientos. Ellos se aprendieron los diez mandamientos sin entender bien algunos;
porque el padre prefería no explicarles aún. En fin, ya la vida les iría enseñando quién es la
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mujer del prójimo o cómo es eso de “no fornicarás”, que traía bien preocupados a varios
niños.
Llegó el día de la primera comunión y como regalo de su padrino Juan Lucas, Julius
recibió un juego de lapiceros Parker de oro, aunque él quería una pistola para matar al diablo.
Así pasó otro año escolar. Julius quedó segundo de su clase. Bobby aprobó apenas y
Santiago por mucho mercedes, mucho plancito, mucha enamorada fue desaprobado. Ahora
tenía que irse a los Estados Unidos.
El colegio grande por fin se terminó. Ahora hasta Gumercindo Quiñones tenía una
cochera. Todo era nuevo y limpio pero semanas después el gordo Martinto ya había escrito
VIVA MARTINTO en una pared.
Cierto día, Susan había comprado una puerta viejísima de un convento en demolición.
Pidió ayuda a los sirvientes para bajar la puerta inmunda y podrida. Incluso ella misma la
cargó. Y en ese trajín fue que sintió un hincón terrible en el brazo y antes de desmayarse
alcanzó a ver al autor: un alacrán. Luego vino un médico. Juan Lucas casi vestido para la
ocasión, comprobó que aunque envenenada Susan seguía linda. Por esa época también le
había dado a Susan darse a los repartos parroquiales. Visitaba barriadas inmundas. Julius se
propuso acompañarla un sábado por la tarde, pero el golfista le interrumpió mandándolo a
bañarse y a dormir al mocoso del cuerno. Mientras Susan linda y Juan Lucas elegante se
fueron a bailar. Susan llevaba una vida intensa. Se levantaba temprano para llevar a Julius a
la misa. Luego volvía y tomaba desayuno con Juan Lucas a quien le leía el periódico en voz
alta. Eran contadas las noticias que le interesaban al golfista: algún ministro nuevo y amigo
suyo, si Eisenhower seguía jugando golf y las crónicas taurinas provenientes de España y lo
demás nada. Pues, aun hombre tan elegante y millonario como él nunca se le habla sobre el
sufrimiento y pobreza de la gente, porque eso es feo, lo más horrible y nauseabundo. Susan
le contó sobre un pobre del hipódromo y al toque Juan Lucas le hizo stop con la mano. Una
lágrima inesperada resbaló por la mejilla de la bella Susan. Julius presenció la escena.
Las últimas semanas del año escolar Julius se dedicó a estudiar y a preparar su preludio
de Chopin. Estaba preocupado el pobre por si tal vez salía el primero de la clase, pues eso era
sólo de chancones, gilipollas, sobones y mujercitas. Llegó la condecoración y los premios.
Julius tocó su preludio y Juan Lucas no asistió. Susan estaba aburridísima, y lamentándose
porque jamás sus hijos mayores le habían dado tanto problema de asistir a la premiación por
ser su hijo uno de los mejores alumnos del salón.
Ya en el Country Club, Julius pasó el mejor verano de su vida, aunque sin sirvientes.
Mientras Santiago, en Estados Unidos y Bobby que ya podía manejar la camioneta iba todos
los días a buscar a Peggy. Juan Lucas también andaba de maravillas con su uniforme de
golfista, su gorrita, su bronceado, sus patas de gallo, sus carcajadas para algunas amiguitas
ya parecía duque de Windsor. Aunque ya se iba por los cincuenta años, el tío continuaba
fresco como una lechuga. Y Bobby sólo aparecía en la casa para “mamá, necesito plata”.
Una tarde cuando Susan y Julius se encontraban en la piscina apareció Pericote Siles
quien se había declarado a Susan antes de que se case con Santiago, luego antes de la boda
con Juan Lucas. Susan, linda como siempre lo rechazó como todas las mujeres a quienes se
había declarado. Se acercó a Susan quien le presentó a Julius que rechazó la mano de
Pericote. Los tres comieron butifarra.
Se acercaba el santo de Julius, pero, Susan parecía no recordar. Julius pasaba todos los
días metido en la piscina del country Club y en la tarde subía a la suite. Un día Julius
descubrió a Manolo y su enamorada Cecilia en pleno chape, pero luego le sonrieron y hasta
le ayudaron a abrir la puerta. Arminda la lavandera, trajo un regalito de pobre para Julius
cuando cumplió nueve años. Una colonia y un par de medias amarillas era el obsequio lo que
Juan Lucas juzgó de horrible y huachafo, por ser regalo de una sirvienta mugrosa.
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Julius y toda su familia fueron invitadas a una casa de cristal en Monterrico. También
Juan Lastarria recibió la tarjeta de invitación. Lastarria fue el primero en llegar y el último en
irse. Vino en su carro Cadillac y casi atropella a un mozo. En el cóctel estaba una sueca que
pretendía explicar a los hijos de Altamira, el anfitrión, sobre porqué sus senos eran tan duros.
