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Obras Completas. Ferenczi PDF
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Dicho de otra manera, incluso en el caso más favorable, mientras la duración de la fricción
en el hombre es normal, gran número de mujeres no consiguen experimentar el orgasmo;
ya sea que la anestesia permanece completa hasta el final, ya que, aunque se produzca
una cierta excitación libidinosa, ella no alcanza el grado necesario para el orgasmo, el caso
es que cuando el acto ya ha acabado para el hombre la mujer queda excitada pero
insatisfecha.
Desde hace mucho tiempo consideramos que únicamente los hombres tienen derecho a la
libido sexual y al orgasmo; hemos elaborado e impuesto a las mujeres un ideal femenino
que excluye la posibilidad de expresar y reconocer abiertamente sus deseos sexuales, y no
tolera más que la aceptación pasiva, ideal que clasifica las tendencias libidinosas, por poco
que se manifiesten en la mujer, en las categorías de lo patológico o del «vicio».
Sometiéndose a los criterios del hombre, tanto por su universo ético como por otros
aspectos la mujer ha asimilado tan perfectamente estas perspectivas que toda idea
contraria, aplicada a ella misma, le parece impensable. Incluso la mujer que sufre la más
grave angustia y que, según se sabe por el interrogatorio, no ha experimentado jamás sino
excitaciones frustradas, rechaza con dureza y sincera indignación el pertenecer a
«aquéllas» a quienes «esas cosas» pudieran faltar. No sólo no las desea -hablando en
general- sino que las considera, en cuanto se siente implicada, como una relación
desagradable, repugnante, de la que prescindiría gustosamente si su marido lo consintiera
Si los hombres abandonaran su modo de pensar egocéntrico para imaginar una vida en la
que ellos tuvieran que soportar constantemente la interrupción del acto antes de la
resolución orgásmica de la tensión creada, se darían cuenta del martirio sexual sufrido por
las mujeres y de la desesperación provocada por el dilema que les obliga a elegir entre el
respeto a sí mismas y la satisfacción sexual. Comprenderían también mejor el por qué
enferma un porcentaje tan elevado de mujeres.
La mayoría de los hombres se casan tras un cierto número (por lo general bastante grande)
de aventuras sexuales y la experiencia demuestra que, en este campo, el hábito no entraña
una elevación del umbral de excitación, sino al contrario, una aceleración de la eyaculación.
Este efecto aumenta considerablemente si, como ocurre indiscutiblemente en el noventa
por ciento de los hombres, la satisfacción se ha obtenido habitualmente por vía autoerótica.
Por esto, en la mayoría de los hombres que se casan, la eyaculación es relativamente
precoz.
Por el contrario, la mujer, durante sus años de soltera, está apartada sistemáticamente de
todo contacto sexual, ya se trate del plano real o del mental, y, además, se tiende a hacerle
aborrecer y despreciar todo lo que se refiere a la sexualidad. De este modo, comparada
con su futuro esposo, la mujer que se casa es, desde el punto de vista sexual, al menos
hipoestésica cuando no anestésica.
No me siento cualificado para extraer las conclusiones sociólogas del problema y decidir
quién tiene razón: los que exigen al hombre la castidad hasta el matrimonio o los que
proponen la emancipación de la mujer. El médico. que no puede remediar más que los
sufrimientos individuales y apenas se preocupa de los males de la sociedad, se inclinará
evidentemente hacia lo último; preferirá la tendencia que trata de disminuir la histeria
femenina a la que, propugnando la observancia de la castidad por el hombre, tiende a
ampliar también la histeria al sexo masculino.
En realidad, no creo que la elección deba reducirse a estos dos extremos. Ha de existir una
solución para proteger mejor el interés sexual de la mujer, sin tener que sacrificar el orden
social fundado en la familia.
Próximo escrito
Las neurosis a la luz de las enseñanzas de Freud y el Psicoanálisis
Sandor Ferenczi / Las neurosis a la luz de las enseñanzas de Freud y el
Psicoanálisis
Hace algunos años, en el Tercer Congreso nacional de Psiquiatría, hice una exposición
sobre la “neurastenia”, en la que pedía una clasificación nosológica sistemática de este
cuadro clínico tan confuso y complejo, que encubre tantos diagnósticos erróneos o
inexistentes. Pero si la orientación era apropiada cuando separaba las situaciones de
debilitamiento neurasténico de los estados nerviosos que acompañan a las afecciones
orgánicas por una parte, y los estados puramente psiquiátricos por otra, me confieso
culpable de una omisión grave al olvidar totalmente las investigaciones realizadas sobre las
neurosis por el profesor Freud, de Viena. Esta omisión puede imputárseme con tanta mayor
severidad cuanto que tenía un perfecto conocimiento de los trabajos de Freud Ya en 1893
había leído el artículo de Freud y Breuer sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos
histéricos; y más tarde, una comunicación individual, donde demostraba que los
traumatismos sexuales de la infancia son el origen de las psiconeurosis.
Aduciré como disculpa que la mayoría de los neurólogos han cometido el mismo error, y,
entre ellos, hombres de tanta altura como Kraepelin y Aschaffenburg lo mantienen todavía
hoy. Por el contrario, los investigadores que se han decidido a intentar la interpretación de
los problemas particulares suscitados por los casos de neurosis mediante las teorías y los
laboriosos procedimientos de Freud se han convertido, en su mayoría, en ardientes adeptos
de esta ciencia hasta ahora olvidada, y el número de los discípulos de Freud es hoy día
considerable.
La premura del tiempo de que dispongo me impide -aunque esté tentado a ello- exponer
sistemáticamente cómo Freud y Breuer han detectado, examinando las particularidades de
una sola enferma histérica que podrían pasar como simples extravagancias, fenómenos
psíquicos de una significación universal, llamados a jugar un papel aún difícil de evaluar en
el desarrollo de la psicología normal y patológica. Debo igualmente renunciar a acompañar
a Freud, que camina a partir de entonces con absoluta independencia a través de los
difíciles senderos que le han conducido -tras más de un error valientemente reconocido- a
su posición actual, la única apta, según creo, para explicar los fenómenos enigmáticos de
las neurosis y, por consiguiente, para curarlas.
Les ahorraré también los datos literarios estadísticos. Me limitaré en el marco de esta
conferencia a esclarecer algunos puntos clave de esta teoría compleja y a ilustrar su valor
mediante ejemplos clínicos.
Una tesis fundamental de esta nueva teoría es que en las neurosis la sexualidad
desempeña un papel específico, es decir que la mayoría de las neurosis se reducen en
último término a un síndrome que oculta funciones sexuales anormales.
Freud clasifica en un primer grupo los estados neuróticos en los que una perturbación
concreta de la fisiología de las funciones sexuales parece actuar como causa patógena
directa, sin intervención de los factores psicológicos. Dos estados mórbidos pertenecen al
grupo que Freud llama “neurosis concretas”, pero que podríamos también denominar, sin
desautorizar al autor, mediante un nombre que las define en oposición a las psiconeurosis,
es decir, como fisioneurosis. Se trata de la neurastenia, en un sentido restrictivo del
término, y de un síndrome netamente delimitado, que se denomina neurosis de angustia,
en alemán «Angstneurose». Si se elimina del grupo de enfermedades designadas por el
término neurastenia todo lo que se ha unido a él impropiamente y puede clasificarse en una
entidad mórbida más adecuada. queda un síndrome bastante característico en el que
dominan las cefaleas, las raquialgias, las perturbaciones gastrointestinales, las parestesias,
un grado variable de impotencia y, como consecuencia de estos diversos factores, un
estado de depresión. Según las observaciones de Freud, el factor patógeno principal de
esas neurosis neurasténicas en el sentido estricto de la palabra lo constituiría la
masturbación excesiva. Para descartar a priori tal objeción demasiado fácil del carácter
banal de esa actividad, insisto en el hecho de que se trata aquí de onanismo excesivo,
proseguido incluso después de la pubertad, y no del onanismo habitual de la infancia,
limitado a un determinado período; pues este tipo de onanismo está tan extendido, sobre
todo en el sexo masculino, que considero que la ausencia total de antecedentes
autoeróticos pone en duda el equilibrio psíquico de un individuo, duda que en la mayoría de
los casos resulta fundada.
Ya he dicho en otra parte lo que pienso sobre las variaciones de la importancia atribuida al
efecto patógeno de la masturbación; el apogeo está representado por la degeneración
medular, y el perigeo por la inocuidad total. Yo soy de los que no sobrestiman la
importancia del onanismo; pero, basándome en mi experiencia, puedo afirmar que en la
neurastenia, considerada en el sentido restrictivo que le da Freud, la auto-saciedad
excesiva no falta nunca, y explica de modo suficiente los síntomas. Señalaré de paso que el
daño provocado en el estado psíquico de muchos masturbadores por las exageradas
opiniones divulgadas en torno al carácter vergonzoso y nocivo de la masturbación,
precipitándoles en la Scylla de la angustia o de la psiconeurosis cuando intentan sofocar su
pasión para evitar el Caribdis de la neurastenia, es infinitamente mas grave que el efecto
directo del onanismo.
Repito que todo lo que precede concierne esencialmente a las formas espino-viscerales de
la neurastenia; queda por adivinar si las restantes formas de la entidad mórbida asténica,
como por ejemplo la astenia psíquica, en el sentido estricto de término, surge también de la
misma forma.
En el segundo grupo de las neurosis actuales, que Freud llama “Angstneurose” -neurosis
de angustia-, los síntomas principales son una irritabilidad general que se manifiesta
esencialmente por la hiperestesia auditiva, y el insomnio, un estado de expectación ansiosa
crónica específica, centrada a menudo sobre la salud de otro, a veces sobre la del propio
paciente (hipocondría), crisis de angustia asociadas frecuentemente al temor de un infarto,
de un ataque de parálisis, y que van acompañadas de perturbaciones respiratorias,
cardíacas, vaso-motoras y secretoras. Las crisis de angustia pueden manifestarse de forma
indirecta: sudores, palpitaciones, bulimia, diarrea, o simplemente pesadillas y terrores
nocturnos (pavor nocturnus). Los vértigos juegan un papel considerable en la neurosis de
angustia y pueden alcanzar tal intensidad que limiten, de forma parcial o total, la libertad de
movimiento del enfermo. Gran parte de las agorafobias son, de hecho, consecuencias de
las crisis de vértigo ansioso; el enfermo evita los desplazamientos porque teme que la crisis
de angustia le sorprenda en plena calle. En este caso, la fobia es una defensa contra la
angustia. y la angustia es un fenómeno que no puede analizarse desde un ángulo
psicológico, sino que se explica por la mera fisiología.
Todos estos síntomas y síndromes podrían cobijarse fácilmente bajo el amplio manto de la
neurastenia y de la histeria. si Freud no hubiera demostrado la unidad etiológica de ambas,
perteneciente una vez más al ámbito de la sexualidad. En efecto, la neurosis de angustia
aparece cuando la energía sexual, la libido, se desvía de la esfera psíquica, propagándose
la tensión sexual exclusivamente por vía bulbar y subcortical. Así, pues, mientras que en
condiciones normales la energía sexual se irradia también hacia la esfera psíquica, en la
neurosis de angustia el psiquismo no participa, o lo hace de manera insuficiente, del afecto
sexual, bien sea porque está ocupado anteriormente, porque debido a una fuerte inhibición
es inaccesible a la libido, o incluso, porque es incapaz de percibir correctamente la
excitación; de manera que la excitación se desborda, en su totalidad o en gran parte, por
las vías nerviosas inferiores. Uno de los descubrimientos más notables de Freud es que
esa hendidura entre el psiquismo y la libido se manifiesta por la angustia, es decir, que la
excitación que no puede manifestarse sobre el plano psíquico provoca en el organismo
efectos fisiológicos acompañados de una sensación de angustia, de ansiedad. La neurosis
de angustia se opone directamente aquí a la neurastenia, en la que se hace referencia de
manera exclusiva a la energía psíquica.
Utilizando una comparación de la física pero que expresa perfectamente el principio del
proceso, podríamos decir que la transformación de la excitación sexual en factor de
actividades motrices, vaso-motrices, secretoras, respiratorias, que tienen por culminación la
angustia cuando el circuito psíquico queda cerrado y no puede escapar más que por las
vías nerviosas inferiores, es análoga a la transformación de la electricidad en calor cuando
encuentra una fuerte resistencia en el circuito conductor.
Según mi experiencia, la abstinencia total se tolera mejor que las excitaciones incompletas;
sin embargo, puede provocar una neurosis de angustia. Esta explicación de la neurosis de
angustia está avalada por los resultados terapéuticos. La angustia cesa cuando los
obstáculos que se oponen a la manifestación psíquica de la excitación desaparecen. El
remedio para la angustia virginal es la habituación; el de muchas neurosis es acabar con
formas de coito inapropiadas; la angustia de la mujer se cura a menudo mediante el
fortalecimiento de la potencia de su cónyuge.
Tras esta exposición, deseo abordar un capítulo más complejo y más importante de la
teoría de Freud; tendré que dejar de lado las explicaciones fisiologistas y mecanicistas,
porque aquí predominan las consideraciones psicológicas. Freud reúne en este apartado
dos enfermedades: la histeria y la neurosis obsesiva. Hasta ahora, la neurosis obsesiva se
situaba por lo general en el capítulo de la neurastenia; por el contrario, se admite que la
histeria consiste en una neurosis psicógena cuyos síntomas se explican mediante
mecanismos mentales inconscientes o semiconscientes. Pero los autores que han
estudiado esta enfermedad, aun cuando su experiencia y sus observaciones sean de un
valor incalculable para la neurología, no han sabido unificar sus puntos de vista sobre esta
compleja enfermedad y, en particular, no han sabido explicarnos por qué los síntomas se
presentan necesariamente en tal o cual enfermo según un agrupamiento y un orden dados.
Ahora bien, mientras este problema ha quedado sin respuesta -prescindimos aquí de una
cierta presciencia confusa sobre el papel del inconsciente-, cada caso de histeria nos ha
planteado problemas indescifrables, como el de la esfinge. Pero mientras que la esfinge
permanece petrificada en su tranquila contemplación del infinito, la histeria -como para
despreciar nuestra impotencia ante sus muecas- cambia incesantemente de apariencia y
convierte al enfermo a quien afecta en insoportable, tanto para su familia como para su
médico. El médico, que ha agotado rápidamente todos los recursos de la quimioterapia y de
la hidroterapia, en vez de utilizar tratamientos basados en la sugestión pero de resultados
efímeros, aguarda impaciente el verano para poder enviar a su enfermo al campo, lo más
lejos posible. Pero incluso si vuelve mejorado, la recaída será inevitable al primer conflicto
psíquico serio. Y así ocurre durante un año, diez años e incluso más, a pesar de que
ningún especialista cree en el carácter benigno de la histeria. En tales condiciones, el
evangelio de Freud es una verdadera liberación tanto para el médico como para el enfermo,
porque anuncia el descubrimiento de la clave del problema de la histeria, una comprensión
más profunda de esta penosa enfermedad y de su carácter curable.
Ha sido Breuer el primero que ha logrado reunir el conjunto de síntomas presentados por
una enferma histérica con traumatismos psicológicos y conflictos psíquicos olvidados cuyo
recuerdo, cargado con los afectos correspondientes, queda latente en el inconsciente y,
como un enclave extraño en el psiquismo, provoca tensiones continuas o periódicas en el
aparato neuro-psíquico. Con ayuda de la hipermnesia provocada por la hipnosis, Breuer y
Freud han establecido que los síntomas son en realidad los símbolos de esos recuerdos
latentes; a continuación, en estado de vigilia, han hecho que la enferma tome conciencia de
los acontecimientos pasados que ha revelado durante el sueño hipnótico, suscitando así
una violenta descarga emocional; una vez apaciguada ésta, los síntomas desaparecen
definitivamente. Según Breuer y Freud, el rechazo del recuerdo y de su afecto, latentes en
el inconsciente, se debía a que, en el momento del choque psíquico, el individuo no estaba
preparado para reaccionar frente al suceso, es decir, expresándose con palabras, con
gestos, con cierta mímica, con risas o con llantos, con cólera, con irritación o mediante
otras manifestaciones de intensa emoción, dicho de otra forma, de elaborar sus emociones
por asociación de ideas. Las emociones y las ideas, al poder resolverse correctamente a
nivel psíquico, han retrocedido hacia la esfera orgánica convirtiéndose en síntomas
histéricos. El tratamiento, que los autores han llamado catarsis, ha permitido al paciente
bachear esta laguna, «aliviar» los afectos no liquidados, suprimiendo así el efecto patógeno
del recuerdo privado de su afecto y convertido en consciente.
A lo largo de sus investigaciones, Freud ha establecido que: no todos los olvidos surgen del
retraimiento, de la ocultación natural de las impresiones mnésicas; muchas impresiones se
olvidan porque el psiquismo incluye un poder de juicio, la censura, que aparta de la
conciencia las representaciones insoportables o penosas. Freud llama a este proceso
recusación, represión, rechazo (Verdrängung), y ha demostrado que este mecanismo
desempeña el mismo papel en las funciones mentales normales que en las patológicas.
Según Freud, son estos representantes o símbolos de complejos los que constituyen la
mayoría de esas ideas súbitas que, rompiendo el desarrollo normal del pensamiento, nos
vienen a la mente sin razón aparente, como si dijéramos «por azar»; a menudo un antiguo
recuerdo de infancia, de apariencia anodina e insignificante, se revela como el
representante de un complejo, y no comprenderíamos por qué nuestra memoria se había
obnubilado si una búsqueda más activa no descubriera que disimula el recuerdo de un
acontecimiento muy significativo y de ningún modo anodino. A éstos los llama Freud
«recuerdos pantalla».
Un tercer modo de manifestación de los complejos rechazados es el sueño. Una de las más
notables obras de Freud trata de la interpretación de los sueños; allí se encuentra la tesis
capital que pretende que el sueño es siempre la manifestación más o menos de un deseo
rechazado. Como la censura es mucho menos severa durante el sueño que durante el
estado de vigilia el análisis de los sueños permite acercarse a las representaciones y a los
afectos rechazados en el inconsciente.
Durante el análisis debemos observar atentamente todos los gestos involuntarios del
paciente, su mímica, los lapsus y confusiones, los olvidos, y debemos incitarle a explicarse.
Le haremos narrar sistemáticamente sus sueños y analizaremos todos los detalles,
siguiendo siempre el método expuesto anteriormente. También examinaremos las
reacciones del paciente a la prueba de asociación de Jung; por este camino podemos
intentar llegar a sus complejos.
Si este trabajo de análisis difícil y profundo se prosigue durante mucho tiempo, por ejemplo
durante varios meses, con un enfermo de histeria, se descubre tarde o temprano la
existencia de numerosos complejos en estrecha relación con los síntomas. Parece
entonces que el síntoma histérico no es más que un representante del complejo,
indescifrable si está aislado, pero que puede ser interpretado cuando el complejo al que se
halla ligado -por un hilo asociativo a menudo tenue- queda liberado del rechazo y se hace
consciente. El médico, además de lo que habrá captado en cuanto a la patogenia de los
síntomas, constatará con agrado e interés que el síntoma, si ha sido analizado hasta el
final, y tras una reacción generalmente muy violenta, desaparece total y definitivamente.
Freud no ha iniciado sus investigaciones a partir de una teoría totalmente desarrollada; por
el contrario, la experiencia acumulada le ha servido de base para formarse una opinión.
Para evitar los obstáculos acumulados en su camino, no ha retrocedido ante las tareas más
difíciles. Para completar el análisis de las neurosis, ha elaborado la única teoría del sueño
verdaderamente satisfactoria, y que aparece como una de las realizaciones más notables
del espíritu humano; posteriormente ha debido dedicarse a la explicación del “azar”, o de
los actos frustrados, y de este modo ha escrito La Psicopatología de la vida cotidiana; una
monografía igualmente única en su género debe su existencia a las investigaciones
consagradas a los procesos y móviles inconscientes del chiste y de lo cómico. Por último,
reuniendo los resultados obtenidos, ha echado las bases de una psicología nueva que
representa, estoy convencido, un giro decisivo en la evolución de esta disciplina. El mismo
Freud atribuye mucha más importancia a los resultados teóricos que a los éxitos
terapéuticos; pero mi propósito actual es presentar ante ustedes los nuevos datos de la
patología y de la terapéutica de las neurosis.
A través del método analítico, Freud ha llegado a la extraña conclusión de que los síntomas
psiconeuróticos son el resultado de complejos sexuales rechazados. Pero esta conclusión
parece menos extraña cuando se piensa que los impulsos sexuales figuran entre los más
potentes de los instintos humanos, los cuales tienden a expresarse por todos los medios, y
que, además, la educación se esfuerza en sofocarlos desde la infancia. Las nociones
inculcadas: conciencia moral, honor, respeto a la familia, es decir, la conciencia de una
parte, y de la otra las leyes promulgadas por la Iglesia y el Estado, sus amenazas y sus
castigos, todo contribuye a reprimir los instintos sexuales, o al menos a confinarlos en
estrechos límites. El conflicto se hace inevitable; según sea la resistencia del individuo y la
relación de fuerza de los instintos que intentan expresarse, el combate acaba con la victoria
de la sexualidad, con un rechazo completo o incluso, que es lo más frecuente, con un
compromiso La psiconeurosis no es más que una forma de compromiso. La conciencia del
histérico llega a apartar el grupo de representaciones sexuales con carga afectiva, pero
éste se expresa, sin embargo, por vía simbólica -la de las asociaciones-, convertido en
síntoma orgánico.
Un joven de diecisiete años viene a verme; se lamenta de una salivación intensa que le
obliga a escupir constantemente. No puede dar ninguna explicación sobre la causa o el
origen del mal. El examen no revela ninguna afección orgánica; la salivación, que
efectivamente constato, debía ser calificada como salivación histérica o ptialismo. Pero en
lugar de recetarle enjuagues de boca medicinales, bromuro, hipofosfato o incluso atropina,
realicé el psicoanálisis del enfermo. Inicialmente el análisis reveló que la necesidad de
escupir se manifestaba esencialmente en presencia de las mujeres. Más adelante el
paciente recordó haber sufrido este problema con anterioridad. cuando en el Museo
Anatómico de Városliget había visto modelados que representaban los órganos genitales
femeninos y otros que reproducían los síntomas de las enfermedades venéreas en la
mujer. Ante este espectáculo le había invadido tal malestar, que había abandonado el
museo apresuradamente y había vuelto a su casa a lavarse las manos. No pudo especificar
la razón; pero la continuación del análisis reveló que la visita al museo había despertado en
él el recuerdo de su primera relación en la que había experimentado un intenso desagrado
al contemplar el órgano genital femenino, tras lo cual se había estado lavando durante
varias horas. Pero la explicación de esta repugnancia excesiva no apareció más que al final
del análisis, cuando el muchacho recordó que a los cinco años practicó el cunilinguo con
niñas de su edad, incluso con su propia hermana. La causa de la salivación era, pues, ese
recuerdo rechazado, latente bajo la conciencia. A partir del momento en que el complejo se
hizo consciente, el síntoma desapareció definitivamente. Incluso sin tener en cuenta el éxito
terapéutico, es innegable que el análisis nos permite una comprensión más profunda de la
génesis de los síntomas histéricos que todos los medios de investigación conocidos hasta
ahora.
Una joven de buena familia, de diecinueve años de edad, que manifestaba ante los
hombres un pudor extraordinario e incluso repugnancia, vio desaparecer sus parestesias
histéricas a medida que el análisis le permitió despertar el recuerdo de experiencias
sexuales de la infancia en relación con las partes sensibles de su cuerpo, y a medida que
tomó conciencia de las fantasías sexuales que había cristalizado durante la pubertad. En
particular, un sueño de la paciente dio la explicación de la raquialgia. Aunque inicialmente
parecía banal, este sueño resultó muy significativo cuando el análisis demostró cómo las
pérdidas seminales recordaban a la enferma una determinada publicidad vista en los
periódicos. La paciente, cuyos conocimientos fisiológicos eran escasos, se había sentido
aludida, pues en su infancia había sufrido pérdidas blancas a consecuencia de prácticas
onanistas; su raquialgia era debida al temor de quedar afectada por una atrofia espinal,
equivocadamente atribuida a la masturbación por las creencias populares y la publicidad de
los periódicos.
A la base de los síntomas de otra joven histérica (hipo, tensión, angustia histérica), el
análisis descubrió escenas de exhibición contempladas en la infancia, una tentativa de
agresión sexual sufrida en la adolescencia y las fantasías correspondientes que suscitaban
su desagrado.
Quizá se extrañen ustedes de que se pueda hablar de estos asuntos con una muchacha.
Pero Freud ha respondido a esto planteando a los médicos la siguiente cuestión,
absolutamente justificada: ¿Cómo se atreven a examinar e incluso a tocar esos órganos de
los que el neurólogo sólo habla? Efectivamente, lo mismo que sería estúpido renunciar, por
falso pudor, a las intervenciones ginecológicas en las muchachas, resultaría imperdonable
descuidar por simple pudor las enfermedades del psiquismo. Es evidente que el análisis
debe practicarse con mucho tacto; el juramento hipocrático del «nihil nocere» lo exige, tanto
del neurólogo como del ginecólogo. Y si una mano inexperta o criminal puede dañar al
enfermo, no ocurre únicamente dentro de la neurología: la cirugía ofrece también muchos
ejemplos. Pero no es ésta una razón suficiente para proscribir la cirugía ginecológica o el
psicoanálisis. Una frase de Goethe caracteriza perfectamente esta hipocresía de algunos
médicos: «Du kannst vor keuschen Ohren nicht nennen, was keusche Herzen nicht
entbehren kónnen.»
Podría añadir infinitos ejemplos. Una histérica de cuarenta años, que sentía de vez en
cuando un insoportable amargor en la boca, se acordó en el curso del análisis de que había
sentido el mismo amargor el día en que su hermano, afectado por una dolencia incurable,
había tomado su quinina sin proporcionársela ella, como de costumbre, sino otra persona.
tan desafortunadamente que, al romperse el sello, el producto amargo había incomodado al
enfermo. El análisis reveló más adelante que en la infancia, su padre, que la quería mucho,
la sentaba a menudo en sus rodillas, la apretujaba y la abrazaba, introduciendo la lengua
entre sus labios. El gusto amargo simbolizaba también el personaje del padre, fumador
empedernido impregnado todo él de olor a tabaco. Aquí, como en numerosos casos, existe
«superdeterminación» del síntoma que, por vía de conversión, expresa muchos complejos.
Las crisis histéricas, los calambres se producen, según demuestra el análisis, cuando una
impresión psíquica está tan intensamente ligada al complejo rechazado que la conciencia
no puede protegerse ante su reproducción y se abandona por completo. El mecanismo es
el siguiente: el psiquismo, como el cuerpo, presenta puntos histerógenos; su vulneración
provoca el estado que Freud llama la “dominación de la conciencia por el inconsciente”
(Überwältigung durch das Unbewuste). Según mis propios análisis, los movimientos,
contracciones y gestos que desembocan en la crisis de histeria son los símbolos y los
síntomas que acompañan los recuerdos y las fantasías rechazadas.
Un joven aprendiz de quince años vino a verme acompañado por su padre: sus crisis de
histeria, que pude observar en muchas ocasiones, se manifestaban por contracciones
tónicas que se prolongaban durante algunos minutos; al terminar la crisis, el paciente
sacaba la lengua violentamente tres o cuatro veces. La primera crisis se había producido
cuando, por divertirse, otros aprendices le habían amarrado, causándole gran terror. Según
la teoría que actualmente rige, se trataría de una simple histeria traumática; sin embargo, el
análisis reveló que la perturbación tenía un origen más profundo. Inicialmente se supo que
tres meses antes el muchacho había caído a un pozo lleno de agua sucia y nauseabunda;
parte del líquido había penetrado en su boca. La evocación de este recuerdo desencadenó
una crisis intensa. Una nueva crisis violenta precedió a la aparición del recuerdo de un
hecho ocurrido cuando tenía trece años. Mientras jugaba a la gallina ciega con sus amigos,
éstos, por divertirse, le pusieron en las manos un bastón manchado con excrementos;
cuando instintivamente se llevó la mano al rostro para quitarse el pañuelo, no pudo evitar
que su nariz y su boca se pusieran en contacto con los excrementos que se habían
quedado pegados a sus dedos. Este suceso fue seguido de enuresis nocturna repetida.
Más adelante, durante el análisis, supe que el muchacho, durante toda su infancia, se había
dedicado -entre otras investigaciones sexuales- a una coprofagia recíproca con sus
camaradas, y cuando su madre lo abrazaba, le asaltaba el insoportable pensamiento de
que podría intentar esta experiencia también con ella. Estos recuerdos olvidados durante
mucho tiempo aparecieron cuando refirió el episodio en el que fue amarrado por sus
camaradas y en el que dejó escapar sus excrementos al relajarse sus esfínteres; el
muchacho había rechazado estos recuerdos porque se le habían hecho insoportables.
Hubo un período en el que yo podía provocar la crisis evocándole cualquiera de las
necesidades naturales. Fue preciso un prolongado esfuerzo verdaderamente «pedagógico»
para hacer estos recuerdos mas tolerables Este caso, que no puedo desarrollar más
ampliamente, confirma la concepción de Jung, que considera el análisis como un
tratamiento dinámico que debe habituar al enfermo a hacer frente a las representaciones
penosas.
Cuando el análisis puede hacerse con la suficiente profundidad, revela en todos los casos
de histeria la presencia de recuerdos rechazados sobre actos sexuales de la infancia y de
fantasías rechazadas en relación con ellos, donde proliferan, a expensas de las tendencias
sexuales normales, todas las llamadas perversiones. La cura analítica tiene esencialmente
la finalidad de devolver a su primer destino las energías desviadas por caminos anormales
y derrochadas en la producción y mantenimiento de síntomas morbosos. Una vez obtenido
este resultado, se puede recurrir al arsenal actualmente conocido para el tratamiento de las
neurosis, que intenta asociar la libido liberada a las actividades físicas y psíquicas, en
particular a las que corresponden a las tendencias del individuo: el deporte, o bien, un
medio excelente para la mujer, las actividades de beneficencia.
Sobre la base de lo que precede, seguiremos con más facilidad a Freud en su explicación
de la génesis de las ideas obsesivas y de los actos obsesivos, es decir, de la neurosis
obsesiva, que forma el segundo gran grupo de las psiconeurosis. En las personas
afectadas por esta enfermedad, representaciones sin ningún lazo aparente con el
encadenamiento normal de las ideas se imponen constantemente a la conciencia bajo el
efecto de una compulsión interna que se estima morbosa pero irresistible. En otros casos el
enfermo debe repetir incansablemente el mismo gesto o el mismo acto, aparentemente
desprovisto de significación o de objeto, cuyo carácter patológico experimenta
dolorosamente sin poder impedirlo. Todas las tentativas para explicar y curar esta dolencia
han fracasado hasta el presente. En la última edición de su manual afirma Oppenheim: «El
pronóstico de la neurosis obsesiva es grave, o al menos dudoso.» Y no nos debe extrañar,
pues, no disponiendo del método psicoanalítico de Freud, desconoceremos la génesis de la
enfermedad y no podremos comprender la verdadera significación del síntoma ni hallar el
camino de la curación. Ahora bien, mediante el análisis, tal como ha sido expuesto
anteriormente, está claro que la idea obsesiva no es más que el síntoma de un complejo de
representaciones rechazadas al que ella se adhiere mediante asociación, y que las
neurosis obsesivas disimulan también recuerdos y fantasías libidinosas. La diferencia entre
la histeria y la neurosis obsesiva consiste en esto: en la histeria la energía psíquica del
complejo rechazado se convierte en síntoma orgánico, en la neurosis obsesiva, por el
contrario, la conciencia, para liberarse del efecto deprimente de una representación, la priva
del afecto que va ligado a ella y bloquea otra representación, anodina, en asociación de
ideas superficial con la original. Freud llama sustitución a este mecanismo particular de
desplazamiento de los afectos. El pensamiento obsesivo que importuna incesantemente la
conciencia no es más que una cabeza de turco injustamente perseguida por el enfermo,
mientras que el pensamiento efectivamente «culpable» goza de una perfecta tranquilidad
en el inconsciente. Y el equilibrio psíquico no queda restablecido más que tras haber
descubierto mediante el análisis la representación rechazada. El complejo desvelado se
apodera entonces de la emoción falsamente localizada con una avidez que recuerda la de
las mezclas no saturadas, y entonces sobreviene la curación. El paciente recordará más
frecuentemente el asunto desagradable y habrá de soportar la incomodidad de una toma de
consciencia, pero quedará libre de la idea obsesiva.
En las mujeres, las ideas obsesivas llamadas de tentación son muy frecuentes. Les
acomete la idea de arrojarse por la ventana, de clavar un cuchillo o unas tijeras en el
cuerpo de su hijo, etc. El psicoanálisis de Freud ha demostrado que en realidad tales
mujeres están muy insatisfechas de su matrimonio, y lo que desean preservar de la
tentación es su fidelidad conyugal. Una joven, paciente de Freud, estaba constantemente
torturada por la idea de no poder retener la orina cuando se hallaba en sociedad. De modo
que se había aislado por completo. El análisis mostró que la representación de
incontinencia disimulaba la culpabilidad de un recuerdo sexual completamente olvidado en
el que intervenía la sensación de la necesidad de orinar.
Una de mis enfermas experimentaba una repugnancia inexplicable a ver o tocar un libro,
hasta el día en que pudo descubrirse el origen de su mal: a los ocho años, un muchacho de
doce había practicado dos veces con ella un coito completo; lo había olvidado totalmente
hasta los dieciséis cuando, leyendo el libro Jack el destripador, le acometió la idea de que si
se casaba, su marido la mataría al no hallarla virgen. Se deshizo de esta idea desplazando
el temor hacia las novelas y los libros en general, lo cual soportaba su conciencia
aparentemente mejor que el recuerdo de los hechos sexuales infantiles. La conciencia,
para asegurar su tranquilidad, no se preocupa demasiado de la lógica.
Uno de mis enfermos vivía obsesionado por una repugnancia excesiva hacia la chacinería y
hacia todos los productos salados, pero todo quedó en orden cuando el análisis reveló que
en su infancia un corpulento muchacho, de bastante más edad, había practicado con él un
coito per os. La chacinería representaba el pene, y el gusto salado el esperma.
Del mismo modo el estímulo «sal» provocó en un aprendiz de artes gráficas de diecisiete
años una reacción claramente perturbada durante la prueba de asociación; el análisis lo
explicó por la práctica del cunilinguo en la infancia.
Los gestos y los actos obsesivos -y se trata también de un descubrimiento de Freud- son
medidas de protección de la conciencia frente a las propias ideas obsesivas. La acción
disimula siempre una idea obsesiva que, a su vez, disimula un sentimiento de culpabilidad.
La obsesión por la limpieza, por el aseo, es una forma indirecta de ocultar las lacras
morales que han suscitado la idea obsesiva. Los deseos de contarlo todo, de leer cada
rótulo, de caminar con un ritmo uniforme, etc., contribuyen a desviar la atención de los
pensamientos desagradables. Una paciente de Freud se creía obligada a recoger y guardar
en el bolsillo todos los trozos de papel que veía. Este impulso provenía de otra idea
obsesiva, el horror a todo papel escrito, horror que disimulaba las angustias de una
correspondencia amorosa secreta. Uno de mis pacientes, muy culto, se veía obligado por
un temor supersticioso a echar siempre dinero en el cepillo de una iglesia determinada. El
análisis descubrió que la limosna representaba un acto de contrición, porque una vez había
deseado la muerte de su padre. Y el cepillo de la iglesia había llegado a ser el objeto
apropiado para expresar la contrición porque en una ocasión, siendo niño, había echado a
un cepillo piedras en vez de dinero.
Todo intento de pedagogía sexual que no tenga en mente los datos revelados por el
psicoanálisis de Freud y los que aún nos revelará, está condenado a quedarse en discurso
moralizador y vano.
Neurastenia, angustia, histeria y neurosis obsesiva se presentan casi siempre relacionadas;
por allí donde los síntomas sean confusos podemos constatar siempre, si nos tomamos la
molestia de investigar, la «combinación etiológica» descrita por Freud.
Cuando se trata de una neurosis compleja, el análisis sólo puede solucionar evidentemente
los síntomas psiconeuróticos; los fisioneuróticos subsisten como un depósito insoluble y
sólo las reglas oportunas de higiene pueden actuar sobre ellos.
Ciertamente no puedo omitir aquí que algunos de mis análisis han resultado un fracaso
Pero ello ha ocurrido cuando no he tenido en cuenta las contraindicaciones señaladas por
Freud, o cuando mi paciente o yo mismo hemos perdido la calma prematuramente. Aún no
conozco un fracaso que pueda atribuirse al método; incluso en los fracasos, el método
analítico me ha servido de ayuda inestimable para valorar y comprender el caso y, en
particular, para obtener datos que la anamnesis de rutina nunca hubiera proporcionado
No hay que creer, sin embargo, que Freud olvide otros factores patógenos distintos de los
sexuales. Ya hemos mencionado la importancia que da a la predisposición hereditaria; por
otra parte, el temor, los conflictos psíquicos y los accidentes pueden también desencadenar
la neurosis debido a su fuerza traumática Pero sólo pueden considerarse como causa
específica de las neurosis los factores sexuales, porque están siempre presentes y a
menudo son los únicos, y porque conforman los. síntomas a su propia imagen. Y -last not
least- la experiencia terapéutica demuestra que el síntoma neurótico desaparece cuando se
halla y se elimina el factor sexual, y cuando la libido, perturbada en su expresión fisiológica
o desviada por vía psíquica, queda debidamente canalizada.
Espero encontrar una violenta oposición a las teorías de Freud, en particular a la que trata
de la evolución de la sexualidad, y es natural. Pues la validez de la teoría de Freud
quedaría en entredicho si la censura aplicada a la sexualidad sólo se manifestara en los
neuróticos, sin dejar rastro en los sanos, sobre todo en los médicos.
Estoy convencido de que la psicología individual y colectiva, lo mismo que la histeria de las
civilizaciones y la psicología fundada en ella, experimentarán un importante avance con los
conocimientos que nos proporcionan las investigaciones de Freud.
Próximo escrito
Interpretación y tratamiento psicoanalítico de la impotencia psico-sexual
Sandor Ferenczi / Interpretación y tratamiento psicoanalítico de la impotencia
psico-sexual
Interpretación y tratamiento
psicoanalítico de la impotencia psico-sexual
Son escasos los argumentos objetivos que se han aducido contra la interpretación y el
tratamiento de las psiconeurosis según el método de Freud. Uno de ellos alude a que este
tratamiento sólo consigue una acción sintomática. Puede suprimir los síntomas histéricos,
pero no cura a fondo la histeria. Freud replica con toda justicia que la crítica es mucho más
indulgente con los restantes tratamientos. Por lo demás, un análisis lo suficientemente
profundo -que Freud compara a las excavaciones arqueológicas- puede provocar en el
paciente una modificación de su personalidad tan importante que no tengamos ya derecho
a considerarla patológica. Las observaciones de Jung y de Muthmann permiten concluir
incluso que un análisis completo refuerza las defensas del individuo frente a nuevos
traumatismos psíquicos, igualándolo casi con un individuo sano no analizado. Además
sabemos que la gente normal conserva durante toda su vida determinado número de
complejos de representaciones inconscientes rechazadas que, debido a un traumatismo,
pueden irrumpir con toda su carga afectiva aumentando el efecto patógeno.
Es tal el número de personas afectadas y tan grande su miseria moral, que continuamente
he multiplicado mis tentativas para remediarla a base de tratamientos medicinales y
sugestivos. Ambos métodos me han reportado algunos éxitos, pero nunca resultados
verdaderamente satisfactorios. Por ello hoy estoy tanto más satisfecho cuanto que puedo
aportar resultados más positivos, gracias al método psicoanalítico de Freud. Antes de las
consideraciones teóricas voy a exponer algunos casos concretos, reservando mis
observaciones para la conclusión.
Un obrero de treinta y dos años acudió a mi consulta. Su proceder tímido, casi sumiso,
anunciaba de entrada la «neurastenia sexual». Inicialmente pensé que se encontraba
abrumado por una culpabilidad surgida de la masturbación y sus consecuencias. Pero su
mal era más serio: desde que se hizo adulto no había conseguido ninguna satisfacción
sexual a causa de una erección imperfecta y de una eyaculación precoz. Había consultado
a muchos médicos; uno de ellos, muy conocido por sus anuncios en la prensa, le había
apostrofado brutalmente: «se debilita usted mismo, eso es lo que le ocurre!» El paciente,
que había practicado el onanismo entre los quince y los dieciocho años, quedó firmemente
convencido de que su impotencia era la consecuencia merecida e irremediable de su
«crimen juvenil».
Esta dolorosa experiencia le había alejado de los médicos durante un tiempo; más tarde
realizó una nueva tentativa con otro médico que le aplicó el método privilegiado de la
terapia sugestiva: la corriente eléctrica, con fuertes estímulos. Pero no obtuvo ningún
resultado. El enfermo se hubiera resignado a su suerte de no haber encontrado
recientemente una chica que le gustó. Esto fue lo que le decidió a realizar la «ultima
tentativa».
El que durante el sueño no viera nunca el rostro de la mujer constituye un ejemplo típico de
deformación onírica («Traumentstellung»), cuyo objeto consiste en dejar en el anonimato a
la mujer a quien se dirigen los pensamientos libidinosos. Por el contrario, el despertar
sobresaltado indica una toma de conciencia inicial de “la imposibilidad de esta situación”
con la mujer evocada en el sueño. La crisis de angustia es la reacción afectiva de la
conciencia superior, al cumplimiento de este deseo.
La prohibición que le impedía la satisfacción sexual era tan fuerte en nuestro enfermo que
incluso en sus fantasías diurnas, en el momento de imaginar el acto, se censuraba y
desviaba su pensamiento hacia otra cosa.
Freud me había señalado la frecuencia con que los impotentes repiten el sueño-tipo del
examen, lo que también se da a menudo entre individuos de potencia normal; yo mismo he
podido confirmar plenamente esta observación. Tales sujetos sueñan muchas veces a la
semana que se examinan del bachillerato o de la licenciatura y que no pueden aprobar, a
falta de una preparación suficiente. Esta incapacidad del sueño proviene del sentimiento de
incapacidad sexual. Y probablemente también es una metáfora vulgar para significar el
coito, lo cual explica que los impotentes que he tratado soñaran tan a menudo con armas
de fuego enmohecidas o encasquilladas que disparaban mal, erraban el tiro, etc.
En los sueños de nuestro paciente aparecía con frecuencia una cierta crueldad activa; se
veía cortando el dedo de alguien a dentelladas, mordiéndole el rostro etc.; no resultó difícil
hallar su origen en la hostilidad que experimentaba en su infancia hacia su hermano mayor,
de veinte años, totalmente justificada por el comportamiento de éste para con él. La
tendencia a la crueldad se manifestaba también en estado de vigilia, aunque enmascarada
por la cobardía del paciente. Cada vez que se había mostrado cobarde ante alguien, por lo
general superior, se pasaba muchos minutos fantaseando situaciones en las que daba
pruebas de energía frente a esa misma persona, o bien le infligía diversos castigos
corporales. Se trata de la manifestación de «l'esprit d'escalier» tan frecuente entre los
psiconeuróticos cuyas fantasías quedan, por lo general, en estado de ensoñaciones
eternas; en la próxima ocasión la vieja timidez volverá a reprimir el insulto furioso y a
retener la mano dispuesta a golpear. La estrecha relación psicológica entre cobardía,
crueldad e impotencia sexual es mostrada a la perfección por Ibsen en el personaje del
obispo Nicolás (“Los Pretendientes”). Esta cobardía y esta timidez nacen del respeto que
anteriormente compensó la rebeldía del niño contra los castigos corporales y el sermoneo
de los padres y personas mayores.
Existiendo una relación fisiológica y una estrecha asociación de ideas entre las funciones
de la eyaculación y de la micción, no es sorprendente que el análisis revelase cierta
inhibición a la micción en el paciente. Era incapaz de orinar en presencia de otra persona.
Cuando se encontraba solo en un urinario público lo hacía en forma normal y regular. Pero
si entraba alguien se interrumpía al instante, «como si se hubiera cortado de golpe». El
singular pudor que mostraba ante los hombres me hizo concluir que su componente
homosexual era superior al normal, como en la mayoría de los neuróticos. Pensé que su
origen estaría relacionado con la persona de un hermano menor con quien compartió el
lecho durante muchos años, y con quien concertó una alianza de defensa y ataque a las
bromas del hermano mayor. Al hablar de «homosexualidad superior a la normal». quiero
subrayar que la práctica psicoanalítica confirma la teoría de la bisexualidad, o sea, que la
primitiva estructura bisexual del hombre no deja exclusivamente huellas anatómicas sino
también huellas psicosexuales que, bajo el influjo de circunstancias externas propicias,
pueden llegar a ser dominantes.
Alertado por el análisis de casos similares. sospeché que la mujer corpulenta del sueño
ocultaba a alguna pariente próxima del enfermo; pero éste rechazó indignado la sospecha y
me hizo saber que sólo una de sus hermanas era corpulenta, precisamente la que menos
aguantaba. Pero quieres hayan constatado, como yo, cuántas veces una simpatía penosa
para la conciencia queda disimulada bajo una exagerada rudeza y malhumor, no se dejarán
desarmar por tal información (“Ich hasse weil ich nicht lieben kann”, Ibsen).
Poco después, el paciente me refirió una extraña alucinación hipnagógica que había sufrido
tiempo atrás. Al dormirse, tuvo la impresión de que sus pies (que sentía calzados aunque
estaban desnudos) se elevaban, mientras que su cabeza se hundía; le dominó la angustia,
como le acontecía tan a menudo en los sueños, y despertó sobresaltado. Ya he
mencionado su fetichismo respecto a calzado y pies; reemprendí el análisis profundo de las
asociaciones, ideas y recuerdos del enfermo sobre el tema, y ello hizo surgir recuerdos
largo tiempo olvidados y muy desagradables para él. La hermana corpulenta “a la que no
aguantaba”, que le llevaba diez años tenía la costumbre de hacerle atar y desatar sus
zapatos cuando el tenía tres o cuatro años; también le hacía saltar a caballo sobre su
pierna desnuda, desencadenando de este modo una sensación voluptuosa. (Se trataba
indudablemente de un «recuerdo pantalla», en él sentido de Freud; seguro que entre ellos
había ocurrido algo más.) Cuando más tarde él pretendió reanudar los juegos antiguos, su
hermana, ya con quince o dieciséis años, le reprochó este deseo, calificándolo de inmoral e
inconveniente.
El paciente sólo se convenció a medias y siguió negando. Pero al día siguiente vino a
confesarme, muy contrariado, que reflexionando sobre todo lo anterior se había acordado
de que en su juventud (de los quince a los dieciocho años), a menudo tornaba como objeto
de sus fantasías para masturbarse la experiencia infantil con su hermana; fueron los
remordimientos provocados por la inmoralidad de tales pensamientos los que le condujeron
a abandonarlos; al mismo tiempo había dejado de masturbarse. Luego no había vuelto a
pensar en ello.
Animé al paciente a proseguir sus tentativas de relación sexual durante el desarrollo del
análisis. Poco después de la interpretación del sueño anterior, llegó con aire radiante y me
hizo saber que la víspera, por primera vez en su vida, había conseguido un contacto sexual
que terminó con orgasmo completo de duración normal: con la avidez característica de los
neuróticos, repitió la hazaña dos veces más el mismo día, cada vez con una mujer
diferente.
Para comprender este éxito terapéutico son precisas algunas explicaciones. La importante
obra de Freud sobre el desarrollo de la sexualidad en el individuo (Tres ensayos sobre la
teoría de la sexualidad) nos enseña que el niño recibe sus primeras impresiones sexuales
de entorno inmediato y que tales impresiones determinan la elección ulterior del objeto
sexual. A consecuencia de factores constitucionales o de circunstancias externas (por
ejemplo, un niño muy depravado), puede ocurrir que la elección incestuosa quede fijada.
Sin embargo, el incipiente sentido moral del individuo se defiende con todas sus fuerzas y
rechaza los deseos contrarios a la moral. Al principio el rechazo es un éxito completo, como
hemos visto en el caso precedente («Período de defensa victoriosa», Freud); pero bajo el
efecto de las modificaciones orgánicas de la pubertad, o de las secreciones internas, puede
renacer el deseo, haciéndose necesario un nuevo rechazo. En nuestro paciente, este
segundo rechazo quedó señalado por la interrupción de la masturbación. Pero el rechazo
entraña igualmente la eclosión de la neurosis, algunos de cuyos síntomas, entre otros, son
la impotencia que databa de sus primeras tentativas de coito y la aversión hacia su
hermana mayor. El paciente era incapaz de realizar el acto sexual porque toda mujer le
recordaba -inconscientemente- a su hermana, y no podía aguantar a su hermana porque
-sin saberlo- veía en ella no sólo una persona de la familia sino también a la mujer,- y la
«antipatía» constituía la mejor de las protecciones. Sin embargo, el control del inconsciente
sobre la personalidad física y psíquica del individuo no se mantiene más que hasta que el
análisis desvela el contenido de los pensamientos que allí se ocultan. Cuando la conciencia
consigue esclarecer el proceso, queda desbaratado el poder tiránico del complejo
inconsciente; los pensamientos apartados dejan de ser un depósito de afectos sin
posibilidad de abreacción y se integran en el encadenamiento normal de las ideas.
En el caso estudiado, la censura pudo ser engañada de este modo gracias al análisis; en
consecuencia, la energía afectiva del complejo no se convirtió ya más en síntoma orgánico
(inhibición sexual) sino que pudo desintegrarse bajo el efecto de la actividad de ideación y,
como todos los afectos conscientes, desaparecer perdiendo su significación inadecuada.
Junto a los casos de inhibición psicosexual determinada por los complejos inconscientes,
Steiner distingue otras dos categorías de impotencia masculina, que atribuye esencialmente
bien a una debilidad congénita («Minderwertigkeit»), bien a influencias post-puberales. A mi
parecer el valor de esta clasificación es más práctico que teórico.
Un estudio más detenido de los casos «congénitos» indica que gran número de ellos surge
de la pseudo herencia. Los hijos de padres anormales están expuestos desde su infancia a
influencias psicológicas anormales por parte de su entorno y reciben una educación
falseada; son estas mismas influencias las que eventualmente determinarán más adelante
la neurosis y la impotencia; sin ellas, el niño «tarado» hubiera podido ser un hombre
normal.
Desde el punto de vista práctico, Steiner tiene razón al aislar este grupo, pues, como ha
señalado muy oportunamente, pueden tratarse estos casos tranquilizando al paciente,
aplicándole cualquier terapéutica sugestiva, o bien mediante un análisis bastante superficial
(que es simplemente la antigua catarsis, según Breuer y Freud, la “abreacción”). Sin
embargo, tales tratamientos carecen del valor profiláctico de un psicoanálisis más profundo;
los análisis de Muthmann, Frank y Hezzola resultan menos eficaces. Tienen, sin embargo,
la ventaja -igual que el procedimiento sugestivo- de imponer una carga menos pesada tanto
al enfermo como al médico.
Un análisis superficial de este tipo sanó a un joven paciente mío que había quedado
impotente a consecuencia de una gonorrea, por temor a la infección, y también a otro de
mis pacientes afectado de impotencia tras haber visto un flujo menstrual.
Un hombre de treinta y seis años recobró la confianza en si mismo tras haber sido animado
y tranquilizado mediante la sugestión: muy activo anteriormente en el plano sexual, se
había vuelto impotente cuando una unión legal le había impuesto la obligación de cumplir
su “deber” conyugal. En este caso, sin embargo, proseguí el análisis incluso tras el
restablecimiento de la función: descubrí los siguientes hechos: el paciente a los tres o
cuatro años, e instigado por un adulto, había masturbado los órganos genitales de una niña
de su edad; la niña, al mismo tiempo, con un pequeño clavo de madera de los que usaba el
padre del paciente, un tonelero, para reparar los toneles agujereados, le había taladrado el
prepucio. Sufrió mucho y fue necesaria una intervención quirúrgica para extraerle el clavo.
Al miedo se había unido la humillación. Sus camaradas barruntaron la aventura y le
llamaban «el clavero». Se tornó sombrío y taciturno. Al llegar la pubertad le sobrevino el
temor de que la cicatriz redujera su potencia; pero tras algunas dudas iniciales obtuvo un
cierto éxito. Sin embargo, el miedo a no poder satisfacer las obligaciones sexuales
constantes del matrimonio le afectaba hasta tal punto que llegó a una inhibición total de la
función.
Este caso es instructivo por muchos conceptos. Demuestra que, aunque la potencia
funcional quede establecida tras la desaparición de las ideas angustiosas, no puede decirse
que el temor sea la única causa de la inhibición; es incluso probable que en este caso como
en otros similares el temor del momento sólo sea patógeno porque se convierte en objeto
de un desplazamiento afectivo cuyo origen está oculto en el inconsciente. El análisis
superficial, los métodos sugestivos han debilitado el síntoma simplemente, reduciendo la
sobrecarga que soporta el aparato neuro-psíquico a un nivel en el que el paciente puede
estabilizarse por sí mismo.
Además este caso muestra cómo las experiencias sexuales infantiles ajenas a la fijación
incestuosa, cuando van acompañadas de una humillación intensa, pueden también originar
una inhibición.
Hay un modo de humillación sexual infantil que merece una mención especial, dada su
impotencia práctica; se trata de la humillación que inflige el entorno al niño sorprendido en
plena masturbación, cuyo efecto deprimente se aumenta con los castigos corporales y la
amenaza de enfermedades mortales que la acompañan. Pero no puede reprocharse a los
padres y a los educadores el que utilicen un método poco delicado y dañino para el porvenir
del niño cuando algunos médicos lo aprueban y lo aplican a sus propios hijos. Sin embargo,
Freud ha demostrado que la manera de deshabituar al niño del onanismo afecta de modo
determinante al desarrollo ulterior del carácter o de la neurosis. El aislamiento psíquico de
los niños frente a los problemas sexuales, el rigor excesivo en la represión de los hábitos
infantiles, el temor y la humillación, el respeto abrumador y la obediencia ciega impuesta
por los padres, a menudo sin justificación, contribuyen a conseguir una verdadera
producción artificial de futuros neurópatas e impotentes psicosexuales.
Entre las causas patógenas que determinan la impotencia psicosexual, ocupan un puesto
privilegiado la fijación incestuosa y la humillación sexual infantil.
La comprensión integral de los casos de impotencia psicosexual sólo es posible con ayuda
del psicoanálisis de Freud. En los casos de mayor gravedad es difícil obtener la mejoría por
otro camino; en los más benignos pueden también valer los. métodos sugestivos o un
análisis superficial.
Naturalmente todas estas observaciones e interpretaciones sólo son válidas en los casos
de impotencia de origen exclusiva mente psicógeno, y no en los casos de incapacidad
fisiológica u orgánica; sin embargo, resulta frecuente aquí la asociación de estados
morbosos orgánicos y funcionales.
Próximo escrito
Psicoanálisis y pedagogía
Señalo desde ahora que considero este problema insoluble para un hombre solo, y menos
aún en el marco de una sola conferencia. Necesitamos aquí la colaboración de todos; por
mi parte me limitaré hoy a señalar los problemas que se plantean en conjunto y a
establecer el estado actual de la cuestión.
El único regulador del funcionamiento psíquico del recién nacido es su tendencia a evitar el
dolor, es decir, las excitaciones, tendencia denominada «Unlustprinzip» (principio del
desagrado). Más adelante este principio sucumbe bajo el dominio de la auto-disciplina
inculcada por la educación; sin embargo, la tendencia a evitar el dolor continúa
manifestándose en todo momento en el psiquismo del adulto civilizado, aunque sea de
forma sublimada; el hombre se esfuerza a pesar de todo, y en contradicción con todas las
enseñanzas de la moral, en obtener la mayor satisfacción con el menor esfuerzo.
Sin embargo, la pedagogía actual contradice a menudo este principio tan atinado y, por
decirlo así, evidente. Uno de sus más graves errores es el rechazo de las emociones y de
las representaciones. Podríamos afirmar incluso que cultiva la negación de las emociones y
de las ideas.
El principio es difícil de definir. Se parece mucho a la mentira. Pero mientras que los
mentirosos y los hipócritas ocultan las cosas a los demás o les muestran emociones e ideas
inexistentes, la pedagogía obliga al niño a mentirse a sí mismo, a negar lo que sabe y lo
que piensa.
Podría considerarse este sistema plenamente satisfactorio porque presta una relativa
espontaneidad a las ideas justas, orientadas socialmente, sepultando en el inconsciente las
tendencias claramente egoístas, anti o asociales, que de esta manera pierden su malicia. El
psicoanálisis muestra, sin embargo. que este modo de neutralización de las tendencias
asociales no es ni eficaz ni rentable. Para mantener las tendencias latentes rechazadas y
ocultas en el inconsciente, es preciso construir poderosos organismos defensivos, de
funcionamiento automático, cuya actividad consume muchísima energía psíquica. Los
reglamentos de defensa e intimidación de la educación moral basada en el rechazo de las
ideas pueden compararse a las sugestiones alucinatorias negativas post-hipnóticas; pues,
del mismo modo que podemos conseguir que el individuo hipnotizado, al despertar, cese de
percibir las sensaciones ópticas, acústicas y táctiles, o parte de ellas así mismo se educa
hoy a la humanidad en una ceguera introspectiva. Pero el hombre educado de este modo,
como el hipnotizado, pierde mucha energía psíquica en la parte consciente de su
personalidad y mutila considerablemente la capacidad de funcionamiento de ésta; por una
parte, mantiene en su inconsciente una personalidad diferente, verdadero parásito, que con
su egoísmo y su tendencia a satisfacer sus deseos a cualquier precio, es como la sombra,
el negativo de todo lo bello y lo bueno de que se jacta la conciencia superior; por otra, la
conciencia no puede evitar el reconocer y percibir los instintos asociales ocultos tras todo lo
bueno más que emparedándolos tras los dogmas morales, religiosos y sociales,
malgastando sus mejores fuerzas en mantener tales dogmas. Las fortalezas a que
aludimos son, por ejemplo: el sentido del deber, la honestidad, el pudor, el respeto a las
leyes y a las autoridades, etc., etc., es decir, todas las nociones morales que nos impulsan
a tomar en consideración los derechos de los demás y a reprimir nuestros deseos de poder
y de placer es decir, nuestro egoísmo.
Pero, por otro lado, ¿qué desventajas tiene tan costosa organización? Ya he expuesto en
otra parte cómo este nuevo método de búsqueda psicológica individual en que consiste el
psicoanálisis ha permitido demostrar que los síntomas de las afecciones llamadas
psiconeuróticas (histeria, neurosis obsesiva) son siempre las manifestaciones, las
proyecciones desplazadas, deformadas-, por así decir simbólicas, de las tendencias
libidinosas involuntarias o inconscientes, y fundamentalmente de la libido sexual. Si se tiene
en cuenta el elevado número, siempre en aumento, de personas afectadas por estas
enfermedades, parece oportuno proponer, aunque sólo sea con fines profilácticos, una
reforma pedagógica que permita evitar el funcionamiento de un mecanismo psíquico tan
nocivo a menudo: el rechazo de las ideas.
Por otro lado, aunque la tendencia al rechazo de ideas y emociones no afectase más que a
quienes están predispuestos, respetando las constituciones más robustas, convendría
reflexionar seriamente sobre si es lícito, en provecho del sector más débil y en
consecuencia menos valioso de la humanidad, quebrantar las sólidas bases de las
principales organizaciones culturales de los humanos en su conjunto.
Sin embargo la experiencia prueba que el rechazo afecta también al curso vital del hombre
considerado normal. La inquieta solicitud con la que vigila la censura las representaciones
de deseos inconscientes no se limita por lo general a ellos sino que se extiende también a
las actividades conscientes del psiquismo, haciendo a la mayoría de las personas inquietas,
apocadas, incapaces de reflexión personal y esclavas de la autoridad. La adhesión
desesperada a las supersticiones religiosas vacías de sentido y desprovistas de contenido,
el temor exagerado a la muerte y las tendencias hipocondríacas de la humanidad, no son
sino los estados neuróticos del psiquismo popular, síntomas histéricos, formaciones
obsesivas y actos obsesivos al nivel de la psicología de las masas, determinados por
complejos de representaciones soterrados en la conciencia, muy parecidos a los síntomas
de los enfermos verdaderos. A la anestesia de las mujeres histéricas y a la impotencia de
los hombres neuróticos corresponde la curiosa tendencia de la sociedad al ascetismo,
esencialmente opuesto a la naturaleza (abstinencia, vegetarianismo, antialcoholismo, etc.)
Y lo mismo que el psiconeurótico trata de desconocer su propia perversión mediante
recursos exagerados, reacciona frente a los pensamientos considerados impuros con una
limpieza patológica, y frente a las representaciones libidinosas que le agitan con una
“honestidad” excesiva, del mismo modo la mascara de respetabilidad que presentan los
jueces morales inflexibles de la sociedad, encubre, sin que lo sepan, todos los
pensamientos y tendencias egoístas que condenan en los demás. Su rigor les ahorra la
obligación de reconocer tal estado de cosas y al mismo tiempo les proporciona un escape
para uno de sus deseos inconscientes ocultos, la agresividad.
Los hay que reconocen la realidad de estos hechos, pero tiemblan ante la idea de lo que
será de la civilización humana si se acaban, sin remedio ni explicación, los principios
dogmáticos con los que velar por la educación y la existencia toda de los hombres. ¿No van
a destruir los instintos egoístas liberadas de sus cadenas, la obra milenaria de la civilización
humana? ¿Se podrá reemplazar el imperativo categórico de la moral por otra cosa?
La psicología nos ha enseñado que ello es perfectamente posible. Si, una vez terminado el
tratamiento psicoanalítico, el enfermo, hasta entonces con grave neurosis, reconoce
claramente sus tendencias a la satisfacción de los deseos contrarios a las concepciones
inconscientes de su psiquismo o a sus convicciones morales conscientes, se produce la
desaparición de los síntomas. Y también se produce si, a consecuencia de obstáculos
insuperables, el deseo, cuya manifestación simbólica es el síntoma psiconeurótico, no
puede ser satisfecho ulteriormente. El análisis psicológico no conduce al reino
desenfrenado de los instintos egoístas, inconscientes y a veces incompatibles con los
intereses del individuo, sino a la ruptura con los prejuicios que dificultan el conocimiento
propio, a la comprensión de los motivos hasta entonces inconscientes y a la posibilidad de
un control de los impulsos que se han convertido en conscientes.
“El rechazo de las ideas es reemplazado por el juicio consiente”, dice Freud. Las
condiciones externas y el modo de vida apenas deben cambiar.
El hombre que realmente se conoce a pesar de la exaltación que tal conciencia le procura,
se hace más modesto. Es indulgente con los defectos de los demás y está dispuesto a
perdonar; incluso si nos referimos al principio de que «tout comprendre c'est tout
pardonner», él sólo aspira a comprender, porque no se siente cualificado para perdonar.
Analiza los móviles de sus emociones y las impide desarrollarse hasta convertirse en
pasiones. Contempla con cierto sereno humor cómo los diversos grupos humanos basculan
según diferentes consignas, y en sus actos no le guía la «moral» proclamada a voces, sino
una lúcida eficacia; esto es lo que le incita también a dominar aquellos deseos cuya
satisfacción menoscabaría los derechos de los demás (y que, a causa de las revanchas
provocadas, se convertirían en dañinos para él mismo), y a vigilarlos atentamente sin negar
su existencia.
Próximo escrito
Sobre las psiconeurosis
Sandor Ferenczi / Sobre las psiconeurosis
Tras pensarlo mucho, he renunciado a este proyecto, pues aunque sólo tratara de citar
todas las formaciones patológicas comprendidas actualmente bajo la denominación general
de «neurosis funcionales», me enfrentaría a tal caos y a una avalancha tan enorme de
formas verbales grecolatinas -y sobre todo barbarismos- que temo conseguir tan solo
aumentar la confusión que reina hoy en el ámbito de las neurosis.
Por lo tanto he pensado en un segundo método. En lugar de considerar las cosas en forma
fragmentaria, intentaré perfilar una visión de conjunto, tras tamizarlo todo a base de mi
experiencia personal.
Uno de los autores alemanes más espirituales del siglo XVIII, Georg Christian Lichtenberg,
planteó cierto día esta paradójica cuestión: ¿por qué los investigadores científicos sólo
piensan en servirse de lentes de aumento y no también de lentes reductoras? Lo que
quiere decir que convendría abandonar de vez en cuando
Les extrañará que en la época del monismo podamos clasificar las enfermedades sobre
una base marcadamente dualista. Me apresuraré a declarar que teóricamente soy adepto
de la concepción filosófica denominada monismo agnóstico, la cual reconoce, como su
nombre indica, un principio único a la base de todos los fenómenos existentes; sin
embargo, debemos añadir modestamente que no sabemos nada, ni podemos saberlo,
respecto a la naturaleza de tal principio básico. Considero que el monismo es sólo un acto
de fe filosófica, un ideal hacia el que debemos tender, pero que supera en tal grado los
límites concretos de nuestro saber que, por el momento, no podemos esperar obtener de él
un beneficio práctico. Pues para no engañarlos, tal y como están las cosas actualmente,
sólo podemos analizar los fenómenos naturales, o bien con un sistema físico parte de ellos,
o bien con uno psíquico los demás.
Es cierto que el paralelismo psicofisiológico incita a pensar que todas las manifestaciones
de la vida orgánica, comprendida la fisiología de las células óseas, musculares y
conjuntivas, tienen su propia psicología. Pero está claro que este capitulo de la psicología
todavía no es más que una hipótesis seductora.
No resulta menos erróneo el tratar de explicar los fenómenos psíquicos a partir de nociones
de anatomía y de fisiología, como está de moda, porque en realidad lo ignoramos todo
sobre la fisiología de la vida mental. Nuestros conocimientos se reducen exclusivamente a
la localización cerebral de los órganos de los sentidos y de los centros de coordinación
motora. Flechsig ha intentado ciertamente crear una frenología moderna. basándose
principalmente en la cronología del desarrollo embrionario del cerebro, pero su complejo
sistema, las tres o cuatro docenas de centros psíquicos cuya existencia presume y las
fibras de proyección y de asociación que van a parar a ellos presenta un carácter tan
artificial que considero inútil detenernos en ello.
Las investigaciones que tratan de descubrir las modificaciones cerebrales anatómicas que
corresponden a las diferentes enfermedades mentales, son también inútiles, tales
investigaciones tenían por objeto hallar un nexo entre las modificaciones advertidas y los
síntomas psíquicos presentados por el individuo, para después deducir la significación
psicológica de las diferentes partes del cerebro. Sin embargo, el examen del cerebro no
muestra modificación alguna en la manía, ni tampoco en la melancolía, la paranoia, la
histeria o la neurosis obsesiva; en otras afecciones, (parálisis general, alcoholismo,
demencia senil) se puede observar, es cierto, pero sin que pueda demostrarse a relación
exacta entre la lesión cerebral y el cuadro psicopatológico; también podemos afirmar sin
temor a equivocarnos que sabemos hoy tan poco sobre el principio anatomo-patológico de
la psiconeurosis como sobre las relaciones materiales del funcionamiento mental en
general.
Ahora bien, aunque nuestros sabios admitan, de grado o por la fuerza, su ignorancia
respecto al mecanismo funcional de la materia pensante, parece que no pueden resignarse
a admitirla en lo que concierne a su patología. Así como sería poco honrado hablar de
movimientos moleculares de las células cerebrales en lugar del sentimiento, del
pensamiento o de la voluntad, también sería incorrecto hoy describir las psicosis y la
psiconeurosis llamadas funcionales utilizando términos de anatomía, patología, fisiología,
física y química. Aparentemente nuestros sabios estiman que la docta ignorancia es más
fácil de soportar que la indocta ignorancia, o sea, que la ignorancia arropada en términos
cultos es menos humillante que su confesión sincera.
En último término, la percepción no puede determinar m que las leyes que siguen los
movimientos de las partículas (materia: moléculas, átomos, electrones; pero los
movimientos de los electrones, átomos o moléculas nunca podrán suscitar en nosotros la
misma percepción que un sonido o un color. Nunca podremos comprender, en un plano
meramente mecánico, los sentimientos de un ser agitado por las emociones y las
modificaciones operadas en el psiquismo por una enfermedad mental.
No he podido evitar esta digresión filosófica. A este respecto recuerdo otro dicho del ya
citado Lichtenberg; cuando se le planteó la cuestión: «¿es bueno hacer filosofía?»,
respondió que tan bien cabría preguntar: «¿es bueno afeitarse?» Porque estimaba que la
filosofía se maneja como la navaja: conviene no cortarse con ella. Para no exponerme a tal
peligro, me contentaré con repetir que en el estado actual de nuestros conocimientos sólo
puede justificarse la clasificación dualista de las neurosis.
De entrada hay que señalar que la transición entre las psiconeurosis y la vida mental
considerada normal por una parte, y la psicosis en sentido estricto por otra, no posee un
límite claro, de manera que distinguir psicosis y psiconeurosis tal como lo hacemos es un
eufemismo. En lo que concierne a las ideas obsesivas, ya lo he manifestado antes, hay
años-luz de distancia; sin embargo, la experiencia me ha convencido que sucede lo mismo
con todas las neurosis de orden psíquico. Es cierto que la psicosis y la psiconeurosis
pueden diferenciarse según su gravedad, su pronóstico, es decir, desde el punto de vista
práctico. Pero no existe diferencia funda mental entre el desencadenamiento emocional del
hombre «normal», las crisis afectivas del histérico y la furia del enfermo mental.
Ya he tenido ocasión de exponer ante mis honorables colegas la génesis de las teorías ce
Freud y el método de análisis psicológico que le permitió formularlas. Hoy desearía
limitarme a considerar los progresos que el estudio de la psiconeurosis debe al análisis.
De forma general, la nueva psicología se basa sobre el «principio del desagrado» que rige
los procesos mentales y que podría describir como la tendencia egoísta a evitar en la
medida de lo posible las emociones desagradables, y el deseo de obtener con el mínimo
esfuerzo las máximas satisfacciones.
Sin embargo, el hombre no está solo en el mundo; debe integrarse en una red de lazos
sociales complejos que le obliga desde la niñez a renunciar a la satisfacción de gran parte
de sus deseos naturales. Incluso la educación le induce a considerar que el sacrificio propio
por el bien de la comunidad es algo bello, bueno y digno de sus más altas aspiraciones.
La sociedad actual exige los mayores sacrificios en el campo de los deseos sexuales.
Todos los esfuerzos educativos contribuyen a sofocar tales deseos y, de hecho, la mayoría
de las personas se adaptan, aparentemente sin gran dolor, a este orden social.
Esto es lo que le ocurre al hombre normal. Pero en el sujeto predispuesto o en quien los
complejos rechazados poseen una fuerza excepcional, queda desbordado el mecanismo, lo
que supone la aparición de síntomas patológicos.
A menudo he oído esta objeción: ¿por qué el psicoanálisis concede un papel tan
preponderante en la etiología de las psiconeurosis al rechazo sexual, precisamente? La
respuesta es simple.
Goethe ha dicho que «el hambre y el amor gobiernan el mundo», lo que los biólogos
expresan afirmando que el instinto de conservación y el de reproducción son las tendencias
más poderosas del ser vivo. Imaginemos ahora que la toma de alimentos es considerada
actividad vergonzosa y que sólo puede practicarse a condición de no hablar de ella; si el
modo de alimentación y sus objetos estuviesen sometidos a un ritual tan severo como la
satisfacción sexual en nuestra sociedad, sería el rechazo del instinto de conservación el
que desempeñaría el papel principal en la etiología de las psiconeurosis.
La filosofía nos ha enseñado que el yo y el mundo exterior, las impresiones sensoriales, las
emociones, constituyen en nosotros un mundo único; es la experiencia concreta, el punto
de vista práctico, en cierta manera, el que nos permite diferenciar el complejo de
representaciones que pertenecen al yo y están sometidas a su voluntad, y los complejos de
representaciones que pertenecen al mundo exterior y no obedecen a la voluntad del yo.
Pero la frontera entre ambos grupos de representaciones es móvil; mismo modo que en la
persona normal podemos observar la dependencia a desplazar sobre otro y sobre el
exterior lo que resulta penoso de soportar, también el paranoico se consuela expulsando de
su yo los complejos intolerables, elaborando sensaciones a partir de sentimientos, y el
mundo exterior a partir de una fracción de yo. En lugar de reconocer su amor, su odio o su
envidia -sentimientos que rechaza su conciencia generalmente por razones morales-, tales
pensamientos de amor y de odio le son inspirados, bajo falsas apariencias por seres
invisibles, o bien se desarrollan ante sus ojos, simbólicamente, en visiones fantásticas, o
incluso se le aparecen en los rasgos o en los gestos de los demás. Llamamos proyección a
este modo de defensa constatado en la paranoia, pues, de hecho, no es más que la
proyección de emociones del yo sobre el mundo exterior.
La demencia precoz orienta hacia el yo todo el interés y toda la energía afectiva negada al
mundo exterior; ello es lo que explica las megalomanías, los infantilismos, la reviviscencia
de las satisfacciones auto-eróticas, la irresponsabilidad frente a las exigencias culturales, la
anulación y el rechazo casi total del mundo exterior.
Volvemos a encontrar estos mismos cuatro sistemas defensivos contra las
representaciones penosas en el marco del funcionamiento mental normal. Una persona que
sufre un gran disgusto, o que se ve obligada a rechazar sus sentimientos de amor o de
odio, simbolizará sus sentimientos en todo su comportamiento como el histérico, o bien los
desplazará sobre la representación de cualquier objeto o persona en asociación de ideas
con el verdadero objeto del afecto; aquí no interviene la razón más que para desplazar los
afectos del obseso. Quien teme afrontar sus propios sentimientos y los móviles
inconfesables que le mueven a actuar, busca rápidamente el defecto en otro: ¿qué
diferencia hay con la proyección paranoica? Y el individuo desengañado del mundo y de los
hombres, ¿no se convertirá en un ser egoísta, encerrado en sí, que contempla con
indiferencia la agitación de los demás y que está absorbido por su propio bienestar, sus
propias satisfacciones físicas y psíquicas?
Con lo que antecede he querido demostrar que el mecanismo psicológico obedece a las
mismas leyes fundamentales en la vida psíquica normal, en las psiconeurosis y en las
psicosis funcionales.
No subestimemos a los escritores. Son los visionarios del porvenir a quienes las
investigaciones científicas restringidas no han vuelto miopes, según la conocida frase de
Lichtenberg: «Los especialistas ignoran a menudo lo esencial.» En efecto, frecuentemente
su ciencia impide al especialista observar sin prejuicios.
Nos hemos burlado del novelista ingenuo que, no hallando solución, precipita a su héroe en
la locura; hoy debemos admitir humildemente que nuestra superioridad de sabios no tenía
razón, y sí la tenía el ingenuo novelista; que era él quien estaba en lo cierto mucho antes
que la psicología científica, al pretender que el hombre, cuando no halla salida a sus
conflictos psíquicos, puede caer en la neurosis o en la psicosis.
Hasta ahora habíamos pensado que la noción de tara hereditaria aclaraba definitivamente
el problema de la etiología de las enfermedades mentales funcionales. Pero, igual que en la
física y en la química del cerebro, nos hemos apresurado demasiado al generalizar el papel
de la tara hereditaria, antes de afrontar todo lo que podían aportar las impresiones
psíquicas post-natales. Son muchos los datos que prueban que la tara, la predisposición,
juegan efectivamente un papel en la génesis de las enfermedades mentales. Pero no
sabemos nada respecto a la naturaleza de esta predisposición. Cada vez parece más cierto
que no hay nadie a cubierto de los sufrimientos psíquicos muy intensos o demasiado
prolongados; la predisposición interviene en la medida en que un hombre tarado por la
herencia reacciona a un estimulo más débil, mientras que serán precisos estímulos más
fuertes o sufrimientos más penosos para afectar a los de mayor resistencia; sin embargo,
no se niega que la predisposición hereditaria intervenga también para determinar
cualitativamente la neurosis.
El deseo más íntimo de todo niño o niña es el llegar a ser como su padre o su madre; tal
deseo se manifiesta incluso en sus juegos.
Es fácil comprender que de los dos sexos, es la mujer la más afectada por la psiconeurosis,
dada la desigual presión social de la sexualidad sobre ambos. Desde niños se toleran a los
hombres cosas en las que las mujeres no pueden ni soñar. Incluso en el matrimonio hay
dos morales, una para los maridos y otra para las esposas; y está claro que la sociedad
castiga la transgresión de los preceptos morales con más severidad en la mujer que en el
hombre. Los sucesivos períodos de la sexualidad femenina, la revolución orgánica de la
pubertad, la menstruación, el embarazo, el parto y la menopausia pesan mucho sobre la
vida afectiva de la mujer, en particular a causa de un rechazo exagerado. Todos estos
factores aumentan considerablemente la proporción de mujeres psiconeuróticas.
Si revisamos los diversos tipos de neurosis, hallaremos sin duda un gran número de
mujeres histéricas, mientras que, proporcionalmente, los hombres se refugian más a
menudo en la neurosis obsesiva. En lo que se refiere a la paranoia y a la demencia precoz,
carezco de datos precisos sobre su repartición entre ambos sexos; personalmente tengo la
impresión de que los hombres superan a las mujeres entre los paranoicos, mientras que la
demencia precoz abunda más en el sexo femenino.
Con esto quedan esbozadas ante ustedes las líneas maestras de la teoría psicoanalítica de
las neurosis y de las psicosis funcionales, y, científicamente hablando, mi labor la doy por
terminada. Pero el mundo espera del médico algo más que una simple comprensión del
sentido de los síntomas y su origen: se espera de él curación de esos síntomas.
Ello no es tan evidente como parece a primera vista. «¿Por qué, pregunta Dielt, no se le
pide al astrónomo que cambie el día en noche, al meteorólogo que transforme el frío
invernal en calor estival, y al químico que convierta el agua en vino?», y ¿por qué se pide
que el médico tenga el poder de intervenir en el complejo proceso de las relaciones
causa-efecto de la vida, transformando la enfermedad en salud en el más complicado de
los seres vivos, el hombre?
Por suerte, el estudio científico de este problema se inició cuando la terapéutica médica
tenía varios milenios de antigüedad y había conseguido ya muchos éxitos «La medicina es
la más antigua de las profesiones y la más joven de las ciencias» (Nussbaum). Si fuera
cierto lo contrario, si nuestros esfuerzos terapéuticos se basaran, en vez de sobre un
grosero empirismo, sobre la deducción lógica, no pecaríamos hoy de temeridad al
emprender la difícil tarea de curar. Lo mismo ha ocurrido con el tratamiento de las
psiconeurosis, en el que la práctica también ha precedido la teoría. Lo que hemos dicho
hoy, demuestra bien a las claras que aun nos hallarnos al principio del camino que debe
conducirnos, esperémoslo, a una noción más precisa de la naturaleza de la neurosis; sin
embargo, ya tenemos toda una biblioteca repleta de obras relativas al tratamiento de
enfermedades apenas conocidas aún. Parece ser que también en el campo de la
terapéutica la suerte favorece a los valientes, pues indudablemente el tratamiento de las
psiconeurosis les ha permitido tener en su haber algunos éxitos notables.
Biegansky en su libro «La lógica en la terapéutica» señala como principio director de todo
tratamiento esta máxima indiscutible, aunque no nueva por completo, de que para curar
correctamente hay que anular los síntomas dañinos favoreciendo los que son útiles. No
podemos hacer nada más, ya que carecemos de un poder supremo sobre los procesos
vitales del organismo.
Parece probable, a priori, que el tratamiento de las neurosis, hasta ahora puramente
empírico, debe terminar en los casos en que haya imitado -aunque sea involuntariamente-
las tendencias reparadoras espontáneas de la naturaleza. Pues la significación teleológica
de los síntomas existe incluso en las psiconeurosis; cuando el enfermo desplaza las
representaciones penosas, las convierte en síntomas orgánicos, las proyecta sobre el
mundo exterior o las rehuye replegándose sobre si mismo, lo hace con un objetivo muy
preciso: evitar cualquier excitación, alcanzar un estado de equilibrio psíquico.
En la paranoia y la demencia precoz, la huida de la excitación se consigue tan bien que
ambas afecciones son inaccesibles a la terapéutica con nuestros conocimientos actuales.
La desconfianza del paranoico, la indiferencia del demente precoz, plantean obstáculos a
una acción psicológica; debemos clasificar ambos estados entre las psiconeurosis de
pronóstico grave, dentro de las psicosis funcionales, donde nuestra acción se limita a
observar pasivamente, o a lo sumo a investigar.
En muchos pacientes se obtienen resultados más o menos duraderos mediante una mejora
apropiada de su régimen alimenticio o de su condición física. Pero subsiste el peligro de
que se produzca un nuevo deterioro de su capacidad de resistencia orgánica por cualquier
razón y ello traiga consigo el recrudecimiento de la enfermedad mental que no había
desaparecido de raíz.
En un artículo de próxima aparición. intento demostrar además que cuando el médico, por
mandato, intimidación o seducción, influencia al enfermo, cuando sugestiona e hipnotiza,
hace en realidad alusión a los sentimientos infantiles que cada uno de nosotros conserva
en estado de rechazo, y desempeña el papel del padre o de la madre.
Los tratamientos eléctricos, los masajes y los baños no son, por decirlo así, más que los
agentes transmisores, los vectores de la sugestión sólo bajo ese concepto merecen ser
mencionados en la terapia de las psiconeurosis.
He reservado para el final una breve descripción del procedimiento terapéutico que no
pretende solucionar los conflictos neuróticos por el desplazamiento, el aplazamiento o el
rechazo provisional, sino de manera radical. Tal procedimiento es el psicoanálisis; no trata
de hacer olvidar los conflictos, sino de hacerlos conscientes, habituando al enfermo,
mediante una especie de reeducación, a soportar valientemente las representaciones
penosas que le traen, con el fin de no tener que huir de ellos más en la enfermedad,
produciendo síntomas morbosos simbólicos. Este procedimiento de terapia psicológica ha
obtenido muchos éxitos, como ya he repetido anteriormente; es cierto que pueden pasar
meses hasta la aparición de los primeros resultados, aunque el médico trate al enfermo una
hora diaria. Las asociaciones de ideas espontáneas, el análisis de los síntomas y el análisis
de los fenómenos psíquicos más próximos al inconsciente -en particular los sueños-
permiten al enfermo familiarizarse progresivamente con su propia vida psíquica hasta
entonces inconsciente, su segundo yo, por decirlo así, el cual, escapando al freno de la
función censora de la conciencia, ha vuelto desordenados, incontrolados e incomprensibles
su humor, su actividad mental y práctica, es decir, le ha convertido en un neurótico.
«Conocer es dominar»; esta frase, citada a menudo de forma impertinente, solo adquiere
su verdadero sentido ahora, cuando ampliamos la exigencia de los antiguos estoicos el
«conócete a ti mismo», también al conocimiento del inconsciente. Sólo este completo
conocimiento propio que nos proporciona el auto-análisis metódico, nos permite dominar
lúcidamente nuestras emociones y nuestras pasiones, y no ser los juguetes impotentes de
los complejos de representaciones inconscientes cargados de afectos.
Todos estos datos, teorías y orientaciones nuevas de las que les he hablado hoy, son
todavía objeto de violentas controversias; pero de hecho tales controversias inciden
exclusivamente sobre las teorías y las orientaciones, pues los adversarios de la psicología
de Freud se contentan con proclamar sin descanso su carácter inverosímil, eludiendo por
completo la laboriosa verificación de los hechos. Los neurólogos repiten lo que ha ocurrido
con los historiadores e intérpretes de la Biblia. a raíz del descubrimiento de los documentos
escritos de la antigua Babilonia. Las piedras grabadas babilonias revelan al mundo datos
que entrañaban la necesidad de revisar la interpretación histórica y lingüística de
numerosos capítulos del Antiguo Testamento. El profesor berlinés Hugo Winckler se
encargó del trabajo, pero encontró una violenta oposición por parte de sus colegas, los
cuales blandiendo unos la divisa de lo “inverosímil” e invocando otros posiciones de moral
religiosa, intentaron sepultar prematuramente la nueva orientación científica, sin haberse
preocupado nunca de descifrar la escritura cuneiforme.
Quienes utilizan la nueva psicología no se dejan intimidar por las voces belicosas de sus
adversarios, y es indudable que los nuevos datos y la concepción científica basada en ellos
se convertirán progresivamente en patrimonio común de todo el orbe médico.
Próximo escrito
Interpretación científica de los sueños
Sandor Ferenczi / Interpretación científica de los sueños
Es frecuente, en la evolución de las ciencias, ver que los sabios utilizan todos los medios de
que disponen, el arsenal completo de su saber y de su inteligencia. para combatir un dicho
popular que la gente mantiene con obstinación, y comprobar que la ciencia debe al fin
reconocer que, en último termino, quien tenía razón era la voz popular y no ella. Habría que
investigar por qué la ciencia, en lugar de progresar de modo regular, sigue caminos tan
tortuosos, abandonando primero y aceptando después la concepción popular simple del
universo. Aludo a este curioso fenómeno a propósito de las recientes investigaciones
psicológicas sobre una extraña y singular manifestación de la vida psíquica, el sueño,
investigaciones que descubren hechos que nos obligan a abandonar nuestros anteriores
puntos de vista sobre la naturaleza del sueño y en cierta medida nos hacen retornar a la
idea popular.
El pueblo ha creído siempre que los sueños tienen una significación. Los documentos
escritos más antiguos, grabados en piedra para ensalzar a los reyes de Babilonia, los
monumentos de la mitología y de la historia hindúes, chinos, aztecas, griegos, latinos,
hebreos y cristianos, igual que la gente sencilla de ahora, atestiguan que los sueños tienen
un sentido y que pueden ser interpretados. Durante milenios, la explicación de los sueños
fue una ciencia aparte, un culto extraño cuyos sacerdotes y sacerdotisas decidían a
menudo, con sus interpretaciones, la suerte de las naciones e incluso provocaban un giro
completo en la historia universal. En efecto, los adeptos de esta antigua ciencia, como el
hombre sencillo de hoy tenían la firme convicción de que el sueño, a pesar de sus artificios
y de sus oscuras alusiones, era descifrable para el iniciado y predecía el porvenir, y de que
las potencias superiores revelaban a los mortales los acontecimientos importantes del
futuro bajo forma de visiones nocturnas. El culto al sueño y la ciencia de la interpretación
del mismo, han mantenido hasta hoy la creencia, muy extendida entre la gente, en una
clave de los sueños, extraña reliquia de la astrología babilónica que ciertamente difiere en
muchos puntos de un país a otro, pero que por lo demás se parece tanto de un continente a
otro incluso, que puede ser considerada como una expresión universal del alma popular.
De esta forma, desde hace muchos siglos se hallaban enfrentados los creyentes
supersticiosos y los escépticos inveterados; pero, hace unos diez años, el neurólogo vienés
Freud descubrió nuevos datos que permiten una mediación entre ambas concepciones; han
proporcionado el medio de extraer el núcleo verdadero de las supersticiones milenarias y al
mismo tiempo responden a las exigencias de la causalidad científica.
He de precisar que la teoría e interpretación de los sueños propuestos por Freud sólo
coinciden con la concepción popular en que atribuyen a los sueños sentido y significación;
Freud cree en un determinismo del sueño por procesos exclusivamente endopsíquicos y no
apoya en absoluto la creencia de quienes ven en los sueños la intervención de potencias
superiores o un anticipo del porvenir.
Con ayuda del psicoanálisis, este nuevo medio de comprender y tratar las psiconeurosis,
Freud ha conseguido alcanzar la verdadera significación de los sueños. Este método parte
de la hipótesis de que los síntomas neuróticos son manifestaciones simbólicas de
complejos de representaciones afectivamente cargadas, olvidadas pero presentes en el
inconsciente, manifestaciones que cesan espontáneamente si se consigue, por asociación
de ideas, recuperar y devolver a la conciencia este complejo de representaciones
rechazado.
Durante el análisis, los pacientes contaban a menudo sus sueños, Freud intentó someter el
contenido de los mismos al análisis psicológico, con gran sorpresa, no sólo encontró una
eficaz ayuda para el tratamiento de las neurosis, sino también -subproducto inesperado-
una teoría nueva y válida del sueño.
Durante el proceso de fabricación de los cuerpos químicos ocurre a veces que algunos
subproductos, desestimados hasta entonces, aparecen de pronto como sustancias
preciosas cuyo valor supera el del producto principal. Así ha ocurrido con la teoría de los
sueños, que, descubierta fortuitamente por Freud, abre a la psicología normal y patológica
perspectivas inesperadas, relegando a segundo término el propio punto de partida, el
tratamiento de las neurosis.
Para empezar, unas palabras sobre metodología. El análisis de un sueño sigue la misma
trayectoria que la exploración de la significación de las ideas. y pensamientos
aparentemente absurdos de los enfermos psiconeuróticos. Es preciso saber que, igual que
las ideas obsesivas, aparentemente desprovistas de lógica pero que encubren
pensamientos inconscientes dotados de significación, las imágenes y los sucesos del sueño
son por lo general símbolos deformados de complejos ideológicos rechazados. El contenido
onírico consciente oculta, pues, un material onírico latente del que puede deducirse la
existencia de pensamientos oníricos perfectamente lógicos y dotados de significación. La
interpretación de un sueño consiste en adicionar las imágenes oníricas conscientes al
material onírico latente y después a los pensamientos oníricos dotados de significación.
Procedamos de igual forma con los demás fragmentos del sueño y obtendremos así el
“material onírico latente”, es decir, el conjunto de pensamientos y recuerdos cuyo producto
deformado y condensado constituye la representación onírica consciente. Pues es un error
creer que la fantasía, liberada al nivel de las asociaciones, no obedece a ley alguna. En
cuanto la dirección consciente abandona las riendas, entran en juego las fuerzas directrices
de la actividad psíquica: estas mismas fuerzas y esquemas psíquicos son los que dominan,
como nos advierte Freud, la producción de los sueños, igual que la de las formaciones
propiamente psícopatológicas. Nos es familiar la idea de que los procesos físicos
desconocen el azar: pues bien, las observaciones psicoanalíticas indican un determinismo
igual de riguroso a nivel de las actividades mentales, incluso de las que parecen
autónomas. No hay que temer, por tanto, que la asociación libre durante el tratamiento nos
lleve a datos sin significación; ocurre todo lo contrario. Al comienzo, el propio analizado
acumula, con un escepticismo lleno de ironía, un párrafo de términos heteróclitos; pero
enseguida advierte con sorpresa que la asociación, libre del dominio de la voluntad, se
orienta hacia la evocación de ideas y recursos olvidados desde hace tiempo y rechazados
por desagradables, pero que, una vez recuperados por la conciencia, permiten comprender
y explicar el fragmento del sueño. Si hacemos lo mismo con otros fragmentos,
constataremos que los complejos de ideas que nacen de los diversos fragmentos
convergen hacia una idea determinada, por lo general concreta y significativa, el
pensamiento onírico propiamente dicho, que, una vez reconocido, permite no sólo
comprender y explicar los diferentes fragmentos del sueño, sino también el sueño en
conjunto. Y por último, si comparamos el pensamiento onírico que se halla en el origen del
sueño con el simple relato del propio sueño, constataremos que el sueño es sólo el
cumplimiento de un deseo rechazado. Esta frase resume una de las tesis fundamentales de
la teoría de los sueños de Freud.
El sueño satisface los deseos que ha dejado insatisfechos la dura realidad: esta concepción
esta apoyada por los proverbios de todos los pueblos, por las metáforas y metonimias que
son ya lugares comunes de la expresión verbal. El húngaro, cuando desea ardientemente
una cosa imposible, dice que ni siquiera se atreve a soñar en ella; y ese refrán divertido,
aunque hable del mundo animal, hace clara alusión al hombre: el cerdo sueña con bellotas,
el ganso con maíz. En efecto, parte de los sueños, la mayor en los niños pequeños que no
han podido aún asimilar la autocensura inhibidora impuesta por la civilización, consiste
simplemente en la satisfacción de los deseos. El niño sueña con un plato de cerezas, con
un juguete ardientemente apetecido, con la ternura de su madre, o incluso con un combate
victorioso frente a su vecinito; también sueña que las vacaciones reemplazan a un período
escolar y que la libertad substituye a una estricta disciplina; es posible que sueñe con
frecuencia en que ya es «mayor» y que posee todo el poder de sus padres, del que, en
realidad, sólo sufre los efectos.
Como acabo de decir, algunos sueños de adultos son también la representación directa de
la satisfacción de un deseo. Soñamos que triunfa un proyecto a menudo contrariado, que
superamos con éxito un examen difícil, que nuestros padres difuntos viven de nuevo, que
somos ricos, geniales, poderosos, prestigiosos oradores, que nos pertenece la mujer
vanamente apetecida, etc.; en general, justo lo que la realidad nos obliga a renunciar, o lo
que hemos deseado en vano. El cumplimiento de deseos también ocurre en las
ensoñaciones diurnas que se apoderan de nosotros cuando vamos por la calle o cuando
desempeñamos una ocupación monótona y poco absorbente. Freud (pues fue el primero
en elaborar esta antigua cuestión) señala acertadamente que las ensoñaciones diurnas de
la mujer tratan ante todo de éxitos femeninos y de conquistas, y los de los hombres de
ambiciones satisfechas y de victorias sexuales: son también muy frecuentes las
ensoñaciones diurnas en las que escapamos de un peligro o nos vengamos de un
enemigo.
Todo induce a creer que el análisis de un sueño mediante la libre asociación supone el
mismo trabajo, realizado en sentido inverso, que el trabajo psíquico nocturno que
transforma un pensamiento onírico en representación onírica, o incluso las
representaciones desagradables y las sensaciones de insatisfacción susceptibles de turbar
el sueño, en deseos satisfechos. Freud denomina a esta actividad del psiquismo
elaboración onírica y estima que probablemente se desarrolla cada noche en todos los
individuos, incluso en quienes a la mañana siguiente no recuerdan haber sonado. En
efecto, las recientes observaciones, contradiciendo la opinión general, parecen indicar que
la elaboración onírica no sólo no turba el sueño sino que incluso lo protege impidiendo a los
pensamientos penosos arribar tal cual son a nuestra conciencia y perturbar nuestro sueño;
este trabajo psíquico específico modifica en un sentido favorable todo lo angustioso y
presenta todos los deseos que surgen corno ya realizados.
Durante el día, esta censura se halla en plena vigilancia y rechaza inmediatamente todo
pensamiento incompatible con las buenas costumbres o con el ideal que nos hemos forjado
de nosotros mismos. A la inversa de los funcionarios del servicio de censura, perfectamente
dispuestos -recuérdelo cada cual- a servirse del lápiz rojo tanto de día como de noche, la
censura que actúa en el psiquismo humano es mucho menos severa durante la noche;
permite franquear el umbral de la conciencia a gran número de representaciones, que
serían rechazadas con indignación en estado de vigilia, al confiar en el estado de parálisis
de la motricidad voluntaria durante el sueño. Pues nuestro yo inconsciente está repleto de
deseos rechazados desde la infancia que aprovechan el relax nocturno del mecanismo de
control para manifestarse. No es fruto del azar que las tendencias sexuales. -las mas
rigurosamente censuradas- y en particular las formas más menospreciadas de esas
tendencias, desempeñen un papel tan importante.
No hay que pensar que los psicoanalistas se interesan tanto por los problemas sexuales
debido a un gusto particular; no es culpa nuestra el que la sexualidad aparezca por
cualquier lado que se aborden los fenómenos de la vida mental. Si el psicoanálisis es
pornografía. la vida mental inconsciente del hombre es un pornograma. No vamos a
sobrestimar la sexualidad tanto cono ciertos pueblos antiguos que acostumbraban, al
prestar juramento y en prueba de su buena fe, a colocar la mano sobre los órganos que
consideraban mas preciosos, es decir, los testículos (la palabra “testi” significa a la vez
testimonio y testículo). Pero coincidimos con Havelock Ellis cuando se opone a que se
tache a la sexualidad, origen de la vida del más perfecto de los hombres, de baja y
despreciable, o simplemente de vergonzosa.
Otro medio que emplea frecuentemente la deformación onírica para desbaratar la censura
consiste en impedir al deseo manifestarse como tal, autorizándole tan sólo a aparecer en
forma de alusión. Por ejemplo, sería imposible comprender por qué una enferma soñaba
tan a menudo que se encontraba en brazos de un joven llamado Frater que le era por
completo indiferente, si no hubiéramos averiguado que en su infancia había tomado a su
propio hermano como ideal y que en la época de la audacia inocente que no conoce
barreras entre personas de la misma sangre, mas de una vez se había manifestado la
curiosidad mutua de los dos hermanos en una forma que hoy les horrorizaba a ambos, al
menos conscientemente.
Este horror se expresa a veces en el sueño; en tal caso las representaciones oníricas van
acompañadas de sentimientos de ansiedad y de angustia que pueden alcanzar tal
intensidad que despiertan al soñador. Aunque parezca paradójico, es cierto que incluso
esos sueños torturantes y atroces representan la satisfacción de los deseos; deseos que no
reconoceremos como nuestros, pero que están presentes constantemente en nuestro
inconsciente. Las mujeres sexualmente insatisfechas. pero virtuosas, suenan
continuamente con ladrones, con agresores y con fieros salvajes que les pisotean los pies;
pero un detalle mínimo del sueño -si se le somete al análisis- permite a menudo descubrir
que esta agresión o la violación de que son víctimas simboliza el asalto sexual del que la
agresividad es un constitutivo característico y necesario. Una de mis pacientes, histérica,
soñaba reiteradamente que era pisoteada por un toro, porque llevaba un vestido rojo;
mediante este sueño satisfacía no sólo su deseo de poseer este vestido, sino también los
deseos sexuales cuyo rechazo estaba directamente relacionado con su neurosis. La
terrorífica bestia macho que aparecía en el sueño que en la conciencia común simboliza la
fuerza, era la alusión a un hombre cuyo aspecto exterior le recordaba el del toro.
Habida cuenta del importante papel que el elemento infantil desempeña en la formación de
los sueños, si aceptamos la tesis de Freud de que la primera infancia no sólo no está
desprovista de pulsiones libidinosas. sino incluso que tales impulsos infantiles no están
limitados por la educación. y si admitimos el carácter “perverso polimorfo” de los deseos
infantiles., la significación infantil de las zonas anal, oral, uretral y las eréctiles, la curiosidad
y el exhibicionismo infantiles, los caracteres sádico y masoquista del niño, no tacharemos
de absurda la tesis de Freud que pretende que los sueños, incluso los más horribles, los
más crueles, los más vergonzosos y los más repugnantes, representan la significación de
los deseos: deseos del niño salvaje que vive en nosotros, arrumbado en el inconsciente.
Hay sueños de contenido muy penoso que, curiosamente, no turban en absoluto nuestro
reposo nocturno. aunque a la mañana siguiente nos quedamos extrañados de ver cómo
hemos podido vivir tamaño acontecimiento con tanta indiferencia. Cierto día, un paciente de
Freud le contó, con aire culpable, que la noche anterior había soñado el entierro de su
hermano menor a quien quería mucho, sin experimentar el menor disgusto. Un detalle
aparentemente insignificante del sueño, una entrada de concierto, dio la clave del
problema. El paciente proyectaba ir al día siguiente a un concierto en el que esperaba
encontrar a una joven que había sido su prometida, a la que amaba mucho, y a la que
había visto por última vez en el entierro de uno de sus hermanos menores. El sueño, para
adelantar el encuentro, sacrificaba también al otro hermano; pero la censura sabía que el
deseo no se refería a la muerte de un hermano sino a otro objetivo más inocente y por ello
la idea del entierro no estaba acompañada del sentimiento doloroso correspondiente.
Ocurre con todos los sueños que, en aparente contradicción con el principio fundamental
de la teoría del sueño de Freud, no satisfacen los deseos sino que, por el contrario, nos
privan de un objeto querido. Si buscamos los pensamientos oníricos latentes bajo el
contenido onírico manifiesto, parece que «la insatisfacción de un deseo significa siempre la
satisfacción de otro».
Citaré, como ejemplo, el sueño de una paciente que sufría necesidades de micción
neuróticas. «Un brillante parquet mojado; agua de mar estancada; dos sillas apoyadas en el
muro; mirando en esta dirección veo que faltan los pies delanteros de las sillas como
cuando se embroma a alguien incitándole a sentarse en una silla rota para que se caiga.
Una de mis amigas está también allí, con su prometido.» El parquet brillante y mojado le
recordaba que su hermano mayor, encolerizado, había estrellado un cántaro el día anterior.
Pero evocaba también un memorable recuerdo infantil: el mismo hermano le había hecho
reír tanto un día que no había podido retener la orina. Prosiguiendo el análisis del sueño, la
paciente me confesó que se había masturbado durante mucho tiempo y, como suele ocurrir
en las jovencitas, el momento culminante del orgasmo era acompañado de un deseo de
orinar. Esta porción de material onírico, precioso desde el punto de vista de la neurosis de
micción, simboliza la satisfacción del deseo infantil que, sin embargo -debido a una censura
rigurosa-, sólo podía manifestarse mediante la alusión. Las dos sillas de patas rotas
apoyadas en la pared representaban. como reveló el análisis, la escenificación de la
expresión: «sentarse entre dos sillas». La paciente había sido solicitada en matrimonio dos
veces, pero el apego a su familia fue un obstáculo inconsciente a su consentimiento. Y
aunque su yo consciente se había resignado, si le creemos a ella, a la idea del celibato,
parece que en su fuero interno envidiaba a su amiga y a su novio, que le habían visitado la
víspera del sueño. Entre las numerosas ideas suscitadas por el sueño elegí las más
fecundas evidentemente, las cuales confirman al mismo tiempo que el sueño es con toda
seguridad un cumplimiento de los deseos.
He aquí cómo podríamos concebir la estructura de este sueño aplicando las tesis de Freud:
la elaboración onírica ha asociado los dos sucesos de la víspera -el cántaro roto y la visita
de los novios- a los complejos de representaciones con carga afectiva, rechazados desde la
infancia pero susceptibles siempre de prestar su fuerza afectiva a una reacción psíquica
actual. Según Freud, el sueño se parece a una sociedad en la que los complejos
rechazados proporcionan el capital, es decir, la energía afectiva, mientras que las
reminiscencias y los deseos actuales, conscientes desempeñan el papel del asociado que
actúa.
Los estímulos nerviosos sensitivos y sensoriales que afectan al organismo durante el sueño
son la tercera fuente de sueños. Puede tratarse de excitaciones cutáneas: presión de la
cubierta o de un pliegue de la sábana. enfriamiento de la piel; estímulos acústicos u
ópticos. durante el sueño; sensaciones orgánicas: hambre, sed, saciedad, pesadez de
estómago. etc. Muchos psicólogos y fisiólogos atribuyen una importancia excesiva a tales
estímulos; se dan por satisfechos con la explicación de que el sueño es un simple
ensamblaje de reacciones psico-fisiológicas provocadas por impresiones sensoriales. Freud
les objeta con mucha razón que el sueño no integra estímulos sensoriales simples, sino
sólo tras. una deformación específica; en cuanto a los motivos, a los medios y a la energía
necesaria para la deformación, no es la estimulación externa quien los proporciona sino las
fuentes de energía endopsíquicas. Las estimulaciones sensitivas que se producen durante
el sueño sólo proporcionan la ocasión de manifestarse a las tendencias endopsíquicas.
Incluso los sueños provocados por excitaciones físicas, una vez analizados, aparecen como
la satisfacción de deseos, manifiestos o latentes. Una persona muy alterada sueña que
bebe grandes cantidades de agua; el hambriento se sacia; el enfermo que tiene una bolsa
helada sobre la frente la tira porque cree que se ha curado; el pinchazo doloroso de un
forúnculo perineal se convierte durante el sueño, por eufemismo, en un delicioso paseo
ecuestre; y este proceso permite al paciente no ser despertado por la sed, el hambre, la
pesada bolsa de agua helada o el doloroso forúnculo, al transformar el psiquismo, por su
propia energía, la excitación en satisfacción de deseos. Los sueños cumplen así una de sus
principales funciones: asegurar la tranquilidad del reposo. Los sueños horribles, llamados
pesadillas, que pueden originarse por una indigestión, una perturbación de la respiración o
de la circulación, o una auto-intoxicación, se explican del mismo modo: las sensaciones
físicas penosas son utilizadas para la satisfacción de deseos profundamente rechazados,
que difícilmente podrían afrontar la censura cultural y ética y sólo pueden presentarse
acompañados de sentimientos de temor y disgusto.
Los dos personajes de la combinación no figuran en la misma proporción; tan sólo tenemos
un gesto o un movimiento característico de uno confundido con el otro. En uno de mis
sueños, por ejemplo, me veía a mí mismo, acariciando mi frente con la mano derecha, de la
misma forma que mi maestro el Profesor Freud cuando medita un serio problema.
Enseguida comprendí que esta mezcla de maestro y discípulo en pleno trabajo me la
sugería la emulación y la ambición, aprovechando la censura intelectual. En estado de
vigilia no pude sino sonreír ante la temeridad de tal identificación, que recuerda mucho esta
conocida frase: «Wie er sich räuspert und wie er spuckt, das habt Ihr ihm weidlich
abgeguckt».
Existe una estrecha relación entre el proceso de condensación del sueño y otra tendencia
de la actividad onírica que Freud llama desplazamiento (Traumverschiebung). Esta parte
del trabajo onírico consiste en desplazar la intensidad psíquica de los pensamientos
oníricos lógicos que oculta el sueño, del pensamiento verdaderamente importante, hacia un
detalle insignificante; de este modo no aparece la representación significativa más que de
forma vaga y alusiva en el contenido onírico consciente, mientras que en el sueño el interés
máximo queda retenido por los detalles más insignificantes. El trabajo de desplazamiento y
el de condensación están en estrecha relación: el sueño, para restar intensidad a un
pensamiento que podría turbar el reposo o chocar con las leyes de la censura ética, se
esfuerza en cierto modo en cubrir las apariencias, y acumula multitud de recuerdos sobre
un detalle insignificante para desviar la atención del pensamiento importante, mediante la
condensación de la intensidad psíquica de aquéllos.
He aquí un breve sueño que he podido analizar: la soñadora estrangulaba un perrito que
ladraba. Estaba muy extrañada de haber realizado en sueños un acto tan cruel, porque era
incapaz de matar una mosca, y no recordaba haberlo hecho nunca. Admitía por el contrario
que, siendo una experta cocinera, más de una vez había cortado el cuello a gallinas,
pichones y otras aves; ello le recordó que el cuello del perrito del sueño había sido cortado
igual que el de los pichones, tratando de no hacerle sufrir. Las asociaciones siguientes
versaron sobre historias e imágenes de ahorcamiento humano, en particular sobre el hecho
de que el verdugo, cuando aprieta el nudo en el cuello del condenado, le tuerce al mismo
tiempo el cuello para acelerar la muerte. Respondiendo a mi pregunta sobre a quién odiaba
más actualmente, nombró a una de sus parientes, y no cesaba de hablar de los defectos de
ella y de todo lo que había hecho para destruir la paz del hogar, hasta entonces perfecto,
tras haberse introducido en la familia simulando una dulzura exquisita. Últimamente habían
mantenido una violenta discusión; por último, la señora había arrojado a la persona en
cuestión con estas palabras: «Váyase, no puedo tolerar en mi casa a un perro rabioso.»
Ahora ya sabemos quién era el perrito blanco al que estrangulaba en el sueño, y tanto más
cuanto que se trataba de una persona de baja estatura y de blanco cutis. Pero, además,
este breve análisis nos permite considerar el sueño en su labor de desplazamiento y de
deformación. La comparación tan poco lisonjera hecha durante la tempestuosa escena ha
servido en el sueño para reemplazar en la ejecución al odiado adversario que no figuraba
en ella, por un perrito blanco, como sucede en la Biblia cuando el ángel presenta un
cordero a Abraham que se disponía a sacrificar a su hijo. Las imágenes de ejecución de
animales depositadas en la memoria de la soñadora se habían agolpado hasta cubrir con
su intensidad psíquica condensada la representación onírica consciente al mundo animal.
La unión necesaria para el desplazamiento la proporcionaban probablemente las
representaciones oníricas y las fantasías concernientes al ahorcamiento humano.
Este ejemplo me permite enunciar una vez más la tesis fundamental de la teoría de los
sueños de Freud: el contenido onírico consciente que subsiste al despertar, dejando aparte
las excepciones citadas, no reproduce exactamente los pensamientos oníricos, sino que da
una imagen de ellos deformada, desplazada y condensada; tales pensamientos sólo
pueden reconstruirse con ayuda del análisis.
Uno de mis pacientes tuvo el siguiente sueño: “Me paseaba por un gran parque, sobre un
largo camino cuyo fin no divisaba, a pesar de lo cual me dije.- caminaré lo que haga falta
hasta llegar al final.” El parque del sueño se parecía -salvo en las dimensiones- al jardín de
una tía suya en el que había pasado a menudo estupendas vacaciones durante su infancia.
Respecto a la tía, recordaba que se acostaba en general en la misma habitación que ella
salvo cuando estaba el tío; entonces se trasladaba a la habitación contigua. El niño, que
entonces sólo poseía un conocimiento rudimentario de la sexualidad, había intentado
muchas veces saber lo que pasaba en la habitación de al lado mirando por el ojo de la
cerradura y escuchando tras la puerta, pero en vano.
Caminar por un camino sin final simbolizaba aquí ir hasta el término de alguna cosa, deseo
que además se había actualizado por un acontecimiento del día anterior.
Una de mis enfermas soñó con un pasillo de internado en un colegio femenino. Veía su
armario de muchacha; quiso abrirlo pero no halló la llave de manera que tuvo que romperlo;
cuando consiguió abrirlo observó que no había nada dentro. En el análisis, el sueño
apareció como la reproducción de una fantasía de masturbación, recuerdo del internado en
el que, como sucede a menudo, el órgano genital femenino estaba representado por un
armario; respecto a la última secuencia del sueño, el armario vacío sólo sirve de excusa
para tranquilizarle. como si se dijera: no hay nada dentro (sobreentendido: de culpable).
Muy a menudo, caer de lo alto significa la degeneración moral o material; en las mujeres, la
posición sentada da a entender que se han quedado solteras; en los hombres, un enorme
cesto puede ser el símbolo onírico del rechazo tan temido; frecuentemente el sueño
representa el cuerpo humano mediante una casa o una habitación, en la que la entrada, las
puertas y ventanas desempeñan el papel de los orificios naturales. Algunos de mis
enfermos que padecen impotencia y que designan el coito con un término vulgar muy
extendido, sueñan a menudo con fusiles, pistolas encasquilladas, oxidadas, etc.
Posiblemente en el sueño, es más difícil representar las relaciones entre los pensamientos
oníricos que expresar las ideas abstractas. Freud sólo ha descubierto las particularidades
de la estructura formal del sueño que permiten explicar, o al menos presentir, las
correlaciones lógicas al cabo de una larga y penosa búsqueda. La manera más sencilla de
traducir las relaciones entre las ideas es la simultaneidad de las representaciones oníricas
que las simbolizan, su localización en un mismo lugar c incluso su condensación en una
sola formación. Por el contrario, para expresar las relaciones de causa a efecto, las
alternativas, las hipótesis, el único medio de que dispone el sueño consiste en colocar las
partes correspondientes unas al lado de las otras. Cuando una imagen se transforma, hay
que suponer que los pensamientos oníricos correspondientes tratan de una causa y su
efecto; pero esta misma relación puede expresarse con dos imágenes oníricas
absolutamente aisladas. una de las cuales representa la causa y la otra el efecto. Incluso la
expresión de la simple negación halla importantes obstáculos que el pensamiento en
cuestión debe asumir en sentido positivo o negativo; habida cuenta de ]a complejidad de
nuestra organización psíquica, no es sorprendente que la afirmación y la negación se hallen
a menudo juntas, o mejor aún superpuestas, en los pensamientos oníricos. Para expresar
el desagrado o la ironía, el sueño ofrece una representación inversa, o manifiestamente
contraria. a la realidad. El sentimiento de inhibición, tan frecuente en el sueño, expresa un
conflicto al nivel de la voluntad: el enfrentamiento de dos tendencias.
Resulta curioso que este edificio penosamente construido se desploma por lo general en el
sueño como un castillo de arena. Durante el descanso, el psiquismo es como una
habitación herméticamente cerrada donde no penetran la luz ni el sonido, pero donde, por
lo mismo, se oye el menor ruido, el aleteo de una mosca. Por el contrario, el despertar es
como la abertura de las ventanas al amanecer. Desde que los ruidos y el ajetreo cotidiano
penetran en nuestro psiquismo por los órganos de los sentidos, la censura sacude también
su sopor y su primer afán consiste en tachar al sueño de tontería y absurdo, colocándolo
bajo custodia, por decirlo así
Una objeción evidente es que estas observaciones y análisis de sueños se han realizado
fundamentalmente sobre individuos neuróticos, o sea, anormales, no pudiendo por ello
ampliarse las conclusiones a los sujetos sanos; pero esta objeción puede atajarse:
efectivamente, la diferencia entre la salud mental y la neurosis es sólo cuantitativa, y.
además, los análisis de mis propios sueños o de los sueños de otros sujetos normales han
conducido a resultados rigurosamente idénticos. Sin embargo, he descartado mis propios
sueños, que analizo sistemáticamente, para no descubrir una porción excesiva de mi
universo intelectual y emocional. Freud, en su obra. ha realizado este sacrificio; sin
embargo, sus comunicaciones quedan limitadas por la discreción de rigor. Por esta razón
he sacado los ejemplos de mis pacientes. cuidando de mantener su anonimato. Pero he de
advertir que para dedicarse a la interpretación de los sueros, es preferible el autoanálisis a
la disección de los sueños ajenos.
El intento de hallar una solución a estos problemas parciales y prácticos está superado por
el extraordinario éxito de Freud, que ha observado en pleno trabajo, a lo vivo, una
formación psíquica en el límite de los mecanismos mentales fisiológico y patológico
permitiendo así el sueño una mejor comprensión de los mecanismos de las demás
formaciones psiquiátricas que se manifiestan en estado de vigilia.
Ciertamente han sido las investigaciones sobre las psiconeurosis las que han permitido a
Freud estudiar el sueño; pero los resultados de este estudio constituyen un beneficio
sustancial para la patología.
No podía ser de otra manera. Pues el estado de vigilia normal el sueño, la neurosis y la
psicosis son sólo diferentes aspectos del mismo material psíquico, y cualquier progreso en
uno de estos campos favorece a los demás.
Quien espere hallar en esta nueva teoría del sueño un medio de prever el porvenir, quedará
posiblemente decepcionado. Pero quienes se contentan con un beneficio secundario
práctico como la aclaración de misterios que creían insolubles o la ampliación inesperada
del campo de los conocimientos psicológicos, y aquellos cuya capacidad de juicio no ha
sido obnubilada por las convicciones adquiridas, es posible que sean incitados por esta
conferencia a emprender un estudio serio y profundo de la importante obra de Freud sobre
la interpretación de los sueños .
Próximo escrito
Transferencia e introyección
Sandor Ferenczi / Transferencia e introyección
Transferencia e introyección
Todo aquel que, desde entonces, siguiendo la vía trazada por Freud, ha intentado penetrar
mediante el análisis en el universo psiquico de los neuróticos, ha tenido que admitir el
acierto de esta observación. Las principales dificultades del análisis provienen de esta
particularidad de los neuróticos, «que transfieren sus sentimientos reforzados por afectos
inconscientes sobre la persona del médico, evitando de este modo el conocimiento de su
propio inconsciente»
Al familiarizarnos más con el psiquismo del neurótico, constatamos que esta tendencia a la
transferencia de los psiconeuróticos no se manifiesta únicamente en el marco de un
psicoanálisis, ni sólo en relación con el médico; por el contrario,la transferencia aparece
ocmo un mecanismo psíquico característico de la neurosis en general que se manifiesta en
todas las circunstancias de la vida y subyace a la mayoría de las manifestaciones
morbosas.
La experiencia que tenemos nos hace ver que el derroche aparentemente gratuito de los
afectos en los neuróticos, la exageración de su odio, su amor o su piedad, resultan ser
transferencias; sus fantasías inconscientes ligan acontecimientos y personas actuales a
hechos psíquicos olvidados hace tiempo, provocando de este modo el desplazamiento de la
energía afectiva de los complejos de representaciones inconscientes sobre las ideas
actuales, exagerando su intensidad afectiva. El «comportamiento excesivo» de los
histéricos es muy conocido y suscita sarcasmos y desprecio; pero a partir de Freud
sabemos que tales sarcasmos deberían dirigirse a nosotros los médicos, que no hemos
identificado la representación simbólica propia de la histeria, pareciendo analfabetos ante
su rico lenguaje, tanto calificándola de simulación como pretendiendo acabar con ella
mediante denominaciones fisiológicas grandilocuentes y obscuras.
Esta misma identificación histérica explica la sensibilidad tan notoria de los enfermos
neuróticos, su facultad de sentir intensamente lo que sucede a los demás y de ponerse en
su lugar. Sus manifestaciones impulsivas de generosidad y de caridad son las reacciones
de estos movimientos afectivos inconscientes, es decir, actos egoistas que obedecen, en
último término, al principio de evitar el desagrado .
Incluso la simple vida burguesa cotidiana ofrece a los neuróticos constantes ocasiones de
desplazar sobre un terreno mas lícito las tendencias que su conciencia rechaza. La
identificación inconsciente de las funciones de nutrición y de secreción con las funciones
genitales (coito, parto) tan frecuente en los neuróticos, es un ejemplo de ello. La relación
entre los polos opuestos del cuerpo se establece desde la primera infancia, en la que la
ausencia de toda información ofrecida por los adultos sobre los procesos de la
reproducción conduce al niño, cuya capacidad de observación y de razonamiento está ya
despierta, a elaborar sus propias teorías, identificando ingenuamente la toma de alimentos
con la fecundación, y su eliminación con el parto .
Los antojos diversos o extraños de las mujeres embarazadas que también pueden
constatarse fuera del embarazo en el momento de la regla son explicables por la represión
de una libido exacerbada por el proceso biológico, es decir, por un estado histérico
transitorio. O. Gross y Steckel atribuyen el mismo origen a la cleptomanía histérica.
Una enferma histérica, que rechazaba y negaba fuertemente su sexualidad, reveló por
primera vez su transferencia sobre el médico en un sueño: yo efectuaba, en calidad de
médico. una operación sobre la nariz de la paciente que llevaba un gorro “a la Cleo de
Mérode”. Quien haya analizado ya algunos sueñtos admitirá sin más pruebas que yo
ocupaba en aquél, como probablemente también en las fantasías diurnas inconscientes de
la enferma, el lugar de un otorrino que le había hecho cierto día proposiciones sexuales; el
gorro de la célebre “vedette” es una alusión bastante clara.
Teniendo en cuenta la importancia crucial del “complejo de Edipo” rechazado (amor y odio
hacia los padres) en todas las neurosis. no nos extrañaremos apenas de que el
comportamiento benévolo, comprensivo, y por así decirlo «paternal» del psicoanalisia
pueda engendrar simpatías conscientes y fantasías eróticas inconscientes cuyos primeros
objetos son los padres. El médico sólo es uno de esos «aparecidos» (Freud) que suscitan
para el paciente las figuras desaparecidas de su infancia.
Por el contrario. una sola palabra menos amistosa, una advertencia sobre la puntualidad o
sobre cualquier otro deber del paciente. bastan para desencadenar toda la rabia, el odio la
oposición y la cólera rechazadas, concebidas anteriormente hacia personajes
todopoderosos que le imponían respeto y le predicaban la moral, es decir, los padres., los
adultos de la familia y los educadores.
Parecidos físicos insignificantes como el color de los cabellos, los gestos, la forma dc
escribir, el nombre idéntico o vagamente analogo que evoca a una persona en otro tiempo
importante para el paciente, bastan para engendrar la transferencia.
El sexo del médico proporciona a la transferencia una vía muy explotada. A menudo las
pacientes se apoyan en que el médico es hombre para proyectar sobre él sus fantasías
heterosexuales; ello basta para permitir que despierten los complejos rechazados,
relacioriados con la noción de virilidad. Pero el impulso parcial homosexual que se oculta en
todo ser humano, hace que los hombres también se esfuercen en transferir sobre el médico
su interés, su amistad y eventualmente a la inversa. Por lo demás, basta con que las
pacientes perciban en el médico «un cierto aire femenino» para que dirijan sobre su
persona su interés homosexual, y los hombres su interés heterosexual, o su aversión por
estas tendencias.
Una visión de conjunto sobre los diferentes modos de “transferencia sobre el médico”
refuerza mi convicción de que sólo se trata de una manifestación, muy importante por
cierto, de la tendencia general de los neuróticos a la transferencia. El impulso, la tendencia,
la aspiración de los neuróticos en este sentido, que el alemán designa con fortuna mediante
Sucht o Süchtigkeit, es una de sus características fundamentales que explica la mayoria de
los síntomas de conversión y de sustitución. Toda neurosis es una huida ante los complejos
inconscientes; todos los neuróticos huyen de la enfermedad para escapar a un placer que
se ha convertido en desagradable, dicho de otro modo: apartan su libido de un complejo de
representaciones incompatible con la conciencia del yo civilizado. Si la retirada de la libido
no es total, desaparece el interés consciente por el objeto de amor o de odio y lo que hasta
entonces era interesante se hace «indiferente» en apariencia. En el caso de una retirada
libidinosa más profunda la censura psíquica no autoriza ni siquiera el interés mínimo
necesario para la representación y para la fijación de la atención introvertida, de manera
que el complejo se hace inaccesible a la conciencia, lo que señala el fin del proceso de
rechazo.
Sin embargo el psiquismo soporta mal estos afectos «que flotan libremente», despojados
del complejo. Freud, ha demostrado que en la neurosis de angustia es la retirada de la
excitación sexual fisica de la esfera psíquica, la que transforma la excitación en angustia.
En las psiconeurosis, presumimos un proceso analogo; aquí es la retirada de la libido
psíquica de determinados complejos de representación la que provoca una ansiedad
permanente que el enfermo se esfuerza en apaciguar.
Puede pensarse que el recién nacido experimenta todo de forma monista, diríamos, ya se
trate de un estímulo exterior o de un proceso psíquico. Sólo más tarde aprenderá a conocer
la “malicia de las cosas”, unas que son inaccesibles a la introspección, rebeldes a la
voluntad, mientras que otras quedan a su disposición y sometidas a sus deseos. El
monismo se convierte en dualismo cuando el niño excluye los «objetos» de la masa de sus
percepciones, hasta entonces unitaria, como formando el mundo exíedor y a los cuales, por
vez primera, opone al «yo» que le pertenece más directamente; cuando por primera vez
distingue lo percibido objetivo (Empfindung) de lo vivido subjetivo (Gefühl) efectúa en
realidad su primera operación proyectiva, la «proyección primitiva». Y si más adelante
desea desembarazarse de los afectos desagradables al modo paranoico, no tiene
necesidad de un sistema absolutamente nuevo: de la misma forma que ha objetivado
anteriormente una parte de su sensorialidad, expulsará una parte aún mayor del yo al
mundo exterior, transformando todavía más afectos subjetivos en sensaciones objetivas.
Sin embargo, una parte más o menos grande de] mundo exterior no se deja expulsar tan
fácilmente del yo. sino que persiste en imponerse, desafiante: ámame u ódiame.
«¡combáteme o sé mi amigo!». Y el yo cede a este desafío, reabsorbe una parte de mundo
exterior y amplía su interes: asi se constituye la primera introyección, «la introyección
primitiva». El primer amor, el primer odio, acaecen gracias a la transferencia: una parte de
las sensaciones de placer o de disgusto, autoeróticas en su origen, se desplazan sobre los
objetos que las han suscitado. Al principio, el niño sólo ama la saciedad, pues ella apacigua
el hambre que le tortura; después llega a amar a la madre, objeto que le procura la
saciedad. El pflmer amor objetal, el primier odio objetal son pues la raíz y el modelo de toda
transferencia ulterior que no es una caracteristica de la neurosis, sino la exageración de un
proceso mental normal.
La historia de la vida psíquica individual, la formación del lenguaje, los actos frustrados de
la vida cotidiana, y la mitologia, examinados desde determinado ángulo, pueden reforzar
nuestra convicción de que el neurótico recorre la misma trayectoria que el sujeto normal
cuando intenta atenuar sus afectos flotantes mediante la ampliación de su esfera de
intereses, por la introyección. o sea, cuando desparrama sus emociones sobre objetos que
apenas le conciernen, para dejar en el inconsciente sus emociones ligadas a detemínados
objetos que le conciernen demasiado.
Existe aún otra diferencia. Las introyecciones son en general conscientes en el sujeto
normal, mientras que el neurótico generalmente las rechaza; las libera luego en fantasías
inconscientes, y solo las revela al iniciado, indirectamente, en forma simbólica. Muy a
menudo estas transferencias se expresan como «formaciones reaccionarias»: la
transferencia nacida en el inconsciente llega a la conciencia con tina carga emocional
mayor, bajo un signo inverso.
Estos dos casos no son excepciones. sino la regla; explican las «curaciones» milagrosas
debidas no sólo a la sugestión o a la hipnosis sino también a la electro-, la mecano-, o la
hidroterapia, y a los masajes.
Ciertamente las condiciones de vida racionales pueden favorecer una buena alimentación
y, en cierta medida, mejorar el humor, suprimiendo de este modo la sintomatología
neurótica; pero el factor terapéutico principal de tales tratamientos sigue siendo la
transferencia consciente o inconsciente, y la satisfacción camufiada «de los instintos
parciales« libidinosos que también intervienen (como las sacudidas en mecanoterapia y la
fricción de la piel en la hidroterapia o los masajes).
Freud reúne estas precisiones en una fórmula más general: sea cual fliere el tratamiento
que qpliquemos al neurótico, sólo se curará mediante las transferencias. Lo que llamamos
introyección, conversiones, sustituciones y demás síntomas patológicos sólo son, al parecer
de Freud, con el que coincido, tentativas que el enfermo hace para tratar de curarse por st
mtsmo. El paciente desliga el afecto de una parte de sus complejos de representaciones
que, debido a ello. se hacen inconscientes. El afecto flotante, que amenaza la paz del alma,
será neutralizado. o sea, atenuado y curado por el paciente. gracias por una parte a
procesos orgánicos, motores o sensitivo-sensonales. y por otra parte por medio de ideas
«sobrevaloradas» u obsesivas, en último término mediante introyecciones. Y el enfermo
recurre a los mismos medios frente al médico que le trata. Intenta inconscientemente
transferir sus afectos sobre la persona del médico que le atiende, y, si lo consigue,
obtendrá una mejora y una atenuación al menos temporal de su estado.
Se me podría objetar que son los hipnotizadores y los fisioterapeutas quienes tienen razón.
porque no curan mediante el análisis sino mediante la transferencia, imitando sin darse
cuenta el mismo camino que siguen las tentativas autoterapéuticas del psiquismo enfermo.
Según esta concepción, los procedimientos transferenciales podrían reivindicar el nombre
de “terapéuticas naturales”, mientras que el psicoanálisis sería una especie de método
artiticial impuesto a la naturaleza. Tal argumento no carece de valor. Pero no olvidemos
que el neurótico que explica sus conflictos mediante la producción de síntomas recurre a
una terapéutica bien definida por la expresión «medicina pejor morbo». El rechazo y el
desplazamiento mediante tales “formaciones substitutivas gravosas” sólo es una tentativa
autoterapéutica frustrada y constiruirá un grave error querer imitar a la naturaleza por
encima de todo, incluso allí donde fracasa por no adaptarse al objetivo.
La mayoría de los psiquiatras actuales y muchos sabios, respetables por lo demás, aún se
oponen radicalmente al análisis, y en lugar de seguir el hilo de Ariadna de las enseñanzas
de Freud, se encierran en el dédalo de la patología y de la terapéutica nerviosa. Sin
embargo, al rechazar el valor de estas teorías y en particular el mecanismo de
transferencia, quedan imposibilitados para explicar los resultados que obtienen mediante
tratamientos no analíticos.
A quienes nos achacan querer explicarlo todo «desde un único punto de vista», les
responderemos que ellos mismos están inconscientemente inmovilizados en una
concepción del mundo ascética y neurótica a la vez la cual desde hace casi dos mil años
impide reconocer la importancia primordial del instinto de reproducción y de la libido en la
vida psíquica, tanto normal como patológica.
Si consideramos el estado psíquico del sujeto a quien deseamos sugestionar bajo este
prisma, debemos revisar radicalmente nuestras posiciones actuales. Según esta nueva
concepción, son las fuerzas psíquicas inconsctentes del medium las que representan el
elemento activo, mientras que el papel del hipnotizador, a quien se creía todopoderoso, se
limita a un objeto que el medium aparentemente impotente utiliza o rechaza según sus
necesidades.
Entre los complejos fijados en la infancia y que mantienen una importancia capital toda la
vida, los más notables son los que están ligados a las personas de los padres: los
«complejos parentales». La constatación hecha por Freud de que todas las neurosis del
adulto se fundan en tales complejos, pueden confirmarla todos los que se ocupan de estas
cuestiones. Mis investigaciones sobre las causas de la impotencia psico-sexual me han
hecho concluir que tales estados pueden atribuirse, al menos en gran número de casos. a
la “fijación incestuosa” de la libido, es decir, una fijación inconsciente aunque muy intensa
de los deseos sexuales sobre las personas mas próximas, principalmente los padres Los
trbajos de Jung y de Abraham han ampliado considerablemente mis conocimientos sobre
los efectos tardíos de la influencia paterna. Jung ha demostrado que la psiconeurosis nace
por lo general del conflicto entre las influencias parentales inconscientes y los esfuerzos de
independencia. Abraham ha puesto en evidencia que estas mismas influencias pueden
llevar a un rechazo intenso y prolongado del matrimonio o a una fuerte inclinación a casarse
con parientes próximos. J.Sadger ha aportado también una contribución preciosa para el
conocimiento de estas influencias.
Desde el punto de vista psicoanalítico, las diferencias entre los procesos mentales
normales y neuróticos son de orden exclusivamente cuantitativo y los conocimientos
aportados por el estudio de la vida mental de los neuróticos son válidos, mutatís mutandís,
para la de los sujetos normales. Era, pues, previsible que las sugestiones «inspiradas» por
un individuo a otro movilizaran los mismos complejos que actúan en las neurosis.
Freud ha sido el primero en advertir que en el caso de un psicoanálisis surge una viva
resistencia en el paciente, que parece bloquear del todo el trabajo analítico; continúa el
análisis cuando el analizado toma conciencia de la verdadera naturaleza de esta
resislencia: una reacción frente a los seritimientos inconscientes de simpatía, destinados a
otros, pero que momentáneamente se han fijado en la persona del analista. También
ocurre que el paciente se entusiasma y casi adora a su médico, lo cual, como todo lo
demás, debe ser analizado. Entonces se descubre que el médico ha servido de sustituto al
paciente para reavivar afectos sexuales que en realidad se refieren a personajes mucho
más importantes para él. A menudo el análisis es perturbado por un odio, un temor o una
angustia inmotivados, que aparecen en el enfermo y son dirigidos hacia el médico. Incluso
en estos casos tales afectos no se refieren al médico, stno inconscientemente a personas
muy alejadas en ese momento del pensamiento del paciente. Cuando el enfermo consigue
evocar, con nuestra avuda, la imagen o el recuerdo de los personajes aludidos por estos
afectos positivos o negalivos, descubrimos fundamentalmente a personas que desempeñan
o han desempeñado un papel importante en la vida actual o en el pasado reciente del
paciente (por ejemplo, cónyuge o amante). Vienen después los afectos no liquidados de la
adolescencia (amigos, profesores, héroes admirados), en fin, tras vencer una fortísima
resistencia. llegamos a los pensamientos rechazados de contenido sexual, agresivo y
angustioso en relación con la familia y sobre todo con los padres. A fin de cuentas, parece
que el niño ávido de amar, pero inquieto, persiste en el adulto, y que todo amor, odio o
temor ulteriores no son sino transferencias o, como dice Freud, reediciones de movimienlos
afectivos aparecidos en la primera infancia (antes de terminar el cuarto año) y, después,
rechazados al inconsciente.
Tras esta exploración del desarrollo psíquico individual no es arriesgado suponer que esta
maravillosa omnipotencia que ejercemos en nuestro papel de hipnotizador sobre todas las
energías psíquicas y nerviosas del medium no es más que una manifestación de la vida
instintiva infantil rechazada. En cualquier caso, esta explicación me parece más
satisfactoria que la posibilidad de provocar una «disociación» en el psiquismo de otro
mediante nuestras sugestiones; esta facultad mística no correspondería al papel de
observador al que quedamos reducidos ante los procesos biológicos.
Podría hacérsenos una objeción sin gran valor: desde hace mucho es conocida la influencia
favorable de la simpatía y del respeto sobre la sugestibilidad. Este punto no podía pasar
desapercibido a los experimentadores y observadores concienzudos. Sin embargo, ignoran
dos hechos de los que sólo el psicoanálisis ha podido convencerme. Primero, que tales
afectos: el respeto y la simpatía, inconscientes por lo general, desempeñan el papel
principal en la producción de la influencia sugestiva; después, que tales afectos son, en
último término manifestaciones de los instintos libidinosos en su mayoría transferidos del
complejo de representaciones de la relación padres-hijo sobre lo relación médico-enfermo.
Dicho de otra forma, se sabe que la simpatía o antipatía entre hipnotizador y paciente
influyen considerablemente en el resultado de la experiencia. pero se ignora que estos
sentimientos llamados de «simpatía» y de «antipatía» son combinaciones psíquicas
complejas que precisamente el psicoanálisis puede reducir a sus componentes. El análisis
permite aislar los elementos básicos que constituyen las aspiraciones primarias libidinosas
de saciedad de los deseos de donde brotan los fenómenos complejos de la sugestibilidad.
En la capa más profunda del psiquismo, igual que en el comienzo del desarrollo mental,
impera el principio del desagrado, el deseo de satisfacción motriz inmediata de la libido. Es
el estrato (el estadío) «auto-erotico». El adulto no puede acceder directamente, por vía de
reproducción, a esta capa de su psiquismo; nosotros mismos sólo deducimos su existencia
a partir de los síntomas. Lo que puede ser inmediatamente evocado pertenece en general a
la capa (al estadío) del amor objeíal. y los primeros objetos del amor son los padres.
Todo nos induce a pensar que cualquier sentimiento de «simpatía» retorna a una «posición
sexual» inconsciente, y cuando dos personas vuelven a encontrarse, sean del mismo sexo
o del contrario, el inconsciente intentará siempre una transferencia. (El inconsciente ignora
la negación, el «no»; el inconsciente sólo sabe desear, dice Freud). Y si el inconsciente
consigue que la concíencia acepte la transferencia -abiertamente en forma sexual (erótica)
o bien sublimada, disfrazada (respeto, gratitud. amistad, apreciación estética)-, resulta de
ello un sentimiento de simpatía. Si la censura que vigila en el umbral de la conciencia
responde negativamente con las tendencias siempre positivas del inconsciente, son
posibles todos los grados de la antipatía, incluso la repulsión.
Sería erróneo pensar que Dora es una excepción. El caso de Dora es típico. Su análisis
proporciona una fiel imagen del psiquismo humano en general:. el estudio suficientemente
profundo del psiquismo normal o neurótico nos revela -dejando aparte diferencias
cuantitativas- fenómenos idénticos a los constatados en Dora.
Esta concepción queda confirmada por el estudio práctico de las condiciones de la hipnosis
o de la sugestión. Es interesante observar cómo varía el porcentaje de éxito según los
autores. Unos hablan del 50 por 100, otros del 80 al 90.
La hipnosis resulta muy facilitada por la apariencia imponente del hipnotizador. A menudo
nos lo imaginamos con una luenga barba, preferentemente negra (Svengali): este accesorio
viril puede ser reemplazado por una talla elevada, espesas cejas, una mirada penetrante,
una mímica severa pero que inspire confianza. También se admite, por lo general. que la
presentación del hipnotizador seguro de sí, la reputación de sus éxitos anteriores y la
consideración que rodea su condición de sabio renombrado, aumentan notablemente las
probabilidades de éxito. La superioridad de rango o de posición social también facilita la
hipnosis; durante mi servicio militar fui testigo de una escena en la que un soldado raso
cayó dormido por orden de su oficial. Esta escena consiguió el efecto de un auténtico “coup
de foudre” Mis primeras experiencias de hipnosis, que realicé, estudiante aún, sobre los
dependientes de la librería de mi padre, tuvieron todas éxito; no puedo decir lo mismo de
mis resultados ulteriores; es cierto que ya no tenía la confianza absoluta en mí mismo que
únicamente otorga la ignorancia.
En la hipnosis hay que saber mandar con tal seguridad que ni siquiera se le ocurra al
medium la idea de resistencia. Una forma extrema de esta especie de hipnosis es la
“hipnosis de terror” (Ueberrumplungs-Hypnose) provocada por gritos, amenazas. y si fuera
necesario mediante un tono severo, expresiones insultantes y el puño en alto Este terror
-como antiguamente el ver la cabeza de la Medusa- puede ocasionar en el individuo
predispuesto una reacción inmediata de paralisis o catalepsia.
Pero existe otro método para adormecer a un sujeto, cuyos accesorios son los siguientes:
la penumbra de una habitación, el silencio, la dulce persuasion amistosa mediante palabras
monótonas, melodiosas (se atri'buye a esto en general mucha rmportancia) y por último
caricias sobre el cabello, la frente y las manos.
Incluso aquellos a quienes el psicoanálisis inquieta o disgusta admiten hoy que los hábitos
y ceremoniales subsistentes de la infancia desempeñan un papel incluso en el proceso de
adormecimiento espontáneo, normal, y que el «acostarse» pone en juego factores infantiles
autosugestivos, que de alguna forma se habrían vuelto inconscientes. Todas estas
consideraciones nos conducen a la proposición siguiente: La primera condición de éxito de
una hipnosis es que el medium halle en el hipnotizador un maestro, es decir que el
hipnotizador sepa despertar en él los mismos afectos de amor o de temor, la misma fe
ciega en su infalibilidad que el niño tenía hacia sus padres.
Si adoptamos estos puntos de vista, tendremos que revisar todas nuestras concepciones
sobre el olvido. El psicoanálisis nos lleva progresivamente a la certeza de que el «olvido»
en la vida mental, la desaparición sin rastro, es tan imposible corno la desaparición de
energía o de materia en el mundo físico. Parece incluso que la inercia de los fenómenos
psíquicos es considerable y que las impresiones psíquicas pueden ser despertadas tras un
“olvido” de muchas décadas en forma de complejos de relaciones inalterables, o bien
pueden ser reconstruidas a partir de sus elementos constitutivos.
1.- Hace cinco años hipnoticé con éxito a una paciente que había sufrido una histeria de
angustia al enterarse de la infiidelidad de su novio. Hace unos seis meses, tras la muerte
de un sobrino querido, tuvo una recaída y vino a verme. Iniciamos un psicoanálisis. Pronto
se manifestaron indicios característicos de transferencia y cuando se lo señale a la
paciente, ella completó mis observaciones confesando que desde la cura hipnótica tenía
fantasías eróticas conscientes relativas a la persona del médico, y que había obedecido a
mis sugestiones por «amor».
El análisis puso en evidencia la transferencia (ver Freud) que había permitido el éxito de la
hipnosis. En la época del tratamiento hipnótico la curación fue provocada probablemente
por la compensación ofrecida a la desgracia que desencadenó la enfermedad por mi actitud
amistosa, mi compasión y mis palabras sedantes. Pero el analisis mostró que su inclinación
hacia el amante infiel no era más que un sustituto de su afición por su hermana mayor,
alejada de la famililia al casarse, a quien ella se hallaba ligada por una estrecha amistad y
una larga práctica de masturbación común. Pero su pena mayor había sido la separación
precoz de una madre que la mimaba y la idolatraba; todas sus tentativas amorosas
ulteriores aparecían como sustitutos de la primera inclinación infantil, fuertemerite
impregnada de erotismo. Tras la interrupción de la cura hipnótica, había desplazado su
libido bajo una forma sublimada. pero, según el análisis, indiscutiblemente erótica, sobre un
sobrinito de ocho años, cuya muerte repentina provocó la reaparición de los síntomas
histéricos. La obediencia manifestada durante el tratamiento hipnótico era, pues, una
consecuencia de la transferencia; el objeto amoroso inicial, nunca enteramente
reemplazado, de mi paciente era, sin ninguna duda. su madre.
2.- Un funcionario de veintiocho años vino a verme hace algunos años; sufría una grave
histeria de angustia. Ya practicaba el psicoariálisis entonces, pero, debido a las
circunstancias, opté por un tratamiento hipnótico y obtuve por simple persuasión (“hipnosis
matema”) una mejoría considerable. aunque pasajera. de su estado psíquico. La
reaparición de las representaciones angustiosas incitó a mi paciente a volver y, desde
entonces, repetía periódicamente la hipnosis con resultados siempre buenos pero siempre
pasajeros. Cuando decidí iniciar un análisis, hallé las peores dificultades en la transferencia
verdaderamente exacerbada por la hipnosis; la solución llegó cuando se descubrió que el
enfermo, basado en analogías superficiales, me idenlificaba con su “buena madre”. En su
infancia estaba muy vinculado a su madre, le eran indispensables sus caricias y reconoció
también que las relaciones sexuales de sus padres despertaban en él gran curiosidad.
Estaba celoso de su padre. se imaginaba en su papel, etc... Después el análisis progresó
sin dificultades durante cierto tiempo. Pero el día en que respondí a una pregunta con cierta
impaciencia y con una negativa. fue asaltado por una angustia violenta y de nuevo se
dificultó el análisis. Tras discutir este incidente que le había afectado tanto, el paciente
empezó a evocar sucesos análogos y -tras mencionar algunas amistades ligeramente
teñidas de homosexualidad y de masoquismo y después de escenas penosas en las que
intervenían profesores y otros superiores- apareció en primer término el complejo paterno.
Veía a su padre «con los rasgos horriblemente deformados, la mirada cargada de cólera» y
él temblaba como una hoja. Al mismo tiempo le sacudió una oleada de recuerdos que
mostraba hasta qué punto amaba el enfermo a su padre, a pesar de todo, y lo orgulloso
que estaba de su altura y de su fuerza.
Esto es solamente un fragmento dc un análisis largo y difícil, pero que muestra a las claras
que el factor agente durante la cura hipnótica era el complejo materno, aún inconsciente.
En este caso, habría obtenido probablemente los mismos resultados utilizando el otro
método de sugestión: la intimidación y el respeto, es decir, el recurso al complejo paterno
inconsciente.
3.- El tercer caso es el de un sastre de veintiséis años; vino a consultarme a causa de una
crisis epileptiforme, que juzqué de naturaleza histérica. Su aspecto tímido, sumiso,
modesto, era un reclamo para la sugestión, y, eféctivamente, obedecía todas mis órdenes
como un niño dócil: experimentaba anestesias, parálisis y contracciones a voluntad. Sin
embargo, no pude evitar someterle a un análisis completo. Supe por él que el enfermo
había sido sonámbulo durante muchos años, que se levantaba por la noche, se instalaba
ante su máquina de coser y cosía un tejido imaginario hasta que despertaba. Este afán de
trabajo databa de un aprendizaje con un patrón muy severo que le pegaba a meriudo, y
cuyas exigencias excesivas quería satisfacer a cualquier precio; naturalmente. la persona
del patrón era tan sólo el «recuerdo-pantalla» del padre temido pero respetado. Las crisis
actuales del enfermo comenzaban con idéntica sed de actividad; oía una voz interior que le
mandaba: “¡levantese!”. Se sentaba, se quitaba su pijama y hacía ademán de coser,
movimiento que evolucionaba hacia una crisis convulsiva generalizada. A continuación no
se acordaba de estos fenómenos motores, de los cuales sólo sabía por el relato de su
mujer. Su padre tenía también la costumbre, tiempo atrás, de despertarle al grito de
«¡levántate!», y parece que el desdichado continuaba obedeciendo las órdenes que su
padre le daba durante su infancia, y después su patrón cuando aprendiz. «Puede
observarse de este modo el efecto retroactivo de órdenes o de amenazas recibidas durante
la infancia, que se manifiesta muchos años después», dice Freud, que llama a este
fenómeno «obediencia retroactiva».
He de concluir que esta «retroactividad» de las neurosis tiene mucha similitud con la
obediencia automática post-hipnótica a las órdenes dadas. En ambos casos, se realizan
acciones cuyos móviles no pueden ser explicados satisfactoriamente por el sujeto, pues en
la neurosis obedece a una orden olvidada durante mucho tiempo y en la hipnosis a una
«inspiración» teñida de amnesia.
Pensándolo bien, el que los niños obedezcan a sus padres de buena gana e incluso con
gusto, no es cosa evidente. Podría contarse con que consideraran las exigencias de sus
padres que tratan de orientar su comportamiento y sus actos como una coacción externa, o
sea, una fuente de desagrado. Este es el caso de los primeros años de la vida en los que el
niño sólo conoce satisfacciones autoeróticas. Pero la aparición del amor objetal modifica
completamente la situación. Los objetos amorsos son introyectados: quedan mentalmente
integrados en el YO. El niño ama a sus padres, es decir, se identilica con ellos,
principalmente con el del mismo sexo, viéndose de este modo en todas las situaciones en
las que se halla el padre objeto de identificación. En tales condiciones, la obediencia no es
un sinsabor; el niño experimenta incluso satisfacción ante las manifestaciones de la
omnipotencia paterna porque en sus fantasías se apropia de este poder y no obedece más
que a sí mismo cuando se pliega a la voluntad paterna. Esta obediencia espontánea tiene
un límite que varía según los individuos, y cuando es superada por las exigencias de los
padres, cuando la píldora amarga del mandato no está rodeada por la dulzura del amor, el
niño retira prematuramente su libido de los padres, lo que puede conducir a una
perturbación brutal del desarrollo psíquico.
Merejkovsky, en su hermoso libro Pedro el Grande y Alexis, ofrece una descripción bien
caracterizada y colorista de esta relación. El padre tiránico y cruel, que desprecia todo
sentimiento, se enfrenta al hijo de una docilidad incondicional. quien, paralizado por un
complejo paternal donde se mezclan el amor y el odio, es incapaz de oponerse al tirano. El
poeta-historiador hace aparecer a menudo la imagen del padre en los sueños del príncipe:
«El príncipe se ve como un niño en la cuna. y su padre está junto a él. Tiende sus bracitos
hacia él sonriente mientras duerme y gríta: ¡Papá, querido papá! Después le salta al cuello.
Pedro abraza a su hijo con tanta fuerza que le hace daño; le apretuja, le acaricia las
mejillas, el cuello, los miembros desnudos, su cuerpo ardiente adormecido bajo el pijama...
Más adelante, en la adolescencia, el zar aplica duros métodos educalivos a su hijo; su
pedagogía se resume en esta frase histórica: “No des ningún poder a tu hijo durante su
infancia; rómpele las costillas mientras crece; los golpes no le matarán sino que le
fortalecerán”. Y a pesar de todo, una tímida alegría iluminaba el rostro del hijo del zar desde
que veía la figura familiar. temida y querida a la vez, de llenos carrillos, casi inflados, los
bigotes enroscados y en punta..., la sonrisa en los bellos labios, de una finura casi
femenina; contemplaba los grandes ojos sombríos, puros, cuya mirada podía ser terrorífica
o dulce y con los que soñaba antes como sueña el joven amante con los ojos de su amada;
percibía su perfume familiar, esa mezcla de olores de tabaco fuerte, de alcohol, y de cuartel
que reinaba en el despacho de su padre; sentía el contacto del rnentón mal afeitado con el
hoyito en medio, que ofrecía un contraste casi cómico en este rostro sombrío».
Esta descripción del padre tiene un carácter típico en psicoanálisis. El poeta quiere
hacernos comprender la relación entre padre e hijo, explicar cómo es posible que el
zarevitch abandone la seguridad de su refugio italiano por una simple carta de su padre, y
que se entrege al cruel zar que le azotará con sus propias manos hasta la muerte. El autor
cree acertadamente que la sugestibilidad del príncipe está motivada por su complejo
paternal particularmente intenso. Pero Merejkovsky parece haber presentido también el
mecanismo de la transferencia cuando escribe: «Todo el amor que el zarevitch no podía
dirigir a su padre, lo transfería a su padre espiritual, su confesor Jacob Ignatiev. Fue ésta
una amistad celosa. tierna y apasionada, como entre amantes».
Por regla general esta sobrestimación de los padres y la tendencia a la obedienciea ciega
desaparece en la adolescencia.
Pero persiste la necesidad de sumisión. La función del padre es asumida por profesores,
superiores y otras personas importantes. La lealtad extrema, tan extendida, hacia los
soberanos y gobernantes es también una transferencia. En el caso de Alexis, el complejo
paternal no ha podido esfumarse porque Pedro era efectivamente ese soberano temido y
poderoso que todo niño ve en su padre, mientras es pequeño.
Hemos visto en el caso del sastre tímido y sumiso que las órdenes paternas pueden
continuar actuando a la manera de la sugestión post-hipnótica, mucho después de la
infancia. Pero también he podido observar en el caso del funcionano de veintiocho años
afectado por una neurosis de angustia, la analogía neurótica de la sugestión, llamada
«sugestión a plazo». Su enfermedad se desencadenó por motivos aparentemente
insignificantes, y era pasmoso ver con qué rapidez se había familiarizado el paciente con la
idea de jubilarse tan joven. A continuación, el análisis descubrió que había debutado como
funcionario diez años antes de caer enfermo, en contra de sus deseos, pues sentía una
vocación artística. Había cedido a las instancias de su padre y había decidido hacer valer
sus derechos a la jubilación lo antes posible, pretextando una enfermedad. Su tendenci a
simular enfermedades provenía de la infancia; de esta forma obtenía más ternura de su
madre y cierta indulgencia de su padre severo. Pero a lo largo de estos diez años había
olvidado por completo su primitiva resolución. Su situación material había mejorado.
Ciertamente su antipatía por el trabajo burocrático no había disminuido; por lo demás
seguían atrayéndole las actividades artísticas y las había ensayado con cierto éxito; sin
embargo, su cobardía le impedía incluso soñar en renunciar a parte de su sueldo, lo que
ocurriría inevitablemente cuando se jubilara. Aparentemente el proyecto había dormido
durante diez años en su inconsciente; después, al vencimiento del plazo, había actuado
como factor desencadenante de la neurosis, mediante una especie de autosugestión. (El
importante papel de los “plazos” en la vida del paciente no es sino una manifestación de las
fantasías inconscientes en relación con la menstruación y el embarazo de la madre, y las
representaciones de su propia situación intrauterina y de su nacimiento).
Este caso. como los demás, confirma la afirmación de Jung: «La fuerza mágica que une al
niño con sus padres es, tanto en uno como en los otros. la sexualtdad.
Tenemos todas las razones para suponer que el conjunto de las resistencias encontradas
en el análisis se manifiesta igualmente en las experiencias de hipnosis y de sugestión.
Porque existen también simpatías que son intolerables. Algunas hipnosis fracasan porque
el enfermo teme adherirse a la persona del médico y perder así su independencia o incluso
caer en una dependencia sexual respecto a él.
4.- Recientemente, una mujer de treinta y tres años, esposa de un terrateniente. vino a
consultarme: su caso explica muy bien las resistencias expuestas anteriormente. Sufría
crisis de histeria; muchas veces despertaba por la noche a su marido con sus gemidos;
hacía ruidos como si quisiera tragar algo que se le hubiera quedado en la garganta; por
último era presa de sofocos y de náuseas que la despertaban. Esta paciente era lo
contrario de un buen medium, una de esas personas con espíritu de contradicción que
estaba siempre al acecho de las contradicciones del médico, sopesando los mínimos
matices de todas sus palabras y comportándose con arrogancia y oposición. Alertado por la
experiencia, no hice ninguna tentativa de hipnosis u de sugestión sino que inicie
rápidamente un análisis. Describir los rodeos que hube de dar para obtener la resolución
del nudo de síntomas me alejaría demasiado de mi propósito. Me limitaré a explicar el
arrogante comportamiento de la paciente respecto a mí, en particular al principio,
comportamiento que también tenía con su marido a quien rehusaba hablar durante días
enteros por motivos fútiles; este comportamiento era el que dificultaba la hipnosis.
Hasta aquí sólo tenemos una historia emocionante de padre infiel y de madrastra perversa;
pero en seguida irrumpe lo infantil y lo sexual. Por efecto de una transferencia incipiente, el
médico figuraba cada vez más en los sueños de la paciente bajo la forma extraña y poco
lisonjera de una imagen onírica compuesta -como el centauro mitológico- del médico y de
un caballo. Las asociaciones sobre el caballo condujeron el análisis a un terreno bastante
desagradable; la enferma recordó que en su infancia la niñera le llevaba frecuentemente al
cuartel para ver a un sargento empleado en las caballerizas; allí tuvo ocasión de observar a
menudo los caballos. y a las yeguas llevadas al semental. La paciente reconoció haber
manifestado una gran curiosidad por las dimensiones de los órganos genitales masculinos
y haber convenido con una amiga que, cuando llegara el momento, tomarían medidas de
sus futuros maridos y se comunicarían los resultados. La paciente tomó efectivamente las
medidas pero su amiga, por pudor, faltó a la promesa. Señalemos que estas medidas
decepcionaron a la paciente: era casi del todo frígida con su marido.
En uno de los sueños el hombre-caballo apareció vestido con pijama. Esta circunstancia
provocó la evocación de recuerdos infantiles muy anteriores, relativos -como ocurre a
menudo- a la observación de las relaciones sexuales entre los padres y en particular a su
padre orinando. Recordó entonces haber imaginado a menudo que ella ocupaba el lugar de
su madre, y cómo le gustaba jugar a las mamás con sus muñecos o sus amigas e incluso
cómo cierto día había puesto cojines bajo su falda para simular un embarazo. Apareció por
último que la enferma había sufrido desde su primera infancia breves crisis de histeria
angustiosa. no podía dormirse por la tarde temiendo que su padre, muy severo, viniera
junto a ella para matarla con la pistola qu'e guardaba en el cajón de su mesilla de noche.
Los sofocos y las náuseas que se manifestaban durante las crisis eran el síntoma del
«desplazamiento de lo bajo hacia lo alto». La paciente -como la Dora de Freud- había
chupado durante mucho tiempo su pulgar con furor; su zona oral fuertemente erógena
provocó una serie de fantasías perversas.
Esta descripción muy fragmentaria es instructiva por dos motivos: primero porque muestra
que la oposición arrogante de la paciente que hace imposible el tratamiento hipnótico, la
sugestión o cualquier tentativa de tranquilizarla, correspondía a su resistencia al padre.
Pero la historia de este caso enseña también que esa resistencia deriva de un complejo
paternal intcnsamente fijado, de un complejo de Edipo femenino. (La analogía entre los
sueños ecuestres de la paciente y la fobia a los caballos en un niño de cinco años, que
Freud ha ligado a una identificación del caballo con el padre, es también llamativa.
Quería mostrar aquí que el medium siente por el hipnotizador un amor inconsciente y que la
tendencia a esta forma de amor se aprende en la habitación infantil.
Quiero aún señalar que un sentimiento amoroso natural puede también originar fenómenos
psíquicos que recuerdan la hipnosis. En el famoso proceso Czinsky, los expertos más
célebres fueron incapaces de decidir si la baronesa que había sido la heroína actuaba bajo
el efecto de un apasionamiento amoroso o de una influencia hipnótica. La mayoría de los
homosexuales que cuentan su vida aluden a que el primer cómplice masculino que tuvieron
les había hipnotizado o influenciado con la mirada. Naturalmente se averigua enseguida
que estas fantasías de hipnosis son sólo intentos de disculparse.
Próximo escrito
Palabras obscenas. Contribución a la psicología en el período de latencia
Sandor Ferenczi / Palabras obscenas. Contribución a la psicología en el
período de latencia
Palabras obscenas.
Contribución a la psicología
en el período de latencia
Freud nos indica en una de sus primeras obras que hay siempre un método para tratar con
el paciente de la actividad sexual, incluso de la que está severamente proscrita
(perversiones), sin herir su pudor; aconseja para esto el empleo de los términos técnicos en
medicina.
De este modo se evita al principio del análisis el provocar la resistencia del enfermo y el
dificultar, tal vez definitivamente, la prosecución del tratamiento. Al principio hay que
contentarse con usar estas «alusiones mínimas» ya mencionadas a los términos científicos
serios y artificiales que permiten abordar con el paciente los temas más «delicados»
relativos a la sexualidad y a los instintos sin provocar reacciones de pudor. Sin embargo,
hay casos en que esto no basta. El tratamiento se bambolea, el enfermo se inhibe, se
enrarecen sus ideas y manifiesta una resistencia creciente; tal resistencia no cede hasta
que el médico descubre el motivo: palabras y expresiones prohibidas que acuden a la
mente del enfermo, quien no se atreve a verbalizarlas sin la “autorización” explícita del
analista.
Un joven homosexual que empleaba usualmente las palabras vulgares para designar los
órganos sexuales y sus funciones, estuvo dudando durante dos horas antes de pronunciar
el término vulgar correspondiente a «flatulencia» que le había venido a la mente; trató de
evitarlo mediante todos los circunloquios imaginables, palabras extranjeras, eufemismos,
etc. Cuando superó su resistencia esta palabra pude profundizar considerablemente el
análisis de su erotismo anal hasta entonces bloqueado.
A menudo el enunciado de una palabra obscena durante una sesión produce en el paciente
el mismo trastorno que provocó anteriormente una conversación sorprendida entre sus
padres en la que se había deslizado un término grosero, frecuentemente de índole sexual.
Tales trastornos -capaces de quebrantar el respeto del niño hacia sus padres y que, en el
neurótico, pueden quedar fijados en el inconsciente para toda su vida- se producen
generalmente durante la pubertad y a menudo son una reedición de las impresiones
causadas por las relaciones sexuales vistas en la infancia.
Esta doble investigación me ha hecho concluir que existe una estrecha asociación entre los
términos sexuales y excrementosos vulgares (obscenos) -los únicos que conoce el niño- y
el complejo nodal, profundamente rechazado, tanto del neurótico como del hombre sano.
(Siguiendo a Freud, llamo complejo nodal al complejo de Edipo.)
La concepción infantil de las relaciones sexuales entre los padres, del proceso de
nacimiento y de las funciones animales, es decir, la teoría sexual infantil, comienza
expresándose en términos populares, los únicos que el niño sabe; esta formulación será la
más atacada por la censura moral y por la barrera del incesto que, más adelante, acude a
rechazar tales ideas.
Ello basta para que comprendamos al menos parcialmente nuestra resistencia a pronunciar
o escuchar tales palabras.
Sin embargo, como esta explicación no me satisface plenamente, he buscado otras causas
al carácter particular de estas representaciones verbales; y he llegado a una concepción
que no considero indiscutible pero que deseo exponer aquí, aunque no sea más que para
incitar a los demás a hallar otra mejor.
La palabra obscena encierra un poder especial que obliga en cierto modo al oyente a
imaginar el objeto nombrado, el órgano o las funciones sexuales en su realidad rnaterial.
Freud ha admitido y formulado este dato al estudiar las motivaciones y condicionamientos
de la broma obscena. Escribe: «mediante el enunciado de palabras obscenas, ella (la
grosería) obliga a la persona aludida a imaginar la parte del cuerpo o la función de que se
trata”. Sólo quisiera completar esta cita subrayando que las finas alusiones a los procesos
sexuales o una terminología científica o extraña para designarlos no causan tanto efecto
como las palabras tomadas del vocabulario primitivo popular erótico de la lengua materna.
Podría suponerse que tales palabras son susceptibles de provocar en el oyente el retorno
regresivo y alucinatorio de imágenes mnésicas. Esta hipótesis, fundada en la
autoobservación, queda confirmada por el testimonio de muchas personas, tanto normales
como neuróticas. Las causas de tal fenómeno tendrían que buscarse en el propio auditor,
suponiendo que en el fondo de su memoria hay un cierto número de representaciones
verbales auditivas o gráficas, de contenido erótico, que se distinguen de las demás por una
marcada tendencia a la regresión. Cuando una palabra obscena es percibida visual o
auditivamente, es cuando entra en acción esta facultad de los vestigios mnésicos.
Si admitimos las tesis de Freud (las únicas capaces de explicar los resultados del
psicoanálisis y nuestra concepción del inconsciente), es decir, que en el curso del
desarrollo ontogenético el aparato psíquico pasa de ser el centro de las reacciones
alucinatorio-motrices a ser el órgano del pensamiento, debemos concluir que las palabras
obscenas posean características que en un estadío anterior del desarrollo psíquico se
extendían a todas las palabras.
Según Freud, consideramos que toda representación está motivada fundamentalmente por
el deseo de acabar con el sufrimiento provocado por la frustración, haciendo revivir una
satisfacción experimentada con anterioridad. En el estadío primitivo del desarrollo psíquico,
si la necesidad se satisface, la aparición del deseo supondrá la inversión regresiva de la
sensación correspondiente a una satisfacción vivida anteriormente que quedará fijada por
vía alucinatoria. La representación será entonces considerada igual que la realidad. Esto es
lo que llama Freud la «identidad perceptiva”. Instruido por la amarga experiencia de la vida,
el niño aprende a distinguir la satisfacción real de la representación debida al deseo y a no
utilizar su motricidad sino a sabiendas, cuando esté seguro que tiene ante sí objetos reales
y no ilusiones producidas por su imaginación.
Podría añadirse que la aptitud para expresar deseos mediante signos verbales constituidos
fragmentariamente no se adquiere de golpe. Además del tiempo necesario para el
aprendizaje de la palabra; parece que los signos verbales que reemplazan a las
representaciones, es decir las palabras, conservan durante mucho tiempo su tendencia á la
regresión. Esta tendencia se atenúa progresivamente ó de golpe, hasta alcanzar la
capacidad de representación y de pensamientos “abstractos”, prácticamente liberados de
elementos alucinatorios.
Admitamos que esta evolución hacia la abstracción a partir de signos verbales todavía muy
mezclados con elementos concretos sea perturbada o interrumpida por determinados
términos, y que de ello pueda resultar una persistencia de la representación verbal a un
nivel inferior: podemos hallar aquí la explicación del carácter tan extraordinariamente
regresivo de las palabras obscenas escuchadas.
Pero no sólo la audición sino también la enunciación de las palabras obscenas está dotada
de cualidades que otras palabras no alcanzan, al menos en idéntica medida.
Freud señala con acierto que el autor de una broma obscena efectúa un ataque, una acción
sexual sobre el objeto de su agresión, y suscita por ello las mismas reacciones que la
propia acción. Pronunciar palabras obscenas equivale casi a cometer una agresión sexual,
«a desnudar a la persona del sexo opuesto».
Decir una grosería representa en grado superior lo que apenas está esbozado en la
mayoría de las palabras, es decir, que todo vocablo tiene su origen en una acción no
realizada. Pero mientras que las palabras corrientes sólo contienen el elemento motor de la
representación verbal en forma de impulso nervioso reducido, la “mímica de la
representación”, la formulación de un dicho grosero, nos proporciona la clara impresión de
estar realizando un acto.
Hay que preguntar ahora si esta especulación, que es sólo una de las muchas
posibilidades, se apoya de alguna manera en la experiencia y en tal caso cuál pueda ser la
causa de esta anomalía del desarrollo relativa a un mínimo grupo de palabras y tan
extendida entre los seres civilizados.
Tomemos como ejemplo a un joven, casi normal, que manifestaba un rigor moral un tanto
excesivo y una intolerancia particular respecto a las palabras obscenas; durante el análisis
de un sueño recordó que a los seis años y medio le sorprendió su madre escribiendo en un
papel un auténtico diccionario de expresiones obscenas que sabía. La humillación de ser
descubierto, precisamente por su madre, así como el severo castigo que siguió, originaron
un desinterés por lo erótico durante muchos años, e incluso más tarde una hostilidad hacia
el contenido de vocabulario erótico.
En la enferma histérica que cerraba los ojos en el retrete, se remontaba este hábito a una
confesión en la que el sacerdote le había recriminado agriamente por haber pronunciado el
término obsceno equivalente a vagina.
Ningún niño, a excepción posiblemente de los más humildes, ha dejado de ser advertido de
cosas análogas o similares. Hacia los cuatro o cinco años, e incluso antes en los niños
precoces (es decir en la época en que los niños reducen sus impulsos «perversos
polimorfos»), se intercala un período entre el abandono de los modos infantiles de
satisfacción y el comienzo de la fose de latencia propiamente dicha que se caracteriza por
el deseo de pronunciar, escribir y oír palabras obscenas.
Este hecho quedaría confirmado ciertamente mediante una encuesta entre las madres y los
educadores, y más aún entre los criados, que son los verdaderos confidentes de los niños.
Pues los niños actúan de este modo no sólo en Europa, sino también en la hipócrita
América, según constaté con el profesor Freud durante un paseo por el «Central Park» de
New York, contemplando un dibujo y unas inscripciones con tiza sobre una hermosa
escalera de mármol.
No nos equivocaremos al suponer que esta represión de los términos obscenos se produce
en una época en que el lenguaje, y especialmente el vocabulario sexual tan cargado de
afecto, se caracteriza aun por una fuerte tendencia a la regresión y por una mímica de
representación muy animada. No parece probable que el material verbal rechazado se
mantenga tras el período de latencia, es decir, la desviación de la atención, en esta etapa
primitiva del desarrollo, mientras que el resto del vocabulario, gracias a la práctica y al
entrenamiento continuo, queda despojado progresivamente de su carácter alucinatorio y
motor; será por ello más propio, económicamente hablando, de las actividades mentales de
nivel superior.
Ofreceré un tercer ejemplo del efecto de inhibición aislado del período de latencia sobre el
desarrollo: el «complejo de senos grandes» que puede llegar a ser patológico en algunos
casos: la insatisfacción de muchos hombres ante las dimensiones de la mayoría de los
pechos femeninos. En un paciente, cuyo apetito sexual lo despertaban los senos
extraordinariamente desarrollados, el análisis descubrió que en su infancia había
manifestado un gran interés por el amamantamiento de los bebés y acariciaba el secreto
deseo de ser invitado a mamar con ellos. Durante el período de latencia desaparecieron de
su consciencia, pero cuando volvió a interesarse por el otro sexo, sus deseos quedaron
centrados por el complejo de senos grandes. La representación de los senos no se había
desarrollado en el intervalo, pero la impresión causada por sus dimensiones en el niño de
antaño se había grabado en él de forma indeleble. De este modo sólo deseaba mujeres
cuyos senos correspondieran a la antigua relación entre su propia pequeñez y el tamaño de
la mujer. Los senos femeninos se habían hecho relativamente más pequeños en el
intervalo, pero la representación del pecho femenino que tenía fijada conservaba las
dimensiones antiguas.
Estos ejemplos, que sería fácil multiplicar, apoyan la hipótesis de que la fase de latencia
provoca de hecho una inhibición aislada del desarrollo de determinados complejos
rechazados, lo que hace bastante verosímil la intervención de un proceso idéntico en el
desarrollo de las representaciones verbales que pasan al estado de latencia. Peto además
de esta deducción por analogía, recordaré el hecho, ya demostrado por la psicología
experimental, de que los niños pequeños presentan un tipo de reacción esencialmente
«visual» y «motor». Supongo que la pérdida de este carácter visual y motor no se produce
progresivamente, sino por etapas, y que la aparición del período de latencia representa una
de estas etapas, tal vez la más importante de ellas.
De momento no podemos decir gran cosa sobre las representaciones verbales obscenas
rechazadas durante el período de latencia. Por lo que sé mediante el autoanálisis y el
análisis de sujetos no neuróticos, creo poder deducir que normalmente la latencia de estas
representaciones, sobre todo en el hombre, no es absoluta. La inversión de signo de los
afectos operada vigila, ciertamente, para que la atención se desvíe de estas imágenes
verbales desagradables lo más posible, pero el olvido total, el paso al inconsciente, no
existe prácticamente en el sujeto normal. La vida diaria, los contactos con los inferiores y
los criados, las inscripciones obscenas en los baños y lugares de esparcimiento, hacen que
esta latencia sea “rota” muy a menudo y se reanime el recuerdo de todo lo olvidado aunque
con un signo inverso. De cualquier forma tales recuerdos reciben poca atención durante
algunos años, y cuando reaparecen al llegar la pubertad están marcados por un carácter
vergonzoso, y hasta insólito, a causa de su plasticidad y de la vivacidad espontánea que
conservan durante toda la vida.
Sin embargo, en el sujeto normal como en el neurótico una violenta impresión puede hacer
resurgir estas palabras medio sepultadas. Entonces, como los dioses y diosas del Olimpo,
degradados al rango de diablos y brujas tras el gran ímpetu de rechazo del cristianismo, las
palabras que antes nombraban los objetos queridos del placer infantil vuelven en forma de
juramentos y maldiciones y, cosa curiosa, asociados a menudo a la idea de los padres, de
los santos y de Dios (blasfemias): Estas interjecciones que estallan en la violenta cólera,
pero que a menudo derivan en bromas, no pertenecen de ningún modo, como Kleinpaul
señala, a la comunicación consciente, pero representan reacciones a la excitación
estrechamente emparentadas con los gestos. En todo caso es digno de señalar que
cuando la descarga motriz de un afecto impetuoso se evita a duras penas transformándola
en imprecaciones, el afecto recurre involuntariamente a los términos obscenos,
particularmente adaptados al objetivo, debido a su riqueza y a su potencia motriz.
Son especialmente trágicos los casos en que las palabras obscenas irrumpen súbitamente
en la consciencia virtuosa y pura de un neurótico. Esto sólo es posible en forma de
representaciones obsesivas, pues tales palabras son tan extrañas a la vida afectiva
consciente del psiconeurótico que no puede interpretarlas más que como ideas patológicas,
absurdas, desprovistas de sentido, “cuerpos extraños”, pero no las reconoce en ningún
caso como elementos propios de su vocabulario. Si no estuviéramos preparados por todo lo
que precede, nos enfrentaríamos como a un enigma insoluble, al hecho de que las
representaciones obsesivas de palabras obscenas, en particular los términos vulgares para
los excrementos y los órganos excretores más despreciados, aparecerían a menudo en los
neuróticos masculinos tras la muerte de su padre; y precisamente en hombres que amaban
y respetaban a su padre hasta la idolatría. El análisis muestra entonces que, en caso de
muerte, al lado del atroz dolor por la pérdida, se manifiesta también el triunfo consciente de
ser liberado de toda opresión; el desprecio del “tirano” ya inofensivo se expresa en los
términos más prohibidos al niño de antaño. He observado un caso semejante en una joven
cuya hermana mayor había contraído una grave enfermedad.
La etnografía podría aportar una sólida confirmación a mi hipótesis afirmando que los
términos obscenos han permanecido “infantiles” a consecuencia de una inhibición del
desarrollo, y por ello conservan un carácter motriz y regresivo anormal. Desgraciadamente
carezco de experiencia en este campo. Lo que sé de la vida del pueblo humilde, y sobre
todo de los gitanos, parece indicar que los términos obscenos están cargados de placer
entre los seres sin cultura, y difieren menos de lo que parece del vocabulario usual de los
individuos educados.
Aunque una observación más detenida pueda afianzar o invalidar la hipótesis del carácter
específicamente infantil de las representaciones verbales obscenas y de los caracteres
“primitivos” que resultan de una perturbación del desarrollo, creo al menos poder afirmar,
tras lo dicho, que estas representaciones con fuerte carga afectiva merecen que se les
reconozca una significación hasta ahora olvidada. en la vida mental.
Próximo escrito
Anatole France, psicoanalista
Sandor Ferenczi / Anatole France, psicoanalista
Ibsen y Anatole France han alcanzado, mediante la inspiración, los fundamentos de nuestra
vida psíquica que el análisis sólo ha descubierto más tarde. En sus relatos, A. France
atribuye a sus héroes sus propias observaciones psicológicas. Éstas se hallan dispersas a
lo largo de sus obras, en los discursos llenos de unción del abate Coignard dispuesto
siempre a comprender y perdonar, en las reflexiones penetrantes de Monsieur Bergeret y
en otros lugares. Merece la pena reunir estas ideas.
Sólo en una ocasión expresa directamente el gran escritor francés su posición sobre los
problemas psiquiátricos: en su artículo “Los locos en la literatura” publicado en Le Temps
en 1887. Voy a reproducir algunos párrafos característicos del artículo y creo que quien
esté familiarizado con la lectura analítica podrá traducir sin dificultad al lenguaje
psicoanalítico las opiniones de France y constatar hasta qué punto coinciden su concepción
y la nuestra respecto a la naturaleza de las psicosis funcionales.
“Un francés que viajaba a Londres fue un día a visitar al gran Charles Dickens. Fue recibido
por él y pidió excusas por hacer perder algunos minutos a un ser tan valioso.
“-Vuestra gloria, añadió, y la simpatía universal que inspiráis os exponen, sin duda, a
numerosas molestias. Vuestra casa está asediada de continuo. Tenéis que recibir
diariamente a príncipes, hombres de Estado, sabios, escritores e incluso locos.
“-Si!, locos, locos, gritó Dickens levantándose con la agitación que acostumbraba en sus
últimos años, ¡locos! Son los únicos que me divierten.
“Charles Dickens quería mucho a los locos, y se complacía en describir con ternura la
inocencia del bueno de M. Dick. Todo el mundo conoce a M. Dick y casi todo el mundo ha
leído David Coppeefield; al menos en Francia, pues está de moda en Inglaterra
menospreciar al mejor de sus narradores. Un joven artista me ha confiado incluso que
Dornbey and Son no era legible más que en las traducciones. También me ha dicho que
lord Byron era un poeta bastante vulgar, algo así como nuestro Ronsard. No lo creo. Pienso
que Byron es uno de los más grandes poetas del siglo, y creo que Dickens ejercitó más que
ningún escritor la facultad de sentir; creo que sus novelas son tan hermosas como el amor
o la piedad que las inspiran. Considero que David Copperfleld es un nuevo evangelio, creo
por último que M. Dick, del único de quien aquí trato, es un loco de buena voluntad, puesto
que la única razón que le queda es la razón del corazón y éste no se equivoca apenas. No
importa que lance ciervos voladores sobre los que escribe increíbles sueños relativos a la
muerte de Carlos I. Es bueno; no desea mal a nadie, y esto es una sabiduría a la que
muchos hombres razonables no alcanzan. Es una suerte para M. Dick el haber nacido en
Inglaterra. La libertad individual es allí mayor que en Francia. La originalidad es mejor
apreciada y más respetada que entre nosotros. ¿Y qué es la locura, después de todo, sino
una especie de originalidad mental? Digo la locura y no la demencia. La demencia es una
pérdida de las facultades intelectuales. La locura no es más que un uso extravagante y
singular de esta facultad.”
Esta luminosa definición de France es mucho más acertada que la mayoría de las
propuestas por los psiquiatras profesionales, que han pretendido explicar mediante la
anatomía las neurosis y psicosis claramente funcionales y colocarles, en la medida de lo
posible, la etiqueta de demencia.
“Tuve muchas veces la suerte de verle y escucharle: hablaba de cualquier tema con gran
conocimiento e inteligencia. Era un sabio, impuesto en todo lo que hace conocer el mundo
y los hombres. Sobre todo tenía en la cabeza un rico repertorio de viajes y era inigualable
contando el naufragio de La Medusa o cualquier aventura de marinos en Oceanía.
“Sería imperdonable olvidar que era un excelente humanista porque me dio gratuitamente
bastantes lecciones de griego y de latín que me sirvieron de mucho. Su servicialidad la
ejercía por doquier. Le vi interrumpir los complicados cálculos que un astrónomo le había
encargado para cortar leña y ayudar así a una anciana sirvienta. Su memoria era fiel;
recordaba todos los acontecimientos de su vida, excepto el que le había trastornado. La
muerte de su hijo parecía haber escapado de su memoria; al menos nunca se le oía
pronunciar una sola palabra que pudiera hacer creer que recordaba su terrible desgracia.
Tenía un humor estable, casi alegre, y a menudo descansaba su espíritu en imágenes
dulces, afectuosas y placenteras. Buscaba la compañía de los jóvenes. Su espíritu había
adquirido un tono pedagógico muy pronunciado al frecuentarlos. (...). Pero apenas atendía,
debo decirlo al pensamiento de sus jóvenes amigos; seguía el suyo de una manera
obstinada que nadie podía romper.”
«Tras haberse vestido durante veinte años en invierno y en verano con un gabán de tela de
colchón, apareció un día con una vestimenta de pequeños cuadros que no era ridícula. Su
humor había variado igual que su aspecto, pero hacía falta que tal cambio hubiera sido
también positivo. El pobre hombre estaba triste, silencioso, taciturno. Algunas palabras que
se le escaparon, apenas inteligibles, dejaban traslucir la inquietud y el espanto. Su rostro,
hasta entonces encendido, presentaba grandes ojeras. Rechazaba el alimento. Un día
habló del hijo que había perdido. A la mañana siguiente lo encontraron ahorcado en su
cuarto».
La muerte del hombre del gabán colchonero -probablemente producto tan sólo de la
imaginación poética- recuerda los casos de demencia en los que a consecuencia de una
enfermedad orgánica grave o incluso sin causa aparente se manifiestan cambios bruscos
en el cuadro clínico. El Dr. Riklin, que ha asistido a muchos partos de mujeres dementes en
la clínica psiquiátrica de Zurich, me ha dicho haber observado que el choque producido por
el parto volvía temporalmente dóciles, calmosas y sensatas a las enfermas mas agitadas.
«...no puedo evitar sentir verdadera simpatía por los locos que no hacen el mal en demasía.
Porque no hacerlo en absoluto es muy difícil para los hombres, sean locos o cuerdos».
«No hay que aborrecer a los locos. ¿Acaso no son nuestros semejantes? ¿Quién puede
jactarse de no ser algo loco? Acabo de buscar en el Diccionario de Littré y Robin la
definición de locura, y no la he encontrado; al menos la que he leído era casi
incomprensible. Lo esperaba un poco, pues la locura, cuando no está caracterizada por
alguna lesión anatómica, es casi indefinible. Decimos que un hombre está loco cuando no
piensa como nosotros y eso es todo. Filosóficamente, las ideas de los locos son tan
legítimas como las nuestras. Representan el mundo exterior según las impresiones que
reciben. Es lo mismo que hacemos nosotros, que pasamos por sensatos. El mundo se
refleja en ellos de una forma diferente a la nuestra. Pretendemos que la imagen que
recibimos es la verdadera y la de ellos la falsa. En realidad, ninguna es absolutamente
verdadera o falsa. La suya es verdadera para ellos; la nuestra para nosotros».