Esta sueca llamada Dita profería el amor libre y llegó a estar con varios políticos y gente
adinerada. Al cóctel llegó también el Premier. Finita y Ernesto Pedro de Altamira eran los
esposos anfitriones. Juan Lucas se puso a hablar con la sueca feliz y Susan que estaba linda,
se puso celosa. Juan Lucas y Susan abandonaron la casa de Cristal. El Jaguar que manejaba
Juan Lucas se perdió. Susan recordó su estancia en Londres donde conoció a una argentina
que se llamaba Cinthia y que le prometió que a su hija lo llamaría así. En una fiestecita
también conoció a David, Liz, Elizabeth, la pareja JJ (John y Julius). Allí, también se
conoció con Santiago su primer esposo un 27 de Setiembre de 1937. Todo esto recortaba
Susan hasta que Juan Lucas pisó el freno. Julius estaba con ellos. Se dirigieron en un local
llamado Acuarium para festejar el santo de Julius que bostezaba y cabeceaba de sueño. Allí
Juan Lucas se reconoció con un gordo a quien le decían Bello.
En el barrio Marconi que quedaba al lado del Country Club, las chicas se pelearon con
los chicos por culpa de Carmincha, que se había enamorado perdidamente de un gringuito.
Los únicos que no pelearon eran Manolo y Cecilia que seguían besándose, justo cuando un
niño blanquinosito, nerviosito, orejoncito y muy flaquito pasaba por su lado en ropa de baño.
Cecilia y Manolo pretendía que el gringo se fijara en Carminacha, pero, ese todo el día
saltaba más alto en la piscina hasta que un día cuando también cayó Carmincha el gringo la
elevó en sus hombros. Luego la piscina se clausuró y mañana todo el mundo al colegio.
Como todos los años los Arena llegaron inmundos. Cano(nuevo amigo de Julius)estaba
tristísimo. Martinto había desaprobado el año y ya no recordaba que Julius fuera su amigo.
Sánchez Concha llegó enorme. Del Castillo estaba muy rubio y Julius también había crecido
pero estaba muy desgarbado. Bobby ahora estaba interesado en una chica de Villamaría que
conoció en Ancón. Por decisión de su madre, Julius tenía que estudiar piano con una
profesora alemana. Morales armó el equipo del Inmaculado. Sánchez Concha era el capitán.
Julius también estaba en el equipo pero no de arquero como él quería sino de winger. Los
entrenamientos se hacían por las tardes bajo la vigilancia de la madre Mary Joan, la monjita
fitbolista recién llegada. Tres semanas más tarde, Sánchez Concha le volvió a pegar a Del
Castillo, luego a Zapatero, Espinoza, De los Heros y a Julius a quien le sacó la mugre. Ocurre
que él estaba contando sobre su profesora de piano diciendo que era nieta de Beethoven y
Sánchez Concha lo desmintió. Insultándolo incluso con lo de su padrastro.
Susan se alegró porque lo del golfista y la sueca era una fugaz aventurilla. Todas las
tardes la nieta de Beethoven daba clases de piano al orejón. Carlos, conmovido por la pegada
de Sánchez, le enseñó a Julius golpear con la cabeza. Frau Proserpina era el nombre de la
famosa nieta de Beethoven. Era ya vieja y golpeaba la muñeca de Julius cada vez que se
equivocaba. Además de la profesora, en dicha quinta, Julius conoció a un viejecito sabio y
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calvo, a una mujer mal humorada que se bañaba desnuda sin cerrar la puerta del baño, a un
escribano y a una escolar bonita que se pintaba las uñas. La profesora era exigente con la
puntualidad porque según ella Julius se iba y otro venía. La chica bonita le sonreía a Julius.
En el colegio el reinado de Sánchez Concha se acabó con la llegada de Fernandito Rachal y
Ladrón de Guevara. Hijo soberbio de un embajador en Argentina. Su carpeta estaba en la
última fila, por eso, De Los Heros le puso la pierna para que FRLG se caiga pero más bien él
terminó quejándose de un pisotón fuerte.
Lo que desconcertaba a los niños compañeros no era el nombre del niño nuevo sino su
cara siempre furiosa. Un día el gordo Martinto le cuadró con su espada de palo, pero
Fernandito lo miró furioso y el retante tuvo que disculparse y venir muy limpio. Hasta
enflaqueció. Fernandito venía todos los días más furioso. Hasta Morales lo respetaba. Según
la profesora de Castellano, una mujer huachafa y vulgar, la actitud de Fernandito era un caso
de altanería excepcional. Sánchez Concha decidió imitarlo. La cara de Fernandino seguía
siendo seria y furiosa.