Después France narra una fábula en la que disputan un espejo plano y otro convexo, cada
uno de los cuales pretende ser el que refleja la imagen verdadera. Y termina con esta
advertencia:
En estas palabras de France, aunque sea de forma exagerada, hallamos nuestra propia
convicción de que los síntomas de las enfermedades mentales funcionales sólo difieren de
los fenómenos mentales del hombre sano por su cantidad.
«Los médicos psicópatas -prosigue France- creen que un hombre está loco cuando oye lo
que los demás no oyen y ve lo que los demás no ven, sin embargo, Sócrates consultaba a
su espíritu y Juana de Arco oía voces. Pero, además, ¿no somos todos nosotros visionarios
y alucinados? ¿Sabemos acaso cualquier cosa del mundo exterior y percibimos durante
toda nuestra vida algo que no sean las vibraciones luminosas o sonoras de nuestros
nervios sensitivos?»
De momento, nosotros los psicoanalistas no vamos a seguir más al autor en sus reflexiones
filosóficas. Tenemos que trabajar mucho todavía para reunir y depurar los datos de la
clínica psicológica.
En otro párrafo del artículo Los locos en la literatura vamos a ver lo bien que France se
identifica con el delirio de un paranoico. Se trata de un cuento muy conocido de Guy de
Maupassant, «príncipe de los cuentistas» Le Horla. En esta narración un hombre es
atormentado por un demonio invisible, por un vampiro, que le roba el sueño y le roba la
leche que tiene en su mesilla de noche. France añade: “no hay nada mas terrible que
sentirse perseguido por un enemigo invisible. Pero, ¿digo todo lo que pienso? Para ser un
loco este hombre carece de sutileza. En su lugar yo dejaría al vampiro hartarse de leche a
placer y me diría: esto va bien; a fuerza de absorber el líquido alcalino este animal no
dejará de asimilar algunos elementos opacos, y se hará visible (...). Si os parece, no me
detendría en la leche: trataría de hacerle beber grana, para colorearlo de rojo de pies a
cabeza”.
Esta proposición humorística no corresponde del todo al espíritu del Horla, donde el poeta,
que tuvo un fin tan trágico, no expresa los pensamientos de un paranoico sino, a decir de
sus biógrafos, los síntomas de su propia parálisis que comenzaba por pesadillas.
No puedo resistir el deseo de reproducir aquí un extracto de otra obra de France, que
propone una explicación psicoanalítica a un desorden mental de ningún modo raro.
Este pasaje es un extracto del artículo titulado El manuscrito de un médico de aldea, que
apareció en la colección El estuche de nácar (París, Calmann-Lévy, editores, p. 161),
donde el médico rural medita sobre la compasión con mucha profundidad. France nos lo
presenta como un anciano doctor que, rodeado de campesinos rudos, ha perdido poco a
poco todo sentimiento de compasión hacia sus enfermos. Se ha quedado soltero y todo el
tiempo que le deja libre el ejercicio de la medicina lo dedica a su magnífica viña. Una
mañana, cuando justamente se hallaba en ella, fue llamado junto al pequeño Eloy, hijo del
granjero vecino, que había despertado su atención por sus extraordinarias dotes y cuyo
desarrollo intelectual había observado con admiración.
«Experimenté un fenómeno nuevo por completo. Aunque conservaba toda mi sangre fría,
contemplé al enfermo como a través de un velo y tan lejano a mí que me parecía
pequeñísimo. Esta perturbación en la idea del espacio fue seguida a continuación por una
similar en la idea del tiempo. Aunque mi visita no duró más que cinco minutos, creí que
estaba desde hacía mucho tiempo en aquella sala, ante el blanco lecho, y que los meses y
los años transcurrían sin que yo hiciera ningún movimiento.
»Mediante un esfuerzo intelectual que me resulta fácil, analicé sobre el terreno estas
impresiones tan singulares y, enseguida comprendí su causa. Era muy simple. Quería a
Eloy. Al verlo enfermo tan inesperada y gravemente “no salía de mi asombro". Esta es la
expresión popular, pero es la justa. Los momentos crueles nos parecen larguísimos. Por
ello tuve la impresión de que los cinco o seis minutos pasados junto a Eloy tenían algo de
eternidad. Respecto a la visión del niño tan lejano a mí provenía del temor a perderle. Esta
idea, fijada en mí sin mi consentimiento, había adquirido el carácter de absoluta
certidumbre desde el primer momento».
Un psicoanálisis metódico no habría dado de este fenómeno una explicación muy diferente.
France parece saber que los fenómenos psíquicos inexplicables se hacen explicables
cuando mediante la reflexión se intentan buscar los móviles hasta entonces inconscientes.
Nosotros diríamos que este médico que por entonces creía haber perdido toda compasión,
trataba de rechazar de su conciencia la debilidad que suponía haberse enternecido, aunque
fuera ante el lecho del pequeño, pero no había podido impedir que el afecto rechazado se
manifestara en forma de perturbaciones espaciotemporales.
Los ejemplos citados demuestran que Anatole France ha realizado un trabajo de analista,
independientemente de cualquier conocimiento profesional y en la misma dirección que
seguimos nosotros con ayuda de los métodos elaborados por el análisis de Freud. Siempre
tiene en cuenta en sus obras los factores psíquicos inconscientes infantiles y sexuales,
hasta el punto de que podemos considerarle como uno de los precursores más importantes
de la psicología analítica.
-M. Bergeret, bajo los olmos del Paseo, encuentra un garabato sobre un banco, uno de
esos dibujos con tiza con los que los niños expresan sus primeros hallazgos sexuales.
Bergeret se sumerge en profundas reflexiones sobre la comunicabilidad instintiva de los
niños, que ya había impulsado a Fidias a grabar el nombre de su amada en el dedo gordo
del Zeus del Olimpo.
“Y sin embargo, piensa M. Bergeret, el disimulo es la primera virtud del hombre civilizado y
la piedra angular de la sociedad. Nos es tan necesario ocultar nuestros pensamientos como
llevar vestidos. Un hombre que dice todo lo que piensa y como lo piensa es tan
inconcebible en una sociedad como un hombre que anduviera desnudo por completo. Si,
por ejemplo, yo expresara en la librería Paillot, donde la conversación es bastante libre, las
imaginaciones que se me ocurren, las ideas que se me pasan por la mente: cómo entran
por la chimenea una bandada de brujas a caballo sobre sus escobas, si describiera la
representación que a menudo tengo de Madame de Gromance , las actitudes
incongruentes que le atribuyo, la visión que me da, más absurda, más extravagante, más
quimérica, más extraña, más monstruosa, más pervertida y desviada de las buenas
costumbres, mil veces más maliciosa y deshonesta que la famosa figura tallada en la
fachada Norte de Saint-Exupére, en la escena del Juicio Final, por un artista prodigioso que
inclinado sobre un respiradero del infierno había visto la Lujuria en persona; si yo mostrara
exactamente las particularidades de mis ensueños, se me creería víctima de una manía
odiosa; y, sin embargo, sé perfectamente que soy hombre galante inclinado por naturaleza
a los pensamientos honestos, instruido por la vida y la meditación en guardar la modestia y
la compostura, dedicado por completo a los placeres intelectuales, enemigo de cualquier
exceso y detestando el vicio como una deformidad”.
Próximo escrito
Un caso de paranoia desencadenado por una excitación de la zona anal
Sandor Ferenczi / Un caso de paranoia desencadenado por una excitación de
la zona anal
Pregunté al enfermo sobre sus relaciones conyugales (pues sé que los celos no son
únicamente atributo de las demencias alcohólicas). El enfermo y su mujer me respondieron
conjuntamente que todo iba bien; se querían y tenían muchos niños, aunque a partir de su
enfermedad el hombre carecía de actividad sexual, pero sólo porque tenía otras
preocupaciones.
El enfermo, que hasta entonces había escuchado todo con calma, confirmándolo y
aprobándolo en ocasiones, se agitó de repente; pidió explicarse, y acabó diciendo que su
mujer me había dicho todo esto a escondidas porque de otra manera no hubiera podido
adivinarlo todo tan exactamente.
Sin ambages pregunté al enfermo si había hecho cosas prohibidas durante su infancia. Mi
pregunta le sorprendió bastante. Dudó mucho tiempo antes de responderme y después
muy turbado, me contó que a los cinco o seis años se dedicó a un juego extraño con un
camarada, Precisamente el mismo que ahora era su enemigo encarnizado. Su camarada le
había propuesto jugar al gallo y a la gallina. Él había aceptado y desempeñaba siempre el
papel pasivo: era la “gallina”. Su camarada le introducía por el ano el pene erecto o un
dedo; otras veces introducía cerezas, y, después, las retiraba con su dedo. Practicaron este
juego hasta los diez u once años. Pero terminó desde que comprendió que era algo inmoral
y repugnante; en adelante no había vuelto a pensar en ello. Me aseguró, con insistencia
que sentía gran desprecio hacia todos esos horrores.
Este recuerdo muestra una fijación homosexual muy intensa y prolongada en nuestro
enfermo, rechazada enérgicamente y sublimada particularmente a continuación. La brutal
intervención quirúrgica sobre la zona erógena anal debía haber creado las condiciones
favorables para que despertara el deseo de repetir el juego homosexual infantil siempre
vivo en el inconsciente. Pero lo que anteriormente no fue sino un juego de niños, se había
reforzado desde entonces hasta convertirse en el instinto impetuoso y amenazador de un
hombre adulto y vigoroso. ¿,Es sorprendente que el enfermo intentara defenderse contra la
localización anormal (perversa) de tan grandes cantidades de libido, tratando primero de
transformarla en parestesia y angustia y, después, de proyectarla al mundo exterior en
forma de construcción delirante? La parestesia que precedió al estallido de la manía
persecutoria (la «ascensión» de la fístula anal al estómago) se apoyaba sobre la misma
fantasía inconsciente homosexual pasiva que había propiciado la organización delirante. No
es de extrañar que el enfermo intentara resolver así su sexualidad de modo parafrénico es
decir, desviándose por completo del hombre para volver al autoerotismo anal; su delirio de
persecución corresponde al «retorno del afecto rechazado»: un despertar de su amor a los
hombres, sublimado durante mucho tiempo y luego completamente rechazado. El «gallo
que cantaba» en su patio, con su lugar privilegiado en el sistema delirante del enfermo,
representaba también sin duda su enemigo más encarnizado, el camarada de sus juegos
infantiles en los que él hacía de gallina.
Próximo escrito
La psicología del chiste y de lo cómico
El interés que los médicos conceden al chiste y a lo cómico no data de ayer. Los médicos
antiguos, cuyas enseñanzas se han mantenido durante un milenio, recomendaban muy
seriamente hacer reirá los enfermos para estimular las contracciones del diafragma y
favorecer así la digestión. Sin embargo, no tengo el propósito en esta conferencia de iniciar
a mis oyentes en los medios y técnicas de la diversión. Por el contrario, trato
deliberadamente de destruir el efecto ejercido por el chiste y lo cómico sobre el oyente
ingenuo. Desempeño el papel de un personaje típico del Borsszem Jankò, la graciosa
caricatura del profesor Tömb, que, en lugar de permitir a sus alumnos degustar las obras
poéticas en toda su originalidad, las narraba a trozos, destruyendo su belleza con sus
análisis filológicos y estéticos. Este programa les permitirá saber por anticipado que hoy no
habla por mi boca el médico solícito y dispensador de cuidados, sino el psicólogo. Deseo
presentarles una obra del profesor Freud que trata del chiste.
Como toda caricatura, la del profesor Tömb contiene también un fondo serio. Lo que este
filósofo realiza involuntariamente, o sea, hacer odioso con sus análisis lo que era bello,
cubriéndose así de ridículo, el profesor Freud lo hace deliberadamente y saca de ello un
prodigioso material psicológico. Antes de Freud, muchos autores se han interesado por el
problema del humor, muchos han contribuido de forma importante a la psicología del placer
mediante el humor, pero se han contentado siempre con una visión unilateral del problema
creyendo haber tratado su conjunto. La obra de Freud, por el contrario, abarca toda la
complejidad y la profundidad de los problemas implicados, de manera que podemos
considerar al gran maestro de la ciencia y de la terapéutica psicológicas como un pionero
en el campo de la estética.
El método que ha elegido para analizar el humor es por sí mismo un detalle genial:
podríamos llamarlo, aludiendo a lo que precede, “el método del profesor Tömb”. Freud ha
pensado que si queremos descubrir lo que suscita el buen humor y estimula la risa en el
chiste, debemos ante todo establecer si es el contenido o la forma, la idea o el modo de
expresión, o ambas a la vez, los que encierran ese factor hasta el presente indeterminado
que incita al oyente a excitar sus músculos hilarantes con una fuerza tan irresistible. Ha
tratado, pues, de determinar si todas las gracias, incluso las mejores, pueden ser
«saboteadas», es decir, presentadas de una forma que las despoje de toda calidad cómica,
aun reproduciendo fiel y completamente su contenido. Si ocurre esto, resulta evidente que
no es el contenido sino la forma o, como dice Freud, la técnica, la que caracteriza al chiste.
Freud concluye sorprendentemente que, con ayuda de estos procedimientos que llama
«reducción del chiste», cualquier gracia puede ser despojada de sus cualidades cómicas;
en otros términos, ningún chiste es lo suficientemente bueno para que una técnica
adecuada no pueda acabar con él.
Veamos cómo Freud hace una demostración sobre una obra de teatro muy conocida. Es
uno de los «Cuadros de viaje» de Heine, «Bäder von Lucca», figura un cierto distribuidor de
lotería y callista de Hamburgo llamado Hirsch-Hyacinthe, que desea brillar ante el poeta por
su parentesco con el rico barón Rothschild evocando la altivez de este último; al final
concluye: «y tan cierto como que Dios me ve, estoy sentado al lado de Salomón Rothschild
y me trata como a un verdadero pariente, como a un famillonario». Si Hirsch-Hyacinthe
hubiera dicho «Rothschild me ha tratado como a un pariente, familiarmente, aunque él sea
millonario», el efecto cómico habría sido nulo. Tal efecto resulta exclusivamente de la
condensación de la contracción de ambas palabras. Para visualizar la cuestión, escribamos
una palabra debajo de otra, como dos números a sumar. y hagamos la suma de modo que
cada sílaba sólo figure una vez en el resultado:
familiar
millonario
famillonario
Para distinguir un «buen» chiste de uno «malo», les pondré un ejemplo de la segunda
especie. En un periódico infantil que vi por casualidad, leí la siguiente historia: existe un
país extraño en el que viven toda clase de animales extravagantes: los canarrinocerontes
vuelan por el aíre, un conejopato agita sus alas, etc.: y tenemos suerte de que no hay un
tigriz por los campos. Esta condensación de palabras une nociones muy alejadas entre sí,
pero bajo la asociación superficial, no las aproxima en ningún sentido profundo; tal
ensamblaje puede pasar por una astucia y hará sonreír. pero es poca cosa para ser un
chiste.
Sin embargo, lo que importa es que incluso una tal condensación de palabras
exclusivamente fundada sobre la acústica y sin ninguna relación significativa puede hacer
sonreír. Es la prueba evidente de que el efecto hilarante de los juegos de palabras resulta
de un momento de abandono en el que economizando provisionalmente un serio esfuerzo
lógico «jugamos» con las palabras como acostumbrábamos a hacerlo en la infancia. Sin
embargo, la censura lógica se moviliza rápidamente contra estas gracias sin contenido
profundo de manera que no suscitan ese buen humor a menudo explosivo que provoca un
buen chiste. La censura no autoriza el buen humor más que en el caso de que el autor de
la palabra logre disimular una relación intelectual más sutil bajo la relación acústica
superficial. El contenido intelectual consigue corromper a los más celosos vigilantes del
proceso del pensamiento lógico, y mientras roen el hueso intelectual que se les ha arrojado,
el niño escondido en nuestro inconsciente explota ampliamente la situación y nos reímos de
buena gana de habérsela «jugado», en toda la amplitud del término, a la lógica, ese censor
que pesa tanto sobre nuestro humor.
Aquellos de ustedes que ya han oído hablar del análisis psicológico del sueño, se
sorprenderán de la gran analogía existente entre el trabajo del sueño y el del humorista. En
el sueño, como en el chiste, el hecho consciente, es decir, el contenido consciente del
sueño o el texto del chiste, no adquieren su sentido ni permiten la interpretación si no
hallamos el contenido latente del sueño o el sentido oculto del chiste. El móvil del sueño y
del chiste tiene raíces infantiles; en consecuencia, tanto nuestras fantasías nocturnas como
la creación de un chiste y el placer de oírlo, no obedecen a un orden lógico riguroso, sino a
las asociaciones de ideas más superficiales. La experiencia de los análisis de los sueños
nos enseña que este carácter superficial de las asociaciones es más intenso en el sueño
que en el chiste que se elabora en estado y vigilia; sin embargo, ocurre que el sueño lleva a
cabo asociaciones y condensaciones de palabras que podían pasar fácilmente por chistes.
En uno de mis propios sueños, por ejemplo, figuraba la palabra «hippolitaine», que a
primera vista puede parecer un conjunto de sílabas desprovistas de sentido. El análisis me
permitió reconocer allí una condensación de las palabras Hyppotite Taiae, hipopótamo y
metropolitano, respondiendo así perfectamente a la técnica de los juegos de palabras por
condensación.
Cuando Freud publicó su Ciencia de los sueños y el método de libre asociación que se
aplica allí sistemáticamente, tuvo la sorpresa de ver a muchas personalidades científicas,
algunas de gran valor, reaccionar con sonrisas piadosas; los más cortos se reían
abiertamente de él. Presentaban exactamente el comportamiento de esos neuróticos que
se defienden con la risa de las verdades desagradables puestas al descubierto por la
interpretación de un sueño.
La mayoría de las personas que desearían fueran acogidos con agrado sus conocimientos
pacientemente reunidos durante décadas, reaccionarían llamando severamente al orden a
los que se burlaran, desvelando sin piedad su ignorancia y su inconsciencia; en una
palabra, rebatiéndolos enérgicamente. Pero no así Freud. Este estallido de risa general le
pareció un fenómeno psíquico digno de ser analizado científicamente; no cejó en su
empeño hasta establecer que si los ignorantes son propensos a reírse de la mayoría de los
sueños y de sus interpretaciones, es porque el sueño y el chiste tienen el mismo origen
psíquico -la capa inconsciente de los impulsos infantiles rechazados- y los mismos
mecanismos y medios psicotécnicos.
Utilizando una condensación humorística, podría decir que frente a la burla, Freud
reaccionó escribiendo el libro que arrojó seguidamente sobre sus ridiculizadores.
No puedo extenderme sobre todas las variedades de juegos de palabras. Quien lea el libro
de Freud, y lo recomiendo a todos quienes deseen informarse mejor sobre el problema
siempre que sepan apreciar la perfección formal de una obra científica magistralmente
elaborada, podrá convencerse de que todas las variedades de chistes llamados juegos de
palabras, es decir, el humor que se apoya en el «doble empleo de un mismo material» o el
«sobreentendido», obedecen a las mismas leyes fundamentales que los juegos de palabras
por condensación antes mencionados. Todo suscita el buen humor mediante el juego
infantil con las palabras, mientras que el sentido que contienen las asociaciones de
palabras y las repeticiones absurdas sirve por una parte para desbaratar la censura, y por
otra para aumentar el efecto humorístico exagerando en primer lugar el esfuerzo de
asociación que, apenas iniciado, se hace superfluo, lo que permite su economización y la
descarga mediante la risa.
Como ejemplo citaré un único juego de palabras extraído de un número bastante antiguo
del «Borsszem Jankò», en el que intervienen a la vez «el doble empleo de un mismo
material» y «el doble sentido»: «Louis Olay rehusa saludar al ministro Erdélyi, pero declara
también que respeta su persona. En este respeto, nada de saludo».
El humor reside en la última frase. Si el autor hubiera expresado la misma idea de manera
diferente, escribiendo, por ejemplo: «¿Cómo el pretendido respeto puede compaginarse
con la resistencia a saludar al ministro?», hubiera podido tratarse de un editorial o de un
suelto, pero no de un chiste. El efecto humorístico se debe al cambio de las palabras
respeto y saludo en la primera y última parte, repetición agradable en el chiste, igual que en
las buenas rimas, las aliteraciones, los refranes o los ritmos; se trata casi de una
supervivencia de nuestra pasión infantil por las repeticiones y el agradecimiento. Un efecto
doblemente humorístico de este juego de palabras proviene del doble sentido de la palabra
saludo. Acostumbramos a emplearla fundamentalmente en un único sentido: el de
salutación; pero cuando el autor de la broma escribe saludo en vez de salutación, aclara
bruscamente el parentesco de dos términos tan alejados por su sentido, economiza de este
modo un trabajo de asociación y suscita nuestra risa inmediata.
Sin embargo, el juego de palabras es sólo una forma de chiste, y no la más eficaz. Otros
tipos de humor provocan una risa más estrepitosa y proporcionan mayor placer; las
llamamos -en oposición a los juegos de palabras- palabras ingeniosas. Veamos, un
ejemplo: «Adolfo y Mauricio discuten violentamente, y luego se separan. Cuando Mauricio
llega a su casa, halla escrito sobre su puerta en grandes caracteres: "cerdo". Vuelve
rápidamente a casa de Adolfo y deja allí... su tarjeta de visita».
¿Qué es lo que nos hace reír en esta broma? ¿Por qué nos parece oportuna e inteligente?
Después de todo, puede parecer absurdo que el ofendido responda al insulto grosero con
un gesto de cortesía, la entrega de su tarjeta de visita. La respuesta natural y espontánea
de Mauricio hubiera sido la de ir a casa de Adolfo y escribir a su vez: «el cerdo eres tú». Sin
embargo, esto no habría sido un rasgo ingenioso, sino una réplica directa y grosera. La
cortesía absurda y fuera de lugar se convierte en chiste al interpretar Mauricio
intencionadamente mal el insulto pintado en su puerta, dando a entender que consideraba
la inscripción como la tarjeta de visita de Adolfo. Ello le ha permitido disfrazar su réplica con
un gesto de cortesía, es decir, expresar su verdadera intención hacia su contrario, de forma
que su proceder absurdo parezca plausible, mediante un malentendido no del todo
inverosímil. ¿Qué medios técnicos son exactamente éstos? Situaciones absurdas, errores
de interpretación, faltas de lógica y de todo tipo de juicios y deducciones características del
pensamiento infantil, fraudulentamente introducidos por un momento en el mundo
intelectual prudente y razonable de los adultos. Acrecienta todavía más el efecto de esta
broma el hecho de que la réplica directa, pensada en un principio y tan característica de las
peleas infantiles, se encuentre allí, aunque sea deformada. “Si tú emborronas mi puerta, yo
emborronaré la tuya”, dice para sí Mauricio, y actúa en consecuencia. Dicho esto, no
debería quedar nada de la chanza, una vez desvelados todos sus medios técnicos y
habiendo echado una ojeada entre bastidores, en cierto modo. Pero sin embargo
constatamos que, incluso contada de esta forma, la historieta suscita el buen humor,
mostrando que la broma no ha sido destrozada definitivamente, que oculta aun algo. Pero
este algo no es un chiste, ni la unión de lo absurdo y de lo sensato, sino solamente una
situación cómica. Consideramos cómica y risible la impotencia de Adolfo imposibilitado de
proseguir la pelea por el gesto cortés de una tarjeta de vista, a pesar de la intención
ofensiva que no podría dejar de percibir tras la cortesía, y si añadimos que toda esta larga
explicación no es más que el análisis de un solo gesto, la entrega de la tarjeta de visita, no
podemos dudar de que este chiste sea efectivamente un modelo de condensación. Todos
estos artificios son necesarios para llegar a suspender por un momento el funcionamiento
represivo del psiquismo humano predispuesto a la seriedad y adaptado a las realidades de
la vida, y para recrear de forma mágica la infancia alegre, simple y pronta a la risa.
Estas bromas por desplazamiento son los mejores chistes: una cuestión intencionalmente
malinterpretada, desviaciones sorpresivas por un camino imprevisto y la utilización de un
doble sentido. Exactamente de este modo es como el trabajo del sueño desplaza las
interioridades psíquicas de lo principal a lo accesorio. Los demás síntomas del chiste: la
representación por lo contrario o lo sobreentendido, las competencias y el rozamiento
mediante sofismas ejercen todos un efecto humorístico porque desvían momentáneamente
nuestro juicio, permitiéndonos economizar de este modo un esfuerzo de rechazo que ya
había sido desencadenado por la costumbre.
La tesis de Freud parece paradójica, pero, sin embargo, es verdadera: en el fondo nunca
sabemos lo que nos hace reír en un chiste; uno de los trucos esenciales del humorista
experimentado consiste en desviar la atención de los verdaderos motivos del efecto cómico.
Si analizamos los chistes llegamos a la extraña conclusión de que algunos de ellos no
brillan ni por su contenido intelectual ni por los medios técnicos utilizados y, sin embargo,
causan mucho efecto. Examinándolos de cerca, resulta que son siempre bromas con un
sustrato agresivo o sexual, y, a veces, escéptico o cínico. Las bromas de sustrato agresivo
o sexual nos parecen tanto más divertidas cuanto menos dejen prever su contenido
intelectual o su cualidad técnica.
Freud ha acertado al deducir que estas tendencias latentes en cada uno de nosotros,
cargadas intensamente de afectos, pero en su mayoría rechazadas en el inconsciente y de
las que nuestro pensamiento consciente se aparta con desagrado o incluso con
indignación, aprovechan la ocasión para manifestarse en su forma primitiva; dicho de otra
manera, van acompañadas de placer desde que con ocasión de un juego de palabras
infantil o de una falta de razonamiento, el rigor de la censura psíquica se relaja
momentáneamente. En los chistes con sobreentendido, la técnica humorística sólo
desempeña un papel de cebo, de condimento, siendo la principal satisfacción la suspensión
provisional de la censura ética. Este alivio del humor puede resultar tan intenso que algunas
bromas agresivas y sobre todo de contenido sexual pueden provocar el buen humor en una
reunión durante muchos minutos incluso con medios técnicos bastante deficientes.
Cuanto más bajo es el nivel cultural de la sociedad, más grosero debe ser el sustrato
agresivo o sexual para alcanzar su objetivo. Pero incluso en la sociedad refinada se
escuchan y se propalan con predilección chistes que no difieren en absoluto de las bromas
groseras del vulgo, si responden a determinadas exigencias estéticas, si los
sobreentendidos son sutiles y, sobre todo, si la broma consigue desorientar
momentáneamente a la censura por su apariencia intelectual y moral.
Incluso tras haber establecido estas verdades fundamentales del efecto humorístico, a la
vez revolucionarias y de una simplicidad inesperada, se queda uno sorprendido por la
exquisita sensibilidad y la penetración que Freud demuestra en el análisis del chiste como
fenómeno social. El humorista profesional, y esto puede confirrnarlo cualquier neurólogo, es
por lo general un ser de carácter desequilibrado, nervioso, que se defiende de sus propias
imperfecciones intelectuales y morales, de su propio infantilismo, desvelando su contenido
para él y para los demás bajo la forma de un disfraz humorístico. No hay que extrañarse de
que su propia broma no le haga reír, contentándose con sufrir el contagio del buen humor
de los demás. Pero tanto mayor es el placer del oyente a quien se ofrece todo como un
regalo.
Esta forma primitiva de las bromas agresivas de contenido sexual, muy extendida en las
capas inferiores de la sociedad, no se contenta con dos personas sino que necesita como
mínimo tres: una mujer, objeto de la agresión, y dos hombres, uno de los cuales
desempeña el papel de agresor y el otro el del público. Tratándose de agresión sexual, la
presencia del tercero, del público, debería representar un estorbo; y, en efecto, el objeto de
la broma consiste en desarmar, en sobornar al público, en hacerle cómplice incluso,
procurándole un placer gratuito y colocándolo, como se dice en Budapest, en primera fila.
En las sociedades más refinadas, la mujer no participa personalmente en este tipo de
diversiones, pero nunca está ausente mentalmente de ellas.
Cuando los miembros de una sociedad se agrupan según el sexo, siempre hay algún
hombre que lanza la última broma sexual, señalando el comienzo de una oleada
ininterrumpida de chistes equívocos. Y es curioso constatar que aquellos mismos cuyas
concepciones morales rígidas descartan con firmeza toda comprensión que les obligaría a
admitir que también ellos abrigan tendencias opuestas al humanismo o la ética, inventan,
escuchan y difunden con gran placer las bromas de contenido cruel o sexual, traicionando
para el iniciado -sin darse cuenta de ello- gran parte de su personalidad profunda,
desconocida posiblemente para ellos mismos.
El chiste desempeña un papel no sólo en los círculos reducidos, sino también en las
grandes reuniones. Todo orador, todo demagogo sazona a menudo su discurso; y no sólo
para provocar un placer estético; parece que confirman la verdad de que un argumento
débil convence más fácilmente al auditorio cuando se expone con gracia. Por el contrario,
no existe personalidad lo suficientemente honorable, ni tendencia política o científica lo
suficientemente digna de respeto, que no pueda ser desprestigiada mediante un buen
chiste. La muchedumbre sacrifica todo a sus placeres, hoy y hace dos mil años. ¡Panem et
circenses!
Los chistes más eficaces son aquellos con contenidos que suspenden momentáneamente
el rechazo moral de cada uno de nosotros. Pero estas bromas con sobreentendido, en las
que debido a un obstáculo exterior -por respeto a una persona presente-, por ejemplo, se
renuncia a la agresión directa, disimulándola en forma de chiste, tienen a menudo también
un poderoso efecto cómico. Citaré como ejemplo, siguiendo a Freud, la broma llamada del
«Serenísimo»: el soberano que pasa revista a una guarnición de provincias es advertido por
su ayuda de campo de la presencia de un soldado conocido por su gran parecido con el
soberano. El soberano, acercándose al soldado, le pregunta con intención irónica: «¿Sirvió
vuestra madre en la residencia de mi padre?». «Ella no, mi padre sí», responde el soldado.
Esta respuesta, inocente en apariencia, es la más cruel de las réplicas respecto al honor de
su madre, pero al mismo tiempo, y gracias a su aire inocente, salva al soldado de las
penosas consecuencias de un crimen de lesa majestad. Y nosotros los espectadores nos
regocijamos con ello, pues nos agrada ver a una autoridad escarnecida, y con tanto acierto
que no puede derivarse de ello ningún castigo.
Mientras que las bromas con sobreentendido exigen tres personajes, el autor del chiste, el
objeto de la burla y el público, la situación cómica se conforma con dos: el que presenta el
carácter cómico y el que lo percibe y se ríe. El chiste es fabricado por el hombre; después
de una idea, se produce en nuestra conciencia un momento de “vacío intelectual”; durante
este tiempo, la idea se introduce en el inconsciente y sólo emerge condensada,
desplazada, llena de errores y de asociaciones superficiales, en forma de chiste elaborado.
El taller psicológico donde se fabrica el chiste es, pues, el estrato de los funcionamientos
psíquicos inconscientes. Para conseguir el efecto cómico no es necesario esta inmersión; el
escenario de su origen es accesible a la conciencia, puede localizarse en este estrato
psíquico escapando parcialmente al punto focal de la atención, que Freud llama la capa
preconsciente.
Cuando oigo este tipo de cosas -suponiendo que esté seguro de que el niño no ha
disimulado voluntariamente sus pensamientos secretos en forma de broma-, es la
estupidez y la ignorancia del niño las que me hacen reír; con más exactitud, comparo mi
propia ciencia a la ignorancia del niño con el que por un instante me identifico. En
consecuencia, la tensión intelectual o la cantidad de energía sin la que no me puedo pasar
más que si, por un momento, «soy o vuelvo a ser niño», se hace inútil y puede descargarse
en risa. El notario de Peleske nos parece cómico porque imaginamos cuál sería nuestra
ignorancia pueril si también tomáramos los sucesos que se desarrollan en el teatro por la
realidad, y quisiéramos lanzarnos al escenario para arrancar a Desdémona de las manos
de Otelo. Son estas comparaciones las que dan su valor cómico al personaje demasiado
torpe, demasiado bruto, con una nariz muy grande, con una cabeza muy pequeña, con
automatismos motrices o mentales o demasiado distraído. En todos estos casos, comparo
mi estado real al que tendría si me colocara en lugar del personaje cómico, y esta
diferencia cuantitativa de trabajo intelectual superfluo la que se descarga en risa,
acompañada de una sensación placentera.
Entre el chiste y la comicidad voluntaria se sitúa la ironía, la manera más vil de hacer reír.
Es suficiente con decir siempre lo contrario de lo que se piensa, expresando al mismo
tiempo el verdadero pensamiento mediante la mímica, el gesto o la entonación. El hombre
irónico no dice «tienes mala suerte», sino «tienes buena suerte». Nunca dice «no creo que
puedas aprobar este examen», sino «ya veo que vas a aprobar este examen si no trabajas
más », etc.
El humor, otro medio de hacer reír, es más noble. Para hacernos captar su naturaleza,
Freud parte de la constatación de que no siempre somos capaces de reírnos de un chiste o
de un efecto cómico. Si tenemos preocupaciones, si estamos tristes, si el tema de la broma
nos afecta de cerca, el mejor chiste, la situación más cómica no conseguirá hacernos
desarrugar el ceño, que en todo caso nos producirá una risa «amarga». No ocurre lo mismo
con el hombre dotado de humor. Supera su propia amargura, sus dificultades, sus
emociones, y, economizando de este modo gran cantidad de «trabajo» afectivo, le queda
bastante para sonreír o reír cuando los demás se abandonarían a los afectos depresivos.
La cumbre del humor es el llamado humor negro o macabro; quien es capaz de él, ni
siquiera la proximidad de la muerte puede abatirle hasta el extremo de que no pueda reírse
de su situación. Sin embargo, «elevarnos» por encima de las cosas equivale a degradar,
rebajar y tachar de «chiquillada» cualquier obstáculo del camino; esta megalomanía es
idéntica a la del niño que intenta escapar a la penosa conciencia de su pequeñez mediante
fantasías de grandeza.
El autor del chiste juega con las palabras; de esa forma intenta que se acepten las
inconveniencias y las tonterías; el actor cómico se comporta como un niño torpe e
ignorante, y el humorista toma como modelo las fantasías de grandeza de los niños.
Dicho de otro modo, el chiste provoca el placer mediante la economía del trabajo de
rechazo, lo cómico mediante la economía del trabajo intelectual, y el humor mediante la
economía del trabajo afectivo; y los tres parecen sumergirnos por un instante en el mundo
ingenuo de la infancia, “el paraíso perdido”.
Próximo escrito
Sobre la historia del movimiento psicoanalítico
Sandor Ferenczi / Sobre la historia del movimiento psicoanalítico
Sobre la historia
del movimiento psicoanalítico
He hablado de crítica del método analítico, pero hubiera podido hablar de crítica de los
medios de combate; pues al igual que todos los innovadores y pioneros, nosotros no sólo
debemos trabajar sino también luchar por nuestra causa. Considerado en su conjunto y sin
prejuicios, el psicoanálisis aparece como una ciencia teórica, que intenta llenar las lagunas
de nuestro conocimiento sobre el determinismo de los procesos mentales. Sin embargo,
este problema puramente científico afecta tanto a las bases de la vida cotidiana, a
determinados dogmas familiares, intelectuales y religiosos intangibles en apariencia,
ocasiona tantos problemas en el círculo de los neurólogos, que serían los mas aptos para
criticar objetivamente nuestra actividad, que no nos podemos extrañar si, a guisa de hechos
y pruebas, nos asestan verdaderos porrazos.
De esta forma hemos sido arrastrados, muy a pesar nuestro, a un combate en el que las
musas callan, mientras que las pasiones humanas se desencadenan y en el que se
admiten algunas armas que no provienen del arsenal de la ciencia. Hemos sufrido la suerte
de los apóstoles de la paz eterna, obligados por su ideal a hacer la guerra.
La primera época, la que llamaríamos época heroica del psicoanálisis, está representada
por los diez años que Freud peleó solo contra todos y utilizando todos los medios. La
mayoría, ciertamente, adoptaron el eficaz método del silencio; pero otros usaron el
sarcasmo, el desprecio o la calumnia. Los amigos de antaño, e incluso, un antiguo
colaborador, le abandonaron y el mayor cumplido que se le hizo fue el de considerar a tan
gran talento víctima de tamaño error.
Al llegar aquí no podemos menos que expresar nuestra admiración por Freud, quien, sin
desear que se reconociera su dignidad, inquebrantable a pesar de tan furiosos ataques, y a
pesar de la decepción que le causaron sus amigos, continuó avanzando por el camino que
juzgaba acertado. Él podría decirse con el humor amargo de un Leónidas: al menos puedo
trabajar en paz, a la sombra de la ingratitud. Así, estos años le sirvieron para madurar ideas
imperecederas y para redactar obras inmortales. Realmente evitó derrochar su precioso
tiempo en polémicas. Nosotros mismos deberíamos seguir el ejemplo de Freud evitando la
polémica en la medida de lo posible.
Pero estos seres poderosos que lanzan su reprobación desde lo alto de su Olimpo, con un
orgullo irrisorio (y un conocimiento muy vago del tema), quedan contrariados por la
inoperancia de sus condenas: a pesar del “aniquilamiento” seguimos viviendo alegremente
y seguimos trabajando ajenos a su desprecio. Con el tiempo, el mundo científico cesará en
sus continuas recriminaciones que, por último, sufrirán la suerte de todos los ruidos
monótonos: escaparán a la atención de los espíritus activos. Evitar la polémica inútil es una
orden que nunca se repetirá lo suficiente en la lucha a favor del psicoanálisis.
La segunda época del psicoanálisis está marcada por la aparición de Jung, cuyo gran
mérito consiste en haber puesto las ideas de Freud, mediante el empleo de los métodos de
la psicología experimental, al alcance de quienes rechazaban hasta entonces los trabajos
psicológicos de Freud, a pesar de una sincera búsqueda de la verdad y en nombre de un
respeto estricto a la exactitud. Conozco muy bien esta situación porque, desgraciadamente,
la he vivido yo mismo, y he necesitado mucho tiempo para admitir que la exactitud en
psicología experimental es sólo un cebo, una formación sustitutiva (Ersatzbildung). para
ocultar la ausencia de contenido de esta ciencia. La psicología experimental es exacta, pero
no nos enseña nada, el psicoanálisis es inexacto, pero revela relaciones insospechadas y
descubre capas del psiquismo inaccesibles de otro modo.
Los nuevos investigadores siguieron a Jung hacia el territorio científico descubierto por
Freud, igual que los colonos siguieron las huellas de Américo hacia el continente
descubierto por Colón; igual que los primeros inmigrantes del nuevo continente, hemos
tenido que mantener hasta ahora una guerra de guerrillas. Sin dirección espiritual. sin
unidad táctica, hemos luchado cada uno sobre la porción de terreno conquistado. Cada
cual ha ocupado una parcela del inmenso territorio según ha creído conveniente, eligiendo
los modos de ataque. de defensa y de trabajo que le parecían mejor La ventaja de la guerra
de guerrillas era grande mientras se trató de ganar tiempo frente a un adversario muy
fuerte. y de impedir que las ideas recién nacidas quedaran sofocadas en su origen. La
libertad de movimiento, que no quedaba limitada por las consideraciones hacia los demás,
nos permitió adaptarnos a las condiciones locales, al nivel de conocimiento y de
comprensión hallado y a la fuerza de la resistencia. La ausencia de autoridad y de toda
disciplina protectora favoreció el desarrollo del amor propio, indispensable a cualquier
trabajo de vanguardia. Añadamos que en algunas capas sociales ha sido precisamente
este combate desorganizado, casi revolucionario, el que nos ha ganado las simpatías, de
este modo los temperamentos artistas, cuya comprensión intuitiva de los problemas que
nos ocupan y su aversión a todo lo escolástico les ha hecho ponerse de nuestra parte, han
contribuido en gran medida a propagar las ideas de Freud.
Esto sería más honrado y al mismo tiempo más práctico. Pues ya he precisado que el
control de estos afectos egoístas resulta favorecido por la vigilancia mutua. Los miembros
que hubieran recibido una formación psicoanalítica serían, pues, los más apropiados para
fundar una asociación que reuniera las ventajas de la organización familiar con un máximo
de libertad individual. Tal asociación debe ser una fórmula en la que el padre no detente
una autoridad dogmática, sino sólo la que le confieran su capacidad y sus actos; donde sus
declaraciones no sean ciegamente respetadas, como si se tratara de decretos divinos, sino
que se sometan, como todo lo demás, a una crítica minuciosa; donde él mismo acepte la
crítica sin susceptibilidad ridícula ni vanidad,. como un “pater familias”, un presidente de
asociación de nuestros días.
Los hermanos mayores y los pequeños tendrán que aceptar sin suspicacias ni
resentimientos pueriles el escuchar la verdad cara a cara por muy amarga y decepcionante
que sea. Ciertamente, debe comunicarse la verdad sin provocar sufrimientos inútiles: así se
sobreentiende en el estado actual de la civilización y en el segundo siglo de la anestesia.
Esta asociación -que naturalmente sólo alcanzaría el nivel ideal al cabo de bastante tiempo-
tendría grandes probabilidades de conseguir un reparto justo y eficaz del trabajo. En esta
atmósfera de franqueza mutua en que se reconoce la capacidad de cada uno y se elimina o
se domina la envidia, y en la que la susceptibilidad de los ilusos no se toma en
consideración, no será posible que un miembro dotado de un agudo sentido del detalle,
pero carente de la facultad de abstracción, se lance a una reforma teórica de la ciencia; es
posible que otro renuncie a plantear sus propias experiencias, quizá de gran valor. pero
absolutamente personales, como fundamento de toda la ciencia; un tercero admitirá que un
tono excesivamente apasionado en sus escritos hará aumentar la resistencia sin servir a la
causa, y un cuarto sujeto conseguirá mediante la libre discusión no rechazar de golpe todo
lo nuevo en nombre de su propio saber, concediendo un tiempo a la reflexión antes de
tomar partido. En conjunto, éstos son los diferentes tipos que se hallan de ordinario en las
asociaciones actuales, así corno ante nosotros; pero en una asociación psicoanalítica,
incluso si no se les puede eliminar, será sin embargo posible controlarlos con eficacia. Por
ello mismo la fase autoerótica actual de la vida de la asociación será reemplazada por la
fase más evolucionada del amor objetal, en la que la satisfacción ya no se buscará
mediante la excitación de las zonas erógenas psíquicas (vanidad, ambición), sino en los
objetos propios de nuestro estudio.
Estoy convencido de que una sociedad psicoanalítica que trabajara de esta forma crearía
condiciones internas favorables a su actividad y sería respetada en el exterior. Pues aún se
resiste fuertemente a las teorías de Freud en todos los niveles, aunque parezca que se
debilita progresivamente su negación. Si nos dedicamos al trabajo estéril y desagradable de
examinar los diferentes ataques dirigidos contra el psicoanálisis, constataremos que los
críticos que hace cinco años recurrían al silencio y a la maledicencia, comienzan hoy a
considerar que la “catarsis” según Breuer y Freud es una realidad y un método muy
ingenioso; rechazan naturalmente todo lo que ha sido descubierto y escrito tras la época de
la «abreacción». Algunos tienen el valor de admitir la existencia del inconsciente y su
investigación con el método analítico, pero les detiene la sexualidad; el decoro, al mismo
tiempo que una sabia prudencia, les impide seguirnos por este camino. Hay algunos que
aprueban las deducciones de Jung. pero a quienes el nombre de Freud espanta como si se
tratara del diablo en persona; olvidan por completo el absurdo lógico “filius ante patrem”
que esta posición implica. Algunos críticos reconocen el papel modélico de la sexualidad en
las neurosis, pero se resisten a ser clasificados en la escuela de Freud.
De todos modos, la forma más dañina y más despreciable de aprobar las teorías de Freud
consiste en redescubrirlas poniéndoles un nombre distinto. ¿Qué es la «neurosis de
espera», sino la neurosis de angustia de Freud con nombre diferente? ¿Y cómo podríamos
desconocer esos síntomas característicos de la histeria de angustia según Freud que un
colega astuto ha lanzado al mercado bajo el nombre de «frenocardia» haciéndolos pasar
por descubrimiento propio? ¿Y no resulta evidente que tras la palabra «análisis» algunos
han pretendido crear, por oposición, la noción de “psicosíntesis”? La imposibilidad de una
síntesis sin previo análisis se le ha escapado naturalmente a este autor.
Estos amigos representan para el psicoanálisis una amenaza mayor que sus enemigos. El
peligro que nos acecha en cierta manera es que nos pongamos de moda y que el número
de quienes se dicen analistas sin serlo crezca rápidamente.
No podemos sin embargo responsabilizarnos de todas las ineptitudes que se propalan bajo
el nombre del psicoanálisis; además del «Jahrbuch» necesitamos una asociación que
garantice en cierta medida la aplicación del método psicoanalítico según Freud y no
cualquier método preparado para uso personal. La asociación también debería vigilar la
piratería científica. Una selección rigurosa y prudente para admitir nuevos miembros
permitirá separar el trigo de la cizaña y eliminar a quienes no admiten abierta y
explícitamente las tesis fundamentales del psicoanálisis.
Una toma de posición así exige valor personal y la renuncia a las ambiciones académicas.
Sin embargo nos podremos consolar porque no necesitamos ayuda, sobre todo en el plano
financiero, como le ocurre a un servicio hospitalario. No necesitamos hospitales, ni
laboratorios, ni “material humano hospitalizado”; nuestro material es la gran masa de
neuróticos que, carentes de fe y esperanza en la ciencia médica, se dirigen a nosotros
La ayuda que podemos aportar a estos infortunados nos procurará más satisfacción que el
trabajo de mariposeo de la neuro- y de la psicoterapia no analíticas. Si comparamos el
estancamiento científico de la psicología y de la psiquiatría actuales, la esterilidad de las
investigaciones anatómicas de las últimas décadas, con el dinamismo y vitalidad de nuestro
trabajo cuya amplitud está a punto de superarnos, veremos enseguida que no tenemos
nada que envidiar a nuestros colegas clínicos, compensándonos ampliamente el valor
intrínseco de nuestra actividad de la posición y el poder que se nos rechaza. Padecemos un
verdadero «embarras de richesse» mientras que otros rivalizan por la primicia de
investigaciones insignificantes.
Son siempre las mismas objeciones de lógica, moral o terapéutica las que se plantean, con
una monotonía penosa, de manera que se las puede clasificar por categorías. Las de índole
lógica consideran todas nuestras afirmaciones imaginarias y extravagantes. Nos atribuyen
como propias la incoherencia y el absurdo que resultan de la neurosis y que son reveladas
por las asociaciones de ideas; olvidan que, si distribuyéramos notas, quienes se empeñan
en descifrar tales «absurdos» merecerían la calificación de «muy bien».
Algunos que critican cl valor terapéutico del análisis pretenden que éste sólo actúa por
sugestión. Supongamos, sin admitirlo, que sea así: no sería menos injusto rechazar en
principio una variante posiblemente activa del procedimiento por sugestión. El otro
argumento es la ineficacia. Entendemos por ello que el análisis no actúa siempre, y en
general no lo hace de prisa, y que es preciso a menudo más tiempo para rehacer la
educación de una personalidad cuya evolución ha sido perturbada en la infancia, del que
puede soportar la paciencia del enfermo y de su familia. Otros críticos creen que el análisis
es peligroso, al ver las reacciones a menudo violentas, pero unidas al propio principio de la
cura, que en general son seguidas de una mejoría.
La última, podría llamarla la «objeción final», es que el analista sólo busca su interés
material: este ataque muestra visiblemente la malicia de quienes carecen definitivamente
de argumentos. Algunos pacientes adoptan este razonamiento cuando, bajo el efecto de
sus descubrimientos, realizan la última tentativa de quedar enfermos.
Estas objeciones de lógica, ética y terapéutica de los ambientes médicos tienen a menudo
un asombroso parecido con las reacciones dialécticas que la resistencia a la curación
desencadena en sus enfermos.
Sin embargo, lo mismo que son precisos conocimientos y habilidades psicotécnicas para
vencer la resistencia de un neurótico, también la resistencia colectiva (sobre todo la de los
médicos a las tesis analíticas) necesita que uno se preocupe de ella con método y
precisión, y no del modo empírico aplicado hasta ahora.
Próximo escrito
Papel de la homosexualidad en la patogenia de la paranoia
Sandor Ferenczi / Papel de la homosexualidad en la patogenia de la paranoia
Papel de la homosexualidad
en la patogenia de la paranoia
Durante el verano de 1908, tuve ocasión de discutir ampliamente con el profesor Freud
acerca del problema de la paranoia. Estas entrevistas nos condujeron a una cierta
concepción unitaria, aunque precisábamos una verificación experimental, desarrollada
esencialmente por el Pr. Freud, correspondiéndome a mí la estructuración de nuestras
ideas mediante determinadas proposiciones y objeciones. Entonces considerábamos que el
mecanismo de proyección (de los afectos), tal como Freud lo mostró en el único caso de
paranoia que había analizado, es característico de la paranoia en general. Admitimos
también que el mecanismo de la paranoia ocupaba una posición intermedia entre los
mecanismos opuestos de la neurosis y de la demencia precoz. El neurótico se libra de los
afectos perturbadores mediante diversos modos de desplazamiento (conversiones,
transferencias, sustituciones); mientras que el demente aparta su interés de los objetos del
mundo exterior en general, dirigiéndolo a su yo (autoerotismo, megalomanía). Se consigue
la retirada al propio yo de una parte de los deseos -la megalomanía no falta en ningún caso
de paranoia-, pero otra parte del interés, más o menos grande, no puede separarse de su
objeto primitivo o vuelve de nuevo a él. Sin embargo, este interés es tan insoportable para
el enfermo que se objetiva invirtiendo la tonalidad emocional, (es decir, la presencia de un
“signo negativo”) y, por este medio, es expulsado del yo. Así, pues, la tendencia que se ha
convertido en insoportable y ha sido apartada de su objeto vuelve a la conciencia en “forma
de percepción de su contrario (como perteneciente al objeto de la tendencia). El
sentimiento amoroso se convierte en percepción de su contrario, el interés se hace
persecución. Hemos conseguido ver esta hipótesis confirmada por observaciones
ulteriores. Los casos de demencia paranoica publicados por Maeder en el último volumen
del «Jahrbuch» han reforzado considerablemente esta hipótesis; el mismo Freud ha podido
determinar, en estudios posteriores, detalles muy precisos relativos al mecanismo mental
de las diferentes formas de paranoia, que sólo habíamos presentido en 1908, además de
los caracteres fundamentales de la paranoia.
El sujeto de mi primer caso es el marido de una sirvienta que tuve a mi servicio hace años,
un hombrachón de unos treinta y ocho años al que pude observar a fondo durante varios
meses. Ocupaban él y su mujer -que no era hermosa precisamente y con la que se había
casado poco antes de entrar a mi servicio- una parte de mi casa constituida por una cocina
y una habitación. El marido trabajaba todo el día en una oficina, de botones; por la tarde
volvía enseguida, y al principio no daba ningún motivo de queja. Por el contrario, destacaba
su carácter laborioso y la extremada cortesía con que me trataba. Siempre tenía algo que
limpiar o que adornar en mi casa. Le sorprendía a menudo por la noche abrillantando las
puertas o el parquet, limpiando los cristales altos de las ventanas difíciles de alcanzar o
instalando cualquier mejora en el baño. Se preocupaba de satisfacerme por completo,
cumplía con precisión y casi con rigor militar todas mis órdenes, pero era extremadamente
sensible a la más mínima indicación de mi parte. que por lo demás apenas tenía ocasión de
hacerle.
Un día su mujer me cuenta llorando que es muy desgraciada con su marido porque bebe
mucho de un tiempo a esta parte, vuelve tarde, y sin ninguna razón la riñe y la insulta con
frecuencia. Al principio no quise mezclarme en sus asuntos, pero cuando supe por
casualidad que había llegado a pegar a su mujer, cosa que ella me había ocultado por
temor a perder mi confianza, me decidí a hablar seriamente con el marido: le exigí que
cesara de beber y tratara convenientemente a su mujer, lo cual me prometió llorando.
Cuando le di la mano, no pude impedir que me la estrechara con fuerza. Atribuí entonces
este gesto a su emoción y a mi actitud «paternal» (aunque era más joven que él).
Tras esta escena, reinó la calma durante algún tiempo en la casa. Pero al cabo de algunas
semanas, se repitió el incidente. y al examinar al hombre con atención observé que
presentaba todos los síntomas del alcoholismo crónico. La mujer me confesó entonces que
su marido le acusaba constantemente y sin ninguna razón de infidelidad. Sospeché
enseguida que se trataba de un delirio de celos alcohólico, tanto más cuanto que yo sabía
que la mujer era honrada y modesta. Pero también esta vez conseguí apartar al marido de
la bebida y restablecer durante cierto tiempo la paz.
Sin embargo las cosas empeoraron rápidamente y se hizo evidente que el hombre era un
paranoico alcohólico. Olvidaba a su mujer y se emborrachaba en el café hasta medianoche.
Al volver le pegaba y la injuriaba sin cesar, sospechando de todos los enfermos masculinos
que frecuentaban mi consulta. Supe más tarde que en esta época también tenía celos de
mi, pero la mujer me lo ocultaba por razones comprensibles. En tales, condiciones, yo no
podía mantener a la pareja a mi servicio, pero atendiendo las súplicas de la mujer consentí
en conservarlos hasta el fin del trimestre. Sólo entonces conocí en detalle las
desavenencias familiares. El marido, obligado a explicarse, negó haber golpeado a su
mujer a pesar de los testimonios visibles que lo confirmaban. Pretendía que era mujer «de
hígado blanco», una vampiresa que “chupaba la fuerza viril”. Tenía de cinco a seis
relaciones con su mujer por noche, pero esto no le bastaba, y ella se ofrecía a cualquiera.
Tras esta entrevista, se repitió la escena descrita anteriormente. Se apoderó de mi mano y
la estrechó en medio de lágrimas, afirmando «no haber conocido jamás hombre más gentil
y más amable que yo».
Cuando supo que debían abandonar mi servicio, cayó en la melancolía, se dio por completo
a la bebida, insultando y golpeando a su mujer, y amenazándola con expulsarla, y en
cuanto a mi, su «favorito», me amenazaba con apuñalarme. Pero ante mi presencia era
educado y respetuoso. Sin embargo, cuando supe que se acostaba con un cuchillo de
cocina afilado y que se había dispuesto en una ocasión a penetrar en mi alcoba, ya no fue
posible aguardar los meses que les quedaban. La mujer avisó a las autoridades que,
provistas de un certificado médico, lo internaron en un hospital psiquiátrico.
Su repugnancia en las relaciones con su mujer no era sólo simple impotencia, sino la
consecuencia de su homosexualidad inconsciente. El alcohol, al que podemos llamar
veneno de la censura intelectual y moral, había despojado de su sublimación en gran parte
(pero no totalmente) a su homosexualidad convertida en cordialidad, servicialidad y
sumisión, y atribuía simplemente a su mujer el erotismo homosexual descubierto de este
modo, y que era incompatible con la conciencia de este hombre de elevada moralidad, por
lo demás.
Me enteré de que años atrás el enfermo había ya estado casado. Tampoco con la primera
mujer vivió en paz mucho tiempo; poco después de la boda había comenzado a beber,
luego a injuriarla, torturándola con escenas de celos, de manera que por último ella le había
abandonado obteniendo el divorcio. Entre ambos períodos conyugales el paciente se había
mantenido sobrio; sólo tras su segundo matrimonio había vuelto a beber.
Segundo
El segundo enfermo fue una dama, todavía joven, que, tras haber vivido durante bastantes
años en armonía con su marido, y haber tenido varias hijas, poco después de nacer el niño
esperado con impaciencia cayó en un delirio de celos. En su caso no intervenía el alcohol.
Todo comenzó a parecerle sospechoso en su marido. Tuvo que despedir a las cocineras y
doncellas hasta conseguir que sólo hubiera en la casa criados masculinos. Pero no logró
nada con esto. El marido, considerado como un modelo y que me juró solemnemente no
haber faltado jamás a la fidelidad conyugal, no podía dar un paso ni escribir una línea sin
que su mujer lo vigilara, sospechara o lo insultara. Hay que hacer notar que las sospechas
recaían sobre niñas de doce o trece años o sobre mujeres viejas y feas. mientras que los
celos no afectaban por lo general a las damas de su ambiente. amigas o amas de llaves de
nivel superior, aunque fueran atractivas y bellas. Con éstas, ella podía mantener relaciones
amistosas.
Sin embargo, su comportamiento se hacía cada vez más insólito, sus amenazas cada vez
más inquietantes, de forma que fue necesario enviar a la enferma a una casa de salud.
(Antes de internarla, pedí el parecer del profesor Freud sobre la enferma; éste aprobó mi
diagnóstico, lo mismo que mis tentativas analíticas.)
Dada la gran desconfianza y la viva inteligencia de la enferma, no fue fácil entablar contacto
con ella. Tuve que adoptar una actitud que diera a entender mis dudas respecto a la
inocencia de su marido, y de esta forma conseguí que la enferma. hasta entonces
inaccesible, me comunicara sus ideas delirantes mantenidas en secreto.
Poco a poco me fue descubriendo que se había casado a disgusto por complacer a su
familia, sobre todo a su padre. Encontró a su marido entonces muy vulgar y brutal. Pero
tras la boda se había resignado. Tras el nacimiento de la primera hija, tuvo lugar una
escena significativa. El marido se mostraba disgustado porque su mujer no había tenido un
niño y ella había sufrido verdaderos remordimientos. Enseguida le sobrevino la duda de si
había actuado acertadamente al casarse con este hombre. Descartó rápidamente tal
pensamiento, pero le sobrevino entonces un sentimiento de celos hacia la criada de trece
años, muy guapa, al parecer. Un día, cuando aún no se había repuesto del parto, llamó a la
niña, la obligó a ponerse de rodillas y a jurar por su padre que el amo no la había tocado
nunca. El juramento la apaciguó por entonces. Pensó que incluso podía haberse
equivocado.
Cuando algunos años después dio a luz por fin un niño, tuvo el sentimiento de haber
cumplido su deber para con su marido y de quedar libre a partir de entonces. A
continuación comenzó a comportarse de una manera equívoca. Estaba celosa otra vez de
su marido, pero también ella provocaba a los hombres. «Naturalmente, sólo con la mirada»,
decía. Pero cuando alguien respondía a su invitación, lo rechazaba furiosa. Renunció
pronto a estas «bromas inocentes», desviadas también de su sentido por sus «enemigos»,
y las escenas de celos se hicieron cada vez más penosas.
A fin de que su marido fuera impotente para las demás mujeres, le obligaba a muchos
encuentros sexuales cada noche. Cuando la enferma salía un instante de la habitación
(para satisfacer una necesidad natural, por ejemplo), cerraba la puerta con llave tras ella,
se apresuraba a volver, y si encontraba algo desordenada la sobrecama, acusaba a su
marido de haber recibido mientras tanto a la cocinera despedida que habría podido hacerse
una copia de la llave.
La enferma se mostró muy difícil en la casa de salud. Provocaba a todos los hombres pero
no dejaba que ninguno se le acercara. Por el contrario tenía una amistad íntima o se había
enemistado con todas las mujeres de la casa. Sus entrevistas conmigo versaban en
general en torno a ello. Tomaba muy a gusto los baños tibios que le habían prescrito, pero
aprovechaba para reunir mientras tanto una documentación detallada sobre el volumen
corporal y la silueta de las demás enfermas. Resultaba imposible no observar la ávida
expresión de su mirada cuando contaba sus observaciones sobre las más bellas. Cierto
día, cuando se encontraba sola con las más jóvenes, organizó una «exposición de
piernas», y pretendió haber ganado el primer premio en el concurso (narcisismo).
La relativa calma de la enferma resultó seriamente perturbada por la visita del marido.
Reapareció el delirio de celos. Le acusó de haber aprovechado su ausencia para correr
todas las aventuras sexuales imaginables. Sus sospechas aludían en particular a la vieja
sirvienta que, según había oído, llevaba la casa. Era cada vez más insaciable en las
relaciones sexuales. Si su marido se mostraba reticente, ella le amenazaba con matarlo.
Incluso un día llevó un cuchillo consigo.
Las débiles muestras de transferencia sobre el médico, perceptibles al principio,
desaparecieron también durante esta agitada época tras una resistencia cada vez más
violenta que anulaba las perspectivas de un análisis. Se hacia necesario internar a la
enferma en un establecimiento más alejado, bajo una vigilancia más estricta. Este caso de
delirio de celos sólo puede explicarse suponiendo que se trata también aquí de una
proyección sobre el marido del interés que despiertan las personas del mismo sexo. Una
joven educada en un ambiente casi exclusivamente femenino, fijada durante su infancia
con excesiva intensidad a las criadas y que, además, había mantenido durante años
relaciones sexuales con una compañera de su edad, es obligada bruscamente a un
matrimonio de interés con un «hombre» grosero; pero obedece, y sólo se rebela una vez,
cuando su marido se comporta de manera ofensiva con respecto a ella, e, inmediatamente
después, desvía su interés inconsciente hacia el ideal de su infancia (una pequeña niñera).
La tentativa fracasa, no puede admitir ya la homosexualidad, se ve obligada a proyectarla
sobre su marido. Es el primer breve ataque de celos. Después, cuando por fin ha cumplido
“su deber” y da a su marido el niño que él le reclamaba, ella se siente libre. La
homosexualidad, refrenada hasta entonces, intenta precipitarse violentamente y en forma
abiertamente erótica sobre todos los objetos que no permiten sublimación (chicas jóvenes,
mujeres ancianas, criadas); pero todo este erotismo homosexual lo atribuye la paciente a
su marido, salvo cuando puede disimularlo bajo la máscara de un juego inocente. Para
reafirmarse en esta mentira, debe mostrarse muy provocativa con los hombres, que son ya
para ella bastante indiferentes e incluso comportarse con su marido como una
ninfomaníaca.
Tercero
Sus disgustos comenzaron con una carta en la que comunicaba a un cabo que el oficial
que vivía frente a él “se afeitaba ante la ventana, unas veces en camiseta y otras desnudo”.
“Después pone a secar sus guantes en la ventana en una cuerda, como lo hacen en las
pequeñas ciudad es de Italia”. El enfermo rogaba al oficial que pusiera fin a tal escándalo.
Al rechazo del oficial contestó con graves insultos. Siguió una denuncia dirigida al general,
en la que se trataba de los calzoncillos del oficial de enfrente. Reiteraba también su
lamento respecto a los guantes. Subrayaba con enormes caracteres que la cosa le
resultaría indiferente si no viviera con su hermana. «Creo que tengo un deber de cortesía
que cumplir con una dama». Al mismo tiempo mostraba en sus escritos una extraordinaria
susceptibilidad y todas las señales de la megalomanía. En sus escritos posteriores
mencionaba cada vez más frecuentemente el famoso calzón. Resaltaba a menudo en
gruesos caracteres la «protección de las damas». En una nota complementaria añadía que
había olvidado decir que el señor capitán tenía la costumbre de vestirse por la noche en
una habitación iluminada, sin correr las cortinas «Esto resultaría indiferente» (en caracteres
finos), «pero debo pedir protección contra tales espectáculos en nombre de una dama»
(esto en caracteres gruesos).
Al no obtener respuesta a sus interpelaciones, llevó el asunto al campo del honor; pero en
el momento crítico hallaba siempre una escapatoria, amparándose en cualquier párrafo del
código del honor que conocía perfectamente. Al mismo tiempo caía en un exceso
parcialmente voluntario expresándose como si la carta hubiera constituido un ultraje para el
oficial. Escribía además (en letras enormes) que eran únicamente las faltas del oficial las
que había enumerado, y aun con gran moderación. En lo que se refería a él, respecto al
oficial semidesnudo, imputaba a las autoridades militares la opinión de que parecían
considerarle como una anciana, cuyo único deseo era satisfacer su curiosidad sobre tales
objetos. Citaba numerosos ejemplos sobre la manera en que se castigaba en el extranjero
a los oficiales que molestaban a las damas en plena calle. En general reclamaba protección
para las mujeres indefensas contra las agresiones brutales, etc. En uno de sus panfletos
lamentaba que el capitán aludido «apartara de él su vista de manera insultante y
provocativa».
Sus procesos se sucedían sin pausa. Lo que más le irritaba era que las autoridades
militares rehusaran considerar sus alegatos. A los civiles les arrastraba ante los tribunales
civiles; pronto llevó el asunto al plano político, en su diario incitaba a los militares a los
cargos municipales unos contra otros, esgrimía las «nacionalidades» contra la
administración civil húngara, y halló efectivamente cien “partidarios” que le testimoniaban su
aprobación públicamente y por escrito.
Un día denunció a otro oficial ante el nuevo general, acusándole de haber insultado a su
hermana en la calle diciéndole “¡Puaf, puerca alemana!”. Su hermana confirmaba la
cuestión mediante una carta que claramente estaba escrita por el propio paciente. Después
se dedicó a los artículos de los periódicos donde planteaba complicadas adivinanzas con
los lugares «peligrosos», entrecomillados. Por ejemplo, hablaba de un proverbio francés
que en alemán sería «das L... t...». A duras penas conseguí adivinar lo que significaba:
«das Lächerliche tötet».
Una nueva denuncia contra el primer capitán aludía a «muecas, mímicas, gestos y miradas
provocativas». Por él no se preocuparía, «pero se trataba de una dama». Él y su hermana
llamaban despiadadamente al orden a quienes faltaban al pudor. Seguían nuevas palabras
ofensivas, que cada vez terminaban en una extravagancia del enfermo, que recurría al
código del honor con las trampas propias de un abogado. Venían luego cartas
amenazadoras en las que él y su hermana hablaban constantemente de «tomarse la
justicia por su mano». Seguían largas declaraciones, cien citas tratando del duelo, por
ejemplo, «No son las balas ni la espada los que matan, sino los padrinos». «Hombre», «los
hombres», «civil», aparecían constantemente. Hacía firmar por sus conciudadanos himnos
a su propia gloria que él redactaba. Además, señalaba sarcásticamente que lo que
posiblemente se deseaba era “verle besar humildemente los pies y las manos de los
señores».
Vinieron luego los combates contra las autoridades municipales. Cuarenta y dos concejales
pidieron que se le castigara. Eligió a uno, le persiguió y le insultó de manera abominable.
Animado por el interés despertado y la aprobación de un panfleto subversivo vienés, se
presentó a las elecciones sub-prefectorales e hizo al mundo entero responsable de su
fracaso. Por supuesto, también participó en el antisemitismo. Más adelante trató de
restablecer el entendimiento entre civiles y militares, subrayando constantemente estas
palabras.
Por último, el asunto llegó a manos de una autoridad civil superior, que pidió un informe
sobre el estado mental del enfermo. Vino a verme con la esperanza de ser reconocido
mentalmente sano.
Para controlar mi comprensión en este caso fui anotando las reacciones del paciente a las
cien palabras inductoras de Jung, y analicé las ideas inducidas. Lo más instructivo de tales
análisis es la pobreza de los resultados. El paranoico se desentiende tan bien de los
afectos penosos que parece como si nada le afectara, y utiliza con facilidad al hablar o al
actuar lo que el histérico rechaza profundamente en el inconsciente. Otro hecho notable y
muy característico de la verdadera paranoia es la ausencia total de la reproducción errónea
en los «signos de complejos» de Jung. El paciente se acuerda muy bien de las reacciones
a las palabras inductoras incluso «críticas», próximas a los complejos. La proyección
protege tan bien al paranoico contra los efectos, que no necesita de los huecos
memorísticos de los histéricos. La proximidad de los complejos se manifiesta aquí más bien
por una palabra abundante y por relaciones egocéntricas más intensas; además,
prácticamente todas las palabras inducidas conciernen al «yo» del paciente. Son muy
frecuentes los inducidos que siguen la consonancia o la rima, y también lo son los chistes.
Esto en cuanto al aspecto formal de la experiencia. Como ejemplo voy a citar algunos
inducidos con sus análisis:
Inductor: río. Inducido: me gustaría bañarme en un río. Análisis: tengo pasión por los
bañistas; hasta octubre iba todos los días a bañarme en el río con un primo. A
consecuencia del excesivo trabajo se pegó un tiro en la cabeza. Yo evito la sobrecarga, y
por ello tengo poca relación con las mujeres. (Tentativa de una justificación higiénica de su
alejamiento sexual de las mujeres. El primo era oficial.)
Inductor: sal. Inducido: la sal recuerda a la de la boda. Análisis: soy opuesto al matrimonio.
Hay frotamientos diarios.
Inductor: escritura. Inducido: . .me gusta la de un artista berlinés, que ha muerto hace poco;
era el fundador del arte decorativo.. Se llamaba Eckmann. Análisis. me gustan esas
escrituras monumentales que se destacan. Como la de mi padre. La mía se parece a la de
mi padre, pero es menos bella. Pero mis cartas también son grandes. (La sobreestimación
de la superioridad física del padre, tan frecuente, se manifiesta también en el esfuerzo del
niño en imitar su escritura. La admiración por el gran tamaño de las letras puede también
interpretarse en sentido simbólico.)
Inductor: golpear. Inducido: mis adversarios merecen golpes, es lo menos que puede
decirse. Análisis: preferentemente les atravesaría los huesos con un picafuegos. ¡Sería
divertido! Desde mi infancia me he interesado por los bomberos (el picafuegos es un
símbolo muy extendido).
Inductor: limpio. Inducido: en las personas aseadas todo es limpio. Análisis: de niño me
gustó siempre la limpieza; mi abuelo me felicitaba. Mi hermano mayor era desordenado.
(Cuando la suciedad y el desorden se hacen penosos o demasiado insoportables para el
niño, es signo precursor a menudo de una fijación homosexual y en parte puede ser
también su causa).
Cuarto
El cuarto caso que deseo exponer rápidamente no es una paranoia pura, sino una
demencia precoz con fuerte coloración paranoica.
Se trata aquí de un maestro de pueblo, joven aún, que desde hacía un año se hallaba
constantemente torturado por la idea del suicidio. según contaba su mujer, mayor que él en
apariencia; se veía perseguido por el mundo entero y pasaba horas enteras. observando lo
que había frente a él.
Encontré al enfermo despierto en su cama, con la cabeza tapada por la colcha. Apenas
había intercambiado unas palabras con él cuando me preguntó bruscamente si estaba
obligado, como médico, a guardar los secretos de los enfermos. Respondí afirmativamente,
tras lo cual, mostrando un intenso terror, me contó que en tres ocasiones había practicado
el cunilinguo con su mujer. Sabía que por este acto abominable la humanidad le había
condenado a muerte. que se le cortarían las manos y los pies, que su nariz se pudriría, y
que sus ojos reventarían. Señaló un lugar estropeado, aunque pintado, del techo por donde
su acto había sido observado. Su principal enemigo, el director de la escuela, se había
informado de todo mediante espejos y aparatos electromagnéticos complejos. A
consecuencia de su acto perverso, se había convertido en un “die” (es decir, en una mujer),
pues el hombre se une mediante su pene y no con su boca. Iban a cortarle el pene y el
escroto, e incluso todo el aparato.
Cuando en el curso de la entrevista me tocaba la nariz por casualidad, decía: «Si, mi nariz
se pudrirá, eso es lo que usted quiere decir, ¿no es verdad?». Al entrar yo había dicho:
«¿Es usted el señor B? ». Volviendo sobre este hecho se explicaba: sobre mi nombre todo
está dicho: yo soy die Blüte + er (= Blüthner); es decir, un die + er. Un hombre y una mujer;
en el nombre de Sandor, d’or significa para él el oro («das Gold»), es decir, según su
explicación, que se le ha convertido en un ser de sexo neutro. En cierta ocasión -me dijo-
había querido saltar por la ventana, pero le vino a la memoria la palabra Hunyad (huny
cierra, es decir, cierra sus ojos + ad = da, es decir, da algo). Según él, esto significaba que
podría creerse que él cerraba los ojos para que su mujer se diera a otro cualquiera, es
decir, le permitiera todo. Para que no pudiera pensarse esto de él, prefirió conservar la vida.
Pero además, aun estando vivo, podía pensarse de él que cerraría los ojos si su mujer se
«diera» a otro.
Siguiendo el interrogatorio, supe que durante mucho tiempo había llevado su dedicación
hasta sacrificarse por su director («un hombre bueno y vigoroso») que por consiguiente
siempre había estado muy satisfecho de él, repitiendo a menudo: «sin usted no podría
hacer nada; es usted mi brazo derecho». Pero desde hacía cinco años, el director le
atormentaba, le importunaba con papeleos cuando estaba en plena explicación de un
poema y en ocasiones similares.
Es decir: con mi pregunta yo quiero dar a entender que debía tomar su pene con la mano, y
(et) para hacerlo, sentarse. Pensaba explícitamente en su propio pene que, según las
acusaciones de sus enemigos, pretendía introducir en «otro agujero».
Otro agujero = otras mujeres, extrañas; sin embargo adoraba a su mujer, lo afirmaba.
Su padre era un pobre criado (esto era cierto) y a menudo se mostraba severo. Durante sus
años de estudio, el paciente se quedaba siempre en casa y leía poemas a su madre. Su
madre había sido muy buena con él.
La madre del enfermo indicó que había sido siempre muy buen hijo. En lugar de jugar con
los demás niños prefería leer libros a su madre, en particular poemas, cuyo contenido le
explicaba.
El padre era un simple obrero; trataba a su hijo muchas veces con rudeza;
indiscutiblemente el paciente no estimaba demasiado a este padre de condición modesta al
que superaba intelectualmente, y deseaba otro padre más respetable. Lo encontró en la
persona de su superior, el director de la escuela, a quien sirvió durante años con un celo
infatigable, pero éste no correspondía a las exigencias del enfermo (verdaderamente muy
elevadas). Quiso entonces dedicar su amor a las mujeres, pero éstas le resultaban ya
indiferentes. La exageración heterosexual y el cunilinguo le servían para disimular su falta
de deseo de mujer. Sin embargo, subsistía su pasión por los hombres aunque rechazada
de la conciencia, y luego recuperada en forma de proyección, precedida de un signo
negativo; el sentimiento de fidelidad y de sumisa dedicación había sido reemplazado por el
sentimiento de persecución.
Además de los casos expuestos, también he registrado «la observación analítica» de otros
tres paranoicos. Pero como no me han enseñado nada nuevo, no he tomado notas
detalladas. Sin embargo, las observaciones aquí expuestas me permiten ya formular la
hipótesis de que en la paranoia se trata de la reaparición de la homosexualidad hasta
entonces sublimada, en la que el yo se defiende por el mecanismo mecánico de la
proyección.
Se nos sitúa ante un problema mucho más difícil, el enigma de la «elección» de la neurosis
(Neurosenwahl, Freud), planteándose la cuestión siguiente: ¿Cuáles son las condiciones
necesarias para que la bisexualidad infantil, la «ambisexualidad», evolucione hacia la
heterosexualidad normal, la homosexualidad, la neurosis obsesiva o la paranoia?
Próximo escrito
El alcohol y las neurosis
Sandor Ferenczi / El alcohol y las neurosis
«La acción unilateral de los partidarios del antialcoholismo intenta ocultar el hecho de que el
alcoholismo es una consecuencia, grave por cierto, de la neurosis, pero no su causa. Tanto
en el individuo como en la sociedad, el alcoholismo sólo se cura mediante el análisis, que
descubre y neutraliza las causas que impulsan a refugiarse en él. El Dr. Drenkhahn, médico
militar, ha demostrado, basándose en las estadísticas del ejército alemán, que la
propaganda antialcohólica de los últimos años ha hecho disminuir la morbidez alcohólica en
el ejército del 4,l9 por 1.000 al 0,7 por 1.000, pero que, como contrapeso, las neurosis y
psicosis han aumentado en idénticas proporciones» (Deutsche Militärärztliche Zeitschrift, 20
de mayo 1909). La victoria sobre el alcoholismo sólo supone un progreso aparente para la
higiene. A falta de alcohol, el psiquismo dispone de otros medios para huir de la
enfermedad. Y si los neuróticos pasan del alcoholismo a la histeria de angustia o a la
demencia precoz, hay que lamentar la energía derrochada para luchar contra el
alcoholismo, con buena voluntad, sin duda, pero con una óptica errónea».
Quiero responder aquí a las críticas del profesor Bleuler; mi réplica ya ha aparecido en
alemán en el Jahrbuch für psychoanalytische und psychopatologische Forschungen, vol. III
(Leipzig y Viena, ed. Deuticke), a continuación de la crítica del profesor Bleuler.
Sin embargo, protesto con la misma energía con que el profesor Bleuler ataca mis ideas,
contra la insinuación de que mis concepciones sobre el papel del alcohol en las neurosis se
fundan sobre el estudio estadístico de Drenkhahn y no sobre mis investigaciones
psicoanalíticas.
Además, el párrafo principal del artículo discutido consistía en el testimonio del análisis de
un paranoico alcohólico. Demostraba allí que el sujeto, un homosexual latente, sólo
comenzó a beber cuando su constitución sexual, excepcionalmente frágil, quedó
desbordada: con ocasión de un primer matrimonio y, después, de segundo. Yo demostraba
cómo el alcohol había destruido sus sublimaciones, contribuyendo a implicar su libido
sexual en las formaciones psíquicas paranoicas, mientras que durante el período de
celibato entre sus dos matrimonios no había bebido ni presentado síntomas paranoicos.
Creo que el profesor Bleuler, en lugar de limitarse a refutar las afirmaciones basadas en
Drenkhahn, debería haber discutido esta parte de mi artículo, que es la esencial; siendo un
psiquiatra de gran experiencia, estaba perfectamente cualificado para criticar mis tesis
fundadas sobre la investigación psicoanalítica, confirmándolas o modificándolas.
Mientras que para algunos sujetos «que no toleran el alcohol» la bebida es una tentativa
inconsciente de auto-curación mediante el veneno, otros neuróticos, arriesgándose a caer
en el alcoholismo crónico, emplean este producto como medicamento, conscientemente y
con éxito. Un agoráfobo refractario a cualquier medicina sacaba de un solo sorbo de coñac
el coraje necesario para atravesar el puente del Danubio, de medio kilómetro. Toda su vida
era una oscilación perpetua entre el alcohol y la neurosis; puede suponerse sin temor a
equivocarse que el alcoholismo en un sujeto así, no es la causa, sino la consecuencia de la
neurosis.
Creo que el neurótico que se refugia en la bebida intenta compensar así la capacidad
endógena de producir la euforia que necesita; esto hace presumir cierta analogía entre el
alcohol y la «sustancia euforígena» buscada. Efectivamente, la ebriedad con todos sus
síntomas y el malestar consiguiente evoca la locura circular, en la que la melancolía sucede
a la manía. Además, todo lo precedente parece confirmar mi tesis, o sea, que el alcohol
amenaza en particular a los individuos obligados por causas psíquicas a recurrir con más
frecuencia a los placeres exteriores.
La observación y el análisis de los antialcoliólicos nos ofrece varias perspectivas más sobre
las relaciones entre el alcohol y la neurosis. En muchos casos, el empeño antialcohólico
puede relacionarse con hechos sexuales de los que uno se siente culpable y cuyo castigo
sería el ascetismo aplicado a otro terreno (Ja privación de alcohol). Constatamos a menudo
que los partidarios más acérrimos de la abstinencia se muestran muy liberales en lo sexual.
Esto no pretende desvalorizar el movimiento antialcohólico. Seguramente, toda vocación
(por ejemplo, la del psicoanalista) posee un determinante sexual. No pretendo que el
antialcoholismo se reduzca siempre a factores de este tipo. Quiero señalar simplemente
que el rechazo del alcohol es frecuentemente de origen neurótico (determinado por un
contenido psíquico inconsciente), un desplazamiento de la resistencia. El antialcohólico es
un neurótico que se autoriza a vivir su libido, pero sólo al precio de un sacrificio de idéntica
naturaleza (renuncia al alcohol). Esto me recuerda al hombre a quien torturó el
remordimiento mucho tiempo porque un día, siendo niño, y mientras comía una tarta de
grosellas, se había dedicado a toquetear de modo inconveniente a una niña.
Apesadumbrado por la culpabilidad fue desde entonces incapaz de comer tarta de grosellas
Bleuler se resiste también a admitir que el alcohol destruye las sublimaciones. Para apoyar
su punto de vista, cita la tendencia a la sublimación «patriótica» que se manifiesta
frecuentemente tras la toma de alcohol. Esto trae a colación el aspecto cuantitativo del
problema, que hasta ahora no he abordado. Una pequeña cantidad puede liberar
sublimaciones inhibidas, aunque presentes. Sin embargo, cuando un borracho estrecha a
su vecino por entusiasmo «patriótico», hablaremos más bien de erotismo homosexual mal
disimulado que de sublimación.
Basado en mi experiencia, no creo que sea absurdo pensar, como sugiere mi contradictor,
que un neurótico se dé a la bebida bajo el efecto de una causa exterior insignificante como
«la maldad de su esposa» o «la enfermedad repentina de un cerdo». La lógica -igual que
mi contradictor- puede juzgar que ese móvil es «estúpido» y reprochar al borracho su
«debilidad»; pero el psicoanálisis comprende mejor esta fragilidad, esta desproporción
entre los móviles y los actos. (Vulnerabilidad de un complejo, desplazamiento de afectos,
huida a la enfermedad, etc.)
Acabo de leer el trabajo del Dr. H. Muller recapitulando la literatura reciente sobre las
psicosis alcohólicas (1906 a 1910). Ni siquiera esta lectura me ha dado la impresión de que
se tratara de un problema particularmente difícil o complejo, y no comprendo por qué
Bleuler pretende que sólo un especialista podría contribuir válidamente al problema del
alcohol. Además el artículo de Muller cita muchos autores que, en el caso de
perturbaciones mentales endógenas, no atribuyen al alcohol más que un papel accesorio
corno factor desencadenante (Bohoeffer, Souchanow, Stöcker, Reichardt, Mandel).
También yo soy de este parecer, aunque voy más lejos, porque reemplazo la noción vaga
de endogénesis por los mecanismos que Freud y Gross han descrito.
Por último. comparto el temor de Bleuler de que la gran masa, incapaz de juzgar no
comprenda mi interpretación de las psicosis alcohólicas, como ha ocurrido con la teoría de
la sexualidad de Freud, pero no creo que ello sea motivo para callarme, sino al contrario. Si
Freud se hubiera preocupado sólo del gran público incapaz de comprender, el psicoanálisis
no se hubiera desarrollado.
Próximo escrito
Sueños orientables
Sandor Ferenczi / Sueños orientables
Sueños orientables
Como acertadamente dice Steckel, soñar que se sueña pretende demostrar que el
contenido de los pensamientos oníricos es irreal, contrario a la verdad, o sea, un sueño.
Pero entre los sueños identificados como tales durante el descanso, hay algunos en los que
la consciencia que el soñador tiene de soñar exige claramente una explicación diferente.
Uno le mis pacientes, que pertenecía a esta clase de personas, tenía una forma muy
curiosa de tomar consciencia del hecho de que soñaba durante el descanso nocturno. En
determinados sueños divididos en episodios, el cambio de escenario no ocurría con la
espontaneidad habitual, sin razón alguna consciente, sino que iba acompañado de una
justificación particular, como, por ejemplo: “Pensé que era un sueño desagradable y que
debía hallar otra solución, y en seguida cambió la escena». La nueva escena conseguía la
solución satisfactoria.
El enfermo sueña a veces tres o cuatro escenas sucesivas, en las que el mismo material
psíquico tiene soluciones diferentes; pero la irrupción de la consciencia de soñar y el deseo
de una solución más satisfactoria intervienen cada vez en el momento crítico, hasta que la
última versión se desarrolla sin obstáculos. No resulta raro que esta última representación
onírica termine con una polución (Rank estima que todos los sueños son en cierta medida
el equivalente a una polución).
Tras una interrupción, la nueva escena no reanuda la historia desde el principio; el soñador
piensa, soñando: «Mi sueño acabará mal de esta forma, aunque comience bien; voy a
soñarlo de manera distinta». Y efectivamente, el sueño se reanuda a partir de determinado
momento y se desarrolla sin modificar lo precedente, siendo reemplazada la solución
desfavorable por el fin deseado.
Debemos señalar que estos sueños orientables, al contrario de las ensoñaciones diurnas
que también eligen entre soluciones diferentes, no tienen un carácter racional, y
manifiestan su estrecha relación con el inconsciente mediante el empleo frecuente del
desplazamiento, de la condensación y de la representación indirecta; sin embargo, también
se encuentran a menudo fantasías oníricas más coherentes.
Teniendo en cuenta que estos sueños tienen lugar por lo general en las horas matinales y
en un individuo que desea prolongar su descanso y sus sueños todo lo posible, podemos
interpretar esta curiosa mezcla de pensamiento consciente e inconsciente como el
resultado de una lucha entre la consciencia sosegada que desea despertarse, y el
inconsciente que se aferra por seguir durmiendo a toda costa.
Estos «sueños orientables» son también interesantes desde el punto de vista teórico,
porque en cierto modo representan el reconocimiento implícito de los objetivos del sueño: la
satisfacción de los deseos.
Este fenómeno esclarece también en alguna medida el sentido de los cambios de escena
en el sueño, y la relación entre los sueños de una misma noche.
El objetivo del sueño parece ser el de elaborar el material psíquico actual de la forma más
completa; el sueño rechaza la representación onírica cuando ésta compromete la
satisfacción del deseo; propone incansablemente nuevas soluciones hasta conseguir
satisfacer el deseo con la aprobación de las dos instancias del psiquismo.
Lo mismo ocurre cuando nos despertamos por el carácter penoso del sueño: en seguida
nos volvemos a dormir y continuamos soñando, «como si acabáramos de cazar una mosca
importuna» (Freud). El siguiente sueño afirma nuestra tesis:
Un sujeto que ocupa en la actualidad puestos elevados, que proviene de la clase humilde, y
que es judío bautizado, sueña que su difunto padre aparece en medio de una distinguida
reunión, poniéndole en un compromiso debido a su miserable atuendo. El sentimiento
penoso le despierta unos instantes, pero se vuelve a dormir y ahora sueña que su padre
aparece en la misma reunión, pero vestido con distinción y elegancia.
Próximo escrito
El concepto de introyección
El concepto de introyección
Sin embargo, la repetida lectura de estos artículos me ha convencido de que lo único que
ha podido inducir a Maeder a confundir ambas nociones, ha sido una interpretación errónea
del proceso mental descrito en mi artículo.
En último término, el hombre sólo se ama a si mismo; amar a otro equivale a integrar al otro
en su propio yo. Como la mujer del pescador pobre del cuento que considera parte
integrante de su persona la salchicha pegada a su nariz con ayuda de palabras mágicas y
protesta contra la ablación de esta excrecencia desagradable, experimentamos nosotros
como propias las penas que afligen a los objetos que amamos. He llamado introyección a
esta unión entre los objetos amados y nosotros, a esta fusión de tales objetos con nuestro
yo, y estimo -lo repito- que el mecanismo dinámico de todo amor objetal y de toda
transferencia sobre un objeto es una extensión del yo, una introyección.
Sé perfectamente que estos mecanismos dinámicos también se hallan en la vida mental del
hombre normal, y lo he repetido muchas veces a lo largo del artículo citado del que podría
sacar muchos ejemplos. También podría dividir los sistemas metafísicos en introyectivos y
proyectivos. El materialismo que disuelve totalmente el yo en el mundo exterior representa
un caso extremo de proyección; el solipsismo, que incorpora el mundo entero al yo, sería la
introyección más avanzada. Por lo demás, es indudable que el mecanismo dinámico de la
proyección puede también intervenir en la neurosis, por ejemplo, la alucinación histérica,
mientras que la aptitud para la transferencia (la introyección) no se pierde siempre por
completo en la paranoia. Sea lo que fuere, tanto la introyección en la neurosis como la
proyección en la paranoia, tienen más importancia que todos los restantes mecanismos
dinámicos, lo que nos autoriza a considerarlas como características de estos cuadros
mórbidos.
Las últimas investigaciones nos muestran que este mecanismo dinámico (estructura
patológica) no es la única característica de la paranoia que se manifiesta también mediante
un contenido mórbido determinado (la homosexualidad).
Veamos ahora la noción de exteriorización según Maeder. Tal como la describe, se trata de
una identificación que el enfermo realiza entre algunos de sus órganos y determinados
objetos externos, a los que trata en consecuencia (el enfermo paranoico F. B. considera las
patatas del huerto como ejemplos de sus propios órganos genitales, y cree que las tuberías
son su propio sistema vascular).
Maeder considera este proceso como una proyección; pero por mi parte, habida cuenta de
lo que acaba de decirse, lo interpreto de la forma siguiente: los paranoicos de los ejemplos
citados han intentado probablemente proyectar sobre el exterior el interés dirigido sobre sus
propios órganos, pero sólo han podido realizar un desplazamiento de afectos. La sensación
ha permanecido subjetiva, no se ha objetivado. Sabemos que el yo puede considerar a su
propio cuerpo como una parte del mundo exterior, un objeto. En la exteriorización de
Maeder, el interés subjetivo no es expulsado del yo, sino que únicamente se halla
desplazado de un objeto exterior (el cuerpo) a otro distinto (la cañería, los frutos). Sin
embargo, sabemos desde hace mucho que el desplazamiento no es sino un caso particular
del mecanismo de introyección, de transferencia, en el que, para contener la «libido
flotante», el objeto atacado por la censura es sustituido por otro. La exteriorización de
Maeder no es un proceso proyectivo, sino introyectivo.
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Síntomas transitorios en el desarrollo de un psicoanálisis
Sandor Ferenczi / Síntomas transitorios en el desarrollo de un psicoanálisis
Síntomas transitorios
en el desarrollo de un psicoanálisis
Quisiera hablarles hoy de una serie de síntomas que he visto aparecer en mis enfermos,
durante el tratamiento, y que después desaparecieron mediante el análisis; han contribuido
a afirmar mi convicción respecto a la realidad de los mecanismos psíquicos descritos por
Freud y han despertado o confirmado la confianza de mis enfermos.
Es frecuente ver en los histéricos que el trabajo analítico resulta bruscamente interrumpido
por la aparición inesperada de un síntoma sensorial o motriz. A primera vista, el analista
podría considerarlo un simple obstáculo y tratarlo en consecuencia. Sin embargo, si se
atribuye todo su valor a la tesis del determinismo riguroso de todo suceso psíquico, estos
síntomas tendrán que ser también explicados y analizados. Sometidos al análisis, estos
síntomas se manifiestan como la expresión de movimientos afectivos e intelectuales
inconscientes. Si a estas ideas o afectos que el análisis extrae de su quietud y aproxima a
la consciencia se les impide acceder a ella porque son demasiado penosos, la cantidad de
excitación que les acompaña y que no puede ser rechazada se manifiesta en forma de
síntomas. Pero el síntoma así constituido no traduce sólo una cierta cantidad de excitación,
sino que también está determinado cualitativamente. Pues si nos fijamos en las
particularidades del síntoma, en el tipo de parálisis, de excitación sensorial o motriz, en el
órgano a nivel del cual se manifiesta, en las circunstancias y pensamientos que han
precedido inmediatamente a su aparición y si intentamos descubrir su significado,
constataremos que el síntoma orgánico es la expresión simbólica del movimiento afectivo o
intelectual inconsciente despertado por el análisis. Cuando trasladamos el síntoma, para
favorecer al enfermo, del lenguaje simbólico al conceptual, sucede que éste, aunque se
halle a cien leguas de esperar tal efecto, nos declara con sorpresa que el síntoma de
excitación o de parálisis sensorial o motriz ha desaparecido tan brutalmente como apareció.
Todo confirma que el síntoma no desaparece hasta que el enfermo no sólo comprende la
interpretación, sino que también admite la razón. A menudo manifiesta que se siente
afectado por sonrisas, rubores u otros signos embarazosos; muchas veces se apresura a
confirmar la exactitud de nuestras hipótesis; incluso a veces surgen recuerdos que también
reafirman nuestra posición.
He tenido que interpretar el sueño de una de mis pacientes histéricas como una fantasía de
deseo; le comuniqué que el sueño manifestaba la insatisfacción por su situación presente;
que ella aspiraba a tener un marido más amable, más cultivado, de una escala social más
alta, y, sobre todo, que deseaba poseer hermosos vestidos. En este momento un violento
dolor de muelas desvió su atención del análisis; para atajarlo me pidió un calmante o al
menos un vaso de agua. En lugar de acceder a su demanda le hice observar que este dolor
era sin duda la traducción imaginaria de la expresión húngara «me duelen las muelas de las
ganas que tengo de poseer todos estos bienes». No le hablé en tono autoritario y la
paciente ignoraba que yo contaba con esta interpretación para hace cesar el dolor; sin
embargo, declaró de inmediato, muy sorprendida, que el dolor había cesado tan
rápidamente como apareció.
En lenguaje psicoanalítico, esto significa que todo síntoma está superdeterminado. Esta
enferma luchaba desde su infancia contra una excesiva tendencia a la masturbación; ahora
bien, los dientes tienen una significación simbólica particular entre los masturbadores;
también hay que tener en cuenta el estado orgánico real de los dientes, que puede servir a
las tendencias psíquicas para sus propios fines.
Otro día, esta misma enferma expresó sus fantasías eróticas infantiles rechazadas en
forma de una declaración amorosa dirigida a su médico, quien, en lugar de la respuesta
esperada, le explicó la naturaleza transferencial de este impulso afectivo. De repente
apareció una extraña parestesia de la mucosa lingual; la paciente gritó bruscamente: «es
como si se me hubiera escaldado la lengua». Al principio rehusó admitir la interpretación de
que la palabra «escaldar» manifestara su decepción por mi rechazo; pero la desaparición
inmediata y sorprendente de su parestesia le hizo reflexionar y admitió enseguida que mi
suposición podría ser exacta. La elección de la lengua como lugar de aparición del síntoma
estaba aquí superdeterminada por muchos factores, cuyo análisis me permitió llegar a las
capas profundas de los complejos inconscientes.
Sucede muy a menudo que los enfermos manifiestan un sufrimiento psíquico bruscamente
aparecido mediante dolores precordiales transitorios, su amargura mediante un amargor
sentido en la lengua, sus inquietudes mediante una sensación de compresión cefálica. Un
enfermo neurótico tenía la costumbre de manifestarme que sus intenciones agresivas
contra mi (y más a menudo contra su padre), le producían sensaciones dolorosas en la
parte del cuerpo en la que inconscientemente tenía intención de golpearme; la sensación
de un golpe en la cabeza representaba el deseo de apalear; un dolor en el corazón
revelaba la idea de apuñalar. (A nivel consciente, este enfermo era masoquista: sus
fantasías agresivas no podían sobrepasar el umbral de la consciencia más que en forma de
una relación súbita: ojo por ojo y diente por diente.)
Una brusca sensación de frío o calor en el enfermo puede significar una afluencia
emocional caracterizada por uno de estos adjetivos, o bien expresar, mediante una
conversión, el deseo o la presunción de hallar tales sentimientos en el médico.
«Una terrible somnolencia» invadía a una de mis enfermas cada vez que el análisis tomaba
un giro desagradable, y ello se producía sobre todo cuando los temas evocados
provocaban tristeza e inquietud más bien que fastidio.
Otra enferma expresaba mediante este sistema las fantasías inconscientes asociadas al
sueño; pertenecía a esa categoría de mujeres que en sus fantasías sexuales elaboran
exclusivamente situaciones en que su responsabilidad es nula, como, por ejemplo, una
violación sufrida tras una viva resistencia o durante el sueño.
Por ejemplo, un neurótico obsesivo interrumpe el desarrollo de sus asociaciones libres con
el pensamiento repentino de que no comprende por qué la palabra ventana designa
precisamente una ventana; ¿cómo las letras v-e-n-t-a-n-a, esos sonidos desprovistos de
significación pueden representar un objeto concreto? Todas mis tentativas para que
continúe con sus asociaciones resultan inútiles; esta idea le llena hasta el punto de que no
puede pensar en nada. Este enfermo inteligente consiguió desorientarme durante cierto
tiempo; intenté discutir su idea y le comuniqué algunas teorías sobre la formación del
lenguaje. Pero comprendí rápidamente que mis explicaciones no le interesaban porque la
idea de la ventana continuaba obsesionándole. Entonces me vino la idea de que podría
tratarse de una resistencia y traté de buscar lo que había suscitado. Reconsideré todo lo
ocurrido durante el análisis, antes de la aparición de la idea obsesiva: acababa de
interpretar el sentido de un símbolo al enfermo, quien pareció asentir con un «sí»
presuroso. Comuniqué entonces al paciente la hipótesis de que probablemente no había
aceptado la interpretación, sino que había rechazado su oposición. La idea obsesiva «por
qué las letras v-e-n-t-a-n-a representaban precisamente una ventana» podía también
expresar, mediarte un desplazamiento, la incredulidad rechazada. Comprendida de este
modo, su pregunta era la siguiente: «¿Por qué este símbolo que acaba de serme
interpretado tiene que significar precisamente tal objeto?» Tras esta explicación, el
problema desapareció.
Otro obseso empleaba un medio diferente para expresar su incredulidad. Comenzaba por
no entender los términos extraños de que yo me servía; después, cuando se los traducía
fielmente, pretendía no comprender ni siquiera el húngaro. Se comportaba como un
verdadero idiota Le expliqué que su incomprensión expresaba su escepticismo
inconsciente. En realidad deseaba dejarme en ridículo a mi (por mis interpretaciones), pero
rechazaba tal intención, haciéndose pasar por idiota, como si quisiera decir: “hay que estar
loco para creerse estas pamplinas”. A partir de entonces, comprendió perfectamente mis
explicaciones.
Un tercer neurótico tenía siempre su espíritu obsesionado por la palabra «lekar» (término
eslavo equivalente a médico). La obsesión se explicaba por el homónimo del término, una
expresión grosera, que el enfermo, de moralidad severa, sólo podía evocar de esta forma
indirecta. Tras mi interpretación, la idea obsesiva desapareció casi por completo. En casos
excepcionales pueden producirse verdaderas alucinaciones en el curso del análisis. (Son
mucho más frecuentes las reminiscencias muy vivas que el paciente es capaz de
considerar objetivamente.)
Una de mis pacientes poseía una aptitud muy especial para las alucinaciones; recurría a
ellas cada vez que el análisis tocaba puntos sensibles. Rompía bruscamente el hilo de las
asociaciones y presentaba alucinaciones terroríficas: se levantaba de un salto, se refugiaba
en un rincón de la sala y, manifestando un vivo terror, realizaba movimientos convulsivos de
defensa y de protección, calmándose luego progresivamente. Cuando volvía en sí era
capaz de contarme al detalle el contenido de las alucinaciones. De este modo, se descubrió
que sus alucinaciones correspondían a la representación dramatizada o simbolizada de
fantasías o pensamientos que precedían de inmediato a la alucinación. Se trataba
generalmente de fantasías simbólicas (combates con las fieras, escenas de violaciones)
cuyo análisis hacía surgir nuevos recuerdos, procurando de este modo un gran consuelo a
la paciente. La representación alucinatoria-simbólica era, pues, el único recurso contra
determinadas tomas de consciencia. Este caso me permitió observar cómo las
asociaciones se aproximaban poco a poco a una idea desagradable y la evitaban en el
último momento desviando la tensión afectiva a la esfera sensorial.
No es raro que durante una sesión algunos enfermos experimenten una imperiosa
necesidad de micción. Algunos se dominan hasta terminarla, pero otros se ven obligados a
levantarse y a salir de la sala por temor a no poder aguantarse. En los casos en que puede
excluirse cualquier explicación natural (y mi comunicación sólo se refiere a ellos), he
atribuido tal necesidad a la causa psíquica siguiente: se trataba siempre de pacientes
ambiciosos y vanidosos, que rechazaban admitir estos rasgos en una ocasión en que el
material psíquico suscitado por el análisis ofendía profundamente su vanidad; de forma que
se sentían humillados ante el médico sin que su yo fuera totalmente consciente de la
herida, pudiendo elaborarla y soportarla con ayuda de la razón.
En uno de mis enfermos era tan notorio el paralelismo entre el contenido más o menos
ofensivo de la entrevista analítica y la intensidad de su necesidad de micción, que podía
suscitarse a voluntad tal necesidad deteniéndose en un tema desagradable para el
enfermo. La discusión analítica del tema crítico ponía fin provisional o definitivamente a esta
“regresión caracterial”.
En los casos aportados, el fenómeno de la regresión, descubierto por Freud, está en cierto
modo tomado en vivo. De este modo determinado rasgo caracterial sublimado puede a
consecuencia de una decepción -suponiendo que existen las fijaciones correspondientes en
el desarrollo psíquico-, retornar al nivel infantil en el que la satisfacción del instinto aún no
sublimado no hallaba obstáculos. (En lugar del reconocimiento del amor propio herido
aparece la compulsión a la eneuresis, evocando de este modo la primera gran humillación
del niño). La expresión «on revient toujours á ses premieres amours» halla aquí su
confirmación psicológica; el individuo herido en su vanidad retorna a las bases autoeróticas
de su pasión.
Un enfermo que se sienta tratado de manera poco amistosa por su médico puede caer en
el onanismo, en caso de la fijación autoerótica correspondiente. Este modo de transferencia
señala el reconocimiento de una masturbación infantil que puede haber sido olvidada por
completo. Anteriormente había podido renunciar a la autosatisfacción en la medida en que
el amor objetal (amor de los padres) le ofrecía una compensación. Pero una decepción en
esta forma de amor provoca la regresión al autoerotismo. Sucede incluso que enfermos
que no recuerdan haber practicado jamás el onanismo, confiesan un día que han
sucumbido a un impulso irresistible de autosatisfacción. En este momento surge en general
el recuerdo del onanismo practicado en la infancia y completamente olvidado.
Estas regresiones súbitas al autoerotismo anal, uretral y genital explican también por qué
tiene tanta fuerza en los estados ansiosos (el miedo a los exámenes, por ejemplo) la
tendencia a recurrir a esta forma de erotismo. Citemos también el ejemplo del condenado a
muerte en el momento de la horca, que en medio de su atroz terror relaja sus dos
esfínteres y muchas veces eyacula al mismo tiempo: el hecho podría explicarse, además de
la estimulación nerviosa directa, por una última regresión convulsiva a las fuentes del placer
de la existencia. Tuve ocasión de observar a un septuagenario que padecía una afección
renal y era torturado por intensas cefaleas y otros dolores, el cual en medio de sus
sufrimientos realizaba movimientos masturbadores.
A menudo las mujeres neuróticas tosen durante un examen medico, por ejemplo, la
auscultación; puede verse en ello el desplazamiento de un deseo de reír debido a
pensamientos eróticos. Tras lo que acabo de decir nadie se sorprenderá de los casos en
que un hipo pasajero ha reemplazado a suspiros desesperados.
Estos síntomas transitorios en el curso del análisis pueden también aclarar los síntomas
histéricos crónicos de idéntica naturaleza (crisis de lágrimas, risas excesivas) Cuando le
comuniqué mis observaciones, el profesor Freud atrajo mi atención sobre otra forma de
desplazamiento de afectos, inverosímil pero cierta. Algunos pacientes producen ruidos
intestinales cuando intentan disimular algo: la palabra rechazada se convierte en expresión
ventrílocua.
Además del interés dialéctico señalado al principio, «la formación de síntomas transitorios»
tiene también un alcance teórico y práctico. Por una parte, estos síntomas pueden servir de
punto de partida contra las resistencias mas sólidas disfrazadas en forma de
desplazamiento de afectos; tienen por lo tanto un interés práctico en la técnica analítica.
Por otra parte, nos proporcionan la ocasión de ver constituirse y desaparecer ante nuestros
ojos síntomas patológicos, lo cual aclara el modo de formación y de desaparición de los
fenómenos neuróticos en general. Ellos nos permiten hacernos una idea de la patogénesis,
al menos en determinadas enfermedades.
Freud nos enseña que una neurosis se forma en tres etapas: en la base hay una fijación
infantil (perturbación del desarrollo libidinal); la segunda etapa es el rechazo, aún
asintomático, y la tercera es la aparición de la enfermedad: la formación del síntoma.
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Un caso de «ya visto»
Sandor Ferenczi / Un caso de «ya visto»
Una de mis enfermas contó durante una sesión de análisis un sueño que tuvo de joven, en
el que su novio aparecía con un bigote cortado como «un cepillo de dientes».
Inmediatamente antes del relato del sueño, acababa de contar la joven lo penoso que le
resultaba antes oír la declaración de ese joven sobre que los hombres no iban vírgenes al
matrimonio como las mujeres, sino que tenían ya una abundante experiencia erótica. Al
preguntarle sobre lo que le recordaba el cepillo de dientes, y sobre lo que podía reprochar
al asco bucal de su amigo, reconoció que percibía en él el olor característico de una
«digestión difícil». El material contenido en este recuerdo permitió relacionar la extremada
sensibilidad olfativa de esta enferma con la idea penosa de que podría percibir el olor de
otras mujeres en su prometido. Cuando le comuniqué esta hipótesis, la enferma gritó «todo
lo que pasa aquí, ahora y en torno a mí, ya me ha sucedido otra vez, sus palabras, su voz,
los muebles, todo, ha sucedido ya otra vez, exactamente así, sin ninguna diferencia». Le
expliqué que acababa de vivir la experiencia del «ya visto», lo cual confirmaba en cierto
modo mi hipótesis. La enferma respondió: «esta impresión ya la conocíamos (ella y su
hermana) desde niñas; teníamos la costumbre de decir que las cosas nos parecían
familiares porque antes, cuando aún éramos ranitas, ya las habíamos visto». Señalé a la
enferma que cuando aún era una ranita (embrión) se hallaba efectivamente en estrecha
relación con un cuerpo femenino (su madre) y en proximidad de órganos y excrementos
que -según me había dicho antes- le repugnaban. La enferma recordó entonces algunas de
sus teorías sexuales infantiles (la historia de la cigüeña con el lago y las ranas, el
nacimiento por vía anal, etc.) y al mismo tiempo el olor que tenía el cuerpo de su madre
cuando le permitía ir a su cama.
El contenido del sueño del «ya visto», lo mismo que las ideas asociadas, apoyan la
existencia de una relación inconsciente, sospechada desde hace mucho entre la fijación
homosexual y la hiperestesia olfativa que en la mujer puede manifestarse por una antipatía
excesiva hacia el «olor a mujer».
Este caso confirmaba al mismo tiempo lo que yo había observado en otros, o sea, que lo
«ya visto» y el sueño están en estrecha relación. Pero hasta el presente sólo había
encontrado esta relación entre lo ya 'visto y un sueño de la noche precedente; este caso me
indicó que un «ya visto» actual puede referirse también a sueños antiguos. Si tenemos en
cuenta la primera interpretación que Freud ha dado del «ya visto», o sea. que el fenómeno
resultaría de la reminiscencia de una ensoñación diurna inconsciente, podríamos acabar
diciendo que lo «ya visto» pertenece a la serie de las formaciones sintomáticas transitorias
y significa siempre el reconocimiento por el inconsciente de un suceso actual.
La teoría infantil de la enferma sobre lo «ya visto» es también digna de tener en cuenta.
Esta teoría hace remontar la extraña impresión de familiaridad a una existencia anterior en
la que el psiquismo habitaba en otro animal (la rana). El presentimiento de Freud, que
había señalado la posibilidad de tal teoría, se confirma aquí.
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Notas diversas
Notas diversas
Sandor Ferenczi / Notas diversas / Sobre la genealogía de la hoja de higuera
Sobre la genealogía de la hoja de higuera
Sobre la genealogía de la hoja de higuera
La elección de la hoja de higuera para disimular los órganos genitales se explica mediante
la identificación simbólica de éstos con el fruto de la higuera. Veamos la siguiente coplilla
de Arquíloco:
Metafísica... Metapsicología
«En los altos cielos he buscado la fuente de la predestinación, del paraíso y del infierno.
Entonces ha hablado mi sabio maestro: «Amigo Kismet, ha dicho, paraíso e infierno sólo
existen en ti mismo».
«...No digáis con ironía, vosotros los médicos, que sólo conocéis una pequeña parte del
poder de la voluntad. Pues ¡a voluntad genera ardores de una especie que nada tiene que
ver con la razón». (Una premonición del inconsciente que es inaccesible a la razón).
(Paracelso, Paramirum, tratado IV, cap. 81).
El doctor S. Lindner, un pediatra de Budapest, murió a los setenta y dos años. Fue una de
las pocas personas que Freud consideró como un precursor de su teoría de la sexualidad.
La obra principal del doctor Lindner es Ueber Ludeln oder Wonnesaugen («La succión del
pulgar»), publicado en Archiv fur Kinderheikunde (1879), en la que daba cuenta de sus
observaciones sobre los diferentes hábitos de succión de los bebés y de los niños,
enriquecida con rnuchas ilustraciones. Insistía sobre la naturaleza erótica de esta «mala
costumbre» y reconocía su evolución progresiva hacia la rnasturbación. Naturalmente nadie
le dio crédito; como defendía vigorosamente sus ideas contra sus oponentes, se le tenía
por excéntrico. Cuando el anciano se jubiló, el autor tuvo el privilegio de llamar su atención
sobre la resurrección triunfal de su teoría en los trabajos de Freud.
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La figuración simbólica de los principios del placer y de la realidad en el mito de Edipo
Sandor Ferenczi / La figuración simbólica de los principios del placer y de la
realidad en el mito de Edipo
La figuración simbólica
de los principios del placer
y de la realidad en el mito de Edipo
Schopenhauer escribe «Toda obra procede de una buena idea que conduce al placer de la
concepción; sin embargo, su nacimiento, su realización, al menos en mi caso, acontece con
dolor; pues entonces soy frente a mí mismo como un juez inexorable ante un preso tendido
en el potro, a quien obliga a responder hasta que no tiene nada más que preguntarle. Casi
todos los errores e inefables locuras de que están repletas las doctrinas y las filosofías,
creo que son el resultado de la ausencia de esta honradez. Si la verdad no ha sido
descubierta, no es por no haberla buscado, sino a causa del deseo de descubrir en su lugar
una concepción ya elaborada o al menos, de no lastimar una idea querida; para ello ha sido
preciso emplear subterfugios, en contra de todo y del propio pensador. El coraje de ir hasta
el fin de los problemas es lo que hace al filósofo. Debe ser como el Edipo de Sófocles que,
tratando de aclarar su terrible destino, prosigue infatigablemente su búsqueda, incluso
cuando adivina que la respuesta sólo le reserva horror y espanto. Pero la mayoría de
nosotros lleva en su corazón una Yocasta que suplica a Edipo por el amor de los dioses
que no siga adelante, y nosotros cedemos y por esto la filosofía está donde está De la
misma manera que Odín en la puerta del infierno pregunta incesantemente a la vieja
pitonisa en su tumba sin preocuparse de su reticencia, de su rechazo y de las súplicas para
que la dejen en paz, el filósofo debe interrogarse a sí mismo sin tregua. Sin embargo, este
coraje filosófico, que corresponde a la sinceridad y honradez en la investigación que me
atribuís, no surge de la reflexión y no puede ser erradicado a la fuerza, sino que es una
tendencia innata del espíritu».
Lo que dice Schopenhauer sobre la actitud psíquica necesaria para la producción científica
(filosófica) parece ser una aplicación a la teoría de la ciencia de las tesis de Freud referidas
a «los principios que rigen los fenómenos psíquicos». Freud distingue dos principios: el
principio del placer, que en los seres primitivos (animales, niños, salvajes) y en los estados
mentales primitivos (sueño, chiste, fantasía, neurosis, psicosis), desempeña el papel
principal y activa procesos que tratan de conseguir el placer por el camino más corto,
mientras que la actividad psíquica rechaza los actos que podrían conducir a sentimientos
desagradables (rechazo); y el principio de realidad, que presupone un mayor desarrollo y
un estadío evolutivo superior del aparato psíquico, caracterizado porque en lugar del
rechazo que excluye una parte de las ideas como fuente de desagrado, aparece el juicio
imparcial que debe decidir si una idea es justa o falsa, es decir, de acuerdo o no con la
realidad, mediante una comparación con los rasgos mnésicos de la realidad».
Schopenhauer ha visto claramente que, incluso en un sabio, las resistencias más fuertes a
una prueba de realidad libre de prejuicios no son de orden intelectual sino afectivo. Incluso
el sabio está sujeto a las debilidades y a las pasiones humanas: vanidad, envidia, prejuicios
morales y religiosos que, frente a una verdad desagradable, tienden a cegarle, y se halla
muy propenso a tomar por verdad un error que coincide con su sistema personal. El
psicoanálisis no puede completar el postulado de Schopenhauer más que sobre un solo
punto. Ha descubierto que las resistencias internas pueden fijarse desde la primera infancia
y llegar a ser totalmente inconscientes; del mismo modo exige a todo psicólogo que vaya a
dedicarse al estudio del psiquismo humano, que proceda antes a una exploración profunda
de su propia estructura mental, hasta las capas más escondidas y con ayuda de todos los
recursos de la técnica analítica.
Los afectos inconscientes pueden deformar la realidad no sólo en psicología sino también
en todas las demás ciencias; de manera que debemos formular el postulado de
Schopenhauer de la forma siguiente: todo trabajador científico debe someterse primero a
un psicoanálisis metódico.
Las ventajas que tendría la ciencia si el sabio se conociera mejor son evidentes. Una gran
porción de energía, desperdiciada actualmente en controversias pueriles y en conflictos de
prioridad, podría ser consagrada a objetivos más serios. El peligro de «proyectar en la
ciencia las particularidades de su propia personalidad atribuyéndoles un valor general»
sería mucho menor. Al mismo tiempo, la hostilidad con que se reciben hoy las ideas
originales o las proposiciones científicas sostenidas por autores desconocidos a quienes no
apoya ninguna personalidad relevante, sería sustituida por una prueba objetiva más
imparcial. Me atrevería a sostener que, si se observara esta regla de autoanálisis, la
evolución de las ciencias que hoy día es sólo una sucesión ininterrumpida de revoluciones y
de reacciones que consumen mucha energía, tomaría un rumbo mucho más regular y al
mismo tiempo más rentable y rápido.
Estas tendencias que han llegado a ser muy penosas debido a la civilización, a la raza y al
individuo, y en consecuencia rechazadas, arrastran con ellas en el rechazo a gran número
de ideas y de tendencias ligadas a los mismos complejos, excluyéndolos de la libre
circulación de las ideas o al menos impidiendo que sean tratadas con objetividad científica.
Silberer llama «fenómenos simbólicos funcionales» a las imágenes que surgen en los
sueños, fantasías, mitos, etc., que, en lugar de ilustrar el contenido del pensamiento o de la
fantasía, representan indirectamente el modo de funcionamiento psíquico (fácil o difícil,
inhibido, etc.).
-”Oh. ¿qué has hecho? ¿Cómo has podido destruir tus pupilas? ¿Qué dios empujó tu
brazo?”
El héroe responde:
-”¡Apolo, amigos míos!: sí, es Apolo quien me inflige en esta hora estas atroces desgracias
que son mi destino, mi destino a partir de ahora”.
En otros términos, era el sol (Febo, Apolo), el más tiránico de los símbolos paternos, al que
el héroe no debía volver a mirar; se podría ver aquí un segundo factor desplazando el
castigo de castración al de ceguera.
He aquí cómo podríamos imaginar el proceso de cristalización descrito por Rank tras esta
doble interpretación del mito de Edipo:
Dejemos que sean algunos pasajes de la tragedia los que muestren la exactitud de esta
interpretación.
-Yocasta: ¿Qué tiene que temer un mortal, juguete del destino, que no puede prever nada
seguro? Vivir al azar si se puede es con mucho lo mejor. No temas el himen de una madre;
muchos mortales han compartido en sus sueños el lecho materno. Quien atribuye poca
importancia a tales cosas es quien vive más alegremente.
-Yocasta (a Edipo que, buscando la terrible verdad, ha mandado venir al único testigo del
crimen): ¡Y no importa de lo que hable! No te preocupes en absoluto. De todo lo que te ha
dicho no conserves ningún recuerdo. ¡Para qué!
-Yocasta: ¡No, por los dioses! Si estimas la vida no hablemos más de ello. Ya es bastante
con que yo sufra.
-Edipo: ¡Eh!, ¡que estallen todas las desgracias posibles! Pero deseo saber mi origen, por
humilde que sea.
-El criado (que había recibido la orden de matar a Edipo recién nacido, pero que prefirió
abandonarlo en el campo): ¡Maldición! he de decir la cosa más cruel.
«La Yocasta en nosotros», como dice Schopenhauer, o el principio del placer en nuestra
terminología, quiere que el hombre se vea obligado a “vivir al azar, como se pueda, pues es
con mucho lo mejor”, que suprima lo que le perjudica, es decir, que rehuse en virtud de la
más superficial de las motivaciones, a atribuir la mínima significación a las fantasías y a los
sueños relativos a la muerte del padre y a las relaciones sexuales con la madre, a prestar
atención a las palabras desagradables y dañinas, a buscar el origen de las cosas, y por
encima de todo, a aprender quién es.
Sin embargo, el principio de realidad, el Edipo que hay en todo ser, no se deja desviar de la
verdad, aunque sea amarga o terrible por las reducciones del placer; nada le parece
indigno de verificación; no le da vergüenza explorar las predicciones surgidas de la
superstición o de los sueños, para encontrar allí el núcleo de la verdad psicológica, y
aprende a soportar la idea de que el fondo de su alma recela de los instintos agresivos y
sexuales que ni siquiera detienen las barreras erigidas por la civilización entre padres e
hijos.
Próximo escrito
Filosofía y psicoanálisis
Filosofía y psicoanálisis
Comentario de un artículo del Profesor
J. J. Putnam, de la Universidad de Harvard
El célebre profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, en un artículo motivado por las
intenciones más nobles y dotado de toda la fuerza persuasiva de una convicción sincera,
insiste en que el psicoanálisis, al que reconoce sin reservas como método psicológico y
terapéutico válido, se ha integrado en un sistema filosófico más amplio.
Todo analista que posea la noción del preconsciente, esta capa de las transformaciones
creadoras del espíritu en la que se elabora todo progreso psíquico, admitirá igualmente sin
reservas que «sabemos más de lo que podemos expresar», que «todo descubrimiento no
es más que un viaje exploratorio en nuestro propio psiquismo», que el deber de todo
psicoanalista es «hacer lo posible para evidenciar y aclarar toda premonición o
pensamiento (incluido el campo religioso)». En una palabra, si yo quisiera subrayar todos
los razonamientos que comparto con el artículo del profesor Putnam, tendría que reproducir
una gran parte del mismo.
Sin embargo, este articulo tan interesante y sugerente contiene observaciones que han
suscitado una viva oposición por mi parte y que me voy a permitir expresar aunque no
poseo ninguna formación filosófica, mientras que el profesor Putnam tiene todas las
ventajas de un espíritu abierto a la filosofía.
El profesor Putnam querría que los psicoanalistas se sometieran, o en todo caso adaptaran
sus conocimientos recientemente adquiridos a una perspectiva filosófica determinada.
No hay que olvidar que el psicoanálisis tiene el derecho, e incluso el deber -como la
psicología en general- de observar y examinar las condiciones de aparición de los
diferentes productos psíquicos, comprendidos los sistemas filosóficos, y de mostrar que las
leyes generales dei psiquismo son también válidas aquí. ¿Pero cómo podrá la psicología
dictar las leyes que han de regir la filosofía si se sospecha que pueda pertenecer a un
sistema filosófico determinado?
Voy a intentar demostrar con un ejemplo que no es imposible ni es por completo estéril
aplicar el punto de vista psicológico a las condiciones de aparición de los sistemas
filosóficos. La investigación psicoanalítica de los enfermos ha permitido diferenciar dos
mecanismos de rechazo opuestos (retirada de la atención consciente de toda fuente de
desagrado). los pacientes paranoicos sienten los procesos mentales objetivos que son
fuente de desagrado como una intervención del mundo exterior (proyección); los
neuróticos por el contrario pueden sentir los procesos que se desarrollan en el mundo
exterior (es decir, en otro) con la misma intensidad que si ellos los vivieran: «introyectan»
una parte del mundo exterior para aminorar un poco su propia tensión psíquica. Es digno
de señalar que algunos sistemas filosóficos tienen estrechas analogías con estos
mecanismos opuestos, indiscutiblemente determinados por causas afectivas. El
materialismo que niega el yo, disolviéndolo por completo en el «mundo exterior», puede
considerarse como la forma más completa de proyección que se concibe; mientras que el
solipsismo, que niega totalmente el mundo exterior, es decir, que lo absorbe en el yo, es la
forma extrema de la introyección. No es del todo absurdo pensar que una gran parte de la
metafísica pueda expresarse en términos de psicología o, como dice Freud. ser
metapsicología (Freud: «Psicopatología de la vida cotidiana»). A continuación, Freud ha
subrayado la analogía parcial existente entre la formación de los sistemas filosóficos y
paranoicos (Tótem y Tabú, cap. II). Otra parte de la filosofía podría aparecer sin embargo
como una premonición de verdades científicas.
La ciencia debe ser comparada a una empresa industrial que se ocupa de fabricar nuevos
valores; una «visión de la vida» filosófica por el contrario es sólo un balance aproximado
que podemos realizar de vez en cuando sobre la base de nuestros pensamientos actuales,
en particular, para determinar los puntos sobre los que deben dirigirse nuestros próximos
esfuerzos. Pero la realización continua de balances perturbaría la producción al absorber
energías que podrían ser mejor empleadas.
Los sistemas filosóficos son como las religiones; son obras de arte, ficciones.
Indiscutiblemente contienen gran número de ideas valiosas y no hay que despreciarlas.
Pero pertenecen a otra categoría de la ciencia; entendemos por ciencia la suma total de
esas leyes que, tras despojarlas en la medida de lo posible de las producciones imaginarías
del principio de placer, debemos considerar provisionalmente como fundadas en la realidad.
No hay más que una ciencia, pero hay tantos sistemas filosóficos y religiosos como
tendencias intelectuales y afectivas presenta la humanidad.
Las dos disciplinas, filosofía y psicología, obedecen a principios diferentes, y a ambas les
interesa permanecer separadas. La psicología debe reservarse el derecho de emitir juicios
sobre la filosofía, y, en correspondencia, debe tolerar que se la integre en los diferentes
sistemas filosóficos. Pero en su propio terreno la psicología debe permanecer
independiente, sin unir su suerte a ninguno de estos sistemas.
Otra filosofía posible, e incluso seductora desde nuestro punto de vista, es el agnosticismo,
que reconoce honradamente la imposibilidad de resolver los problemas últimos y que por
ello no es un sistema filosófico acabado. Pues si el profesor Putnam puede afirmar que la
razón no sirve para negar la existencia de la razón, olvida el peligro inherente, a la tentación
de sobrestimar el papel de la conciencia en el universo, sucumbiendo de este modo a un
antropomorfismo que no está justificado por completo. Por lo demás es una suerte para la
ciencia que ningún sistema filosófico presente un carácter de certidumbre indiscutible; pues
una solución definitiva a los problemas últimos de la vida destruiría todo impulso en la
búsqueda de nuevas verdades.
Sin embargo, el inconsciente está regido por principios totalmente diferentes. El principio
dominante consiste en evitar el desagrado, y las referencias temporal y causal intervienen
poco. Los contenidos psíquicos, separados de sus conexiones lógicas, se disponen en
capas en un espacio-placer relacionado con su peso-placer específico, quedando el más
desagradable en la situación más alejada de los límites de la conciencia. De esta forma
ocurre que los elementos lógicamente heterogéneos, pero que tienen un valor-placer
similar y que por eso están asociados, se hallan muy cerca e incluso están combinados; los
contrarios pueden tolerarse aun siendo vecinos; la más lejana analogía es admitida como
identidad; una «fluctuación increíblemente rápida de las intensidades» (Freud) permite los
desplazamientos y condensaciones más aberrantes desde el punto de vista lógico; la
ausencia del poder de abstracción y de simbolización verbal sólo permite el pensamiento en
imágenes dramatizadas. Quien haya analizado sueños, chistes, síntomas y neurosis no
dudará de que, en el último nivel del espíritu, las categorías ética y estética tienen poco
valor o carecen de él.
Dicho esto, no se debe considerar imposible que un psiquismo equipado con la conciencia
represente una forma «superior» del desarrollo mental, y no sólo por el contenido, sino
también por el modo de funcionamiento; lo cual implica simultáneamente la posibilidad del
desarrollo de formas superiores de actividad mental a partir de las formas más simples y
más primitivas.
El párrafo del articulo del profesor Putnam que pone en entredicho al psicoanálisis de forma
grave es un ataque contra la noción de determinismo psíquico. Pues el principal progreso
que debemos al análisis es el habernos permitido demostrar que los fenómenos psíquicos
están sometidos a leyes constantes e inmutables, igual que los fenómenos del mundo
físico.
A lo largo del tiempo se han formulado muchas veces la hipótesis de que nuestros actos
voluntarios están determinados. Pero ha sido el psicoanálisis de Freud el que ha revelado
los factores determinantes inconscientes, permitiéndonos así constatar que lo que la
conciencia ha estimado como actos voluntarios libres, igual que las ideas «espontáneas»
de que derivan, son el resultado inevitable de otros procesos psíquicos que a su vez están
estrictamente determinados. El psicoanálisis que lleva la convicción del determinismo de los
procesos voluntarios en la sangre, debido a su experiencia cotidiana, le debe el sentimiento
reconfortante de que no está obligado a abandonar en el terreno psíquico las sólidas bases
de las leyes científicas.
Además, un examen atento permite constatar que la diferencia aparentemente grande ante
esta opinión y la del profesor Putnam estriba, al menos parcialmente, en una diversidad de
terminología. En algunos lugares identifica los conceptos de libertad y de voluntad
indeterminada, que nosotros diferenciamos con claridad. El psicoanálisis no niega
ciertamente la existencia de la voluntad (instinto). Lejos de conformarse con ser descripción
biogenética, que “se contenta explorando con suficiente exactitud los fenómenos sucesivos
de un proceso de desarrollo”, ve actuar por todo el psiquismo a las «tendencias», es decir,
los procesos mentales que sólo se pueden comparar con nuestra voluntad consciente. El
psicoanálisis nunca ha pretendido que Hamlet «careciera de voluntad», sino que, a
consecuencia de sus caracteres innatos y adquiridos, estaba destinado a ejercer su
voluntad de manera dubitativa y finalmente trágica.
Los hechos son así, no lo podemos negar. Pero la cuestión es si el acceso inverso, que
caracteriza al psicoanálisis, debe realmente ser considerado perjudicial, o bien por el
contrario, como el proceso más fecundo y más considerable en el ámbito de los métodos
psicológicos.
Desde hace siglos todos los esfuerzos tendían a captar los procesos mentales a partir de la
conciencia; por esta razón se ha introducido la psicología a la fuerza en las categorías del
espíritu humano consciente y cultivado (lógica, ética, estética). Pero no puede afirmarse
haber obtenido de ello un gran beneficio. Las manifestaciones más simples de la vida
psíquica siguen siendo herméticas y, a pesar de que todas las protestas doctrinales
pretenden lo contrario, la estéril «psicología de las facultades» ha prevalecido siempre.
Como reacción surge una tentativa de aproximación psicofisiológica que, sin embargo, no
ha podido establecer un puente sobre el vacío abierto que separa los procesos fisiológicos
relativamente simples y las realizaciones mentales complejas del hombre civilizado. La
psicofisiología ha fracasado desde el momento que ha pretendido abandonar el campo de
la fisiología descriptiva de los sentidos; de otro modo, se hubiera visto forzada -en un
contraste llamativo con la precisión tan cacareada de sus métodos- a recurrir a las hipótesis
más aventuradas.
Vinieron después los sorprendentes descubrimientos de Freud sobre los procesos mentales
inconscientes, y el método que nos ha permitido explorar su contenido y su funcionamiento.
Tales descubrimientos se hicieron inicialmente sobre enfermos. Pero cuando Freud ha
intentado insertar los procesos mentales latentes desvelados en los neuróticos en el
espacio que separa la biología y la psicología del consciente de los individuos normales, los
problemas que la psicología del consciente trataba sin éxito y que la psicofisiología ni
siquiera se atrevía a afrontar, han quedado solucionados sin mas.
Los sueños los chistes y los actos frustrados de los individuos normales fueron reconocidos
como estructuras psíquicas de la misma naturaleza, que obedecían a las mismas leyes
científicas; la apariencia de azar o de arbitrariedad quedó desvanecida; el descubrimiento
del inconsciente ha conducido a la cristalización de una comprensión mas profunda de la
psicología del artista y del poeta, de los fenómenos de la mitología y de la religión, de la
psicología de los pueblos y de la sociología. Con ayuda del inconsciente se ha podido
demostrar la existencia del principio biogenético en la esfera psicológica
Es ciertamente posible que la rica corriente de conocimientos nuevos que hoy nos ofrece la
investigación del inconsciente se agote un día, y que nos veamos obligados a reemprender
la investigación psicológica partiendo de nuevas bases: posiblemente a partir de la
conciencia o de la psicología. Quiero simplemente subrayar aquí que nuestra labor
inmediata debe consistir en profundizar en el psicoanálisis independientemente de todo
sistema filosófico.
Próximo escrito
Sugestión y psicoanálisis
Sandor Ferenczi / Sugestión y psicoanálisis
Sugestión y psicoanálisis
Son muchos los que consideran que el psicoanálisis es una terapéutica fundada en la
sugestión. Este juicio proviene de su falta de información y conocimiento. Pero incluso
quienes conocen algunas obras analíticas llegan a calificar al análisis, basándose en una
información superficial, de «método sugestivo», cuando no tienen una experiencia práctica
personal y cuando no han vivido por sí mismos el análisis. Por el contrario, quienes
practican el psicoanálisis -como en mi caso- advierten una gran diferencia entre los dos
métodos de investigación y de tratamiento: el análisis y la sugestión. De tales diferencias
me propongo hablarles.
Tendrán que perdonarme si, cediendo a razones sentimentales, me dirijo en primer lugar a
quienes no están informados, es decir, que son imparciales, para ocuparme en segundo
lugar de las objeciones de los otros.
Resulta casi inútil definir el sentido del término «sugestión»; cada uno sabe ya lo que
significa: la introducción voluntaria de sensaciones, sentimientos, pensamientos y
decisiones en el universo mental de otro, y esto de manera tal que la persona influenciada
no pueda corregir ni modificar por propia iniciativa los pensamientos y sentimientos
sugeridos. En una palabra, diremos que la sugestión consiste en imponer, o incluso en
aceptar incondicionalmente una influencia psíquica extraña. La desconexión del espíritu
crítico es, pues, la condición sine qua non para una sugestión eficaz.
¿Cuáles son los medios para ello? Por una parte la autoridad, la intimidación y, por otra, la
insinuación con ayuda de una actitud benevolente y cálida. He intentado demostrar en otro
lugar que la sugestión rebaja al paciente al nivel de un niño incapaz de resistir o de pensar
y reflexionar por sí mismo; el sugestionador pesa sobre su voluntad con una autoridad casi
paterna, o se insinúa en el espíritu del «médium» con un dulzura cariñosa de tipo maternal.
¿Y qué pretende hacer de su médium el que practica la hipnosis o la sugestión?
Simplemente impedirle sentir, saber o querer lo que, según su naturaleza, debería sentir,
saber o querer: que no sufra más con sus dolores físicos o psíquicos, que su conciencia no
se vea apesadumbrada por ideas obsesivas, que no se esfuerce en alcanzar objetivos
inaccesibles. O bien que sea capaz de saber, sentir, desear, a pesar de la resistencia
interna: que pueda trabajar, concentrar su atención, poner en práctica sus proyectos; que
pueda perdonar, amar, odiar, incluso cuando obstáculos interiores o exteriores le paralicen.
Igual que Jesús, el hipnotizador dice al paralítico histérico: «Levántate y anda», y el
enfermo debe levantarse y andar. A la mujer que da a luz, le dice: «Darás a luz sin
sufrimiento», y ella obedece.
El primero y principal es éste: no todo el mundo puede ser sugestionado. Cuanto más
maduros, independientes y evolucionados se hacen los hombres, tanto moral como
intelectualmente, con menos probabilidades cuenta el hipnotizador, ese médico-milagro,
para reducir al individuo al estado de niño dócil.
El segundo obstáculo surge porque, aunque un individuo sea influenciado mediante tina
relativa limitación o incluso una reducción del campo de su conciencia propia, esta
influencia es sólo provisional, no dura más que el tiempo que se mantiene la autoridad del
sugestionador, o que permanece intacta la confianza que el enfermo tiene en él. Y en
verdad, se trata a menudo de un tiempo muy limitado.
Es posible que esto les parezca insignificante, pero desde el punto de vista del enfermo
sugestionado hay que saber que la hipnosis o la sugestión fijan de alguna forma el
estrechamiento del campo de la conciencia. impidiendo que el paciente capte una parte de
sus percepciones externas e internas. Quien se abandona totalmente al hipnotizador llegará
fácilmente a creer en la Virgen de Lourdes, o en la vidente de O-Buda.
Por el contrario, el psicoanalista se sitúa sobre la sólida base del determinismo riguroso de
la vivencia psíquica. Se resiste inicialmente a admitir el punto de vista según el cual las
enfermedades llamadas «imaginarias» son manifestaciones sin fundamento, emparentadas
con la simulación, absurdas. Anteriormente, antes de conocer el psicoanálisis, los enfermos
me ponían a menudo en un compromiso cuando quería sugerirles algo. Cuando decía a un
enfermo incapaz de acomodarse a un trabajo sistemático: «¡Usted no está enfermo, amigo
mío, reaccione, basta con querer!», él me respondía: «Mi mal, doctor, es justamente
carecer de voluntad: día y noche me digo: debes, debes, y a pesar de todo no puedo. He
venido precisamente para que usted me enseñe a querer». En casos como éste, el
enfermo (pues sin duda es un enfermo y sufre) se impresiona muy poco cuando el médico
no hace más que repetirle -puede que medio tono más alto, o con aire grave, severo o muy
seguro-: «¡Perfectamente, usted debe querer!». El enfermo vuelve a su casa triste y
decepcionado: se va a otro médico, y cuando haya recorrido todos y todos le hayan
decepcionado, caerá en la desesperación o en manos de charlatanes. Conozco el caso de
un célebre médico que cuidaba a una joven afectada por las obsesiones; había recurrido a
él con toda su confianza; la despidió diciéndole que no tenía nada; la joven volvió a su casa
y se ahorcó.
¿Podemos decir que no se trata de verdaderas enfermedades cuando hay tantos seres que
las soportan durante años, llegando a abandonar a su familia, a descuidar su trabajo o a
huir mediante el suicidio? ¿No hay algo de verdad en esta advertencia irónica que hizo un
enfermo al médico que le aconsejaba «no inventar ideas»: «Y usted, por qué no inventa
alguna idea, doctor?».
De este modo, el psicoanálisis ha descubierto que quienes tenían razón eran los enfermos,
no los hipnotizadores. El enfermo imaginario, el hombre sin voluntad. están realmente
afectados; solo se equivocan respecto a la verdadera causa de su mal. El temor del
hipocondríaco es «infundado» cuando observa su pulso y controla incesantemente su
funcionamiento cardíaco, creyendo morir en todo momento; pero dentro de él hay una
causa oculta, una angustia secreta que alimenta de continuo la angustia dirigida sobre su
cuerpo. El enfermo que padece agorafobia histérica, que no se atreve a dar un solo paso
en la calle, tiene seguramente un sistema nervioso central y periférico fuerte, y sus
músculos, articulaciones y huesos se hallan en perfecto estado. Pero ello no significa que
«se encuentre bien». Con trabajo y paciencia, el psicoanálisis busca y encuentra la llaga
espiritual olvidada, sumergida en el inconsciente, de la que la agorafobia es la expresión
disimulada, deformada.
Así, pues, mientras que la hipnosis y la sugestión se contentan con negar el mal, o lo
esconden a más profundidad -dejándolo en realidad incubarse en el fondo del psiquismo
como la brasa bajo la ceniza-. el psicoanálisis exhuma el mal, enérgicamente pero sin
brutalidad, y descubre el foco del incendio.
¿Cuáles son los focos de incendio? Son los recuerdos, los deseos, las autoacusaciones,
las profundas heridas de amor propio, aparentemente olvidados pero vivos en realidad, que
el individuo se resiste a justificar ante sus propios ojos, prefiriendo la solución de la
enfermedad. Se trata esencialmente de conflictos no resueltos al nivel de los dos instintos
principales del hombre: el instinto de conservación y el de reproducción, que llegan a ser
insoportables debido a una disposición individual o a circunstancias exteriores.
Podrían ustedes preguntarme cuál es la ventaja de saber el mal de que en realidad se sufre
al cabo de una larga y penosa búsqueda. ¿Acaso no sería más prudente dejar al enfermo
sus angustias obsesivas, la parálisis histérica en que se ha refugiado, en vez de forzarle a
considerar sin miramientos los defectos afectivos y morales que oculta?
La experiencia prueba que no. Pues puede hallarse siempre una solución a un mal real, e
incluso en muchos casos, hasta ha perdido su significación original al cabo del tiempo. Las
personas que figuran en los complejos de representación del enfermo pueden haber
muerto ya o ser ahora indiferentes, y sin embargo pueden transcurrir muchos años de
sufrimientos psíquicos si, para evitar los problemas, se rehuye la solución dolorosa de un
conflicto mediante el rechazo, la mentira y el disimulo ante si mismo.
Lo que se permite el poeta -hacer revivir a los personajes según su placer- no es posible
para el psicoanálisis. Pero la fantasía liberada de sus brazos por el análisis puede evocar
los recuerdos del pasado con una fuerza extraordinaria, ocurre entonces a menudo, como
en La dama del mar, que el afán o pensamiento inconsciente que ha procurado tantos
tormentos inútiles al enfermo sólo le turbaba mientras permanecía en el inconsciente, al
abrigo de la luz desmitificadora de la conciencia.
Los males reales tienen a menudo remedio; pero a condición de conocer tales males. Si La
dama del mar, enfrentada a la libertad de elegir, hubiera sentido que no amaba a su
marido, debería haberse divorciado. A continuación hubiera podido reflexionar si debía
seguir al aventurero o bien no seguir ni a su marido, un buen hombre al que ella no amaba,
ni al seductor carente de fe, y, rompiendo con ambos, fijarse objetivos nuevos que podían
reportarle alguna compensación.
Cuando pasan años y décadas sin que remita el sentimiento doloroso, podemos estar
seguros de que el apesadumbrado no llora sólo la persona y el recuerdo del que tiene
consciencia, sino que, desde el fondo del inconsciente, hay otros motivos depresivos que
se aprovechan del dolor actual para manifestarse.
Como ya he dicho, incluso un análisis concebido de esta forma es para algunas personas
todavía sugestión. El analista se ocupa mucho de su paciente, «le mete en la cabeza» que
sus síntomas provienen de esto o de aquello, y el efecto terapéutico es debido a esta
sugestión.
En general son estos mismos críticos quienes afirman de golpe que los datos del análisis
son falsos y que además es ineficaz y nocivo, y que sólo cura mediante la sugestión.
En virtud del principio de la dialéctica, que indica que corresponde a quien afirma el aportar
la prueba de sus asertos, no debería detenerme en estas objeciones que consisten siempre
en simples afirmaciones o hipótesis, ya que ninguno de los críticos aduce experiencias
personales.
Pero como tales objeciones son hechas a menudo y su repetición podría impresionar, he
juzgado necesario citar algunos datos que excluyen de entrada el que la sugestión pueda
jugar algún papel por pequeño que sea en el análisis.
Nosotros, por el contrario, obligamos al enfermo a decir todo lo que se le ocurre, sin dejar
nada, ni siquiera lo que le parezca penoso u ofensivo para el médico. De este modo se
expresa poco a poco toda la desconfianza, el desprecio, la ironía, el odio, la cólera y la
susceptibilidad de que están impregnados todos los sentimientos humanos, pero que son
sofocados, destruidos en su nacimiento por el aspecto imponente, el aire de severidad o de
bondad, o la autoridad del médico sugestionador. ¿Puede imaginarse un campo más
desfavorable para la sugestión que una relación en la que el sujeto amenazado de
sugestión tiene el derecho e incluso el deber de rebatir, ridiculizar y humillar a su médico
por todos los medios? Porque es el momento de decir que los pacientes se aprovechan de
la ocasión para arrojar de una vez todo el odio y la fobia que tienen a las autoridades y que
reprimen desde la infancia. Consideran al médico con mirada penetrante, examina su
apariencia, sus rasgos, su vestimenta, se burlan de su profesión, sospechan de la
integridad de su carácter, le atribuyen crímenes diversos. Y el analista, que conoce su
oficio, no se defiende; espera con calma que el paciente descubra por sí mismo que tales
acusaciones infundadas o excesivas corresponden a la transferencia sobre el analista de la
agresividad que sienten hacia otra persona mucho más importante para él.
En el tratamiento por sugestión o hipnosis, el médico sólo dice y hace creer a su enfermo
cosas placenteras. Niega su enfermedad, le anima, le infunde fuerza, seguridad, en una
palabra, sólo le sugiere lo que resulta agradable hasta el punto de que es capaz de
renunciar por un tiempo a la producción de síntomas.
Si aún hay alguien que llame a este proceso sugestión, no tendremos más remedio que
revisar la noción de sugestión y será preciso echar mano del arte de convencer con ayuda
de la lógica basada en pruebas inductivas. Sin embargo, obrando así, tanto el término
como la objeción perderían todo su sentido.
Añadamos que el psicoanalista intenta anular, sin miramientos, incluso estos sentimientos
de simpatía; ¿hay algo más ofensivo que tales sentimientos que rehusar la reciprocidad y
considerarlos como un dato científico de interés terapéutico que conviene analizar? De
hecho tanto el amor como el dolor patológicos se difuminan una vez analizados y pierden
su magia.
Si a pesar de todo lo que acaba de decirse, el enfermo se cura, sólo puede hablar de
sugestión quien ignore por completo el análisis o quien no posea más que ideas erróneas.
El psicoanalista debe tratar de no actuar nunca por sugestión. Cuando el paciente viene a
verle con aire resplandeciente hablando de su curación, le corresponde al médico la penosa
labor de señalarle los indicios que contradicen tal curación. Pero si alguien pretende que
también esto es sugestión me será imposible proseguir la discusión, pues llegaré a pensar
que tropiezo con una idea obsesiva inaccesible al razonamiento.
Por lo demás, la escasa popularidad de que goza el psicoanálisis en los ambientes médicos
contribuye ampliamente a limitar el efecto de sugestión en nuestros análisis.
Pase aun cuando se califica breve y substancialmente de tontería por gentes que lo ignoran
en absoluto. Pero llega a suceder incluso que, gracias a la benevolencia de algunos
colegas, los enfermos sospechan incluso de la integridad personal del analista.
Naturalmente los informadores ignoran que el enfermo en tratamiento analítico cuenta todo
a su médico; precisamente esta dificultad en confesar la verdad es la que corrige en cierta
medida la potente contrasugestión que podría anular de entrada la confianza del enfermo.
Hoy, corno dice «el hombre genial» antes mencionado, el análisis es «como una
intervención quirúrgica en la que los padres y los médicos pasaran el tiempo escupiendo en
el quirófano».
No hay sugestión en el análisis, sino la libre manifestación de una resistencia muy poderosa
que proviene en parte de la profunda repugnancia que la gente experimenta a admitir las
cosas penosas, y en parte de la gran desconfianza que algunos médicos -precisamente
quienes actúan mediante su autoridad- despiertan en nuestros pacientes.
En la actualidad dos filosofías chocar en el lecho del neurótico; se enfrentan desde hace
mucho tiempo, y no sólo en patología sino también en el terreno social. Una de ellas
pretende acabar con los males prescindiendo de ellos, disimulándolos y rechazándolos;
actúa estimulando la compasión y manteniendo el culto a la autoridad. La otra, por el
contrario, combate «la mentira vital» dondequiera que la halle, no abusa del peso de la
autoridad y su objetivo final consiste en hacer penetrar la luz de la conciencia humana
hasta los resortes más escondidos de los móviles de actuación; sin retroceder ante las
tomas de conciencia dolorosas, desagradables o repugnantes, desvela las verdaderas
fuentes de los males. Una vez alcanzado este objetivo, no es difícil armonizar con total
autonomía los intereses personales y los de la sociedad, basándose solamente en la razón
lúcida.
El hombre, sea sano o enfermo, está maduro para afrontar conscientemente sus males; el
pretender curarlo actualmente mediante la sugestión y la reafirmación es dar prueba de una
ansiedad excesiva, porque se trata de métodos insatisfactorios incluso para un niño, en
lugar de las píldoras de la verdad, a veces amargas, pero siempre provechosas.
Próximo escrito
Notas diversas
Sandor Ferenczi / Notas diversas
Notas diversas
En la obra de O. Liebman Gedanken und Tatsachen (2a ed., Strasbourg, 1899), hallamos la
siguiente observación: «Existen dramas que serían totalmente ininteligibles sin conocer lo
que ocurre entre bambalinas. La vida psíquica del hombre forma parte de estos dramas. Lo
que se desarrolla sobre el escenario, a la plena luz de la conciencia, corresponde a
fragmentos y a trozos de la vida psíquica personal. Sería inconcebible, imposible incluso, si
no existiera lo que ocurre en los pasillos, es decir, los procesos inconscientes». (Citado de
M. Offner, «Das Gedächtnis»).
Próximo escrito
Conocimiento del inconsciente
Sandor Ferenczi / Conocimiento del inconsciente
No son los soberanos, ni los políticos ni los diplomáticos quienes deciden la suerte del
mundo, sino los sabios. Los poderosos no son de hecho más que los ejecutores y a veces
los enemigos implacables de las fuerzas liberadas por las ideas, pero en todo caso actúan
como marionetas manejadas por esas fuerzas. «¿Quién sabe -pregunta Anatole France- si
un investigador desconocido no está elaborando en una buhardilla la obra que un día
conmoverá al mundo?».
Creemos que el cambio de la faz del universo no va a ser efecto sólo de los milagros de la
técnica, del dominio cada vez mayor de las fuerzas naturales, ni siquiera de las tentativas
para garantizar a todos y cada uno de los humanos una vida mejor, gracias a la mejora de
la distribución de los bienes materiales y de la estructura social. El progreso tiene un tercer
objetivo, pleno de esperanzas: la perspectiva de un desarrollo cada vez mayor de las
fuerzas físicas y espirituales y de la capacidad de adaptación del hombre. Al servicio de
este último objetivo se halla la higiene individual y social, y ese movimiento en auge que
trata de mejorar las razas, el eugenismo.
Hay que añadir a esto que la humanidad no se ha liberado aún totalmente de la reacción
producida el siglo pasado, bajo el efecto de la corriente filosófica materialista, contra el
estudio de todo fenómeno intangible, no mensurable, irreductible a una ecuación e
incontrolable por el método experimental, es decir, todo lo que abarca la noción tan
desacreditada de «especulación».
Cuanto más provechosa ha sido para las ciencias naturales esta orientación unilateral del
interés hacia el exterior, tanto más ha perjudicado a la ciencia que trata del mundo interior
del hombre, la psicología. La parte de los fenómenos psíquicos que puede medirse,
ponerse en fórmulas matemáticas, y conocerse por la experimentación, es una parte tan
débil y elemental de la vida psíquica que, bajo el efecto de la corriente materialista, la
psicología ha descendido al rango de una parcela tributaria de la fisiología sensorial
abocada a la esterilidad desde hace bastantes décadas. Por el contrario, las
manifestaciones psíquicas más complejas, para las que el único método de que
disponíamos hasta ahora era la observación y la introspección, no han atraído la atención
de los sabios; los investigadores profesionales apenas se han interesado en los problemas
del conocimiento del hombre, en el estudio del carácter, en los conflictos psíquicos y sus
modos de liquidación, en los efectos pasajeros o perdurables de las impresiones psíquicas.
Los únicos que se han dedicado a esta parte de la ciencia han sido los poetas, los
biógrafos o autobiógrafos y algunos historiadores, pero éstos no nos ofrecen pura ciencia,
porque el poeta desea distraer y no instruir, el historiador se interesa por el suceso, el
biógrafo por el individuo y no por los principios generales que derivan del objeto de su
estudio.
Resulta típico de la inercia del espíritu humano que incluso estas experiencias hipnóticas
realizables a voluntad tanto en enfermos como en sanos, no hayan condenado a los sabios
a la conclusión evidente de que esta disgregación de la conciencia en muchos elementos
no es simplemente una cualidad científica, un lusus naturae teratológico, sino una
particularidad esencial del psiquismo humano. En lugar de consagrarse con pasión al
estudio de estos problemas radicalmente nuevos que abrirían vastas perspectivas, se han
obstinado en proseguir sus estériles mediciones psicofísicas. Partiendo del erróneo punto
de vista de que los objetivos de la psicología estaban estrictamente limitados a has
manifestaciones psíquicas conscientes, rechazaban a priori la posibilidad de considerar el
ámbito subconsciente en un plano distinto al fisiológico. En vano contradecía esta
concepción la experiencia derivada de la histeria y de la hipnosis; también en vano
revelaban los fenómenos observados la existencia, bajo el umbral de la conciencia, de
complejos altamente estructurados que, aparte de la cualidad consciente, poseen poderes
casi equivalentes a los de la conciencia plena.
Así estaban las cosas cuando en 1881, una paciente inteligente hizo comprender al médico
vienés Breuer que en los sujetos afectados de histeria, las imágenes mnésicas situadas
bajo el umbral de la conciencia a la que perturbaban, podían aparecer en la superficie en
determinadas condiciones y hacerse conscientes. Además del beneficio que el enfermo
consiguió en el plano terapéutico, tenemos derecho a atribuir a este suceso una
importancia considerable desde el punto de vista psicológico. Era la primera vez que un
plan concertado permitía determinar el contenido de los grupos de representaciones
refugiados en el inconsciente, y la naturaleza de los afectos a ellos ligados.
Pero no hay que pensar que tal descubrimiento fue seguido de inmediato por una
investigación febril de los enigmas del psiquismo inconsciente. Durante diez años, esta
observación clínica permaneció olvidada en los cajones del médico vienés, hasta que
finalmente Freud admitió su significación universal.
Está aún lejos el día en que se realice una reforma radical de la educación psicológica de
los humanos, dando lugar a una generación que no se despojará de los impulsos y deseos
contrarios a las exigencias de la civilización arrojándolos al inconsciente, o mediante una
desautorización o un reflejo de rechazo, sino que aprenderá a soportarlos conscientemente
y a dominarlos con lucidez. Será el término de una etapa de la humanidad caracterizada
por la hipocresía, el ciego respeto a los dogmas y a la autoridad, y la ausencia de toda
autocrítica.
Próximo escrito
Contribución al estudio del onanismo
Sandor Ferenczi / Contribución al estudio del onanismo
Esta constatación refuerza además, según creo, la hipótesis de Freud sobre la génesis de
la neurastenia. Se puede creer incluso que la neurosis masturbatoria actual es la repetición,
el paso a la situación crónica de los síntomas que constituyen la «neurastenia de un día»,
ligada al onanismo.
Repetidas observaciones prueban, sin contradecir las reflexiones teóricas, que la actividad
masturbatoria puede provocar síntomas fisiológicos que no se dan en el coito normal.
A pesar de poseer una libido débil, algunos hombres mantienen relaciones sexuales
frecuentes con su mujer, pero, al hacer esto, sustituyen la realidad de su mujer por la
fantasía de otra diferente y, por decirlo así, se masturban en una vagina Si tales hombres
tienen eventualmente relaciones con otra persona, éstas se desarrollan satisfactoriamente,
y señalan la gran diferencia existente entre un coito apoyado en una fantasía y otro basado
en él mismo. Además de satisfacer las necesidades de su libido, estas personas se sentían
revitalizadas tras el coito, se adormecían un rato y, tanto durante ese día como durante el
siguiente, rendían mucho más. Un coito masturbatorio era seguido, sin lugar a dudas, de
una «neurastenia de un día» que presentaba todos los síntomas antes descritos; la
reaparición de algunos de estos problemas inmediatamente después de la relación era algo
muy típico: dolores oculares provocados por la luz, pesadez en las piernas y, además de la
excitabilidad psíquica, una hipersensibilidad cutánea pronunciada, sobre todo a las
cosquillas. El insomnio puede explicarse, según creo, y habida cuenta de las sensaciones
concomitantes de calor y de palpitaciones, como una consecuencia de la excitación
vasornotriz.
Es imposible oponer un argumento teórico a la hipótesis según la cual los procesos del
coito normal y de la masturbación comportan diferencias no sólo psicológicas sino también
fisiológicas. Es fácil comprender la diferencia esencial entre los mecanismos de una
relación sexual normal y el onanismo, ya sea practicado por excitación manual o por
frotamiento del pene en la vagina de un objeto sexual insatisfactorio; las primicias
amorosas están excluidas del onanismo, mientras que la participación de la fantasía se
halla allí exacerbada; siendo así no creo que las primicias sean un proceso puramente
psicológico. Cuando se contempla, se acaricia, se abraza, se oprime un objeto sexual
satisfactorio, las zonas erógenas visuales, táctiles, bucales y musculares resultan
fuertemente excitadas y una parte de esta excitación se transmite automáticamente a la
zona genital. El proceso se desarrolla primeramente en los órganos de tos sentidos o en los
centros sensoriales: la fantasía sólo participa secundariamente en el sufrimiento -o en la
alegría- del conjunto. En el onanismo, por el contrario, los órganos de los sentidos no
entran en juego y toda excitación debe ser aportada por la fantasía consciente y la
estimulación genital.
La adhesión violenta a una imagen, que se presenta a menudo con una fuerza alucinante
durante el acto sexual y que normalmente es inconsciente casi por completo, representa un
esfuerzo considerable, en grado suficiente para explicar la fatigabilidad de la atención tras
el acto.
No resulta fácil de explicar la excitabilidad de los órganos de los sentidos que persiste tras
el onanismo (y durante la neurastenia), Sabernos muy poco aún sobre los procesos
nerviosos del coito normal. La excitación de las zonas erógenas durante el coito provoca la
alerta y la disponibilidad de los órganos genitales; luego, durante los frotamientos
siguientes, el reflejo génito-espinal desempeña el papel principal la excitación genital
alcanza su acmé y, por último, en el momento de la eyaculación, la difunde de forma
explosiva por todo el cuerpo. Pienso que el gozo -al igual que las sensaciones comunes- no
es localizable, lo cual podría explicarse así: cuando la estimulación genital ha acumulado o
alcanzado cierta intensidad, se difunde de manera explosiva, desbordando el centro
espinal, por toda la esfera sensitiva, y también en los centros cutáneos y sensoriales. No es
lo mismo que la ola voluptuosa se difunda por una esfera sensible, preparada por las
premisas amorosas, que lo haga sobre un cuerpo adormecido, carente de excitación y, por
así decir, frío. Al menos no es evidente que los procesos nerviosos sean fisiológicamente
idénticos en el coito y en la masturbación. Por el contrario, estas últimas explicaciones
proporcionan una indicación para comprender la causa de la sobreexcitación vasomotora,
sensible, sensorial y psíquica que sigue al onanismo. Es probable que, cuando todo sucede
normalmente, la ola de placer se consuma íntegramente; pero la masturbación, por el
contrario, no le permite equilibrarse de manera total; esta fracción residual de la excitación
puede ser la explicación del cuadro clínico de la neurastenia de un día, e incluso de la
neurastenia en general.
Tampoco deben olvidarse los descubrimientos de Fliess, sobre las reacciones existentes
entre la nariz y el aparato genital. La hiperexcitación vasomotora que sigue a la
masturbación puede provocar perturbaciones crónicas del tejido eréctil de la mucosa nasal,
que pueden ocasionar neuralgias y otros problemas funcionales. Tras la cauterización de
los puntos genitales de la nariz se han observado rápidas mejoras en algunas neurastenias
masturbatorias. Convendría realizar investigaciones a gran escala sobre esto.
Mientras que en las anteriores notas he querido precaver contra una manera
exclusivamente psicológica de considerar las consecuencias de la masturbación, ahora
temo caer en el error inverso al tratar del problema de la eyaculación precoz. Según mi
experiencia, se observa a menudo en aquellos a quienes el coito les resulta penoso por una
u otra razón, y que tienen interés en acabar cuanto antes. Sabemos que los onanistas,
inmersos en sus fantasías, enseguida se desencantan del objeto sexual, y puede admitirse
que, inconscientemente, desean acortar el acto. No intento decir, sin embargo, que no
deban considerarse las causas locales (alteración del canal eyaculador) en la eyaculación
precoz.
Quisiera aún prestar atención a la génesis de los lazos simbólicos que existen entre la
extracción de un diente y el onanismo, que puede observarse en los sueños y en las
neurosis. Todos sabemos que en los sueños, la extracción de un diente es la
representación simbólica del onanismo. Freud y Rank lo han demostrado con ejemplos
indiscutibles, y han señalado que este mismo simbolismo se halla en la lengua alemana.
Sin embargo, el mismo lazo simbólico es muy frecuente en los húngaros que ignoran, por
cierto, la expresión popular alemana. Además, en húngaro no existe expresión análoga
para la masturbación Por el contrario, el análisis ha permitido en todos los casos la
aparición de la probabilidad de una identidad simbólica entre la extracción dental y la
castración. El sueño sustituye simbólicamente la extracción por la castración (es decir, el
castigo al onanismo).
En la vida hay un momento que puede explicar este símbolo del onanismo y que refuerza la
analogía aparente entre el diente y el pene, entre la extracción del diente y el corte del
pene. En efecto, la castración y la extracción (la caída, la pérdida del diente) son
precisamente las primeras intervenciones en que el niño puede sentirse seriamente
amenazado. El niño puede rechazar con facilidad de sus fantasías la más desagradable de
estas dos operaciones (la castración), poniendo el acento sobre la extracción dental que se
le parece. De esta manera, probablemente, se ha constituido el simbolismo sexual.
Existe además una neurosis dental bien definida: temor desmesurado a cualquier
intervención al nivel de los dientes, o sea, a toda intervención del dentista; sondeos y
exploraciones continuas en las cavidades de los dientes huecos; obsesiones respecto a los
dientes, etc. El análisis revela que esta neurosis deriva del onanismo, o de la angustia de
castración.
Próximo escrito
Importancia del psicoanálisis en la justicia y en la sociedad
Todo progreso de la psicología supone al mismo tiempo un progreso en las demás ciencias
del espíritu. El paso más pequeño en nuestro conocimiento del psiquismo humano nos
obliga a revisar todas las disciplinas cuyo objeto se relacione con la vida psíquica. ¿Acaso
las ciencias jurídica y social no pertenecen a esta categoría? La sociología trata de las
leyes que rigen las condiciones de vida de los individuos agrupados en colectividad. El
derecho resume en reglas concretas los principios a los que deben adaptarse los individuos
si pretenden seguir siendo miembros de la sociedad. Esta adaptación es ante todo un
proceso psíquico; en consecuencia, según un punto de vista más general, tanto el derecho
como la sociología pertenecen a la psicología aplicada y deben tener en cuenta cualquier
hallazgo y cualquier orientación nueva que surjan en psicología.
Cuando intento definir el principal mérito del psicoanálisis y el medio mediante el que ha
revuelto las aguas estancadas de la psicología, tengo que mencionar el descubrimiento de
las leyes y de los mecanismos de la vida psíquica inconsciente. Aquello que los filósofos
-que sobreestiman tanto la importancia de la conciencia-juzgaban del todo imposible, lo que
algunos admitían sin duda aunque estimaban que se hallaba fuera del alcance de nuestro
conocimiento, quiero decir la vida psíquica inconsciente, se ha hecho accesible gracias a
las investigaciones de Freud. No voy a repetir aquí la historia de esta ciencia tan joven aún,
pero ya tan rica en experiencias y resultados; me limitaré a señalar que lo que ha conducido
a Freud a desvelar las capas profundas del psiquismo humano han sido el estudio de las
enfermedades mentales y los esfuerzos para tratar de curarlas.
Del mismo modo que algunas enfermedades orgánicas han mostrado dispositivos de
protección y de adaptación del organismo humano totalmente desconocidos hasta
entonces, las enfermedades mentales, neurosis y psicosis, han aparecido como las
caricaturas de la vida psiquica normal, mostrando de forma clara y neta los procesos que
todavía tienen lugar en los individuos normales. Es muy antigua esta paradoja espiritual de
un escritor satírico inglés: si quieres estudiar la naturaleza hurnana vete a Bedlam (es decir,
el manicomio). Pero hasta ahora hemos distinguido a lo sumo algunos especímenes
humanos raros, irteresantes o extravagantes, entre la población de los hospitales
psiquiátricos. Nuestros psiquiatras sólo se han interesado, y muchos de ellos no siempre (a
pesar de su celo humanitario), en la clasificación de los diferentes síntomas sobre la base
de principios diversos. Ello se explica por el considerable desarrollo alcanzado en las
ciencias biológicas a partir de mediados del siglo XIX, que ha incitado a los psiquiatras a
orientarse exclusivamente hacia el campo anatómico y a descuidar, hasta estos últimos
años, los puntos de vista psicológicos. Kraepelin y su escuela han intentado aplicar en los
hospitales psiquiátricos lo que la experiencia les ha enseñado acerca de los fenomenos
psíquicos elemertales, pero sus esfuerzos no han hecho progresar nuestra comprensión de
las enfermedades mentales más que el escalpelo o el microscopio. Sólo cuando Charcot y
Jaret, y luego Breuer, liberados del terror sagrado que impulsaba hasta entonces a los
sabios a abandonar en manos de los literatos la exploración de todos los fenómenos
psíquicos que escapan a la medición mediante el cronómetro o la balanza, aplicaron los
puntos de vista psicológicos al estudio de la histeria, fueron posibles los progresos
vinculados a las investigaciores de Freud. Tras la sintomatología extravagante y
aparentemente absurda de las histerias, Freud ha descubierto una notable organización de
defensa propia del psiquismo: el rechazo. Se ha descubierto que el psiquismo consigue
desembarazarse de las huellas mnésicas demasiado penosas y de una percepción lúcida
demasiado dolorosa de la realidad, arrojando los contenidos de la conciencia de matiz
desagradable en una capa más profunda del psiquismo, el inconsciente, donde a lo sumo
se manifiestan en forma de síntomas neuróticos, incomprensibles para el propio enfermo y,
en consecuencia, más soportables. Al principio, para investigar este complejo de
representaciones rechazadas, Freud hipnotizaba al enfermo que, bajo hipnosis, tomaba
conciencia de los problemas que habían determinado su fuga hacia la enfermedad. A
continuación, Freud descubrió que era posible penetrar en las capas más profundas del
psiquismo sin hipnosis, con menos rapidez, pero mejor, mediante lo que llama la asociación
libre. Cuando conseguía convencer a su enfermo para que le dijera todo lo que le pasaba
por la mente, sin elegir, sin preocuparse por el valor lógico, ético o estético de sus
pensamientos, lo lograba generalmente tras una gran resistencia psíquica que era preciso
vencer, una emergencia de los «complejos» rechazados hasta entonces. Pero una vez
superados los rechazos y llegadas a la conciencia las representaciones desagradables, la
producción de síntomas cesa espontáneamente. De este modo la penosa enfermedad de
los pensamientos y actos obsesivos ha podido ser atribuida a un contenido latente, y el
rechazo es el que ha permitido explicar al menos, si no curar, algunas enfermedades
mentales graves como la locura y la demencia precoz. Al analizar los sueños de los
enfermos, Freud ha llegado a comprender la verdadera significacón psicológica del sueño,
obteniendo, mediante la interpretación científica de éstos, un primer modo de acceso a la
vida psíquica del individuo normal. Luego tuvo lugar el análisis psicológico de pequeñas
distracciones y actos frustrados de la vida diaria: «lapsus linguae» y «lapsus calami»,
olvidos inexplicables de nombres propios, equivocaciones pequeñas o grandes; tal análisis
ha mostrado nuestra propensión a atribuir injustamente al azar la responsabilidad de estos
fenómenos, cuando se hallan a menudo determinados por las tendencias latentes de
nuestro Yo inconsciente.
El análisis psicológico del chiste y de lo cómico fue el primer paso hacia la apreciación de
los determinantes inconscientes de los efectos estéticos.
Existe una categoría de neurosis, la neurosis obsesiva, que se caracteriza por toda una
serie de prohibiciones supersticiosas cuya violación supone la realización de actos
propiciatorios obsesivos muy diversos. Los obsesos viven en el constante temor de
perjudicar a su prójimo; para evitarlo, tratan ansiosamente de no tocar lo que haya podido
estar en relación con un objeto que tenga que ver, aunque sea indirectamenie, con la
persona a quien se refiere su angustia morbosa. Si, a pesar de todo, es inevitable el
contacto con tal objeto, el neurótico obsesivo se ve obligado a lavarse durante horas
enteras, a infligirse torturas y a sacrificar parte de su libertad y de su fortuna para recuperar
su paz anímica. Freud ha descubierto mediante el análisis que estos enfermos alientan en
su inconsciente cierta animosidad ligada a una tendencia a la crueldad precisamente contra
esas personas superprotegidas y que su horror a los objetos en relación con ellas se debe
a que bastaría una sola para despertar el feroz odio latente. El comportamiento del salvaje
y del obseso nos permite comprender la indignación que se apodera del más evolucionado
de los seres civilizados cuando constata cualquier violación del derecho. Indiscutiblemente
el castigo legal no es sólo una institución práctica para defensa de la sociedad, o una
medida que trata de enmendar al culpable y que se realiza a título de ejemplaridad, sino
que satisface también nuestro deseo de venganza. Cuando tratamos de comprender, por
analogía con el tabú, lo que provoca este deseo de venganza, constatamos que es nuestra
rebeldía inconsciente ante el culpable que osa traducir en actos lo que existe en nosotros
mismos en estado latente y que nos resulta tan difícil domirar; evitamos al culpable con
horror, por el temor inconsciente a contagiarnos. Aunque esta explicación del sentimiento
de culpabilidad y de la sumisión voluntaria al castigo sea generalmente aceptada, no puede
dejar de actuar sobre el modo actual de determinación y de aplicación de las penas: todos
los que hoy reflexionan están de acuerdo en admitir que el castigo no puede ser un medio
de satisfacer las pasiones, sino una disposición legal para proleger la sociedad.
«Principiis obsta -sero medicina paratur-». Este principio no es sólo válido en medicina. El
médico y el juez sólo tienen que realizar el trabajo de Sísifo de cuidar y de arreglar del
mejor modo los males acaecidos; sólo de la evolución de las organizaciones sociales
podemos esperar un verdadero progreso.
Si utilizando una analogía antigua, pero inevitable, que sin duda es más que una analogía,
comparamos la sociedad a un organismo, podemos tanto en un caso como en otro
clasificar las tendencias en egoístas y libidinosas. El “panem et circenses” agota hoy como
en tiempo de los romanos todas las exigencias de la sociedad. La transformación, es decir,
la mayor complejidad del “panis” y del “circus”, es puramente cualitativa. Para que pueda
constituirse una sociedad, es preciso que el egoísmo y la libido de los individuos llegue a
adaptarse mutuamente, lo que significa que el individuo debe renunciar a exteriorizar
libremente todos sus instintos. Y efectivamente, renuncia a la satisfacción de una parte de
sus instintos con la esperanza de que a cambio de este sacrificio la sociedad le ofrezca una
compensación, al menos parcial. La evolución social podría describirse, en lenguaje
psicoanalítico. como la victoria del principio de placer, y de esta forma sin duda se han
desarrollado el estado y su ideal social a partir del anarquismo individual de la primera
infancia absoluta de la humanidad.
Para abordar el tratamiento de los males sociales aún me falta aludir a la reforma de la
pedagogía. El dirigente social más intransigente hará un esclavo de su hijo si se instala en
su familia, en lugar de los principios proclamados, un autocratismo tiránico, habituando así
a su entorno al respeto de la autoridad. En su relación con los hijos, el padre debe
descender del trono inseguro de la sedicente infalibilidad, de la omnipotencia casi divina, en
la que escapa a toda critica; no debe ocultar su carácter humano ni sus debilidades. Es
cierto que peligra una parte de su autoridad, pero sólo aquella que antes o después
perdería de todos modos, con gran decepción de sus hijos cuando reflexionaran por sí
mismos, a menos que no se les hubiera inculcado la ceguera psicológica. Un hombre
adulto y experimentado conserva suficiente autoridad aunque abandone tales
exageraciones, para enseñar a su hijo el dominio lúcido de sus instintos; no hay que temer,
por tanto, que la reducción de la autoridad paterna destruya el orden social.
Si en lugar de los dogmas impuestos por las autoridades, se permitiera expresar la facultad
de juicio independiente presente en cada uno, pero en la actualidad bastante reprimida, el
orden social seguiría existiendo. Aunque es cierto que surgiría un nuevo orden social que
no estaría necesariamente centrado de forma exclusiva en los intereses de los poderosos
Próximo escrito
Doma de un caballo salvaje
Sandor Ferenczi / Doma de un caballo salvaje
Ya hacía tiempo que los periódicos publicaban numerosos artículos sobre el poder
extraordinario de Ezer; es decir, que era capaz de reducir a obediencia al caballo más
indomable utilizando sólo su voluntad, por “sugestión”. Una comisión. compuesta por jefes
de caballería y de gendarmería, se reunió en el patio de la gendarmería con objeto de
observar el arte del domador sobre un caballo particularmente salvaje. Czicza, una
espléndida yegua purasangre de 4 años y medio, propiedad de un teniente de húsares, no
podía ser utilizada a pesar de sus cualidades sobresalientes porque ningún herrador había
conseguido herrarla Nadie que fuera extraño podía aproximarse a ella debido a su carácter
salvaje y sus violentas coces.
Incluso su mozo de cuadra habitual se le acercaba con precaución y sólo con gran esfuerzo
conseguía cepillarle el dorso. Pero cuando pretendía tocarle las patas, el animal
desencadenaba un festín de coces y lanzaba relinchos de espanto. Corno por lo demás la
yegua estaba totalmente sana, se calificaba su estado de “salvajismo” y de “nerviosismo”, y
no se la consideraba adecuada para las carreras ni para la reproducción, sin embargo, se
la sometió a la experiencia para ver si el misterioso arte de Ezer conseguía dominar su
arrogancia y permitir herrarle las pezuñas hasta ahora intactas.
El domador hizo su aparición. por fin: era un hombre de unos treinta años, de apariencia
campesina, con aire desenvuelto, seguro de sí, y que conversó sin ninguna dificultad con
las personalidades presentes. Después trajo a la yegua, a la que todos los expertos
admitían como purasangre de excelente familia (su padre: Kisbéröccse; su madre: Gerjer).
En general, Czicza toleraba a su mozo de cuadra habitual, pero en esta ocasión cuando
quiso tocarle las patas relinchó y coceó violentamente.
«Avanzando hacia el animal, el herrador comenzó a hablarle con fuerte voz, en tono
autoritario, pero al mismo tiempo con una ternura infinita, casi arrullándole;
simultáneamente tomó las riendas de manos del mozo de cuadra.
-Vamos, ho, pequeña belleza -musitó el herrador-. No tengas miedo de mí, te quiero. ¡Hola,
pequeña loca, hola, ho!
Hizo ademán de tocar el cuello de la yegua para acariciarla, pero ésta relinchó
violentamente y dio un brinco gigantesco, coceando con las cuatro patas. Todavía no había
tocado tierra cuando el herrador se plantó ante ella y se puso a gritar con voz terrible,
espantosa, que incluso llegó a sobresaltamos a los espectadores:
Y tiró bruscamente de la brida. Horrorizada, la yegua quedó inmóvil; luego trató una vez
más de cocear y brincar, pero oyó enseguida la voz terrible del herrador y advirtió su
mirada. Un momento después Ezer la estaba hablando de nuevo con el tono que una
madre emplea para su bebé:
-Vamos, vamos, no temas nada, te quiero, hermosa mía, mi pequeño capricho, te comería.
En este instante el rostro de Ezer irradiaba amor y ternura, y lentamente, pero con
seguridad, con un gesto firme en todo momento, acercó su palma abierta al cuello del
animal y luego la aproximó a su boca. La yegua coceó de nuevo y se empinó verticalmente;
podría creerse que un segundo después sus pezuñas iban a destrozar la cabeza del
herrador, pero éste saltó al mismo tiempo gritando: ¡¡Ha!! Tiró de la brida y de nuevo el
animal se inmovilizó. El primer resultado ostensible fue que Czicza dejó de relinchar. Había
comprobado claramente que el hombre que tenía enfrente podía gritar más fuerte que ella.
Al cabo de un cuarto de hora le temblaban todos los miembros a Czicza, transpiraba, y sus
ojos, hasta entonces relampagueantes, se apagaban poco a poco pero de manera
indudable. Media hora más tarde se dejaba tocar las patas, y el herrador pudo con gesto
firme pero dulce, acariciarlas y flexionar las articulaciones. El animal, subyugado, se
mantenía sobre tres patas ante él, teniendo la cuarta plegada en la posición que el herrador
la había colocado como si fuera de cera.
Esto duró una hora; cuando el animal intentaba mostrarse rebelde, el herrador volvía a
gritar; si no, no cesaba de arrullarla acariciándole el cuello:
-¡Oh, pobrecito animal mío!, transpiras, ¿no es verdad? Transpiramos los dos. No te
preocupes, no te reprenderé, sé que vas a ser buena, eres una yegüita muy buena, un
amor de yegüita-. El sentido de las palabras del herrador estaba en el tono, no era
necesario comprender el significado de las palabras.
Una hora después, el herrador estaba dispuesto a herrar a Czicza a golpes de martillo y al
cabo de una hora y cincuenta minutos todo había terminado. Czicza estaba totalmente
agotada pero muy calmada y obediente; se dejaba acariciar las patas y fue devuelta a la
cuadra.»
Ezer presentó certificados oficiales asegurando que este método había producido un efecto
duradero sobre todos los caballos domados por él.
Tras esta demostración, tan bien observada por el perspicaz periodista, se me rogó que
diera mi parecer sobre si la doma había sido realizada con ayuda de la transmisión del
pensamiento, de la hipnosis, o de la sugestión. Respondí que no era preciso invocar las
fuerzas extraordinarias y misteriosas más que si el fenómeno observado no cabía en el
marco de las leyes de la naturaleza y de la psicología. Pero este no era el caso, y yo
pensaba poder demostrarlo de la manera siguiente:
Es cierto que este tipo de doma sólo tiene interés para los animales domésticos cuya
principal cualidad es la docilidad. Pero un ser humano sometido durante su infancia a tales
excesos de ternura y de intimidación corre el riesgo de perder para siempre su aptitud para
actuar con independencia. Son estos niños “domesticados” quienes proporcionan mas
adelante los sujetos que son receptivos a la sugestión maternal o paternal, e igualmente la
mayoría de los neuróticos.
Es difícil establecer por anticipado si esta técnica brutal de doma puede perjudicar más
adelante a la salud del caballo.
Próximo escrito
A quién se cuentan los sueños
Sandor Ferenczi / A quién se cuentan los sueños
Los psicoanalistas saben que uno se siente impulsado inconscientemente a contar sus
sueños a la perscna a quien afecta su contenido latente. Lessing parece que tenía la
premonición de esto cuando escribió el siguiente dístico:
Somnum
Alba mihi semper narrat sua somnia mane
Alba sibi dormit: somniat Alba mihi.
Próximo escrito
La génesis del "jus primae noctis”
Sandor Ferenczi / La génesis del "jus primae noctis”
He sospechado siempre que el derecho del señor a desflorar a todas sus siervas era una
reliquia de la época patriarcal en la que el padre de familia tenía derecho a disponer de
todas las mujeres de la casa. En favor de esta hipótesis aduciré -teniendo en cuenta lo que
se sabe sobre las autoridades del padre, del sacerdote y del dios- algunas ceremonias
religiosas. En la región de Pondichéry la desposada sacrifica su virginidad al ídolo. «En
algunas regiones de la India, con los sacerdotes quienes reemplazan al dios en esta labor.
El rey de Calcuta entrega la primera noche a la muchacha que ha elegido por esposa al
sacerdote más respetado del reino» (H. Freimark, “Occultismus und Sexualität”, página 75).
Más cerca de nosotros, en Croacia, se pretende que incluso hoy día algunos padres de
familia se reservan el derecho de mantener relaciones sexuales con su nuera hasta el
momento en que su hijo, casado muy joven, alcance la madurez. Existe un paralelo
neuro-patológico entre estas costumbres étnicas y religiosas y las fantasías generalmente
inconscientes de muchos neuróticos, quienes, durante el acto sexual, imaginan haber
tenido a su padre como predecesor.
Próximo escrito
Liébault habla sobre el papel del inconsciente en los estados psíquicos morbosos
Sandor Ferenczi / Liébault habla sobre el papel del inconsciente en los
estados psíquicos morbosos
Liébault a quien debemos las bases de nuestros conocimientos actuales sobre la hipnosis,
expone en su excelente obra «El sueño provocado y los estados análogos» teorías que
parecen una premonición de los conocimientos psicoanalíticos. Merecen ser citados
textualmente:
«Una emoción..., una vez desarrollada, no se extingue al mismo tiempo que la idea que es
su causa ocasional; persiste incluso cuando una segunda idea afectiva y contraria la
sustituye... Nos ocurre una noche que nos despertamos con un sentimiento de temor sin
conocer la causa; tal sentimiento no era sin duda mas que una interrupción, seguida de la
emoción de un sueño cuyas ideas habían ya escapado de nuestro pensamiento».
«Ya se ha dicho que las emociones, los sentimientos, etc., pueden nacer sin ideas que los
despierten y que no adquieren de tales ideas sus características específicas. Para
mantener esta paradoja, uno se basa en que los hipocondríacos, los epilépticos y los
maníacos han asegurado experimentar el sentimiento de temor sin motivo. El sentimiento
de tales enfermos era como sus alucinaciones; se originaba en la inconsciencia de su
causa y en ensoñaciones cuyo recuerdo habían perdido».
Es cierto que Lièbault no podía mantener sus tesis con argumentaciones porque no
disponía del método psicoanalítico. Los trabajos de Lièbault datan de 1866. La obra citada
fue escrita en 1888.
Próximo escrito
Extractos de la «psicología de Hermann Lotze
En los trabajos de Hermann Lotze, el filósofo y profesor alemán tan célebre y popular, he
encontrado muchas reflexiones tan próximas a los conocimientos psicológicos que el
psicoanálisis ha obtenido por vía empírica, que podemos considerar perfectamente a Lotze
como un precursor de las ideas de Freud.
Sin embargo, la concordancia entre los resultados del pensamiento intuitivo y de la poesía
por una parte, y los de la experiencia práctica por otra, no sólo interesa desde el punto de
vista histórico, sino que también puede ser considerada como un argumento a favor de la
validez de este descubrimiento.