Un zambo de 35 años apellidado Del Castillo vino al colegio como fotógrafo oficial. La
Madre Superiora lo hizo traer para que tomara fotos a los niños como recuerdo para que ya
de viejitos se lo muestren a sus nietos. La Madre Superiora siempre hacía bromas y todos los
niños se rieron hasta Sánchez Concha pero cambió de rostro inmediatamente porque
Fernandito seguía con la cara seria y furiosa. Del Castillo fotógrafo después, de una semana
trajo las fotos y vendió a los niños. Todos compraban contentos para mostrársela a mamá,
pero ocurrió algo grave que afectó mucho a Sánchez Concha. Sucede que, como nunca,
Fernandito sonreía en la foto de oreja a oreja, mientras que Sánchez tenía la cara de uno que
estaba a punto de ir al baño.
Juan Lucas y Susan que estaba más linda que nunca, se habían ido a Madrid a adorarse.
Allí en el hotel Ritz recibieron un cable del arquitecto que decía:“Todo listo para la
mudanza”. Volvieron entonces pronto y lo primero que escucharon fueron las quejas del
chofer en contra de Bobby.
Ya al nuevo palacio vino el decorador, Celso, Daniel y los otros sirvientes reaparecieron.
Julius los sometió a un interrogatorio. Luego los empleados pedían aumento de sueldo. Susan
contrató a una nueva empleada que se encargaría de Julius. Se llamaba Flora y era una chola
frescachona, pero como era tan decidida y firme al expresar sus ideas la llamaban “La
Decidida”. A pedido y trámite de Juan Lucas también llegó Abraham, el cocinero, a quien el
golfista lo había conocido en la casa de la Señorita Aranzazu Marticorena, una ex amante de
Juan Lucas. Este seguía acostándose con la sueca a igual que otros ministros. Vino también
un nuevo jardinero llamado Universo.
Cano, amigo de Julius, vivía con sus abuelita y no tenía tanto dinero, así no pudo poner
nada a la alcancía que traía la monja futbolista. Por eso Fernandito le pegó con su guante de
béisbol.
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Julius le dijo a Fernandito que por atrás no se paga y se ganó un puñetazo en la nariz.
Cano le contó su secreto y sus planes contra Fernandino Ranchal, pero antes le pidió que
jurara no decir a nadie, Julius sin faltar lo hizo por Dios, incluso casi jura no decir a nadie
que su casa era tan sucia y tan fea; pero se contuvo. Pidiéndole que se acercara, Cano le
señaló tres pedrones, pues, según la sugerencia de un chico del barrio si los cargaba todos los
días a los dos meses sería más fuerte que Fernandito.
Ya por la tarde, Carlos, el chofer, llevó a Julius donde la nieta de Bethoven, es decir, la
profesora de piano. Carlos era burlón con Frau Proserpina. Así que no hizo otro comentario
más con él y con sus cuadernos se bajó del Mercedes.
La niña bonita que se pintaba las uñas y que le gustaba a Julius tarareaba unos boleros.
Por eso Julius la contemplaba cada vez que iba a sus clases de piano. Incluso una tarde le
hizo un adiós con la mano, le sonrió y empezó a cantarle : “Te duele saber de mí, mi amor,
amor que malo eres ...” Julius pegó un salto hacia atrás. El viejito sabio que también vivía en
la quinta se rió mucho. Frau Proserpina estaba cada día más severa, insolente y malcriada, le
decía que ella tenía tantos alumnos y que de ellos él era el peor.
Es que Julius tardaba en llegar a sus clases por ver a la bonita. Julius se preguntó que por
qué nunca se cruzó en el camino con los tantos alumnos de la nieta de Bethoven. Un reglazo
en la muñeca dada por la profesora le volvió en sí. Julius tomó la firme decisión de conocer
bien al viejito sabio y enseñarle a la niña bonita el buen camino. La maestra le dijo que
pasado mañana no habría clases para Julius porque había recital sólo con los mejores
alumnos. La clase terminaba, Julius salió y esperó al alumno siguiente y puntual de su
maestra. Del alumno puntual ni sombra. Después de un ratito regresó a la sala de sus clases,
rarísimo: la maestra había apagado las luces que iluminaban a los pianos. Julius tosió y
carraspeó. Julius dijo al viejito calvo que la maestra era la nieta de Bethoven y este se rió
más. Le preguntó en qué trabaja y el viejito respondió: filatelia. Julius que no entendía la
última palabra recordó que en Estados Unidos quedaba Filadelfia y qué tenía que ver eso con
el viejito “Yo colecciono estampillas” dijo el viejito, felizmente. ¿Y la viuda de Montepío?
Y el viejito se rió más. A pedido del anciano Julius le compró un periódico. El viejito decidió
probarle a Julius sobre la mala y loca que era Frau Proserpina y que no era ninguna nieta de
Berthoven. Julius y el viejito ingresaron al famosísimo concierto de piano de los mejores
alumnos. El piano tocado por ellos sonaba como nunca.
Al llegar a la puerta quiso dar marcha atrás, pero el viejito calvo y sabio estaba decidido a
todo. Hasta le cogió la mano para darle coraje. Julius vio las cuatro bancas de siempre, todo
oscuro, sólo los pianos bien iluminados y el que la tocaba era nada menos que la misma Frau
Proserpina, la nieta de Bethoven. No había ningún mejor alumno más. Julius perdió el
equilibrio y casi se va de narices al piso.
Llegaron Juan Lucas y Susan que con el mechón para arriba y atrás, estaba más linda.
Venían en una carroza jalada por unos caballos. Apurados porque seguro, su amigo
embajador ya los estaría esperando. Julius al escuchar desde su cuarto los pasos de los
caballos se asonó a la ventana para mirarlos. Los reyes bajaban. Al ver la carroza nuevecita,
Julius recordó el antiguo palacio y los disparos que hacía a los sirvientes desde allí. Pero
volvió a su edad actual y dijo ¿Mami?, y Susan linda le dijo: “Bájate, darling”. El amigo
embajador de Juan Lucas era enano. Había llegado de Buenos Aires donde fue embajador y
antes de visitarlos en Lima se fue hasta su hacienda en Trujillo. Enorme de torso y chiquito
de piernas no dejaba de asombrar a Julius más por la cara seria y amargada. Era además
calvo. Amigo y compañero de Juan Lucas desde el colegio. Seis años embajador en
Argentina. Se llamaba Fernando Ranchal y Ladrón de Guevara. Julius tenía que irse pero esa
mirada, ese rostro lo tenían preocupado. Las había visto en algún sitio. El amigo lanzó un
piropo a la antigua usanza a la mujer de Juan Lucas. Susan linda dejó caer íntegro el mechón
para ocultar la sonrisa, aun así seguía linda.
“¡Mami!, dijo por fin el orejón, no quiero seguir estudiando piano” y le contó lo de la
nieta de Bethoven, “Perfecto!” exclamó Juan Lucas. No más pianos. No más señora del
montepío no más viejito calvo y sabio de estampillas. “Tío la chica que se va por el mal,
camino es mentira”, Le dijo al golfista elegante, “Frau Proserpina no es nieta de Bethoven.,
insistía Julius, “ándate a la cocina” le respondió el interpelado.
El amigo gánster de Juan Lucas era otro millonariazo, dueño de vairas haciendas , en los
que a sus empleados todos serranos, los hacía saltar disparándoles al piso cerca de sus pies.
Julius llevó al hielo que tanto pedía Juan Lucas. En ese instante reconoció la cara del
embajador era padre de su compañero Fernandito Ranchal y Ladrón de Guevara. “Pobre
Cano” Murmuró.
La profe de Castellano que era bien huachafa y la habían visto con su novio en la Av.
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Wilson, les dio como tarea redactar una composición sobre algún acontecimiento o personaje
que los hubiera impresionado últimamente. Les recomendó los temas, podían redactar incluso
de su mejor amigo “o de su peor enemigo”, pensó Julius para sí. Al día siguiente Julius fue el
primero y el voluntario para leer su composición, Pero la huachafa le dijo momento porque
Espejo hacía bulla y ante todo disciplina.
Toda la cocina había ayudado a Julius en la redacción. Gracias a Carlos, Julius ya tenía el
título de su composición, “El Señor de Negro”. Antes de entrar a la clase Julius advirtió a
Cano a que no se metiera con Fernandito, porque en la clase pagaría con su composición al
furioso y soberbio, pero Cano no le entendió. Autorizado por la profe huachafa, Julius
empezó la lectura de su composición. A medida que avanzaba la lectura Fernandito Ranchal,
pensaba que el señor de negro y pies chiquitos de Julius se parecía mucho a su padre.
Increíble, hasta se vestía igualito que su papá, que caminaba, se sentaba y tenía la misma
calva y la misma cadenita de oro de su papá, su misma expresión. Toda la clase se estaba
riendo, menos Fernandito. Julius corregido por la profe seguía leyendo, que el señor no
alcanzaba a la mesa, que el mayordomo le trajo un montón de cojines, que el cocinero le
sirvió un pejerrey que era más grade que el señor calvo, alicate y panzudo. El pejerrey lo
miraba serio y el pejerrey también lo miraba, entonces se quedó estático mirando al
pececillo. El pejerrey se pudrió y el cocinero se lo llevó a la basura. El señor de negro como
hipnotizado lo siguió con su cara seria y amargada y como era tan chiquito se metió al
basurero después del pejerrey.