§ 10. «... Se enfrentan aquí dos puntos de vista. Antiguamente la desaparición de las
representaciones parecía cosa natural y lo contrario, la rememoración, es lo que debía ser
explicado. Hoy día, por analogía con la ley física de la permanencia de la materia, lo que se
trata de explicar es el olvido, porque a priori se supone que toda situación una vez instalada
persiste indefinidamente. Esta analogía tiene sus fallos. Se refiere a movimientos de los
cuerpos. Pero el movimiento es sólo una modificación de las relaciones externas sin efecto
sobre el cuerpo en movimiento; pues el cuerpo ocupa su puesto en cualquier lugar y nada
justifica y favorece que desarrolle una resistencia contra el movimiento. Por el contrario, el
estado del psiquismo varía mucho según imagine a o b, o bien nada. Podríamos en
consecuencia suponer que el psiquismo reacciona frente a cualquier impresión, sin
disponer nunca del medio apropiado para anularla totalmente, pero con la posibilidad
eventual de hacerla pasar de la percepción consciente al estado inconsciente»
§ 19. «.. La fuerza y la oposición no podrían ser nociones básicas de una «mecánica
psíquica» si no se refirieran a las actividades de representación. Pero no es este el caso.
Pues sí la fuerza y la oposición del contenido representado fueran las condiciones decisivas
de la acción recíproca de las representaciones, se trataría entonces de un simple hecho. La
experiencia no lo confirma. La representación de contenido más rico no rechaza a la de
contenido más pobre y es a menudo es la última la que reprime la sensación de los
estímulos externos. Estas representaciones nunca tienen lugar en un psiquismo que se
contenta con fantasear; pero toda impresión va acompañada, además de lo que está
representado a continuación de ella, del sentimiento de su valor sobre el plano de nuestro
bienestar físico y psíquico. Este sentimiento de placer y de desagrado puede presentar una
graduación que la simple representación no posee. Pues, según el tamaño de esta parte
afectiva, que por lo demás es muy variable dependiendo del estado general en que se halla
el psiquismo, o dicho con brevedad, según el grado de interés que por diversas razones
puede despertar una representación en un momento dado, su poder de rechazo sobre las
demás representaciones será más o menos grande. A esta característica podemos llamarla
intensidad de la representación, y no una propiedad particular que tendría como simple
representación.»
Estas citas de Lotze concuerdan en conjunto con la tesis de Freud sobre el papel decisivo
de la calidad del placer y del desagrado en la percepción y en su reproducción. Tal
concordancia no puede ser efecto del azar, habida cuenta de que en otro pasaje de su
psicología Lotze toma posiciones -casi con el espíritu del actual psicoanálisis- contra la
psicología y la filosofía limitada a la consciencia.
§ 86. «... La atención de los investigadores fue acaparada de tal modo por la forma de
adquisición y la veracidad del conocimiento, o por la relación entre sujeto y objeto, que
tomaron como objetivo verdadero y contenido último de todo el universo el proceso que
conduce al ser vivo a percibirse a sí mismo, es decir, el desarrollo de la conciencia de sí.
Consideraron que la vocación del alma era la de producir este reflejo de sí misma durante
la existencia terrestre, y en consecuencia consagraron la psicología a la búsqueda de
soluciones cada vez más perfectas para esta tarea puramente intelectual. Durante este
tiempo, el contenido de la percepción sensible, de la intuición y de la comprensión fue
relegado a un plano secundario, igual que la vida psíquica de los sentimientos y de las
tendencias, que no atrajo la atención más que en la medida en que se vinculaba a la labor
formal de auto-objetivación antes aludida.»
En el lenguaje del psicoanálisis, esto podría expresarse más o menos de la forma siguiente:
la conciencia no es una cualidad necesaria del psiquismo; el contenido del psiquismo es en
sí inconsciente; sólo una fracción de este contenido es percibida por el consciente, órgano
de percepción sensible: de las cualidades psíquicas (en sí mismas inconscientes).
El punto de vista del psicoanálisis concuerda igualmente con la idea de Lotze según la cual
el principio de placer orienta la formación de los instintos.
§ 102. «... En principio, los instintos no son más que sensaciones, y en particular
sensaciones de desagrado o al menos de inquietud, ligadas sin embargo a una cierta
aptitud para el desplazamiento; tal aptitud conduce, a la manera de los movimientos
reflejos, a todo tipo de movimientos gracias a los cuales son encontrados, tras alguna
vacilación, los medios aptos para evitar la sensación de desagrado.» (Ver el artículo de
Freud: «Los principios del funcionamiento psíquico» y el capítulo general de la
«Interpretación de los sueños».)
Lotze, que relaciona «esta diferencia sin equivalente» entre el Yo y el resto del campo de la
experiencia con su valor para el individuo (valor de placer, indiscutiblemente, y no de
utilidad), se aproxima así a la concepción psicoanalítica que concibe una relación muy
estrecha entre la formación del Yo y el narcisismo, es decir, el amor por la propia persona.
(Ver Freud: «Animismo, magia y omnipotencia del pensamiento», en «Tótem y tabú».)
La prueba de ello se halla también en las siguientes líneas de Lotze: (párrafo 53) «...
Debemos distinguir dos cosas. La imagen que el ser viviente elabora de sí mismo puede
ser más o menos exacta o falsa; ello depende del nivel de la facultad de conocimiento
mediante el cual todo ser intenta informarse teóricamente sobre este foco de sus estados.
Por el contrario, la evidencia y la intimidad con la que todo ser sensible se distingue a sí
mismo del mundo exterior no depende de su facultad de introspección de su ser propio,
sino que se manifiesta en los animales inferiores con igual viveza que en el ser más
inteligente, en la medida en que reconocen, por medio del dolor o del placer, sus estados
como propios.»
Es también muy interesante leer lo que Lotze dice sobre el sentido de los «añadidos y
complementos corporales, bien sea decorativos o bien extraordinariamente móviles», que
sirven para adornar el cuerpo. Estima que de esta manera los hombres añaden, por así
decir, una parte del mundo exterior a su cuerpo y lo hacen con el objetivo de acrecentar su
Yo; estos añadidos «despiertan en general la agradable sensación de una presencia
psíquica que supera los límites de nuestro cuerpo».
Próximo escrito
Fe, incredulidad y convicción desde el punto de vista de la psicología médica
Sandor Ferenczi / Fe, incredulidad y convicción desde el punto de vista de la
psicología médica
A esta incredulidad ciega se opone la fe ciega con la que otros hechos -algunas veces
menos verosímiles- son admitidos, con tanta mayor facilidad cuanto que la persona que los
propone o el método en que se basan gozan de mayor respeto o autoridad en los medios
científicos. Estos factores afectivos pueden perturbar incluso el dictamen científico.
Otros pacientes -en particular los obsesos- oponen una viva resistencia intelectual a todo lo
que pueda decir el médico. El análisis explica este comportamiento hostil por la decepción
que sufren estos pacientes, decepción en cuanto a la confianza que habíamos depositado
en quienes detentaban la autoridad o más exactamente en la realidad de su amor, lo que
les ha conducido a rechazar su confianza primitiva y a mostrar únicamente su escepticismo.
Una variedad de la neurosis obsesiva, la enfermedad de la duda, se caracteriza por la
inhibición de las funciones del juicio: la creencia y la incredulidad se manifiestan aquí
simultáneamente o se suceden con rapidez y con una intensidad idéntica, lo que impide
tanto la formación de una convicción como el rechazo de una afirmación y, en
consecuencia, el juicio.
Todos estos hechos indican, y nuestros análisis lo confirman diariamente, que las
anomalías de la creencia: credulidad ilimitada, duda patológica o escepticismo y
desconfianza sistemáticas, no son más que síntomas de regresión, es decir, de fijación en
grado infantil del desarrollo que ha denominado la fase mágica o proyectiva del sentido de
realidad.
Esta última decepción corresponde a la fase proyectiva o científica -según Freud- del
sentido de la realidad. Pero cada etapa superada en el rudo camino de la evolución puede
ejercer una influencia decisiva sobre la vida psíquica, crear un punto vulnerable, un lugar de
fijación al que la libido puede siempre regresar y que volverá a hallarse posiblemente en
una manifestación de la vida ulterior. Estimo que las diferentes manifestaciones de fe ciega,
duda patológica, escepticismo y desconfianza sistemáticas son un «retorno a esta posición
(aparentemente) superada».
Se sabe que la primera desilusión que sufre el niño en torno a su propio poder ocurre al
mismo tiempo que el despertar de exigencias que no puede satisfacer mediante la fuerza
de su deseo sino cuando modificaba el mundo exterior. Esto es lo que obliga al individuo a
objetivar el mundo exterior, a percibirlo y a asegurarse de la objetivación, de la realidad de
un contenido psíquico. Es la proyección primitiva, la división de los contenidos psíquicos en
«Yo» y en «no-Yo». Sólo nos parece «real» (es decir, existente con independencia de
nuestra imaginación) lo que se «hilvana» en nuestra percepción sensible
independientemente de nuestra voluntad e incluso a pesar de ella. «Seeing is belleving».
Entre los «objetos» del mundo exterior que se oponen a la voluntad del niño y cuya
existencia se ve obligado a reconocer, desempeñan un papel muy particular y cada vez
más importante los demás seres humanos. El niño se acomoda rápidamente a los restantes
objetos del mundo exterior; éstos presentan siempre e invariablemente los mismos
obstáculos en su camino, a saber: sus propiedades constantes o variantes según leyes que
puede conocer, y que puede controlar en la medida en que las conoce. Pero los demás
seres vivientes, en particular los humanos, aparecen ante el niño como objetos
imprevisibles, dotados de una voluntad propia, y que oponen a su voluntad una resistencia
no sólo pasiva sino también activa; es precisamente este carácter de aparente desmesura
el que incita al niño a transferir sus fantasías de omnipotencia sobre sus compañeros
humanos particularmente impotentes, los adultos. Hay otra gran diferencia entre los
hombres y los demás objetos del mundo exterior y reside en que los objetos no mienten
nunca; aunque estemos equivocados sobre tal o cual característica de un objeto, tarde o
temprano advertimos que el error está en nosotros. Al principio, el niño trata las palabras
como a cosas (Freud), cree en ellas; no solamente las conoce, sino que las tiene por
verdaderas. Sin embargo, mientras aprende poco a poco a corregir su error en lo que
concierne a los demás objetos, no consigue hacerlo cuando se trata de las declaraciones
verbales de sus padres; en primer lugar porque los padres le impresionan con su poder,
supuesto o real, hasta el punto de que el niño no osa ni siquiera dudar de ellos, y luego
porque a menudo le está prohibido so pena de castigos y de privaciones de amor intentar
verificar las afirmaciones de los adultos. Predisposición innata e influencias educativas
concurren para hacer al niño ciegamente crédulo ante las declaraciones de los personajes
importantes. Esta creencia difiere de la convicción en la medida en que la creencia es un
acto de rechazo mientras que la convicción corresponde a un juicio imparcial.
Otro factor complica más aún la adaptación: el hecho de que los adultos no restrinjan de
manera uniforme la facultad de juicio de los niños. Los niños tienen la posibilidad e incluso
el deber de juzgar correctamente las cosas «inocentes»; sus manifestaciones de
inteligencia son acogidas entonces con júbilo y recompensadas con demostraciones
particulares de afecto en la medida en que no se refieran a cuestiones sexuales o religiosas
y a discutir la autoridad de los adultos; porque, sobre este punto, los niños son obligados
-incluso ante la evidencia- a adoptar una actitud de fe ciega, a rechazar la menor duda, la
más mínima curiosidad, y a renunciar en consecuencia a todo pensamiento autónomo.
Como Freud ha indicado muchas veces, todos los niños no son capaces de esta renuncia
parcial al juicio autónomo y algunos reaccionan mediante una inhibición intelectual general,
que podría llamarse inhibición afectiva. Los que se detienen en este estadío, forman el
contingente de individuos que sucumbirán durante toda su vida ante cualquier personalidad
fuerte o ante determinadas sugestiones particularmente poderosas sin aventurarse jamás
fuera de los estrechos límites de tales influencias. Los individuos fácilmente hipnotizables
deben presentar huellas de esta disposición, pues la hipnosis no es otra cosa que una
regresión transitoria a la fase de sumisión, de credulidad y de abandono infantiles. El
análisis de tales casos revela por lo general la ironía y la burla disimulada bajo la máscara
de la fe ciega. La noción de «credo quia absurdum» expresa gráficamente la más amarga
auto-ironía.
Los niños dotados de un sentido precoz de realidad sólo pueden consentir hasta cierto
punto esta represión parcial de su facultad de juicio. La duda, desplazada a menudo hacia
otras representaciones, resurge fácilmente en ellos tras el rechazo. Su actitud confirma el
dicho de Lichtenberg: en la mayoría de la gente el escepticismo sobre un tema concreto
está compensado por una credulidad ciega en otro. Admiten algunos dogmas sin críticas
pero se vengan manifestando una excesiva incredulidad respecto a otras afirmaciones.
La prueba más dura infligida a la credulidad del niño afecta a sus propias sensaciones
subjetivas. Los adultos exigen que considere «malas» cosas que le resultan agradables, y
«bellas» y «buenas» determinadas renuncias penosas. Este doble sentido de lo «bueno» y
de lo «malo» (por una parte buen o mal gusto, y por otra lo que se hace y lo que no se
hace) intervienen en gran medida para desacreditar lo que pretenden los demás respecto a
las sensaciones personales del niño.
Lo que antecede revela una de las fuentes de la particular desconfianza suscitada por las
afirmaciones de orden psicológico mientras que las fundadas en una demostración por los
métodos llamados exactos, matemáticos, técnicos o mecánicos, se admiten a menudo con
una confianza injustificada. La fijación en el estadío de la duda entraña frecuentemente una
inhibición duradera de la facultad de juicio; la neurosis obsesiva expresa con gran claridad
tal estado psíquico. El obseso no se deja influenciar por la hipnosis o la sugestión, pero
tampoco es capaz de un juicio independiente.
Ahora comprendemos mejor por qué la sociedad actual es en parte escéptica y está
dispuesta a dudar de las afirmaciones científicas, y en parte posee una credulidad
dogmática. Así se explica la alta estima en que se tiene a las demostraciones fundadas en
métodos técnicos, matemáticos, gráficos o estadísticos, lo mismo que el escepticismo
pronunciado hacia todo lo que proviene de la psicología y en consecuencia hacia las tesis
del psicoanálisis.
Un antiguo dicho lo confirma: a quien miente una vez ya no se le cree aunque diga la
verdad. La decepción del niño en cuanto a la sinceridad y a la integridad de sus padres y
educadores al tratar de determinados asuntos psicológicos (sexuales y religiosos) hace al
adulto escéptico en exceso ante las afirmaciones de orden psicológico; exige pruebas
especiales para evitarse una nueva desilusión
Esta exigencia está perfectamente justificada; el error lógico sólo interviene en el momento
en que quienes reclaman pruebas «evidentes» descartan toda posibilidad de que puedan
obtenerse.
Estas notas sobre las condiciones necesarias para llegar a convicciones de orden
psicológico nos permiten realizar un examen físico de los métodos psicoterapéuticos
conocidos hasta hoy y evaluarlos. El método «racional» y «moralizante» de Dubois se
excluye por sí mismo como el más inútil de todos. Desde el momento en que, fiel a su
programa, se contenta con hacer «dialéctica», con «demostrar», pretendiendo llevar a sus
pacientes «con ayuda de simples silogismos» a reconocer que sus síntomas son de origen
psíquico y «consecuencia natural de un proceso afectivo», esta terapéutica debe
necesariamente quedar sin efecto; si en alguna ocasión lo tuvo, habría que atribuirlo a una
influencia manifiesta u oculta sobre los afectos del paciente; pero desde ese momento el
método deja de ser racional (es decir, deja de actuar únicamente sobre el intelecto y por
medios lógicos) para convertirse en una variante bastante desafortunada de la influencia
sugestiva (emocional). La tentativa de moralización y de razonamiento suscita enseguida,
debido a las causas mencionadas, una barrera formada por todas las resistencias del
paciente. El paciente inicia la guerra contra su médico, ignora en adelante lo que podrá
haber de verdad en sus palabras, sólo busca los puntos débiles de su argumentación y los
halla; y si la herida resulta imposible, admite su derrota, pero conserva la impresión de que
el médico no le ha convencido, sino sólo vencido. En el espíritu de un sujeto así derrotado
anida la sospecha de que simplemente ha sido víctima de la habilidad dialéctica del médico
y de que no ha sabido detectar sus errores de razonamiento.
Incluso una influencia sugestiva (o hipnosis) que haya triunfado claramente no aporta al
paciente una convicción duradera respecto a la veracidad de las palabras del médico y no
le proporciona una fe suficiente para mantener, contra toda evidencia, el sentimiento de la
no existencia de estos síntomas (es decir, una alucinación negativa). Esta «renuncia de sí»
por parte del enfermo no es posible, según sabemos, más que en la medida y con la
duración en que el médico ejerce sobre él una autoridad casi paternal, confirmada por
contener manifestaciones de amor o por amenazas de castigo (es decir, la severidad,
hipnosis materna y paterna). La tercera objeción de orden esencialmente práctico es la
siguiente: está permitido arrojar conscientemente a alguien a un estadío de credulidad
infantil que intenta superar, como lo demuestran sus síntomas. Pues esta disminución de
sí, aunque resulte eficaz, no se limita a un complejo particular, sino que se extiende
siempre a todo el individuo. En cualquier caso, es imposible para el enfermo llegar
mediante la sugestión a verdaderas convicciones que pueden proporcionar una base sólida
a una vida psíquica sin síntomas, es decir, mas económica y más soportable.
En el transcurso del desarrollo histórico del psicoanálisis, el método llamado catártico según
Breuer y Freud (practicado siempre por algunos médicos como Frank y Bezzola) conserva
todavía abundantes rasgos de la hipnosis. Este método terapéutico deja intacta la autoridad
del médico debido al desconocimiento de la transferencia; en consecuencia no permite a
los pacientes llegar a esa independencia total necesaria para el juicio autónomo.
La psicoterapia según Adler, que pretende introducir toda la vida psíquica neurótica en el
lecho de Procusto de una sola y única forma (el sentimiento de inferioridad y su
compensación), puede suscitar el interés y la reflexión de numerosos neuróticos por su
estudio caracterológico matizado; hallan con extrema satisfacción en las teorías de Adler
sus propias opiniones (erróneas) respecto a su estado. Pero no sacamos ningún beneficio
en el plano terapéutico porque no se hace ningún intento de llevar al paciente a una
convicción nueva que pudiera modificar substancialmente su punto de vista.
Una modalidad terapéutica como la de Jung, por ejemplo, que no considera esencial que el
paciente reviva uno a uno los sucesos traumatizantes de su infancia sino que se contenta
con mostrar de forma general el carácter arcaico de los síntomas mediante algún ejemplo
en su apoyo, renuncia, al abreviar el tratamiento, a la ventaja de integrar mediante una
localización precisa el inconsciente del enfermo en el edificio sólido de la determinación
psíquica y de llevarlo así al mismo grado de certeza que el producido por el psicoanálisis
freudiano. Las tesis generales y los intentos moralizadores pueden reducir por un momento
al paciente, pero esta toma de conciencia operada por la sugestión o por la dialéctica tiene
todos los inconvenientes ya enumerados respecto a la terapia autorizada y la terapia
llamada «racional»; este método priva también al paciente de la posibilidad de convencerse
con ayuda de una vivencia activa, única forma de llegar, en psicología, a una certeza
absoluta.
Próximo escrito
El desarrollo del sentido de realidad y sus estadíos
Freud ha demostrado que el desarrollo de las formas de actividad psíquica propia del
individuo consiste en el reemplazamiento del principio de placer que prevalece en el origen
y del mecanismo de rechazo que es específico en su adaptación a la realidad, es decir, la
prueba de realidad fundada sobre un juicio objetivo. Del estadío psíquico “primario”, tal
como se manifiesta en las actividades psíquicas de los seres primitivos (animales, salvajes,
niños) y en los estados psíquicos primarios (sueño, neurosis, fantasía). va, pues, a surgir el
estadío secundario, el del hombre normal en estado de vigilia.
En un artículo anterior en el que expone profundos puntos de vista sobre la vida psíquica de
los neuróticos obsesivos, Freud atrae nuestra atención sobre un hecho que podríamos
situar como punto de partida para intentar llenar el hueco que existe entre estos dos
estadíos del desarrollo psíquico, el estadío-placer y el estadío-realidad.
Los obsesos que se someten a un análisis, puede leerse en este artículo, reconocen que
no pueden deshacerse de su creencia en la omnipotencia de sus pensamientos, de sus
sentimientos, de sus deseos buenos o malos. Por muy cultos que sean, y por mucho que
se opongan a ello su formación y su razón, tienen el sentimiento de que sus deseos se
realizan de forma inexplicable. Cualquier analista puede constatar esta situación. El obseso
tiene la impresión de que el bienestar, la desgracia de los demás, y hasta su vida y su
muerte, dependen de determinadas acciones suyas o procesos de su pensamiento,
inofensivos en sí mismos. Se ve obligado a evocar determinadas fórmulas mágicas o a
realizar una acción concreta: si no, una enorme desgracia afectará a tal o cual persona
(muy a menudo a un pariente próximo). Esta convicción intuitiva supersticiosa no es ni
siquiera quebrantada por las repetidas experiencias que la desmienten.
A consecuencia de una inhibición del desarrollo (fijación), una parte de la vida psíquica del
obseso más o menos apartada de su conciencia ha permanecido en esta etapa infantil,
según muestra el análisis, y existe la asimilación del deseo y de la acción porque esta parte
rechazada de la vida psíquica no ha conseguido aprender, debido al rechazo y a la retirada
de la atención, a distinguir ambos procesos; por el contrario, el Yo que ha evolucionado sin
rechazo, instruido por la educación y la experiencia, no puede sino sonreír ante tal
asimilación. De aquí deriva la discordancia del obseso: la coexistencia inexplicable de la
lucidez y de la superstición.
Al no haberme satisfecho por completo esta explicación del sentido de omnipotencia como
fenómeno auto-simbólico, me he preguntado: ¿Cómo tiene el niño la audacia de asimilar
pensamiento y acción? ¿De dónde proviene ese gesto espontáneo con el que tiende la
mano hacia cualquier objeto, ya sea la lámpara colgada sobre él o la luna que brilla en el
firmamento, con la esperanza cierta de alcanzarlas y de apoderarse de ellas mediante este
gesto?
Freud califica de ficción a una organización que fuera esclava del principio de placer y
descuidara la realidad del mundo exterior, aunque, sin embargo, es prácticamente lo que
ocurre con el bebé, por poco que se tengan en cuenta los cuidados maternales. Yo añadiría
que existe un estado del desarrollo humano que consigue este ideal de un ser humano
sometido exclusivamente al placer, y no sólo de la imaginación y de forma aproximada, sino
en realidad y de manera efectiva.
La «megalomanía del niño», relativa a su propia omnipotencia, no es, pues, una pura
ilusión; el niño y el obseso no piden nada imposible a la realidad, manteniendo tenazmente
que sus deseos deben cumplirse con exactitud; no hacen más que exigir el retorno de un
estado precedente, el retorno de «los buenos tiempos» en que eran omnipotentes. (Período
de omnipotencia incondicional.)
Por lo mismo que podemos suponer la transferencia sobre el individuo de los rastros
mnésicos de la historia de la especie, e incluso con mayor razón, podemos sostener que las
huellas de los procesos psíquicos intrauterinos no permanecen sin influenciar la
configuración del material psíquico que se manifiesta tras el nacimiento. El comportamiento
del niño inmediatamente después del parto depone en favor de tal continuidad de los
procesos psíquicos.
El recién nacido no se adapta de igual forma a esta nueva situación en lo que concierne a
sus diferentes necesidades, ya que es para él una fuente de desagrado. Inmediatamente
después de la «liberación», comienza a respirar para suplir la ausencia de oxigeno debida a
la ligadura del cordón umbilical; la posesión de un aparato respiratorio formado en el
período intrauterino le permite remediar pronto y activamente la privación de oxígeno. Sin
embargo, cuando observamos los demás comportamientos del recién nacido, tenemos la
impresión de que no está satisfecho de la brutal perturbación ocasionada en la quietud
desprovista de deseos de que gozaba en el seno materno, e incluso de que desea con
todas sus fuerzas volver a hallarse en esa situación. La persona que cuida al niño
comprende instintivamente este deseo, y en cuanto manifiesta su disgusto mediante gritos
y convulsiones, lo coloca en condiciones muy semejantes a las de la situación intrauterna
Lo colocan junto al cuerpo tibio de la madre o lo envuelven en paños cálidos y blandos con
objeto de darle la sensación de la cálida protección materna. Protegen sus ojos de los
estímulos luminosos y sus orejas del ruido con el fin de permitirle continuar gozando de la
ausencia de excitaciones propias del estado fetal, o bien reproducen los estímulos dulces y
monótonos que el niño experimentaba en el seno materno (balanceo cuando la madre se
mueve, latido cardíaco materno, ruidos apagados que se filtran del exterior), y acunan al
niño cantándole nanas con ritmo monótono.
Si tratamos de identificamos con el recién nacido no sólo en el plano afectivo (como las
personas que le cuidan) sino también en el plano del pensamiento, hemos de admitir que
los gritos de angustia y la agitación del niño constituyen una reacción aparentemente mal
adaptada a la perturbación desagradable aparecida repentinamente, debido al nacimiento,
de la situación satisfactoria de la que gozaba hasta entonces. A partir de las reflexiones
expuestas por Freud en la parte general de su «Interpretación de los sueños», podemos
suponer que la primera consecuencia de esta perturbación ha sido la regresión alucinatoria
al estado de satisfacción perdido: la existencia apacible en la quietud y el calor del cuerpo
materno. El primer deseo del niño no puede ser sino retornar a esta situación. Y lo más
curioso es que esta alucinación del niño se realiza efectivamente, siempre que uno se
ocupe normalmente de él. Pues desde el punto de vista objetivo del niño, la «omnipotencia»
incondicional de la que gozaba hasta entonces no se ha modificado más que en la medida
en que es preciso traducir lo que desea de modo alucinatorio (representar), pero sin tener
nada más que modificar en el mundo exterior para conseguir efectivamente la realización
de sus deseos. Al no poseer noción alguna sobre el encadenamiento real de causas y
efectos, ni sobre la existencia y actividad de las personas que lo cuidan, el niño llega a
sentirse dueño de una fuerza mágica capaz de realizar efectivamente todos sus deseos
mediante la sola presentación de su satisfacción. (Período de la omnipotencia alucinatoria
mágica.)
Se comprueba que las personas encargadas del niño han adivinado perfectamente sus
alucinaciones si consideramos el efecto producido por su actividad. Una vez tomadas las
medidas elementales, el niño se calma y “se adormece”. El primer sueño no es, pues mas
que la reproducción exitosa de la situación intrauterina que preserva al máximo de las
excitaciones externas con la probable función biológica de concentrar la totalidad de la
energía sobre los procesos de crecimiento y regeneración sin resultar dañado por la
realización de una tarea exterior Consideraciones que no puedo exponer aquí me han
convencido de que incluso el sueño ulterior no es sino una regresión periódica y repetida al
estadío de la omnipotencia alucinatoria mágica y por este medio a la omnipotencia absoluta
de la situación intrauterina. Según Freud, hay que suponer a todo sistema que vive de
acuerdo con el principio de placer, en posesión de mecanismos que le permiten escapar a
los estímulos de la realidad. Parece ser que el descanso y el sueño son las funciones que
utilizan estos mecanismos, o dicho de otra forma, los residuos de la omnipotencia
alucinatoria del niño que subsisten en la vida adulta. El equivalente patológico de esta
regresión sería la realización alucinatoria de los deseos en las psicosis.
Señalemos que la omnipotencia del ser humano va unida a «condiciones» cada vez más
numerosas a medida que aumenta la complejidad de tales deseos. Muy pronto estas
manifestaciones por descarga no bastan para provocar el estado de satisfacción Los
deseos, que adquieren formas cada vez más especificas a medida que el ser se desarrolla,
exigen las señales especializadas correspondientes. Son las siguientes: las imitaciones con
la boca de los movimientos de succión cuando el bebé desea ser alimentado, y las
manifestaciones características, con ayuda de la voz y de contracciones abdominales,
cuando desea ser cambiado de postura. El niño aprende también progresivamente a tender
la mano hacia los objetos que desea. Resulta de ello un verdadero lenguaje gestual:
mediante una combinación apropiada de gestos, es capaz de expresar necesidades muy
específicas, que a menudo son efectivamente satisfechas. De manera que el niño, por poco
que se atenga a la condición consistente en expresar el deseo mediante los gestos
correspondientes, puede continuar creyéndose omnipotente: es el período de la
omnipotencia con la ayuda de gestos mágicos.
Este período también tiene su equivalente en patología. El sorprendente salto del mundo
del pensamiento al de los procesos somáticos que Freud ha descubierto en la conversión
histérica, se aclara si lo concebimos como una regresión al estadío de la magia gestual. En
efecto, según el psicoanálisis, las crisis histéricas representan con la ayuda de gestos la
realización de los deseos rechazados. En la vida psíquica del individuo normal, los
innumerables gestos supersticiosos o pretendidamente eficaces (gestos de maldición, de
bendición. manos juntas para rezar, etc.) son residuos pertenecientes al período del sentido
de realidad en el que aún nos sentimos lo suficientemente poderosos para violar con ayuda
de estos gestos anodinos el orden normal del Universo, cuya existencia verdaderamente no
sospechamos. Magos, adivinos y magnetizadores aun tienen crédito cuando afirman el
poder absoluto de sus gestos, sin olvidar al napolitano que se protege del mal de ojo
mediante un gesto simbólico.
De este modo se establecen esas relaciones profundas que persisten durante toda la vida
entre el cuerpo humano y el mundo de los objetos, a las llamemos relaciones simbólicas.
En este estadío el niño no ve en el mundo más que reproducciones de su corporeidad, y
por otra parte, aprende a configurar todas las diversidades del mundo exterior según su
cuerpo. Esta actitud para la figuración simbólica representa un perfeccionamiento
importante del lenguaje gestual; permite al niño no sólo señalar los deseos que afectan
directamente a su cuerpo, sino también expresar otros referidos a la modificación del
mundo exterior, reconocido ya como tal. Si el niño es educado con amor, no se ve obligado
a abandonar su ilusión de omnipotencia en este estadío. Le basta con figurarse
simbólicamente un objeto para que la cosa (a la que considera animada) «venga»
efectivamente a él en muchos casos; esto es sin duda la impresión que tiene el niño en
esta fase de pensamiento animista cuando sus deseos resultan satisfechos. Sin embargo,
la incertidumbre en cuanto a la aparición de la satisfacción le hace presentir poco a poco
que existen todavía potencias superiores, “divinas” (madre o nodriza), cuya gracia es
preciso ganar para que la satisfacción siga con prontitud al gesto mágico. Sin embargo, la
satisfacción se obtiene fácilmente, sobre todo cuando existe un entorno cordial.
Uno de los «medios» físicos utilizados por el niño para representar sus deseos y los objetos
que ansía adquiere entonces una importancia particular que va a destacarlo entre los
demás modos de representaciones: se trata del lenguaje. En su origen, el lenguaje es la
imitación, o sea, la reproducción vocal de los sonidos y ruidos producidos por las cosas o
que se producen con ellas; la habilidad de los órganos de la fonación permite reproducir
una diversidad muy grande de objetos y de procesos del mundo exterior, y ello mucho más
fácilmente que con el lenguaje gestual. El simbolismo gestual es reemplazado entonces por
el simbolismo verbal: determinadas series de sonidos son relacionadas estrechamente con
cosas y procesos concretos, e incluso son progresivamente identificadas con ellos. Es el
punto de partida para un importante progreso: la laboriosa representación en imágenes y la
escenificación dramática, mas laboriosa aún, se hacen inútiles; la concepción y
representación de esa serie de fonemas llamados palabras permiten una versión mucho
más económica y precisa de los deseos. Al mismo tiempo el simbolismo verbal hace
posible el pensamiento consciente en la medida en que, al asociarse a los procesos
mentales, en sí mismos inconscientes, les confiere cualidades perceptibles.
A este estadío del sentido de realidad es al que parecen retornar los neuróticos obsesivos
que no pueden desprenderse del sentimiento de omnipotencia de sus deseos o de sus
fórmulas verbales y que, como Freud ha mostrado, colocan el pensamiento en lugar de la
acción. En la superstición, la magia y el culto religioso, la fe en el poder irresistible de
determinadas plegarias, maldiciones y fórmulas mágicas, que basta con pensar
interiormente o pronunciar en alta voz, desempeña un considerable papel.
Esta megalomanía casi incurable del ser humano sólo es desmentida en apariencia por
algunos neuróticos cuya búsqueda febril del éxito encubre un sentimiento de inferioridad
(Adler), bien conocido por los propios pacientes. En todos los casos de este tipo, el análisis
profundo muestra que tales sentimientos de inferioridad, lejos de constituir la explicación
última de la neurosis son reacciones a un sentimiento excesivo de omnipotencia al que este
enfermo se halla fijado desde su primera infancia y que, mas adelante, le impide soportar
tal frustración. La ambición manifiesta de estos sujetos es sólo un «retorno de lo
rechazado», una tentativa desesperada de recuperar, modificando el mundo exterior, la
omnipotencia de que gozaban al principio sin esfuerzo.
Sólo cuando el niño está por completo desligado de sus padres en el plano psíquico cesa el
reinado del principio de placer, dice Freud. Es también en este momento, variable según los
casos, cuando el sentimiento de omnipotencia deja paso al pleno reconocimiento del peso
de las circunstancias. El sentido de realidad alcanza su apogeo en la ciencia o, por el
contrario, la ilusión de omnipotencia cae a su más bajo nivel; la antigua omnipotencia se
disuelve entonces en simples «condiciones» (condicionalismo, determinismo). Sin embargo,
hallamos en la teoría del libre albedrío una doctrina filosófica optimista que realiza las
fantasías de omnipotencia.
Hasta ahora sólo hemos presentado los estadíos del desarrollo del sentido de realidad en
términos de impulsos egoístas, llamados «impulsos del Yo» que se hallan al servicio de la
autoconservación, pero, como Freud afirma, la realidad mantiene relaciones mas profundas
con el «Yo» que con la sexualidad, por una parte porque ésta es mas independiente del
mundo exterior (durante mucho tiempo puede satisfacerse de manera autoerótica) y por
otra porque se halla reprimida durante el período de latencia y no mantiene ningún contacto
con la realidad. La sexualidad permanecería, pues, durante toda la vida más sometida al
principio de placer, mientras que el “Yo” sufriría pronto la más amarga de las decepciones
por el desconocimiento de la realidad. Considerando ahora desde el ángulo del desarrollo
sexual el sentimiento de omnipotencia que caracteriza el estadío-placer, constatamos que
aquí el período de la omnipotencia condicional dura hasta el abandono de las formas de
satisfacción autoerótica, mientras en esta época el “Yo” se encuentra adaptado desde hace
tiempo a las condiciones cada vez más complejas de la realidad y. tras haber superado los
estadíos de los gestos y palabras mágicas, ha llegado casi a reconocer la omnipotencia de
las fuerzas de la naturaleza. El autoerotismo y el narcisismo son, pues, los estadíos de la
omnipotencia del erotismo; y como el narcisismo subsiste siempre junto al erotismo objetal,
puede decirse -en la medida en que uno se limita a amarse a si mismo- que en materia de
amor puede conservarse durante toda la vida la ilusión de omnipotencia. El hecho de que el
camino del narcisismo sea al mismo tiempo la vía de regresión que permanece siempre
accesible tras cualquier decepción infligida por un objeto amoroso, es de sobra conocido
para que tengamos ahora que demostrarlo. En los síntomas de la parafrenia (“Dementia
Praecox”) y de la histeria, podemos suponer las regresiones autoerótica y narcisista,
mientras que los momentos de fijación de la neurosis obsesiva y de la paranoia los
hallaremos probablemente a un determinado nivel del desarrollo de la realidad erótica
(necesidad de hallar un objeto).
Estas realizaciones, a decir verdad, no han sido aún suficientemente estudiadas para todas
las neurosis y en consecuencia debemos conformarnos, en lo que concierne a la elección
de la neurosis, con la formalización general de Freud, según la cual el tiempo de
perturbación ulterior se determina en función «de la fase del desarrollo del Yo y de la libido
en que se produce la inhibición del desarrollo que predispone a ella».
Podemos tratar de completar esta proposición con una segunda. Según nuestra hipótesis,
el tenor de los deseos de la neurosis, es decir, los modos y los objetivos eróticos que los
síntomas representan como satisfechos, dependen de la fase en que se hallaba el
desarrollo de la libido en el momento de la fijación; en cuanto al mecanismo de las neurosis
está probablemente determinado por el estadío del desarrollo del Yo en que se hallaba el
individuo en el momento de la inhibición que le predispuso. Por lo demás, se puede
suponer que el estadío evolutivo del sentido de realidad que dominaba en el momento de la
fijación resurge en los mecanismos de la fijación de síntomas cuando se opera la regresión
de la libido a estadíos anteriores. Y como el Yo actual del neurótico no comprende ese
modo antiguo de “pruebas de realidad” nada impide que ésta se ponga al servicio del
rechazo y sirva para representar los complejos de pensamiento y de afectos censurados.
Según esta concepción, la histeria y la neurosis obsesiva, por ejemplo. estarían
caracterizadas, por una parte, por una regresión de la libido a estadíos anteriores de la
evolución (autoerotismo, edipismo), y, por otra, en la que concierne a sus mecanismos, por
un retorno del sentido de realidad al estadío de los gestos mágicos (conversión) o de los
pensamientos mágicos (omnipotencia del pensamiento). Repitámoslo: hay todavía mucho
que hacer antes de establecer con certeza los momentos de fijación de todas las neurosis.
Con lo que precede he pretendido simplemente indicar una posible solución, y a mi parecer
plausible.
En cuanto a lo que suponemos sobre la filogénesis del sentido de realidad, sólo puede
hablarse por el momento de profecías científicas. Sin duda se conseguirá un día establecer
un paralelismo entre los diferentes estadíos evolutivos del Yo, así como entre sus tipos de
regresión neurótica, y las etapas recorridas por la historia de la especie humana, del mismo
modo que Freud por ejemplo, ha encontrado en la vida psíquica de los salvajes los rasgos
característicos de los neuróticos obsesivos.
El desarrollo del sentido de realidad se presenta en general como una serie de avances
sucesivos de rechazo, a los que el ser humano se ve obligado por la necesidad, por la
frustración que exige la adaptación, y no por «tendencias evolutivas» espontáneas. El
primer gran rechazo lo impone el proceso del nacimiento, y con toda certeza se realiza sin
colaboración activa y sin “intención” por parte del niño. El feto preferiría permanecer en la
quietud del cuerpo materno, pero es arrojado al mundo despiadadamente y debe olvidar
(rechazar) sus modos de satisfacción preferidos para adaptarse a otros. El mismo juego
cruel se repite en cada nuevo estadío del desarrollo.
Este deseo impetuoso de saberlo todo, que me ha empujado en este último párrafo hacia
las fabulosas lejanías del pasado y me ha hecho superar con ayuda de analogías lo que
todavía se nos escapa, me hace retornar al punto de partida de estas consideraciones: el
problema del apogeo y del declive del sentimiento de omnipotencia. Tal como hemos dicho,
la ciencia debe renunciar a esta ilusión, o al menos saber siempre en qué momento penetra
en el campo de las hipótesis y de las fantasías. Como revancha, en los cuentos, las
fantasías de omnipotencia continúan reinando en exclusiva. Allí donde debemos inclinarnos
humildemente ante las fuerzas de la naturaleza, el cuento viene en nuestro auxilio con sus
temas típicos. En la realidad, nosotros somos débiles, pero los héroes del cuento serán
fuertes e invencibles; estamos limitados por el tiempo y el espacio en nuestra actividad y en
nuestro saber; en los cuentos se vive eternamente, se está en mil sitios a la vez, se prevé el
porvenir y se conoce el pasado. El peso, la dureza y la impenetrabilidad de la materia
constituyen en todo momento obstáculos en nuestro camino, pero el hombre, en los
cuentos tiene alas, su mirada atraviesa los muros, su varita mágica le abre todas las
puertas. La realidad es un duro combate por la existencia; en el cuento basta con que
pronunciemos una palabra mágica: “¡Mesita llénate!” Vivimos en el constante temor de ser
atacados por bestias peligrosas o enemigos feroces; el manto mágico del cuento permite
todas las transformaciones y nos coloca rápidamente fuera de peligro. Qué difícil es en la
realidad conseguir un amor que colme todos nuestros deseos: el héroe del cuento, sin
embargo, es irresistible y seduce con un gesto mágico.
De esta manera, el cuento, mediante el que los adultos narran gustosamente a sus hijos
sus propios deseos insatisfechos y rechazados, proporciona ciertamente una
representación artística extrema de la situación perdida de omnipotencia.
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Simbolismo de los ojos
Sandor Ferenczi / Simbolismo de los ojos
Una joven sufría una fobia hacia los objetos puntiagudos, en particular las agujas. Su temor
compulsivo se presentaba en los términos siguientes: un objeto de ese tipo podría un día
arrancarle los ojos. La investigación profunda de este caso reveló que esta mujer mantenía
relaciones sexuales íntimas con un amigo hacía mucho tiempo, rehusando siempre
ansiosamente consentir en la intromisión del pene, que hubiera dañado su integridad
anatómica al desgarrar el himen. Esta dama sufría múltiples accidentes, la mayoría de los
cuales tenían por objeto los ojos. Por lo general era ella misma la que involuntariamente se
hería los ojos con agujas. Interpretación: substitución de los ojos por los órganos genitales
y figuración de deseos y temores relativos a estos órganos mediante actos fortuitos y fobias
que tenían los ojos por objeto
Conocí una familia en la que todos sus miembros sin excepción tenían un excesivo temor a
heridas y enfermedades oculares. La simple mención de un ojo enfermo o herido les hacía
palidecer y si veían algo de este tipo llegaban hasta desvanecerse. En un miembro de esta
familia pude interpretar los problemas psíquicos relativos a su potencia sexual como
manifestación de un masoquismo aparecido como reacción a deseos sádicos; el temor de
una lesión ocular era la reacción frente al deseo sádico de herir los ojos, un desplazamiento
del deseo de un coito sádico. El componente sado-masoquista del impulso sexual se había
podido desplazar con mucha facilidad sobre otro órgano muy vulnerable. Otro miembro de
esta familia ampliaba la angustia y el horror hacia los ojos a las patas de gallo (!): no sólo el
parecido exterior y la similitud de nombre desempeñaban su papel sino también una
segunda paridad simbólica: dedo del pie = pene. Era claramente una tentativa para
aproximar el símbolo (ojo) a la cosa propiamente dicha (órgano sexual) mediante una
representación intermedia (pata de gallo).
Un paciente, que en su infancia había tenido miedo a los insectos, al llegar la pubertad
experimentó temor a mirarse en el espejo, y sobre todo a ver sus propios ojos y sus cejas.
Esta angustia se reveló ser, por una parte autopercepción de su tendencia al rechazo (no
querer mirarse a si mismo «los ojos en los ojos»), y por otra parte una representación de su
temor al onanismo. Por medio de la representación de movilidad, el niño consiguió
desplazar su atención y sus afectos del órgano espontáneamente móvil (eréctil) a los
insectos igualmente móviles. La vulnerabilidad del insecto, que el propio niño podía aplastar
fácilmente al caminar, le facilitó el reemplazamiento del objeto de la agresión primitiva. Un
nuevo desplazamiento implicó seguidamente al ojo, igualmente móvil y vulnerable, en vez
del insecto. Desearía señalar que en húngaro la pupila se llama literalmente «insecto del
ojo».
En toda una serie de sueños angustiosos (en particular en los que nos acordamos de la
infancia) aparecen ojos que aumentan y disminuyen. Todo el contexto me obliga a
considerar tales ojos como símbolos del órgano sexual masculino que aumenta de volumen
en el momento de la erección. El cambio aparente de las dimensiones del ojo cuando se
abren y se cierran los párpados es claramente utilizado por el niño para representar los
procesos genitales. que van acompañados también de un cambio similar. La angustia
excesiva que a veces experimentan los niños ante los ojos de sus padres tiene también, a
mi parecer una raíz simbólica sexual.
En otra serie de sueños, los ojos (por ser un par) representan los testículos. Como el rostro
es la única parte desnuda del cuerpo (además de las manos), los niños se ven obligados a
satisfacer toda su curiosidad respecto a las demás partes del cuerpo humano observando
la cabeza o el rostro de los adultos, sobre todo los de sus padres. De este modo cada parte
del rostro se convierte en el símbolo de una o más zonas sexuales. El rostro es
particularmente apropiado (la nariz en medio, entre los dos ojos y las cejas, con la boca por
debajo) para representar el pene, los testículos, el vello púbico y el ano. La confusión que
se experimenta al ser mirado fijamente y que nos impide contemplar de ese modo a los
demás se explica sin duda por el importante simbolismo sexual de la región ocular. Este
mismo simbolismo es el que debe contribuir a explicar el notable efecto que producen los
ojos del hipnotizador sobre su médium. Me remito también al simbolismo sexual oculto en
expresiones como “tener ojos tiernos”, «bajar púdicamente los ojos». «tener el ojo atento»,
así como la locución «echar el ojo a alguien».
En un trabajo sobre «El desarrollo del sentido de realidad y sus estadíos», he tratado de
explicar el origen del simbolismo mediante la tendencia del niño a imaginar realizados sus
deseos infantiles mediante su propio cuerpo. La identificación simbólica de los objetos del
mundo exterior a los órganos del cuerpo le permite por una parte hallar en su propio cuerpo
todos los objetos externos deseados, y por otra volver a hallar en los objetos concebidos de
modo animista los órganos altamente valorados de su propio cuerpo. El simbolismo de los
dientes y los ojos ilustrarían el hecho de que los órganos del cuerpo (y sobre todo las
partes genitales) pueden ser representados no solo mediante objetos del mundo externo,
sino también por medio de otros órganos del propio cuerpo. Incluso es probablemente el
medio más primitivo de formación de símbolos.
Supongo que esta asimilación simbólica a otros órganos y objetos tuvo inicialmente lugar
mediante un juego, por medio de alguna especie de exuberancia. Sin embargo, las
paridades simbólicas así producidas se han puesto secundariamente al servicio del rechazo
que intenta debilitar uno de los miembros de la ecuación haciendo hincapié simbólicamente
sobre el otro -más anodino-, debido a la carga de afectos rechazados. De esta forma la
mitad superior del cuerpo, considerada más anodina, adquiere su significado simbólico
sexual y tiene lugar lo que Freud ha llamado «el desplazamiento de lo bajo hacia lo alto»
En este proceso de rechazo, los ojos, debido a su forma y a sus dimensiones variables,
habida cuenta de su sensibilidad y de su gran valor, se han mostrado particularmente aptos
para acoger los afectos desplazados de los órganos genitales. Pero es probable que tal
desplazamiento no hubiera tenido tanto éxito si el ojo no hubiera poseído en un principio el
importante valor libidinoso que Freud describe en su teoría de la sexualidad como un
componente particular del impulso sexual (impulso de ver).
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El "Complejo de abuelo"
Sandor Ferenczi / El "Complejo de abuelo"
El "Complejo de abuelo"
En sus trabajos, Abraham y Jones han estudiado de manera casi exhaustiva el significado
que adquieren, a menudo para toda la vida, las relaciones de los niños con sus abuelos.
Como complemento, desearía exponer brevemente alguna observación que he hecho a
este respecto.
He constatado que la persona del abuelo ocupa la imaginación del niño de una doble
manera. Por una parte, aparece como el augusto anciano que impone respeto al propio
padre, por lo demás omnipotente, y cuya autoridad querría apropiarse para utilizarla en su
rebelión contra el padre (Abraham, Jones). Por otra parte, se trata también de un hombre
mayor, débil e indefenso, amenazado por la muerte e incapaz a todas luces de medirse con
el padre lleno de vigor (en particular en el plano sexual), por ello se convierte en un objeto
de desprecio para el niño. Muy a menudo, es precisamente la persona del abuelo la que por
primera vez hace comprender al niño el problema de la muerte, la «ausencia» definitiva de
un pariente; el niño puede entonces desplazar sobre el abuelo sus fantasías hostiles
-rechazadas debido a su ambivalencia- que traen a colación la muerte del padre. “Si el
padre de mi padre puede morir es que también mi padre morirá un día (yo tomaré posesión
de sus privilegios)”: aproximadamente de esta forma se elabora la fantasía que se disimula
cuidadosamente tras otras fantasías-pantalla y recuerdos-pantalla relativos a la muerte del
abuelo. Además, la muerte del abuelo deja en libertad a la abuela, mas de un niño recurre
entonces a una estratagema (para respetar a su padre y poder, sin embargo, poseer él solo
a la madre): hace morir imaginariamente al abuelo, entrega la abuela como regalo al padre
y guarda para si a su madre. “Yo duermo con mi mamá, duerme tú con la tuya”, piensa el
niño que además se considera justo y generoso.
La imagen del “abuelo débil” deja una impresión particularmente profunda en los niños cuya
familia maltrata a los abuelos (cosa bastante frecuente).
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Un pequeño hombre - gallo
Esta rareza del pequeño Arpad persistió durarte todas las vacaciones. Cuando la familia
regresó a Budapest, él volvió a utilizar el lenguaje humano, pero su conversación versaba
casi exclusivamente sobre los gallos, las gallinas y los pollos, y a lo sumo sobre las ocas y
los patos. Su juego habitual, que repetía muchas veces por día, era el siguiente: hacía
gallinas y gallos doblando papel de periódico y los ponía a la venta, después cogía un
objeto cualquiera (en general una escobilla lisa) a la que llamaba cuchillo y ponía su «ave»
bajo el grifo (donde la cocinera tenía la costumbre de matar los pollos) y cortaba el cuello
de su pollo de papel. Mostraba cómo sangraba el gallo e imitaba perfectamente con el
gesto y con la voz su agonía.
Cuando se vendía pollos en el patio, el pequeño Arpad no podía estarse quieto: corría a la
puerta, entraba y salía, y no cejaba hasta que su madre no compraba uno. Deseaba
claramente asistir a su degüello. Sin embargó, tenía mucho miedo a los pollos vivos.
Sus padres le habían preguntado muchas veces por qué tenía miedo del gallo y Arpad
contaba siempre la misma historia: cierto día había entrado en el gallinero y había orinado
en su interior; un pollo o un capón de plumaje amarillo (a veces decía que marrón) le picó el
pene, e Ilona, la criada, le curó la herida. A continuación se le cortó el cuello al gallo, que
«reventó».
Los padres del niño se acordaban efectivamente de este incidente que había ocurrido
durante el verano primero que pasaron en el balneario, cuando Arpad tenía dos años y
medio. Un ida, la madre oyó al niño gritar fuertemente y supo por la criada que tenía mucho
miedo de un gallo que había intentado picarle en el pene. Como Ilona ya no estaba al
servicio de la familia, fue imposible averiguar si Arpad resultó herido en aquel momento o
bien si Ilona le había puesto un apósito para tranquilizarle, tal como recordaba la madre.
Lo notable en esta historia es que el efecto psíquico de este suceso sobre el niño
apareciera tras un período de latencia de un año entero con ocasión de la segunda
permanencia en la granja, sin que ocurriera nada en el intervalo que pudiera explicar a la
familia del niño la súbita reaparición de su temor a las aves y su interés por éstas. Sin
embargo, no me detuvieron estas dificultades y planteé a la familia del niño una cuestión
suficientemente justificada en la experiencia psicoanalítica, a saber: si durante este período
habían amenazado al niño -como sucede a menudo- con cortarle el pene a causa de los
tocamientos voluptuosos que practicaba sobre sus órganos genitales. La respuesta, dada le
mala gana, fue que efectivamente al niño le gustaba ahora (a los cinco años) jugar con su
pene, que se le castigaba a menudo, y que no era imposible que alguien le hubiera
amenazado alguna vez con la castración, «en broma»; era exacto que Arpad tenía esta
mala costumbre desde hacia «mucho tiempo»; pero no podían decirme nada sobre si la
tenía ya durante el año de latencia.
En el examen personal del niño no reveló nada sorprendente ni anormal. En cuanto entró
en mi despacho, fue precisamente un pequeño gallo salvaje en bronce el que atrajo su
atención, entre los muchos adornos que había; me lo trajo y me preguntó: «¿Me lo das?»
Le di papel y lápiz con el que dibujó rápidamente (no sin arte) un gallo. Entonces le pedí
que me contara el asunto del gallo. Pero estaba cansado y prefirió volver a jugar con sus
cosas. La investigación psicoanalítica directa no era posible y tuve que limitarme a anotar
las frases y los comportamientos significativos del niño para la dama que se interesaba en
el caso y que podía, por ser vecina y conocida de la familia, observarlo durante mucho
tiempo. Sin embargo, pude apreciar por mí mismo que Arpad poseía una gran vivacidad de
espíritu y que no carecía de dones; pero era cierto que su actividad mental y sus talentos se
hallaban centrados fundamentalmente sobre los objetos emplumados del corral. Cacareaba
y lanzaba kikirikis de manera magistral. Al alba, despertaba a toda la familia -un verdadero
cantamañanas- con un vigoroso canto. Tenía sentido musical, pero no cantaba más que
canciones en las que se hablaba de gallinas, de pollos y le otros volátiles. Le gustaba sobre
todo esta canción popular:
«Debería ir a Debreczen,
para comprar un pavo.
y después: «Ven, ven, ven mi pollito», y también:
«Bajo la ventana hay dos pollitos,
dos gallitos y una gallinita.»
Sabía también dibujar, como he dicho antes, pero dibujaba exclusivamente pájaros con
grandes picos, todo ello con gran habilidad. De esta forma puede verse en qué dirección
trataba de sublimar su pujante interés patológico por estos animales. Sus padres, al ver que
sus prohibiciones no producían ningún efecto, tuvieron que acomodarse por último a sus
manías y consintieron en comprarle juguetes que representaban diversos pájaros de un
material irrompible, con los cuales se dedicaba a toda clase de juegos imaginarios.
Puedo incluso transcribir literalmente algunas de sus frases características: “Quisiera tener,
dijo un día bruscamente, un gallo vivo desplumado. Que no tuviese ni alas, ni cola, sino
sólo una cresta, pero que pudiera andar”.
En cierta ocasión jugaba en la cocina con un pollo que la cocinera acababa de matar.
Repentinamente fue a la habitación vecina, cogió del cajón del armario unas tenazas y
gritó: “Ahora voy a arrancar los ojos ciegos de este pollo destripado. El momento en que se
degollaba a un pollo era para él una fiesta. Era capaz de danzar durante horas alrededor
del cadáver de los animales, presa de una intensa excitación. Si alguien le preguntaba
mostrándole el gallo degollado: «¿Quisieras que reviviera?» «¡Claro!, lo degollaría yo
mismo en el acto». A menudo jugaba con manzanas y zanahorias (a las que calificaba de
pollos), cortándolos en pequeños trozos con un cuchillo. En cierta ocasión se empeñó en
arrojar al suelo un jarrón decorado con gallos.
Sin embargo sus afectos hacia las aves no se componían simplemente de odio y crueldad,
sino que eran ambivalentes. Muy a menudo abrazaba y acariciaba al animal muerto, o bien,
cacareando y piando sin cesar, «alimentaba» a su oca de madera con maíz, como le había
visto hacer a la cocinera Un día, arrojó con rabia su muñeca irrompible (una gallina) en la
sartén porque no conseguía desgarrarla, pero acudió enseguida a retirarla, la limpió y la
acarició. Los animales de su libro de dibujos tuvieron por el contrario peor suerte: Los cortó
en trozos y naturalmente no pudo resucitarlos, lo que le contrarió mucho.
En el caso del pequeño Arpad podemos ahorrarnos el trabajo de interpretación. La labor del
rechazo no había tenido tiempo de disimular completamente el significado real de sus
extravagancias; el fenómeno primitivo, el rechazado, se manifestaba en sus palabras e
incluso se presentaba a veces abiertamente con una franqueza y una brutalidad
sorprendentes. Su crueldad se manifestaba a menudo contra los seres humanos y con
mucha frecuencia estaba orientada hacia la zona genital de los adultos: «Te voy a dar un
golpe en la cazcarria (¡sic!), en el trasero». le gustaba decir a un muchacho algo mayor que
él: «Te voy a cortar la del medio» dijo otra vez con más claridad.
A menudo estaba preocupado por la idea de la ceguera. «¿Puede dejarse ciego a alguien
con fuego o con agua?», preguntó a una vecina un día.
Los órganos sexuales de las aves le interesaban vivamente, era preciso darle explicaciones
sobre el sexo de cada ave degollada; ¿se trataba de un gallo, de una gallina o de un
capón?
Un día se precipitó sobre la cama de una niña gritando: «Te voy a cortar la cabeza, la
pondré sobre tu vientre y me la comeré entera».
Otro día dijo repentinamente: “Quisiera comer mamá guisada (por analogía por el pollo
guisado); mamá puesta a cocer en una cacerola, será mamá confitada y yo la podré
comer.» (Gruñó y danzó). «Le cortaría la cabeza y la comería así» (y acompañaba sus
palabras con gestos como si comiera algo con un cuchillo y un tenedor).
Tras tales deseos caníbales, tenía actitudes de arrepentimiento, en las que de manera
masoquista deseaba ser cruelmente castigado. «Quisiera ser quemado», gritaba. Y
después: «Que me corten un pie y que lo echen al fuego.» «Quisiera abrirme la cabeza.
Quisiera cortarme la boca para no tenerla más.»
Para que no fuera posible dudar que designaba a su propia familia mediante las palabras
gallo, gallina y pollo, un día declaró bruscamente: «¡Mi padre es el gallo!», y en otra
ocasión: «Ahora yo soy pequeño, luego soy un pollito. Cuando sea mayor me convertiré en
gallina. Y cuando crezca aun mas seré un gallo. Cuando sea muy grande seré un cochero.»
(El chófer que conducía el automóvil parecía impresionarle aún más que su padre.)
Tras estas declaraciones hechas por el niño sin ninguna presión, podemos comprender un
poco mejor la intensidad de su emoción cuando contemplaba incansablemente la actividad
del corral. Todos los secretos de su propia familia, sobre los que no obtenía en casa
ninguna información, podía contemplarlos entonces a gusto; los «animales caritativos» le
mostraban sin dificultad todo lo que podía ver, sobre todo la actividad sexual incesante de
gallos y gallinas, la puesta de los huevos y la eclosión de la pollada. (Las condiciones de la
habitación de sus padres eran tales que el pequeño Arpad pudo sin duda ninguna enterarse
de estas cosas en su casa.) Como consecuencia, se vio obligado a satisfacer su curiosidad
despertada de este modo contemplando incansablemente a los animales.
Una mañana preguntó a la vecina: «Dime, ¿ por qué muere la gente?» (respuesta: «Porque
se hacen viejos y se fatigan»). «¡Hum! ¿Entonces, mi abuela era vieja? ¡No!, no era vieja y
sin embargo se murió. ¡Oh!, si hay un dios. ¿por qué me hace siempre caer? (pensaba: dar
un mal paso: sufrir una caída,. caer bajo). ¿Y por qué es preciso que muera la gente?»
Después se interesó por los ángeles y por las almas y se le dijo que no eran más que
cuentos. Se quedó helado y dijo: «¡No! ¡No es cierto! Hay ángeles. Yo he visto uno que
llevaba los niños al cielo.» A continuación preguntó espantado: «¿Por qué mueren los
niños?». y: «¿Cuánto tiempo se puede vivir?». Sólo consiguió calmarse con dificultad.
Se supo que aquella misma mañana la criada había levantado bruscamente la ropa de la
cama y viéndole tocarse el pene le había amenazado con cortárselo. La vecina se esforzó
por animarle, asegurándole que no se le haría ningún mal y que además todos los niños
hacían lo mismo. Pero Arpad respondió indignado «¡No es cierto! Todos los niños no ¡Mi
papá nunca lo ha hecho! »
Ahora podemos comprender mejor su odio inextinguible contra el gallo que pretendió hacer
a su pene aquello de que había sido amenazado por los “mayores”; lo mismo que la gran
estima en que tenía a este animal sexuado que osaba hacer todo lo que a él le hubiera
llenado de un miedo horrible; también podemos comprender los crueles castigos que se
imponía (debido a su onanismo y a sus fantasías sádicas). Como para completar el cuadro,
comenzó en los últimos tiempos a interesarse por los temas religiosos. Los viejos judíos
barbudos le inspiraban un gran respeto mezclado con temor. Pidió a su madre que hiciera
entrar a aquellos mendigos en casa. Pero si uno de ellos venía, él se ocultaba y lo
observaba a distancia; cuando se había alejado, Arpad bajaba la cabeza y decía: “He ahí
un gallo mendigo” Decía que le interesaban los judíos ancianos porque venían de “la casa
de dios” (del templo).
Para concluir, añadiremos una última aclaración de Arpad, que demuestra que su
observación de las actividades de las aves realizada durante mucho tiempo no fue en vano.
Un día dijo a la vecina con la mayor seriedad: «Me casaré contigo, con tu hermana y con
mis tres primas y además con la cocinera; no, mejor con mamá que con la cocinera”.
Pretendía convertirse en un “gallo de pueblo”.
Próximo escrito
Un síntoma transitorio: La posición del enfermo durante la cura
Sandor Ferenczi / Un síntoma transitorio: La posición del enfermo durante la
cura
Un síntoma transitorio:
La posición del enfermo durante la cura
En dos casos, los pacientes masculinos han manifestado sus fantasías sexuales pasivas de
la forma siguiente: durante el desarrollo de la sesión, en lugar de permanecer recostados
sobre la espalda o sobre el costado se han puesto bruscamente boca abajo.
Próximo escrito
Búsqueda compulsiva de la etimología
2) el sadismo;
Próximo escrito
La cometa, símbolo de la erección
Próximo escrito
Parestesias de la región genital en algunos casos de impotencia
Próximo escrito
Los gases intestinales: Privilegio de los adultos
Sandor Ferenczi / Los gases intestinales: Privilegio de los adultos
Sucede que el pacierte analizado lucha durante la sesión contra la tentación de producir
gases intestinales audibles y perceptibles al olfato; experimenta esto con más fuerza
cuando se subleva contra su médico. Sin embargo, este síntoma no está únicamente
dirigido a insultar al médico; significa también que el paciente trata de permitirse cosas que
su padre le impedía antes. Esta «Ungenierbeit» responde precisamente aquí a los
privilegios que los padres se conceden a sí mismos. pero que prohíben severamente a sus
hijos.
Próximo escrito
Representaciones infantiles del órgano genital femenino
Sandor Ferenczi / Representaciones infantiles del órgano genital femenino
Representaciones infantiles
del órgano genital femenino
Otro paciente manifiesta el recuerdo consciente de una teoría infantil según la cual las
mujeres tendrían un pene corto pero grueso, con una uretra ancha, cuyo orificio sería lo
suficientemente grande como para recibir el pene. (La idea de que existan individuos sin
pene es muy desagradable para los niños [Freud] debido a la estrecha asociación con el
complejo de castración). Los niños se ven obligados por lo tanto a inventar toda clase de
teorías sobre el órgano genital femenino, las cuales concuerdan sobre un mismo punto, a
saber: que, a pesar de las apariencias, la mujer posee un pene.
Próximo escrito
Idea infantil de la digestión
Un muchachito de tres años pregunta: «Dime, señor doctor, ¿qué es lo que tienes en el
vientre para estar tan gordo?» Respuesta graciosa del médico de la familia: «¡Caca!»
Entonces prosigue el niño. «¿Comes tanta caca?»
El niño se representa el vientre como una cavidad que contiene, tal cual, los alimentos
ingeridos como en los cuentos y mitos en que el niño devorado por un lobo, una ballena o
un dios irritado, reaparece vivo tras la muerte de la bestia o del tragahombres, o bien es
devuelto mediante vómito. Sin embargo, las palabras del joven curioso muestran que no es
del todo cierta la relación causal existente entre la ingestión de comida y la exereción y
considera este último proceso como una función distinta. Ya sabemos qué diticultades ha
tenido la humanidad para establecer este tipo de relación. Lo que llama la atención en
tercer lugar en las palabras infantiles es hasta qué punto la coprofagia humana le parece
normal al niño.
Próximo escrito
Causa de la actitud esquiva de un niño
Sandor Ferenczi / Causa de la actitud esquiva de un niño
Una joven se muestra inconsolable porque su hijo mayor (cuatro años) es muy esquivo, lo
ha ensayado todo para hacer hablar al niño, pero en vano. Incluso cuando la institutriz
inglesa, a la que el niño quería mucho, fue despedida, éste no manifestó emoción ante su
madre. La madre le suplica ser franco, pues puede decirle a ella todo lo que sienta.
«¿Puedo vcrdaderamente decirlo todo?», pregunta el niño. «Sí, no faltaba más», responde
la madre. «Pues bien, dime entonces cómo nacen los niños.»
Próximo escrito
Crítica de «metamorfosis y símbolos de la libido», de Jung
Sandor Ferenczi / Crítica de «metamorfosis y símbolos de la libido», de Jung
Crítica de
«metamorfosis y símbolos de la libido», de Jung
«El hombre de ciencia tiene el deber de exponerse a cometer errores y a ser criticado, para
que la ciencia avance siempre...» Presentando estas valientes palabras de Ferrero como
lema de su importante obra, Jung incita al crítico a realizar también su función en serio. La
labor crítica podría limitarse a la fácil y agradable tarea de mostrar los múltiples méritos de
este estudio. El autor, con un celo prodigioso y un entusiasmo siempre apasionado, hace
un recorrido por casi todos los campos del saber humano, pertenecientes tanto a las
ciencias de la naturaleza como a las del espíritu, y reúne de este modo los materiales con
los que va a intentar construir el imponente edificio de una nueva Weltranschauung. Pero
no es sólo el caudal de conocimientos lo que extraña al lector, sino que también suscita una
gran admiración la manera fina e ingeniosa con que el autor trata los materiales científicos
destinados a afianzar sus teorías. Sin embargo, hemos de renunciar aquí a estudiar
detalladamente todas estas cualidades a las que habría que añadir la del estilo tan personal
de la obra. El psicoanalista, cautivado enteramente por la amplitud y la novedad de su
propia especialidad, no puede detenerse en investigar y examinar todas las fuentes de las
que el autor ha extraído sus argumentos biológicos, filológicos, teológicos y filosóficos. Esa
labor debe quedar para especialistas en la materia. Criticaremos esta obra desde un punto
de vista psicoanalítico, deteniéndonos principalmente en las tesis que pretenden oponer a
nuestras concepciones psicoanalíticas actuales nuevas y mejores perspectivas. El futuro
decidirá si es excesivo nuestro esfuerzo por no sacrificar lo antiguo a lo nuevo
-simplemente por serlo- o si sucumbimos de este modo frente al conservadurismo rígido
que constantemente reprochamos a nuestros principales adversarios. De cualquier forma,
la excepcional valía del autor nos obliga a estar en guardia, a no dejarnos seducir por lo
que hay de cierto en su obra y a no considerar como definitivas algunas afirmaciones
insuficientemente probadas. Esto -y nada más- explica el rigor con que vamos a examinar
las teorías de Jung sobre la libido.
Una breve «Introducción» y un ensayo «Sobre los dos modos de pensar» son los
preliminares de la obra propiamente dicha, que se compone de dos partes: la segunda es
mucho mas larga y en muchos puntos se aleja de la primera, ofreciendo en cierto modo la
prueba de una evolución a lo largo de la obra. Algunas cosas que en la primera parte sólo
se formulan vagamente, son precisadas y desarrolladas en la segunda; de todos modos,
subsisten algunas contradicciones entre ambas partes, que luego indicaremos.
En una introducción panegírica, Jung celebra y elogia el descubrimiento realizado por Freud
del «complejo de Edipo» en el alma humana. «Vemos sorprendidos», dice Jung indicando
los resultados de las investigaciones psicoanalíticas sobre los sueños, «que Edipo todavía
está vivo para nosotros..., que era una falsa ilusión la de creernos diferentes, es decir, más
morales que los antiguos». El complejo de Edipo del hombre moderno es «sin duda
demasiado débil para impulsar al incesto, pero lo suficientemente fuerte para provocar
considerables perturbaciones mentales». Estas afirmaciones no nos pueden hacer
sospechar que en la segunda parte el autor reconocerá su error: la fantasía edipiana será
«irreal» y, lo que es más, el incesto efectivo nunca habrá desempeñado un papel
importante en la historia de la humanidad.
El propósito perseguido por Jung en esta obra es el siguiente: muchos psicoanalistas han
logrado resolver problemas históricos y mitológicos utilizando conocimientos
psicoanalíticos; Jung quiere intentar el proceso inverso e iluminar con un nuevo enfoque
determinados problemas de la psicología individual con ayuda de materiales históricos.
Esta tentativa puede parecer a primera vista muy audaz. Acaba de fundarse un
«psicoanálisis aplicado», que utilizará un fragmento de la realidad psíquica individual
(descubierta en el ser vivo) para explicar determinadas producciones del alma popular y
explicará algo desconocido mediante otra cosa que se conoce mejor. Pero lo que la
mitología y la historia nos han transmitido se ha fundado a lo largo de las generaciones con
tantas cosas contingentes que se prestan al malentendido, y se ha alejado tanto de su
primitivo significado, que todo ello resulta forzosamente incomprensible sin una reducción
preliminar y es inutilizable con fines psicológicos. Anticipemos que Jung comete en varios
lugares la falta de explicar una cosa desconocida (el psiquismo) mediante otra igualmente
desconocida (los mitos no analizados). En muchas ocasiones utiliza para sus
interpretaciones conocimientos adquiridos con ayuda del psicoanálisis (o sea, de la
psicología individual), sirviéndose de mitos dilucidados de forma psicoanalítica para resolver
problemas psicológicos. No se hubiera encerrado en un círculo vicioso más que en estos
casos concretos, si no hubiera imaginado haber hecho con este método perfectamente
lícito más que deducciones analógicas y haber introducido un nuevo principio explicativo en
psicología individual.
El ensayo sobre los dos modos de pensar establece la distinción entre el pensamiento del
hombre normal en estado de vigilia, que se expresa mediante palabras, está al servicio de
la adaptación a la realidad y «dirigido» hacia el exterior, y el pensamiento «imaginativo»,
que se desvía de la realidad, es totalmente improductivo en cuanto a la adaptación a la
realidad y es concebido en forma de símbolos, no de palabras. El primer modo será un
fenómeno progresivo en el sentido definido por Freud, el segundo una formación regresiva
tal como se manifiesta fundamentalmente en los sueños, las fantasías y las neurosis. Todo
este razonamiento sigue las líneas del ensayo de Freud sobre «los dos principios del
funcionamiento psíquico». Según Freud, el pensamiento consciente está al servicio del
principio de realidad, mientras que el inconsciente se halla sometido al principio de placer;
en las actividades psíquicas fuertemente impregnadas de elementos inconscientes (sueños,
fantasías, etc.), son evidentemente los mecanismos del principio de placer los que
predominan. Es de lamentar que Jung no utilice en sus exposiciones esta terminología que
se ha hecho preciosa. No podemos seguirle cuando identifica simplemente el pensamiento
«dirigido» y el pensamiento verbal cuidando totalmente esa capa psíquica preconsciente
que aún siendo «dirigida», no debe traducirse necesariamente de manera verbal.
Jung hace a continuación una serie de precisiones muy oportunas sobre la supervaloración
de la lógica en el seno de la psicología actual, así como sobre el valor atribuido al principio
biogenético en psicología. Jung vuelve a hallar el contenido y las formas del pensamiento
arcaico en las creaciones fantasiosas de la demencia precoz. Pero, al atribuir esta
característica únicamente a la demencia que por principio opone, en cuanto «psicosis de
introversión», a todas las demás perturbaciones psíquicas, se halla sin razón suficiente en
contradicción con la neuropsicología de Freud; según las investigaciones de éste, las
restantes psicosis se forman también debido a una «introversión» (regresión de la libido
con evitación de la realidad) y su sintomatología manifiesta rasgos arcaicos muy claros
(pueden observarse, sobre todo, las correspondencias entre las expresiones de la vida
mental de los salvajes y de los obsesos).
En el caso de Miss Miller el himno religioso es, en opinión de Jung, una formación
sustitutiva del elemento erótico, y, al producirse esta transformación inconscientemente,
origina una construcción histérica, sin ningún valor en el plano ético. «Por el contrario,
quien opone conscientemente la religión a su pecado consciente hace algo cuyo carácter
sublime respecto a la historia no puede discutirse.»
Aunque admitimos las indicaciones de Jung sobre la génesis de los sentimientos religiosos
y ello basándonos en conocimientos sólidos (consideramos por lo demás esta
transformación de lo erótico en religioso como un hecho muy complejo y todavía no
suficientemente analizado), rehusamos seguir al autor cuando, en lugar de limitarse a
constatar los hechos, emite juicios de valor que no pertenecen sólo a la psicología sino
también a la moral y a la teología. Por idéntica razón, y también a decir verdad por carecer
de competencia para ello, no podemos embarcarnos en la discusión planteada por Jung en
esta ocasión sobre el valor mayor o menor de la religión cristiana.
La segunda parte de la obra comienza con una nueva y doble interpretación recapituladora,
en los planos religioso y erótico, de los dos poemas oníricos anteriormente citados;
después el autor estudia particularmente el uso que se hace del tema solar en el canto de
la polilla, desde un punto de vista «mitológico-astral» o «astrológico». El sol, escribe Jung,
es el símbolo más natural de la libido humana, la cual empuja tanto al «Bien» como al
«Mal» y es fecunda y hostil hacia la vida simultáneamente: de aquí se deduce el carácter
universal de la adoración al sol. El mito solar permite además comprender el culto religioso
de los héroes; los héroes son también personificaciones de la libido, y de ese modo, puede
adivinarse la suerte de la libido humana a partir de la de los héroes que figuran en la
mitología de los pueblos. Estas investigaciones llenas de interés coinciden en muchos
puntos con los trabajos de Rank y Silberer sobre el mismo tema.
Tras esto, Jung introduce un nuevo capítulo («El concepto y la teoría genética de la libido»),
que está separado del contenido de la primera parte, y por lo general de todo lo que el
psicoanálisis ha descubierto hasta ahora, por un abismo. Jung trata de revisar el concepto
de libido, justificando su labor entre otras cosas por el hecho de que este concepto, al
haber alcanzado gran extensión en los recientes trabajos de Freud y de su escuela, termina
adquiriendo una significación diferente a la aplicada por Freud en sus «Ensayos sobre la
teoría de la sexualidad».
Jung se refiere entonces a un pasaje de la obra de Freud sobre la paranoia en el que este
último se habría visto «obligado a ampliar el concepto de libido» . Con el fin de que el lector
pueda darse cuenta de si Jung afirma tal cosa con razón o sin ella, citaremos in extenso el
pasaje de Freud al que Jung se refiere.
Estas proposiciones muestran claramente que la afirmación de Jung, según la cual Freud
habría utilizado recientemente el concepto de libido en un sentido diferente, más amplio que
el de antes, no puede confirmarse de ningún modo mediante el único pasaje que Jung
puede aducir al respecto. Por el contrario, las reflexiones de Freud llevan a mantener su
idea actual sobre la necesidad de una distinción entre los intereses del Yo y la libido sexual
y en cuanto a la importancia patogenética de la libido (tomada en el sentido de lo sexual) en
todas las psiconeurosis, comprendidas la paranoia y la parafrenia. Es preciso, en suma,
considerar la asimilación del concepto de libido a los conceptos de voluntad en
Schopenhauer y de energía en Robert Mayer como una especulación personal de Jung.
Esta declaración categórica, que Jung promulga sin más pruebas, como si fuera
absolutamente lógica, nos satisface tanto menos cuanto que conocemos en otros terrenos
perturbaciones funcionales indirectas que corresponden perfectamente a la segunda
posibilidad considerada por Freud. Lo mismo que en los perros privados de cerebro surgen
de inmediato «síntomas periféricos» hecha la operación, es decir, que parecen también
perturbados en las funciones psíquicas cuyos centros nerviosos han quedado en realidad
intactos, el trastorno profundo de la esfera sexual puede producir problemas de la función
del Yo, incluso si los impulsos del Yo no han sido indirectamente afectados.
«En la demencia precoz la realidad falla demasiado para que pueda atribuirse este
fenómeno a la sexualidad strictiori sensu», dice Jung. Replicamos a esto que nos hallamos
muy lejos de conocer las proporciones del daño que puede sufrir la función de lo real a
consecuencia de verdaderos traumatismos sexuales. Vemos hasta qué punto es capaz el
hombre de desviarse de la realidad en la histeria y en la neurosis obsesiva debido a
traumatismos psíquicos eróticos; conocemos además estados provocados por el amor
(indudablemente una causa sexual strictissimo sensu) en los que el individuo está casi tan
alejado de la realidad como el que sufre la demencia precoz.
«A nadie le parecerá evidente, escribe Jung en otro lugar, que lo real sea una función
sexual». Jung discute aquí lo que nadie ha sostenido, que yo sepa, y menos Freud, que en
su artículo sobre «Los principios del funcionamiento psíquico» considera que existe una
relación, secundaria, pero íntima, entre el sentido de realidad y los impulsos del Yo (y no el
impulso sexual). En definitiva, debemos considerar la aplicación de la teoría freudiana de la
libido a la demencia precoz de la manera en que la ha intentado
Asimilando el concepto de libido al de energía psíquica, Jung se equivoca por doble motivo.
Subordinando todo el funcionamiento psíquico a este concepto, le confiere tales
dimensiones que este último se volatiliza íntegramente al mismo tiempo y se hace por así
decir superfluo. ¿Por qué habla de libido si disponemos de ese buen y antiguo concepto de
energía en la filosofía? Sin embargo, al negarle todo poder real, Jung coloca a este
concepto en el trono de la jerarquía psíquica y lo eleva a un rango que no le corresponde.
Por lo demás, los esfuerzos de Jung para derivar de lo sexual todas las actividades
psíquicas no tienen éxito. En cuanto admite excepciones a este principio («La función de lo
real es, al menos en gran parte, de origen sexual»), la coherencia del sistema queda rota,
la legitimidad de la entronización del concepto de libido se quebranta y volvemos a
encontrarnos sobre el terreno inseguro de la antigua problemática, obligados a confesar el
fracaso de esta tentativa de hacer derivar la ontología y la ontogenia de la vida psíquica del
solo concepto de libido.
Jung reconoce el origen sexual de las elaboraciones psíquicas superiores, pero niega que
tales elaboraciones tengan algo de sexual. Para aclarar esta posición, utiliza entre otros
recursos esta comparación: «Aunque no pueda haber duda alguna sobre el origen sexual
de la música, sería una generalización sin valor y mal gusto el tratar de incluir a la música
en el marco de la sexualidad. Una terminología de este tipo conduciría a tratar de la
catedral de Colonia en el marco de la mineralogía bajo el pretexto que está hecha de
piedra». Según creo, esta comparación se opone a lo que Jung quiere demostrar. La
catedral de Colonia ha dejado de ser efectivamente de piedra desde el momento de su
construcción para no existir más que en forma de idea artística. Efectivamente, incluso el
edificio más espléndido del mundo es substancialmente un montón de minerales que se
estudian en mineralogía y cuya realidad sólo podría discutirse desde un punto de vista
antropocéntrico muy estricto. Y las funciones psíquicas mas elevadas no varían en nada el
hecho de que el hombre es un animal cuyas realizaciones superiores son incomprensibles
en sí mismas y sólo pueden concebirse como funciones de auténticos instintos animales. El
desarrollo del psiquismo no se parece a la eclosión de una burbuja cuya película significaría
el presente y cuyo interior no contendría más que un espacio vacío en lugar del pasado; se
parece más bien al crecimiento de un árbol en el que las capas sucesivas del pasado
continúan viviendo bajo la corteza.
Las proposiciones más importantes de la teoría genética de la libido son las siguientes: la
libido que al principio sólo servia para la producción de los huevos y del semen, la «libido
primitiva», entra en organizaciones más evolucionadas al servicio de funciones más
complejas, por ejemplo, la construcción del nido. A partir de esta libido sexual primitiva se
han producido, mediante una fuerte reducción de la fecundidad, ramificaciones cuya
función está alimentada por una libido especialmente diferenciada. Esta libido diferenciada
se halla ahora desexualizada en la medida en que se ha desprendido de su función
primitiva de procreación de los huevos y del semen y debido a que ya no puede ser
reconvertida en función sexual. De este modo el proceso de evolución consiste en una
absorción creciente de la libido primitiva en funciones secundarias como la seducción y la
protección de la prole. Esta evolución, es decir, el modo de reproducción modificado,
supone una mejor adaptación a la realidad. La transferencia de la libido sexual del ámbito
sexual a las «funciones secundarias» se produce siempre; cuando esta operación se
realiza sin perjuicio para la adaptación del individuo, se habla de sublimación, y cuando
fracasa, de rechazo. La psicología freudiana actual constata la existencia de una pluralidad
de impulsos y considera además determinadas aportaciones libidinosas como impulsos no
sexuales. El punto de vista genético de Jung hace nacer la pluralidad de los impulsos de
una relativa unidad, la libido primitiva, haciendo que tales impulsos sólo sean
diferenciaciones de ésta.
Si Jung se hubiera limitado a subrayar una vez más el papel inmenso, que aún no se ha
apreciado en su justo valor, de la sexualidad en el desarrollo, podríamos seguirle sin
reservas. Pero uniformar todo el psiquismo bajo el concepto de libido y hacer derivar los
impulsos egoístas de las pulsiones sexuales, nos parece una rumia vana y nos recuerda la
vieja adivinanza: «¿Qué es primero, el huevo o la gallina? » Esta cuestión. como se sabe,
no puede responderse, al provenir toda gallina de un huevo y todo huevo de una gallina.
Una alternativa igualmente estéril, ya que carece de respuesta, es la que consiste en
preguntarse si los impulsos del Yo han surgido de los impulsos de conservación de la
especie o a la inversa Contentémonos de momento con señalar la existencia de dos
orientaciones impulsivas y reconozcamos francamente nuestra ignorancia en cuanto a su
orden genético sin esforzarnos a cualquier precio por hacer derivar una de otra. (Un punto
de vista tan unilateral como el de Jung, aunque diametralmente opuesto, nos parece que
domina la orientación de las investigaciones de Adler, quien desearía hacer derivar la
mayor parte de lo que llamamos lo sexual del «impulso de agresión».)
Ya hemos hallado injustificada la idea por la que Jung considera toda neurosis como el
sustituto de una fantasía de «origen individual» en el que no existiría el menor rastro de
rasgos arcaicos, mientras que éstos aparecían claramente en la psicosis. Por las mismas
razones hemos de contradecir a Jung cuando mantiene que en la neurosis únicamente la
suma de libido reciente (adquirida por el individuo) queda apartada de la realidad, mientras
que en la psicosis se produciría de alguna manera una regresión filogenética en la medida
en que una parte más o menos grande de la libido ya desexualizada (destinada a otra
forma de utilización) es apartada de la realidad y utilizada para edificar más sustitutos.
Uno de los capítulos siguientes trata sobre la «Transferencia de la libido como fuente
posible de los descubrimientos del hombre primitivo». A pesar de la abundancia de ideas y
de las precisiones hechas, no podemos evitarnos el reprochar al autor su parcialidad. Jung
ve en el descubrimiento del fuego por frotación un derivado de las actividades rítmicas
masturbatorias del hombre primitivo; la invención de la preparación del fuego se debería «a
la tendencia a sustituir un símbolo por el acto sexual». La palabra, igual que todo lo
relacionado con ella, sería también elaborada partiendo de los períodos de celo La hipótesis
que parece más verosímil, es decir, que la producción del fuego estaba destinada a
satisfacer en primer lugar necesidades reales y no sexuales, aunque se hubiera puesto al
servicio del simbolismo sexual, se halla absolutamente desatendida por Jung, en
contraposición a su insistencia habitual sobre las exigencias de la realidad.
Jung ilustra a continuación la teoría genética poniendo como ejemplo el modo de formación
de los símbolos típicos. Las fantasías sexuales rechazadas en la barrera del incesto crean,
según Jung, sustitutos simbólicos a partir de funciones pertenecientes a estadíos de
desarrollo presexuales, fundamentalmente las de nutrición. De este modo se han formado
los antiguos símbolos sexuales de la agricultura, los cultos a la Tierra Madre. El origen
estaría en «un nuevo cerco a la madre, ahora no como objeto sexual sino como nodriza».
Incluso la masturbación puberal sería un símbolo: la regresión del júbilo sexual, asustado
por los obstáculos, a una actividad que en su origen servía sólo para la nutrición: la succión
rítmica infantil.
Es preciso que nos detengamos en este término de presexual. Significa nada menos que la
negación de la sexualidad infantil reconocida por primera vez por Freud. Súbitamente se
olvida todo lo que Freud (y el propio Jung) ha constatado sobre los deseos de coloración
netamente sexual -están asociados a las funciones de nutrición o de excreción- en los niños
de 3 a 5 años cuya libido no debería retroceder todavía ante las barreras de la civilización.
¿Cómo es compatible la expresión de «presexual» utilizada por Jung con las observaciones
que hizo hace algún tiempo sobre una niña de tres años «que presentaba un
comportamiento sorprendente debido al interés que manifestaba por las materias fecales y
por la orina, que más tarde tuvo el mismo comportamiento respecto a los alimentos y que
calificaba siempre sus excesos con el término de "agradables”? ¿Cómo explica sin la
hipótesis de la sexualidad infantil las observaciones directas hechas sobre los niños a este
respecto y los resultados del psicoanálisis? ¿Ha olvidado por completo su propia exigencia:
«Hay que ver a los niños como son en realidad y no como se desea que sean»?
Tras esta larga digresión teórica, Jung vuelve a Miss Miller y se esfuerza en demostrar el
valer de la nueva teoría analizando la tercera creación onírica de la poetisa, titulada por ella
«Chiwantopel, drama hipnagógico». En este drama el papel principal corresponde a un
héroe azteca que lleva las armas y la corona de plumas de los indios; otro indio intenta
abatirlo con una flecha y se lamenta entonces en un largo monólogo de que ninguna de las
mujeres que ha conocido y amado le ha correspondido realmente, a excepción de una,
llamada Ja-ni-wa-ma. Jung analiza esta fantasía considerando en principio cada una de las
partes y las asociaciones verbales que se hallan allí como arcaísmos mitológico-simbólicos
mediante los que se disfraza algún problema concreto de Miss Miller. Para probarlo, Jung
se entrega a amplias investigaciones de mitología comparada. Examina separadamente el
papel de cada palabra en las diversas mitologías y combinando las diferentes
interpretaciones obtenidas por este procedimiento trata de descifrar el sentido concreto del
drama. Ahora bien, visto el carácter incierto del saber mitológico, en general, y las lagunas
inevitables de los conocimientos mitológicos de un individuo, en particular, no se puede
atribuir gran valor demostrativo a este método de interpretación, pensamos nosotros; esto
no tiene por otra parte más que un cierto parecido con el psicoanálisis, que se funda en
primer lugar en datos reales obtenidos mediante la investigación de los sueños de las
neurosis. Y dado que Jung se refiere en su introducción a la investigación biográfica de
Freud sobre Leonardo de Vinci y califica a Freud de precursor de su método de
interpretación, hemos de indicar que las interpretaciones mitológicas de Freud permanecen
constantemente bajo el control de experiencias sacadas de la psicología individual.
Teniendo como punto de partida la fantasía de «Chiwantopel». Jung vuelve al tema del
«origen inconsciente del héroe» sobre el que nos proporciona esta vez puntos de vista mas
profundos. «El mito del héroe, dice al término de sus reflexiones, es la nostalgia que
experimenta nuestro propio inconsciente respecto a las fuentes mas profundas de sus
actos: el cuerpo de la madre. Y quien sea capaz de renacer para su madre, se convierte
ante nuestros ojos en un héroe victorioso». Jung llega a este resultado mediante sutiles
análisis a los que somete los mitos heroicos más conocidos. Tales análisis convencerán a
cualquier psicoanalista y, por sí solos, convertirán la obra de Jung en una de las más
preciosas contribuciones a la literatura psicoanalítica.
Resulta tanto más sorprendente ver a Jung anular este resultado obtenido de sus propias
investigaciones, y que nos parece indudable, mediante una especie de rectificación a
posteriori donde utiliza el «complejo de Edipo. que se halla a la base del tema del héroe, lo
mismo que de la sexualidad infantil en general». Tras haber constatado el papel efectivo de
este complejo en la vida humana, repentinamente discute tal realidad. Los deseos sexuales
manifestados en los sueños de los sujetos normales y en las fantasías inconscientes de los
neuróticos serían «no lo que parecen ser sino solo símbolos», es decir, sustitutos
simbólicos de deseos y aspiraciones totalmente racionales, la libido quebrantada por los
trabajos futuros volvería a tales símbolos. Lo que hay de exacto en esta afirmación ya ha
sido agotado en la literatura psicoanalítica antigua. Desde hace mucho tiempo se sabe que
el neurótico retrocede ante la realidad, que se refugia en la enfermedad y que los síntomas
son fenómenos regresivos. La única novedad en este razonamiento es la afirmación de la
irrealidad, de la naturaleza simbólica de las tendencias que se expresan en los síntomas.
Esta manera de definir el complejo de Edipo, que por lo demás se nos escapa en parte,
podría explicarse a nuestro parecer por el hecho de que Jung se ha dejado llevar por el
deseo de eliminar el término «inconsciente» para reemplazarlo por otros vocablos.
La impresión general que sacamos de la lectura de esta obra es que Jung no se ocupa de
una ciencia propiamente inductiva sino de una sistematización filosófica con todas las
ventajas y los inconvenientes de una tarea de este tipo. La principal ventaja consiste en el
sosiego del espíritu, que, considerando resuelta la principal cuestión del ser, queda liberado
de los tormentos de la incertidumbre y puede dejar tranquilamente a otros el cuidado de
colmar las lagunas del sistema. El gran inconveniente de una sistematización prematura se
halla en el riesgo de querer mantener a todo trance el postulado y de descartar hechos
susceptibles de contradecirlo.
Próximo escrito
Ontogénesis de los símbolos
Sandor Ferenczi / Ontogénesis de los símbolos
Cualquiera que con finura psicológica observe el desarrollo psíquico del niño, ya sea
directamente, ya por medio de los padres, puede confirmar en su totalidad las indicaciones
del doctor Beaurain sobre la manera en que el niño forja sus primeras nociones generales.
Es indudable que el niño (igual que el inconsciente) identifica dos cosas diferentes
basándose en el más mínimo parecido, y que desplaza fácilmente el afecto de una a otra y
les atribuye el mismo nombre. Este nombre es, pues, el representante muy condensado de
un gran número de casos particulares, fundamentalmente diferentes, pero que tienen un
cierto parecido (incluso lejano) y que por esto se identifican unos con otros. A medida que
se desarrolla el sentido de realidad (inteligencia) en el niño, éste es inducido a
descomponer progresivamente tales productos de concentración en sus elementos,
aprende a distinguir lo que se parece en ciertos aspectos, pero difiere en otros. Muchos
autores admiten y describen este proceso, y las comunicaciones de Silberer y de Beaurain
al respecto han aumentado nuestros conocimientos con nuevos datos y profundizado
nuestra comprensión de los procesos psíquicos de desarrollo
Estos dos autores ven en la insuficiencia que tienen los niños en cuanto a la facultad de
discriminación la condición principal para la aparición de los primeros grados onto y
filogenéticos de los procesos cognitivos. Yo no critico su concepción sino en la medida en
que designan mediante el término «símbolo» los primeros grados de conocimiento En cierto
sentido las comparaciones, las alegorías, las alusiones, las parábolas, los emblemas y en
general toda representación indirecta pueden ser considerados como productos que
provienen de distinciones y definiciones engañosas, y por lo tanto se trata de símbolos en el
sentido psicoanalítico del término. No podemos considerar como símbolo, en dicho sentido
psicoanalítico, más que las cosas (representaciones) que llegan a la conciencia con un
bloqueo afectivo sin explicación ni justificación lógica, y cuyo análisis permite determinar
que deben esta sobrecarga afectiva a una identificación inconsciente con otra cosa
(representación) a la que pertenece de hecho este suplemento afectivo. Cualquier
comparación no es por lo tanto un símbolo, sino únicamente cuando uno de sus términos
es rechazado al inconsciente, Rank y Sachs dan la misma definición de la noción de
símbolo: «Llamamos símbolo a un modo particular de la representación indirecta que se
distingue por características determinadas de la comparación, de la metáfora, de la
alegoría, de la alusión y de otras formas de representación imaginarias del material del
pensamiento (a la manera de un acertijo)»... «(el símbolo) es una expresión sustitutiva
aparente que suple cualquier cosa que se halle oculta.»
La experiencia psicoanalítica nos enseña de hecho que la principal condición para que surja
un verdadero símbolo no es de naturaleza intelectual sino afectiva, aunque sea necesaria la
intervención de una insuficiencia intelectual para su formación. Quiero justificar esta
afirmación mediante unos ejemplos que ya he expuesto en otra parte, y que están extraídos
del simbolismo sexual.
De esta forma se establecen estas relaciones profundas que persisten toda la vida, entre el
cuerpo humano y el mundo de los objetos que llamamos relaciones simbólicas. En este
estadío, el niño no ve en el mundo más que reproducciones de su corporeidad y, por otra
parte, «aprende a representar por medio de su cuerpo toda la diversidad del mundo
exterior.»
Así aparece la «sexualización del universo». En este estadio, los niños designan fácilmente
todo objeto oblongo mediante la denominación infantil de su órgano sexual, y ven en
cualquier abertura un ano o una boca, en cualquier líquido la orina, y en toda substancia
blanda las materias fecales. Un niño de un año y medio, cuando se le mostró por primera
vez el Danubio, gritó: «¡cuánta saliva!» Un niño de dos años llamaba «puerta» a todo lo que
podía abrirse, entre otras cosas a las piernas de sus padres que él podía abrir y cerrar
(abducción y aducción).
Hallamos también asimilaciones análogas entre los diferentes órganos del cuerpo: el niño
identifica el pene con los dientes, el ano con la boca; es posible que el niño encuentre de
este modo para cada parte de la mitad inferior del cuerpo bloqueado afectivamente un
equivalente en la mitad superior del cuerpo (principalmente en el rostro y la cabeza).
Sin embargo, una identificación de este tipo no es todavía un símbolo. Sólo cuando la
educación cultural ha logrado rechazar uno de los términos de la analogía (el más
importante), el otro término (el mas insignificante en su origen) adquiere un suplemento de
importancia afectiva y se convierte en símbolo del término rechazado. Al principio, la
paridad: pene-árbol, pene-campanario es consciente, y consecuencia del rechazo del
interés centrado sobre el pene, el árbol y el campanario adquieren esta sobrecarga de
interés inexplicable y en apariencia injustificado; se convierten en símbolo del pene.
Del mismo modo los ojos se han convertido en símbolo de los órganos genitales a los que
se han identificado desde hace tiempo sobre la base de un parecido superficial; también de
este modo la parte superior del cuerpo por lo general ha adquirido la significación simbólica
que tiene a partir del momento en que el rechazo ha despertado nuestro interés hacia la
parte inferior del cuerpo; y también probablemente se han constituido de este modo
ontogenéticamente todos los demás símbolos del órgano sexual (corbatas, serpientes,
extracción dental, caja, escalera, etc.), que desempeñan un papel tan grande en nuestro
sueño. Señalemos que, en los sueños de los dos niños mencionados anteriormente, la
puerta era para uno el símbolo del regazo paterno, y el Danubio, para el otro el símbolo de
la excreción.
Desearía mostrar mediante estos ejemplos la importancia decisiva de los factores afectivos
en la formación de los símbolos auténticos. Debemos, pues, en primer lugar, fijar nuestra
atención sobre los factores afectivos si queremos distinguir los símbolos de los demás
productos típicos (metáfora, comparación, etc.) que son también formas de condensación.
Antes, por ejemplo, existía la tendencia a pensar que se confundían las cosas porque se
parecían entre ellas; hoy sabemos que existen razones determinadas para la confusión, y
que el parecido es sólo la ocasión que permite a estas razones manifestarse. Del mismo
modo, podemos afirmar que la falta de percepción solamente explica de modo insuficiente
la formación de los símbolos si no se tienen en cuenta las razones que inducen a elaborar
tales comparaciones.
Próximo escrito
Algunas observaciones clínicas sobre enfermos paranoicos y parafrénicos
Sandor Ferenczi / Algunas observaciones clínicas sobre enfermos paranoicos
y parafrénicos
Cierto día la hermana de un joven artista vino a verme y me dijo que su hermano, un
hombre muy capaz, presentaba desde hacía algún tiempo un comportamiento muy extraño.
Había leído un informe médico sobre el tratamiento de la tuberculosis con suero y desde
entonces no cesaba de observarse, hacia analizar sus orinas y sus esputos y, a pesar de
los resultados totalmente negativos, inició un tratamiento de suero con el médico autor del
artículo.
De este modo, hacía tiempo que sólo se interesaba por el estudio de los grandes
problemas, consagrando su tiempo a resolver las cuestiones últimas de la naturaleza, de la
filosofía y de la psicología. Dio órdenes muy precisas a quienes se hallaban a su alrededor
sobre la manera en que debía velarse por su tranquilidad absoluta mientras ejercía su
actividad intelectual. Todo ello no hubiera despertado la inquietud de su familia, si el joven,
hasta entonces muy trabajador, no se hubiera entregado a una completa inactividad. En su
empeño de trabajar con «un grado de eficacia superior», llegó a descuidar totalmente sus
labores cotidianas porque no estaban de acuerdo en absoluto con la teoría de la economía
energética; el principio de una actividad lo mas económica posible le sirvió entonces, en
buena lógica, para renunciar a cualquier actividad. Permanecía acostado durante horas,
ocioso, adoptando posturas artificiales. Me pareció que tales posturas debían ser
consideradas como una variedad de las posturas catatónicas, e interpreté los síntomas
puramente psíquicos como fragmentos de ideas hipocondríacas y megalomaníacas. Sin ver
incluso al enfermo pude comunicar a su familia mi opinión de que se trataba de una
parafrenia paranoide (demencia precoz) y que era aconsejable enviar al paciente a una
casa de salud. La familia no aceptó mi diagnóstico ni mi consejo, a pesar del cuidado que
puse en subrayar la posibilidad de un estado benigno y pasajero.
Pero, poco después, la hermana del enfermo vino a verme y me explicó lo que sigue: su
hermano le había rogado que viniera a dormir en su cuarto, pretextando que se hallaba
mejor y que sus facultades intelectuales resultarían reforzadas. La hermana había accedido
a esta petición. Muchas veces durante la noche él le pedía que le levantara las piernas,
después comenzaba a hablarle de una excitación sexual y de erecciones que habían
perturbado su trabajo intelectual. De vez en cuando hablaba también de su padre, que le
había educado con excesivo rigor y por el que hasta entonces no había sentido ningún
afecto; sólo ahora comenzaba a descubrir en sí mismo y en su padre un afecto mutuo. A
continuación le había declarado bruscamente que consideraba incompatible con la
economía energética el satisfacer sus necesidades sexuales con mujeres de mala vida a
las que no conocía, y además por dinero; resultaría más simple, sin fatigas y sin gastos, en
una palabra resultaría más económico que, en interés de su rendimiento intelectual y en el
espíritu del «imperativo energético», su hermana aceptara realizar este servicio.
La hermana había guardado silencio sobre este incidente, pero poco después, al manifestar
el enfermo intenciones suicidas, fue preciso internarle en una casa de salud.
Sandor Ferenczi / Algunas observaciones clínicas sobre enfermos paranoicos
y parafrénicos / Segundo
Segundo
Segundo
apreciaba su producción literaria y como había intentado varias veces -ciertamente sin
éxito- atraer sobre él la atención de personalidades eminentes, me tenía una verdadera
simpatía. Venía a verme una vez al mes, me contaba sus penas como a confesor, y por lo
general se iba consolado. Me contaba cómo compañeros de oficina y sus superiores le
ponían en situaciones muy penosas. Él cumplía siempre su labor con puntualidad,
realizándola incluso con especial celo, y a pesar de ello (o puede que por ello mismo) todos
le manifestaban una cierta hostilidad. Evidentemente era envidiado a causa do su
inteligencia superior y sus relaciones con personas importantes.
Pero, al sugerirle yo que me diera datos concretos, sólo podía aportar algunas bromas
insignificantes hechas por sus colegas y una actitud despectiva que resulta corriente en los
superiores. De vez en cuando, para vengarse, se dedicaba a anotar cuidadosamente todas
las irregularidades y errores cometidos por sus colegas, e incluso pretendidas
indelicadezas; después, cuando explotaba el descontento acumulado, sacaba todos estos
hechos recogidos durante tanto tiempo y redactaba un informe para su jefe de servicio,
consiguiendo como único resultado el ser amonestado tanto él como sus colegas. Acabó
por llevarse mal con todo el mundo, ahorrándose de este modo el tener que probar la
malevolencia de sus colegas con ayuda de cosas insignificantes. Fue detestado por todos;
en todos los servicios deseaban desembarazarse de él y era cambiado de destino a la
primera ocasión. Con cada cambio presentaba una especie de «mejoría de
desplazamiento», como se constata en todos los enfermos mentales a los que se cambia
de clínica. Esperaba que cada nuevo jefe de servicio reconociera definitivamente sus
méritos y al principio creía adivinar en cada uno de ellos signos indudables de estima y de
simpatía Pero, por lo general, quedaba pronto claro que el nuevo jefe no valía más que los
anteriores; además -pensaba- estos últimos debían de haber dado malas informaciones al
nuevo jefe porque todos eran de la misma cuerda, y así sucesivamente.
Idéntica fatalidad se cernía sobre su actividad literaria. Los autores consagrados formaban
un circulo cerrado, una mafia, -según él decía- e impedían a los jóvenes talentos abrirse
paso Sin embargo, sus obras valían tanto como los grandes éxitos de la literatura mundial.
Apenas experimentaba deseos sexuales. A menudo había soñado que tenía mucho éxito
con las mujeres, sin que supiera él mismo el porqué; agradaba a todas, pero no les
prestaba ninguna atención. incluso en ocasiones tenía que defenderse de ellas (lo que
significa que a sus ideas megalomaníacas y paranoicas había que añadir la erotomanía).
Nuestras entrevistas periódicas me proporcionaron poco a poco el acceso a las capas más
profundas de su psiquismo, su familia había padecido dificultades materiales, lo que alejó al
niño de un padre hasta entonces muy querido. Desplazó entonces imaginariamente el papel
paternal sobre un tío que había alcanzado una situación eminente y la celebridad literaria;
pero rápidamente comprendió que no había nada que esperar de este ser egoísta, y le
retiró su afecto. Después se esforzó por un lado en hallar en la persona de sus superiores
la «imagen paternal» perdida y por otro derivó de modo narcisista su libido sobre él mismo
y sobre sus notables cualidades, saboreando sus propias producciones.
Hacia la misma época -o puede que un poco antes- comenzó a manifestar un creciente
interés por la psicología analítica. Leyó entre otras cosas mi artículo sobre la relación entre
la paranoia y la homosexualidad, y me preguntó si le consideraba como paranoico y
homosexual. Al principio esta idea le pareció cómica; sin embargo, poco a poco pareció
enraizar en su espíritu y desarrollarse con una amplitud muy grande debido a su actividad
general. Un día vino a verme en un estado de entusiasmo y de excitación intensa y, con
gran sorpresa mía, me explicó muy emocionado que estaba dispuesto a adoptar mi punto
de vista; en efecto, hasta el presente había sufrido una manía persecutoria, pero ahora
comprendía por una especie de iluminación que, en el fondo, era propiamente hablando un
homosexual; recordaba hechos que confirmaban directamente su descubrimiento. Al mismo
tiempo comprendía la significación del estado de excitación mitad angustioso, mitad
libidinoso. que se apoderaba de él en presencia de un determinado señor bastante mayor.
Comprendía también por qué trataba siempre de acercarse a mí hasta sentir mi aliento
sobre su rostro.
También sabía ahora por qué acusaba a otros, sobre todo a este individuo mayor, de
intenciones homosexuales respecto a él: era simplemente su propio deseo el que estaba en
el origen de este pensamiento.
Me satisfizo enormemente el giro tomado por los acontecimientos, no sólo por el enfermo,
sino también por la confirmación que aportaba a mi secreta esperanza de ver un día triunfar
mis esfuerzos para curar la paranoia.
A la mañana siguiente el enfermo vino a verme; estaba todavía muy excitado, pero menos
eufórico. Se lamentaba de hallarse muy angustiado, de ser torturado por fantasías
homosexuales cada vez más insoportables: veía enormes falos que le inspiraban un gran
desagrado, se imaginaba en posiciones pederastas con hombres (conmigo, por ejemplo),
etc.., Le animé explicándole que el efecto penoso de tales fantasías provenía de su
carácter inhabitual y que se atenuaría en seguida.
Durante algunos días no volví a saber de él; luego un miembro de su familia vino a verme
para decirme lo siguiente: desde hacía dos o tres días el enfermo tenía alucinaciones,
hablaba solo. La víspera había irrumpido primero en casa del tío del que ya hablamos, y
después en el palacio de un célebre magnate donde también había causado un escándalo.
Tras ser expulsado, volvió a su casa, se acostó y no dijo nada; durante sus momentos de
lucidez sostenía que iba muy bien y suplicaba a los que le rodeaban que no le enviaran a
una casa de salud.
Cuando volví a verle no tenía una clara conciencia de su enfermedad. Objetivaba de nuevo
sus sensaciones parafrénicas; su demencia paranoica de antaño se había despertado
parcialmente, pero descartaba con horror sus ideas homosexuales, negaba la existencia de
su psicosis y no creía en la relación causal entre sus impresiones psíquicas y la
homosexualidad
* * *
Estos dos casos tienen en común (además de la homosexualidad latente, constante en los
casos de paranoia y parafrenia, pero que no puedo desarrollar ahora, el aportar
indicaciones sobre la importancia de la formación de sistemas delirantes, tan característica
de los enfermos paranoicos. El primer enfermo, ahorrándose la tarea de elaborar por sí
mismo sistemas, ha adoptado en bloque una teoría filosófica ya existente, la filosofía de la
naturaleza de Ostwald. Los sistemas filosóficos que se esfuerzan por ser a cualquier precio
una explicación racional del universo y no dejan lugar a lo irracional (es decir, a lo
inexplicado) han sido comparados a menudo a los sistemas patológicos paranoicos. Sea de
ello lo que fuere, tales sistemas corresponden perfectamente a las necesidades de los
paranoicos cuyos sistemas sirven justamente para explicar racionalmente a partir de los
acontecimientos del mundo exterior sus impulsos internos y racionales. Nuestros casos
muestran claramente cómo el sistema tomado «en bloque» sirve cada vez más para
racionalizar los deseos egocéntricos rechazados del enfermo (ociosidad, deseos
incestuosos respecto a su hermana).
El segundo caso nos enseña hasta qué punto el paranoico se siente amenazado cuando es
privado bruscamente del sistema laboriosamente construido que ha permitido su
integración social El enfermo ha llegado a proyectar sobre su entorno profesional sus
tendencias moralmente inaceptables. Se ha sentido víctima de una persecución
sistemática. Al jubilarle se ha roto, por así decir, su «sistema»; el azar quiso que en el
mismo momento tropezara con la literatura psicoanalítica de la que había oído hablar pero
que sólo ahora podía comprender.
En el plano terapéutico, el segundo caso nos incitaría más bien a adoptar la posición
pesimista de Freud sobre la posibilidad de curar la paranoia mediante el psicoanálisis.
La particular posición catatónica del primer enfermo (tumbado, con las piernas levantadas)
merece una especial atención. El propio enfermo aporta la interpretación de este síntoma al
confiar a su hermana la labor de sostener sus piernas y, poco después, al hacerle participe
de sus deseos incestuosos. Si añadimos que la pierna es un símbolo del pene (o del
clítoris) familiar a los psicoanalistas, y que la extensión de la pierna es el símbolo de
erección, debemos considerar esta postura catatónica como expresión de la tendencia
rechazada a la erección (y al mismo tiempo como una medida de defensa contra tal
tendencia). Es muy posible que observaciones análogas nos conduzcan a admitir de
manera general esta interpretación de la rigidez catatónica. En apoyo de esta tesis citaré un
fragmento de un tercer caso.
Próximo escrito
El homoerotismo: nosología de la homosexualidad masculina
Sandor Ferenczi / El homoerotismo: nosología de la homosexualidad
masculina
El homoerotismo:
nosología de la homosexualidad masculina
Bastan pocas frases para resumir lo que el psicoanálisis nos ha enseñado sobre la
homosexualidad. El primer paso esencial hacia el conocimiento en profundidad de esta
tendencia impulsiva fue la hipótesis formulada por Fliess y Freud sobre que todo ser
humano atraviesa en realidad por un estadío psíquico bisexual durante su infancia. Más
tarde, el «complejo homosexual» sucumbe ante el rechazo, sólo subsiste una pequeña
porción de él bajo una forma sublimada en la vida cultural del adulto, la cual desempeña un
papel no despreciable en las obras sociales, las asociaciones de amigos y los clubes. En
determinadas condiciones la homosexualidad insuficientemente rechazada puede
reaparecer más tarde y manifestarse en forma de sintamos neuróticos; en particular en la
paranoia que -según han podido demostrar recientes investigaciones- debe concebirse
como una manifestación. deformada del atractivo hacia el propio sexo.
Debemos a Sadger y a Freud una nueva concepción de la homosexualidad que nos facilita
su comprensión. Sadger ha descubierto, al psicoanalizar a muchos homosexuales
masculinos, la existencia de fuertes tendencias heterosexuales en la primera infancia de
tales sujetos, durante la cual el “complejo de Edipo” (amor hacia la madre, actitud recelosa
hacia el padre) se manifestaba además con una particular intensidad. Según él, la
homosexualidad que se desarrolla ulteriormente en estos individuos no es en realidad más
que una tentativa de recrear la primitiva relación con la madre. Es su propia persona lo que
el homosexual ama inconscientemente en los objetos del mismo sexo sobre los que
proyecta su deseo, y él desempeña (siempre de manera inconsciente) el papel femenino y
afeminado de la madre.
Sadger llama a este amor hacia sí mismo en la persona de otro narcisismo. Luego, Freud
nos ha enseñado a atribuir una importancia mucho más grande y mucho más general al
narcisismo, dado que todo ser humano pasa obligatoriamente por un estadío de tipo
narcisista en su desarrollo. Tras el estadío del autoerotismo «perverso-polimorfo» y antes
de la elección propiamente dicha de un objeto de amor en el mundo exterior, todo ser
humano se toma a sí mismo por objeto de amor reuniendo los erotismos hasta entonces
autísticos en uno único, el “Yo amado”. Los homosexuales son seres que únicamente han
quedado fijados con mayor fuerza que otros a este estadío narcisista; su amor está
condicionado durante toda su vida por un órgano genital parecido al suyo propio.
Sin embargo, a pesar de toda su importancia, tales conocimientos no explican siempre las
particularidades de la constitución sexual en las experiencias específicas que se hallan a la
base de la homosexualidad manifiesta.
Supongamos que dos homoeróticos de tipos diferentes forman una pareja. El invertido halla
en el homoerótico de objeto un amante perfecto, que le adora, le sostiene maternalmente,
es enérgico y dominante; en cuanto al homoerótico de objeto es precisamente la mezcla de
rasgos masculinos y femeninos lo que le puede agradar en el invertido. Sin embargo,
conozco también homoeróticos activos que desean exclusivamente a jóvenes no invertidos
y es sólo por falta de algo mejor por lo que se contentan con invertidos.
Estas dos caras del homoerotismo, sea cual fuere la facilidad con que puede
distinguírselas, no tienen otro valor que el de una descripción superficial de síndromes en
tanto que no se sometan al método analítico propio del psicoanálisis, que es el único que
nos puede hacer comprender su formación en el plano psicológico.
Puedo desde ahora dar a conocer el resultado final de mis investigaciones: el psicoanálisis
me ha mostrado que el homoerótico de sujeto y el homoerótico de objeto son realmente
dos estados totalmente diferentes. El primero es un verdadero “estadío sexual
intermediario” (en el sentido de Magnos Hirschfeld y de sus alumnos), es decir una pura
anomalía del desarrollo. El homoerotismo de objeto por el contrario, es una neurosis, una
neurosis obsesiva..
Las capas psíquicas mas profundas y los rasgos mnésicos más antiguos muestran todavía
en ambos casos anfierotismo, bloqueo de los dos sexos o elación con los dos padres
mediante la libido. Sin embargo, la inversión y el homoerotismo de objeto se alejan
considerablemente el uno del otro en el curso de la evolución ulterior.
Por otra parte, la naturaleza narcisista del niño puede llevar a sus padres a mimarle
sobremanera, estableciendo así un círculo vicioso. Particularidades físicas tales como los
rasgos y el cuerpo de niña, la cabellera abundante, etc., pueden contribuir a que el niño sea
tratado como una niña. La preferencia que manifiesta el padre y la respuesta a ella, pueden
ser reforzadas de manera secundaria, por lo general, por la naturaleza narcisista del niño;
conozco casos en los que el niño narcisista provocaba el homoerotismo latente del padre
bajo apariencias de una ternura excesiva, lo cual contribuía notablemente a fijar su propia
inversión.
El análisis del invertido no revela de hecho ningún afecto que pueda modificar
fundamentalmente su actitud actual respecto al sexo masculino, y por ello hay que
considerar la inversión (el homoerotismo de sujeto) como., un estado imposible de curar
mediante el psicoanálisis (o, de modo general, mediante cualquier otra forma de
psicoterapia). Sin embargo, el psicoanálisis no deja de influenciar el comportamiento del
paciente; suprime los síntomas neuróticos que acompañan muchas veces la inversión, en
particular la angustia, a menudo considerable. El invertido confiesa con más franqueza su
homosexualidad tras un análisis. Señalemos además que muchos invertidos no son en
absoluto insensibles a las pruebas de ternura que les testimonian las personas del sexo
femenino. De alguna forma realizan en sus relaciones con las mujeres (en consecuencia,
sus semejantes) el componente homosexual de su sexualidad.
Basta un análisis superficial para poner de nuevo en evidencia el aspecto tan diferente del
homoerótico de objeto. Tras una investigación muy breve, los que se hallan afectados de
este mal aparecen como neuróticos obsesivos típicos. Presentan una profusión de ideas
obsesivas, de medidas compulsivas y de ceremoniales destinados a preservarles. Un
análisis en profundidad halla enseguida tras su obsesión la duda torturante y ese
desequilibrio entre el amor y el odio que ha descubierto Freud como resorte de los
mecanismos obsesivos. El psicoanálisis de estos homoeróticos de tipo puramente viril por
lo general, cuyo sentimiento anormal concierne a su objeto de amor, me ha mostrado
claramente que esta especie de homosexualidad en todas sus formas no es en sí misma
más que una sucesión de sentimientos obsesivos y de actos compulsivos. A decir verdad,
toda la sexualidad pertenece al orden de la compulsión; pero el homosexual es objeto
-según mi experiencia- de una compulsión verdaderamente neurótica, con sustitución no
reversible por la lógica de los objetos y actos sexuales normales por otros objetos y actos
anormales.
A la luz del psicoanálisis, el acto homoerótico activo aparece, pues, por una parte como una
falsa obediencia tras el castigo recibido; el homosexual, tomando la prohibición paterna al
pié de la letra, evita efectivamente toda relación sexual con las mujeres pero se entrega en
sus fantasías inconscientes a deseos heteroeróticos prohibidos; por otra parte el acto
pederástico sirve a la fantasía edipiana definitiva, con la significación de herir y de ensuciar
al hombre.
Resulta interesante mencionar que la mayoría de los homoeróticos obsesivos (como podría
también denominarse a este tipo de enfermedad) que he analizado utilizan la teoría, tan
extendida actualmente, de la inclinación por su propio sexo como estadío intermedio para
presentar su estado como congénito, y en consecuencia irremediable, y sin que pueda
influirse sobre él o, para hablar como Schreber en sus «Memorias», en el orden del
universo. Se consideran todos como invertidos y están contentos por haber hallado un
soporte científico que justifique sus representaciones obsesivas y sus actos compulsivos.
El homoerotismo puede presentarse sin duda bajo formas químicas diferentes a las que
acabamos de describir, con constelaciones de síntomas diversos, al señalar los dos tipos
indicados no pretendo de ningún modo haber agotado todas las posibilidades. Mediante
esta distinción nosológica he pretendido esencialmente atraer la atención sobre la
confusión que reina incluso en los escritos que tratan del problema de la homosexualidad.
La investigación psicoanalítica muestra que hasta ahora se han colocado en el mismo
plano, bajo la etiqueta de “homosexualidad”, estados psíquicos muy heterogéneos: por una
parte verdaderas anomalías constitucionales (inversiones, homoerotismo de sujeto), y por
otra estados psiconeuróticos obsesivos (homoerotismo de objeto u obsesivo). El individuo
de la primera categoría se caracteriza esencialmente porque se siente mujer con el deseo
de ser amada por el hombre, mientras que en el otro caso se trata más bien de una huida
ante la mujer que de una simpatía por el hombre.
Al describir el homoerotismo de sujeto como un síntoma neurótico, me opongo a Freud,
quien en su «Teoría de la sexualidad» define la homosexualidad como una perversión y la
neurosis, como el negativo de la perversión. Sin embargo, la contradicción sólo es
aparente. Las «perversiones», es decir, las fijaciones en objetos sociales primitivos o
pasajeros, pueden estar profundamente puestas al servicio de tendencias neuróticas al
rechazo, en cuyo caso una parte de la auténtica perversión (positiva), neuróticamente
exagerada, representa al mismo tiempo el negativo de otra perversión. Este es
precisamente el caso del «homoerotismo de sujeto». El componente homoerótico que
normalmente nunca falta, está en este caso super bloqueado por una masa de afectos que
en el inconsciente se refieren a otra perversión rechazada, a saber, un heteroerotismo cuya
fuerza es tal que es incapaz de acceder a la conciencia.
Este homoerotismo excesivo destinado a rechazar el amor hacia los sujetos del propio sexo
me recuerda involuntariamente el epigrama de Lessing (Epigramas, libro II, número 6): «El
pueblo injusto acusaba falsamente al leal Turan de amor a los muchachos. Para desmentir
tales calumnias, no podía hacer otra cosa que acostarse con su hermana».
No se comprende bien cuál puede ser la causa de la proscripción pronunciada contra esta
forma de ternura entre hombres. Es posible que el considerable refuerzo del sentido de la
propiedad durante los últimos siglos. es decir, el rechazo del erotismo anal, haya
proporcionado el motivo más poderoso. El homoerotismo, incluso el más sublimado, se
halla en relación asociativa mas o menos inconsciente con la pederastia, que es una
actividad erótica anal.
Próximo escrito
Neurosis obsesiva y piedad
Sandor Ferenczi / Neurosis obsesiva y piedad
Para ilustrar la teoría de Freud según la cual la neurosis obsesiva y la práctica religiosa son
de la misma esencia (dos síntomas vinculados a la noción de tabú) citaré el caso de una
paciente que presenta una alternancia cíclica de piedad supersticiosa y de estados
obsesivos. Mientras “se encuentra bien” (es decir, mientras se halla desprovista de
síntomas obsesivos), observa rigurosamente todos los ritos de la religión, incluso a
menudo, sorprendentemente, observa las prescripciones de otras religiones y da crédito a
cualquier superstición que llegue a sus oídos. A partir de la aparición de los síntomas
obsesivos temidos, se vuelve incrédula e irreligiosa. Este hecho lo racionaliza del siguiente
modo: “Como Dios (o el destino) no han evitado el retorno de la enfermedad a pesar de mi
estricta observancia de todos los preceptos, abandono las precauciones inútiles.” En
realidad. por razones de las que ella es inconsciente, religión y superstición carecen de
utilidad desde que comienza a cultivar su «religión personal» (la neurosis obsesiva). Sin
embargo. cuando mejora. las prácticas supersticiosas y religiosas socialmente admitidas
reaparecen y ella se vuelve creyente. Puedo suponer con fundadas razones que los
períodos obsesivos corresponden a fuertes impulsos de la libido.
Próximo escrito
Sensación de vértigo al fin de la sesión analítica
Próximo escrito
Cuando el paciente se duerme durante la sesión de análisis
Sandor Ferenczi / Cuando el paciente se duerme durante la sesión de análisis
Próximo escrito
Efectos de los baños de sol
Sandor Ferenczi / Efectos de los baños de sol
El efecto tranquilizante de los baños de sol sobre uno de mis enfermos analizados provenía
esencialmente de una transferencia paternal masiva. El sol era para él el símbolo del padre
y se abandonaba gustosamente a su calor. (Su actitud tenía también un significado
exhibicionista).
Próximo escrito
Manos vergonzosas
Sandor Ferenczi / Manos vergonzosas
Manos vergonzosas
Los jóvenes, y también los adultos, presentan a menudo un síntoma que consiste en no
saber qué hacer con sus manos. Un sentimiento inexplicable les fuerza a ocupar sus
manos de una manera u otra, sin hallar jamás una ocupación adecuada. Además, se creen
observados por las personas presentes y ensayan todas las formas de ocupar sus manos,
desacertadamente a menudo; luego se avergüenzan de su torpeza, lo que no hace mas
que aumentar su turbación y les conduce a toda clase de actos frustrados: objetos tirados,
vasos rotos, etc. Sea de ello lo que fuere, su atención está demasiado concentrada sobre la
posición y los movimientos de sus manos. Algunos simulan un quehacer ocultando sus
manos bajo la mesa o en sus bolsillos, otros cierran el puño o se acostumbran a dar a sus
brazos y a sus manos una posición geométrica.
Según mi experiencia, en la mayoría de los casos se trata de una inclinación
insuficientemente reprimida al onanismo (con mas rareza de una tendencia mal rechazada
a entregarse a otros “hábitos inconvenientes”, como morderse las uñas, hurgar en la nariz,
rascarse, etc.). En tales casos, el único efecto de la represión de la inclinación al onanismo
es el de arrojar al inconsciente el objetivo del acto a desarrollar (la masturbación), pero, sin
embargo, el impulso del gesto se manifiesta aún. Esta compulsión a ocupar las manos no
es mas que la expresión desplazada de la tendencia a la masturbación y también, al mismo
tiempo, una tentativa de racionalizarla. Este extraño delirio de observación se explica por
una tendencia exhibicionista rechazada, que, en su origen, afectaba a los órganos
genitales, luego fue rechazada sobre las partes del cuerpo que quedan al descubierto
(rostro y manos).
Considerando con atención las tendencias rechazadas durante el período de latencia, que
intentan imponerse durante la pubertad, pero son rechazadas o incomprendidas por la
consciencia, es posible que podamos comprender mejor otras particularidades del período
puberal que se manifiestan de manera “ridícula” o “cómica”.
Próximo escrito
Frotarse los ojos: sustituto del onanismo
Sandor Ferenczi / Frotarse los ojos: sustituto del onanismo
Próximo escrito
El piojo: símbolo de embarazo
Sandor Ferenczi / El piojo: símbolo de embarazo
El piojo:
símbolo de embarazo
Próximo escrito
El horror a fumar puros y cigarrillos
Sandor Ferenczi / El horror a fumar puros y cigarrillos
No hace mas que reemplazar la angustia suscitada por otro placer (erótico) que el paciente
considera “dañino”. Fumar y tener relaciones sexuales son dos cosas que únicamente se
permiten los adultos, castigando o amenazando a sus niños si las hacen. Recuerdo aquí mi
interpretación del anti-alcoholismo (“El alcohol y las neurosis”).
Próximo escrito
“El olvido” de un síntoma
Sandor Ferenczi / “El olvido” de un síntoma
Una paciente, que tenía la costumbre de mirar bajo su cama cuando se acostaba para ver
si había algún ladrón, omitió esta precaución cierto día. Aquella noche soñó que la
perseguía un joven y la amenazaba con un cuchillo. Las asociaciones realizadas a partir de
este sueño le condujeron por una parte a acontecimientos sexuales infantiles y por otra a
una fantasía que había precedido al sueño: esta dama, muy mojigata por lo demás, se
permitía representarse una escena sexual entre ella y un joven vecino. Puede suponerse
que el olvido de registrar la habitación tenía por objeto permitirle proseguir esta fantasía en
el sueño, aunque deformada en un sentido angustioso. Como la paciente había olvidado
buscar al “ladrón”, el pensar en él podía “perturbar” su sueño mas fácilmente.
Próximo escrito
Ontogénesis del interés por el dinero
Sandor Ferenczi / Ontogénesis del interés por el dinero
Todo psicoanalista conoce bien el significado simbólico del dinero, descubierto por Freud.
«Dondequiera que ha dominado o subsiste el modo de pensamiento arcaico, en las
antiguas culturas, los mitos, los cuentos y las neurosis, el dinero se pone en estrecha
relación con las materias fecales.»
La experiencia extraída de estas dos fuentes muestra que, al principio, el niño dirige su
interés sin ninguna inhibición hacia el proceso de la defecación y que el retener sus
deposiciones le proporciona placer. Las materias fecales detenidas de este modo son
realmente las primeras “economías” del ser en desarrollo y permanecen como tales en
correlación inconsciente permanente con tal actividad física o mental que tiene algo que ver
con la acción de reunir, acumular y ahorrar.
Las heces son, además, uno de los primeros juguetes del niño. La satisfacción puramente
autoerótica que proporcionan al niño el empuje y la presión ejercidas por la masa fecal, así
como el juego de los músculos esfinterianos, no tarda en transformarse -al menos en parte-
en una especie de amor objetal, desplazándose su interés de la percepción intransitiva de
algunas sensaciones orgánicas sobre la materia que ha provocado tales sensaciones. Las
heces son, pues, «introyectadas», y en este estadío del desarrollo que se caracteriza
esencialmente por una mayor agudeza visual y por una habilidad creciente de las manos
mientras persiste la incapacidad de caminar de pie (se desplaza a gatas), son considerados
como un juguete precioso del que sólo pueden desacostumbrarlo la intimidación y las
amenazas. El interés del niño por sus deposiciones sufre su primera distorsión debido a
que el olor de las heces se le hace desagradable e incluso le repugna. Esto está
probablemente en relación con el comienzo de la marcha vertical.
Las demás características de esta materia: humedad, color, viscosidad, etc., no ofenden
provisionalmente su sentido de la limpieza. Así, en cualquier ocasión, enreda y juega con el
barro húmedo que le gusta reunir en un montón. Este montón de barro es ya, en cierta
medida, un símbolo que se diferencia de la cosa propiamente dicha por la ausencia de olor.
Para el niño, el barro es en cierto modo materia fecal desodorizada.
A medida que crece su sentido de la limpieza, el barro -sin duda con el concurso de
medidas pedagógicas- se hace también desagradable para el niño. Las substancias que
debido a su viscosidad, su humedad y su color, podrían dejar rastro duradero en su cuerpo
o en sus vestidos, son despreciadas y evitadas en tanto que «cosas sucias». El símbolo de
las heces debe sufrir, pues, una nueva deformación, una deshidratación. El interés del niño
va a dirigirse hacia la arena, que, manteniendo el color de la tierra, está seca y es más
limpia. Los adultos, que se complacen en ver a los niños, a menudo indisciplinados,
jugando tranquilamente durante horas con la arena, racionalizan y ratifican tras la extrañeza
la alegría instintiva de los niños en reunir, amontonar y modelar la arena declarando este
juego “sano” es decir, higiénico. Y sin embargo, el juego con la arena no es otra cosa que
un símbolo coprófilo, de excrementos desodorizados y deshidratados.
Por lo demás, a partir de este estadío del desarrollo, no resulta raro «un retorno de lo
rechazado». El niño encuentra un gran placer en llenar de agua los agujeros cavados en la
arena y en acercar de este modo la materia de su juego a su estadío acuoso primitivo. Los
niños utilizan con bastante frecuencia su propia orina para esta irrigación, como si quisieran
subrayar de este modo claramente la afinidad de ambas materias. Incluso el interés por el
olor específico de los excrementos no cesa de golpe, sino que solamente queda
desplazado por otros olores más o menos análogos. Los niños continúan oliendo con
predilección las materias viscosas de perfume característico, sobre todo el producto
descompuesto de fuerte olor que proviene de la caída de las células epidérmicas que se
acumulan entre los dedos de los pies, la secreción nasal, el cerumen de las orejas y la
suciedad de las uñas: algunos no se contentan con amasar y olfatear estas substancias,
sino que las meten incluso en su boca. Es conocido el vivo placer que siente el niño al
modelar la masilla (color, consistencia, olor), la pez y el alquitrán. Conocía un muchacho
que buscaba apasionadamente el olor característico de las substancias de caucho y que
podía olfatear durante horas enteras un trozo de goma de borrar.
En esta edad -y a decir verdad incluso más tarde-, los olores de la cuadra y las
emanaciones del gas del alumbrado agradan enormemente a los niños, y no es casualidad
el que la creencia popular considere los lugares donde flotan tales olores como “sanos”,
incluso hasta como remedios para las enfermedades. Los olores del gas del alumbrado, del
alquitrán y de la trementina son el punto de partida de un camino específico hacia la
sublimación del erotismo anal: la predilección por las substancias de olor agradable, por los
perfumes, con la que acaba el desarrollo de una formación reaccional (representación, por
el contrario). Además aquello en quienes tiene lugar este género de sublimación, se
convierten a menudo en estetas, y no existe duda alguna de que la estética por lo general
tiene su raíz más profunda en el erotismo anal rechazado. El interés estético y lúdico, que
brota de la misma fuente, contribuye frecuentemente al placer creciente de pintar y de
modelar escultura.
Durante los períodos de interés coprófilo por el barro y la arena, llama la atención el que los
niños traten de formar objetos con estas materias -en tanto se lo permite su habilidad
rudimentaria- o más exactamente de reproducir objetos cuya posesión tiene para ellos un
valor especial. Hacen con ellos diversos artículos, pasteles, bombones, etc. El
afianzamiento del impulso puramente egoísta sobre la coprofilia comienza en este período.
Poco a poco, los progresos del sentido de la higiene hacen incluso a la arena desagradable
para el niño. y entonces comienza la edad de la piedra infantil: la recogida de pedruscos de
forma y color lo más hermosos posibles, con lo cual la formación sustitutiva alcanza un
grado más elevado de desarrollo. Lo fétido, lo oscuro y lo blando son representados por
algo inodoro, seco y además duro. Únicamente el hecho de que las piedras, al igual que el
barro y la arena, se recojan en la tierra nos recuerda todavía el origen propiamente dicho
de esta manía. La significación capitalista de los pedruscos es ya muy importante. (Los
niños están «cubiertos de oro» en el estricto sentido del término.).
Tras las piedras. son los productos manufacturados los que se convierten en objeto de
acumulación, y sólo a partir de entonces el desinterés por el suelo es casi total. Las
canicas, los botones, los huesos coleccionados ávidamente, y esta vez en no sólo por su
valor intrínseco, sino también como valor-muestra, de alguna manera como moneda
primitiva, que va a transformar el trueque practicado hasta entonces en un floreciente
tráfico monetario. Además, el carácter del capitalismo, que no es puramente utilitario y
práctico sino también libidinoso e irracional, revela en este estadío: la acumulación
proporciona al niño un enorme placer.
Sólo hay que dar un paso más para asimilar completamente las heces con el dinero. Muy
pronto los pedruscos comienzan a herir el gusto del niño por la higiene -aspira a algo más
limpio- y esto se lo ofrecen las piezas de moneda brillantes, a cuya estima contribuye
también el respeto que los adultos manifiestan por el dinero, así como la posibilidad
seductora de conseguir por este medio todo lo que puede desear un corazón infantil. En
principio, no son, sin embargo, estas consideraciones puramente prácticas las que
intervienen, sino más bien la alegría de reunir y de contemplar las piezas de metal
brillantes; de manera que incluso las piezas de moneda son estimadas más como objetos
en sí mismos dispensadores de placer que por su mero valor económico. El ojo se
complace en ver su brillo y su color, el oído en escuchar su tintineo metálico, el tacto en
manejar esos pequeños discos lisos y redondos; sólo el olfato queda inédito, mientras que
el gusto debe contentarse con el sabor metálico débil, pero muy especial de la moneda. En
estos momentos el simbolismo del dinero ha llegado al término de su desarrollo. El gozo
vinculado al contenido intestinal se convierte en un placer procurado por el dinero que,
según hemos visto, no es otra cosa que excreciones desodorizadas, deshidratadas y
abrillantadas. Pecunia non olet.
Dejando aparte estos ejemplos sorprendentes, se puede observar con frecuencia en la vida
cotidiana el placer erótico que se consigue acumulando y reuniendo oro y otras piezas de
moneda, y “rebuscando” voluptuosamente en el dinero. Muchas personas firman con
facilidad un documento que les obliga a pagar importantes sumas de dinero y gastan
fácilmente muchos billetes de banco pero se muestran extrañamente reticentes cuando se
trata de desembolsar piezas de oro o incluso candelilla Las piezas de moneda se les
“pegan” literalmente a los dedos. (Cf. la expresión «capital líquido» y su contraria «dinero
seco», que se ha utilizado en el Franco-Condado).
El desarrollo ontogenético del interés por el dinero tal como lo hemos esbozado aquí
presenta, sin duda, diferencias individuales que dependen de las condiciones de vida,
puede considerarse como un proceso psíquico propio de los hombres civilizados de nuestra
época, que tiende a realizarse, de una manera u otra, en las circunstancias más variadas.
Uno está tentado de ver en su tendencia evolutiva una característica de la especie humana
y de suponer que el principio fundamental de la biogénesis es válido también para la
formación del símbolo del dinero. Es de esperar que una comparación en el ámbito de la
filogénesis y de la historia de las civilizaciones haga aparecer un cierto paralelismo entre el
desarrollo individual aquí descrito y el del símbolo del dinero en la especie humana.
Posiblemente se hallará entonces la significación de las pequeñas piedras coloreadas del
hombre primitivo, descubiertas en gran cantidad en las excavaciones efectuadas en las
cavernas; las observaciones sobre el erotismo anal de los salvajes (los hombres primitivos
de nuestra época que viven aún en el estadío del trueque o del dinero en forma de piedras
o de conchas) podrán hacer avanzar considerablemente estas investigaciones sobre la
historia de las civilizaciones.
Sin embargo, nuestra exposición nos permite de aquí en adelante suponer que el interés
capitalista, que progresa conjuntamente con el desarrollo, no está sólo al servicio de
objetivos prácticos y egoístas, como el principio de realidad, sino que el placer procurado
en la posesión del oro o del dinero representa, en forma de condensación, el sustituto
simbólico y la formación reactiva del erotismo anal y de la coprofilia rechazados, dicho de
otro modo, que satisface también el principio de placer.
Próximo escrito
Análisis discontinuo
Sin embargo, sucede que estas personas «parcialmente curadas» vuelven a recaer al cabo
de algún tiempo y desean reanudar el análisis. Se descubre entonces que los factores
determinantes de la recaída son sucesos externos o internos, que de alguna forma han
reactivado y hecho surgir del rechazo el material inconsciente que no había sido elaborado
durante el análisis. Se puede esperar igualmente que aparezcan durante el segundo
análisis temas que habían desempeñado un papel menudo o nulo durante el primero.
El principio técnico de Freud según el cual no hay que evita al enfermo los golpes de la
realidad ni siquiera durante el tratamiento, queda suspendido en algunos casos por la
fuerza de lo acontecimientos, sobre todo cuando el tratamiento se hace lejos de la familia
(cuyos miembros están en el origen de las principales reacciones neuróticas). Puede
suceder en tales casos que el paciente que se creía curado experimente una recaída y
reproduzca todos sus síntomas a partir de su retomo o poco después, vuelva rápidamente
junto a su médico (que por lo demás le había preparado para esta eventualidad). Entonces
el contacto con la realidad hace surgir contenidos psíquicos ocultos hasta el momento.
Una tercera razón del análisis discontinuo obedece a circunstancias puramente externas.
Algunos pacientes se hallan muy ocupados o viven muy lejos, otros no disponen
anualmente mas que de una suma limitada de tiempo y dinero para la cura; todos ellos
realizan cada año un mes o dos de tratamiento. Nosotros no pretendemos que los
intervalos entre los períodos de trabajo discurran sin dejar rastro sobre los pacientes; a
menudo lo que ha sido reconocido durante el tratamiento es elaborado y profundizado a
continuación de una manera evidente. Pero esta débil ventaja se minimiza al lado del
enorme inconveniente de una cura que. siendo larga de por si, se estira de este modo de
forma imprevisible. El análisis continuo es siempre preferible al discontinuo.
Los análisis que duran todo el año son también interrumpidos por las vacaciones del
médico. Para los pacientes que desean verdaderamente proseguir el tratamiento, tal
interrupción no representa una discontinuidad propiamente hablando, y la primera sesión
tras las vacaciones restablece a menudo la misma discusión analítica interrumpida por la
separación.
Próximo escrito
Progreso de la teoría psicoanalítica de las neurosis (1907-1913)
Sandor Ferenczi / Progreso de la teoría psicoanalítica de las neurosis
(1907-1913)
Emprender el estudio de la evolución seguida por la teoría freudiana de las neurosis es una
labor difícil pero seductora. Por una parte, el psicoanálisis ha obtenido importantes
resultados en el plano práctico y científico, pero, por otra, su misma manera de reagrupar
estos resultados surgidos de las investigaciones sobre las neurosis en un edificio cada vez
más imponente es un modelo de método cuyo estudio resulta tan apasionante como el
nacimiento de una obra de arte o del desarrollo de un ser vivo El psicoanalista examina los
hechos sin tomar partido y está siempre dispuesto a revisar sus hipótesis de trabajo. Sin
embargo, al haber sabido evitar las generalizaciones prematuras y practicar un control
experimental riguroso, no se ha hallado nunca obligado a rechazar totalmente una
correlación ya establecida.
Un artículo antiguo (data de 1906), que trata de los trabajos de Freud sobre la psicología de
las neurosis, señala un descubrimiento inesperado que sorprendió al mismo Freud, a saber,
que los traumatismos infantiles descubiertos por el análisis se demuestra que son en la
mayoría de los casos historias (cuentos) imaginadas a partir de hechos anodinos, y no
sucesos efectivamente vividos. Hubo un momento durante el que el psicoanálisis estuvo a
punto de desmoronarse por la falta de ideas “dudosas” de los histéricos. Uno de los
mayores méritos de Freud fue el resistir a esta decepción y tomar como objeto de
investigación estas mismas fantasías. Consecuencia del cambio de orientación en la
investigación fue que el psicoanalista, que para comprender (y curar) los síntomas
neuróticos se había consagrado hasta entonces esencialmente al estudio de los
acontecimientos manifiestos del período infantil, y en particular de los traumatismos
sexuales ocurridos durante este período, comenzó a interesarse por los móviles que
empujan al neurótico a aumentar sus experiencias infantiles anodinas hasta transformarlas
en fantasías patógenas. Hubo que buscar estos móviles en los factores endógenos y el
problema de la cualidad y de la potencia de los factores exógenos fue provisionalmente
relegado a un segundo plano. En un estudio ulterior de la investigación, veremos cómo el
traumatismo recupera toda su importancia, lo cual nunca había sido perdido de vista por
Freud.
Al atribuir tanta importancia a los factores constitucionales en la génesis de las neurosis, se
ha hecho correr a su teoría el grave peligro de quedar pura y simplemente integrada en la
teoría de la «degenerescencia» representada por Janet, Lombroso, Moebius y otros, teoría
en que la investigación psicológica es rápidamente abandonada en provecho de una
fraseología biológica que hasta el presente ha demostrado ser totalmente estéril. Freud ha
escapado a este error por dos razones: el conocimiento del mecanismo dinámico del
rechazo y sus investigaciones sobre el desarrollo de la sexualidad.
Freud había establecido con anterioridad que el rechazo era un mecanismo que preservaba
a la conciencia de afectos penosos arrojando al inconsciente determinados complejos de
afectos o de ideas y prohibiéndoles el acceso a la conciencia. Más tarde, sus
investigaciones sobre el desarrollo de la sexualidad le permitieron constatar que la libido
sexual madura mediante una serie de rechazos superpuestos. Los estadíos de desarrollo
superados, llamados «perversiones», subsisten en el inconsciente, pero no se manifiestan
más que en algunos casos y en condiciones excepcionales en el hombre normal; por el
contrario, en el neurótico surgen del rechazo, aunque deformados y acompañados por una
tonalidad afectiva negativa. En consecuencia, las neurosis corresponderían a un conflicto
entre la libido sexual que ha permanecido y ha vuelto a ser infantil y las fuerzas del rechazo
que se oponen a ella, representando los síntomas una tentativa de compromiso en la
medida en que tratan de satisfacer ambas tendencias. Confiado en este saber, Freud podía
permitirse rehusar el término vacío y apagado de «degenerescencia» propuesto como
explicación de las formaciones neuróticas, y esto incluso tras el abandono provisional de la
teoría traumática. El psicoanálisis ha permitido un conocimiento profundo de los diferentes
estadíos del desarrollo atravesados por las fuerzas psíquicas que participan en el rechazo y
ha proporcionado un contenido al término bastante impreciso de «estructura».
Tras la publicación del artículo en cuestión, la teoría de las neurosis progresa bajo el signo
de la psicogénesis. Para hallar la respuesta a la cuestión planteada por la naturaleza de las
neurosis y por su origen, el psicoanálisis ha tenido que explorar primero los principales
estadíos de la evolución onto y filogenética de la libido.
Freud distingue cuatro tipos morbosos psiconeuróticos; todos tienen en común el fenómeno
de acumulación de la libido, es decir, la acumulación de una cantidad bastante considerable
de libido que no puede ser satisfecha y que el psiquismo no consigue integrar. En el primer
tiempo, la “hinchazón” de la tensión libidinosa se debe a la renuncia, es decir, a la pérdida
por el sujeto de un objeto amoroso, dicho de otro modo, a una retención forzosa. Si la
tendencia correspondiente existe en el sujeto, este regreso disminuye la cantidad de libido
insatisfecha y puede reanimar mediante fantasías conscientes las «imagos» infantiles (es
decir, los objetivos sexuales de un estadío superado del desarrollo). En el segundo tiempo,
la enfermedad sobreviene a consecuencia de la insuficiencia de su capacidad de
adaptación a la realidad, en tales casos las causas determinantes de a enfermedad son las
exigencias reales de la vida que tales individuos no logran satisfacer. El masturbador nos
proporciona un ejemplo: desearía transformar su libido autoerótica en amor objetal, pero no
lo consigue; es un individuo que conserva íntegro su amor infantil hacia su familia, pero que
desearía obligarse a formar una familia independiente. El tercer modo de acceso a la
enfermedad es por así decir la exageración del tiempo precedente; la libido de los sujetos
que la padecen permanece a un nivel absolutamente infantil; estos individuos enferman en
cuanto trasponen los límites de la irresponsabilidad infantil sin que intervenga ningún factor
externo. El cuarto y último tiempo morboso descrito por Freud resulta de un aumento
libidinoso de origen puramente biológico, que aparece espontáneamente en ciertos
períodos de la vida; todavía aquí la enfermedad es la consecuencia del rechazo de
cantidades libidinosas que el psiquismo no consigue integrar. Freud resume en una frase
capital las conclusiones que saca de la clasificación de las eventualidades morbosas a
partir de la experiencia analítica. Es preciso renunciar a la oposición estéril entre factores
patógenos externos e internos, es decir, a la hipótesis de una alternativa entre la acción
patógena del destino individual y de la constitución; ambas intervienen en la etiología de las
neurosis, pues cada uno de estos factores, separada o conjuntamente, puede determinar la
enfermedad por la acumulación de una cantidad relativamente excesiva de libido.
En todas las obras que he citado hasta ahora, la predisposición a la neurosis se presenta
como correspondiendo también a una perturbación del desarrollo de la libido o, más
exactamente, como el rechazo de la libido; sin embargo, al estudiar la autobiografía de un
enfermo paranoico Freud ha podido precisar las nociones de predisposición neurótica y de
rechazo. Ha partido del principio de que toda neurosis representa la fijación de la libido a un
estadío dado del desarrollo. Antes no conocíamos más que dos de estos estadíos: el
autoerotismo y el amor objetal. Las observaciones de homosexuales y de paranoicos nos
han llevado a admitir la existencia de un tercer estadío, el estadío narcisista, en el que el
individuo reúne, en una sola entidad, el amor del Yo, todos sus impulsos parciales (erotismo
anal, oral, uretral, sadismo, masoquismo, exhibicionismo y voyeurismo) para satisfacer
otros de forma más o menos anárquica, y donde instituye primeramente al Yo como objeto
de su interés antes de decidirse a elegir un objeto de amor exterior, es decir, una especie
de socialización de su libido. Cada uno de estos estadíos puede llegar a ser un punto de
fijación, podría decirse que de cristalización, de una futura neurosis.
Pues en la medida en que un estadío libidinoso, que normalmente no es más que una
transición, se halla demasiado marcado, la libido está en principio condenada al rechazo en
razón de su incompatibilidad con los demás componentes psíquicos que prosiguen su
desarrollo; ejercerá, pues, una atracción permanente sobre los complejos de afectos o de
ideas marcadas por el desagrado cuyo contenido tiene un parecido cualquiera con ella. De
este modo la fijación va seguida de un período más o menos largo de rechazo (más
exactamente de post-rechazo), todavía asintomático, período durante el cual la parte de
libido susceptible de evolucionar puede aún responder con las exigencias reales de la vida.
Pero en cuanto se produce una acumulación relativamente importante de libido siguiendo
uno de los procesos que acabamos de describir, la libido retorna al punto de fijación e incita
las mociones de deseo infantiles latentes, que subsisten a este nivel, a producir fantasías
que proporcionan seguidamente el material necesario para la formación de síntomas.
Para cada estadío de desarrollo de la libido pueden imaginarse otros tantos puntos de
fijación y de modo de acceso a la enfermedad; un solo individuo puede presentar fijaciones
múltiples en muchos estadíos del desarrollo libidinoso; en tales sujetos, pueden
desarrollarse varias formas de neurosis, simultánea o sucesivamente. Freud ofrece un
ejemplo de ello en un reciente trabajo. Una paciente sabe que debe abandonar toda
esperanza de maternidad por culpa de su marido: ante esta necesidad de renunciar a
satisfacer su amor objetal, reacciona con síntomas de una histeria de angustia. Cuando a la
esterilidad del marido se suma la impotencia, el síntoma histérico cede la plaza a una
neurosis obsesiva. En efecto, esta neurosis resulta de la fijación a un estadío anterior del
desarrollo libidinoso, estadío en que el interés erótico se orientaba todavía hacia objetivos
anales y sádicos. Cuando la paciente queda decepcionada por el erotismo genital, su libido
retorna a este estadío pregenital. Son estos análisis individuales que llegan hasta la raíz
más profunda de las neurosis los que podrían aportarnos la solución del problema de la
elección de la neurosis, enseñándonos fundamentalmente qué condiciones determinan
aparición de tales o cuales neurosis en un individuo. Lo que sabemos hasta el presente
puede resumirse con brevedad: la predisposición a la parafrenia o a la paranoia está
condicionada previamente por la fijación a un estadío precoz del desarrollo libidinoso (al
estadío narcisista); la fijación obsesiva se sitúa en el período genital (sádico, erótico, anal),
mientras que la histeria parece estar determinada por una perturbación del desarrollo de
este estadío libidinoso en donde el pene y su equivalente, el clítoris, se han convertido en
zonas erógenas prevalentes.
Además de estos hechos importantes relativos al estudio de las neurosis, de los que he
ofrecido un breve resumen, quiero citar otros extraídos de la literatura psicoanalítica
reciente, que abre perspectivas interesantes sobre la naturaleza general de las neurosis.
Experiencias terapéuticas como las que Freud ha publicado y que presentan sobre todo un
interés técnico, nos obligan a modificar nuestra concepción sobre la importancia terapéutica
de la toma de conciencia por el enfermo de las relaciones que unen sus síntomas con sus
vivencias. El psicoanálisis había admitido, en una fase primitiva llamada catártica, que
algunos estados de conciencia (como el estado hipnoide de Breuer) tenían un valor
determinante en la constitución de las neurosis. Sabemos que son los trabajos de Janet los
que han determinado las características de esta fase. Sin embargo, los resultados
imperfectos de la catarsis hipnótica y los fracasos de los «psicoanalistas silvestres» que
pensaban curar a sus pacientes proporcionándoles explicaciones de orden psicoanalítico,
prueba ampliamente que la neurosis no proviene esencialmente de la ignorancia sino de la
voluntad de ignorar determinados contenidos y relaciones psíquicas, es decir de la
resistencia que el enfermo opone a los efectos ligados a sus complejos.
Todos los hombres tienen un «completo de Edipo», un «complejo fraterno», etc., pero sólo
presentan una tendencia a la neurosis los sujetos en quienes el desarrollo y la sublimación
de la mayoría de estos complejos se hallan inhibidos; tales complejos, fijados en el
inconsciente, están dispuestos en todo momento a aparecer regresivamente. Si admitimos
esto, el valor diagnóstico de las «pruebas de asociación» y de otros métodos de «caza de
complejos» se reduce considerablemente porque tales modos de investigación, por lo
demás útiles e instructivos, no tienen en cuenta en absoluto el carácter consciente o
inconsciente de las representaciones: diferencia que es esencial y decisiva en relación al
rechazo. La definición exacta del término de inconsciente en el sentido del psicoanálisis y
en el que Freud le ha dado en uno de sus ensayos contribuirá, según esperamos, a disipar
los malentendidos que reinan en este campo. Es esencial para el estudio de las neurosis el
captar bien la diferencia entre el «subconsciente» de los filósofos y el «inconsciente» del
psicoanálisis Para comprender adecuadamente que los síntomas hipnóticos y neuróticos
resultan necesariamente del conflicto de las fuerzas psíquicas, hay que admitir la existencia
de procesos psíquicos inconscientes y sin embargo activos; el concepto de hendidura de la
conciencia propuesta por Janet no aporta una explicación satisfactoria de los fenómenos
neuróticos: la «debilidad del aparato psíquico» carecería de explicación.
Sería un error creer que el psicoanálisis, debido a que actualmente dirige su interés
esencial a reducir las formaciones psíquicas complejas (igual que los síntomas neuróticos)
a fenómenos más simples, pero siempre de orden psíquico, olvida provisionalmente las
bases orgánicas de las psiconeurosis y considera el problema de las neurosis
completamente resuelto por el análisis psicológico. Freud ha señalado hace tiempo el papel
patógeno de la “satisfacción somática” en la histeria, y en sus obras ulteriores ha subrayado
muchas veces que el proceso del rechazo estaba sin duda fundado en su origen en un
proceso puramente biológico. Se ha convencido de que el conflicto entre los impulsos
egoístas y los eróticos desempeñaba un papel capital no sólo en el ámbito psíquico sino
también en el desarrollo orgánico. Según Freud, lo que llamamos predisposición orgánica a
la neurosis no es más que la exageración de la función erótica de un órgano a expensas de
su a función fisiológica. En apoyo de esta tesis, podemos evitar toda la serie de neurosis
que no se integran en la clasificación de neurosis actuales y psiconeurosis propuestas por
Freud, y que han sido agrupadas bajo la denominación de neurosis sexuales.
En este informe he pretendido limitarme a los resultados positivos del estudio psicoanalítico
de las neurosis; pero, para respetar la exactitud histórica he tenido que evocar dos
productos de descomposición del psicoanálisis aparecidos estos últimos años, los cuales,
aun careciendo de relación entre ellos, tienen como tendencia común la desexualización de
la teoría de las neurosis.
Adler estima que el lugar ocupado por la sexualidad en psicoanálisis no es más que una
ficción. Para él, lo esencial sería el esfuerzo permanente que realiza el neurótico para
asegurar su superioridad. Según Jung, la sexualidad infantil de los neuróticos es sólo
simbólica; el verdadero contenido de las neurosis es la referencia a las labores vitales del
paciente. Jung y Adler se muestran muy hábiles en hallar en las palabras de sus pacientes
todo lo que puede confirmar sus puntos de vista.
Considero que los trabajos de ambos autores no han aportado nada a la teoría de las
neurosis, y representan más bien un retorno los errores anteriores al psicoanálisis y un
abandono de las bases científicas pero en provecho de la especulación filosófica y
teológica.
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Psicoanálisis del crimen
Sandor Ferenczi / Psicoanálisis del crimen
La forma más primitiva del derecho todavía vigente en algunas tribus salvajes es el tabú
que prohíbe bajo pena de muerte tocar determinadas cosas (las mujeres de la familia, los
niños, los bienes ajenos, etc.) El análisis psicológico de los salvajes y de algunas
categorías de neuróticos ha permitido explicar la indignación provocada por la violación del
tabú. es decir, del sentido primitivo del derecho; quienes apenas consiguen rechazar los
impulsos criminales que existen en estado latente en cada uno de nosotros encuentran
intolerable que otra persona (el criminal) se permita dar libre curso a estos mismos
impulsos; “la tendencia a restablecer el orden legal” proviene, pues, de estas fuentes
egotistas. Pienso que el odio que se siente contra quienes violan el derecho, lo mismo que
el exceso de este odio en la sociedad civilizada. provienen de la misma fuente.
Pero debemos superar ahora estas consideraciones generales para tratar de aclarar los
determinantes psíquicos de las diferentes categorías de crímenes. Hasta ahora el
determinismo en materia de derecho penal sólo ha descubierto cosas; se ignoraba la
existencia de una vida psíquica inconsciente y en consecuencia se buscaban los móviles de
un crimen sólo en el consciencia del culpable. Creo que actualmente es posible someter
sistemáticamente a los criminales a una investigación psicoanalítica, siendo naturalmente
condición previa que el examinador posea perfectamente el material científico y las técnicas
del psicoanálisis. Esta labor corresponde esencialmente a los médicos de los tribunales,
pero también a los jueces, a los procuradores y a los abogados con conocimientos
psicológicos.
Un estudio más profundo de la psicología del «sentido del derecho» supondrá la reforma
del sistema penal. Cuando los factores pasionales (deseo de venganza o indignación ante
una violación del derecho) hayan sido eliminados de los motivos de castigo, las diferentes
penas estarán mejor adaptadas a su objetivo, es decir, que tratarán exclusivamente de
proteger a la sociedad y de «enmendar» al culpable.
Las penas que se aplicaban hasta ahora no se adaptaban a este último objetivo; operaban
por sugestión, y en consecuencia su efecto sólo podría ser provisional o nulo. El
psicoanálisis, por el contrario, al revelar los determinantes psíquicos inconscientes,
ignorados por el propio culpable, permitirá un pleno conocimiento de sí mismo, un control
consciente de los complejos latentes hasta entonces, una revisión de todo el pasado
individual, es decir, la reeducación del culpable.
Soy plenamente consciente de que apenas es posible actualmente, teniendo en cuenta las
circunstancias, aplicar este proceso salvo en algunos casos raros, y que el interés del
psicoanálisis en psicología criminal seguirá siendo durante mucho tiempo aún más teórico
que práctico. Pero, indirectamente. estas investigaciones servirán al mismo tiempo a los
intereses de la sociedad. El psicoanálisis de los culpables podrá evidenciar las influencias
psíquicas que intervienen durante el desarrollo y predisponen a los hombres al crimen, de
las que convendrá protegerlos para favorecer su adaptación al orden social.
En el plano social, el máximo interés del psicoanálisis consistirá, pues, en proporcionar los
elementos básicos para una pedagogía racional.
Próximo escrito
Contribución al estudio de los tipos psicológicos (Jung)
Sandor Ferenczi / Contribución al estudio de los tipos psicológicos (Jung)
Contribución al estudio
de los tipos psicológicos (Jung)
Esta clasificación ofrece ciertamente mucho interés; únicamente el último párrafo, en el que
Jung parece extender su clasificación -errónea en principio como hemos indicado antes- a
la psicología, parece un tanto inquietante. En este párrafo, opone el psicoanálisis de Freud,
al que considera una forma de pensamiento, puramente «retrospectiva», pluralista (?),
causal y sensualista, a la teoría -fundamentalmente intelectualista y finalista- de Adler (y
considera a la primera como una psicología transferente, y a la segunda como introvertida).
Según Jung, la pesada tarea del futuro consiste en crear una psicología que tenga en
cuenta ambos tipos.
Ciertamente, las dos tareas son muy difíciles. mucho más de lo que Jung imagina. se trata
de trabajar con los «tough-minded» y los «tender-minded», y luego de realizar la síntesis
del resultado de su trabajo.
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Anomalías psicógenas de la fonación
Sandor Ferenczi / Anomalías psicógenas de la fonación
Pensamos que este caso no añade gran cosa al estudio psicoanalítico de la paranoia, pero
confirma nuestros puntos de vista actuales sobre su patogénesis, particularmente en lo
relativo a su relación genética con el narcisismo y la homosexualidad. Sin embargo, lo que
me ha incitado a publicarlo ha sido un curioso síntoma que el paciente presentaba. Tenía
dos voces: una de soprano aguda y otra de barítono relativamente normal. Su laringe no
mostraba anomalías ni externas ni internas, se trataba solamente de una cierta
«perturbación de la inervación», como se diría en los ambientes en los que se utilizan estas
hermosas denominaciones. Únicamente el análisis psicológico del caso demostró que no
existían problemas «subcorticales» ni «corticales» de la inervación, ni anomalías en el
desarrollo de la laringe, sino que se trataba de una perturbación psicógena de la fonación.
Rápidamente observé que el enfermo sólo utilizaba su voz de barítono cuando estaba
absorbido seriamente por un tema; pero cuando quería, en la transferencia, mostrarme
inconscientemente su coquetería o complacerme, es decir, cuando le preocupaba más el
efecto de sus palabras que su contenido, se ponía a hablar con voz femenina. Como casi
nunca conseguía liberarse de su deseo de agradar, la voz femenina era «su voz habitual».
Pero no era una voz de soprano normal, se trataba de una especie de falsete de la que,
encima, estaba muy orgulloso. Un día me cantó una cancioncilla con esta voz, y le gustaba
servirse también de ella cuando reía. Podía cambiar de registro a voluntad, pero era obvio
que se hallaba más a gusto en el registro alto.
De modo contrario al brusco “gallo” tan frecuente en la pubertad en los hombres, y que
obedece efectivamente a una perturbación de la red nerviosa, a una falta de habilidad para
dominar la laringe en pleno crecimiento, nuestro paciente podía hablar durante horas en
uno u otro registro sin equivocarse nunca en medio de una palabra o una frase.
El otro paciente, un joven de 17 años, me fue presentado (1914) igualmente por su madre y
precisamente para lamentarse de que tenía una voz insoportable que los laringólogos
atribuían al nerviosismo. Aludió además a otro problema, un terror excesivo a los ratones. A
solas, el muchacho admitió también que estaba poco seguro de su potencia: sólo podía
practicar el coito después de una felación. Este paciente tenía también dos timbres de voz:
hablaba generalmente con una voz de falsete un tanto ronca, y sólo cuando le pedí que
hablara de otra forma dejó oír una voz de bajo tan profunda que me sorprendí
positivamente. Era una voz plena y sonora que correspondía a su cartílago tiroideo bien
desarrollado y prominente. Estaba claro que era su voz normal. El examen psicológico del
caso para el que sólo disponía de dos horas dio el siguiente resultado (como en el primer
paciente): el padre no desempeñaba ningún papel; vivía, pero era muy inferior en el plano
intelectual y la verdadera jefe de la familia era la madre. He indicado en mi ensayo sobre el
homoerotismo lo favorable que resulta esta constelación familiar para la fijación
homoerótica. Es lo que había ocurrido en este caso. Aunque con 17 años ya y capaz de
experimentar las emociones sexuales, el paciente no se sentía aún liberado de la atracción
erótica hacia su propio sexo. Siendo más joven, había practicado durante mucho tiempo la
masturbación con un pariente de su edad e incluso ahora se entregaba a menudo a
fantasías en las que desempeñaba un papel sexual pasivo con un «aprovechado teniente
de húsares». Al mismo tiempo no era insensible al sexo femenino, pero la representación
de sus deseos en este sentido iba acompañada de representaciones hipocondríacas de las
que estaban desprovistos sus deseos homosexuales. Pensé que podía explicar esta
contradicción mediante la hipótesis de una fijación incestuosa inconsciente a la madre. La
entrevista con ésta me demostró que era ella sin duda la culpable de la hipocondría sexual
del muchacho. A menudo reñía a su hijo cuando utilizaba su voz de bajo: “No puedo
soportar esta voz, debes dejar de usarla”, decía con frecuencia.
Creo que este caso ilustra perfectamente la situación, en absoluto excepcional, que he
sólido llamar el «diálogo de los inconscientes», o sea, cuando los inconscientes de dos
personas se compenetran perfectamente sin que ninguno de ellos lo sospeche de manera
consciente. En su inconsciente, la madre había comprendido que la voz de bajo era un
signo del despertar de la virilidad, y al mismo tiempo había advertido la tendencia
incestuosa dirigida hacia ella. Por otra parte, el muchacho había comprendido que la
«antipatía» de su madre por esta voz correspondía a la prohibición de sus deseos
incestuosos, y para combatirlos mejor movilizó contra la heterosexualidad en general
representaciones racionalizadas de forma hipocondríaca que originaron las perturbaciones
de su potencia. El paciente era, pues, en realidad un hombre ya maduro, que sólo
conservaba su femineidad y el registro vocal correspondiente por amor a su madre. Una
enuresis nocturna prolongada (que fue directamente reemplazada por poluciones
nocturnas) arrojó un poco de luz sobre el estado primitivo de este caso; en estos incidentes
pueden observarse los restos del onanismo infantil olvidado. En cuanto a la fobia por los
ratones, es sin duda el signo histórico de las fantasías fálicas reprimidas.
El gran parecido entre las particularidades de ambos casos parece sugerir que se trata de
algo típico. que puede observarse en muchachos si prestamos la atención necesaria a las
anomalías y a los retrasos en la mutación de la voz. Ambos pacientes pertenecen a los
casos de neurosis homoerótica que he opuesto a los casos de “inversión” verdadera con el
nombre de “homoerotismo compulsivo”, Es también este tipo de muchachos el que nutre, al
parecer, el enorme contingente de “imitadores de damas” que divierten al público de los
espectáculos de variedades por sus transiciones repentinas de una voz de soprano a otra
de bajo.
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El sueño del pesario oclusivo
Sandor Ferenczi / El sueño del pesario oclusivo
El paciente, por lo demás muy viril, halla totalmente absurdo este sueño en el que, como si
fuera una mujer, toma precauciones contra un embarazo, y manifiesta su curiosidad por
saber, no sin cierta ironía, si también este sueño significa la realización de un deseo.
Al interrogarle sobre los factores concretos que han determinado el sueño sigue contando
lo siguiente:
-Ayer tuve una relación íntima. naturalmente no fui yo sino mi compañera quien tomó
medidas precautorias; ella se protege en efecto mediante un pesario oclusivo.
-Esto concuerda con el hecho de que en el sueño me angustió la idea de que ese objeto
elástico pudiera alojarse en mi vejiga. ¿No es también el equinococo una especie de
vejiga? Y aún diré algo más: en mis relaciones sexuales hay otro peligro que me preocupa
mucho, el de una infección venérea. Me protejo mediante una vejiga de pez.
-En los sueños, la infección es a menudo la representación simbólica del embarazo. Parece
que en su sueño ha entremezclado o al menos combinado los dos peligros que pueden
amenazar a un soltero. En lugar de protegerse usted con la vejiga de pez y la mujer con el
pesario, usted se infecta de alguna manera mediante un instrumento en forma de vejiga:
dicho de otro modo, se embaraza usted mismo.
-Esta idea confirma nuestra hipótesis, pero todavía no sabemos por qué ha llegado usted a
embarazarse a si mismo. ¿En qué le hace pensar la «intervención quirúrgica»?
-En primer lugar me hace pensar en la siguiente circunstancia: hace poco tiempo la dama
de que acabo de hablarle sufrió una operación en la región perineal: cuando nació su hijo
tuvo un desgarro perineal que fue mal cosido en su momento y que ocasionó más tarde un
prolapso vaginal y uterino, provocando en ella (y naturalmente en mí) una perturbación
considerable de la satisfacción sexual. La operación ha consistido en arreglar el perineo.
-Parece ser que sus ideas convergen hacia la situación de parto. He de indicarle que el
suceso que usted cuenta se halla ya contenido, a pesar de importantes omisiones, en el
sueño referido; piense en el «mantenimiento» del cuerpo extraño a nivel de la región
perineal, en el exterior y en su «rechazo», o su «extracción por presión», en el sueño. Es
como si usted describiera, con gran precisión técnica, la protección del perineo durante un
parto. ¿Dónde ha adquirido usted tales conocimientos de obstetricia?
-Me interesé por el tema debido a la operación a que me he referido. Temía también que en
un posible nuevo parto la dama sufriera cualquier daño debido a un estrechamiento del
conducto obstétrico.
-Sí. en verdad es lo único que me impide casarme con esta mujer que, por lo demás. como
usted sabe, me conviene desde cualquier punto de vista También sé qué dos razones me
han traído a la memoria tales pensamientos justamente ayer. Otra joven, con la que quise
casarme hace algunos años, me fue presentada ayer mismo como prometida de otro
hombre. Pensé que pronto tendría un hijo.
-Probablemente fue esta misma perspectiva la que le atrajo en su época, pero la juventud y
la virginidad ha podido también actuar en el mismo sentido, en particular por contraste con
los órganos sexuales no intactos de su amiga actual. Quisiera recordarle el enorme
complejo de castración tantas veces constatado en su caso. Incluso un órgano femenino
normal desagrada a hombres como usted, pero la asociación a la fisura perineal, la
operación, la anchura anormal, etc.. pueden perturbar el placer sexual de un hombre
absolutamente normal. Dígame ahora la segunda circunstancia del sueño.
-Es la siguiente: ayer por la larde estuve un buen rato en casa de mi madre a la que
también visitaba su nieto de seis años, mi sobrino. Quiero mucho a este chico, tiene un
espíritu vivaz e inteligente, soy muy cariñoso con él y respondo gustosamente a todas sus
preguntas. Ayer también lo hice, mientras pensaba en mi mismo: yo no era tan feliz con mi
madre. Usted sabe lo severamente que siempre me trató.
-Aparentemente usted deseaba mostrar a su madre cómo hay que tratar a un niño, o mejor
aún, cómo hubiera tenido que tratarle ella. Usted se identificó con su madre como
educadora. De aquí no hay más que un paso a la otra función materna primitiva, el parto,
paso que usted ha dado en el sueño. En realidad se trata de su propio renacimiento en el
que desempeña a la vez el papel de madre y el de hijo. En su lenguaje confuso, el sueño
expresa posiblemente este ingenuo deseo: si no puedo tener un hijo con una mujer mayor y
si tampoco lo puedo tener con otra más joven, me lo haré yo mismo. Todo esto está
también en relación con el disfrute autoerótico infantil que hemos descubierto en usted y no
pienso sólo en los sondeos relacionados con la nariz y las orejas, sino también en el placer
erótico secundario unido a la micción y a la defecación. La orina y las heces eran sus
primeros hijos uretrales y anales.
-No puedo aceptar íntegramente esta última interpretación, sin embargo debo manifestar a
su favor que en mi infancia ignoré durante mucho tiempo la forma en que venían los niños
al mundo. Pero últimamente yo mismo se lo he explicado a mi sobrino.
-El sueño es capaz de deformaciones aún más atrevidas. Por ello me permito añadir otra
interpretación a la que acabo de darle: como la mayoría de los niños, sin duda tomó usted
primeramente como lugar del nacimiento el recto, luego solamente la uretra. Para expresar
esto en el sueño es preciso que el pesario que se coloca se introduzca primero en el recto y
luego solamente en la uretra. Pero, a propósito, es llamativo este giro desacostumbrado
porque «alojarse» no se utiliza generalmente para los objetos.
-«Alojarse» me hace pensar en las siguientes palabras: gallito del pueblo-intruso. Los tres
términos podrían aplicarse precisamente a mí. Desde hace mucho tiempo los hermanos de
mi amiga me consideran mal y debo tratar de evitarlo. A menudo me juzgo a mí mismo
cobarde; y temo que antes o después me afecte algún asunto penoso.
-Atravesar por una estrecha hendidura podría ser sin duda la expresión figurada de su
molesta situación lo mismo que la blandura y ligereza de la materia con que está hecho el
pesario traduce bastante bien la cobardía y la conducta huidiza que usted se reprocha. Y
como el cambio de esta situación depende sólo de su decisión, es usted el único
responsable del sufrimiento de que se lamenta, igual que en el sueño. Añadamos que
también ha podido intervenir en la formación del sueño el puente verbal «pesario-pasaje».
-Estoy pensando en dos amigos de la infancia, J. M. y G. L.: envidiaba a los dos por el
tamaño de su miembro. Y ahora vuelvo a pensar en lo que acabo de decirle, que en mi
infancia me quedé espantado por el tamaño del sexo de mi padre, al que vi un día mientras
se bañaba.
-Ahora interviene una nueva capa de su vida psíquica que ya hemos analizado
parcialmente. Sus asociaciones y su sueño indican que antes, cuando no experimentaba
más atractivo femenino que el de su madre, le preocupaba a usted mucho la desproporción
entre el cuerpo del niño y el del adulto. Le recuerdo igualmente su curiosidad sexual
manifestada en un período muy tardío de la infancia cuando, como usted me ha contado,
examinó los órganos genitales de una niña vecina con el pretexto de «jugar a médicos».
Ahora parece ser que la gran estrechez de su sexo le satisfizo tan poco como la excesiva
anchura que suponía en la mujer adulta. Todavía hoy experimenta usted esta incertidumbre
y esta doble insatisfacción al no acertar a elegir entre la joven y la mayor, sin sentirse
enteramente satisfecho por ninguna de las dos. El largo período de autosatisfacción de su
infancia puede ser el origen de ese fracaso en la elección de objeto amoroso. Y por ello en
su sueño elabora usted mismo su niño-pesario tras haber encontrado el mismo día a la
mujer de vagina ancha y a la prometida de vagina estrecha, imágenes de sus precedentes
ensayos frustrados de conquista femenina. En nuestra terminología, esto se llama una
«regresión» del amor objetal a la autosatisfacción, es decir, a un modo de satisfacción
anterior. Pero debo volver ahora al hecho de que al principio de la sesión ha calificado
usted su sueño de “absurdo”; tenía usted razón, es sin duda absurdo introducir sin ninguna
necesidad un cuerpo extraño en el recto o la vejiga; no es menos absurdo el que un
hombre utilice sistemas de protección femeninos, desee embarazarse a sí mismo y contar
con ayuda obstétrica. Existe, sin embargo, una ley demostrada del arte de interpretar los
sueños que dice que tales sueños absurdos disimulan de ordinario la ironía y la burla.
-Las ideas que se me ocurren ahora se refieren a usted. doctor, sin que la relación esté
muy clara para mi. Pienso en su alusión de ayer sobre que pronto podré pasarme sin su
ayuda y desenvolverme a solas. Pero luego he sentido un verdadero miedo, pues todavía
no me siento suficientemente fuerte como para renunciar a su ayuda.
No le pido que acepte esta interpretación, es posible que los pensamientos que aparecerán
luego le permitan hacerlo. Pero estará Usted de acuerdo desde ahora en que este sueño
ha conseguido disimular todos los pensamientos desagradables que hubieran podido turbar
su sueño de la noche anterior bajo esa fantasía neurótica dolorosa de la intervención uretral
y anal, que es al mismo tiempo la realización de su caro deseo. El que el sueño haya
conseguido representar la realización del deseo, el niño, con la misma materia del pesario
de caucho que podría de hecho evocar la idea tan desagradable de nunca tener hijos,
demuestra su gran habilidad onírica.
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La importancia científica de los «Tres ensayos sobre la sexualidad» de S. Freud
Sandor Ferenczi / La importancia científica de los «Tres ensayos sobre la
sexualidad» de S. Freud
Los «Tres ensayos» nos muestran por primera vez a Freud como psicoanalista, realizando
un trabajo de síntesis. En efecto, el autor intenta aquí por vez primera reunir, clasificar,
coordinar la incalculable suma de experiencias proporcionadas por el análisis de tantas
psiques, de forma que quede clara la explicación de una parcela importante dentro de la
teoría psíquica: la psicología de la vida sexual El que haya elegido precisamente la
sexualidad como objeto de su primera síntesis se debe a la naturaleza del material de
observación de que disponía. Ha analizado enfermos que sufrían psiconeurosis y psicosis,
y en el origen de estas dolencias ha hallado siempre alguna perturbación de la vida sexual.
Sin embargo, las investigaciones posteriores fundadas en el psicoanálisis le han
convencido de que, incluso en los mecanismos psíquicos del hombre normal y sano, la
sexualidad desempeña un papel más importante y más variado del que hasta ahora se
pensaba, porque sólo se tenían en cuenta las expresiones manifiestas del erotismo y se
ignoraba el inconsciente. La sexualidad -a pesar de una abundante literatura- seguía siendo
un capítulo de las ciencias humanas muy olvidado no obstante su importancia, y por esta
razón merecía que se hiciera un estudio profundo sobre ella desde un nuevo punto de vista.
Este resultado, al igual que los éxitos de Freud en sus investigaciones psiquiátricas, debe
atribuirse no sólo a la perspicacia de su autor, sino también a una aplicación rigurosa de un
método de investigación y a la adhesión a determinados puntos de vista científicos. El
método de investigación psicoanalítica, la asociación libre en el estricto sentido de la
palabra, ha desvelado una capa muy profunda del psiquismo, totalmente desconocida e
inconsciente hasta ahora. Este nuevo material ha podido ser explotado científicamente con
provecho gracias al rigor y a la constancia sin posible parangón con que han sido utilizados
por el psicoanálisis el principio del determinismo psíquico y el concepto de evolución.
Los progresos que debemos a este método sorprenden por su amplitud. La psiquiatría
anterior a Freud era una simple colección de curiosidades, de cuadros patológicos extraños
y aberrantes, y la ciencia de la sexualidad consistía en un agrupamiento descriptivo de
anomalías repugnantes. Sin embargo, el psicoanálisis, siempre fiel al determinismo y a la
idea de evolución, no ha retrocedido ante la labor de analizar e interpretar incluso los
contenidos psíquicos que ofenden a la lógica, a la ética y a la estética, y que son
menospreciados por ello. Su autodisciplina quedó ampliamente recompensada: en las
aberraciones de los enfermos mentales ha descubierto las fuerzas originarias onto y
filogenéticas del psiquismo humano, el humus donde se nutren todas las tendencias
culturales y las sublimaciones, y ha logrado demostrar -fundamentalmente en estos «Tres
ensayos»- que la vida sexual normal sólo puede comprenderse a partir de las perversiones
sexuales.
Confío en que llegue el día en el que no se me acuse de exagerado por pretender que
estos «ensayos» de Freud tienen también gran importancia en la historia de la ciencia. «Mi
objetivo consistía en investigar hasta qué punto los métodos de investigación psicoanalítica
podían proporcionarnos indicaciones sobre la biología de la vida sexual del hombre», dice
el autor en su prólogo a los «Ensayos». Si la consideramos de cerca, esta tentativa
aparentemente modesta significa una inversión completa de las costumbres establecidas:
hasta el presente nunca se había pensado en la posibilidad de que un método psicológico,
un método fundado en la «introspección», pudiera ayudar a explicar un problema biológico.
Para apreciar este esfuerzo en todo su valor hay que remontarse muy lejos. Debe
recordarse que la ciencia en sus comienzos era antropocentrista y animista: el hombre
tomaba sus propias funciones psíquicas como medida de todos los fenómenos del
universo. Cuando esta concepción del mundo, a la que corresponde en astronomía el
sistema teocéntrico de Ptolomeo, fue reemplazada por una concepción «científica» -que
puede llamarse copernicana- que privó al hombre de esta importancia determinante para
asignarle el modesto lugar que le corresponde como un mecanismo más entre la infinidad
de los que constituyen el universo, se consiguió un enorme progreso. Esta concepción
implicaba tácitamente la hipótesis según la cual las funciones humanas, no sólo físicas.
sino también psíquicas, son producidas por determinados mecanismos. Digo tácitamente
porque hasta ahora la ciencia se ha contentado con esta hipótesis general sin prestar la
menor atención a la naturaleza de los mecanismos psíquicos, e incluso ha negado su
ignorancia disimulando esta laguna de nuestro saber con pseudo explicaciones verbalistas,
de orden fisiológico y físico.
El primer rayo de luz proyectado sobre los mecanismos de la vida psíquica lo ha lanzado el
psicoanálisis. Gracias a este saber, la psicología puede dominar capas de la vida psíquica
que escapan a la experiencia directa: ha osado investigar las leyes de la actividad psíquica
inconsciente. El paso siguiente se ha dado precisamente en estos «Tres ensayos»: un
fragmento de la vida impulsiva se ha puesto a nuestro alcance mediante la hipótesis de
determinados mecanismos que operan en el psiquismo. Nadie sabe si veremos también el
último paso: la utilización de nuestros conocimientos de los mecanismos psíquicos en el
ámbito orgánico e inorgánico.
Y debo repetir que estas perspectivas nos han sido abiertas no por una vana especulación,
sino por la observación y la investigación minuciosas de anormalidades psíquicas y
aberraciones sexuales hasta ahora absolutamente desatendidas. El propio autor se limita a
indicar tales perspectivas mediante unas breves notas, algunas indicaciones hechas de
paso, porque se empeña siempre en aducir hechos, casos particulares, para no perder el
contacto con la realidad y construir una teoría sobre bases amplias y seguras.
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«Nonum prematur in annum»
Sandor Ferenczi / «Nonum prematur in annum»
Realicé el análisis de un joven escritor que, junto a otros rasgos neuróticos, mostraba esta
tendencia a diferir, y pude constatar que esta conducta debía interpretarse como un retoño
tardío de su excesivo narcisismo. La duda en desarrollar y el hacer imprimir sus ideas se
desarrollaba en este paciente de una forma muy especial. Mientras su tema estaba «en
estudio» lo guardaba como un secreto; no decía ni una palabra, le preocupaba la idea de
que pudieran robárselo. Pensaba preferentemente en él durante sus solitarios paseos o en
su despacho. Pero fuera de entonces, no «trabajaba» mucho tiempo su tema, a lo mas
anotaba en pocas palabras (que a menudo no comprendía más tarde) las nuevas ideas que
le venían a la mente. Si conseguía, sin embargo, publicar algo de vez en cuando, lo hacía
en las condiciones siguientes: necesitaba tener una nueva idea cuyo valor le pareciera
superior a la anteriormente trabajada; era incluso necesario que considerara a esta nueva
idea muy importante para que -impulsado por su conciencia artística- se pusiera a trabajarla
a fondo. Pero, en lugar de esto, era siempre su antigua idea, ya superada, la que realizaba,
redactando entonces el tema con rapidez y sin duda, y guardándose la nueva idea. Hube
de poner su comportamiento en relación con su narcisismo. Para este paciente, todo lo que
producía era tan sagrado como una parte de su propio Yo. Una vez que su idea había
perdido valor a sus ojos, podía decidirse a «expresarla» en palabras., dicho de otro modo, a
separarse de ella, pero esto no ocurría más que en el momento en que su narcisismo
quedaba alimentado por ideas nuevas y de valor superior. Sin embargo, incluso al redactar
su antigua idea, debía interrumpir en algunos momentos su labor, cuando durante su
trabajo, la importancia y el valor del antiguo tema volvía a aparecer.