Toda la clase era risas y zapateo incontrolables. Fernandito Ranchal al fondo con la cara
seria y hecho una mierda ya lloraba de verguenza. El golpe ya estaba hecho pero Cano no
entendía nada. Y seguía con eso de le pego y le pego. Llegó el día de la pelea pero le fue mal
a Cano. Vinieron los exámenes finales y los ensayos para la repartición de premios. Julius por
lo del piano, por leer mucho a Mark Twain y Dickens no salió premiado. Susan se alegró
mucho porque ya no asistiría a tan aburrida premiación de su hijo. La madre Superiora leyó
el discurso de fin de año. A Fernandito Ranchal le dieron una medalla por ser el mejor
futbolista. Él la recibió con la cara seria.
El año que Julius cumplió diez, Bobby empezó a armar escándalos y griterías tan fuerte
que ni todos los techos matarruidos de Juan Lucas lograron silenciar. Empezó una noche a las
7:00 p.m. en el palacio. Juan Lucas estaba en su cancha de golfito. Tomaba contento en su
vaso de cristal su wisky importado. Bobby venía furioso, soltando miles de palabrotas. Julius
que apareció por ahí, se escapó porque Bobby quería pagar a quien sea. Bobby corría de una
habitación a otra hecho un energúmeno, Susan le dijo ¡Darling!, ¡Darling! Juan Lucas, ¿Qué
pasa muchacho? La decidida se cruzó con Bobby que seguía gritando. Se calmó un poco y le
preguntaron qué pasaba, pero Bobby, no dijo ni pío. Juan Lucas tenía sus sospechas. Por eso,
ordenó distribuir todos los wiskys en los lugares estratégicos para que Bobby cayera a la
tentación y se lo bebiera.
El objetivo era simple: Que Bobby se embriagara tanto hasta confesar su problema.
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Bobby bebió pero cuanto más beodo se enfurecía más y gritaba peor. Susan aterrada fue hasta
la puerta del cuarto de Bobby. Le dijo en ingles que por favor abriera, que si no se moriría de
pena. Bobby no abrió. Juan Lucas le dijo “¡Vamos muchacho!”, Bobby no le hizo el menor
caso pero soltó algo, dijo que no iba a parar hasta vengase, que no perdonaría esa falta. Juan
Lucas, les ordenó a todos que se fueran, que él solucionaría. “¡Vamos muchacho!” dijo, y
como respuesta escuchó ¡Váyanse a la mierda todos! Además “¡Tú no eres mi padre!” y otras
groserías más. Veinticuatro horas después, el hambre obligó a Bobby a abrir la puerta. Hacía
medio día Celso le ofreció algo de comer pero Bobby le dijo llorando ¡Vete a la mierda!
Después de cuatro horas salió y tomó el wisky y regresó a su dormitorio con la botella. Más
tarde el escándalo seguía. Julius fue el primero en escuchar los gritos, salió corriendo a la
escalera pero Bobby que estaba por ahí le dijo: “Quítate de ahí hijo de puta”, delante de su
madre. Lloraba y gritaba ¿Por qué? Nadie lo sabía. Juan Lucas les ordenó que
desaparecieran. Ellos lo hicieron pero sólo por ahí, desde donde escuchaban atento. Empezó
a hablar pero nada se le entendía, al fin dijo: “Iba a cumplir diecisiete años y había tenido
sexo”. Pero él motivo del escándalo no era eso, ¿La niña del Villamaría? Tampoco
¿Entonces, cuál?
Peggy, la canadiense le había cambiado con Pipo Lastarria, su primo. Les preguntó si no
era bueno morirse de pena. diecisiete años y ya con cuernos. Todos se enteraron del asunto.
Juan Lucas y Susan salieron. Bobby llamó por teléfono a Peggy ella se había ido hacia
Ancón con Pipo. Bobby partió a toda velocidad. Una mano cogía el timón y la otro la botella
de Wisky que iba tomado. Julius se solidarizó. Bobby apareció más tarde totalmente
abollado.
Todo parecía tranquilo en la noche pero los gritos de la Decidida, despertó a todos. Bobby
había intentado violar a la Deci y ella no se dejó y de un puñetazo le tapó el ojo que aún tenía
sano. Julius los vio forcejearse. Bobby lo amenazó con descuartizarlo si contaba a mamá. Ya
en su cuarto Bobby recordaba que el primer ojo le había tapado Pipo, luego que fue a un
burdel donde no lo dejaron entrar por más que gritó su apellido, su clase social y sus
influencias. Fue entonces que, para desfogase había pensado en la Deci.
Al día siguiente a pedido de Susan que aunque desconcertada seguía linda, Bobby se
disculpó de la Deci. Arminda la lavandera ya estaba tan vieja que confundía las cosas, hasta
que murió.
Celso abrió la puerta del palacio. Carlos, la puerta del Mercedes diciendo: “traigo a un
herido” Era Julius que estaba furioso y adolorido porque venía de un consultorio dental. El
entierro de Arminda le abrió a Julius una vieja herida: la muerte de Cinthia. Bobby tenía una
nueva enamorada. Se llamaba Maruja y era un hembrón. Bobby quería encamarse, pero ella
se le escapaba argumentando que primero tenían que estar casados. Bobby le prometía, que
así sería, pero Maruja que había quedado segunda en un concurso de “Mis todas las playas
del Perú”, y quería ser modelo, siempre se le escapaba. Bobby soñaba con el cuerpo de
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Maruja, hasta que ante la negativa terminó donde Nanette una proxeneta que administraba un
prostíbulo y donde había una poderosa prostituta chola llamada Sonia. Bobby decidió
escribirle una carta a su hermano Santiago, contándole sobre lo que le pasó y pidiéndole
consejos. No fue necesario redactar, el consejo estaba dado telepáticamente. ¡Que se metiera
con la mejor amiga de Peggy! Así que sólo le saludó al hermano, como respuesta recibió una
carta personal e intransferible. Más que carta era una encomienda que contenía fotos de
chicas desnudas posando con Santiago.
Susana Latarria que era horrible, se enteró tarde lo de Pipo a su primo. Le reclamó a Pipo.
Consultó con el cura. Habló con su esposo Juan Lastarria. Este no le hizo caso. Así que muy
afligida le escribió una carta a su prima disculpándose, Susan leyó con asombro. Bobby ya
estaba con Rosemary, la mejor amiga de Peggy que había rechazado a Pipo varias veces.
Susan que estaba linda, pero preocupada, consultó sobre Bobby con Juan Lucas, por su
actitud violenta y alcohólica. A sugerencia del golfista le quitó la propina. Bobby empezó a
robar plata de la cartera de Susan. Entonces ella escondió la caja fuerte. Bobby intentó abrirla
pero no pudo. Justo ahora que llegaba Sonia al prostíbulo. Estaba triste hasta que se acordó
de la alcancía donde Julius había ahorrado todas las propinas de su vida. Entró al cuarto del
orejón pero por más golpes no pudo abrir. Entonces se acordó que Celso era el tesorero del
club de amigos de Huarocondo y robó todo el inmundo dinero. Celso se quejó con Susan y
antes que termine de hablar Juan Lucas le estiró un cheque.
El arquitecto de moda apareció ahora donde Juan Lastarria. Anunció que ya tenía hijo con
su esposa, la Susan disminuida. Susana la mujer horrible de Lastarria estaba más
insoportable. Así que el gordito cursilón decidió hacer publica a su querida.
Juan Lucas y el crítico taurino Romero decidieron ir a Ecuador junto con Susan. Sólo a
ver torear a Briceño. El viaje fue una decepción. El gordo Romero enfermó. En Quito Susan
estaba más linda. Hasta allí Bobby le escribió una carta pidiéndoles permiso para su fiesta de
promoción. El golfista y su esposa se rieron. Retornaron a Lima.
En el nuevo palacio todo marchaba bien para Bobby. El electricista ya había venido para
la iluminación. El problema era la orquídea que debía entregar a su pareja en la fiesta. Juan
Lucas le dijo que desde la selva de Tingo María donde tenía una inmensa finca llegaría una
orquídea verdadera. Bobby le agradeció contento. Juan Lucas y Susan partieron a una reunión
social.
Llegó el día de la fiesta. Faltaba apenas tres horas para el inicio. Bobby estaba feliz. La
Decidida corrió a encender las luces que iluminarían la gran fiesta de promoción. Apretó el
botón, pero se escuchó chic y unas chispas salieron de todos enchufes. El fluido se fue. Ya
anochecía y Bobby se largó gritando que quería luz en cinco minutos. El hijo del electricista
que era de la misma edad de Bobby pero más alto y agarrado salió en defensa del padre.
Bobby lo midió y se retiró diciendo: “contigo, dónde y cuándo quieras”. Andaba tan furioso
porque aún la orquídea no llegaba de Ucayali. Julius por nada del mundo quería perderse la
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fiesta, así que se alistó. Los músicos llegaron y empezaron a instalar los instrumentos. Julius
se acercó al piano y empezó a tocar. Eso enojó Bobby que lo prohibió y lo ordenó
desaparecer. Julius se retiró diciendo que los buenos pianos no olían a orines de gato y salió
disparado. Bobby también, para matarlo pero allí le esperaba el hijo del electricista mascando
chicle. Bobby se paró apenas y le repitió: “contigo, dónde y cuándo quieras”. Los invitados
ya estaban y la orquídea no llegaba, le reclamó al golfista y éste le dijo que esperara. La
orquídea llegó. Una hora más tarde Bobby partía en un Jaguar a recoger a Rosemary. Antes
advirtió a Julius con romperle la cara si es que asomaba por la fiesta. Pero Julius se puso su
ternito, se peinó y hasta usó la corbata de Bobby, era su primera fiesta juvenil, habrían
chicas dispuestas a bailar y él estaba contento porque bailaría con una de ellas. Y así lo
hizo. Los empleados a escondidas veían todo, gozando. Julius luego se retiró. Ya en su
cuarto no dormía con la bulla, por eso, empezó a comunicarse con Cinthia. Pasaron los días y
Bobby le propuso algo a Julius: “Si me das la plata de tu alcancía yo te digo a quien voy a
tirarme esta noche”, Julius que no entendía nada, respondió ¡No!