El análisis descubrió luego que sus ideas eran realmente «los hijos de su espíritu» de los
que rehusaba separarse, para conservarlos en lo más hondo de si. A estos hijos
espirituales correspondían en su inconsciente hijos camales que deseaba concebir de
forma auténticamente femenina. El comportamiento de este paciente me recordó la actitud
de esas madres que prefieren siempre a su hijo más pequeño. He sabido que no es el corte
del cordón umbilical lo que representa la verdadera separación del hijo y la madre sino la
pérdida progresiva de la libido.
De acuerdo con este rasgo pasivo de su carácter, este paciente tenía también un erotismo
anal muy marcado. Los juegos que practicaba en su infancia con sus excrementos
recordaban la forma en que trataba sus producciones intelectuales. Sólo se desprendía de
sus materias fecales tras haberlas retenido durante mucho tiempo, hasta que perdían valor
para él. A partir de Freud sabemos que los neuróticos obsesivos poseen una constitución
sexual de fuertes características eróticas anales y podemos concebir perfectamente su
tendencia al aplazamiento por analogía con el caso aquí presentado.
Del mismo modo, la prescripción de la Ars Poética “Nonum prematur in annum” podría
deber su origen a una actitud psíquica análoga de su autor. A favor de esta hipótesis no
sólo puede aducirse la sospechosa cifra “9” sino también el doble sentido del verbo
«premere».
Sea de ello lo que fuere, las observaciones de este tipo muestran lo erróneo que resulta
considerar la pereza, como lo hace la Escuela de Zurich, como causa última e irreductible
de la neurosis, consistiendo el último remedio en “la referencia a las obligaciones de la
vida”. La pereza normal -por ejemplo, la de mi paciente- tiene siempre motivos
inconscientes que pueden descubrirse mediante el psicoanálisis.
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Una explicación del «ya visto» por Hebbek
Sandor Ferenczi / Una explicación del «ya visto» por Hebbek
Freud explica el indefinible sentimiento de familiaridad suscitado por algunas cosas que
ocurren por primera vez, esa impresión de conocerlas desde hace mucho tiempo o de
haberlas vivido antes de idéntica manera, por ensoñaciones diurnas olvidadas o
rechazadas que tenían por objeto una situación análoga. A este propósito, he podido a
menudo atribuir el ‘ya visto” a los sueños nocturnos de la víspera o a una época anterior.
Esta segunda explicación es la que ofrece el siguiente poema de Hebbel, muy notable por
lo demás (Poemas de los años 1857 a 1863, Obras completas de Hebbel por Friedr., v II. p.
12,. Leipzig, Max Hesse. editor).
EL AMO Y EL CRIADO
“Apartad esa cara de mi vista, ¡no la puedo soportar! ¿Dónde está el segundo montero?”
Así habla el conde con un tono soberbio, y el anciano, turbado. se retira, él que es el mejor
guardabosques.
Se oye sonar ahora en los bosques el cuerno de caza. Es la primera vez que visita este
castillo situado en medio de negros abetos; hasta hoy sólo lo había visto de paso, a lo lejos,
a la luz de la luna.
Se alejan a lomos de sus caballos. ¿Quién está allá abajo, en el camino, detrás de aquel
saúco? Es el anciano que muestra sus blancos cabellos: pero el joven se desata en
imprecaciones: “¡No vuelvas a presentarle nunca ante mí!”
¿Por qué se ha vuelto tan feroz de repente, cuando generalmente es tan dulce?, se
preguntan por todas partes. “He visto a este hombre haciendo el mal. aunque ahora no
puedo recordar su acto y no me acuerdo ni del lugar ni del momento”.
Caza sólo en las profundidades del bosque, persiguiendo al negro jabalí. Los demás han
quedado lejos: su caballo tropieza con una piedra y cae.
Enviado por Dios, el anciano llega con paso veloz. Hábilmente ataca con su lanza a la
bestia que corre furiosa, y hela ahí tendida, agonizando.
En silencio se vuelve para tender la mano a su amo, pero éste se pone en pie de un brinco
y grita: “¿Todavía? ¡Tu fin está cerca!”, y levanta su lanza.
Entonces el anciano siente que la cólera hace hervir su sangre leal; lanza su cuchillo sin
pensarlo y al momento el joven queda atravesado por él.
El psicoanalista descubre en los rasgos del viejo criado las características del padre,
bondadoso, pero terrible, que está armado con una lanza salvadora (generosa), pero
también mortalmente peligrosa.
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Análisis de las comparaciones
Sandor Ferenczi / Análisis de las comparaciones
Muchos pacientes tienen la costumbre de explicar sus pensamientos y sus ideas con ayuda
de comparaciones. A menudo son comparaciones “traídas de los pelos”, totalmente
inapropiadas a lo que tratan de ilustrar, pero también con frecuencia son realmente
oportunas, ingeniosas y espirituales. Considero que estas producciones de los analizados,
que permiten a menudo un acceso directo al material psíquico oculto, merecen una
atención particular. Es lo es lo que desearía demostrar con algunos ejemplos. Para ello
elegiré las comparaciones de los enfermos que no cesan de comentar sus impresiones
sobre el trabajo analítico. Se trata, pues, de comparaciones aplicadas al psicoanálisis.
La elección de esta comparación no se hizo por azar. “Separar granos” nos lleva
directamente a escenas y cuentos infantiles del paciente -fijación en el período infantil-, a la
vida rural patriarcal que, en realidad, es todavía hoy el centro de interés exclusivo del
paciente, que, sin embargo, reside en la capital desde hace muchos años.
“El trabajo analítico es como cosechar legumbres -dice otro paciente-, se tira la cáscara y
se guarda el grano”. El análisis de esta idea conduce a un nivel más profundo. El enfermo
ha recordado que de niño acostumbraba a llamar granos a las bolas fecales expulsadas por
su hermana. Partiendo de este recuerdo, el camino conduce al erotismo anal.
“Veo la diferencia entre la hipnosis y el análisis del siguiente modo: la hipnosis es como el
cepillo del polvo que hace entrar más profundamente aún el polvo en los vestidos, mientras
que el análisis es como el aspirador que absorbe los síntomas”.
Esta excelente analogía merece ser colocada junto a la famosa comparación de Freud,
cuando compara la hipnosis y el análisis a las dos técnicas de la escultura tal como las ha
descrito Leonardo.
“El análisis es como un tratamiento vermífugo -decía otro paciente-; aunque se eliminen
muchos segmentos, mientras permanezca la cabeza, lo demás no sirve para nada”. No
creo que pueda caracterizarse mejor la orientación de la terapéutica psicoanalítica. Los
síntomas no son efectivamente más que segmentos expulsados del organismo psíquico,
cuyo núcleo, la cabeza, de la que extraen su fuerza, se halla en el inconsciente. Mientras
que la cabeza no aparece a la luz, puede preverse la reaparición de los segmentos
sintomáticos, que han podido desaparecer provisionalmente. Para el análisis del paciente,
esta comparación ha servido para poner en evidencia experiencias anales infantiles.
También dejaba prever, cosa que luego se confirmó, que el tratamiento del enfermo
quedaría interrumpido antes de concluir, y ello en razón de consideraciones materiales
(anales). El paciente no permitió que se extirpara la cabeza de su gusano-neurosis.
“Durante el análisis me siento como una bestia salvaje encerrada en una jaula”.
“Las interpretaciones que usted hace respecto a mis ideas me colocan en la situación de un
escorpión rodeado de llamas; por donde quiera que trate de salir, el fuego de sus
interpretaciones me impide el camino y me empuja finalmente al suicidio”.
Estas tres comparaciones últimas proceden de un mismo paciente al que intenté en vano
demostrar que su sensibilidad y su ternura conscientes disimulaban una personalidad
extremadamente agresiva. Pero pienso que estas comparaciones y otras más en las que se
asemejaba a animales salvajes. dañinos y venenosos, confirman mi hipótesis.
“Es usted como un campesino, que encuentra su camino en los lugares más oscuros de la
selva virgen de mi alma”, dijo otro paciente. El material de esta comparación un tanto
forzada provenía naturalmente de las fantasías robinsonianas de su juventud.
El simbolismo se expresa aún más claramente en las comparaciones de otro paciente: «El
análisis es como una tempestad que azota incluso la vegetación submarina» (sic) (erotismo
anal, fantasías de parto).
«No puedo familiarizarme con este método terapéutico en que el enfermo queda
abandonado a sí mismo con sus ideas. El análisis se contenta con hurgar en las
profundidades esperando que lo que allí se oculta surja espontáneamente como un pozo
artesiano; sin embargo, cuando la presión interior es tan débil como en mi caso, seria
preciso el auxilio de una bomba.»
Para comprender mejor el simbolismo sexual de esta comparación, conviene saber que el
paciente presentaba una fijación paterna extraordinariamente intensa y que al mismo
tiempo había transferido ese sentimiento sobre el médico.
Esta serie de ejemplos es suficiente para darnos una idea general de las condiciones
psíquicas necesarias de las comparaciones. Quien concentra su atención en la busca de
una comparación sólo se preocupa de las analogías, de los parecidos, y es totalmente
indiferente respecto al material del que va a extraer su comparación. Hemos indicado que,
en tales circunstancias, este material indiferente proviene casi siempre del inconsciente
rechazado. Ello nos obliga a examinar atentamente las comparaciones de los pacientes
desde el punto de vista del inconsciente; en efecto, el análisis de las comparaciones junto
con el análisis de los sueños, de los actos frustrados, y de los síntomas, es un arma no
despreciable de la técnica analítica
También hemos podido determinar que el material contenido en las comparaciones -como
el contenido manifiesto del sueño- es en algunos casos el resultado de una huella mnésica
que proviene de la historia del paciente, y posee un valor histórico real, mientras que en
otros casos, es la expresión simbólica de tendencias inconscientes. Naturalmente las dos
fuentes de comparaciones pueden participar en la formación de una sola y misma
comparación.
Del mismo modo, los actos sintomáticos son tanto más numerosos cuanto más absorta se
halla la atención. En lo que concierne al olvido de nombres propios, cualquier búsqueda
consciente resulta por lo general infructuosa, pero en cuanto cesan los esfuerzos, la
palabra olvidada se recuerda fácilmente.
Sea cualquiera la forma de hipnosis de que se trate, los resultados del método catártico
según Breuer y Freud nos demuestran que aquí, a consecuencia de la fascinación ejercida
por el hipnotizador y por la indeferencia hacia todo lo demás, el material psíquico,
profundamente rechazado en general. se hace consciente con facilidad.
A este respecto señalaremos las «prácticas ocultas» de los videntes en bolas de cristal o
en espejos (lecanomancia), que concentran ansiosamente su atención sobre un punto y
luego profetizan. Las investigaciones de Silberer demuestran que en tales predicciones
habla su propio inconsciente; añadiremos por nuestra parte que, a consecuencia del
aflojamiento de la censura debido a la concentración, se expresa en ellas el material
rechazado que, debido a ello, se ha hecho indiferente.
Puede observarse algo análogo con ocasión de un afecto demasiado intenso, como una
explosión de rabia, que se manifiesta mediante una retahíla de injurias. En el estudio
psicológico que he hecho sobre las palabras obscenas, he demostrado que el único deseo
del insultante puede ser el de ofender lo más gravemente posible el objeto de su odio, sin
elegir los términos, expresando éstos, accesoriamente y a las claras. sus propios deseos
anales y edipianos profundamente rechazados. Basta con aludir a los insultos obscenos
empleados por las clases bajas y a las versiones atenuadas de los mismos que usan las
personas educadas.
Otra prueba de esta relación funcional entre la intensidad del interés y el rechazo la
proporciona la patología mental. La fuga de ideas del maníaco permite al contenido
psíquico mas severamente rechazado llegar sin esfuerzo a la superficie: podemos suponer
que, contrariamente al melancólico cuyo mundo afectivo está inhibido, eso le resulta
indiferente. En la parafrenia (demencia precoz). que consiste esencialmente en una
indiferencia por el mundo exterior y por toda relación objetal, constatamos que tales
secretos, tan celosamente conservados por los neuróticos, son expresados con absoluta
simplicidad. Se sabe que los parafrénicos son los mejores intérpretes de símbolos: nos
explican sin ningún esfuerzo el sentido de todos los símbolos sexuales, que han perdido
para ellos toda significación.
Ya Pfister había indicado que los garabatos que se escriben "sin pensar” (o sea. que son
indiferentes) contienen a menudo comunicaciones sorprendentes surgidas de la vida
psíquica inconsciente.
Así, pues, el hecho de que en todos los casos evocados de concentración exista un
debilitamiento proporcional de la censura, nos permite concluir que la cantidad de energía
utilizada por la concentración servirá también para hacer funcionar la censura. (En el estado
actual de nuestros conocimientos psicoanalíticos, no podemos decidir si se trata de energía
libidinosa, de interés o de ambas cosas a la vez.) Comprenderemos mejor la alternancia de
ambas funciones si pensamos que toda concentración es al fin de cuentas una variante del
trabajo de censura, que equivale a descartar de la conciencia cualquier impresión interna o
externa a excepción de las que se refieren al campo que atrae la atención o de las que
corresponden a la actitud psíquica de concentración. Todo lo que perturba el descanso es
rechazado por la censura del que duerme, del mismo modo que en estado de vigilia lo son
las ideas incompatibles con la conciencia porque parecen inmorales. El sabio absorto por el
objeto de su estudio esta sordo y ciego para todo lo demás, lo cual quiere decir que la
censura rechaza toda impresión que no se halle en relación con tal objeto. Debemos
suponer que existe un proceso de rechazo similar -a veces fugaz- en los demás casos de
concentración, como, por ejemplo, en la búsqueda de una comparación. De este modo
comprendemos mejor que la cantidad de energía utilizada en este trabajo de rechazo fugaz
(censura) proviene de la energía de inhibición que opera constantemente entre el
preconsciente y el inconsciente, y se mantiene a expensas de esta energía.
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Dos símbolos típicos fecales e infantiles
Sandor Ferenczi / Dos símbolos típicos fecales e infantiles
En dos mujeres cuyas angustias obsesivas están ligadas a la falta de hijos y que, en su
inconsciente, han retornado del erotismo genital y parental al erotismo anal, exactamente
como se produjo en el famoso caso de la paciente obsesa de Freud, el piojo y los huevos
desempeñan un papel muy especial. Ambas (es increíble hasta qué punto las neurosis se
repiten a menudo hasta en los menores detalles) viven desde su infancia con la angustia de
tener piojos en los cabellos. Es un hecho extraordinario, pero llegan efectivamente a
encontrar a veces, con gran espanto, especímenes de este piojo sobre su cuero cabelludo;
esto no tiene por lo demás nada de extraño, pues, en aparente contradicción con el
espanto que les producen estos parásitos, dan muestras de una inexplicable negligencia en
su aseo capilar. En realidad, ambas se esfuerzan inconscientemente en atrapar parásitos,
pues éstos les proporcionan una excelente ocasión de satisfacer simbólicamente su más
secreto deseo: el deseo rechazado de tener muchos hijos (que se desarrollan
efectivamente como parásitos de la madre, igual que el piojo), al mismo tiempo que el
sadismo y el erotismo anal del que han tenido que retroceder tras la decepción sufrida en el
plano genital (exterminar el piojo, revolcarse en la suciedad). Para que la analogía de los
dos casos sea más llamativa aún, ambas pacientes han proporcionado otro símbolo fecal e
infantil que no conocía yo como tal, a saber, un interés extraordinario por los huevos de
gallina. Una de las pacientes, cuando su estado le permitió ocuparse de nuevo en los
asuntos de su casa, me hablaba a menudo del placer inexplicable que experimentaba al
manipular con huevos frescos en un cesto, alineándolos y contándolos; si no hubiera
sentido vergüenza, hubiera pasado horas haciendo lo mismo. La otra (una mujer
campesina) no pudo trabajar prácticamente; el único lugar donde podía ejercer todavía una
cierta actividad era el corral. Durante horas observaba las ocas, miraba cómo ponían
huevos las gallinas, y ella misma las ayudaba colocando su dedo en la cloaca del animal
para retirar el huevo. La analogía simbólica del huevo con las materias fecales y con el niño
es aún más transparente que la del piojo. Pero tampoco hay que olvidar el valor monetario
de los huevos; sabemos en efecto que es el precio de los huevos el que sirve para valorar
el costo de la vida, particularmente en el campo, donde los huevos se utilizan prácticamente
como unidad monetaria. Parece que en determinadas condiciones de vida se produce un
detenimiento de la transformación ontogenética del erotismo anal en rasgos de carácter
anales. Sea de ello lo que fuere, esta predilección por los huevos se halla más próxima a la
coprofilia primitiva que el amor -más abstracto- por el dinero.
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Espectrofobia
Sandor Ferenczi / Espectrofobia
Espectrofobia
En cierto caso, la fobia histérica a los espejos y el terror de ver la propia imagen en uno de
ellos tenían un origen «funcional» y «material» La explicación funcional era el temor a
conocerse. La explicación material consistía en la huida ante tendencias voyeuristas y
exhibicionistas. También aquí, como ocurre frecuentemente en las fantasías inconscientes,
las diferentes partes del rostro representaban diferentes partes de los órganos genitales
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Fantasías de Pompadour
Sandor Ferenczi / Fantasías de Pompadour
Fantasías de Pompadour
Así podríamos llamar algunas fantasías de heterismo que incluso las mujeres más virtuosas
se permiten en sus ensoñaciones diurnas. Elevando a su compañero al rango real,
permiten a sus tendencias, que de otro modo serían incompatibles con la moral, acceder a
la conciencia.
Próximo escrito
Palabrería
Sandor Ferenczi / Palabrería
Palabrería
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El abanico como símbolo genital
Sandor Ferenczi / El abanico como símbolo genital
Un paciente soñó lo siguiente: “Vi una mujer con un abanico en lugar de órganos genitales;
se desplazaba mediante este abanico; tenía las dos piernas cortadas”. Debido a un
poderoso complejo de castración, el paciente estaba sorprendido por la ausencia de pene
en las mujeres, también necesitaba imaginar la vulva como un pene, situado en forma de
abanico, pero, sin embargo. un pene. Prefería sacrificar las piernas de la mujer.
(Se halla esto próximo a una perversión relativamente frecuente, en la que el sujeto sólo
puede satisfacerse con mujeres cojas o que tengan alguna pierna amputada. Un día leí en
un diario un anuncio mediante el que alguien buscaba correspondencia con mujeres que
tuvieran amputada una pierna.)
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Policratismo
Policratismo
Podríamos llamar así, por analogía con el poema de Schiller «El anillo de Polícrates», la
superstición que consiste en creer que si «todo va demasiado bien» el castigo de dios será
tanto más duro. En un caso, el análisis permitió atribuir este temor a la mala conciencia que
tenía el paciente debido a sus fantasías culpables.
Próximo escrito
Agitación al término de la sesión de análisis
Próximo escrito
La micción, medio de apaciguamiento
Sandor Ferenczi / La micción, medio de apaciguamiento
Cuando el niño pequeño es presa del miedo, su madre lo coloca sobre el orinal y le insta a
orinar. Entonces el niño se calma visiblemente y deja de llorar. Es indudable que de este
modo se ofrece al niño una prima de libido, semejante a la que se concede muchas veces
en forma de dulces u otros comestibles. El hecho de que la micción, precisamente,
descargue de modo tan eficaz el afecto de miedo se debe sin duda a que procura al niño un
brusco bienestar en relación con lo repentino de su miedo.
Próximo escrito
Un proverbio erótico anal
Sandor Ferenczi / Un proverbio erótico anal
Errores supuestos
Existe una especie particular de errores que consiste en suponer sin razón que se ha
cometido un error. Estos errores «pretendidos» no son raros. Muchas veces una persona
que lleva gafas las busca debajo de la mesa llevándolas puestas; a menudo piensa uno
haber perdido su cartera, y después de pacientes investigaciones la encuentra en su lugar
habitual; y no hablaremos de las llaves de la despensa, tantas veces «perdidas» y
«encontradas». Sea de ello lo que fuere, este tipo de errores es lo suficientemente
característico para intentar descubrir en él un mecanismo y un dinamismo específicos
El primer caso que el análisis me ha permitido aclarar era un doble error bastante complejo.
Una joven que se interesaba mucho por el psicoanálisis (debo a ella la observación del
«Pequeño hombre-gallo») tenía la costumbre de venir de vez en cuando a visitarme en mi
consulta. Cierto ida tuve que abreviar una de sus visitas haciéndole notar que tenía yo
mucho trabajo. La joven se entristeció y se fue; pero regresó poco después diciendo que
había dejado su paraguas en mi despacho, cosa absolutamente imposible porque el
paraguas... lo tenía en la mano. Se quedó algunos minutos más y luego, repentinamente
dirigiéndose a mi quiso preguntarme si tenía una inflamación de la glándula carótida (en
húngaro: fültö mirigy), pero su lengua se trabó y dijo «fültö ürügy» (que significa pretexto
carótido). La dama reconoció entonces que había deseado quedarse más tiempo junto a
mí, de manera que su inconsciente podía haber utilizado el olvido de su paraguas como
pretexto para volver y prolongar su visita. Desgraciadamente no pude profundizar el análisis
de este caso, dejando así sin explicación la razón por la cual el olvido proyectado no se
había realizado efectivamente, sino tan sólo en el plano imaginario. La existencia de una
tendencia oculta (un pretexto) es característica de todo acto frustrado.
Examiné de forma más profunda el falso acto frustrado siguiente: Un joven estaba invitado
en la casa de campo de su cuñada. Una tarde, se reunió allí una alegre comparsa; se hizo
venir a los gitanos e, instalados al aire libre, danzaron, cantaron y bebieron hasta muy
entrada la noche. El joven no tenía costumbre de beber, de forma que comenzó enseguida
a manifestar una sentimentalidad patológica, en particular cuando el gitano entonó la
canción siguiente: «El cadáver ha sido llevado al patio». Lloraba a lágrima viva y no podía
impedir el recuerdo de su padre recientemente fallecido para el que ninguno de los alegres
compañeros tenía un pensamiento, igual que en la canción donde se dice que no hay nadie
para «llorar como se merece» al muerto expuesto en el patio. Muy pronto nuestro joven
abandonó la fiesta y fue a dar un paseo en solitario por la orilla del próximo lago rodeado de
niebla. Obedeciendo a un impulso que luego no supo explicar (el mismo se hallaba en un
estado «abrumado», como hemos dicho), sacó rápidamente de su bolsillo su cartera y la
arrojó al agua, aunque el dinero que contenía pertenecía a su madre y él únicamente lo
guardaba. De lo que pasó a continuación sólo tenía ideas vagas. Volvió junto a sus amigos,
siguió bebiendo, se adormeció y fue llevado en coche, dormido todo el rato, a su
apartamento de la ciudad. Avanzada la mañana, se despertó. Su primer pensamiento fue
para su cartera. Estaba desesperado por lo que había hecho, pero no lo dijo a nadie; pidió
un coche para que le llevara junto al lago, aunque no tenía ninguna esperanza de recuperar
el dinero. En ese momento apareció la sirvienta que le entregó la cartera: la había
encontrado bajo la almohada en la cama de quien decía haberla perdido.
He aquí ahora otro caso que puede explicarse de forma similar, pero que presenta la
ventaja de que no lo complica ninguna influencia externa (como la intoxicación alcohólica
del caso precedente).
Un caso semejante me ocurrió a mí mismo cuando fui llamado junto a una paciente que se
hallaba muy enferma a una hora tardía de la noche. Había venido a visitarme aquella tarde,
y se había quejado, además de otras cosas, de tener la garganta irritada. Yo la había
examinado sin constatar ninguna anomalía orgánica, sino más bien lo que llamaría «una
pequeña histeria». La situación económica de esta paciente me impedía sugerirle un
psicoanálisis, y me había contentado en consecuencia con los calmantes normales, y le
había recetado, para combatir su dolor de garganta, una caja de pastillas de «Formamint»,
que yo mismo le entregué, porque el fabricante me la había enviado como muestra; le
prescribí tres o cuatro pastillas al día.
Sabemos que normalmente la conciencia domina el acceso al plano motor. Sin embargo,
parece que en tales casos son tomadas todas las disposiciones necesarias para que los
actos prohibidos por la conciencia no puedan realizarse bajo ningún pretexto; la conciencia
puede entonces entregarse con mucha mayor tranquilidad a sus fantasías agresivas, de
tonalidad evidentemente negativa. Este comportamiento recuerda el sueño en el que la
libertad puede ser tan grande a nivel fantasmático que el descanso paralice toda la
actividad en general.
Existe cierto parecido entre los errores que acabamos de describir y la duda morbosa, en
ambos casos un acto que acaba de ser cometido y criticado sin más, con la diferencia de
que el obseso que duda se halla incierto sobre la realización correcta del acto proyectado,
mientras que el autor de un “error supuesto” tiene la falsa certeza de haber hecho mal. Se
trata de una ligera diferencia al nivel del mecanismo de la prueba de realidad, que somos
aún absolutamente incapaces de representar en el plano metapsicológico. La analogía de
estos actos frustrados con los síntomas de la neurosis obsesiva nos confirma por otra parte
en nuestra hipótesis de que los errores supuestos -como los fenómenos obsesivos-
desempeñan el papel de válvulas de seguridad para las tendencias ambivalentes.
Podríamos también presentar el mecanismo de este tipo de errores como lo contrario a los
«actos sintomáticos». En el caso de los errores supuestos, la conciencia piensa haber
realizado un acto (proveniente del inconsciente) mientras que en realidad la motricidad se
hallaba convenientemente censurada. Por el contrario, en el caso de los actos llamados
sintomáticos, la tendencia rechazada escapando a la conciencia, se transforma en acción
motriz. Pero el acto sintomático y el error supuesto tienen en común el que en ambos casos
existe disparidad entre dos funciones de la conciencia: la percepción interna y la de acceso
a la motricidad, mientras que en general estas dos funciones se hallan igualmente bien
adaptadas o perturbadas.
«El error en el error» es comparable al «sueño en el sueño». Ambas técnicas utilizan una
especie de redoblamiento para protegerse de las manifestaciones severamente prohibidas
del inconsciente. El error en el error, es, eo ipso, un correctivo, como el sueño en el sueño
priva a una parte del contenido onírico de su carácter onírico. Saber que se sueña, no es
sueño verdadero como se acostumbra cuando se tiene por auténtico todo lo que se sueña;
y si nos olvidamos de efectuar un acto frustrado, éste simplemente no se producirá.
Esta farsa transforma la moción desenmascarada del falso acto truncado en acto realizado
de inmediato, mientras que en general no nos alegramos simplemente al ver que se trataba
de un error y al poder escapar así de un peligro imaginario.
Próximo escrito
El psicoanálisis visto por la escuela psiquiátrica de Burdeos
Si ya el coraje con el que los autores combaten el chauvinismo científico nos resulta
simpático, estas últimas palabras han despertado en nosotros la esperanza de verles
mostrarse como pensadores independientes también en el resto de las cuestiones, libres
de prejuicios no sólo nacionales sino también científicos.
De este modo, los autores, para halagar el espíritu francés, se plantean el deber de
introducir «en el seno de este ensamblaje de hipótesis ingeniosas» un poco de su «espíritu
latino de claridad y de armonía». Sin preocuparse de la evolución histórica de la doctrina, ni
de qué proporciones de la misma han sido elaboradas por el creador del método o por sus
discípulos, pretenden reproducir «la síntesis abstracta que evoca por si misma en todo
espíritu francés el estudio profundo de la doctrina».
Desde ahora podemos hacer una objeción al plan de trabajo de nuestros críticos.
Consideramos que el psicoanálisis, ciencia en plena evolución, cuya trayectoria se alarga
constantemente debido a nuevas afluencias inesperadas, actúa correctamente al atenerse
durante el mayor tiempo posible a la recogida de hechos y al establecimiento de relaciones
entre datos próximos, y al precaverse ante toda abstracción y toda definición rígidas
Estimamos que la sistematización demasiado precoz que según Régis y Hesnard exige el
espíritu latino (pues consideran que estudiar una doctrina que no está claramente
formulada es contrario a este espíritu) disimula simplemente una alteración de los hechos y
no constituye más que una precisión aparente. Es así porque no tiene en cuenta las
dificultades y oscuridades realmente existentes y altera los hechos actuando como si desde
el principio se hubieran poseído conceptos fundamentales claros de los que derivaran los
datos particulares. En realidad, si seguimos la evolución de una teoría científica in statu
nascendi. hallamos tantas sorpresas, y nos vemos obligados a reformular constantemente
tantas definiciones nuevas que por último tenemos que renunciar de manera general a
preocuparnos de este lecho de Procusto que constituye toda evolución y decidir no hacer
más que un uso provisional y excepcional de tales formulaciones generales, poco explícitas
en consecuencia. Pero no rechacemos la obra con excesiva precipitación y veamos si los
autores consiguen modificar nuestra primera impresión. Debemos, sin embargo, subrayar
que no puede imputarse al psicoanálisis la responsabilidad de esta organización: cualquier
elogio o cualquier reproche en cuanto a sus formulaciones corresponde a los autores.
Este grueso volumen se divide en dos partes muy diferentes; las primeras trescientas
páginas contienen una exposición detallada de la teoría y de las implicaciones del
psicoanálisis; las cien últimas expresan la posición personal, crítica, de los autores.
De acuerdo con el proyecto de una obra de carácter metódico, la exposición comienza con
la definición del psicoanálisis, labor que nadie ha emprendido hasta hoy. He aquí su
reproducción literal “El psicoanálisis es un método de exploración psicológica y de
tratamiento psicoterapéutico de la psiconeurosis que se inspira en un vasto sistema de
interpretación de la mayoría de los mecanismos normales y patológicos del psiquismo
humano y que está caracterizado por el análisis de las tendencias afectivas y de sus
efectos, siendo consideradas tales tendencias en su mayoría como derivadas del instinto
sexual”.
Repito que incluso nosotros tendríamos graves dificultades en proponer una buena
definición; pero las lagunas de la anterior saltan a la vista. Por ejemplo, en ningún caso
puede definirse el psicoanálisis sin insistir en el inconsciente, elemento constitutivo de la
teoría entera. Sin embargo, podemos perdonar esta falta a los autores; condensar tal
cantidad de experiencias en una sola frase, por muy larga que sea. sería un verdadero
compromiso.
Tras una breve exposición de la historia del psicoanálisis y de su extensión, los autores
aluden al pequeño número de trabajos franceses sobre el psicoanálisis. Luego recuerdan
brevemente las aplicaciones clínicas del método, las experiencias que ellos mismos han
realizado y cuyos resultados han publicado («Encéphale», 1913). Desgraciadamente no
podemos tener ahora acceso a esta publicación, de manera que debemos renunciar a
juzgar el valor de las experiencias sobre las cuales Régis y Hesnard han fundado sus
opiniones. Es lamentable que los doctores no comuniquen aquí sus experiencias, aunque
sea brevemente, para añadir un elemento más concreto a su trabajo excesivamente
teórico. Presentada de este modo, su obra no es más que un conjunto de teoría y de crítica,
y la curiosidad del lector por la experiencia personal de los autores queda insatisfecha.
Pocas personas hasta hoy han comprendido el sentido del inconsciente según Freud tan
bien como los autores. En efecto, el inconsciente no es sólo lo contrario al consciente,
como piensa Lipps, no es tan sólo el equivalente al subconsciente de los filósofos, sino que
es la realidad interior del psiquismo, lo "real psíquico”, “incompleta y difícilmente conocido
por la percepción interna del mismo modo que la realidad exterior es mal conocida por la
percepción sensorial". La definición del “preconsciente” está menos lograda. Para ellos es
una zona intermedia entre el inconsciente y el consciente y “comprende todos estos
fenómenos de ensoñación, distracción, inspiración, sueño nocturno, que son para nosotros
las revelaciones subjetivas de la realidad interna ignorada los mensajeros de lo real interior,
los reflejos o los ecos del inconsciente”. Esta definición bastante imprecisa omite subrayar
que la «gran censura» -y la gran diferencia psíquica- no debe buscarse entre el
preconsciente y el consciente, sino entre el inconsciente y el preconsciente; y que las
características psicológicas del preconsciente -dejando aparte la cualidad de la conciencia-
son las mismas que las del consciente. El preconsciente desempeña, pues, un papel no
sólo en la ensoñación y en las actividades semiconscientes semejantes, sino también en
las producciones más nobles y mas estructuradas del psiquismo.
Tras una presentación correcta de la noción de censura, sigue una explicación bastante
buena del esquema de Freud sobre el funcionamiento psíquico, los complejos y su
significación afectiva. Pasan, lógicamente, de los afectos a la exposición de los
sentimientos y procesos sexuales tan fuertemente destacados por el psicoanálisis. Pero
cuando los autores superando una vez más su aversión hacia los términos psicológicos
compuestos, llaman la psicología sexual de los analistas “pansexualismo” y califican a este
termino de «expresión ingeniosa», dan una nueva prueba de su total incomprensión sobre
este punto. «La noción de sexualidad comprende para Freud una gran cantidad de
conceptos diversos» dicen en la página 299 «y alcanza casi el sentido de Instinto en
general, o de Energía afectiva cinética». Ahora bien, Freud nunca ha pretendido tal cosa; al
contrario, ha repetido a menudo que la sexualidad debe distinguirse fundamentalmente de
las demás actividades impulsivas, en particular de las actividades egoístas; los autores no
deben referirse a Freud sino a ellos mismos en esta generalización abusiva, o
eventualmente a algunos antiguos discípulos de Freud (por ejemplo, Jung) que lo han
abandonado justamente porque rehusaba esta generalización energética de la noción de
libido. Régis y Hesnard conocen demasiado bien la literatura psicoanalítica para que este
hecho haya podido escapar a su atención, de manera que sobre este punto, a pesar de su
promesa de objetividad, debemos acusarles de sofisma: combaten lo que su adversario
nunca ha sostenido. Otra afirmación personal de los autores, porque Freud nunca ha dicho
nada parecido, es que, según el psicoanálisis, el instinto sexual y el instinto de
conservación de la especie serían «la base dinámica actual de nuestra actividad mental
normal y patológica. Porque el otro instinto fundamental del hombre, el instinto de nutrición
y de conservación personal..., sería incapaz de una acción potente sobre el organismo
psíquico, al haber sufrido una atrofia ancestral bajo la influencia del medio social y de la
civilización».
En las treinta páginas siguientes, los autores ofrecen un buen panorama de conjunto sobre
la evolución de la sexualidad tal como ha sido esbozada en los «Tres Ensayos" de Freud,
después explican el rechazo y discuten al detalle las relaciones entre las neurosis y las
perversiones.
He aquí lo que dicen a propósito del método psicoanalítico: “El psicoanálisis que servía en
principio para buscar la fórmula patógena de las psiconeurosis, ha desvelado poco a poco
las profundidades del inconsciente. A partir de entonces se ha desarrollado de manera
autónoma y -hallando nuevas confirmaciones en la variedad de sus técnicas- se ha
convertido en un método de investigación psiquiátrica que autoriza las máximas
esperanzas”.
De este modo, el psicoanálisis consigue analizar en una red psíquica relativamente simple
las asociaciones desorganizadas y la variación constante de los estados conscientes del
sujeto examinado, lo que abre el acceso a las capas más profundas del psiquismo, y por
último al foco de la dinámica de los afectos inconscientes. Esta red está formada por el
conjunto de los recuerdos, afectos, mociones. representaciones verbales representaciones
de objetos o representaciones abstractas, que están ligadas entre si por las leyes de la
memoria y las del encadenamiento psíquico inconsciente de las ideas. Si el médico toma
esta red como hilo conductor, le llevará del síntoma a su causa psíquica infantil”.
Esta impresionante y meridiana exposición suscitará sin duda el interés por el psicoanálisis;
como cualquier simplificación tiene un valor pedagógico inestimable, pero comporta
también los inconvenientes de toda esquematización. El psicoanálisis de hoy se ha alejado
considerablemente del procedimiento que consiste en atribuir el síntoma neurótico a una
causa psíquica infantil particular; concibe el síntoma como la resultante de determinados
factores constitucionales y accidentales. Es cierto que en numerosos casos tales factores
accidentales parecen preponderantes, si bien en lo que les concierne la descripción de los
autores sigue siendo válida.
La explicación tan cuidadosa de la interpretación de los sueños según Freud, con que
acaba este capítulo, no suscita comentarios mas detallados, lo mismo que la exposición
sobre la prueba de asociación y “el psicoanálisis de la vida común”. Los autores resumen
su impresión sobre las técnicas y los métodos del psicoanálisis diciendo que de todos los
métodos de investigación psicológica el psicoanálisis es uno de los más difíciles: sin duda
por esta razón el número de críticos que aportan una experiencia personal es tan escaso.
La aplicación médica del psicoanálisis (el tratamiento de las neurosis y de las psicosis)
ocupa naturalmente la mayor parte del libro. La presentación y la clasificación de la
literatura que se aduce son, una vez más, exactas y claras. Sin embargo, a medida que se
avanza en la lectura del libro, queda uno sorprendido por la neutralidad un tanto forzada de
los autores. que llega incluso a su abstención total de tomar cualquier postura (aunque acá
y allá, según hemos visto, existe una determinada tendencia que atraviesa como un
relámpago la fría serenidad de la exposición). Esta calma hace pensar en el bochorno que
precede a la tempestad y no presagia nada bueno. En la exposición de la teoría de las
neurosis tenemos poco que destacar, y se puede poner como ejemplo la confrontación muy
oportuna entre las opiniones de Freud y Janet.
El capítulo concerniente al psicoanálisis de las neurosis acaba con la siguiente frase: “Pira
el psicoanálisis -que indica la misma etiología en todas las neurosis- la descripción de las
diferentes formas patológicas que permitía a los autores clásicos establecer las fronteras
entre las diferentes enfermedades nerviosas, ha perdido su importancia.” A pesar de esto,
el psicoanálisis ha puesto siempre en guardia a algunos de sus adeptos de excesiva
impaciencia contra una simplificación abusiva de los hechos. Será suficiente recordar con
qué perseverancia ha tratado Freud de aclarar el problema de la elección de la neurosis y
de explicar los diferentes mecanismos, para comprender qué lejos estaba de suprimir las
separaciones representadas por las diferentes características de los mecanismos de
formación de los síntomas de los que extraía lo esencial de sus conocimientos, incluso si la
clasificación de Freud acaba distanciándose de la nosología tradicional, ello no significa el
abandono de los métodos «clásicos» en los que, como se sabe, los representantes no
están de acuerdo entre ellos y mantienen proyectos de clasificación muy diversos. Sin
embargo, no pretendo negar que Freud diverge efectivamente en muchos puntos
esenciales de los clásicos de la psiquiatría, en beneficio suyo, según creo.
La exposición sobre el psicoanálisis de las psicosis ofrece una nueva demostración del
talento didáctico de los autores. El único error que debo rectificar es su confusión entre
introyección e introversión; pero admito que sería preferible dar a dos nociones tan
diferentes denominaciones que no se parecieran tanto fonéticamente.
Hay, un malentendido aún más grave, cuando los autores, en la discusión sobre los efectos
terapéuticos del psicoanálisis, mencionan entre las medidas terapéuticas complementarias
la condena de los deseos injustificados; esta, lo mismo que la sublimación, no es un medio
terapéutico sino un resultado del tratamiento; tanto una como la otra deben surgir en el
curso o a continuación del análisis, espontáneamente y sin que exista sugestión por parte
del médico: no deben ser cuerpos extraños fraudulentamente introducidos en el universo
psíquico del enfermo sino adquisiciones duraderas y personales de éste.
Este capítulo termina con un breve resumen, aunque completo, de la literatura sobre la
transferencia; así acaba la parte descriptiva del libro.
Aprobamos prácticamente en todos sus puntos las indicaciones que los autores hacen
sobre las criticas, lamentando sin embargo que no citen a otros autores que defienden a
Freud desde un punto de vista religioso,. ético, moral, etc. Pues apenas conocemos tales
críticas, que los autores rechazan justamente Sin embargo, si algún joven psicoanalista se
muestra excesivamente prolijo en la expresión de su reconocimiento, es posible que se le
achaque no conservar su objetividad por interés personal. Pero esto equivaldría
ciertamente a castigarle con mayor severidad, que el situarlo junto a los Moche, Mendel.
etc. por una simple falta de estilo.
Resulta menos comprensible, e incluso un poco desmoralizador, el ver a los autores citar
entre los críticos serios de Freud, junto a nombres universalmente respetados como los de
Janet, Ladame, Dubois, Bleuler, el de alguien que conocemos mejor: ¡Friedländer! En este
trabajo conocemos también a Kostyleff, autor poco conocido entre nosotros, que halla en el
psicoanálisis pruebas a favor de la teoría psicológica de los «reflejos cerebrales». Según
parece, Kostyleff ha publicado ya bastante sobre el psicoanálisis en lengua francesa. Por
último, los autores subrayan acertadamente que «por desgracia» la gran mayoría de los
críticos se ha abstenido de cualquier aplicación constante de las técnicas propuestas por
Freud. «Algunos, como Isserlin, rehúsan incluso ensayarlas porque les parecen a priori
inaceptables en el plano lógico.»
Los autores prometen en lo que les concierne juzgar al psicoanálisis con equidad, ya que
consideran que es un error aceptar o rechazar la nueva doctrina en su totalidad, desean
reemprender la discusión de la teoría en general y luego pronunciarse punto por punto.
Los malentendidos demostrados en la parte descriptiva nos han hecho prever que el juicio
de los autores sobre importantes porciones de la doctrina psicoanalítica estaría perturbado
por una mala interpretación, pero esto alcanza tales proporciones que -conociendo la
receptividad poco común de los autores hacia ciertas sutilezas de la teoría y de la técnica y
habida cuenta de sus constantes protestas de objetividad e imparcialidad- quedamos un
tanto estupefactos. Digo solamente un tanto porque hemos podido ver a menudo una
excelente comprensión del psicoanálisis aliada a la imposibilidad de alcanzar la convicción.
Reconstruyamos las principales objeciones de los autores; creemos que los lectores
decidirán por sí mismos si corresponden a la doctrina y al método o bien a la persona de los
autores el que éstos hayan finalmente llegado a rechazar los puntos esenciales.
Es decir, que lleva en sí mismo todas las cualidades y defectos de un sistema; sus
cualidades teóricas: claridad, unidad, armonía, que satisfacen al diletante y le ahorran la
fatiga de una búsqueda personal, ese paciente reagrupamiento de los hechos que
constituía hasta ahora en medicina un criterio de valor; hay sin embargo un inconveniente
práctico: debido a la naturaleza puramente hipotética de la teoría, ésta escapa en su
totalidad a cualquier demostración.»
¿Cómo se corresponde esta acusación con el reproche anteriormente formulado por los
autores calificando al psicoanálisis de «Ensamblaje de hipótesis ingeniosas», donde
únicamente los críticos “han introducido un poco de su afán de claridad y de armonía” para
satisfacer el deseo de síntesis de sus lectores? Mientras los autores no retiren bien sea su
crítica de ausencia de síntesis o bien la de sistematización abusiva, no es posible tomar en
serio ninguna de tales objeciones.
Por el contrario, admitimos gustosos que el psicoanálisis sea designado con el término
irónico de Kraepelin, que lo califica de «meta-psiquiatría» (que por otra parte no es sino una
variante del término metapsicología creado hace tiempo por Freud). Admitimos que el
inconsciente, indemostrable por esencia, es una hipótesis, una interpolación en el profundo
abismo que existe entre los procesos fisiológicos y los procesos psíquicos conscientes.
Pero esta hipótesis está tan justificada como algunas que son básicas en otras ciencias,
por ejemplo, la noción de materia en física. La única cuestión consiste en saber si tal
hipótesis tiene un valor heurístico, si nos facilita la comprensión de procesos todavía
inexplicados: pensamos que la noción de “Inconsciente” es preciosa a este respecto y por
lo tanto, debe ser conservada. Sea como fuera, la existencia de esta hipótesis no basta
para asimilar el psicoanálisis a una mística, como desearían los autores.
Nos permitimos señalar que los mismos autores, que califican al psicoanálisis de «mística»
porque «no es posible hacer la demostración experimental del subconsciente y delimitarlo
con unidades de medida», hablan con mucho respeto de la psiquiatría llamada clásica, que
como hemos dicho antes, une la megalomanía y otros problemas psíquicos a alteraciones
cerebrales específicas. Ahora bien, nadie ha podido demostrar todavía objetivamente y por
vía experimental la existencia de tal relación, por ejemplo, midiendo una idea
megalomaníaca mediante una alteración cerebral; los autores pueden, pues, considerar
esta hipótesis no menos mística que la del inconsciente.
Pero es absolutamente falso el pretender que Freud dé a esta eficacia el sentido de una
tendencia mística hacia un «destino» y no el de un fenómeno de adaptación que puede
recibir una explicación biogenética; estas palabras demuestran desgraciadamente la
ligereza de que los autores dan prueba al deformar numerosos pensamientos de Freud.
Freud ha rechazado enérgicamente la interpretación finalista de los hechos psicoanalíticos
propuesta por Jung y por esta razón Jung ha tenido que separarse del grupo freudiano.
«Hay que apreciar el psicoanálisis como una de las producciones artísticas que trata de
explicar; él mismo es un símbolo.» ¡Puede ser! El psicoanalista debe ser suficientemente
lógico consigo mismo para admitir que los factores determinantes individuales
inconscientes puestos en evidencia por el análisis pueden proporcionar un complemento
importante, tanto al trabajo psicoanalítico como a cualquier otra creación. El verdadero
psicoanalista está tan convencido que nunca deja de analizarse a sí mismo y corrige
constantemente sus resultados mediante el auto-análisis. Pero cree que incluso
prescindiendo de la apreciación personal, el psicoanálisis sigue siendo válido y debe ser
reconocido. Los autores dan pruebas de lo contrario. Tenemos por otra parte la satisfacción
de constatar en esta ocasión que los autores afirman la utilidad práctica de la concepción y
de las técnicas psicoanalíticas en la crítica «puramente científica», cuando explican un
símbolo (el psicoanálisis) mediante mecanismos inconscientes (auto-proyección).
En la crítica del «psicodinamismo», y tras haber insistido sobre los precursores franceses
de Freud, le conceden ciertos elogios por su trabajo concienzudo sobre los procesos del
“rechazo”. «Freud y sus discípulos tienen realmente el mérito de haber demostrado que el
rechazo es una de las grandes leyes de la psicopatología.» Luego reconocen que el
psicoanálisis permite recuperar la ideogénesis (es un buen término técnico griego que les
agradecemos) de un síntoma patológico. Pero Freud sólo habría explicado así la génesis
del síntoma, no su causa. Sin entrar en una discusión filosófica profunda, señalemos que la
elucidación completa de la génesis de un proceso, es decir, toda la historia de su evolución,
evita buscar cualquier otra «causa», porque esta exposición implica el conocimiento de
todas las condiciones, no siendo la «causa» más que la suma de condiciones de aparición
Entre estas condiciones, Freud ha subrayado siempre la importancia fundamental de los
factores biológicos; también es perfectamente superflua la vehemencia con la que los
autores oponen la psicogénesis a la teoría tóxica de las psicopatías. Claramente olvidan lo
que ellos mismos habían dicho en su concienzuda exposición de la teoría psicoanalítica:
«En último término, el psicoanálisis considera toda neurosis y toda perturbación psíquica
grave como una consecuencia de factores químicos, de una intoxicación del sistema
nervioso por toxinas endógenas.» Por el contrario, es cierto que al demostrar la
psicogénesis de las neurosis, Freud ha puesto en evidencia un nuevo aspecto del problema
que nunca hubiera sido accesible por medio de la anatomía y de la química del cerebro y
en el que la biología misma, a nuestro parecer, tenia poco que hacer.
Ahora nos aparece de forma clara lo que la escuela psiquiátrica de Burdeos, dignamente
representada por los autores de esta obra. opone a la concepción psicoanalítica de las
neurosis: “Por nuestra parte, dicen, vemos la causa de la psiconeurosis en una
insuficiencia, en una alteración del funcionamiento psíquico, que dependen de alteraciones
materiales y fisiológicas del cerebro, de variaciones al nivel de los fenómenos de excitación
cerebral y de perturbaciones afectivas.”
Por nuestra parte, pensamos que no es preciso despreciar el post hoc como prueba de una
relación causal, eminentes físicos han debido admitir que en realidad no tenemos otras
pruebas de la causalidad que el inevitable suceso de un fenómeno a consecuencia de
otros, no en vano el efecto se llama «Folge» en alemán y «consecuencia» en francés. Al
rehusar los autores dar una significación psíquica de orden causal a la sucesión asociativa,
renuncian a la única posibilidad de obtener una confirmación del determinismo psíquico.
El único pasaje del libro en que los autores se refieren a sus propios trabajos
psicoanalíticos se halla en la crítica de la “interpretación de los sueños”. Los críticos
estiman, como la mayoría de los intérpretes de sueños que no han sabido leer en Freud.
que el sueño no representa sólo el “cumplimiento de deseos” sino también la realización de
diversos afectos. Olvidan que Freud ha subrayado siempre con insistencia que el sueño
manifiesto, e incluso el contenido onírico latente, pueden proporcionar a los afectos más
diversos; odio, miedo, deseo, sentimiento de culpabilidad, etc., una ocasión de
manifestarse: las diferentes partes del sueño, consideradas separadamente. no
representan en absoluto el cumplimiento de un deseo. Freud ha afirmado solamente que
después del análisis el sueño, considerado en su totalidad, posee un sentido, y que este
sentido no es sino una representación que satisface el deseo contenido en uno o más
pensamientos latentes de la víspera, representación elaborada con ayuda de aspiraciones
infantiles inconscientes que permanecen insatisfechas. Lo que indica que hay otros factores
diferentes de los intelectuales que intervienen en la crítica del psicoanálisis no es el hecho
de que los críticos acepten de mala gana la interpretación de los sueños según Freud, sino
el que desprecien de manera sistemática sus proposiciones claras y unívocas. Se trata al
mismo tiempo de una respuesta a la repetida acusación de que el psicoanálisis dispone de
un argumento fácil cuando, para explicar el rechazo de su doctrina, alude a la resistencia
de sus adversarios.
A los autores les parece también inaceptable que las asociaciones obedezcan a las mismas
leyes en la neurosis y en el sueño que en la vigilia; pero dos páginas después sostienen
que el sueño obedece a las mismas leyes elementales de la afectividad que la vida
consciente; los argumentos que citan en apoyo de esta última afirmación apenas son más
sólidos que aquellos mediante cuya ayuda el psicoanálisis mantiene la primera, teniendo
sin embargo cuidado en indicar múltiples diferencias que separan los modos de asociación
conscientes e inconscientes Ningún crítico deja de subrayar por otra parte que no pueden
situarse sobre el mismo plano los síntomas de la enfermedad psíquica y los fenómenos de
la vida psíquica normal; y sin embargo la patología general enseña que la “enfermedad” no
es más que «la vida en otras condiciones». No hay ninguna razón para que la.
psicopatología escape a esta ley de alcance general.
Hay que reconocer que este hecho es inverosímil y ha sorprendido incluso a quien lo ha
constatado. Sin embargo, la crítica no debería haberse limitado a constatar la
inverosimilitud, sino que debería haber intentado establecer la eventual exactitud de este
proceso por medio de investigaciones precisas, a pesar de su aparente inverosimilitud. Por
supuesto, es mucho más fácil dar una explicación falsa. Rechazar es permitir que la fuente
de un afecto permanezca inconsciente o se convierta en tal; para ello, el desplazamiento
del afecto sobre algo análogo pero insignificante es un buen método. Y es precisamente su
insignificancia, su inverosimilitud la que establece juegos de palabras, analogías lejanas,
etcétera, los mejores y más seguros puentes asociativos del rechazo. A pesar de toda su
delicadeza y su fragilidad, tales puentes cumplen perfectamente su función si consiguen
desviar la conciencia de aquello que debiera ser rechazado hacia algo inofensivo. Lo que
realizan no es, pues, “un giro forzado”; su trabajo se parece más bien al del guardagujas
que, sin gran esfuerzo, puede desviar por otro camino a la locomotora que llega con
excesiva velocidad.
El hecho de que los mismos críticos consideren este modo de encadenamiento de las ideas
«inesperado», «inverosímil» y hasta «imposible», muestra tan sólo que el proceso de
rechazo ha recurrido a puentes asociativos bien disimulados, difíciles de descubrir, pues
nadie sospecha de ellos ni piensa que existan.
Lo que los autores presentan bajo el título de «crítica del pansenxualismo» no es más que
una consecuencia directa del desprecio ya señalado respecto al papel que Freud atribuye a
la sexualidad en la vida psíquica. Sin embargo, dedican algunas palabras elogiosas al
desarrollo que hace Freud de la historia de la evolución de la sexualidad. Como tal elogio
es una excepción, lo citaremos in extenso. «La psicología psicoanalítica de la evolución
sexual nos parece muy interesante, en particular porque tiene el gran mérito científico de
explorar un universo totalmente desconocido, aunque algunos pasajes nos parecen
dictados por el deseo a priori del autor de hallar allí el origen de las psicopatías más bien
que por un afán legítimo de conocimiento. La psicología de las perversiones sexuales -a
pesar de algunas restricciones- nos parece bastante racional, se apoya sobre una extensa
experiencia y un pequeño número de hipótesis, en una palabra, es más ingeniosa y más
satisfactoria que muchas otras de las teorías en torno a las anomalías del impulso sexual.»
Por el contrario, Régis y Hesnard consideran totalmente hipotética la tesis freudiana según
la cual la neurosis es el negativo de la perversión. Sin embargo, si hicieran el análisis de
cualquier histeria de angustia con globus y náuseas, modificarían su opinión y reconocerían
indudablemente en estos síntomas manifestaciones negativas del impulso parcial erótico
oral. Por lo demás no se trata aquí de opiniones divergentes sino de contradicciones a nivel
de los hechos. Y éstos no pueden debatirse en la discusión, sino sólo en la experiencia.
Cuando pretenden los autores que algunos neuróticos sitúan instintivamente la sexualidad
en primer plano para motivar insuficiencias de otro orden, están copiando la teoría del
sentimiento de inferioridad mantenida por Adler. Las objeciones formuladas contra la teoría
del sentimiento de inferioridad -expuestas a menudo, por lo demás- mantienen aquí todo su
valor.
«Resulta imprudente admitir desde el punto de vista social que todos somos incestuosos u
homosexuales en potencia», declaran más adelante, y sólo se avienen en admitir que la
«ternura no es más que crueldad refrenada y la crueldad una ternura sin moral».
Naturalmente, ningún psicoanalista ha sostenido jamás esta última proposición; la crueldad
propiamente dicha no tiene nada que ver con el sentimiento de ternura ni con la moral.
Parece que el deseo de una estilización aforística eficaz ha prevalecido aquí sobre la
objetividad.
Ya se sabe que los casos poco claros no constituyen nunca un buen tema de discusión,
pero vienen muy bien a quien sólo busca la querella; por ejemplo, los casos en que
neurosis y perversión existen conjuntamente aportarían a los autores argumentos contra el
carácter opuesto de ambos estados. Efectivamente, la unidad del desarrollo psíquico nunca
es tan completa para que un mismo individuo no pueda presentar al mismo tiempo una
perversión positiva y otra negativa, evolucionando hacia la neurosis.
Una de las conclusiones finales de este capítulo muestra por lo demás claramente que los
autores son particularmente contrarios a la terminología del psicoanálisis. Las expresiones:
libido, sexualidad. etc. en su empleo actual deberían ser siempre reemplazadas por la
palabra «afecto». Para los autores una tal psicogénesis afectiva de las psiconeurosis,
tomada del psicoanálisis pero considerada en un sentido más amplio, «no es posible». Sin
embargo, representaría un sacrificio intelectual para el psicoanálisis admitir tal
generalización antes de que los hechos le obliguen a revisar su experiencia según la cual la
psiconeurosis tiene siempre una base sexual.
Luego los autores vuelven de nuevo -y esta vez de manera más precisa- a su presentación
del psicoanálisis como continuación del desarrollo de la psicología moderna anterior a
Freud, sobre todo la francesa. El propio Freud ha subrayado muchas veces con insistencia
la influencia que han ejercido sobre él Charcot, Bernheim y Janet. Por el contrario, las ideas
de Bergson. que los autores enfocan igualmente en el mismo contexto, sólo muestran con
el psicoanálisis un parecido parcial y limitado a ciertos detalles psicológicos. En el plano de
los principios, hay que constatar más bien una oposición entre ellos que la analogía
sostenida por los críticos. «Nos enorgullecería. y sería interesante para el fundador del
psicoanálisis, si pudiéramos concluir que su psicoanálisis es una tentativa más o menos
inconsciente de reagrupar en un sistema los resultados del análisis psicológico francés.»
Teniendo en cuenta las numerosas críticas y las escasas alabanzas que los autores
conceden al psicoanálisis. puede dudarse de que esta filiación enorgullezca realmente a los
sabios franceses. El psicoanálisis no puede admitir en ningún caso la exactitud de esta
clasificación. Pretende haber añadido hechos nuevos a la obra de los sabios franceses y no
haber proseguido su desarrollo sino a partir de la concepción nueva que representa. La
semilla originaria del psicoanálisis no tiene ninguna relación con la literatura francesa. No
fue Charcot y menos aún Janet, sino Breuer, quien dio el primer impulso para la edificación
de la nueva doctrina que, -además-, no interesó a Charcot ni fue comprendida por Janet. La
crítica del psicoanálisis desde el punto de vista médico comienza con el reproche hecho al
psicoanálisis de pretender someter toda la neuropsiquiatría, en un afán desmesurado de
conquista. Ayer sólo se trataba de la psiconeurosis, hoy se han añadido los cuadros clínicos
psiquiátricos como la demencia precoz, y es posible que mañana anuncie sus pretensiones
sobre la parálisis general.
Luego, los autores, en la critica que hacen de la nosología psicoanalítica, expresan sus
dudas sobre el fundamento de la relación que Freud establece entre neurosis actuales y
perturbaciones de la higiene sexual corporal; además estiman que la reconstrucción de la
psicogénesis de los estados psíquicos morbosos tal como es practicada por el psicoanálisis
es un me todo excesivamente subjetivo, aunque pueda ser justo; según ellos resulta
exagerado el pretender hallar un sentido oculto tras los contenidos psíquicos absurdos de
los psicóticos, etc. Para responder a todas estas objeciones habría que escribir un nuevo
libro o al menos ampliar desmesuradamente el marco ya extenso de esta discusión.
Además todas estas objeciones ya han sido hechas a menudo y en cada momento se han
refutado. Destacaremos por tanto aquí una sola: si los autores admiten que el psicoanálisis
puede acceder al contenido oculto de un síntoma psiconeurótico, es decir, que puede
reconocer en un «absurdo» aparente algo que posee sentido, que es descifrable, ¿por qué
se echan atrás cuando se trata de explicar la «ensalada verbal» del psicótico, es decir, otro
tipo, de absurdo? Parece que los autores establecen una diferencia fundamental entre
psiconeurosis y psicosis funcionales, mientras que la única diferencia reside en el
mecanismo y, en todo caso, en la accesibilidad al tratamiento. De hecho, las psiconeurosis
constituyen un capítulo aparte de la psiquiatría y deben ser evaluadas desde el mismo
ángulo que las demás psicosis. ¿Por qué razón un método de investigación psicológica que
se demuestra eficaz en las «psiconeurosis» no puede aplicarse a las psicosis?
La parte crítica introduce la exposición del método terapéutico analítico con las
consideraciones siguientes: “Suponiendo que un individuo sufre de un complejo rechazado,
¿no sería más indicado reducir el complejo al silencio mediante un refuerzo del rechazo, en
vez de sacarlo a la luz?” Según las palabras del mismo Freud, «el estado normal de los
complejos sexuales es el ser mantenidos en el inconsciente por las fuerzas morales y no el
de hacerse consciente». Los autores no podían suponer que Freud, discípulo de Bernheim,
ignoraba la eficacia de los métodos fundados sobre un refuerzo del rechazo (hipnosis,
sugestión). Freud no pone ninguna objeción al empleo eventual de tales terapéuticas.
Sostiene simplemente: 1) que tales métodos no son radicales porque no hacen sino
disimular el nudo patológico; 2) que en muchos pacientes -de hecho en la mayoría- se
muestran inoperantes. Precisamente la insatisfacción provocada por los resultados
obtenidos de esa forma fue la que empujó a Breuer y a Freud a crear el psicoanálisis. Y la
referencia a las «palabras de Freud» está absolutamente injustificada cuando pretenden
que, normalmente, los complejos sexuales deben ser rechazados. Pues su conocimiento
consciente es perfectamente compatible con la salud mental y el «rechazo» no es el único
medio para dominarlos ni es siempre el mejor.
Podemos concluir que la opinión desfavorable de los autores sobre la eficacia terapéutica
de la investigación psicoanalítica, formulada a partir de su experiencia personal, carece de
peso. Desearíamos responder a dos de sus objeciones teóricas. La primera es que el
efecto terapéutico del análisis podría obtenerse no por el método, sino tan sólo por la
transferencia (la actitud benévola hacia los pacientes). La prueba en contra nos la
proporciona, entre otras razones, el carácter absolutamente provisional de los logros
obtenidos en las casas de salud donde se atiende mucho a los pacientes, pero sin método.
Estos logros desaparecen en cuanto el sujeto se aleja del «medio transferencial». Pero un
análisis correcto (los autores se olvidan de insistir en ello) resuelve poco a poco la
transferencia, hace al paciente independiente del médico y le deja en posesión de un
control de sí mismo que le preserva de recaídas y le advierte a tiempo de cualquier peligro
de esta naturaleza.
La otra objeción teórica formulada por los autores es que se necesita habituar a los
neuróticos, y particularmente a los obsesos, a no ocuparse de sus síntomas morbosos, a
no hurgar en ellos. Sería de temer que el psicoanálisis, en lugar de curarlos, cultivara las
ideas obsesivas y delirantes. ¿Qué pensarían los autores de quien pretendiera prohibir al
cirujano el empleo del bisturí, pretextando que un instrumento cortante y puntiagudo podría
ser peligroso? Lo que ellos piden es del mismo orden. El cuchillo sólo es peligroso en
manos inexpertas: la tortura que se inflige al neurótico cuando no puede recurrir a un
médico experimentado es de la misma naturaleza. Por el contrario, «hurgar» en el
psiquismo del paciente se convierte en un instrumento terapéutico cuando una mano
experta dirige al paciente hacia el núcleo oculto de su mal. que nunca hubiera hallado
mediante sus rumias estériles.
Tras haber realizado nuestro camino a través de la parte crítica de la obra, un tanto
laboriosamente, podemos resumir nuestra impresión concluyendo que, en la medida que
los autores hallan inadmisibles tantos puntos fundamentales del psicoanálisis, la estima
elogiosa que testimonian a algunos detalles, que no deben su descubrimiento más que a
orientaciones y procedimientos rechazados por los autores, pierde prácticamente lodo su
valor. Nos hemos esforzada en destacar la oposición casi irreductible entre las
concepciones de los autores y las del psicoanálisis, pero hemos tenido que renunciar,
naturalmente, a la tentativa desesperada de reducir tales contradicciones mediante la
dialéctica. Hemos preferido centrar nuestra atención en los puntos en los que su oposición
se funda sobre una mala comprensión y sobre una interpretación abusiva del «pensamiento
freudiano».
Las inconsecuencias de las que los autores son culpables y en particular las diferencias
que existen entre la parte descriptiva y la parte crítica son tan enormes que ambas partes
parecen no ser la obra de una misma persona: al mismo tiempo debemos expresar nuestra
sospecha de que el autor de la parte crítica pueda ser Régis, siendo Hesnard quien realizó
la exposición inicial, y que la unificación de los puntos de vista ha fracasado precisamente
debido a la doble redacción.
Para disminuir el efecto negativo de la parte critica, hemos cedido a la tentación de hojear
de nuevo la primera parte del libro, la más conseguida, para gozar una vez más de la fina
comprensión de los autores, de su maestría dialéctica y de su bello estilo.
Próximo escrito
La era glacial de los peligros
Sandor Ferenczi / La era glacial de los peligros
Puede pensarse que, bajo un cierto ángulo, los acontecimientos más atroces y más
trágicos pueden aparecer como experiencias desmesuradas de psicología experimental,
una especie de «Naturexpenment» que el sabio no puede realizar en su despacho sino
todo a lo más en el laboratorio de su pensamiento. La guerra es una de estas experiencias
de laboratorio a escala cósmica. En tiempo de paz, un solo examen por el método complejo
de los sueños, de los síntomas neuróticos, de las creaciones artísticas, y de las religiones
diversas. permite demostrar (sin que por ello se admita fácilmente) que el psiquismo
humano presenta capas múltiples, que la cultura no es más que una vitrina hermosamente
decorada mientras que en el fondo de la tienda se amontonan mercancías más primitivas.
La guerra ha destrozado brutalmente esta máscara y nos ha mostrado al hombre en su
naturaleza profunda, verdadera, y en el fondo del hombre, al niño, al salvaje y al primitivo.
Nuestros contemporáneos, recientemente aún tan orgullosos y tan prestos a criticar,
consideran con la veneración sumisa que un niño atemorizado tiene por su padre a todos a
quienes atribuyen la fuerza, incluso la brutalidad, por poco que esperen de ellos alguna
protección. La naturalidad con que partimos para matar o acaso para hacernos matar no
difiere en nada de las manifestaciones instintivas de los pueblos primitivos. Los hombres se
reúnen para defenderse mejor contra el exterior mediante la unión de sus fuerzas; la
necesidad hace nacer la virtud: todo el mundo es bueno, dispuesto a todos los sacrificios,
humilde y temeroso de dios. De esta forma los desastres de la era glacial forjaron
antiguamente la primera sociedad familiar y religiosa, base de toda evolución ulterior. La
guerra nos ha arrojado simplemente en la era glacial o, más bien, ha descubierto las
profundas huellas dejadas por ésta en el universo psíquico de la humanidad.
Próximo escrito
Prólogo a la obra de Freud: «Sobre el sueño»
Sandor Ferenczi / Prólogo a la obra de Freud: «Sobre el sueño»
Freud merece el agradecimiento de los lectores interesados por el psicoanálisis por haber
emprendido él mismo, en dos pequeñas obras, la exposición breve y popularizada de sus
investigaciones sobre el sueño tan ricas precisamente en múltiples intereses. Presento aquí
la traducción húngara de una de ellas; expone los principales caminos y los principios
fundamentales para la interpretación de los sueños. La otra analiza de un modo agradable
el tema particular de los sueños inventados por los escritores y diseminados en las obras
de los auténticos poetas; muestra que obedecen a las mismas leyes que los sueños
espontáneos, claramente puestos en evidencia por el psicoanálisis.
Gracias a sus notables dotes literarias, exentas de esta superestimación propia de que
acabamos de hablar, Freud, a pesar de su cualidad de creador, ha podido realizar
magistralmente su labor de vulgarizador en estas dos obritas y en otros artículos más
cortos. Ignotus, un eminente crítico literario, partidario ferviente del psicoanálisis, coloca al
escritor Freud al lado de Gottfried Keller.
Próximo escrito
A propósito de «La representación de las personas desconocidas
y de los "lapsus linguae"» (Claparede)
Sandor Ferenczi / A propósito de «La representación de las personas
desconocidas y de los "lapsus linguae"» (Claparede)
A propósito de
«La representación de las
personas desconocidas y de los
"lapsus linguae"» (Claparede)
Tras el artículo de Kollarits, Claparède indica que en los individuos de audición coloreada el
tinte que acompaña la sonoridad verbal puede contribuir a la formación de la imagen que
uno se hace de un desconocido mediante la audición o la lectura de su nombre. En casos
de este tipo, cualquier explicación freudiana sería superflua según Claparède. (Sin duda,
diremos, pero la sinestesia y su «coloración» individual requieren la explicación freudiana.)
La hipótesis de que el testimonio pueda ser falseado por la audición coloreada del testigo
nos parece una indicación nueva e interesante.
La manera en que Claparède explica dos “lapsus linguae” que él mismo ha cometido revela
una ligereza desacostumbrada en este autor. Cierto día dijo “tintura de yodo” en lugar de
“tintura de opio”, y en otra ocasión “bismuto” en lugar de “magnesio”. Explicación: la tintura
de yodo y la tintura de opio son ambos líquidos marrones; el bismuto y el magnesio, polvos
blancos. “¿Debo suponer yo haber tenido el secreto deseo de constipar la paciente que
deseaba ser purgada?”, pregunta Claparède, a lo que él mismo responde negativamente.
No podemos nosotros darle una respuesta firme sino sólo constatar que eso fue lo primero
que le vino a la mente cuando quiso explicar su lapsus.
Próximo escrito
Inversión de los afectos en el sueño
Sandor Ferenczi / Inversión de los afectos en el sueño
Un señor de cierta edad fue despertado por la noche por su mujer porque reía -soñando-
tan fuerte y desmesuradamente que ella se alarmó. Más tarde el marido contó que había
tenido el siguiente sueño: «Estaba yo sentado en mi cama; un hombre al que conocía entró
en mi habitación; quise encender la luz pero no llegaba a darla, ensayé una y otra vez pero
sin resultado. Entonces mi mujer se levantó de la cama para ayudarme, pero tampoco ella
consiguió nada; como tenía vergüenza de estar en camisón ante ese señor, acabó por
renunciar y se acostó. Todo ello era tan cómico que fui presa de un formidable acceso de
risa. Mi mujer repetía sin cesar: «¿De qué te ríes, de qué le ríes?», pero yo seguí riéndome
hasta que me despertó.» A la mañana siguiente el soñador estaba terriblemente abatido, le
dolía la cabeza. «Ha sido la risa tan formidable que he tenido la que me ha agotado»,
decía.
Desde el punto de vista analítico, este sueño parece mucho menos gracioso. Este “señor
conocido” que había entrado, es en el pensamiento latente del sueño «la imagen de la
muerte, evocada la víspera con el nombre de “gran desconocido”». El anciano señor que
sufría arteriosclerosis habla tenido en la víspera motivos para pensar en la muerte. La risa
desenfrenada reemplazaba los lamentos y las quejas ante la idea de que iba a morir. Lo
que no conseguía encender era la luz de la vida. Este pensamiento triste puede hallarse
también en relación con una reciente tentativa de coito no coronado por el éxito en el que ni
siquiera la ayuda de su mujer en camisón le sirvió de nada; tuvo entonces conciencia de
que se hallaba en declive. El trabajo del sueño consiguió transformar el triste pensamiento
de la impotencia y de la muerte en una escena cómica, y las lamentaciones en risas.
Próximo escrito
Una variante del símbolo «calzado» para representar la vagina
Sandor Ferenczi / Una variante del símbolo «calzado» para representar la
vagina
Un paciente sueña que debe «buscar un zueco de caucho en el suelo sucio mientras que
sus hermanos y un grupo de personas, acompañados por sus mujeres, han partido delante
de él». (La escena se desarrolla al regreso de un viaje de placer o en una circunstancia
análoga.) El paciente no está aún casado mientras que su hermano pequeño lo está desde
hace tiempo. El paciente tiene relaciones con una mujer casada que no es demasiado
joven y que ha tenido que sufrir una intervención quirúrgica a consecuencia de una
peritonitis. El día anterior al sueño habían tenido una relación sexual insatisfactoria durante
la cual el paciente no había conseguido estar dispuesto en el momento preciso (como en el
sueño). La «suciedad» es una alusión a la vergüenza que tendría si el marido se enterara.
Por esta razón, el símbolo habitual del calzado se ha transformado en zueco manchado y
además extensible.
Próximo escrito
Dos tipos de neurosis de guerra (histeria)
Sandor Ferenczi / Dos tipos de neurosis de guerra (histeria)
Dos tipos de
neurosis de guerra (histeria)
La primera impresión que recibí al penetrar en la sala del hospital totalmente ocupada por
neuróticos de guerra fue una profunda sorpresa, que compartirán ustedes sin duda cuando
hayan echado un vistazo a este grupo de enfermos que se hallan ante ustedes, sentados,
en pie o acostados. Hay unos cincuenta pacientes que dan casi todos la impresión de estar
gravemente enfermos e incluso inválidos. Algunos son incapaces de desplazarse, en la
mayoría de ellos la mas minina tentativa de desplazamiento provoca un temblor tan violento
de rodillas y pies que mi voz difícilmente apaga el ruido de las suelas arrastrándose por el
suelo.
Como he dicho, en la mayoría de los casos son las piernas las que tiemblan, sin embargo
hay otros en que -como ustedes podrán constatar- el más mínimo intento de movimiento de
la musculatura va acompañado de temblores. La forma de tales temblores es la que causa
mayor extrañeza; da la impresión de ser una paresia espasmódica; sin embargo, las
diferentes combinaciones de temblores, de tensiones y de debilidad producen tipos de
movimientos muy particulares que sólo podrían reproducir el cinematógrafo. La mayoría de
los pacientes cuentan que cayeron enfermos a consecuencia de la explosión de un obús
muy cerca de ellos; una minoría explica su enfermedad por un enfriamiento brutal y violento
(inmersión en el agua helada, permanencia a la intemperie con vestidos empapados), los
restantes acuden a diversos accidentes o bien dicen que cayeron enfermos debido
exclusivamente al excesivo esfuerzo desarrollado en el campo de batalla. Las víctimas de
las explosiones de un obús hablan de un «soplo» que les ha trastornado, otras han
quedado sepultados en parte por las masas de tierras levantadas por la explosión.
La correspondencia que existe en gran número de enfermos entre los síntomas y las
causas patógenas podría justificar aquí la hipótesis de una afección orgánica del cerebro o
de la médula espinal. Yo mismo he tenido primeramente la impresión de que esta extraña
sintomatología, ignorada hasta ahora por la patología, podría provenir de alguna alteración
orgánica del sistema nervioso central; se trata de parálisis y de excitación centrales, que no
han podido ser observadas anteriormente debido a que los impactos sufridos por los
soldados durante esta guerra se desconocían en tiempo de paz. Me he aferrado durante
mucho tiempo a esta hipótesis, incluso cuando el examen de los casos individuales me
convenció de que no podían hallarse los síntomas que son sin embargo constantes en las
lesiones centrales orgánicas, en particular los signos de una lesión del haz piramidal (reflejo
rotular espasmódico, signo de Babinski, clonus del pie). Pero he debido admitir a
continuación que la ausencia de tales síntomas característicos y por otra parte el cuadro de
conjunto de cada caso individual, particularmente la presencia de perturbaciones de la
inervación inhabituales y extraordinariamente variadas, constituían sólidos argumentos
contra la tesis de la alteración orgánica, o incluso meramente «molecular» o
«microorgánica» del tejido nervioso.
Una anamnesia más precisa y las relaciones que aparecen entre los datos de anamnesia y
los diferentes síntomas nos permiten definir con certeza estos casos como «funcionales», o
más exactamente como psiconeurosis. Preguntemos por ejemplo a este hombre que
presenta una contractura del costado izquierdo de su cuerpo cómo ha caído enfermo; nos
dirá que un obús ha explotado a su izquierda y que la «onda» le ha herido en su costado
izquierdo Si la onda hubiera provocado verdaderamente una alteración orgánica en el
cerebro de este soldado, hubiera sido fundamentalmente el hemisferio izquierdo el afectado
(haciendo abstracción de la posibilidad de un contragolpe) y los síntomas deberían notarse
mucho más en el costado opuesto del cuerpo (el derecho); ahora bien, aquí el costado
derecho está perfectamente sano. Una hipótesis más verosímil parece ser que se trata de
un estado psicógeno, de la fijación traumática del bloqueo psíquico sobre un costado del
cuerpo, es decir, de histeria.
Esta hipótesis se transforma en certeza si ustedes estudian la anamnesia de los casos que
acaban de ser presentados. El soldado cuyo brazo derecho se halla contraído en ángulo
obtuso fue alcanzado por la explosión cuando avanzaba en posición de alerta. Ahora bien,
tal posición corresponde exactamente a la que reproduce la contractura. El que aprieta la
espalda contra su flanco y mantiene el codo fijo en ángulo agudo conserva también la
posición que tenía en el momento de la explosión: se hallaba tendido tratando de
parapetarse y por ello tenía los brazos apretados contra sus costados y el codo plegado en
ángulo agudo. En estos casos es imposible que la conmoción haya provocado la aparición
de focos centrales orgánicos. No puede concebirse que en tantos casos similares una
lesión cerebral ataque precisamente los centros correspondientes a los músculos que
funcionaban en el momento del traumatismo. Sería más verosímil la hipótesis de una
fijación de la inervación que prevalecía en .el momento de la conmoción (del sobresalto). El
soldado que tiene la mitad de su cuerpo contraído prolonga sin duda indefinidamente la
inervación de la mitad de su cuerpo mas amenazada, lo que podríamos interpretar corno un
reflejo de huida. Los otros dos conservan la posición del brazo que tenían inmediatamente
antes de la conmoción: la posición de avanzada y la del parapeto. En apoyo de esta idea
puedo citar un hecho muy conocido de la vida diaria, y otro menos conocido perteneciente
al campo del psicoanálisis. Es posible observar normalmente que cuando uno es invadido
por un repentino temor «los pies echan raíces» en la misma posición en que uno se
encuentra. y que la inervación que prevalece entonces en todo el cuerpo, los brazos, los
músculos del rostro, se prolonga también durante un cierto tiempo. Los actores conocen
bien este «medio de expresión» y lo utilizan con eficacia para representar el temor.
Sin embargo, existe una variedad de movimientos expresivos menos conocida en cuanto
tal. Sabemos por Breuer y Freud que la naturaleza de los fenómenos de excitación y de
parálisis histéricos consiste propiamente en la transformación duradera, en la conversión de
un afecto en una inervación física. El psicoanálisis puede referir todos estos casos de
«histeria de conversión» a una o más experiencias afectivas inconscientes y «olvidadas» en
sí mismas (o, diríamos hoy, rechazadas). pero que prestan su energía a determinados
procesos físicos asociados mentalmente a los acontecimientos que ocurren en el presente
como las losas sepulcrales del recuerdo sepultadas en las profundidades, inmóviles e
inalterables como un monumento. No tenemos aquí oportunidad de extendernos sobre las
condiciones que deben añadirse necesariamente al traumatismo psíquico descrito para que
se realice el cuadro sintomático de una histeria de conversión (constitución sexual); basta
con constatar que los casos de neurosis de guerra que les hemos presentado deben ser
considerados, sobre la base de datos de anamnesia, como histerias de conversión en el
sentido de Breuer y Freud. También aquí el traumatismo es la consecuencia de un afecto
repentino (el miedo) que no puede ser dominado por el psiquismo; las inervaciones que
prevalecen en el momento del traumatismo, que persisten en forma de síntomas morbosos,
indican que la moción afectiva, todavía no liquidada, permanece activa en la vida psíquica
inconsciente. Dicho de otro modo: estos pacientes aun no se han recuperado de su
espanto, aunque ni siquiera piensen conscientemente en lo que han vivido y se hallen de
forma ordinaria alegres y de buen humor como si su espíritu nunca hubiera sido torturado
por tan horribles recuerdos.
Espero que esta hipótesis provoque algunas objeciones por parte de ustedes. Me dirán que
en el momento crítico el paciente no estaba en disposición de observar tan precisamente la
situación real, que estos datos de anamnesia no son posiblemente más que intentos de
explicación a posteriori por parte del propio paciente y que nos hemos «dejado» influir por
los pacientes.
Puedo responder que es cierto que en el instante que precede a la conmoción el soldado
mantenía toda su conciencia; podía por tanto advertir la proximidad del peligro (esto lo
confirman muchas personas que no han enfermado a pesar de la proximidad de la
explosión). En el momento preciso de la conmoción ha podido perder el conocimiento y
más tarde ha podido desarrollarse en él una amnesia retroactiva; la huella mnésica de la
situación precedente a la conmoción se hallaba ya fijada y ha podido influenciar la
formación del síntoma en el inconsciente. Precisamente el temor a ser confundido por el
paciente y la desconfianza respecto a sus palabras son la causa de esta total ignorancia
que, hasta hace poco tiempo, reinaba en los ambientes médicos en todo lo concerniente a
la psicología de las neurosis. Sólo después de que Breuer, y sobre todo Freud, han
comenzado a escuchar a los neuróticos han podido acceder al mecanismo secreto de sus
síntomas. Incluso cuando los pacientes habían inventado de golpe los detalles de la
situación traumática, tal «invención» debía ser determinada por las huellas mnésicas del
acontecimiento real que se habían hecho inconscientes.
Sólo un análisis en toda regla podría decidir si en los casos que les hemos presentado aquí
hay o no, además del traumatismo, una complacencia somática cualquiera como factor
predisponente. Pero puede fácilmente imaginarse que en el momento de la conmoción es
precisamente la inervación activa la que desempeña el papel de «factor predisponente», de
«complacencia somática», y el que explica la fijación de la excitación afectiva (relegada al
inconsciente debido a su misma fuerza) a las partes del cuerpo inervadas. Tales
«desplazamientos de afectos» sobre una inervación corporal, indiferente pero accesible en
el momento crítico, son bien conocidos gracias al psicoanálisis de las histerias de
conversión.
Consideremos ahora el segundo grupo de enfermos, mucho más numeroso, que presentan
según pueden ustedes ver un temblor generalizado y perturbaciones en la marcha.
También aquí, para comprender este cuadro clínico, hay que partir del síntoma principal: la
perturbación de la marcha. Observen, por ejemplo a este paciente tranquilamente
acostado: en cuanto trata de levantarse, sus miembros inferiores comienzan a temblar,
primero al nivel de las articulaciones del tobillo y de la rodilla, luego el temblor se intensifica
progresivamente, su amplitud aumenta hasta que finalmente el equilibrio estático del
cuerpo queda comprometido hasta el punto de que el enfermo cae si no se le sostiene; en
cuanto se sienta o se acuesta, el temblor cesa espontáneamente. (Insisto una vez más
sobre la ausencia total de todo síntoma orgánico.) Este otro enfermo puede caminar
apoyándose en dos bastones, pero su avance es inseguro y cuando adelanta su pierna
derecha oímos un doble ruido: su talón derecho golpea el suelo dos veces a cada paso
antes de que el enfermo apoye sobre él todo su peso. La marcha de este tercero es lenta y
rígida, como la de un tabético; el cuarto que se halla junto a él con apariencia atáxica, y sin
embargo recostado, carece de cualquier huella de ataxia verdadera y menos aún tiene
afectada la médula espinal. Lo que mejor definiría la marcha de ambos enfermos «es el
paso de desfile»: levantan la pierna sin doblar la rodilla y luego la dejan caer con ruido. El
caso más grave es el de este enfermo que al realizar sus tentativas de marcha pasa del
temblor inintencional al espasmo generalizado de toda la musculatura, y su paroxismo va
acompañado de perturbaciones de la conciencia.
Este último síntoma nos incita a prestar más atención a los fenómenos que acompañan la
perturbación de la marcha. En todos estos enfermos sin excepción, cuando intentan
caminar o ponerse en pie sin apoyo, aparecen palpitaciones intensas y una aceleración del
pulso; la mayoría transpiran con abundancia, principalmente en la región axilar, pero
también por la frente; tienen una expresión angustiosa. Si les observamos más
atentamente, apreciamos, además de los problemas de la marcha, la existencia de otros
síntomas constantes: hiperestesia de la mayor parte de los órganos sensoriales, muy a
menudo de la sensibilidad auditiva, y también de la visual. La hiperacusia y la fotofobia
hacen a estos enfermos muy pusilánimes; la mayoría se quejan de un sueño muy ligero,
perturbado por pesadillas angustiosas y terribles. En general, estos sueños repiten las
situaciones trágicas vividas en el frente. Además, casi todos se lamentan de una inhibición
total o de una fuerte disminución de su libido y de su potencia sexual.
Antes de decidimos por una clasificación nosográfica de este síndrome, debemos estudiar
con gran atención la anamnesis, como en los casos «monosintomáticos». La mayoría de
los pacientes afirman haber sido afectados por la onda de un obús; algunos han sido
sepultados por la tierra. Han perdido el conocimiento, se han quedado totalmente
«paralizados» durante varios días, incluso varias semanas; algunos durante un par de
meses. El temblor ha aparecido desde las primeras tentativas de marcha, mientras que en
la cama habían recuperado desde hacía tiempo su facultad de movimiento y aparentemente
no presentaban ningún síntoma de parálisis. En algunos casos el soldado ha continuado
prestando servicio tras la conmoción y sólo más tarde, con ocasión de un temor
insignificante, puramente psíquico, ha caído enfermo. Por ejemplo, este voluntario formó
parte de una patrulla de reconocimiento la noche siguiente a la conmoción; durante el
camino tropezó en un hoyo, tuvo miedo. y a partir de entonces se declaró la enfermedad.
La «suma de los factores patógenos» es más llamativa aún en estos casos tan frecuentes
en que, según la anamnesia, no es la explosión, sino otros sucesos terroríficos o bien
únicamente la suma de los esfuerzos y de las privaciones sobrehumanas y la tensión
ansiosa permanente, inherentes a la guerra, los que aparecen como causa de la
enfermedad. Según los datos proporcionados por la anamnesia, se hallan casi con la
misma frecuencia las conmociones por la explosión, los enfriamientos repentinos, repetidos
o insoportables por su duración (caída en el agua helada, particularmente en el invierno al
atravesar un río; lluvia o nieve al acampar a la intemperie). Doce soldados de un mismo
regimiento llegaron en un mismo día a nuestro hospital con el síndrome de incapacidad de
marcha que hemos descrito; todos habían enfermado en idéntica circunstancia, al atravesar
un río, tras varios días de marcha bajo la nieve y la lluvia. También en ellos un «período de
parálisis» ha precedido al estado actual; pero ha desaparecido rápidamente para ceder su
lugar a la primera tentativa de marcha, al síndrome actual.
Es inútil repetir que también aquí he buscado cuidadosamente, pero sin éxito, la existencia
eventual de síntomas orgánicos.
Por lo que se refiere a los casos de enfriamiento, es frecuente escuchar que el estado del
enfermo se hallaba en vía de mejoría espontánea cuando se comenzó a tratar los
sedicentes «reumatismos» mediante baños calientes o cuando se les envió para realizar
una cura termal a un balneario (Trencsén-Teplicz, Pöstyén) donde sufrieron una recaída.
Dicho esto, creo que queda justificado el considerar todas las neurosis de guerra como
histerias de angustia e interpretar los problemas de la motilidad como una manifestación de
fobias que tienen por objeto impedir la aparición de la angustia. La mayoría de los casos
aquí presentados podrían por tanto ser designados con el nombre de “astasia-abasia
histérica”; en cuanto a los casos particulares en los que, como ustedes han visto, la
posición sedente es también imposible, les convendría el nombre de “anhedria histérica”.
Tratemos ahora de representarnos cómo han podido producir estos cuadros clínicos los
choques descubiertos por la anamnesia. Sólo podremos conseguirlo de manera imperfecta
porque, como hemos dicho, no estamos en disposición de efectuar psicoanálisis en toda
regla. Pero el contacto cotidiano con los pacientes y el breve interrogatorio psicoanalítico de
algunos de ellos me han proporcionado algunos elementos que permiten responder
provisionalmente a este problema.
Las condiciones que pueden conducir, como acabamos de decir, a la aparición de una
histeria de angustia acompañada de fobias se manifiestan claramente en ambos casos. Los
dos pacientes se estimaban en mucho, posiblemente se sobrestimaban. El enfrentamiento
a una potencia superior, la onda expansiva de un obús. que les ha arrojado a tierra como
muñecos de paja, ha quebrantado seriamente la confianza que tenían en sí mismos. Este
choque psíquico ha podido entrañar perfectamente una regresión neurótica, es decir. el
retorno a un estadío superado desde hacía tiempo (sobre los planos onto y filogenético).
(Esta regresión nunca falta en la sintomatología de las neurosis, porque las fases
totalmente superadas en apariencia no pierden nunca por completo su poder de atracción y
se manifiestan siempre en cuanto surge una ocasión propicia.) Parece que el estadío al que
ambos neuróticos han regresado es el estadío infantil del primer año en el que aún no se
sabe mantenerse en píe y caminar correctamente. Sabemos que existe en la filogénesis un
prototipo de este estadío, pues la marcha vertical no es más que una conquista bastante
tardía de nuestros antepasados mamíferos.
No todos los neuróticos de guerra presentan necesariamente un amor propio tan excesivo.
Un traumatismo suficientemente grande puede quebrantar la confianza en sí de un hombre
normal y despertar en él una angustia tan intensa que incluso la tentativa de sentarse, de
levantarse o de caminar vaya acompañada -como en el niño que aprende a hablar- de un
sentimiento de angustia. La ingenua exclamación de una enfermera en la visita de la
mañana confirma mi concepción: «Doctor, me dijo, este hombre camina como un niño que
esté aprendiendo a andar». Al lado de este rasgo regresivo que condena a los enfermos al
lecho y dificulta su movilidad, la función secundaria de la neurosis está también presente.
Fácilmente puede comprenderse que la perspectiva de regresar rápidamente al frente una
vez sanado, al mismo lugar donde tan mal lo han pasado la primera vez, asuste a estos
enfermos y retarde su curación, más o menos inconscientemente.
Examinemos ahora algunos de los síntomas que acabamos de describir. El más llamativo
es sin duda el temblor que domina el cuadro clínico en la mayoría de los casos. Las
perturbaciones de la marcha que acabamos de estudiar son casi siempre consecuencia de
un clonus de los miembros inferiores. El síntoma del temblor presenta igualmente este
carácter regresivo imposible de ignorar. Un miembro susceptible de recibir diferentes
inervaciones y que dispone de una coordinación motriz compleja se transforma en estos
neuróticos en un apéndice corporal sacudido por inútiles temblores al menor intento de
movimiento. El modelo ontogenético de esta forma de reacción se halla en la primera
infancia y el modelo filogenético en la lejana serie de los antepasados animales, cuando el
ser vivo reaccionaba a las excitaciones no mediante la modificación del medio exterior
(huida, aproximación), sino mediante una transformación de su propio cuerpo. Creo, pues,
que este temblor «neurótico» procede de una perturbación de la inervación idéntica a la
que conocemos en la vida ordinaria: se trata de un temblor angustioso, o más bien
originado por el miedo. Toda inervación muscular puede ser frenada o impedida por la
inervación inhibidora de los antagonistas. Cuando los músculos antagonistas y agonistas
son inervados simultáneamente se produce una rigidez espasmódica; cuando su inervación
se alterna rítmicamente resulta un temblor del miembro inervado. Nuestros casos
reproducen todas las combinaciones posibles de espasmos y de temblores. De este modo
aparece esa perturbación específica de la marcha que consiste en una imposibilidad total
en desplazarse a pesar de cualquier esfuerzo y que la impresión «patalear sobre el
terreno» caracteriza perfectamente. Esta perturbación de la coordinación se convierte al
mismo tiempo en un dispositivo de defensa que impide al enfermo revivir la angustia.
Señalemos aquí que en las astasias y abasias habituales de nuestra práctica en tiempo de
paz esta combinación de la perturbación de la marcha y del temblor no se da en la mayoría
de los casos. Los estados topofóbicos son entonces provocados únicamente por la
debilidad, las sensaciones de vértigo, etc.
Otro síntoma notable y constante de las neurosis de guerra es la hiperestesia más o menos
intensa de todos los sentidos: la fotofobia, la hiperacusia y la angustia unida al contacto
pasivo. Este último síntoma no se atribuye generalmente a la hiperestesia cutánea; la
sensibilidad cutánea puede estar disminuida o incluso haber sido suprimida; se trata aquí
de una simple exageración de la reacción de defensa contra el contacto. Intentaremos
explicar este síntoma mediante la hipótesis de Freud siguiente: cuando una persona se
halla preparada para un choque, para un peligro inminente, el bloqueo de la atención
movilizada durante la espera es capaz de localizar la excitación producida por el choque y
puede impedir la aparición de efectos a distancia como los que observamos en las neurosis
traumáticas. La otra posibilidad de localización de los efectos del choque es, según Freud,
una lesión grave y real del cuerpo en el momento del traumatismo, que corresponde al
choque psíquico. En los casos de histeria de angustia que pueden ustedes ver aquí no hay
nada parecido; ha existido un choque brutal, la mayoría de las veces inesperado, sin lesión
orgánica grave. Incluso en los casos en que se ha advertido la proximidad del peligro, la
atención movilizada durante la espera no ha sido proporcional a la intensidad real de la
excitación producida por el choque y no ha podido impedir que la excitación derivara por
vías anormales. Por lo demás, es probable que la conciencia excluya inmediatamente estas
excitaciones demasiado intensas. Podemos suponer que tras el traumatismo se produce un
cierto desequilibrio entre la conciencia más o menos afectada por el choque y las restantes
porciones del aparato neuro-psíquico. El ajuste no puede conseguirse más que si la
conciencia toma parte en las excitaciones desagradables; éste es precisamente el papel de
un cierto dispositivo “traumatófilo”: la hiperestesia de los órganos de los sentidos que
transmiten a la conciencia, progresivamente y en pequeñas dosis, la cantidad de espera
angustiosa y de choque que el paciente había intentado ahorrarse en el momento de este.
Según la concepción de Freud, debemos, pues, considerar que los pequeños traumatismos
de repetición, el sobresalto al menor ruido o ante la luz súbita, son una tendencia a la
curación, un intento del organismo por restablecer el equilibrio perturbado del reparto de la
tensión.
Freud explica de la misma manera las pesadillas de los neuróticos traumáticos que reviven
constantemente en el sueño el accidente que sufrieron con anterioridad. Aquí el psiquismo
no cuenta con ninguna excitación externa para reaccionar de forma excesiva, pero él
mismo crea la representación adecuada para atemorizarse. También este síntoma penoso
indica una tendencia a la curación.
Es posible explicar algunos resultados que los neurólogos han obtenido en el tratamiento
de los neuróticos de guerra con corrientes eléctricas dolorosas, entre otras razones por el
hecho de que tales dolores satisfacen la traumalofilia inconsciente de los pacientes
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Formaciones compuestas de razgos eróticos y de razgos de carácter
Sandor Ferenczi / Formaciones compuestas de razgos eróticos y de razgos de
carácter
Formaciones compuestas de
razgos eróticos y de razgos de carácter
Podemos observar en toda una serie de casos que determinados rasgos de carácter
vuelven fácilmente a un estadío anterior del desarrollo erótico en el que son de hecho los
productos de la sublimación; de esta forma se crean las formaciones compuestas de
rasgos eróticos y de rasgos de carácter:
Las mujeres que sufren una «psicosis doméstica» dan libre curso a su pasión incoercible
de limpieza preferentemente en los lugares de aseo (combinación de la limpieza -rasgo de
carácter anal- y de la coprofilia -erotismo anal-).
En muchos casos he constatado la existencia de una avaricia intensa, pero que sólo se
refiere a unos gastos especiales, como el lavado de ropa o el papel higiénico. Muchas
personas, que por lo demás aparentan llevar una vida fácil, dan muestras de una
sorprendente parsimonia cuando se trata de cambiar de ropa y se resisten a comprar papel
higiénico para su uso. (Avaricia -carácter anal- + suciedad -erotismo anal-.)
La obstinación es un rasgo de carácter anal típico. Un medio muy popular para expresar la
obstinación consiste en desnudarse las nalgas invitando a actividades coprófilas. Es el
erotismo anal primitivo el que se manifiesta en este modo de expresión
Un señor que recuerda todavía bien la debilidad infantil de su vejiga, se ha convertido más
tarde en un celoso bombero voluntario, hecho que, tras lo que acabamos de decir, no nos
extraña demasiado. Si la extinción de incendios es ya una formación compuesta del
carácter erostrático y del erotismo uretral, la persistencia de las tendencias uretrales se
manifiesta más claramente aún en la elección de su profesión. Este sujeto se ha hecho
médico y ha elegido como especialidad la urología, lo que le permite interesarse
asiduamente por la evacuación de la vejiga... de los demás.
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El silencio es oro
Sandor Ferenczi / El silencio es oro
El silencio es oro
A esta sazón, acometió al paciente una risa incoercible y me contó que por lo general sufría
constipación, pero que aquel día excepcionalmente, su deposición había sido muy
abundante. La circunstancia que originaba tal locuacidad y tal prodigalidad era la liberación
inesperada de una obligación exterior: había conseguido evitar un viaje fatigoso que le
hubiera resultado muy desagradable.
Otro paciente (histérico) presentaba, entre otros, dos síntomas que aparecían siempre
simultáneamente: espasmo de las cuerdas vocales y espasmo del esfínter anal (tenesma).
Cuando estaba de buen humor, hablaba con voz fuerte y clara, y hacía deposiciones
abundantes y «satisfactorias». Cuando estaba deprimido (en particular con ocasión de
alguna insuficiencia) o cuando tenía algún problema con gente mayor o superiores suyos, la
afonía y el espasmo esfinteriano aparecían simultáneamente.
(Entre otras cosas, el análisis ha revelado que el paciente pertenecía a esa categoría tan
numerosa de individuos que retienen inconscientemente sus heces porque esperan de esta
forma ser «fortificados» en los planos físico y psíquico, mientras que temen ser
«debilitados» por la evacuación. Según mi experiencia, la relación asociativa entre «fuerza»
y «retención» se remonta a sucesos de la infancia en los que los pacientes fueron
«demasiado débiles» para retener sus heces. Esta tendencia a la retención se amplía en
consecuencia a la esfera psíquica y conduce a estos sujetos a contener del mismo modo
cualquier «efusión sentimental»; una explosión de los sentimientos que no han podido
reprimir provoca en ellos la misma sensación de vergüenza que la incontinencia anal
anterior.)
Freud me ha enseñado que existen ciertas relaciones entre la palabra y el erotismo anal:
me ha contado el caso de un tartamudo en el que todas las particularidades de elocución
podían atribuirse a fantasías eróticas anales. Del mismo modo, Jones señala muchas veces
en sus trabajos la hipótesis de un desplazamiento de la libido de la región anal a la fonética.
En un trabajo mío anterior sobre las palabras obscenas he indicado las relaciones que
existen entre la vocalización y el erotismo anal.
Creo que ambos casos deberían publicarse, pues confirman la hipótesis según la cual la
vocalización y la elocución, así como el erotismo anal se hallan estrechamente ligados, no
sólo de forma ocasional y excepcional, sino sistemáticamente. El proverbio «el silencio es
oro» podría muy bien representar la confirmación de esta hipótesis por la psicología
popular.
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Ostwald, sobre el psicoanálisis
Sandor Ferenczi / Ostwald, sobre el psicoanálisis
Según este artículo crítico, el psicoanálisis pretende que «las enfermedades nerviosas
tienen generalmente como origen... graves choques psicológicos sufridos anteriormente por
el paciente que éste no tiene posibilidad de anular». El método terapéutico de las neurosis
según Freud consistiría, en consecuencia, en descubrir las heridas sufridas anteriormente y
en liquidarlas haciéndolas retornar a la conciencia y aniquilándolas.
Sin embargo, las cosas cuya ausencia el crítico deplora en la psicología individual, puede
hallarlas perfectamente en el psicoanálisis de Freud que se define por esta Ley. Pues tras
muchos años la investigación psicoanalítica progresa bajo el signo de la genial ley de la
naturaleza de Haeckel y debido a que se ha tenido en cuenta el paralelismo onto y
filogenético desde un punto de vista profundo sobre la vida psíquica del niño y de los
enfermos mentales. Remito al crítico a los últimos años del «Jahrbuch für Psychoanalyse»
(Deuticke, Viena y Leipzig) y en particular a «Tótem y tabú» de Freud.
El psicólogo está obligado a señalar en esta ocasión -no sin lamentarlo- el mal trato dado a
su disciplina, y más cuando se trata de una revista tan imparcial como los «Annales» de
Ostwald. Nunca ha ocurrido que los «Annales» hayan juzgado la obra de un químico
eminente estudiando tan sólo sus primeros trabajos, sin preocuparse de su evolución
ulterior. Es aún menos probable que el crítico haya aconsejado al químico en cuestión que
se interese por la orientación de la química... de la que precisamente se viene ocupando
desde hace muchos años.
Próximo escrito
Polución sin sueño orgásmico y orgasmo en el sueño sin polución
Sandor Ferenczi / Polución sin sueño orgásmico y orgasmo en el sueño sin
polución
A menudo cuentan los pacientes que han tenido una polución durante su sueño sin que el
contenido onírico que lo acompañaba tuviera un carácter sensual, o manifestara cualquier
tipo de relación con el ámbito sexual. El análisis puede a veces volver a hallar el hilo que
lleva del contenido onírico consciente inofensivo a la fantasía sexual consciente que explica
la polución. En cualquier caso, cuando el desplazamiento de la cuestión propiamente dicha
puede mantenerse hasta el último momento del proceso de satisfacción orgánica, ello
prueba una gran aptitud para el rechazo. Es naturalmente mucho más frecuente que el
sueño -como de costumbre- comience disimulando y deformando la fantasía para no
desvelar abiertamente el proceso sexual o genital ante la conciencia del que sueña más
que en el momento del orgasmo.
Existe sin embargo una forma típica de los sueños de polución sin orgasmo que pude
estudiar casi diariamente en un joven durante bastante tiempo. Cada noche tenía una
polución pero nunca estaba ligada a un contenido onírico sensual. Se trataba de sueños de
ocupación que terminaban en una polución; éstos confirman la tesis de Tausk, quien afirma
que la compulsión patológica a estar ocupado representa una actividad sexual disimulada.
Este joven soñaba por ejemplo en un descubrimiento mecánico complicado (quería ser
mecánico); se trataba de un automóvil volador que reuniría todas las ventajas del avión y
del automóvil. El trabajo se iniciaba con dificultades, existían muchos obstáculos, y cuando
por último ponía en marcha la máquina terminada, se despertaba con una polución. Otras
veces, soñaba en un problema difícil de matemáticas cuya solución coincidía con una
polución, etc.
Como sabía por Freud que las poluciones corresponden en general a las actividades
masturbatorias nocturnas, o al menos a fantasías de masturbación, rebusqué
cuidadosamente todas las informaciones relativas al onanismo en la historia del paciente y
supe que tuvo que luchar duramente para combatirlo. Su madre pertenecía a esa categoría
de personas aparentemente indiferentes (pero muy sensuales en su inconsciente) que
rehúsan ver los signos de madurez en su hijo para preservar durante más tiempo su
intimidad física con él. Para combatir las fantasías que en su caso eran claramente
incestuosas, el joven sólo tenía que transponer toda su sexualidad a otro lenguaje, lo más
anodino posible. Es lo que hizo conscientemente en la época en que volvió a masturbarse.
“Se masturbaba sin fantasías” Una vez que había conseguido reprimir el onanismo en
estado de vigilia, éste reaparecía por la noche en forma de polución de ocupación.
La analogía con las ideas obsesivas y los actos compulsivos no puede escapar aquí a la
atención del psicoanalista. El onanismo es también una especie de acto compulsivo cuyo
verdadero significado quedará oculto por pensamientos absurdos o insensatos en una
situación determinada.
Un análisis más profundo del paciente que recitaba el alfabeto hebreo al masturbarse (y
que, durante cierto tiempo, acompañó su onanismo con oraciones hebraicas) mostró que
se trataba de una fantasía masturbatoria incestuosa inconsciente cuyo contenido prohibido
se hallaba en realidad exorcizado por la recitación de las oraciones santas o de su
equivalente: el alfabeto hebreo.
Un tercer grupo de los sueños no orgásmicos sólo puede explicarse, según parece,
mediante la noción de sinestesia. Se nos habla de poluciones nocturnas con orgasmo en
las que los fenómenos psíquicos concomitantes se limitan a la representación de paisajes
maravillosos vistos, por ejemplo desde la ventana de un vagón de ferrocarril, o a la visión
de colores vivos, llamas, etc. Una señora me refirió un ejemplo característico de los sueños
de este tipo: tras una larga serie de apariciones coloreadas de armoniosa belleza, vio de
repente un paisaje japonés en el momento en que iba a ocurrir una erupción volcánica con
gran despliegue de luz y color, y en aquel mismo momento se produjo una erupción real en
su propia esfera genital, es decir, un orgasmo. En tales casos parece como si la gama
completa de las sensaciones genitales hubiera sido transpuesta al terreno visual estético.
Las combinaciones análogas entre estimulaciones simultáneas con motivos sensoriales
heterogéneos son conocidas bajo el nombre de «sinestesias» (audición coloreada, olfativa.
etc.).
Pero sabemos por el psicoanálisis que las sensaciones ópticas por sí mismas no carecen
de resonancias eróticas y que la escoptofilia puede jugar un papel importante -incluso
exclusivo en algunos casos patológicos- en la excitación sexual. Si encima se añade que
los «paisajes» en el sueño representan casi siempre una geografía sexual (Freud), pueden
interpretarse este tipo de sueños simplemente como deformaciones de voyerismo, donde
las imágenes sexuales son reemplazadas por símbolos visuales. Así, pues, en lugar de
introducir la noción de “sinestesia” para explicar estos fenómenos, deberemos por el
contrario utilizar estas observaciones para explicar el fenómeno particular de la sinestesia.
Como lo muestra esta serie de ejemplos, no son raros los sueños de polución sin contenido
claramente sexual, Rank ha aventurado la hipótesis de que todos los sueños, incluso
aquellos que en apariencia no son sensuales, acercan a un determinado nivel de
elaboración la satisfacción del deseo orgásmico. Mucho más raros son aún los sueños de
coito manifiesto con orgasmo completo, sin el fenómeno fisiológico correspondiente, la
polución.
Sólo una vez tuve ocasión de estudiar de cerca un sueño de este tipo, de forma que voy a
contarlo como el enfermo me lo refirió. Primer cuadro: «Un niño se ha ensuciado en su
cama; un hombre grande, de amplias espaldas, mira por la ventana, desviando
deliberadamente su mirada de la cama y del niño que hay en ella, como si tuviera
vergüenza.» Segundo cuadro: «Estoy en la cama con una amiga mía, y tengo con ella una
relación totalmente satisfactoria; creo que he tenido con ella dos relaciones, una normal, y
la otra per anum.» Como un oscuro acompañamiento a este fragmento del sueño, me
acuerdo aún confusamente de las siguientes cosas: es como si «un amigo, al que estimo
mucho y al que me hallo asociado en un negocio, estuviera en la habitación contigua y
enviara a su hijo con un recado a la habitación donde tiene lugar la escena del coito.
Naturalmente tengo vergüenza en aparecer así, pero el niño no parece asustarse. El padre
del niño no parece saber nada de estas relaciones sexuales.» Me despierto sin ninguna
huella de polución.
He aquí los antecedentes de este sueño: el paciente sufre entre otras cosas de una
constipación tenaz y tiene la costumbre de favorecer la evacuación natural con irrigaciones
La tarde anterior al sueño el efecto fue tan rápido que no tuvo tiempo de llegar al aseo y la
evacuación tuvo que hacerla en su habitación. A consecuencia de ello le resultó muy
desagradable llamar a la sirvienta y, tras haberle explicado lo que había ocurrido, le pidió
que le trajera un orinal.
Sabiendo esto, no resulta difícil explicar la primera parte del sueño. El niño que se ha
conducido de forma tan inconveniente no puede ser, teniendo en cuenta los sucesos de la
víspera, más que el propio soñador. La vergüenza representada por la actitud del hombre
es el sentimiento experimentado por el propio soñador, que se prolonga en su sueño. Se
trata, pues, de una «disociación» de la persona sin duda al servicio de tendencias que
tratan del cumplimiento de los deseos. No es él (el adulto), sino el niño quien ha obrado de
forma tan inconveniente, dice el sueño, mientras que el pensamiento latente del sueño
sería: tengo vergüenza de haberme comportado como un niño.
Sólo la segunda parte del sueño se relaciona con nuestro tema; nos encontramos en ella
con un sueño de coito sin polución. Si la consideramos de cerca, llegamos a la conclusión
de que esta parte del sueño expresa -como ocurre a menudo- el mismo pensamiento
onírico que la primera parte, pero con la ayuda de otro material; podríamos decir como
hace Rank: con un material que proviene de un nivel superior de la vida psíquica. La
evacuación anal prohibida de la víspera se convierte aquí en eyaculación genital -sin duda
una deformación que satisface un deseo-, porque no se trata de tener vergüenza de tal
evacuación, al contrario, esto es signo de que ya no se es “un niño”, sobre todo si se es
capaz de efectuar el acto dos veces consecutivas. Sin embargo, en esta parte del sueño se
ha introducido algún elemento anal a partir de los pensamientos oníricos latentes y es sin
duda por esta razón por lo que el acto se realiza una vez per anum. Añadido posteriormente
con un material enteramente diferente, el sentimiento de vergüenza y el niño mencionados
en la primera parte del sueño reaparecen ahora. La vergüenza de no haber realizado aun el
proyecto elaborado en común con su asociado; otro sentimiento negativo, también actual,
debido a sus relaciones con una mujer que ya no es joven (cuando podría haberse casado
con la hija de este amigo tan estimado); todos estos pensamientos, en sí mismos
desagradables, parecen corresponder a deformaciones destinadas a la realización de los
deseos que surgen del impulso más prohibido: el erotismo anal. Este fragmento del sueño
promueve la desdicha anal a nivel de la genitalidad y el amor objetal al apoyarse sobre la
identidad simbólica de todas las excreciones orgánicas (heces, liquido seminal).
¿Qué ayuda ofrece el análisis de este sueño para comprensión de los sueños de coito sin
polución? A mí parecer la siguiente: no se trata en este sueño de apaciguar el deseo por la
amada, sino más bien de disimular el pensamiento desagradable, perturbador incluso del
descanso, de que el accidente vergonzoso de la víspera llegue a conocerse. Aunque el
material de esta deformación se hubiera tomado de la esfera genital, no dispondría de la
fuerza impulsiva que puede desencadenar el mecanismo genital orgánico cuando el deseo
por la mujer es muy ardiente.
La interpretación del segundo fragmento del sueño posee un modelo bien conocido. Se
recordará el sueño interpretado por Freud, en el que una dama que acaba de perder a un
joven primo sueña con la muerte del otro, el que queda, al que amaba tiernamente. La
soñadora había rehusado admitir que tal sueño expresara una realización de deseo y sólo
durante el análisis recordó que en el entierro del primer primo había visto por última vez al
hombre que amaba; la muerte del otro primo no significa, pues, una satisfacción en sí, sino
la esperanza de una ocasión de obtener otra satisfacción (volver a ver a este hombre).
En conclusión: podemos decir que en el caso de polución sin sueño sensual el deseo
inconsciente es suficientemente intenso para desencadenar el proceso genital, pero
demasiado débil para quebrar la censura rigurosa que separa al inconsciente del
preconsciente. Por el contrario, en el caso del sueño orgásmico sin polución, el deseo
sexual inconsciente es demasiado débil para provocar una polución y su único objetivo es el
de reemplazar un pensamiento intolerable para el preconsciente. En estos casos las
puertas de la censura están abiertas de par en par al deseo sexual que -a pesar de su
debilidad- se convierte por esta misma razón en plenamente consciente. En efecto, sólo un
deseo inconsciente poderoso puede acceder a los procesos corporales, mientras que los
deseos preconscientes desencadenan únicamente procesos psíquicos.
Próximo escrito
Sueños de los no iniciados
«Imaginaos lo que he soñado esta noche», dice a su vecina una dama que vivía en la
pensión con su hija: «He soñado esta última noche que me robaban a mi hija; durante
nuestro paseo por el bosque han llegado unos hombres junto a nosotras y se han llevado a
mi hija por la fuerza. Era horrible» Por mi parte no considero a este sueño horrible y pienso
que esta dama hubiera deseado desembarazarse de su hija, que había pasado ya la edad
de casarse. La confirmación no tardó. Al día siguiente oí a la señora lamentarse de que la
estación anterior había sido más agradable porque había un grupo de jóvenes, mientras
que ahora su hija carecía de compañía, y no había más que señores mayores... Un día
después anunció su intención de partir en fecha próxima, lo que en efecto realizaron.
Un colega que descansaba en el mismo lugar me dijo una mañana: «Esta noche he soñado
contigo, luchabas con un granuja en un canal y pretendía hundirte la cabeza en el agua. Yo
corría a buscar a la policía.» No pude impedir el preguntarle: «¿Qué te he hecho para que
me quieras tan poco?» «¡Nada en absoluto!. Me hallaba ciertamente molesto esta noche
cuando soñé esto, porque tenía violentos cólicos.» «Puede que este hecho haya
intervenido en la formación del sueño, respondí; el canal en el que debía ahogarme hace
alusión a tu tubo digestivo que, en el sueño, me hacia sufrir a mi y no a ti. Te repito que
quieres perjudicarme por alguna razón.» «¿Eres capaz de pensar que quería ahogarte
porque ayer me rehusaste un pequeño favor? ¡No lo puedo creer!» -Pero yo me veía
obligado a creer que tal sueño era fruto de una fantasía de venganza.
«¿Qué querrá significar el que uno pase la noche soñando que se pone y se quita los
zapatos?», me preguntó en el almuerzo una joven y hermosa viuda de guerra. «¡Por el
amor de dios, nada!», fue mi única respuesta, e intenté cambiar de conversación. Pero no
resultó fácil distraer a esta dama de su sueño. Al día siguiente volvió a preguntarme la
interpretación del sueño que cito: «Ayer soñé que me había casado, obligada por mi madre,
con un señor mayor. A continuación, tenía un montón de zapatos que me ponía y me
quitaba, zapatos negros, marrones y amarillos.» La posesión de esta multitud de zapatos le
alegraba visiblemente porque reía interminablemente. “¿En qué le hace pensar el marido
viejo del sueño?” “Curiosamente en el marido de una joven amiga que se casó con un
hombre maduro. Creo que tales matrimonios son inmorales; son una verdadera incitación al
adulterio”. No tuve necesidad de seguir buscando la explicación de los zapatos multicolores
y me dije que los solteros de cierta edad harían bien en desconfiar de esta dama.
Se corrió por la casa la noticia de que yo me interesaba en los sueños, porque un buen día
recibí la visita de la enfermera de un paciente que descansaba allí y que me contó este
horrible sueño:
«En una habitación veía un saco en el que estaba el cadáver de mi. hermana muerta. El
saco se hallaba en una caja de madera llena de agua sucia que provenía probablemente de
la descomposición de cadáver, pero que no desprendía mal olor. De forma curiosa olvidaba
constantemente que mi hermana había muerto; luego comenzaba a cantar, y para
castigarme me golpeaba la boca. Cuando abrí el saco, vi que mi hermana no estaba
muerta, sino sólo muy pálida. Junto a ella se hallaba el cadáver de un bebé. Mi hermana
tenía sobre el rostro un mezquino pezón.» Para comprender el sueño hay que adelantar
que la señora era una fornida mujer de unos treinta y nueve años, quien, a pesar de una
evidente aptitud para la maternidad, se había quedado soltera y había elegido la vocación
de enfermera. Interpreté la curiosa fantasía de parto en el ataúd, la duda sobre el estado de
su hermana, muerta o viva, como la identificación de la hermana muerta con una persona
viva. Su extraño comportamiento con la hermana muerta parecía indicar que esta persona
viva era la propia soñadora que se alegraba de la muerte de su hermana y después se
auto-castigaba por su alegría. Posiblemente había estado celosa de su hermana (que se
casó, según supe) y hubiera deseado ocupar su lugar para tener hijos. Le hice la siguiente
pregunta: «¿Tras la muerte de su hermana no ha pensado usted nunca en que su cuñado,
como ocurre tan a menudo, podría casarse con usted?» «No no, pero mi cuñado me lo ha
pedido en efecto; sin embargo, he, rehusado porque no quería cargar con los cuatro hijos
de mi hermana.»
No quise entrar en los detalles del análisis de este sueño, pero el relato me permitió
comprender que la dama había lamentado luego su precipitación en rechazar la oferta de
su cuñado. Ignoro si en la formación del sueño intervinieron otros sucesos, -pienso, por
ejemplo, en un aborto-, pero descarté el problema porque era impensable proseguir la
investigación en tal sentido. Aunque fue imposible aclarar si se trataba de una fantasía o de
una realidad -que se justifica de forma inconsciente-, conseguimos, sin embargo, a partir
del simple relato del sueño, conocer unos elementos importantes de la vida psíquica de la
soñadora.
Próximo escrito
Las patoneurosis
Sandor Ferenczi / Las patoneurosis
Las patoneurosis
Pasado algún tiempo, recibí una carta desesperada del padre del enfermo, en la que me
explicaba los importantes cambios operados en el carácter y en el modo de vida de su hijo
que le hacían temer una enfermedad mental. El joven tenía un comportamiento extraño,
descuidaba sus estudios así corno la música a la que se había consagrado anteriormente
con pasión, no se preocupaba en absoluto de los horarios ni deseaba ver a sus padres;
justificaba su comportamiento por el amor que le inspiraba, según decía, una joven, hija de
un eminente personaje de la ciudad.
Después de esto, volví a ver por dos veces al joven. La primera apareció en primer plano el
carácter erotomaníaco e interpretativo. La joven le amaba (algunos pequeños indicios se lo
aseguraban). Pero el mundo entero tenía la vista fija en sus órganos genitales; algunos
hacían alusiones intencionadas y tuvo incluso que retar a duelo a otro joven. (Su padre
confirmó este hecho.) ¡El sabría demostrar a los demás que era un hombre! Utilizaba los
conocimientos adquiridos en la literatura psicoanalítica para atribuir a otros la
responsabilidad de su enfermedad, en particular a sus padres. “Mi madre está enamorada
inconscientemente de mí, y por ello se comporta de manera tan ridícula”. Participó este
secreto a su madre con el consiguiente espanto de ésta. Como ocurre a menudo en la
parafrenia, el enfermo percibía en cierta medida el cambio operado en él durante esta
época. No sólo habían cambiado los demás, sino que también él lo había hecho. Su amor
hacia la joven no tenía la misma intensidad, pero iba a arreglarlo todo mediante el
autoanálisis.
Vi al enfermo por segunda vez algunas semanas más tarde. El proceso morboso había
progresado con rapidez, acercándose visiblemente, sin que el enfermo se apercibiera de
ello, a la raíz de toda paranoia: la homosexualidad. Tenía la impresión, decía el enfermo, de
estar «influenciado» por los hombres: esta influencia era la que modificaba sus
sentimientos hacia su amada. Como la mayoría de los paranoicos asimilaba esta influencia
a una «transmisión de pensamiento». Sin expresarlo claramente al principio, pronto
comenzó a sospechar que el mundo entero le tenía por un homosexual. Contó al detalle la
escena en la que había terminado por perder el control propio. Viajaba en el ferrocarril:
frente a él, en el mismo compartimiento, se sentaba un hombrecillo ridículo que le miraba
con aire irónico como diciéndole: «puedo besarte si quieres.» La idea de que incluso este
hombrecillo carente de virilidad le tomara por una mujer le excitó mucho y entonces tuvo
por primera vez pensamientos vengativos: «también yo puedo besarte». Sin embargo, en la
parada inmediata abandonó el tren como si huyera, olvidando incluso su maleta que tardó
bastante tiempo en recuperar. (Recuerdo lo que la interpretación de los sueños nos indica
respecto a la “maleta”: es un símbolo genital y en consecuencia la pérdida de la maleta
puede interpretarse aquí como una alusión a la castración sufrida.)
En seguida fue preciso internar al enfermo, de forma que no sé gran cosa de su suerte
ulterior. Oí decir que su estado de demencia progresaba con rapidez. Pero lo poco que sé
de este caso es lo suficientemente importante para que lo estudie de manera profunda.
Pero este caso nos plantea un problema mucho más profundo si lo consideramos desde el
siguiente ángulo: ¿La enfermedad mental, la paranoia, ha sido desencadenada aquí
traumáticamente por la castración? La castración del hombre, la «emasculación», es
efectivamente muy apta para evocar o reavivar fantasías de femineidad a partir de los
recuerdos bisexuales rechazados de la infancia, que se expresan luego en el delirio.
Por lo demás, el caso no es único. Hace algunos años publiqué una observación en la que
la excitación de la zona erógena anal había desencadenado la demencia Tras una
intervención a nivel del recto, había estallado en el enfermo el delirio de persecución. La
intervención rectal es también muy apta para suscitar o despertar fantasías de
homosexualidad pasiva.
La primera teoría psicoanalítica del traumatismo para explicar el origen de las neurosis
sigue siendo válida hasta hoy. No ha sido desmentida, sino completada por la teoría de
Freud sobre la constitución sexual y su papel predisponente en la formación de las
neurosis; de este modo no podemos formular objeciones de principio contra la hipótesis de
una paranoia traumática en la que, a pesar de una constitución sexual normal,
determinados sucesos proporcionan el impulso inicial al desarrollo de una psiconeurosis.
En el ensayo titulado “Introducción al narcisismo”, Freud cita entre otras mi hipótesis según
la cual las modificaciones particulares que sufre la vida amorosa de los enfermos orgánicos
(retirada de la libido de objeto, y concentración de todo el interés tanto libidinoso como
egoísta en el Yo) permite suponer la persistencia de una gran parte del narcisismo primitivo
que sólo espera la ocasión de manifestarse, tras el amor objetal del adulto normal. De
forma que una enfermedad orgánica o una herida leve puede suponer una regresión al
narcisismo llamado traumático o una variante neurótica de éste.
Parece ser que, en numerosos casos, la libido retirada del mundo exterior se cierne no
sobre el Yo completo, sino esencialmente sobre el órgano enfermo o herido, y provoca a
nivel del punto enfermo o herido síntomas que debemos atribuir a un crecimiento local de la
libido.
Las personas que tienen un diente cariado o dolido no sólo son capaces de retirar todo su
interés del mundo exterior para dirigirlo hacia el punto doloroso -lo que después de todo
resulta comprensible-, sino que utilizan al mismo tiempo este punto para procurarse
satisfacciones particulares que sólo pueden calificarse de libidinosas. Chupan, empujan,
aspiran con ayuda de su lengua el diente enfermo, hurgan en. él con diversos instrumentos
y reconocen que tales manipulaciones van acompañadas de sensaciones placenteras.
Debemos decir que, a consecuencia de las excitaciones producidas por la enfermedad, una
parte determinada del cuerpo ha adquirido -como en la histeria- cualidades genitales, es
decir, que se ha «genitalizado». Fundándome en un caso que he analizado, puedo afirmar
que estas parestesias dentales pueden desencadenar en el psiquismo fantasías eróticas,
orales y caníbales, es decir, transformar la psicosexualidad en un sentido correspondiente.
Freud ha hecho observar que el erotismo oral también puede ser estimulado por
tratamientos dentales u ortodoncias prolongadas.
Un hombre afectado por una enfermedad del estómago, cuyo interés total se hallaba
dirigido a la digestión, pronunció la característica frase de que «el mundo entero tenía mal
gusto» para él; era como si toda su libido se hubiera concentrado en su estómago. Puede
que un día consigamos atribuir las alteraciones de carácter específicas que pueden
observarse en las enfermedades orgánicas a formaciones reactivas del Yo a partir de estos
desplazamientos de la libido. Suele decirse que los enfermos con problemas gástricos son
«coléricos», se habla de «salacidad tísica», etc.
Algunos pediatras me han dicho que tras una tosferina -y una vez curado el proceso
infeccioso- los accesos de tos nerviosa pueden persistir durante varios años; este pequeño
síntoma histérico podría también explicarse por la acumulación de libido en el órgano que
ha estado enfermo.
Podría multiplicar los ejemplos, pero los citados son suficientes. Nos muestran que una
enfermedad orgánica puede entrañar una perturbación de la libido no sólo narcisista, sino
también “transferencial” (histérica), manteniéndose la relación de objeto libidinosa. Llamaré
a este estado histeria de enfermedad (patohisteria), en oposición a la neurosis sexual de
Freud, en la que la perturbación de la libido es primaria y la perturbación funcional orgánica
secundaria. (Ceguera histérica, asma nerviosa.)
Resulta más difícil distinguir estos estados de la hipocondría, la tercera neurosis actual
según Freud. La diferencia esencial radica en que en la hipocondría nunca se dan
alteraciones visibles de los órganos.
La neurosis traumática resulta de un choque psíquico y físico intenso, sin lesión corporal
importante. Su sintomatología combina la regresión narcisista (abandono de una parte de
los bloqueos de objeto) y los síntomas de la histeria de conversión o de angustia, que
clasificamos, como se sabe, en las neurosis de transferencia.
¿Pero en qué caso van a provocar la enfermedad o la herida una regresión narcisista más
importante y desencadenar un «narcisismo de enfermedad» o una auténtica neurosis
narcisista? Creo que son tres las condiciones que pueden determinar esta eventualidad: 1)
si el narcisismo es constitucionalmente muy fuerte incluso antes de la agresión -aunque sea
en estado latente- de forma que la más mínima lesión de cualquier parte del cuerpo afecte
a todo el Yo; 2) si el traumatismo constituye una amenaza para la vida o si el sujeto está
persuadido de ello, es decir, si el Yo y la existencia en general se hallan amenazados; 3)
podemos también imaginar por último que una regresión o neurosis narcisista de este tipo
resulta de la lesión de una parte del cuerpo fuertemente bloqueado por la libido, parte con
la que el Yo completo se identifica fácilmente. Sólo consideraré aquí esta última posibilidad.
Sabemos que la libido no se halla igualmente repartida por todo el cuerpo, que existen
zonas erógenas sobre las que las energías libidinosas se han condensado; la tensión es allí
mucho más fuerte que en las restantes partes del cuerpo. A priori, podemos suponer que
una herida o una enfermedad de tales zonas entrañará problemas mucho más profundos
de la libido que cuando se trata de otra parte del cuerpo.
Durante mi breve práctica hospitalaria en oftalmología, pude observar que las psicosis que
aparecen tras una operación de los ojos no son raras; incluso los manuales de oftalmología
lo señalan. El ojo es una de las partes del cuerpo más impregnadas de libido, como lo
testimonia, además del psicoanálisis de las neurosis, el rico folklore relativo al valor de la
pupila. Puede comprenderse que la pérdida de los ojos o el riesgo de perderlos pueda
afectar al Yo entero o desencadenar una neurosis narcisista de enfermedad.
La sección de cirugía del hospital militar en el que yo dirigía el servicio de neurología sólo
me remitió, en todo un año de guerra, un enfermo para observar su estado mental. Era un
soldado de unos treinta años al que un obús había casi triturado la mandíbula inferior. Su
rostro estaba horriblemente desfigurado. Llamaba la atención en su comportamiento un
narcisismo ingenuo. Deseaba que la hermana enfermera le arreglara las uñas todos los
días; se resistía a comer el menú del hospital porque, según decía, merecía un régimen
mejor, y constantemente repetía la misma reivindicación. Era un caso auténtico de
«narcisismo de enfermedad». Solamente una observación prolongada pudo revelar en él,
tras este síntoma aparentemente benigno, los indicios de una manía persecutoria.
Estaba a punto de redactar este artículo, cuando leí una nota bibliográfica sobre la obra de
Wagner: «Vom Seelenzustand nach schweren Gesichtsverletzungen». El autor estima que
las heridas del rostro van acompañadas de depresiones mucho más graves que las heridas
de cualquier otra parte del cuerpo, sea cual fuere su gravedad. Todos los heridos afirman
que hubieran preferido perder un brazo o una pierna. Es llamativo también observar con
qué frecuencia se miran en un espejo los heridos en el rostro.
Es cierto que no puede calificarse el rostro de zona erógena, propiamente hablando, pero
desempeña una papel sexual primordial como escenario de un impulso parcial muy
importante, la exhibición normal, al ser la más visible de las partes descubiertas del cuerpo.
Se comprende sin esfuerzo que la mutilación de esta parte tan importante del cuerpo pueda
conducir a una regresión narcisista, incluso sin que exista predisposición particular. Yo
mismo he observado un caso de torpeza afectiva pasajera de apariencia parafrénica en una
hermosa joven tras una operación del rostro.
La identificación del Yo completo con las diferentes partes del rostro es un rasgo común a
todos los hombres. Es cierto que el desplazamiento de las mociones libidinosas “de abajo
hacia arriba” (Freud) que se produce en el momento del período de sublimación “genitalice”
secundariamente -sin duda mediante la rica inervación vascular- el papel sexual del rostro,
que en principio es únicamente exhibicionista. (Por “genitalización” de una parte del cuerpo.
entiendo, como Freud, un aumento periódico de la irrigación sanguínea, de la secreción
mucosa, de la turgencia, acompañado de los estímulos nerviosos correspondientes.)
He sabido que en el otro polo del cuerpo. el anus y el rectum conservan durante toda la
vida una gran parte de su erogeneidad El caso citado anteriormente en el que la irritación
de la zona anal ha desempeñado el papel de factor desencadenante de una paranoia
testifica que existe igualmente, a partir de allí, una vía que conduce al narcisismo de
enfermedad y a su variante neurótica.
Entre las zonas erógenas, el órgano genital ocupa un papel muy particular. Sabemos por
Freud que muy pronto en el curso del desarrollo consigue la primacía sobre todas las zonas
erógenas, de forma que la función erógena de las demás zonas disminuye en provecho de
la zona genital. Añadamos que esta primacía se manifiesta igualmente por el hecho de que
toda excitación de una zona erógena afecta inmediatamente a los órganos genitales, de
manera que el órgano genital en cuanto órgano erótico central se halla en la misma relación
respecto a las demás zonas que el cerebro respecto a los órganos de los sentidos. El
desarrollo de un tal órgano que reúne a los demás erotismos es probablemente la condición
previa para el estadío narcisista de la sexualidad postulado por Freud. Tenemos derecho a
formular la hipótesis de que durante toda la vida existe una relación muy íntima entre el
órgano genital y el Yo narcisista (Freud); probablemente es incluso el órgano genital quien
constituye el núcleo de cristalización de la formación narcisista del Yo. Los sueños, las
neurosis, el folklore y los chistes, donde la identificación del Yo y del órgano genital
aparecen constantemente, proporcionan las pruebas psicológicas a favor de esta hipótesis.
Dicho esto, no nos sorprenderemos si se averigua que las enfermedades o heridas de los
órganos genitales son particularmente aptas para provocar un regresión al narcisismo de
enfermedad.
Puede admitirse que la lesión de las zonas genitales o de cualquier otra zona erógena
mencionada pueda también provocar una neurosis histérica, o sea, no narcisista; sin
embargo, ceteris paribus estas zonas son más aptas que otras para reaccionar de forma
narcisista frente a una enfermedad o una herida. Creo por lo tanto que en el caso expuesto
al principio de este artículo, en el que la paranoia había aparecido a causa de una
castración, tenemos derecho a atribuir a la lesión de la zona genital no sólo el sentido de un
factor «desencadenante» banal, sino también un papel etiológico específico.
Esta reciprocidad entre los estados de excitación centrales y periféricos, la conocemos bien
además. Por ejemplo, una lesión cutánea puede originar un prurito, por el contrario, un
prurito de origen central puede conducir al raspamiento, es decir, a la lesión de la superficie
cutánea pruriginosa y puede así provocar una especie de auto-lesión.
Sin embargo, cuando un perro lame con ternura durante horas su pata herida, sería una
racionalización abusiva el suponer que busca así un efecto médico terapéutico, la
desinfección de su herida u otra cosa parecida. Es mucho más probable que la libido se
condense de modo intenso en el miembro herido de manera que el animal lo trata con la
tierna solicitud que reserva habitualmente para sus órganos genitales.
Tras todo lo que precede, es muy probable que no sean sólo los glóbulos blancos los que
se reúnen en las partes heridas del cuerpo por «quimiotaxia» para ejercer su actividad
reparadora, sino que también se acumule allí una gran cantidad de libido proveniente de
otros lugares. Y es posible que este acrecimiento libidinoso participe también en el
desencadenamiento de los procesos de curación «Rápidamente se cierra la llaga con un
voluptuoso cosquilleo» (Mörike).
Sin embargo, aunque el Yo se defienda contra este crecimiento libidinoso local durante el
rechazo, la herida o la enfermedad pueden conducir a una patoneurosis histérica; si se
identifica completamente con él, a una patoneurosis narcisista y eventualmente a un simple
narcisismo de enfermedad.
Es posible que el estudio en profundidad de tales procesos arroje alguna luz sobre
determinados problemas aún muy oscuros de la teoría sexual, en particular los del
masoquismo y los de la genitalidad femenina.
En lugar de la actividad masoquista, por muy compleja y sublimada que sea la forma que
adquiera más tarde, tiene siempre como principio la superficie cutánea del cuerpo (Freud).
Parece que las lesiones cutáneas inevitables producen en todos los hombres aumentos
traumáticos localizados de la libido que -en principio puros autoerotismos- pueden en
circunstancias dadas convertirse en punto de partida de un masoquismo auténtico. En todo
caso, es cierto que en el masoquismo de los aumentos libidinosos en las partes heridas del
cuerpo se producen de la misma forma que la supuesta en el caso de enfermedad o de
patoneurosis del que hemos hablado más arriba.
En cuanto a la genitalidad femenina, sabemos por Freud que la función genital de la mujer,
en principio absolutamente viril, activa, ligada al clítoris, sólo se hace femenina, pasiva,
vaginal, tras la pubertad. Sin embargo, parece que la condición previa para el primer
disfrute sexual plenamente femenino es justamente una lesión orgánica: la ruptura del
himen por el pene y la dilatación brutal de la vagina. Supongo que esta lesión, que en
principio no proporciona disfrute sexual sino dolor, entraña secundariamente, del mismo
modo que las patoneurosis, el desplazamiento de la libido sobre la vagina herida, del
mismo modo que la cereza picada por un pájaro o que tiene gusanos madura y se carga de
azúcar mucho antes que otra sana.
Es cierto que este desplazamiento de libido del clítoris (actividad) a la vagina (pasividad) ya
se ha organizado durante la filogénesis y se produce más o menos sin traumatismos. Pero
en uno de los tipos de vida amorosa que Freud ha descrito, la mujer odia a su primer
compañero y sólo puede amar al segundo, parece haber conservado los dos tiempos
primitivos del proceso que conducen a la genitalidad femenina (pasiva): la primera reacción
de odio en .respuesta a la lesión corporal, y el desplazamiento secundario de la libido sobre
la parte herida del cuerpo, sobre el arma que ha causado la herida y sobre el dueño de esta
arma.
Próximo escrito
Consecuencias psíquicas de una "castración" en la infancia
Sandor Ferenczi / Consecuencias psíquicas de una "castración" en la infancia
Consecuencias psíquicas
de una "castración" en la infancia
Hace unos tres años, recibí la visita de un hombre al que podemos considerar como el
opuesto al pequeño «hombre-gallo». Cuando todavía no tenía tres años, sufrió
efectivamente una castración. No hay que entender por esto una operación en el sentido
médico del término, sino una intervención en el pene. El paciente recordaba perfectamente
cómo había ocurrido. Tenía dificultades para orinar (debidas probablemente a una fimosis),
lo que incitó a su padre, un agricultor rudo y enérgico, a consultar no al médico del distrito
como todo el mundo, sino al carnicero judío del pueblo que aconsejó una circuncisión,
remedio absolutamente justificado en este caso desde el punto de vista médico. El padre
consintió enseguida; el carnicero buscó un enorme cuchillo y procedió a la ablación del
prepucio del niño que se retorcía ferozmente y tuvo que ser dominado por la fuerza.
Como su función no le permitía tomarse excesivas vacaciones, sólo podía venir a verme
durante períodos de una a tres semanas y con intervalos muy distanciados, lo que reducía
considerablemente el alcance terapéutico del análisis lo mismo que la posibilidad de un
estudio psicoanalítico profundo del caso. Sin embargo, el análisis hizo emerger poco a poco
bastantes hechos característicos que justifican la publicación del caso.
Durante la primera sesión (podríamos llamar así a cada uno de los ciclos del análisis), fue
muy difícil conseguir que el paciente hablara. Su gran resistencia, casi insuperable, se
debía a que tenía que reprocharse verdaderos pecados. Tenía una gran inclinación a hacer
trampa cuando jugaba a las cartas, no sólo cuando se presentaba la ocasión, sino
preparándolo de antemano, trucando el juego Tras un éxito de esta clase del que sacaba
buenas ganancias, a menudo no sentía sin embargo ninguna satisfacción; derrochaba el
dinero ganado, bebía sin tregua, y luego se hacía amargos reproches. Nunca fue
descubierta su incorrección en el juego, pero alcanzó una mala reputación por otro motivo:
se emborrachaba a menudo, se comportaba entonces como un bruto y fraternizaba en su
embriaguez con la canalla, de lo que se avergonzaba terriblemente luego, cuando volvía a
estar sobrio. Repasando la lista de sus crímenes infantiles, aparecieron algunos hurtos
insignificantes; el más audaz fue el robo de la cartera de su padre en el bolsillo del pantalón
de éste mientras dormía. El padre era un hombre violento que educaba a su hijo a golpes,
bebía mucho y murió en una crisis de etilismo. En este momento apareció el relato de la
intervención quirúrgica ya mencionada, fue ejecutada de forma tan brutal.
Cuando el paciente quedó consolado tras el relato, se manifestó otro aspecto de su vida
afectiva; apareció entonces la imagen de un hombre sensible deseoso de amar y de ser
amado, dotado para la poesía y las ciencias. Sin embargo, ya se tratara de reconocer uno
de sus crímenes o de recitar uno de sus poemas, mostraba siempre la misma reticencia: su
voz se apocaba, se ponía a jurar, y se quedaba rígido casi hasta el opistotono como un
histérico; sus músculos se contraían al máximo, su rostro enrojecía, sus venas se
hinchaban; tras haber realizado la comunicación crítica, se apaciguaba repentinamente y
podía enjugarse el sudor angustioso que cubría su frente.
Más tarde me contó que en tales ocasiones sentía una fuerte retracción de su pene y un
enorme deseo de agarrar el órgano genital de su interlocutor.
Antes de que se fuera, le expliqué que había vivido toda su vida con la desconsoladora idea
de la mutilación sufrida; esto le había vuelto cobarde y había creado en él el impulso de
conquistar algunas ventajas aunque fuera con trampas o manejos sucios. El robo efectuado
en el bolsillo del pantalón de su padre era solo la compensación simbólica de la expoliación
de que había sido víctima. La retracción del pene que aparecía cuando debía asumir una
responsabilidad, aludía a su propia depreciación: el deseo de agarrar el órgano sexual de
su interlocutor era una tentativa de liberarse de esta representación torturante al
convertirse, de manera fantasiosa, en poseedor de un órgano de valor integral.
El deseo de agarrar, cuando estaba angustiado, un órgano genital ajeno que superara al
suyo, puede explicarse de muchas maneras. En primer lugar, obedece al deseo ya
señalado de poseer un pene más grande; pero el paciente se servía también de esto como
medida de protección contra la reproducción de la castración; tomaba como una fianza el
pene de su presunto adversario. (Interpreté del mismo modo su onanismo, que se había
prolongado durante un tiempo excesivo). No se atrevía a abandonar su pene y a confiarlo a
una mujer desconocida y posiblemente dañina. El complejo de castración tiene un sentido
general y puede suponerse que desempeña el papel del móvil en muchos masturbadores.
Tras estos impulsos, descubrí por último fantasías homosexuales pasivas; al estar
castrado, el paciente se consideraba como una mujer y deseaba recibir al menos su parte
del placer sexual femenino.
En la «serie etiológica» de Freud, este caso podría ocupar una situación extrema; es
probable que incluso un niño que no presentara ninguna predisposición se hubiera hecho
neurótico a consecuencia de tal traumatismo.
Como jefe médico del servicio de neurología de un hospital militar, he podido interrogar a
musulmanes bosnios que fueron circuncidados en su infancia. Supe que en la mayoría de
los niños la operación se efectuaba durante el segundo año y no entrañaba ninguna
consecuencia neurótica, ni impotencia alguna. Entre los judíos la circuncisión ritual tiene
lugar ocho días después del nacimiento del niño. También allí se constata la ausencia de
cualquier síntoma parecido a los del paciente. Es posible, pues, que esta intervención no
produzca un efecto patológico tardío más que si se practica en la crítica edad del
narcisismo.
Compulsión al tocamiento
simétrico del cuerpo
Un gran número de neuróticos, pero también muchos individuos normales, sufren una
curiosa compulsión supersticiosa. Cuando tocan determinada parte de su cuerpo por azar o
intencionadamente, se sienten obligados a tocar también la parte simétrica
correspondiente. Por ejemplo, si han tocado la oreja derecha con su mano derecha, sienten
la necesidad de tocar del mismo modo la oreja izquierda con su mano izquierda, si no lo
hacen, les asalta la angustia, como ocurre generalmente cuando se contraría una
manifestación obsesiva.
Tuve ocasión de analizar a una joven que, junto a otras manifestaciones neuróticas,
presentaba también esta particularidad (pero no la sentía subjetivamente como una
perturbación). La pregunta directa sobre el origen del síntoma no condujo, como de
costumbre, a ninguna explicación. La primera asociación nos llevó a escenas de la infancia.
Una institutriz severa a la que temía mucho vigilaba atentamente para que los niños, al
asearse, no olvidaran lavar correctamente sus dos orejas, sus dos manos, etc., y no se
contentaran con lavar tan sólo la mitad de su cuerpo. Este recuerdo podría incitarnos a
considerar la “compulsión de tocamiento simétrico” simplemente como un “automatismo de
mandato post-hipnótico”. que puede persistir durante años tras la orden recibida.
Como ocurre siempre, fue preciso sacrificar durante el análisis esta explicación simple en
provecho de otra más complicada. Pues la misma institutriz que insistía tanto en lavar y
frotar bien el cuerpo obligaba a los niños a hacer excepción con una de las partes del
cuerpo, los órganos genitales, que estaba totalmente prohibido lavar o tocar. Sin embargo,
era precisamente la parte del cuerpo cuyo aseo no era una carga sino un placer.
Por último desarrollé la hipótesis de que el impulso al lavado exagerado y al tocamiento
simétrico del cuerpo significaba en realidad un desafío disimulado aquí en forma de celo y
obediencia. La compulsión al tocamiento simétrico del cuerpo representaría la
supercompensación de una duda: acaso fuera preferible tocar una determinada parte del
cuerpo situada en la línea media.
La hermana mayor de la paciente, que por lo demás se halla exenta de toda neurosis,
comparte sin embargo con ella este síntoma de «compulsión de tocamiento simétrico del
cuerpo».
Próximo escrito
«Pecunia Olet»
He aquí cómo explico este recuerdo: el mal aliento de la novia, claramente insignificante de
por sí, se había asociado al erotismo anal primitivo del paciente, del que derivaba su amor
por el dinero; no quería reconocer que se casaba por dinero y huía de este pensamiento
con idéntica angustia a la que anteriormente había tenido al rechazar sus impulsos eróticos
anales insuficientemente reprimidos. Se trata, pues, aquí de un caso de regresión
caracterial, es decir, de la regresión de un rasgo de carácter (el amor por el dinero) a su
estadio erótico anterior. Por un instante, la fantasía inconsciente pudo convertir la boca de
la novia en el orificio anal.
Al lector corresponde decidir si el acusado parecido entre estos dos casos es un puro azar
o debe atribuírsele un cierto sentido, posiblemente el que le atribuye el psicoanálisis. Debo
indicar en esta ocasión que el psicoanálisis nunca funda sus tesis en especulaciones, sino
en la acumulación de tales concordancias, es decir, en hechos. Responder a la cuestión
relativa al origen de tales concordancias, es otro problema, el análisis no lo dejará sin
solución. Pero rehúsa dar explicaciones mientras no dispone de hechos. Sea lo que fuere,
resulta injustificable rehusar verificar los hechos bajo pretexto de lógica.
El proverbio latino que he elegido como título de esta comunicación, dándole una redacción
un tanto diferente, aparecerá bajo una nueva luz tras lo que acaba de decirse. La
proposición “el dinero no tienen olor” es un eufemismo invertido. En el inconsciente, esto se
enuncia sin duda de la forma siguiente: Pecunia olet, es decir: dinero = materias fecales.
Próximo escrito
Mi amistad con Miksa Schachter
Sandor Ferenczi / Mi amistad con Miksa Schachter
Acababa de llegar de Viena y conocía muy poco la literatura médica húngara. Ignoraba que
el «Orvosi Hetilap» era el órgano de los medios universitarios oficiales e influyentes y
“Gyógyàszat” un fórum donde un hombre solo, con carácter y voluntad de hierro -Miksa
Schachter- defendía la verdad y la moral médica contra cualquier ataque, viniera de donde
viniera.
Al día siguiente me puse al trabajo y escribí mi primer artículo médico: «A propósito del
espiritismo». Como punto de partida tomé justamente los fenómenos de automatismo
observados en mí mismo y desarrollé mi punto de vista -que no ha cambiado aún pero que
hoy puedo justificar mejor- sobre que los fenómenos llamados ocultos no tienen nada de
sobrenatural y son únicamente las manifestaciones de las funciones psíquicas
inconscientes del hombre. Envié el artículo a «Gyógyàszat».
Poco después, Schachter me hizo saber por mi colega Louis Lévy que publicaría mi artículo
y me rogó en esa ocasión que le hiciera una visita. De este modo mis experiencias de
automatismo fueron el principio de un importante giro de mi vida y fundaron una amistad
íntima de muchas décadas.
Es evidente que la ignorancia de la vida médica de la que antes había hablado, sólo era
aparente. Algunas notas deslavazadas aquí y allá, algunas indicaciones hechas de paso
habían permitido a mi Yo inconsciente estar bien informado para saber dónde debía
dirigirse un joven médico autor en busca de verdad cuando trata de hallar un apoyo moral.
Pero yo encontré mucho más en Miksa Schachter: una cálida amistad, una familia siempre
acogedora donde podía sentirme a gusto y -sobre todo- un modelo inigualable del que
debía aspirar ante todo, durante muchos años, a mostrarme digno.
Recuerdo que en aquella época podía yo pasar horas enteras en compañía de uno de mis
amigos no médicos ensalzando las cualidades de carácter e intelectuales tan
extraordinarias de Schachter, y en primer lugar su puritanismo, tan riguroso para sí mismo
como para los demás me causaba el efecto de un monolito tallado en mármol, sin ninguna
falta ni mancha.
Sus ánimos me incitaron a escribir artículos para su revista, no solo sobre temas médicos
sino también sobre problemas generales de política médica; naturalmente, lo hacía un poco
a la manera de un discípulo entusiasta; tenía cierta tendencia a seguir sus indicaciones con
un poco de servilismo, hasta tal punto que a veces podía aplicárseme el apodo irónico de
Schachter-miniatura.
Hoy esta situación está superada desde hace tiempo. Ya no me preocupo más que de
temas que atañen directamente a mi profesión. Pero la época maravillosa en que trabajé
con Schachter, mano a mano, siguiendo la misma dirección, en un espíritu de comprensión
y de apoyo mutuos, es inolvidable. Este período representó para mí una verdadera escuela
de formación del carácter.
No tengo la intención de hacer aquí el retrato espiritual de Miksa Schachter; otras personas,
más cualificadas que yo, se encargarán de ello. Voy a evocar simplemente algunos rasgos
de su carácter que me ha permitido observar el tiempo pasado en su intimidad.
Oigo todavía resonar su forma de hablar que, tanto en el fondo como en la forma, era
perfecta. Nunca, ni siquiera en la más íntima conversación o bajo el efecto de una viva
pasión, admitía ninguna negligencia en su forma de expresarse. Su voz agradable, sus
frases amplias, su tono mesurado, hacían de él un orador nato, aunque tuvo buen cuidado
de proclamar -aludiendo como de costumbre a su modelo británico- que preparaba siempre
cuidadosamente todas sus intervenciones públicas.
Siempre resultaba interesante discutir con él, llegaba a ser incluso un placer. Incluso
cuando estaba seguro de conocer mi tema a fondo, conseguía siempre encontrarme un
fallo, de tal modo que debía reunir toda mi energía para hacerle frente. Conseguía
vencerme con su talento dialéctico incluso cuando tenía yo razón, pero en tales casos cedía
rápidamente con una sonrisa, reconociendo que simplemente se estaba divirtiendo en
discutir conmigo.
Había, sin embargo, dos puntos sobre los que no bromeaba: la religión y la moral. Y quiso
la suerte que sobre ambos me hallara en oposición a él. Era un hombre profundamente
religioso que observaba con rigor y hacía observar a su familia las antiguas tradiciones y
ritos judíos. En cuanto a mi, ni la influencia familiar ni las inclinaciones o convicciones
propias me empujaban hacia la religión; consideraba (y aún lo considero) que la religión es
una supervivencia atávica de tiempos ya periclitados, que debe su existencia -igual que las
artes- a un determinado estado de ánimo. Únicamente tocamos el tema una vez, pero,
cuando me di cuenta de lo penoso que le resultaba este asunto, evité en lo sucesivo la
discusión sobre él. Asistía tranquilamente, no sin un cierto placer estético, a numerosas
ceremonias de oración a casa de los Schachter, el viernes por la tarde antes de cenar; por
su parte, él consideró mi escepticismo con una indulgencia amistosa y nunca intentó
convertirme.
Quiso el azar que me hallase cerca de él en otra circunstancia de su vida, esta vez
dolorosa. Me hallaba descansando en “Kurhaus” del Semmering cuando mi pobre amigo,
ya muy enfermo, llegó allí por consejo de sus médicos. Los primeros días fue recibido por
un radiante sol de invierno; su rostro y su humor se iban restableciendo. Pero las
incesantes tempestades de nieve que sobrevinieron le fueron depauperando poco a poco y
-sabiendo la suerte que le esperaba- quiso adelantar su regreso a casa. Partió en efecto.
“Un carácter antiguo”, decía oportunamente el médico jefe de la clínica que pasaba día tras
día muchas horas acompañándole, degustando su conversación y sus reflexiones
prudentes, espirituales, y siempre instructivas, y valorando su espíritu superior que la
enfermedad no había turbado.
Aún estaba en el Semmering cuando me llegó la noticia de su muerte. Pero aún sigo siendo
incapaz de admitir que lo haya -que lo hayamos- perdido.
Próximo escrito
Crítica de la concepción de Adler
Sandor Ferenczi / Crítica de la concepción de Adler
Los catorce ensayos contenidos en este volumen pertenecen a la pluma de Alfred Adler. La
mayoría habían aparecido con anterioridad; al reunirlos de esta forma, ofrecen un cuadro
instructivo del desarrollo de la «psicología individual».
La obra de Adler sobre la “inferioridad orgánica”, trabajo importante desde el punto de vista
biológico, es la que proporciona el punto de partida de la nueva teoría. Data del período
psicoanalítico del autor y en aquellos momentos despertó en muchos de nosotros la
esperanza de que este hombre penetrante conseguiría desarrollar el paralelo biológico de
los descubrimientos de Freud. La ambigüedad del término «inferioridad» permitió
seguidamente al autor introducir subrepticiamente la noción en absoluto científica y
puramente antropocéntrica de valor en los estudios biológicos. Acentuando un aspecto
parcial de determinados casos (incompletamente analizados en el sentido de Freud); en los
que -según Adler- los síntomas neuróticos compensan las «inferioridades orgánicas»
existentes y, apoyándose en observaciones similares realizadas sobre sujetos normales o
individuos inteligentes, llegó a la «teoría de la inferioridad orgánica» del psiquismo cuya
función sería la de compensar la inferioridad de los órganos «sobre los cuales se
construye». Adler abandona así una segunda distinción psicológica fundamental en el plano
heurístico, la que debe establecerse entre los impulsos del Yo y los impulsos sexuales.
Estos últimos no se mencionan; el psiquismo se ha convertido en un órgano puramente
utilitario.
Para Adler, “la actividad orgánica primitiva (el impulso) está ligada al placer sobre todo a
nivel de los órganos que se distinguen por su interioridad”. Debemos concluir por tanto que
Adler considera a los órganos genitales, cuya actividad está siempre ligada al placer, como
inferiores. Denomina también «inferioridad» (en lugar de superioridad) a la fuerza particular
de un impulso. Pretende que el sentimiento de inferioridad psíquica se halla siempre
fundado sobre una inferioridad orgánica real (inhibición del desarrollo de un órgano), pero
no lo demuestra. La asimilación incondicional de estas dos nociones, tan favorables a la
teoría de Adler, está pues injustificada.
Hay que reconocer que Adler ha intentado subsanar una laguna de nuestro saber
psicológico cuando, en el capítulo consagrado al impulso agresivo y a sus «asociaciones»,
ha elaborado una parte de la psicología del Yo de la que el psicoanálisis todavía no había
podido ocuparse. Pero el psicoanálisis no podrá pronunciarse sobre las tesis propuestas
por Adler sino después de establecer las. verdaderas bases de una psicología del Yo
mediante el estudio de las neurosis narcisistas (las. enfermedades del Yo).
Como puede verse, parece que Adler pretende asignar a la sexualidad un papel accesorio.
Igualmente es sorprendente constatar luego el poder considerable que atribuye a la
sexualidad en su psicología; casi todos los objetivos del hombre serían una expresión de su
huida entre el hermafroditismo psíquico, y sobre todo ante el papel femenino, es decir, la
«protesta viril». Es, pues, la protesta viril la que encaja todo y la que desempeña el papel
más importante en todo lo que es psíquico, en toda evolución o degeneración psíquicas,
tanto en la enfermedad como en el sueño. Adler mantiene simultáneamente todos sus
principios precedentes (inferioridad orgánica, impulso agresivo) pero estableciendo una
relación -muy laboriosa- entre tales principios y la nueva teoría.
Según podemos ver, Adler ha comenzado como biólogo y termina como filósofo, sin
avenirse a admitir en el «hombre civilizado» -como si el hombre fuera un ser aparte,
superior a todo lo animal- la realidad de la sexualidad, que, sin embargo, domina totalmente
el mundo orgánico.
Señalemos una vez más que la obra de Adler, errónea en conjunto, contiene indicaciones
exactas, ideas biológicas y caracteriológicas interesantes cuyo valor nunca ha sido
discutido por el psicoanálisis. Sea de ello lo que fuere, Adler, con su estilo dialéctico de
jurista, da mucho que hacer a sus lectores y dificulta bastante la comprensión de sus ideas.
El artículo del Dr. K. Furtmüller, incluido en el mismo volumen, proporciona una visión
mucho más clara y precisa de las tendencias de Adler (“La importancia psicológica del
psicoanálisis”). Tras haber evaluado con precisión y objetividad los progresos que la
psicología debe a Breuer y Freud, establece la diferencia entre Freud y Adler del siguiente
modo: «Según la concepción de Freud, el neurótico sufre "recuerdos" que le llegan de
manera inoportuna y perturbadora como un "lastre del pasado", haciéndole incapaz de
cumplir su "verdadera tarea que es la de asegurar su porvenir" » Pero esta concepción sólo
es válida en la medida en que la «existencia de representaciones inconscientes es
concebida como una perturbación patológica»; no puede mantenerse «desde el momento
que se admite que el inconsciente desempeña también un papel en el psiquismo normal».
Resulta impensable que el hombre normal en el plano psíquico pase también su vida con la
mirada vuelta atrás. Esta hipótesis contradice además el valor práctico indiscutible de la
libre asociación, de la «irrupción de las ideas», que constituye también un preámbulo del
psicoanálisis según Freud. Adler afirma que en la vida actual, además del pasado psíquico,
interviene también un “objetivo vital inconsciente, una representación inconsciente del papel
que el individuo quiere desempeñar en el mundo». El material del pasado sólo proporciona
a nuestras tendencias el medio, y no el fin. Furtmüller considera contrario a la lógica
profunda de la evolución del psicoanálisis el que los autores absolutamente adictos a Freud
rechacen lo esencial de las correlaciones establecidas por las investigaciones de Adler, al
tiempo que admite tácitamente algunos detalles.
El psicoanálisis ha reconocido siempre lo que había de utilizable en las ideas de Adler, pero
no se ha obligado por ello a adoptar sus conclusiones. Por lo demás, tal exigencia nos
afecta menos a nosotros que a la «escuela psicoanalítica llamada de Zurich», cuya
primacía parece detectar Adler. Indiscutiblemente ambas orientaciones coinciden al menos
en lo que se refiere al finalismo y a la desexualización del psiquismo. En cuanto a nosotros,
nos resulta indiferente saber quién ha sido el primero en intentar perturbar el desarrollo del
psicoanálisis con tales tendencias. La única cuestión contra la que nos manifestamos aquí
es la falsificación de los hechos. Es falso pretender que Freud «reduce todo suceso
psíquico a la sexualidad», que asimila la libido a la afectividad o a la energía psíquica. Tales
afirmaciones (que Furtmüller niega además parcialmente en la misma página) no están
confirmadas en ningún pasaje de las obras de Freud.
Otto Klauss da una explicación parcial de las «mentiras infantiles» a partir de la tendencia
del niño a poner el entorno a su servicio.
Alfred Appelt, director de una escuela, discute los progresos obtenidos en el tratamiento de
los tartamudos; el profesor F. Asnaurov estudia, desde el punto de vista adleriano, el papel
del sadismo en la escuela y en la pedagogía. Para tener una idea del artículo de
Wechsberg, «El niño ansioso», citaremos el siguiente párrafo: “Desde hace tiempo una
niña de siete años se despierta a menudo sobresaltada por la noche debido a la angustia
provocada por el sueño siguiente: está en un parque, las madres y las niñeras se hallan
sentadas en los bancos de alrededor, y ella juega en medio con otras niñas.
Repentinamente levanta los ojos y busca a su madre entre las mujeres. Va de una a otra,
tomando a cada una por su madre pero dándose luego cuenta de que no es ella. Se
despierta en un estado de angustia creciente, y la angustia persiste; por último, pretextando
tener que orinar, despierta a su madre que duerme en la misma habitación”. Este sueño
repetido se explica por lo que le sigue en estado de vigilia. Sólo puede tener un sentido:
qué ocurriría si no estuviera la madre para velar sobre ella cuando nadie la atiende. Pero en
lugar de atenerse a esta interpretación, he aquí lo que dice el autor: Este sueño indica el
porvenir. La angustia del sueño es una advertencia: «El niño se siente fuertemente incitado
a ser grande e independiente, a actuar como si no tuviera madre”. Incluso haciéndolo ex
profeso resulta difícil hallar una explicación más caricaturesca de la tendencia a querer
introducir por la fuerza todo lo que es psíquico en el lecho de Procusto del «impulso de
valoración de sí» y del “Als-ob”.
El Dr. Johs. Dück estima que la educación trata de reforzar los centros que intervienen en
el conflicto entre inteligencia y sensualidad. Apoyándose sobre la teoría del «deterioro de la
fuerza nerviosa», pide entre otras cosas que las personas sobrecargadas renuncien a
engendrar hijos y dejen a las energías no desgastadas la labor de propagar la especie. La
nota siguiente es también interesante: «¿Por qué se ve tan poco a los profesores de
enseñanza secundaria y superior en las piscinas o en los campos de deportes? No sólo
porque les falta tiempo, sino sobre todo ¡porque han de hacer frente a una temible
competencia!».
El volumen contiene también obras de Màday, Friedrich Thalberg, el Dr. Joseph Kramer, el
Dr. R. E. Oppenheim (el articulo sobre el suicidio de los escolares ya había aparecido en las
“Discusiones de la Asociación psicoanalítica de Viena”), el Dr. Karl Molitor, el Dr. Fried Lint,
el Dr. Vera Eppelbaum y el Dr. Charlot Strasser, lo mismo que los «Recuerdos infantiles de
un antiguo nervioso».
Próximo escrito
El psicoanálisis de los estados orgánicos
Sandor Ferenczi / El psicoanálisis de los estados orgánicos
Quien haya estudiado obras de psicoanálisis habrá advertido con toda seguridad que
hemos concebido siempre el inconsciente como una capa psíquica más próxima a la esfera
física, que dispone de fuerzas impulsivas que apenas se hallan influenciadas por el
psiquismo consciente. En las observaciones psicoanalíticas vamos a mencionar problemas
intestinales, laringitis, problemas de la menstruación, que son formaciones reactivas a
deseos reprimidos, o bien que representan deseos de un modo deformado e
incomprensible para el consciente. Siempre hemos mantenido abiertas las vías que llevan
de estos fenómenos a la fisiología normal y patológica (me limito a remitir a la identidad
establecida entre los mecanismos histéricos y los mecanismos de la expresión de los
afectos): sin embargo, sobre este punto, el psicoanálisis ha concentrado todo su interés
sobre determinadas alteraciones físicas, condicionadas psíquicamente, que se hallan en la
histeria.
Ningún tipo de consideraciones nos autoriza a rechazar en principio tales hechos, ni por
otra parte ningún hecho en general, pues para determinar el valor de los hechos basta con
saber si son exactos o no, tras una verificación en condiciones idénticas. Por lo demás, no
existe ninguna razón teórica para considerar a tales procesos como imposibles.
El amor a la verdad que induce al autor a desvelar, en interés de la ciencia, los puntos
débiles de su propia organización física y psíquica, nos inspira igualmente respeto.
Esperamos con gran interés las publicaciones ulteriores de Groddeck y en particular las
observaciones en profundidad sobre enfermedades y curaciones.
Por último, no podemos disimular nuestro temor de que muchos lectores, asustados por la
trayectoria demasiado original pero a menudo fantástica del autor, puedan ser inducidos a
rechazar de golpe el núcleo de reflexión seria que contiene su artículo.
Próximo escrito
A propósito de «Un sueño satisfactorio de un deseo orgánico» de Claparede
Claparède tiene razón al clasificar este sueño entre «los sueños de comodidad» en el
sentido de Freud, pero se equivoca al creer que por este término se entienden
fundamentalmente los «sueños de sed»; la noción de «sueños de comodidad» engloba
toda clase de sueños provocados por cualquier sensación desagradable.
Claparède teme, igualmente sin razón, que los «psicoanalistas puritanos» le reprochen el
no haber analizado este sueño hasta su final, en la medida en que no se ha remontado
hasta las fuentes infantiles de éste. Ahora bien, en el presente caso, el psicoanalista lo
hubiera encontrado probablemente ningún pretexto para proseguir su investigación porque
la solución la da directamente la situación. Los sueños de comodidad, en efecto. son por sí
mismos de tipo infantil: se trata de realizaciones del deseo simples y no deformadas; sus
motivos -por lo general, sensaciones corporales de gran intensidad- no precisan ser
atribuidas al capital infantil para tener validez. Lo que no quiere decir que no existan sueños
de comodidad de mayor complejidad, cuyo sentido solo puede hallarse tras un largo trabajo
de interpretación que por lo general debe remontarse hasta los elementos infantiles.
Próximo escrito
La psicología del cuento
Sandor Ferenczi / La psicología del cuento
No se trata de una querella vana de palabras, una especie de batallas ente «homousión» y
«homoiusión», sino de alzarnos constantemente contra las tendencias cuya paternidad
atribuimos a Alfred Adler en Viena y a Jung en Zurich. A nuestro parecer, se enfrentan aquí
dos concepciones del universo. Una de ellas, mediante una generalización precoz, se
extravía en los dédalos del misticismo y la metafísica, y la otra retrasa lo más posible la
unificación filosófica para dejar el campo libre a la observación imparcial.
Próximo escrito
Efecto vivificante y efecto curativo del «aire fresco» y del «aire sano»
Sandor Ferenczi / Efecto vivificante y efecto curativo del «aire fresco» y del
«aire sano»
La experiencia confirma que uno se siente a disgusto en una habitación mal aireada que
huele a cerrado y en los locales rebosantes de personas, mientras que al aire libre, en
particular en los bosques, campos o montañas, uno se siente revitalizado. Por esta razón
los médicos indican que deben tomar «aire sano» a los enfermos que tienen gran
necesidad de reposo, y en muchas enfermedades, el descanso en zonas bien aireadas es
expresamente recomendado a titulo de remedio con un éxito indiscutible.
Durante mucho tiempo se ha intentado explicar este efecto vivificante y curativo del aire
fresco por las diferencias en su composición química. Se creía que en los lugares cerrados
y grandes ciudades el aire estaba «viciado», mientras que al aire libre, en particular en los
sitios donde la evaporación es intensa (bosques, mar) había mucho ozono, y había que
atribuir a este oxígeno concentrado el efecto terapéutico del aire fresco. Sin embargo, los
químicos han demostrado que incluso en una sala repleta durarte horas la concentración en
oxígeno del aire apenas difiere de la del ambiente montañoso. Incluso en un lugar
superpoblado, la concentración de gas carbónico no es lo suficientemente intensa para
afectar a la salud. Al mismo tiempo la creencia tan extendida de que el ozono posee
virtudes terapéuticas se ha descubierto que carece de todo fundamento; sin embargo, esta
superstición sobrevive, y señal de ello son los numerosos preparados de ozono que la
gente utiliza para “refrescar” el aire de las habitaciones en clínicas, teatros. etc.
Cualquier hombre que razone, y cualquier médico, deben tener en cuenta lo que hay de
válido en las observaciones y consideraciones precedentes. Mi propósito, en esta breve
contribución, no es por supuesto manifestarme en contra de lo que acaba de decirse.
Pretendo solamente atraer la atención sobre un factor al que atribuyo igualmente mucha
importancia y que hasta ahora se ha descuidado casi por completo: ello me permitirá
señalar una notable laguna en el actual pensamiento médico.
Cualquiera puede constatar el placer que se experimenta al realizar una inspiración larga y
profunda cuando abandonando una sala mal aireada o que huele a cerrado, se llega al aire
libre. De esta forma respira el ciudadano cuando abandona las calles polvorientas y
calurosas para escapar al aire libre o hacer una excursión por la montaña. Pero podemos
observar este mismo tipo de respiración en nosotros y en los demás cuando se pulveriza un
perfume refrescante en la habitación; por lo demás la respiración profunda al aire libre es
aún más beneficiosa cuando la brisa, además del frescor, trae un olor a hierbas secas o a
flores. De esto es de lo que quiero hablar; el aire o la brisa agradablemente frescos o
agradablemente perfumados, y sobre todo si son frescos y perfumados a la vez, modifican
el tipo respiratorio de manera específica y ejercen así una acción marcada sobre el
funcionamiento de los demás órganos y sobre el metabolismo del organismo.
También puede observarse otro fenómeno curioso: en el aire viciado se produce una
congestión de los sinus que reduce el orificio respiratorio, mientras que con el aire fresco
no sólo se dilatan las narices sino que los sinus se descongestionan por vía refleja para
dejar pasar el máximo de aire por la nariz y permitir al individuo disfrutar lo más posible
durante mucho tiempo del frescor y del perfume del aire.
Para comprender mejor la cualidad vivificante y curativa del aire fresco, debemos añadir a
los factores puramente químicos y físicos un elemento de naturaleza psíquica: el efecto
estimulante de la inspiración de aire fresco y el efecto inhibidor de la inspiración del aire
viciado.
En este punto concreto pueden señalarse las insuficiencias del actual pensamiento médico,
que aborda los problemas de forma unilateral descuidando los factores psicológicos, sobre
todo el hecho de que la fisiología y la patología olvidan totalmente estos factores y las
importantes modificaciones producidas por el sufrimiento y el placer psíquicos sobre el
funcionamiento de cada órgano y sobre todo el organismo. Las interesantes experiencias
animales de Pavlov, relativas a los factores psíquicos que actúan sobre la digestión
gástrica, muestran perfectamente de qué manera quedan enriquecidos los puntos de vista
biológicos y los conocimientos adquiridos si se toma en consideración para el estudio de los
mecanismos vitales no sólo el cuerpo sino también el psiquismo.
La fisiología concibe el organismo como una simple máquina de trabajo cuyo solo afán es
realizar el máximo de trabajo útil con el mínimo de energía, mientras que el organismo está
también hecho de alegría de vivir y se esfuerza en consecuencia por curar el máximo placer
posible a cada uno de los órganos y al organismo completo, descuidando a menudo al
hacerlo la economía recomendada por el principio de utilidad.
Próximo escrito
Consulta médica
Consulta médica
El Doctor Sandor Ferenczi habla del problema
de la guerra y de la paz para los lectores de “Esztendö”
Uno de mis amigos dijo al principio de la guerra que la humanidad no ve la verdad más que
si se le arranca un ojo Así que se le ha arrancado un ojo. Pero con el que le queda no ve
siempre la verdad.
Tras cuatro años y medio de guerra, casi la mitad de la humanidad ha perdido sus ilusiones
respecto a la guerra y la otra mitad ha perdido casi la fe en la revolución, que es una
variedad de la guerra. Por doquier la falta de información, el compadreo político. En esta
primavera ácida y calcinada, avanzo con mis esperanzas reducidas a cenizas y reflexiono
sobre a quién dirigirme para obtener un poco de luz.
Me asalta una extraña idea: hay que dirigirse a un médico para saber a qué atenerse en
definitiva respecto a la humanidad, esta «raza maldita». ¿Cuál es el diagnóstico y cual el
pronóstico? ¿Existe esperanza de curación duradera para el enfermo? ¿O bien hay que
renunciar a ella definitivamente?
-También yo pienso que la guerra es ante todo un problema psicológico. ¿Cuál es la causa
de las guerras? Podemos responder sin dudar: la naturaleza humana. ¿Por qué continúa
este estado de cosas? Porque ella tiene necesidad de él y lo desea con tenacidad. Para
esta humanidad que está en guerra hoy, la guerra en realidad es su «Normalzustand», si,
estado natural, y puedo añadir que la mayor parte de la humanidad se halla relativamente a
gusto en esta forma de vida. Quiero indicarle que la guerra no origina ninguna nueva
enfermedad nerviosa, al menos en retaguardia. Quienes se han quedado en casa
continúan trajinando en medio de sus pequeñas ocupaciones, sus deseos y sus amores. Yo
diría incluso que, al haber prevalecido sobre todos el problema de la supervivencia, ha
sanado muchas neurosis que tenían su origen en los conflictos sexuales. Son muchos
quienes están viviendo una segunda infancia dichosa: son mantenidos, alimentados y libres
de toda preocupación material, de manera que se hallan descargados de toda
responsabilidad. En cuanto a la guerra en sí misma ya no es la hermosa guerra antigua
abiertamente cruel. Parece que la «guerra caballeresca», la que utiliza el combate singular,
esté en vías de desaparición. Los instintos humanos se muestran al desnudo en esta
guerra, aunque uno se resista a admitirlo; sólo la más audaz hipocresía puede todavía
hablar de una “humanización de la guerra”. A mi parecer, solamente puede considerarse
sincera una conducta dura y cruel en lo relativo a la guerra.
-¿Cómo explica usted, Doctor, las lamentaciones lanzadas por los partidarios sinceros de la
paz. tanto aquí como en el extranjero?
El Dr. Ferenczi, muy excitado, va y viene por la habitación. Me doy cuenta ahora de cómo
recuerdan su frente vertical, su imponente cabeza a las de Schopenhauer; incluso sus ojos
azules llenos de alegría tienen algo del gozoso pesimismo schopenhaueriano.
-En realidad, había que cuidar a los pueblos. Hasta ahora la medicina conocía tres tipos de
tratamientos psicológicos. El primero es el tratamiento mediante sugestión, por hipnosis,
universalmente empleado por la sociedad actual; la religión es una terapéutica de ese tipo:
dicta leyes morales, impone su autoridad sobre las gentes y marca las directrices, exigiendo
que sean seguidas. El otro método es el que pretende desarrollar el sentido de la lógica en
la esperanza de que cuanto más razonable sea el ser, será más bueno. El tercer método
que todavía no ha sido experimentado en el terreno de la educación de las personas y de
los pueblos, es el método psicoanalítico que basa su ejercicio terapéutico en el
descubrimiento y en el conocimiento de los principios básicos del psiquismo. Aún no existe
la pedagogía psicoanalítica. Ni yo mismo me atrevería a dar consejos, como tampoco a
elaborar un proyecto. Puede que me encargara de la educación de un niño, pero aquí se
trata de educar a los pueblos, a la humanidad entera. Tal educación debería tener en
cuenta el verdadero sentido de los instintos humanos. De este modo, en lugar de negarla,
había que orientar conscientemente la energía motriz de los instintos dañinos y primitivos al
servicio de objetivos justos y razonables para que se convierta en la fuerza activa de un
mecanismo y se transforme en trabajo útil. Es lo que llamamos, por oposición a la
«idealización», la «sublimación». Para sustituir el «rechazo» de los deseos, habría que
restablecer plenamente la «condena» consciente de algunos de ellos. De esta forma, el
problema de la guerra se convierte en un problema de educación. Como el hombre no
viene al mundo completamente acabado, sino que aquí debe hacerse, yo diría incluso que
se trata de un problema relativo a la educación de los niños. Si es posible vencer a la
guerra en algún sitio, éste será sin duda la habitación infantil.
-¿Cuál sería el primer paso necesario para la educación de los pueblos? -Mi interlocutor
sonríe.
-Los niños son educados por maestros, los maestros por profesores y esos profesores por
catedráticos de universidad. Pero desgraciadamente son pocos actualmente los profesores
universitarios partidarios de esta psicología que es la única apta, a mi parecer, para educar
a la humanidad. Alemania se cierra obstinadamente a la teoría psicoanalítica, construye
sobre el idealismo y se marca los principios a seguir. Entre nosotros, sólo los poetas y
escritores se interesan por el psicoanálisis. Pero en Holanda, en Suiza y en América hay un
gran número de profesores de psicología de espíritu abierto que ocupan cátedras en las
universidades. Hemos visto claramente que la eliminación de la guerra es únicamente
cuestión de pedagogía. Modifiquemos ahora esta idea de la forma siguiente: el problema de
la guerra es el problema de la educación de los profesores de universidad.
-Tengo la impresión de que el resultado de la consulta es mas bien deprimente. Una vez,
con ocasión de una consulta médica, oí pronunciar una desagradable expresión latina: nihil
faciendi. En definitiva es lo que usted me dice, ¿no es así, doctor?
-En absoluto. Lejos de no poder hacer nada, hay mucho que hacer para evitar la guerra de
una forma u otra.
Sobre si tal curación tendrá lugar dentro de cien o de mil años, no he obtenido respuesta.
Désiré Kosztolànyi
Próximo escrito
Neurosis del domingo
Sin embargo, creo poder afirmar la existencia de esta periodicidad particular. He tratado a
muchos neuróticos cuya historia patológica, narrada y reproducida durante el análisis,
mostraba que determinados estados nerviosos -en particular en su juventud- se producían
en un determinado día de la semana, con perfecta regularidad.
Sin embargo, algunos hechos parecen indicar que tales factores fisiológicos no satisfacen
ni agotan todas las circunstancias del problema. Los dolores de cabeza, por ejemplo,
aparecen incluso cuando la duración del sueño no excede el domingo a la de los restantes
días, y los dolores de estómago surgen aunque el enfermo y su entorno, aleccionados por
la experiencia, hayan practicado ese día una dieta profiláctica.
En uno de estos casos se me dijo que un niño presentaba escalofríos y vómitos todos los
viernes por la tarde. (Se trataba de un niño judío para quien el «descanso dominical»
comenzaba el viernes por la tarde). Él y toda su familia atribuían esta situación al consumo
de pescado, pues el viernes por la tarde raramente faltaba el pescado en su mesa. Pero no
sirvió de nada el renunciar al consumo de estos alimentos; los problemas aparecieron igual
que antes, lo que fue entonces atribuido a una idiosincrasia ligada a la visión de los
alimentos dañinos.
El factor psicológico que considero como una ayuda o incluso como una causa del retorno
periódico de tales síntomas lo proporcionan las circunstancias que -aparte del sueño
prolongado y de la comida más copiosa- caracterizan al domingo.
Pero no a todo el mundo le es dado descargar con esta libertad y esta naturalidad su
excesivo buen humor los días de fiesta. Quienes presentan una disposición neurótica
tienden a una inversión de afectos justamente en tales ocasiones, bien sea porque tienen
que contener impulsos particularmente peligrosos (que deben controlar con una atención
especial cuando son tentados por el mal ejemplo de los demás), bien porque su conciencia
hipersensible no tolera ninguna falta. Sin embargo, en el interior de estos «aguafiestas»
ocurre que, además de su depresión inoportuna, las mociones deprimidas, activadas por la
fiesta y por las fantasías autopunitivas movilizadas contra ellas, se manifiestan mediante
pequeños síntomas histéricos. Así calificaría yo los dolores de cabeza y las perturbaciones
gástricas dominicales antes mencionadas; “el sueño prolongado”, “la comida abundante”,
etc., no son más que pretextos utilizados por esta pequeña neurosis para disfrazar sus
verdaderas motivaciones con una apariencia racional.
¿Serán también deseos insatisfechos los que se disimulan tras las neurosis del domingo?
Si esto es así, ¿cual es el contenido de tales deseos? ¿De dónde provienen la mala
consciencia, la tendencia autopunitiva de los síntomas y el notable efecto terapéutico -bien
conocido por los padres- del castigo?
En el niño que sufría problemas gástricos el viernes por la tarde fue preciso buscar mas
lejos la determinación de los síntomas. Se sabe que los judíos piadosos se sienten en la
obligación no sólo de comer pescado el viernes por la tarde sino también de practicar el
amor conyugal; al menos muchos judíos, en particular los pobres, interpretan así la
santificación del Sabbat prescrito por a Biblia. Si, por inadvertencia de los padres o por
propia curiosidad, el niño observa más de lo que debe puede establecerse en él una
asociación permanente entre el pescado (símbolo de fecundidad) y estos hechos
excitantes. Así se explica su idiosincrasia; pero en tal caso el vómito no es mas que “la
materialización” de estos procesos de los que ha sido testigo, la misma forma del pez
puede proporcionarle el puente asociativo.
Los hombres quieren tener fiesta del mismo modo que desean tener pan. Panem et
circenses. En «Tótem y tabú», Freud ha explicado por qué los clanes totémicos sienten la
necesidad en días determinados de despedazar el animal totémico, venerado por otra parte
con un terror sagrado. Las bacanales y las saturnales tienen por lo demás su equivalente
en todos los pueblos incluso en nuestros días. Las Kermeses y la fiesta del Purim de los
judíos han conservado igualmente algunos rasgos de esto.
Podemos suponer que algunos restos de esta tendencia liberadora atávica se mezclan en
el ambiente de fiesta semanal y provocan en las personas particularmente sensibles las
«neurosis del domingo» periódicas.
El “Katzenjammer” o el “blauen Montag”, que suceden a los días de fiesta, equivalen a una
melancolía cíclica subsiguiente y pasajera.
Cuando en los días de fiesta, con ocasión de la reducción de la presión que las cargas y
obligaciones exteriores ejercen sobre él, el hombre siente también la necesidad de una
satisfacción sexual, puede que no haga sino seguir el rastro de los procesos biológicos que
han impulsado en todo tiempo a la humanidad a organizar sus fiestas.
Próximo escrito
Pensamiento e inervación muscular
Muchas personas, cada vez que desean reflexionar profundamente sobre algo, tienen
tendencia a interrumpir el movimiento que estaban realizando, por ejemplo, caminar, y a no
proseguirlo hasta terminar su trabajo intelectual. Por el contrario, otras son incapaces de
entregarse a una actividad intelectual de cierta complejidad permaneciendo tranquilas: se
ven obligadas a desarrollar una gran actividad muscular mientras reflexionan, así que se
levantan, van y vienen, etc. Las personas que pertenecen a la primera categoría aparecen
a menudo como individuos fuertemente inhibidos que, para realizar cualquier trabajo
intelectual independiente, deben primero vencer fuertes resistencias internas de orden
intelectual y afectivo. Por el contrario, las personas del segundo grupo, a las que se les
designa corrientemente bajo el nombre de «tipo motor», son individuos cuyas ideas fluyen
con demasiada rapidez y que están dotados de una imaginación muy viva. Este sería un
argumento a favor de una relación íntima entre el pensamiento y la motilidad si se
demostrara que es exacto que el sujeto inhibido utiliza la energía economizada mediante la
detención de las inervaciones musculares para superar las resistencias en el curso de la
actividad intelectual, mientras que el «tipo motor» debe gastar su energía muscular para
moderar el «desbordamiento por lo general muy fácil de las intensidades» en el proceso
intelectual ( Freud), es decir, para introducir la reflexión lógica en lugar de la imaginación.
Como hemos dicho, la cantidad de «esfuerzo» necesario para el pensamiento no depende
siempre de la dificultad intelectual presentada por la labor a realizar, sino muy a menudo,
nuestros análisis nos lo demuestran, de factores afectivos; los procesos mentales teñidos
de desagrado requieren, ceteris paribus, un esfuerzo mucho mayor y el pensamiento
inhibido aparece muy a menudo ante el análisis como condicionado por la censura, es
decir, como neurótico. En las ciclotimias ligeras puede observarse un paralelismo entre la
inhibición o la facilidad de la actividad fantasiosa y el grado de vivacidad de los
movimientos. Estos síntomas motores accesorios de la inhibición o de la excitación
intelectuales se producen igualmente muy a menudo en el individuo «normal».
Próximo escrito
Desagrado por el desayuno
Sandor Ferenczi / Desagrado por el desayuno
Muchos niños sienten un desagrado a menudo insuperable por el desayuno. Prefieren irse
a la escuela con el estómago vacío, y si se les obliga a comer, sucede que vomitan
rápidamente todo lo que han tomado. Ignoro qué explicación fisiológica dan los pediatras a
este fenómeno e incluso si este problema les ha preocupado alguna vez. Por mi parte, el
examen psicoanalítico de un caso de este tipo me ha llevado a formular una interpretación
psicológica del síntoma.
He indicado en otra parte que la asociación particular que existe entre el sentimiento de
desagrado y el hecho de expectorar o vomitar indica la presencia en el inconsciente de una
tendencia coprófila a comer cosas «desagradables». Si fuera éste el caso, escupir y
vomitar constituirían ya formaciones reactivas a la coprofagia. Esta concepción es
igualmente válida en el caso del «disgusto por el desayuno».
Próximo escrito
Cornelia, la madre de los Gracos
Sandor Ferenczi / Cornelia, la madre de los Gracos
Cornelia fue durante muchos años la esposa de Tiberio Sempronio, al que dio doce hijos.
Sólo sobrevivieron dos varones, Tiberio y Cayo y una hija, Sempronia (que se casó más
tarde con Scipión el Africano el joven). Tras la muerte de su marido, rechazó la mano de
Ptolomeo, rey de Egipto, para consagrarse exclusivamente a sus hijos. Un día en que se le
hablaba de sus joyas, señaló a sus hijos y dijo: esos son mis tesoros, mis joyas. Soportó el
trágico fin de sus dos hijos con firmeza y en un absoluto retiro. Cornelia era una de las más
nobles matronas de Roma, igualmente respetada por su gran cultura; era particularmente
admirado el hermoso estilo de sus cartas. El pueblo romano ha perpetuado su memoria de
«la madre de los Gracos» mediante una estatua de bronce.
He aquí lo que nos dice Plutarco sobre esta noble dama romana, sin embargo, todas
nuestras informaciones sobre su persona son de segunda mano y los expertos estiman que
ni siquiera los dos fragmentos de cartas conservados entre los escritos de Cornelio Nepote
son auténticos.
Ciertamente resulta temerario por mi parte osar, tras más de dos mil años, proponer nuevas
sugerencias sobre la comprensión del carácter de Cornelia. Sin embargo, la publicación en
esta revista deja entrever que mis conocimientos no provienen de recientes investigaciones
sino de la experiencia y la reflexión psicoanalíticas. Pues existen hoy día mujeres que
pertenecen a la clase de la noble Cornelia, las cuales, aunque modestas, reservadas, y a
menudo algo frías por lo que se refiere a ellas mismas, se envanecen de sus hijos del
mismo modo que otras lo hacen de sus joyas; ocurre a veces que en una mujer de este tipo
se desarrolla una psiconeurosis, ofreciendo al psiquiatra una ocasión de analizar este rasgo
de carácter al mismo tiempo que los demás. Así puede realizarse una ligera estimación de
las particularidades psicológicas de su modelo, Cornelia, y explicar en cierta medida el
interés universal suscitado por la anécdota a ella referida.
Tengo a mi disposición dos casos clínicos de esta especie, que es el mínimo necesario
para permitir una generalización. En efecto, he practicado el análisis completo de dos de
estas mujeres y he podido establecer la existencia de una notable conformidad entre su
destino exterior e interior.
Una de ellas, una mujer casada desde hace muchos años, ha comenzado cada sesión de
análisis con un panegírico del mayor y del menor de sus hijos o bien con lamentaciones
respecto al comportamiento de los intermedios «cuya conducta deja mucho que desear».
Pero las dotes intelectuales de estos últimos le proporcionaban la ocasión para numerosos
relatos afectuosos. Su apariencia y su comportamiento eran probablemente semejantes a
los de Cornelia. Se mostraba inabordable, evitaba la mirada de los hombres cuando osaban
contemplar su belleza con deseo, y en tales ocasiones mostraba no sólo reserva sitio una
verdadera repulsa. Sólo vivía para sus deberes de esposa y madre. Desgraciadamente,
esta armonía fue perturbada por una neurosis histérica que se manifestó con síntomas
físicos penosos y perturbaciones eventuales del humor por una parte, y por otra, según
descubrió el análisis rápidamente, por una total incapacidad de conseguir el goce genital.
Durante el análisis, su comportamiento para con su hijo más pequeño adquirió un tono
particular. Advirtió con espanto que cuando acariciaba a este niño sentía impulsos eróticos,
sensaciones sexuales caracterizadas, que, sin embargo, faltaban en sus relaciones
conyugales. Luego surgieron, en forma de transferencia sobre el médico, rasgos de
carácter que le sorprendieron; tras su actitud un tanto puritana y distante, apareció poco a
poco un deseo femenino de agradar fuertemente marcado, que podríamos considerar
normal, el cual le impulsaba a utilizar todos los medios para atraer la atención sobre sus
encantos. A continuación sus sueños permitieron adivinar sin esfuerzo, con ayuda de un
simbolismo bien conocido, que el niño representaba para ella los órganos genitales. No fue
precisa demasiada perspicacia para dar un paso más y adivinar que su tendencia a
envanecerse ante los demás de las perfecciones de sus niños era un sustituto del deseo
normal de exhibición. También se descubrió que este impulso parcial era muy intenso en
ella, tanto por constitución como a consecuencia de ciertas experiencias, y que su rechazo
desempeñaba un importante papel en la formación de su neurosis. Este impulso sufrió un
recrudecimiento del rechazo particularmente fuerte con ocasión de una intervención
quirúrgica practicada cuando todavía era muy joven. A consecuencia de ella se había
sentido desvalorizada en relación a las demás muchachas y había dirigido todo su interés al
ámbito intelectual, escribiendo -como Cornelia- hermosas cartas e incluso pequeños
poemas; además había comenzado a adquirir el carácter puritano del que ya tanto hemos
hablado.
Su relación con las joyas es la que nos ha dado la clave de la comparación de que se había
servido la matrona Cornelia. Era muy modesta en su tocado y sus joyas. Pero siempre que
deseaba acordarse de una experiencia genital penosa de su infancia, comenzaba a perder
algún objeto de valor que le pertenecía, de manera que poco a poco se quedaba sin joyas.
A medida que se despertaba en ella la actitud para el placer sexual y que tomaba
conciencia de su deseo de exhibición, su excesivo envanecimiento respecto a las
cualidades excepcionales de sus hijos disminuían; a consecuencia de esto, su relación con
sus hijos se hizo más natural y más íntima. Ya no tenía vergüenza en manifestar su gusto
por poseer todo tipo de encantos femeninos y disminuía considerablemente la estima
exagerada en que había tenido la parte espiritual del hombre.
La sensación erótica experimentada en el contacto con su hijo mas joven, que tanto habla
sorprendido a la paciente al principio, halló su explicación en las capas más profundas de
su personalidad y en los recuerdos del primer período de su desarrollo. Esta sensación no
hacía más que reproducir las que había ampliamente admitido antes de que interviniera el
brutal rechazo del autoerotismo infantil; este placer se había transformado poco a poco en
angustia y, cuando irrumpía en su conciencia de forma imprevista, debía sentirlo como algo
sorprendente.
Tras estas constataciones, ¿quién podrá tomar en serio las habladurías sobre la irrealidad,
la naturaleza «como si» de los símbolos? Para esta mujer, los niños y las joyas eran
indiscutiblemente símbolos que, tanto en lo real como en la realidad psíquica, superaban a
cualquier otro contenido psíquico.
La otra paciente de la que quiero hablar manifestaba su relación con las joyas y con los
niños de una manera todavía más evidente. Había elegido la profesión de pulidora de
diamantes, y me traía a menudo a su niño para mostrármelo, y en contradicción total con su
cuidadoso tocado -como una gobernanta, decía ella- tenía los sueños típicos de desnudez.
En esta serie: órganos genitales, niño, joyas, el último término es ciertamente el símbolo
menos directo, el más atenuado. Cornelia tenía, pues, razón en atraer la atención de sus
conciudadanos sobre el hecho de que su adoración de los símbolos era antinatural, y de
referirse, con su propio ejemplo, a objetos de amor mas naturales. En cuanto a nosotros,
podemos permitirnos imaginar a una Cornelia aún más antigua, prehistórica, que hubiera
ido más lejos aún y, apercibiéndose de que sus compañeras llevaban hasta el exceso el
culto del símbolo “niño”, habría señalado sus órganos genitales diciendo: “Estos son mis
tesoros, mis joyas, la fuente primitiva del culto que tributáis a vuestros hijos”.
Por lo demás, no es necesario recurrir a la prehistoria para buscar tales ejemplos. Toda
mujer neurótica o exhibicionista puede hacernos la demostración ad oculus de cómo este
simbolismo ha vuelto a su significación verdadera.
En mi artículo sobre «El análisis de las comparaciones», he afirmado que el texto literal de
las comparaciones que se nos ocurren espontáneamente encierra a menudo un saber
profundo que proviene del inconsciente. La comparación de Cornelia podría figurar entre
los ejemplos que se enumeran allí.
Próximo escrito
La técnica psicoanalítica
Sandor Ferenczi / La técnica psicoanalítica
La técnica psicoanalítica
Los neuróticos obsesivos recurren a menudo a una treta que consiste en dar a entender
que han comprendido mal la orden que el médico les ha dado de decirlo todo, aunque se
trate de ideas absurdas, para producir únicamente un material absurdo en forma de
asociaciones. Si no se les interrumpe y se les deja hacer tranquilamente, confiando en que
terminarán por cansarse de este proceder, corre uno el riesgo de equivocarse; puede
incluso llegarse a la convicción de que los pacientes tratan inconscientemente de reducir al
médico al absurdo. Realizando asociaciones de este modo superficial, organizan
generalmente una serie ininterrumpida de asociaciones verbales cuya elección,
naturalmente, deja traslucir el material inconsciente del que pretenden huir. Pero, de
manera general, es imposible analizar al detalle estas ideas aisladas, pues, cuando por
azar les mostramos determinados rasgos ocultos sorprendentes, en lugar de aceptar o
rechazar simplemente nuestra interpretación, nos proporcionan un nuevo material
«absurdo». Sólo nos queda entonces la posibilidad de atraer la atención del paciente sobre
el carácter tendencioso de su conducta, a lo cual no dejará de replicar, de forma triunfal
casi: yo no hago más que lo que Ud. me ha mandado, digo simplemente todas las cosas
absurdas que se me ocurren. Al mismo tiempo sugiere que podría renunciarse a la estricta
observancia de la «regla fundamental», organizar las entrevistas de manera sistemática,
plantearle cuestiones precisas y buscar metódicamente o incluso mediante la hipnosis el
material olvidado. Resulta fácil responder a esta objeción: efectivamente hemos pedido al
enfermo que nos diga todo lo que se le ocurre, aunque sea absurdo, pero no hemos exigido
únicamente que nos manifieste tan sólo las palabras absurdas o los pensamientos
incoherentes. Podemos explicarle que este procedimiento se contrapone precisamente a la
regla psicoanalítica, que prohíbe toda elección crítica entre las ideas. El paciente perspicaz
replicará que no es culpa suya si sólo le vienen a la mente cosas absurdas, y es posible
que plantee la cuestión aberrante que si debe callarse a partir de entonces tales absurdos.
Nosotros no debemos molestarnos por ello porque de ese modo el paciente hubiera
logrado su propósito, sino que debemos incitarle más bien a proseguir el trabajo. La
experiencia demuestra que nuestra invitación a no abusar de la libre asociación tiene
generalmente como efecto que, en lo sucesivo, el paciente deje de tener exclusivamente
ideas absurdas.
Es difícil que una sola explicación a este respecto sea suficiente. El paciente adopta de
nuevo una actitud de resistencia frente al médico o frente a la cura, comienza a asociar
directamente de manera absurda, e incluso nos plantea este delicado problema: ¿qué
puede hacer si sólo le vienen a la mente sonidos inarticulados y no palabras enteras, gritos
de animales o melodías en lugar de palabras? Debemos rogar al paciente que exprese con
toda confianza los sonidos y melodías así como todo lo demás, haciéndole notar, sin
embargo, la mala voluntad que se oculta tras su temor.
Hay otra forma de “resistencia a la asociación” que es muy conocida, y que consiste en que
«no se le ocurre absolutamente nada al paciente». Esto puede ocurrir sin ninguna razón
particular. Sin embargo, si el paciente se calla durante bastante tiempo, significa por lo
general que calla alguna cosa. El silencio repentino del enfermo deberá interpretares
siempre como un síntoma “pasajero”.
Si a continuación se constata que estas explicaciones no han servido de nada, nos vemos
obligados a suponer que el paciente pretende tan sólo entretenemos con explicaciones y
comentarios detallados para dificultar el trabajo. En tales casos, lo mejor es oponer nuestro
propio silencio al del paciente. Puede suceder que la mayor parte de la sesión transcurra
sin que el médico ni el paciente digan nada. El paciente soportará con dificultad el silencio
del médico, tendrá la impresión de que el médico está encolerizado contra él; dicho de otro
modo, proyectará sobre éste su propia mala consciencia, lo que finalmente le conducirá a
ceder y a renunciar a su negativismo.
Algunos pacientes objetan a la libre asociación el que les hace llegar demasiadas ideas a la
vez y que no saben cuál de ellas decir en primer lugar. Si se les autoriza a determinar ellos
mismos el orden de tales ideas, responden que son incapaces de decidirse a dar a una la
prioridad sobre las demás. En un caso de este tipo, tuve que recurrir a la solución de
hacerme contar por el paciente todas sus ideas en el orden en que se le habían
presentado. El paciente expresó entonces su temor de olvidar las restantes ideas mientras
seguía el curso de la primera. Yo le animé, asegurándole que lo que es importante aparece
espontáneamente siempre aunque parezca haberse olvidado.
Existen aún casos más raros en que los pacientes se hallan literalmente abrumados por un
impulso, de manera que, en lugar de continuar realizando asociaciones, desean escenificar
sus contenidos psíquicos. No sólo producen «síntomas pasajeros» en lugar de ideas, sino
que realizan a veces con perfecta conciencia acciones complejas, y escenas enteras de las
que no sospechan en absoluto su naturaleza transferencial y repetitiva. De este modo un
paciente, que en determinados momentos sufría una gran tensión, se levantaba
bruscamente del sofá y caminaba por toda la habitación profiriendo injurias. Tales
movimientos e injurias hallaron su justificación histórica durante el análisis.
Una paciente histérica de tipo infantil, a la que había conseguido desviar provisionalmente
de sus técnicas pueriles de seducción (prolongadas miradas suplicantes sobre el médico,
tocados excéntricos y exhibicionistas), me sorprendió un día con un inesperado ataque
directo: se levantó de golpe, me pidió que la abrazara y por último se arrojó a mis brazos.
Por supuesto que, incluso en estos incidentes, el médico no debe perder la paciencia. Es
preciso indicar una y otra vez la naturaleza transferencial de estas conductas, frente a las
cuales debe mantenerse un comportamiento totalmente pasivo. La alusión indignada a la
moral es en tales casos tan inoportuna como consentir en cualquier exigencia de ese tipo.
En seguida se demuestra que tal actitud desarma rápidamente la belicosidad del enfermo y
que el problema en cuestión -que por lo demás debe interpretarse analíticamente- se
elimina en seguida.
Naturalmente esta ausencia de ayuda por parte del médico no debe constituir un hábito.
Cuando nos interesa más acelerar determinadas explicaciones que ejercitar las fuerzas
psíquicas del enfermo, debemos explicar simplemente ante él las ideas que suponemos
posee, pero que no se atreve a comunicar, llevándole de este modo a la declaración
correspondiente. La situación del médico en la cura psicoanalítica recuerda en muchos
aspectos a la de la comadrona, que debe comportarse mientras sea posible de manera
pasiva, limitándose a ser una espectadora de un proceso natural, pero que en momentos
críticos tendrá los fórceps al alcance de la mano para facilitar un nacimiento que no
progresa espontáneamente.
He adoptado la regla, cada vez que el paciente me plantea una cuestión o me pide un dato,
de responder con otra pregunta, por ejemplo: ¿cómo ha llegado él a plantear esta cuestión?
Si yo le respondiera siempre, la moción que le ha incitado a plantear esta pregunta
quedaría neutralizada por la respuesta. De este modo desviamos el interés del paciente
hacia el origen de su curiosidad, y cuando tratamos su pregunta de manera analítica, olvida
por lo general repetir la cuestión inicial; lo cual nos demuestra que tales cuestiones le
importaban realmente poco y que sólo tenían valor en cuanto medio de expresión del
inconsciente.
Hay dos tipos de circunstancias en las que el psicoanalista puede verse obligado a
intervenir directamente en la vida del paciente. En primer lugar, cuando adquiere la
convicción de que los intereses vitales del paciente exigen efectivamente una decisión
inmediata que éste es aún incapaz de tomar por sí solo. Pero en tal caso, el médico debe
ser consciente de que al actuar de este modo no se comporta como un psicoanalista y que
puede resultar de su intervención algunas dificultades cuando trate de proseguir la cura, por
ejemplo, un reforzamiento poco conveniente de la relación de transferencia. En segundo
lugar, el médico puede y debe practicar, si llega el caso, la “terapia activa” incitando, por
ejemplo, al paciente a superar su incapacidad casi fóbica a tomar una decisión cualquiera.
De este modo, puede esperar, gracias a las modificaciones operadas en los bloqueos
afectivos que se derivan, tener acceso al material inconsciente inaccesible hasta entonces.
Cuando el paciente nos dice algo vago, ya sea una locución o una afirmación abstracta, le
preguntamos siempre qué le ha dado precisamente la idea de tal vaguedad. Esta cuestión
me ha surgido con tanta frecuencia que la planteo automáticamente desde el momento en
que el paciente se pone a hablar de forma general. La tendencia a pasar de lo general a lo
particular y después a lo específico, es la que rige precisamente todo el psicoanálisis. Sólo
ella permite la reconstrucción tan perfecta como sea posible de la historia del paciente y
puede subsanar sus amnesias neuróticas.
El sueño de una joven paciente me ha confirmado que el «por ejemplo» es un buen medio
técnico para referir directamente el análisis de un material lejano y poco importante a algo
que es próximo y esencial.
Esta paciente soñó lo siguiente: «Me dolían los dientes y tenía una mejilla hinchada. Sabía
que esto no podía arreglarse más que si el señor X (mi antiguo novio) frotaba este lugar;
pero para ello debía obtener el consentimiento de una dama. Ella dio efectivamente su
aprobación, y el señor X me frotó la mejilla con la mano; entonces saltó un diente como si
hubiera sido empujado en aquel momento y fuera la causa del dolor.» Segundo fragmento
del sueño: «Mi madre se preocupa respecto a mí por la manera en que se realiza un
psicoanálisis.» Yo le digo: «Hay que tenderse y contar todo lo que venga a la mente.» -«¿Y
qué es lo que se dice»?, pregunta mi madre. -«Pues todo, absolutamente todo lo que a uno
se le ocurre.» -«¿Y qué es lo que a uno se le ocurre?», insiste ella.-«Todo tipo de
pensamientos, incluso los más increíbles.» -«¿ Qué, por ejemplo?» -«Por ejemplo, haber
soñado que el médico me abrazaba y...», esta frase quedó inacabada y me desperté.
El psicoanálisis ha descubierto, pues, que los enfermos nerviosos son como los niños y
desean ser tratados como tales. Algunas personas médicas dotadas de intuición lo sabían
ya antes que nosotros, al menos se comportaban como si lo supieran. Así se explica la
fama de algunos médicos de sanatorios, «amables» o «groseros».
La condición previa para esto es naturalmente que el médico haya sido analizado. Sin
embargo. aunque lo esté, no podría franquear las particularidades de su carácter y las
fluctuaciones de su humor hasta el punto de hacer superfluo el control de la
contratransferencia.
Al comienzo de la práctica psicoanalítica, apenas se adivinan los peligros que pueden venir
por ese lado. Vive uno en la euforia que proporciona el primer contacto con el inconsciente;
el entusiasmo del médico se comunica al paciente y el psicoanalista debe a esta afortunada
seguridad algunos éxitos terapéuticos sorprendentes. Indudablemente, la parte del análisis
en tales éxitos es más bien escasa y pertenece a la pura sugestión, dicho de otro modo, se
trata de éxitos de la transferencia. En la euforia de la luna de miel del análisis, está uno
muy lejos de tomar en consideración la contratransferencia y menos aún de dominarla. Se
sucumbe a todos los afectos que puede suscitar la relación médico-enfermo, se deja uno
influenciar por las molestias de los enfermos, incluso por sus fantasías, y hasta se indigna
uno contra todos aquellos que le son hostiles o les hacen mal. En una palabra, el médico
hace suyos todos los intereses del enfermo y se extraña cuando éste, en quien su conducta
ha despertado probablemente esperanzas vanas, manifiesta repentinamente exigencias
pasionales. Las mujeres piden al médico que se case con ellas, los hombres que dialogue
con ellos, y todos deducen de sus palabras argumentos apropiados para justificar sus
pretensiones. Naturalmente, tales dificultades se superan fácilmente durante el análisis; se
invoca su naturaleza transferercial y se les utiliza como material para proseguir el trabajo.
Pero también puede hablarse de los casos en que los médicos que practican bien sea una
terapéutica no analítica, bien un análisis silvestre son objeto de acusaciones o de
inculpaciones judiciales. Los pacientes desvelan en sus acusaciones el inconsciente del
médico. El médico entusiasta que en su deseo de curar y de explicar pretende
“comprometer’ a sus pacientes, olvida los signos, pequeños y grandes, del atractivo
inconsciente que siente hacia ellos, tanto hombres como mujeres, pero éstos los perciben
perfectamente y deducen la tendencia que los origina, sin sospechar que el médico no
tenía conciencia de ello. Cosa curiosa, en este tipo de asuntos ambas partes tienen razón.
El médico puede jurar que, conscientemente, sólo pensaba en curar a su enfermo; pero
también el paciente tiene razón, pues el médico se ha colocado inconscientemente como
protector de su cliente y lo ha dejado ver a través de diversos indicios.
Sólo cuando haya llegado a él, o sea, una vez asegurado de que la vigilancia ejercida sobre
este efecto dará enseguida la alerta si sus sentimientos respecto al paciente amenazan con
desbordar la justa medida tanto en sentido negativo como en positivo, podrá el médico
«dejarse llevar» durante el tratamiento como exige la cura psicoanalítica.
Próximo escrito
La desnudez como medio de intimidación
Sandor Ferenczi / La desnudez como medio de intimidación
La desnudez
como medio de intimidación
En el sueño, por el contrario, esta duda entre la intención suicida y el sentimiento del deber,
entre el amor y el odio respecto al hijo favorecido por la suerte, se convierte curiosamente
en una duda entre la exhibición y su contrario. La paciente ha buscado el material de este
sueño entre sus propias vivencias. Amaba de tal forma a su hijo mayor que nunca permitió
a nadie lavarlo o bañarlo. Naturalmente, el niño respondía a este amor, y su afecto adquirió
incluso por momentos formas tan manifiestamente eróticas que su madre se vio obligada a
consultar a un médico sobre el tema. En esta época ya conocía el psicoanálisis, pero no se
atrevió a presentar el caso ante un psicoanalista. Temía los problemas que podían
planteársele. (Podemos añadir que sin duda temía inconscientemente que el analista le
impusiera renunciar a su ternura para con su hijo.)
Este amor maternal desmesurado le había permitido sin embargo realizar una transferencia
sobre el niño y bloquear de nuevo su narcisismo infantil tan pronunciado. Este narcisismo
transferido representaba para ella la salvación, pues la satisfacción esperada le había sido
rehusada en el momento de la elección de objeto sexual. Pero también el niño le fue
arrebatado y el narcisismo tuvo que manifestarse en su forma primitiva. El que adquiriera la
forma de exhibición para expresarse se explica, supongo, por experiencias infantiles de
este tipo.
El mismo día, otro paciente me refirió algo parecido. Me contó este recuerdo de su infancia
que había dejado sobre él una viva impresión: su madre le había contado que un hermano
de ella, cuando era pequeño, era un «niño mimado»; estaba siempre junto a su madre, no
quería dormir sin ella, etc. Su madre no había conseguido hacerle perder esta costumbre
más que desnudándose ante el niño para intimidarlo y apartarle de su persona. El recurso
-esta era la moraleja de la historia- había obtenido el resultado apetecido. Tal medio de
intimidación parece haber actuado hasta la segunda generación, en este caso sobre mi
paciente. Todavía hoy, no puede hablar del trato dado a su tío sin expresar la más viva
indignación; y sospecho que su madre le había contado esta historia con fines
pedagógicos.
Freud nos enseña que la libido rechazada se transforma en angustia. Lo que sabemos
hasta ahora sobre los estados de angustia en la infancia es muy claro a este respecto: se
trata siempre de un aumento excesivo de la libido de la que el Yo intenta defenderse; la
libido rechazada por el Yo se transforma en angustia y la angustia busca a continuación,
secundariamente, objetos apropiados (muy a menudo animales) a los que referirse. La
sensibilidad del Yo al crecimiento de la libido se explica por las relaciones temporales entre
el desarrollo del Yo y el de la libido tal como los ha definido Freud. El Yo aún rudimentario
del niño se espanta de las cantidades inesperadas de libido y de sus posibilidades
libidinosas con las que apenas sabe todavía qué hacer.
Es posible que el alma popular sospeche la existencia de tales relaciones y que nuestro
caso no sea excepcional. Debiera investigarse sobre la frecuencia de las medidas
educativas o coercitivas que consisten en intimidar al Yo enfrentándole a cantidades o a
modos inadecuados de libido.
Próximo escrito
Dificultades técnicas de un análisis de histeria
Sandor Ferenczi / Dificultades técnicas de un análisis de histeria
Dificultades técnicas
de un análisis de histeria
(Con indicaciones sobre el onanismo larvado
y los «equivalentes masturbatorios»)
Cierta paciente, que ponía tanta inteligencia como constancia en seguir las reglas de la
cura psicoanalítica y que poseía incluso comprensión técnica, no realizaba desde hacía
algún tiempo ningún progreso, tras haber experimentado cierta mejoría de su histeria
debido sin duda a la primera transferencia. Como el trabajo no avanzaba, recurrí a un
medio extremo y fijé una fecha límite para el tratamiento, esperando proporcionar de este
modo a la paciente un motivo de trabajo suficiente. Pero esto sólo proporcionó una ayuda
temporal. La paciente recayó pronto en su inactividad habitual que disimulaba bajo un amor
de transferencia. Las sesiones transcurrían en medio de declaraciones y manifestaciones
de amor apasionado por su parte y, por la mía, en medio de vanos esfuerzos para hacerle
comprender la naturaleza transferencial de sus sentimientos, y hacerle fijarse en los objetos
reales aunque inconscientes de sus afectos. Cuando llegó la fecha fijada la despedí,
aunque no había curado. Pero ella se hallaba muy satisfecha de la mejoría experimentada.
Algunos meses después volvió en una situación de absoluto decaimiento; sus problemas se
habían reproducido con la intensidad de antaño. Cedí a sus súplicas y reemprendí la cura.
Pero poco después, en cuanto llegó al grado de mejoría alcanzado anteriormente, volvió a
comenzar con los antiguos manejos. En esta ocasión fueron circunstancias externas las
que provocaron la interrupción de la cura, que quedó por segunda vez inacabada.
Una nueva agravación, así como la superación de los obstáculos anteriores, la condujeron
a mí por tercera vez. Pero entonces los progresos no duraron demasiado. En el transcurso
de las fantasías amorosas que repetía incansablemente y cuyo objeto era siempre el
médico, hizo en varias ocasiones, como de paso, la observación de que experimentaba
“sensaciones por abajo”, es decir, sensaciones eróticas genitales. Sólo entonces pude
constatar fortuitamente, al observar la manera en que se hallaba recostada sobre el diván,
que tenía las piernas cruzadas durante toda la sesión. Ello nos condujo -y no era la primera
vez- al tema del onanismo que las jóvenes y las mujeres practican preferentemente
apretando los muslos uno contra otro. Ella negó de forma categórica, como lo había hecho
ya antes, haber realizado jamás tales prácticas.
Debo confesar que necesité mucho tiempo -y esto es sintomático de la lentitud con la que
una intención nueva ya operante emerge en la conciencia- para pensar en prohibir esta
postura a la paciente. Le expliqué que se trataba de una forma larvada de masturbación,
que permitía descargar subrepticiamente las mociones inconscientes y que no dejaba pasar
más que fragmentos inutilizables en el material asociativo. He de calificar de fulminante el
efecto producido por esta medida. La paciente, a quien se prohibió este modo habitual de
descarga sobre el plano genital, comenzó a sufrir durante las sesiones una agitación física
y psíquica casi intolerable; no podía permanecer tranquilamente acostada y tenía que
cambiar de posición constantemente. Sus fantasías se iban pareciendo a delirios febriles de
los que finalmente surgieron fragmentos de recuerdos sepultados desde hacía tiempo que
poco a poco fueron agrupándose en torno a ciertos sucesos de la infancia y proporcionaron
las circunstancias traumáticas más importantes de la enfermedad.
Alertado por las experiencias anteriores, traté de privarla de los escondrijos en que ocultaba
su satisfacción autoerótica. Pareció que seguía bien la prescripción durante la sesión de
análisis, pero la infringía constantemente durante el resto del día. Supimos que se las
arreglaba para erotizar la mayoría de sus actividades como ama de casa y madre
apretando imperceptiblemente, y sin tener conciencia de ello, una pierna contra la otra.
Naturalmente, se sumergía entonces en fantasías inconscientes cuya aparición impedía de
este modo. Al extender la prohibición a toda la jornada tuvo lugar una nueva mejoría, pero
también pasajera.
Este caso parecía confirmar el adagio latino «Naturam expellas furca, tamen ista recurret».
Advertí en ella durante el análisis ciertos “actos sintomáticos”, como el divertirse apretando
o estirando diferentes partes de su cuerpo. Cuando le prohibí cualquier forma de onanismo
larvado, los actos sintomáticos se convirtieron en equivalentes del onanismo. Entiendo por
ello las excitaciones aparentemente anodinas de partes del cuerpo indiferentes que, sin
embargo, reemplazan, cualitativa y cuantitativamente, la erogeneidad de los órganos
genitales. En este caso, la libido, se hallaba de tal manera privada de cualquier otra
posibilidad de descarga que podía crecer hasta alcanzar un verdadero orgasmo en el nivel
de estas partes del cuerpo que, por su naturaleza, no son zonas erógenas prevalentes.
La impresión que le causó esta experiencia fue la única capaz de hacerle admitir conmigo
que disipaba toda su sexualidad en estos «malos hábitos», menores, y luego a aceptar la
renuncia a este modo de excitación practicado desde la infancia, en pro de su curación. Se
había comprometido a una penosa tarea, pero la cuestión merecía la pena. Su sexualidad,
a la que fue imposible desarrollarse por caminos anormales. halló por sí misma, sin
necesitar la menor indicación al respecto, el camino de la zona genital que era el
normalmente asignado y que ella había rechazado en determinada época de su desarrollo,
exiliándolo, -por así decir-, de su patria, hacia territorios extranjeros. A esta repatriación
todavía se opuso la reaparición pasajera de una neurosis obsesiva de la que había
padecido en su infancia, pero fue fácil de interpretar y la paciente la comprendió sin
dificultad.
La última etapa estuvo marcada por la aparición de una necesidad de orinar intempestiva e
inmotivada, a la que también se le prohibió ceder. Con gran extrañeza mía, me contó en
una ocasión que había sentido una excitación de los órganos genitales de tal intensidad
que no había podido impedir el procurarse alguna satisfacción frotando vigorosamente su
vagina. No aceptó directamente la idea de que su gesto confirmaba mi hipótesis de un
período de masturbación activa en su infancia pero en seguida proporcionó sueños y
asociaciones que la convencieron. Esta recaída en la masturbación no duró mucho.
Paralelamente a su lucha contra la masturbación infantil, llegó con bastante dificultad a
hallar satisfacción en las relaciones sexuales normales, lo cual hasta entonces -a pesar de
la potencia excepcional de su marido que ya le había dado muchos hijos- le resultaba
imposible. Al mismo tiempo, muchos síntomas histéricos aún no resueltos hallaron su
explicación en las fantasías y en los recuerdos genitales aparecidos entonces.
Durante este análisis tan complejo me esforcé únicamente en descubrir lo que presentaba
un interés sobre el plano técnico y en describir cómo conseguir establecer una nueva regla
analítica. Hela aquí: durante el tratamiento es necesario pensar en la posibilidad de un
onanismo larvado así como en sus equivalentes masturbatorios y, en cuanto se advierten
los síntomas, suprimirlos. Estas actividades, que podrían creerse inofensivas, son en
realidad susceptibles de convertirse en refugios de la libido a la que el análisis ha privado
de sus bloqueos y, en los casos extremos, pueden llegar a reemplazar toda la actividad
sexual del sujeto. Y aunque el paciente nunca indica que estos modos de satisfacción
escapan al analista, los recubre con todas sus fantasías patógenas, permitiéndole en todo
momento la descarga directa mediante la motilidad, ahorrándose de este modo el trabajo
penoso y desagradable de hacerlos conscientes.
Sin embargo, no siempre ocurre así. Hay incluso casos en que los pacientes reconocen,
durante la cura, haber tenido por primera vez en su vida el deseo de una satisfacción
masturbatoria, determinando por esta “acción explosiva” la transformación favorable que se
perfila en su posición libidinosa. Pero esto sólo puede aplicarse al onanismo manifiesto
acompañado de un contenido fantasioso erótico consciente, y no a las múltiples formas de
onanismo «larvado» y sus equivalentes. Estos últimos pueden ser considerados en
principio como patológicos y necesitan una aclaración analítica. Pero esta no es posible,
como hemos visto, más que haciendo cesar, al menos provisionalmente, la práctica en
cuestión, de forma que la excitación que provoca se oriente por caminos puramente
psíquicos y por último quede abierto un paso hacia un sistema consciente. Sólo cuando el
paciente ha conseguido soportar la conciencia de sus fantasías masturbatorias, debe
devolvérsele la libertad de actuación. Lo mas frecuente es que no vuelva a recaer más que
en casos de auténtica necesidad.
Algunos, en lugar de hurgar en sus bolsillos, presentan un temblor clónico de los músculos
de su pantorrilla, que a menudo resulta desagradable para quienes se hallen próximos. En
cuanto a las mujeres, a quienes la forma de sus vestidos, lo mismo que la educación,
impiden movimientos tan visibles, aprietan las piernas una contra otra o las cruzan.
Especialmente durante el tiempo de la costura, que distrae su atención, se procuran tales
“primas de placer”.
Sólo quien es capaz de retener y acumular durante cierto tiempo sus impulsos libidinosos y
los deja aflorar plenamente hasta sus órganos genitales en presencia de objetos y objetivos
sexuales apropiados, dispone de una potencia normal. El despilfarro permanente de
pequeñas cantidades de libido atenta contra esta capacidad. (Esto no se aplica en general
a la masturbación periódica conscientemente deseada.)
Otro factor que, según nuestra forma de ver, parece contradecir las opiniones
anteriormente expresadas, puede ser nuestra concepción de los actos sintomáticos. Freud
nos ha enseñado que tales manifestaciones de la psicopatología de la vida cotidiana
pueden, durante el tratamiento, indicar la existencia de fantasías rechazadas y, en
consecuencia, poseer una significación, aun siendo por lo demás totalmente anodinas.
Hemos visto, sin embargo, que pueden quedar fuertemente bloqueados por la libido
rechazada de otras posiciones y convertirse en equivalentes masturbatorios que no son
inofensivos. Aquí hallamos estadíos intermedios entre los actos sintomáticos y
determinadas formas de tic convulsivo para las que hasta ahora carecemos de explicación
psicoanalítica. Espero que muchos de estos tics aparezcan, a la luz del análisis, como
equivalentes estereotipados del onanismo. La notable vinculación que existe entre los tics y
la coprolalia (por ejemplo, cuando se reprimen las manifestaciones motrices) sería lo mismo
que la irrupción en el preconsciente de fantasías eróticas -generalmente sádico-anales-
simbolizadas por los tics, conjuntamente con un bloqueo espasmódico de los rasgos
mnésicos verbales correspondientes. De este modo, la coprolalia debería su formación a un
mecanismo semejante al que sirve de base a la técnica que hemos experimentado, que
permite a determinados impulsos, hasta entonces desahogados en sus equivalentes
masturbatorios, acceder a la conciencia.
Próximo escrito
La influencia ejercida sobre el paciente en el análisis
Sandor Ferenczi / La influencia ejercida sobre el paciente en el análisis
La influencia ejercida
sobre el paciente en el análisis
Viene a sacarme de esta situación delicada un consejo que me dio oralmente el profesor
Freud. En cierta ocasión me dijo que en las neurosis de angustia era preciso, al cabo de un
cierto tiempo, invitar a los pacientes a renunciar a sus inhibiciones fóbicas y a afrontar
precisamente lo que más angustia suscita en ellos. Para justificar tales consejos ante su
paciente y ante sí mismo, el médico puede mantener que toda tentativa de este tipo hace
aparecer un nuevo material psicoanalítico, aún inexplorado, el cual, sin esta enérgica
intervención, aparecería tarde o nunca. He seguido las instrucciones de mi maestro y puedo
atestiguar la excelencia del resultado. Esta “incitación” consigue notables progresos en el
tratamiento de muchos pacientes. Los adversarios del psicoanálisis objetarán que se trata
simplemente de una forma solapada de sugestión o de un habituamiento. Yo les
responderé: si duo faciunt idem non est idem.
En primer lugar, nunca prometemos al paciente que esta experiencia le curará; por el
contrario, le preparamos para una posible agravación de su estado, inmediatamente
después de la tentativa. Nos contentamos con decirle que esta experiencia parece ser
provechosa para la cura en último término.
Por último, no negaré que tales experiencias ponen en juego elementos transferenciales,
los mismos que utilizan los hipnotizadores excluyendo cualquier otro. Pero mientras que la
transferencia sobre el médico, en este último caso, pretende tener directamente un efecto
terapéutico, el psicoanálisis según Freud sólo se sirve de ella para debilitar las resistencias
del inconsciente. Por lo demás el médico, antes de terminar el tratamiento, descubre su
juego al paciente permitiéndole de este modo dejarlo con total independencia.
En este sentido, pienso que Sadger tiene razón al invitar a su paciente a realizar un acto
evitado desde siempre, y que Jones exagera al decir que el psicoanalista nunca debe dar
consejos.
Próximo escrito
Psicoanálisis de las neurosis de guerra
Señoras y señores: permítanme presentar el tema particularmente grave y serio que hoy
voy a exponerles, con una pequeña historia que nos sitúa directamente en el corazón de los
acontecimientos que azotan actualmente el mundo. Un húngaro que pudo observar de
cerca los sucesos revolucionarios de Rusia, me contó la sorpresa que los nuevos líderes
revolucionarios de una ciudad rusa experimentaron al constatar que la revolución no se
llevaba a cabo con la rapidez que sus cálculos teóricos habían previsto. Basándose en el
materialismo histórico, habían pensado que podían introducir un nuevo orden social sin
hallar obstáculos a partir de su conquista del poder. Pero fueron elementos irresponsables,
enemigos de todo orden, quienes se apoderaron del mando de manera que poco a poco se
les escapó a los autores de la revolución. Los jefes del movimiento se reunieron entonces
para descubrir dónde estaba su error de cálculo. Convinieron finalmente en que la
concepción materialista se había mostrado demasiado exclusiva no teniendo en cuenta
más que las condiciones económicas y las relaciones de fuerza, olvidando un pequeño
detalle. Este pequeño detalle era el estado de ánimo, la forma de pensar de los hombres,
en una palabra: el elemento psíquico. Como hombres consecuentes, enviaron rápidamente
emisarios a los países de habla germánica para conseguir... obras de psicología que les
permitieran adquirir, aunque fuera tarde, algunos conocimientos en esta materia olvidada.
La negligencia de los revolucionarios causó muchos millares de víctimas, posiblemente
inútiles, pero es posible que su fracaso les haya puesto sobre la pista de algo importante: el
descubrimiento del psiquismo.
Algo similar les ha ocurrido a los neurólogos durante la guerra. La contienda ha producido
enfermedades nerviosas masivas que piden ser explicadas y curadas; pero la explicación
organicista y mecanicista hasta ahora en boga -que corresponde aproximadamente al
materialismo histórico en sociología- ha fracasado por completo. La experiencia colectiva
de la guerra ha producido gran número de neurosis graves en las que cualquier efecto
mecánico parecía excluido, de manera que los neurólogos se han visto obligados a
reconocer que habían omitido contar con algo que, una vez más, era el factor psíquico.
El material aducido por Oppenheim en apoyo de sus concepciones apenas puede apoyar
sus brumosas teorías. Es cierto que ha descrito, con la precisión que le caracteriza,
síndromes típicos cuyo número ha multiplicado tristemente esta guerra, y que les ha
atribuido nombres un tanto grandilocuentes aunque poco explícitos en cuanto a su
naturaleza (akinesia, amnéstico, motoclonia trepidante); sin embargo, tales descripciones
no han hecho que sus hipótesis teóricas resulten especialmente convincentes.
Ha habido algunos investigadores que han aprobado las ideas de Oppenheim, aunque por
lo general con restricciones. Goldscheiner piensa que la formación del síntoma nervioso
hace intervenir factores mecánicos y psíquicos; éste es también el parecer de Cassierer,
Scltuster y Birnbaum. A la pregunta de Wollemberg sobre si las neurosis de guerra son el
resultado de una emoción o bien de una conmoción, Aschaffenburg responde que se trata
de un efecto conjugado de la emoción y de la conmoción. Entre los escasos autores
partidarios de una concepción estrictamente mecanicista, citaré a Lilienstein, que exige
categóricamente la supresión en el vocabulario médico de los términos y de las nociones de
“psiquismo”, “funcional”, “psíquico”, pero sobre todo de “psicógeno”; ello simplificaría la
discusión y facilitaría el estudio, el tratamiento y el examen de las enfermedades
traumáticas; los progresos de la técnica anatómica permitirán ciertamente descubrir un día
las bases materiales de la neurosis.
Es preciso citar aquí la teoría de Sarbó, que busca la causa de las neurosis de guerra en
las destrucciones que afectan a la microestructura de los tejidos y en las microhemorragias
que se dan en el sistema nervioso central; éstas estarían provocadas por una conmoción
directa, una presión repentina sobre el líquido cerebro-espinal, una compresión de la
médula espinal en el foramen magnum, etc. Son pocos los autores que apoyan la
concepción de Sarbó. En este contexto, podría mencionar a Sachs y Freund, quienes
estiman que el traumatismo aumenta la excitabilidad y la fatigabilidad de las células
nerviosas, lo cual constituiría entonces la causa directa de las neurosis. Por último, para
Bauer y Fauser, las neurosis traumáticas son la consecuencia nerviosa de las
perturbaciones en la secreción endocrina provocada por el traumatismo, lo mismo que en la
enfermedad de Basedow post-traumática.
Entre los primeros que se alzaron contra una concepción puramente orgánica y mecánica
de las neurosis de guerra se hallaba Strümpell, quien desde hacía mucho tiempo había
señalado el papel de determinados factores psíquicos en las neurosis traumáticas. Observó
que las personas que desarrollaban graves neurosis a consecuencia de catástrofes
ferroviarias eran generalmente las que tenían interés en poder justificar las lesiones
consecutivas al traumatismo, por ejemplo, las personas aseguradas contra accidentes que
deseaban obtener una cuantiosa pensión, o las que habían llevado a los tribunales a la
compañía ferroviaria para exigir daños y perjuicios. Pero traumatismos idénticos o incluso
más violentos no tuvieron ninguna consecuencia neurótica duradera en casos de
accidentes ocurridos durante una actividad deportiva o imputables a la propia negligencia
del sujeto y, en general, en los casos o circunstancias que excluían de antemano cualquier
esperanza de indemnización; pues en todos estos casos el interés del sujeto era el de curar
con la mayor rapidez posible y no el de permanecer enfermo. Strümpell afirmaba que el
desarrollo de las neurosis traumáticas era siempre secundario y puramente psicógeno,
provocado por representaciones de deseos; recomendaba a los médicos que no tomaran
en serio, como Oppenheim, las lamentaciones de tales pacientes sino que los orientaran
del modo más rápido posible hacia la vida y el trabajo reduciendo o incluso suprimiendo su
pensión. Las consideraciones de Strümpell habían causado ya una gran impresión en el
ambiente médico en tiempo de paz; se introdujo la noción de histeria de tipo pensionista
pero los que se hallaban afectados por ella no eran mejor tratados que los simuladores.
Strümpell piensa que la neurosis de guerra es también una neurosis de deseo que se
introduce en el proyecto del paciente de ser desmilitarizado con una pensión tan elevada
como sea posible. En consecuencia, exige que los soldados afectados por neurosis de
guerra sean juzgados y examinados con el mayor rigor. El contenido de las
representaciones patógenas sería siempre un deseo; el deseo de una indemnización
material, el deseo de evitar el peligro y el contagio, y tal deseo actuando por vía
autosugestiva sobre la fijación de los síntomas, la persistencia de las sensaciones
morbosas y las perturbaciones nerviosas de la motilidad.
El origen psicógeno de las neurosis de guerra está confirmado por un fenómeno notable,
observado por Mörchen, Bonhöffer y otros, a saber: que los prisioneros de guerra no
presentan casi nunca neurosis traumáticas. Los prisioneros de guerra no tienen ningún
interés en permanecer enfermos una vez que han sido capturados, y además en manos del
enemigo no pueden contar con ninguna indemnización, pensión ni compasión. Además se
sienten provisionalmente protegidos por la cautividad contra los peligros de la guerra. La
teoría de la conmoción mecánica no podrá explicarnos nunca esta diferencia entre el
comportamiento de nuestros propios soldados y el de los prisioneros de guerra.
Las pruebas en favor del origen psicógeno se han multiplicado con rapidez. Schuster así
como muchos otros observadores han mostrado la desproporción existente entre el
traumatismo y sus consecuencias nerviosas. A consecuencia de traumatismos mínimos
aparecen graves neurosis, mientras que los traumatismos violentos acompañados de
lesiones importantes no tienen por lo general ninguna consecuencia en el plano nervioso.
Kurt Singer subraya con mayor insistencia aún la desproporción entre el traumatismo y la
neurosis e incluso propone una explicación psicológica del fenómeno: “En el momento del
traumatismo psíquico fulminante, el miedo y el terror hacen que la adaptación a la
excitación se haga más difícil e incluso imposible”. En los casos de heridas graves hay una
liberación automática de la tensión bruscamente acrecentada. Pero cuando no existe lesión
externa grave, el exceso de afecto se descarga “por abreacción” a la manera de un salto en
los síntomas físicos. El término freudiano de «abreacción» indica que el autor debía pensar
vagamente en el psicoanálisis al formular su teoría. Podría pensarse en una reminiscencia
de la teoría de la conversión según Breuer y Freud. Sin embargo, se ve rápidamente que
Singer tiene una concepción demasiado racionalista del proceso; para él, la sintomatología
de la neurosis traumática resulta simplemente de los esfuerzos del enfermo para
reemplazar una conciencia vaga de la enfermedad mediante una explicación más
comprensible para el individuo. En consecuencia, los trabajos de este autor se hallan
todavía muy lejos de la concepción dinámica del psiquismo tal como enseña el
psicoanálisis.
Hauptmann, Schmidt y otros han atraído luego mi atención sobre el papel del factor
temporal en el desarrollo sintomático de las neurosis de guerra. Si sólo se tratara de una
lesión mecánica, el efecto alcanzaría su máxima intensidad inmediatamente después del
traumatismo. Ahora bien, constatamos que los sujetos sometidos a una conmoción brutal
tienen tiempo de efectuar en los momentos que siguen al traumatismo un cierto número de
gestos perfectamente adaptados para asegurar su integridad, como dirigirse al puesto de
socorro, etc., y sólo cuando han llegado a lugar seguro se desfondan y comienzan a
desarrollarse los síntomas. En algunos, la aparición de los síntomas coincide con la orden
de marcha que les vuelve a enviar al frente tras su convalecencia Schmidt atribuye
acertadamente este comportamiento de los enfermos a factores psíquicos; piensa que los
síntomas neuróticos sólo se desarrollan tras la desaparición del estado confuso pasajero,
cuando los sujetos conmocionados reviven el recuerdo de la situación peligrosa. Podríamos
decir que a estos heridos les ocurre como a la madre que salva a su hijo de un peligro
mortal con gran sangre fría y despreciando su propia vida, y que, una vez conseguido su
propósito, se desploma sin conocimiento. El hecho de que aquí se trate de salvar no a un
ser querido sino a la propia persona apenas influye en la apreciación de la situación
psicológica.
Entre los autores que han insistido de forma especial sobre el origen psíquico de las
neurosis traumáticas de guerra citaré en primer lugar a Nonne. No sólo ha demostrado que
los síntomas de las neurosis traumáticas de guerra eran siempre y sin excepción de
naturaleza histérica, sino que también ha conseguido provocar instantáneamente la
desaparición y la reaparición de los mas graves de tales síntomas mediante la hipnosis o la
sugestión. Puede excluirse, pues, la eventualidad de una lesión, incluso “molecular”, del
tejido nervioso; un problema que puede solucionarse mediante una acción psíquica sólo
puede ser de naturaleza psíquica.
Este argumento terapéutico resultó decisivo; el campo de los mecanicistas quedó poco a
poco reducido al silencio; algunos de ellos han intentado reajustar sus posiciones en el
sentido de la psicogénesis. En lo sucesivo, la discusión ha proseguido entre los que
mantienen diversas teorías psicológicas.
¿Cómo hay que concebir el modo de acción de los factores psíquicos, la psicogénesis de
cuadros clínicos tan graves que dan la impresión de estar totalmente organizados?
Comparemos ahora lo que acaba de decirse sobre la posición de los neurólogos alemanes
en cuanto a la génesis de las neurosis de guerra. Goldscheider declara: “Impresiones
repentinas y fulminantes pueden producir efectos directamente y con la ayuda asociativa de
las representaciones; estas imágenes mnésicas producen efectos susceptibles de
aumentar y disminuir el grado de excitabilidad. Es el caso de la emoción, del temor, que
permite al traumatismo esta repartición y esta fijación de las consecuencias nerviosas de la
excitación, que una de carácter puramente somático nunca hubiera podido provocar por si
misma”. Fácilmente puede advertirse que esta descripción se apoya sobre la teoría
traumática de Charcot y sobre la teoría de la conversión de Freud.
Bonhöffer parece haber aceptado íntegramente todas las conclusiones que la experiencia
psicoanalítica extrae de la psicología de los complejos: considera los síntomas traumáticos
como “fijaciones psiconeuróticas que, bajo el efecto de una emoción masiva, permiten la
separación entre el afecto y el contenido de la representación”.
También Vogt se refiere a la “célebre tesis freudiana” según la cual el alma atormentada
huye hacia la enfermedad, y reconoce que “el impulso resultante es a menudo de
naturaleza inconsciente más bien que consciente”. Liepman divide los síntomas de la
neurosis traumática en dos categorías: las consecuencias directas del traumatismo psíquico
y «los mecanismos psíquicos que poseen una finalidad». En cuanto a Schuster, habla de
síntomas producidos por «procesos inconscientes».
Pueden ustedes constatar, señoras y señores, que las experiencias proporcionadas por el
estudio de los neuróticos de guerra nos han conducido poco a poco más allá del
descubrimiento del psiquismo: han llevado casi a los neurólogos a descubrir el
psicoanálisis. Cuando en la literatura reciente consagrada a este tema hallamos nociones y
conceptos que nos son tan familiares como los de abreacción, inconsciente, mecanismos
psíquicos, separación entre afecto y representación, etc., tenemos la impresión de volver a
hallarnos entre psicoanalistas y, sin embargo, ninguno de estos investigadores se ha
preocupado de saber si la experiencia aportada por el estudio de las neurosis de guerra
podía justificar también la aplicación de la concepción psicoanalítica al estudio de las
neurosis y de las psicosis ordinarias conocidas en tiempos de paz. De hecho, rechazan
unánimemente la idea de una especificidad de los traumatismos de guerra; en conjunto.
sostienen que no hay nada en las neurosis de guerra que permita añadir algo a la
sintomatología actualmente conocida de las neurosis; los neurólogos alemanes han
reclamado incluso explícitamente con ocasión del Congreso de Munich, la eliminación del
término y de la noción de neurosis de guerra.. Sin embargo, como las neurosis de paz y de
guerra son fundamentalmente idénticas, los neurólogos no podrán ya abstenerse de aplicar
las ideas relativas a los choques emocionales, la fijación a los recuerdos patógenos y la
acción que éstos continúan ejerciendo en el inconsciente, a la explicación de la histeria
ordinaria, de las neurosis obsesivas y de las, psicosis. Se sorprenderán al constatar con
qué facilidad caminarán por la vía abierta por Freud y lamentarán el haber rehusado
obstinadamente sus indicaciones.
El psicoanálisis adopta en esta cuestión una posición intermedia que Freud ha precisado a
menudo y de manera explícita. Se trata de una «serie etiológica», donde predisposición y
traumatismo figuran como valores complementarios y recíprocos. Una predisposición ligera
asociada a un choque violento puede causar los mismos efectos que un traumatismo
menor junto a una predisposición más acentuada. Pero el psicoanálisis no se ha contentado
con una alusión teórica a esta relación, sino que se esfuerza -con éxito- en descomponer la
noción compleja de «predisposición» en elementos más simples y en separar los factores
constitucionales que determinan la elección de la neurosis (la tendencia específica a
desarrollar tal tipo de neurosis en vez de tal otro). Volveré de nuevo a la cuestión de saber
dónde trata de descubrir el psicoanálisis la predisposición a la neurosis traumática.
Estas observaciones y otras análogas han llevado a muchos investigadores -algunos de los
cuales no son analistas- a suponer que estos problemas no son efectos directos del
traumatismo, sino reacciones psíquicas a éste y que están al servicio de una tendencia a
protegerse contra la repetición de la experiencia penosa. Sabemos que el organismo
normal también dispone de estos medios de protección. Los síntomas del temor,
imposibilidad de moverse, temblor, palabra entrecortada, parecen ser automatismos útiles y
hacen pensar en los animales que simulan la muerte en caso de peligro. Y si Bonhöffer
interpreta estas perturbaciones traumáticas como una fijación de los medios de expresión
de la terrorífica emoción sufrida, Nonne va todavía más lejos y afirma que «los síntomas
histéricos recuerdan, en parte, los dispositivos de defensa. y de resistencia innatos, que
precisamente los individuos que llamamos histéricos reprimen mal, o incluso no reprimen».
Según Hamburger, el tipo mórbido más frecuente en el que a la vez se encuentran
problemas de marcha, de mantenimiento en pie y de palabra, acompañados de temblor,
representa «un complejo de representaciones de inestabilidad, de debilidad, de frustración
y de agotamiento», en cuanto a Gaupp, tales síntomas le hacen pensar en «un hundimiento
en estados infantiles y pueriles de impotencia manifiesta». Algunos autores llegan incluso a
hablar de «fijación» de la actitud corporal y de la inervación traumática.
Voy a hablar ahora de alguno de estos autores que se han interesado por las neurosis de
guerra en sentido psicoanalítico.
Desearía señalar aún aquí una discusión con múltiples ramificaciones que tuvo lugar entre
diversos autores sobre la cuestión de si un traumatismo puede producir un efecto
psicógeno incluso cuando la persona afectada pierde el conocimiento. Goldscheider y
muchos otros siguen estando convencidos de que la pérdida del conocimiento impide
cualquier efecto psicógeno, y Aschaffenburg mantiene de manera inquebrantable que el
estar inconsciente protege de las neurosis.
El universo psíquico del enfermo afectado por una neurosis traumática se halla dominado
por la depresión hipocondríaca, la pusilanimidad, la angustia y una notable excitabilidad que
va acompañada de la tendencia a la cólera. La mayoría de estos síntomas pueden
atribuirse a una hipersensibilidad del Ego (en particular la hipocondría y la incapacidad de
soportar un sufrimiento moral o físico). Tal hipersensibilidad proviene de que el paciente ha
retirado de los objetos su interés y su libido para concentrarlos en el Ego, a consecuencia
de un choque o de una serie de ellos. De este modo se ha producido una estasis de la
libido en el Ego que se expresa precisamente mediante estas sensaciones orgánicas
hipocondríacas anormales y mediante la hipersensibilidad. Este amor excesivo hacia el Ego
degenera a menudo en una especie de narcisismo infantil: los enfermos desearían ser
acariciados, cuidados y arrullados como los niños. Puede entonces hablarse de regresión al
estadío infantil del amor hacia sí. A este crecimiento del amor hacia sí corresponde un
debilitamiento del amor objetal, y a menudo también de la potencia sexual. Un individuo que
desde el principio presenta una tendencia narcisista, desarrollará con mayor facilidad una
neurosis traumática; pero nadie se halla totalmente a cubierto, porque el estadío narcisista
es un punto de fijación importante del desarrollo libidinoso de cualquier ser humano. Y a
menudo se halla combinado con otras neurosis narcisistas, en particular con la paranoia y
la demencia.
La tendencia a los accesos de rabia y de cólera es también una forma muy primitiva de
rebelarse contra una fuerza superior; estos actos pueden llegar hasta la crisis epileptiforme
y representan descargas afectivas más o menos carentes de coordinación, como puede
observarse en los bebés. Una variedad más benigna de esta ausencia de inhibición es la
falta de disciplina, que se halla en casi todos los sujetos afectados de neurosis traumática.
La demanda de un amor excesivo y el narcisismo explican esta enorme excitabilidad.
No se trata tan sólo, como creía Strümpell, de cuadros clínicos aducidos en busca de un
beneficio concreto (pensión, perjuicios y daños, exención del servicio activo): éstos no son
más que los beneficios secundarios de la enfermedad, el móvil primario es el propio placer
de permanecer en el seguro refugio de la situación infantil que fue abandonado a
regañadientes.
Señoras y señores, estas contribuciones personales pueden servirles para comprobar que
la concepción psicoanalítica es capaz de abrir nuevas vías incluso en ciertos campos en
que ha fracasado la neurología. Pero sólo la aplicación sistemática del método analítico a
un gran número de casos podrá conseguir una aclaración completa y una curación radical
de estos estados morbosos.
Lo notable del hecho es que este reflejo del recién nacido (menos de tres meses) cuando
tiene miedo, evoca un reflejo natural de agarrarse similar al que caracteriza a los
«Tragsäuglinge», es decir, a los animales pequeños (monos) que se ven obligados a
agarrarse con sus dedos mediante un verdadero reflejo a la piel de la madre cuando ésta
sube a los árboles. Podríamos decir que se trata de una regresión atávica del
comportamiento, a consecuencia de un temor repentino.
Próximo escrito
Psicogénesis de la mecánica
Sandor Ferenczi / Psicogénesis de la mecánica
Psicogénesis de la mecánica
(Precisiones críticas a un ensayo de Ernst Mach)
El psicoanálisis, que ha tenido que realizar el penoso aprendizaje del fatalismo, tras haber
visto su ciencia rechazada casi unánimemente por la humanidad perturbada en su quietud,
consigue a veces despojarse de esta vivencia mediante ciertas experiencias, aunque sólo
sea de forma provisional. Mientras que los sabios, cuya opinión predomina, se dedican sin
descanso a neutralizar y a enterrar nuestra ciencia por enésima vez, aparece en la lejana
India, en Méjico, en Australia, un pensador solitario que se proclama adepto de Freud.
Todavía es más sorprendente enterarse de que, muy cerca de nosotros, existe un
psicoanalista que trabajaba en silencio y que se manifiesta de improviso detentando un
saber acumulado durante muchos años. Pero el fenómeno más raro consiste en descubrir
en la obra de una autoridad científica indiscutible las señales de la influencia psicoanalítica
o una trayectoria paralela a la del psicoanálisis.
Conociendo tal situación, puede comprenderse y excusarse que tras la lectura de la última
obra de Ernst Mach, Kultur und Mechanik, haya podido olvidar por un momento mi posición
fatalista, adoptada sólo por necesidad y soportada con desagrado, en la esperanza
optimista de poder saludar y honrar a un partidario del psicoanálisis en la persona de uno
de los más eminentes pensadores y sabios de nuestra época.
«La introducción a la. obra del autor titulada «Mecánica» -se lee al comienzo del prólogo-
defiende la teoría de que la mecánica extrae sus ideas de la rica experiencia proporcionada
por el trabajo intelectual, con ayuda de la sublimación intelectual. Ahora, estoy en
disposición de ir algo más lejos: mi hijo Luis, especialmente dotado en su infancia para la
mecánica, ha llegado, apoyado por mis ánimos, a reproducir en detalle la trama esencial de
su evolución mediante experiencias repetidas de rememoración; de esta forma ha
aparecido que las experiencias sensoriales dinámicas indelebles de este período de la vida
son apropiadas para suscitar la impresión de que todo instrumento, ya se trate de utillaje
industrial, de armas o de máquinas, podría tener un origen impulsivo.
Convencido de que el atento estudio del desarrollo de estos procesos arrojaría una luz
incomparable sobre la prehistoria de la mecánica e incluso podría proporcionar las bases
de una tecnología genética general, he escrito este ensayo a título de modesta
contribución....»
El psicoanálisis halla en estas líneas ideas y métodos que le resultan familiares. Partir de lo
que es primitivo para deducir, mediante «experiencias repetidas de rememoración», los
verdaderos factores fundamentales de una estructura psíquica compleja y hallar por último
las raíces en la vivencia infantil; éste es justamente el principio y el resultado más
importante del método psicoanalítico. Desde hace más de veinte años, Freud aplica
incansablemente este método a las formaciones psíquicas más diversas: síntomas
neuróticos, mecanismos psíquicos normales complejos, y hasta un cierto número de
realizaciones sociales y artísticas de la humanidad, con resultados constantes. Por otra
parte, algunos alumnos de Freud han elaborado incluso teorías y principios empíricos de la
psicogénesis que arrojan alguna luz sobre la propia disciplina de Mach, la mecánica.
Pero este programa, que incluso parece válido desde nuestro punto de vista, Mach lo
realiza imperfectamente, según hemos dicho. Al rechazar el método psicoanalítico que
completa los sueños y los pensamientos conscientes así como los recuerdos pantalla
infantiles desvelando el último plano inconsciente y rectificando las deformaciones, sus
descubrimientos se quedan necesariamente en la superficie y, como los móviles libidinosos
son generalmente rechazados e inconscientes, sus investigaciones sólo consiguen a
menudo una explicación racionalizante del progreso técnico o, más exactamente, sólo
pueden esclarecer el aspecto racional de la motivación.
Es posible que las vasijas de barro aparecieran en primer término «para reemplazar el
hueco de las manos cuando el sujeto quería beber», siendo sin duda el agua acumulada en
los objetos cóncavos la que originó la primera incitación a fabricar recipientes, simples
masas de arcilla al principio, cuya concavidad era hecha con las manos. Pero la razón por
la cual «la arcilla fácil de trabajar que tenía a su disposición había constituido siempre sin
duda una materia muy seductora», Mach no intenta aclararla. El psicoanálisis cubre esta
laguna permitiendo atribuir esta «seducción» particular a determinados impulsos parciales
eróticos de la libido.
Mach no se preocupa de saber por qué, por ejemplo, «retorcer e hilar materias textiles
excita el impulso de actividad hasta el punto de transformar estas ocupaciones en una
fuente de placer casi permanente». Se contenta con suponer la existencia de un impulso de
actividad absolutamente primario cuyos rasgos mnésicos surgirían instantáneamente en
cuanto fueran necesarios.
«El pulimento de cuerpos cilíndricos preexistentes, como las ramas de árboles redondas,
formaba parte probablemente de los juegos practicados en épocas primitivas. Nosotros
mismos hemos jugado muchas veces a ello en nuestra infancia y hemos hecho girar un
bastoncillo primero de un lado y luego del otro en una excavación manteniendo el eje
inmóvil, al tiempo que las rugosidades del bastoncillo originaban conductos muy definidos
en la cavidad..., etc.» (forma primitiva del torno).
«...EI juego con nuestros dedos en la primera infancia nos ha permitido inventar el principio
del tornillo; encontrábamos cualquier objeto en forma de tornillo y, mientras nos divertíamos
haciéndolo girar, lo sentíamos hundirse en la palma de la mano: era una sensación
extrañamente misteriosa en aquel momento, que nos incitaba a reproducir el juego sin
cesar... »
Mach explica del mismo modo el origen de la perforación al fuego, de las máquinas de
fuego, de las máquinas elevadoras de agua y de las bombas. Siempre y en todo ve una
manifestación del impulso de actividad que, a favor de un azar propicio, consigue un nuevo
descubrimiento. «Los descubrimientos se producen cuando las condiciones óptimas van
acompañadas de un mínimo de dificultades.» De este modo, según Mach, los
descubrimientos «se han introducido probablemente en el transcurso de los tiempos en la
vida de nuestros antepasados sin participación de personalidades o individualidades
excepcionales».
Pero, para el psicoanálisis, la adaptación a la realidad sólo aclara un aspecto del problema.
Según sus enseñanzas, los descubrimientos tienen su origen psíquico en la libido tanto
como en el egoísmo. El placer que halla el niño en el movimiento o en la actividad: amasar,
horadar, sacar agua, regar, etc., deriva del erotismo de algunas funciones orgánicas,
siendo precisamente la reproducción “simbólica” de estas funciones en el mundo exterior
una de las formas de la sublimación. Algunas particularidades de los útiles de trabajo del
hombre, sobre todo sus nombres, conservan aún los rasgos de su origen parcialmente
libidinoso.
Sin embargo, las tesis de Mach, que ignora por completo la psicología analítica, están muy
alejadas de estos puntos de vista. Incluso en la concepción del hegeliano E. Kapp, que
considera los sistemas mecánicos como proyecciones de órganos inconscientes, Mach ve
una gracia que no hay que tomar en serio, pretextando que «la mística no aporta ninguna
luz en el terreno de la ciencia». Por el contrario concede cierta verosimilitud a las ideas de
Spencer, que considera las construcciones mecánicas como prolongaciones de los
órganos.
En otra parte de su libro afirma que toda la mecánica es tan sólo idealización, abstracción,
siendo por ello impropia para representar exactamente los procesos irreversibles
(termodinámicos). Mach, sin embargo, con la misma imparcialidad con que define los
límites de su propia disciplina, podría reconocer que el estudio del desarrollo de las
aptitudes mecánicas, si se realiza independientemente de las demás relaciones psíquicas,
«pierde necesariamente probabilidades -según sus propias palabras-, debido a que rehúsa
considerar o utilizar determinados puntos de vista» y se queda necesariamente en una
idealización truncada de la realidad.
Desearía expresar mi parecer sobre otra iniciativa de Mach. «La etnología experimental
podría encontrar un complemento extraordinariamente importante en la observación de
niños aislados, apartados de su medio desde el principio, y abandonados a sí mismos lo
más posible. Sabiendo por experiencia que incluso un adulto puede recuperar rápidamente
los conocimientos elementales, tales sujetos no sufrirían en absoluto; conociendo además
la influencia decisiva y el impulso directriz que ejerce sobre el carácter y sobre toda la vida
la fase inicial de la evolución, puede esperarse que este proceso suscite por el contrario
cualidades notables en el individuo, consiguiendo así la creación de valores nuevos de
alcance considerable.»
Creo haber hallado finalmente el argumento decisivo contra ese proyecto periódicamente
esbozado por poetas y filósofos (porque proviene de lo hondo de sus propios deseos
inconscientes), proyecto que trata de producir esta especie de «Naturkind» (hijo de la
naturaleza) no civilizado. Resulta imposible educar a este pequeño hombre primitivo de tal
modo que quede preservado de toda influencia civilizada, pues sería preciso transplantar al
recién nacido a una familia primitiva de las que existían antes de la invención de los
primeros útiles mecánicos. Está claro que ello no es posible en nuestros días. A lo sumo
podríamos hacer adoptar a este niño por alguna familia dravídica o nativa de las islas de los
mares del Sur, medida totalmente superflua porque los drávidas y los isleños tienen niños
propios y al etnólogo le bastaría acudir allí para observarlos.
A pesar de todas estas objeciones, por otro lado relativamente benévolas, considero, tras la
lectura de su libro, que Mach es un psicoanalista, sean cuales fueren las protestas
eventuales del autor crítico de Erkenntnis und Irrtum.
Por esta razón, Mach, que hasta aquí sólo se había interesado por el trabajo intelectual
concretizado en la literatura científica relativa a la mecánica, ha tomado ahora como objeto
de sus investigaciones al simple obrero, al niño, al hombre prehistórico; se ha dado cuenta
de que la comprensión de las relaciones simples era «la condición previa y la base
preliminar» indispensables para la comprensión de relaciones más complejas.
Incluso aquí podemos descubrir un paralelo con la trayectoria del psicoanalista que intenta
explicar las realizaciones culturales complejas del hombre normal en estado de vigilia
partiendo de la vida psíquica infantil, o retornando al estadío infantil por la acción del sueño
o de la enfermedad.
Por último, no puedo silenciar el libre espíritu animista que impregna la obra de este
destacado conocedor del universo físico. Mach no duda en admitir que un mecanismo
debería permanecer inmóvil de por sí, pues únicamente la energía puede introducir el
movimiento en un sistema mecánico; y tal como Leibnitz lo formuló: la energía tiene algo en
común con el psiquismo.
Próximo escrito
Fenómenos de materialización histérica
Sandor Ferenczi / Fenómenos de materialización histérica
Las investigaciones psicoanalíticas de Freud nos han enseñado a considerar los síntomas
de la conversión histérica como las representaciones, mediante el cuerpo, de fantasías
inconscientes. Por ejemplo, una parálisis histérica del brazo puede significar -bajo
apariencia negativa- una intención agresiva; un calambre, la lucha entre dos mociones
afectivas antagonistas; una anestesia o una hiperestesia localizadas, el recuerdo duradero
fijado inconscientemente de un tocamiento de tipo sexual en el lugar en cuestión. El
psicoanálisis nos ha proporcionado también aclaraciones inesperadas sobre la naturaleza
de las fuerzas que intervienen en la formación del síntoma histérico; son siempre mociones
impulsivas de naturaleza erótica y egoísta las que se expresan en la sintomatología de
estas neurosis, bien sea alternativamente, bien, y es el caso más frecuente, mediante
formaciones de compromiso. Por último, en el transcurso de recientes y decisivas
investigaciones sobre la elección de la neurosis, Freud ha conseguido descubrir en la
historia del desarrollo libidinoso el punto de fijación genética que condiciona la
predisposición a la histeria. El factor predisponente a esta neurosis residiría a su parecer en
una perturbación del desarrollo genital normal, mientras la primacía de la zona genital ha
quedado ya plenamente afirmada. El sujeto así predispuesto reacciona frente a un conflicto
erótico, que desempeña el papel de traumatismo psíquico, mediante el rechazo de las
mociones genitales o, eventualmente, desplazando tales mociones sobre partes del cuerpo
aparentemente anodinas. Yo diría que la histeria de conversión genitaliza las partes del
cuerpo donde se manifiestan los síntomas. En un artículo en el que he intentado reconstruir
los estadíos del desarrollo del Ego, he demostrado que la predisposición a la histeria
suponía la fijación a un período determinado del desarrollo del sentido de realidad, período
durante el cual el organismo intenta aún adaptarse a la realidad modificando -con gestos
mágicos- el cuerpo propio y no el mundo exterior; el lenguaje gestual del histérico sería un
retorno a esa etapa.
Nadie negará que poseemos un núcleo de conocimientos sobre la neurosis histérica del
que la neurología preanalítica no tenía la menor idea. Sin embargo, a pesar de la enorme
satisfacción proporcionada por estos resultados, creo que sería oportuno indicar las
lagunas de nuestro saber en este campo. El «salto misterioso de lo psíquico a lo somático»
(Freud), por ejemplo, en el síntoma de la histeria de conversión, sigue siendo todavía un
enigma.
Se nos ofrecen diferentes caminos para intentar resolver este enigma, entre otros las
condiciones específicas de la inervación que determinan la formación de muchos síntomas
de conversión.
En las parálisis, los espasmos, las anestesias y las parestesias histéricas, se constata que
los histéricos poseen la facultad de interrumpir o de perturbar la transmisión normal del flujo
nervioso sensorial hacia la conciencia o del impulso motor que proviene de ella. Pero,
además de estas modificaciones de la descarga de las excitaciones que se producen en la
esfera psíquica, conocemos síntomas histéricos cuya constitución exige una
hiperproducción decisiva por parte del flujo nervioso, realizaciones de las que es incapaz el
aparato neuropsíquico normal. La voluntad inconsciente del histérico crea fenómenos
motores, modificaciones de la circulación sanguínea, perturbaciones en la función glandular
y en la nutrición de los tejidos, que el no histérico es incapaz de conseguir mediante su
voluntad consciente. Las fibras lisas de la musculatura del tubo digestivo, de los bronquios,
de las glándulas lacrimales y sudoríparas, los cuerpos eréctiles de la nariz, etc., se hallan a
disposición del inconsciente del histérico; tiene la facultad de realizar inervaciones aisladas
(por ejemplo, de los músculos oculares y de la laringe) que resultan imposibles para el
individuo sano; conocemos también su aptitud para provocar hemorragias locales,
ampollas, tumescencias de la piel y de las mucosas, todos ellos fenómenos bastante raros.
Uno de los fenómenos histéricos más corrientes es el síntoma del globus hystericus, ese
estado particular de la contracción de la musculatura faríngea que, junto con otro síntoma
faríngeo, la ausencia de reflejo de deglución, figura a menudo entre los estigmas de esta
neurosis. En otra investigación, he atribuido esta anestesia de la glotis y de la región
faríngea a una reacción contra las fantasías inconscientes de felación, de cunilinguo, de
coprofagia, etcétera, debidos a la genitalización de estas zonas mucosas. Mientras que
estas fantasías hallan su expresión negativa en la anestesia, el globus hystericus, como
puede constatarse en todos los casos sometidos a psicoanálisis, representa estas mismas
fantasías pero de forma positiva. Los propios enfermos hablan de un nudo en su garganta,
y podemos creer que determinadas contracciones de los músculos longitudinales y
transversales de la faringe producen realmente la parestesia de un cuerpo extraño e incluso
una especie de cuerpo extraño, un nudo. Es cierto que este nudo aparece en el análisis
como un cuerpo extraño muy especial, en absoluto anodino: un cuerpo extraño que posee
un sentido erótico. En más de un caso este «nudo» sube y baja con un movimiento rítmico
y este movimiento corresponde a una representación inconsciente de los procesos
genitales.
Para muchos que sufren falta de apetito, náuseas y otras perturbaciones digestivas de tipo
neurótico, el hecho de comer, es decir, de hacer descender un cuerpo extraño a lo largo del
estrecho tubo muscular del esófago, tiene inconscientemente el mismo sentido de afrenta
genital que los enfermos afectados de globus hystericus fantasean sin estímulo externo.
Después de la investigación de Pavlov sobre la influencia del psiquismo en la secreción
gástrica, nadie se extrañará de ver estas fantasías recorrer todos los grados de hiper o de
hiposecreción gástrica y de hiper o de hipoacidez.
Tuve ocasión de estudiar durante varios meses el papel histerógeno del recto y del ano. Un
paciente, soltero hasta una edad avanzada, que se había casado a instancias de su padre,
había iniciado conmigo un tratamiento a causa de una impotencia psicógena. Sufría en
ocasiones una curiosa constipación: sentía clara e incluso dolorosamente que la masa fecal
se acumulaba en su recto, pero le parecía imposible evacuarla; cuando conseguía defecar,
no sentía ningún alivio. El análisis mostró que este síntoma aparecía cada vez que entraba
en conflicto con una personalidad masculina que, de una u otra forma, se le imponía. Por
último, el síntoma se le mostró como la expresión de su homosexualidad inconsciente. En
el preciso momento en que intentaba mostrarse enérgico respecto a este individuo, una
fantasía homosexual inconsciente le obnubilaba y le obligaba a fabricarse un miembro viril
con ayuda de la pared intestinal contráctil, utilizando la materia maleable del contenido
intestinal que se hallaba siempre a su disposición; y este miembro viril, que era
precisamente el del adversario conscientemente aborrecido, rehusaba a continuación
abandonar el intestino antes de que el conflicto se hubiera solucionado. El paciente
aprendió poco a poco la forma psicoanalítica de resolver este problema, es decir, de
reconocer el conflicto en cuestión.
Veamos ahora cuál es el elemento común a todos los síntomas de esta serie. Se trata
claramente de la figuración mediante el cuerpo de un deseo sexual inconsciente, tal como
lo ha evidenciado Freud. Pero hay algo en este modo de figuración que merece un examen
más profundo. Cuando, en el globus hystericus, el deseo inconsciente de felación produce
un nudo en la garganta, cuando la histérica encinta, con embarazo real o imaginario, fabrica
un «niño estomacal» con el contenido y la pared de su estómago, cuando el homosexual
inconsciente modela su intestino y el contenido de éste en un cuerpo de talla y forma
determinados, se trata de procesos que no corresponden, por su naturaleza, a ninguno de
los modos conocidos de «percepciones ilusorias». No podemos hablar aquí de
alucinaciones. Una alucinación se produce cuando la censura impide el camino ascendente
hacia la conciencia a un complejo de pensamientos bloqueado afectivamente, de forma que
la excitación que se deriva, tomando un camino regresivo, vuelve a bloquear el contenido
de estos pensamientos que ha sido acumulado en la memoria, y lo hace llegar a la
conciencia en forma de percepción actual. Pero los procesos motores que, como hemos
visto, participan intensamente en la formación de los síntomas de conversión histérica, son
extraños a la naturaleza de las alucinaciones. Pues la contracción de las paredes
estomacales o intestinales en el globus, los vómitos histéricos y la constipación no son en
absoluto «imaginarios» sino perfectamente reales.
No podemos dejar de hablar en este caso de ilusión en el sentido corriente del término. La
ilusión es una interpretación errónea o una deformación de una excitación externa o interna
realmente existente. Además, en ese caso, el sujeto suele tener un comportamiento pasivo,
mientras que el histérico produce él mismo estas excitaciones, que luego podrá interpretar
de forma equivocada. Este modo de formación de los síntomas histéricos que acabamos de
describir, incluso este fenómeno psicofísico en general, merece ser designado con un
término especial. Podría llamársele fenómeno de materialización, porque consiste
esencialmente en realizar un deseo, como por arte de magia, a partir de la materia de que
el sujeto dispone en su cuerpo y a proporcionarle una representación plástica -por primitiva
que sea-, a la manera de un artista que modela un material a su gusto o de los ocultistas
que, mediante la simple demanda de un médium, se representan el «aporte» o la
«materialización» de determinados objetos.
¿Cómo hemos de situar este fenómeno entre los procesos psíquicos ya conocidos y cómo
podemos representarnos su mecanismo? La comparación más acertada es la analogía con
la alucinación del sueño, tal como la conocemos tras las investigaciones de Freud sobre el
sueño. Los deseos aparecen realizados en el sueño, pero esta realización es puramente
alucinatoria al estar paralizada la motilidad. Por el contrario, en el fenómeno de
materialización parece que tenemos que enfrentarnos con una regresión aún más
profunda; el deseo inconsciente, e incapaz de acceder a la conciencia, ya no se limita en
este caso a la excitación sensorial del órgano psíquico de la percepción sino que pasa a la
motricidad inconsciente. Lo cual significa una regresión tópica a una profundidad del
aparato psíquico en la que los estados de excitación ya no se liquidan mediante un bloqueo
psíquico -aunque sea alucinatorio- sino simplemente a través de la descarga motriz.
A esta regresión tópica correspondería, en el plano temporal, una etapa muy primitiva del
desarrollo onto y filogenético, caracterizada por el hecho de que la adaptación ya no se
realiza modificando el mundo exterior sino el cuerpo propio. Cuando Freud y yo discutimos
los problemas de la evolución, tenemos la costumbre de llamar a este estadío primario el
estadío autoplástico, en oposición al estadío aloplástico, más tardío.
En los procesos vitales primitivos a los que la histeria parece volver, se producen
corrientemente modificaciones corporales que, cuando resultan de un proceso psicógeno,
nos parecen como hiperproducciones. La movilización de los músculos lisos de las paredes
vasculares, la actividad de las glándulas, la composición biológica y química de la sangre,
así como toda la nutrición tisular, se hallan sometidas a una regulación infrapsíquica. En la
histeria todos estos mecanismos fisiológicos están a disposición de las mociones de deseo
inconscientes y, a través de una tergiversación completa del curso normal de la excitación,
un proceso puramente psíquico puede expresarse así en una modificación fisiológica del
cuerpo.
Posiblemente el resultado más importante alcanzado por el desarrollo orgánico que tiende a
la división del trabajo, sea la diferenciación establecida por una parte entre los síntomas
orgánicos y excitaciones (aparato psíquico) y por otra entre los órganos específicos que
permiten la descarga periódica de cantidades de excitaciones sexuales acumuladas en el
organismo (órganos genitales). El órgano que distribuye y domina las excitaciones entra en
relación cada vez más estrecha con el impulso de autoconservación y, llegando al máximo
de su desarrollo, se convierte en el órgano del pensamiento, el órgano de la prueba de
realidad. Por el contrario, el órgano genital conserva incluso en el adulto su carácter
primario de órgano de descarga y, por la concentración de todos los erotismos, se convierte
en el órgano erótico central. El pleno desarrollo de esta polarización antagónica es el que
permite al pensamiento ser relativamente independiente respecto al principio de placer e
impide a éste perturbar la satisfacción sexual genital.
En cuanto a la histeria, sería una recaída en el estado original previo a esta separación y
correspondería a una irrupción de mociones impulsivas genitales en la esfera del
pensamiento, o a la reacción de defensa contra esta irrupción. Podríamos pues concebir la
formación de un síntoma histérico de la manera siguiente: una moción impulsiva genital
extraordinariamente fuerte pretende penetrar en la conciencia pero el Ego advierte la
naturaleza y la fuerza de esta moción como un peligro y la rechaza al inconsciente. Tras el
fracaso de esta tentativa de solución, estas masas energéticas perturbadoras son
rechazadas más profundamente todavía, hasta el órgano sensorial psíquico (alucinación) o
en la motilidad involuntaria en el sentido más amplio (materialización). Pero, durante este
recorrido, la energía impulsiva ha entrado en contacto muy íntimo con las capas psíquicas
superiores que la han sometido a una elaboración selectiva. Ha dejado de ser un simple
quantum, ha sufrido una diferenciación cualitativa que ha hecho de ella un medio de
expresión simbólica de contenidos psíquicos complejos.
Puede ser que esta concepción permita avizorar más de cerca el enigma fundamental de la
histeria, el «salto de lo psíquico a lo somático». Podemos al menos sospechar cómo una
formación psíquica -un pensamiento- llega a disponer de una fuerza que le permite
movilizar masas orgánicas brutas; esta fuerza le ha sido proporcionada simplemente por
una de las más importantes reservas de energía del organismo, la sexualidad genital. Por
otra parte, se comprende mejor la posibilidad de que el síntoma histérico de los procesos
fisiológicos adquiera la capacidad de representar procesos fisiológicos complejos y se
adapte de forma sutilmente matizada a su multiforme diversidad. En una palabra, nos
hallamos ante la producción de un idioma histérico, de una jerga simbólica hecha de
alucinaciones y de materializaciones.
Podrían abordarse los fenómenos de conversión histérica desde otro ángulo y considerar
su simbolismo. Freud ha indicado que el modo de expresión simbólico no es solamente
propio del lenguaje del sueño sino también de todas las formas de actividad en las que
participa el inconsciente. Ahora bien, la concordancia perfecta entre el simbolismo del
sueño y el de la histeria nos llama la atención de manera especial.
Todo simbolismo onírico revela, tras su interpretación, un simbolismo sexual, y del mismo
modo las figuraciones a través del cuerpo de la conversión histérica aluden todas sin
excepción a una interpretación simbólica sexual. Además, los órganos y las partes del
cuerpo que en el sueño representan a menudo simbólicamente los órganos genitales, son
precisamente aquellos a los que suele recurrir el histérico para configurar sus fantasías
genitales.
Una concordancia tan acentuada hace suponer que la base orgánica sobre la que se edifica
todo el simbolismo de la vida psíquica aparece parcialmente en la histeria.
Después de los. Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad de Freud, es difícil no
reconocer en los órganos sobre los que se halla desplazada simbólicamente la sexualidad
de los órganos genitales los principales puntos de localización de los estadíos anteriores a
la genitalidad, o sea, las zonas erógenas del cuerpo. El camino seguido por el desarrollo,
que va del autoerotismo a la genitalidad pasando por el narcisismo y que llega de este
modo al amor objetal, es recorrido, tanto en el sueño como en la histeria, en sentido inverso
al genital. De este modo, también se trata aquí de una regresión que induce a la excitación
a bloquear estas etapas anteriores y sus puntos de localización en lugar de los órganos
genitales. En consecuencia, el «desplazamiento de lo bajo hacia lo alto», tan característico
de la histeria, sólo sería el reverso del desplazamiento de lo alto hacia lo bajo al que la zona
genital debe su primacía y cuyo pleno desarrollo conduce a la polaridad que hemos
señalado entre la función sexual y la actividad de pensar.
No puedo terminar estas reflexiones sin indicar algunos temas de investigación que me ha
sugerido este estudio, así como otros similares. Vemos con gran extrañeza en los síntomas
histéricos que órganos de importancia vital se someten totalmente al principio de placer, sin
considerar para nada su propia función utilitaria. El estómago o el intestino juegan con su
propio contenido y con su propio tabique en lugar de digerir y de evacuar el referido
contenido; la piel es tan sólo una cubierta corporal protectora cuya sensibilidad advierte de
las agresiones demasiado intensas; se comporta como un verdadero órgano sexual cuyo
contacto, aunque no se realice conscientemente, procura, sin embargo, satisfacciones de
placer inconscientes, la musculatura, en lugar de participar como es normal en la
conservación de la vida mediante movimientos funcionales, se complace en escenificar
situaciones fantasiosas de placer. Y no existe ningún órgano, ninguna parte del cuerpo que
esté a cubierto de esta disposición al servicio del placer. No creo que se trate tan sólo de
procesos válidos únicamente para la histeria, que serían insignificantes e incluso totalmente
inválidos. Determinados procesos que se desarrollan en el estado de sueño normal inducen
a pensar que los fenómenos de materialización fantasiosa son posibles también en los no
neuróticos. Estoy pensando en esa hiperproducción singular que se llama polución.
Es probable que las tendencias al placer manifestadas por los órganos del cuerpo no cesen
por completo al acabar el día, y correspondería a una fisiología del placer descubrir la
importancia de éstos. Hasta hoy la ciencia de los procesos vitales ha sido exclusivamente
una fisiología utilitaria, y sólo se ha ocupado de las funciones orgánicas útiles para la
conservación.
Estas diversas formulaciones del problema son suficientes para mostrar que frente a la
concepción corriente según la cual la investigación biológica constituiría la condición previa
para todo progreso en psicología, el psicoanálisis nos ayuda a plantear problemas
biológicos que no podrían tratarse de otro modo.
Otro problema, considerado hasta ahora únicamente desde el ángulo psicológico, el del
don artístico, queda aclarado en parte por el aspecto orgánico de la histeria. Según la
expresión de Freud, la histeria es una caricatura del arte. Ahora bien, las
«materializaciones» histéricas nos muestran el organismo en toda su plasticidad y en toda
su habilidad creadora. Las proezas puramente «autoplásticas» del histérico podrían
constituir perfectamente el modelo de las hazañas corporales realizadas por los actores y
las actrices, e incluso el modelo de las artes plásticas en las que los artistas trabajan un
material proporcionado no por su propio cuerpo sino por el mundo exterior.
Próximo escrito
Tentativa de explicación de algunos estigmas histéricos
Sandor Ferenczi / Tentativa de explicación de algunos estigmas histéricos
Tentativa de explicación
de algunos estigmas histéricos
Entre la actitud del psicoanalista frente a los estigmas y la de los demás neurólogos existe
una llamativa diferencia que salta a la vista desde el primer examen de un caso de histeria.
El psicoanalista se contenta con un examen físico que permite eliminar toda confusión con
una enfermedad nerviosa orgánica y se preocupa de considerar las particularidades
psíquicas del caso, que son las únicas que le permitirán precisar su diagnóstico. El no
psicoanalista apenas deja hablar al paciente, y se alegra cuando éste cesa en sus
lamentaciones que carecen de sentido para él y al fin puede proceder al examen físico. Se
dedica a él con complacencia, incluso tras la eliminación de las complicaciones orgánicas, y
se entusiasma cuando por último llega a descubrir los estigmas histéricos exigidos por la
patología: ausencia parcial o disminución de la sensibilidad al tacto o al dolor, ausencia del
reflejo palpebral al contacto de la conjuntiva o de la córnea, disminución concéntrica del
campo visual, ausencia de los reflejos velo-palatal y faríngeo, sensación de un nudo en la
garganta (globus), hiperestesia de la región abdominal inferior (ovarios) y así
sucesivamente.
No puede decirse que las investigaciones repelidas en este campo (a excepción de las
experiencias ingeniosas de Janet sobre la hemianestesia histérica) hayan contribuido
demasiado a una mejor comprensión de la histeria, sin hablar de los casos de ausencia
total de resultados terapéuticos. Sin embargo, éstos han seguido siendo los elementos
esenciales de toda observación clínica de la histeria a la que atribuyen cierta apariencia de
exactitud permitiéndole una representación cuantitativa y gráficaDesde hace mucho tiempo
tengo la convicción de que el psicoanálisis conseguirá explicar también estos síntomas
histéricos mediante el análisis de casos en los que sean particularmente evidentes.
Un joven de 22 años vino a verme lamentando ser “muy nervioso” y sufrir alucinaciones
oníricas terroríficas. Supe enseguida que estaba casado, pero «como tenía tanto miedo a la
noche» jamás dormía con su mujer sino en la habitación contigua, en el suelo, junto al
lecho de su madre. La pesadilla cuya reaparición le atormentaba desde hacía siete u ocho
meses y que no podía contar sin escalofríos se desarrolló la primera vez de la forma
siguiente: «Me desperté hacia la una de la madrugada y tuve que llevarme la mano al cuello
gritando: “tengo un ratón encima que va a entrar en mi boca”. Mi madre se despertó,
encendió la luz, me acarició y me tranquilizó, pero me fue imposible dormir hasta que no
me metió en su cama.»
Resulta, pues, evidente que, en este sueño, la mano izquierda desempeña una función
particular, hacía las veces de un ratón; esta mano que palpaba su cuello trataba de cogerla
o de cazarla con la derecha, pero el «ratón» penetraba en su boca abierta y amenazaba
con ahogarle.
Advirtamos que el paciente se había despertado ya y pedía con voz ahogada que se
encendiera la luz mientras su mano izquierda estaba metida en su boca sin que pudiera
distinguirla de una rata. Atribuí este detalle a la anestesia histérica de la mitad izquierda del
cuerpo; lamento, sin embargo, no haber podido examinar la sensibilidad cutánea con toda
la precisión requerida. Me bastó un examen psicoanalítico muy superficial de esta pesadilla
para constatar que el paciente, fijado de manera infantil a su madre, cumplía aquí la
relación sexual (de la «fantasía edipiana») desplazada «de abajo hacia arriba»,
representando la mano izquierda los órganos masculinos y la boca el sexo femenino;
mientras tanto la mano derecha, más moral de alguna manera, desempeñaba el papel de
reacción defensiva e intentaba cazar el «ratón» criminal. Para esto era preciso que faltara
la sensibilidad consciente de la mano izquierda, que se convertía así en escenario de las
tendencias rechazadas.
He aquí algunos extractos del examen: el paciente permanece totalmente inmóvil cuando
está en reposo; cuando camina, presenta un temblor en la parte izquierda del cuerpo. El
realidad sólo se apoya en la parte derecha y en un bastón. Las extremidades superiores e
inferiores del lado izquierdo no participan en la locomoción y son propulsadas con rigidez,
llevando la espalda por delante. No se encuentra ningún indicio de enfermedad nerviosa
orgánica. Además de la disbasia descrita, se advierten los siguientes problemas
funcionales: gran excitabilidad del humor hiperestesia al ruido, insomnio, así como una
analgesia y una anestesia totales de la mitad izquierda del cuerpo.
Si se le introduce profundamente una aguja en la piel del lado izquierdo. por detrás y sin
que lo advierta, no tiene reacción alguna; pero si, por el contrario, se le acerca una aguja a
esa misma parte, por delante y de manera que la vea, ejecuta violentos movimientos de
huida y de defensa a pesar de la existencia de la analgesia y de la anestesia sobre la cara
anterior izquierda. Agarra la mano que se acerca, la empuña convulsivamente y pretende
manifestar, cuando se amenaza con tocarle, un temblor en la mitad anestesiada del cuerpo,
lo que le obliga a efectuar estos movimientos de defensa irreprimibles. Si se le vendan los
ojos, su lado izquierdo es tan analgésico e insensible por delante como por detrás. Este
“temblor” es, pues, un fenómeno puramente psíquico, un sentimiento y no una sensación;
recuerda el sentimiento que experimenta el sujeto normal cuando se amenaza con tocar
una parte de su cuerpo en la que siente cosquillas.
De todas formas, se trata en ambos casos de idéntica imposibilidad para las nuevas
asociaciones de acceder a la esfera de representaciones relativas a una mitad del cuerpo,
imposibilidad que Freud ha considerado ser el fundamento de las parálisis histéricas desde
1893.
Se nos ofrece aquí una nueva perspectiva para comprender otro estigma histérico: la
restricción concéntrica del campo visual. Lo que hemos dicho sobre la diferencia entre la
derecha y la izquierda es todavía más válido para la diferencia entre la visión central y la
visión periférica. La visión central, aunque no sea más que por su modo de funcionamiento,
se halla más estrechamente vinculada a la atención consciente, mientras que la periferia
del campo visual, más alejada de la conciencia, es el escenario de las sensaciones
confusas. Sólo hay que dar un paso para apartar tales sensaciones del bloqueo consciente
y convertirlas en materia de fantasías libidinosas inconscientes. De este modo, la
comparación de Janet, según la cual el histérico sufre “un estrechamiento del campo de la
conciencia”, sería exacta, al menos en este sentido.
Como de forma general los estigmas histéricos no han recibido hasta ahora ninguna
aclaración, me contentaré provisionalmente con esta tentativa de explicación a la espera de
que se proponga otra mejor. En ningún caso puedo admitir como válida la “explicación” de
Babinski, según la cual los estigmas (así como los síntomas histéricos en general) sólo
serían “ptiatismo” sugerido por el médico. Sin embargo, hay un ápice de verdad en esta
idea tan primaria; efectivamente, muchos enfermos no conocen la existencia de sus
estigmas antes de que el médico les dé una prueba de ellos. Naturalmente estos estigmas
también existían antes y sólo puede negarlo quien siga siendo prisionero del antiguo error
que consiste en asimilar consciencia y psiquismo.
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Psicoanálisis de un caso de hipocondría histérica
Sandor Ferenczi / Psicoanálisis de un caso de hipocondría histérica
Psicoanálisis de un caso
de hipocondría histérica
Pero he aquí que puedo presentar un caso cuya curación ha sido muy rápida y cuyo cuadro
clínico, interesante y extraordinariamente variado, tanto por su contenido como por su
forma, se ha desarrollado rápidamente como una serie de imágenes cinematográficas,
prácticamente sin pausas.
La paciente, una hermosa joven extranjera fue traída por sus padres tras el fracaso de
diferentes métodos terapéuticos. Me causó muy mala impresión. Su síntoma más saliente
era una angustia particularmente intensa. Sin ser agorafóbica, desde hacía tres meses no
podía permanecer sola ni un instante; si lo hacía experimentaba crisis de angustia
extraordinariamente violentas, incluso de noche, y se veía obligada a despertar a su marido
o a la persona que durmiera cerca para contarle durante horas sus representaciones y sus
sentimientos de angustia. Sus lamentos consistían en sensaciones corporales
hipocondríacas a las que se asociaba una angustia mortal Sentía algo en su garganta,
“puntas” que brotaban de su cuero cabelludo (y estas sensaciones le obligaban a tocarse
de continuo la garganta y la piel del rostro); sus cejas se alargaban, su cabeza se
desplomaba hacia delante, su corazón palpitaba, etc. En cualquier sensación de este tipo
creía ver un signo de su próxima muerte y por ello se observaba sin descanso; también
pensaba en el suicidio. Según decía, su padre había muerto de una arteriosclerosis, y éste
era el fin que le aguardaba. También ella (como su padre) se volvería loca y moriría en una
clínica psiquiátrica. Todo esto me indujo en el primer examen a explorar su garganta
buscando una posible anestesia o hiperestesia, lo cual provocó en ella un nuevo síntoma:
necesitaba observar continuamente en el espejo las alteraciones de su lengua. Las
primeras sesiones transcurrieron en medio de largas y monótonas lamentaciones; sobre
todas estas sensaciones y me indujeron a considerar los síntomas de este caso como ideas
hipocondríacas delirantes, ininfluenciables, tanto más cuanto que recordaba algunos casos.
recientes similares.
Al cabo de cierto tiempo, pareció haber agotado un tanto el tema; es cierto que no intenté ni
animarla ni influenciaría, dejándola desgranar sus lamentos sin interrumpirla. Aparecieron
incluso algunos ligeros síntomas de transferencia: se sentía, según ella, más calmada tras
la sesión, aguardaba la próxima con impaciencia, etc. En seguida aprendió a “asociar
libremente”, pero desde el primer intento la asociación revistió la forma de un
comportamiento teatral, extravagante y muy apasionado. “Soy el gran industrial N. N. (y
decía el nombre de su padre con un pronunciado tono de suficiencia)”. Luego actuó como si
realmente ella fuera su padre, dando órdenes, jurando (con grosería y sin ninguna
vergüenza, según se acostumbra en esta región); reprodujo a continuación escenas en que
su padre se había comportado como un demente antes de ser internado etc. Al fin de la
sesión, se orientó, sin embargo, perfectamente se despidió cortésmente y se dejó
acompañar a casa sin dificultad.
La cura tomó pronto el camino del amor de transferencia. La paciente se mostró herida por
el tratamiento puramente médico reservado a sus proposiciones amorosas reiteradas y en
esta ocasión manifestó involuntariamente un narcisismo excepcionalmente potente. La
resistencia provocada por esta herida de su amor propio y de su vanidad nos hizo perder
algunas sesiones pero nos proporcionó la ocasión de reproducir “ofensas” análogas de las
que su vida estaba llena. Estuve en disposición de mostrarle que, cada vez que se
enamoraba de una de sus muchas hermanas (ella era la menor), se sentía herida por el
desprecio que la otra le testimoniaba. Su envidia y su rencor iban tan lejos que por puro
despecho denunció a una pariente a la que había sorprendido con un joven. A pesar de su
reserva y de su aparente retraimiento, era muy pretenciosa y tenía en gran concepto sus
cualidades físicas e intelectuales. Para evitar decepciones demasiado dolorosas, prefería
obstinadamente retirarse cuando se trataba de rivalizar con alguna otra joven. Ahora
comprendía yo también aquella sorprendente fantasía que había formulado en uno de sus
accesos de pseudo-demencia: se había representado una vez más como si fuera el padre
(loco) y había afirmado que deseaba tener una relación sexual con ella misma.
El recuerdo-pantalla más antiguo al que tuvimos acceso fue una escena de exhibición
mutua entre ella y un muchacho de su edad en el granero de su casa; y tengo la sospecha
de que esta escena disimula impresiones más intensas sufridas por la paciente. El deseo
del pene, que se había fijado en ella entonces, era seguramente lo que le permitía en sus
delirios una identificación con su padre singularmente fácil (“Tengo un pene”, etc.).
La paciente volvió muy calmada tras una segunda permanencia en su país. Se hacía a la
idea de que prefería a la pequeña, y que deseaba la muerte de su hija enferma, etc.; dejó
de lamentarse de sensaciones hipocondríacas y concibió el proyecto de volver pronto y
definitivamente a su casa. Pero, tras esta repentina mejoría, descubrí la resistencia a que
terminara la cura. El análisis de sus sueños me obligó a concluir que tenía una
desconfianza paranoide respecto a la honestidad del médico; pensaba que yo pretendía
prolongar la cura para sacarle más dinero. A partir de entonces, traté de llegar a su
erotismo anal vinculado a su narcisismo (por ejemplo, el temor infantil al recipiente de la
lavativa), pero no lo conseguí de forma completa. La paciente prefirió conservar una reliquia
de sus particularidades neuróticas y volvió a su casa prácticamente curada.
La atención se dirige, pues, sobre los problemas relativos a los fundamentos orgánicos de
la hipocondría y de la histeria de conversión que todavía no han sido aclarados. Se tiene la
impresión de que la misma estasis de la libido orgánica pueda -según la constitución sexual
de enferma- entrañar una superestructura puramente hipocondríaca o histérica. Nuestro
caso presentaba aparentemente una combinación de las dos posibilidades y la cara
histérica de la neurosis ha permitido la transferencia y la eliminación de las sensaciones
hipocondríacas mediante el psicoanálisis. Cuando no existe esta posibilidad de descarga, la
hipocondría permanece inaccesible y queda confinada, a menudo de forma delirante, en la
sensación y la observación de las parestesias.
La hipocondría pura es incurable; sólo cuando existen -como aquí- elementos añadidos que
provienen de una neurosis de transferencia puede intentarse una acción psicoterapéutica
con alguna garantía de éxito.
Próximo escrito
Prolongaciones de la “Técnica activa” en psicoanálisis
Sandor Ferenczi / Prolongaciones de la “Técnica activa” en psicoanálisis
Prolongaciones de la
“Técnica activa” en psicoanálisis
Informe presentado al VI Congreso de
la Asociación Internacional de Psicoanálisis
en la Haya, el 10 de diciembre de 1920
Como casi toda innovación, la «actividad» es conocida desde hace mucho tiempo. No sólo
porque ha desempeñado un papel esencial en la prehistoria del psicoanálisis, sino también
porque en cierto sentido nunca ha dejado de existir. Se trata aquí, pues, de crear un
concepto y un término técnico para algo que ha sido siempre utilizado de facto, incluso sin
ser formulado. y de emplearlo deliberadamente. Por lo demás, considero que tal definición
y la elección de una terminología no son cosas que puedan descuidarse en el plano
científico; es el único medio de tomar conciencia del propio actuar en el verdadero sentido
del término, y únicamente esta toma de conciencia permite la utilización metódica y crítica
de un procedimiento.
La época del método catártico según Breuer y Freud fue un período de intensa actividad,
tanto por parte del médico como del paciente. El médico se esforzaba en despertar los
recuerdos unidos a los síntomas y con este fin recurría a todas las tretas que le ofrecían los
procedimientos de sugestión hipnótica o consciente; en cuanto al enfermo, también se
esforzaba en seguir las directrices de su guía, y se veía obligado a mostrarse
extraordinariamente activo en el plano psíquico, y a menudo debía recurrir al concurso de
todas su fuerzas psíquicas.
El psicoanálisis tal como lo utilizamos actualmente es una práctica cuyo carácter más
saliente es la pasividad. Pedimos al paciente que se deje guiar sin ninguna crítica por «lo
que le venga a la mente»; sólo hay que comunicar estas ideas sin reservas, superando la
resistencia que se encuentre. En cuanto al médico, no debe concentrar su atención con una
intención cualquiera (por ejemplo, el deseo de curar o de comprender), sino que se
abandonará -también de modo pasivo a su imaginación y jugará con las ideas del paciente.
Evidentemente, si desea ejercer una influencia sobre el curso de esas ideas. no podrá
proseguir indefinidamente la ensoñación. Como ya he afirmado en otro lugar, en cuanto
determinadas opiniones seguras y verdaderamente válidas cristalicen en él, debe prestarles
toda su atención y tras madura reflexión debe comunicar su interpretación al paciente. Pero
tal comunicación es ya una intervención activa en el psiquismo del paciente; orienta el
pensamiento de éste en determinada dirección y facilita la aparición de ideas que de otro
modo la resistencia no hubiera dejado acceder a la conciencia. En cuanto al paciente, debe
también comportarse pasivamente durante este “nacimiento de las ideas”.
La educación del Ego, por el contrario, es una intervención francamente activa, cuya
posibilidad tiene el médico en razón de su autoridad aumentada por la transferencia. Freud
no teme llamar “sugestión” a este modo de influencia, indicando siempre las características
esenciales que diferencian la sugestión psicoanalítica de la que no lo es. La influencia
ejercida sobre el paciente es ciertamente algo activo, y el paciente reacciona pasivamente a
este esfuerzo del médico.
Todo lo que hemos dicho hasta aquí sobre el comportamiento pasivo o activo se refería
exclusivamente a la actitud psíquica del enfermo. En cuanto a acciones, el análisis sólo
exige al paciente que acuda puntualmente a las sesiones; por lo demás no ejerce ninguna
influencia sobre su modo de vida e incluso subraya expresamente que el paciente debe
tomar por sí mismo las decisiones importantes o diferir éstas hasta que se sienta capaz de
hacerlo.
Este procedimiento fue designado con el término de “técnica activa”, lo que no significaba
tanto una intervención activa por parte del médico como por la del paciente, al que se le
imponía ahora, aparte de la observancia de la regla fundamental, una tarea particular. En
los casos de fobia, esta tarea consistía en realizar determinadas acciones desagradables.
Tuve pronto ocasión de imponer a una paciente tareas que consistían en esto: debía
renunciar a determinadas acciones agradables que hasta entonces habían pasado
desapercibidas (excitación masturbatoria de los órganos genitales, estereotipias y tics, o
excitaciones de otras partes del cuerpo), y dominar su impulso a realizar estos actos. El
resultado fue el siguiente: un nuevo material mnésico se hizo accesible y el curso del
análisis resultó claramente acelerado.
Creo haber aportado todo lo publicado hasta el presente sobre la actividad en la técnica
psicoanalítica y todo lo que puede destacarse en el método generalmente conocido bajo el
término de «actividad».
Pero fueron necesarias casi dos sesiones antes de que se decidiera a cantar la canción tal
como se la imaginaba. Se interrumpió muchas veces en medio de las estrofas porque se
sentía molesta, cantó inicialmente con voz débil e insegura hasta que, animada por mis
palabras, se decidió a cantar más fuerte, y terminó por desplegar su voz progresivamente
denotando ser una excelente soprano. La resistencia no cedió, sin embargo: me confesó,
no sin reticencia, que su hermana acostumbraba a cantar la cancioncilla acompañándola
con gestos expresivos e inequívocos, y ejecutó algunos movimientos torpes con los brazos
para ilustrar el comportamiento de su hermana. Por último, le pedí que se levantara y
repitiera la canción exactamente como la ejecutaba su hermana. Tras numerosas tentativas
fracasadas por accesos de desánimo, demostró ser una perfecta cantante, con la misma
coquetería en la mímica y el gesto que había observado en su hermana. En adelante
pareció que la complacía realizar estas exhibiciones y trató de consagrar a ellas las
sesiones de análisis. En cuanto me apercibí le dije que ya conocíamos su talento y que tras
su modestia se ocultaba un notable deseo de complacer, ahora se trataba de trabajar y
había que dejar la danza. Resulta sorprendente cómo favoreció el trabajo este pequeño
intermedio: le sobrevinieron recuerdos que hasta entonces nunca había evocado y que se
referían a su primera infancia, a la época en que nació un hermanito que ejerció sobre su
desarrollo psíquico un efecto verdaderamente funesto y la había convertido en una niña
tímida y ansiosa, al mismo tiempo que excesivamente osada. Recordó el tiempo en que era
una «diablilla», la preferida de toda la familia y de todas las amistades, época en la que, sin
hacerse de rogar e incluso con gusto, demostraba todo su talento, cantaba ante los demás
y en general parecía obtener un gran placer al moverse. Tomé entonces esta intervención
activa como modelo e induje a mi paciente a realizar las acciones que le provocaran más
angustia.
He tenido ocasión de recurrir a estas medidas en muchos casos en los que se trataba no
sólo de estimular y dirigir tendencias eróticas -como en el presente-, sino también
actividades muy sublimadas. A la vista de ciertas señales, incité a una paciente, que, aparte
de ingenuas tentativas en la pubertad, nunca había compuesto versos, a expresar por
escrito las ideas poéticas que se le ocurrieran. De esta manera llegó a desplegar no sólo un
don poético excepcional sino todo el panorama de su inspiración a una producción viril,
conservada latente hasta entonces. y que se hallaba vinculada a su erotismo clitoridiano
preponderante y a su anestesia sexual en relación al hombre. En la fase de prohibición,
durante la que el trabajo literario le fue impedido, se descubrió, sin embargo. que en su
caso se trataba más bien de un abuso que de un buen uso del talento. Todo su «complejo
de virilidad)) apareció como secundario, consecuencia de un traumatismo sexual sufrido en
la infancia que había orientado su temperamento, hasta entonces femenino y oblativo,
hacia el autoerotismo y la homosexualidad y le había hecho concebir horror a la
heterosexualidad. Las experiencias realizadas por la paciente durante el análisis le
permitieron establecer el justo valor de sus verdaderas inclinaciones; supo que tomaba
habitualmente la pluma cuando temía no saber imponerse plenamente como mujer. Esta
aportación del análisis contribuyó a devolverle su capacidad de gozo femenino normal.
Hay poco que decir sobre las indicaciones de la actividad en general; como siempre, se
trata de un caso especial. El punto fundamental sigue siendo el empleo excepcional de este
artificio técnico, que no es más que un auxiliar, un complemento pedagógico del análisis
propiamente dicho, y que nunca debe pretender reemplazarle. He comparado estas
medidas a los fórceps del tocólogo a los que no hay que recurrir más que en último extremo
y cuyo empleo injustificado es considerado acertadamente en medicina como un error
técnico. Los principiantes o los analistas sin demasiada experiencia harán mejor en
abstenerse todo el tiempo posible, no sólo porque pueden fácilmente conducir a los
enfermos por falsas pistas (o ser conducidos por ellos), sino también porque corren de ese
modo el riesgo de perder la única ocasión que tienen de enterarse y convencerse de que la
dinámica de las neurosis sólo se puede descubrir en la actitud de pacientes sometidos a la
«regla fundamental» y tratados sin ninguna influencia exterior.
Sólo voy a citar algunas de las muchas contraindicaciones existentes. Los artificios técnicos
de este tipo son perjudiciales al comienzo de un análisis. El paciente tiene bastante con
acostumbrarse a la regla fundamental; también el médico debe permanecer reservado y
pasivo al comienzo, con el fin de no estropear las tentativas de transferencia espontáneas.
Más tarde, durante la cura, según la naturaleza del caso, la actividad puede ser ventajosa o
incluso inevitable. Evidentemente, el analista debe saber que esta experiencia es una
espada de dos filos; del mismo modo debe poseer, antes de decidirse, indicios ciertos de la
solidez de la transferencia. Hemos visto que la actividad trabaja siempre «a contrapelo». es
decir, contra el principio del placer. Si la transferencia es débil, o sea, si la cura no se ha
convertido todavía para el paciente en una obligación interna (Freud). éste se agarrará
fácilmente al pretexto de esta nueva y penosa tarea para desligarse completamente del
médico y evitar la cura. Así se explican los fracasos sufridos por los «psicoanalistas
silvestres» que proceden en general demasiado activamente y con brutalidad,
desagradando de ese modo a sus clientes. Hacia el fin del análisis, las condiciones varían.
El médico ya no teme que el paciente huya; de ordinario tiene incluso que luchar contra la
tendencia de éste a prolongar indefinidamente la cura, o sea, a aferrarse a él en lugar de
volver a la realidad. En el análisis es raro conseguir la «final» sin intervenciones activas o
consignas que el paciente deba cumplir además de la «regla fundamental». Citaré como
tales: fijar un término al análisis, empujar al paciente a tomar una decisión visiblemente
madura ya, pero diferida por resistencia. realizar un sacrificio especial impuesto por el
médico, un acto de caridad o un donativo pecuniario. Tras este acto, en principio impuesto
y realizado por el enfermo a disgusto, las últimas explicaciones y reminiscencias nos caen
del cielo, por decirlo así, como un último regalo (por ejemplo, el caso de «Una neurosis
infantil» aportado por Freud), que a menudo van acompañados de un obsequio modesto
pero significativo en el plano simbólico, obsequio que esta vez es ofrecido voluntariamente
por el paciente y no «se volatiliza» como los ofrecimientos hechos durante el análisis.
Mencionó también en esta ocasión los análisis de histerias traumáticas de guerra realizados
por Simmel en las que la duración de la cura fue sensiblemente abreviada por la
intervención activa, así como las experiencias relativas al tratamiento activo del catatónico,
que me fueron comunicadas oralmente por Hollós de Budapest. En general, las neurosis
infantiles y las enfermedades mentales podrían constituir un campo particularmente
favorable para la aplicación de la actividad pedagógica y de otro tipo; lo único que no
conviene perder nunca de vista es que esta técnica no puede ser calificada de
psicoanalítica más que en la medida en que no se utiliza como un fin en sí, sirviendo sólo
como medio de investigación en profundidad.
Voy a mencionar como indicaciones especiales del análisis activo casos de onanismo en
los que es necesario desarrollar primero y luego prohibir las formas larvadas e infinitamente
variables, lo cual por otra parte conduce a menudo a los pacientes a practicar
efectivamente el onanismo por vez primera. Luego podrán observarse durante cierto tiempo
las formas declaradas de onanismo hasta que se desarrollen por completo; pero
probablemente nunca se llegará hasta el núcleo inconsciente (edipiano) de las fantasías de
autosatisfacción sin prohibir previamente la satisfacción en sí misma.
En el tratamiento de la impotencia, debe asistirse sin intervenir durante algún tiempo a las
tentativas de relación sexual de los pacientes, muy a menudo infructuosas, pero de manera
general no se debe tardar en prohibir, al menos provisionalmente, estas tentativas de
autocuración desaconsejando las tentativas de coito hasta que la verdadera libido, con sus
características precisas, no resurja plenamente como resultado del análisis. Evidentemente
no se trata de establecer un axioma: existen casos en los que toda la cura se desarrolla sin
ninguna acción de este tipo sobre la actividad sexual. Además, para conseguir una
profundización del análisis, uno se ve a veces obligado a desaconsejar provisionalmente las
relaciones sexuales incluso tras la recuperación de la potencia sexual.
Yo tuve que hacer un uso bastante intenso de la actividad en los casos que podríamos
llamar «análisis de carácter». Es cierto sentido un análisis debe tener en cuenta el carácter
del paciente en la medida en que prepara poco a poco el Ego de éste a aceptar tomas de
conciencia penosas. Sin embargo, hay casos en los que dominan los rasgos de carácter
anormales en vez de los síntomas neuróticos. Los rasgos de carácter difieren de los
síntomas neuróticos entre otras cosas por el hecho de que estos individuos, como los
psicóticos, carecen por lo general de «conciencia de su enfermedad»; estos rasgos de
carácter son en cierto modo psicosis privadas, soportadas, e incluso admitidas por un Ego
narcisista, y en todo caso anomalías del Ego, siendo precisamente este Ego quien opone
mayor resistencia a su variación. Según nos enseña Freud, el narcisismo puede limitar la
influencia del análisis sobre el paciente, en particular porque el carácter aparece en general
como una barrera que obstaculiza el acceso a los recuerdos infantiles. Si no se consigue
llevar al paciente a lo que Freud llama la «temperatura de ebullición del amor de
transferencia», en la que se basan incluso los rasgos de carácter más difíciles, puede
hacerse una última tentativa y recurrir al método opuesto asignando al paciente tareas que
le resulten desagradables, es decir, exacerbar por el método activo y desarrollar
plenamente llevándolos hasta el absurdo los rasgos de carácter que a menudo sólo existen
en estado embrionario. Es inútil subrayar que tal exacerbación puede suponer fácilmente la
ruptura del análisis: pero si el paciente resiste esta prueba, nuestro esfuerzo técnico puede
verse compensado por un rápido progreso.
En los casos tratados hasta aquí, la actividad del médico se ha limitado a prescribir a los
pacientes ciertas reglas de conducta, es decir, a incitarles a cooperar activamente a la cura
por su actitud. De aquí surge la siguiente cuestión de principio: ¿está el médico capacitado
para acelerar la cura mediante su propio comportamiento respecto al enfermo? Al empujar
al enfermo a la actividad, le mostramos en efecto la vía de la autoeducación, que le
permitirá soportar más fácilmente lo que todavía se halla rechazado. Se trata ahora de
saber si tenemos también el derecho de utilizar los otros recursos pedagógicos entre los
que destacan la alabanza y el reproche. Freud ha dicho que con los niños la reeducación
analítica no puede disociarse de las tareas actuales de la pedagogía. Pero los neuróticos,
sobre todo en el análisis, tienen algo de infantil, y en realidad se ve uno obligado a enfriar la
transferencia un tanto impetuosa mediante una cierta reserva, o a mostrar a los más
reacios un poco de benevolencia con el fin de establecer con estas medidas la
“temperatura óptima” de la relación entre médico y enfermo. El médico, sin embargo, nunca
debe despertar en el paciente esperanzas a las que no pueda o no deba responder; tiene
que asegurar hasta el fin de la cura la sinceridad de cada una de sus declaraciones. Pero
en el marco de la mayor sinceridad hay lugar para medidas practicas respecto al paciente.
Cuando se alcanza este “optimum”. deja uno de preocuparse de esta relación para
consagrarse rápidamente a la tarea principal del análisis, la investigación del material
inconsciente e infantil.
Las directrices que propongo dar al paciente -y esto, según hemos dicho, sólo en casos
excepcionales- no afectan en absoluto a la conducta espiritual o práctica de la vida en
general, sino que se refieren tan sólo a determinadas acciones particulares. No están
orientadas a priori hacia la moral, sino sólo contra el principio de placer; no frenan el
erotismo (lo “inmoral”) más que en la medida en que confían en apartar de este modo un
obstáculo para la práctica del análisis. Pero puede suceder también que se permita e
incluso se estimule una tendencia erótica que el paciente rechaza. La investigación del
temperamento nunca ocupa un primer plano en nuestra técnica; aquí no desempeña el
papel preponderante que tiene, por ejemplo, en Adler, y no se recurre a ella más que en los
casos en que determinados rasgos anormales, comparables a las psicosis, perturban el
desarrollo normal del análisis.
Se podría además objetar que la «técnica activa» es un retorno a la banal terapéutica por
sugestión o por abreacción catártica. Hemos de replicar que no sugestionamos en el
sentido antiguo del término, que sólo prescribimos algunas normas de conducta sin
predecir el resultado de la actividad, que por lo demás tampoco conocemos
anticipadamente. Cuando estimulamos lo que está inhibido e inhibimos lo que no lo está,
esperamos tan sólo provocar una nueva repartición de la energía psíquica del enfermo (en
primer lugar, de su energía libidinosa), susceptible de favorecer la eclosión del material
rechazado. Pero no hablamos al paciente de lo que constituirá este material, tanto menos
cuanto que nosotros somos a veces los primeros sorprendidos. Tampoco prometemos al
paciente una «mejoría» inmediata de su estado. Por el contrario, la exacerbación de la
resistencia por la actividad perjudica considerablemente la tranquilidad confortable aunque
engañosa de un análisis estancado. Una sugestión que no promete más que cosas
desagradables difiere de forma notable de las sugestiones médicas actuales que prometen
la salud, hasta tal punto que resulta difícil darles el mismo nombre. Las diferencias entre la
«actividad» y la terapéutica catártica no son menores. El método catártico se preocupaba
de despertar la reminiscencia y obtener, despertando los recuerdos, la abreacción de
afectos bloqueados. La técnica activa incita al paciente a determinadas actividades, a
inhibiciones, a actitudes psíquicas, o a una descarga de afectos, y espera poder acceder
secundariamente al inconsciente o al material mnésico. Sea como fuere. la actividad
suscitada en el enfermo no es más que un medio con vistas a un fin, mientras que en la
catarsis la descarga de afectos era considerada como un fin en sí mismo. De este modo,
cuando la catarsis considera que ha terminado su labor, comienza para el psicoanalista
“activo” el trabajo propiamente dicho.
Al subrayar las diferencias (y en parte las antinomias) entre los métodos de tratamiento y
las modificaciones mencionadas, por una parte, y la técnica activa. por otra, no intento en
absoluto negar que una utilización desconsiderada de mis proposiciones puede fácilmente
conducir a una distorsión del análisis en una de las direcciones tomadas por Jung, Adler y
Bjerre, o hacer retornar a la terapia catártica. Es una razón de más para utilizar esta ayuda
técnica con la mayor prudencia y sólo cuando se posee un perfecto dominio del
psicoanálisis clásico.
Una consideración teórica de otro orden aclara la eficacia de la técnica activa desde el
punto de vista de la economía psíquica. Cuando el enfermo abandona las actividades
voluptuosas o se obliga a practicar otras desagradables, surgen en él nuevos estados de
tensión psíquica, muy a menudo aumentos de esta tensión, que van a perturbar la quietud
de las regiones psíquicas alejadas o profundamente rechazadas que el análisis no había
tocado hasta entonces, aunque sus retoños hallen -bajo la forma de ideas significantes- el
camino de la conciencia.
La eficacia de la técnica activa se explica de una parte por el aspecto “social” de la terapia
analítica. Es sabido que la confesión produce efectos más intensos y más profundos que el
reconocimiento que uno se hace a sí mismo, e igual sucede con el análisis respecto al
autoanálisis. Kolnai, un sociólogo húngaro, ha puesto de manifiesto recientemente el valor
de esta acción. En cuanto a nosotros, la reactivamos cuando llevamos a un paciente no
sólo a confesar las mociones profundamente ocultas sino a desarrollarlas ante el médico. Si
después le confiamos la tarea de dominar conscientemente estas mociones, habremos
sometido probablemente a revisión todo el proceso que anteriormente estaba regulado de
forma inadecuada mediante el rechazo. No es ciertamente un azar que sean precisamente
los malos hábitos infantiles los que deban a menudo desarrollarse y luego prohibirse en el
análisis.
Próximo escrito
Psicoanálisis y criminología
Sandor Ferenczi / Psicoanálisis y criminología
Psicoanálisis y criminología
Nadie hasta ahora ha intentado reconsiderar la sociología a la luz del psicoanálisis; los
últimos trabajos aparecidos sobre el tema son ensayos fragmentarios u obras muy
generales. A mi parecer es urgente que personas competentes se apliquen a esta labor.
Pero no tenemos derecho a esperar que esta nueva ciencia sociológica auxiliar se
establezca paulatinamente sobre su base y sea luego elaborada de forma completa. Es
preciso incluir de entrada en el programa la investigación susceptible de llegar a resultados
prácticos importantes. Considero que la elaboración de una criminología psicoanalítica es
una de estas tareas.
Los relatos cabales de los criminales y la determinación de las circunstancias del crimen,
por profundos que sean, no explicarán jamás de manera satisfactoria por qué tal individuo
concreto debía, en una situación determinada, cometer tal acto. A menudo las
circunstancias externas apenas lo justifican; y el culpable -si es sincero- debe reconocer
que a fin de cuentas ni él mismo sabe lo que le impulsó a realizar la acción; pero muy a
menudo no es sincero ni siquiera consigo mismo y sólo después busca y encuentra una
explicación a su comportamiento incomprensible en el fondo y aparentemente injustificado
desde el punto de vista psicológico; dicho de otro modo, racionaliza lo que es irracional.
La realización de este plan no debería tropezar con obstáculos insuperables. Habría que
comenzar reuniendo un material crimino-psicoanalítico abundante. He aquí cómo imagino la
situación: un psicoanalista cualificado iría a visitar en las cárceles a los criminales
legalmente condenados que hubieran dado su consentimiento, y los sometería a un
psicoanálisis metódico.
Un tal sujeto no tendría razón alguna para rehusar comunicar todos sus pensamientos y
asociaciones, los cuales permitirían descubrir los móviles inconscientes de sus actos y de
sus tendencias. Y una vez que hubiera vivido esta experiencia, la relación emocional con el
analista, es decir, lo que llamamos la transferencia, le haría desear y apreciar que se
ocuparan de él de esta manera.
Este sería el resultado teórico de la empresa. Pero incluso en el plano práctico este trabajo
nos abre un buen número de perspectivas. Sin hablar de que sólo una psicología criminal
auténtica permitirá hallar los medios para una profilaxis pedagógica del crinen, tengo la
convicción de que el tratamiento analítico de los criminales convictos y confesos presenta
ya por sí mismo bastantes posibilidades de éxito, en todo caso muchas más que el rigor
bárbaro de los guardianes o la mojigatería de los capellanes de prisión.
Próximo escrito
Contribución a la discusión sobre los tics
Sandor Ferenczi / Contribución a la discusión sobre los tics
Contribución a
la discusión sobre los tics
Debo a la benevolencia del Sr. Presidente el poder participar, al menos por escrito. en esta
interesante discusión. Quienes hayan leído mi discutido artículo habrán de confesar que mi
colega van Ophuijsen demuestra lo evidente cuando llama la atención sobre las lagunas del
mismo, sobre todo las que se refieren a la definición del tic. Este artículo sólo debe servir,
como expresamente he indicado, para dar una primera orientación y para plantear los
problemas que se mencionan. Ha cumplido perfectamente su cometido si ha llegado, como
demuestra la interesante contribución de Abraham, a incitar a otros investigadores a tomar
posición respecto al problema.
Tras conocer las experiencias de Abraham, reconozco que es preciso conceder mayor
importancia a los componentes sádicos y erótico-anales en la génesis del tic -detalle que
por otra parte tenía presente- de la que yo le concedo en mi artículo. Su «conversión al
estadío sádico-anal» es un punto de vista original que también tiene su importancia en el
plano teórico. Sin embargo, no puedo dejar de llamar la atención sobre los puntos que, tras
la consideración de las ideas de Abraham, siguen siendo válidos.
La identidad del tic y de la catatonia (Abraham dice el “parecido”) subsiste: el tic como
defensa motriz localizada por oposición a la catatonia generalizada.
La analogía entre el tic y la neurosis traumática permite situar este tipo de neurosis entre
las neurosis narcisistas y las de transferencia. Esa posición intermedia caracteriza también
a las neurosis de guerra, como se sabe.
Espero que las divergencias que subsisten aún sobre la teoría de los tics desaparezcan
cuando se considere «la regresión del Ego» que Freud señala en su trabajo sobre la
psicología colectiva. En mi artículo sobre «El desarrollo del sentido de realidad y sus
estadíos», decía que para definir un tipo de neurosis es preciso establecer tanto la
regresión del Ego como la regresión libidinal que lo caracteriza. Apoyándome
principalmente en las observaciones relativas a los tics patoneuróticos, creo que esta
regresión del Ego es mucho más profunda en esta forma de neurosis que en la histeria o
en la neurosis obsesiva. La neurosis obsesiva retorna a la «omnipotencia del
pensamiento», la histeria a la «omnipotencia de los gestos», y el tic al estadío del reflejo de
defensa. Investigaciones posteriores decidirán si la represión del tic por la fuerza provoca
simplemente «estados de tensión» o también una verdadera angustia.
Próximo escrito
Suplemento a la psicogénesis de la mecánica
Hay un argumento que habla a favor del carácter criptoamnésico del descubrimiento de
Mach, a saber, que éste ha sido conducido a esta vía secundaria precisamente por la
redacción de un trabajo sobre las condiciones que favorecían u obstaculizaban los
descubrimientos científicos (Korrektur wissenschaftlicher Ansichten durch zufallige
Umstände, p. 44). Habla allí, entre otras cosas, del papel que el azar desempeña en el
desarrollo técnico: «Este hecho puede ser ilustrado por el descubrimiento del telescopio, de
la máquina de vapor, de la litografía, del daguerrotipo, etc. Pueden hallarse procesos
similares en los comienzos de la civilización humana. Es muy probable que los progresos
culturales más importantes... no sean imputables ni a un plan, ni a una intención deliberada,
sino a circunstancias fortuitas... » Este razonamiento se desarrolla al detalle en el último
libro de Mach (Kultur un Mechanik) cuya presentación he hecho: se hace una memoria de
los resultados obtenidos mediante esfuerzos de rememoración con su hijo, dotado para la
técnica. Lo único que olvida mencionar es el trabajo de Breuer y Freud citado en los
Prinzipien, obra que trata principalmente, como es sabido, sobre las tentativas de hacer
revivir recuerdos olvidados desde hace tiempo y que ha proporcionado a Mach el prototipo
de su teoría y de su método; el rechazo ha ocultado probablemente el recuerdo.
Comprendemos también ahora por qué Mach concibe la psicogénesis del sentido mecánico
como un simple desarrollo progresivo de la inteligencia, y por qué se contenta, cuando
habla de las pulsiones, con la hipótesis de un «impulso de actividad» que, favorecido por
azares positivos, llega a hacer descubrimientos, mientras que un tratamiento psicoanalítico
del problema, del que ha sido desviado por móviles inconscientes, le hubiera permitido
descomponer incluso este impulso de actividad y aportar la prueba de los elementos
sexuales que contiene.
Próximo escrito
Los tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad
(cuarta edición revisada y aumentada. 1920)
Esta obra esencial de Freud, cuyo interés científico ya he subrayado en un artículo anterior,
acaba de aparecer en su cuarta edición aumentada con importantes aportaciones. El
prólogo de la misma trata de la singular disociación de que ha sido objeto la doctrina
psicoanalítica en lo que concierne al reconocimiento oficial. Si, a pesar de las dudas y las
reservas, la mayoría de sus descubrimientos han acabado por ser admitidos, sólo las
teorías sexuales de Freud continúan encontrando una viva resistencia, que llega incluso
hasta causar la decepción de algunos de sus partidarios. El autor explica la suerte particular
reservada a su teoría sexual.
En otro orden de ideas, Freud muestra que las observaciones y las experiencias biológicas
vienen a confirmar la concepción psicoanalítica del «período de latencia sexual».
constatando que la pubertad se divide en dos grandes fases separadas por una “fase
intermedia”.
En cuanto a las perversiones, se muestra por vez primera que no representan en absoluto
un bloqueo de una etapa precoz del desarrollo, sino que son regresiones a partir del
estadío de la primacía genital en el momento en que se rechaza el complejo de Edipo. En
consecuencia, no es preciso establecer una distinción de principio radical entre las neurosis
y los casos de perversión que encontramos en la práctica (y que pueden ser curados por el
psicoanálisis).
Esta nueva edición tiene en cuenta los resultados más recientes en las investigaciones
psicoanalíticas en el ámbito de las organizaciones sexuales (por ejemplo, el artículo de
Abraham sobre la fase caníbal).
Hay que repetir que cualquier persona interesada por el psicoanálisis debe conocer
perfectamente esta obra de Freud.
Próximo escrito
Reflexiones psicoanalíticas sobre los tics
Sandor Ferenczi / Reflexiones psicoanalíticas sobre los tics
El psicoanálisis ha estudiado poco hasta ahora ese síntoma neurótico tan extendido que se
designa, según la costumbre francesa, con el término general de «tic» o de «tic
convulsivo». En un artículo en el que describía las «Dificultades técnicas de un análisis de
histeria», que había tenido que superar en un caso, hice una breve incursión en este
campo, formulando la hipótesis de que muchos tics podrían ser equivalentes estereotipados
del onanismo y que el vínculo notable que puede observarse entre los tics y la coprolalia
tras la supresión de las manifestaciones motrices no era posiblemente otra cosa que la
expresión verbal de estas mismas mociones eróticas descargadas habitualmente por
quienes padecen tics en forma de movimientos simbólicos. En aquella ocasión llamé
también la atención sobre las estrechas relaciones que existen por una parte entre las
estereotipias motrices y los actos sintomáticos (tanto en el sujeto normal como en el
enfermo) y por otra parte entre los tics y el onanismo. En este caso las contracciones
musculares y las excitaciones cutáneas realizadas maquinalmente y consideradas como
desprovistas de significación podían apoderarse de toda la libido genital e ir acompañadas
a veces de un verdadero orgasmo.
El profesor Freud, al que interrogué incidentalmente sobre el sentido y la significación que
daba al tic, me dijo que se trataba probablemente de algo orgánico. En el curso de esta
inquisición es posible que llegue a mostrar en qué sentido esta hipótesis ha sido
comprobada.
Aproximadamente son éstas todas las informaciones que he podido extraer de las diversas
fuentes psicoanalíticas en lo que concierne a los tics; y no puedo decir que haya aprendido
luego algo nuevo mediante la observación directa o el análisis de los tics «pasajeros», tan
frecuentes en los neuróticos. En la mayoría de los casos, puede desarrollarse
perfectamente un análisis de neurótico e incluso curar una psiconeurosis sin tener que
prestar demasiada atención a este síntoma. Puede uno preguntarse con ocasión de ello
cuáles son las situaciones psíquicas que favorecen la aparición de tal o cual tic (por
ejemplo, una mueca, un estremecimiento espasmódico de las espaldas o de la cabeza,
etc.), y hablar del sentido, de la significación de un síntoma de este tipo. De este modo, una
de mis pacientes sacudía -negativamente- la cabeza cada vez que debía realizar un gesto
puramente convencional (despedirse, saludar). Había observado que el movimiento era
más frecuente y más intenso cuando la paciente trataba de mostrar más afecto, por
ejemplo, más amistad de la que interiormente sentía, y tuve que advertirle que su
movimiento de cabeza desmentía de hecho su gesto o su aire amistoso.
Nunca he tenido un paciente que haya recurrido al análisis con el objetivo preciso de curar
un tic. Los pequeños tics que he podido observar en mi práctica analítica molestaban tan
poco a quienes estaban afectados que nunca se lamentaban de ellos; y tenía que ser yo
siempre quien atrajera su atención sobre este síntoma. En tales condiciones, no había
naturalmente ninguna razón para examinar detalladamente este síntoma una vez que los
pacientes, como digo, superaban el análisis.
Ahora bien, sabemos que esto no se produce nunca en los análisis de histerias y de
neurosis obsesivas de tipo corriente. En efecto, al término de un análisis el síntoma más
insignificante se halla integrado en la estructura compleja de la neurosis e incluso afianzado
por múltiples factores determinantes. Este singular lugar ocupado por el tic nos llevaba ya a
suponer que se trataba de un problema cuya orientación era totalmente diferente a la de los
restantes síntomas de una neurosis de transferencia y que, en consecuencia, la habitual
«acción recíproca de los síntomas» no podía nada contra él. Esta separación del tic entre
los fenómenos neuróticos daba una base sólida a la hipótesis de Freud en cuanto a la
naturaleza heterogénea (orgánica) de este síntoma.
Aunque resultó breve, este análisis me causó cierta impresión. Comenzaba a preguntarme
si esta «orientación diferente» de los tics no se debía en realidad al hecho de que eran
síntomas narcisistas, susceptibles todo lo más de asociarse a los síntomas de una neurosis
de transferencia sin confundirse sin embargo con ellos. Por otra parte no tenía en cuenta la
distinción entre tic y estereotipia que se produce con la rapidez del relámpago, en cierto
modo condensado y, a menudo, simplemente indicado de manera simbólica. Veremos más
adelante que los tics son derivados de acciones estereotipadas.
Me dediqué a observar desde el punto de vista del narcisismo a los pacientes afectados por
tics que tenía ocasión de ver de forma ordinaria, en la consulta o durante su tratamiento.
Me acordaba también de algunos casos graves hallados en mi práctica pre-analítica. Me
llamaron la atención las múltiples confirmaciones que literalmente afluían de estas diversas
fuentes. Uno de los primeros casos que consideré poco después de estas reflexiones fue el
de un joven que presentaba una contracción muy frecuente de los músculos de la cara y
del cuello. Observé su comportamiento, sentado en una mesa próxima a la suya, en un
restaurante. Tosía a menudo, arreglaba sus puños hasta que quedaban totalmente
ajustados, con los botones hacia afuera; ajustaba su cuello almidonado con un gesto de la
mano o un movimiento de la cabeza, o realizaba el gesto, tan frecuente en estas personas,
de liberar su cuerpo de los vestidos demasiado estrechos. Inconscientemente, no dejaba ni
un instante de dedicar especial atención a su propio cuerpo o a sus vestidos, aunque
conscientemente estuviera ocupado en otra cosa, por ejemplo, comiendo o leyendo el
periódico. Este hombre debía sufrir, suponía yo entonces, una hiperestesia pronunciada, y
ser incapaz de soportar una excitación física sin reacción defensiva. Mi hipótesis se
confirmó cuando, con gran sorpresa mía, vi a este joven, bien educado y de la mejor
sociedad, sacar después de la comida un espejito de bolsillo y ponerse delante de todo el
mundo a eliminar concienzudamente con un palillo los fragmentos de comida que habían
quedado entre sus dientes, siempre con ayuda del espejito; no cejó hasta haber limpiado
uno a uno todos sus dientes, dejándolos absolutamente pulcros como pude constatar, lo
que le tranquilizó visiblemente.
Es cierto que las porciones de comida incrustadas entre los dientes pueden ser a veces
muy molestas, pero limpiar a fondo los treinta y dos dientes sin poderlo dejar para más
tarde, es lo que exigía una explicación más amplia. Me acordé de una de mis propias
reflexiones sobre las condiciones de aparición de las patoneurosis o del «narcisismo de
enfermedad». Las tres condiciones citadas en este artículo como susceptibles de producir
una fijación de la libido sobre ciertos órganos son las siguientes:
La lesión de una parte del cuerpo fuertemente bloqueada con anterioridad por la libido, es
decir, de una zona erógena.
Un narcisismo constitucional de tal clase que la más mínima lesión de una parte del cuerpo
afecte a todo el Yo.
Mencionemos a este respecto el hecho de que los tics, como se sabe, surgen a menudo in
loco morbi a consecuencia de enfermedades o de traumatismos somáticos, por ejemplo, los
espasmos del párpado tras la curación de una conjuntivitis, o de una blefaritis, los tics de la
nariz tras un catarro, las gesticulaciones específicas de las extremidades tras las
inflamaciones dolorosas. Yo relacionaría este hecho con la teoría según la cual un
crecimiento neuropático de la libido tiende a vincularse a la sede de una alteración somática
patológica (o a su representante psíquico). En estos casos es fácil atribuir la hiperestesia
de las personas afectadas por tics, que a menudo es sólo local, a un desplazamiento
«traumático» de la libido, y las manifestaciones motrices del tic (como ya hemos dicho) a
reacciones de defensa contra la excitación relativa a estas partes del cuerpo.
Otro argumento a favor de la concepción según la cual el tic tendría algo que ver con el
narcisismo: los resultados terapéuticos obtenidos mediante un tratamiento específico de los
tics fundado sobre determinados ejercicios. Se trata de ejercicios sistemáticos de la
inervación que alternan con movimientos de inmovilización forzosa de las partes afectadas
por contracciones. Y el resultado es mucho mejor si el paciente se controla en un espejo
durante los ejercicios. Según los autores, el control visual facilitaría la dosificación de las
inervaciones inhibidoras requeridas por los ejercicios y explicaría este resultado. Pero, a mi
parecer, y según lo que acaba de exponerse, el efecto sorprendente que produce sobre el
sujeto narcisista la visión en el espejo de las deformaciones de su cuerpo y de su rostro
representa ciertamente un papel importante (y esencial) en su tendencia a la curación.
Citaré en primer lugar la descripción breve, pero clásica, que Trousseau ofrece de los tics.
«El tic indoloro consiste en contracciones instantáneas, rápidas, generalmente limitadas a
un pequeño grupo de músculos, de forma especial a los músculos del rostro aunque
también pueden quedar afectados otros, por ejemplo, los de los miembros, los del cuello,
los del tronco, etc. En unos, se trata de un parpadeo, un movimiento convulsivo en la retina,
de la nariz, de la comisura de los labios, todo lo cual proporciona un aspecto doliente al
rostro; en otros, se produce una oscilación de la cabeza, una contorsión brusca y pasajera
del cuello que se repite muchas veces; hay otros, por fin, en los que se da una elevación de
los hombros o una agitación convulsiva de los músculos abdominales o del diafragma; en
una palabra, existe una gran variedad de movimientos ridículos imposibles de describir.
Estos tics van de alguna manera acompañados por un grito, por una voz más o menos
llamativa, pero característica. Este grito, este golpe de voz, este gruñido, verdaderas coreas
laríngeas o diafragmáticas, pueden constituir todo el tic. Se trata de una singular tendencia
a repetir siempre la misma palabra, la misma exclamación, y el propio individuo profiere en
voz alta palabras que desearía callar.»
El punto de partida de un tic puede ser una observación hipocondríaca de sí mismo. «Cierto
día sentí un crujido en la nuca», refiere un paciente de Meige y Feindel. «Deduje de
inmediato que me había roto algo; para comprobarlo volví a realizar el movimiento tres
veces sin que el crujido se reprodujera, realicé mil variaciones y lo repetí de forma cada vez
más fuerte; por último, volví a sentir el crujido, lo cual me proporcionó un verdadero
placer.... placer que pronto se redujo ante el temor de haber provocado una lesión.
Actualmente no puedo resistir el deseo de reproducir este crujido y no consigo vencer un
sentimiento de inquietud cuando he logrado mi objetivo» El carácter unas veces voluptuoso
y otras ansiógeno de estas sensaciones nos permite considerarlas sin ninguna duda como
una manifestación patológica de la sexualidad del paciente, fundamentalmente de su
narcisismo hipocondríaco; además, tenemos el caso relativamente claro de un paciente que
continúa percibiendo las motivaciones sensoriales de sus movimientos estereotipados. En
la mayor parte de los casos, según veremos, tales motivaciones no son sensaciones
actuales sino reminiscencias que se han vuelto inconscientes en cuanto tales. Charcot,
Brissaud, Meige y Feindel figuran entre los escasos neurólogos que no rehúsan escuchar al
paciente cuando éste refiere la génesis de su problema. “Únicamente el que sufre un tic
puede responder a la cuestión relativa a la génesis de su enfermedad, si se remonta en el
pasado a los primeros acontecimientos que desencadenaron la reacción motriz”, podemos
leer en Meige y Feindel. Desde esta perspectiva, nuestros autores han permitido a sus
pacientes reproducir (sólo mediante la ayuda del recuerdo consciente) las circunstancias
responsables de la primera aparición de sus contracciones. Podemos observar que había
en ello un posible punto de partida hacia el descubrimiento del inconsciente y su
investigación por medio del psicoanálisis. Para los autores, son frecuentemente los
traumatismos físicos los que constituyen la última explicación: un absceso a las encías,
causa de una mueca inveterada, una operación nasal, motivo de un frotamiento habitual,
etc. También mencionan las opiniones de Charcot sobre el tic que según él “sólo
aparentemente es una afección física; se trata en realidad de una perturbación psíquica... el
producto directo de una psicosis, una especie de psicosis hereditaria”.
Meige y Feindel no dejan de señalar rasgos de carácter propios de los afectados por los
tics, que podrían calificarse de narcisistas. Citan, entre otras, las confidencias de un
paciente: «Debo confesar que estoy lleno de amor propio y soy muy sensible a los
cumplidos y a las ofensas. Busco la alabanza y sufro cruelmente por la indiferencia o la
crítica; me resulta insoportable el pensamiento de que pueda ser profundamente ridículo y
de que todo el mundo se burle de mí. En la gente con la que me cruzo, en aquellos con
quienes tropiezo en el autobús, hallo siempre una mirada singular, burlona, apiadada, que
me humilla o me irrita.» Otro ejemplo: «Hay en mí dos hombres: uno que padece el tic y
otro que no. El primero es hijo del segundo, es un niño terrible que causa gran
preocupación a su padre. Este debería castigarle, pero frecuentemente no lo hace y resulta
esclavo de los caprichos de su criatura.»
Estas confesiones indican el componente narcisista del que padece un tic, que ha
permanecido infantil en el plano psíquico, y contra el cual la parte normalmente
desarrollada de la personalidad no se decide a luchar. Constatamos la predominancia del
principio de placer, correspondiente al narcisismo, en la siguiente declaración: “Sólo hago a
gusto lo que me divierte; lo que me aburre lo hago mal o no lo hago”. Cuando se le ocurre
una idea, necesita imperiosamente expresarla; al mismo tiempo se resiste a escuchar a los
demás. He aquí otras indicaciones de Meige y Feindel sobre el carácter infantil de quienes
padecen tics: “Sean pequeños o mayores, estos pacientes presentan el estado mental de
una edad inferior a la que tienen. El tic es un infantilismo mental. Todos estos pacientes
tienen alma de niños. Quienes sufren tics son niños grandes mal educados, acostumbrados
a satisfacer todos sus caprichos, que nunca han aprendido a disciplinar sus actos
voluntarios. Un muchacho afectado por los tics y que contaba diecinueve años era llevado a
la cama y desnudado por su mamá como si fuera un bebé. Además mostraba otros
síntomas físicos de infantilismo”. La incapacidad de retener un pensamiento es el
equivalente psíquico de la incapacidad de soportar una excitación sensorial sin una
reacción inmediata de defensa; hablar es precisamente la reacción motriz que sirve para
descargar la tensión psíquica preconsciente (ideativa). En este sentido coincidimos con
Charcot que habla de “tics puramente psíquicos”. De este modo, se acumulan las pruebas
en favor de la hipótesis de que la hipersensibilidad narcisista del que sufre un tic es la
causa de su incapacidad de dominarse en los planos motriz y psíquico. Esta concepción del
tic permite además explicar la presencia en un mismo cuadro clínico de síntomas tan
heterogéneos como la contracción motriz y la coprolalia. Los restantes rasgos de carácter
señalados por los autores del libro, que se explican perfectamente desde este punto de
vista. son los siguientes: una cierta excitabilidad, una ligera fatigabilidad, la aprosexia, la
distracción y la fuga de ideas, la tendencia a la toxicomanía (alcoholismo), y la incapacidad
de soportar sufrimientos o esfuerzos. Todos estos rasgos creemos que pueden explicarse
fácilmente si, siguiendo la bipartición de las funciones psíquicas en actividades de descarga
y de vínculo tal como la ha formulado Breuer, consideramos que quienes sufren tics, debido
a su fuerte narcisismo o a la fijación que experimentan en ese estadío, tienen una notable
tendencia a la descarga pero una reducida capacidad de vinculación psíquica. La descarga
es una manera muy arcaica de liquidar el crecimiento de la excitación, se halla más próxima
al reflejo fisiológico que cualquier forma de dominio, por primitiva que sea (por ejemplo, el
rechazo); es propia de los animales y de los niños. No es casualidad que los autores, sin
sospechar la existencia de relaciones más profundas y fundándose simplemente sobre las
conversaciones mantenidas con sus enfermos y sobre sus observaciones personales,
constaten que los afectados por los tics son a menudo «como niños», que se sienten
«jóvenes interiormente», que son incapaces de dominar sus afectos, que estos rasgos de
carácter «tan frecuentes en los niños mal educados, mientras que la reflexión y la razón
consiguen triunfar con la edad en los sujetos normales... persisten, por el contrario, en los
que sufren de tics a pesar del paso de los años. Aunque en ciertos aspectos, parecen ser
unos niños grandes»
Hay razones para suponer que la función secundaria, si no principal, de toda una serie de
tics y de estereotipias es la de permitir al sujeto sentir u observar de momento
determinadas partes de su cuerpo: de este modo, ocurre en los ejemplos mencionados:
alisarse la ropa, sacar y ordenar los vestidos, alargar el cuello, adelantar el pecho (en las
mujeres), lamerse o morderse los labios, y en cierto modo deformar el rostro mediante las
muecas, hurgarse los dientes, etc. Podría tratarse de casos en los que el tic proviene del
narcisismo constitucional y donde simples e inevitables excitaciones bastan para provocar
el síntoma motriz. Al contrario, habrá casos en los que debemos hablar de tics
neuropáticos, de un bloqueo libidinoso anormal sobre los órganos que han sufrido una
alteración patológica o traumática. Nuestros mentores nos ofrecen a este respecto algunos
interesantes ejemplos: “Una joven inclinaba la cabeza sobre el hombro tratando de calmar
los dolores de un absceso dental. Se trataba de un acto provocado por una causa real, era
una respuesta muscular totalmente deseada, reflexiva, indudablemente derivada de una
intervención superficial. La paciente quería calmar su dolor apretando y calentando su
mejilla... al persistir el absceso, el gesto se repite, cada vez menos voluntario, cada vez
más habitual, y por fin de forma automática. Pero persistía aún la causa y el objetivo. Hasta
aquí nada anormal. Ahora bien, el absceso se curó y el dolor cesó. Sin embargo, la joven
continúa inclinando frecuentemente su cabeza sobre el hombro. ¿Cuál es ahora la causa
de su gesto? ¿Cuál es su objetivo? Uno y otro han desaparecido ¿Qué es, pues, este acto
primitivamente deseado, coordinado, sistemático, que ahora se repite todavía
automáticamente, pero sin causa ni objetivo? Es un tic”. Evidentemente la explicación dada
por los autores es en parte discutible. Al ignorar el psiquismo inconsciente, creen que los
tics -al contrario del acto voluntario consciente- se producen sin participación del psiquismo,
y como la fijación del recuerdo a un traumatismo así como la tendencia del inconsciente a la
reproducción son nociones que se les escapan, consideran los movimientos de quienes
padecen tics como desprovistos de sentido y de objetivo.
Esta diferencia nos obliga por lo demás a introducir una complicación en el esquema de la
estructura «del sistema psíquico» establecido por Freud. Lo psíquico se inserta en los actos
reflejos simples, bajo la forma de sistemas mnésicos inconsciente, preconsciente y
consciente entre los aparatos aferente (sensorial) y eferente (motor). Freud, pues, supone
ya una pluralidad de sistemas mnésicos orientados según los diferentes principios de
asociación temporal, formal, afectiva o de contenido. Lo que desearía añadir aquí es la
hipótesis de un sistema mnésico particular que se llamaría “sistema mnésico del Yo” y al
que correspondería la labor de registrar constantemente los procesos psíquicos o
somáticos del propio sujeto. Por supuesto que este sistema estaría mucho más
desarrollado en el narcisista constitucional que en el sujeto que ha conseguido un amor
objetal maduro, y que un traumatismo particularmente poderoso podría provocar, tanto en
el tic como en las neurosis traumáticas, una fijación mnésica excesiva a la actitud que tenía
el cuerpo en el preciso instante del traumatismo, fijación que podría ser lo suficientemente
fuerte como para provocar la reproducción permanente o paroxística de esta actitud. La
notable tendencia de los afectados por los tics a la auto-observación, la atención que
prestan a sus sensaciones endosomáticas y endopsíquicas, forman también parte de los
rasgos destacados por Meige y Feindel. Del mismo modo que los sistemas mnésicos de las
cosas, el “sistema mnésico del Yo” pertenecería por una parte al inconsciente, y por la otra
desbordaría al preconsciente y al consciente. Para explicar la formación del símbolo en el
tic, habría que suponer la existencia de un conflicto en el interior del Yo (entre el núcleo del
Yo y el narcisismo) y la de un proceso análogo al rechazo.
Las neurosis traumáticas, cuyos síntomas se han demostrado como una mezcla de
fenómenos narcisistas y de fenómenos de conversión histérica y cuya naturaleza creemos
que reside, lo mismo que Freud, en un afecto de temor imperfectamente dominado,
reprimido y reactivado progresivamente después, ofrecen en definitiva un gran parecido con
los tics «patoneuróticos». Hay todavía entre ellos otra sorprendente coincidencia que
quisiera destacar. Casi todos los que han estudiado las neurosis de guerra señalan que
éstas surgen a menudo sólo tras impactos sin lesiones físicas graves (sin heridas). Una
herida unida al impacto emocional constituye para el afecto de temor una posibilidad de
descarga apropiada y un terreno más favorable a la repartición de la libido en el organismo.
Esto ha sido lo que ha llevado a Freud a formular la hipótesis de que una lesión física grave
(por ejemplo, una fractura) aparecida posteriormente podía provocar la mejoría de los
síntomas neuróticos de origen traumático. Añadamos a esta idea el siguiente caso clínico.
«En el joven M., que sufría tics en el rostro y en la cabeza, cesaron éstos cuando se rompió
la pierna y durante todo el tiempo en que la mantuvo inmovilizada.» Los autores piensan
que este fenómeno se explica por la desviación de la atención, pero, según nuestra
hipótesis, influye también la retirada de la libido. Ambas explicaciones son igualmente
válidas en lo que concierne a la desaparición eventual de los tics durante los «asuntos
importantes» o las «discusiones en las que el sujeto participa activamente»
Fácilmente se comprende que los tics cesan completamente durante el sueño teniendo en
cuenta la victoria total del deseo narcisista de dormir y el desbloqueo total de todos los
sistemas, pero esto apenas nos ayuda a resolver la cuestión sobre si los tics son de origen
puramente psíquico o somático. Determinadas anomalías orgánicas intercurrentes, como el
embarazo y el parto, aumentan los tics; pero ello no constituye en absoluto un argumento
contra su génesis narcisista.
Quisiera someter ahora las principales manifestaciones de los tics, los síntomas motores y
las dispraxias (ecolalia, coprolalia, manía de imitación), a un examen más profundo,
apoyado en algunas observaciones personales y en los abundantes datos proporcionados
por Meige y Feindel.
Estos autores pretenden reservar la denominación de «tics» a los estados en los que es
posible reconocer los dos elementos esenciales: el elemento psíquico y el elemento motor
(o sea, el elemento psicomotor). Aunque no haya nada que objetar a esta limitación de la
noción de «tic», creemos, sin embargo, que sena bueno para la comprensión de este
cuadro clínico el no limitarse únicamente a los estados típicos y considerar también como
parte de esta enfermedad las perturbaciones puramente psíquicas e incluso sensoriales
cuando corresponden, por su naturaleza, a los casos típicos. Ya hemos mencionado la
importancia de las perturbaciones sensoriales como motivos de las contracciones y de
determinadas acciones relacionadas con los tics, pero falta por esclarecer la forma en que
actúan. Quiero referirme aquí a un importante artículo de Freud sobre El rechazo, donde se
lee: «Puede suceder que un estímulo externo se convierta en interno, por ejemplo, al
corromper o destruir un órgano, y que de este modo se origine una nueva fuente de
excitación constante y un aumento de tensión.... entonces adquiere... un gran parecido con
un impulso. Sabemos que, en tal caso, lo sentimos como un dolor”.
Lo que dice el texto sobre el dolor actual debe ampliarse a los recuerdos del dolor cuando
se trata de los tics. Así, en el caso de personas hipersensibles (de constitución narcisista),
de lesiones en partes del cuerpo intensamente bloqueadas por la libido (zonas erógenas) o
en otras circunstancias aún desconocidas, se forma en el “sistema mnésico del Yo” (o en
un sistema mnésico de un órgano específico) un depósito de excitación impulsiva que
proporcionará, incluso tras la desaparición total de las secuelas de la lesión externa, la
percepción interna de una excitación desagradable. Una de las maneras particulares de
liquidar esta excitación es la que consiste en hacerla derivar directamente hacia la
motilidad. Por supuesto, no es un azar el que resulten afectados tales músculos o se
desarrollen tales acciones. Si tomamos como prototipo de todas las demás formas el caso
particularmente instructivo de los tics «patoneuróticos», podemos afirmar que quien los
sufre produce siempre movimientos (o sus rudimentos simbólicos) que, anteriormente,
cuando la perturbación externa era actual, conseguían también desviar o aminorar el dolor.
Así, pues, vemos en esta forma de tics un nuevo impulso «in statu nascendi», que confirma
plenamente lo que Freud nos ha enseñado sobre el origen de los impulsos. Según Freud,
todo impulso es la reacción de adaptación, «organizada» y transmitida hereditariamente, a
una perturbación externa, que se desencadena rápidamente desde el interior, incluso sin
motivación externa, o sobre leves señales procedentes del mundo exterior.
“También tiene un tic que le induce a rascarse y que le atormenta. Constantemente se pasa
la mano por el rostro o se rasca con un dedo la nariz, el extremo del ojo, la frente, la mejilla,
etc. O bien se pasa bruscamente la mano por los pelos, o bien se mesa febrilmente el
bigote, lo estira, lo retuerce y se lo arranca, de modo que algunos días parece haber sido
cortado con una tijera”.
Un caso citado por Dubois: «Una joven de veinte años se golpea el pecho con el codo,
doblando el antebrazo contra la parte superior; se golpea de quince a veinte veces por
minuto y continúa hasta que su codo tropieza con las ballenas de su corsé. Ese golpe
violento va acompañado de un pequeño grito. La enferma sólo parece obtener satisfacción
de su tic una vez que ha dado este último golpe.»
La enfermedad de los tics se produce de modo más frecuente en los niños durante el
período de latencia sexual, época en la que tienen cierta tendencia a presentar otras
perturbaciones psicomotrices (por ejemplo, la corea). La enfermedad puede tener diversos
síntomas: aparte de las remisiones, el estado estacionario o la degeneración progresiva en
el síndrome de Gilles de la Tourette. A juzgar por un caso del que pude hacer la
investigación analítica, la hiperexcitabilidad motriz puede ser compensada más tarde por
una inhibición excesiva. Es el caso de algunos neuróticos cuya apariencia y gestos están
acompasados, como teñidos de prudencia y ponderación.
Los autores señalan también la existencia de tics de actitud; por ejemplo, en lugar de
contracciones clónicas extraordinariamente rápidas, una rigidez tónica en determinadas
posiciones de la cabeza o de un miembro. Tales casos constituyen ciertamente estados
transitorios entre la inervación cataclónica y la inervación catatónica. Meige y Feindel dicen
explícitamente: “Este fenómeno (el tic tónico o de actitud) se halla aún más próximo a las
actitudes catatónicas, cuya patogénesis ofrece más de un punto común con la del tic de
actitud.” He aquí un ejemplo característico: S. tiene un tortícolis (tic de actitud) en el costado
izquierdo. A todos los esfuerzos para hacerle volver la cabeza hacia la derecha opone una
resistencia muscular importante. Pero si durante estas tentativas alguien le habla o le
entretiene, su cabeza se hace progresivamente móvil y puede girar en todos los sentidos
sin el menor esfuerzo.
Hacia el fin de la obra. se vislumbra que uno de los autores (H. Meige) ha percibido incluso
la identidad que existe entre los tics y la catatonia. Ha comunicado esta idea en un informe
preparado para el Congreso Internacional de Medicina de 1903 en Madrid («La aptitud
catatónica y la aptitud ecopráxica de los afectados por los tics»). El traductor da cuenta de
esta comunicación en los siguientes términos: «Si se examina a muchos pacientes de tics,
pueden hacerse las siguientes observaciones, que tienen interés para la patogénesis de la
enfermedad... Algunos de ellos manifiestan una notable tendencia a conservar las
posiciones que se da a sus miembros o que ellos mismos toman. Se trata, pues, de una
especie de catatonia. Es a veces tan pronunciada que hace difícil el examen de los reflejos
tendinales y en muchos casos da la impresión de que falta el reflejo rotular. En realidad se
trata de una tensión muscular excesiva, de un aumento del tono muscular. Si a estos
enfermos se les pide que relajen bruscamente un músculo, sólo lo consiguen tras un
período relativamente largo. Además, puede observarse a menudo una tendencia frecuente
en ellos a repetir de manera exagerada determinados movimientos pasivos de los
miembros. Por ejemplo, si se les hace mover los brazos muchas veces seguidas se
constata que el movimiento prosigue durante algún tiempo. Además de la catatonia, estos
enfermos presentan también el síntoma de la ecopraxia, en un grado claramente superior al
normal.» (Meige y Feindel, página 386 de la edición alemana.)
Esta es la ocasión de hablar de una cuarta forma de reacción motriz que resulta idéntica en
el tic y en la catatonia: la flexibilitas cerea. La flexibilidad cerosa es la actitud de
determinados sujetos para conservar durante un cierto tiempo, sin la menor resistencia
muscular, todas las posiciones dadas a sus miembros. Es sabido que este síntoma se
encuentra igualmente en la hipnosis profunda.
Si se quiere explicar la ecopraxia y la ecolalia de los dementes como la de los afectados por
los tics, es preciso también tener en cuenta los procesos más sutiles de la psicología del
Yo, sobre los que Freud llama la atención. “El desarrollo del Yo consiste en alejarse del
narcisismo primario y en generar un aspiración intensa a recobrar tal narcisismo. Este
alejamiento se produce mediante el desplazamiento de la libido sobre un ideal del Yo del
exterior, y la satisfacción por el cumplimiento de este ideal”.
Parece existir una contradicción entre la tendencia notable de los pacientes de tics y de los
dementes a imitar a todo el mundo en gestos y en palabras, o sea, a hacer de cualquier
persona un objeto de identificación y de ideal, y por otra parte la afirmación según la cual
tales pacientes habrían retornado al estadío del narcisismo primario o bien habrían
permanecido en é1. Pero esta contradicción es sólo aparente. Como los demás síntomas
espectaculares de la esquizofrenia. estas formas excesivas de la tendencia a la
identificación tienen por único objetivo el disimular la falta de verdadero interés; están,
como diría Freud, al servicio de la tendencia a la curación, de la aspiración a recobrar el
Ideal del Yo perdido. Pero la indiferencia con la que toda acción y todo discurso es imitado,
convierte a estos desplazamientos de identificación en una caricatura de la búsqueda
normal de ideal y a menudo ocurre que se los interpreta como ironías.
Meige y Feindel describen casos en los que se adoptan en bloque ceremoniales complejos
a base de tics; subrayan sobre todo que muchos de los pacientes poseen un temperamento
artístico y cierta inclinación a imitar a todas las personas conocidas. Uno de sus pacientes
adoptó en su infancia el movimiento de párpados de un gendarme que le llamaba
especialmente la atención. En realidad, estos enfermos imitan la forma en que un hombre
llamativo «carraspea y escupe». Como se sabe, los tics suelen ser literalmente contagiosos
para los niños.
Aunque las observaciones de Meige y Feindel son muy interesantes, las conclusiones
teóricas que extraen presentan por el contrario escaso interés. Se limitan generalmente a
atribuir los síntomas a determinadas causas (circunstancias) inmediatas o bien a la
“predisposición” y a la “degeneración”. Cuando el paciente es incapaz de proporcionar una
explicación de su tic, consideran a éste como “desprovisto de sentido y de objeto”.
Abandonan en seguida la vía psicológica para perderse en especulaciones fisiologizantes.
En este sentido llegan hasta suponer, como lo hace Brissaud, la existencia de una
“hipertrofia del centro funcional cerebral” (innata o adquirida por la utilización frecuente)
entre los pacientes, centro al que consideran como el ”órgano fundamental de la función del
tic”. De este modo, su terapéutica consiste en «reducir esta hipertrofia por métodos de
inmovilización». Hablan de una “anomalía congénita” de “desarrollo insuficiente y
defectuoso de las vías asociativas corticales y de las anastomosis subcorticales”, de
“malformaciones teratológicas moleculares que nuestros conocimientos anatómicos no
consiguen desgraciadamente distinguir”.
Meige y Feindel se deciden finalmente por la definición siguiente del tic: “No es suficiente
con que el gesto sea intempestivo en el instante de su ejecución: debe ocurrir que en ese
instante no se halle unido a la idea que, en el pasado, le dio origen. Si, además, este acto
se destaca por su demasiado frecuente repetición, su constante inoportunidad, la
imperiosidad de su ejecución, la dificultad de su represión y la satisfacción que conlleva, se
trata de un tic”. En un único lugar afirman: “Nos encontramos sobre el peligroso terreno del
inconsciente”, y se guardan muy bien de penetrar en este campo tan difícil.
No podemos concederles ningún rigor. En esta época la teoría de las funciones psíquicas
inconscientes estaba aún en mantillas.
Incluso hoy, tras casi treinta años de trabajo psicoanalítico, los sabios de su país carecen
del valor de arriesgarse por el camino que hace a este "terreno peligroso" accesible a la
investigación. Meige y Feindel tienen el mérito, que no hay que menospreciar, de haber
sido los primeros en intentar formular una teoría psicogenética del tic traumático, aunque
resultara incompleta. Se han fiado de las manifestaciones conscientes y de los relatos de
sus enfermos, pero como no disponían de ningún método que les permitiera interpretar las
palabras de los pacientes, no hay lugar para la sexualidad en sus explicaciones. Sin
embargo sus casos clínicos rebosan de datos eróticos, ciertamente ocultos, y citaría como
ejemplo los extractos de la anamnesis detallada de un paciente que citan los autores.
Como ya hemos referido, el enfermo en cuestión, que se había hecho sacar casi todos los
dientes, sufría un “tic de actitud”: tenía que levantar el mentón en el aire. Tuvo la idea de
empujar su mentón contra el mango de su bastón: luego varió la posición de forma «que
introducía el bastón entre su vestido y su gabán abrochado, y sólo el mango del bastón
aparecía por la abertura del cuello, de manera que el mentón se apoyaba sobre él. Más
tarde su cabeza buscaba constantemente un apoyo en ausencia del bastón, y si no lo
encontraba oscilaba de un lado a otro. Llegó a verse obligado a apoyar su nariz sobre el
respaldo de una silla si deseaba leer tranquilamente”. Su propio relato esclarece las
ceremonias que se veía obligado a realizar: «Al principio llevaba cuellos de mediana altura
pero excesivamente cerrados como para poder introducir mi mentón. Entonces
desabrochaba mi camisa y en el cuello abierto deslizaba el mentón inclinando fuertemente
la cabeza; el efecto me satisfizo durante algunos días, pero el cuello desabrochado no
ofrecía suficiente resistencia. Entonces compré cuellos mucho más altos, auténticas horcas
en las que hundía mi mentón, aunque de ese modo no podía girarlo ni a izquierda ni a
derecha. Fue una solución perfecta... pero sólo durante algún tiempo. Por rígidos que
fueran, los cuellos terminaban siempre por ceder, y al cabo de una o dos horas tenían un
aspecto lamentable. Tuve que inventar otra cosa y fue entonces cuando me sobrevino esta
idea ridícula; até a los botones de los tirantes de mi pantalón un hilo que, pasando bajo mi
chaleco, terminaba en su parte alta en una pequeña placa de marfil que yo apretaba entre
mis dientes. La longitud del hilo estaba calculada de forma que para coger la placa me viera
obligado a bajar la cabeza. Excelente truco... pero siempre por poco tiempo, pues, aparte
de que esta posición era tan incómoda como ridícula, a fuerza de tirar de mi pantalón
llegaba a situarlo a la derecha de una forma ciertamente grotesca y muy molesta. Tuve que
renunciar al invento. Sin embargo, he conservado siempre cierta debilidad por el principio
en que se basa este método, y hoy todavía me sucede a menudo que cuando estoy en la
calle agarro con mis dientes el cuello de mi chaqueta o de mi gabán y voy caminando de
esa manera. De esta forma me he ganado más de una burla. En mi casa varío un poco:
deshago mi corbata, desabrocho el cuello de mi camisa y opero de la misma manera,
mordiendo este último." A consecuencia de su actitud, con la cabeza vuelta y la nariz al
aire, no veía sus pies al caminar. "Debo prestar atención cuando paseo, pues no veo dónde
voy. Sé perfectamente que para obviar este inconveniente me bastaría con haber bajado
los ojos o la cabeza, pero eso precisamente era lo que no conseguía hacer”.
El paciente ha manifestado siempre “una cierta repugnancia a mirar hacia abajo”. Presenta
además un "chasquido del hombro, análogo a la subluxación voluntaria del pulgar y a los
ruidos que algunas personas pueden realizar para divertirse”. Sólo lo produce como “una
pequeña habilidad social”. Cuando se halla en una reunión, reprime estas tonterías, pues
se siente molesto ante los demás, “pero en cuanto se halla solo vuelve a las andadas;
todos sus tics se desencadenan: es una verdadera plaga de gesticulaciones absurdas, un
desahogo motriz con el que el enfermo se siente aliviado. Vuelve a la reunión y reanuda
tranquilamente la conversación interrumpida”.
Las ceremonias que realiza al acostarse son todavía más grotescas. «El roce de su cabeza
con la almohada o las sábanas le exaspera; gira en todas direcciones con el fin de
evitarlos... y ha llegado a elegir una posición singular. porque le ha parecido la más eficaz
para detener sus tics: se acuesta en un extremo, al borde de la cama, y deja colgar su
cabeza en el vacío».
Podría atribuirse este desplazamiento a la hipótesis, que ha dominado hasta ahora nuestras
reflexiones, según la cual el tic se debe a un aumento del narcisismo. De este modo, en el
"tic neuropático” la parte del cuerpo (o su representante psíquico) que ha sufrido una lesión
o una excitación se halla intensamente dominada por la libido y el interés. La enorme
cantidad de energía requerida para tal efecto se toma de la gran reserva de libido situada
en la sexualidad genital, lo que necesariamente va acompañado de perturbaciones más o
menos graves de la potencia o de sensaciones genitales normales. En este desplazamiento
no sólo se desvía de abajo hacia arriba un determinado quantum de energía, sino también
la cualidad de esta energía (su modo de inervación), de donde se deriva la "genitalización”
de las partes afectadas por el tic (hiperestesia, tendencia al frotamiento rítmico y. en
muchos casos, verdadero orgasmo). En el tic del "narcisista constitucional», la primacía de
la zona genital no parece por lo general firmemente establecida, de manera que las
excitaciones ordinarias o las inevitables perturbaciones bastan para provocar tal
desplazamiento. El onanismo sería entonces una actividad sexual todavía semi-narcisista, a
partir de la cual el paso a la satisfacción normal con otro objeto sería tan posible como el
retorno al autoerotismo.
Comparemos, por último, las expresiones motrices de los actos compulsivos y el tic. Freud
nos ha enseñado que tales actos son medidas psíquicas de defensa que tienen por objeto
impedir el retorno de determinados pensamientos penosos; son los "sustitutos por
desplazamiento” somáticos de los pensamientos obsesivos. Los actos compulsivos se
distinguen generalmente de los tics y de las estereotipias por su mayor complejidad; son
ciertamente actos que tratan de modificar el mundo exterior (lo más a menudo en sentido
ambivalente) y en los cuales el narcisismo sólo juega un papel secundario e incluso nulo.
El diagnóstico diferencial de estos síntomas motores sólo resulta posible, a menudo, tras un
largo psicoanálisis.
Próximo escrito
Georg Groddeck: El explorador de almas
Sandor Ferenczi / Georg Groddeck: El explorador de almas
Georg Groddeck:
El explorador de almas
(Novela psicoanalítica)
Varios de sus artículos parecen presentar alguna analogía con determinadas tesis de
psicoanálisis. Sin embargo, al principio, su autor había atacado a la Escuela de Freud lo
mismo que a las demás. Finalmente, su fanatismo por la verdad se ha mostrado aún más
fuerte que su aversión hacia todo saber escolástico: ha reconocido abiertamente su
equivocación al atacar al creador del psicoanálisis y, lo que es aún más excepcional, ha
desvelado coram publico su propio inconsciente indicando la tendencia que le había
empujado, por pura envidia, a oponerse a Freud.
No hay que extrañarse de que Groddeck, incluso tras haber proclamado su adhesión al
psicoanálisis. no haya tomado la vía habitual de un alumno de Freud, sino que haya
seguido, también allí, su propio camino. Ha manifestado escaso interés por las
enfermedades psíquicas, campo propio de la investigación analítica, e incluso las palabras
«psiquis» y «psiquismo» le sonaban a falso. Ha pensado que si su monismo era justificado
y si las teorías del psicoanálisis resultaban exactas, estas últimas tenían que estar
fundadas necesariamente en el ámbito de lo orgánico. Con un valor temerario ha dirigido el
arsenal psicoanalítico contra las enfermedades orgánicas y pronto ha publicado
observaciones que confirman notablemente sus hipótesis. En numerosos casos de
enfermedades orgánicas graves ha descubierto la acción de intenciones (Abschten)
inconscientes, que desempeñan, según él, un papel preponderante en el origen de toda
afección. Por doquier y siempre hay bacterias, dice Groddeck, pero el momento y la
manera en que el ser humano resulta afectado por ellas depende de su voluntad
inconsciente. La aparición de tumores, hemorragias o inflamaciones puede ser favorecida,
o incluso suscitada, por tales intenciones, aunque Groddeck sitúa a estas tendencias como
conditio sine qua non de toda enfermedad. A su entender, el móvil central de estas
intenciones latentes patógenas es casi siempre el impulso sexual; el organismo cae
fácilmente enfermo si de ese modo puede satisfacer un gusto sexual o escapar a una
situación desagradable de la sexualidad. Y del mismo modo que el psicoanálisis cura las
enfermedades psíquicas haciendo conscientes los deseos ocultos y triunfando sobre las
tendencias rechazadas, Groddeck pretende haber influido con éxito en el curso de graves
enfermedades orgánicas con ayuda de curas analíticas metódicas. Ignoro si otros médicos
han constatado o verificado estos notables efectos terapéuticos, y por el momento es
imposible decir si nos hallamos ante un nuevo método terapéutico genial o ante el poder de
sugestión de una personalidad médica única y excepcional. Pero en ningún caso puede
discutirse al autor la seriedad de su tesis y el rigor de su argumentación.
Pero he aquí que este investigador nos guardaba una nueva y mayor sorpresa: en su última
obra aparece como novelista. Sin embargo, no creo que le haya guiado el propósito de
acceder así a la gloria literaria; lo que ocurre es que ha encontrado en la novela la forma
más apropiada para expresar las consecuencias últimas de sus puntos de vista sobre la
enfermedad, la vida, los hombres y las instituciones. Como probablemente tiene poca
confianza en la capacidad de sus contemporáneos para aceptar lo nuevo y lo inhabitual, ha
considerado necesario atenuar la singularidad de sus ideas mediante la ayuda de lo cómico
y el relato divertido, para seducir de esta forma al lector mediante una prima de placer. No
soy un hombre de letras y me considero incapaz de juzgar el valor estético de esta novela,
pero creo que un libro que consigue cautivar al lector de principio a fin, que presenta graves
problemas biológicos y psicológicos de forma espiritual e incluso divertida, y que consigue
teñir de humor escenas crudas, grotescas o profundamente trágicas, que hubieran chocado
excesivamente en su desnudez, no será del todo malo.
La mayor realización humana es el parto: los esfuerzos intelectuales del hombre sólo son
irrisorias tentativas de imitación. La nostalgia de tener hijos es tan general -tanto en el
hombre como en la mujer- que “nadie queda embarazado si no es por el deseo insatisfecho
de tener un hijo”. Las enfermedades y las heridas no son más que fuentes de sufrimiento,
pero proporcionan también “la energía que alimenta la consumación”.
Naturalmente. donde más a gusto se siente Weltlein es en el cuarto de los niños: allí puede
compartir los juegos infantiles y saborear su erotismo todavía ingenuo. En revancha, su
espíritu cáustico se desencadena contra los sabios, sobre todo contra los médicos cuya
estrechez de espíritu es el blanco privilegiado de sus burlas. Una ironía, ciertamente ligera,
no ahorra el dogmatismo psicoanalítico, pero es verdadera ternura comparada con la
ferocidad con la que la “psiquiatría escolástica” es atacada hasta dejarla en ridículo. Para
terminar asistimos con melancolía al fin trágico de este mártir sonriente. Perece en una
catástrofe ferroviaria. Sin embargo, incluso muerto, no reniega su cinismo: su cabeza no es
encontrada y su identidad sólo podrá ser establecida con ayuda de algunas particularidades
presentadas por el resto de su cuerpo, identificación que, curiosamente, sólo será capaz de
hacer su sobrina.
Próximo escrito
El simbolismo del puente
Sandor Ferenczi / El simbolismo del puente
Cuando se establece la relación simbólica entre una fantasía inconsciente y un objeto o una
actividad, se reduce uno inicialmente a conjeturas que, bajo la influencia de la experiencia,
deberán sufrir toda clase de modificaciones e incluso tendrán que ser totalmente revisadas.
Las pruebas que los ámbitos científicos más diversos nos proporcionan a menudo en
abundancia tienen en este caso el valor de índices importantes, de modo que todas las
ramas de la psicología individual y colectiva son susceptibles de contribuir a establecer una
relación simbólica específica. Sin embargo, la interpretación de los sueños y el análisis de
las neurosis siguen siendo como siempre la base más segura de cualquier simbolismo,
pues nos permiten observar in anima vili la motivación y, en general, toda la génesis de
estas formaciones psíquicas. Sólo existe en definitiva el psicoanálisis como procedimiento
capacitado, a mi parecer, para procurar el sentimiento de certidumbre de una relación
simbólica. Las interpretaciones simbólicas practicadas en otros ámbitos científicos
(mitología, folklore, cuentos, etc.) tienen siempre algo de superficial y de vulgar, se tiene
constantemente la impresión de que la interpretación hubiera podido ser diferente, además
de que existe en estas especialidades una tendencia a atribuir sin cesar nuevas
significaciones a los mismos contenidos. Esta carencia de profundidad es posiblemente
también lo que diferencia a la simple alegoría del símbolo, hecho de carne y hueso.