“Lo prometido es deuda” dijo el golfista, y es que para navidad había prometido traer de
vuelta a Santiago desde los Estados Unidos. Todos fueron recibirlo al aeropuerto a Santiago,
que regresaba con su amigo Lester Lang IV. Saludó a todos incluso a Julius, “orejas” le dijo.
Santiago y el norteamericano protagonizaron miles de borracheras y orgías en Lima. Bobby
estuvo con ellos. Lester hasta se enamoró de Delfina y esta lo rechazó. Una noche que
regresaban de Ancón a toda velocidad, el carro se salió de la pista. Felizmente no pasó nada.
Ante tanto desenfreno, la Decidida opinó que Susan no cumplía su deber. Por fin los
visitantes partieron. Bobby tenía que prepararse para la universidad.
Vilma, después de tiempo apareció en el nuevo palacio para saludar al orejó que había
crecido. Luego Nilda contó que Vilma, la chola hermosa, ahora trabajaba e un burdel de la
Victoria. Eso afectó a Julius hasta hacerle recordar a Cinthia, su hermana muerta, con quien
por una necesidad de comunicarse con alguien empezó a hablar a través de monólogos. El
orejón estaba muy apenado y lloraba en silencio entre otras cosas por ese mundo de infancia
solitaria y sin afecto que estaba dejando atrás. Ahora empezaba otra etapa, otro mundo, tal
vez más solitario. Julius tenía muchas interrogantes, pues ahora ya tenía once años, ya sabía
el significado de la palabra tirar. Carlos se lo dijo. Ya sabía a quien se iba a tirar su hermano
Bobby en el prostíbulo de La Victoria. Y Su mamá, como siempre linda, salió a otra fiesta de
sociedad sin sospechar el triste estado emocional de Julius.
Fin.
D. PERFIL PSICOSOCIAL DE LOS PERSONAJES:
CLASE ALTA (LOS ARISTÓCRATAS)
1. JULIUS: Un niño rico, falto de afecto materno y familiar, pero, inteligente y sensible
que poco a poco se da cuenta sobre la vida frívola y fría que llevan la gente de la alta
sociedad. Físicamente es orejón, blanquiñoso, rubio y muy enjuto.
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2. SUSAN: Siempre linda, estudió en un internado de Inglaterra, de ahí su dejo inglés
al hablar. En Londres, se casó con Santiago en la casa Sarrat y tuvo con él cuatro
hijos: Santiago, Bobby, Cinthia y Julius. Es linda, rubia y blanquinosa, pero muy
despreocupada para sus hijos. Cuando dice algo tonto o se equivoca deja caer su
mechón a toda la cara. Nunca tomo una decisión si antes no toma Coca- Cola.
3. JUAN LUCAS : Golfista millonario y elegante casado con la madre de Julius. Dueño
de muchas haciendas en todo el país. Su mayor preocupación el golf, los negocios y
las reuniones sociales. Trabaja una hora al día. Nunca se equivoca siempre tiene la
razón. Nunca se le puede hablar de los pobres ni la pobreza, porque esas cosas le
repugnan.
9. SILVA: Compañero rubio de Julius con cara de gato malo, que un día retó a
Arzubiaga pero le fue mal.
10. EL GRINGO KING : Hijo de un embajador norteamericano. Nunca entendió el
fútbol a la peruana y en pleno juego se equivocaba y lo confundía con el fútbol
americano.
11. EL GORDO MARTINTO : Amigo de Julius. Por mucho tiempo se pasaron juntos
tratando de cortarse la oreja y /o desinflarse.
12. CANO: Compañero y amigo pobre de Julius que fue pegado por Fernandino Ranchal
y Ladrón de Guevara. Vivía con su abuelita y pretendió vengarse de Fernandito.
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14. PEGGY: La canadiense. Hija del embajador de Canadá que fue la primera
enamorada de Bobby, pero lo cambió por su primo Pipo Lastarria.
16. BERTHA: Nana anciana de Cinthia, antes fue de Susan hasta que se fue a Londres.
Murió después de Santiago padre.
17. VILMA: La chola hermosa. Niñera que brindó a Julius el afecto materno que Sunsan
nunca pudo dar a su hijo. Proviene de Puquio. Tras ser acosada sexualmente por
Santiago es expulsada del palacio y termina como prostituta y se acuesta algunas
veces con Bobby.
21. ARMINDA: Lavandera de la familia. Su hija Dora que también era lavandera se
escapó con un heladero de Donofrio.
CLASE MEDIA:
24. EL ARQUITECTO DE MODA: Jovencito brillante a quien le faltaba vivir un
poco todavía. Se enamoró de Susan que estaba linda. Bailó toda la noche con él. Fue
quien diseñó el nuevo palacio. Amaba tanto a Susan que al no ser correspondido se
consiguió una novia, la Susan disminuida, quien de dio un hijo.
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25. LA ZANAHORIA: Monja temida por los niños del Colegio Inmaculado Corazón,
por su estrictez y carácter fuerte.
28. EL PADRE BROWN: Cura inglés que prepara a Julius y a sus compañeros para la
primera comunión.
ESTRUCTURA DE LA NOVELA:
La magistral novela “Un mundo para Julius” está presentada en cinco capítulos, y cada
uno con su propio título.
Primer capítulo titula “El palacio original”. Se divide en cinco secciones.
Segundo capítulo titula “El colegio”.Se divide en tres secciones.
Tercer capítulo titula “Country Club” se divide en tres secciones.
Cuarto capítulo titula “Los grandes” no tiene secciones.
Quinto capítulo, titula “Retornos” consta dos secciones.
TIEMPO: Desde los cinco hasta los once años. Así, los dos tiempos pertenecen a la
primera infancia de Julius que pasa en el palacio viejo y en Chosica, y a la segunda
infancia del protagonista lo que pasa en el colegio, en el hotel del Contry Club, en la
academia de piano y en el palacio nuevo. La infancia de Julius finaliza en las puertas de
la pubertad con una toma de conciencia de la sexualidad.
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apariencias, los negocios, los viajes y la infidelidad, pero sin afecto ni afecto ni tiempo
para sus propios hijos.
Criticar la actitud frívola y fría de la alta sociedad limeña cuyos miembros son
incapaces de sentir la humanidad en su interior y que prefieren dejar a sus hijos al
cuidado de los sirvientes.
Señalar el contraste entre el mundo de los ricos con el mundo de los sirvientes
pobres.
Mostrar los secretos, trampas, mezquindades, ambiciones, afectos y costumbres de la
alta sociedad de Lima.
Relatar con nostalgia el abandono familiar, la soledad y la incomunicación afectiva
que sufren los niños de la clase alta por parte de sus padres y familiares.
Narrar el crecimiento y desarrollo (entre aventuras y desventuras de la etapa escolar)
de un niño rico hasta la toma de conciencia de su mundo y la sexualidad.
Refrir que la aristocracia es dominado por los bellos y ricos, donde los pobres y sus
acciones son feos y nunca tienen la razón.
Mostrar las vivencias, conductas y afectos de los sirvientes de la clase alta.
H. MANEJO LINGÜÍSTICO:
El lenguaje que Alfredo Bryce Echenique, notable narrador peruano, usa en “Un Mundo
para Julius” es claro y humorístico, mezclado magistralmente con algunas jergas inglesas
como “Darling” y también con la jerga infantil, juvenil y la de los sirvientes.
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Con el hallazgo de la nueva fórmula, Bryce Echenique emprende la composición del cuento «Las inquietudes de Julius»,
pero pronto advierte que el personaje, su ambiente, la voz y el componente social requieren de una extensión mayor. El
empeño se convierte en la primera novela del autor, Un mundo para Julius (1970), con la que logrará el reconocimiento
internacional y de su país, como demuestra la concesión del premio Nacional en 1972. La interpretación sociológica,
comprometida y antioligárquica con
que se entendió entonces en Perú
-dede 1968 gobernado por el general
Juan Velasco Alvarado- sólo
resultará uno de los muchos rostros
que ofrecía una novela desenvuelta,
rica y de sabor tierno que no sólo
desplegaba los resortes de los más
clásicos mecanismos narrativos sino
que también arriesgaba una
exposición grave. Ese riesgo
provenía del uso de, por ejemplo, la
distanciación hallada en «Con
Jimmy, en Paracas» y la libertad
formal que, por Cortázar, había
practicado en ese cuento, lo que
suponía el alejamiento de la trama a
lo Montherlant; del mundo
adolescente descubierto en «Las
notas que duermen en las cuerdas»
y que se abría, con la decadencia de
la oligarquía, a los relatos de La
felicidad ja ja; de la práctica del
tiempo que le llegaba de Proust, el
flujo de conciencia de Joyce y el
poderoso diálogo de Hemingway,
que se unían a una variadísima
galería de voces y perspectivas
desde las que se retrataba el mundo
de la oligarquía, contemplado unas
veces con nostalgia, en otras
ocasiones con alguna simpatía, y
por momentos con cierta agria y no
disimulada queja. Pero lo importante,
junto al humor, la nostalgia y otros
gustos, resultaba el perfilado de los
personajes, que convertían a los
espacios retratados en un universo
abigarrado, atractivo y
extraordinariamente vivo a pesar de
la distancia existente,
fundamentalmente económica, con
el lector, como a éste le recordaba
en alguna ocasión el narrador en una
prueba de vigorosa oralidad.
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