A mi parecer, las dos interpretaciones: puente = lazo entre los dos padres, y puente = unión
entre la vida y la no vida (la muerte), se complementan perfectamente: ¿no es el miembro
paterno, en efecto, el puente sobre el que debe pasar la vida a lo que aún no ha nacido?
Sólo esta última sobre-interpretación puede dar a la comparación ese sentido más profundo
sin el cual no podría haber verdaderos símbolos.
En caso de fobia neurótica de los puentes, es natural interpretar el recurso al símbolo del
puente como un modo de representación de "relaciones”, "vínculos", o “encadenamientos”
puramente psíquicos (los “puentes verbales” de Freud), en una palabra: como la figuración
de una relación psíquica o lógica, como un fenómeno "auto-simbólico”, "funcional” en el
sentido de Silberer. Pero lo mismo que en el ejemplo citado se hallan representaciones
materiales relativas al proceso de un parto a la base de tales fenómenos, no existe, según
creo, un fenómeno funcional sin su paralelo material, es decir, sin referencia a
representaciones de objetos. Es posible sin duda que en el caso del refuerzo narcisista de
los "sistemas mnésicos del Yo”, la asociación a los recursos de objetos llegue a esfumarse
y se dé entonces la apariencia de un auto-simbolismo puro. Por otra parte es posible que
no exista un fenómeno psíquico «material» al que no acompañe algún rasgo mnésico,
aunque sea débil, de la percepción de sí concomitante. En fin, recordemos esto: casi todos
los símbolos, incluso el símbolo en general, tienen en definitiva una base fisiológica, es
decir, que expresan de una manera u otra al cuerpo entero, a un órgano del cuerpo o a una
función del mismo.
Me parece que estas notas contienen las indicaciones para un futuro tópico de la formación
simbólica y, ya que hemos descrito el dinamismo del rechazo operado a este respecto, sólo
nos resta, para disponer de un panorama “metapsicológico” de la naturaleza del símbolo en
el sentido de Freud, reconocer la repartición de las cantidades psico-fisiológicas que
intervienen en el juego de estas fuerzas, así como disponer de datos más precisos sobre la
onto y la filogénesis.
Es inútil subrayar que el puente puede presentarse también en los sueños desprovisto de
todo sentido simbólico y provenir del material histórico del sueño.
Próximo escrito
A propósito de la crisis epiléptica
Sandor Ferenczi / A propósito de la crisis epiléptica
En la época en que era asistente en un hospital municipal para incurables -la Salpêtrière de
Budapest-, tuve ocasión de observar centenares de crisis epilépticas Esta experiencia me
resultó sumamente útil durante los años de guerra, pues como jefe de servicio en un
hospital militar me incumbía también la responsabilidad de «constatar» la autenticidad de
las crisis epilépticas. No me detendré aquí sobre problemas a menudo complejos, y a veces
insolubles, planteados por determinados casos individuales en los que había que decidir si
se trataba de simulación, histeria o epilepsia auténtica; me contentaré con hacer alguna
observación y alguna reflexión sobre los casos en que pude constatar con certeza el cuadro
típico de la verdadera epilepsia: ausencia de reflejos y dilatación pupilar, convulsiones
tónicas y clónicas, anestesia completa (comprendida la de la córnea), mordeduras de la
lengua, respiración con estertores, espuma en los labios, pérdida total de la conciencia,
relajamiento de los esfínteres y coma postepiléptico.
La observación repetida de estas crisis durante la guerra fue la que me llevó a adoptar la
posición de estos autores. Uno de los principales síntomas de la crisis está manifiestamente
constituido por la ruptura de todo contacto con el mundo exterior, la interrupción de la «vida
de relación» como hubiera dicho el gran Liébault. Pero la crisis epiléptica comparte esta
característica con el estado de sueño normal, que el psicoanálisis considera precisamente
como una regresión a la situación prenatal. En el sueño, el interés se retira del mundo
exterior y la sensibilidad a las excitaciones externas resulta notablemente disminuida. En
cualquier caso, habría que definir la epilepsia como un estado de sueño
extraordinariamente profundo en el que las excitaciones externas más intensas no
consiguen despertar al durmiente.
Una experiencia intentada por mí, tomando para ello las mayores precauciones, me ha
permitido en muchos casos perturbar el estadío de la “pausa epiléptica” descrito más arriba
y provocar el retorno de las convulsiones o incluso el despertar súbito del enfermo. Durante
esta pausa, los dientes del paciente están estrechamente apretados, la lengua y el velo del
paladar caen hacia atrás, lo que se traduce en un sonoro ronquido; el tórax realiza
movimientos respiratorios, pero la respiración por la boca es imposible; esta dificultad
respiratoria supone un perjuicio para la circulación menor y una abundante expectoración
de serosidades. Si la crisis se prolongara, si el paciente no recibiera un poco de aire por la
nariz, correría el riesgo de asfixiarse (lo que a veces se produce). Si durante la pausa
cerraba yo las narices del paciente de manera que no recibiera nada de aire, las
convulsiones tónicas y clónicas reaparecían en seguida por lo general (es decir, una
ausencia de reacción menos profunda) y si prolongaba la obturación de las narices, la
mayoría de las veces el enfermo se despertaba, y el reflejo pupilar así como la sensibilidad
se restablecían.
Sin embargo, esta experiencia no carece de peligro; si el paciente estuviera durante mucho
tiempo privado de aire podría asfixiarse. De hecho, en algunos casos, el estado del
paciente permanecía invariable, incluso al cabo de veinte o treinta segundos; naturalmente,
yo no insistía. Durante toda la experiencia vigilaba constantemente el pulso del paciente.
De cualquier modo, esta experiencia me enseñó que un epiléptico en crisis es mucho más
sensible a cualquier perjuicio ejercido sobre lo que le resta de capacidad respiratoria que a
cualquier otra estimulación externa por dolorosa que sea (estimulación por el frío o el calor,
golpes, contacto de la córnea, etc.). Todo esto sólo adquiere su sentido si interpretamos el
período de la pausa como una regresión a la situación intrauterina. La ilusión de la situación
intrauterina durante la crisis epiléptica -como durante el sueño- sólo puede mantenerse si el
aprovisionamiento de oxígeno prosigue de forma continua, aunque sea reducido. Si esta
respiración restringida queda bloqueada por la obturación de las narices, el paciente se ve
obligado a despertar y a respirar por la boca, lo mismo que el recién nacido se ve forzado a
respirar y a despertarse de la inconsciencia intrauterina cuando el aflujo sanguíneo que le
llega por el cordón umbilical se interrumpe.
En el artículo antes citado, he indicado que el epiléptico podría ser considerado como un
tipo humano particular que se caracteriza por la acumulación y la descarga de afectos
desagradables de un modo infantil. Añadamos tan sólo que, por último, pueden suspender
también la relación con el mundo exterior, la conciencia, y huir a una forma de existencia
puramente «autística», donde la brecha dolorosa entre el Ego y el mundo exterior aún no se
ha producido, dicho de otro modo, la situación intrauterina.
Las diferencias individuales entre las diversas formas de crisis podrían explicarse por la
predominancia, bien de la descarga motriz, bien de la «regresión apneica». Por lo demás,
las crisis de un mismo paciente pueden presentar tanto unas como otras de las
características del estado epiléptico.
Del mismo modo, supongo que la epilepsia se sitúa al límite de las neurosis de
transferencia y de las neurosis narcisistas, y formulo la misma hipótesis en lo que se refiere
a los tics.
La intensidad de la crisis hace pensar que se trata de una regresión narcisista mucho más
profunda que el sueño normal, algo que se parece a la rigidez cataléptica y a la flexibilidad
cérea del catatónico. Mientras que en la descarga motriz y el delirio postepiléptico, el
enfermo se debate aún contra el mundo exterior o bien vuelve su agresividad contra sí
mismo, o sea, se agarra todavía a la «relación de objeto».
La teoría de la regresión epiléptica permite arrojar alguna luz sobre la estrecha relación que
existe entre la crisis epiléptica y el estado de sueño (que es un grado más débil de la
misma regresión), así como sobre la asociación entre la disposición a la epilepsia y otras
perturbaciones orgánicas del desarrollo, o determinados atavismos.
Podría volver de nuevo sobre el caso en que el epiléptico en crisis se asfixia realmente en
lugar de ser despertado por el bloqueo respiratorio. La literatura médica relata casos en que
el enfermo, con la cabeza introducida en el agua, se ahoga cuando un simple movimiento
hubiera bastado para salvarle la vida; me han referido también un caso en que el enfermo
sufría sus crisis por la noche y, como si fuera a propósito, tenía la costumbre de dormir
boca abajo, con la boca y las narices amenazadas de obstrucción por la almohada (este
enfermo murió durante una crisis, pero sin testigos, de manera que no fue posible
establecer las circunstancias exactas de su muerte). Podría decirse que sólo merecen el
nombre de «epilepsia» los casos en que la inconsciencia no puede ser modificada por
ninguna interrupción respiratoria, ni siquiera provocada. Pero hay otro punto de vista que
también merece atención, y es que la inconsciencia epiléptica puede ser más o menos
profunda y que los casos en los que el paciente se asfixia representan situaciones
extremas en las que la regresión prenatal ha ido por así decir más allá de la situación
intrauterina, hasta el estado de la no-vida.
También el mundo animal nos ofrece ejemplos en los que el organismo se pone a cubierto
de un sufrimiento intolerable por la partición o la autonomía. Podría verse en ello el
prototipo filogenético de esta «revuelta contra la propia persona», que se manifiesta en
muchas neurosis (histeria, melancolía, epilepsia). La hipótesis metapsicológica que
correspondería a este modo de reacción sería la de una retirada del bloqueo libidinoso del
organismo propio, que es tratado entonces como algo extraño al Ego, es decir, como algo
hostil. Un gran sufrimiento o un intenso dolor físico pueden reforzar la aspiración a una
quietud absoluta, es decir, la quietud de la muerte, hasta el punto de que todo lo que puede
perturbar esta tendencia suscita una reacción de defensa y de hostilidad. He podido
constatarlo en el triste caso de una mujer agonizante en medio de indecibles sufrimientos,
que respondía a cualquier tentativa terapéutica que tratara de sacarla de su letargo
creciente con movimientos de cólera e incluso con violentos movimientos de defensa.
Considerado desde este ángulo, la crisis de epilepsia podría ser descrita como una
tentativa de suicidio por bloqueo respiratorio, más o menos seria, fracasada simbólicamente
en los casos benignos, pero realizada en algunos extremos.
Puede que en la crisis epiléptica la zona erógena respiratoria -cuya primacía en el caso de
algunos problemas respiratorios del niño ha sido señalada por el doctor Forsyth, de
Londres- desempeñe el papel de zona predominante.
Según esta interpretación de las crisis, la personalidad del epiléptico aparecería como la de
un ser con impulsos particularmente fuertes y con afectos violentos, que consiguen
protegerse durante bastante tiempo de las explosiones mediante un rechazo muy riguroso
de sus impulsos. y a veces también con ayuda de reacciones reactivas, tales como una
gran sumisión o una religiosidad exagerada, pero que periódicamente, al llegar el momento,
libera estos impulsos y los deja desencadenarse, a veces con una bestial indiferencia hacia
los demás, contra el mundo entero o contra su propia persona que se ha convertido en un
ser extraño y hostil. Esta descarga afectiva le procura entonces un apaciguamiento
parecido al sueño -a menudo de corta duración-, cuyo prototipo es la quietud intrauterina o
la muerte.
Próximo escrito
Para comprender las psiconeurosis de la edad madura
Creo que puedo explicar los casos en los que he conseguido hacer una investigación
psicoanalítica de las condiciones de aparición de las psiconeurosis de la edad madura se
trataba de personas que, o bien no habían conseguido modificar la repartición de la libido
asociada a los procesos de la maduración. o bien no habían podido adaptarse a esa nueva
repartición de los intereses libidinosos.
Desde que el profesor Freud llamó mi atención sobre este punto, sé (y sólo puedo
confirmarlo) que el hombre tiene tendencia al envejecer a retirar las «emociones de la
libido» de los objetos de su amor y a retornar hacia su Ego el interés libidinoso del que
probablemente dispone en menor cantidad. Las gentes maduras vuelven a ser narcisistas,
como los niños, pierden muchos de los intereses familiares y sociales, les falla una gran
parte de su capacidad de sublimación, sobre todo en lo que concierne a la vergüenza y al
desagrado; se hacen cínicos, malévolos y avaros; dicho de otro modo, su libido retorna a
las «etapas pregenitales del desarrollo» y a menudo adopta la forma declarada del erotismo
anal y uretral, de la homosexualidad, del voyerismo, del exhibicionismo y del onanismo.
El proceso parece en consecuencia ser el mismo que el que Freud ha estudiado como
origen de la parafrenia: en ambos casos se trata de un abandono de los intereses de objeto
y de un retorno al narcisismo. Pero mientras que en el parafrénico la cantidad de libido
permanece inalterada, y únicamente se halla dirigida sobre el Ego, el anciano presenta una
disminución de la producción libidinosa que supone una merma de la cantidad global cuyo
signo mas importante lo constituyen los bloqueos libidinosos extremos y particularmente
inestables sobre el objeto. las «emanaciones de la libido». Los síntomas de la parafrenia se
asemejan a islotes que un temblor de tierra hiciera surgir repentinamente de las
profundidades del mar; los síntomas de la vejez son similares a la roca que emerge al
desecarse un golfo separado del mar y que ningún río alimenta.
Curiosamente, los neuróticos de ambos sexos que atraviesan esta edad crítica apenas
muestran todos estos signos psíquicos de la vejez. Por el contrario, se muestran
particularmente interesados en aportar su ayuda tanto en el plano familiar como en el
social, y al mismo tiempo aparecen desinteresados y púdicos; sufren en general estados
depresivos y alimentan ideas de pecado y de empobrecimiento que fomentan la melancolía
y de las que se defienden refugiándose en los brazos de la religión. Tales depresiones
resultan a veces interrumpidas por accesos de enamoramiento intenso del que los
enfermos intentan vanamente defenderse debido a la incompatibilidad de estos estados
con los sentimientos de conveniencia exigidos por la edad. Son estos accesos los que han
dado al climaterio el nombre de «edad crítica».
Creo, sin embargo, que puede compararse este gran tumulto amoroso del período
climatérico a un redoble de tambor que intenta recubrir el grito de dolor provocado por una
condena a muerte, en este caso la de la libido de objeto. En realidad, la libido del paciente
se ha retirado ya de los objetos y únicamente el Ego obliga a partir de entonces al individuo
a mantener sus antiguos ideales amorosos y a disimular la regresión presente por
demostraciones de interés amoroso. La discronía fatal de la evolución del Ego y del
desarrollo libidinoso persigue, pues, al hombre hasta una edad avanzada y le obliga a
rechazar el ideal opuesto.
La depresión pasajera que sobreviene tras la relación sexual normal, el Omne animal
triste... bien conocido, podría ser también una reacción del Ego que puede ir muy lejos en el
entusiasmo sexual, es decir. constituir la expresión de la preocupación por la propia salud y
el lamento narcisista por la pérdida de secreciones corporales. La vía que va de la
sensación de perder el semen a la idea del empobrecimiento conduce al erotismo anal,
mientras que la tendencia al derroche en el onanismo y más en general la eyaculación
parecen constituir un retoño del erotismo uretral. La depresión orgánica y psíquica que
sigue al coito y el onanismo representarían, pues, la reacción de desagrado del conjunto de
los erotismos constitutivos del narcisismo a la requisitoria excesiva de la libido para una
sola zona -en este caso la zona predominante, la zona urogenital-. Así, pues, al intentar
atribuir la neurosis climatérica a un conflicto entre libido de objeto y narcisismo, creo que,
en la depresión consecutiva al coito y al onanismo, interviene otro conflicto además del
precedente, un conflicto entre los autoerotismos en el interior del narcisismo.
Pueden aducirse dos razones para explicar que la mujer, según el proverbio citado, escapa
a la regla de la depresión que sigue al coito (y una vez más el proverbio dice la verdad). En
principio, la mujer no se «olvida» tanto como el hombre durante las relaciones sexuales; su
narcisismo impide una «emanación» muy importante de la libido sobre el objeto; escapa,
pues, en parte a la depresión que sobreviene tras el coito. En segundo lugar, no «pierde»
nada en el transcurso del coito, sino que por el contrario gana la esperanza de un hijo. Si
nos dejamos convencer por la experiencia de la importancia prodigiosa del narcisismo, en
el fondo siempre de origen corporal, comprenderemos mejor el temor tan arraigado en
todos los hombres a «perder sus secreciones».
En los casos de melancolía, en general poco numerosos, de los que he podido hacer la
investigación analítica, las ideas de empobrecimiento ocultaban siempre una angustia por
las consecuencias del onanismo; en cuanto al delirio de pecado, era la expresión de una
capacidad de amor objetal constitucionalmente insuficiente o que se había convertido en
tal.
La neurosis actual con base en un humor melancólico no sería, pues, más que una
neurastenia cuyo origen residiría en el derroche de libido a consecuencia de la
masturbación, y esta neurastenia podría también constituir el núcleo orgánico de la locura
maníaco-depresiva, igual que la neurosis de angustia constituye el núcleo orgánico de los
estados morbosos de la parafrenia.
He aquí una descripción oportuna de los conflictos psíquicos tal como se expresan en la
vejez. así como de su solución.
Próximo escrito
El psicoanálisis y las perturbaciones mentales de la parálisis general (teoría)
Sandor Ferenczi / El psicoanálisis y las perturbaciones mentales de la
parálisis general (teoría)
El psicoanálisis y las
perturbaciones mentales
de la parálisis general (teoría)
Todos estos datos parecen hallarse alejados de nuestro tema, pero los hemos citado aquí
porque vamos a intentar presentar algunos de los síntomas psíquicos de la parálisis general
como síntomas de una patoneurosis cerebral, es decir, como una reacción neurótica al
daño sufrido por el cerebro o por su funcionamiento.
Podemos suponer ahora que la afección metaluética del cerebro, cuando ataca al órgano
central de las funciones del Ego, no provoca sólo «deficiencias» sino que actúa además en
forma de traumatismo, perturbando el equilibrio de la economía de la libido narcisista,
perturbación expresada por los síntomas psíquicos de la parálisis general.
Naturalmente, esta hipótesis no pretende ser plausible más que a condición de contribuir a
una mejor comprensión tanto de algunos síntomas de la parálisis como del desarrollo
completo de la enfermedad. En consecuencia, vamos a examinar de nuevo los estadíos
psíquicos de la parálisis general a la luz de esta hipótesis. En términos generales podemos
conservar el esquema establecido por Bayle hace ya más de un siglo y dividir el curso de la
parálisis en cuatro estadíos: la depresión inicial, la excitación maníaca, la formación de
delirios paranoicos y la demencia terminal.
La parálisis comienza a menudo por síntomas que dan al enfermo la impresión de sufrir una
«neurastenia», impresión general que obedece a los síntomas de un debilitamiento de las
capacidades físicas y psíquicas. Es el único estadío de la enfermedad caracterizando
exclusivamente por deficiencias y a veces pasa desapercibido, pues generalmente los
enfermos emprenden un tratamiento médico en un estadío más tardío, caracterizado ya por
tentativas de compensación. Entre los múltiples síntomas de este período «neurasténico»
citemos la frecuente disminución de la libido genital y de la potencia; apoyándonos en las
experiencias de otras enfermedades y sobre todo en las neurosis traumáticas, Podemos
considerar sin duda este síntoma como el signo de la retirada del interés libidinoso de los
objetos sexuales, y podemos prepararnos a observar cómo la cantidad de libido retirada de
los objetos aparece más adelante y sirve para fines diferentes.
No tendremos que esperar mucho tiempo para ver la confirmación de esta hipótesis. En las
formas depresivas de la parálisis, este estadío inicial es seguido inmediatamente a veces
de sensaciones hipocondríacas extraordinarias en todo el cuerpo. Los pacientes se
lamentan de tener una piedra en el estómago, afirman que su cabeza se ha convertido en
un agujero vacío, que todo su cuerpo se halla atormentado de continuo por los gusanos,
que su pene está carcomido, etc. Sigamos la teoría de Freud en lo que respecta a la
hipocondría y consideremos que es una neurosis narcisista actual susceptible de ser
explicada por la acumulación dolorosa de la libido narcisista en los órganos del cuerpo.
Contentémonos con añadir que la hipocondría no aparece sólo en los individuos cuyos
órganos están intactos desde el punto de vista anatómico -lo que ocurre en el caso de la
hipocondría neurótica habitual-, sino en asociación con lesiones y enfermedades
verdaderas, cuando la cantidad de libido movilizada como «antibloqueo» del proceso
orgánico excede el nivel exigido por las tendencias a la curación y debe ser dominada
psíquicamente. Tal es, precisamente, el caso de las patoneurosis. El estallido repentino del
síndrome hipocondríaco en la parálisis depresiva no es, pues, un argumento de poca monta
en favor de la base patoneurótica de las perturbaciones mentales de la parálisis.
La psicosis actual paralítica se compone, pues, de síntomas de los que una parte puede
atribuirse a un escape de la libido fuera de los objetos, o incluso a su recuperación forzosa,
debiendo atribuir la otra parte a un aumento de la libido provocada por la lesión orgánica,
en forma de una patoneurosis narcisista.
En general, el humor eufórico del enfermo no dura mucho tiempo. Cuando los signos de
deficiencia física y mental aumentan y se multiplican, cuando las funciones más simples y
más naturales del Ego o del organismo acaban por resultar afectadas y aparecen la
disartria, la parálisis de los esfínteres, etc., así como un deterioro intelectual, se desarrolla
una verdadera melancolía paralítica, acompañada de insomnios, de autoacusaciones, de
tendencias suicidas, de pérdida del apetito y de debilitamiento general, y sólo la presencia
de signos psíquicos incurables de la enfermedad cerebral permite diferenciar esta
melancolía de la melancolía psicógena.
Por mi parte pienso que con la melancolía paralítica nos hallamos ante una psicosis de este
tipo, consecuencia de una herida directa del Ego. cuyos síntomas -depresión.
autoacusaciones y tendencias suicidas- se refieren a una parte de sí mismo que ha perdido
sus capacidades y sus aptitudes antiguas a consecuencia de la enfermedad cerebral,
pérdida que hiere profundamente el amor propio del enfermo y disminuye la estima en que
se tiene. El melancólico afectado por la parálisis general llora la pérdida de su Ideal propio
anteriormente realizado.
Mientras las deficiencias afectaban únicamente a los órganos periféricos, el paralítico podía
mantenerse psíquicamente con una hipocondría patoneurótica, e incluso con una euforia
reactiva, o sea, permaneciendo todavía dentro de una «neurosis actual». Pero cuando el
proceso de deterioro se extiende a las actividades más queridas del Ego e invade los
ámbitos intelectual, moral y estético, la percepción del mismo entraña forzosamente un
sentimiento de empobrecimiento en lo que concierne a la cantidad global de libido narcisista
que, como hemos indicado en otro lugar, se halla unida a la buena marcha de las funciones
mentales superiores.
Una parte de la cantidad de libido retirada de los objetos puede todavía unirse al Ego, que
de esta forma puede protegerse de la enfermedad. Incluso la mutilación del cuerpo, la
pérdida de un miembro o de un órgano de los sentidos no suponen forzosamente una
neurosis; mientras la libido está satisfecha del valor de sus propias realizaciones psíquicas,
es capaz de superar toda deficiencia física con filosofía, humor o cinismo, incluso con
orgullo, arrogancia o menosprecio. Pero ¿a qué puede acogerse la libido cuando se ha
retirado desde hace tiempo de los objetos, cuando no encuentra ya placer en las
realizaciones de un organismo debilitado, inservible. y cuando se ve arrojada de su último
refugio, la estima propia y la consideración para el Ego mental? Tal es el problema al que
se enfrenta el desgraciado paralítico, el problema que debe afrontar en la fase melancólica.
Es preciso recapitular ahora brevemente el curso seguido por el desarrollo del Ego, en la
medida en que el psicoanalista llega a comprenderlo. Al llegar al mundo, el ser humano
espera poseer una omnipotencia incondicional, esperanza justificada por su existencia
intrauterina, en la que ha vivido sin deseos y al abrigo de cualquier perjuicio. Los cuidados
que se prodigan al recién nacido permiten a éste mantener la ilusión de la omnipotencia si
se adapta a determinadas condiciones, mínimas al principio. que le son impuestas por el
mundo exterior. Así se desarrolla el estadío de la omnipotencia alucinatoria al que sucede
el estadío de la omnipotencia con ayuda de gestos mágicos. Luego, tras estos dos
estadíos, viene el dominio del “principio de realidad”, es decir, el reconocimiento de los
límites impuestos a nuestros deseos por la realidad. Pero la adaptación a la realidad exige
una renuncia aún mayor a la afirmación narcisista de uno mismo que el reconocimiento de
la realidad. El entorno exige del adulto no sólo el sentido de la lógica sino cualidades como
la atención, la habilidad, la inteligencia, la prudencia y. además, condiciones morales y
estéticas; le sitúa también en coyunturas en las que debe sacrificarse, e incluso
comportarse con heroísmo. Toda esta evolución, desde el narcisismo más primitivo hasta la
perfección exigida (al menos teóricamente) por la sociedad. no se consigue
espontáneamente sino bajo la constante influencia de la educación. Si ampliamos al
conjunto de este proceso evolutivo la concepción de Freud en cuanto al papel de la
formación del Ideal en el desarrollo del Ego, la educación de los niños y de los
adolescentes puede definirse como una serie ininterrumpida de identificaciones con los
educadores tomados como ideales. En el transcurso de esta evolución, los ideales del Ego,
así como las renuncias y las frustraciones que exigen, ocupan cada vez más espacio y,
según Freud, constituyen ese «núcleo del Ego» que se comporta como el «sujeto», que
critica al resto del Ego que permanece aún en forma narcisista y fundamenta las instancias
de la conciencia, la censura, la prueba de realidad y la autoobservación. La adquisición de
cualquier nueva capacidad o aptitud representa el cumplimiento de un ideal y procura,
además de su utilidad práctica, una satisfacción narcisista, un aumento de la propia estima,
la restitución de la grandeza del Ego menoscabada por las exigencias del Ideal del Ego que
no han sido satisfechas. Naturalmente, la libido dirigida sobre los objetos debe consistir
también en una cierta educación, que a decir verdad no es severa, y debe aprender a
renunciar al menos a las infracciones groseras de la moral sexual (incesto y parte de las
perversiones); el amor de objeto debe hacerse por consiguiente «conforme al Ego»,
sometiéndose a los puntos de vista de la utilidad y de la estima propia narcisistas.
De este modo, son reactivados uno tras otro los sistemas juveniles, y luego infantiles de
prueba de realidad y de autocrítica, las formas cada vez más ingenuas de fantasías de
omnipotencia, todo el complejo deformado por vestigios de la personalidad sana (como ya
Freud ha demostrado en la megalomanía esquizofrénica) y cortado a veces por períodos
lúcidos de depresión donde los estragos causados al Ego pueden ser percibidos por el
enfermo, al menos en parte.
Vemos también aquí confirmarse la predicción de Freud de que el análisis de las psicosis
debería revelar también, al estudiar la psicología del Ego, mecanismos de conflicto y de
rechazo entre los elementos del Ego bastante análogos a los que se han descubierto ya
entre el Ego y el objeto en las neurosis de transferencia. El “proceso de secuestro”, la
manera en que el atentado sufrido anteriormente por el Ego es neutralizado en la fase
maníaca, resulta muy semejante al rechazo neurótico, a la luz del cual se hace inconsciente
una situación de frustración libidinosa por parte de un objeto. Para ello, se precisa
naturalmente la ayuda de «recompensas» (Tausk), es decir, de compensaciones a la dicha
pérdida en el presente, mediante el regreso a un bienestar anterior.
Considerados desde este ángulo, los síntomas de la megalomanía paralítica son más
comprensibles. Se comprende por qué el paciente, cuyo cuerpo enfermo constituye tanto
para él como para los demás la imagen de la miseria, no sólo se siente perfectamente bien,
sino que descubre además una panacea contra todas las enfermedades y consigue para la
humanidad la vida eterna. En efecto, en el estadío psíquico al que su Ego ha retornado
basta con murmurar interiormente algunas palabras mágicas o con realizar determinados
toques mágicos para que todo esto se realice. Incluso si no tiene más que un solo diente en
la boca, su capacidad de regresión alucinatoria o delirante le permite sentirse provisto de
muchas filas de espléndidos dientes. A pesar de su manifiesta impotencia, puede ufanarse
de ser el creador de la humanidad, y para ello no tiene más que reanudar las teorías
sexuales extragenitales de su infancia. La gran pérdida sufrida en el plano intelectual no le
hace padecer porque ha conseguido compensar todo lo perdido con satisfacciones
arcaicas, orales y anales (glotonear, ensuciarse con los excrementos, etc.).
Por un simple cálculo que aún es capaz de hacer intelectualmente, el enfermo puede
perfectamente añadir los años pasados en la institución a la edad que tenía a su llegada,
pero la autosatisfacción de su Ego es mucho más importante que cualquier matemática, y
si se le pregunta su edad, dirá la que tenía antes de su dolencia, los sombríos años de su
enfermedad son simplemente anulados, como hace el niño del hermoso poema de
Wordworth, que no cesa de afirmar “Somos siete” cuando sus hermanos y hermanas están
ya en el cementerio.
Puede llevarse aún más lejos la analogía que hemos establecido entre la manía-melancolía
de la psicosis y la de la parálisis general si se recuerdan las palabras de Freud en su
introducción a la «Psicología de las masas...»: “En la vida psíquica del individuo, el otro
figura por lo general como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y al principio la psicología
individual es al mismo tiempo psicología social, en el sentido amplio, pero realmente
correcto del término”.
En la melancolía psicógena, se trata del duelo provocado por la pérdida de un Ideal del Ego
que sirve de modelo, en otros términos, de una moción de odio contra determinadas
porciones del Ego en pleno proceso de identificación; por el contrario, el proceso paralítico
destruye una a una todas las identificaciones realizadas con éxito, cuya suma representaría
el Ideal del Ego ya alcanzado por el paciente.
Como ha sido demostrado por las alucinaciones, las personificaciones, etc., tan frecuentes
en las psicosis, las identificaciones e ideales, lo mismo que los primeros estadíos del
desarrollo, deben concebirse como complejos relativamente independientes y homogéneos
en el interior del Ego, susceptibles de hallar su independencia en el sueño y la psicosis. En
cualquier caso, el lento «proceso de secuestro» de la parálisis puede compararse al
mecanismo de la proyección y ser considerado como el opuesto de estas progresivas
«introyecciones de ideales», lo inverso de lo que parece constituir el desarrollo del Ego a la
luz del psicoanálisis.
Incluso el último estadío de la parálisis, «el embrutecimiento» completo, no es sólo la
consecuencia directa de la destrucción del tejido nervioso. El psiquismo del paralítico puede
evitar la parálisis hasta el último momento esforzándose por mantener al máximo la
satisfacción, y hasta cierto punto la unidad del Ego; y el «secuestro» de todo lo doloroso
persiste «hasta los límites de la inconsciencia» en la medida en que este proceso desarrolla
la regresión infantil e inclusive la regresión fetal.
Sin embargo, una teoría psicoanalítica debe hacer más comprensibles los diferentes modos
de desarrollo de la parálisis. Los tipos principales son la parálisis melancólica
(hipomaníaca), la parálisis maníaca (megalomaníaca) y el simple embrutecimiento. En lo
que concierne a la patogénesis de las neurosis, el psicoanálisis propone una ecuación
etiológica general cuyos elementos son a la vez constitucionales y traumáticos. La parálisis
no puede ser excepción a esta regla. La “elección de la neurosis”, es decir, la elección del
tipo de neurosis en el que se refugia el psiquismo en retirada, depende también de estos
dos factores. El factor endógeno, considerado ya de múltiples formas en la literatura, se
inserta orgánicamente a este nivel en la parálisis general. La constitución del Ego y de la
libido, puntos débiles del individuo, “puntos de fijación” de su desarrollo, no pueden quedar
indiferentes ante el desenvolvimiento del proceso patológico y la forma en que el psiquismo
reacciona a la afección cerebral. Podemos suponer a priori que en un individuo con gran
narcisismo la parálisis tomará un tinte diferente, y la psicosis seguirá un curso distinto al
que hubiera tomado en un individuo del tipo "neurosis de transferencia»; que en los
procesos de regresión de un individuo o ficciones orales o sádico-anales los síntomas
dominantes serán diferentes de lo que sería si la primacía de la zona genital estuviera
plenamente establecida. Además, el pasado del enfermo, el desarrollo del Ego que se
ofrece retrospectivamente a su mirada, el nivel cultural que ha alcanzado y el de los ideales
que ha realizado, son elementos relacionados con la forma y la intensidad de la reacción
patoneurótica y psicótica. Las investigaciones futuras deberán mostrar en detalle la
influencia del carácter del Ego y del carácter sexual sobre la sintomatología de la parálisis
general.
Lo mismo que una muerte inesperada provoca un duelo tenso o que una decepción
repentina infligida por el objeto amado narcisistamente suscita un humor melancólico más
vivo, puede esperarse que el proceso cerebral, que también aparece de un modo brutal,
entrañe una reacción patoneurótica más intensa, que impulsará al psiquismo a un trabajo
de compensación más intenso que el que forzaría una enfermedad cerebral de comienzo
imperceptible y lento progreso. En este último caso, esperamos más bien un simple
proceso de demencia, pues falta aquí el factor traumático que obligaría a movilizar grandes
cantidades de libido narcisista y provocaría una melancolía y una manía paralíticas.
Además de este factor temporal, hay que contar con un factor tópico, que no hay que tomar
de momento en el sentido de una localización anatómica o histológica, sino en el sentido
del tópico de que habla Freud en la Metapsicología,. La violencia de la reacción melancólica
a la enfermedad cerebral y por supuesto la violencia de la contra-reacción maníaca deben
ser consideradas, en función de lo que hemos dicho antes, como dependientes del nivel
alcanzado por la diferencia de tensión entre el núcleo del Ego y el Ego narcisista. Si el
núcleo del Ego (y sus funciones: la percepción de sí, la conciencia, etc.) queda
relativamente a cubierto por la desintegración, el declinar catastrófico de las diferentes
facultades físicas y mentales supone forzosamente violentas reacciones psicóticas; pero si
la facultad de crítica del Ego desaparece simultáneamente a este descalabro psicótico
general, la enfermedad presentará probablemente el aspecto de la demencia simple.
Existe además otro cuadro clínico de la parálisis que, aunque más raro, merece una
atención especial desde el punto de vista teórico. Me refiero a la forma “agitada o
galopante”. Esta última surge con una rapidez pasmosa, va acompañada de una
extraordinaria agitación, de discursos absurdos, de accesos de rabia, etc., degenerando
enseguida en un delirio de angustia alucinatoria durante el cual el enfermo deambula
continuamente, produce un alboroto absolutamente incoherente, lo desgarra todo, brinca
por todos los lados, ataca brutalmente a sus guardianes y no fija su atención en nada. Se
manifiestan «personificaciones» en el enfermo a quien dan las órdenes más extravagantes
que cumple fielmente, etc. Estos pacientes mueren por lo general con rapidez, a menudo
sólo unas semanas después de la aparición de la perturbación mental; mueren de
agotamiento a consecuencia de la necesidad incoercible de movimientos.
Lo interesante desde el punto de vista teórico en esta explicación, suponiendo que sea
correcta, sería proseguir el paralelo establecido por Freud entre la psiquis colectiva y la
psiquis individual para llegar a una concepción plástica de la «organización» que constituye
la psiquis individual. Tanto en el psiquismo individual como en la psiquis colectiva, la libido e
incluso la libido narcisista podría desvelamos la fuerza que reúne a las partes constituyendo
una unidad. Tanto en el psiquismo individual como en determinados grupos organizados.
existiría una jerarquía de las instancias subordinadas unas a otras; pero la eficacia del
conjunto de la organización dependería de la existencia de un jefe por encima de todas las
instancias y esta dirección suprema sería asumida en la psiquis individual por el núcleo del
Ego. Y cuando éste resulta eliminado en primer lugar, el individuo puede caer en esa
confusión que conocemos con el nombre de pánico en la psicología colectiva. Con la
disolución del lazo libidinoso que une las diferentes partes del Ego al Ego que gobierna. el
lazo que unía anteriormente subordinado a este último resulta también destruido, porque,
según Freud, la única razón de esta cooperación resultaba la relación con el jefe común.
Esta analogía es aún más plausible si se tiene en cuenta que una enorme cantidad de
angustia se descarga por lo general en la confusión alucinatoria. Cuando estalla un
«pánico» de este tipo, es como si toda la energía psíquica, que había estado «vinculada» al
curso del desarrollo, se liberara repentinamente y se transformara en energía «flotante».
Habría naturalmente que encontrar una explicación análoga para los casos no paralíticos
de anoia, por ejemplo, para los síntomas comunes en la mayoría de los delirios tóxicos. Por
otra parte, este «plan de organización del psiquismo individual» podría facilitar una
explicación de la tendencia del psiquismo a la unificación. que hasta ahora no se ha
explicado, e incluso una explicación de un fenómeno fundamental: la asociación de ideas.
La obligación de unificar los contenidos psíquicos provendría, pues, de hecho de la
deferencia libidinosa respecto a un tercer complejo director, el «núcleo del Ego».
Próximo escrito
Psicoanálisis y política social
Sandor Ferenczi / Psicoanálisis y política social
Algunos escritores, que no son adversarios de la ciencia, han juzgado oportuno asociar el
psicoanálisis a determinada concepción política o a una particular idea del mundo
(Weltanschauung). Por toda justificación de su proceder, se contentan con indicar el gran
número de individuos que se dicen partidarios del psicoanálisis entre los miembros de las
diferentes orientaciones políticas, y señalan las tendencias que conceden una cierta libertad
de acción a esta rama de la psicología. En lo que concierne al primero de estos puntos,
parece extraordinariamente difícil apoyarse sobre una prueba cualquiera, aunque la
situación pueda parecer perfectamente clara. Pues de hecho la proporción de los
partidarios del psicoanálisis es aproximadamente la misma en las diferentes tendencias
políticas. Resulta fácil prever que una tendencia política sólo puede impedir el acceso a
determinados hechos científicos por tiempo limitado: de ese modo, los datos astronómicos,
tan severamente combatidos en otro tiempo, ya no están sometidos más que a la
apreciación objetiva de los medios científicos. En el caso del psicoanálisis, existe también
un factor puramente subjetivo que contribuye a asegurar su independencia respecto a la
política. Esta rama de la psicología no es sólo una ciencia teórica, sino también una ciencia
aplicada: se trata de un procedimiento terapéutico psíquico. Y como sabemos que ninguna
posición política protege de la enfermedad, resulta que los adeptos de las diferentes
tendencias recurren al psicoanalista cuando caen enfermos en proporción parecida.
En consecuencia, nada permite establecer una relación entre el contenido de una tendencia
política y el contenido de una ciencia sobre la base del favor dispensado por los partidarios
de una tendencia determinada, aunque sólo sea para seguir la moda, a una cierta disciplina
científica. En lo que atañe más directamente al psicoanálisis, quienes conocen a fondo la
literatura analítica, saben que esta rama de la psicología sólo ha aspirado a ofrecer
verdades científicas; en todo caso nunca ha aceptado desviarse de la verdad, en un sentido
o en otro, para complacer a cualquier tendencia política instalada en el poder. Lejos de
asimilarse a tal o cual dogma político o filosófico, ha considerado del mismo modo las
concepciones filosóficas y las tendencias políticas como expresiones de la psicología
humana. Sobre todo ha rehusado ver en tal o cual partido, individualista o colectivista, el
representante de la verdadera naturaleza humana, prefiriendo aguardar que el futuro
deslinde el desarrollo de una orientación «individualista-socialista» que tenga en cuenta las
diferencias naturales entre los individuos, su aspiración a la independencia y a la dicha, al
mismo tiempo que la necesidad de una organización que impone la vida en común, pero
que es difícil de soportar.
A pesar de este reproche, es posible que sean precisamente los datos proporcionados por
el psicoanálisis los que consigan elaborar finalmente una concepción del universo.
Ignoramos por el momento cuáles serán sus líneas directrices, y ello apenas nos interesa
ahora, porque las cuestiones que nos preocupan son bastante más elementales, es decir,
mucho más importantes. Sin embargo, podemos afirmar a priori que el psicoanálisis,
disciplina que tiene en cuenta tanto los factores endógenos como los exógenos, nunca
originará una orientación en la que las exigencias de la vida impulsiva, con fundamento
histórico, no sean consideradas al mismo nivel que las exigencias del presente y del futuro,
y que no será el portavoz de una adhesión ciega a las tradiciones ni de su destrucción a
cualquier precio, es decir, de una política de «tabula rasa».
Debo manifestarme ahora contra la práctica que consiste en situar en el mismo nivel las
tendencias del psicoanálisis y determinadas teorías sociales. El mejor argumento a este
respecto es que el grupo de sociólogos teóricos y de socialistas de tribuna que dirigen
ataques violentos y no siempre honestos contra las teorías de Freud es precisamente aquel
al que se nos asimilaba de costumbre. Resultaría sin duda interesante examinar de cerca
los verdaderos motivos de tales ataques.
Sólo el porvenir dirá si esta tendencia adleriana de «psicología individual» es la que ofrece
las mejores perspectivas de solución para los problemas individuales y sociales, o si es el
psicoanálisis de Freud. Recomendamos a los indecisos que lean la última obra de Freud,
“Psicología de las masas y análisis del Yo”, que les aportará la convicción de que todavía
hoy la trayectoria clásica del maestro tiene más valor que los esfuerzos de originalidad de
sus epígonos.
Próximo escrito
El simbolismo del puente y la leyenda de Don Juan
No hace mucho tiempo, en una breve comunicación sobre el «simbolismo del puente», he
intentado descubrir las múltiples capas de significación que tiene el puente en el
inconsciente. Según esta interpretación, el puente es: 1º El miembro viril que une la pareja
paterna durante las relaciones sexuales y al que el niño debe agarrarse si no quiere
perecer en el “agua profunda” que el puente cubre. 2º En la medida en que se debe a este
miembro masculino el haber nacido de esta agua, el puente constituye una vía de paso
importante entre el “otro lado” (donde aún no se ha nacido, o sea, el seno materno) y “este
lado” (la vida). 3º Como el ser humano es incapaz de representarse la muerte, el más allá
de la vida, de otro modo que no sea la imagen del pasado, es decir, como un retorno al
seno materno (el agua, la tierra madre), el puente adquiere también la significación
simbólica de una vía de paso hacia la muerte. 4º Por último, el puente puede servir para
figurar «pasos», «cambios de estado».
Ahora bien, la primitiva versión de la Leyenda de don Juan presenta los tres primeros
motivos tan estrechamente asociados a un claro símbolo de puente que me siento
autorizado para ver en ella una confirmación de mi interpretación.
Según la leyenda, el célebre seductor Miguel Monara Vicentello de Leco (don Juan)
enciende su cigarro con el del diablo sobre el Guadalquivir. Un día tropieza con su propio
cortejo fúnebre y desea ser enterrado en la cripta de una capilla construida por él con el fin
de reposar a sus pies. Sólo tras este entierro se convierte y se transforma en un pecador
arrepentido.
Quisiera mostrar que el cigarro encendido sobre el Guadalquivir constituye una variante del
símbolo «puente» que (como ocurre a mentido con las variantes) permite el retorno de una
gran parte del inconsciente rechazado. El cigarro evoca mediante su forma y su
incandescencia el órgano masculino ardiente de deseo. El gesto grandioso -encender el
cigarro sobre el río- concuerda perfectamente con la imagen de un don Juan dotado de una
potencia prodigiosa cuyo miembro desearía representarse en una colosal erección.
La presencia de su propio entierro podría explicarse suponiendo que esta fantasía de doble
situación resulta de hecho la personificación de una parte esencial del Ego corporal de don
Juan: su órgano sexual. En cada relación sexual, éste resulta efectivamente «enterrado» y
en el mismo lugar de su nacimiento; así el resto del Ego podría considerar este «entierro»
con una cierta angustia. El psicoanálisis de gran número de sueños de claustrofobia
neurótica explica el terror de ser enterrado vivo por el deseo transformado en angustia de
retornar al seno materno. Por otra parte, desde el punto de vista narcisista, cualquier
relación sexual, cualquier donación de si a la mujer, constituye una especie de castración
en el sentido de Stärcke, y el Ego herido puede reaccionar a esta castración con una
angustia de muerte. Los escrúpulos de conciencia y las fantasías de castigo pueden
contribuir también a que un don Juan se sienta en cada acto sexual más próximo al infierno
y a la nada. Esta fantasía de castigo se aclara un tanto si, siguiendo a Freud, consideramos
la vida amorosa a la manera de don Juan, es decir, la compulsión a la formación de serie, a
la conquista de innumerables mujeres (la lista de Leporello), como un simple sustituto de la
sola y única amada que le está prohibida incluso a don Juan (fantasía edípica); esta
fantasía no hace otra cosa que presentir el «pecado mortal» por excelencia.
Próximo escrito
La psiquis como órgano de inhibición
Sandor Ferenczi / La psiquis como órgano de inhibición
En esta interesante obra en la que Alexander intenta vincular los impulsos sexuales (de
vida) y los impulsos del Ego (de muerte) distinguidos por Freud a las leyes biológicas y
psíquicas más generales, puede leerse entre otras cosas: “rogaría que consideraran con
atención mi afirmación sobre la función puramente inhibidora del sistema "Conciencia"”.
Este sistema «Conciencia» es concebido por Freud como algo activo que rige la motilidad.
Y considera que en este sistema, o en su límite, se ejerce por la censura una función
esencialmente activa. Concebir el acto de conciencia como una percepción puramente
pasiva de los procesos externos e internos está lejos de la teoría psicoanalítica.... Y sin
embargo, si miramos de cerca el material psicoanalítico, vemos que toda actividad con
orientación positiva proviene de las capas más profundas, y que en último término sólo los
impulsos tienen una acción dinámica. La única prueba que corresponde a los sistemas
superiores a la «Conciencia» pertenece al orden de la inhibición: rechazo, represión del
desarrollo impulsivo o de la satisfacción impulsiva, y todo a lo más orientación de los
impulsos.»
La concepción del acto de conciencia como realización puramente pasiva no sólo se halla
muy cerca de la teoría psicoanalítica, sino que ha constituido siempre una parte esencial de
la misma. Desde la Interpretación de los sueños, donde intentaba por vez primera
establecer una localización tópica de las funciones psíquicas en «sistemas psíquicos»,
Freud habla de la conciencia como de un órgano de los sentidos destinado a percibir las
cualidades psíquicas (inconscientes), formulación que evidencia el carácter puramente
pasivo de la percepción en el acto de la conciencia. Incluso el Preconsciente (confundido un
tanto esquemáticamente por Alexander con el Consciente, cuando este último supone una
reciente sobreocupación) ha sido concebido siempre por Freud como un sistema que
reposa sobre la actividad selectiva de la censura y proviene del Inconsciente más profundo
y más próximo a los impulsos, por inhibición y paso a un nivel superior.
Esta concepción no es sólo opinión personal de Freud, sino que es también compartida por
todos los autores psicoanalistas. Puedo referirme aquí a uno de mis artículos de 1915 en el
que la tesis enunciada por Alexander se aplica no sólo a la conciencia sino al psiquismo en
general. Quisiera citar todo el pasaje en cuestión: «Este elemento místico e inexplicable,
que va unido a todo acto de voluntad y de atención, se explica en gran parte si admitimos la
hipótesis siguiente: el acto de atención implica en primer lugar la firme inhibición de
cualquier acto diferente a la acción psíquica proyectada. Si se cierran todas las vías de
acceso a la conciencia salvo una, la energía psíquica circula espontáneamente en la única
dirección posible, sin especial esfuerzo (por otra parte inconcebible). De este modo, si
quiero observar algo atentamente, lo hago aislando de mi conciencia todos los sentidos
excepto el visual; de este modo la atención añadida a las excitaciones óptimas se realiza
por sí misma, de la misma forma que el nivel de un río se eleva cuando cerramos los
canales de comunicación y de desagüe.
El principio de toda acción es, pues, una inhibición desigual. La voluntad no funciona como
una locomotora que circula sobre raíles: sería más bien como el guardagujas que cierra
todos los caminos excepto uno a la energía en sí misma indiferenciada -la energía
locomotriz esencial-, de modo que ésta se ve obligada a tomar la única vía que permanece
abierta. Tengo la impresión de que esto es válido para toda clase de "actividad", y también
para la actividad fisiológica; la "inervación" de un cierto grupo muscular sólo puede
conseguir un resultado si se da la inhibición de todos los músculos antagonistas.» Estas
proposiciones, en que todos los procesos psíquicos y fisiológicos, incluso los más
complejos, son concebidos como «inhibiciones en cuanto al objetivo» de tendencias
primitivas a la satisfacción impulsiva (los verdaderos motores de la acción), no han sido
hasta ahora desmentidas debido a que se integran perfectamente en la teoría
psicoanalítica.
En cuanto a la afirmación de Alexander según la cual Freud supondría que «en el sistema
Cs o en su límite se ejerce un función esencialmente activa por la censura», es inexacta.
Freud nunca ha visto en la actividad de la censura otra cosa que una orientación de los
impulsos, es decir, la inhibición de los modos primitivos de descarga. Según Freud, son los
impulsos los que proporcionan el «capital» a toda empresa psíquica y las instancias
superiores, impotentes de por sí, se preocupan únicamente de la regulación de las fuerzas
impulsivas.
De aquí se sigue que Freud no ha pretendido nunca manifiestamente deducir del dominio
ejercido por el Preconsciente sobre la motilidad la existencia de fuerzas motrices propias
del Preconsciente que alimentaría la musculatura, sino que el Preconsciente rige el acceso
a la motilidad, es decir, según la metáfora del guardagujas ya citada, que permite o rechaza
la descarga motriz a las fuerzas impulsivas surgidas de las fuentes más profundas.
De lo que se deduce que esta concepción psicoanalítica equivale a todas las realizaciones
psíquicas del Preconsciente, «superiores» o «sociales», ya sean de orden intelectual, moral
o estético. Freud no dice expresamente que la «tendencia humana al perfeccionamiento»
no es más que una reacción sin fin contra los impulsos primitivos y amorales que
permanecen siempre vivos en el inconsciente y aspiran incansablemente a la satisfacción.
Aunque estas tendencias correspondan secundariamente a una autonomía aparente, su
verdadera fuente es y sigue siendo la vida impulsiva, limitándose el papel de los sistemas
superiores a la transformación, a la moderación y a la regulación «sociales» de las fuerzas
impulsivas, es decir, a su inhibición.
Pero estas reflexiones no excluyen en absoluto que una parte de las tendencias a la
satisfacción impulsiva que se han manifestado muy precozmente, incluso desde la
aparición de la vida, así como sus retoños, puedan adquirir una relativa autonomía,
establecerse como «impulsos de regeneración, de reproducción, de vida y de
perfeccionamiento» y oponerse así permanentemente a los impulsos egoístas de reposo y
de muerte. Se puede, en contra de la concepción de Alexander, aceptar la teoría freudiana
del impulso de vida inmanente y autónomo. Basta con ser consciente del origen ab ovo
siempre endógeno de estos impulsos para evitar el peligro de caer en el misticismo, como
le ocurre, por ejemplo, a Bergson con su «Evolución creadora».
Quisiera además aprovechar esta ocasión para indicar que la noción de «monismo» no ha
sido definida con excesiva claridad. Muchos suponen que todo lo físico, lo fisiológico e
incluso lo psíquico puede resumirse en sistemas de leyes elementales, y éstos pueden ser
considerados en cierto sentido como monistas. Pero la hipótesis de tales leyes en todos los
ámbitos de la experiencia humana no se confunde con el monismo, el cual cree poder
explicar estos fenómenos mediante un principio único.
Próximo escrito
«Psicología de las masas y análisis del Yo» de Freud
Sandor Ferenczi / «Psicología de las masas y análisis del Yo» de Freud
El autor descarta la idea, admitida automáticamente por los demás, de que los fenómenos
colectivos se produzcan únicamente dentro de una “muchedumbre”, es decir, en el seno de
un gran número de individuos. Constata más bien que pueden producirse cuando se trata
de un pequeño número de personas, por ejemplo, la familia, e incluso en las relaciones con
una sola persona, como en el caso de la «formación colectiva a dúo». Esta concepción nos
lleva a cambiar radicalmente nuestro punto de vista sobre uno de los procesos más
llamativos y más importantes para la psicología individual: la hipnosis y la sugestión.
Hasta el presente, los autores pretendían explicar los fenómenos colectivos mediante la
sugestión sin poder aclarar la naturaleza de ésta. Freud ha descubierto la existencia de
fenómenos colectivos cuya evolución histórica deberá contribuir a explicar el proceso de
sugestión tal como funciona entre dos individuos. Según Freud, puede seguirse en el rastro
de la disposición a la hipnosis hasta la época primitiva de la raza humana, hasta la horda
humana en la que la visión del padre, el padre temido de la horda, dueño de la vida y de la
muerte, ejercía efectivamente durante toda la vida y sobre todos los miembros de la horda
el mismo efecto paralizante, la misma inhibición de toda actividad independiente, de toda
moción intelectual personal que la producida todavía hoy por la mirada del hipnotizador
sobre su “médium”. El temor inspirado por esta mirada forma parte, pues, del poder
hipnótico; en cuanto a los restantes procedimientos para producir la hipnosis (sueño
monótono, fijarse en determinado asunto), se limitan a desviar la atención consciente del
sujeto dispuesto a dormirse para someter mejor su inconsciente a la influencia del
hipnotizador.
Paralelamente a esta etapa evolutiva del Yo, existe un proceso libidinal especifico que va a
integrarse a partir de ahora, en cuanto fase particular del desarrollo, entre el narcisismo y el
amor objetal (más exactamente entre las fases de organización oral y sádico-anal que aún
son narcisistas y el amor objetal propiamente dicho). Este proceso libidinal intermediario es
la identificación. En el curso de este proceso, los objetos del mundo exterior no son
“incorporados” realmente como en la fase caníbal, sino sólo de forma imaginaria, o, según
decimos, son introyectados, y sus propiedades son atribuidas al Yo propio. Al identificarse
de este modo con un objeto (persona), se crea de alguna forma el puente entre el Yo y el
mundo exterior y este lazo permite en lo sucesivo desplazar el acento del «ser» intransitivo
sobre el «tener» transitivo, es decir, que permite a la identificación evolucionar hacia el
verdadero amor objetal. Pero la fijación en el estadío de la identificación permite retornar de
la fase más tardía del amor objetal a la etapa de la identificación; se encuentran ejemplos
particularmente llamativos de esta regresión en determinados procesos patológicos, y otros
también evidentes en las producciones de la psiquis colectiva que hasta ahora habían
resultado incomprendidas. La hipóstasis de esta nueva etapa del desarrollo del Yo y de la
libido permitirá ciertamente comprender un poco mejor algunos fenómenos, aún mal
explicados, de la psicología y de la patología individuales.
La teoría que muestra la naturaleza libidinosa del vínculo social con el jefe y con los
semejantes permite entrever la patogénesis de la paranoia. Comprendemos por primera
vez por qué tantos individuos se tornan paranoicos a consecuencia de una humillación
social. La libido, que hasta entonces se hallaba vinculada socialmente, se halla liberada
debido a la ofensa y desearía expresarse de una forma sexual grosera, en general
homosexual, pero este modo de expresión es rechazado por el Ideal del Yo particularmente
exigente y el brote de este conflicto agudo se traduce en la paranoia. El antiguo vínculo
social continúa expresándose en el sentimiento de ser perseguido por las colectividades,
las comunidades y las asociaciones (jesuitas. francmasones, judíos, etc.). De este modo la
paranoia aparece como una perturbación no sólo del vínculo (homosexual) con el padre,
sino también de la «identificación» social (asexuada de por sí).
La solución del problema planteado por la psicología colectiva ofrece un nuevo apoyo a la
metapsicología de la melancolía que había sido ya elaborada anteriormente. Esta psicosis
se presenta también como una consecuencia de la sustitución del objeto por el Ideal del Yo,
objeto abandonado al exterior en cuanto que es odiado; respecto a la fase maníaca de la
ciclotimia, aparece como la revuelta provisional de lo que queda del Yo narcisista
(narcisismo primario) contra la tiranía del Ideal del Yo. Vemos a las nuevas fases del Yo y
de la libido iniciar sus prometedoras apariciones en la psiquiatría.
Tornemos a nuestro punto de partida e indiquemos una vez más para concluir los factores
de la psicología colectiva que se hallan implicados en toda psicoterapia y hacen
indispensable el estudio de esta obra de Freud a quien quiera cuidar de los espíritus
enfermos. Durante el tratamiento, el médico es el representante de toda la sociedad
humana y puede, al igual que el sacerdote católico, salvar o condenar. A través del amor
del médico, el enfermo aprende a neutralizar su antigua «conciencia moral» que le ha
convertido en enfermo, y la autoridad del médico le permite descubrir sus rechazos. Los
médicos son en consecuencia los primeros que deben reconocimiento y admiración al autor
de esta obra. En efecto, determinados procesos de la psicología colectiva han permitido a
Freud explicar la eficacia de los diversos procedimientos psicoterapéuticos y por primera
vez pueden los médicos comprender cómo actúa el útil del que se sirven cotidianamente.
Próximo escrito
Consideraciones sociales en determinados psicoanálisis
Sandor Ferenczi / Consideraciones sociales en determinados psicoanálisis
Consideraciones sociales
en determinados psicoanálisis
Hace algunos años, recibí un telegrama solicitándome una consulta para una joven
condesa que residía en una estación invernal de moda. Este requerimiento me sorprendió.
En efecto, el psicoanálisis, sobre todo en aquella época, suscitaba por lo general escaso
interés en los círculos aristocráticos y, además, el colega que me llamaba, un antiguo
profesor de cirugía con el cual mantenía por lo demás relaciones amistosas, no era en
absoluto favorable a nuestra ciencia.
Al día siguiente conseguí establecer una anamnesis de estilo más o menos psicoanalítico.
La paciente. una hermosa joven de diecinueve años, había sido mimada por un padre un
tanto débil y tratada con más severidad, aunque con atención y afecto, por su madre. Había
realizado ya una transferencia muy intensa sobre el cirujano que la había enyesado y que la
cuidaba desde hacía ocho días; respecto a mí se mostró más reservada pero conseguí con
ayuda de mi colega y de sus padres establecer los siguientes antecedentes. La paciente
habla manifestado siempre un comportamiento bastante extraño. En cuanto podía,
escapaba de las espléndidas habitaciones del castillo en que habitaba con sus padres y se
iba a las más ordinarias. Se hallaba muy unida a una niñera que se había ocupado de ella
desde su más tierna infancia. Esta niñera fue obligada a abandonar el castillo yendo a vivir
a una dependencia alejada. La paciente (entre los dieciséis y los dieciocho años) siguió
frecuentando asiduamente a esta persona de confianza en cuya casa, contra la voluntad de
sus padres, pasaba todo el día ayudándola en los trabajos domésticos, incluso los más
penosos, como frotar el suelo, alimentar al ganado, limpiar el establo, etc. Nada la repelía
tanto como la compañía de las personas de su clase y su mayor disgusto consistía en
aceptar o realizar visitas de este tipo. Envió a paseo con bastante brutalidad a varios
pretendientes de origen aristocrático que no eran del todo malos.
Algunos años antes había sufrido una neurosis que su madre me describió así: la paciente
se encontró bruscamente deprimida y se puso a llorar sin pausa rehusando confiar a nadie
la causa de su dolor. Su madre la llevó a Viena con la esperanza de distraerla; su humor no
mejoró apenas. Una noche acudió llorando a la habitación de su madre, se deslizó en su
lecho y le abrió su corazón. Sufría, según le contó, una angustia espantosa: temía haber
sido violada mientras se hallaba inconsciente. El asunto había ocurrido allí, un día en que
acompañó a su madre a la estación. Tras la partida de ésta, habla regresado rápidamente
al castillo en el coche familiar y el trayecto apenas habla durado cinco minutos. Pero
durante el regreso había sentido cierto malestar y probablemente perdió la conciencia
durante un breve instante: el cochero pudo aprovechar su estado para cometer la agresión.
Era incapaz de acordarse de si el cochero le había hecho realmente algo; lo único que
recordaba es que al despertar le dijo algo, pero no sabía exactamente qué. Su madre se
esforzó por tranquilizarla y le explicó que tal acto, a plena luz, en un coche abierto, y en una
carretera muy frecuentada resultaba imposible. Sin embargo, la tensión nerviosa de la
paciente persistió hasta el momento en que la madre la hizo examinar por toda una serie de
ginecólogos eminentes, quienes la declararon virgo intacta.
Durante los dos días que pasé en la estación invernal pude convencerme de que se trataba
de un caso de histeria con exacerbación traumática; que existía una relación evidente entre
los juramentos groseros de la paciente, sus aficiones campesinas y su fantasía de
violación, y que sólo el psicoanálisis podía explicar el caso. Sin ir más lejos, pude
establecer la hipótesis, que fue confirmada por los testigos del accidente, de que se había
roto la pierna voluntariamente, sin duda por alguna tendencia al auto-castigo.
Supe más tarde que la paciente, en vez del tratamiento psíquico previsto, partió para cuidar
su pierna a un sanatorio, que se interesó cada vez más por la cirugía, que se hizo
enfermera durante la guerra y que por último se casó, contra la voluntad de sus padres, con
un joven cirujano de origen judío.
Mientras que en el mito estos padres «primitivos» son generalmente tratados como figuras
provisionales que deben ceder finalmente el lugar a los padres de alto rango, mi neurótica
deseaba abandonar el universo noble para retornar al primitivo. Este deseo aparentemente
insensato no constituye una excepción. Toda una serie de observaciones realizadas sobre
niños pequeños me han demostrado que gran número de ellos se sienten mejor entre los
campesinos, los criados y las gentes humildes que entre su propia familia mucho más
refinada. Los niños sueñan a menudo con llevar la vida nómada de los gitanos e incluso
con metamorfosearse en animales. En estos casos, lo que atrae a los niños y les hace
renunciar voluntariamente al rango y a la buena vida es la vida amorosa sin trabas y por
supuesto incestuosa. Podría hablarse en este sentido de criados y gitanos «auxiliadores»
que acuden en ayuda del niño en pleno apuro sexual, como los «animales auxiliadores» lo
hacen tan a menudo en los cuentos.
Como se sabe, esta tendencia al retorno a la naturaleza se produce a veces más tarde en
la realidad; existen gran número de historias, repetidas con complacencia, que se refieren a
las relaciones entre las duquesas y los cocheros o chóferes, entre las princesas y los
gitanos; el gran interés que suscitan se explica debido a ciertas tendencias humanas
universales.
Sandor Ferenczi / Consideraciones sociales en determinados psicoanálisis /
Perturbaciones psíquicas consecutivas a una ascensión social
Perturbaciones psíquicas consecutivas a una ascensión social
Perturbaciones psíquicas consecutivas a una
ascensión social
Dispongo de unas cuantas observaciones relativas a neurosis para las cuales la ascensión
social de la familia en una época en que los pacientes eran muy jóvenes, en particular tras
el período de latencia sexual, ha constituido un factor etiológico de gran importancia.
Tres casos se refieren a hombres que sufrían impotencia sexual; en el cuarto se trata de
una paciente afectada por un tic convulsivo. Dos de los pacientes eran primos cuyos
padres. se habían hecho ricos y «distinguidos» en el mismo momento, es decir, en una
época en que sus hijos tenían entre siete y nueve años. En los tres casos de impotencia,
los pacientes hablan pasado por un período de sexualidad infantil poliforma
extraordinariamente violenta y exuberante, en la que ningún control ni convención social
alguna hablan obstaculizado su desarrollo. En la edad aludida comenzaron a vivir en
condiciones refinadas que les eran totalmente extrañas y que les obligaron a abandonar su
antigua residencia en el campo para vivir en la ciudad e incluso en una gran ciudad. Este
cambio les hizo perder su audacia y su seguridad de antes, pues su misma exuberancia les
obligaba a desarrollar formaciones reactivas particularmente intensas si querían
corresponder aunque fuera tímidamente al Ideal del Yo del nuevo ambiente. No es extraño
que esta ola de rechazos haya afectado con gran fuerza su agresividad sexual y su
capacidad genital.
En todos estos casos. y particularmente en el de la paciente afectada por los tics, constaté
la existencia de un narcisismo muy superior al habitual que adquiría la forma de una
sensibilidad excesiva. Los pacientes consideraban como una ofensa personal la más
mínima negligencia en las reglas de cortesía corrientes; sufrían todos un «complejo de
invitaciones» y podían dispensar un odio eterno a quien un día les hubiera olvidado.
Naturalmente, esta susceptibilidad ocultaba el sentimiento de su propia inferioridad social y
más en particular la acción inconsciente de excitaciones sexuales perversas. La enferma
afectada por tics y uno de los casos de impotencia tenían además otro punto en común: su
ascensión, ocurrida durante el período de latencia, no había sido solamente de orden social
sino también moral, en la medida en que compensaban al mismo tiempo el carácter
ilegítimo de su nacimiento.
Una hermana menor de la paciente, y un hermano menor y otro mayor de uno de los
impotentes no habían resultado afectados, sin duda porque habían vivido ese importante
cambio de ambiente antes o después del período de sexualidad infantil. El período de
latencia tiene una importancia extraordinaria porque es el momento en que se forman los
rasgos de carácter y en que se establece el Ideal del Yo. Cualquier perturbación en el curso
de este proceso, como, por ejemplo, la introducción de una nueva escala de valores
morales, con el conflicto inevitable entre el Ego y la sexualidad que implica, puede suponer
el desencadenamiento de una neurosis con más frecuencia de la que hasta ahora
sospechábamos.
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Nota de lectura:
“Contribuciones clínicas al psicoanálisis",
del doctor Karl Abraham
«Los traumatismos sexuales como forma de actividad sexual infantil» obliga a revisar
completamente nuestra concepción actual de la génesis de algunas neurosis. Antes se
creía poder atribuir un cierto número de estos estados a traumatismos sexuales infantiles.
Pero este estudio de Abraham muestra que los niños tienen a menudo cierta tendencia a
exponerse a tales traumatismos, lo que prueba en consecuencia el papel de la constitución
sexual en la patología de estas neurosis, según habla ya previsto Freud. Dos artículos,
«Matrimonio entre parientes y psicología de las neurosis» y «A propósito de la exogamia
neurótica», tratan de la doble relación de los neuróticos con el padre del sexo opuesto, vivo
atractivo u hostilidad intensa. El psicoanálisis debe a este autor observaciones capitales
sobre la importancia de determinados impulsos parciales, de zonas erógenas y de
organizaciones sexuales que habían sido descuidadas bastante hasta ahora: «El pabellón
auricular y el conducto auditivo, zona erógena», “La angustia locomotriz y su aspecto
constitucional», «Limitaciones y modificaciones del voyerismo en el neurótico», «Notas
sobre las manifestaciones similares en la psicología colectiva», «Sobre la eyaculación
precoz» (primera aproximación científica al erotismo uretral).
Las «Investigaciones sobre los primeros estadíos pregenitales del desarrollo de la libido»
muestran la importancia de la fase oral (caníbal) de la organización sexual en el
desencadenamiento de las perturbaciones neuróticas ulteriores y en la elección de la
neurosis. Este trabajo, tan rico en conclusiones, ha servido además a su autor para obtener
el Premio Internacional de Psicoanálisis en 1920. Karl Abraham se muestra también un
clínico de primer orden en sus artículos «Una forma particular de la resistencia neurótica al
método psicoanalítico» y «El pronóstico del tratamiento psicoanalítico en los sujetos de
cierta edad». Como ensayo teórico importante destacaremos «Las diferencias
psicosexuales entre la histeria y la demencia precoz», artículo que ha convertido a
Abraham en precursor de la concepción de Freud sobre las «neurosis narcisistas». Los
demás artículos tratan en general de casos clínicos sacados de la práctica analítica
(estados oníricos, histéricos, fetichismo, alcoholismo, psicosis maníaco depresiva, etc.). No
dejemos de citar la brillante crítica realizada al pseudo-psicoanálisis de Jung. Por último,
señalemos que este volumen no puede dar una imagen exhaustiva de las obras
psicoanalíticas de Karl Abraham; en efecto, contiene sólo sus trabajos médico-clínicos y
deja de lado sus apasionantes incursiones en el ámbito de la estética y de la psicología
colectiva.
Próximo escrito
Ptialismo en el erotismo oral
Sandor Ferenczi / Ptialismo en el erotismo oral
Un estudiante de medicina que ha acabado su carrera me cuenta que, cada vez que va a
auscultar a una mujer acerca su cabeza al pecho de la paciente, experimenta un brusco
aflujo de saliva: en general, su secreción salivar no supera la normal. No tengo ninguna
duda sobre el origen infantil (erotismo oral) de esta particularidad (véase el caso de las
«poluciones bucales» comunicado por Abraham en la Zeitschr. f. PsA. t. IV, p. 71 y
siguientes).
Próximo escrito
Los hijos de «Sastre»
Sandor Ferenczi / Los hijos de «Sastre»
Próximo escrito
La «Materialización» en el «globus hystericus»
Sandor Ferenczi / La «Materialización» en el «globus hystericus»
La «Materialización»
en el «globus hystericus»
Como ejemplo de «Materialización» histérica (proceso por el cual una idea se realiza
plásticamente en el cuerpo), cito entre otros el globus hystericus en mi artículo sobre este
tema, sosteniendo que se trata no sólo de una parestesia sino también de una
materialización efectiva. Pero leo ahora en el libro de Bernheim, Hipnotismo, sugestión,
psicoterapia (p. 33), lo que sigue: «Cuando era discípulo de Sédillot, este eminente maestro
fue llamado a examinar a un enfermo que no podía tragar ningún alimento sólido. Sentía en
la parte exterior del esófago, tras el cartílago tiroideo, un obstáculo al nivel del cual el bolo
alimenticio se detenía, para ser luego vomitado. Introduciendo el dedo lo más
profundamente posible a través de la faringe, Sédillot sintió un tumor que describió como un
pólipo fibroso que sobresalía en el esófago. Dos cirujanos distinguidos practicaron el
examen tras él y constataron sin duda la existencia del tumor tal como lo habla descrito el
maestro. La esofagotomía se realizó; pero ninguna alteración existía a este nivel.»
Próximo escrito
La atención durante el relato de los sueños
Como se sabe, el psicoanalista no debe tener una especial atención cuando habla su
paciente, sino mantener el libre juego de su propio inconsciente mediante la «atención
igualmente flotante». Quisiera hacer una excepción a esta regla en lo que concierne a los
relatos de sueños hechos por el paciente, pues cada detalle de los mismos, cada matiz
expresivo y el orden en que se presenta el contenido del sueño son cosas que deben
discutirse en la interpretación. Por lo tanto, hay que esforzarse en anotar minuciosamente
el texto de los sueños. Yo acostumbro a hacerme contar por segunda vez los sueños
complicados y si es necesario por tercera.
Próximo escrito
Escalofríos provocados por el rechinamiento del vidrio
Sandor Ferenczi / Escalofríos provocados por el rechinamiento del vidrio
Escalofríos provocados
por el rechinamiento del vidrio
Próximo escrito
Simbolismo de la cabeza de Medusa
Sandor Ferenczi / Simbolismo de la cabeza de Medusa
Próximo escrito
Miedo y auto - observación narcisista
Sandor Ferenczi / Miedo y auto - observación narcisista
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Un "pene hueco anal” en la mujer
Sandor Ferenczi / Un "pene hueco anal” en la mujer
Cuando era niño, un paciente masculino se representaba los órganos genitales femeninos
de la siguiente forma: había un tubo que colgaba por el exterior, sujeto por detrás, que
servía tanto para defecar como para recibir el pene. Esta concepción satisfacía el deseo de
ver a las mujeres poseer un pene.
Próximo escrito
El sueño del bebé sabio
Sandor Ferenczi / El sueño del bebé sabio
No es raro escuchar a los pacientes contar sueños en los que recién nacidos, niños muy
pequeños o bebés, son capaces de hablar o de escribir con gran facilidad, regalan al
auditorio con palabras profundas o sostienen eruditas conversiones, pronuncian discursos,
dan explicaciones científicas y así sucesivamente. El contenido de estos sueños me parece
disimular algo típico. Una primera interpretación superficial del sueño hace a menudo
aparecer una concepción irónica del psicoanálisis, que concede, como se sabe, mucho más
valor y efecto psíquico a las vivencias de la primera infancia que lo que generalmente se
estima. Esta exageración irónica de la inteligencia de los niños pequeños expresaría, pues,
la duda sobre las comunicaciones psicoanalíticas a este respecto. Pero como fenómenos
semejantes son muy frecuentes en los cuentos, los mitos y la tradición religiosa, y además
se los encuentra representados en la pintura (véase el debate entre el Niño Jesús y los
doctores de la Ley), creo que la ironía sirve aquí únicamente de intermediario a recursos
más profundos y más graves de la propia infancia del sujeto. El deseo de convertirse en
sabio y de superar a los «grandes» en sabiduría sólo sería una inversión de la situación en
la que se halla el niño. Una parte de los sueños que presentan este contenido manifiesto y
que he podido estudiar resultan ilustrados por el célebre chiste del libertino: “Sólo estaba
haciendo un buen uso de la situación de lactante”. Por último, no olvidemos que gran
número de conocimientos son efectivamente familiares al niño, conocimientos que más
adelante serán sepultados por las fuerzas del rechazo.
Próximo escrito
Compulsión de lavado y masturbación
Sandor Ferenczi / Compulsión de lavado y masturbación
Tengo en tratamiento a una paciente muy inteligente que sufre una mezcla de histeria y de
neurosis obsesiva. Su obsesión más intensa es que se va a volver loca; también presenta
una compulsión de lavado. Ha sido durante mucho tiempo una onanista inveterada, incluso
tras su matrimonio. Tenía siempre escrúpulos de conciencia al masturbarse porque cuando
era pequeña su madre le había amenazado afirmando que se iba a volver idiota (a causa
de la masturbación). El comienzo de su neurosis actual coincide con el abandono del
onanismo. Algunos análisis de sueños me han convencido de que la obsesión de perder la
razón ocupa el lugar de todo un conjunto de fantasías perversas. Volverse loco equivale a
cometer actos locos, insensatos, idiotas y por supuesto de naturaleza sexual. Esta paciente
presenta gran número de fantasías de prostitución; las fantasías sexuales inconscientes se
refieren a sus padres a los que reemplaza a menudo por sus hijos. Adora a su hijo y le
llama «padrecito» (expresión corriente en húngaro); en cuanto a su hija, a la que trata con
severidad, la llama «madrecita» en sus accesos de ternura. Pero el hecho más notable en
el caso de esta paciente es que ha ido variando sus lavados hasta obtener de nuevo una
satisfacción genital. Ha terminado por masturbarse con el cuello de una botella y por
frotarse la vulva Con un cepillo duro. Su conciencia está tranquila: no se masturba,
únicamente se lava. Este caso confirma de manera llamativa la hipótesis de Freud sobre los
actos compulsivos, que, siendo al principio medidas defensivas contra el onanismo,
constituyen medios desviados para volver a él.
Próximo escrito
El psicoanálisis al servicio del médico general
Sandor Ferenczi / El psicoanálisis al servicio del médico general
El psicoanálisis
al servicio del médico general
Los médicos hemos puesto siempre en práctica el antiguo refrán húngaro: «Un buen cura
se instruye hasta su muerte.» Para nosotros, la Facultad de Medicina no ha representado
nunca más que una escuela preparatoria: debía proporcionarnos las bases teóricas para
edificar luego nuestro verdadero saber médico adquirido en la escuela de la vida. Una vez
instalado, el médico general raramente sentía la necesidad de completar sus conocimientos
mediante una atenta lectura de la prensa médica; se contentaba con estar informado de las
novedades científicas.
Sin embargo, ocurre que determinados descubrimientos transforman radicalmente todas las
nociones adquiridas en la Universidad o aportadas por la experiencia de la vida; abren
perspectivas tan nuevas que el médico no dispone de conocimientos básicos que le
permitan abordarlas. En tal caso, el médico general debe decidirse a volver a los libros.
Precisamente deseo atraer hoy su atención sobre un cambio fundamental de la concepción
científica.
¿Qué pedía la Universidad a un buen médico hasta ahora? Conocer la parte más pequeña
del cuerpo humano, el más mínimo detalle histológico de los tejidos, el funcionamiento de
los órganos y su coordinación, las enfermedades del cuerpo y la forma de curarlas. Desde
hace algún tiempo nos hemos dado cuenta de que este programa de enseñanza no
comprende más que la mitad de los conocimientos relativos al hombre. Los sabios han
tomado por fin conciencia de que el hombre no solamente tiene un cuerpo, sino también un
universo psíquico; cuando esta idea comienza a desarrollarse, está claro que un buen
médico no puede ignorarlo todo en materia de psicología y que una medicina sin
conocimiento del hombre resulta incompleta.
¿Cómo explicar esta extraordinaria omisión? Por una parte, sin duda con la
sobreestimación de los conocimientos biológicos a expensas de los conocimientos
psicológicos, sobreestimación que caracteriza al mundo científico en general desde los
inicios del siglo XIX; por otra, el hecho de que la psicología no era una ciencia hasta el
presente sino sólo un arte de determinadas personas que poseían un don especial, arte
cuyos métodos eran desconocidos, misteriosos, y en consecuencia intransmisibles. Estas
personas sólo comunicaban su saber a los demás en forma de parábolas, de historias
dramáticas palpitantes, de poemas y de otras creaciones artísticas.
Había médicos dotados de un alma de artista que, sin haberlo aprendido, eran capaces de
penetrar instintivamente en el universo psíquico de los demás y sin duda pocos médicos
negarán la utilidad de esta especie de «self-made» psicología inventada en el lecho del
enfermo. ¿Cuántos médicos famosos deben su éxito al comportamiento seguro, calmoso,
dulce o enérgico que adoptan con sus enfermos? ¿Y quién de entre nosotros no ha podido
constatar hasta qué punto esta ayuda psicológica aportada por las palabras amistosas,
enérgicas o benevolentes, y hasta por la sola aparición del médico, causaba más efecto en
el enfermo, incluso en el enfermo orgánico, que los medicamentos? Pero la Facultad no
nos enseña cómo dosificar correctamente este medicamento y cuáles son sus formas de
acción; deja que cada uno lo descubra por sí mismo.
Son los fenómenos de la hipnosis y de la sugestión los que han llamado la atención sobre
el efecto extraordinario de los factores psíquicos, no sólo sobre los procesos psíquicos, sino
también sobre el funcionamiento del cuerpo. Más tarde, las observaciones hechas por
neurólogos franceses sobre las enfermedades histéricas han permitido evidenciar el
fenómeno notable de la disociación psíquica, una especie de división de la vida psíquica de
un individuo en muchas partes, aunque una misma persona pueda abrigar dos o tres
psiquis cuyos rasgos de carácter sean enteramente diferentes y se manifiesten
alternativamente en sus afectos y en sus actos. Ha sido el psicoanálisis de Freud el que ha
proporcionado la solución de estos fenómenos considerados hasta ahora como simples
curiosidades.
El psicoanálisis ha dado ya origen a una amplia literatura que podría llenar por sí sola una
biblioteca. Para practicarlo con competencia es preciso seguir una formación especial. No
puede exigirse a los médicos generales que se familiaricen con la técnica y las
innumerables complejidades del psicoanálisis, y tanto menos cuanto que, según mi
convicción, únicamente la teoría del psicoanálisis puede ser objeto de enseñanza. La
enseñanza de la práctica psicoanalítica está excluida por el simple hecho de que es
imposible efectuar un examen psicoanalítico en presencia de un tercero. La regla
fundamental del psicoanálisis estipula que el paciente que desea emprender una cura por
este método se compromete a referir sin excepción todo lo que le venga a la mente,
aunque sea desagradable, penoso e incluso vergonzoso para él, para otro o para el
analista. La presencia de un tercero impediría alcanzar este nivel de sinceridad. Existe,
pues, una sola forma de transmitir los conocimientos psicoanalíticos: el médico que desea
practicar el psicoanálisis debe emprender él mismo una cura analítica. Teniendo en cuenta
que el análisis de una persona considerada normal dura alrededor de seis meses Y que
serán precisos al menos otros seis para que el médico analizado efectúe, bajo la dirección
y siguiendo las indicaciones de su maestro, un determinado número de análisis, se admitirá
que el ejercicio cualificado del psicoanálisis estará siempre reservado a especialistas. Esto,
sin embargo, no quiere decir que los médicos generales deban permanecer totalmente
ignorantes al respecto. Uno de los objetivos de esta exposición es señalar todo lo que
puede resultar útil en la práctica médica cotidiana, sin imponer al médico una formación
especializada.
Advertiré en primer término dos errores relativos al psicoanálisis que están muy extendidos
en los ambientes médicos. El uno consiste en afirmar que para el psicoanálisis todo
proceso psíquico deriva de la sexualidad y que la cura, al tratar de sanar a los neuróticos,
libera los impulsos sexuales en la vida social. Quienes hablan o actúan de esta forma van
directamente contra las teorías psicoanalíticas. Freud suele llamar «psicoanalistas
silvestres» a los temerarios que aconsejan sin ambages al enfermo que se busque “un
amante”, “se case”, “se divorcie”, etc. El verdadero psicoanalista sabe que, antes de
arriesgarse a aconsejar al enfermo a cambiar algo en el ámbito de su vida sexual física,
deberá estudiar durante largos meses las capas psíquicas de su sexualidad. La mayoría de
los enfermos, precisamente a causa de su enfermedad, son incapaces de seguir estos
consejos brutales y, para poder cambiar algo, sobre todo en lo relativo a su sexualidad, es
necesaria una exploración completa de su vida psíquica inconsciente. En cuanto al otro
motivo de queja, es decir, que el psicoanálisis libera los impulsos sexuales, no se justifica
más que en la medida que el psicoanálisis enseña al enfermo a conocer y a admitir sus
impulsos latentes y peligrosos; pero no le proporciona ninguna indicación sobre la manera
de utilizar, tras la curación. los impulsos que acaba de descubrir.
Para hacerles comprender este fenómeno psíquico particular, voy a recurrir a un tema que
surge constantemente en los mitos y en los cuentos como un fenómeno humano general.
Nadie se extraña cuando en el cine la joven salvada de las aguas dedica a su héroe toda la
simpatía de que es capaz, o cuando la Bella Durmiente del bosque, despertada de su
sueño secular, elige como compañero de su vida al caballero que, de un golpe con la
espada, ha abierto los matorrales que rodeaban a la joven dormida y la aislaban del mundo.
Del mismo modo, no es extraño ver a los enfermos, sin distinción de sexo o edad, constituir
o intentar constituir un vínculo afectivo profundo con el médico que intenta hallar un camino
hacia las capas mnésicas complejas hundidas bajo la pátina del tiempo que rodean los
núcleos originales de las enfermedades psíquicas.
Aunque muchos métodos terapéuticos, como la cura en casas de salud, se contentan con
aportar a los neuróticos un consuelo tan considerable como provisional, intentando reforzar
más que relajar la vinculación al médico y a la institución, el psicoanálisis no intenta eludir la
otra tarea de la psicoterapia que consiste en desenmascarar la transferencia. Existen
célebres estaciones termales cuya dirección tiene la costumbre de ofrecer un suntuoso
regalo al enfermo que acude por vigésimo quinta vez consecutiva. Este tipo de recompensa
tiene por objetivo también destacar las cualidades de las aguas en cuestión. Por mi parte
considero que un lugar de cura al que el enfermo, tras una permanencia única pero
provechosa, no tuviera que volver sería mucho más digno de elogios. De modo parecido, se
conceden todos los honores a la casa de salud en la que un eminente neurólogo ha sido
consultado con éxito diez o más veces por el enfermo.
El médico general debe conocer estos hechos, pues estos fenómenos desempeñan un
papel principal no sólo en neurología sino también en medicina general, de forma que el
médico que posea una cierta experiencia de la diplomacia psicológica tiene más
probabilidades de éxito que aquel cuyos conocimientos se limiten a la patología y a la
farmacología.
Hay todavía una o dos nociones psicoanalíticas que desearía exponer. Una de ellas es el
fenómeno de resistencia a la cura, es decir, el curioso hecho de que el propio enfermo que
desea conscientemente a cualquier precio deshacerse de sus penosos sentimientos hace
inconscientemente todo lo que puede para impedir esta curación. Hay dos razones para
ello. Por una parte, la neurosis puede representar una poderosa arma para favorecer
cualquier tipo de interés importante. Sin que pueda hablarse exactamente de simulación, es
decir, inconscientemente, el enfermo puede agravar su estado en cuanto vea la posibilidad
de obtener alguna ventaja. No pienso sólo en las neurosis traumáticas en las que la
enfermedad procura al enfermo un beneficio material, indemnidad o pensión, sino también
en la tendencia de los neuróticos a utilizar su enfermedad para obligar, inconscientemente,
a su entorno a proporcionarle la ternura y la consideración que no consiguen de otro modo.
Pero a veces ocurre que hay intereses importantes unidos a la enfermedad; en tal caso, el
paciente, en cuanto percibe la orientación del tratamiento, se sustrae al mismo
interrumpiéndolo. Freud cita el ejemplo de un joven médico que, llevado por su entusiasmo,
había curado a un mendigo consiguiendo que anduviera después de treinta años en los que
había subsistido sacando partido de su claudicación; ¿es sorprendente, acaso, que este
desgraciado, privado de sus medios de vida e incapaz de aprender un nuevo oficio,
comenzara a maldecir a su bienhechor? Pero estos casos son muy raros en el ámbito de
las neurosis; más a menudo el paciente, durante la cura y sobre todo hacia su final, busca y
halla el medio de utilizar sus energías psíquicas en objetivos más ventajosos que los de
alimentar síntomas inútiles y penosos: entrar en contacto con la realidad, llevar una vida
todo lo agradable posible en las circunstancias dadas, e incluso renunciar a determinadas
fantasías.
Me propongo ahora enumerar sin orden preciso un cierto número de hechos descubiertos
por el psicoanálisis de los que el médico general puede servirse sin adquirir una formación
especializada. Hablaré en primer lugar de las neurosis de angustia. Primero la simple
angustia neurótica que se manifiesta por una timidez general, un pesimismo perpetuo, un
temor penoso por su propia vida o por la de los suyos, la espera de diversas catástrofes;
añadamos a ello los síntomas físicos y psíquicos a menudo graves de la angustia: debilidad
cardíaca, transpiración, diarrea, temor a la muerte. Con bastante frecuencia se obtienen
buenos resultados mediante algunos consejos de higiene sexual. Es sabido que algunos
métodos contraceptivos. en particular el coito interrumpido, no carecen de inconvenientes y
se ha podido obtener la curación relativamente rápida de un estado de angustia grave
poniendo fin a esta práctica. Los consejos higiénicos alcanzan resultados igualmente
rápidos en los casos de excitación sexual incompleta, es decir, una excitación que no llega
a la satisfacción, como por ejemplo, en los casos de noviazgos prolongados. Si la mujer
afectada por la angustia cae encinta, la excitación incompleta pierde de este modo su razón
de ser y la angustia cura a veces espontáneamente. Debo subrayar respecto a esto que un
aborto provocado no es una intervención tan benigna, incluso sobre el plano psicológico,
como el gran público y algunos médicos pretenden. En muchas neurosis graves se ha
descubierto que esta intervención constituía una fuente de culpabilidad torturante y de
angustia psíquica.
Debemos mencionar aquí la neurosis de angustia de los niños, conocida con el nombre de
miedo nocturno. Sé que este fenómeno acompaña a menudo a estados patológicos físicos,
en particular a los problemas respiratorios. Pero es también frecuente que el niño se
despierte sobresaltado porque algunos acontecimientos se desarrollan en su presencia en
el dormitorio de los padres que, aunque pueda parecer increíble, tienen un efecto
ansiógeno incluso sobre niños de uno, dos o tres años. En este caso, tras una breve fase
de excitación, se consigue curarlos si se hace dormir durante la noche al niño en otra
habitación.
El psicoanálisis también se propone, entre otros objetivos, conseguir poco a poco que el
médico familiar desempeñe el importante papel que le corresponde en la vida de la familia,
papel que ha sido comprometido en los últimos tiempos por la proliferación de los
especialistas. Si el médico no limita su competencia a la vida física, sino que la extiende
también a la psíquica, su conocimiento sistemático de los hombres le restablecerá en su
función de consejero familiar para todas las decisiones importantes. Cuando se trate de un
matrimonio, no se limitará a buscar la sífilis en la sangre del novio o los gonococos en su
esperma, sino que deberá también determinar si la vida psíquica de los novios presenta
esta armonía recíproca que es la única garantía de un matrimonio tranquilo y dichoso,
descubriendo si no existen gérmenes de graves conflictos e incluso de neurosis.
Por sus conocimientos psicoanalíticos, el médico general ejercerá también una influencia
considerable sobre la educación de los niños. Enseñará a los padres a renunciar a los
castigos tradicionales para aplicar sistemas más adecuados. Tras las llamadas «malicias»
del niño, sabrá reconocer la desesperación provocada por la falta de comprensión o de
amor. Una mejor comprensión de la vida sexual de los niños le permitirá una profilaxis de
las neurosis que de otro modo pueden ser inevitables. Naturalmente, su trabajo educativo
no se limitará a los niños; el médico atenderá también a las alteraciones del carácter y de la
vida psíquica de los padres, susceptibles de comprometer de manera grave el porvenir de
sus hijos.
Conociendo el peso considerable que las palabras del médico revisten para el psiquismo
del enfermo, esa fuerza mágica que consigue de forma repentina elevar al enfermo hasta
las nubes o arrojarlo al fondo del abismo, el médico formado en el psicoanálisis favorecerá
el efecto terapéutico de los medicamentos mostrándose más prudente y más diplomático,
pero también activo y enérgico si fuera necesario. Es evidente que si existe una
circunstancia en la que haya que conceder al individuo una consideración atenta, es
precisamente ésta. Conozco casos en los que un diagnóstico pretencioso, pronunciado a la
ligera, por ejemplo, el de «arteriosclerosis», ha provocado en el paciente estados psíquicos
graves. Por el contrario, en otros casos, una exposición clara y verídica de su estado ha
conseguido apaciguar al enfermo mejor que un disimulo desafortunado en el que su
inconsciente percibía claramente la falta de sinceridad.
Para terminar, quiero manifestar mi esperanza, quizá un tanto utópica, de ver al médico.
que por su profesión tiene oportunidad de estudiar el psiquismo humano de cerca,
convertirse en el especialista de los problemas de higiene mental, no sólo en el plano
individual, sino también en el colectivo, en la persona a la que se va a consultar respecto a
cualquier problema importante relativo a la sociología, la criminología, e incluso las artes y
la ciencia. Me atrevo incluso a esperar que la extensión y profundidad de los conocimientos
psicoanalíticos favorecerán el retorno a la situación antigua en la que sabio y médico eran
más o menos términos sinónimos. Hubo un tiempo en que la química era exclusivamente
una química médica o iatroquimica. Espero que el futuro sea el comienzo de una época
iatrofilosófica, en la que los campos mas variados del conocimiento, en particular, las
disciplinas que provienen de las ciencias naturales y de las ciencias del espíritu,
actualmente tan alejadas unas de otras, puedan encontrarse en la ciencia médica que se
habrá convertido en su punto de convergencia. Cuando llegue esta época, podremos decir
de nuevo que es una suerte el ser médico.
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Prólogo a la edición húngara de la
"Psicopatología de la vida cotidiana", de Freud
Sandor Ferenczi / Prólogo a la edición húngara de la "Psicopatología de la
vida cotidiana", de Freud
La Psicopatología de la vida cotidiana, constituye el primer tomo de una serie que hará las
obras fundamentales del profesor Freud accesibles al público húngaro. Hay buenas
razones para haber escogido precisamente este volumen como primero de la serie. Pues
esta obra del inventor del psicoanálisis constituye la introducción más natural a los misterios
de la vida psíquica inconsciente mientras que el estudio de los sueños, la psiquiatría y el
folklore sólo permiten abordarlas por caminos intelectuales extraordinariamente complejos.
Además, observar los fenómenos de la «Psicopatología de la vida cotidiana» sobre uno
mismo y analizarlos está al alcance de cualquiera y este trabajo analítico puede preparar
para el análisis de formaciones psíquicas más complejas.
Pero, dejando aparte el valor didáctico, la obra cuya traducción húngara presentamos tiene
también una gran importancia en el plano teórico. La hipótesis de una ausencia de
separación precisa entre las manifestaciones psíquicas normales y patológicas, hipótesis
puramente teórica hasta el presente, se halla aquí confirmada por los hechos. Se concibe el
progreso así realizado en el ámbito de nuestra comprensión y de nuestra sensibilidad en lo
que concierne a las enfermedades mentales propiamente dichas, lo mismo que a los
restantes estados psíquicos anormales. Por otra parte Freud demuestra aquí, basándose
en centenares de ejemplos, el predominio absoluto del determinismo. incluso en el ámbito
psíquico; apenas es preciso subrayar la importancia de este hecho. tanto desde el punto de
vista filosófico como desde el práctico y, en particular, desde el ángulo de la psicología
criminal; pero el pedagogo puede también hallar instrucción en esta obra, sobre todo en la
interpretación de las imágenes mnésicas infantiles y de los “recuerdos pantalla”. Incluso los
ambientes muy alejados de los círculos científicos sufrirán más o menos el impacto de esta
obra que -contrariamente a numerosas elaboraciones médicas que suscitan esencialmente
reacciones hipocondríacas- más bien reconforta al mostrar que muchos “actos frustrados”,
atribuidos hasta ahora a una perturbación del funcionamiento cerebral, provienen del modo
de funcionamiento de un psiquismo perfectamente normal y lógico, aunque sometido al
efecto de tendencias inconscientes.
La traducción ha tratado de verter cada palabra del texto alemán original, subordinando
cuando ha sido preciso la forma al contenido. Sin embargo, en algunos lugares ha parecido
indispensable aclarar los ejemplos alemanes con los húngaros correspondientes.
Próximo escrito
Prólogo a la edición húngara de
«Más allá del principio del placer»
Sandor Ferenczi / Prólogo a la edición húngara de «Más allá del principio del
placer»
Prólogo a la edición húngara de
«Más allá del principio del placer»
Hace más de diez años, en el Congreso de Psicoanálisis de Nüremberg, surgió una viva
controversia con un profesor renombrado y muy respetable de la universidad Harvard de
Boston, que se esforzaba por introducir el conjunto del material científico del psicoanálisis
en el marco de un sistema filosófico que se había hecho muy popular. Por mi parte sostuve
enérgicamente que los nuevos datos proporcionados por el análisis debían ser objeto,
durante mucho tiempo aún, de una investigación y una elaboración científica imparciales,
es decir, independientes de cualquier sistema rígido ya estructurado. Sin embargo, no he
rechazado la eventualidad de una concepción del mundo enteramente nueva e
independiente de lo que hasta ahora ha existido, fundada precisamente sobre estos nuevos
datos. Esta exigencia se manifiesta cada vez más raramente entre los psicoanalistas
serios, y quienes no han podido renunciar a ella, quienes en su impaciencia pretendían
dotar prematuramente al psicoanálisis de una base filosófica definitiva, han tenido que
abandonar las filas de los investigadores activos.
Parece que ha llegado el momento en que es posible hacer una pausa de vez en cuando
en el campo particular de la investigación psicoanalítica para lanzar una mirada sobre el
conjunto del material científico e intentar incluir nuestra búsqueda parcial en el conjunto de
nuestro conocimiento del universo. Es algo raro y reconfortante que este trabajo lo haya
emprendido el mismo cerebro que ha creado primero y elaborado luego detalladamente el
psicoanálisis. La obra cuya traducción húngara publicamos se sitúa en esta región
fronteriza que separa, es decir, que une la psicología y las ciencias biológicas.
Sabemos que el psicoanálisis de Freud debe sus considerables éxitos científicos a que,
contrariamente a la psicología oficial que se consideraba a prori como una rama de las
Ciencias Naturales y ha querido adaptarse a las nociones de estas disciplinas, ha
mantenido. durante mucho tiempo, su distancia respecto a ellas, esforzándose en elaborar
los mecanismos internos del psiquismo normal y patológico y en descubrir su
funcionamiento únicamente sobre la base de los datos proporcionados por los procesos
psíquicos internos. Durante este trabajo de construcción. Freud ha llegado a los impulsos,
que no podían explicarse sobre la base de la experiencia psicológica, siendo necesario
tomar en consideración todos los datos proporcionados por la biología. Entonces se ha
visto lo fecundo que ha sido este recurso temporal al universo psíquico para nuestra ciencia
y cómo nuestros conocimientos de los fenómenos naturales se han enriquecido y
profundizado con este enorme progreso de nuestro propio conocimiento. Esto apenas
debiera sorprendernos. Nuestro propio yo, nuestro psiquismo, es la parte del universo que
más directamente conocemos, y el método que consiste en partir de nuestra propia
naturaleza para comprender la naturaleza que nos rodea es al menos tan justificado como
la trayectoria inversa, es decir, el tratar de explicar nuestra propia naturaleza a partir de los
fenómenos de la naturaleza circundante.
Con la modestia del sabio, el autor califica este ensayo de exploración incierta, pero si
medimos el valor de una teoría por el número de fenómenos que permite explicar, dicho de
otro modo, por su valor heurístico, debemos reconocer que los nuevos datos contenidos en
esta obra pueden servir de punto de partida a una evolución cuya importancia es
actualmente incalculable.
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Perspectivas del psicoanálisis
Sandor Ferenczi / Perspectivas del psicoanálisis
Descontentos con esta situación, nos hemos visto obligados muchas veces a suspender
nuestro trabajo para tomar conciencia de estas dificultades y de otros problemas. Hemos
descubierto entonces que nuestro poder técnico había realizado entretanto progresos
meritorios cuya comprensión y apreciación plena y consciente permitían ampliar bastante
nuestro saber. Por último, nos ha parecido necesario, en el intento de clarificar la situación,
el comunicar nuestra experiencia y hemos considerado el mejor método la exposición en
primer lugar de la forma en que practicamos el psicoanálisis hoy y de lo que esto quiere
decir actualmente para nosotros. Tras ello podremos comprender el porqué de las
dificultades que surgen por doquier hoy día y esperamos que sea posible remediarlas.
Estas consideraciones han hecho aparecer la necesidad práctica no sólo de no impedir las
tendencias a la repetición en el análisis, sino incluso de favorecerlas a condición de saber
dominarlas, porque de otra forma el material más importante no puede ser ni liberado ni
liquidado. Por otra parte, determinadas resistencias se oponen a menudo a la compulsión
de repetición, sobre todo los sentimientos de angustia y de culpabilidad a los que no puede
darse pie más que por una intervención activa, es decir, favoreciendo la repetición.
Finalmente, el papel principal en la técnica analítica parece, pues, corresponder a la
repetición y no a la rememoración. No se trata en absoluto de limitarse a dejar que los
afectos se pierdan en una humareda de «vivencias»; esta repetición consiste, como más
tarde detallaremos, en permitir primero estos afectos para liquidarlos luego
progresivamente, o también en transformar los elementos repelidos en recuerdo actual.
Hay dos formas de formular y de concebir los progresos que hemos podido constatar al
realizar el balance de nuestro saber. En el plan técnico, se trata indiscutiblemente de una
tentativa de «actividad» en el sentido de una estimulación directa de la tendencia a la
repetición en la cura, que hasta ahora ha sido descuidada e incluso considerada como un
fenómeno secundario y perjudicial. Desde el punto de vista teórico, se trata de apreciar en
su justo valor la importancia primordial de la compulsión de repetición, incluso en las
neurosis, tal como Freud lo ha establecido. Este último descubrimiento permite comprender
mejor los resultados obtenidos por la «actividad» y justifica igualmente su necesidad en el
plano teórico. Estamos dispuestos, en consecuencia, a seguir a Freud atribuyendo desde
ahora a la compulsión de repetición en la cura el papel que le corresponde biológicamente
en la vida psíquica.
Tras haber expuesto brevemente lo que hay que entender por método analítico, estamos
en disposición de constatar retrospectivamente que una serie de técnicas defectuosas no
corresponden de hecho más que al detenimiento en una cierta fase de la evolución del
saber analítico. Se comprenderá sin dificultad la posibilidad e incluso la existencia de un
estancamiento de este orden en todas las etapas del progreso analítico, y también que
persista o se repita todavía hoy.
Vamos a tratar de mostrar respecto a ciertos puntos cómo hay que comprender todo esto; y
se trata no sólo de aclarar la génesis del psicoanálisis sino también de permitir evitar en el
futuro semejantes errores. Lo que va a seguir es de hecho la exposición de una serie de
métodos técnicos erróneos, es decir, que no corresponden a la idea que actualmente se
tiene del psicoanálisis.
Otra falta metodológica ha consistido en agarrarse a la fase superada del análisis de los
síntomas. Como se sabe, el análisis ha pasado ya por una etapa en la que partía de los
síntomas y despertaba bajo la presión de la sugestión los recuerdos que, actuando luego
en el inconsciente, provocaban los síntomas. Este método ha sido superado hace tiempo
por la evolución de la técnica psicoanalítica. No se trata en absoluto de hacer desaparecer
los síntomas, lo que por otra parte cualquier otro método sugestivo puede conseguir sin
dificultades, sino de impedir su retorno, es decir, de aumentar la capacidad de resistencia
del Ego. Esto exige precisamente un análisis del conjunto de la personalidad. De manera
que es preciso, según la prescripción de Freud, que el analista parta de la superficie
psíquica y no hay que unir los lazos asociativos con el síntoma. Evidentemente, era muy
seductor y cómodo informarse de modo directo e interrogar al paciente sobre los detalles
de su neurosis o de sus actos perversos llevándole de este modo a recordar directamente
la génesis de su anomalía. Sólo una serie de experiencias convergentes pueden permitir
comprender los «sentidos» múltiples que un síntoma es susceptible de tomar en tal caso
preciso. Todo lo que se obtenía interrogando directamente al paciente, era centrar mal su
atención sobre estos elementos, que al mismo tiempo le convertían en flanco de resistencia
en la medida en que el paciente podía abusar de la orientación dada a su atención, que no
era forzosamente injustificada de por si. Podía uno «ser analizado» durante mucho tiempo
sin mirar a la historia infantil arcaica cuya reconstrucción es necesaria para que pueda
calificarse un tratamiento de verdadero análisis.
Hablaremos un poco más ampliamente de una fase del psicoanálisis a la que puede
llamarse “análisis de los complejos” y que perpetúa una fase importante de las relaciones
con la psicología escolástica. Ha sido Jung el primero en utilizar el término de “complejo”
para resumir un estado psicológico compuesto de varios elementos y para designar
determinadas tendencias características de la persona o un grupo homogéneo de
representaciones de coloración afectiva. Este término, cuya significación se había hecho
cada vez más amplia y que en consecuencia no quería decir nada, fue restringido en su
sentido por Freud, quien bajo el nombre de «complejo» ha circunscrito únicamente las
partes inconscientes rechazadas de estos grupos de representaciones. Pero cuando más
accesibles al estudio se hacían estos procesos de bloqueo, lábiles y fluctuantes, en lo
psíquico. más superflua aparecía la hipótesis de los componentes psíquicos rigurosamente
separados, homogéneos en sí, móviles y excitables solamente in toto, componentes
psíquicos que, como la mostrará un análisis más preciso, eran mucho más complejos para
ser tratados como elementos no descomponibles. En los recientes trabajos de Freud, esta
noción sólo figura a titulo de vestigio de una parte superada del psicoanálisis, y en realidad
ya no hay sitio para ella en el sistema psicoanalítico. sobre todo tras la elaboración de la
metapsicología.
Lo más lógico hubiera sido arrinconar en un cajón este vestigio de los tiempos antiguos,
inútil ya, y abandonar la terminología asimilada por la mayor parte de los analistas en
provecho de una mejor comprensión. En su lugar, se ha presentado a menudo el conjunto
de la psiquis como una especie de mosaico de complejos y se ha practicado el análisis
como si fuera necesario «analizar hasta el fin» un complejo tras otro. Del mismo modo, se
ha intentado también tratar toda la personalidad como una suma de complejos paternal,
maternal, fraternal, sororal, etc. En realidad era fácil reunir un material relativo a estos
complejos, porque todo ser humano los posee y se ve obligado, de una forma u otra, a
relacionarse con las personas y las cosas que le rodean. La enumeración sistemática de los
complejos o de los indicios de complejo ha podido tener su lugar en la psicología
descriptiva pero no en el tratamiento analítico del neurótico, y tampoco en las
investigaciones analíticas sobre las producciones de la literatura o de la psicología de los
pueblos, ámbito en el que debía conducir infaliblemente a una monotonía totalmente
injustificada por la diversidad del sujeto, monotonía apenas atenuada por la predilección
atribuida tanto a un complejo como a otro.
Aunque una presentación científica tan llana pareciera a veces inevitable, no había sin
embargo motivo para introducir estas mezquinas ideas en la técnica. El análisis de los
complejos conducía fácilmente al paciente a resultar agradable al analista sirviéndole a
voluntad el «material complexual», pero guardándose muy bien de revelarle sus verdaderos
secretos inconscientes. Así se llegaba a informes clínicos en los que los pacientes
contaban recuerdos redondeando sus narraciones, cosa a la que nunca se llega en los
análisis sin presupuesto, y en la que no es difícil ver el fruto de esta «cultura del complejo».
Resultados de este tipo iban a ser utilizados naturalmente tanto de forma subjetiva para
justificar su propia técnica e interpretación, como de otra manera para servir a conclusiones
y demostraciones teóricas.
Sucedía muy a menudo que las asociaciones del paciente estaban mal orientadas y
centradas intencionadamente sobre lo sexual cuando acudía al análisis, caso frecuente,
con la idea de que debía hablar única y exclusivamente de su vida sexual actual o infantil.
Además de que el análisis no se refiere de forma tan exclusiva a la sexualidad como
suponen nuestros adversarios, se ofrece a menudo al paciente, al permitirle entregarse a
estos desbordamientos sexuales, la posibilidad de neutralizar los efectos terapéuticos de la
frustración que se le imponen en el tratamiento.
Como ya hemos indicado. las dificultades técnicas han surgido de un excesivo saber del
analista. De este modo, la importancia de la teoría del desarrollo sexual elaborada por
Freud ha conducido a muchos analistas a utilizar determinados autoerotismos y sistemas
de organización de la sexualidad, que nos permitían al principio comprender el desarrollo
sexual normal, de manera errónea y excesivamente dogmática en el tratamiento de las
neurosis. La verdadera tarea analítica ha sido descuidada en algunos casos en provecho
de la búsqueda de los elementos constitutivos de la teoría sexual. Estos análisis eran en
cierto modo «análisis elementales» psicoquímicos. Se ha constatado una vez más que el
interés teórico no coincidía siempre con el interés práctico en el análisis. La técnica no trata
de separar escolarmente todas las fases -por así decir prescritas- del desarrollo libidinoso y
menos aún de convertir el descubrimiento de todos los detalles y jerarquías constatados
teóricamente en un principio del tratamiento de las neurosis. Es también superfluo en la
práctica descubrir todos los elementos fundamentales de una «estructura altamente
compleja», conocidos en principio por adelantado, mientras no se tenga ninguna idea del
vínculo psíquico que une un pequeño número de elementos fundamentales con fenómenos
siempre nuevos y diferentes. Esto mismo vale para los erotismos (por ejemplo, uretral, anal,
etcétera), para los estadíos de organización de la sexualidad (oral, sádico-anal y otras fases
pregenitales) y para los complejos: ningún desarrollo humano se realiza sin ellos, pero
cuando se trata del análisis no se les puede dar la importancia en la evolución de la
enfermedad que la resistencia parece atribuirles bajo la presión de la situación analítica.
Considerado todo ello, podía constatarse la existencia de una cierta relación interna entre
los «análisis elementales» y los «análisis de complejo»; estos últimos incidían sobre el
campo de los «complejos» esforzándose en captar las profundidades psíquicas y su trabajo
iba ampliándose en lugar de profundizar. Trataban igualmente de paliar la falta de
profundidad de la dinámica libidinosa por un salto en la teoría sexual y relacionaban los
índices complexuales fijos a elementos fundamentales de la teoría sexual a los que
trataban por otra parte de forma demasiado esquemática, pero desconocían el juego de
fuerzas intermedio de las tendencias libidinosas.
Esta actitud iba a conducir a una sobreestimación teórica del factor cuantitativo que
consistía en atribuir la responsabilidad de todos los elementos patógenos a un erotismo de
órgano particularmente poderoso, concepción que, recurriendo a “slogans” como “la
herencia”, “la degeneración” o la “predisposición” a la manera de las escuelas neurológicas
preanalíticas, cerraba el camino a una comprensión del juego de fuerzas de las causas
patógenas.
Después de que la teoría de los impulsos y con ella los conocimientos biológicos y
fisiológicos han contribuido a explicar provisionalmente los procesos psíquicos, sobre todo
después de que el psicoanálisis se ha interesado en las «patoneurosis», en las neurosis de
órgano e incluso en las enfermedades orgánicas, han surgido disputas entre el
psicoanálisis y la fisiología. No podría admitirse la traducción estereotipada de los procesos
fisiológicos en lenguaje psicoanalítico. En la medida en que se intenta un acercamiento
psicoanalítico de los procesos orgánicos, se trata también aquí de respetar estrictamente
las reglas del psicoanálisis. Hay que esforzarse por olvidar el factor médico, fisiológico y
orgánico, para considerar únicamente la personalidad psíquica y sus reacciones.
La catarsis según Breuer y Freud tenía como pretensión teórica el atribuir directamente las
cualidades y afectos desplazados sobre manifestaciones sintomáticas a rasgos mnésicos
patógenos para reunir de este modo su descarga y conjuntarlos en un núcleo nuevo. Esto
se ha demostrado irrealizable salvo en lo que concierne al material mnésico rechazado,
generalmente preconsciente, así como ciertos retoños del inconsciente propiamente dicho.
Este inconsciente mismo, cuyo descubrimiento es la principal tarea del psicoanálisis, no
puede ser «rememorado» -porque nunca ha sido «resentido»- y determinados signos
obligan a dejarlos reproducirse. La simple comunicación, por ejemplo, una
«re-construcción», no tiene capacidad por sí sola para producir reacciones afectivas;
inicialmente carece de efecto sobre los pacientes. Hay que esperar a que éstos vivan algo
análogo actualmente, en la situación analítica, es decir. en el presente, para llegar a
convencerse de la realidad del inconsciente, e incluso son necesarias muchas experiencias
de este tipo. Nuestra reciente comprensión del tópico del psiquismo y de las funciones de
las diversas capas permite explicar esta actitud. Lo rechazado o el inconsciente no tiene
acceso a la motilidad ni a estas inervaciones motrices cuya suma configura la descarga de
afectos; el pasado y lo rechazado se hallan, pues, obligados a hallar un representante en el
presente y en el consciente (preconsciente) o sea, en la situación psíquica actual, para
poder ser contrastados afectivamente. Al contrario que las reacciones catárticas violentas,
puede definirse la descarga de los afectos que se produce progresivamente en la situación
analítica como una catarsis fraccionada.
Pensamos por lo demás que, para que los afectos resulten eficientes, deben primero ser
reavivados, es decir, actualizados. En efecto, lo que no nos afecta directamente en el
presente, es decir, realmente, suele quedar sin efecto psíquico.
Debemos ahora considerar algunos malentendidos sobre las explicaciones que hay que dar
al analizado. En una determinada etapa del desarrollo del psicoanálisis, se pensaba que el
tratamiento analítico tenía como fin colmar mediante el saber algunas lagunas en los
recuerdos del paciente. Luego se supo que la ignorancia neurótica provenía de la
resistencia, es decir, de la voluntad de no saber, y era esta resistencia la que convenía
desenmascarar y neutralizar rápidamente. Si se procede de este modo, las amnesias
actuales en la cadena mnésica del paciente quedan colmadas en su mayor parte de forma
automática y sin que sea preciso dar muchas interpretaciones y explicaciones. El paciente
no aprende, pues, nada más y nada diferente de aquello que necesita para liquidar sus
principales problemas. Era un funesto error el creer que uno podía ser perfectamente
analizado sin estar iniciado en el plan teórico de todos los detalles y particularidades de su
anomalía. Ciertamente no es fácil determinar hasta dónde hay que llevar la instrucción del
paciente. Las interrupciones del curso normal del análisis por series de explicaciones
formales pueden satisfacer al médico y al paciente, pero sin cambiar nada en la actitud
libidinosa de este último. Este procedimiento conseguía empujar insensiblemente al
paciente a que escapara al trabajo analítico propiamente dicho, gracias a la identificación
con el analista. Es bien sabido y convendría tenerlo en cuenta que el deseo de enseñar y el
de aprender crean una actitud psíquica poco favorable al análisis.
Se oye a menudo a los analistas lamentarse de que un determinado análisis ha fracasado
debido a “resistencias demasiado fuertes” o una “transferencia demasiado intensa”. Hay
que admitir por principio la posibilidad de estos casos extremos; a veces topamos
efectivamente con factores cuantitativos a los que no podemos subestimar sobre el plano
práctico porque desempeñan un papel decisivo tanto en la terminación del análisis como en
las causas que lo han motivado. Pero el factor cuantitativo, en si tan importante, puede
servir de cobertura a una comprensión insuficiente del juego de las motivaciones, el cual
decide finalmente sobre la repartición y el modo de utilización de estas cantidades. No
porque Freud haya dicho un día: “Todo lo que perturba el trabajo analítico es una
resistencia”, puede afirmarse que desde que se encuentra un obstáculo en el análisis se
trate de una resistencia. Esta concepción crearía, sobre todo por los pacientes afectados
por un sentimiento de culpabilidad intenso, una atmósfera analítica en la que el enfermo
temería dar el paso en falso de una «resistencia», mientras que el analista se hallaría sin
recursos ante esta situación. Se olvidaba claramente otra afirmación de Freud, a saber que
es preciso esperar encontrar en forma de «resistencia» las mismas fuerzas que en su
tiempo han producido el rechazo, y precisamente desde el momento en que intentamos
deshacer tales rechazos.
Otra situación analítica que solemos alinear igualmente bajo la etiqueta de «resistencia», es
la transferencia negativa. Ahora bien, esta última no puede manifestar su naturaleza más
que en forma de una «resistencia» y su análisis es la principal labor de la acción
terapéutica. No pueden temerse las reacciones negativas del paciente porque pertenecen
al fondo de reserva de cualquier análisis. Por otra parte, la transferencia positiva violenta,
sobre todo al inicio de un análisis, no es a menudo más que un síntoma de resistencia que
pide ser desenmascarado. En otros casos, sobre todo en las etapas más tardías del
análisis, sirve de vehículo a la manifestación de tendencias aún inconscientes.
Hay que mencionar a este respecto una regla importante de la técnica psicoanalítica: la
regla que concierne a las relaciones personales entre médico y enfermo. Al exigir, por
principio, abstenerse de cualquier contacto personal fuera del análisis, se ha llegado en
general a una exclusión bastante artificial de toda humanidad en el marco mismo del
análisis y por ello a teorizar una vez más el sentimiento analítico.
En cuanto a otra fórmula que sirviera para disimular la insuficiencia técnica, algunos
analistas la han hallado en una declaración de Freud según la cual el narcisismo del
paciente constituía sin duda un límite a la influencia del analista. Cuando el análisis no iba
demasiado bien, se consolaban diciendo que el paciente era «demasiado narcisista». Y
como el narcisismo forma parte más o menos de cualquier proceso psíquico en cuanto une
las aspiraciones del Ego y las de la libido, no era muy difícil hallar en los hechos y gestos
del paciente pruebas de su «narcisismo». Sin embargo. «el complejo de castración» o el
«complejo de virilidad», condicionados por el narcisismo, no pueden ser tratados como si
señalaran el límite del análisis o como si no se pudieran descomponer.
Cuando el análisis sufría por la resistencia del paciente, no siempre se daban cuenta de
que sólo se trataba a menudo de tendencias pseudo-narcisistas. En particular, debe uno
convencerse, considerando los análisis de sujetos que acuden con una cierta formación
teórica, de que una parte de lo que la teoría nos incita a atribuir al narcisismo es en realidad
secundario, pseudo narcisista, y a medida que el análisis progresa se deja enteramente
descomponer en la relación con los padres. Esto necesita por cierto una incursión analítica
en el desarrollo del Ego del paciente, lo mismo por otra parte que cualquier análisis de las
resistencias exige el análisis del Ego, demasiado olvidado hasta hoy y sobre el cual Freud
nos ha dado últimamente preciosas indicaciones.
La actividad moderada, pero enérgica si es preciso, que exige el análisis reside en el hecho
de que el médico acepta en cierta medida realizar el papel que le es prescrito por el
inconsciente del paciente y su tendencia la huida. Se favorece así la tendencia a repetir
experiencias traumáticas precoces, en general levemente inhibidas, con la intención última
de vencer definitivamente esta tendencia a la repetición desvelando su contenido. Cuando
esta repetición surge espontáneamente, resulta superfluo provocarla y el médico no tiene
más que hacer que dejar transformar la repetición en rememoración (o en reconstrucción
aprovechable).
Estas últimas observaciones puramente técnicas nos conducen al tema, aludido ya antes,
de la interacción entre teoría y práctica, tema al que podemos consagrar ahora algunas
observaciones metodológicas generales.
Los comienzos del psicoanálisis tuvieron un carácter puramente práctico. Pero rápidamente
vieron nacer como productos secundarios de la acción terapéutica sobre los neuróticos,
concepciones científicas, relativas a la estructura y la función del aparato psíquico, su
ontogénesis y su filogénesis y, para terminar, sus fundamentos biológicos (Teoría de los
impulsos).
En cuanto a los conocimientos sobre el desarrollo psíquico normal (teoría de los sueños, de
la sexualidad, etc.), importantes en el plano teórico e indispensables de por sí, sólo hay que
servirse de ellos en la práctica en la medida en que pueden permitir o facilitar la
reproducción de la relación edipiana que trata de alcanzar en la situación analítica.
Perderse en los detalles de la historia individual sin rehacer constantemente la situación en
lo que concierne a esta relación, resulta erróneo y estéril en la práctica, y por lo que se
refiere al plan teórico esta técnica está lejos de proporcionar los sólidos resultados que se
consiguen mediante la práctica tal como acabamos de exponer.
La importancia científica de un desarrollo correcto de la técnica ha sido descuidada hasta el
presente y es ya tiempo de estimarla en su justo valor. Los resultados teóricos no deben
repercutir sobre la técnica de forma tan mecánica como lo han hecho hasta ahora; y
además es preciso realizar una corrección constante de la teoría mediante los nuevos
conocimientos aportados por la práctica.
Nuestras propias exposiciones esbozan en este sentido el comienzo de una fase a la que
podríamos llamar, por contraste con la precedente, la fase de lo experimentado. Mientras
que antes uno se esforzaba en obtener efectos terapéuticos de la reacción del paciente a
las explicaciones dadas, a partir de ahora pretendemos poner el saber adquirido por el
psicoanálisis totalmente al servicio del tratamiento provocando directamente, en función de
nuestro saber, las experiencias vividas (Erlebnisse) adecuadas y limitándonos a explicar al
paciente solamente esta experiencia, que por supuesto le resulta directamente perceptible.
Este saber que nos dispone a situar y a dosificar correctamente nuestras intervenciones
reside esencialmente en la convicción sobre la importancia universal de algunas
experiencias precoces fundamentales (por ejemplo, el complejo de Edipo) cuyo efecto
traumático es reanimado en el análisis (a la manera de los «tratamientos reactivantes» en
medicina) y, bajo la influencia de la experiencia por primera vez conscientemente
experimentada en la situación analítica, es capaz de descargarse de forma más apropiada.
Esta terapéutica se aproxima en cierto modo a una técnica pedagógica, pues la propia
educación -aunque no sea más que por la relación afectiva con el educador- se apoya
mucho más sobre el sentimiento que sobre la explicación. También allí, como en medicina,
vemos repetirse el inmenso progreso que representa el paso de una intervención
puramente intuitiva y, además, a menudo desafortunada, a la introducción deliberada de la
vivencia analítica apoyada por la comprensión.
Próximo escrito
Las fantasías provocadas
Sandor Ferenczi / Las fantasías provocadas
En algunos casos aún más raros, me he visto obligado, según lo manifesté en La Haya, a
extender estas prohibiciones de asociación a la actividad fantasiosa del paciente. Me ha
ocurrido a menudo enfrentarme con enfermos cuyos síntomas consistían en ensoñaciones
diurnas repetidas, y en esos casos he tenido que interrumpir brutalmente tales fantasías e
incitar vivamente a los pacientes a buscar la impresión psíquica de la que huían de modo
fóbico y que les hacía escabullirse mediante el recurso a la fantasía patológica. Ya
entonces pensaba, y siempre he estado convencido de ello, que nuestra intervención no
podía ser acusada de combinar la asociación libre y los procedimientos procedentes de la
sugestión. En efecto, nuestra acción se limitaba en todo caso a dividir, a impedir
determinadas vías asociativas y el material que el analizado producía entonces se
presentaba sin que hubiéramos despertado en él representaciones de espera.
Más tarde me di cuenta de que resultaría a la vez pedante y excesivo mantener esta
reserva en cualquier circunstancia y que era preciso incluso admitir el no haber observado
nunca al pie de la letra esta condición restrictiva. Cuando interpretamos las asociaciones
libres del paciente, cosa que hacemos muchas veces por sesión, interferimos el curso de
sus asociaciones, suscitamos en él representaciones de espera y dificultamos de este
modo el camino a sus encadenamientos ideativos incluso a nivel de contenido; en
consecuencia, resultamos excesivamente activos porque esto equivale a formular
prohibiciones de asociar. Pero existe una diferencia entre estos procedimientos y la
sugestión ordinaria. No consideramos irrefutables las interpretaciones que proponemos al
paciente; es el material que viene después, rememoración o repetición, el que debe
demostrar su validez. En esas condiciones, y Freud lo ha mostrado luego, la
«sugestibilidad» del analizado, es decir, la aceptación sin crítica de nuestras sugestiones,
no es demasiado importante. Por el contrario, la primera reacción del paciente a la
interpretación es en general la resistencia, un rechazo más o menos categórico, y sólo más
tarde se nos proporciona el material probatorio. Hay, además, otra diferencia entre el
analista y el sugestionador omnipotente: nosotros conservamos una cierta dosis de
escepticismo respecto a nuestras propias interpretaciones y estamos dispuestos siempre a
modificarlas, incluso a retirarías, aunque el paciente haya comenzado ya a aceptar nuestra
interpretación errónea o incompleta.
Estas consideraciones anulan la principal objeción contra la utilización más amplia de estas
prohibiciones de asociar en el análisis, por supuesto sólo en el caso en que esta medida
impida al trabajo analítico estancarse o prolongarse en exceso.
Debo evocar un tipo de individuo que da la impresión, tanto en el análisis como en la vida,
de tener una actividad fantasiosa particularmente pobre, individuos sobre los cuales las
experiencias más intensas no parecen dejar huella. Estos sujetos son llevados a evocar
situaciones que despertarían en cualquier ser humano intensos afectos de angustia, de
venganza, de excitación erótica, así como las acciones, los impulsos, las fantasías o al
menos los movimientos expresivos internos o externos exigidos por la descarga de tales
afectos: ahora bien, ellos no experimentan ni manifiestan el menor síntoma de tales
reacciones. En este caso. apoyándonos en el presupuesto que atribuye el comportamiento
a un rechazo del material psíquico y a una represión de los afectos, no dudo en pedir a los
pacientes que busquen las reacciones adecuadas y, si se obstinan en decir que no se les
ocurre nada, les obligo a que las imaginen. La objeción que generalmente me hace el
paciente sobre que sus fantasías serían totalmente «artificiales», «poco naturales»,
totalmente extrañas a su naturaleza, inventadas, etc., un argumento que le permite declinar
toda responsabilidad, es combatida por mi en general diciéndole que no tiene por qué decir
la verdad (la realidad efectiva), sino todas las ideas que se le ocurran sin tener en cuenta
su realidad objetiva y que nada le obliga a considerar tales fantasías como producciones
espontáneas. Desarmada de este modo su resistencia intelectual, el paciente intenta luego,
en general con gran prudencia, desviar la cuestión, interrumpiéndose o amenazando con
detenerse en cualquier momento (lo que exige una presión continua por parte del analista).
Pero poco a poco se va poniendo a tono, sus sentimientos fantasmagóricos «fabricados»
se hacen más variados, más vivos y más ricos. Por último, no puede considerarlos ya con
mirada fría y objetiva, su imaginación «se embala» e incluso me ha ocurrido ver en varios
casos desembocar este tipo de fantasías «inventadas» en una vivencia de intensidad casi
alucinatoria, acompañada de todos los signos de la angustia, de la cólera o de la excitación
erótica, según el contenido de la fantasía. No puede negarse el valor analítico de estas
“fantasías provocadas”. como yo las llamo. Por una parte. proporcionan la prueba de que el
paciente, contrariamente a lo que se cree, es absolutamente capaz de estas producciones
psíquicas; por otra, nos proporciona los medios de explorar con mayor profundidad el
rechazo inconsciente.
Las fantasías que me he visto obligado a provocar de esta forma son fundamentalmente de
tres tipos:
Fantasías masturbatorias.
Una enferma pretendía ignorar los términos obscenos más corrientes que se utilizan para
designar los órganos y los procesos genitales. Yo no tenía ninguna razón para dudar de su
sinceridad, pero le hice observar que sin duda había conocido estas palabras en su
infancia, que las había rechazado en ella, y que, más tarde, a consecuencia del rechazo, no
les había prestado atención, habiendo quedado en cierto modo sorda a ellas. Luego le pedí
que emitiera las palabras y sonidos que se le ocurrían cuando pensaba en los órganos
genitales femeninos. Se presentaron una decena de palabras, todas con la primera letra
correcta, luego una que contenía la primera sílaba de la palabra buscada, seguida de otra
que ya alcanzaba la segunda sílaba. De la misma forma me fue diciendo las letras y las
silabas que componían la palabra obscena que designaba el miembro masculino y el
«comercio sexual». Estos neologismos provocados hicieron surgir en consecuencia el
material mnésico verbal que estaba rechazado, de la misma forma que el método de
ataque sorpresa, en la tentativa de asociación forzada, había descubierto unos
conocimientos conscientemente disimulados.
Esto me lleva a recordar otro caso en el que la paciente me contó una experiencia de
seducción (probablemente cierta) con innumerables variantes, tanto para despistarme y
despistarse ella misma como para desfigurar la realidad. Tuve que obligarla a menudo a
«inventar» una de esas escenas, lo cual permitía establecer cada vez algún nuevo detalle
con exactitud. Luego tuve que poner en relación estos detalles con todo su comportamiento
posterior al suceso en cuestión (cuando tenía 19 años), período en el que estuvo sufriendo
la obsesión de tener que casarse con un hombre de religión distinta; en relación también
con su conducta inmediatamente antes de su matrimonio, cuando ella afectaba un exceso
de ingenuidad; por último, con los acontecimientos de su noche de bodas, durante la cual
su marido quedó sorprendido por la ausencia de dificultades para iniciarla. Inmediatamente,
las fantasías a que acabo de aludir permitieron establecer la realidad del suceso de forma
progresiva, y la paciente se vio obligada a admitirlo ante el cúmulo de pruebas. Como
último recurso aludió a la incertidumbre de su memoria (es decir, una especie de
escepticismo), luego a la cuestión filosófica sobre la evidencia de la experiencia sensible
(rumias maníacas). «No puede afirmarse con seguridad, decía ella, que la silla que se
encuentra ahí sea verdaderamente una silla.» Le respondí que mediante esta asociación
admitía de hecho haber llevado la certidumbre de este recuerdo al nivel de una experiencia
directamente sensible y que podíamos contentarnos, ella y yo, con este grado de certeza.
Otra paciente sufría intolerables «sensaciones de tensión» al nivel de los órganos genitales;
esto duraba a menudo muchas horas durante las cuales era incapaz de trabajar y de
pensar; se veía obligada a tumbarse y a permanecer inmóvil hasta que pasaba la sensación
o, como era frecuente, hasta que se durmiera. Me afirmó formalmente que no pensaba en
nada cuando se encontraba en esta situación, que además nunca acababa con
sensaciones orgásmicas. Cuando el análisis acumuló suficiente material sobre sus objetos
de fijación infantil y cuando se dio una clara repetición a este respecto en la transferencia
sobre el médico, le comuniqué lo que suponía, no sin fundamento, a saber que en estos
estados debía fantasear inconscientemente un acto sexual, probablemente agresivo, con su
padre o con el representante actual de éste, el médico. Como no reaccionaba, la invité a
que dirigiera su atención, en cuanto se repitiera su «estado de tensión», sobre la fantasía
sugerida conscientemente por mí. Tras haber superado una fuerte resistencia, me confesó
haber conseguido la fantasía de una relación sexual no agresiva ciertamente, y haber
experimentado por fin el impulso irresistible de realizar algunos movimientos masturbatorios
con el bajo vientre, con lo que la tensión había cesado bruscamente y había experimentado
ella la sensación de un placer orgásmico. El fenómeno se repitió varias veces a
continuación. El análisis mostró que al narrar estas fantasías la paciente esperaba que el
médico las realizase. Naturalmente, el médico se contentó con poner esto en evidencia y
buscar las raíces en el pasado de la paciente. A partir de entonces, las fantasías
cambiaron: la paciente se convirtió en un hombre provisto de un órgano claramente viril; en
cuanto a mí, me transformaba en una mujer. De este modo, lo que hacía, como le expliqué,
era repetir la forma en que había reaccionado siendo niña al desdeño manifestado por su
padre, es decir, mediante una identificación con él (actitud masculina) para ser
independiente de sus favores. Esta actitud de desafío respecto a los hombres caracterizaba
desde entonces toda su vida afectiva. Existieron otras variantes: fantasías de ser
manoseada por un hombre (con un contenido claramente teñido de erotismo uretral), luego
fantasías de relaciones sexuales con su hermano mayor (al que pretendía amar menos que
al pequeño debido a su brusquedad). Por último, produjo fantasías masturbatorias
femeninas totalmente normales, llenas de devoción y unidas probablemente a la actitud
amorosa que había tenido al principio respecto a su padre. Sólo manifestó
espontáneamente una pequeña parte de sus fantasías. A partir de sus sueños y de sus
asociaciones durante la sesión. pude mostrarle la dirección en la que debía solicitar sus
experiencias inconscientes. Pero todo análisis completo debe hacer que al período «de
mandato» le siga otro «de prohibiciones»: hay que conducir al paciente al punto en que se
hace capaz de soportar las fantasías incluso sin descarga masturbatoria y de tomar
conciencia de los sentimientos y de los afectos de desagrado que van vinculados a ella
(deseo violento. cólera. venganza, etc.) sin verse obligado a convertirlos en “sentimientos
de tensión” histéricos.
Creo que estos ejemplos ilustran suficientemente la forma en que me he servido de las
“fantasías provocadas”. Debo decir ahora algunas palabras sobre las indicaciones de este
procedimiento técnico y sobre sus posibles contraindicaciones. Como toda intervención
«activa» en general, esta producción fantasiosa impuesta al paciente sólo está justificada
en el período de desprendimiento, es decir, hacia el fin del tratamiento. Añadamos, sin
embargo, que este desprendimiento nunca ocurre sin “renuncia” dolorosa, es decir, sin
actividad por parte del médico. Lo mismo puede decirse del momento en el que conviene
recurrir a esta técnica. No puede asegurarse de forma general a qué fantasías debe
empujar el analista al paciente, y es el material analítico en su conjunto quien debe decidir.
Freud ha dicho que los progresos de la técnica analítica derivarán del aumento de nuestro
saber analítico; esta fórmula mantiene todo su valor. Resulta, pues, indispensable poseer
una gran experiencia de análisis «no activos» y de fantasías «no provocadas» antes de
permitirse una intervención de este tipo -siempre arriesgada- sobre la espontaneidad de las
asociaciones del paciente. Sugestiones de fantasías mal orientadas (que pueden ocurrir a
los más experimentados) son susceptibles de prolongar inútilmente el tratamiento cuando lo
que intentan precisamente es acortarlo.
Desde el punto de vista del desarrollo del Ego, podemos explicar la pobreza de las
fantasías sexuales en el niño demasiado bien educado (y su tendencia ulterior a la
impotencia psíquica) por el hecho de que los niños sin experiencia de este orden en la
realidad están totalmente aplanados por los ideales educativos, siempre antisexuales. Los
demás, por el contrario, no se han dejado domar por la educación hasta el punto de no
poder recuperar el camino de los objetos y de los objetivos de la sexualidad infantil antes
abandonados, cuando la presión de aquélla cesa (en la pubertad). y de este modo pueden
reunir las condiciones necesarias para la normalidad psicosexual.
Próximo escrito
Ciencia que duerme, ciencia que despierta
Sandor Ferenczi / Ciencia que duerme, ciencia que despierta
Mi querido Karinthy:
No debe extrañarse de que haya sido públicamente apostrofado por mí desde mi retiro.
Incluso yo mismo estoy un tanto sorprendido, a decir verdad. Desde hace más de veinte
años había tomado la costumbre de no responder al gran número de ataques aberrantes y
contradictorios que todo tipo de individuos no iniciados (que se autodenominan
especialistas) lanzan incansablemente contra el psicoanálisis, único oficio que conozco un
poco. Pero me ha sido imposible guardar silencio cuando Ud. se ha unido a los asaltantes.
Pues incluso sin tener en cuenta la ironía (manifiesta a pesar de su carácter
indudablemente espiritual), siento como una dolorosa agresión su artículo aparecido en el
número del 23 de diciembre de Vilàg, en el que clasifica la enseñanza de Freud entre esas
“profecías macbethianas” que, aunque falsas, se transforman en realidad siempre que se
repitan lo suficiente. Pero, una vez más, no tengo intención de discutir: he comprendido
desde hace tiempo que la discusión nunca hace avanzar las cosas, porque los adversarios
no buscan la verdad sino sus respectivos puntos débiles, y sé perfectamente que apenas
es posible convencer, sino sólo convencerse. Tampoco tengo intención de contradecirle, y
lo único que pretendo es recordarle nuestro primer encuentro, hace ya mucho tiempo, y
subrayar todo lo que separa sus palabras de entonces de las de hoy.
Yo era joven todavía y acababa de publicar mis primeros escritos entusiastas sobre el
descubrimiento del sabio vienés, cuando un joven de cabellera enmarañada -usted, mi
querido Karinthy- vino a verme y me declaró que sentía la necesidad de manifestar su
simpatía por nuestros esfuerzos. Dijo que conocía dos tipos de sabio y dos tipos de ciencia.
La primera busca la verdad y se esfuerza por despertar a la humanidad somnolienta, la otra
evita por todos los medios perturbar la quietud del mundo adormilado y tiende incluso a que
repose aún más profundamente. El psicoanálisis, dijo usted, posee una facultad especial
para despertar a las gentes y trata de dar al psiquismo humano, mediante el saber, no
solamente el dominio de sí mismo, sino también el de las fuerzas orgánicas y físicas.
Pero ahora escribe usted que es preciso dejar de analizarse para estudiar preferentemente
a quienes hablan de paz, de armonía, de bienestar, y que, con ayuda de hábiles
sugestiones, incluso mediante un sueño hipnótico, introducen subrepticiamente en el
psiquismo humano sensaciones, ideas e intenciones razonables, inteligentes,
reconfortantes y dichosas.
Ya encontré anteriormente un tanto audaces sus palabras sobre el poder del sabio, pero a
partir de entonces he podido convencerme de su certeza. Reconocí en principio la facultad
de «despertador» que correspondía al psicoanálisis y no he cambiado de parecer, porque
sé que a falta de una ciencia auténtica y valiente, cualquier esfuerzo para encontrar la dicha
es inútil y a lo mas puede suscitar una ilusión pasajera. Pero usted. por el contrario, ha
perdido aparentemente la paciencia (es posible que bajo el efecto de las miserias actuales),
ya no desea más la verdad, ni la ciencia, y sólo aspira a procurar a nuestro mundo
atormentado un poco de dicha, a cualquier precio, aunque suponga el adormecimiento. En
una palabra, quisiera simplemente constatar aquí que, de nosotros dos, soy yo quien no ha
abandonado las filas de los que despiertan.
Como le he dicho, no quiero referirme a sus palabras, pero existe un argumento que no
puedo dejar sin respuesta. Dice usted que el material del psicoanálisis no lo proporciona la
realidad objetiva, sino que es producto del cerebro de su autor, Freud. Podría decirse lo
mismo de todo, comprendido el artículo titulado “Profecías macbethianas” y presentarlo
como una simple profecía macbethiana: el producto del cerebro de Frédéric Karinthy. Del
mismo modo, es preferible eliminar del arsenal dialéctico esta referencia a la subjetividad
de los autores: es un arma inutilizable porque excluye de antemano cualquier discusión.
En lo que concierne al proyecto de aportar la dicha a todos los hombres, reconozco que es
el objetivo final de cualquier ciencia y de cualquier investigación. Añado simplemente que
quien se conoce procurará mejores consejos sobre esto que quien no sabe ni siquiera algo
de sí, ni lo que puede hacerle verdaderamente feliz. El «autoanálisis» es, por lo tanto,
absolutamente preferible a la meditación estéril sobre el vacío. Imagine las consecuencias,
si una ciencia cualquiera -física, psíquica o natural- legitimara el principio de la acción sin
examen previo (es decir, sin análisis). ¿Por qué sería el psiquismo humano una cosa
sacrosanta, imposible de desmontar, que no se tiene derecho a abordar más que en su
totalidad y nunca a nivel de las partes que lo componen? ¿Y por qué quien puede dormir a
otro descartando cualquier investigación psíquica será mejor consejero que el psicoanalista
que conoce los mecanismos psíquicos hasta en sus más mínimos detalles?
Adiós, querido Karinthy, le dejo; pero si he de ser franco, no creo que este adiós sea
definitivo; algo en mi interior le dice más bien: hasta luego.
S. Ferenczi
Órganos de los sentidos: órgano para las cualidades físicas. (Las cualidades son
cantidades de otro tipo.)
2.
1) La realidad psíquica se mide aritméticamente.
6. La matemática es instinto.
7. El matemático no es necesariamente inteligente (Idiotas): vinculación específica
(introspección).
9. Sobre el problema del don para las matemáticas: El psicoanálisis de Breuer y Freud
apenas se ocupó al principio de los problemas del «don». Se interesó casi exclusivamente
en los cambios que experimenta el psiquismo humano tras el nacimiento, bajo la influencia
del medio. Se consideró durante mucho tiempo incompetente en lo relativo a la exploración
de los factores constitucionales, de las disposiciones y de las facultades innatas. Al
principio era en realidad una ciencia práctico-terapéutica que, en cuanto tal y por su
naturaleza, se preocupaba ante todo de las transformaciones de la vida psíquica adquiridas
durante la vida, que debían ser reducidas por el esfuerzo médico, mientras que no sabía
cómo tratar terapéuticamente las disposiciones innatas. Este primer período
traumático-catártico del psicoanálisis era una sana reacción contra la psiquiatría y la
psicología preanalíticas que se habían desviado completamente de la exploración de las
cualidades adquiridas en el curso de la vida y querían explicar todo lo psíquico con el
eslogan «disposición innata» y todo lo psiquiátrico con el de «degeneración».
10. La segunda gran época del psicoanálisis está vinculada al nombre de Freud y merece
ser llamada «una teoría de la libido». Allí se ha conseguido seguir por vez primera las fases
de desarrollo de un impulso, de la sexualidad, del nacimiento hasta la involución,
describiendo todas las posibles salidas y atribuyéndolas a sus causas. En este estadío, el
psicoanálisis no podía limitarse ya a lo patológico. Para comprendernos mejor, debía
ocuparse también de los fenómenos psíquicos normales, o situados en la frontera entre lo
normal y lo patológico (sueño, chiste, actos disfrazados, criminalidad) y de las producciones
del alma popular (mitos, cuentos, religión, formación de la lengua), así como del arte, de la
filosofía, de la ciencia, y de las condiciones en las que tales manifestaciones de la vida
psíquica se forman. Pero sólo tras haber arrojado un puente sobre estas grandes lagunas
en la ciencia del desarrollo psíquico postnatal mediante el saber analítico, podía el
psicoanálisis, e incluso debía, ampliar también la concatenación de las causas a lo innato, a
lo constitucional, y ahora ya con una mejor perspectiva que presagiaba un resultado
científico. El material hallado le obligó -al principio un poco unilateralmente sin duda- a la
exploración de las constituciones sexuales y de sus modos de formación, pero también
pudo aclararse un poco la fuente de otras aptitudes y dones de carácter no sexual.
11. La tercera fase del psicoanálisis de Freud -floreciente aún hoy- se caracteriza por la
metapsicología, esta construcción única en su género que, sin obtener el menor apoyo de
la anatomía, de la histología, de la química y de la física de la sustancia nerviosa, intenta
adivinar y establecer, basándose exclusiva mente en el análisis psíquico, las relaciones
tópicas, dinámicas y económicas a las que está sometida toda la vida psíquica, y los
diferentes actos psíquicos normales y anormales. Además, se ha compensado más tarde el
carácter unilateral del material psicoanalítico mediante la creación de una psicología del Yo,
sobre la base de las enfermedades específicas del Yo, y se ha establecido el paralelo
biogenético al nivel de lo psíquico.
Es previsible que esta orientación del desarrollo del psicoanálisis, que toma en
consideración tanto el factor hereditario como los factores formales y cuantitativos, va a
hacer avanzar también el estudio de los diferentes «dones» que hasta ahora habían sido
considerados como una disposición anatómica, más o menos imprecisa por esencia. Sin
embargo las investigaciones relativas a este problema aún no se han efectuado. Como
prólogo a este artículo presento un resumen rápido sobre la posición que el «don» psíquico
ocupa en la teoría psicoanalítica para mostrar de alguna forma la poca base sobre la que
habría que edificar la investigación relativa a un don particular y los diferentes puntos de
apoyo, a menudo completamente heterogéneos, de los que habría que servirse para esta
edificación. Las influencias pos-natales activadoras e inhibidoras, los factores
constitucionales del Yo y de la sexualidad, así como las consideraciones metapsicológicas
debieran orientarse todas en el mismo sentido para determinar un don particular.
12. Pero la base sobre la que podríamos edificar tal construcción sería, como ya se ha
dicho, demasiado pequeña y toda la construcción sería demasiado inestable e insegura
para que pudiéramos abordar una investigación sistemática con alguna perspectiva de
éxito. Por lo tanto vamos a contentarnos tratando de ver si, armados con los instrumentos
del conocimiento psicoanalítico, podemos acercar a nuestra comprensión un don particular,
el de las matemáticas.
13.
1. Aritmética = física.
Aritmética= Física
Álgebra= Fisiología
No objetivo.
Cálculo con unidades más elevadas (que como tales son condensaciones).
Cuando en lugar de seguir cada vez el cálculo con los dedos se pone una cifra como
símbolo en lugar de una asociación de cifras, se economiza bastante gasto psíquico.
17. La fusión de gran número de impresiones aisladas del mundo exterior en una unidad y
la conexión de ésta a un símbolo es un fenómeno fundamental del ámbito psíquico. En el
inconsciente, las fusiones se producen (proceso primario) según el principio de la
similaridad (en particular de la similaridad de tonalidad del placer); en el preconsciente
según el de la identidad o el de la equivalencia (principio de realidad).
19.
1) Matemático: autopercepción mediante el proceso metapsicológico del pensar y del
actuar.
2) Pensador: autorización para la acción a título de ensayo «con desplazamiento de
cantidades mínimas».
El pensador: tiene el sentido de lo que surge del fondo del proceso de excitación.
El hombre de acción: no tiene ningún interés por ello. (Descripción de ambos tipos.)
24.
1) Las percepciones sensoriales actúan como un proceso de filtrado, unifican la impresión
de las influencias similares del mundo exterior en una unidad algebraica.
Una impresión de conjunto en la que se reúnen los elementos aislados. A partir del caos de
los movimientos del mundo exterior las diferentes clases de excitación se descomponen de
este modo (es ya una abstracción).
2) Estas percepciones sensoriales simples quedarán resumidas en una unidad algebraica
superior: el símbolo; todo lo que es similar conectado con un factor común superior.
25.
El psicólogo es, en definitiva, un autoobservador (?)+el objeto, «oscila» entre introspección
y observación del objeto.
26.
La inhibición como principio de acción es también válida en el juego de la máquina de
calcular (dispositivo de protección contra las excitaciones).
27.
Utraquismo.
Una visión del mundo lo menos errónea posible exige una actitud utraquista (oscilante entre
la introspección y la observación del objeto) a partir de la cual puede construirse una
realidad fiable.
28.
El lógico puro es el matemático que se oculta en el fondo de los psicólogos. Sólo tiene
interés por el aspecto formal del preconsciente y lo proyecta en el mundo exterior.
El psicólogo no debe ser pues un matemático del psiquismo sino que debe conceder un
terreno adecuado a los contenidos del psiquismo (en el fondo ilógicos y determinados por
los impulsos).
30. Los órganos de los sentidos son mejores matemáticos que el inconsciente (más
impersonales). El preconsciente intenta reparar los errores de cálculo cometidos por el
inconsciente regido por el principio de placer.
Los cuerpos insensibles son los más reales de los órganos calculadores (fotografía,
expresionismo).
31. Filtro.
Los procesos de excitación provocados por los estímulos fisiológicos y psicológicos deben,
ante la presencia de este mecanismo, sufrir cada vez un nuevo filtrado, es decir ser
cribados y clasificados según las cantidades. (Filtro de luz de las fotografías en color: 1)
descomposición: 2) síntesis.)
Filtrado progresivo:
Excitaciones sensoriales.
32. La «representación» será entonces una función que intenta condensar en una unidad
(representación) estas impresiones descompuestas en sus elementos.
35. La matemática es una proyección de órganos, psíquica, igual que la mecánica parece
ser una proyección de órganos, fisiológica.
Del mismo modo la música es una proyección al exterior de los procesos metapsicológicos,
que acompañan a los procesos de la afectividad y del humor: el rasgo común del músico y
del matemático es una semejante actitud para la autoobservación sutil.
36. Los órganos de los sentidos son dispositivos de filtrado para catalizar cualquier
impresión a partir del mundo exterior caótico. La primera selección se realiza según
determinadas diferencias particularmente llamativas en los órganos de los sentidos,
quienes con ayuda de su dispositivo especial de protección contra las excitaciones eliminan
todas las excitaciones excepto algunas a las que son sensibles (la vista, el olfato, el oído).
39. El matemático es un hombre que tiene una autopercepción muy sutil para estos
procesos de condensación. es decir para lo que es formal, el fenómeno «funcional» en el
sentido de Silberer: pero parece desgastarse por aquí hasta tal extremo que apenas le
queda energía psíquica para ejecutar sus acciones. Al contrario de lo que ocurre con el
hombre de acción orientado en un sentido manifiestamente más objetivo.
A fin de cuentas, el inconsciente no se halla fuera del tiempo sino mucho menos
dependiente de la cronología que el preconsciente. (Recuerdos simultáneos tienen.
«Ceteris paribus», también aquí, más posibilidades de vincularse y condensarse
asociativamente.)
42. El matemático parece tener una autopercepción fina para los procesos de
metapsíquica (y también probablemente de física) y halla las fórmulas para los modelos de
condensación y de descomposición en lo psíquico, pero los proyecta en el mundo exterior y
cree haber tenido gran sagacidad después de esta experiencia. Contra este último punto
habla la naturaleza eminentemente intuitiva del don matemático. y su vinculación con el
hecho de dar la espalda a la realidad, incluso con cierta imbecilidad.
43. Es destacable que estas fórmulas demuestran ser válidas también en el mundo físico
en tanto que matemática aplicada (técnica). Es un argumento en favor de «monismo» del
universo, al menos de lo metafísico con lo físico.
44. Una pregunta: ¿es la matemática una abstracción a partir de la experiencia del mundo
exterior o bien un saber a priori?
En otros términos: ¿es la matemática una percepción interna o externa? (Hasta ahora. el
saber matemático ha sido comprendido como abstracción (¿inducción?) a partir de la
experiencia del mundo exterior). Se trata aquí de una tentativa de atribuir el saber
matemático a la abstracción y a la (auto)-percepción interna.
45. No es improbable que hayamos tratado el trabajo de filtrado del aparato sensorial
como el modelo de lo que ocurre en un ámbito psíquico superior, en el inconsciente. La
clasificación. según determinadas categorías, caracteriza todo el sistema mnésico, en el
cual, según Freud, se deja descomponer el inconsciente.
Lo que Freud llama una nueva «traducción» por medio del preconsciente sería sólo un
filtrado más reciente sobre la base del principio de equivalencia o de identidad (sentido de
realidad). Eliminación de lo que es diferente aunque eventualmente se parezca por la
tonalidad del placer (o de cualquiera otra manera): Lógica.
El consciente no es por otra parte un sistema, sino un acto psíquico particular (?).
Sandor Ferenczi / Ciencia que duerme, ciencia que despierta / Paranoia (hacia
1922)
Paranoia (hacia 1922)
Paranoia (hacia 1922)
Sandor Ferenczi / Ciencia que duerme, ciencia que despierta / Combate del
paranoico contra el testimonio de los órganos de los sentidos y de los
recuerdos
Combate del paranoico contra el testimonio de los órganos de los sentidos y de los
recuerdos
Combate del paranoico contra el testimonio de los
órganos de los sentidos y de los recuerdos
Lo que se ama es recogido por el Yo (Introyección), pues en el fondo no puede amarse otra
cosa que a uno mismo. Cuando se pasa al amor de objeto, se introyecta (se subjetiviza) la
percepción objetiva. Lo que uno no ama (lo malo, lo pérfido, lo que no obedece) es
rechazado del consciente por una de las vías disponibles (rechazo o proyección). En la
paranoia, los órganos de los sentidos corrigen durante cierto tiempo las ideas de
persecución que al principio son imprecisas y sin objeto. Sin embargo, las percepciones de
los sentidos y los recuerdos sucumben pronto al conectar los sentimientos de persecución
con los objetos apropiados (ilusiones, alucinaciones, equivocaciones del recuerdo, etc.). El
paranoico proyecta «sobre la base de la mínima exigencia etiológica».
Las falsificaciones alucinatorias del paranoico son confirmaciones de su idea delirante, las
cuales realizan sus deseos de manera parecida al sueño. Constituyen la victoria del deseo
proyectado sobre el testimonio de los órganos de los sentidos. La sensación de ser
observado cuando se llevan vestidos nuevos es exhibicionismo proyectado. (Habría que ver
si esta sensación es la misma frente a los dos sexos.)
Sandor Ferenczi / Ciencia que duerme, ciencia que despierta / Analogías entre
sueño y paranoia
Analogías entre sueño y paranoia
Analogías entre sueño y paranoia
En el sueño somos como los erotómanos: toda mujer nos ama: 1º porque en realidad
estamos insatisfechos; 2º porque las odiamos.
No atribuí a esta circunstancia gran importancia hasta que la mujer del enfermo describió
esta misma sensación, en términos casi idénticos (ser observada de forma exagerada por
los hombres).
Pensé entonces que también allí se hallaba en juego una proyección, incluso una especie
de erotomanía pasajera. No podemos alcanzar la satisfacción sexual más que a intervalos
bastante grandes: de aquí la gran diferencia de nivel en el sentimiento heterosexual antes y
después de la satisfacción. La falta repentina de interés por el otro sexo, se proyecta sobre
las mujeres en forma de sentimiento de ser observado con mirada erótica: ella, lo hacía
sobre los hombres, quienes de momento le interesaban muy poco.
El sentimiento de falta de interés por el otro sexo es tan difícil de soportar que se le expulsa
del Yo sobrecompensándolo arbitrariamente. Motivo: primero. la vanidad;. Segundo, una
especie de continuismo que no admite la existencia de tales fluctuaciones en la vida
afectiva. (Analogía en la paranoia: delirios de celos cuando se enfría el interés. Motivo:
querer atenerse a la fidelidad conyugal.)
Sandor Ferenczi / Ciencia que duerme, ciencia que despierta / Sobre la técnica
de análisis de los paranoicos
Sobre la técnica de análisis de los paranoicos
Sobre la técnica de análisis de los paranoicos
3.Puede obtenerse una cierta transferencia mediante algún truco (en particular elogios
sobre la inteligencia). Todo paranoico es megalómano.
4.El paranoico realiza siempre la mejor interpretación de sus sueños. En general los
interpreta muy bien (carece de censura).
5.Es difícil conducirlo mediante la discusión a más de lo que él mismo quiera. Pero
condesciende, si está de buen humor, al juego con las ideas que le vienen (de este modo
concibe el análisis). Lo más importante se averigua en el transcurso de estas tentativas,
pero no es fácil saber a qué atribuirlo. Si se advierte que empieza a sentirse herido, debe
dejársele asociar ,de nuevo según su método.
Queridos colegas:
Suele ser habitual que la mayor parte de las conferencias comiencen con excusas: en la
introducción a mi exposición de hoy deben figurar muchas. La ciudad de Viena es la Atenas
del psicoanálisis: ¿por qué entonces traer del país vecino una lechuza psicoanalítica? Para
aclarar este tema tendríamos que recurrir al proverbio latino de que “nadie es profeta en su
tierra”. En cualquier caso me tranquilizaré pensando y diciendo que se trata aquí de un
intercambio de profetas.
Hace más de un año fui invitado a participar en una discusión criminológica parecida. Se
desarrolló en Nueva York, donde los más eminentes psiquiatras y juristas -asustados por el
incremento de lo que se llama “Crime-Wave» convocaron, bajo la dirección de uno de
nuestros célebres colegas una asamblea restringida para decidir lo más rápidamente
posible sobre esta importante cuestión. Las personas presentes eran unas veinticinco y
cada cual tenía algo importante que decir. El psiquiatra que realizó la introducción expuso
un panorama sombrío, pero aclarador por su lucidez, sobre las circunstancias actuales y las
relaciones entre criminalidad y enfermedades mentales. Un representante del «Movimiento
para la salud mental» nos informó de que las tentativas para atajar la criminalidad mediante
una educación apropiada de los padres, los profesores, y las personalidades dirigentes de
la opinión pública había sido ya coronada por cierto éxito. Un eminente profesor
universitario, que tenía la suerte de disponer de un presupuesto económico concedido por
una de las célebres y ricas Fundaciones Americanas, nos contó que su organización había
movilizado ya un pequeño ejército de médicos, encargados de reunir datos precisos de
estadística médico-psicológica sobre los reclusos en algunas grandes instituciones
penitenciarias: también este colega se mostró bastante optimista sobre el porvenir de su
labor.
Confieso que durante este año no he tenido conocimiento de algo que me obligue a
modificar mi opinión de entonces. Creo que el psicoanálisis, ya antes, y sobre todo estos
últimos años, ha hallado importantes elementos constructivos para una futura psicología de
la criminalidad; sin embargo, estas contribuciones son casi sin excepción de naturaleza
puramente teórica y están lejos de poder prestar un elemento eficiente al legislador o al
jurista en ejercicio.
Con gran rapidez se han tergiversado algunos consejos prácticos venidos del psicoanálisis.
Sin duda todos ustedes recuerdan las tentativas realizadas en Alemania y en Suiza,
basadas en la experiencia asociativa de Bleuler y Jung. para establecer la culpabilidad o la
inocencia del acusado con ayuda de lo que se llama los índices reveladores de los
complejos, es decir la longitud sorprendente del tiempo de reacción o la extravagancia de la
respuesta. Tampoco seguramente ignorarán que la crítica teórica de estas tentativas por
parte de Freud ha dificultado la aplicación práctica de tal procedimiento. La experiencia
asociativa realizada con cronómetro para hallar hasta las décimas de segundo no
proporciona más datos sobre el estado psíquico del acusado que la observación analítica
habitual. El efecto de choque, inherente a la experiencia, podría conducir a resultados que
provocaran errores judiciales: por ejemplo quien sepa algo del acto criminal en cuestión y
haya sido convocado como testigo puede atraer sobre él la sospecha de ser el autor si es
sorprendido de improviso. Sólo se alcanza un pequeño grado más en la apariencia de
exactitud cuando se pretende controlar el resultado de las experiencias asociativas
conectando al mismo tiempo un aparato que anota lo que se llaman curvas de los reflejos
psicogalvánicos.
En un reciente caso de pena capital. nuestro colega berlinés ha conseguido aclarar a los
tribunales los motivos inconscientes del acto cometido y con ello ha obtenido una disculpa
parcial del criminal. Nuestro colega se deja llevar por un cierto optimismo respecto a este
tipo de aplicación del psicoanálisis en los asuntos penales aún en curso. Personalmente no
puedo aprobar de momento esta forma de actuar. Por el contrario repito la opinión
anteriormente expresada. en el sentido de que nuestro método no es aplicable a los casos
que se encuentran aún sub judice. En la práctica neurológica sólo nos tropezamos con
pacientes que desean ardientemente decirnos la verdad, pues saben que no podrán
curarse si no son totalmente sinceros cuando nos comunican sus pensamientos y la historia
de su vida. Lo mismo podemos pensar de quienes vienen al análisis, no sólo como
enfermos, sino como alumnos. Todos saben que transgredir la norma de la sinceridad haría
inútil el gasto de tiempo, de esfuerzo y de dinero. ¿Pero cómo podríamos esperar que el
presunto autor de un acto criminal nos comunique, sin deformarlos, los pensamientos que
tiene, cuando la confesión de la falta acarrearía seguramente la condena? Nuestro actual
ordenamiento penal respeta el derecho del acusado a decir y hacer todo en su defensa, así
como a ocultar lo que pudiera perjudicarle. Durante la instrucción del caso o los debates no
puede apenas tomarse en consideración un método que apoya sus conclusiones en las
declaraciones del acusado, teniendo fe en su veracidad. En un porvenir lejano entrevemos
la posibilidad, aún utópica, de que en el juzgado y en la sociedad humana en general reine
una atmósfera benevolente, incluso afectuosa, hasta con los criminales; atmósfera en la
cual el culpable, como un niño arrepentido ante la justa autoridad, confesará todo por si
mismo, tomará conciencia y aplicará las medidas, que podrían denominarse
criminoterapéuticas, que le sean impuestas, con la esperanza de curación y el sentimiento
del perdón concedido. No necesito decirles lo lejos que estamos de este objetivo; pero,
justamente en su ciudad, existe un excelente conocedor del psiquismo infantil, August
Aichhorn, formado en el análisis, que ha conseguido crear una atmósfera de este tipo en el
ámbito restringido de los niños de esta ciudad abandonados y confiados luego a su
cuidado. Ha conseguido poner en marcha una criminoterapia generosa que ya ha
certificado, por una parte gracias al tratamiento analítico de los niños predelincuentes o ya
delincuentes, y por otra haciendo participar a los maestros y a los padres de esos niños
abandonados. Tales ejemplos nos autorizan a ser algo menos pesimistas respecto al
porvenir, pero la ayuda práctica que podemos aportar a la criminología será más bien la de
poner a su disposición todas nuestras armas teóricas.
Necesitamos insistir una vez más sobre una de las principales dificultades de la enseñanza
del psicoanálisis. Puede tenerse la idea al escuchar estas conferencias. o a través de
lecturas asiduas, de lo que los psicoanalistas sabemos sobre el contenido y el modo de
acción de la parte inconsciente del psiquismo. Pero no puede uno convencerse de la
verdadera existencia de este Inconsciente, de su importancia en la vida psíquica y de la
manera en que la personalidad se transforma, más que sometiéndose primero uno mismo
al análisis. Este trabajo preparatorio no debe ser un auto-análisis, sino que debe
desarrollarse por quien haya recibido previamente una formación analítica. Pero el
resultado merece la pena, porque el descubrimiento de los delincuentes de nuestra propia
vida psíquica, de los que ninguno estamos exentos, nos permite percibir el Inconsciente de
nuestros semejantes y utilizar correctamente los conocimientos obtenidos. Tal exigencia
nos parece desmesurada porque en materia de psicología podríamos decir que poseemos
la ciencia infusa. Tras los descubrimientos de Freud hemos debido aprender a curar la
herida narcisista utilizando lecciones dadas desde el exterior incluso en lo que concierne a
nuestro núcleo más personal. Siendo tal la condición de un saber sobre el Inconsciente,
quien osa ejercer, como médico, profesor o juez, una influencia práctica sobre el destino de
los hombres y quiere evitarse el reproche de superficialidad, no puede sustraerse a la
necesidad de ser analizado.
La primera labor del psicoanálisis sería pues la de dar una formación analítica a los
especialistas. Como contrapartida, exigiríamos a las autoridades que nos enviaran los
documentos de las prisiones para que pudiéramos estudiar el caso de los criminales ya
condenados y que hubieran hecho confesiones. Creemos que tales estudios, orientados
psicoanalíticamente bajo la dirección más metódica y unitaria posible, proporcionarían no
sólo ricos archivos para una crimino-psicología futura, sino también permitirían curar a
quien resultara objeto de tales estudios.
Hasta que no hayan concluido los estudios crimino-analíticos, antes aludidos, no sabremos
si la criminalidad pertenece al ámbito neurótico ni si podrá ser explicada sin recurrir a los
mecanismos neuróticos. Según mi hipótesis, no hay una solución única a este problema. El
hecho de cometer un acto criminal no es ciertamente un signo claro de la existencia de una
neurosis: existen innumerables condiciones que pueden impulsar a un ser, incluso el mas
sano, a cometer un acto reprobado por antisocial. Pero en lo relativo a los casos que
conocemos como neuróticos, se trata de saber si la criminalidad representa un tipo
particular de neurosis o si constituye sólo una forma más dañina de los síndromes
neuróticos que ya conocemos.
Sobre este punto debo informarles de que el profesor Freud ha conseguido ya aislar un tipo
particular de criminales: son los llamados criminales por sentimiento de culpabilidad.
Constató que se daban casos en los que preexistía el sentimiento de culpabilidad, mientras
que el acto propiamente delictivo estaba revestido de oscuras concomitancias consistentes
en evacuar, de una u otra forma, la tensión procedente de esa conciencia atormentada. y al
mismo tiempo, con su ayuda, conseguir acallar la tortura interna precedente mediante un
castigo exterior.
Hablaba antes de un sadismo del Super-Yo; esto quiere decir que según la concepción
psicoanalítica, la moralidad no interviene en nuestra maquinaria psíquica como un deus ex
maquna, sino como una formación reactiva contra nuestras nociones impulsivas propias; en
otros términos: el psicoanálisis da la razón a esas gentes piadosas que aseguran que
somos todos unos pobres pecadores. La única diferencia entre nosotros y los criminales
estriba en que por una de las razones evocadas constantemente, ellos carecen de la
facultad de controlar sus tendencias egoístas. Cuanto más fuerte es la constitución
impulsiva o criminal, más rigurosa debe ser la moralidad, y puede comprenderse que la
autoobservación insistente y el control de sí degeneran en este caso en una tendencia
exagerada al autocastigo. Del mismo modo, la tendencia exagerada a descubrir actos
criminales en los demás, se interpreta, en último término, como una protección contra sus
propios impulsos, incluso como un deseo de apartar los malos ejemplos que pudieran
inducirnos a tentaciones.
Freud ha abierto un nuevo enfoque para la comprensión de los actos impulsivos sádicos, y
también del sadismo dirigido contra si mismo, al intentar establecer los fundamentos de una
teoría psicoanalítica de los impulsos. Prosiguiendo hasta su término un razonamiento para
mí fundamental, Freud ha tenido que admitir, como se sabe, que el motivo clave en todas
las manifestaciones del psiquismo e incluso del cuerpo, era el principio de placer, es decir
la huida ante el desagrado y la búsqueda del placer. El objetivo de todo acto impulsivo es
pues el apaciguamiento y el término de todos los actos impulsivos; el objetivo final es
posiblemente la muerte. Tal apaciguamiento puede desarrollarse por dos caminos: el
directo, a través de la muerte, destruyendo todo trabajo vital penoso y destructivo; el otro
consiste en la adaptación a las dificultades del mundo circundante. Los impulsos de vida
están al servicio de la adaptación, y los impulsos de muerte, tienden constantemente hacia
la regresión a lo inorgánico. Ahora bien, Freud cree que los componentes impulsivos
sádicos son impulsos de autodestrucción, dirigidos hacia el exterior y que se han
transformado en agresivos. En el crimen y en cl suicidio, estas fuerzas destructivas que
normalmente están domadas y dirigidas hacia la actividad social y hacia el dominio de las
manifestaciones sexuales, consiguen hallar su modo de expresión elemental y directo. Las
investigaciones que podemos hacer en todas estas formas de neurosis, refiriéndonos a
casos individuales, arrojarán pronto la luz necesaria para comprender las condiciones en
las que estos impulsos perjudiciales se desencadenan y desembocan en actos criminales.
El conocimiento del destino de estos impulsos permitirá posiblemente también averiguar la
profilaxis educativa de la criminalidad y conducir los impulsos dañinos a los cauces de la
sublimación.
Para dilucidar esta aparente contradicción he de recurrir a las enseñanzas que hemos
deducido de un capítulo especial de la práctica analítica. Deseo hablar de la explicación
analítica de todos los desaciertos de la actividad intelectual y corporal, explicación que
Freud ofrece con tantos ejemplos en su libro Psicopatología de la vida cotidiana. Los
lapsus, olvidos, dudas y equivocaciones, debidos en apariencia al azar, así como gran parte
de nuestros errores y actos frustrados complejos, aparecen determinados por nuestra
voluntad, más exactamente por representaciones inconscientes de la voluntad, si los
examinamos mediante la técnica psicoanalítica. Durante una cura psicoanalítica. el paciente
o el discípulo debe aprender a ampliar su responsabilidad a estas tendencias inconscientes,
llegando gracias a esta responsabilidad ampliada a dominar muchos actos involuntarios
considerados hasta entonces como fatal necesidad. De ello se sigue que el psicoanálisis no
sólo conoce la responsabilidad, sino que le atribuye además una capacidad hasta ahora
insospechada.
Quisiera indicar brevemente dos campos en los que el psicoanálisis ha puesto en evidencia
la dedicación del sentido de la responsabilidad en determinadas circunstancias. Se trata de
los fenómenos del psiquismo de las muchedumbres, y del placer artístico colectivo. El
hombre se vuelve como un niño en medio de la muchedumbre, se siente irresponsable de
acciones que corresponden exclusivamente al jefe, revestido de una potencia casi paterna.
El artista es capaz, como por arte de prestidigitación, de atraer el interés estético de las
muchedumbres todo lo bien y con toda la fuerza de que ellas son capaces, sin tormentos
de conciencia, y sin abandonarse en el Inconsciente al placer de emociones normalmente
prohibidas. Los movimientos de masas, por ejemplo las guerras y las revoluciones,
proporcionan al psicoanálisis la triste satisfacción de demostrar ad oculos lo que siempre
había afirmado: la existencia de tendencias criminales rechazadas en la vida psíquica.
Creo que ya están ustedes cansados de tanta teoría. Afortunadamente recuerdo que he
olvidado mencionar una fuente analítica no despreciable de experiencia práctica
criminológica. a saber: las observaciones recogidas durante nuestros análisis sobre los
delitos o los actos reprensibles efectivamente cometidos. Permítanme que termine mi
conferencia refiriendo un fragmento de tal análisis. Se trata de un médico que efectuaba
una curación en un análisis didáctico. Como no disponía de un síntoma propiamente
neurótico, su análisis consistía principalmente en la reconstitución de la psicogénesis de su
carácter. Él estaba muy orgulloso de tal carácter.
Formaba parte de quienes se envanecen por su fanatismo de la verdad. Era, entre otras
cosas, un experto jurista y colaboraba permanentemente en una revista médica que se
distinguía por ser una celosa guardiana de la moral profesional de los médicos. Su ideal
estaba representado por el redactor jefe de esta revista quien, como en un intento punitivo,
condenaba a muerte cualquier falso intento de cientificidad, cualquier reclamo ilícito,
cualquier descuido o deshonestidad financiera. El objetivo supremo a que aspiraba este
joven colega era el heredar un día la elevada posición médico-jurídica y el lápiz rojo de
redactor-jefe que ostentaba ahora su amigo. Cuando vino al análisis su satisfacción ya
estaba algo deteriorada por el auto-análisis. Este pequeño ejemplo puede probarlo: varios
años antes de su análisis, apareció un día en una revista médica contraria un comentario
irónico donde se refería que un joven colega, que se distinguía por estar a la caza de los
fanáticos de la publicidad, habría dejado olvidada en un libro muy solicitado de la biblioteca
médica, una carta dirigida a él para que todo el mundo supiera que un importante cargo de
la Justicia le había consultado. Nuestro colega, al que llamaremos provisionalmente doctor
X. se rascó la cabeza, pues en realidad le correspondió a él este honor de forma bastante
inesperada; y efectivamente la carta había desaparecido. Consciente de su inocencia,
atacó enérgicamente al colega burlón; se llegó a una querella de prensa, encarnizada, en la
cual casi todo el mundo estaba de su parte, porque se conocía su carácter especialmente
irreprochable. Pero durante su autoanálisis pidió perdón con el pensamiento a su satírico
colega. Poco a poco fue admitiendo la posibilidad de que su Inconsciente hubiera podido
dejar, sin darse cuenta él, esa carta en el libro tan solicitado. Recordó que en aquella época
se hallaba injustamente olvidado, relegado a un segundo plano, y que esta carta fue para él
importante, como si se tratara de un rayo de esperanza. Podía elaborar una clientela más
elegante, y así sucesivamente. Después en el análisis didáctico, apareció el recuerdo de
todos los delitos infantiles grandes y pequeños, guardados como profundos secretos y más
tarde olvidados. Pero el recuerdo de los sucesos posteriores tuvo un efecto transformador:
al día siguiente de la muerte de su padre idolatrado -tenía él entonces quince años- no
pudo resistir la tentación de apoderarse de la ampolla de éter que había servido para
reanimar a su padre moribundo, se encerró en un lugar apartado y prendió fuego al éter lo
que hubiera podido fácilmente causar un incendio. Él era perfectamente consciente del
carácter blasfemo y prohibido de su acto. Recordó ahora los latidos del corazón, casi
audibles, que le causó esta acción monstruosa. La reacción fue de contrición e hizo voto de
guardar el recuerdo de su padre obligándose a pensar en él, al menos una vez al día,
durante toda su vida. En el desarrollo ulterior del análisis. logró una reconstrucción más
segura de la base impulsiva, aún más profunda, de esta irrupción traumática en el curso de
los acontecimientos del conflicto edipiano. La inmortal rivalidad con el padre era el motivo
por el cual había encendido este fuego triunfal, cuando él murió. Vemos pues que el
carácter maravilloso, y estricto, fue construido aquí corno compensación, e incluso como
supercompensación, sobre una base impulsiva de la. infancia. No mantendré ya más el
secreto de que este doctor X no era otro que yo mismo, y no dudo de que, tras las
cualidades de las que yo me sentía tan orgulloso, hubiera podido desarrollarse en
circunstancias desfavorables, un incendiario blasfemo. El destino generoso se contentó con
hacer de mi un analista. ¿Qué parte de sublimación triunfó? Ustedes decidirán.
Una última precisión aún. Almas ingenuas, que no comprenden en absoluto la técnica
analítica, ponen a la humanidad en guardia contra los peligros del psicoanálisis. El análisis,
dicen, libera los impulsos, arrojándolos sobre la humanidad. La debilidad de tales
afirmaciones ha sido demostrada muchas veces; es posible que ustedes hayan extraído de
mi conferencia la impresión de que el psicoanálisis, como cualquier saber algo más
profundo, es más apto para la inhibición de las pasiones que para su gobierno.
Ciertamente, combate el celo sádico del Super-Yo, pero está muy lejos de escapar al
dominio incontrolado de los impulsos.
Constituye para mí una enorme alegría y un gran honor el poder hablar de psicoanálisis en
la capital española ante una concurrencia tan distinguida. Tengo la impresión de contribuir
de este modo a pagar una parte de la deuda que nosotros, los hombres de la Europa
Central, tenemos con el genio hispánico, debido al enorme placer que nos ha procurado su
arte y su literatura. Sin embargo, es cierto que lo que voy a decirles no es para ustedes
totalmente nuevo. La excelente traducción que debemos al entusiasmo y al celo de M.
López Ballesteros les ha permitido leer las obras de Freud, el gran maestro dc esta ciencia,
en una edición casi completa. Así que hoy abordaré más bien algunos problemas prácticos.
Temo que me pregunten con inquietud si el futuro analista debe llegar a la neurosis, a la
enfermedad mental, a ser un criminal o un niño para comprender y cuidar a tales sujetos.
Lamento tener que responder afirmativamente, pero añado también que no hay que ver en
ello una corrupción de las psiquis por el análisis. Pues uno de los extraordinarios
descubrimientos del psicoanálisis es la supervivencia en nosotros, en estado rechazado, de
los diversos modos de reacción infantiles y primitivos de la psiquis, como los anillos de un
tronco de árbol bajo la corteza, que el psicoanálisis puede traer a la conciencia. Es
suficiente con que evoquen las alucinaciones confusas, y a menudo amorales, de sus
propios sueños, para convencerse que a veces sienten y piensan como enfermos mentales:
determinadas formas atenuadas de angustia o de compulsiones, que se encuentran en casi
todo el mundo y que pasan en general desapercibidas, tienen el mismo origen y la misma
naturaleza que los síntomas neuróticos; ¿quién puede afirmar no haberse sorprendido
nunca durante un sueño, con pensamientos que si se convirtieran en actos le hubieran
colocado entre los criminales? Si ustedes preguntan en qué se diferencia un ciudadano
honorable de un criminal, yo podría responderles: en que puede dominar perfectamente sus
impulsos primitivos. En cuanto al carácter infantil. ¿no es cierto que si dejamos caer la
máscara de los convencionalismos, surgen inmediatamente nuestra ingenuidad infantil,
nuestro humor lúdico, nuestra crueldad infantil y nuestro salvajismo? El método
psicoanalítico ayuda al futuro analista a descubrir al máximo y a dominar el inconsciente.
Para llegar a ello nuestro principal método es la asociación libre: la expresión, sin selección
propia, de todas las ideas, mociones, e impulsos intelectuales a los que en general no
concedemos ninguna atención y que nunca hemos comunicado a otro. El analista o el
pedagogo-analista, no inhibido por sus propios conflictos, hace surgir mediante el material
asociativo la parte olvidada del pasado que yace en el lecho de la psiquis, como la Atlántida
en el fondo de los océanos, para volverla a la superficie. La interpretación de los sueños de
Freud, un auténtico trabajo de artista, proporciona un medio complementario para colmar
las lagunas de la memoria.
Podrán preguntarme ahora si no es posible realizar este trabajo en solitario, sin guía. En
realidad es posible pero sólo hasta un punto dado: el valor del autoanálisis no puede
compararse al del trabajo hecho con ayuda de otro. Y sabemos por qué. El rechazo, que
provoca la amnesia infantil, es un síntoma social: la reacción del individuo a las medidas
educativas del entorno. Sólo una versión revisada y corregida de esta educación, es decir
un complemento de educación, puede ayudar a descubrir y a reparar los errores educativos
que no han podido evitarse en la primera etapa. Durante la transferencia, el sujeto
analizado se esfuerza en lanzar sobre la persona del analista todos los sentimientos de
amor y de odio: el fenómeno de la transferencia existe en todas las relaciones, incluso las
no analíticas, como por ejemplo la ansiedad entre maestro y discípulo o entre médico y
enfermo, pero nunca se le ha prestado la atención que merece. En el autoanálisis, sólo
puede superarse en cierta medida la resistencia, es decir el disgusto en admitir las
verdades desagradables. Para vencerla es necesario que alguien asista al analizando, con
firmeza y tacto. Tras haber elaborado las asociaciones, y aprovechado al máximo la
transferencia, desvelando y reduciendo las tendencias a la resistencia, hay que liberar al
candidato a analista de la relación personal que le vincula a nosotros, es decir conviene
hacerlo independiente: esta medida nunca se practica en las restantes formas de
psicoterapia (hipnosis. sugestión).
Como ven, este método de formación recuerda la formación profesional del artesano. El
aprendiz debe primero apropiarse de la habilidad del maestro, y sufrir su influencia
educativa; cuando progresa aunque siga estando vigilado y controlado, puede tratar de
hacer un trabajo independiente.
En la formación analítica esta segunda etapa está representada por el análisis llamado
«bajo control». Al discípulo se le confían algunos análisis; trabaja solo pero periódicamente
da cuenta de su trabajo a su formador, que puede llamar su atención sobre eventuales
errores técnicos y aconsejarle en cuanto a la forma de llevar la cura. El control prosigue
hasta el momento en que el discípulo es capaz de trabajar solo. Durante este período de
acompañamiento debe también adquirir un saber teórico mediante la lectura de las obras
en que Freud y sus discípulos han consignado los resultados ya obtenidos.
Ahora les indicaré dónde se encuentran las escuelas que ofrecen este triple programa de
formación y permiten obtener el título de maestro. Hace dieciocho años se constituyó por
iniciativa mía. la Asociación Internacional de Psicoanálisis; agrupa a quienes se interesan
por el psicoanálisis y tratan de preservar lo más posible la pureza del psicoanálisis según
Freud. y de desarrollarlo como una disciplina aparte. Al fundar esta Asociación, tomé como
principio el no admitir en ella más que a quienes se adhieran a las tesis fundamentales del
psicoanálisis (hoy el análisis personal forma parte de las condiciones de admisión). Creía
entonces, y aún lo creo, que una discusión fecunda sólo es posible entre quienes
mantienen una misma línea de pensamiento; quienes toman como punto de partida otros
principios básicos debieran disponer de un centro de actividad propio. Este principio, que
todavía hoy aplicamos, nos ha valido el calificativo, no necesariamente halagador, de
ortodoxos, término al que se le ha atribuido injustamente el sentido de reaccionario. Sin
embargo, se ha demostrado que el progreso también arranca de los cismas y de las
revoluciones, donde los jóvenes se muestran a veces más reaccionarios que los viejos. Hay
dos desviaciones que se apartan de Freud, que me siento obligado a estigmatizar como
reaccionarias en el plano científico. Una de ellas, vinculada al nombre de Jung, opera un
retorno hacia el misticismo que nos parece superado: la otra, la «psicología individual», se
aproxima a los behavioristas rechazando la psicología, para esperar la salvación de una
nueva organización social. La Asociación freudiana ortodoxa ha fundado numerosas filiales
en diferentes países como Hungría, Austria, Alemania, Holanda, Inglaterra, y Suiza; en
Estados Unidos, Francia, Rusia, India, y Japón se han constituido también asociaciones.
Siguiendo la propuesta del doctor Eitingon, la asociación hermana alemana ha creado un
Instituto de formación con comités de control, poniendo en práctica las condiciones para
una formación regular. Tales institutos existen actualmente en Berlín, en Viena, en Londres
y en Budapest.
Los sacrificios que el discípulo se impone en pro de su formación son considerables: tras
haber obtenido tal o cual diploma debe permanecer dos o tres años más en las ciudades
que acabo de citar y consagrar al menos la mitad de su tiempo exclusivamente a su análisis
personal que le exigirá una hora al día. Dentro de poco tiempo esta exigencia será menos
difícil de cumplir pues pronto todo centro cultural poseerá su propio instituto. Al principio, el
psicoanálisis ha obtenido una buena acogida por parte de los alemanes, los anglosajones y
los húngaros. Hace unos quince años, eminentes psiquiatras de la universidad de Burdeos
exponían con un gran lujo de detalles, en su crítica del método analítico, por qué era
incompatible con el espíritu latino y nunca sería aceptado. En aquel momento respondí que
las diferencias nacionales y raciales no significaban nada en materia científica. Si las leyes
de la física o de la psicología eran válidas, lo eran tanto en Alemania como en Palestina o
en Francia; si no lo eran, había que exterminarlas del globo. Ustedes han escuchado con
interés que el pueblo latino de Francia muestra una curiosidad creciente, aunque sea
tardía, por el psicoanálisis. El profesor Claude, titular de la cátedra de psiquiatría de la
universidad de París, simpatiza con nuestra ciencia; uno de sus asistentes, el doctor
Laforgue, ha fundado un grupo de París cuya vicepresidenta, la princesa María de Grecia,
de la familia Bonaparte, acaba de conceder una importante subvención a nuestro
compatriota, el etnólogo húngaro doctor Géza Röheim, para efectuar en Australia Central
un estudio psicoanalítico de los pueblos más primitivos del mundo.
Espero que a pesar de la resistencia latina que existe también entre ustedes, se forme un
grupo en torno a M. Ballesteros para que el análisis pueda desarrollarse en este país sin
depender de la ayuda extranjera.
Acaban de decirme que un etnólogo analista y un jurista han constituido un grupo analítico.
Pueden sorprenderse ustedes y preguntar si el análisis no pertenece a la ciencia médica.
Responderé de forma negativa: el análisis es una nueva psicología que debe enseñarse en
todos los terrenos en que se trate del psiquismo humano. Se cual fuere este campo, su
ámbito de aplicación principal lo constituyen las perturbaciones neuróticas y psicóticas que
presentan un cuadro formado por las actividades psíquicas poco visibles en el sujeto
normal, proporcionando así una posibilidad única de familiarizarse con la ciencia analítica.
No es necesario ser médico para comprender estos mecanismos. Hasta ahora no se ha
establecido ninguna relación entre el organismo físico y la anatomía cerebral por una parte
y entre la psiquiatría y la ciencia de las neurosis por otra a pesar de la gran calidad de los
resultados obtenidos en el terreno orgánico. Por esta razón, cualquier sociólogo, pedagogo
o criminólogo hallará el camino abierto para familiarizarse con el psicoanálisis, aunque sólo
posea una formación biológica superficial. Iré incluso más lejos: en un futuro aún lejano, yo
exigiría que cualquier padre o madre de familia adquiriera una formación analítica, porque
la suerte de las generaciones venideras está en sus manos.
¿Debe concluirse que Freud ha acabado por dar la razón y por aproximarse, por caminos
tortuosos, a quienes siempre han rechazado poner el acento en los factores sexuales?
Podemos responder esta pregunta con un no categórico. Naturalmente, Freud, como todo
investigador digno de tal nombre, ha tenido que rectificar a menudo sus primeras hipótesis
y construcciones teóricas, por el impacto de la experiencia ulterior, pero los pilares del
edificio teórico, por ejemplo la importancia capital del complejo de Edipo en la formación del
síntoma neurótico o la gran influencia de los modos de satisfacción infantiles y de su
destino sobre el desarrollo de la personalidad. han resistido perfectamente la prueba de la
experiencia.
El acto de rechazo lo hemos imaginado del siguiente modo: la obligación representada por
la adaptación al orden social rechaza las tendencias egoístas y libidinosas al inconsciente.
La moción rechazada nos parece representar siempre un comportamiento reprensible y
arbitrario. Pero nuestra sorpresa es grande cuando vemos llegar al tratamiento personas
que se muestran duras, implacables hacia el exterior y cuyo análisis revela ternura, tacto, y
pudor, es decir toda una serie de cualidades latentes rechazadas. Desde hace tiempo
conocemos, lo mismo que otros exploradores del alma humana, como los novelistas, a
personas cínicas cuya «inicial rudeza oculta un corazón sensible», y a menudo ha ocurrido
que un analista consigue hacer descubrir a uno de esos cínicos su naturaleza afectuosa
rechazada desde hace mucho tiempo. Pero ha sido Freud el único que ha reconocido la
importancia de este fenómeno cuando ha descubierto en numerosos analizados la
existencia de una culpabilidad inconsciente. Es aún más llamativo el caso de los criminales
en los que Freud ha hallado el móvil de su acción en un deseo de expiación inconsciente.
Ustedes saben que en general esto ocurre en el sentido inverso: un crimen o una mala
acción ocasionan remordimientos. Pero en el caso que nos ocupa, el culpable es obligado,
por un sentido de culpabilidad difuso cuyo origen él mismo ignora, y hasta incluso
desconoce su existencia, a cometer un crimen contra la comunidad para hacerse castigar.
Algunos análisis literarios de autores rusos con una sensibilidad particularmente
desarrollada, sobre todo Dostoyewski, hacen pensar que habían ya presentido parte del
mecanismo psíquico del «crimen engendrado por la culpabilidad». Ha habido que esperar a
Freud para recibir una explicación científica de este fenómeno, y algunos de sus discípulos
(Reik, Alexander) le han consagrado una monografía. Todo ello nos lleva a plantear la
siguiente cuestión: ¿en qué consiste la conciencia moral, esa fuerza interior que nos impide
disfrutar de los placeres obtenidos indebidamente, nos castiga en lo más profundo de
nosotros mismos por nuestras debilidades y errores, e incluso nos obliga a buscar el
castigo cuando estaríamos en disposición de escapar? Esto nos llevaría demasiado lejos si
quisiéramos recorrer los caminos que Freud ha seguido para resolver este problema.
La apariencia seria, grave, y profesoral sólo era la fijación de la actitud que todos
adoptamos cuando nos apropiamos el sombrero de nuestro padre, su bastón y su
apariencia importante. Pienso también en uno de mis amigos, no analizado, que se
lamentaba siempre de ser perseguido por la mala suerte. Pude demostrarle, con algunos
ejemplos, que en realidad no era perseguido por la mala suerte, sino que él era quien
perseguía a la mala suerte para asemejarse, al menos en la desgracia, a su padre que
había tenido un fin trágico. He observado a menudo este proceso que Freud llama
compulsión de repetición: el enfermo recurre a todos los medios disponibles, a detalles
mínimos o a mezquindades, para romper con el analista y repetir a cualquier precio la
reacción infantil de réplica testaruda que oponía antes a cualquier trato injusto. En una
ocasión tuve que decir con claridad a una de mis pacientes que, fuera cual fuese su
comportamiento, continuaría por mi parte asumiendo inquebrantablemente junto a ella mi
papel de médico, con simpatía y comprensión. La compulsión de repetición acaba en estos
casos por agotarse, y aparecen sentimientos y tendencias de un nuevo tipo, lo que puede
indicar el comienzo de un cambio de carácter.
Naturalmente esto no quiere decir que pueda modificarse el carácter de un individuo por
encargo. Lo que podemos prometer a un paciente al respecto es que tras un análisis de
carácter tendrá un mejor conocimiento de si mismo, lo que le permitirá dominar sus
reacciones caracteriales que hasta entonces se desencadenaban automáticamente, y le
permitirá adaptarse a la realidad.
En reuniones como ésta se me ha advertido a menudo que los psicoanalistas trabajan por
una psicología esencialmente masculina, en el que muchas cosas, o casi todo, giran
alrededor del complejo de Edipo, es decir la reposición del conflicto arcaico entre padre e
hijo. Por lo que me concierne, debo eludir este reproche porque en mi obra titulada
Thalassa he intentado, entre otras cosas, explicar las diferencias caracteriales psíquicas y
físicas que existen entre ambos sexos. Esta explicación se apoya en observaciones en
parte biológicas y en parte psicológicas; sin duda es muy audaz, fundada esencialmente en
las analogías, un método científico que no goza de excelente reputación. Sin embargo esa
teoría no ha sido hasta ahora desmentida, ni tampoco demasiado elogiada, por cierto. No
obstante, quisiera exponerles rápidamente lo que en esta teoría tiene relación con el tema
de hoy.
Estas palabras sobre el análisis de carácter, último en cuanto a la fecha entre las
aplicaciones de la teoría y de las técnicas psicoanalíticas sólo representan un eslabón en
un conjunto impresionante de conocimientos, pero posiblemente basten para incitar a
algunos de mis oyentes a profundizar en este problema.
Les agradezco una vez más el haberme invitado y termino mi exposición expresando el
deseo de que este hermoso país, España, se incluya pronto entre los países en que se
dispensa una enseñanza válida del psicoanálisis para todos quienes lo deseen.
Ningún sabio osó dar ese paso antes de Freud sólo se encuentran algunos precursores de
esta orientación en la era precientífica. Queremos hablar del animismo antropocéntrico de
los primitivos, que proyectaban sus propios procesos y caracteres psíquicos sobre los
fenómenos universales. Cum grano salis, podríamos decir que en realidad la
metapsicología analítica moderna es un retorno, -bajo una forma científicamente depurada-
al animismo.
Sin embargo debo ponerles en guardia contra dos errores que las tesis metapsicológicas
podrían inducir a cometer. De momento, la metapsicología de Freud sólo aporta alguna luz
relativa a la anatomía, la fisiología y la física del órgano psíquico, y sólo ofrece soportes
especulativos que aparecen cuando se estudian los procesos psíquicos y demuestran ser
válidos en el plano práctico. Ahora bien, no debe dudarse de que cualquier día, en una u
otra forma, sean también confirmados por la biología.
El otro error consistiría en suponer que el edificio metapsicológico es una construcción
arbitraria, un sistema cerrado desde el comienzo. En realidad, es justamente lo contrario:
cada paso, y cada constatación está sostenido por una multitud de observaciones en
detalle. Posiblemente nunca se ha utilizado más prudencia al establecer una teoría
científica. Sólo más tarde ha podido describirse el desarrollo del psicoanálisis como una
marcha progresiva y concéntrica hacia la metapsicología.
Esta cita indica que en esta época Freud no quería utilizar el término de metapsicología
más que para designar la interpretación psicológica de algunas producciones de la
mitología y de la religión.
En su obra La interpretación de los sueños, da Freud el paso decisivo hacia la creación de
la metapsicología. Tras haber seguido, en centenares de sueños, los hilos asociativos
extraordinariamente embrollados que parten de los diferentes elementos del contenido
manifiesto, ha conseguido el que podríamos llamar milagro de introducir orden en este gran
caos. Ha constatado que lo que había considerado primero como resultado de un proceso
morboso, la división del psiquismo en consciente e inconsciente, caracterizaba también la
vida psíquica normal en estado de vigilia, siendo exagerada esta división sólo en los casos
patológicos. Luego ha tenido que admitir la existencia de dos tipos de inconsciente: el
inconsciente rechazado propiamente dicho y el preconsciente, cuyo contenido, aunque sea
un poco marginal en relación a la conciencia, es fácilmente accesible a ésta. Los
fenómenos de desplazamiento y de condensación del sueño han permitido a Freud
descubrir los procesos según los cuales se desarrolla el trabajo del inconsciente: los
«procesos primarios»; mientras que la elaboración lógica de los pensamientos
preconscientes del sueño revela que en esta capa, la descarga de la excitación está
gobernada por las mismas leyes psíquicas que el pensamiento en estado de vigilia. Las
tentativas realizadas para explicar las alucinaciones del sueño han permitido captar mejor la
importancia de la noción de regresión. Cuando se analiza un sueño, las cadenas
asociativas conducen siempre a recuerdos del pasado, en parte inconscientes, y el sueño
manifiesto aparece, una vez analizado, como la representación de estos recuerdos en
forma de realización alucinatoria de deseos. Por otra parte el análisis de las alucinaciones
oníricas ha permitido individualizar el sistema mnésico.
Una vez finalizadas sus investigaciones sobre el sueño, Freud poseía el esbozo
tópico-dinámico completo de los procesos psíquicos, cuya elaboración es esencial en el
desarrollo del psicoanálisis en dirección a la metapsicología. Ese esquema nos representa
el aparato psíquico como un instrumento complejo, intercalado entre la sensibilidad y la
motricidad, en el centro reflejo de alguna manera. Los estímulos que afectan a la superficie
sensible, que provienen del exterior o del interior del organismo, perturban el equilibrio, la
igualdad, la constancia del tono psíquico, e incitan a la descarga. Pero las huellas mnésicas
de la vivencia anterior, acumuladas en el inconsciente, impiden la descarga inmediata, de
carácter reflejo, de la excitación, y la desvían de los caminos por los que se sabe que
desemboca en el sufrimiento. Se da pues en el inconsciente un proceso de pensamiento,
aunque sea primitivo; en lugar del automatismo simple, se instaura aquí una reacción
selectiva. En los seres más primitivos, como por ejemplo en los niños, la excitación, tras la
elaboración inconsciente, puede progresar sin obstáculos hacia la conciencia, es decir
hacia la descarga motriz; pero en el adulto se halla primeramente sometida a una nueva
elaboración, que se sitúa entre el inconsciente y el consciente. A este entramado lo
denominamos preconsciente. En los seres primitivos podemos concebir el aparato psíquico
como un mecanismo mucho más simple, que está compuesto de inconsciente y de
consciente: el preconsciente, encargado del trabajo de organización lógica, es por el
contrario una formación filogenéticamente más reciente, cuya actividad comienza bastante
tarde en cada individuo.
Cada uno de estos impulsos se desarrolla separadamente; sin embargo todos los
desarrollos son interdependientes en cierta medida y se apoderan del aparato psíquico
alternativa o simultáneamente. Esta toma de posesión por las fuerzas impulsivas la
denomina Freud utilización.
Las finas correlaciones entre los impulsos egoístas y sexuales por una parte y los sistemas
psíquicos por otra son aún oscuras; sin embargo en un estadío más avanzado del
desarrollo individual, la sexualidad mantiene relaciones, al parecer sobre todo con el
inconsciente, y el Yo con el preconsciente y el consciente. Pero el impulso sexual se
manifiesta también en el plano consciente, y los impulsos del Yo en el plano inconsciente.
Esta ley de Freud sobre la relación existente entre la excitabilidad y la utilización impulsiva
nos será útil en su momento para explicar mejor los procesos de la ruptura psíquica y de la
inhibición.
No puedo asumir la labor -por otro lado imposible- de reunir en este corto resumen todo lo
realizado hasta ahora por la metapsicología de Freud. Si desean ampliar sus conocimientos
en este caso. pueden tomar nota de las recientes publicaciones de Freud. en particular del
tomo IV de los Kleine Schiriften y del capítulo XIX de la Introducción al psicoanálisis. De
momento deben contentarse con esta muestra. Hay que saber aún que Freud ha aplicado
también la perspectiva y la explicación metapsicológica a las fuentes impulsivas, y que ha
profundizado considerablemente nuestros conocimientos en lo que concierne a las
variaciones normales y patológicas de la repartición de energía entre los impulsos del Yo y
los impulsos sexuales. Partiendo del estudio onto y filogenético del desarrollo de los
impulsos del Yo y de los impulsos sexuales, ha llegado en primer lugar a elaborar una
tópica de los representantes impulsivos. Ha subdividido el Yo en «Yo narcisista» y en
«núcleo del Yo»; ve aquí dos sistemas permanentes, donde concluye el desarrollo del Yo.
En cuanto a los representantes del impulso sexual los ha repartido en representaciones del
amor propio y representaciones del amor de objeto, como resultado del desarrollo de la
libido. Para explicar los estados amorosos, el duelo. y los síndromes de la manía y de la
melancolía, ha concebido el juego de las energías impulsivas orgánicas como si
progresaran y regresaran en estos dos registros, separándose primero y luego
mezclándose nuevamente, siempre guardando mentalmente los puntos de vista, tópico,
dinámico y económico. Por último ha extendido la perspectiva metapsicológica a las
producciones psíquicas sociales más complejas, como por ejemplo los problemas de la
psicología colectiva. Basándose en el modelo de explicación que Kepler y Newton nos
dieron del sistema solar, Freud nos ha explicado la horda humana, reagrupada en torno al
jefe por la reunión de las energías psíquicas «planetarias» en torno al narcisismo solar;
estos elementos se hallan vinculados unos a otros por una suerte común y por la
identificación, ese precursor primitivo del amor de objeto, con el jefe de la horda. No puede
evitarse el comparar este reagrupamiento de las entidades libidinosas en formaciones más
complejas con las afinidades químicas que unen a los elementos y a los radicales de un
compuesto orgánico. Seguramente llegará un día en que se vea que el término de análisis
tomado de la química es algo más que una imagen o una comparación.
Aún debemos mencionar, aunque sea de paso, que la fórmula metapsicológica «más allá
del principio de placer», es decir más allá del mundo psíquico puro, nos ha permitido
presentir esta línea imaginaria, esta dirección en la que podemos esperar un día que la
metafísica se una a las disciplinas de la biología y de la física.
Ustedes, los ingleses y los americanos, conocidos por un sólido sentido práctico, pueden
preguntarme si estos conocimientos podrán aportarnos -en un plazo más largo y de manera
que aparezca un resultado apreciable- nuevas perspectivas en el plano práctico, y sobre
todo si la psicoterapia podrá aprovecharse de ellos de inmediato. Respondo
afirmativamente. ¿Cómo es posible expresar todo lo que la perspectiva metapsicológica
nos aporta con absoluta seguridad sobre los estados caprichosos y las metamorfosis
caleidoscópicas del neurótico? Nos permite seguir con precisión las etapas de la
penetración en las profundidades psíquicas inexploradas hasta ahora, ver cómo la
transferencia consigue fijar una parte de la tensión emocional patógena, ver cómo el
combate defensivo se exacerba cuando el trabajo analítico se acerca a uno de los focos de
la enfermedad. Desde que conocemos la estructura metapsicológica de las neurosis, no
estamos expuestos al azar, como antes, cuando se trata de volver a la fuente de un estado
psíquico patológico. Sabemos en qué dirección buscar y llegamos con mayor rapidez y
mayor seguridad al objetivo. Por lo demás, nuestra imaginación es estimulada en el campo
de la técnica por un mejor conocimiento del instrumento cuyo funcionamiento hemos de
restablecer y un mejor dominio de las energías que lo animan. Como ejemplo podemos
citar todas las medidas auxiliares de la técnica analítica que nunca hubieran sido
inventadas en ausencia de los conocimientos tópicos, dinámicos y económicos aportados
por Freud.
Insisto una vez más en que mientras estos descubrimientos no reciban la confirmación de
la biología no pueden ser considerados como buenas hipótesis de trabajo, y ellos no
pretenden en absoluto establecer datos nuevos en lo que concierne a la anatomía y a la
fisiología del órgano psíquico. No nos permiten decir con certeza, por ejemplo, si las huellas
mnésicas, grabadas en los sistemas inconsciente, preconsciente y consciente, representan
verdaderamente huellas distintas de una misma experiencia, o bien un desarrollo específico
en el seno de una misma huella mnésica; dicho de otro modo, si podemos o no suponer la
existencia de una tópica, también en el sentido anatómico.
Próximo escrito
Notas y fragmentos
Sandor Ferenczi / Notas y fragmentos
Notas y fragmentos
Siempre sustituye al onanismo como una alternativa cuando éste se acaba. En algunos
casos, la masturbación durante el sueño aparece como estadío intermedio.
De manera que:
La posición del chulo no es simplemente una «moral insanity» sino también una fijación
(regresión) al deseo de ser mantenido por la madre. Son numerosos los «chulos»
inconscientes entre los impotentes que no pueden abandonarse a una mujer y para ello han
de dar un dinero o hacer un sacrificio. Un sacrificio de este tipo es, entre otros, la
eyaculación.
Una confirmación llamativa de la exactitud del punto de vista freudiano según la cual la
angustia debe atribuirse a la libido que ha quedado libre y permanece insatisfecha, la
aporta una comunicación de un paciente: «mi mujer tenía miedo cuando debía ir a buscar
algo a un cuarto oscuro: se protegía llevando con ella a su hijito (un bebé); si apretaba al
niño contra ella, no sentía angustia alguna».
La eficacia del remedio nos prueba «ex iuvantibus» que la angustia provenía de una falta
de satisfacción libidinosa. Esto nos lleva a una declaración semejante de un niño, citada por
Freud, que no tenía miedo a la oscuridad cuando hablaba su madre. Al oír su voz, le
parecía que la oscuridad «se aclaraba».
El saber qué cantidad de erotismo oral (mamar, chupetear, succionar, besar) debe darse al
bebé, y más adelante al niño en el momento del destete, es de gran importancia para el
desarrollo del carácter.
Ejemplo típico:
El Yo se convierte repentinamente en un ojo présbita y puede desplazarse fácilmente en
amplios espacios. (Desviarse del dolor y orientarse hacia los sucesos exteriores).
Cuando la tensión del dolor continúa aumentando: escalar la torre Eiffel, subir rápidamente
una pared escarpada.
Se recupera la fuerza traumática que hace caer al Yo desde lo alto del árbol o de la torre.
Esto se describe como un ciclón terrorífico con disolución total de los vínculos y una terrible
sensación. de vértigo, hasta que finalmente:
En algún caso, este «estar muerto» era representado, en los sueños y en las asociaciones,
como una pulverización al máximo, hasta la desmaterialización completa.
La parte muerta, desmaterializada, tiende a atraer hacia ella, al no ser, a la parte que aún
no ha muerto, en particular en los sueños (sobre todo en las pesadillas).
Parece ser que debe diferenciarse con precisión la parte de la catarsis que brota
espontáneamente junto a contenidos psíquicos patógenos y la que, una vez superada una
fuerte resistencia, debe ser obtenida por la fuerza. La explosión catártica única no es
esencialmente diferente de las explosiones histéricas espontáneas con las que el paciente
se consuela de vez en cuando. En la neo-catarsis tal explosión indica solamente el lugar
donde puede proseguir la exploración en profundidad. No hay que sentirse satisfecho por lo
conseguido espontáneamente, que no se ha alterado pero si en parte desplazado y a
menudo atenuado, y debe presionarse (naturalmente sin sugestiones a nivel del contenido
si es posible) para que el paciente nos enseñe algo más sobre las experiencias vividas y las
circunstancias concomitantes. Tras «el despertar» de este estado de trance los pacientes
se sienten durante un tiempo fortificados, pero este estado se disipa pronto y cede su
puesto a un sentimiento de inseguridad y de duda que a menudo degenera en
desesperanza. «Si, todo esto suena muy bien», dicen ellos a menudo. «¿pero es
verdadero? No, nunca tendré la certidumbre del recuerdo real». La vez siguiente, el trabajo
catártico se refiere a un lugar totalmente distinto y conduce a la repetición de otras escenas
traumáticas, no sin una fuerte presión por nuestra parte. Debe repetirse innumerables
veces este duro trabajo hasta que el paciente se sienta por así decirlo, cercado, y no pueda
impedir la repetición ante nuestros ojos del traumatismo propiamente dicho que le había
conducido a la desintegración psíquica. (Es como si, mediante un duro trabajo de
perforación, se hubiera abierto una cavidad llena de gas a presión. Las pequeñas
explosiones anteriores eran únicamente ranuras por las que escapaba una parte de la
materia, pero que se cerraban rápida y automáticamente.) En el caso de Tf. el trabajo
catártico ha durado más de un año precedido de un análisis que ha exigido cuatro años con
interrupciones, sin embargo he de admitir que mi ignorancia de las posibilidades
neo-catárticas puede haber sido la responsable de la larga duración del análisis.
Satisfacción por la propia sabiduría y superioridad intelectual, que se compara, para ventaja
propia, con el adversario desprovisto de recursos, brutal y absolutamente despojado de
inteligencia. La fuerza brutal da siempre una impresión de absurdo, de locura, e incluso de
comicidad. (En el momento del giro hacia la autodestrucción, el humor concomitante se
manifiesta mediante una risa incontenible. Pero esta risa significa al mismo tiempo el
reconocimiento del carácter insensato de la lucha mantenida hasta entonces, lucha que
hubiéramos podido ahorrarnos.)
T. Z. habla sin cesar de olas de odio que ha sentido siempre provinientes de su madre,
según cree desde el seno materno. Más tarde se ha sentido malquerida por haber nacido
niña y no niño. Circunstancias muy parecidas a las de Dm. y B.
Dm. tenía y tiene la compulsión de seducir a los hombres y de ser arrojada por ellos a una
situación de malestar. En realidad actúa así para escapar a la soledad que le ha hecho
experimentar la frialdad de su madre. Porque incluso en las muestras de amor apasionado
en exceso de su madre adivinaba el odio contra un niño considerado como elemento
perturbador. (Nacimiento difícil sin contracción de la pelvis.)
S. tuvo que ser educada por su padre a causa de la agresividad de su madre. El padre
murió cuando la niña tenía dieciocho meses: fue entregada a la crueldad de la madre y del
abuelo. Los sueños indican la perturbación de todas las relaciones de objeto. Narcisismo
secundario.
Durante una semana en que por primera vez afronta defensivamente a su cruel madre, S.
siente una reducción del peso corporal. Pero al mismo tiempo tiene la idea de que esta
grasa es también la de su abuelo, igualmente cruel.
Estas observaciones llevan a pensar que la formación del Super-Yo, último vestigio de un
combate perdido en realidad contra una potencia aplastante (¿personal o material?) se
produce aproximadamente de la forma siguiente: una condición previa es la existencia de
una «inteligencia» o «de una tendencia a la liquidación económica» que se halla totalmente
al corriente de todas las utilizaciones energéticas cualitativas y cuantitativas, es decir de las
posibilidades del cuerpo, de las capacidades de aguante y, tolerancia psíquicas, pero que al
mismo tiempo puede evaluar con una precisión matemática las relaciones de fuerza del
mundo circundante. La primera reacción normal del ser vivo al desagrado exterior es la
defensa automática, es decir la tendencia a la autoconservación. Si ésta se halla rechazada
por una fuerza superior la energía (o la fuerza externa del traumatismo) se vuelve contra la
propia persona. En estos momentos, la «inteligencia» que se ocupa ante todo de la
preservación de la unidad personal, parece recurrir al expediente de deformar la idea de ser
devorado de la manera siguiente: con un esfuerzo colosal se apodera de toda la fuerza o
de toda la persona que aparenta ser un enemigo y se figura que es ella misma la que
devora a alguien, incluso a la propia persona. El ser humano puede de este modo
satisfacerse en su propia división. Ahora su personalidad consiste en un agresor muy
grande (grueso, grasa) que ha sido devorado y en una persona muy pequeña, muy débil,
aplastada y torturada por el agresor, es decir la personalidad pre-traumática que, entre
otras, no le permite curar. Muchos neuróticos simbolizan su enfermedad en los sueños
donde los síntomas parecen un petate que llevan a la espalda: en otros esta carga forma
una unidad con el cuerpo y se transforma en joroba o tumor: la comparación con una
persona que rodea, que envuelve de forma casi maternal la personalidad anterior, suele ser
también muy utilizada.
Sin embargo, el «engullimiento» psicológico parece estar relacionado con una voracidad y
un hambre de asimilación enorme: el engorde como síntoma histérico. Si la persona se
halla liberada de la potencia superior mediante la revisión analítica de la lucha traumática,
desaparece normalmente el problema fisiológico paralelo, es decir la obesidad.
Aparece aquí una idea muy oscura: esta formación del Super-Yo y devoración de la fuerza
superior en el momento del fracaso no hacen posibles una explicación mediante estos
procedimientos: primero, la «devoración de los antepasados»; segundo los procesos de
adaptación en general.
Cuando un animal herbívoro devora una planta, el organismo vegetal resulta destruido, es
decir reducido a elementos orgánicos más simples, en parte inorgánicos. Puede
preguntarse si una parte de la sustancia química vegetal no subsiste en cuanto tal y no
conserva su particularidad en el cuerpo del animal herbívoro. El cuerpo animal sería de este
modo una superestructura de elementos orgánicos e inorgánicos. Expresado
psicoanalíticamente, aunque parezca a primera vista lleno de contradicciones, tendríamos:
el organismo animal se ha comido una parte del mundo circundante
(¿peligro-amenazante?), velando así por su propia existencia ulterior.
Desde que sobreviene una especie de liquidación del choque, bajo la influencia de estos
procesos, la psiquis se apresura a reunir los diferentes fragmentos que hay que dominar de
nuevo. Vuelve la conciencia, pero no tiene ningún conocimiento de los sucesos acaecidos
después del traumatismo.
Pueden entonces suceder días e incluso semanas enteras de resistencia total, hasta que
una próxima inmersión en las capas más profundas de las esferas de la vivencia afecte de
nuevo al punto de experiencia de que se trata, lo complete con nuevos detalles
convincentes y suponga un nuevo refuerzo del sentimiento de realidad con un efecto más
duradero. La inmersión en la verdadera esfera de la vivencia exige inevitablemente el
desligamiento lo más completo posible de la realidad actual. En principio, la llamada
asociación libre es ya una diversión de la atención que exige cualquier actualidad, pero esta
diversión es bastante superficial y por otra parte se mantiene a un nivel bastante
consciente, a lo más preconsciente por la propia actividad intelectual del paciente, así como
por nuestras tentativas de explicación y de interpretación que realizamos antes o después.
Es precisa una gran confianza por parte del analizado para realizar tal inmersión en
presencia de otra persona. Inicialmente deben sentir que pueden, en nuestra presencia: a)
permitirse impunemente todo en palabras, en movimientos expresivos, y en explosiones
emocionales, sin ser castigados por nosotros de una forma cualquiera, e incluso que haya
lugar para una simpatía total y una comprensión completa hacia todo lo que acontezca, con
la condición previa de que consideremos esto con benevolencia y de que queramos y
podamos ayudarles. b) es igualmente importante que el paciente esté seguro de que soy lo
bastante poderoso y fuerte para protegerle de sus excesos en el caso de que sean
perjudiciales hacia mí, hacia las personas o hacia las cosas, y en particular que yo pueda y
desee recuperarle siempre de esta «loca irrealidad». Algunos se aseguran de nuestra
benevolencia de una forma verdaderamente infantil cogiéndonos la mano, o incluso
estando agarrados a nosotros durante todo el tiempo de la inmersión.
Después de que la comunicación con el paciente se haya prolongado durante más o menos
tiempo de esta forma, en una conversación por así decir de duermevela, que debe ser
llevada con un tacto extraordinario y con la mayor economía posible, el paciente puede ser
afectado por un dolor histérico extraordinariamente fuerte o por una crisis espasmódica, no
es raro que se trate de una verdadera pesadilla alucinatoria, en la que actualiza, con
palabras y gestos, una experiencia interior o exterior. Existe también la tendencia a
despertarse inmediatamente, a mirar en torno durante algunos segundos sin comprender
nada, para rechazar en seguida lo ocurrido como una fantasía estúpida y desprovista de
sentido.
Pero con una cierta habilidad podemos conseguir que se restablezca el contacto con la
persona en crisis. Esto debe hacerse con gran energía. Sin dar al paciente indicaciones
directas sobre el contenido de la experiencia, puede forzársele a respondernos sobre la
causa del dolor, sobre el sentido de la lucha muscular defensiva evidente de manera que
podamos obtener del paciente no sólo comunicaciones sobre los procesos emocionales y
sensoriales, sino también aprender algo sobre la causa exógena de esta conmoción
psíquica, sensación o defensa. Las respuestas son primero vagas y difusas. Pero los
contornos de la nube envolvente, o de un peso opresor del pecho pueden ir definiéndose
poco a poco bajo nuestra presión, y los rasgos lacrimosos de un hombre pueden expresar
según el sentimiento del paciente odio u agresión; las sensaciones indistintas de dolor y de
agitación en la cabeza aparecen como consecuencias alejadas de un traumatismo sexual
(genital), y si mostramos entonces ante los ojos del paciente todos estos fragmentos de
imágenes y le obligamos a combinarlos en una unidad, podemos tal vez presenciar la
reaparición de una escena traumática con claras indicaciones de tiempo y de lugar.
O mejor: quien cede es mas razonable. Y aún mejor: la persona golpeada por el
traumatismo está en contacto con la muerte, es decir en un estado en que las tendencias
de alcance personal y las medidas de protección están desconectadas, así como toda
resistencia mediante frotamiento que, en la vida centrada en uno mismo, consigue el
aislamiento de las cosas y de la propia persona en el tiempo y en el espacio. Una especie
de saber universal sobre el mundo, con una evaluación justa de las relaciones de fuerza
propias y extrañas, y una exclusión de toda falsificación por la emotividad (es decir
objetividad pura, inteligencia pura) en el momento del traumatismo, hace a la persona en
cuestión -incluso tras la consolidación consecutiva- mas o menos clarividente. Esta seria la
fuente de la intuición femenina. Naturalmente hay que suponer otra condición previa: el
momento de morir, en el caso en que se reconoce y acepta la inevitabilidad de la muerte,
por ejemplo tras un duro combate, está acompañada de esta omnisciencia fuera del tiempo
y del espacio.
¡Pero nos topamos de nuevo con el maldito problema del masoquismo! De aquí procede la
facultad no sólo de mostrarse objetivo hasta donde sea necesario, de renunciar e incluso
de morir, sino también de conseguir placer a partir de esta destrucción. (Es decir, no sólo
afirmación del desagrado, sino búsqueda del mismo).
2) La aceleración voluntaria de las cosas (el vuelo del pajarillo al encuentro de las garras
del rapaz para morir más rápidamente) debe significar una especie de experiencia
satisfactoria.
Expresado en forma aforística: el intelecto nace a partir del sufrimiento. (Lugar común: las
malas experiencias advierten; referencia al desarrollo de la memoria a partir del tejido de
cicatrización psíquica producido por las malas experiencias, Freud.)
Hay que considerar inteligente el que un individuo que puede hallarse inconsciente o
incluso comatoso, emprenda valorando exactamente la relación de fuerza, la única vía de
salvación, es decir el abandono completo de sí, ciertamente por una transformación
permanente, más o menos automatizada, y pérdida parcial de la elasticidad psíquica. 2)
Determinadas realizaciones acrobáticas casi imposibles de otro modo, se logran de éste, y
son comparables a un salto dado desde un cuarto piso que en medio de la trayectoria,
cambia de dirección y aterriza en el balcón del tercero. 3) Despertar repentino de un sueño
traumático, -tóxico-hipnótico-, que dura desde hace más de diez años, comprensión
inmediata del pasado inconsciente hasta entonces de forma parcial o total, evaluación
inmediata de la agresión mortal a la que había que referirse con certeza, resolución de
suicidarse, y todo ello en un mismo instante.
(paciente B)
No hace nada, y con un enorme espíritu lógico reagrupa sus motivos para desesperarse en
lo que concierne al análisis y a su futuro: a menudo realiza una aguda crítica del
comportamiento de los analistas y de los analizados que conoce y que, en parte, dependen
de mí, Pero como no admite ninguna otra posibilidad que la solución psicoanalítica, todos
sus esfuerzos y todos sus pensamientos desembocan en un pesimismo general, con
alusiones al suicidio.
Actualmente, tras mostrarle que las sospechas y la desesperanza le han inducido a la idea
de interrumpir el análisis, ha discutido, entre otras cosas, su incapacidad de suspender el
pensamiento y descubrir su inconsciente con ayuda de una asociación verdaderamente
libre. La he empujado con cierta energía a la producción de imágenes libres y en seguida
ha vuelto a caer en la sensación insoportable del dolor en la espalda (está rota). Como
consecuencia de una nueva presión ha colocado esta sensación en su lugar de nacimiento,
y luego ha seguido asociando sobre: estar tendida sobre la hierba, y luego sobre el
sentimiento: ha ocurrido algo terrible (¿con quién?) “no lo sé, puede que con mi padre”.
En cualquier caso, forzando con energía la asociación libre, y dejando sentir al mismo
tiempo una compasión intensa por mi parte, ha sido posible romper la resistencia.
Antes se han producido fluctuaciones similares con la misma rapidez: ¿qué significan? 1)
¿Son simplemente tentativas de huida ante un dolor demasiado grande? 2) ¿Quiere indicar
la paciente de este modo la rapidez del cambio de su vida debido al choque?
(Efectivamente se transformó en una niña testaruda, difícilmente influenciable.) 3) Esto
puede haber sido provocado por una herida inesperada que le he causado con el concurso
de la historia anterior.
Sueño de B.: caminan sobre las rodillas, bajo estas rodillas las patas derechas e izquierdas
descuartizadas de un animal cuya cabeza situada entre las piernas de la soñadora mira
hacia atrás. La cabeza es triangular, como la de un zorro. Pasa junto a una carnicería y ve
cómo un hombre gigantesco divide en dos, con un golpe hábil, a un animalito muy parecido.
En este momento, la durmiente siente un dolor en su órgano genital, mira hacia sus piernas
y ve al animal que allí se encuentra, cortado también en dos, y advierte repentinamente que
tiene entre las piernas en el punto doloroso, una larga hendidura.
Toda la escena es una tentativa de desplazar la violación que acaba de tener lugar, o que
va a venir inmediatamente, sobre otro ser masculino, es decir sobre su pene. Un hombre
gigantesco divide un animal en la carnicería, pero no a ella; luego hay un animal entre las
piernas de la durmiente y sólo entonces el dolor que aparece al despertar le indica que la
operación ha sido ejecutada sobre ella misma. El momento del orgasmo se indica en primer
lugar porque tras esta escena tiene lugar una «eyaculación masculina» con un abundante
derrame, y en segundo lugar por otro fragmento del sueño, en el cual tres amigas
manipulan algo con escasa habilidad. Allí se expresa la admiración por el hombre cruel
pero seguro de su objetivo, en contradicción con las mujeres, por muy masculinas que
éstas sean.
-U.: él es fuerte, consigue éxitos colosales en los negocios (esta fantasía es temida / como
si estuviera loco).
1) El delirio de persecución
3) La omnipotencia de destrucción
Dm. debe reconocer que desea matar por caminos desviados, y no puede vivir más que
con esta fantasía. Durante el análisis ve que el analista la comprende -que no es mala, que
debe matar y sabe que ella [es o era] indeciblemente buena y aún quisiera serlo.
En estas condiciones admite su [debilidad / maldad] y confiesa que debe apoderarse de mis
ideas, etc.
¿Puede impresionar una placa fotográfica? Se pretende que sí. Es también materia,
aunque de una naturaleza mucho más móvil (de una estructura más fina).
No hay que ser egoísta si se desea alcanzar y utilizar la esfera exterior. Fuera no hay (o
hay mucho menos) fricción -pero cada uno cede-. ¿Es éste el principio de la bondad, de la
mutua consideración?
Que las cosas sean influenciables (que toleren el desagrado) es de por sí una prueba de la
existencia del segundo principio de bondad.
Sin angustia.
¿Se tiene deseo aun entonces de encontrar el camino hacia lo cotidiano? Y ¿se es aún
capaz de pasiones?
Lo que se sabe sobre el universo podría describirse como el establecimiento del centro de
gravedad de una multitud de elementos vinculados entre sí. Hasta ahora he pensado sólo
en dos principios que puede captar el saber humano: el principio del egoísmo o de la
autarquía, según el cual una parte aislada del universo total (organismo) posee e intenta
asegurar en si, independientemente del mundo exterior mientras es posible, las condiciones
de la existencia o del desarrollo. La aptitud científica correspondiente es un materialismo y
un mecanicismo extremado (Freud), y la negación de la existencia real de «grupos»
(familia, nación, horda, humanidad, etc.). (Röheim.) El minimum (?) o la ausencia total (!) de
«consideraciones, de tendencias altruistas, que superan los límites de las necesidades
egoístas o de las acciones favorables en el sentido del bienestar individual, es la
consecuencia lógica de esta dirección de pensamiento.
Un tercer punto de vista intentaría conciliar ambos extremos y trataría de hallar una
posición que englobara a ambos. Consideraría el universalismo como una tentativa de la
naturaleza por restablecer la identificación mutua (sin tener en cuenta las tendencias
autárquicas ya existentes) y con ella la paz y la armonía (impulso de muerte). El egoísmo
como otra tentativa mucho más conseguida de la naturaleza por crear organizaciones de
tipo descentralizado que aseguren la paz. (Protección contra las excitaciones): (impulso de
vida). El hombre es una unificación microcósmica muy conseguida; puede pensarse incluso
en la posibilidad de que el hombre logre reunir todo el mundo exterior en torno a si.
Pero todo esto es pura especulación, porque muchos casos prueban que el principio A. B.
C., la culpabilidad A y B existen verdaderamente. Desde hace mucho tiempo considera la
neurastenia como una deuda respecto al Yo propio (masturbación, abandono forzado de la
libido a expensas del Yo: melancolía subjetiva -egoísta-). Anxiety Neurosis. Retención de la
libido más allá de lo exigido por el narcisismo. Culpabilidad hacia los demás, hacia el
mundo circundante. Acumulación de libido (atesoramiento). Rechazo de la tendencia a
darse a los demás (lo superfluo).
(Con la voluntad de otra persona) un caso: incapacidad de caminar -fatiga con dolores,
agotamiento-. Alguien nos agarra por el brazo (sin ayudar físicamente) -nos apoyamos en
esa persona que dirige nuestros pasos (nos confiamos a ella). Pensamos en muchas cosas
y no prestamos atención más que a la dirección indicada por la persona a la que seguimos.
De golpe, la marcha se hace penosa. Cada acción parece exigir doble consumo de fuerza,
la decisión y la ejecución. La incapacidad de decidir (debilidad) puede hacer difícil y fatigoso
el más ligero movimiento. Si abandonamos la decisión a alguien, el mismo movimiento
resulta fácil.
La acción muscular pura no resulta ni perturbada ni impedida aquí. Sólo queda paralizada
la voluntad de actuar. Ésta debe ser aportada por alguien ajeno. En la parálisis histérica
falta esta voluntad y debe ser transmitida por alguien mediante «sugestión». ¿Por qué
medios y por qué caminos? Primero por la voz. Segundo mediante movimientos de
percusión (música tambores, etcétera). Tercero. transmitiendo la idea «puedes hacerlo»,
«voy a ayudarte».
Posiblemente para reparar una sugestión anterior que sólo exige obediencia, debe
intentarse ahora una sugestión que despierte y que confiera fuerzas personales. Así pues.
1) Regresión a la debilidad: 2) Sugestión de una fuerza, aumento de la estima propia en
lugar de la sugestión de obediencia anterior (caída en la ausencia de voluntad y
contra-sugestión, contra la sugestión de obediencia angustiosa anterior).
Sandor Ferenczi / Notas y fragmentos / Rechazo
Rechazo
26-9-1932. Rechazo
Las funciones de la conciencia (del Yo) están situadas (desplazadas) del sistema
cerebro-espinal al sistema endocrino. El cuerpo comienza a pensar, a hablar, a desear, a
«actuar», en lugar de efectuar simplemente funciones del Yo (cerebroespinal).
Esta actitud parece hallarse prefigurada en el embrión. Pero lo que resulta posible para el
embrión es perjudicial para el adulto. Es perjudicial cuando la cabeza, en lugar de pensar,
actúa como órgano genital (eyaculación- hemorragia cerebral): es también perjudicial
cuando el órgano genital comienza a pensar en lugar de efectuar su función (genitalización
de la cabeza y cerebralización del órgano genital).
2. Uno desea dominar más que ser dominado, el otro a la inversa (bisexualidad y
preponderancia de uno de los sexos).
Una vía por la que se intercambia de forma duradera menos libido de la que se desea
puede hacerse insoportable.
¿Pero en qué consiste este proceso particular de intercambio de libido? ¿Se trata de dejar
dominar el “segundo principio” (compromiso, armonía) es decir un proceso físico entre dos
personas (cosas) con tensiones diferentes?
¿Es simultáneamente dar y tomar? Parece que esto no es «satisfactorio» más que en el
último caso.
Las transformaciones del mundo exterior así como de la propia personalidad sólo se
producen en una situación continua pero a golpes. El mantenimiento de la fuerza y del
modo de acción hasta un cierto grado de la influencia exterior muestra una tentativa de
resistencia individual a la transformación. Cuando se supera un limite, el individuo se
transforma, se somete a la fuerza exterior superior. se identifica obligatoriamente a la
voluntad del mundo circundante. «La inercia» es una resistencia contra las influencias
externas.
Sandor Ferenczi / Notas y fragmentos / La técnica del silencio
La técnica del silencio
Octubre 1932. La técnica del silencio
«Actitud de silencio» más prolongada: relajación más profunda, sueños, imágenes, un poco
«a la manera del sueño», muy lejos del material de pensamiento consciente. ¿Pero cuándo
es necesario por lo menos hablar? ¿Debe el analista interrumpir (interceptar el silencio)?
(No está esto mal).
El otro extremo es la inmersión («trance») con pérdida total o parcial de la realidad del
tiempo y del lugar y la reproducción muy viva y a veces alucinatoria de una escena [vivida o
representada].
Los signos de resistencia contra la realidad hablan más bien (no siempre) para la realidad.
Sandor Ferenczi / Notas y fragmentos / El argumento terapéutico
El argumento terapéutico
24-10-1932. El argumento terapéutico
Tras la reproducción múltiple con un dolor que no quiere cesar y sin rememoración
consciente, interrupción accidental.
Signo:
4) Período del «healing» de las heridas analíticas y tanteo de las posibilidades restantes
(Jung).
3. Los niños en los tres o cuatro primeros años de su vida no tienen muchos recuerdos
conscientes del desarrollo de las cosas, sino sólo sensaciones (con tonalidades de placer y
de desagrado) y reacciones corporales a ella. El «recuerdo» queda vinculado al cuerpo y
sólo allí puede ser despertado.
5. No está justificado exigir del análisis la rememoración consciente de algo que nunca ha
sido consciente. Sólo es posible revivir algo, con una objetivación fuera de tiempo, por
primera vez, en el análisis. Revivir el traumatismo e interpretarlo (comprenderlo) -a la
inversa del «rechazo» puramente subjetivo- es pues la doble tarea del análisis. La crisis
histérica puede ser tan sólo una vivencia parcial, la crisis analítica debe conducirla a un
desarrollo más completo.
6. Revivir las cosas de forma repetida muchas veces con una interpretación que cada vez
es más segura debe ser suficiente para el paciente. En lugar de buscar, como antes, por la
fuerza, el recuerdo consciente (tarea imposible que agota al paciente sin que pueda
apartarse de ella) hay que subrayar y favorecer en el paciente las tendencias a la
separación [del análisis / del analista.
(G) «Concesión y absolución no es una solución, sino más bien un motivo de nuevo
rechazo.» (No se ofrece ninguna posibilidad para librarse del odio. para darle libre curso).
¿No es ésta la técnica freudiana? En cierto sentido sí. pero imponer por fuerza su propia
teoría, no es objetivo sino una especie de tiranía. Del mismo modo esta posición es algo
inamistosa.
Tfe.: Yo (el analista) soy responsable de que la transferencia se haya vuelto tan apasionada
-debido a mi frialdad de sentimientos. Una repetición mucho más literal de la dependencia
padre-hija: prometer (sensaciones de placer preliminar despertando esperanzas). y luego
no dar nada. Resultado: huida de la propia persona (cuerpo) (división de la personalidad).
Esfuerzo colosal para aprender, y al mismo tiempo ambición de ser el primero (tipos según
Adler). «Cramming», olvido de los datos (inteligencia como la de los niños, no percibiendo
más que[ lo actual / lo presente], pero a menudo a ese nivel de sorprendente profundidad).
Normalmente, el niño debe saciarse por el juego, desviándose hacia la realidad un exceso
del interés.
Obligación y un exceso.
«Super-Yo» no asimilado.
De otro lado: los sucesos «psíquicos» del pasado (infancia) pueden no haber dejado tras
ellos huellas mnésicas más que en el lenguaje gestual (corporal) incomprensibles para
nuestro consciente, en forma de «mnemas» orgánico-psíquicos; posiblemente no existía
preconsciente en aquel momento, sino sólo reacciones emocionales (placer-desagrado) en
el cuerpo (huellas mnésicas subjetivas) -de manera que sólo los fragmentos de los sucesos
exteriores (traumáticos) llegan a reproducirse. También es posible que los primeros
momentos del traumatismo no hayan podido ser «rechazados» (desplazados en lo
corporal), a consecuencia del elemento de sorpresa (falta o retraso de la contra-utilización).
Si es así determinados recuerdos de la infancia no pueden obtenerse conscientemente, y
en los síntomas corporales, las ilusiones se mezclan siempre con las deformaciones de
defensa y de inversión (realizando un deseo) a la manera de un sueño. Por ejemplo en
forma de regresiones (alucinación de los momentos que preceden al traumatismo).
Jung está en lo cierto cuando constata y describe esta angustia; y también cuando dice que
en tanto que médico debe superar esta angustia, sólo en lo que concierne al tipo de terapia
no ha acertado. El ánimo solamente o prodigado tras un vistazo rápido a la causa de la
angustia, no puede tener efectos duraderos (lo mismo que las sugestiones preanalíticas,
con escasas excepciones) -hay que tener en primer lugar una visión completa de la
manera en que se ha constituido este infantilismo- y ello no puede conseguirse más que: a)
por un retorno completo al pasado donde reside la causa mediante la reproducción [del
recuerdo / de la acción] o b) por experiencias e interpretaciones de las tendencias en el
análisis.
(Dm.: se deshace en lágrimas durante los preparativos de una cena para U. Ella no ha
abandonado nunca lo lúdico. Quería sólo jugar a cocinera, pero se ha visto obligada a
soportar una carga real mucho más pesada. -(¡Sexo!)- esfuerzo de identificación.)
-Sugestión sin análisis -forzar el Super-Yo del hipnotizador (se exige un gran esfuerzo)-
tratamiento correcto: a) retorno a la infancia, dejarse desencadenar: b) esperar la tendencia
espontánea a «crecer», -aquí tiene su puesto el ánimo- hay que exhortar al coraje.
Embriología: los bocetos orgánicos están en el individuo antes que las funciones: una vez
desarrollados en órganos, reclaman actividad (función). El embrión juega con las
posibilidades filogenéticas (estadío de pez, de rana, etc.), y lo mismo el niño, en cuanto se
halla provisto de todo lo necesario en la realidad. La «realidad» comienza cuando los
deseos no son plenamente realizados -las necesidades no están aseguradas y la actividad
personal es inevitable. Se comienza a tener que trabajar, incluso hay que luchar por el
alimento y el amor, es decir soportar también el desagrado intermedio. Esto se realiza
probablemente con ayuda de la división -objetivación- por una parte, siendo la parte
sufriente de la personalidad y de su reunificación con el Yo: subjetivación, una vez que se
ha alcanzado el objetivo, o que ha pasado el dolor y el sufrimiento. El rechazo es una
«alienación» bien conseguida. duradera. Aquí está la diferencia entre supresión y
represión. Cuando hay supresión, no se siente el dolor, sólo el esfuerzo que es preciso para
«sobre-alienar». Cuando hay represión, ni siquiera se siente esto, y hasta la situación de
defensa puede parecer cargada de placer (el placer va a la zaga).
2. Comunicar a otra persona lo que ha ocurrido, en forma de lamento, para hallar ayuda o
piedad (-¡compartir! pena compartida, emoción compartida) -disolución mediante la
situación de participar por comunicación.
3. Esta “participación” tiene dos aspectos: 1) una parte imitadora de lo extraño (forma
primitiva de la objetivación de los procesos del mundo exterior): 2) una repetición
auto-imitadora de la reacción emocional que se experimenta durante el suceso (placer,
desagrado, dolor, angustia).
Los medios de representación del sueño son un poco más objetivos (pero nunca tanto
como el preconsciente). También en el sueño hay elementos en los que el Yo imita el
mundo circundante (Perro- yo ladro, él muerde- eso me hace mal) prudencia en la
apreciación de los elementos subjetivos, en qué medida representan algo objetivo, y de los
elementos objetivos, en qué medida representan algo subjetivo. Es cierto que lo objetivo
puede también representar lo objetivo, y lo subjetivo representar lo subjetivo. Adivinar a
partir del sentido de conjunto.
2. El mismo tipo de imagen de un hombre con una enorme nariz (adornada con una
verruga), vientre amplio (personaje falstaffiano) soltando ventosidades. Gestos cómicos
durante la oración. Formación reactiva: mostrar atención, señalar la actitud de no
preocuparse de la «public opinion» (aparecer con él en la calle principal). Public opinion-
proyección del hecho que disgusta).
Hasta aquí nunca ha sido interpretada más que como identificación-deseo -imitación
despectiva con formación reactiva.
Cura de saber-incredulidad. «Usted no debe creer, usted debe decir las cosas como le
vengan. No fuerce ningún sentimiento, sea cual sea, y mucho menos el sentimiento de
convicción. Usted tiene tiempo para juzgar las cosas desde el punto de vista de la realidad,
a destiempo.» (En realidad, la serie de imágenes puras se transforma antes o después en
representaciones fuertemente emocionales.) «Usted debe admitir que (excepcionalmente)
han podido ocurrir cosas de las que algunos de ustedes ha dicho algo.»
Cada «adulto» que «vela sobre si mismo», está dividido (no es una unidad completa).
Contradicción aparente: el sentido de realidad sólo es posible sobre la base de una
«fantasía» (=irrealidad), en la cual una parte de la persona es secuestrada y considerada
«objetivamente» (exteriorizada, proyectada), esto no es posible sin la ayuda de una
represión parcial de las emociones (¿rechazo?). Los análisis que van de un extremo a otro,
al nivel de la realidad, nunca llegan a la profundidad de los propios procesos de división.
Sin embargo toda evolución ulterior depende del modo (vehemencia), del factor tiempo y de
las circunstancias de la división originaria (rechazo primario). Sólo en la primera infancia o
antes de la división está uno “consigo mismo”. El análisis en profundidad debe volver hacia
atrás bajo el nivel de realidad, hasta las épocas pretraumáticas y los momentos
traumáticos. pero no puede esperarse ninguna solución, si la solución no es ahora diferente
de lo que ocurrió al principio. Aquí es necesaria una intervención (regresión y nueva
partida). Véase a este respecto la comprensión amistosa, el «dar libre curso» y fortalecer
animando y apaciguando («sugestión»).
Sandor Ferenczi / Notas y fragmentos / Indiscretion of the analyst in analysis -
helpful
Indiscretion of the analyst in analysis - helpful
20-11-1932. Indiscretion of the analyst in analysis -
helpful
Incluso un confesor se halla a veces obligado, por amor a una verdad “superior” a romper la
observancia rigurosa del compromiso de silencio (para salvar una vida, etc.). «No debe
jugarse con el destino» tiene sus límites. En conjunto, y en términos generales, esto es
justo pero son inevitables las excepciones. En relación a los psicóticos (sentido de realidad
ausente o defectuoso).
Los niños prodigios han debido evolucionar todos de esta manera, y hundirse así (break
down). Ejemplo: relación sexual que acaba sin orgasmo: hiriente para uno mismo y para la
pareja. Excesivas tareas con «Break down» o un éxito excesivamente rápido, desprovisto
de método (aphoristic writings) -quedarse a este nivel: siempre un progreso a nivel
fantasioso.
Tratamiento: admitir, reparar lo infantil (no hacer nada) -nueva formación normal de la
personalidad. Break down = sentimiento de inferioridad, así como huida ante las labores y
la responsabilidad. Regresión a partir de la relación sexual a la masturbación (pasiva). Al
menos ésta debe estar «permitida»: 1) consentida y aprobada por la pareja; 2) soportada
sin culpabilidad interior.
Efecto retroactivo sobre el análisis: odio al trabajo, cualquiera que éste sea -imponerse
tareas excesivas- hundimiento (con desagrado oculto).
(Ejemplo: Golpear la nariz contra los dientes de la pareja en el momento del orgasmo -El
orgasmo de otra persona: una tarea excesivamente grande. Incapaz de amar desea
solamente ser amado. Matrimonio precoz.)
A partir de este incidente debiera ser posible hallar los lazos que lleven a la incredulidad
sobre la realidad y sobre los límites [de el amor / de la ayuda de los padres (egoísmo de los
padres). Debe solucionarse el caso por sí mismo.
El mismo día me entero por otra analizante que U. y otra paciente se divierten porque dejo
mi correspondencia sobre la mesa, de forma que ambos pueden echarle un vistazo en
determinados momentos. (Escepticismo y búsqueda sobre los verdaderos sentimientos
personales y mi personalidad en general. U. cree por ejemplo que trato a determinado
paciente con mucha dureza en mi carta, que soy pues más duro de lo que demuestro.) Esto
también debe ser clarificado:
Unirlo a sucesos similares en el pasado del paciente (¿no son los padres tan buenos como
quisieran parecer? No puede contarse con ellos de forma tan exclusiva).
Los pliegues de la palma de la mano dan elementos informativos sobre las inervaciones
musculares habituales (acciones e impulsos, movimiento del estado de ánimo, movimientos
de expresión de las manos).
Tercero: La idea del «wise baby» no ha podido ser hallada sino por un wise baby.
Los idiotas y los imbéciles debieran ser los mejores «abstraccionistas», pues no tienen
ningún órgano para las representaciones de detalle (combinación de la debilidad mental
con el don matemático). Algunos animales con escasa capacidad de representaciones
aisladas cuentan instintivamente (cálculo de distancia para un salto) otras pocas
experiencias. Su percepción del placer y del desagrado (miedo a todo lo nuevo) es más
seguro que el riesgo inteligente enfrentado a un peligro.
3.
4.
Desagrado soportado expiración
Placer del cuerpo profundizado inspiración
6. Como consecuencia: capacidad creciente para las acciones contra el principio de placer
(soportar la sed, el hambre, el dolor: soportar los pensamientos, los deseos, las emociones,
las acciones, rechazadas por el desagrado). Anulación del rechazo.
Agravación
Reducción de las reacciones narcisistas / profundidad del análisis.
Extraversión
Otra formulación: 1) Clara distinción entre fantasía (igual juego de niño) e intención y
acciones reales.
Esto quiero que sea, pero esto no debe ser: sobre acomodarse -es decir renunciar también
a lo posible-. No renunciar a fantasear, es decir a jugar con las posibilidades. Pero antes de
actuar, de formarse una opinión definitiva, poner en práctica la distinción señalada más
arriba.
(a) Está en parte contenida en las contraindicaciones del análisis según Freud (malestar,
edad, desesperación).
(b) Puede (¿parcialmente?) reemplazar a (a), pero existe el peligro de una fijación al
analista durante toda la vida (adopción -pero, sin embargo, ¿cómo “desadoptarse”?-).
Traumatismo
Amnesia Infancia
Sueños de infancia
No puede ser recordado porque nunca ha sido consciente, sólo ha sido revivido y
reconocido como algo del pasado.
Los recuerdos desagradables continúan vibrando en alguna parte del cuerpo (emociones).
El análisis del niño, la educación es la presión interna del Super-Yo (por parte de los
adultos).
Próximo escrito
Diario clínico
Diario clínico
Sandor Ferenczi / Diario clínico / La insensibilidad del analista
La insensibilidad del analista
7 de enero, 1932. La insensibilidad del analista
(manera afectada de saludar, exigencia formal de "decir todo", supuesta atención flotante
que no siempre lo es y que ciertamente no es apropiada a las comunicaciones de los
analizantes, plenos de sentimientos cuya expresión les presenta generalmente muchas
dificultades) tiene por efecto: 1) que el paciente se sienta ofendido por la falta o la
insuficiencia del interés; 2) como no quiere pensar mal de nosotros ni considerarnos
desfavorablemente, busca la causa de esta no-reacción en sí mismo, es decir, en la
cualidad de lo que nos ha comunicado; 3) finalmente, duda de la realidad del contenido que
estaba anteriormente tan próximo al sentimiento.
Seguramente, también el comportamiento natural del analista ofrece puntos de ataque para
la resistencia. La consecuencia extrema fue extraída por esa paciente que planteó como
exigencia que también el paciente tuviera el derecho de analizar a su analista. En la mayor
parte de los casos esta exigencia pudo ser satisfecha en la medida que:
Quizás podamos encontrar un acceso al "salto inexplicable en lo corporal" tal como el que
caracteriza a la histeria. Punto de partida: una conferencia del doctor M.B. en la que
distingue erotismo y educabilidad (capacidad de adaptación); las funciones puramente
yoicas (de utilidad) serían no eróticas (respiración-pulsaciones cardíacas). Los órganos en
vías de adaptación (los productos más recientes del desarrollo) son eróticos. La histeria es
la regresión del erotismo a los órganos que antiguamente sólo sirvieron a las funciones del
Yo; se verifica lo mismo en las enfermedades corporales de órgano.
Pero cuando las fuerzas primarias intelectuales han sido despertadas, es decir, una vez
que la necesidad de recurrir a ellas se ha presentado, no es fácil hacer desaparecer otra
vez esta función primaria. Expresado en términos psicológicamente comprensibles, esto
significa: es imprudente organizarse en función de lo que es normal y soportable en el
mundo circundante; vale más fiarse de las propias fuerzas primarias, de lo que resulta que
a partir de ese momento, aunque se trate de heridas poco importantes (de naturaleza
corporal y psíquica), ya no se reacciona por medidas aloplásticas del sistema nervioso y del
psiquismo, sino de nuevo por la transformación histérica, autoplástica (formación de
síntomas).
Es posible que un proceso interno complicado, incluso introducido por vía neuro-psíquica
-por ejemplo, en el caso citado más arriba, la tentativa de controlar una situación muy
penosa- sea bruscamente abandonado y resuelto de manera autoplástica, mientras se
produce la regresión de los psiquismos especializados a las fuerzas psíquicas primarias; es
decir, que se encuentra transformado en una modificación de sustancia y se expresa por
medio de esta. El momento del abandono total del control exterior (aloplástico) y de la
instauración de la adaptación interna (en el curso de la que se hace concebible
reconciliarse incluso con la destrucción del Yo, es decir, con la muerte en tanto forma de
adaptación), será experimentada interiormente como un parto (?), una liberación.
Probablemente ese momento signifique para el ser humano el abandono de la
autoconservación para encontrar lugar en un estado de equilibrio superior, quizás universal.
En todo caso, esta línea de pensamiento abre una vía hacia la comprensión de una
inteligencia sorprendente del inconsciente, en esos momentos de gran angustia, peligro de
muerte o agonía. Ver también los casos frecuentemente citados de clarividencia.
(II) A la edad de cinco años, nueva agresión brutal, órganos genitales artificialmente
dilatados, sugestión insistente de mostrarse sumisa respecto a los hombres; administración
de tóxicos estimulantes. Más adelante (quizás bajó el efecto del shock reciente y de la
tentativa de adaptación renovada) rememoración repentina de los sucesos del segundo año
de vida, impulsión al suicidio, probablemente también sentimiento de morir (agonía) antes
de que las acciones sugeridas fuesen realizadas. La enormidad del sufrimiento, la angustia,
la ausencia de esperanza de toda ayuda exterior, impulsan hacia la muerte; pero después
de la pérdida o del abandono del pensamiento consciente, los instintos vitales
organizadores ("orfa") se despiertan, ubicando la locura en el lugar de la muerte. (Estas
mismas fuerzas "órficas" parecen haber estado ya presentes en la época del primer shock.)
El resultado del segundo shock es una nueva "dislocación" de la individualidad. La persona
está constituida en lo sucesivo por los fragmentos siguientes:
Esta parte se comporta como un niño desfalleciente que no sabe nada de sí mismo, que no
hace más que gemir y al que es necesario auxiliar psíquicamente, a veces físicamente. Si
no se hace esto con una creencia total en la realidad del proceso, toda la fuerza persuasiva
y la eficacia del auxilio fallarán. Sin embargo, si el analista tiene esa convicción y, en
consecuencia, los sentimientos de simpatía por la persona que sufre, se puede tener éxito
en conducir, por medio de preguntas prudentes (que la impulsen a pensar), la fuerza de
pensar y la orientación de este ser hasta el punto en que pueda hablar y recordar algo de
las circunstancias del shock.
2) Un ser singular, para quien la conservación de la vida tiene una importancia "coûte au
coûte" (orfa). Este fragmento juega el papel de un ángel guardián, suscita alucinaciones de
cumplimiento de deseos, fantasías de consuelo; anestesia la conciencia y la sensibilidad
contra sensaciones que se hacen intolerables. En el caso del segundo shock, esta parte
maternal sólo pudo ayudar expulsando toda vida psíquica fuera del cuerpo, sufriendo de
manera inhumana.
3) Desde el segundo shock, nos encontramos con una tercera parte sin alma de la persona,
es decir, el cuerpo ahora sin alma, y cuya mutilación no es en absoluto percibida, o es
considerada como algo que le ha ocurrido a otro ser, mirado desde afuera.
(III) El último gran shock vino a golpear a esta persona, ya escindida en tres partes, a la
edad de once años y medio. A pesar de la precariedad de esta tripartición, se estableció
una forma de adaptación a la situación aparentemente insoportable. Estar sometida a la
hipnosis y al abuso sexual se convirtió en el esquema de su vida. Como si la repetición
constante de un ritmo, por penoso que fuera, es decir, la facilitación de una vía, fuera
suficiente para que lo penoso pareciera menos penoso. Pero también el sentimiento
inconsciente de que detrás de la tortura por el adulto se ocultaban intenciones afectuosas,
por deformadas que estuvieran, es decir, la percepción de elementos libidinales aun en el
sadismo. Finalmente, el hecho de que el adulto observe y aprecie las realizaciones de la
niña, etc.: la combinación de estos factores y de otros más, incompletamente revelados
hasta ahora, han podido instaurar un estado de equilibrio, por precario que sea.
Esta erupción, a la manera de una corriente de lava, terminó por una “incineración”
completa, una especie de ausencia de vida. La vida del cuerpo, sin embargo, forzada a la
respiración y a la pulsación, evocó a Orfa que, en su desesperación, también se había
hecho amiga de la muerte, y tuvo éxito, como por milagro, en resucitar a este ser dislocado
hasta los átomos, es decir, crear una suerte de psique artificial para el cuerpo obligado a
vivir. A primera vista, el "individuo" consiste en estas partes: (a) en superficie, un ser
viviente capaz, activo, con un mecanismo bien, incluso demasiado bien ordenado, (b)
detrás de éste, un ser que no quiere saber más nada de la vida, (c) detrás de este Yo
asesinado, las cenizas de la enfermedad mental anterior, reavivadas cada noche por los
fuegos del sufrimiento; (d) la enfermedad misma, como una masa afectiva separada,
inconsciente y sin contenido, resto del ser humano propiamente dicho.
Otro problema que no está todavía resuelto aquí, está ligado al hecho de admitir la
posibilidad de una transferencia positiva. En cualquier caso, admitirlo y discutirlo
constituyen aquí también, en cierta medida, una protección contra su exageración. Toda
clase de secreto, sea de naturaleza positiva o negativa, vuelve al paciente desconfiado;
observa la presencia de afectos a partir de pequeños signos (manera de saludar, apretón
de manos, tono de la voz, grado de vivacidad, etc.), pero no puede evaluar la cantidad y la
importancia: revelarlos con sinceridad le permite tener contra-reacciones y tomar
contramedidas con mayor seguridad.
¿El analista así analizado puede y debe ser totalmente franco desde el comienzo? ¿No
debe considerar en qué medida el paciente es digno de confianza, tener en cuenta su
grado de comprensión y lo que es capaz de soportar? Por el momento, tengo cuidado en
ejercer una cierta prudencia, a saber, no cedo más que en la medida en que aumenta la
capacidad de tolerancia del paciente. Ejemplo: situación financiera desesperada; ya han
cesado todos los pagos; después también se anula la deuda. En una ocasión anterior, una
proposición imprudente: ofrecer ayuda financiera en caso de necesidad. (Seguido poco
después por una oposición interior, ligada al sentimiento: no es necesario dejarse devorar
por el paciente.) Resultado negativo posible: apoyándose en esta promesa, el paciente
descuidó poner en marcha todas las energías y posibilidades reales de las que disponía; al
mismo tiempo, buscó obtener una ayuda material (dinero) en lugar de ayuda analítica. Otro
resultado negativo: irritación interior contra el paciente que éste capta pero no comprende.
Después de una franca discusión, aumento de la confianza, reconocimiento de la
benevolencia manifiesta, deducida su exageración y reforzamiento frente al displacer ya
evocado.
Ahora, algo "metafísico". Muchos pacientes tienen el sentimiento de que una vez alcanzada
esta especie de paz mutua, la libido, liberada de todo conflicto, tendrá, sin otro esfuerzo
intelectual o de explicación, un efecto "curativo". Me piden que no piense demasiado, sino
que simplemente esté allí; que no hable tanto y que no haga esfuerzo; en realidad podría
incluso dormir. Los dos inconscientes se ayudarán mutuamente de esta manera: incluso el
"healer" recibe algo tranquilizante de aquel que cura, y viceversa. Ambos otorgan
importancia a la idea de tomar en un sentido sustancial este flujo mutuo, y no explicarlo
sólo sobre el plano psicológico; ambos tienen representaciones absolutamente idénticas
sobre el hecho de que el odio y la enemistad (en particular en los primeros años de la
infancia) sustraen energía vital a la personalidad e incluso pueden llegar a destruirla
completamente (shock, angustia y sus efectos paralizantes). Al fin de cuenta, la capacidad
de pensar puede ser dañada por tal presión o tales golpes. La psique, fragmentada o
atomizada por el traumatismo, se siente como rodeada de una sustancia adhesiva por el
amor, purificada de toda ambivalencia que fluya hacia ella; los fragmentos se aglomerarán
en unidades más grandes; de hecho, toda la personalidad puede converger en la reunión
(homogeneidad).
Confesión subjetiva: esta libre discusión con los pacientes proporciona al analista una
especie de liberación y de alivio, comparado a las prácticas, por así decir, crispadas y
fatigantes en vigor en la actualidad. Si, por otra parte, logramos conquistar la benevolencia
del paciente que se ha entonces liberado del egoísmo neurótico y ha comprendido la
imposibilidad de pedirnos más, nos sentimos recompensados de nuestras penas: a nuestro
desinterés, responde con su desinterés. Nuestra psique está también más o menos
fragmentada y, en particular, después de haber gastado cantidades considerables de libido
sin que retorne nada, tiene necesidad de tales reembolsos por parte de los pacientes bien
dispuestos, curados o a punto de serlo.
Esta actividad se detiene cuando no llega ninguna perturbación del exterior. Resistencia
(obstinación, incomprensión) a toda agresión, tiempo y espacio determinados por esta
resistencia. El intelecto mismo está fuera del tiempo y del espacio, en consecuencia
supra-individual. "Orfa".
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Continuación del análisis mutuo
Continuación del análisis mutuo
19 de enero, 1932. Continuación del análisis mutuo
Sueño de R.N.: una ex paciente, la Dra. Gx., fuerza a R.N. a tomar en su boca su seno
marchito. "No es lo que necesito, es demasiado grande, vacío, no tiene leche". La paciente
siente que este fragmento de sueño es una mezcla de contenidos psíquicos inconscientes
del analizado y del analista. Pide al analista que se deje sumergir, eventualmente
adormecerse. En realidad, las asociaciones del analista van en dirección de un suceso de
la primera infancia (una historia de "száraz dajka") a la edad de un año; mientras tanto, la
paciente repite en sueños escenas que representan sucesos horrorosos de la edad de un
año y medio, tres, cinco y once años y medio, y sus interpretaciones. El analista ha sido
capaz, por primera vez, de asociar sentimientos a este suceso originario, y de otorgarle así
al hecho el sentimiento de una experiencia real. Simultáneamente, la paciente logra adquirir
una intuición mucho más penetrante que antes de la realidad de estos sucesos, tan
frecuentemente repetidos de manera intelectual. A su demanda apremiante, la ayudo con
preguntas simples que la fuerzan a pensar. Debo dirigirme a ella como a una paciente de
asilo, llamándola por su nombre de niña y forzándola a admitir la realidad de los hechos a
pesar de su carácter penoso. Es como si dos mitades del alma se completasen para formar
una unidad. Los sentimientos del analista se intrincan con las ideas de la analizada y las
ideas del analista (imágenes de representaciones) con los sentimientos de la analizada. De
este modo, las imágenes que de otra manera permanecerían sin vida, se transforman en
hechos, y las tempestades emocionales sin contenido, se llenan de un contenido
representativo (?).
El resultado combinado de los dos análisis es expresado por la paciente como sigue: "Su
traumatismo más importante ha sido la destrucción de la genitalidad; mi traumatismo fue
peor: he visto mi vida destruida por un loco criminal; mi espíritu destruido por venenos e
incitado al embrutecimiento, mi cuerpo ultrajado por la horrible mutilación en el peor
momento y la exclusión de una sociedad donde nadie creerá en mi inocencia; por último, el
horror de los acontecimientos del último asesinato padecido."
Una vez destruidas estas ilusiones bajo el efecto del análisis mutuo, la paciente se permite,
o está en condiciones de confesarse a sí misma y a mí, los afectos de vehemencia y de
excitación sexual que hasta ese momento no había admitido en su conciencia. Una escena
de excitación furiosa a propósito de un asunto relativamente insignificante (contra las
domésticas) y, por primera vez, reproducción de sensaciones libidinales en la boca y en los
órganos genitales en relación con el hecho traumático. Sin embargo, estos sentimientos
son siempre estrictamente aislados por ella de las personas reprobadas; en el momento de
sentir el vacío del supuesto seno (fellatio), la necesidad de chupar es desplazada sobre los
órganos genitales, pero solamente bajo la forma de un deseo de ser tocada en ese lugar
(aquí, el atributo común, la identidad entre analista y analizante: ambos han sido
conminados a hacer más y a dejar hacer más, sobre el plano sexual, que lo que querían
efectivamente). Mientras que en la realidad se desarrollaban los episodios genitales
reprobados y rechazados, en la parte escindida del psiquismo se desarrolla un fantasma
masturbatorio de contenido maravilloso, que debía ser tanto más perfecto por cuanto las
circunstancias verdaderas, con todos sus indecibles sufrimientos, fueron abominables. De
la misma manera, su partenaire en el análisis mutuo se ofrece la compensación, en su
juventud, de una actividad masturbatoria sin fin, en la cual la particularidad puede ser
apreciada por la eyaculación, usque ad coelum.
¿El objetivo del análisis mutuo no es, quizás, encontrar ese atributo común que se repite en
cada caso de traumatismo infantil? ¿Y el descubrimiento, o la percepción de esto, no es la
condición de la comprensión y del flujo de compasión que cura?
Desde que comienza un análisis pasan años con toda la severidad y reserva posible,
reforzados inútilmente por el deseo de hacer de modo que las diferencias sociales no
cuenten. La paciente, que había venido con la intención de abrirse con toda libertad, quedó
como paralizada, al menos en su comportamiento. Colmada interiormente por los
sentimientos de una transferencia intensísima de la que no deja aparecer nada.
Descongelándose poco a poco, se decidió más tarde a progresar en el sentido de la
confianza, en particular cuando en un momento de gran angustia (problemas de dinero)
encontró en mí ayuda y protección, probablemente también sentimientos. Se produjo
después una tentativa de desplazamiento sobre una tercera persona (R.T.), pero a
continuación de un segundo traumatismo (muerte del hermano), del que también pude
aliviarle el sufrimiento, se resignó finalmente a volver a su familia y a sus deberes. En este
punto, tuve éxito en conducir a la paciente a pasar de su interés exclusivo por los espíritus y
la metafísica -ligado sin embargo a una gran angustia- a un interés dirigido en los dos
sentidos (permaneciendo en buenos términos con los espíritus, pero también capaz y
dispuesta a mostrarse solidaria en la realidad). Lo que parece totalmente ausente, es el
deseo de relaciones sexuales.
I) R.N. (a) Seducción con bellas promesas y excitaciones voluptuosas que impulsan a su
cumplimiento; la percepción repentina de que se está por hacerle mal afirmando que es
"bueno". (Ver el trabajo de la Sociedad Británica de Psicología sobre la manera de educar a
los niños: se persuade al niño que las cosas que tienen buen gusto son malas y que las
cosas desagradables son buenas.) R.N. ha sido obligada a consentir por narcosis. La
narcosis misma es vivida como algo hostil a la vida y rechazada; en realidad, no se puede
ser anestesiado más que por la fuerza, aun cuando se haya consentido conscientemente.
No se renuncia jamás a la voluntad de mantener el control sobre las sensaciones y la
motilidad, fuera de toda influencia de fuerzas exteriores. Se cede a la fuerza pero con
reservatio mentalis. La represión, en realidad, es reprimir manteniendo al mismo tiempo la
tendencia originaria (entre otras, plantear un juicio, por ejemplo, una contradicción).
¿Pero dónde se puede encontrar lo que está reprimido, cuál es su contenido, en qué forma
lo reprimido continúa en relación con las partes del individuo libradas a la violencia, por qué
vía puede tener lugar la reunificación? Respuesta: 1) La voluntad reprimida, es decir, la
voluntad que cede a la fuerza, se encuentra, tal como se la experimenta y según la
expresión corriente, "fuera de sí". La voluntad propia se encuentra de algún modo en lo
"irreal" en el sentido físico, es decir, en la realidad psíquica, como tendencia que no tiene
los instrumentos de poder, es decir, ningún recurso orgánico o cerebral a su disposición, ni
siquiera las imágenes mnémicas que son aún más o menos físicas; en otros términos, esta
voluntad, que se siente intacta y que ninguna potencia puede matar, se encuentra en el
exterior de la persona actuando con violencia, y continúa, por medio de esta escisión,
negando que sea ella quien efectúa los actos.
Quizás convenga citar acá el caso de "B". A lo largo de las actividades de la jornada que,
aunque muy displacientes deben necesariamente ser ejecutadas, tararea dulcemente
algunos aires en los que la interpretación, tanto en lo que se refiere a su carácter y su ritmo
erótico, como a las asociaciones textuales que evoca, constituye una sorda protesta
permanente contra esta clase de vida y de trabajo. En realidad, toda realización personal
fue suspendida por el Yo, el Yo más profundo, desde el momento en que le fueron
impuestas la voluntad y los juicios extraños, al punto que se impidió a la protesta hacerse
oír, es decir, hasta que fue reavivada por el análisis. Casi todo lo que ocurrió desde el
traumatismo es, en realidad, obra de otra voluntad; en consecuencia, no soy yo quien lo
hago. De allí las protestas raras, incesantes de R.N. de que no es una asesina aunque
admite haber disparado.
(X) Mimetismo ¿Cómo es impuesto el color de su medio a una especie animal o vegetal? El
medio en sí mismo (regiones árticas) no saca ningún provecho del hecho de colorear de
blanco la piel del oso: el único que aprovecha esa situación es el oso. Sin embargo,
teóricamente no es imposible que un atributo común superior comprenda a la vez al
individuo y a su medio, por ejemplo que la tendencia general de la naturaleza hacia un
estado de reposo en tanto que principio superior esté perpetuamente trabajando para
nivelar la diferencia entre acumulación de peligro y de displacer. Este principio hace que el
medio ceda al individuo su color y ayuda al individuo a adoptar el color exterior. Un ejemplo
interesante de interacción exitosa entre tendencias yoicas y universales -colectivismo
individual-.
II) ¿Cuál es el contenido del Yo escindido? Ante todo, una tendencia, probablemente la
tendencia a completar la acción interrumpida por el shock. Para hacerlo, no consideración
de la injusticia padecida y afirmación de lo que se considera como justo, por medio de
representaciones de cumplimiento de deseo, durante el día y durante la noche. Dicho de
otro modo, se trata aún de un material de representaciones, pero limitado a una tendencia a
la repetición y a los esfuerzos para encontrar una mejor solución. El contenido del elemento
escindido es pues siempre: desarrollo natural y espontáneo; protesta contra la violencia y la
injusticia; obediencia despectiva, incluso sarcástica, irónica y afectada respecto a la
dominación, sabiendo interiormente que, en realidad, la violencia no ha obtenido nada: no
ha modificado más que las cosas objetivas, las formas de decisión, pero no el Yo en tanto
que tal; autosatisfacción a propósito de esta actuación, sentimiento de ser más grande,
más inteligente que la fuerza brutal, intuición repentina de una coherencia superior de las
leyes de la naturaleza, tratando a la fuerza ciega como una especie de trastorno mental,
aun allí donde esta fuerza triunfa; deseo naciente de curar este trastorno mental. Lo que
nos impacta como megalomanía en la enfermedad mental, bien podría contener este
elemento como nudo real y justificado. El loco tiene una mirada aguda para las locuras de
la humanidad.
¿Qué quiere decir aburrirse? Tener que hacer lo que se detesta y no ser capaz de hacer lo
que se quisiera: en todos los casos, una situación de sufrimiento. Los casos se hacen
difíciles y patológicos cuando la persona que se aburre no sabe conscientemente lo que
quiere y lo que no quiere. Ejemplo: un niñito fastidia sin cesar a su madre: "¡Mamá, dame
algo!" -Pero ¿qué?- "No sé." Un sondeo más profundo en los deseos y sentimientos de
displacer del pequeño hubiera aportado esclarecimientos. Una analogía en la poesía
"Petike" de Vörösmarty.
Otra manera de definir estos estados podría ser (como se ha dicho en otra parte): simular
ceder a la fuerza mientras que, al mismo tiempo, inconscientemente, se mantiene una
protesta permanente afirmando su espontaneidad a través de estereotipos y por ensueños
o fantasías conscientes o inconscientes. El hombre impaciente mata aporreando el piano.
Detrás del trabajo aparentemente preciso de una cierta dama, estaban constantemente las
melodías de las que ella no era sino raramente consciente.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Represión, conversión histérica; revelación
de su génesis cuando retorna tras la catarsis.
Represión, conversión histérica; revelación de su génesis cuando retorna tras la
catarsis.
28 de enero, 1932. Represión, conversión histérica;
revelación de su génesis cuando retorna tras la
catarsis.
La paciente (B.) en la que los antecedentes reconstruidos por vía analítica hacen suponer,
con gran certidumbre, una violación incestuosa, tenía el hábito de producir en un estadío
bastante precoz de su análisis abreacciones catárticas casi alucinatorias de sucesos
traumatógenos reprimidos. (En realidad, desde la primera sesión, introducida por el "sueño
del huevo" hay una reproducción completa de sensaciones: incluso el olor del alcohol y del
tabaco en la boca del agresor, torsión violenta de manos y muñecas, sensación de sacarse
de encima (con las palmas) el peso de un cuerpo enorme ubicado sobre ella, después
sensación de peso sobre el pecho, obstrucción de la respiración por las vestimentas,
sofocación, apertura forzada violenta (abducción) de los miembros inferiores, sensación
extremadamente dolorosa en el abdomen con un ritmo manifiesto, sensación de leakage,
finalmente sensación de estar extendida como clavada al suelo, hemorragia incesante,
visión de una cara de mirada maligna, después sólo visión de las piernas enormes de un
hombre arreglando su ropa y dejándola allí extendida. (Historia anterior: invitada a ir a una
pieza alejada, un atelier, huir corriendo, aterrorizada, ser atrapada en el jardín.) A pesar de
la intensidad y la fuerza emocional de la experiencia catártica, enseguida, o
inmediatamente después, sentimiento de irrealidad de todo el asunto. (Interpretación:
sentimientos de inverosimilitud, estado doloroso, temor de las consecuencias [aflicción de la
madre, suicidio del padre, embarazo, vergüenza, temor de parir], y por esta razón, todo
esto no es verdad.) Una vaga impresión: 1) arreglarse en un baño; 2) ser reconfortada por
su niñera.
Debió abandonar este procedimiento cuando creció, pero parecía haber inventado
sustitutos equivalentes, aunque menos llamativos: tonadas interminablemente repetidas;
una nota interminable, saltando por momentos a una nota más alta, después al cabo de un
cierto tiempo, subiendo cada vez más pero por sacudidas u ondas. Ocasionalmente, como
por ejemplo hoy, este ascenso tomó un carácter espacial, gráfico. En particular hoy, la
subida correspondió o se asemejó al camino que llevaba de su casa a la mía. Cada cuesta
de la colina era vivida como una escalada para alcanzar el espacio plano en la cima de la
colina, delante de la casa. Esto correspondía a alcanzar el objetivo y así dormir.
Como le repetí todo lo que me había dicho en el contexto precitado, la sensación de frío
generalizado de su cuerpo aumentó repentinamente y, a mi insistencia, me habló de toda
clase de parestesias. Aparte del frío, no sentía más que la opresión sobre sus dos muñecas
en la posición retorcida que ha sido expuesta anteriormente. Un rasgo sorprendente era la
hiperestesia de la cabeza, que ya había observado ocasionalmente. El más ligero roce, aun
una sacudida impresa al diván, era sentido como increíblemente doloroso. De cada lado de
su tórax sentía una presión, como el apretón de dos codos. Repentinamente, conmoción
total de la parte superior de su cuerpo, y refiriéndose a la parte inferior dice: ¡sé que hay allí
un dolor pero no puedo sentirlo! Hiperestesia de la parte superior del cuerpo,
experimentalmente constatable (probablemente con hipoestesia de la mitad inferior; esto,
sin embargo, no ha sido controlado). Después de haber explicado la represión de todas las
sensaciones hacia arriba, y después de haber predicho que la toma de conciencia de las
conexiones permitiría ahora el reflujo de la excitación a la zona de origen real (utilicé la
comparación siguiente: oprimo sus sensaciones de lo alto hacia lo bajo como se oprime
una esponja), comenzó repentinamente a experimentar dolores violentos en la zona genital.
Se podría creer que la repetición infinita en análisis de la experiencia traumática, que tan
pronto pone el acento sobre uno como sobre otro factor, desemboca finalmente en la
construcción de una imagen completa, a la manera de un mosaico. En realidad, es lo que
ocurre, pero solamente con el sentimiento de una reconstrucción especulativa, y no con la
firme convicción de la realidad de los hechos. "Algo" debe agregarse para transformar la
coherencia intelectual de lo posible o de lo probable, en una cohesión más sólida de
realidad necesaria, incluso evidente.
Hasta ahora, he encontrado solamente dos factores, o mas bien fragmentos de explicación,
para identificar ese "algo". Pareciera que los pacientes no pueden creer, o no
completamente, en la realidad de un suceso, si el analista, único testigo de lo que ha
pasado, mantiene su actitud fría, sin afecto y, como a los pacientes les gusta decir,
puramente intelectual, mientras que los sucesos son de tal naturaleza que deben evocar en
toda persona presente sentimientos y reacciones de rebelión, de angustia, de terror, de
venganza, de duelo e intenciones de ofrecer una ayuda rápida para eliminar o destruir la
causa o el responsable; y como se trata en general de un niño, de un niño herido (pero
incluso independientemente de esto), hay sentimientos de querer reconfortarlo
afectuosamente, etc., etc.
Así, se está frente a la opción de tomar verdaderamente en serio el rol en el que uno se
pone en tanto observador benevolente y compasivo, es decir, que se es al fin de cuentas
transportado con el paciente a este período de su pasado (una manera de actuar vedada,
sobre la cual Freud me había puesto en guardia) con el resultado de que nosotros mismos
como el paciente creamos en esta realidad, es decir, en una realidad existente en el
presente y no momentáneamente transpuesta en el pasado. La objeción a esta actitud
podría ser la siguiente: claro, nosotros sabemos que la cosa en cuestión, en la medida en
que es verdadera, no tiene lugar actualmente. Somos pues deshonestos si permitimos que
los sucesos sean escenificados en una forma dramática, actuando nosotros mismos en el
drama. Sin embargo, si adoptamos este punto de vista e intentamos desde el principio
presentar los hechos al paciente como imágenes mnémicas, y no de la realidad presente, él
puede seguir nuestra línea de pensamiento, pero queda acorralado en la esfera intelectual
y no alcanza el sentimiento de convicción. "No puede ser verdad que todo esto me haya
ocurrido, si no alguien hubiera venido en mi ayuda", y el paciente prefiere dudar de la
justeza de su juicio antes que creer en la frialdad de nuestros sentimientos, nuestra falta de
inteligencia, en síntesis, nuestra estupidez y nuestra malignidad.
Los procesos psíquicos que siguen al despertar del traumatismo son análogos.
Inmediatamente después de los acontecimientos (más frecuentemente en la infancia), la
víctima del shock hubiera podido todavía ser socorrida. La persona shockeada está tan
confusa intelectualmente que no puede decir nada preciso respecto a los acontecimientos
(evocar aquí la comparación con la amnesia retroactiva, después de una conmoción
cerebral). Una persona que se ha paralizado así en su actividad de pensamiento debe ser
incitada al trabajo de pensamiento conectándola con las imágenes mnémicas vagas,
débiles, o con fragmentos de estas. (Acá se podría contar con más detalle cómo R.N.
despierta de su estado brumoso cuando se le solicita algo más que el esfuerzo mental más
simple.)
Parece que en este punto del análisis se repite algo de la historia pasada. En la mayor
parte de los casos de traumatismo infantil, los padres no han tenido ningún interés en
grabar los incidentes en el espíritu del niño, al contrario, la terapéutica de la represión es la
más frecuentemente practicada. "No es nada en absoluto"; "no ha ocurrido nada"; "no lo
pienses más"; “katonadolog" ; pero jamás se dice nada de estas cosas despreciables (por
ejemplo sexuales). Estas cosas simplemente son recubiertas por un silencio de muerte, las
ligeras alusiones del niño no son tomadas en cuenta, incluso rechazadas como
incongruentes, y esto con el total consenso de todo su medio y de modo tan sistemático
que, frente a esto, el niño cede y no puede mantener su propio juicio.
Al analista no le queda más que reconocer sus verdaderos sentimientos frente al paciente
y, por ejemplo, admitir que, cargado de dificultades personales, le es frecuentemente difícil
interesarse en lo que dice el paciente. Otras confesiones: el médico exagera sus
sentimientos amistosos, sonríe gentilmente y piensa: "que el diablo te lleve, me has
importunado en mi siesta", o bien: "he dormido mal hoy, tengo trastornos digestivos"; e
incluso: "la resistencia de este paciente es verdaderamente insoportable, me gustaría
echado". Es necesario, seguramente, plantear en principio que el paciente pueda tener este
género de sospechas. Pero parece que muchos de ellos no se contentan con saber lo que
es posible, quieren saber cuál es la verdad. Puede ocurrir también que el paciente tuviera la
idea -o debe ser alentado a tenerla- que una parte de las dificultades para ponernos en su
lugar y nuestro displacer o nuestra incapacidad para ser verdaderamente espectadores de
este drama, estuviesen provocados por complejos no resueltos, incontrolados, o
completamente inconscientes, que subsisten en el analista.
Objeción evidente: no se puede hacerse analizar por cada paciente. Lo que yo puedo
responder a esta objeción, si es que puedo responder, queda en suspenso; la cuestión es:
¿hay casos especiales en que no se puede alcanzar nada sin tal profundización de la
situación analítica?
2) Después de la eliminación de los obstáculos del lado del analista, que hacen aparecer de
manera más visible los límites de la ayuda aportada, el paciente se ve forzado a buscar
otros medios de existencia; pero estos no pueden ser alcanzados más que por el camino
de una verdadera curación. La voluntad de curar, es decir, la voluntad de reconocer lo que
la realidad tiene de penosa (aun en el pasado) fue sostenida soportando la desilusión
proveniente del analista y, sin embargo, aceptando amigablemente y sin obstinación lo que
puede ser verdaderamente realizado; esto conduce a análogas modificaciones de
investimiento en el material mnémico, hasta entonces inconsciente en tanto que
insoportable (después de la aparición de las sobreactuaciones exageradas de parte del
analista, se dedica la mayor parte del tiempo a descontar la parte de exageración de los
sentimientos de transferencia, y a afirmar los desagrados de toda clase que nunca habían
podido ser formulados). El resultado final del análisis de la transferencia y de la
contratransferencia puede muy bien ser el establecimiento de una atmósfera de
benevolencia no pasional, tal como la que pudo existir antes del traumatismo. Después de
estas generalidades, es necesario intentar aplicar a cada caso particular la comparación del
"estancamiento catártico".
1) El paciente impulsa a que se haga el análisis del analista, ya que siente que hay
obstáculos en él que hacen imposible alcanzar esta libertad interior de la libido, sin la cual
los fragmentos ya cien veces reconstruidos analíticamente no serán jamás soldados en una
unidad; en particular, inmediatamente después de la reproducción catártica, desgarra su
contenido en sentir y ver (saber), separados el uno del otro, sin lograr nunca mas que una
reunificación momentánea.
3) El análisis parece enredarse en este dilema; el único punto que se ofrece para una
posición de repliegue es que el analista manifieste su pesar por este resultado y
comprenda, a partir de su propia experiencia, que si se quiere que el proceso encuentre
otro resultado que el que lo originó, es necesario ofrecerle a quien ha sufrido un ataque
traumático algo en la realidad, al menos tanta solicitud o la intención real de otorgaría,
como la que un niño, duramente golpeado por un traumatismo, debe recibir. Es verdad
también que el niño así golpeado exige en compensación, y como contrapeso del
sufrimiento, enormes cantidades y cualidades de amor. Si no se le ofrece esto, permanece
en un sufrimiento mudo y arrogante, y si no hay allí al menos un ser humano al que se
pueda abrir, planea entonces en una soledad majestuosa por encima de las circunstancias,
mientras que en los síntomas, pesadillas, etc., y en los estados de trance, los procesos de
sufrimiento se desarrollan sin dejar el menor trazo de convicción.
Naturalmente, uno podrá decir que esto es megalomanía; pero sobre eso el paciente dice
que quien no ha pasado por esto no sabe cuánta razón tienen los locos y cuán limitadas
son las gentes razonables. En todo caso es indicado, si se quiere comprender algo de las
enfermedades mentales y del shock traumático, no esgrimir tan rápido el arma racionalista
contra tales afirmaciones, sino mas bien pensar en el pequeño grano de verdad de que es
justamente portador de manera casi mediúmnica, este enfermo mental de hipersensibilidad
dirigida hacia el exterior.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Sobre la psicogénesis del shock psíquico (B)
Sobre la psicogénesis del shock psíquico (B)
4 de febrero, 1932. Sobre la psicogénesis del
shock psíquico (B)
No es imposible que toda anestesia sea, propiamente hablando, tal hipersensibilidad. Acá
también, la cuestión de la existencia de un sentir privado de objeto encuentra una respuesta
en el sentido positivo. Estos estados subjetivos pueden ser alcanzados en el estado de
trance, sentimientos de ahogo, percepciones subjetivas, auditivas y visuales, sin contenido
ni forma, dolores diferentes. Sentirse ir, estallar...
¿Pero los procesos ligados a los objetos, despojados del sentimiento subjetivo, son
también registrados de alguna manera y susceptibles de ser reanimados? De la respuesta
a esta cuestión va a depender si, en la repetición, el traumatismo estará efectivamente
disponible como acontecimiento vivido o bien como recuerdo. Se puede insertar aquí la
broma a propósito del deudor que responde a las invectivas de su acreedor en el teléfono
con esta exclamación: "¡Qué maravillosa invención que es el teléfono! Se oye cada
palabra". Indicación importante: es necesario no dejarse imponer por el sufrimiento, es
decir, no interrumpirlo prematuramente; ver también mis experiencias a propósito de la
epilepsia.
Cuanto más fuerte y destructivo el sufrimiento y quizás también cuanto más precozmente
ha sido sufrido, determinando una orientación, tanto más grande debe ser el círculo de
intereses a trazar alrededor del centro del sufrimiento para que sea sentido como rico de
sentido, incluso naturalmente necesario. Por ejemplo (para anticipar lo más improbable): un
niño sin defensa es maltratado, digamos, por el hambre. ¿Qué pasa cuando el sufrimiento
aumenta y supera la fuerza de comprensión del pequeño ser? El uso común caracteriza lo
que ocurre con la expresión: "el niño está fuera de sí". Los síntomas de "estar-fuera-de-sí"
(vistos desde el exterior) son: ausencia de reacción desde el punto de vista de la
sensibilidad, calambres musculares generalizados, seguidos frecuentemente de parálisis
generalizada ("haber partido"). Si creo en las declaraciones de mis pacientes que me
cuentan tales estados, y bien, este "haber partido" no es forzosamente un no-ser, sino
solamente un "no-estar-allí". Pero entonces, ¿estar dónde? Nos enteramos de que han
partido lejos en el universo, vuelan con una rapidez enorme entre los astros, se sienten tan
delgados que pasan, sin encontrar obstáculos, a través de las sustancias más densas; allí
donde están no hay tiempo; pasado, presente y futuro se les vuelve presente al mismo
tiempo, en una palabra, tienen la impresión de haber superado el espacio y el tiempo.
Visto desde esta gigantesca y vasta perspectiva, la importancia del sufrimiento propio
desaparece, e incluso se abre una comprensión satisfactoria de la necesidad, para cada
uno, de sobrellevar el sufrimiento cuando las fuerzas naturales, luchando y oponiéndose
unas a las otras, se encuentran justamente en su persona. Después de tal excursión en el
universo, el interés puede retornar hacia el propio yo, incluso quizás con una comprensión
reforzada; el sufrimiento así "superado" los hace más sabios y más pacientes.
Es verdad que esta sabiduría y esta paciencia pueden, quizás cuando el sufrimiento ha sido
demasiado fuerte y el distanciamiento en relación al yo demasiado enorme, pasar
exteriormente por una restricción considerable de la calidad emocional de la vida en
general. Después de una desilusión desmesurada, la mayor parte del interés queda
suspendido en otro mundo, y el fragmento restante sólo alcanza para vivir una vida de
rutina. ¿Qué aporta el análisis en tales casos? En mi experiencia, después que se ha
establecido una verdadera confianza en la capacidad del analista para comprender todo, se
produce una inmersión en los diferentes estados de ese "estar-fuera-de-sí", "haber-partido"
fuera del tiempo y fuera del espacio, saberlo todo, visión a distancia y actuar a distancia, y
esto en una sucesión incoherente e intermitente de imágenes, alucinaciones, lo que se
podría caracterizar como una psicosis alucinatoria.
La diferencia entre aquel que sufre y el filósofo sería entonces que el que sufre está en total
rebelión contra la realidad específica penosa; lo que llamamos dolor no es quizás otra cosa
que tal rebelión. Los fisiologistas y los médicos dicen que el dolor es útil como señal de
alarma que anuncia un peligro. Uno puede preguntarse si la sujeción hipocondríaca al
dolor, es decir, a la rebelión contra la perturbación no es más bien un obstáculo en la vía de
la adaptación (La frase de Coué: "no hay enfermedad, estoy mejor cada día" como la
negación de la enfermedad por Baker Eddy, quizás es eficaz, si realmente lo es, por el
hecho de que detrás se oculta una especie de adhesión benevolente a la enfermedad). En
lugar de decir: "no hay enfermedad", he encontrado que el consejo de no combatir el dolor,
e incluso de dejarlo agotarse, se mostró eficaz en ciertas ocasiones. (Analogía con la
ausencia de mareo cuando mi voluntad se pone de acuerdo con la del barco.) En todo esto
permanece sin solución, es decir, sin respuesta, la cuestión de saber en qué medida
aquellos que "se han vuelto locos" ("Verrucktsein") de dolor, es decir, aquellos que se han
"desplazado" ("Verrucken") del punto de vista egocéntrico habitual, son puestos por su
situación particular en posición de captar algo de esa parte de la realidad inmaterial que es
inaccesible a nosotros, materialistas.
Es allí que debe entrar en juego la investigación en la dirección del supuesto ocultismo. Los
casos de transmisión de pensamiento en el curso de análisis de personas que sufren son
extraordinariamente numerosos. A veces se tiene la impresión de que la realidad de tales
procesos tropieza en nosotros, materialistas, con fuertes resistencias emocionales; las
miradas que lanzamos sobre esto tienen tendencia a deshacerse como el tapiz de
Penélope o como el tejido de nuestros sueños.
Es posible que estemos allí frente a una cuarta "herida narcisística", a saber, que incluso la
inteligencia de la que estamos tan orgullosos, aun siendo analistas, no es nuestra
propiedad sino que debe ser renovada o regenerada por un derrame rítmico del yo en el
universo que es el único omnisciente y, por este hecho, inteligente. Pero sobre esta materia
volveré en otra oportunidad.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Limitaciones del análisis mutuo
Limitaciones del análisis mutuo
10 de febrero, 1932. Limitaciones del análisis
mutuo
1) Discreción. Si el análisis quiere ser correcto, los secretos de otros pacientes deben ser
comunicados por el analista al analizante que lo analiza. Pero esto tropieza con obstáculos
éticos y lógicos. Los pacientes no saben que yo, en tanto analista, me hago analizar (y por
un paciente). Esto debería pues, en realidad, ser comunicado a mis otros pacientes, lo que,
en verdad, perturbaría considerablemente su ánimo de comunicar y su confianza total y
serena. Sería como un análisis con todas las puertas abiertas. Esta situación confusa se
presenta como particularmente difícil cuando los dos analizantes se conocen, en particular
cuando aquél por el que me hago analizar tiene particularidades neuróticas y debilidades de
carácter que lo hacen aparecer inferior a los ojos del mundo. (Aunque a pesar de estos
defectos más o menos grandes, debo reconocer su capacidad de encontrar en mí algo
nuevo, desde el punto de vista analítico). Una salida a esta situación inextricable: no
hacerse analizar completamente por ninguno de los pacientes, sino sólo en la medida en
que (a) el paciente tenga necesidad, (b) esté capacitado para esa situación.
Con este análisis "polígamo" que corresponde aproximadamente al análisis de grupo de los
colegas americanos (aunque no se conduzca en grupo) se presenta la ventaja de un cierto
control recíproco de los diferentes análisis. Al mismo tiempo protege contra la influencia
demasiado grande de un solo paciente. Sin embargo, la agudeza de espíritu de alguno de
estos analistas mutuos puede llegar a atravesar un día esta diplomacia: "Esto no va a llegar
muy lejos en el inconsciente, si usted pone tales obstáculos artificiales en el camino de la
transferencia. ¿Qué pensaría usted de mí, si yo me pusiese a elegir además de usted a un
segundo analista? Quizá pensaría que con esta táctica querría protegerme de una
verdadera comprensión. Usted debe elegir. (Evidentemente él piensa que se trata del
único). ¿Y no es una debilidad de carácter analítico particular en usted, que no pueda
guardarse ningún secreto, que se vea obligado a pregonar esta relación analítica, que
tenga remordimientos como si hubiera dado un mal paso, y que tenga necesidad de correr
hacia la madre o la esposa como un niño pequeño o un marido sometido, para confesarlo
todo y recibir el perdón?
En realidad, puedo exponer hoy tres análisis que se entrecruzan en este aspecto. Sólo un
paciente toma la cosa en serio, incluso demasiado en serio, y se desespera cuando no
tomo completamente en serio la siguiente proposición: (a) creencia verdadera en los
obstáculos causados por mis propios complejos. (b) Esperanza, ya expresada en otro
momento, de encontrar en mí, una vez superadas las resistencias, al salvador esperado. (c)
Tentativa de desplazar el acento de él a mí. La situación analítica crea un límite específico a
esta especie de mutualidad cuando, por ejemplo, dejo al paciente vivir algo de manera
programada, sin comunicárselo previamente. Vale preguntarse, por ejemplo, si se puede
decir al paciente, sin perjuicio para la continuidad del análisis, que lo torturo y lo dejo sufrir
expresamente, que ni mi bondad ni mi dinero van a ir en su ayuda, para llevarlo, primero a
desarraigarse de la transferencia, segundo, a abandonar el punto de vista de que, tarde o
temprano, el sufrimiento le procurará ayuda y compasión; tercero, que la angustia revela
recursos de energía latente. ¿Se puede y se debe comunicar esto tan abiertamente y jugar
verdaderamente estas cartas sobre la mesa? De entrada, quiero responder que no, pero
veo la enormidad de dificultades que pueden resultar de ello.
Las experiencias que he reunido a lo largo del tiempo me hacen presentir que no sirve de
nada, o no de gran cosa, testimoniar al paciente más amistad que la que realmente
experimentamos. Discretas y casi imperceptibles diferencias en el apretón de manos,
ausencia de coloración o de interés en la voz, la disposición de nuestra prontitud o nuestra
inercia en la manera de seguir lo que se está produciendo, o de reaccionar a ello, todo esto
y centenares de otros signos, dejan adivinar al paciente mucho de nuestro humor y de
nuestros sentimientos. Algunos afirman con gran seguridad que perciben también nuestros
pensamientos y sentimientos, independientemente de todo signo exterior e incluso a
distancia.
(b) Una paciente se sintió todavía más honrada cuando, después de años de amistad y de
análisis, me autoricé por primera vez a hacer uso del W.C. en su casa. Esto planteó la
cuestión de mi capacidad de relajación en general; en efecto, todo esto había sido
considerablemente limitado en mi temprana infancia, por el tratamiento terriblemente brutal
de una gobernanta motivado por la falta de higiene anal, lo que me causó una tendencia
exagerada a prestar atención a las consideraciones y deseos de otras personas, a
complacerías o disgustarlas, tendencia subrayada ocasionalmente por un acto fallido
violento; por ejemplo, derramar el café, el agua, caerme de manera ridícula, descuidar mi
aseo, etc.
Quizás fuera necesario insertar aquí la espinosa cuestión de la relajación no solamente del
pensamiento, sino también del comportamiento (como dormirse y utilizar los W.C.).
Es necesario haber avanzado mucho en el análisis con un paciente, haber adquirido mucha
confianza en su criterio, antes de permitirse un cierto número de cosas a este respecto (Ver
mas arriba). Se debe estar seguro, por ejemplo, de que el paciente no nos querrá ver
muertos si hacemos un pequeño sueño, o bien que ha superado ampliamente la
proscripción convencional de las funciones primitivas del cuerpo. Por otra parte, se debe
estar perfectamente seguro de no hacer nada en el curso de la relajación que pudiera
dañar al paciente, e indirectamente a uno mismo. Se perfila entonces la imagen de un fin
de análisis exitoso, que podría recordar de algún modo a la despedida de dos alegres
camaradas que, después de años de duro trabajo, se encuentran siendo amigos, pero
deben admitir, sin escenas trágicas, que la camaradería de la escuela no es la vida y que
cada uno se debe desarrollar en el futuro según sus propios proyectos. También así se
podría representar el resultado feliz de la relación padres-niños.
Pregunta: ¿todo este proyecto de mutualidad no ha sido concebido con el único objetivo de
hacer surgir algo que el paciente suponía en mí y sentía rechazado? ¿No fue un antídoto
inconscientemente buscado contra las mentiras hipnóticas del tiempo de la infancia? Plena
comprensión de los recovecos más profundos de mi espíritu, con desprecio de todas las
convenciones, incluso las de la bondad y las consideraciones.
En otro caso, no sobrevino ninguna convicción, incluso después de meses de repetición del
traumatismo. La paciente dice, muy pesimista: jamás le será posible al médico sentir
verdaderamente como yo misma los acontecimientos que atravieso y que siento. No puede
pues seguir las motivaciones intelectuales "psicofísicas" y participar en la experiencia.
Respondo: salvo cuando me sumerjo con ella en su inconsciente con la ayuda de mis
propios complejos traumáticos. La paciente admite esto, pero experimenta una
desconfianza justificada respecto de tal proceder místico.
Analogía, aquí, con las experiencias de Löb sobre la fecundación asexuada de los huevos
de erizo. (El proceso de destrucción tiene como consecuencia la productividad.) Algo
parecido en el caso siguiente: un niño es golpeado por una agresión imparable,
consecuencia: "entrega su alma" con la convicción total de que este abandono de si mismo
(desvanecimiento) significa la muerte. Pero justamente, la relajación total que se establece
por el abandono de sí puede crear circunstancias más favorables para poder soportar la
violencia. (Los órganos, los tejidos se hacen más extensibles, los huesos más flexibles, sin
romperse, en una persona desvanecida que no se opone a la violencia, que en una persona
en estado de alarma. Por ejemplo, rareza relativa de heridas graves en las personas
ebrias.) Aquel que ha "entregado el alma" sobrevive pues corporalmente a la "muerte" y
comienza a revivir con una parte de su energía; incluso la unidad con la personalidad
pre-traumática es de este modo restablecida con éxito, acompañada es verdad, la mayor
parte del tiempo, de pérdida de memoria y de amnesia retroactiva de duración variable.
Pero justamente, este fragmento amnésico es, en realidad, una parte de la persona que
está todavía "muerta" o que se encuentra continuamente en la agonía de la angustia.
Tarea del análisis: hacer desaparecer esta escisión; pero surge allí un dilema. Si se
considera este suceso reconstruyéndolo por su propio pensamiento, incluso aún si se llega
a la necesidad de pensarlo, esto quiere decir que se ha seguido manteniendo una escisión
entre una parte destruida y una parte que ve la destrucción. Si el paciente hace una
inmersión catártica hasta la fase de lo vivido, entonces, en este trance, siente todavía los
sufrimientos, pero no siempre sabe lo que pasa. De estas series de sensaciones de objeto
y de sujeto, sólo son accesibles las del lado del sujeto. Si se despierta del trance, la
evidencia inmediata se desvanece enseguida; el trauma es, una vez mas, aprehendido
únicamente desde el exterior por reconstrucción, sin el sentimiento de convicción.
Proposición de la paciente O.S.: durante el trance, incitar el pensamiento a la actividad
planteando preguntas muy simples, hacer revivir, por así decir, el alma que ha sido
entregada, con tacto pero con energía, y llevar lentamente este fragmento muerto o
escindido a admitir que, sin embargo, no está muerto. Al mismo tiempo, es necesario que el
paciente haga la experiencia de una corriente suficiente de piedad y de compasión para
que valga la pena para él volver a la vida. Sin embargo, este tratamiento prudentemente
tierno, no debe volverse demasiado optimista; la realidad del peligro y la proximidad de la
muerte, a saber, el abandono de sí, deben ser admitidas.
En ningún caso, pues, se debe tratar el trauma como una insignificancia, como ocurre
frecuentemente con los enfermos y los niños. Es necesario admitir, finalmente, que nuestra
capacidad de ayudar, incluso nuestra voluntad de ayudar, es limitada (en parte por las
exigencias de nuestra naturaleza egoísta, en parte, por complejos personales no
controlados), es decir, que el paciente debe admitir, poco a poco, que la ayuda no puede
venirle sólo del exterior, que debe movilizar lo que queda disponible de su propia voluntad.
Finalmente, se debe incluso admitir, honestamente, que nuestro esfuerzo puede ser vano si
el paciente no se ayuda a sí mismo. Queda abierta la cuestión de saber si no hay casos
donde la reunificación del complejo, escindido por el traumatismo, es tan insoportable que
no se efectúa totalmente y el paciente permanece en parte marcado por rasgos neuróticos,
incluso hundido aún más profundamente en el no-ser o en la voluntad de no ser.
La fisis está obstaculizada por resistencias, es decir, determinada por el pasado, al cual
adhiere. En la psique, estas resistencias se desvanecen completamente o en parte; la
psique está dirigida por motivaciones, es decir, algo del futuro. En la psique puede haber,
además, grados de libertad de circulación fuera del tiempo, fuera del espacio. El
pensamiento, siguiendo el principio de realidad, ya está cargado, determinado por cierta
pesadez terrestre. El predominio del principio de placer en el espíritu significa la libertad de
la voluntad lo que, por otro lado, es inimaginable para el pensamiento lógico.
La vieja proposición: natura horret vacui y otra nueva que es necesario forjar: natura horret
cumuli deben ponerse una al lado de la otra, ya que juntas expresan, de un modo más bien
antropomórfico, la ubicuidad de estos dos principios. El egoísmo es la tendencia a
desembarazarse a cualquier precio del quantum de tensión que produce displacer. Es
como si en cualquier parte en que emerge una entidad que no quiere y no puede sufrir, las
pulsiones y las tendencias de conciliación fueran movilizadas desde todos los costados,
evocadas como por magia, igual que en la sociedad humana lo femenino se combina con lo
que es fuertemente masculino.
Un sufrimiento muy fuerte o de larga duración, pero sobre todo algo inesperado que tenga
un efecto traumático, agota la pulsión de "hacerse valer" y deja que las fuerzas, los deseos,
incluso las particularidades del agresor, penetren en nosotros. Ninguna sugestibilidad sin
participación del principio femenino. Bajo la pulsión de "hacerse valer" se puede ubicar el
principio de placer freudiano; bajo la pulsión de conciliación, el principio de realidad.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / 24 de febrero, 1932
24 de febrero, 1932
24 de febrero, 1932
1) (B.) El análisis mutuo puede haber sido inventado originariamente por los pacientes
como síntoma de la desconfianza paranoide: es necesario llegar a poner en claro que
tuvieron razón en sospechar en el analista diversas resistencias debidas a la antipatía, y
obligarlo a confesarlas. El consentir a este deseo es, naturalmente, el contraste más radical
que se pueda imaginar respecto a la disimulación rígida, impenetrable de los padres.
Ejemplo de hoy: en la anteúltima sesión, radiante de felicidad, contenta de ella misma
porque, por primera vez, es capaz de consentirse el placer de la masturbación sin ningún
temor ni restricción. A la sesión siguiente, persistencia de este buen humor: en realidad no
hace otra cosa que canturrear para sí aires de Tristán e Isolda. Además, por momentos,
con el sentimiento inquietante de que tal felicidad no puede durar, que pronto retornará la
sensación de lo ilícito.
3) Confieso, para ser más sincero aún, que hubiera preferido mucho más llevar adelante un
análisis mutuo con la paciente S.I. que, a pesar de traumas más horribles en su infancia, es
capaz de bondad y abnegación, mientras que con R.N. se tiene siempre el sentimiento de
la prosecución incesante de un fin en última instancia egoísta. Para recurrir a la manera de
hablar de R.N.: en R.N. encuentro la madre, la verdadera precisamente, que era dura y
enérgica y a la que yo temía. R.N. lo sabe y me trata con una ternura exquisita; el análisis
le permite incluso transformar su propia dureza en amable dulzura, y surge allí la pregunta:
¿no se habría debido tener el coraje de exponerse, a pesar de todo, al peligro de la
transferencia analítica y lograr a continuación la victoria? O bien no es y no era la única vía
justa, practicar y provocar una auto-frustración pedagógica, percibiendo todas estas
intenciones conscientes e inconscientes, y renunciando a las eventuales ventajas de tal
análisis. Si yo ya hubiera alcanzado también aquí ese grado de fuerza de carácter
profundamente grave como con S.I., entonces hubiera podido exponerme a ser analizado
por ella, verdaderamente sólo después que ella hubiera terminado su análisis.
Mientras tanto, uno se debe contentar con tener restos de comprensión analítica en
fragmentos dispersos por parte de los pacientes, y no dejarles ocuparse de nuestra
persona mas que en aquello que es necesario para su análisis.
Pero si la agresión llega sin advertencia, por ejemplo, un golpe, un tiro u otro shock, en
medio del descanso o del sueño, cuando falta la contrainvestidura de los órganos
sensoriales, entonces la impresión traumática penetra sin resistencia en el interior del
organismo psíquico y permanece clavada a la manera de una sugestión post-hipnótica
duradera. En otros términos: el efecto de terror está considerablemente aumentado en este
estado. Se es de algún modo reducido al estado de un animal temeroso, incluso poco
inteligente. La inclinación a la bebida de ciertos neuróticos bien podría ser la indicación (la
reproducción) de estados de conciencia alterados o debilitados en el momento del trauma.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / A propósito del tema de la mutualidad
A propósito del tema de la mutualidad
3 de marzo, 1932. A propósito del tema de la
mutualidad
Cada vez más se me aparece como indigno hacer como si yo me las hubiera arreglado muy
bien con la mutualidad, mientras que sólo hice mi "autoanálisis" con una considerable
reservatio mentalis. Esto, y las indicaciones que recibí de S.I. (en quien han tenido lugar
progresos terapéuticos importantes en estos últimos tiempos sin "mutualidad" y que me ha
llevado constantemente a ponerme en guardia contra demasiado auto-sacrificio), me
reforzaron el sentimiento de overdoing (en tiempo y en esfuerzo) que experimentaba yo
mismo; finalmente la consideración de mis propias finanzas, es decir, la realidad: todo esto
puesto junto, así como el recuerdo de la advertencia de Freud, a saber, que estaba
"demasiado bajo la influencia de mis pacientes", me impulsaron a hablar abiertamente del
aspecto fragmentario de mi participación en el análisis mutuo, y de mi decisión de no ir más
allá. Una de las motivaciones es naturalmente el temor, 1) que el análisis se transforme, por
la ostentación del analizado y del analista, literalmente en un caldo de cultivo para favorecer
las proyecciones y el temor de las dificultades propias; 2) que la paciente comience a exigir
ayuda financiera en contrapartida de mi análisis con ella. Pero dar esa ayuda financiera,
mezclaría demasiado el análisis y la realidad, y volvería más difícil la separación. En efecto,
la paciente hizo ya toda suerte de planes para una colaboración de toda la vida, sobre el
modelo de Schiller y Goethe. La medida de protección que tomo, aceptando igualmente
indicaciones de otros pacientes, es rechazada, en razón de la particularidad de su caso y
de nuestra técnica común, que penetra en capas metafísicas profundas. Finalmente, da
incluso a entender que mi capacidad de trabajo está seriamente amenazada y va a
desmoronarse sin la ayuda de la paciente. Esta advertencia se escuchó un poco como una
amenaza (no olvidar a este respecto que la paciente se siente en posesión de fuerzas
sobrenaturales).
Después de un largo silencio, mortal y lleno de desesperación, esta vez, sin embargo,
curiosamente, sin que aparezca demasiado la cuestión del suicidio y de volverse loca,
puede lograrse que la paciente prosiga el trabajo, por el momento "en consideración al
aspecto simpático de mi persona", aspecto bien diferente de las particularidades del
perseguidor infantil.
Al lado de esto, se encuentra la esperanza de que venga de alguna parte una ayuda
externa; esto sería favorable al análisis, en la medida que la separación podría tener lugar
de manera más espontánea, siguiendo su propio movimiento y no aguijoneada por la pausa
que estaba por producirse. Finalmente, y para concluir, es verdad que no se debe dejar de
lado la idea de que a la mutualidad proyectada se asocia algo generoso, a lo que renuncio,
teniendo en cuenta sobre todo que no tengo una entera confianza. Esta actitud enérgica
puede tener una ventaja: the break of one of my patterns, la superación de la angustia
frente al "terrorismo del sufrimiento" que tiene, es verdad, orígenes infantiles.
S.I.: En ocasiones, siente, sobre todo cuando es agresiva, dura, sarcástica, etc., que algo
extraño habla por su boca, en lo que después no se reconoce. Hoy por ejemplo, esta cosa
feroz y extraña se revela como la madre feroz, incontrolada, agresiva y apasionada, y por
esto terrorífica para la niña; madre cuyos gestos, mímica, así como las crisis casi maníacas,
son imitadas por la paciente con una fidelidad tal que no puede ser más que la
consecuencia de una identificación completa. La paciente, psicologizando, describe con
intensos detalles sus procesos interiores en el momento de tal espanto: una parte de su
persona es puesta "fuera de ella", y el lugar así vaciado es tomado por la voluntad de
aquello que la ha aterrorizado. Como tratamiento, exige que los fragmentos de la
personalidad, encastrados en ella a la fuerza, sean extraídos por mí pedazo por pedazo; al
mismo tiempo, ella debe intentar reinsertar en su personalidad las partes estalladas de su
propia persona. Después de relajación prolongada y pasividad de mi parte, exige ahora:
you must poke the jellyfish, es decir, en lo que le concierne debo ser un poco mas severo y
más duro con ella.
2) Algo análogo en B.: me pide que la estrangule hasta el ahogo; mejor llegar hasta el
fondo del sufrimiento que arrastrar, por angustia, una tensión de displacer persistente en el
inconsciente.
Procesos similares en la paciente B. También ella comienza a exigir que el análisis sea
extendido a las 24 horas del día; si no se le garantiza esto, no puede arriesgar los peligros
que representa el abandono de las medidas intelectuales y conscientes de prudencia y
protección. Sin embargo, acá como en el otro caso, mis alusiones a su voluntad de partir
son enérgicamente rechazadas. Es verdad que ella dice frecuentemente que no hacemos
progresos, pero cuando hago alusión a esto, responde: "¿Cómo sabe usted que no hago
progresos, toda esta agitación ya es quizás un progreso."
Mientras que en el caso (A) parece que toda la gentileza desplegada en el curso de años
de trabajo ha sido suficiente para llevar a la paciente (después de una intensa reacción de
huida), a pesar de la incompletud de la realización de sus deseos, a doblegar su voluntad,
en oposición a su altivez, su obstinación, su superioridad, su desprecio habituales. Se
puede esperar algo análogo en el caso B. Si esto se logra, se puede efectivamente hablar
aquí de un cambio esencial del carácter que, seguramente, tendrá efectos en otras
cuestiones. En consecuencia, una especie de éxito pedagógico.
Ahora bien, en los casos donde la protesta y la reacción negativa, es decir, toda crítica y
expresión de descontento están prohibidos, la crítica sólo puede expresarse bajo forma
indirecta. Por ejemplo, el juicio: todos ustedes son mentirosos, idiotas, alocados con los que
no se puede contar, es representado sobre uno mismo de manera indirecta por
exageraciones, locuras y producciones extravagantes, poco más o menos como el niño
gesticulador que se deforma a sí mismo pero sólo para mostrar al otro a qué se parece. El
loco expresa pues por sus locuras este juicio: soy el único ser humano inteligente y ustedes
son todos locos. Es particularmente impresionante en los casos donde los padres,
efectivamente enfermos mentales, han ejercido influencia sobre el niño. El niño reconoce
precozmente las locuras del comportamiento de aquellos que tienen autoridad sobre él, sin
embargo la intimidación prohíbe ejercer una crítica. Le queda como único medio de
expresión las exageraciones irónicas, cuya naturaleza no es reconocida por el entorno.
Falta saber en qué medida y en qué momento la ironía de las expresiones se hace
inconsciente también para el niño. El hecho de que el Superyo loco se imponga, es decir,
sea impuesto a la personalidad propia, transforma en automatismo la ironía
precedentemente manifestada. Es así que se llega a producir, por vía de la tradición, una
aparente herencia de la psicosis por medio del injerto de un componente loco de la
personalidad en el Superyo.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / El analista: agente funerario
El analista: agente funerario
8 de marzo, 1932. El analista: agente funerario
1) Era ingenuo creer que la adaptación a una situación nueva se instalaría simplemente y
de manera durable con una modificación total de la orientación del carácter. Declararse
satisfecho con "un niño que sublima", es decir, consentir en concebir, en el dominio
intelectual, moral, espiritual, algo que no ha sido jamás, y reunidas todas estas fuerzas,
pensando de manera simultánea y similar, no era más que uno de los lados de la moneda;
el otro lado, sombrío, negativo, no ha cesado de existir y, después que ha caído el
entusiasmo, reaparece de nuevo con un vigor redoblado. A las palabras que yo tan
cruelmente le había lanzado a la cara como realidad, y a las cuales esperaba una reacción
mucho antes (en lugar de lo cual apareció la sorprendente reconciliación), la reacción se ha
expresado hoy, mucho más tarde.
2) B. Las dos últimas sesiones están bajo el signo de una total insatisfacción,
desesperanza, tendencias a huir, ante todo porque no tiene confianza en mí: en caso de
verdadera angustia, yo no querría ni podría ayudarla verdaderamente. A pesar de todo, se
decidió, aceptando mi invitación, a sumergirse en las profundidades de su alma,
abandonando todas las medidas de autodefensa, se autorizó incluso a caer enferma.
Violentos dolores de cabeza y otros dolores y quejas a este respecto ocuparon todas las
sesiones. Ayer tuvo que guardar cama y me mandó a buscar. Estaba acostada, con fiebre
alta, y como lo supimos después, esperaba sin cesar un poco de bondad y de humanidad
de mi parte, un poco como un niño herido de muerte, apenas capaz de beber, que sólo
toma un poco de líquido con una pipeta. En lugar de esto, tuvo que descubrir que yo
continuaba, como antes, planteándole cuestiones analíticas tontas y aburridas; y al final de
la sesión, cuando partí como siempre dejándola sola, vio que no tenía nada que esperar de
mí, que debía ayudarse a sí misma, que tuvo razón en no haber tenido confianza en mí,
que su juicio sobre su padre no era completamente justo, a saber, que había sido un
estúpido cobarde que la había dejado caer. (N.B. Era un día en que las otras mujeres de la
casa la habían tratado de manera hiriente.)
El análisis, dice, reproduce punto por punto el comportamiento de sus padres, que produce
solamente displacer pero no puede curarlo. Preveía que permanecería en el mismo punto
aun después de otros ocho años, si no lograba desprenderse del análisis, de la familia y
quizás incluso de toda la humanidad, y arreglar su vida de manera independiente. Aparte
de esto, tuvo un sueño en el que una niñita es extendida en un féretro cuadrado, en una
posición poco confortable, completamente muerta. Sus cabellos caen sobre su cara, tiene
también la cabeza cubierta por un lienzo. En el exterior, se toca una melodía (canto
fúnebre), se designa la región de la laringe para indicar que no puede cantar con los otros.
En síntesis, figuran allí tres personas, la muerta, la paciente y una tercera persona (la
interpretación es, provisoriamente: no podía hablar porque una parte de ella estaba
verdaderamente muerta; es por eso además que tampoco podía cantar; referencia a la
situación en el momento de la supuesta agresión, trastornos respiratorios).
Aun en su bondad, son huraños y menos cálidos. ¡De cualquier modo, hay una diferencia
entre nuestra sinceridad y el silencio hipócrita de los padres! Esto, y nuestra buena voluntad
deberían ser puestos en nuestro crédito. Es por esto por lo que no pierdo la esperanza y
cuento con el retorno de la confianza, cualquiera sea la decepción. Si se logra reubicar,
como está justificado, el acento traumático del presente sobre lo infantil, quedarán
suficientes cosas positivas para conducir la relación, no hacia la ruptura, sino hacia la
reconciliación y la comprensión.
En el caso B., la reacción, teniendo en cuenta la mutualidad, fue mucho más profunda. Esto
proporcionó la ocasión de penetrar más profundamente en mis propios infantilismos:
momento trágico de la infancia cuando la madre declara: tú eres mi asesino. Se pone
claramente en evidencia una reacción extremadamente fuerte a algo análogo en el análisis,
seguida de desesperación y de desaliento. De este modo, desligamiento del presente y
retorno de la simpatía, con tendencia a la sublimación y a la resignación. Cuando se sabe
que este trabajo de verdugo es inevitable pero que es finalmente útil al paciente, se
superan las resistencias -que pueden ser mas o menos fuertes- contra tal crueldad, cuando
se hacen y se dejan hacer las exploraciones analíticas necesarias, no se retrocederá
espantado frente a las intervenciones radicales que conducen al desprendimiento del
paciente. Finalmente, es necesario separar al niño de la madre también con ayuda de
tijeras; diferir esta operación puede dañar a la madre y al niño (analista y enfermo). Es
cuestión de tacto, de técnica inteligente y comprensiva, determinar 1) hasta dónde debe
llegar la bondad; 2) cuándo y a qué ritmo debe ser mostrada la dura realidad; 3) en qué
medida la mutualidad del análisis es para esto una ventaja o una insoslayable necesidad.
Los pacientes rehúsan continuar, tienen el sentimiento de que jamás podré ayudarlos y
toman disposiciones para huir del análisis; no ocultan su desprecio por nuestra incapacidad
de actuar, nuestra falta de sentimientos humanos en general; no es raro que mezclen esta
reacción a experiencias similares de su vida anterior, implicando en particular a miembros
de su familia. Ahora están completamente convencidos de nuestra suficiencia egoísta
(aquella de su padre y la mía). La repetición no ha tenido demasiado éxito, dicen; ¿para
qué sirve repetir el trauma al pie de la letra y con la misma decepción frente al mundo
entero y toda la humanidad? Intento no ser contaminado por la decepción del paciente, a
pesar del enorme esfuerzo que me cuesta sostenerme frente a las quejas y acusaciones
continuas. No se puede impedir, al menos yo no lo puedo, sentirse interiormente herido
cuando, después de años de un trabajo frecuentemente extenuante, se es apostrofado
como inútil e impotente para ayudar, únicamente porque no se puede ofrecer todo ni tan
completamente como lo merecería la situación precaria de aquel que sufre. Si esto ocurre,
y nos volvemos entonces avaros de palabras o silenciosos mientras deberíamos
proporcionar febrilmente ayuda -y esta es la opinión de los pacientes-, hemos perdido
nuestra apuesta con ellos.
Hay dos cosas en verdad, que se nos puede pedir: la confesión sincera de nuestro dolor de
no poder ayudar, y el hecho de mantener con firmeza y paciencia nuestra voluntad de
ayudar y la prosecución del trabajo analítico a pesar de la ausencia aparente de toda
perspectiva. En un caso, la revelación y el reconocimiento del carácter limitado de nuestros
medios afectivos (por oposición a la hipocresía de la familia) no fue suficiente; sólo el
desnudamiento de su propio inconsciente por parte del analista -no sin explosión también
de sentimientos-, permitió al paciente retomar la confianza, a pesar del fracaso. Un tercer
caso, sin embargo (S.I.), alcanzó un buen resultado sin tales tempestades. La paciente
había llegado con mucho entusiasmo y se desalentó de entrada con mi frialdad.
Años de trabajo paciente, una inmensa indulgencia por el hecho de que no pudiese
sostener las promesas que me había hecho (a propósito de la droga), indulgencia que puso
a prueba de todas las maneras posibles; una simpatía verdaderamente humana en los
momentos de conmoción real, es decir un poquitín de "curar" condujo casi
imperceptiblemente a un cambio (al fin de cuentas también como consecuencia de la
paciencia con la cual yo había ensayado y logrado descubrir detrás del galimatías de su
metafísica y de sus revelaciones sobrenaturales una realidad auténtica, aunque psíquica).
Me transformé de algún modo en un símbolo viviente de bondad y sabiduría, en el que la
simple presencia curaba y ponía las cosas en orden. R.N. también decía cosas de este
género en los momentos de apaciguamiento y después del fin de las fases de lucha.
Insertar este curar en la psicoterapia de la manera que conviene y en buen lugar, no es
ciertamente una tarea del todo indigna.
Ciertas fases del análisis mutuo representan, de una parte y de la otra, la renuncia
completa a toda compulsión y a toda autoridad; dan la impresión de dos niños igualmente
asustados que intercambian sus experiencias, que como consecuencia de un mismo
destino se comprenden completamente y buscan instintivamente tranquilizarse. La
conciencia de esta comunidad de destino hace aparecer a cada uno para el otro
completamente inofensivo, alguien en quien se puede confiar con toda tranquilidad. En el
origen, el goce de esta confianza era unilateral; el niño gozaba de la ternura y de los
cuidados maternales sin contrapartida (verdaderamente este sentimiento maternal del que
el niño goza es también una suerte de regresión de la madre al estado infantil). La frialdad
intelectual del análisis suscita finalmente una especie de rebelión, con la tendencia a
alejarse del analista y a colocar un fragmento de Superyo en el lugar de la potencia
exterior. Cumplir su deber y obedecer, observarse y controlarse, parece a pesar de todo
más soportable que el hecho de ser gobernado por otros (citar aquí: el niño que se pone él
mismo en el rincón para evitar ser castigado). Esta "bondad" y esta obediencia son
finalmente también una venganza contra la autoridad a la que le son arrebatadas las armas
de las manos.
Después de la decepción experimentada hacia los padres, profesores y otros héroes, los
niños se relacionan entre ellos y fundan vínculos de amistad (¿El análisis debe terminar
bajo el signo de tal amistad?).
Si para la resolución de la amnesia infantil fuese necesaria tal liberación total del temor al
analista, encontraríamos allí la justificación psicológica del análisis mutuo.
Necesidad de elogios.
Una paciente (Dm.) que desde hace bastante tiempo protesta más o menos
inconscientemente contra el análisis, dirigiendo su amor y su interés hacia un hombre joven
(seguramente esperando que yo la odie por esto, aun sin expresarlo), llega un día
espontáneamente con esta proposición: tenía la intención, dice, de renunciar
eventualmente a su relación con este hombre que no le convenía y que además era mucho
más joven que ella. Se observa a este respecto signos de resistencia que no fueron
resueltos hasta que me habló de su decepción de que yo no reconociese la magnitud del
sacrificio de sí misma consentido. Le di la razón. Pareció entonces querer buscar las
razones de mi negligencia y pudimos constatar que la paciente estaba en estado de
resistencia desde hacía tres o cuatro meses. Causa: la historia de sus chismes contra mí y
las consecuencias para mí, por parte de Freud entre otros.
Desde entonces, dice, estuve mas reservado, es decir, irritado y desdeñoso; yo habría
tomado la cosa demasiado personalmente en lugar de continuar investigando las causas,
esto también, causa de la negligencia mencionada antes. Fin de la sesión, en un humor de
reconciliación; ella se queda con el sentimiento de que había reencontrado mi confianza,
que yo no la traté pues como la había tratado su padre en otro tiempo y también ese
profesor, que no hicieron jamás la confesión de su falta a su respecto. Por venganza,
describió entonces las cosas de manera más cruel y más horrible de lo que estaba
objetivamente justificado. La hipocresía de los adultos autoriza al niño a la exageración y a
la mentira; Si las personas que tienen autoridad fuesen más sinceras, entonces al niño se
le ocurrirían espontáneamente propuestas bien intencionadas. Pero cada una de estas
afrentas demanda, como una escena entre madre y niño, terminar con una reconciliación y
elogios, es decir, con signos de confianza.
Desde hace ya largo tiempo, la paciente había llegado a la conclusión de que una gran
parte de sus síntomas le fue, de una manera o de otra, impuesta desde el exterior. Desde
que está al corriente de la terminología psicoanalítica, nombra a estas sensaciones,
tendencias, desplazamientos, acciones impuestas, extrañas a su propio Yo y opuestas a las
tendencias de ese Yo y perjudiciales para éste, "acciones del Superyo". Se representa este
fragmento implantado, extraño al Yo, de manera completamente material. Las dos
personas principales que imponen a su personalidad fragmentos dolorosos de su propio
Yo, pare desembarazarse de algún modo de las tensiones y del displacer provocados por
ellos, son ante todo su madre (que en una falta de control demencial tenía el hábito de
golpear atrozmente a sus niños [de manera autentificada]), y últimamente, también una
dama de su conocimiento que ejerció sobre ella durante algún tiempo una especie de
influencia psicoanalítica, pero también metafísica; también conoció influencias benevolentes
y curativas, como las que me atribuye, en particular.
Es claro que ante esta sintomatología nada sería más fácil que hacer el diagnóstico de
locura paranoica, diagnóstico que, en el estado actual de nuestros conocimientos
psiquiátricos, implicaría la incurabilidad. Sin embargo, apoyándome sobre indicaciones
análogas de Freud, según las cuales ninguna representación delirante deja de contener un
pequeño grano de verdad, me decidí a comprometerme más a fondo en la investigación de
la realidad, al menos psíquica, contenida en estas ideas aparentemente delirantes, es decir,
a identificarme durante un tiempo al pretendido loco. Como modelo para este proceso, me
serví seguramente de aquel del Dr. Breuer, que no ha retrocedido ante el hecho de buscar
y encontrar la verdad en las declaraciones más disparatadas de una histérica, debiendo
apoyarse para hacerlo, tanto teórica como técnicamente, sobre las indicaciones y
proposiciones de la paciente.
La segunda persona por la que la paciente se siente perseguida posee estas cualidades
"psíquicas". En verdad es de esta misma persona que la paciente sostiene que posee el
poder de hacer que la gente haga lo que ella quiere, con ayuda de su voluntad. (Una gran
parte de sus percepciones bien puede ser simplemente una proyección del temor que le ha
sido inspirado.).
La paciente S.I. siente la irresistible influencia, contraria a todas sus intenciones, ejercida
por el espíritu de esas dos personas cuyos fragmentos habitan, por así decir, en ella. La
influencia materna, por ejemplo, tiene tendencia a expandirse en ella. Siente con absoluta
certeza que si no hubiera venido a analizarse, se habría transformado completamente en
una persona como su madre; ya comenzó a volverse dura, maligna, avara, contenta de la
desgracia de otro, haciendo desdichados a otros como a sí misma, impulsando a su marido
al borde de la desesperación, atormentando a su hija, insuflando temor y displacer a todo el
personal de la casa. Fragmentos de transplante maternal conservan su vitalidad, incluso su
energía de crecimiento; la malignidad de las personas continúa, por así decir, viviendo en el
espíritu de aquellos que han sido maltratados. (Que se piense en la vendetta que
permanece viva durante generaciones.).
Pero la paciente siente también que cuando yo, el analista, logro extraer de ella los
fragmentos del espíritu extraño implantado, es útil a la paciente pero perjudicial para aquel
del cual provienen los fragmentos de malignidad. Esta idea está fundada sobre una teoría
según la cual el fragmento heterogéneo implantado estaría enlazado de manera virtual,
como por un hilo, a la persona del "dador". De este modo, cuando el fragmento de
malignidad no fue aceptado o fue rechazado, retorna en la persona del dador, aumenta sus
tensiones y sus sentimientos de displacer y puede incluso tener por consecuencia el
aniquilamiento mental y físico de esta persona.
Teniendo en cuenta la amplitud de miras que caracteriza a las personas de esta clase, no
duda en generalizar esta experiencia hecha sobre ella misma. Todas las pulsiones
malignas, destructoras, deben ser recolocadas en las almas de las que son producto (en
consecuencia en los ascendientes, en los ancestros animales, incluso en lo inorgánico).
Hay pues allí un plan de mejoramiento del mundo, de una grandiosidad sin precedentes.
(R.N.) Violentos dolores de cabeza después de un análisis mutuo de una duración de casi
tres horas. Decisión de remediar esto y (en los dos casos) interrumpir la sesión al cabo de
una hora, sin consideración por el penoso estado psíquico de la paciente en relajación. Una
cierta angustia frente a la idea de dejar abandonado a aquel que sufre sin ayudarlo ni
esperar que se calme. Sin embargo, envalentonado por la lectura de un panfleto sobre
Mary Baker-Eddy, a quien se dejaba sola durante sus crisis histéricas y entonces se
sosegaba, y un poco aguijoneado por S.I. que me ha alertado seriamente a no dejarme
"tragar" por mis pacientes (incluso por ella), resolví ser duro.
A pedido de la paciente, comencé por mi propio análisis, que quería utilizar para comunicar
mis sentimientos con toda libertad y franqueza. Pensé también que un sueño que la
paciente había tenido alrededor de dos días antes y que predecía una gran revolución
alemana en los dos días siguientes, habría sido, en efecto, un presentimiento de mi rebelión
contra la tiranía del sufrimiento. (Alemania significó siempre brutalidad: en consecuencia,
brutal interrupción de las buenas relaciones y de las consideraciones por ella.) Pero todo
ocurrió de otro modo. La paciente me recibió con la novedad de que alguien habría puesto
a su disposición una suma suficiente para otro año de análisis. Incluso la angustia en
cuanto al efecto de mi decisión de ser brutal se comprobó sin fundamento. La paciente
aprobó completamente mi intención; mi irritación contra la extensión de las sesiones
perjudicaba más el análisis que los beneficios que esta extensión aportaba; la paciente
sintió la irritación y la resistencia, y fue esto lo que la condujo a la proposición del análisis
mutuo.
Se puede poner en mi haber que acompaño muy lejos a mis pacientes y que puedo, con
ayuda de mis propios complejos llorar, por así decir, con ellos. Si logro además la
capacidad de encauzar, de manera adecuada, la emoción y la exigencia de relajación
entonces puedo considerar con seguridad el éxito. Mi propio análisis no pudo alcanzar una
profundidad suficiente porque mi analista (por su propia confesión, una naturaleza
narcisística), con su firme determinación de tener buena salud y su antipatía por las
debilidades y las anomalías, no pudo seguirme en esta profundidad y comenzó demasiado
prematuramente con lo "educativo". El fuerte de Freud es la firmeza de la educación, en
tanto que el mío es la profundización en la técnica de relajación. Mis pacientes me han
conducido poco a poco a alcanzar también esta parte del análisis. El tiempo de mi análisis
no fue quizás lo suficientemente extenso para que yo ya no tuviera necesidad de encontrar
esta ayuda en mis propias criaturas. Con suficiente libertad en el "sentir con", tanto como
con la inevitable severidad puedo incluso, esperemos, reducir considerablemente la
duración del análisis. Creo también que mi viejo ideal de "terminar el análisis" llega así a
realizarse, por lo que mi contribución a la técnica del análisis estará posiblemente
concluida. (Quizás me entregaré entonces, al dejar de estar desviado por estas cuestiones
prácticas, a los problemas teóricos que me interesan más).
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Dificultades que surgen por no tomar como
real la escisión de la personalidad
Dificultades que surgen por no tomar como real la escisión de la personalidad
17de marzo, 1932. Dificultades que surgen por no
tomar como real la escisión de la personalidad
Una parte de mis dificultades con mi paciente R.N. surge de que las cosas que dije a la
paciente en estado de vigilia, o las que le he escuchado decir, las tengo por presentes o
conscientes, bajo una forma u otra, en el estado de relajación. Aparentemente, me resulta
difícil creer verdaderamente que las cosas de las que hemos hablado a fondo no sean, de
algún modo, conscientes para ese fragmento pretendidamente escindido. Por esto me irrito
bastante cuando la persona en relajación, si apelo a lo que hemos dicho poco tiempo antes,
declara sin ambages no saber nada de todo eso y me fuerza, por así decir, a contar una
vez más todo el asunto o a estimular la actividad intelectual de este fragmento hasta la
comprensión de las cosas, acontecimientos y situaciones.
Si cometo este error, el paciente se pone entonces casi furioso; la mayor parte de las veces
se despierta más o menos del trance y me endilga un sermón donde me es reprochado, a
veces con una impaciencia justa, mi estupidez en esta cuestión. Si el paciente se calma un
poco (sobre todo cuando admito y reconozco mi falta), entonces intenta con una paciencia
angelical darme, una vez más, consejos precisos sobre la manera en que me debo
comportar si quiero entrar en contacto con la parte inconsciente, asesinada o, para decirlo
de otro modo, rota de su personalidad y permanecer en contacto con ella. Me son indicados
también los caminos por los cuales, con una gran paciencia y comprensión hacia ese
aspecto primitivo, sensible, intelectualmente paralizado, pueda tener éxito la reunificación
del fragmento traumatizado con la parte intelectual de la persona. He aquí pues un objetivo
de trabajo pedagógico infantil completamente nuevo y que nadie sospecharía. Relacionar
con esto el modo mecánico de percepción de lo infantil en general, en particular en la
hipnosis y la sugestión, y al mismo tiempo el buen camino para liberarse: desmecanizar y
deshipnotizar.
Con la ayuda del juego de preguntas y respuestas, se constató que esta excitación había
sido implantada por el padre con la ayuda de caricias tiernas, palabras y promesas
seductoras que la niña, en su ingenuidad, había tomado en serio. Se reproduce una
escena: el padre pone a la niña sobre sus rodillas y verdaderamente se abusa de ella.
Como la niña no puede concebir tal comportamiento sino como una actividad conyugal, ella
es efectivamente hecha mujer, por más inverosímil que esto pueda sonar a nuestros oídos.
Este estado de hecho se complica por la prohibición de contarlo a la madre o a cualquiera
en general. Ligeras alusiones al hecho de haber sido ultrajada no son tomadas en serio por
la madre que está, por así decir, acuciada por los celos y encima regaña a la niña por ser
obscena.
Toma de conciencia repentina de la mentira y del engaño, quizás también la percepción
intuitiva de la locura del padre (que se libra a las vías de hecho sobre la niña como si
equivocándose sobre la persona la pusiera en el lugar de su propia madre, dicho de otro
modo, se venga); como consecuencia, (agregar aquí la escena del quinto año), "estallido",
es decir, escisión del Yo propio en otra "dimensión" donde no se sabe nada de lo ocurrido,
pero donde se mantiene una dolorosa nostalgia continua del "amante ideal". Mientras tanto,
el cuerpo abandonado por el espíritu queda completamente librado a la potencia del mal,
ejecutando mecánicamente y sin tener conciencia los actos sexuales prescriptos y los
gestos de la prostitución. Un tercer fragmento de la persona es una especie de sustituto de
la madre que vela sin descanso sobre los otros dos fragmentos. Ella efectúa la adaptación
fisiológica del cuerpo a las tareas en apariencia imposibles y hace todo lo posible para
impedir la muerte fisiológica como consecuencia del dolor, del agotamiento, etc. Al mismo
tiempo, va en ayuda al lugar donde se acumula el dolor (es decir, el Yo infantil propiamente
dicho, profundamente sumergido) por medio de sueños de realización de deseos y de
fantasías que impiden la realización del suicidio siempre amenazante. Por pura compasión
pues, ella vuelve loco a este Yo-dolor. (Antes de la crisis hubo una tentativa de
desembarazarse de la tensión por vía masturbatoria.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Retorno del trauma en los síntomas, los
sueños y la catarsis, represión y escisión de la personalidad
Retorno del trauma en los síntomas, los sueños y la catarsis, represión y escisión
de la personalidad
22 de marzo, 1932. Retorno del trauma en los
síntomas, los sueños y la catarsis, represión y
escisión de la personalidad, desmontaje de la
represión en y después de la catarsis
(B.) La paciente relata haber tenido un sueño agitado. Fue despertada (en la realidad) por
una gigantesca perra San Bernardo; la primera vez, el animal ladró y quiso simplemente ser
calmado por ella (la paciente hace varios lapsus y habla de la perra como si fuese un
perro). La segunda vez, el perro fue a su habitación y la despertó lamiéndole la cara. Esa
misma noche, un sueño: tiene un terrible dolor en el bajo vientre; por allí le sale sangre y se
dice. "sin embargo, no tengo mis reglas." Además, sensación de evacuación intestinal.
Sentimiento de un firebelt por encima del lugar doloroso (firebelt es el espacio de bosque
talado que impide, en los momentos de incendio de bosques, la propagación del fuego).
Despierta (en consecuencia ya síntoma) con el sentimiento de que no puede moverse a
causa del dolor. Piernas extendidas a todo lo largo, inmóviles a causa de los dolores de
vientre, sentimiento de estar extendida sobre un piso duro, aunque el lecho sea muelle y
confortable. Sentimiento de ser aplastada, la respiración breve, las dos manos vueltas hacia
arriba, como si un peso muy grande que la agobiara acabara de alejarse dejando en todos
sus miembros la impresión de agobio y aplastamiento. Durante el día, se sorprendió
fantaseando: un gigantesco órgano genital masculino penetra en ella y la destroza. Ve su
cuerpo extendido de manera sobrenatural, como una persona muerta; violentas
palpitaciones acompañan a esta fantasía. Después de veinte a veinticinco sacudidas que la
sumergen como olas de dolor, no siente más nada, pero se considera desde afuera,
considera su cuerpo como una persona extraña. Todavía no ha tenido sus reglas, no las
espera antes de ocho días. Durante el día, múltiples sensaciones dolorosas violentas en la
región umbilical que orientan, por así decir, hacia las profundidades. Su columna vertebral
está como estallada, flexible y sin resistencia.
El sueño no es difícil de explicar; desde hace cerca de diez años sólo tiene sueños que no
pueden ser interpretados sino como sueños de violación. Millones de veces ha repetido
escenas, o una escena, donde es violada por el padre, sobre el prado liso y duro, las
manos vueltas hacia arriba, las piernas sujetas por encima de las rodillas y, después que
hubieran sido vencidos todos sus medios de defensa, sus piernas abiertas con violencia, la
sensación de penetración, etc., el despertar en un estado de agotamiento completo,
incapaz de aprehender lo que había ocurrido. La interpretación del sueño en estado de
relajación consiste en intentar, en lugar de un esclarecimiento consciente del sueño,
reubicar a la paciente, con ayuda de material asociativo consciente, en el sueño mismo, en
el curso de la sesión de análisis. Para esto es necesario un cierto estado de somnolencia,
de relajación. Planteando en voz baja preguntas simples, nunca difíciles, se busca
permanecer en contacto con los pacientes durante el sueño, invitándolos a penetrar más
profundamente en lo que sienten, ven, experimentan a propósito de cada detalle; producen
entonces otros pequeños detalles y hechos que conciernen al fragmento del sueño y que,
según todas las apariencias, provienen de la realidad. Esta especie de inmersión en el
sueño conduce, en la mayor parte de los casos, a un refuerzo catártico de los síntomas que
nos da inmediatamente la ocasión de acercarnos más a la realidad.
En ningún caso, sin embargo, puedo afirmar haber logrado, ni una sola vez, hacer posible
para el paciente la rememoración de los procesos traumáticos mismos, con ayuda del
fantasma-síntoma por medio de la inmersión en el sueño y la catarsis. Todo ocurre como si
el traumatismo estuviera rodeado por una esfera de amnesia retroactiva, como en los
traumatismos que suceden a una conmoción cerebral. Con cada catarsis, esta esfera se
estrecha cada vez más. Lo que no está completamente claro por el momento, es de qué
manera puede ser incorporado, y si puede serlo, el centro de la explosión en el espíritu del
analizado como proceso consciente y por eso mismo pasible de ser rememorado como
suceso psíquico.
Vendaje psíquico. La paciente (B.) tiene la fantasía de que sus caderas están sostenidas
por grandes vendas rígidas.
Las asociaciones han permitido concluir que esta fantasía corresponde al deseo de ser
protegida y sostenida. La transferencia será pues la ocasión de proporcionar la protección y
el sostén que han faltado en el momento del trauma. El amor y la fuerza del analista,
suponiendo que la confianza en él sea suficientemente grande y profunda, actúa poco mas
o menos como el abrazo de una madre amante y de un padre protector. La seguridad que
ofrece el regazo materno y el abrazo de brazos sólidos, permite una relajación completa,
aun después de un trauma conmocionante, de tal modo que las fuerzas propias de la
persona conmocionada, no perturbadas por tareas exteriores de precaución y de defensa,
puedan ser consagradas, sin dispersarse, a la tarea interior de reparación de las
perturbaciones funcionales causadas por la penetración inesperada. Los sentimientos
positivos de transferencia proporcionan, en un cierto tiempo posterior, la contrainvestidura
que no ha podido constituirse en el momento del trauma.
2) Finalmente, consideré siempre y aún considero mi análisis como un medio auxiliar del
análisis del analizante. El analizado debía seguir siendo la persona principal, disponer de la
mayoría del tiempo, y yo solamente me analizaría en tanto que quedara tiempo después de
la abreacción total. (La duración global de dos horas fue estrictamente mantenida). El paso
siguiente que se le ocurrió al analizante fue dividir el tiempo exactamente en dos. Esto no
fue posible sino una vez despejados los obstáculos que me hacían difícil lastimar a alguien
(es decir, no satisfacer a alguien): singular coacción, consecuencia de rendimientos y
exigencias excesivas en la infancia, en lo que concierne a la sexualidad; Biri. A partir de
ahí, sesiones dobles regulares. Tomando en consideración la objeción del analizante, a
saber, que al fin de la sesión de análisis era incapaz de ocuparse de mi objetivamente,
también debió finalmente complacerse este deseo y ahora cada sesión doble comienza por
el análisis del analista.
Innegablemente noté en mí, al fin de mi propio análisis, una gran fatiga y una gran dificultad
de concentrarme en la nueva tarea y objetivar la atención. De la manera habitual en el
análisis, incluso en condiciones corrientes, intenté superar esta tendencia a la relajación, no
siempre con igual éxito; el interés seguía ligado a mi propio Yo y pedía ante todo reposo.
Una tentativa de poner esto en práctica fracasó la primera vez. El paciente contó un sueño;
el analizante analizado (analista), fatigado por su propio análisis, se adormeció pero aun
oyendo con una sola oreja y en una semi-somnolencia, captó algunas imágenes del sueño
y restos de palabras; repentinamente, despertado por el sentimiento de culpabilidad, intentó
hacer asociar al paciente sobre estos fragmentos, completamente secundarios para el
paciente. (Había recordado repentinamente que él era el analista.) Irritación del analizado
sobre esta cuestión a causa de mi inatención. Repliqué un poco molesto con razón: o bien
soy Julio César, o bien no lo soy. No puedo al mismo tiempo tener crisis de epilepsia y
prestar atención conscientemente a todas las comunicaciones del paciente. El paciente
estuvo de acuerdo. Pero esperaba que, a pesar de esta ausencia, hubiera registrado todo
lo que me había comunicado. Y yo debí admitir que sumergirse así y al mismo tiempo
analizar, era del orden de lo imposible. Debí pues, con alguna vergüenza y confusión,
retomar la antigua proposición del paciente, es decir primero hacerme analizar hasta el fin,
antes de proseguir el análisis. No sin un cierto sentimiento de depresión y de vergüenza. Si
ya me costaba bastante reconocer el hecho de ser puesto en pie de igualdad en el análisis
mutuo, el proyecto de ser analizado de manera unilateral por el analizante implicaba aún
más rebajamiento y humillación; debí degradarme a la condición de niño y reconocer al
analizado como una autoridad vigilante sobre mí.
La primera consecuencia de esta decisión fue el estallido de mi migraña del lado izquierdo.
La depresión persistente condujo entonces a la siguiente modificación del proyecto: el
análisis del analizante no debe ser interrumpido salvo con el fin de que las tensiones del
paciente no se acumulen. Lo mejor será pues, un mismo día de análisis, analizar solamente
a este o a aquel, en consecuencia, no modificar la dirección del análisis. Para esto se
analizará pues cada día alternativamente en este sentido, o en el otro. Debo, sin embargo,
reconocer que este proyecto contiene todavía restos de la resistencia contra la humillación
total proyectada.
Dos días seguidos, nada más que ser analizado; sentimiento deprimente de haber perdido
la dirección, las riendas. Idea poco regocijante: el paciente ha logrado sustraerse
completamente al análisis y ponerme en análisis en su lugar. Con mi tendencia a arriesgar
aun lo más difícil y a encontrar los motivos para esto, me resolví, aunque con la mayor
repugnancia, a correr también este riesgo, y agregaría incluso una base teórica diciéndome
que sólo hay verdadero análisis si la relajación alcanza algo semejante a la relación
padre-niño, es decir, una confianza total y el abandono de toda independencia. De este
modo, la habitual superioridad del analista apareció primero en la mutualidad como la
puesta sobre un mismo plano, sólo más tarde una subordinación total.
A pesar de esta decisión, ningún bienestar, incluso síntomas: dolor de cabeza, trastornos
del sueño; sensación de fatiga y somnolencia durante las sesiones de análisis y aun en el
momento de representaciones teatrales de alguna longitud. La experiencia práctica aportó
la solución. La abstinencia de dos días hizo urgente que el paciente fuera analizado, y la
mutualidad fue reestablecida.
Complicaciones por la introducción de una tercera persona que quiere también analizarme.
Divergencia sobre esta cuestión entre la paciente Nº 1 y yo. Pienso que una inmersión total,
hasta la profundidad "de las madres" no es posible si el analista no se transforma en un
libro abierto, es decir, no solamente amable y gentil de manera formal y profesional, sino
también inofensivo, comunicando sus tendencias reprimidas y rechazadas, yoicas,
peligrosas, brutales y sin miramientos. La paciente Nº 1, en cambio, piensa que esto no es
necesario salvo en un caso excepcional como el suyo, mientras que la Nº 2 se siente
relegada y confiesa estar celosa de la Nº 1. También con frecuencia, la Nº 2 me preguntaba
si no me molestaría en tanto que analista, que ella intentara hacerse analizar por un
paciente al mismo tiempo que por mí. Para esto, eligió un hombre con el que se sentía
particularmente impaciente.
Una vieja idea encontró un nuevo apoyo, una formulación nueva, por la extensión de la
mutualidad: la idea de que la expansión del gangsterismo puede conducir a la fundación de
un nuevo orden de sociedad a partir de la ausencia de esta hipocresía. Parecería que: 1)
cuando somos humillados, molestados, heridos, todos tenemos reacciones de gangsters. 2)
Por otro lado, reconoceríamos y admitiríamos sin disimulo, en nosotros como en los
miembros del grupo, estas "debilidades" que ocultamos o reprimimos hoy por infantiles y
ridículas, esta nostalgia disimulada detrás del cinismo más brutal de los gangsters, a saber,
el deseo de una ternura dulce y aniñada (activa o pasiva) y la felicidad de la confianza.
Todo análisis de una mujer debe terminar con la homosexualidad, como el de un hombre
con la heterosexualidad. La inmersión más profunda quiere decir: situación maternal o
intrauterina; como es evidente, esta situación orienta en la mujer hacia el mismo sexo y en
el varón hacia el sexo opuesto. "On revient toujours". Se diría: la homosexualidad es la
anteúltima palabra del análisis de la mujer. El analista (digamos, masculino) debe dejar
reinar todas las cualidades de la madre e inhibir todos los instintos masculinos agresivos
(incluso inconscientes). Van a manifestarse entonces en la analizada femenina tendencias
espontáneas, es decir, no impuestas a la fuerza, a la pasividad, a ser amada de manera
más penetrante, conforme a la anatomía. La última fase del análisis de una mujer será
pues, sin excepción, la evolución espontánea hacia un querer-ser-pasiva y madre. Freud
tiene entonces razón en incluir un período masculino, marimacho (es decir fijada a la
madre) antes de la femineidad; es necesario agregar una sola corrección: el hecho,
resultante del análisis, de que una gran parte de la sexualidad de los niños no es
espontánea, sino injertada de un modo artificial por la ternura exageradamente apasionada
y por la seducción de los adultos.
Sólo cuando esta parte injertada sea revivida analíticamente y así fraccionada
emocionalmente, se desarrollará en el análisis, y primero en la relación de transferencia,
esta sexualidad infantil no perturbada de la cual surgirá, en la última fase del análisis, la
normalidad a la que se aspira.
Como muchas otras, esta paciente frígida que sufre de estados de angustia (crisis), de
pesadillas, de una compulsión cotidiana a beber alcohol todas las noches, de alucinaciones
diurnas de contenido angustiante, esta paciente pues, habla muy frecuentemente de una
potencia oscura, irresistible, extraña, que la obliga contra su voluntad, contra su interés,
incluso a contramano de su propio placer, a acciones y palabras destructivas, dañinas para
ella misma y para los otros; se podría pues hablar de demonomanía. No es raro que sus
asociaciones psicoanalíticas degeneren en visiones extraordinariamente vivas, de cuya
realidad no tiene la menor duda, a pesar de que permanece consciente del hecho de que
se trata de una manera de ver diferente a la habitual. Automáticamente se cubre al mismo
tiempo los ojos, presionando sus antebrazos sobre sus globos oculares, olvidando casi mi
presencia, aunque en cierto modo parece seguir manteniendo la conciencia, puesto que me
va comunicando sus sensaciones a medida que ocurren. Es suficiente para esto que yo la
invite a hablar.
Teniendo en cuenta el esfuerzo necesario para separar los brazos de su cara, se siente
cuán difícil es arrancarla de este estado. Con mucha frecuencia, inmediatamente después
me mira como sorprendida pronunciando palabras de este tipo: Entonces, ¿usted está allí?
Qué curioso. Usted es el Dr. F. y estuvo allí durante todo este tiempo. En ese momento
agrega observaciones sobre cambios de su ser suscitados por mi presencia. Habiéndole
modestamente respondido que no sabía nada de cualidades tan grandiosas en mí, me
replicó con mucha seguridad que yo debía ser inconsciente de mis propias capacidades y
acciones. El contenido de las alucinaciones: cambio de tiempo, de lugar y de objetos con
una versatilidad extrema, como en la fuga de ideas.
Desde que oyó hablar de la teoría de Freud sobre el Superyo en tanto que producto de la
escisión del Sí Mismo, repite con gran convicción que en su caso un Superyo feroz, la
voluntad de su madre, la encadena por una gran angustia y la fuerza a conductas
autodestructivas. (Siente incluso que su tendencia a engordar de manera no deseada es
obra de esta voluntad extraña que le es impuesta y se descarga también físicamente sobre
ella.)
Se representa la irrupción del dañino Superyo más o menos de la manera siguiente: el dolor
y el espanto paralizan las fuerzas de cohesión y de supervivencia de la persona, y es en
este “tejido que se ha hecho blando y sin resistencia" que penetra la voluntad extraña,
dirigida por el odio y el placer de agredir, con todas sus tendencias, mientras que una parte
de su espontaneidad propia es expulsada fuera de la persona.
El resultado de este proceso es, por una parte, la implantación en el alma de la víctima de
contenidos psíquicos dispensadores de placer, provocadores de dolor y de tensión; pero al
mismo tiempo, el agresor, por así decir, aspira dentro de él una parte de la víctima, a saber,
la parte que ha sido expulsada. De donde el efecto calmante de la explosión de furia en el
furioso cuando ha logrado causar un dolor a otro: una parte del veneno será implantada en
otra persona (si en lo sucesivo, esta persona tendrá que pelearse contra los afectos de
displacer, sólo será a causa del tratamiento injusto); al mismo tiempo, (y esto es lo que hay
de nuevo en lo que cuenta S.I.), el agresor anexa el estado de felicidad ingenua,
desprovista de angustia y tranquila en que vivía la víctima hasta entonces. En términos
simples, esto podría expresarse más o menos de la manera siguiente: se encuentra en una
situación de molestia y de dolor, se envidia la paz de otro, digamos de alguien débil, un
niño, se da de algún modo una patada a un perro porque se está deprimido. Se obtiene así
que el otro también sufra, lo que debe atenuar absolutamente mi dolor. Por otra parte,
anexo por este acto el estado de felicidad anterior.
Cuando se inflige dolor a alguien, o cuando se le retira el amor, hay dolor. La reacción
racional a esto debería ser la tristeza, con mantenimiento de la situación de amor real, en
consecuencia, algo como: todavía lo amo como antes, él no me ama más ¡qué dolor me es
necesario soportar! La reacción de odio, en cambio, es completamente irreal; si soy
maltratado comienzo a pretender: no lo amo, lo odio, y en lugar de pasar por el sentimiento
de dolor real, le inflijo cualquier dolor físico o moral. Por este medio, obtengo que sea él y
no yo quien sufra. Logro pues desplazar mi dolor, total o parcialmente, sobre algún otro. El
mecanismo paranoide puede también manifestarse en el hecho de que el desplazamiento
traza círculos cada vez mayores y el odio es extendido sobre toda una familia, toda una
nación, toda una especie. En razón del desplazamiento y de la cualidad de proyección que
se vincula de este modo al odio, también será difícil o imposible que el odio, a semejanza
del duelo, sea rápidamente reducido filosóficamente o lentamente pulverizado de alguna
manera. Si el herido vivió un duelo persistente en lugar del odio, el trabajo de duelo habrá
poco a poco hecho su obra, mientras que el afecto desplazado, quizás justamente a causa
de esta irrealidad, podría persistir largo tiempo, o definitivamente. Ejemplo más frecuente:
decepción traumática en la infancia, odio a un cierto tipo de personas durante toda la vida.
Atención insuficiente del hecho de que la homosexualidad femenina es, en el fondo, algo
muy normal, tan normal como la heterosexualidad masculina. Hombre y mujer tienen,
desde el principio, el mismo objeto de amor femenino (la madre). La profundización del
análisis conduce en los dos sexos a decepciones y conflictos con la madre. La educación
de la limpieza, la formación de una "moral esfinteriana" es asunto de la madre. (Incluso se
plantea la cuestión de saber si no es a continuación de esta primera decepción por la
madre, que una parte de la libido es vuelta hacia el padre.) La fijación al padre, o al sexo
masculino, en cambio, es absolutamente anormal, está ante todo en contradicción con la
anatomía que sostengo (contrariamente a Freud) como fundamentalmente determinante
para la psicología. Además la sociedad no parece juzgar tan severamente la
homosexualidad femenina. La relación de la niña con la madre es mucho más importante
que la relación con el padre. Incluso las agresiones sexuales de la infancia provenientes del
lado masculino, ejercieron principalmente un efecto traumático porque dislocaron la relación
con la madre.
La experiencia a propósito del efecto traumático de las agresiones genitales por parte de
los adultos sobre los niños, me obliga a modificar la concepción psicoanalítica hasta ahora
admitida de la sexualidad infantil. El hecho de que exista una sexualidad infantil permanece
evidentemente intangible, pero una gran parte de lo que aparece como pasional en la
sexualidad infantil podría ser la consecuencia secundaria de una violencia pasional de los
adultos, impuesta a los niños contra su voluntad, implantada, de alguna manera,
artificialmente en los niños. Incluso, manifestaciones demasiado violentas de ternura no
genital, como besos apasionados, abrazos fogosos, en realidad afectan al niño de manera
displacentera. Los niños sólo quieren ser tratados gentilmente, con ternura y dulzura. Sus
gestos y sus movimientos de expresión son tiernos, y cuando es de otro modo es que algo
ya no va.
Es necesario plantearse la pregunta: ¿qué parte de lo que revela el amor indefectible del
niño por la madre y qué parte de los deseos de muerte del niño contra su padre rival se
desarrollarían de manera puramente espontánea, incluso sin implantación precoz del
erotismo y de la genitalidad adulta apasionada, es decir, qué parte del Complejo de Edipo
es verdaderamente heredada y qué parte transmitida de una generación a otra por vía de la
tradición?
1) Violencia genital por parte del padre en la temprana infancia. Evolución: 1) Carácter
obstinado, incapacidad de terminar estudios, cualquiera que fuesen (Freud: la actividad
sexual resulta ineducable), sensaciones histéricas, sobre todo en la cabeza y en el vientre.
Ocasionalmente, crisis dolorosas; análisis mas profundizado; excitación permanente de la
vagina en forma de prurito, conversión de esta sensación en dolor, y desplazamiento sobre
partes alejadas del cuerpo. Abreacción ocasional en medio de crisis convulsivas histéricas.
Los médiums espiritas, en tanto realizan cualquier cosa, deben sus capacidades a una
regresión a esta suprema sabiduría y esta omnisciencia infantiles.
2) La formación del Superyo gana por estas representaciones un carácter más plástico.
Debo a varios pacientes la representación (consignada en otra parte), de que los adultos
introducen a la fuerza su voluntad y más particularmente contenidos psíquicos de carácter
displacentero en la persona infantil; estos transplantes extraños escindidos vegetan a lo
largo de toda la vida en la otra persona (recíprocamente, oigo declaraciones sobre el hecho
de que las partes expulsadas de la persona infantil son, por así decir, asimiladas por el
dispensador del Superyo).
La tarea del análisis es hacer volver el alma a la vida a partir de estas cenizas (día por día,
consolidación primero modesta, después progresiva de estas cenizas en briznas de
comprensión; en un momento, todo será destruido otra vez, después de nuevo
pacientemente reconstruido, finalmente, la experiencia vivida de transferencia y el
aprendizaje del sufrimiento que pasa por ella, allana el camino hacia las profundidades
traumáticas). Indicación eugénica: el recién nacido ya debe ser alejado de un medio
demente.
Ser amado, ser el centro del mundo, es el estado emocional natural del lactante, no es
pues un estado maníaco sino un estado real. Las primeras decepciones de amor (destete,
regulación de las funciones de excreción, primeros castigos por medio de un tono brusco,
amenazante, incluso la educación) deben tener en todos los casos un efecto traumático, es
decir, en el acto, psíquicamente paralizante. La desintegración que resulta vuelve posible la
constitución de nuevas formaciones psíquicas. En particular, se puede suponer en ese
momento la constitución de una escisión. El organismo debe adaptarse al hecho de los
sufrimientos del destete, por ejemplo, pero la resistencia psíquica contra esto se aferra
desesperadamente a los recuerdos del pasado real, y se demora más o menos largo
tiempo en la alucinación: nada ha ocurrido; soy amado como antes (omnipotencia
alucinatoria). Todas las decepciones ulteriores de la vida amorosa podrían ser una
regresión a este cumplimiento de deseo.
Hasta ahora se consideraba casi exclusivamente la relajación del paciente; del analista se
esperaba solamente que favoreciera esta relajación por medio de medidas apropiadas o, al
menos, no la perturbase; eventualmente, se atraía la atención sobre lo más importante de
estas perturbaciones. La aparición de la idea del análisis mutuo es, en realidad, una
extensión de la relajación también al analista. Analista y analizante se relajan
alternativamente.
Insertar aquí que, desde sus primeras comunicaciones sobre la técnica, Freud recomienda
tal relajación bilateral, sin poner este nombre al proceso. El paciente es invitado a adoptar
una actitud completamente pasiva hacia sus contenidos psíquicos. Por un lado, compara el
estado psíquico que entonces se instala con la docilidad pasiva de aquel que se somete a
la hipnosis, estando ambos estados emparentados en su esencia. Pero también exige del
analista una "atención libremente flotante", es decir, un cierto grado de desapego en
relación a un pensamiento y a una búsqueda conscientemente orientada. Dicho de otro
modo, Freud exige tanto la relajación del médico como la del paciente, pero una relajación
de una profundidad diferente. Del paciente se espera que se abandone, hasta nueva orden,
a la conducción del inconsciente, pero también el médico debe dejar jugar su fantasía en
todas direcciones, aun las más absurdas; sin embargo, tiene la obligación, o el deber, de no
alejarse demasiado de la superficie de la conciencia, y en ningún momento, por así decir,
descuidar su tarea de observar a los pacientes, evaluar el material producido y tomar las
decisiones en cuanto a eventuales comunicaciones, etc.
En el análisis mutuo, el médico renuncia, aunque no sea más que pasajeramente, al puesto
de "centinela". Esto quería decir hasta aquí (en la mutualidad) que mientras tanto el
analizado retomaba el rol del analista. De ello resulta o parece resultar una modificación
inesperada y a primera vista completamente desprovista de sentido, la necesidad de que
ambos se relajen simultáneamente. Como lo acabo de decir, esto suena de entrada como
un absurdo completo, para qué sirve que dos personas caigan en trance simultáneamente y
que cada una hable sin oír nada, de manera disparatada, es decir, asocie libremente y dé
libre curso a sus sentimientos por gestos y también movimientos expresivos. Aquí la única
brizna de paja que nos ofrece la experiencia analítica actual es la idea lanzada por mí -si
recuerdo bien- de dialogo de los inconscientes. Cuando dos personas se encuentran por
primera vez -dije entonces- se produce un intercambio de movimientos de afectos no
solamente conscientes, sino también inconscientes.
Sólo el análisis podría determinar en ambos por qué razón se ha desarrollado la simpatía o
la antipatía que les es a ellos mismos inexplicable. En definitiva, quería decir que cuando
dos personas conversan, se trata, en realidad, de un dialogo no sólo de lo consciente, sino
también de ambos inconscientes. En otros términos, al lado, o paralelamente a la
conversación que retiene la atención, se desarrolla también un diálogo relajado. Algunos de
mis pacientes, sin embargo, no se contentan con esta explicación, pretenden férreamente
que al lado de esta receptividad para las manifestaciones de emociones inconscientes de
nuestros congéneres, justificables por el análisis o la psicología corriente, también se
desarrollan fenómenos psíquicos que no son explicables en el estado actual de nuestros
conocimientos en fisiología de los órganos de los sentidos y en psicología. Otros antes que
yo han mostrado con qué frecuencia sorprendente los fenómenos llamados de transmisión
de pensamiento se desarrollan entre médico y paciente, frecuentemente de una manera
que supera de lejos la posibilidad del azar. Si estas cosas llegaran algún día a verificarse,
podría parecernos plausible a nosotros, analistas, que la relación de transferencia pudiese
favorecer extraordinariamente la instauración de manifestaciones de receptividad más
afinadas.
Las quejas continuas (venidas desde lo más profundo del inconsciente) de que yo en
realidad no compartía ni emociones ni sufrimiento, que estaba emocionalmente muerto, se
han verificado analíticamente en numerosos puntos, y han reconducido a los traumas
infantiles profundos (traumas que podían ser relacionados en particular con exigencias
desmesuradas en el dominio de la genitalidad por parte de los adultos y con conflictos con
el espíritu puritano de la familia, pero en último término, quizás con un trauma sufrido en la
lactancia). Es allí qué entró en acción la extraordinaria analogía entre mi destino (neurosis)
y la psicosis de su propio padre. La paciente vivía en una total comunidad de alma y de
espíritu con el padre; unas veces se diría que la paciente vivía en la cabeza del padre, otros
el padre en la cabeza de la paciente. Pero a causa de su locura, él no sabía que todos los
tratamientos innobles infligidos a la hija estaban en realidad, destinados a la madre; el
trauma final atomizante sobrevino en el momento de una desilusión recíproca. Después de
una última tentativa incestuosa desesperada, el padre se alejó emocionalmente de su hija
para difamarla desde entonces a todo lo largo de la vida, en un acto de venganza por lo
demás, completamente lúcido. La atomización continuó, en el momento de darse
bruscamente cuenta que era imposible llevar al padre a reconocer sus locuras y sus
pecados.
La paciente recuerda que la víspera debió pasar algunas horas en compañía de Mrs. Dm.,
una dama que conocía desde hacia mucho tiempo y que hizo también tentativas analíticas
con ella. Su antipatía hacia esta dama estaba fundada sobre su falta de cultura, su
estrechez de espíritu muy Nueva Inglaterra y su manera primitiva de expresarse; y además,
su imaginación no contendría el menor rasgo de inclinación artística, etc. Esto la incitaba a
huir de la compañía de esta dama. Ayer, como no pudo evitarlo se sintió obligada a
embriagarse. Sólo podía soportarla en un estado de embriaguez total, de desequilibrio, de
semi-sueño como en un sueño. En el momento que pensaba en ella, todas sus
asociaciones se agrupaban alrededor del olor de esta dama. Exhalaba como un olor a
cadáver que espanta a la paciente y la incita a rechazarla.
El mismo día, Dm. viene a verme y dice que ella también bebió mucho (pero no estuvo
ebria). Se siente espantada, dice, en compañía de esta paciente: esta dama sería
demasiado agresiva, demasiado enérgica, y le recordaría a su propia madre. (Esto se
relaciona aquí con un trauma infantil: su madre la arrastró tan violentamente por la muñeca
que le rompió el brazo.) Es necesario anotar aquí que Dm. tiene efectivamente un olor
desagradable y disgusta decididamente a las personas de olfato sensible. Se puede afirmar
con gran probabilidad que la intensidad de estos efluvios tiene algo que ver con el odio y la
furia reprimidos. Como si, a la manera de ciertos animales, a falta de otras armas, tuviera a
la gente a distancia de su cuerpo espantándolos con estas emanaciones de odio.
(Conscientemente y en su comportamiento manifiesto, la paciente sería más bien blanda
con una inclinación por la obediencia ciega y la sumisión sin queja).
No era demasiado osado relacionar la reacción de la paciente con el hecho de que podía
realmente olfatear los sentimientos de la gente. Me contó entonces diversas experiencias
de esta clase. Hecho interesante: me contó largas historias de su madre que se
asemejaban al mismo género de ideas que las del Pr. Jaeger en su tiempo. Bañarse y
lavarse es malsano; ella no cambiaba jamás su ropa interior pero, sin embargo, nunca olía
mal. Pero, por otro lado, era de una energía poco común, regenteaba la casa (el padre era
un borracho e iba poco seguido a la casa, después de lo cual nacía un niño).
La teoría que podría fundarse sobre estas cuestiones y otras similares, sería la siguiente:
las emanaciones de su madre, que eran conscientemente agresivas, no despedían mal
olor; pero las de Dm., que es aduladora y conciliadora en apariencia, pero llena de secreto
odio, traicionan el odio reprimido. (Acá, la asociación: "Así habla el sabio Salomón".)
Nine Pin.
Silly servant
En realidad, un capítulo para una eventual recopilación sobre las exigencias genitales
infantiles excesivas. El super desempeño colosal que el niño se impone a si mismo tiene
consecuencias duraderas. 1) Destruye completamente el sentimiento de espontaneidad, es
decir, el origen del plus de placer del acto genital; 2) Inseguridad psíquica completa en
cuanto a los sentimientos de amor, no sabiendo nunca cuando y en qué medida se trata de
una tarea a realizar o de un deber a cumplir. 3) Extrema fatiga general que se extiende
sobre casi toda actividad, pero que se manifiesta por una mortal somnolencia después de
cada acto sexual. 4) Acá se plantea la cuestión de saber silos fenómenos llamados de
fatiga neurasténica no serían consecuencia de los super desempeños genitales impuestos
a sí mismo en el curso de la masturbación psíquica o psicofísica. (Citar el caso del joven
víctima de una seducción en la infancia, que a) Se sentía obligado a satisfacer a todas las
mujeres, b) se masturbaba cuatro o cinco veces por día y con una concentración formidable
y la suma de todas las situaciones eróticas excitantes, lograba la hazaña de hacer salpicar
el esperma hasta el techo a una altura de cinco o seis metros.) 5) Influencia sobre el modo
de vida y el carácter.
El mismo no tiene más que mirar y masturbarse. La obligación de que la mujer se comporte
como prostituta facilita la tarea; una parte de la escena es realmente jugada y no tiene
necesidad de ser representada en la fantasía. En la terapia analítica de tales casos, será
necesario esperar la aparición de una incapacidad funcional y psicofísica general y,
naturalmente, la desaparición de toda libido. En realidad, es el estado infantil que se ha
restablecido de nuevo, estadío donde normalmente todo es más egoísta y menos sujeto a
consideraciones.
Qué formidable irrupción en el desarrollo normal, cuando a tal niño, egoísta por necesidad
natural, le son dirigidas demandas emocionales desmesuradas de naturaleza altruista.
Después de haber permanecido un tiempo, frecuentemente incluso no muy largo, en este
estado de postración casi comatoso (los pacientes son capaces de dormirse en el teatro, en
mitad de un discurso), se anuncian en ese momento signos de libido espontánea, y más
tarde, manifestaciones de sexualidad sin fatiga consecutiva. La fatiga que sucede a la
fabricación de sentimientos intelectuales y de emociones intelectuales testimonia la fuerza
fantástica que es necesaria para reprimir por la fuerza los procesos intelectuales a nivel de
la alucinación. La libido normal está siempre demasiado llena, las emociones desbordantes
afectan también nuestro sensorium. El lema: "nihil est in intellectu quod prius non fuerit in
sensu" está acá invertido y reemplazado por un “prius" del intelecto. Es plausible que en un
examen más profundo, todas las neurastenias reconduzcan a algo análogo. (Relacionar
aquí con la oposición fisiológica, señalada por mí, entre empobrecimiento de la libido por la
masturbación y acumulación de libido por el Coitus interruptus a saber, neurosis de
angustia.)
Sueño de una paciente (B.) en que la historia incluye de manera casi segura violencias
genitales infantiles: ve una fila de soldados, o de gimnastas, todos sin cabeza, tiesamente
alineados. Sobre el lado izquierdo (espalda) de cada uno se levanta una protuberancia
carnosa. La asociación deriva hacia el juego de bolos (nine-pins). Cada golpe es
simbolizado por uno de los soldados; la idea del orgasmo quizás por intermedio de los
nueve. Al mismo tiempo, el hecho de que falte la cabeza representa la emotividad pura en
ausencia de todo control intelectual ("l'amour est un taureau acéphale", Anatole France).
Pero al mismo tiempo el estado psíquico de la paciente está también representado: piensa
que los nine-pins no logran sostenerse en equilibrio a causa de la carga unilateral de la
izquierda. Sin embargo, esta idea viene de que la paciente antes de ir a dormir, bebió una
cantidad de cocktails que perturbaron considerablemente su equilibrio. Cuando se ha
perdido así la cabeza, parece posible que las emociones de otras personas se vuelquen
muy naturalmente sobre nosotros, como si la envoltura protectora del Yo hubiera sido
disuelta por el narcótico. En otros términos: un niño embriagado o anestesiado
(eventualmente también un niño en el que la autoprotección está paralizada por el terror o
el dolor) se vuelve de tal modo sensible a los movimientos afectivos de la persona que
teme, que experimenta la pasión del agresor como la suya propia. La angustia del falo
puede así volcarse hacia la adoración o el culto del falo. (Acá, el problema del placer sexual
femenino, podría ser que en el origen no fuera mas que la angustia transformada en
placer.)
Subsiste un problema sin embargo: es solamente posible que la angustia sea transformada
en placer, incluso si esto ocurre sólo después de la pérdida de su propia cabeza y de la
identificación al toro acéfalo. Sin embargo, se presenta también otra solución según la cual
todo masoquismo no nacería de la angustia, sino que la bondad y el sacrificio de sí
contrabalancearían las tendencias yoicas, en tanto instinto, o quizás en tanto fuerza natural
(S.I.).
Una fuerte antipatía consciente, como la suscitada por la homosexualidad, puede constituir
un obstáculo importante en el tratamiento de los casos manifiestos. Podría considerarse
que la resistencia tan extendida contra las "psicosis" y las perversiones (Freud) reposa
sobre un análisis insuficiente en relación con veleidades de esta clase. Estos pacientes nos
recuerdan quizás las experiencias más crueles de los tiempos primitivos, los momentos en
que los hombres debieron combatir por su salud psíquica y su destino libidinal.
Un analista que hubiera desarrollado un carácter agresivo, será excelente en el papel de
padre fuerte. Otro que comparta todas las emociones de los pacientes, será excelente
como sustituto maternal. Un verdadero analista debería tener la capacidad de jugar
igualmente bien todos estos roles.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / ¿Quién está loco, nosotros o los pacientes?
¿Quién está loco, nosotros o los pacientes?
1 de mayo, 1932. ¿Quién está loco, nosotros o los
pacientes?
Una pregunta: ¿Freud está realmente convencido, o bien se fuerza a una crispación teórica
exagerada para protegerse contra su autoanálisis, es decir, contra sus propias dudas? No
olvidar que Freud no es quien descubrió el análisis, sino que tomó de Breuer algo ya listo.
Quizás sólo continuó a Breuer de un modo lógico, intelectual, pero no con una convicción
que depende del sentimiento; en consecuencia, no hay análisis más que de los otros, y no
de sí mismo. Proyección.
Pienso, por mi parte, que al principio Freud creía verdaderamente en el análisis, siguió a
Breuer con entusiasmo, se ocupó apasionadamente, con devoción, de la curación de los
neuróticos (permaneciendo tendido en el suelo horas, si era necesario, cerca de una
persona en crisis histérica). Pero debió ser, primero debilitado, después desencantado por
ciertas experiencias, más o menos como Breuer en el momento de la recaída de su
paciente, y por el problema de la contratransferencia abriéndose delante de él como un
abismo.
En Freud, esto corresponde, sin duda, al descubrimiento de que las histéricas mienten.
Desde este descubrimiento, Freud no quiere más a los enfermos. Retornó al amor de su
Superyo ordenado, cultivado (otra prueba es su antipatía y sus términos injuriosos respecto
a los psicóticos, los perversos y, en general, contra todo lo que es "demasiado anormal", lo
mismo que contra la mitología hindú). Después de este shock, de esta decepción ya no se
trata tanto del trauma, la constitución comienza a jugar el rol principal. A continuación,
evidentemente, una porción de fatalismo. Después de la ola psicológica, Freud tuvo que
aterrizar de nuevo, primeramente en el materialismo de investigador de las ciencias de la
naturaleza; en lo subjetivo, ve casi únicamente la superestructura de lo físico, y en lo físico
mismo ve algo mucho más real; segundo, aún permanece intelectualmente interesado por
el análisis, pero no emocionalmente. Tercero, su método terapéutico, como su teoría, están
cada vez más impregnados por el interés por el orden, el carácter, el reemplazo de un mal
Superyo por uno mejor; se vuelve pedagógico.
La modificación de su método terapéutico, lo vuelve cada vez más impersonal (flotar como
una divinidad por encima del pobre paciente, rebajado a la condición de niño; no advirtiendo
que una gran parte de eso que se nombra transferencia es artificialmente provocado por
este comportamiento, se pretende que la transferencia es fabricada por el paciente). En
verdad, esto puede ser cierto en parte, y considerado como útil para hacer surgir el material
antiguo, pero si el médico no se vigila, se demora más tiempo del necesario en esta
situación confortable para él, en la que los pacientes le ahorran el displacer de la
autocrítica, proporcionándole la ocasión de gustar el encanto de estar en posición de
superioridad y de ser amado sin reciprocidad (casi una situación de magnificencia infantil), y
además siendo pagado por esto por el paciente. De manera completamente inconsciente,
el médico puede ponerse así con toda inocencia consciente, en situación infantil frente a su
paciente. Una parte del comportamiento de tal analista puede, con razón, ser designado
como loco por el paciente. Ciertas teorías del médico (ideas delirantes) no deben ser
cuestionadas; si sin embargo se lo hace, se es un mal alumno, se recibe una mala nota, se
está en "resistencia".
Mi "terapia activa" fue un primer asalto inconsciente contra esta situación. Por la
exageración y la puesta en evidencia de esta metodología sádico-educativa, se me hizo
claro que no era defendible. A modo de nueva teoría (nuevo delirio) se me ocurre la teoría
de la relajación, el laissez-faire completo respecto al paciente, la represión brutal de las
reacciones emocionales naturalmente humanas. Pero los pacientes recusan la falsa dulzura
del maestro, irritado en su fuero interior, igual que anteriormente la brutalidad del analista
"activo" que deja al paciente sufrir tormentos infernales e incluso espera que se le
agradezca por esto. Finalmente a uno se le ocurre preguntarse si no es natural y también
oportuno ser francamente un ser humano dotado de emociones, tan pronto capaz de
empatía, tan pronto abiertamente irritado. Lo que quiere decir: abandonar toda "técnica" y
mostrarse sin disimulo, lo mismo que se le pide al paciente. En cuanto se comienza a
actuar de tal modo, al paciente se le ocurrirá, con toda lógica, expresar su sospecha en
cuanto al análisis imperfecto del analista y, despertando de su timidez, osará poco a poco
hacer observar él mismo tal rasgo paranoico o tal rasgo exagerado; finalmente, llegará la
proposición del análisis mutuo. Si se tiene una cierta confianza en la propia capacidad de
no ser al fin de cuentas impresionado más que por la verdad, puede resolverse al sacrificio,
aunque parezca espantoso, de entregarse uno mismo al poder de un loco. Cosa curiosa, se
es recompensado por este coraje, el paciente supera más fácilmente la decepción de no
ser amado por nosotros que la dependencia indefinida en relación a un pariente (padre o
madre) que en apariencia promete todo pero que, interiormente, rehúsa todo.
En contraste con el presente, se tiene así una chance más grande y más rápida de volver a
sumergirse en el pasado traumático por donde se puede alcanzar un restablecimiento
definitivo, espontáneo, y ya no más fundado sobre la autoridad.
Por momentos, se tiene la impresión de que una parte de lo que se llama situación de
transferencia no es, en realidad, una manifestación espontánea de las emociones del
paciente, sino que es creada artificialmente por medio de la situación engendrada por el
análisis, es decir, por medio de la técnica analítica; al menos, la interpretación, quizás
exageradamente acentuada por mí y por Rank, de que cada hecho particular primero en el
sentido de un afecto personal respecto al analista, es susceptible de crear una especie de
atmósfera paranoide que un observador objetivo podría describir como delirio narcisístico,
incluso erotomaníaco del analista. Es posible que se esté demasiado rápidamente inclinado
a presuponer en el paciente sentimientos de amor y de odio hacia nosotros.
Esto parece ser una repetición mucho más literal de la relación padre-niño; también en la
infancia, los adultos presuponen en el niño afectos desmesurados, sobre todo sentimientos
de amor. Es verdad que no se cesa de predicárselos al niño, seguramente una forma
singular de sugestión, es decir, de introducción fraudulenta de emociones no espontáneas
que no existen realmente. Debe ser excesivamente difícil liberarse de tal trampa y volverse
uno mismo. Si la sugestión tiene éxito, el niño se hace obediente, es decir, que se siente
bien en su dependencia. Ocurre de otro modo en los casos donde una inteligencia, quizás
precozmente desarrollada, hace difícil una sumisión ciega. Tales niños se vuelven "malos",
tercos y aún "obstinados". A falta de otras armas para defenderse, se cierran
intelectualmente a la comprensión de las cosas que se exigen de ellos. Obtienen así 1)
poder protegerse, gracias a su "incapacidad", contra la aceptación de una regla que les
parece falsa, disparatada y desagradable; 2) tener a mano un arma eficaz, y además un
arma invisible, con la cual se pueden vengar de la injusticia que les acaece. Por más
esfuerzos que hagan los padres y los maestros para poner buena cara frente a una mala
cabeza, el niño percibe la tensión irritada que crece en ellos, de la que sólo se podrá
obtener alivio si se continúa resistiendo hasta la explosión de odio que se produce en el
adulto. Pero si al fin de tal escena debió ser reñido y golpeado, tal fin procura al niño una
relativa satisfacción; está quizás allí la raíz última del placer masoquista y de la fantasía “se
pega a un niño”.
1) Principio del tratamiento analítico, sin simpatía particular de mi parte; va de suyo que
siento por la paciente, en tanto médico, un interés que tengo por leal. Mucho más tarde, la
paciente me dice un día que mi voz, en el curso de esta primera entrevista, y solamente esa
vez, era mucho más dulce e insinuante de lo que nunca había sido después. Advierto en
ese momento que es esa voz la que le prometió, por así decir, un interés personal
profundo, al mismo tiempo que amor y felicidad. He aquí lo que puedo sacar posteriormente
de todo esto: la antipatía mencionada más arriba podría ser la consecuencia a) de una
independencia y una confianza en sí misma desmesuradas, b) de una fuerza de voluntad
extraordinariamente poderosa en la fijeza marmórea de los rasgos de la cara, c) de una
manera general, algo soberano, algo de una superioridad de reina, o incluso de alteza real;
todos rasgos que ciertamente no se podrían calificar de femeninos. En lugar de tomar
conciencia de estas impresiones, parece que parto del punto de vista de que, en tanto
médico, debo en todos los casos estar en posición de superioridad; superando mi evidente
ansiedad delante de tal mujer, parece que hubiera adoptado inconscientemente una actitud
de superioridad, quizás la de mi virilidad intrépida, que mi paciente tomó por verídica,
mientras que se trataba de una pose profesional consciente, adoptada en parte como
medida de protección contra la angustia.
Sin embargo, el malentendido fue aclarado desde la tercera o cuarta sesión, en el momento
en que en el curso de sus asociaciones la paciente declaró que yo habría pretendido
haberme enamorado de ella. Esto no dejó de horrorizarme; recordé numerosos casos de
histéricas erotómanas que acusaban falsamente a su médico de haberles hecho
declaraciones de amor. De entrada negué pues, de manera clara y neta, haber hecho tal
declaración, pero no logré aparentemente convencer a la paciente. Pero a medida que me
sumergía en el trabajo analítico, desplegaba, como es habitual, un profundizado interés por
todos los detalles de su historia. Desde el principio, sin embargo, la paciente exigió contar
para mí más que las otras pacientes, lo que no me la volvía más simpática.
Como el caso no mostraba ningún progreso, redoblé los esfuerzos, decidí incluso no
dejarme desanimar por ninguna dificultad, cedí poco a poco a cada vez más deseos de la
paciente, dupliqué el número de sesiones, fui hacia ella en lugar de forzarla a venir a mí, la
llevé conmigo en mis viajes de vacaciones, le di sesiones incluso el domingo. Con la ayuda
de tal exceso de esfuerzos, llegamos, de algún modo, gracias al efecto de contraste de la
relajación, a hacer posible la emergencia de la historia infantil, evidentemente traumática,
bajo formas de estados de trance o de crisis.
Permanecimos detenidos en esta etapa, sin otro progreso, durante otros dos años. Me eran
impuestas las peores exigencias por el hecho de que hacia el final de las sesiones la
paciente caía en una crisis que me obligaba a permanecer otra hora más cerca de ella,
esperando que la crisis pasara. Mi conciencia de médico y de ser humano me impedían
dejarla allí, en este estado de privación. Pero el surmenage parece haber provocado en mí
una tensión enorme que, por momentos, me volvía odiosa a la paciente. Las cosas llegaron
a una especie de punto crítico que tuvo como consecuencia que yo comenzara de algún
modo a batirme en retirada.
Sin poner el acento sobre el desarrollo cronológico, se me ocurrió la idea de que el giro tal
vez más importante se produjo de la manera siguiente: la paciente hizo el proyecto, o
manifestó la convicción que en el curso del verano, a saber, en los días correspondientes
en el calendario a la fecha del trauma infantil, iba a repetirse y rememorarse todo el
proceso. Una parte de la repetición tuvo lugar y, no obstante, cada crisis se remataba con
la constatación: "y, sin embargo, no sé si todo este asunto es verdadero". Los análisis de
los sueños y el resto del trabajo analítico mostraban la clara voluntad de no rendirse a la
evidencia del horror de su vida, es decir, de no suprimir la escisión de su persona en una
parte que inconscientemente sabe y sufre, y otra, siempre viva pero mecánica e insensible,
hasta que no le fuera ofrecida en la realidad, a manera de compensación, una vida donde
sería plenamente amada y reconocida.
La paciente me atribuía el papel de este amante perfecto. Como para todas las fantasías
producidas por los pacientes, me esforzaba en penetrar igualmente en las profundidades
de ésta, es decir, conducir estas fantasías a desplegarse. Muy pronto tomaron un carácter
sexual que yo analicé, como todo el resto, con interés y benevolencia. Pero cuando un día
me preguntó directamente si esto significaba que yo me había realmente enamorado, le dije
con toda honestidad que se trataba de un proceso puramente intelectual y que los procesos
genitales que se consideraban no tenían nada que ver con mis deseos. E' shock así
provocado fue indescriptible. También este proceso fue, con seguridad, reconducido como
siempre hacia el pasado, al trauma, pero la paciente permanecía siempre enganchada a la
vertiente transferencial.
Esta crisis evocada más arriba me obligó, en oposición a mi sentimiento del deber, y sin
duda también a mi sentimiento de culpabilidad, a reducir mis sobreactuaciones médicas.
Después de un duro combate interior, dejé a la paciente sola durante el tiempo de
vacaciones, reduje el número de sesiones, etc. La resistencia de la paciente permaneció
inquebrantable. En un punto llegamos, por así decir, a chocar violentamente. Yo pretendía,
férreamente, que debía odiarme por mi maldad a su respecto, lo que ella negaba
resueltamente, pero lo negaba a veces con tanta irritación que los sentimientos de odio se
transparentaban siempre. Ella, al contrario, pretendía percibir en mí sentimientos de odio, y
comenzó a decir que su análisis no progresaría jamás si no me decidía a dejar analizar por
ella los sentimientos ocultos en mí. Resistí durante alrededor de un año, después me
resolví, sin embargo, a este sacrificio.
Para mi gran sorpresa debí, sin embargo, constatar que la paciente tenía razón en varios
aspectos. Una ansiedad particular frente a las fuertes personalidades femeninas de su
temple que venía de mi infancia. Encontraba y encuentro "simpáticas" a las mujeres que
me idolatran, que se someten a mis ideas y a mis singularidades; en cambio, las mujeres
de su tipo me llenan de terror y provocan en mí la oposición y el odio de los años de la
infancia. El sobrerendimiento emocional, particularmente la gentileza exagerada, es idéntica
a los sentimientos del mismo orden respecto de mi madre. Cuando mi madre afirmaba que
yo era malo, esto me volvía en aquel tiempo todavía más malo. Su manera de herirme más
era pretender que yo la mataba; fue el punto a partir del cual me obligué contra mi
convicción interior a la bondad y a la obediencia.
El análisis mutuo aporta aparentemente la solución. Me dio la ocasión de dar libre curso a
mi antipatía. La consecuencia fue, curiosamente, que la paciente se tranquilizó, sintiéndose
justificada; una vez que hube reconocido abiertamente los límites de mis capacidades,
comenzó incluso a reducir sus reivindicaciones a mi respecto. Una nueva consecuencia de
este evidente circulus benignus es que en este momento la encuentro efectivamente menos
antipática, que incluso soy capaz de tener por ella sentimientos amistosos y juguetones. Mi
interés por los detalles del material analítico, y mi capacidad para absorberlos, que
anteriormente estaban como paralizados, aumentaron visiblemente. Debo incluso
reconocer que comienzo a sentir la influencia benéfica del hecho
de-ser-liberado-de-la-angustia también respecto a otros pacientes, de modo que resulto
mejor analista no sólo para esta paciente, sino de una manera general para todos los otros.
(Menos somnolencia durante las sesiones, más interés humano por todos, intervención
marcada por una sincera y tan necesaria empatía en el proceso analítico.)
¿A quién corresponde el mérito de este éxito? Ciertamente ante todo a la paciente que, en
su situación precaria de paciente, no dejó de combatir por su razón; sin embargo, esto no
hubiera servido de nada si yo mismo no me hubiera sometido al sacrificio inhabitual de
arriesgar la experiencia de ponerme, en tanto médico, entre las manos de una enferma
seguramente peligrosa.
La paciente viene de una familia fuertemente deteriorada -la madre está en un asilo de
alienados- y se estableció que cuando tenía alrededor de un año y medio y se encontraba
sola con su madre demente durante días enteros, ésta usaba procedimientos horribles -no
se sabe de qué naturaleza- para proteger a la niña del onanismo. (Se comprobó que desde
hace alrededor de 150 años hay gran número de dementes en la familia de la madre. La
abuela, la bisabuela, etc., todas las mujeres se volvieron locas después del nacimiento de
un niño. Un hermano de la madre, millonario americano, vivía con ellos; la paciente vivía
con una gobernanta alemana hiperansiosa, en una parte alejada del castillo, rigurosamente
vigilada.) Manifiestamente, todo era hecho 1) para proteger a la paciente de las emociones,
2) para mantener lejos de ella la idea de volverse loca; pero la pequeña, que se sentía
perfectamente sana y era de una inteligencia excepcional, parece haber advertido todo; sin
embargo, ella misma fue asaltada por el temor de volverse loca y aceptó, con toda
conciencia, la actitud de su entorno: 1) Se protegía de las emociones (que identificaba a
locuras), 2) rehuía la angustia consciente recurriendo a medidas fóbicas de protección, al
mismo tiempo que se aburría espantosamente y no comprendía por qué no la querían los
niños de su edad (manifiestamente, por su racionalidad excesiva, hacía de aguafiestas). Se
consolaba con la idea de que a partir de sus dieciocho años, cuando fuera adulta, todo
cambiaría, todo le sería permitido.
Mientras tanto, las relaciones entre los miembros de la familia se complicaban. El padre, un
borracho, se divorció de la madre, la madre se casó con un médico célebre que
manifiestamente no la amaba y sólo se había casado por su dinero para poder construir,
gracias a ella, su gran hospital. Lo que hizo sobradamente. Parece que durante un cierto
tiempo la paciente hubiera amado a este padrastro imponente; él la obligaba a una
ambición desmesurada, la abrumaba con reglas de vida rígidas que debía tener
constantemente ante los ojos; al mismo tiempo, era un tirano que echó de la casa a la
gobernanta bien amada y al tío enfermo (que tenían una relación); éstos se mudaron a
California y la paciente iba de un lado a otro entre Nueva York y California. En la
Universidad, desde que estuvo en condiciones de experimentar tales sentimientos, se
enamoro de varias jóvenes. Los jóvenes no le hacían absolutamente ningún efecto. (Quizás
a causa de la angustia de tener hijos que es algo que vuelve loca.)
Se enamora pues de mujeres, parte en viaje de exploración con marido y amante. Mientras
tanto, el padrastro contrae una enfermedad mental, y se arroja por la ventana de su propio
hospital. La paciente va a analizarse con un médico americano que la ayuda en cierta
medida pero que termina por volverse moralizante, intentando persuadir a la paciente que
debe acostumbrarse a la vida conyugal. Desde hace años intentaba venir a verme, pero
sólo pude aceptarla al cabo de tres años de espera.
Lucha paciente contra la total ausencia de afecto, sin éxito visible, pero la partenaire que ha
hecho progresos más rápidos, comienza a ayudarme en el análisis. Algunos días, habiendo
renunciado completamente a las manifestaciones de hiperactividad, llega con el sentimiento
de un vacío interior absoluto. Aparentemente pues, un agravamiento, pero que considero
como una actualización del estado de hecho, y como un progreso. Es en este momento
crítico que parece haber intervenido el "hecho-de-ser-despertado" (o de haberlo sido).
Sentía que este vacío interior era, en realidad, una aspiración a una inmensa compasión,
en lugar de la indiferencia que se siente habitualmente respecto de las personas
desprovistas de afecto, o profundamente dementes, o alienadas. La paciente misma explica
que no quiere que se le preste atención, que produce sin duda un efecto repulsivo, etc.
Reuní todas mis fuerzas para convencerla de lo contrario, y hacerle comprender que era el
colmo de la injusticia despreciar, por añadidura, a los seres así abatidos por la desgracia, y
que en nombre de la humanidad injusta, yo debía otorgarle mas amor e interés que a las
gentes felices. Aparentemente, esto no la conmovió, pero esa misma noche su amiga pudo
observar a la paciente masturbándose en sueños. A la mañana no tenía ninguna conciencia
de esto, y le rogó insistentemente a su amiga que no me lo contase, lo que aquella,
naturalmente, rehusó prometer.
Quizás bajo el efecto de la simpatía con la que contaba de mi parte, le sobrevino el coraje
de superar toda la ansiedad y todas las inhibiciones infantiles, y permitirse una pasión.
Quizás en este momento será una tarea menos difícil juntar la parte escindida de la
persona, la afectividad, con el resto de la personalidad.
Uno de los casos donde la paciente es afectada por trastornos respiratorios nocturnos.
Cada tanto, se despierta y durante un breve instante oye su propio estertor como si fuera el
de otra persona, después se sobresalta, brutalmente angustiada. Los ejercicios de
relajación en el análisis, conducían de vez en cuando a estados análogos donde pude
constatar: respiración muy superficial, palidez cadavérica de la piel, voz baja, casi inaudible,
pulso apenas perceptible. Estas manifestaciones se vinculaban con fantasías relacionadas
a "caricias" sin escrúpulos infligidas por un hombre adulto, probablemente el padre. Al
mismo tiempo, incapacidad e imposibilidad total a) no solamente de hablar a alguien del
trauma, b) sino incluso de tener verdadera conciencia.
Pero de golpe le falta la fuerza de voluntad; en el mismo momento se instala una total
insensibilidad respecto de su propia persona, sin que cese de tener conciencia de toda la
escena; al contrario, en adelante observa todo el proceso como desde afuera, ve un niño
muerto del que se abusa de la manera descripta e incluso, curiosamente, con la muerte
desaparecen también completamente los lamentos (y naturalmente también la angustia, las
tentativas de salvataje, etc.); en cambio, su interés incluso su sentimiento y toda su
comprensión se vuelven hacia el agresor. Encuentra lógico que la tensión acumulada en el
agresor deba descargarse de la susodicha manera.
Mientras tanto, se instaló una relajación muscular total, lo que permitió a la respiración y a
la circulación hasta entonces totalmente suspendidas volver a ponerse en marcha; la
paciente se despertó parcialmente, pero aún pudo sentir los últimos segundos de los
estertores y el sentimiento de estar muerta, como si fuera un sueño. Después del completo
despertar, el recuerdo de la repetición del trauma permaneció excepcionalmente
conservado. En otras ocasiones del mismo tipo (ver el sueño sobre los soldados-bolos), o
bien el recuerdo estaba totalmente ausente, o bien era distorsionado hasta hacerse
irreconocible, reconstruible solamente por el análisis. La paciente tenía el sentimiento de
que sólo el aumento de la confianza en ella misma y en mí le habían permitido sumergirse
tan profundamente en la repetición.
Todo ocurre como si el psiquismo, cuya única función es reducir las tensiones emocionales
y evitar los dolores en el momento de la muerte de su propia persona, trasladara su función
de apaciguar el sufrimiento automáticamente sobre los sufrimientos, tensiones y pasiones
del agresor, la única persona que podría sentir algo, es decir, se identificaba a ellos. La
desaparición de su propia persona, dejando figurar a otros en la escena, seria también la
raíz más profunda del masoquismo, por otro lado, tan enigmático, la raíz del sacrificio de sí
en beneficio de otros seres humanos, animales o cosas, o la identificación, disparatada
desde el punto de vista psicológico y egoísta, con tensiones y sufrimientos extraños. Si esto
es así, ningún acto masoquista ni ninguna emoción de esta clase es posible sin la muerte
temporaria de la propia persona. No siento pues incluso el dolor que me es infligido puesto
que no existo.
En cambio, siento la satisfacción del placer del agresor que aún puedo percibir. La tesis de
base de toda psicología, que pretende que la única función de la psique es atenuar los
sufrimientos, queda así salvaguardada. Pero además es necesario que la función de
atenuación de los sufrimientos pueda volverse no sólo hacia el propio Yo, sino incluso hacia
todas las clases de sufrimientos percibidas o representadas por la psique. Considerado
desde otro punto de vista, el de la indestructible pulsión de autoconservación, se podría
describir el mismo proceso de la manera siguiente: en el momento en que se abandonó
toda esperanza de ayuda por parte de una tercera persona, y que se sienten las propias
fuerzas de autodefensa totalmente agotadas, no queda más que esperar la clemencia del
agresor.
En caso de extrema necesidad, se crea en nosotros un ángel guardián interno que dispone
de nuestras fuerzas corporales mucho más de lo que somos capaces en la vida ordinaria.
Se conocen los desempeños casi acrobáticos en caso de extremo peligro (mi propia caída
en la alta montaña en el momento en que me agarré del único peñasco que se adelantaba
un poco por encima del abismo y debí pasar toda la noche sentado sobre él). Este "ángel
guardián" se constituye a partir de fragmentos de la propia personalidad psíquica,
probablemente de fragmentos del afecto de autoconservación. Por eso la insensibilidad
mientras él está allí. La ayuda exterior que falta es pues reemplazada por la creación de un
sustituto más antiguo. Claro que no sin modificación de la personalidad anterior. En los
casos más extremos de esta clase, la retracción del propio Yo fue tan completa, que incluso
se perdió el recuerdo de todo el episodio. Subsiste, sin embargo, una cierta influencia sobre
el carácter de la persona que ha pasado por esta clase de cosas; nuestra paciente, por
ejemplo, casi seguramente desde que se instauró el trauma, manifestaba un carácter terco,
reservado, fiándose al fin de cuentas sólo de sí misma, lo que justifica ahora triunfalmente
en el análisis. En jerga psicoanalítica, hablaría pues aquí de un caso de escisión
narcisística del Yo.
Pero para quien piensa solamente en términos de fisiología el proceso puede explicarse de
la siguiente manera: en un pánico violento -una crisis dolorosa-, el paciente reacciona con
un enorme tensionamiento psicofísico de sus fuerzas. Esto conduce a retener la
respiración, a aumentar el ritmo cardíaco. Si la crisis dolorosa persiste, entonces se instalan
trastornos circulatorios que entrañan trastornos tróficos en el cerebro, y finalmente también
en la médula espinal. Los centros cardíacos y respiratorios se han paralizado, la conciencia
se desvanece. Después de esto, relajamiento muscular completo, alivio de la actividad
cardíaca, despertar de las funciones cerebrales, muy a menudo sin ningún recuerdo de lo
que ocurrió. En todos los casos parecidos, los pacientes hablaban de cefaleas violentas en
la región de la nuca, inmediatamente antes de la pérdida de la sensibilidad; aparición
frecuente de tales dolores en el curso de procesos de repetición. La compulsión de dos
pacientes a fumar sin cesar era también un coqueteo con la auto-estrangulación.
1) Después del descubrimiento y la reconstrucción del supuesto trauma, siguen una serie
casi infinita de repeticiones en las sesiones de análisis, con todas las explosiones de afecto
imaginables. Los actuales alcances del psicoanálisis justificaban la esperanza de que con
cada una de estas explosiones un cierto quantum del afecto paralizado sería emocional y
muscularmente revivido y que una vez agotado el quantum total, el síntoma cesaría por si
mismo. En consecuencia, la tendencia del analista era descubrir y evitar todas las
tendencias de huida o de evitación del paciente para forzarlo a emprender el único camino
que le quedaba, el del trauma; así, éste puede ser vivido conscientemente hasta el final, y
las formaciones sustitutivas neuróticas ya inútiles, cesan por si mismas. Pero, en realidad,
la acumulación de experiencias nos confronta a este respecto a decepciones cada vez más
frecuentes. Es verdad que las explosiones de afecto proporcionan un alivio momentáneo, a
menudo sólo de unas horas, bastante parecido a las acalmias que suceden a las
convulsiones histéricas o epilépticas. Pero lo que ocurre más frecuentemente es que a la
noche siguiente haya ya un nuevo sueño de angustia, y con él material de la repetición del
trauma para la próxima sesión. No se puede pretender tampoco que estas repeticiones,
cualquiera sea la frecuencia de su retorno, aporten material fundamentalmente nuevo.
Parecen ser, al contrario, la repetición un poco fastidiosa de tal o tal factor traumatógeno.
En el caso R.N. la crisis se intensifica hasta alcanzar un grado insoportable; en este punto,
la paciente pide ayuda con una extrema vehemencia apasionada, a menudo gritando
estridentemente: "Take it away, take it away!". El llamado se dirige visiblemente a mí, lo que
me pone en grandes apuros porque no tengo la menor idea de la ayuda que debo darle
para remediar este estado de sufrimiento. A veces obedezco a su deseo y planteo esta, por
así decir, sugestiva afirmación: sí, ahora me llevo el dolor. A veces un "fragmento" de
inteligencia del enfermo permanece en contacto conmigo, incluso durante la repetición del
trauma, y me da prudentes consejos en cuanto al modo de tratamiento. Es así que recibo el
consejo de vigilar antes de irme que el dolor permanezca separado del resto de la psique.
El fragmento psíquico doloroso es entonces representado materialmente como una
sustancia y tengo por tarea rodear esta materia con una fuerte envoltura impenetrable, o
bien proteger del desmoronamiento a la parte restante de la psique, localizada en la
cabeza, con sólidas vigas certeramente colocadas.
Se me reclama también que, aun cuando me vaya, una parte de mí permanezca con, o en,
la paciente como un espíritu protector. Confieso francamente que durante mucho tiempo
me sentí molesto de dejarme llevar por tales maquinaciones sugestivas, porque estaba muy
lejos de creer en la realidad de estas extrañas representaciones mentales. Pero a menudo
no podía poner fin a una crisis antes de haber repetido palabra por palabra, aunque un
poco avergonzado, lo que el paciente reclamaba. Frecuentemente se producían milagros
cuando pronunciaba, como se me pedía, las mismas palabras, palabra por palabra. Pero el
efecto no duraba mucho tiempo, al día siguiente nuevamente debía oír hablar de una
pesadilla, etc., lo mismo que de síntomas que se producían en el curso de la jornada, y esto
continuaba así, a menudo durante meses, sin que hubiera el menor cambio. Era necesaria
una gran dosis de optimismo para perseverar pacientemente, a pesar de todo esto, pero no
era menor la paciencia que yo imponía de este modo al enfermo.
Por último, se enamoró de una joven encantadora y compartió en adelante su libido entre
ambos mundos. Fue solamente dos años más tarde que reveló su insatisfacción respecto
de mí desarrollando una transferencia intelectual con un colega de América.
2) La joven en cuestión vino a analizarse conmigo asegurando sin cesar su fidelidad hacia
la amiga precitada. Después de una franca explicación respecto a la insatisfacción
conmigo, se produce de repente un súbito aumento de la confianza en sí misma y el
sentimiento expresado con seguridad de que, por poco que se lo proponga, puede seducir
a cualquiera, hombre o mujer. Y de hecho, se otorga este placer durante cierto tiempo
aunque no sin un sentimiento de culpabilidad. A causa de este arte de seducir, se
considera como un peligro público; tiene la impresión de que yo también caigo en
dependencia libidinal respecto de ella. El placer que saca de sí misma y del mundo entero
le ocasiona a menudo sensaciones genitales persistentes, una especie de orgasmo
prolongado.
Fragmentos de un sueño frecuente: después de una felicidad prolongada del tipo recién
descripto, y después de una escena de seducción exitosa con el Sr. Th., masturbación;
después cae de golpe dormida, para despertarse de una espantosa pesadilla una hora más
tarde, completamente agitada, desorientada. Debe recurrir a diversas estratagemas para
persuadirse de que es ella quien está allí donde está; tiene el sentimiento de haber sufrido
durante un tiempo infinito y se sorprende de la brevedad del tiempo de sueño. El sueño es
más o menos de esta manera: está acostada sobre el suelo de cemento y ligeramente
inclinado del subte en una masa viscosa, continuamente en peligro de deslizarse entre los
rieles. Su pierna derecha está paralizada. Con un dedo se agarra a un agujero; otra
persona la recarga con su propio peso, persona que a su vez está, de la misma manera
que ella, en peligro de deslizarse hacia abajo.
Dos pacientes, de los cuales uno se permite para divertirse, analizar a la otra paciente, la
que llega enseguida a descubrir resistencias en el analista. Ella propone un análisis mutuo
que conduce de manera inesperada al descubrimiento de los siguientes hechos: la
"paciente" no llegó a adquirir confianza en este hombre sin que se sepa por qué; sin
embargo, era de manera manifiesta extraordinariamente bueno hacia ella; sin embargo, en
materia de dinero era inconstante. 1) Respecto de un hombre, se mostraba de una
prodigalidad desmesurada. 2) Respecto de la paciente, mucho menos. 3) Recordaba haber
dejado un día plantada a una mujer, en circunstancias vitales para la vida de ésta. Estos
recuerdos condujeron a la constatación de tendencias homosexuales, o al menos a una
fijación libidinal predominante hacia el hombre. El odio contra la madre había conducido en
la infancia casi al matricidio. En el momento dramático de la reproducción de esta escena,
arroja, por así decir, el cuchillo violentamente lejos de sí y se hace "bueno". La dama
"analista" descubre así que, para salvar a la madre, el "paciente" se castró a sí mismo.
Incluso la relación con el hombre (padre) es, en realidad, la compensación de una rabia
asesina todavía más profundamente reprimida. Toda la libido de este hombre parece pues
haberse transformado en odio, en cuyo caso la erradicación significa, en realidad, la
autodestrucción. En la relación con la amiga "analizante", el nacimiento del sentimiento de
culpabilidad y de autodestrucción fue sorprendido in status nascendi.
Otros dos casos proporcionan hechos interesantes en un sentido inverso, en los cuales el
sentimiento de culpabilidad desapareció repentinamente, como por milagro. 1) S.I., herida
en la cabeza, detención de la auto-tortura, independencia (en parte, también respecto del
análisis), como continuación del hecho de que yo la había dejado sola en un estado de
inconciencia que representaba un peligro vital, de modo que no podía elegir más que entre
el suicidio o la curación. 2) Caso B.: después de la confesión de mi propia falta de
sinceridad, repentino despertar de la confianza hacia mi. Tuve la fuerza de hacerle mal y
eso aumentó su confianza en ella misma. Vio que yo era suficientemente fuerte para dejarla
incluso morir, si fuese necesario. (Analogía con mis experiencias con epilépticos ).
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Olvido de sí mismo (menos yo)
Olvido de sí mismo (menos yo)
29 de mayo, 1932. Olvido de sí mismo (menos yo)
Mi deseo original es: no debe existir nada que me perturbe, nada debe encontrarse en mi
camino. Pero ciertas cosas malas no quieren obedecerme y se imponen a mi conciencia.
En consecuencia: existen también otras voluntades además de la mía. Pero ¿por qué
aparece en mí una especie de fotografía del cuerpo exterior, tan pronto como,
reconociendo mi debilidad, desaparezco retirándome? (¿Por qué aquel que es aterrorizado
imita en su angustia los rasgos de la cara aterrorizante?) La máscara del recuerdo quizás
se desarrolle siempre a expensas de una muerte temporaria o permanente de un fragmento
del Yo. Originariamente, un efecto de shock. ¿Magia de imitación?
De este modo sólo sería posible una reparación completa en una completa inconciencia, es
decir, con el retorno a eso que todavía es inconsciente (estado aún imperturbado del Yo).
(Obediencia, sumisión)
Oigo - ladra
En el momento en que nos alcanzan dos impresiones sensoriales que vienen de un mismo
y único punto (dirección), admitimos la existencia de algo fuera de nosotros, en el lugar de
la intersección de la dirección de impacto de las dos excitaciones sensoriales. Cuando esto
es confirmado por otras excitaciones sensoriales, crece la certidumbre de esta existencia
(realidad) en el mundo exterior.
El Yo = resto del Yo + huellas mnémicas. A más alto nivel: resto del Yo + huellas mnémicas
+ acceso a la conciencia por medio de la reproducción (gesto, palabra).
a) excitación espontánea,
b) excitación provocada.
Si se sustrae b), queda el deseo de ternura sin reciprocidad. Esto no es ni una respuesta, ni
narcisismo, sino el amor de objeto pasivo. Ser amado en tanto que objeto, sin amor
recíproco. El orgasmo satisfactorio parece ser una reproducción exitosa de este estado. No
ser desgarrado en Yo y mundo. (La conciencia es superflua, la lucha inútil).
1)Infantilidad (Babyhood).
¿Qué parte del erotismo anales espontánea y qué parte es? placer de la mirada ya
neuróticamente regresiva! ¡provocada por la cultura (educación)! ¡Desplazada! Menos
prohibida. De las dificultades anales, al menos, se puede hablar, son reconocidas como
existentes. Por esta razón, un campo apropiado para el desplazamiento de los intereses
genitales.
e) ¿El reconocimiento está totalmente perdido? No, un vestigio también puede ser natural.
Pero mucho menos de lo que se espera habitualmente. f) Finalmente, renuncia a la
escisión narcisística del Yo ("Se es su propia madre, e incluso: madre de la madre").
Capacidad de goce sin culpabilidad. g) Que la adaptación a la realidad por medio de su
propia experiencia no se
a destiempo
haga
de manera impuesta.
Problemas:
1) Los analistas deberían estar mejor analizados que los pacientes y no peor.
a) Límite de tiempo.
3) Serian necesarios 6 ú 8 años, imposible en la práctica. Pero debería ser corregido por un
análisis complementario continuo. Pero incluso así, no completamente satisfactorio.
5) Análisis mutuo: ¡Sólo a falta de algo mejor! Sería mejor un análisis auténtico con alguien
extraño, sin ninguna obligación.
6) El mejor analista es un paciente curado. Todo otro alumno debe: primero ser enfermado,
luego curado e instruido.
Dm. 1) Nació con dientes, como su hermano, es decir, con intensas tendencias agresivas.
TERAPIA: El paciente debe tener, por una vez, la oportunidad de ser totalmente yo, antes
de que su Yo sea reconstruido nuevamente sobre la base de su propia comprensión
intuitiva. (Corrección de la educación, reemplazo por la autoeducación por medio de la
experiencia.) El análisis debe permitir al paciente, moral y psíquicamente, las utmost
regressions ¡sin vergüenza! Es solamente entonces, después que él (ella) haya gozado
durante un tiempo, sin escrúpulos, del taking everything for nothing, que se pone al
paciente en la situación de adaptarse a los hechos, incluso también de soportar el
sufrimiento extraño, de manera maternal (sin esperar algo a cambio) (bondad).
3 de junio, 1932
Los niños obedientes de padres apasionados deben ser más advertidos que sus padres, ya
que juegan el rol maternal.
(B.)
a) no le amo, no amo a nadie (amable con todos). Seguramente, yo espero ser amada por
todos. Descontento porque esto no se produce. La agresividad suscitada es impulsada
hasta el deseo de matar.
b) Temor de estar sola, de no ser amada. La situación de ser amada debe ser realizada,
cualesquiera sean las circunstancias.
(R.N.) Cuando el dolor o toda otra sensación se hace "insoportable" (es decir, cuando las
fuerzas de contrainvestidura y los recursos de expresión emocional del organismo se
agotaron): Contracción muscular a) agotada, b) demasiado dolorosa, c) interrumpe la
respiración; el corazón se paraliza (déficit de oxígeno) - vejiga e intestinos evacuados -
parece que la vida pudiera continuar con la ayuda de poderes puramente psíquicos. En
términos de psiquiatría: la alucinación de la respiración puede mantener la vida en plena
sofocación somática. La alucinación de los músculos y de la fuerza muscular, de la fuerza
cardíaca, de la evacuación de la vejiga, del vómito, puede retardar el deterioro del
organismo a pesar de la parálisis completa de estos órganos. Los pacientes sienten, en
cambio, que de una manera «teleplástica" en la que hasta ahora quizás sólo creían los
espiritistas son creados verdaderos órganos que contienen instrumentos prensiles,
instrumentos agresivos a manera de órganos complementarios que se encargan de
aspectos más o menos importantes de la función del organismo, mientras que el organismo
gime, inanimado, en un coma profundo. La relajación se efectúa a continuación de manera
extra-somática.
Por ejemplo, una voluminosa burbuja (que puede eventualmente ser más dilatada todavía)
se constituye en el occipucio, donde todos los afectos de displacer que no pueden ser
resueltos son vertidos y neutralizados de manera imaginaria. Sólo que los pacientes
piensan que este producto de la imaginación también es real y puede producir funciones de
órgano tan eficientes y capaces como el organismo mismo. A partir de un material todavía
desconocido y con la ayuda de fuerzas desconocidas (en extremo peligro), en el momento
en que las fuerzas propias del organismo están agotadas, se forman nuevos órganos
(Lamarck). Pero contrariamente a las concepciones admitidas hasta ahora, tales órganos
pueden aparecer no progresivamente sino de golpe (como los órganos de los seres
unicelulares).
Sandor Ferenczi / Diario clínico / El deber de silencio.
El deber de silencio.
10 de junio, 1932. El deber de silencio.
(B.) El padre tan desdichado después del acto, que el peligro de suicidio (incluso no
expresado) está muy presente. Reacción del niño: promesa muda de no dejar que nada se
divulgue (de lo contrario, la familia se disgregaría, sobre todo la posición de la madre, su
amor, toda su vida). (Para asegurar mejor el silencio, igualmente silencio interior: olvido,
represión.) -Pero ¿cuál es la consecuencia?
a) que el padre es infiel; por esto, odia (inconscientemente) a la niña como una rival, o bien
es de un humor muy inestable: acceso de odio exagerado, después de amor exagerado.
(Se engaña mucho a sí misma.)
Freud: "canalla", "sólo buenos para hacer dinero y estudiar". (Es verdad, pero debe ser
confesado a los pacientes. Ellos lo sienten de todas maneras y hacen resistencias.) (En el
momento en que es confesado, la confianza aumenta.) Patients scolding: buzzing flies,
monotonous noise - mother's, father's scolding and our helpless fury. "Bear hug" - children
feel the possessive aggressive element in it and do not dare show their fear, anxiety - and
fury. They displace the reaction to minor things (sensitiveness about the slightest intrusion
in their right - freedom). Outlet also in way of imitation mother - reflecting this way - like a
mirror the affect (aggression - tension) on others. Mostly in a hidden way (se deja caer una
observación infuriating - más tarde, completamente inconsciente) pero esto vuelve
impopular. No sense of humour - fury. Choosing medicine as job (conscious compensation
of misanthropy). First motive: birth of a new child -seems like intrusion in to a right. You
were (be fore) treated, as it were for ever. Fear of the eyes (wide open: they eat you up!).
Hating mother's smell and saliva (after the disappointment).
1) R.N. Después de haberla seducido, etc., el padre la castiga e insulta. Inconcebible (en
tanto que realidad). Sueño de una valija atiborrada a la fuerza con mas resortes de cama
de los que puede contener. Se rompe en pedazos (estalla).
2) R.N. Tratada de manera espantosa por el padre borracho, luego totalmente abandonada
a sí misma; esto se repite más tarde. (Humiliations after seduction). (Hate of woman!).
Sueño: por debajo "tea”. Está acostada en el pasillo, la cabeza vacía, tantea hacia la
puerta, 17-18- después 19, con un gran esfuerzo -ninguna luz. Constata que no es su
habitación. (Esta no puede ser ella; cada vez se desmaya. En la habitación (del medio) (18)
ve. ..(Falta la continuación.).
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Técnica:
Técnica:
12 de junio, 1932. Técnica:
No hubo un cambio más radical hasta que no fue reconocido este estado de hecho: el
analista debía darse cuenta de que los pacientes sólo tienen la obligación de decirlo todo,
aun si esto nos resulta desagradable; tomarlo para sí no tiene sentido y debe tener su
causa en una particularidad de nuestro propio carácter. El paciente utiliza nuestra
susceptibilidad para repetir un pasado erróneo. Es por eso que se esfuerzan en ponernos a
prueba. Sólo cuando superamos esta prueba se llega más allá de la repetición de la
represión infantil: obediencia aparente, desafío interior. Como es humanamente imposible
no irritarse y que los pacientes perciban la manifestación, aun muda, de la irritación, no
queda otra cosa que reconocer la irritación, admitir al mismo tiempo la injusticia y tratar
amistosa y afectuosamente al paciente, incluso si tiene un comportamiento desagradable.
El niño reclama más o menos la misma cosa: los padres no deben comportarse como
protectores amistosos cuando, interiormente, están por estallar de rabia; el niño no
reacciona a las palabras amables sino al comportamiento, es decir, a la voz, a los gestos, a
la aspereza de los contactos, etc. El analista debe ser una autoridad que, por primera vez,
reconozca su error, pero sobre todo la hipocresía. El niño soporta mejor un tratamiento sin
dulzura pero sincero que la objetividad y la frialdad denominadas pedagógicas, pero que
ocultan la impaciencia y el odio. Esa es una de las causas del masoquismo; ¡se prefiere ser
golpeado que sentir la calma y la objetividad simuladas! Otro defecto que debe ser
conocido, reconocido y cambiado, es la inestabilidad del humor.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Contrainvestidura psíquica de sensaciones
que se hacen insoportables
Contrainvestidura psíquica de sensaciones que se hacen insoportables
12 de junio, 1932. Contrainvestidura psíquica de
sensaciones que se hacen insoportables
Una reconstrucción puramente intelectual por parte del analista no parece suficiente para
esta tarea. El paciente debe sentir que el analista comparte con él el dolor y que también
hace de buen grado sacrificios para aliviarlo. La frialdad respecto al analizado, incluso la
antipatía y la impaciencia, generalmente sólo pueden ser removidas después de haber
superado fuertes resistencias mediante un análisis a fondo del carácter. La paciente R.N.
se imagina, lo mismo que en la época del trauma principal y con la ayuda de una
inteligencia todopoderosa (Orfa), que investiga en una especie de universo en busca de
auxilio (por medio de un órgano teleplástico complementario). Es así que su Orfa me habría
seguido la pista y descubierto, una vez más, como en el pasado, como la única persona en
el mundo que, en razón de un destino personal especial, quiere y puede llevar
adecuadamente a cabo la reparación del error. Esta capacidad que tengo fue
desenmascarada en el análisis mutuo como mi sentimiento de culpabilidad frente a la
muerte de una hermana dos años menor (Difteria). La reacción contra este sentimiento de
culpabilidad me hace antipática a la gente que sufre; lo que supero por un exceso de
bondad, de interés médico y de tacto (ciertamente exagerados). El análisis debe establecer
la existencia de la impaciencia detrás de esta bondad y hacerla desaparecer. Los
sentimientos amistosos permanecen, dicho de otro modo, el fantasma órfico en cierto modo
se hace verdadero en alguna medida. Cuando esto ocurre se logra el reposo, la
personalidad estallada y zambullida en una burbuja puede reunificarse de nuevo; al mismo
tiempo, en lugar de la repetición, se restablece el recuerdo de lo que ha ocurrido.
Trato amistoso con el mundo de loa espíritus. S.I. tuvo durante años alucinaciones
espantosas, sobre todo, después del consumo de alcohol. Repentina capacidad de
abstinencia, después de una herida craneana. Nuevo progreso: no tiene necesidad de ser
abstinente, puede beber de nuevo sin consecuencias fastidiosas. Al mismo tiempo las
alucinaciones toman un carácter menos aterrorizante y la paciente logra enfrentar mejor las
tareas de la realidad; pretende que mi personalidad ejerce una influencia curativa sobre
ella, que este gran cambio debe adjudicarse a estas cualidades. También siente que por
momentos me aburro o me siento contrariado, pero yo tendría la capacidad rara, o incluso
única, de elevarme por encima de mis propias debilidades.
Fracasos con alumnos. Dm. tiene ahora el coraje de reprocharme dejar caer a los alumnos
al primer signo de una adaptación o de una sumisión incompletas. Debo reconocerlo, pero
me disculpo haciéndole observar que los alumnos me roban mis ideas sin citarme. Freud
encontró el mismo síntoma en mi complejo fraternal que acaba de reiterarse en el seno de
la Asociación Internacional.
1) El paciente U. observa que en las relaciones sexuales no tiene inclinación por el placer
preliminar ni por los juegos preliminares, sino que siente el acto como una obligación, por
así decir, de la cual busca desembarazarse rápidamente; de la misma manera, ausencia de
placer "post-liminar". Se sorprende cuando una de sus amigas le deja entrever que tanto
antes como después, ella está "thrilled" durante largo tiempo.
Explicación: una especie de bruto, educado en las condiciones más frustrantes, llega de
pronto, a la edad de doce años, a un medio mucho más civilizado, al menos en apariencia
(emigración a América). Al principio humillado en toda su personalidad, utiliza el
psicoanálisis como trampolín para elevarse en una esfera más sublimada (para
desembarazarse de una angustia continua; angustia de volverse loco). Hundimiento
reciente en el curso de un primer análisis cuando, encontrándose en mala compañía, se lo
amenaza de muerte.
La angustia fue determinada por múltiples factores: 1) real peligro de muerte, 2) recaída en
el estado frustro anterior a la emigración y angustia de la recaída, 3) temor de su propia
agresividad, 4) autovalorización intelectual no controlada, desfavorablemente resuelta y
transformada en angustia, y una obstinación tiránica que, después de un fracaso, se le
impone como locura.
Había sufrido mucho cuando niño por las explosiones caprichosas de amor de su madre;
también es posible que ciertas experiencias homosexuales lo hayan desviado del sexo
femenino.
II) Paciente O.S. Traumas infantiles: 1) lesión anal infligida de dos maneras, por una mujer
y por un hombre, 2) como en el caso Nº 1 incapaz de sostener ninguna relación de objeto
(no termina ningún libro, se retira de toda amistad al menor pretexto). Se esfuerza en
sobrecompensar con la bondad, pero se encuentra paralizado en su esfuerzo. Como lo
había supuesto en mi trabajo sobre el tic, parece que un residuo de excitación persiste en
el lugar del trauma. La energía libidinal necesaria a este efecto es tomada del reservorio
general, la genitalidad. Ubi bene vagina.
"Los hombres no comprenden nada", dicen las mujeres y son (incluso en análisis) muy
silenciosas a propósito de sus sentimientos homosexuales. "Los hombres creen que las
mujeres sólo pueden amar a los poseedores de pene." En realidad, ellas continúan
teniendo la nostalgia de la madre y de la amiga con la cual intercambian los relatos de sus
experiencias heterosexuales sin celos. (B + Ett., Dm. + sus amigas). Prefieren a los
hombres femeninos (homosexuales pasivos) porque les ofrecen una continuación de la
bisexualidad.
El rechazo de la homosexualidad
La paciente S.I. después de una fase de transferencia breve, apasionada, pero mantenida
totalmente en secreto, entra en una fase de fuerte resistencia acrecentada por una
interrupción inesperada de mi parte (viaje a América). Retorno progresivo de la confianza,
favorecido por mi participación sincera en la oportunidad de dos momentos trágicos: 1)
cuando se conocieron los enormes despilfarros de dinero de su marido en los juegos de
azar y con mujeres; 2) cuando la muerte brutal de su hermano, profundamente amado. Sin
embargo, la transferencia tomó exclusivamente la forma de una comunión intelectual
amistosa, sublimada en exceso. El tema de principal interés es la exploración común del
inconsciente, en particular de una capa más profunda, "metafísica", que no ha sido
considerada hasta ahora, y que permite al individuo entrar en relación con una parte más o
menos grande del universo. En este universo caótico, ella encuentra espíritus de muertos y
de vivos; en los estados de trance en relajación profunda, esos espíritus la atemorizan.
Después de haber alcanzado un grado extremo de desmoronamiento (herida en la cabeza),
se despierta repentinamente en ella la capacidad de 1) frecuentar estos “espíritus" sin
espantarse, sino más bien amistosamente, 2) hacer cesar repentinamente su necesidad de
beber hasta ahora incoercible, primero por una abstinencia forzada, después por la simple
moderación. También dos débiles tentativas de ceder, hasta cierto punto, a las
insinuaciones de dos hombres. La primera se refiere a un hombre que le ha hecho
insinuaciones, pero al mismo tiempo, no puede deshacerse de una sumisión masoquista
respecto a su mujer. Además, es más bien un erudito y un esteta. Ama las cosas, no las
personas. Después de una breve llamarada de deseo, enfriamiento total bastante rápido. El
segundo caso fue menos importante; se sintió bastante halagada por la atención de un
hombre igualmente inhibido, pero más natural, sin embargo, una vez más, casado.
Mientras, o quizás bajo la influencia de estos cambios, fuerte aumento del sentido de
realidad y de medidas muy positivas para salvar la situación financiera y moral de la familia.
Se hace la consejera de todos, toma en sus manos la educación de su hija, incluso va en
ayuda de toda una serie de personas de su entorno social.
De vez en cuando intenta, un poco como por "deber", entregarse a una actividad
autoerótica, pero esto nunca se acompaña de fantasías eróticas. Estas son raras, incluso
en sus sueños. En cambio, prosigue infatigablemente el trabajo analítico; tiene una alta
consideración, a mi entender exagerada, por mis desempeños; siente que incluso mi sola
presencia puede ayudarla, de una manera de la que yo mismo no soy consciente. Casi
cada sesión se sumerge en un trance, con visiones incoherentes, la mayor parte del tiempo
inexplicables, de las que sin embargo se despierta no dejando de agradecerme por mi
ayuda.
Se puede interpolar otro incidente del que no se debe asegurar completamente su certeza y
precisión: está todavía en la cuna, el hermano precitado se dirige bailando hacia ella, con
un trozo de madera en la mano y hiere sus órganos genitales. Un trauma ulterior, que la
desvía completamente de la sexualidad, se constituye por la humillación infligida por su
padre en el momento en que es sorprendida con un grupo de niños (entre ellos el hermano)
exhibiéndose mutuamente.
Relacionar con la experiencia con R.N. y S.I., más particularmente con esta última.
Procurando en lo sucesivo desenmascarar deliberadamente lo que se llama "transferencia"
y "contratransferencia" como los escondrijos de los obstáculos más importantes para la
terminación de todos los análisis, se llega casi a la convicción de que ningún análisis puede
tener éxito en tanto no sean superadas las falsas diferencias supuestas entre "situación
analítica" y vida ordinaria, lo mismo que la fatuidad y el sentimiento de superioridad que
todavía acostumbran a sostener ciertos analistas respecto del paciente. Se arriba
finalmente a la convicción de que los pacientes tienen razón una vez más cuando exigen de
nosotros, además del hecho de ser conducidos a la experiencia traumática, dos cosas
suplementarias: 1) una verdadera convicción y, si es posible, un recuerdo de la realidad de
la reconstrucción, 2) como condición de esto, un interés real, una verdadera voluntad de
ayudar o, más precisamente, un amor capaz de dominarlo todo respecto de cada uno en
particular, el único amor que puede hacer aparecer la vida como valiendo la pena de ser
vivida, y que instituye un contrapeso a la situación traumática.
Sólo a partir de allí se hace posible 1) que los pacientes que han adquirido en lo sucesivo
confianza en nosotros puedan ser liberados del esfuerzo a realizar para controlar
(intelectual y emocionalmente) la situación traumática; que sea puesto un término al
proceso de escisión que fue una necesidad del yo, y que los pacientes puedan ser
conducidos a esa unicidad de experiencia que existía antes del trauma. Es evidente que no
hay convicción sin este sentimiento de unicidad y no hay sentimiento de unicidad, es decir,
no hay convicción, en tanto que observándose se duda de sí mismo, incluso frente a una
evidencia lógicamente perfecta. (No se podría prever qué consecuencias podría entrañar
para la ciencia, que los hombres liberados de esta angustia se atrevan a ver y reconocer el
mundo en su patente evidencia; y hasta qué punto esto podría llevar más allá de la más
osada de lo que hoy llamamos nuestra fantasía. Dominar verdaderamente la angustia, o
mas exactamente superarla, debería quizás hacernos completamente clarividentes, y
ayudaría a la humanidad a resolver problemas aparentemente insolubles. Quizás aquí se
verifique posteriormente la confianza en sí, de manera megalomaníaca, que se manifiesta
en las declaraciones de R.N.).
2) Por otra parte, ningún análisis puede tener éxito si en el curso del mismo no llegamos a
amar realmente al paciente. Cada paciente tiene el derecho de ser considerado y cuidado
como un niño maltratado y desdichado. Es pues un signo de debilidad en la organización
psíquica del analista si trata mejor a un enfermo que le es simpático que a otro que le es
antipático.
Pero para alcanzar este éxito es necesario otra cosa: la confianza del analista en sí mismo.
Es sólo un beneficio a medias cuando alguien degrada el estúpido sentimiento de
superioridad en autocrítica exagerada, eventualmente masoquista. Si actúa así, entonces
descubrirá en el análisis mutuo que su trauma ha culminado en el defecto de carácter de
inhibición de la acción. (Por ejemplo: a) amor por la madre, b) decepción, nacimiento de un
hermano o de una hermana, c) reacción de rabia, d) angustia frente a las consecuencias, e)
transformación del odio en oposicionismo y deseo de contrariar, misoginia, impotencia
relativa, capacidad de ayuda incompleta respecto a los pacientes.) Expresado en el
lenguaje de la teoría de la libido, se podría pues decir que es necesario lograr el
restablecimiento de una potencia realmente completa, móvil respecto de todos, si se
quieren terminar los análisis. La antipatía es la impotencia.
La paciente Dm. que transpira efectivamente, sobre todo por accesos, despidiendo un olor
completamente notable y perceptible, encuentra una semejanza entre ella y la Sra. Smith,
una enferma mental. (Tuve la ocasión de ver a la Sra. Smith, una esquizofrénica, en la más
violenta angustia. Tenía un olor penetrante, algo parecido a orina de ratón.) En cambio Dm.
siente que ella misma despide olores sexuales. Sufre también de una fissura ani. Los dos
estados; lo mismo que contracciones crónicas, por accesos, se manifiestan cuando reprime
su tendencia a un furor casi maníaco, en la palabra, la voz y los gestos. La furia reprimida
desarrolla en ella una modificación química (envenenamiento -ver veneno para furia), la
transformación de la sustancia atractiva en una sustancia repulsiva. El análisis muestra que
espera un héroe que no se deje espantar, incluso por estos olores. El analista debe ser
este héroe, debe 1) abandonar la insensibilidad hipócrita y reconocer su antipatía y su
disgusto, 2) analizarse a sí mismo, o dejarse analizar hasta que consiga no considerar
desagradables estas sustancias y este comportamiento; si esto ocurre 3) la paciente
abandona su actividad provocativa.
El modelo de todo este proceso era la rabia infantil a propósito 1) de la prohibición de las
manifestaciones sexuales, 2) de la constatación de qué los padres tenían actividad sexual
(nacimiento de un niño). Otro motivo de odio fue el despecho a propósito de la sumisión
débil del padre a la potencia maternal. (Mucho de lo que aparece como envidia del pene
podría ser una protesta en relación al comportamiento de la mujer que permanece junto al
hombre débil).
Motivo principal en Dm: deseo de ser amada por su madre. "Mi madre tenía siempre algo
que criticar a propósito de mi cuerpo" (Ya en la temprana, infancia, criticaba su tendencia a
la obesidad, su olor (?), sus maneras apasionadas cuando se la tomaba en brazos y, más
aún, su amor por el padre, muy tempranamente apasionado. Su deseo de volverse
muchacho fue determinado por el deseo de evitar lo que disgustaba a su madre en sus
inclinaciones femeninas. Se disfraza de hombre porque en tanto que mujer desagrada a su
madre. Es odiada por la madre, sin duda por celos).
Dos casos de trastornos del sueño existentes desde la temprana infancia: 1) Despertar de
un sueño profundo con sentimiento de vértigo y dolor de cabeza; en estado de semisueño,
se observa que no respira absolutamente durante diez segundos o más, y que no siente
incluso el impulso de inspirar. Repentinamente, sentimiento de angustia que induce la
inspiración, pero desde el momento en que se reinstala la somnolencia, la respiración se
detiene. Si la fatiga aumenta, llega a dormirse por un tiempo un poco más largo, pero
cuando se despierta de este sueño está como después de una sofocación grave y peligrosa
que ha durado mucho tiempo. Sensación de calor en la cabeza, todas las mantas
rechazadas, violento acceso de tos, expectoración durante horas de una mucosidad
viscosa, clara como el cristal, y en la cual las ramificaciones reproducen los bronquiolos. No
hay duda de que los bronquiolos estaban completamente obstruidos y que sectores enteros
de pulmón estaban fuera de función.
Pulsaciones aceleradas, pulso irregular. Era necesario casi medio día para expectorar
todas las mucosidades, restablecer a medias la actividad cardíaca-pulmonar y triunfar sobre
la perturbación del trabajo intelectual que, entre otros, fue gravemente perturbado.
Observadores advertidos constatan que el paciente rechina los dientes casi continuamente,
que ronca ruidosamente cuando el sueño es un poco mas profundo hasta que este
trastorno respiratorio del tipo Cheyne-Stokes cesa finalmente despertando sobresaltado.
Sucede que el trastorno respiratorio degenera en convulsiones espasmódicas con lo que la
analogía con una crisis epileptoide se impone.
Agresión por un varón de más edad, completamente olvidada a nivel consciente, pero
manifiestamente repetida con frecuencia y que tuvo como consecuencia: 1) una inclinación
marcada a subordinarse a un hombre dotado de una fuerte voluntad. A manera de
compensación: oposición obstinada a toda clase de influencia y compulsión a una
independencia moral e intelectual completa. Le quedó la voz un poco femenina, la relación
al sexo femenino perturbada; siente respecto a las mujeres: 2) Impotencia relativa con
salidas (heterosexuales) ocasionales; pasión violenta en las fantasías masturbatorias;
ejaculatio usque ad tegmen camerae; 3) Trastornos respiratorios descriptos; por momentos,
dolores punzantes en la espalda, a veces con sueños de angustia (y de rabia) después de
años sin sueños.
Caso II. - Fuerte dependencia de la madre, ninguna relación al padre (un extravagante).
"Difficult child", "problem child". Desde la infancia "golpearse la cabeza contra el colchón"
(¡2 a 3 mil veces!) antes de dormirse. Trastornos respiratorios en el curso de la relajación,
exactamente igual al caso 1. Con anterioridad, vivos dolores en el abdomen así como en, y
alrededor, del trasero. Rostro descompuesto, sentimiento de ser aplastada; Cheyne-Stokes,
cara pálida, sensación subjetiva de tener la cabeza ardiendo. El dolor aumenta a tal punto
que provoca -al ser tan inverosímilmente intenso- una risa loca. Es demasiado bestial (en
consecuencia, ¡no verdadero!). Sueños de tener que liberarse a sí misma de situaciones
imposibles a fuerza de ser penosas. Sentimiento de volverse loca. (La realidad de un
displacer puede ser aniquilada por la concentración sobre una representación o una
imagen. Los lamas no sienten el dolor si se concentran sobre ciertas representaciones de
palabras.)
Caso III.- Ningún trastorno respiratorio como en los casos precedentes pero -cuando
marcha bien la relajación- espuma de rabia por sentirse dominada sin recursos, crueldad
"sin nombre", "imposible", y, para colmo (¡es loco!) ser insultada y denigrada.
Consecuencia: querer morir antes de ser asesinada. Sensación: la cabeza es, de manera
no visible, partida en cuatro. La mitad derecha es "la imaginación" del sufrimiento y la
determinación de la decisión de morir. Pero el conjunto está partido en cuatro. Sólo puede
ser realizado pedazo por pedazo, a menos que aparezca un verdadero amante (ideal) que
repare todo (Masculino y femenino: no quiere curarse antes de estar convencida de que
vale la pena.) Sólo puede llegar a esta convicción si el analista, que ve todo, la ama a pesar
de esto o justamente por esto.
Aquí se plantea la cuestión práctica: ¿el analista debe darse sin reserva a cada paciente
(también como persona privada y como ser sexuado)? ¡Muy poco posible! Solución (R.N.):
Cuando el paciente siente la capacidad de amor potencial en el analista (no le es
absolutamente necesario vivir esto realmente). Quizás haya en esta división en cuatro una
descripción más detallada del proceso de represión histérica.
El dilema que consiste en curar una neurosis haciendo revivir de nuevo el trauma patógeno
-y esta vez sin "represión"- tropieza con las siguientes dificultades, a primera vista,
aparentemente insuperables: logramos, con la ayuda de apremiantes incitaciones, que el
paciente vuelva a sumergirse en sucesos dolorosos, localizados en tiempos y lugares
precisos, manifestando todos los signos de sufrimiento moral y psíquico, lo conducimos
incluso, en el curso de la crisis a reconocer con palabras para sí mismo y para nosotros, la
realidad de estos hechos; sin embargo, el efecto alcanzado no logra ser duradero, y una
larga serie de sesiones de análisis transcurre sin progresos notables en lo que concierne a
la curación de los síntomas o a la convicción duradera.
En los otros dos casos no fue incluso posible encauzar el análisis traumático. La relajación
de los pacientes no alcanzó nunca la asociación libre, y mucho menos el estado de
semi-inconciencia o de inconciencia intelectual y emocional. Ambos se protegen del
displacer por leve que sea con una violencia tan convulsiva, y ambos están engañados y
acostumbrados a una vida y a una mentalidad tales que permanecen a leguas de distancia
de los verdaderos trastornos de su vida. En el caso 2) ya había tenido la idea -por el hecho
de que los traumas se habían verdaderamente desarrollado en un estado de inconciencia y
de parálisis (del cuerpo y del espíritu) provocado artificialmente (narcótico) que sería
indicado anestesiar a la paciente con ayuda de éter o de cloroformo, y dormir así
suficientemente el dolor para que las circunstancias que acompañan al trauma se hagan
accesibles; se espera de tal procedimiento que surjan fragmentos de pruebas materiales
que el paciente no pueda renegar, o que no pueda atenuar su importancia, incluso después
de despertar. Se podría pensar también en combinar la anestesia con la sugestión
hipnótica, que debería limitarse a la profundización, tanto subjetiva como objetiva, de las
resistencias contra el hecho de anoticiarse de los sucesos traumáticos físicos y mentales y
de fijarlos incluso para el momento del despertar (post-anestésico y post-hipnótico). Es
necesario hacer observar que los dos pacientes (2. y 3.) ya han aplicado el método de la
anestesia como hábito propio en su vida privada.
El caso 3), O.S. tiene tal aprensión al dolor físico que hizo traer expresamente de París un
aparato de anestesia por 200 $ que se hace aplicar en la más insignificante intervención
dentaria. El caso 4), N.H.D, recuerda haber parido su único niño sin el menor dolor, bajo
anestesia con morfina y éter (¡fórceps en el estrecho superior!). Siempre tiene el
sentimiento de que, por este hecho, ha perdido algo que debe recuperar. Ocurrió que en el
curso del análisis debió operarse de un pequeño tumor. Al despertarse de la anestesia, le
dice a su analista: "Tuve un sueño durante la anestesia en el cual todo lo que buscamos se
ha hecho completamente evidente." Sin embargo, después del despertar, nada de esto fue
consciente. Quizás una ayuda suplementaria por parte del analista durante la anestesia,
hubiera sido de una cierta ayuda. Considerar los trabajos preliminares de Frank y de
Simmel a este respecto.
Los examina con cuidado y encuentra que estos hongos no forman parte de su cuerpo,
también, prudentemente, separa de ella la excrecencia. Este sueño sobreviene en el
momento en que S.I. logra finalmente considerar objetivamente los demonios en otro
momento horrorizantes, e incluso puede reconocer que su inmenso pavor sólo proviene de
la incorporación del odio que, en realidad, le es extraño. ("El horror es odio exógeno,
impuesto al Yo"). Con este descubrimiento se hace independiente del efecto aterrorizante
de las amenazas, las aleja de algún modo de su persona. La forma del hongo conduce a
asociaciones de orden sexual; R.N. tenía la costumbre de explicarlo todo en términos de
símbolos sexuales. Se hace pues independiente de éste, lo mismo que de la obediencia
ciega (también a mi respecto).
Mientras S.I. temía, su atención estaba ansiosamente dirigida hacia el mundo circundante,
sobre todo hacia los deseos y los humores de las personas que le eran importantes y, en
consecuencia, particularmente aterrorizantes. Perece que la hipersensibilización de los
órganos de los sentidos, como lo constaté en muchos médiums, debe ser relacionada con
la escucha ansiosa de las pulsiones de deseo de una persona cruel. Es pues verosímil que
todos los médiums sean hiperansiosos que perciban las más débiles vibraciones, aun quizá
aquellas que acompañan los procesos de pensamiento y de sentimiento, incluso a
distancia.
La paciente O.S. se presenta a mí como una joven dama bastante enferma, vestida a la
última moda, en actitud de seducción. Había traído con ella a Budapest a una amiga, ya
que quería vivir tranquilamente con ella, independiente de su marido celoso, y ayudar a la
maduración del talento de escritora de aquella. Sin embargo, no viene a análisis sola, sino
con la amiga, dos monos, tres perros y varios gatos. La amiga, que más tarde también
viene a analizarse, se reveló como una persona para quien nada es más detestable que
quieran hacerla feliz a pesar de ella o sin consultarla. Entonces se pone recalcitrante e
incapaz de actuar, frecuentemente también irritada, incluso furiosa. A eso siguen los
conflictos más variados, y consecuentemente un enfriamiento progresivo. Además de los
animales y de la amiga, O.S. también adoptó una niña llena de talento que estaba en real
peligro de depravación, con el fin de darle la formación necesaria para transformarla en una
artista de valor. Hoy es quizás una de las bailarinas más ricas del mundo en esperanzas y
promesas.
O.S. engordó 17 kilos en el curso de los últimos cuatro meses, y tiene una compulsión a
comer mucho. No logra cumplir un régimen (de niña era exageradamente grande y gorda,
mal vestida, aunque su madre y su tío fuesen multimillonarios). Sentía en ella talentos que
la rigidez de los métodos educativos alemanes le impidió desarrollar. Nadie se juntaba con
ella a causa de su apariencia rara, cómica. Siendo ya una joven, el suceso más
extraordinario fue encontrar a la bailarina más célebre de la época, la Pavlova, en la casa
de su padrastro. Pero quedó conmovida hasta el punto de no poder pronunciar una palabra,
solamente admirarla.
Como si el tiempo repentinamente se hubiese vuelto algo infinito; como si la vida no debiera
concluir por la vejez y la muerte. Al menos, no la vida de ella. En el análisis es pues
necesario obtener que la paciente sufra de deseos, en lugar de lograr la ausencia de estos
por medio de identificaciones fantaseadas. Es ésta la ocasión para especular sobre el
problema de saber si existe un solo principio en la naturaleza, a saber, el de que los
elementos de la realidad intentan afirmarse y hacerse valer, o si existe también un segundo
principio, el de la resignación, es decir, la adaptación obediente y la sumisión. Este último
principio sólo parece intervenir si la presión de la tensión se opone a, o apoyándose sobre
el hecho de hacerse valer, se hace tan intolerable-mente fuerte que incluso la esperanza,
por así decir, de realizar sus deseos, debe ser abandonada. Por esta presión, el Yo es
completamente aniquilado, los elementos no son más mantenidos juntos en alguna unidad,
y este segundo principio puede intervenir formando a partir de la sustancia, que se ha
hecho informe, una nueva especie de materia. Analogía con la presión de gas que resiste a
medida que la compresión aumenta lo que, sin embargo, es seguido de un abandono de la
resistencia y de la licuefacción (adaptación) en el momento en que la presión sobrepasa un
cierto nivel, la situación se hace así insoportable y también sin esperanzas.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / De "lo que no se oye", una forma particular
del acto fallido
De "lo que no se oye", una forma particular del acto fallido
24 de junio, 1932. De "lo que no se oye", una forma
particular del acto fallido
Charlan durante bastante tiempo las tres; finalmente, Dm. se despide. B + C, creyendo que
A ya se ha alejado comienzan, sobre todo C, a murmurar de ella de manera abierta, e
incluso en voz alta. Ella sería "common". Her language low - scum of populace. No
originality, boring, common, common, common. - Suddenly appears Dm. who after taking
leave se había sentado, desenredando sus cabellos, en una cabina de baño vecina. "Now I
caught you", dice y se aleja de mal talante. (Esto también era "common" dice C. Ella (C) lo
habría tomado de otro modo, con más humor.) En todo caso, B + C están
considerablemente perturbadas por este episodio.
“I had an epileptic fit". Ayer en la piscina Gellért -a continuación en Pest- después en casa,
en la cama. Jerks durante horas. ¡Del incidente ni una palabra! Sospechando un "no oído"
intencional, le conté la historia de B + C. No sabe nada, no escuchó.
2) Con ayuda de su capacidad de tragarse las acusaciones injustas, se traga todo el saber
de lo que oyó. No oye las absurdidades, la mentira y la injusticia -para no explotar (matar).
b) sueños que se refieren a la palabra que no ha sido oída y a las asociaciones relativas a
esto. (Madre, Yo). Las emociones aparentemente absurdas, las explosiones y los
movimientos se descubren como siendo la furia inconsciente y las reacciones de revenge.
c) vínculo entre el acto fallido y el sueño. El sueño de la noche siguiente contiene una
alusión al incidente y a la historia de su origen.
Procesos de represión
24 de junio, 1932
Ayer, claro, ella estaba de mal humor. (La paciente está "resfriada". ¡Mi vileza es
insoportable!) A continuación, había leído dos chapters del libro de Chadwick. Ayer, pensó
que había leído en ese libro algo a propósito de los sentimientos de angustia y de suciedad
(leakoge) en el momento de las reglas. "Yo quería hacer el elogio en una book review". En
la segunda lectura se confesará (¡la verdad!) que Chadwick no había escrito nada a este
respecto. Ella quería hacer el regalo (inconscientemente) a Chadwick de su propia idea.
Detrás de esto: yo, (Dr. F.) robo las ideas de la paciente y a continuación me siento
superior. En consecuencia, un segundo acto fallido, anterior, cargado de intenciones:
introducir en la lectura lo que le es propio, como hoy: no oír, pasar por encima, mentir,
como por ejemplo a) la negación de su propia competencia, b) no oír las injusticias de los
otros. Fanfarroneo sobre esto, me cito incluso a mí mismo (no importa de quien sea la cita)
- ¡citas de Rousseau, La-martin, Platón!- al final del trabajo. ¡Excelentes aforismos a partir
de mis teorías, qué tentación para un profesor hay en esto!
C. cuenta el sueño de esta misma noche: alguien (¿su madre?) pronuncia estas palabras:
"ese hombre debía estar loco para hacer semejante cosa". Interpretación: el trauma a)
causado por el hombre es verdadero: la duda de la madre condujo a la niña a desaprobarse
a sí misma, conscientemente. Aprende así la sugestibilidad, no tiene confianza en mí, ni en
su propio juicio ni en sus amigos. Agregado al sueño: las personas que están muertas,
entre ellas, también (su madre) y yo (Dr. F.).
S.I., frígida hasta la actualidad, pero con accesos de compulsión a beber y ataques contra
su marido; después de la gran conmoción se hace buena, atenta, servicial hacia casi todo
el mundo. Se encuentra confrontada, por azar, a los órganos genitales de su marido que
penden tristemente. En lugar del disgusto experimentado hasta ahora, siente una profunda
piedad. Análisis: querría consolar a su marido y permitirle ser siempre infiel de alguna
manera, pero no puede soportar la tristeza y la inhibición de un muchachito que se siente
culpable. Está también más favorablemente dispuesta en lo que concierne al despilfarro
frenético y a la pasión por el juego de su marido.
Como ha logrado, con ayuda de esta comprensión, mejorar el control de su marido sobre sí
mismo, espera inconscientemente aumentar su potencia perdonándole sus pecados
sexuales. El paso siguiente debería ser entonces el despertar de su coraje también
respecto de su mujer, y una consecuencia suplementaria correspondiente debería ser el
propio don de ella misma para apaciguar el deseo de su marido en adelante dirigido hacia
ella. La esposa de un hombre impotente debe ser pues más femenina todavía que la mujer,
pero en la mayor parte de los casos la mujer fracasa frente a esta segunda tarea más
difícil: se hace rebelde, despreciativa, e inhibe así el último resto de potencia.
Todo el proceso es la repetición del período de los pensamientos y deseos incestuosos del
muchacho. En el matrimonio, la infidelidad toma el lugar del incesto como pecado
imperdonable. La verdadera esposa no va a imitar a la madre del muchacho que condena
toda sexualidad, con más razón el incesto, sino que sabrá asegurar con su amor al
muchachito intimidado, cualesquiera sean los impulsos que éste sienta, e incluso si cede a
estos impulsos. Como recompensa a esta abnegación recogerá el aumento del sentimiento
de su propio valor en su marido, el despertar de su sentido de responsabilidad, al mismo
tiempo que su potencia, poniendo así fin a la compulsión de repetición originada en la
infancia. Teniendo en cuenta la educación actual de las mujeres es difícil esperar tal
comportamiento comprensivo e indulgente. Del mismo modo, en este caso fue necesario
mucho tiempo y una experiencia analítica conmovedora para hacer posible tal actitud. La
paciente está en lo sucesivo en mejores condiciones de considerar los acontecimientos
traumáticos de su propia infancia con un espíritu de comprensión y de perdón y no con un
espíritu de desesperanza, de odio y de venganza. Una verdadera curación de la conmoción
traumática quizás sólo es pensable a partir del momento en que los acontecimientos son,
no sólo comprendidos, sino también perdonados.
La aptitud para tal adaptación a la renuncia quizás sólo puede explicarse si admitimos la
existencia en la naturaleza, al lado del principio egoísta de hacerse valer, de un segundo
principio de apaciguamiento; en consecuencia: egoísmo (infantilidad, masculinidad),
opuesto a maternal, es decir, a la bondad.
Relacionar con las ideas surgidas en otro momento respecto del porvenir del psicoanálisis:
si es que no obstante fue posible inhibir las pulsiones y los reflejos por la comprensión, es
solo cuestión de tiempo (pienso yo) saber cuándo todas las pulsiones yoicas serían
domadas en el momento de pasar por un cerebro humano.
Las hipótesis audaces respecto al contacto de un individuo con todo el universo deben ser
consideradas no solamente desde el punto de vista según el cual esta omnisciencia hace al
individuo capaz de rendimientos particulares, sino también (y es quizás lo más paradojal de
lo que jamás fue dicho), en la perspectiva de que tal contacto pueda actuar de manera
humanizante sobre todo el universo.
Acá podría insertarse mi afirmación sobre la tendencia a extinguirse (caer enfermo y morir
en los muy niños), y el predominio en ellos de la pulsión de muerte; la fuerte
impresionabilidad (Mimikri) quizás es también sólo un signo de la debilidad de la pulsión de
vida y de la autoafirmación, tal vez ya es incluso una muerte que comienza pero aplazada
de alguna manera. Pero si esto es verdad, y si esta especie de mimetismo, esta manera de
ser impresionado sin autoprotección es la forma de la vida original, entonces fue osado,
incluso injustificado, atribuir a este período casi desprovisto de motilidad, y de seguro
también probablemente inactivo intelectualmente, los mecanismos de autodefensa y de
alucinación (pulsiones de deseo) que son los únicos que nos son conocidos y familiares.
Antes del período alucinatorio hay pues todavía un período de mimetismo puro; incluso en
éste, se le pone finalmente un término a la situación de displacer pero, sin embargo, no por
una modificación del mundo circundante, sino por la sujeción de la sustancia viva, es decir,
un abandono parcial de la débil tendencia a la afirmación que acaba de ser intentada, una
resignación y una adaptación inmediata de sí mismo al medio. La vida todavía
incompletamente desarrollada recuerda pues, en su efecto, el resultado al que sólo llegan,
en la vida posterior, seres de excepción, eminentemente dotados en el plano moral y
filosófico.
El hombre religioso está desprovisto de egoísmo ya que renuncia a su propio Yo; la vida
primordial está desprovista de egoísmo porque en ella no hay todavía un Yo desarrollado.
El hombre egoísta, gracias a sus mecanismos de defensa contra las excitaciones, se aísla
en gran parte, como por una piel, del mundo circundante. En el lactante estas medidas de
protección no están todavía desarrolladas, de manera que se comunica con el mundo
circundante por una superficie mucho más extensa. Si tuviéramos el medio de lograr que tal
niño nos comunicase para qué lo hace apto esta hipersensibilidad, sabríamos
probablemente mucho más sobre el mundo que lo que nuestro horizonte estrecho nos
permite.
C.S., que sufre de una compulsión inexorable a no poder mirar un sufrimiento sin aliviarlo
de algún modo, que permite a casi todo el mundo gozar una parte de su gran fortuna, con
excepción de ella misma, ha sido analizada durante años sobre la base del principio de un
sadismo reprimido, sin el menor éxito, y también sin darle el sentimiento de haber sido
alguna vez comprendida por alguien. Debí finalmente resolverme a plegarme
completamente a sus posiciones aceptando la probabilidad del hecho de que en ella la
reacción originaria no fuera la defensa sino la obligación de ayudar. Las influencias del
medio, en su infancia, fueron más o menos las siguientes: vivía en la casa de un tío
hipocondríaco al que casi se podría calificar de enfermo mental, y su gobernanta le enseñó
muy temprano que todo ruido perjudicaba terriblemente a este tío. Su reacción no fue, por
ejemplo, la cólera; la gobernanta y el tío se le imponían de tal modo que no solamente no
osaba contradecirlos sino que incluso ni se le ocurría que pudiesen estar equivocados.
Bruscamente se transformó en una persona temerosa que imitaba completamente la
hipocondría del entorno, y no sabía hacer otra cosa que ir y venir en puntas de pie,
completamente persuadida de que era la única manera de hacerlo, y la más natural en los
niños. La única fantasía de cumplimiento de deseos era para ella crecer. Cuando yo, sea
grande ya no deberé caminar sobre las puntas de los pies, sino que serán otros, quizás mis
niños, quienes caminarán en puntas de pie para asegurar mi tranquilidad.
Los buenos chicos se han vuelto hipócritas. Los enfants terribles son revolucionarios
(cuando son empujados al extremo) contra los hipócritas, y exageran la simplicidad y la
democracy. Un desarrollo verdaderamente favorable (optimum) conduciría al desarrollo de
individuos (y de razas) que no serían ni mentirosos (hipócritas) ni destructores.
"Bondad reprimida" (El análisis niega esto -o lo admite sólo en una capa superior [¡Pfister!]).
Los analistas quieren aplicar sus propios complejos (maldad, mala intención) incluso a
aquellos (esquizofrénicos) que han sufrido heridas precoces. ¡Equivocado! Incluso los
neuróticos deben ser llevados más allá de la malevolencia traumatógena (behind) hasta la
bondad confiada. "El segundo "principio" es el más primario.
It is not easy to conceive how the same being who is determined by passion from without
should also be determined by reason from within. How in other Words can a spiritual being
maintain its character as self-determined or at least determined only by the clear and
distinct idea of the reason which are its innate forma in the presence of his foreign element
of passion that seems to make it the slave of external impressions? Is reason able to crush
this intruder or to turn it into a servant? Can the passions be annihilated or can they be
spiritualized? Descartes could not properly adopt either alternative.
Este comportamiento y este sentimiento de una ética aparentemente tan elevada no tiene,
sin embargo, nada de la pretensión de los adultos virtuosos, es simplemente el paralelo
psíquico de su propia creencia física y mental libre, en consecuencia, no un mérito
particular y tampoco experimentado como tal. Una felicidad tan perfecta tal vez sólo se la
ha experimentado en el vientre de la madre, en consecuencia, en un período desprovisto de
pasión, brevemente interrumpido por la conmoción del nacimiento, pero del cual se
continuará gozando en el curso del período de cuidados de la lactancia. Los sufrimientos
inevitables, en parte quizás superfluos e inútiles, de la primera adaptación (regulación de
las funciones orgánicas, aprendizaje de la limpieza, destete), hacen a todo humano más o
menos apasionado. En los casos más favorables, persiste sin embargo en el individuo
como resto y efecto de la felicidad de la que ha gozado, una parte de optimismo y un
contentamiento sin malicia en cuanto al progreso y la prosperidad del entorno.
El trabajo preparatorio para esto debería ser proporcionado por la educación de los niños,
pero el trabajo preparatorio para la educación de los niños es la experiencia y la práctica
psicoanalítica. Desde luego que de este modo caerá sobre uno la sospecha de haber
simplemente aumentado con una unidad más el número de locos que quieren mejorar el
mundo, pero esto puede ser rebatido por el hecho de que 1) este proceso de
transformación tiene un efecto duradero en los casos individuales, 2) que la transformación
favorable del carácter del neurótico curado influencia desde ahora su entorno en el sentido
benéfico antes mencionado, 3) que se puede desde ya dar cuenta de intentos muy
prometedores en cuanto a los resultados de una educación de los niños
psicoanalíticamente sostenida.
Descartes points out: "...every passion has a lower and a higher form; and while in its.
Lower or primary form it is based on the obscure ideas produced by the motion of the
animal spirit, in its higher form it is connected with the clear and distinct judgments of reason
regarding good and evil".
Suposición: incluso las formas más inferiores de la existencia (anorganic, purely vegetatiue)
son el resultado de dos tendencias: buscar la vía 1) por medio de la autodefensa y la
autopreservación, 2) por medio de la adaptación, el compromiso, el apaciguamiento. El
saber humano superior (igualmente ético) es un retorno al compromiso, o principio de
apaciguamiento que existe por todos lados.
Lo vegetativo: saber, tanto como sea posible, todo lo que es provechoso para uno mismo.
(Únicamente principio de placer.)
Actualmente, sólo es posible un optimum relativo (Filosofía del puercoespín.) Pero esto
puede ser mejorado (Progress. Malebranche, Church-father:
"My pain is a modification of my substance but truth is the common good of all spirits."
Ferenczi:(La pasión es puramente egoísta, "truth" es el bien común de todo lo que existe.
C.11 principle (peace).
Ferenczi: La reacción de todos a todo (en el universo) está antes que la organización de la
autodefensa (Individualidad).
Malebranche:"We conceive of the infinite being by the very fact that we conceive of being
without thinking wether it be finite or no. But in order that we may think of a limite being we
must necenarily cut off or deduct something fom the general notion of being, which
consequently we must previously posess." -(El hecho de sentirse a sí mismo postula la
existencia de un no-yo, el Yo es una abstracción. Antes de esta abstracción, debemos
haber sentido el todo [universo].)
El niño está todavía más próximo a este sentimiento de lo universal (sin órganos de los
sentidos); sabe (siente) todo, seguramente mucho más todavía que los adultos a los que
los actuales órganos de los sentidos les sirven esencialmente para excluir una gran parte
del mundo exterior (en realidad, todo, excepto lo que es útil).
¿Las perversiones son y en qué medida realmente infantilismos? ¿El sadismo y el erotismo
anal no son ya una reacción histérica a los traumatismos?
1) R.N. Casi todos los días el mismo escenario: 1) examina a fondo las asociaciones del
analista que naturalmente no puede ocultar que siente diversas reacciones negativas
respecto a la paciente. R.N. tiene tendencia a considerar estas declaraciones con una
comprensión analítica pero se observa, a pesar de su habitual objetividad, un interés
particular por las declaraciones que la conciernen, así como por las declaraciones de los
otros a su respecto, pero todo particularmente: en qué medida yo me identifico con aquellos
que no la estiman.
Desde que examiné más a fondo las causas de mis simpatías y antipatías, una gran parte
de éstas pudo ser reconducida a una fijación infantil a mi padre y a mi abuelo, con la
misoginia correspondiente. Correlativamente un sensible aumento de mi compasión por
esta persona martirizada, casi hasta la muerte y, por añadidura, acusada erróneamente.
Cuando mi emoción alcanza cierto nivel, la paciente se calma y quiere continuar trabajando;
la crítica que sigue persistiendo se refiere sólo a la torpeza en la manera de plantear las
cuestiones y, con pocas excepciones, a la falta de un esfuerzo interno de voluntad
apropiado y eficaz de mi parte, inmediatamente percibido por la paciente que, desde el
momento en que está en estado de trance, siente las cosas de manera telepática, incluso
clarividente. Es así que las sesiones dobles terminan siempre con reconciliaciones que, de
vez en cuando, son casi tiernas. La antítesis de estos procesos se encuentra en la historia
anterior: el responsable de los traumatismos estaba tan enceguecido que acusaba a su
niña de la manera más repugnante. Ese fue el momento del derrumbe y la pérdida de toda
esperanza, que se transfirió también sobre el análisis.
Por otra parte, no se puede negar que el paciente trabajo de ocho años merece ser
reconocido, y que un niño martirizado casi hasta la muerte debe ser tratado con ternura.
¿Pero cuando pues debe comenzar la adaptación a la realidad? ¿Será posible conducir al
enfermo a renunciar a sus fantasías irrealizables? A veces casi desespero, pero hasta aquí
la perseverancia ha sido siempre recompensada. Hoy, por ejemplo, sueña con un toro que
la ataca, siente ya su cuerno en contacto con su piel y se abandona. Esto le salva la vida
porque el animal pierde todo interés por la criatura que no se defiende más y parece
muerta, y la deja.
Sin embargo, la paciente no me encuentra suficientemente contrito, pero por otro lado,
como lo muestra el sueño, quizás esté dispuesta en la actualidad a borrar el hecho de que
yo la reconozca y le muestre amistad, y lista entonces a renunciar a otras cosas. Valió pues
la pena haber controlado enérgicamente los eventuales accesos de impaciencia, e incluso
haber tomado sobre uno gran parte de la responsabilidad de esta impaciencia. El analista
no tiene pues que irritarse, sino comprender y ayudar. Cuando la aptitud a hacerlo se
bloquea, debe buscar las faltas en sí mismo. Finalmente llega un momento -al menos así lo
esperamos- en que los pacientes toman su parte en lo irremediable, aunque lamentándolo,
incluso si el análisis sólo les ofrece para la vida comprensión y simpatía, e incluso si la vida
real sólo les promete fragmentos de esa felicidad que hasta ese momento les había sido
negada.
B. Intenso acrecentamiento del estado de malestar. Ni una noche sin trastornos del sueño y
de la respiración; lo soporta durante semanas, después desborda la rabia contra el análisis
que sólo la prepara para los sufrimientos, abre viejas heridas y luego no hace nada por ella.
Imprecaciones y griteríos durante toda la sesión, acusaciones, insultos, etc. Exige que yo
reconozca mi impotencia y, para terminar, llega incluso a la idea de que debo repetir el
trauma si esto es lo único que puede ayudar. En el pasado, cuando ocurrían estas series
de crisis o explosiones similares, yo experimentaba de algún modo un sentimiento de
culpabilidad, e intentaba tranquilizar a la paciente esforzándome en tratarla -transformada
en una niña que sufre- con una ternura profundamente sentida; sin embargo, todo
permanecía como antes. Desde entonces, he aprendido a dominar mi emoción, y pienso
incluso que un tratamiento amistoso más frío, y las explosiones inevitables que se
continúan son, en realidad, un progreso en relación a la disimulación anterior de la rabia
(que ella había aprendido en su casa). Pienso que un nuevo acrecentamiento de la rabia,
tratada de la misma manera, encontraría de nuevo el camino hacia el pasado. Si uno se
deja llevar demasiado por la transferencia positiva o negativa quizás escapa a las
experiencias desagradables en el curso de la sesión, pero si no se evita esto último se
podrá ser muy bien recompensado por un progreso inesperado.
Dm., Desde que ve y siente que no respondo simplemente con antipatía a sus actos y
comportamientos provocativos, se puede obtener todo de ella. Los progresos son enormes.
S.I., En el fondo ha sido siempre simpática, pero durante mucho tiempo resistente.
Después media vuelta repentina, frecuentemente desvalorizada, hacia la serenidad y la
sublimación.
sueño frecuentemente recurrente: dos, tres o incluso varias personas representan, después
del análisis acabado del sueño, tantas partes constitutivas de la personalidad. El sueño
analizado hoy, por ejemplo, se presentó bajo la siguiente forma dramatizada: la soñadora
misma recibe un mensaje escrito de la persona amada que le es más próxima, con este
texto: Here I am. I am here!. La soñadora intenta comunicar esto a una tercera persona
masculina, pero sólo puede entrar en relación con ella indirectamente, por un llamado
telefónico a larga distancia, y todo el diálogo con este hombre se percibe efectivamente de
manera muy indistinta, como viniendo de una distancia considerable. La dificultad aumenta
hasta transformarse en un esfuerzo impotente, pesadillesco, por el hecho de que el texto
del mensaje no puede ser leído directamente; la soñadora no lo ve más que como una
escritura en espejo mientras la luz atraviesa la tarjeta postal, y ella está sentada en una
especie de tienda y sólo puede ver en espejo lo que está escrito.
El hombre del sueño, difícil de alcanzar, es por una parte este espíritu persecutorio, por otra
parte yo mismo, el analista obtuso. El análisis histórico de este personaje masculino (que
se comporta en el sueño como un payaso que, en lugar de mostrar su propio dolor, divierte
a los otros y produce números acrobáticos y cómicos) conduce a) a su propia historia
infantil, representaciones de circo, etc., b) a sucesos infantiles análogos supuestos en el
analista (embriaguez y violación). Por otra parte, ver en transparencia a través de la tela de
una tienda, incluso leer en espejo y oír al interlocutor telefónico como de muy lejos,
corresponden a acontecimientos históricos.
Sin embargo, la explicación que resume mejor esta pesadilla es que la personalidad
estallada y sin defensa por el sufrimiento y el envenenamiento, intenta una y otra vez, pero
siempre sin éxito, reunir las diferentes partes de sí misma en una unidad, es decir,
comprender los sucesos en ella y alrededor de ella. Pero en lugar de comprenderse (de
darse cuenta de su propia miseria), sólo puede poner en evidencia indirecta y
simbólicamente los contenidos que la conciernen y que son inconscientes para ella misma:
debe ocuparse de estados de alma análogos de otras personas (origen de la elección de su
profesión), quizás con la secreta esperanza de ser un día comprendida por uno de esos
seres sufrientes.
Su hipersensibilidad -como dice la asociación- va tan lejos que puede enviar y recibir
"mensajes telefónicos" a distancias enormes. (Cree en la curación a distancia por la
concentración de la voluntad y del pensamiento, pero sobre todo por la compasión.) Como
ha relacionado su propia historia a la del analista, supone que ya de niña, a "larga
distancia", encontró por telepatía al analista que estaba expuesto a sufrimientos
semejantes, y que alrededor de cuarenta años más tarde, después de largas errancias,
finalmente llegó hasta él. Pero los obstáculos y amnesias en el analista mismo, retardaron
la emergencia de la comprensión (en el analista -ver las quejas respecto a mis juicios
erróneos sobre ella) y es solamente ahora que he comenzado a reconocer mis errores y a
reconocerla y rehabilitarla a ella como una persona inocente y benévola (en efecto,
recientemente se la he descripto a S.I. en los mejores términos), que nos acercamos a la
posibilidad de reajustar los fragmentos de su personalidad, y hacerla capaz de reconocer,
lo mismo que de rememorar, no solamente de manera indirecta sino también inmediata, el
hecho mismo y las causas de este estallido. Hasta ahora sólo pedía leer (saber) algo
concerniente a su propio estado en una escritura en espejo, es decir, por reflexión, en los
sufrimientos análogos de otros. Pero ahora ha encontrado a alguien que le demuestra que
lo que ha descubierto respecto al analista, de una manera convincente para ella misma, la
obliga a reconocer el reflejo lejano de sus propios sufrimientos.
(S.S.S.).
Ultima decepción: "No quiere a nadie, sólo a sí mismo y a su obra" (y no permite a nadie
mostrarse original). Después Berlín, París... El alejamiento libidinal permite innovaciones
técnicas "revolucionarias": actividad, pasividad, elasticidad. Retorno al trauma (Breuer). Por
oposición a Freud, desarrollé en un grado particularmente elevado la aptitud a la humility y
a la apreciación de la clarividencia del niño (paciente) no depravado. Finalmente, les permití
incluso:
Orgullo: soy el primer loco que ha adquirido intuición crítica y que ha reconocido su
inferioridad respecto a todos. (Me he resuelto a instruirme por el "consciente".)
En el caso I (R.N.), muy difícil. Utilización del material del autoanálisis en el caso 1.
"Alucino", es decir, admito que todos ellos (hombres y mujeres) están locos: se irritan por
insignificancias, odian en lugar de amar. Sin embargo, no llega a creer que sea la única que
tenga el espíritu claro, debe pues repetirse sin cesar: estoy loca. (En lugar de: todos ellos lo
están.)
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Orden en el caos
Orden en el caos
19 de julio, 1932. Orden en el caos
(Ver también el sueño del niñito en el que la cabeza llega exactamente al borde de la
mesa.) El trauma se fija en el momento traumático (y no en el pretraumático). Se querría
tener éxito, es decir, aprehenderlo conscientemente y ordenarlo en el pasado (recuerdos).
Pero esto se hace imposible 1) si el trauma es demasiado intenso para ser revivido
plenamente todavía una vez más,
2) cuando no se recibe ninguna ayuda para esto, 3) sobre todo si se... (Falta la
continuación.).
1) Punto de partida, B.: (a) N.F., quien comparte su vivienda, se enfurece por tonterías, se
enfada durante todo el día, sin una palabra; y después, tartamudea. La paciente B. tiene
frecuentemente la fantasía casi alucinatoria de que N.F., cuando habla actúa como si
ejecutase con la boca una función anal. (Po-po-po-po-po).
(b) B. sueña que ve un hombre que repta por tierra, gimiendo como un animal herido. La
región anal está distorted, twisted, color rojo sangre, igual que una boca abierta con dos
líneas de dientes y una lengua.
(c) N.F., rompiendo su mutismo, se sienta de golpe, casi a la fuerza, sobre las rodillas de
B., y dice con furia: "By God, 1 love you".
B. intentó hacer comprender a N.F. que ella (N.F.) presupone en ella (B.) cosas que
simplemente no son así. N.F. responde a esto (de una manera muy psicoanalítica): "Pero
sí, estas cosas están en ti, pero tú no sabes nada." (Quiere decir que se tiene tanta
vergüenza de ciertas tendencias que se las vuelve inconscientes.) Pude alentar a B.;
existen también seguramente sentimientos verdaderos detrás de los cuales no se oculta
nada "inconscientemente reprimido". A partir de allí, el diálogo analítico condujo al problema
del pudor en general. Le dije que el pudor era una invención típicamente masculina, en el
fondo completamente absurda. ¿Por qué sería necesario considerar partes vergonzosas a
un órgano y la función de éste, cuando uno y otro están bien donde están? Los niñitos son
mucho más púdicos que las niñitas. Estas se hacen súbitamente púdicas a la edad de la
pubertad. (Citar acá el ejemplo de la pequeña Erzsike.) Los hombres hacen las leyes
morales y obligan a las mujeres a aceptarlas. Una transmisión ininterrumpida vigila la
impregnación de la generación siguiente por la moral.
Pero ocurrió que B., por el hecho de haber tenido conciencia de la función genital y de su
carácter voluptuoso desde su más tierna infancia, mientras que su espíritu no estaba aún
pervertido por la moral, se hizo, por así decir, clarividente; aceptó sólo en apariencia las
convenciones sociales, en lo más profundo de ella misma guardó su convicción de que el
pudor es una absurdidad (locura) y una mentira. Desenmascaró el puritanismo y el
snobismo de su madre, la cobardía y la dependencia impotente de su padre, puesto que a
este último lo había visto como negligente moral. También temió el moralismo en el
psicoanálisis, que habla sin cesar de represión debida al pudor, mientras que (en la
infancia) son sentidas tantas cosas sin represión y sin vergüenza.
Los analistas no saben hasta qué punto la ingenuidad infantil de los neuróticos es real e
inmutable. El analista no le cree suficientemente al neurótico lo que debe desalentar a este
último que sabe cuán sinceramente es impúdico y cuán injusto es imputarle represiones.
No es el niño sino la sociedad la que es vergonzante e impulsa a la represión.
El retiro del amor y el hecho de estar completamente sola con su demanda de amor frente
a una mayoría compacta y abrumadora, suscita en los niños llamados normales, la
vergüenza y la represión (neurosis). El despertar del pudor puede sobrevenir de manera
completamente repentina y significa probablemente el comienzo de una época nueva, con
olvido (amnesia) de la precedente. B. era considerada por su familia como una "difficult
child", una "problem child". Su obstinación era el síntoma de que había cedido a la presión
de pudibundez puritana sólo formalmente. Ahora encuentra finalmente en mí a la persona
que aunque pudibunda (civilizada) por su educación, ha conseguido sin embargo
"mejorarse", es decir, reconocer y confesar el carácter absurdo de la pudibundería.
Comienza ahora a admitir que si se apoya exclusivamente en el "pene de elefante" de su
experiencia infantil, y rechaza todo lo que es menos que eso, está condenada a tener
hambre toda su vida, y comienza a preguntarse si no podría renunciar a lo inalcanzable y
tranquilizarse, al menos en parte, con lo que es alcanzable. Comienza a reconocer incluso
el "pequeño pene" del hombre "civilizado" como instrumento de amor posible. Existe la
perspectiva de verla renunciar a ridiculizar a los hombres por el sesgo de la
homosexualidad femenina.
II) Hoy, O.S. tuvo la pequeña aventura siguiente: siempre pretendió no haber tenido casi
nunca sentimientos de furia, de cólera u otros parecidos, lo que todo el tiempo ha sido
puesto en duda e incluso ridiculizado por su amiga N.D. Su amiga (que tenía seguramente
una tendencia a la paranoia) supuso siempre, detrás de su apatía, las peores intenciones
asesinas. En realidad, O.S. es infantil en el más alto grado, es una niña absorbida por el
juego, pero estos niños son originariamente incapaces de tales actitudes de desafío y de
rabia, sienten quizás momentáneamente la cólera, pero la olvidan desde el momento en
que se les sonríe gentilmente. O.S. quería pues agradar a su amiga diciéndole, como si le
hiciese un regalo: "Lo ves, hoy he estado celosa de tal o cual persona." Sin embargo ¿qué
ocurrió? La amiga (N.D.), en lugar de cumplimentar a O.S. por su franqueza, buscó en ella
otras intenciones malignas, todavía más terribles.
Es también eso lo que hacen los adultos cuando proyectan sobre los niños su propia
disposición a las pasiones, y es lo que hemos hecho también nosotros, analistas,
planteando como teorías sexuales infantiles nuestras propias distorsiones sexuales
impuestas cuando niños. O.S. tiene razón cuando dice: "yo (como, por lo demás todos los
niños) sé muy exactamente cuando quiero algo malo, cuando temo algo, cuando tengo
sentimientos de culpabilidad y de vergüenza. Pero me sublevo cuando se trata de hacerme
cargo de las acusaciones exageradas de los adultos, lo mismo que rechazo declarar
vergonzosas ciertas cosas que no lo son absolutamente para mí".
¿Cómo y por qué la niña se vuelve repentinamente púdica con la aparición de las reglas? El
sangramiento menstrual la remite al tiempo pasado en el que todavía no tenía control de
sus evacuaciones y de sus orinas. Se lo quiera o no y aún manchándose con eso, no se
puede reglar el sangramiento uterino por la voluntad, y de repente se toma conciencia de
todas las reprimendas e invectivas que antes de la menstruación se rechazaban riendo.
2) Sabe, por su propia experiencia, qué insoportable es ser regañada, en particular con una
voz fuerte y estridente, sabe también cómo seria odiada por el analista al que le dijera todo.
3) La inhibición es más fuerte cuando el comportamiento del analista no muestra nada del
efecto desagradable, ya que el silencio repentino y la reserva excesiva significan una
contrariedad oculta. (No será remediado este estado, en tanto no se comporte más
francamente respecto al analizado. Relacionar aquí con el alivio ya anotado más arriba,
después de un reconocimiento de mi parte de la irritación experimentada a su respecto.)
Sin embargo, se plantea aquí la cuestión de saber si es suficiente decir al paciente lo que
me molesta, me contraría o me irrita a su respecto, o si es necesario también informar los
sentimientos positivos, tiernamente amistosos, etc.
Vivió así en la proximidad de su padre durante años, sin ni siquiera saber qué significación
emocional tenía para ella. Lo que la paciente, como por lo demás muchos otros, entendía
por "es necesario hacer algo", se descubría probablemente por ciertos "temores"
aparentemente absurdos, como: "a menudo creo que usted quiere darme un coscorrón,
cuando hace un movimiento casi siento el golpe". Con esto quiere decir que lo que más me
gustaría cuando me ha martirizado durante largo tiempo, es aporrearla o echarla. Esto los
pacientes lo saben por experiencia personal, conocen la rabia que los invadía cuando
debían soportar injurias o injusticias. (Una fuente importante, quizás la más importante del
masoquismo, del deseo de ser golpeado, podría ser una protesta contra la hipocresía,
impregnada de rabia, y disfrazada de comportamiento benevolente de los padres y los
maestros.)
Es insoportable para los niños creer que ellos son los únicos malvados porque reaccionan a
las torturas por la rabia. Los adultos no sienten nunca nada similar, ya que son y sienten
siempre de manera justa, prudente y clarividente. Es insoportable ser el único malo en una
sociedad grandiosa y ejemplar, por lo cual es un consuelo cuando logro hacer salir de sus
casillas a estos señores que son mi padre o mi maestro y hacerles así reconocer
indirectamente que no están menos afectados de "debilidades" que sus propios niños.
En el caso de B. ésta también ha llegado a preguntarse, no sin haber sido influenciada por
el caso de R.N., qué pasaría si repentinamente invirtiéramos nuestros roles, a saber, si yo
me tendiera en el diván y ella se instalase confortablemente en mi sillón. Yo quería
mostrarle qué era la asociación libre y que ella me mostrara cómo era un comportamiento
correcto del analista. Me puso exultante la libertad reconquistada y la liberación que me
había permitido. En contrapartida a las vociferaciones e insultos, exigí ternura, amabilidad
(le pedí que me acariciara la cabeza, deseaba ser recompensado de todos mis esfuerzos
por el afecto, la ternura, abrazos y besos), pero reconocí también hasta que punto era a
pesar mío que yo permanecía en la otra situación, donde sólo me era permitido soportar y
apenas pedir algo en cambio. Esto es lo que caracteriza típicamente la actitud algo infantil
del hombre respecto a la mujer. No menos característica, sin embargo, fue la reacción de la
pseudoanalista; estaba dispuesta, con naturalidad, a plegarse a todos mis deseos, incluso
debió reconocer que el sentimiento de pudor y de moderación le era casi extraño; tuvo un
poco de miedo, pero no demasiado, frente a la idea: "¿Cómo podría ser analista si cedo tan
fácilmente a los deseos de mis clientes?".
La respuesta a esta cuestión, que nos puso seriamente en apuros, se podría intentar
formularla de la siguiente manera: a) quizás las mujeres son buenas analistas sólo en la
medida en que adivinan los deseos de los pacientes rápida y seguramente, como una
madre los de sus hijos, pero malas analistas cuando se trata -segunda tarea de la
educación- de enseñar la moderación y el auto-control necesarios en la vida. Hombre y
mujer pueden pues, de la misma manera, ser bastante buenos analistas, pero la mujer para
serlo debe aprender algo del autocontrol y de la moderación masculina, para enseñarlo
también al niño. Pero también el hombre sólo puede ser verdaderamente buen analista si,
además de las reglas lógicas y éticas que le son familiares, aprende, utiliza y enseña
también la capacidad de intuición femenina y, si es necesario, la inculca a los otros.
Desde hace más de dos años trabajamos con R.N. de manera que los fragmentos de
traumas, frecuentemente toda la prehistoria traumática, sean revividos y perelaborados con
considerable emoción, por medio de explosiones y todos los signos de las espantosas
experiencias vividas. Las asociaciones, casi sin excepción, se relacionan con los sueños.
Una parte de los sueños mismos son penosos, con carácter de pesadilla, otros sueños
tienen una fachada inofensiva y no perturban el dormir y son sólo las asociaciones las que
hacen surgir la masa de afectos. A pesar de esos esfuerzos de mi parte, y de la abreacción
de los afectos, de la suya, no se pudo hasta ahora registrar ningún efecto durable de estas
explosiones afectivas. Es verdad que las crisis culminan muy a menudo con un cierto
apaciguamiento, y que durante estas crisis e inmediatamente después, la enferma
experimenta un sentimiento de convicción en cuanto a la realidad de los acontecimientos
vividos, pero muy rápidamente después de tales sesiones se anuncia la duda, y al cabo de
algunas horas todo vuelve a ser como antes, después la noche siguiente trae una nueva
pesadilla y la sesión siguiente una nueva crisis.
No tenemos mucha claridad en cuanto a las causas de este fracaso. Es observable que
estas crisis sobrevienen en la paciente sólo después de que hubo dejado caer su
personalidad diurna y su nombre, y que se hubo transformado completamente en esta niña,
con su nombre de niña, sobre la que fueron perpetrados los ataques traumáticos. En otros
términos: la parte que abreacciona vive verdaderamente todavía en el pasado; la paciente
repite o, más exactamente, continúa, las emociones de la infancia. Cuando se despierta
después de la crisis, se transforma en la persona adulta que no tiene ningún recuerdo de la
realidad de las agresiones de la infancia y de los acontecimientos penosos. Tiene, es
verdad, el recuerdo de la crisis, a este respecto no es pues amnésica, pero al despertar
pierde la impresión de realidad de las situaciones en las cuales las agresiones han tenido
lugar en la infancia. Mientras que dura la escisión de la personalidad, la paciente está por
una parte despierta, consciente y amnésica, por otra parte, dormida o en trance y, en este
estado, continuando el pasado, mientras que las partes escindidas de la personalidad no se
junten unas con otras, las abreacciones no tienen más efecto que las crisis histéricas que
sobrevienen espontáneamente cada tanto.
Esto parece muy decepcionante, sin embargo se comienzan ya a vislumbrar algunos rayos
de esperanza.
Es porque me identifico (comprendo todo = perdono todo) que no puedo odiar. ¿Pero qué
ocurre con la emoción movilizada, cuando está impedida toda descarga psíquica sobre el
objeto? ¿Permanece en el cuerpo bajo forma de tensión que intenta descargarse sobre
objetos desplazados (con la exclusión de los objetos reales)? Castigarse a sí mismo
(matarse, suicidarse) es más soportable que ser matado. La proximidad del aniquilamiento
violento, amenazando desde el exterior, es absoluto, inevitable e insoportable. Si me mato
a mí mismo, sé lo que va a ocurrir. El suicidio es menos traumático (no es imprevisto).
1) Loco, odiado
2) Inteligible, amado.
Para poder odiardebe quedar abierta la posibilidad de amar a algún otro, algo de otro.
IDENTIFICACION EN EL TRAUMA
Hatred of mother:
else’s life)
Sin outlet de los músculos estriados (sin emociones) sin embargo, con inervación cardíaca
(corazón de perro).
Represión (B.)
Las perversiones no son fijaciones, sino productos del espanto. El temor, el espanto frente
a la normalidad (trauma), provoca la huida hacia caminos desviados de la satisfacción del
placer. La homosexualidad (auto-sadismo) está prohibida, pero no tan "imposible",
"impensable", "inexpresable" como la unión heterosexual.
La idea del desplazamiento de lo alto hacia lo bajo y la acumulación de toda la libido en los
órganos genitales ¿es pues falsa? ¿ Y cómo se constituye entonces la genitalidad?
Nuevo ensayo: la genitalidad se constituye loco propio como una tendencia específica ya
lista de los órganos para funcionar (mecanismo sensorio-motor). Antes del desarrollo de
este mecanismo, el niño no tiene sexualidad. Retorno a la concepción generalmente
admitida: no hay sexualidad infantil extragenital, pero hay una genitalidad precoz, en la cual
la represión suscita síntomas histéricos:
1) Chupetear (?)
2) Juegos anales
3) Juegos uretrales
4) Sado-masoquismo
5) Exhibicionismo-voyeurismo
6) Homosexualidad
Chupetear: en el origen no tiene nada que ver con la sexualidad -solamente después de la
represión del onanismo que comienza muy temprano. ¿El complejo de Edipo no es también
una consecuencia de la actividad de los adultos - la tendencia pasional?
Cuando la madre abandonó al padre (la niña tenia diez años), el padre se apoyó sobre la
niña con más pasión todavía, e incluso un día, luchando contra el insomnio fue a su cama,
se quejó en términos dramáticos de su desgracia, la conminó a no tener temor de él y le
confió en debida forma el manejo de la casa. Pero al mismo tiempo, la sermoneaba sin
cesar y muy severamente para que tomara a la madre como un ejemplo negativo, es decir,
que sobre todo no fuera sexual. El hecho de que la fantasía infantil se hubiera hecho
realidad le hacía absolutamente imposible alejarse del padre, tanto más cuanto que las
prohibiciones mantenían las fantasías sexuales en el inconsciente; se hizo completamente
imposible la transferencia sobre una tercera persona, y no había ningún medio de
desentrañar cuáles eran, y si los tenía, los sentimientos espontáneos, no provocados de la
paciente.
Este sería un ejemplo de los casos, verdaderamente no tan raros, donde la fijación a los
padres, es decir, la fijación incestuosa, no aparece como un producto natural del desarrollo
sino que es implantada desde el exterior en la psique, en consecuencia, es un producto del
Superyo. Seguramente, no sólo las excitaciones sexuales sino también las de otras clases,
ni aplastantes ni controlables (odio, espanto, etc.) pueden, como el amor impuesto, producir
un efecto mimetizante.
El individuo todavía inacabado sólo puede prosperar en un medio óptimo. En una atmósfera
de odio no puede respirar y perece. Psíquicamente, la destrucción se expresa en la
fragmentación misma de la psique, es decir, en el abandono de la unidad del Yo. Si el
individuo todavía "semi-líquido" no es sostenido de todos los costados por este optimum,
tiende a "explotar" (pulsión de muerte de Freud). Pero de una manera que nos parece
mística, los fragmentos del Yo permanecen ligados, aunque de una manera deformada y
oculta, los unos con los otros. Si se logra... (Falta la continuación.).
Sandor Ferenczi / Diario clínico / ¿La rabia juega un rol en el proceso de
represión?
¿La rabia juega un rol en el proceso de represión?
27 de julio, 1932. ¿La rabia juega un rol en el
proceso de represión?
B. en ciertos estados de relajación está como paralizada, lívida, respirando apenas, los ojos
hundidos, la piel helada. Excepcionalmente, y superando grandes resistencias (asociación
libre forzada, huida en las melodías, en los ritmos), se llega a penetrar bajo, o más bien
detrás de esta capa. La cara se vuelve repentinamente rojo sangre, las manos y los pies
crispados, gritos incoordinados a partir de los cuales se forman, con mi ayuda, palabras y
frases ininteligibles, injurias e insultos contra el padre y la madre, representación animada
de castigos despiadados (matar a la madre, torturar sin cesar al padre).
La paciente describe lo que siente cuando "se muere": “Everything turns inside out” -quiere
decir con esto que la mayor parte de su personalidad se coagula como una corteza helada.
Esta corteza es una protección contra una abertura hacia el exterior de lo reprimido, tan
profundamente oculto en el fondo, en el interior, como herméticamente encerrado.
Esta observación habla en favor del hecho de que el odio y la rabia juegan un rol en los
procesos que preceden a la represión; si esto es así, entonces ningún análisis estará
terminado hasta que esta emoción no haya sido, ella también, conducida a su culminación.
Es posible que cuando se produce un shock abrumador haya de entrada una primera
tentativa de defensa agresiva aloplástica, y que sea solamente frente a la toma de
conciencia del hecho de que se está totalmente débil e inerme, que se llegue a una
sumisión sin condiciones, incluso a la identificación con el agresor. Además la toma de
conciencia de su propia debilidad, la existencia de conflictos de ambivalencia puede
conducir al abandono de su propia persona (en el caso de B., los sentimientos de placer
que el padre podía despertar en la niña, en el caso G., además de éstos, sentimientos de
ternura y de gratitud hacia el padre).
El motivo más eficaz de la represión es, en casi todos los casos, la tentativa de anular la
herida sufrida. Otro motivo, quizás todavía más eficaz, es la identificación por angustia; es
necesario conocer exactamente al adversario peligroso, seguir cada uno de sus
movimientos, para poder protegerse. Last no least: se hace una tentativa para conducir a la
razón al terrible tirano cuyo comportamiento da la impresión de embriaguez o locura.
Cuando la Medusa, amenazada de decapitación, pone una cara aterrorizantemente mala,
en realidad tiende un espejo al agresor bestial, como si dijera: esto es a lo que te pareces.
Frente al agresor no se dispone de ningún arma, falta toda posibilidad para instruirlo o
hacerlo razonar de otra manera. Tal disuasión por medio de la identificación (tender un
espejo) puede ayudar en el último momento (ta twam asi : eres esto).
Caso de G. Mi tentativa de ayer de volver a llevar toda la situación edípica a una influencia
exterior (desbordes del padre) erró el tiro. La paciente afirma con certidumbre -y no tengo
ninguna razón para no acordarle un crédito total- que después del shock infantil (escena
primitiva con identificación en la fantasía con la madre, posteriormente), se había
recuperado completamente y estaba en el punto de separarse de sus padres para dirigirse
hacia objetos exteriores. Fue más bien la segunda aproximación, cuasi real, del padre
(huida de la madre fuera de escena, volver a tomar la niña la autoridad de ama de casa)
que la llevó a la petrificación de la cual no tuvo ninguna escapatoria. La genitalización
apasionada de la relación con el padre no fue por su propia voluntad sino que le fue, por así
decir, impuesta. Defenderse estaba excluido (ver mas arriba la rabia reprimida). La
situación incestuosa fue sentida con demasiada pasión y tomó la forma de un complejo de
Edipo insoportable, con su inevitable represión. La libido que ya había investido la vagina se
fragmentó (la vagina es evacuada) y la satisfacción desplazada sobre zonas pregenitales
infantiles y más lícitas, incluso en la relación incestuosa: fantasías de senos femeninos
(factor de ternura en la sexualidad); fantasías de ser golpeado en las nalgas, a saber,
golpear = desplazamiento retrógrado del elemento apasionado sobre la zona anal y sobre
medidas punitivas por falta de limpieza. Seguir observando en qué medida Freud tiene
razón cuando dice que normalmente la situación edípica no es mas que un juego de niños y
se hace un complejo patógeno solo en situaciones patológicas, bajo el efecto de los
traumas.
La "response", por una capacidad de adaptación de los niños incluso a las pequeñas
agresiones sexuales o a otras agresiones apasionadas, es mucho más grande de lo que se
imagina. La confusión traumática sobreviene la mayoría de las veces por el hecho de que la
agresión y la "response" son desaprobadas por los adultos que están bajo el peso de la
mala conciencia, incluso son tratadas como mereciendo castigo.
La paciente B. sueña con una prima: está acostada en un prado, un toro la persigue y la
viola. Segunda escena: ve a la misma prima (llamada Shore), flotando inanimada en el
agua, después observada por una multitud y arrastrada a la costa. La paciente se
despierta. Inmediatamente después de despertar se golpea la cabeza para saber por qué
es incapaz de acordarse de estas cosas, por qué solamente aparecen en sueños y de esta
forma distorsionada. Me plantea también la misma pregunta. Mi primera respuesta es: otros
análisis me han enseñado que una parte de nuestra persona puede "morir", y si el resto
sobrevive al traumatismo se despierta con una laguna en la memoria, una laguna en la
personalidad propiamente hablando, porque no solamente el recuerdo de la agonía sino
también todas las asociaciones que se relacionan a ella han desaparecido de manera
selectiva, y son quizás aniquiladas. "Sí, pero ahora que yo sé todo esto por qué no puedo
acomodarme al estado de muerte de la parte matada y ver que, después de todo, yo viví
siempre con una gran parte de mi persona; por qué no puedo ocuparme del presente y del
porvenir y, finalmente, no dejo de preguntarme y de preguntarle esto: ¿cuando me ocupo
del pasado por qué lo hago bajo forma de sueño y de esta manera deformada?".
Salgo de este brete con la siguiente respuesta: "Otros casos me han enseñado que puede
haber momentos terriblemente penosos donde se siente la vida tan espantosamente
amenazada y a sí mismo tan débil o tan agotado por el combate, que se abandona la lucha.
En realidad, se abandona a sí mismo". A título de analogía, me refiero al relato digno de fe
de un amigo y cazador hindú que vio a un halcón atacar a un pajarito; frente a su
proximidad éste se puso a temblar y al cabo de algunos segundos, voló derechamente
hacia el pico abierto del halcón y fue tragado. La espera de una muerte cierta parece ser
tan penosa que, en comparación, la muerte real es un alivio.
Se conocen casos donde las gentes se pegan un balazo en la cabeza por temor a la
muerte (antes de un duelo, una batalla o una ejecución). Privarse a sí mismo de la vida
(como castigarse a sí mismo) parece ser un alivio relativo. En cambio, lo que parece
insoportable es verse aplastar con certeza por una fuerza que nos domina, comenzar
incluso a sentir este aplastamiento, mientras que la extrema tensión de nuestras fuerzas
físicas y mentales parece ridículamente débil en comparación con la violencia de la
agresión. Pero cómo se sentiría este pajarito si, después de ponerse a temblar, en el
momento en que volaba hacia la muerte, mi amigo el cazador hubiera abatido al halcón
antes de que hubiera tragado al pajarito, ¿cuál hubiera sido el estado de espíritu del
pajarito? Quizás al cabo de un momento se hubiera recuperado, sin embargo,
probablemente sólo subsistiría un recuerdo del momento de su tentativa de suicidio, porque
qué es pues acordarse: la conservación de una huella mnémica en vista de su utilización
futura.
Más simplemente, se podría pues decir, que el temor de una muerte violenta inevitable
puede conducir al auto-abandono y, por medio de éste, a una ilusión o a una alucinación
onírica. Puedo evocar aquí ejemplos en que colegas agonizantes hicieron una consulta con
su médico tratante a propósito de un enfermo agonizante (que eran ellos mismos). Quizás
existan después de todo dos manera de morir: una a la cual el sujeto se resigna y otra
contra la cual se protesta hasta el fin. Pero una de las formas de esta protesta es la
denegación de la realidad, es decir, un trastorno mental. La negación total de la realidad es
el desvanecimiento. La negación parcial y la deformación de la realidad, es el reemplazo de
ésta por un sueño. Si ocurre que a continuación de circunstancias exteriores, o por medio
de fuerzas vitales con las cuales no se cuenta en el momento de tomar la decisión de morir,
se escapa al peligro mortal o se sufre sin sucumbir la violencia que se había creído mortal,
es comprensible que los acontecimientos sobrevenidos durante la ausencia mental no
puedan ser evocados subjetivamente en tanto que recuerdos sino solamente bajo forma
objetivada, como algo que le habría ocurrido a otra persona, y que solo pueda
representárselo bajo esta forma.
Esta podría ser la causa de que, instigada por mí, usted se vea tan frecuente y tan
profundamente sumergida, y con una gran vivacidad, en la representación de estos
acontecimientos traumáticos de la infancia, que incluso usted haya actuado estos procesos
conmocionantes dramatizándolos con su comportamiento corporal y mental, pero una vez
despierta de este trance, esta realidad grave y dolorosa se vuelva simplemente un "sueño",
es decir, que la convicción ya casi adquirida se encuentre mermada y rápidamente corroída
por entero.
Debo volver a la idea que usted había expresado: ¿por qué preocuparse tanto de este
fragmento inaccesible de la personalidad que ha caducado o se ha encapsulado de alguna
manera, "¿por qué no dejar a los muertos estar muertos y a nosotros mismos continuar
viviendo?" -"La respuesta es fácil, Doctor. Esta parte separada parece de entrada haber
constituido una gran parte, quizás incluso la parte más importante de mi alma, y aunque
usted quisiera persuadirme, lo que espero que no hará, no cesaré jamás de esforzarme en
hacer conscientemente mía esta parte de mi persona, por dolorosa que sea." "Debo
agregar -respondí- que usted no podría, aunque lo quisiera, sustraerse a los efectos de la
escisión.
¿Qué es el "trauma"?
c) Síncope
d)Muerte.
Los sistemas de cicatrices mnémicas constituyen un tejido nuevo con funciones propias:
reflejos, reflejos condicionados (sistema nervioso). Esta función, en el origen sólo una
modificación ininterrumpida del yo (destrucción), será puesta al servicio de la
autoconservación, en tanto que trabajo de pensamiento aloplásticamente orientado. La
compulsión de repetición en el traumatizado es una tentativa renovada para una mejor
liquidación.
Un doble shock:
1) Trauma
2) Denial.
2)AtomisationMagnetic Power
Anxiety: atomisatioWillpower
AdaptabilityInstant
Understanding is eo ipso identification.
One can not really understand without identifying with the subject.
Jamás gratitud por la comprensión (quizás porque mother's hatred is not benevolent)
Los analizantes son niños. Análisis prolongado (retener a los niños en lugar de liberarlos).
F. Anal.
Los niños no se fían de sus propios pensamientos y actos hasta que no son aprobados por
los padres. Por eso R.N. y Fr.: Dígame (la significación) -una vez que la haya encontrado
usted mismo. (Prueba que una parte ha permanecido verdaderamente como una niñita.)
Incluso en el proceso de pensamiento, el niño no puede permanecer solo, debe ser
sostenido como durante el aprendizaje de la marcha.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Causas ligadas a las personas por las cuales
el psicoanálisis se ha desviado
Causas ligadas a las personas por las cuales el psicoanálisis se ha desviado
4 de agosto, 1932. Causas ligadas a las personas
por las cuales el psicoanálisis se ha desviado
1) ¿Por qué antitrauma y predisposición? En el caso de F., parece que Fr. hubiera
escapado a algo traumático, transformando la situación exterior conforme a los deseos
neuróticos del paciente.
a) Contra todas las reglas técnicas establecidas por él mismo, adoptó a Dr. F. como un hijo.
Como lo supe por él mismo, lo consideraba como el heredero más acabado de sus ideas. Y
finalmente se transformó en el delfín declarado, con la perspectiva de hacer su entrada
solemne en América (es algo parecido a lo que Fr. parece haber esperado, en su tiempo,
de parte de Jung; de donde se explican los dos síntomas histéricos que había observado en
él: 1ro. El desvanecimiento en Brême, 2do. la incontinencia en Riverside-Drive, a lo que se
agrega allí el pequeño fragmento de análisis que nos propuso: morir desde el momento que
el hijo viene a tomar su lugar y regresión a la infancia, infantilmente ridículo cuando reprime
su vanidad americana. (Es posible que su desprecio respecto de los americanos sea una
reacción frente a esta debilidad que no pudo disimular ni frente a nosotros ni frente a si
mismo. "¿Cómo podría regocijarme tanto con las distinciones americanas puesto que
desprecio tanto a los americanos?"). También es importante hacer notar su emoción que,
incluso sobre mí, espectador deferente, produjo una impresión un poco ridícula cuando casi
con lágrimas en los ojos, agradeció al presidente de la universidad por su doctorat honoris
causa.
La idea angustiante, quizás muy fuerte en el inconsciente, de que el padre debe morir
cuando el hijo se hace grande, explica su temor de permitir a alguno de los hijos hacerse
independiente. Al mismo tiempo, esto nos muestra que Freud, en tanto que hijo, quería
verdaderamente matar a su padre. En lugar de reconocerlo, estableció la teoría del Edipo
parricida, pero manifiestamente sólo para los otros y no en relación a sí mismo; se
encuentra allí su temor de dejarse analizar, incluso también la idea de que en los humanos
civilizados adultos los impulsos revelan pulsiones primitivas que realmente no existen, ya
que la enfermedad de Edipo es una enfermedad infantil como la rubeola.
Otto R. era un caso mucho más cómodo, lo mismo que nuestro amigo von Fr. (Valdría la
pena buscar mis notas de Berchtesgaden - 1908; mi entusiasmo, mi depresión cuando era
descuidado aunque fuese un solo día; mi inhibición absoluta para hablar en su presencia
hasta que él hubiera abordado un tema, después el deseo ardiente de obtener su
aprobación porque lo comprendía perfectamente y continuaba incluso inmediatamente en la
dirección que él preconizaba, todo esto me designa como un hijo enceguecido y
dependiente. El ha debido sentirse muy a gusto en este papel, podía entregarse a sus
fantasías teóricas sin molestarse por la contradicción, y utilizar el acuerdo entusiasta del
alumno deslumbrado para aumentar su propia seguridad. En realidad, sus intuiciones
geniales se apoyaban la mayoría de las veces en un caso único, como iluminaciones; con
las cuales yo, por ejemplo, quedaba maravillado y deslumbrado de sorpresa. "Es prodigioso
que sepa esto." En este reconocimiento apreciativo, reconozco la duda oculta: es sólo un
deslumbramiento pero no una convicción lógica, es decir, era sólo la adoración y no un
juicio independiente el que me hacía seguirlo.
Este fue el punto de vista en que rehusé seguirlo. Comencé, contra su voluntad, a tratar
públicamente cuestiones concernientes a la técnica. Rechacé abusar así de la confianza de
los pacientes, no compartí tampoco su idea de que la terapia no tuviera valor, pensaba más
bien que la terapia era buena pero que quizás nosotros éramos todavía insuficientes, y
comencé a buscar nuestros errores. En esta búsqueda di muchos pasos en falso; fui
demasiado lejos con Rank porque en un punto (la situación transferencial) me había
deslumbrado con su intuición novedosa. Intenté llevar hasta sus últimas consecuencias, de
manera honesta y sincera, la técnica freudiana de frustración (terapia activa). Después del
fracaso de ésta, intenté la permisividad y la relajación; de nuevo, una exageración. Después
de estos dos fracasos, me dediqué a trabajar, con humanidad y naturalidad, con
benevolencia y libre de todo prejuicio personal para la adquisición de conocimientos que me
permitieran proporcionar ayuda.
Mme. F. se sintió, con razón, atraída por la esencia misma del psicoanálisis: trauma y
reconstrucción, pero asqueada por la manera en que todos los psicoanalistas se servían de
esto. Por oposición, el Pr. K., sin ser analista, es confiable ya que deja que se extienda
confiadamente la inteligencia propia de los pacientes; en consecuencia, aunque no es
analista, auxilia analíticamente. Los profesores Bl. y M., al contrario, cabalgando sobre sus
propias teorías y no reconociendo lo que hay de genial en Freud, son a sus ojos
inaceptables. Ella aspira a un analista que tenga dones analíticos idénticos o semejantes a
los suyos, que tenga ante todo la preocupación por la verdad, pero no solamente la verdad
científica sino también la veracidad respecto a la gente.
2) Se observa en Freud la ligereza con la cual sacrifica a los pacientes masculinos los
intereses de las mujeres. Esto corresponde a la orientación unilateral, andróflia, de su
teoría de la sexualidad. En este punto ha sido seguido por casi todos sus alumnos, incluso
por mí mismo. Mi teoría de la genitalidad tiene quizás muchos aspectos buenos, pero en lo
que concierne a su presentación y la reconstrucción histórica, está supeditada a las
palabras del maestro; una reedición implicaría una reescritura.
Es posible que el autor tenga una repugnancia personal respecto de una sexualidad
espontánea de la mujer, de orientación femenina: idealización de la madre. Retrocede
frente al hecho de tener una madre sexualmente exigente y de tener que satisfacerla. En un
momento dado, ha debido ser ubicado frente a tal tarea por el carácter apasionado de la
madre (La escena primitiva puede haberlo vuelto relativamente impotente).
La castración del padre, de aquel que tiene la potencia, en tanto que reacción a la
humillación experimentada, condujo a la construcción de una teoría en la cual el padre
castra al hijo y, además, es inmediatamente adorado por el hijo como un dios. En su
conducta, Fr. juega solamente el rol de dios castrador, no quiere saber nada del momento
traumático de su propia castración en la infancia; es el único que no debe ser analizado.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / Sentimiento de culpabilidad autóctono.
Sentimiento de culpabilidad autóctono.
7 de agosto, 1932. Sentimiento de culpabilidad
autóctono.
Hasta aquí sólo se ha tratado del sentimiento de culpabilidad que se instala en el lugar del
temor al castigo, como institución del Superyo opuesta al resto del Yo y al Ello. Las
observaciones hablan en favor del hecho de que puede instalarse un sentimiento de
culpabilidad opresivo, incluso si no se ha cometido nada contra sí mismo.
Queda abierta la cuestión de saber por qué la evacuación artificial y excesiva de la libido se
manifiesta precisamente por el sentimiento de culpabilidad. Parece que uno se
responsabiliza a sí mismo cuando se perturban funciones del yo nada más que para
procurarse placer. "Ante todo, yo estoy ahí, Yo; es solamente una vez que he sido
satisfecho, incluso ya quizás molesto por un exceso de libido, que puede encararse el gasto
libidinal." Que se falte a esta regla y el yo nos castiga por una especie de strike cumpliendo
sus funciones con displacer y fuerzas reducidas; resulta una hipersensibilidad general que
castiga todo esfuerzo de alguna importancia con fatiga y un sentimiento de dolor.
Pero pasa algo parecido cuando el bombeo de la libido es provocado, no por sí mismo, sino
por otra persona, lo que ocurre muy frecuentemente cuando el entorno es apasionado e
ignora todo sobre la psicología del niño.
El niño recién nacido utiliza toda su libido para su propio crecimiento, y es necesario incluso
darle libido para que pueda crecer normalmente. La vida normal comienza pues por un
amor de objeto pasivo, exclusivo. Los lactantes no aman, es necesario que sean amados.
El segundo estadío de la economía libidinal es -es decir, comienza- cuando el niño se pone
a amarse a sí mismo. (Este estadío es probablemente introducido por las imperfecciones y
las insatisfacciones pasajeras, inevitables, que comporta el hecho de ser amado.) Pero es
igualmente concebible que, cuando el primer período tormentoso del crecimiento cede el
lugar a un período más calmo, las cantidades de libido superflua ya movilizadas comienzan
a buscar un objeto. El primer objeto de amor es entonces el yo. Un acrecentamiento
todavía mayor de la tensión y de las cantidades libidinales, interiormente inutilizables, busca
entonces objetos también en el exterior del yo. Además de ser amado y de amarse a sí
mismo, se puede también introyectar personas o cosas en tanto que objetos de amor.
Ignoramos entonces cuándo, y en qué momento de la evolución, se producen estos
cambios.
Además, el niño se siente intimidado por la amenaza de retiro del amor, incluso por
castigos corporales. Enseguida comienza a dudar de sus propios sentidos o -lo que es más
frecuente- se sustrae a toda la situación conflictual refugiándose en sueños diurnos y
respondiendo en lo sucesivo a las exigencias de la vida despierta a la manera de un
autómata. (Referencias del caso: medio aristocrático; el preceptor: él sólo conoció cinco
casos de niños seducidos.)
El niño precozmente seducido se adapta a esta difícil tarea con la ayuda de una
identificación completa con el agresor. El análisis del caso F. muestra que tal amor de
identificación deja insatisfecho al yo propiamente dicho. En el análisis, la paciente debe
entonces ser reconducida a la época venturosa anterior al trauma y al período de desarrollo
sexual que corresponde a este momento (Balint: Evolution de curactere et renouveau), y
llegar a la comprensión de la conmoción y de sus consecuencias internas, por una parte
partiendo de allí, por otra parte, por el deshilachado del tejido de la superestructura
neurótica, después gradualmente y por accesos, restaurar su capacidad para manifestar
sus propias variedades de libido.
B.: Hace alrededor de un año, a causa de mi insistencia, dolores, estados que evocaban la
agonía, debilidad cardíaca, etc., hasta un punto muy elevado de debilidad corporal. Esto
duró unos ocho días, haciéndose cada vez más amenazante; después emergencia
repentina de este estado, curación completa y prosecución del análisis. Sólo hay algo que
no se produce, o casi no se produce más: la asociación libre. La paciente estaba
terriblemente asustada frente a la posibilidad de recaer en ese estado.
Entonces ella misma expuso la idea de retirarse del mundo, vivir sola e intentar todavía una
vez más superar el temor que tenía. Al mismo tiempo, comenzó a esforzarse seriamente en
la asociación libre, preguntándose qué había podido cambiar para que se sintiera más a la
altura de esta penosa tarea. Ella misma respondió: "A lo largo de este tiempo, mi confianza
en usted se ha reforzado de tal modo que, basada en esto, me he sentido capaz. Espero
que usted me tratará de otro modo ahora, que en otros tiempos de mi enfermedad."
Por otra parte, sabe que estoy a su respecto con disposiciones suficientemente amistosas
para ocuparme de ella en el intervalo, si fuera absolutamente necesario. Dicho de otro
modo: la soledad es soportable sólo si no se siente nunca completamente abandonada; si
se trata de una soledad verdaderamente total, donde incluso no se tiene la esperanza de
ser comprendido y ayudado por el mundo exterior, es insoportable. ¿Pero qué es
verdaderamente lo "insoportable"? Sin duda ninguna otra cosa que continuar viviendo
deformando la realidad de esta existencia interior (psíquica) o exterior.
Tiene recuerdos más o menos oscuros de su primera infancia donde veía frecuentemente a
su padre desnudo cuando se bañaba o en otras circunstancias. Pero por lejos que se
remonte en sus recuerdos más precisos su padre siempre fue de un increíble pudor a su
respecto, hasta aproximadamente los cuatro años donde repentinamente, de buenas a
primeras, le hizo una proposición amorosa. Su comportamiento de entonces proporciona un
sostén poderoso a nuestra hipótesis de la realidad de las fantasías de violación.
Lo que espera ahora de mí, es 1) que dé crédito a la realidad del acontecimiento, 2) ser
tranquilizada con la seguridad de que la tengo por inocente, 3) inocente incluso si confesara
que experimentó una enorme satisfacción en el momento de la agresión y que se consagró
a la admiración de su padre, 4) la certidumbre de que no me dejaré arrastrar a un
movimiento pasional de esta clase.
R.N. Hace alrededor de tres años, descubrimiento de la amnesia, hace dos años
reproducción del trauma terminando cada vez con terribles dolores y una risa loca. Desde
entonces, todos los días, casi sin excepción, una crisis. Yo, ateniéndome estrictamente a la
teoría según la cual la cantidad de las abreacciones terminaría por agotarse y entonces
sobrevendría la curación, continué produciendo las crisis. Las dificultades financieras
conducían necesariamente a la ruptura, pero mi creencia obstinada me hizo continuar,
incluso sin ser pagado. Progreso casi nulo. Sometido a una presión financiera más
importante, necesitando dedicar mi tiempo y mi interés a otras cosas, se agotó mi
paciencia; estábamos a punto de interrumpir la cura cuando se presento una ayuda por un
sesgo inesperado. El debilitamiento de mi disposición a ayudar, hasta entonces infatigable,
fue el principio del "análisis mutuo" (ver más arriba), donde todo lo que hasta allí había
retenido de antipatía, de resistencia a un exceso de sufrimiento, fue reconocido y
reconducido a lo que hay de infantil en mí. Bajo la influencia de este análisis, muchas cosas
en mis relaciones y en mis actitudes cambiaron respecto a todo; pero la simpatía no
alcanzó nunca el grado que B., por ejemplo, llegó a obtener tan fácilmente, quiero decir,
tanto más fácilmente (de hecho, ya bajo la influencia de las cosas aprendidas con R.N.).
La situación analítica, pero sobre todo sus reglas técnicas rígidas, provocan la mayor parte
del tiempo en el paciente un sufrimiento... y en el analista un sentimiento de superioridad
injustificada, con un cierto desprecio por el paciente. Si se agrega la aparente amabilidad,
el interés por los detalles y, eventualmente, la compasión real por un sufrimiento demasiado
fuerte, el paciente se encuentra trabado en un conflicto de ambivalencia casi insoluble del
cual no puede desembarazarse. Se utiliza entonces un incidente cualquiera para dejar
fracasar el análisis por la "resistencia del paciente".
No conocí ningún analista que pudiese declarar su análisis teóricamente terminado (el mío
menos que los otros). En cada análisis, tenemos pues bastantes cosas que aprender sobre
nosotros mismos.
El análisis proporciona a las personas, por otra parte bastante inhibidas ya que la potencia
y la confianza en sí mismas están perturbadas, la ocasión de llegar sin ningún esfuerzo a
estos sentimientos sultánicos que compensan sus insuficientes capacidades de poder
amar. El análisis de este estado conduce, por una desilusión saludable a este respecto, al
despertar de un verdadero interés por los otros. Una vez que se ha vencido de este modo
el narcisismo, bien pronto se adquiere esta simpatía y este amor por los hombres sin los
cuales el análisis no es más que un proceso de corte prolongado.
Pero lo que es importante también es la lentitud y el retraso con los que yo llegué a estas
conclusiones. No hay nada que hacer, debo buscar la causa en mi propia criminalidad
reprimida. Experimento una cierta admiración por el hombre que se atreve a cumplir actos
que yo me prohíbo. Lo admiro incluso por la imprudencia con la que me engaña. La causa
fundamental no puede ser otra que mi temor de estos malhechores; probablemente, en un
momento dado, he sido efectivamente dominado e intimidado por tales individuos.
Es interesante anotar lo que hoy me ha pasado por la cabeza a propósito de este hombre:
pensé que iba a agredirme físicamente y tuve la idea de poner mi pistola en el bolsillo.
Provisoriamente, postergué hasta mañana el arreglo de este asunto, pero estoy decidido a
permanecer firme y, eventualmente, a dejarlo partir. Tengo la impresión de que si cedo me
tomará -como casi todo el mundo- por imbécil, y me explotará. Si permanezco firme, puede
verdaderamente agredirme; ha comenzado a hacer alusiones en el sentido de que ya me
había dado suficiente dinero anteriormente (que no quiere, en consecuencia, pagarme
más), que puede amenazarme de escándalo, despreciarme en mi círculo de amigos, etc.
Todo esto me dejará frío. Quizás intentará entonces, para ablandarme, poner en jugo la
posibilidad de su propio hundimiento, en ese caso le propondré continuar el tratamiento si
acepta mis condiciones. Problema: ¿Cuándo es curable la criminalidad? ¿Qué dosis de
reconocimiento de su propia enfermedad es aquí -como en las psicosis- necesaria?
Trazado más preciso de las fronteras entre fantasía y realidad durante el análisis. (Citar
otros dos casos: el Dr. G. que ha engañado a Freud, y el padre de B.)
La paciente O.S. sufre de obesidad. Los productos adelgazantes más eficaces, tales como
extractos tiroideos, hipofisiarios, diuréticos, mercuriales, no le hacen efecto. No puede
seguir ningún régimen porque si no come bien y mucho se siente agitada. Pero una
profunda depresión (evidencia de la vanidad de todos sus esfuerzos para hacer cambiar a
su respecto la actitud de una amiga que se puede calificar de maníaca) le proporciona la
ocasión de someterse a un ayuno, además del tratamiento médico. Está en tal estado de
vacío afectivo que no le importa nada, tampoco incluso la sensación de hambre. Ahora
ayuna desde hace seis días, bebe todos los días uno o dos pequeños vasos de cognac y
un vaso de naranjada.
La paciente misma evoca el trauma que debió sufrir a la edad de seis semanas, ya que
estando encerrada con su madre, enferma mental, en un hotel durante dos o tres días, no
se supo con seguridad cómo fue tratada por ésta, hasta que fueron descubiertas. Este ha
sido sin duda el momento en que la niña debió pasar por un violento terror, reclamando
alimento; porque probablemente la madre la dejaba hambrienta de modo que, finalmente, la
niña debió agotarse al punto de renunciar incluso a reclamar alimento, de algún modo
experimentando en lo sucesivo sólo la sensación de extinguirse. Incluso si inmediatamente,
una vez reencontrada, fue reanimada y nutrida de la mejor manera posible, parece que no
hubiera aprendido a readaptarse a la vida más que con una parte superficial de su
personalidad y de un modo mas bien automático. Una hermana gemela, digamos de
alrededor de seis semanas, está enterrada en ella, en el mismo estado de petrificación que
aquél en que ella había caído en el momento del trauma. Desvanecida (impotente, incapaz
de toda manifestación motriz) sólo reaccionando en parte por reflejos de huida o pataleos
de defensa, quizás pudiendo todavía ser satisfecha durante cierto tiempo por la mamada;
pero más allá de una cierta duración de la sensación de displacer por la falta de asistencia,
la motilidad y probablemente también el deseo de vivir están completamente extinguidos.
(Véase aquí, la explicación propiamente dicha de la relación entre "erotismo oral" y
depresión, o más exactamente, melancolía; Abraham, Rado.)
Es ésta quizás la ocasión de obtener una percepción de las singularidades tróficas de los
"maníacodepresivos". Esta paciente parece capaz de engordar, en ciertas condiciones, sin
tomar alimento y, supuestamente, sin beber otra cosa que lo que ha sido señalado mas
arriba. Desde que ayuna ha perdido hasta ayer cuatro kilos; sin cambiar nada de su
régimen (ayunar) y a pesar de la ingestión de sus medicamentos, engordó un kilo desde
ayer. Admitiendo que se excluya toda posibilidad de engaño, no se puede descartar que
sea la hermana gemela "biológicamente inconsciente y puramente vegetativa" (quizás
como una planta o un embrión) que, tomando oxígeno, CO2, H2O, en el medio ambiente
(aire) realiza tales aparentes milagros... Aumento de peso de los esquizofrénicos. Sra. SJ.:
el Superyo hace engordar. (El caso S.I. debe ser revisado en función de la teoría de la
hermana gemela.) Durante los días comunes (de la semana), la paciente O.S. siente
agitación, una compulsión a la actividad, pero los días de fiesta, esta salida está también
rigurosamente cerrada, y siente entonces solamente esa tranquilidad totalmente
insoportable que es lo que más teme (¿neurosis de domingo?). La tranquilidad de los días
feriados la obliga, de manera ineluctable, a oír los sonidos internos de la gemela.
B.: Sueño: 1) Un chofer loco hace dar curvas tan cerrrdas al ómnibus completo, que éste
vuelca. La paciente ve el peligro, está sentada cerca de la puerta, sale del vehículo volcado,
todos los otros yacen allí con los miembros mutilados (cubiertos de ropa); por ejemplo, el
pie cortado de un hombre. Al descender sólo siente un pequeño pedazo de vidrio en la
oreja externa. Condensación simbólica de la herida sufrida, de la venganza deseada, del
recuerdo (la rememoración desplazada al despertar, quizás también una vaga percepción
de ruidos penosos, o de sus propias crisis). 2) Físicamente agredida por un hombre,...
(Falta la continuación.).
(El odio inexpresado fija más que la mala educación. La reacción contra ésta es una
bondad exagerada por sentimiento de culpabilidad, que no puede ser eliminada sin ayuda
exterior.)
El remedio, por más lejos que hayan "evolucionado" las cosas, es la auténtica "contrición"
del analista. En cambio, se reacciona habitualmente con la morosidad, el silencio, la
irritación, y el sentimiento de haber querido hacer lo mejor y, sin embargo, hacerse
reprender. Deseo de interrumpir el análisis, y quizás incluso hacerlo.
(Es posible que ningún analista sea suficientemente "perfecto" para poder evitar esta clase
de cosas. Pero si se lo piensa y se lo trabaja suficientemente a tiempo, se acorta
sensiblemente el análisis. Tal vez se sostiene allí la causa fundamental de la duración
infinita de las repeticiones traumáticas (¡durante 6 ú 8 años!) (porque falta el contraste con
el pasado, contraste sin el cual la desdicha del pasado, con ayuda de las asociaciones
actuales con el sufrimiento de la repetición, es siempre sentida como presente, y sin la cual
la rememoración del trauma culmina con el estallido, el reforzamiento del síntoma y la
represión del trauma.)
¿Se puede querer a todo el mundo? ¿No hay límites para esto? El régimen actualmente en
vigor (educación de los niños, actitud apasionada de los adultos) hace difícil para cada uno
prescindir de las simpatías, de las antipatías y de su injusticia. ¿Quizás el carácter de la
humanidad mejorará algún día? (Límite de la capacidad de cambio). La ciencia también es
"apasionada" cuando sólo ve y reconoce los instintos yoicos. Pero la necesidad natural de
compartir los sentimientos de placer después de la saturación normal correspondiente, y el
principio de armonía de la naturaleza no son suficientemente considerados.
Es el odio por el enfermo lo que se oculta detrás de la amabilidad hipócrita del médico. Es
necesario despertarlo y volver a conducirlo a las causas (internas); sólo entonces se puede
ayudar, compartir y comunicar su propio sufrimiento, y compartir el sufrimiento de otro.
Cuando uno mismo está saciado y sin avidez, querer, sentir y actuar bien van de suyo.
EL ORGANO GENITAL no es el órgano con ayuda del cual se libera de los sufrimientos
(¡Reservorio de sufrimientos!), sino el órgano de la comunicación y del compartir la energía
excedente (placer).
El paciente: está en condiciones de perdonar. Haber podido dar el primer paso hacia el
perdón de lo que ha causado el trauma, significa que ha comprendido. El hecho mismo de
que haya sido posible llegar a la comprensión y retornar sobre sí mismo, pone fin a la
misantropía general. Finalmente es posible ver y rememorar el trauma con sentimientos de
perdón y consecuentemente de comprensión. El analista a quien se ha perdonado, goza en
el análisis de lo que le ha sido rehusado en la vida y que ha endurecido su corazón.
Caso G.: Shock repentino (rápido, imprevisto) observando la relación sexual entre los
padres. Lo que le fue dado a ver y a sentir de manera extremadamente repentina (los
padres se pegan, el padre estrangula a la madre, la madre parece completamente de
acuerdo, nadie piensa en mí, no puedo refugiarme junto a nadie, estoy librada a mí misma,
¿pero cómo podría subsistir sola? Comer algo me tranquilizaría pero nadie piensa en mí;
querría gritar pero no me atrevo, es mejor que permanezca muda y oculta si no van a
hacerme algo, los odio a ambos, querría empujarlos -imposible, soy demasiado débil y
además esto sería demasiado peligroso, querría huir pero no sé dónde, querría escupir
toda esta historia como se escupe algo desagradable); todo esto le era insoportable y, sin
embargo, debía soportarlo: esto le fue impuesto. El carácter insoportable de una situación
conduce a un estado psíquico cercano al sueño, donde todo lo que es posible puede ser
transformado de modo onírico, sufrir una deformación alucinatoria positiva o negativa.
Pero una vez que se ha logrado liberarse del displacer psíquico con la ayuda de tal sueño
despierto, se ha instituido un punto débil para todo el porvenir, al cual el yo (las emociones)
regresa fácilmente en el momento en que pasa algo que produce displacer. (Así en nuestra
paciente, en el momento en que la madre abandonó bruscamente la casa y cuando, mucho
más tarde, fue decepcionada por su marido al que amaba locamente.)
Pero el efecto-shock va todavía más lejos en nuestra paciente. Toda su vida afectiva se
había refugiado en la regresión, de modo que en la actualidad no experimentaba ninguna
emoción profundamente; en el fondo, nunca es a ella a quien le ocurren las cosas, ella se
identifica solamente a otras personas. Así, mientras que su vida afectiva desaparece en la
inconciencia y regresa a una pura sensación corporal, la inteligencia liberada de todo
sentimiento realiza un considerable progreso, pero -como ya ha sido dicho- completamente
desprovista de toda emoción, en el sentido de un desempeño de pura adaptación, por el
sesgo de una identificación con los objetos terroríficos. La paciente se volvió terriblemente
inteligente: en lugar de odiar al padre o a la madre, se sumergió tan profundamente con el
pensamiento en los mecanismos psíquicos, los motivos, incluso los sentimientos (con la
ayuda de su saber en cuanto a estos últimos), que llegó a aprehender claramente la
situación en otro momento insoportable, puesto que había dejado de existir en tanto que
ser dotado de sentimientos. El trauma la había reducido a un estado emocionalmente
embrionario, pero al mismo tiempo había adquirido una sabiduría intelectual como un
filósofo comprensivo, completamente objetivo y sin emociones.
Lo que es nuevo en todo este proceso es que al lado de la huida frente a la realidad en
sentido regresivo, hay también una huida hacia lo progresivo, un desarrollo repentino de la
inteligencia, incluso de la clarividencia, en síntesis, una huida hacia adelante, una eclosión
repentina de las posibilidades evolutivas, virtualmente inscriptas, pero hasta ahora
funcionalmente inutilizadas; por decirlo así, un brusco envejecimiento (al mismo tiempo que
la vuelta de las emociones al estado embrionario). Se podría pues pensar que a
continuación del shock, los sentimientos son arrancados de las representaciones y de los
procesos de pensamiento, y ocultados profundamente en el inconsciente, incluso en el
inconsciente corporal, mientras que la inteligencia efectúa por sí misma la huida hacia
adelante descripta más arriba.
A) En la vida.
B) En el análisis.
Caso G.: Un poco fatigado del autoanálisis ininterrumpido, de las quejas incesantes
concernientes a la incapacidad de vivir su propia vida y de la necesidad de identificarse a
los objetos más bien que odiarlos o amarlos, intenté conducir a la paciente, con ayuda de la
asociación libre, a confesarse los sentimientos que podía alimentar en el inconsciente
frente a su padre. El padre, bruscamente abandonado por la madre, volvió hacia la hija sus
demandas afectivas. Se hicieron camaradas. Cuando ella buscó entrar en relaciones
amistosas, quizás un poco teñidas de erotismo, con jóvenes de su edad, el padre le hizo
severas advertencias para que, sobre todo, no se transformase en alguien como su madre.
En el curso de este relato, le hice observar: "En el fondo, era un matrimonio feliz entre su
padre y usted."
Al día siguiente, me doy cuenta de que la paciente ha pasado toda la jornada en una
profunda depresión, muy desesperanzada de mí: "Si tampoco él (yo) puede comprenderme,
¿qué puedo esperar? El también llama a esto un matrimonio feliz, es decir, algo que yo
hubiera querido. En lugar de ver que si de niña yo hubiera podido querer algo semejante en
mi imaginación, nada más lejos de mí que la idea de que esta voluntad o este deseo
verdaderamente se realizaran. Pero me ha sido impuesta esta realidad y se encuentra
cerrado el camino de una evolución normal: en lugar de amar o de odiar, no pude en
adelante más que identificarme." Los sueños de la noche siguiente son característicos: 1)
yo la analizo, pero estoy acostado a su lado en la cama. 2) El Dr. Brill la analiza, se inclina
sobre ella, la besa: por primera vez en su vida ella tiene un principio de orgasmo después
del beso.
Incluir aquí: las sensaciones están presentes en el fragmento astral; lo mismo que con la
anestesia no se puede economizar el dolor, se puede solamente desplazarlo hacia lejanías
infinitas. El fragmento astral ayuda al individuo impulsándolo a la locura. En muchos casos,
no hay ninguna otra posibilidad; es la última, antes de la muerte o el suicidio. Astra produce
también imágenes oníricas y fantasías de felicidad, por ejemplo, concernientes al amante
ideal, y a las relaciones maravillosas entre esposos, mientras que en realidad quizás se
viola cruelmente al niño, dilatando exageradamente sus órganos en la relajación bajo
anestesia, forzando al útero a asumir prematuramente funciones maternales.
El paciente U. se enamora de una dama de cierta edad. Durante las sesiones, habla de ella
en términos injuriosos, pero no puede prescindir de la intimidad con ella. Al mismo tiempo,
tiene relaciones con otras cinco o seis mujeres de las que no hace ningún misterio frente a
esta dama. La dama toma en serio este cortejo y comienza a comportarse como si fuera la
novia de este joven, lo que el paciente no rechaza con suficiente energía. Sin embargo, las
relaciones sexuales con ella son a menudo más satisfactorias que con ninguna otra. El
termina por ponerla en peligro de ser contaminada. Siguen momentos de cólera y de odio
manifiesto por parte de la mujer. Pero aun cuando U. era dolorosamente afectado por estos
ataques, seguía experimentando sentimientos amistosos por ella. Pero enseguida la dama
se ponía a luchar por su amor como si lo hubiera perdonado; se mostraba como apenada y
deprimida por su comportamiento. Cuando esto ocurre, se produce de nuevo un brusco
cambio de los sentimientos de U.: si, anteriormente, estaba un poco triste con la idea de la
separación inevitable y feliz de experimentar sentimientos verdaderos, así como gratitud y
amistad, se siente de nuevo ligado (obligación) y forzado a permanecer con ella. Al mismo
tiempo, se despiertan nuevamente los celos respecto de otro hombre joven.
Este es un ejemplo que muestra que las personas de más edad (adultos), por medio de un
comportamiento que provoque piedad, pueden inducir en un niño un sentimiento de
culpabilidad que lo deje así dependiente y sin recursos, de manera durable, pero además
esta situación puede provocar sentimientos inconscientes de odio, incluso impulsos
criminales. Una parte de estos impulsos podría entonces realizarse efectivamente (falta de
precauciones en caso de peligro de contaminación). Si esto es seguido de castigo y
reprimenda, en lugar de una modificación comprensiva de la situación, se crea en el niño
una nueva fijación por el sentimiento de culpabilidad.
Lo que al niño más le gustaría es ver felices a sus padres, pero si esto no ocurre, se siente
obligado a tomar sobre sus espaldas toda la carga del matrimonio desdichado. Lo que más
le gustaría es jugar, solamente jugar a ser el padre o la madre pero no serlo realmente.
(Nosotros, psicoanalistas, consideramos también, como lo he dicho frecuentemente -ver
más arriba-, la situación infantil muy desde nuestro punto de vista de adultos, y nos
olvidamos de la autoplasticidad de la infancia, y de la naturaleza semejante al sueño. de
toda su existencia psíquica.- Proceso primario.) Los pacientes son como los niños, no se
atreven a contradecir. Es necesario educarlos; algunos están tan asustados que sólo un
nuevo temor puede empujarlos a enojarse.
Sandor Ferenczi / Diario clínico / ¿El rigor del tabú del incesto es la causa de
la fijación al incesto?
¿El rigor del tabú del incesto es la causa de la fijación al incesto?
24 de agosto, 1932. ¿El rigor del tabú del incesto
es la causa de la fijación al incesto?
Familia con un número muy grande de enfermos mentales desde hace alrededor de 300
años, pero gozando de una salud corporal extraordinariamente robusta. Junto con esto, una
tendencia general a la obesidad, en la que incluso los medicamentos más activos no tienen
efecto sino en dosis muy considerables. Todo ocurre como si la robustez corporal quisiera
acumular fuerzas de reserva y mecanismos para el mantenimiento de la vida, incluso para
el caso en que el espíritu estuviera completamente desfalleciente. Comparar con la
obesidad de los paralíticos al comienzo del debilitamiento mental.
Parece no ser suficiente librarse a una confesión general y obtener una absolución global,
los pacientes quieren ver corregidos, uno por uno, todos los sufrimientos que les hemos
causado, castigarnos, y después esperar que no reaccionemos más con el desafío y con un
sentimiento de ofensa, sino con la comprensión, el pesar, incluso un compartir afectuoso de
sus sentimientos. Finalmente debemos (con la ayuda de nuestro propio análisis) hacernos
suficientemente fuertes para, en lo sucesivo, estar inmunizados contra la repetición de tales
faltas. Es en este estadío que el enfermo toma confianza en nosotros y es sólo entonces
que puede, a partir de tener asegurada su posición presente, volver su mirada hacia el
pasado sin repetición de la explosión. Habiendo así merecido la confianza ciega del
paciente, nos es posible ahora presentarle lo que ha vivido durante el trance como realidad,
y poner fin a los automatismos de obediencia organizados sobre el modelo infantil
post-hipnótico, por contra-sugestiones; y evitar al paciente la repetición inútil de
sufrimientos por medio de una determinación real y de la expresión verbal de ésta (proceso
catalítico).
Estar solo. La personalidad infantil, todavía tan poco consolidada, no tiene, por así decir,
ninguna capacidad de existencia si su entorno no la sostiene por todos lados. Sin este
sostén, los mecanismos parciales, psíquicos y orgánicos, divergen y, de algún modo,
explotan; no existe todavía centro del yo con una fuerza digna de ser mencionada que logre
mantener el todo junto, incluso de manera autónoma. Los niños todavía no tienen yo, sólo
tienen Ello y el Ello reacciona todavía con el modelo aloplástico, y no con el modelo motor.
El análisis debería estar en condiciones de procurar al paciente el medio favorable que le
faltó en otro momento para la construcción del yo, y poder así poner fin al estado de
mimetismo que, como un reflejo condicionado, sólo incita a las repeticiones. Por decirlo así,
una nueva incubación y un nuevo despegue. (Si el trauma encuentra un yo ya más
evolucionado, entonces se producirán reacciones de cólera y actitudes de desafío;
criminalidad - U.)
¿Y así como ahora debo reconstituir nuevos glóbulos rojos, debo (si puedo) crearme una
nueva base de personalidad y abandonar como falsa y poco confiable la que tenía hasta
ahora? ¿Tengo aquí la elección entre morir y "reacomodarme" -y esto a la edad de 59
años?
Por otra parte: ¿vivir siempre la vida (la voluntad) de otra persona, tiene algún valor - una
vida así no es ya casi la muerte? ¿Pierdo demasiado si arriesgo esta vida? ¿Chi lo sa?.
La confianza que los alumnos tienen en mí puede darme alguna seguridad; muy
particularmente la confianza de una persona que es a la vez alumno y maestro.
(En este mismo momento recibo algunas líneas personalmente amistosas de Jones.)
(Rosas anunciadas, circular ofrecida). No puedo negar que incluso esto me ha
impresionado agradablemente. En efecto, me sentía también abandonado por los colegas
(Rado, etc.) ya que todos tienen demasiado temor a Freud para, en caso de una disputa
entre Freud y yo, comportarse a mi respecto de manera objetiva, incluso simpatizando
conmigo. En realidad, ya está en curso desde hace mucho tiempo un intercambio más
estrecho de circulares entre Freud, Jones y Eitingon. Soy tratado como un enfermo al que
es necesario cuidar. Mi intervención debe lograr que me reponga, de modo que los
"cuidados" se hagan inútiles.
Registro de pecados
Indignación de la Facultad en el momento que dije: "Los colegas deben cometer errores"
(chiste).
Confesión
Perdón
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(Manera afectada de saludar, exigencia formal de "decir todo", supuesta atención flotante
que no siempre lo es y que ciertamente no es apropiada a las comunicaciones de los
analizantes, plenos de sentimientos cuya expresión les presenta generalmente muchas
dificultades) tiene por efecto: 1) que el paciente se sienta ofendido por la falta o la
insuficiencia del interés; 2) como no quiere pensar mal de nosotros ni considerarnos
desfavorablemente, busca la causa de esta no-reacción en sí mismo, es decir, en la
cualidad de lo que nos ha comunicado; 3) finalmente, duda de la realidad del contenido que
estaba anteriormente tan próximo al sentimiento.
Seguramente, también el comportamiento natural del analista ofrece puntos de ataque para
la resistencia. La consecuencia extrema fue extraída por esa paciente que planteó como
exigencia que también el paciente tuviera el derecho de analizar a su analista. En la mayor
parte de los casos esta exigencia pudo ser satisfecha en la medida que:
Quizás podamos encontrar un acceso al "salto inexplicable en lo corporal" tal como el que
caracteriza a la histeria. Punto de partida: una conferencia del doctor M.B. en la que
distingue erotismo y educabilidad (capacidad de adaptación); las funciones puramente
yoicas (de utilidad) serían no eróticas (respiración-pulsaciones cardíacas). Los órganos en
vías de adaptación (los productos más recientes del desarrollo) son eróticos. La histeria es
la regresión del erotismo a los órganos que antiguamente sólo sirvieron a las funciones del
Yo; se verifica lo mismo en las enfermedades corporales de órgano.
Pero, del mismo modo que fuerzas exteriores muy poderosas pueden hacer estallar incluso
sustancias fuertemente organizadas, por ejemplo, hacer explotar los átomos, mientras se
instala naturalmente la necesidad de un deseo ardiente de nuevo equilibrio, del mismo
modo puede ocurrir en los seres humanos, en ciertas condiciones, que la sustancia
(orgánica, quizás también inorgánica) encuentre y mantenga la cualidad psíquica que no ha
sido utilizada desde tiempos inmemoriales. En otros términos, la capacidad de ser
movilizado por motivos, es decir, el psiquismo, sobrevive también, virtualmente, en las
sustancias y, aunque inactivo en condiciones normales, puede reanimarse en ciertas
condiciones anormales. El hombre es un organismo con órganos diferenciados para las
funciones psíquicas necesarias (trabajo de los nervios y del espíritu). En los momentos de
gran angustia, frente a los cuales el sistema psíquico no está a la altura de la situación, o
cuando estos órganos especiales (nerviosos y psíquicos) son destruidos con violencia, se
despiertan fuerzas psíquicas muy primitivas que son las que intentan controlar la situación
perturbada. En esos momentos en que el sistema psíquico falla, el organismo comienza a
pensar.
Pero cuando las fuerzas primarias intelectuales han sido despertadas, es decir, una vez
que la necesidad de recurrir a ellas se ha presentado, no es fácil hacer desaparecer otra
vez esta función primaria. Expresado en términos psicológicamente comprensibles, esto
significa: es imprudente organizarse en función de lo que es normal y soportable en el
mundo circundante; vale más fiarse de las propias fuerzas primarias, de lo que resulta que
a partir de ese momento, aunque se trate de heridas poco importantes (de naturaleza
corporal y psíquica), ya no se reacciona por medidas aloplásticas del sistema nervioso y del
psiquismo, sino de nuevo por la transformación histérica, autoplástica (formación de
síntomas).
Es posible que un proceso interno complicado, incluso introducido por vía neuro-psíquica
-por ejemplo, en el caso citado más arriba, la tentativa de controlar una situación muy
penosa- sea bruscamente abandonado y resuelto de manera autoplástica, mientras se
produce la regresión de los psiquismos especializados a las fuerzas psíquicas primarias; es
decir, que se encuentra transformado en una modificación de sustancia y se expresa por
medio de esta. El momento del abandono total del control exterior (aloplástico) y de la
instauración de la adaptación interna (en el curso de la que se hace concebible
reconciliarse incluso con la destrucción del Yo, es decir, con la muerte en tanto forma de
adaptación), será experimentada interiormente como un parto (?), una liberación.
Probablemente ese momento signifique para el ser humano el abandono de la
autoconservación para encontrar lugar en un estado de equilibrio superior, quizás universal.
En todo caso, esta línea de pensamiento abre una vía hacia la comprensión de una
inteligencia sorprendente del inconsciente, en esos momentos de gran angustia, peligro de
muerte o agonía. Ver también los casos frecuentemente citados de clarividencia.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / Caso de esquizofrenia progresiva (R.N.)
Caso de esquizofrenia progresiva (R.N.)
12 de enero, 1932. Caso de
esquizofrenia progresiva (R.N.)
(II) A la edad de cinco años, nueva agresión brutal, órganos genitales artificialmente
dilatados, sugestión insistente de mostrarse sumisa respecto a los hombres; administración
de tóxicos estimulantes. Más adelante (quizás bajó el efecto del shock reciente y de la
tentativa de adaptación renovada) rememoración repentina de los sucesos del segundo año
de vida, impulsión al suicidio, probablemente también sentimiento de morir (agonía) antes
de que las acciones sugeridas fuesen realizadas. La enormidad del sufrimiento, la angustia,
la ausencia de esperanza de toda ayuda exterior, impulsan hacia la muerte; pero después
de la pérdida o del abandono del pensamiento consciente, los instintos vitales
organizadores ("orfa") se despiertan, ubicando la locura en el lugar de la muerte. (Estas
mismas fuerzas "órficas" parecen haber estado ya presentes en la época del primer shock.)
El resultado del segundo shock es una nueva "dislocación" de la individualidad. La persona
está constituida en lo sucesivo por los fragmentos siguientes:
Esta parte se comporta como un niño desfalleciente que no sabe nada de sí mismo, que no
hace más que gemir y al que es necesario auxiliar psíquicamente, a veces físicamente. Si
no se hace esto con una creencia total en la realidad del proceso, toda la fuerza persuasiva
y la eficacia del auxilio fallarán. Sin embargo, si el analista tiene esa convicción y, en
consecuencia, los sentimientos de simpatía por la persona que sufre, se puede tener éxito
en conducir, por medio de preguntas prudentes (que la impulsen a pensar), la fuerza de
pensar y la orientación de este ser hasta el punto en que pueda hablar y recordar algo de
las circunstancias del shock.
2) Un ser singular, para quien la conservación de la vida tiene una importancia "coûte au
coûte" (orfa). Este fragmento juega el papel de un ángel guardián, suscita alucinaciones de
cumplimiento de deseos, fantasías de consuelo; anestesia la conciencia y la sensibilidad
contra sensaciones que se hacen intolerables. En el caso del segundo shock, esta parte
maternal sólo pudo ayudar expulsando toda vida psíquica fuera del cuerpo, sufriendo de
manera inhumana.
3) Desde el segundo shock, nos encontramos con una tercera parte sin alma de la persona,
es decir, el cuerpo ahora sin alma, y cuya mutilación no es en absoluto percibida, o es
considerada como algo que le ha ocurrido a otro ser, mirado desde afuera.
(III) El último gran shock vino a golpear a esta persona, ya escindida en tres partes, a la
edad de once años y medio. A pesar de la precariedad de esta tripartición, se estableció
una forma de adaptación a la situación aparentemente insoportable. Estar sometida a la
hipnosis y al abuso sexual se convirtió en el esquema de su vida. Como si la repetición
constante de un ritmo, por penoso que fuera, es decir, la facilitación de una vía, fuera
suficiente para que lo penoso pareciera menos penoso. Pero también el sentimiento
inconsciente de que detrás de la tortura por el adulto se ocultaban intenciones afectuosas,
por deformadas que estuvieran, es decir, la percepción de elementos libidinales aun en el
sadismo. Finalmente, el hecho de que el adulto observe y aprecie las realizaciones de la
niña, etc.: la combinación de estos factores y de otros más, incompletamente revelados
hasta ahora, han podido instaurar un estado de equilibrio, por precario que sea.
Esta erupción, a la manera de una corriente de lava, terminó por una “incineración”
completa, una especie de ausencia de vida. La vida del cuerpo, sin embargo, forzada a la
respiración y a la pulsación, evocó a Orfa que, en su desesperación, también se había
hecho amiga de la muerte, y tuvo éxito, como por milagro, en resucitar a este ser dislocado
hasta los átomos, es decir, crear una suerte de psique artificial para el cuerpo obligado a
vivir. A primera vista, el "individuo" consiste en estas partes: (a) en superficie, un ser
viviente capaz, activo, con un mecanismo bien, incluso demasiado bien ordenado, (b)
detrás de éste, un ser que no quiere saber más nada de la vida, (c) detrás de este Yo
asesinado, las cenizas de la enfermedad mental anterior, reavivadas cada noche por los
fuegos del sufrimiento; (d) la enfermedad misma, como una masa afectiva separada,
inconsciente y sin contenido, resto del ser humano propiamente dicho.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / Análisis mutuo y limites de su aplicación.
Análisis mutuo y limites de su aplicación.
17 de enero, 1932. Análisis mutuo y limites de su
aplicación.
Otro problema que no está todavía resuelto aquí, está ligado al hecho de admitir la
posibilidad de una transferencia positiva. En cualquier caso, admitirlo y discutirlo
constituyen aquí también, en cierta medida, una protección contra su exageración. Toda
clase de secreto, sea de naturaleza positiva o negativa, vuelve al paciente desconfiado;
observa la presencia de afectos a partir de pequeños signos (manera de saludar, apretón
de manos, tono de la voz, grado de vivacidad, etc.), pero no puede evaluar la cantidad y la
importancia: revelarlos con sinceridad le permite tener contra-reacciones y tomar
contramedidas con mayor seguridad.
¿El analista así analizado puede y debe ser totalmente franco desde el comienzo? ¿No
debe considerar en qué medida el paciente es digno de confianza, tener en cuenta su
grado de comprensión y lo que es capaz de soportar? Por el momento, tengo cuidado en
ejercer una cierta prudencia, a saber, no cedo más que en la medida en que aumenta la
capacidad de tolerancia del paciente. Ejemplo: situación financiera desesperada; ya han
cesado todos los pagos; después también se anula la deuda. En una ocasión anterior, una
proposición imprudente: ofrecer ayuda financiera en caso de necesidad. (Seguido poco
después por una oposición interior, ligada al sentimiento: no es necesario dejarse devorar
por el paciente.) Resultado negativo posible: apoyándose en esta promesa, el paciente
descuidó poner en marcha todas las energías y posibilidades reales de las que disponía; al
mismo tiempo, buscó obtener una ayuda material (dinero) en lugar de ayuda analítica. Otro
resultado negativo: irritación interior contra el paciente que éste capta pero no comprende.
Después de una franca discusión, aumento de la confianza, reconocimiento de la
benevolencia manifiesta, deducida su exageración y reforzamiento frente al displacer ya
evocado.
Ahora, algo "metafísico". Muchos pacientes tienen el sentimiento de que una vez alcanzada
esta especie de paz mutua, la libido, liberada de todo conflicto, tendrá, sin otro esfuerzo
intelectual o de explicación, un efecto "curativo". Me piden que no piense demasiado, sino
que simplemente esté allí; que no hable tanto y que no haga esfuerzo; en realidad podría
incluso dormir. Los dos inconscientes se ayudarán mutuamente de esta manera: incluso el
"healer" recibe algo tranquilizante de aquel que cura, y viceversa. Ambos otorgan
importancia a la idea de tomar en un sentido sustancial este flujo mutuo, y no explicarlo
sólo sobre el plano psicológico; ambos tienen representaciones absolutamente idénticas
sobre el hecho de que el odio y la enemistad (en particular en los primeros años de la
infancia) sustraen energía vital a la personalidad e incluso pueden llegar a destruirla
completamente (shock, angustia y sus efectos paralizantes). Al fin de cuenta, la capacidad
de pensar puede ser dañada por tal presión o tales golpes. La psique, fragmentada o
atomizada por el traumatismo, se siente como rodeada de una sustancia adhesiva por el
amor, purificada de toda ambivalencia que fluya hacia ella; los fragmentos se aglomerarán
en unidades más grandes; de hecho, toda la personalidad puede converger en la reunión
(homogeneidad).
Confesión subjetiva: esta libre discusión con los pacientes proporciona al analista una
especie de liberación y de alivio, comparado a las prácticas, por así decir, crispadas y
fatigantes en vigor en la actualidad. Si, por otra parte, logramos conquistar la benevolencia
del paciente que se ha entonces liberado del egoísmo neurótico y ha comprendido la
imposibilidad de pedirnos más, nos sentimos recompensados de nuestras penas: a nuestro
desinterés, responde con su desinterés. Nuestra psique está también más o menos
fragmentada y, en particular, después de haber gastado cantidades considerables de libido
sin que retorne nada, tiene necesidad de tales reembolsos por parte de los pacientes bien
dispuestos, curados o a punto de serlo.
Esta actividad se detiene cuando no llega ninguna perturbación del exterior. Resistencia
(obstinación, incomprensión) a toda agresión, tiempo y espacio determinados por esta
resistencia. El intelecto mismo está fuera del tiempo y del espacio, en consecuencia
supra-individual. "Orfa".
Sueño de R.N.: una ex paciente, la Dra. Gx., fuerza a R.N. a tomar en su boca su seno
marchito. "No es lo que necesito, es demasiado grande, vacío, no tiene leche". La paciente
siente que este fragmento de sueño es una mezcla de contenidos psíquicos inconscientes
del analizado y del analista. Pide al analista que se deje sumergir, eventualmente
adormecerse. En realidad, las asociaciones del analista van en dirección de un suceso de
la primera infancia (una historia de "száraz dajka") a la edad de un año; mientras tanto, la
paciente repite en sueños escenas que representan sucesos horrorosos de la edad de un
año y medio, tres, cinco y once años y medio, y sus interpretaciones. El analista ha sido
capaz, por primera vez, de asociar sentimientos a este suceso originario, y de otorgarle así
al hecho el sentimiento de una experiencia real. Simultáneamente, la paciente logra adquirir
una intuición mucho más penetrante que antes de la realidad de estos sucesos, tan
frecuentemente repetidos de manera intelectual. A su demanda apremiante, la ayudo con
preguntas simples que la fuerzan a pensar. Debo dirigirme a ella como a una paciente de
asilo, llamándola por su nombre de niña y forzándola a admitir la realidad de los hechos a
pesar de su carácter penoso. Es como si dos mitades del alma se completasen para formar
una unidad. Los sentimientos del analista se intrincan con las ideas de la analizada y las
ideas del analista (imágenes de representaciones) con los sentimientos de la analizada. De
este modo, las imágenes que de otra manera permanecerían sin vida, se transforman en
hechos, y las tempestades emocionales sin contenido, se llenan de un contenido
representativo (?).
El resultado combinado de los dos análisis es expresado por la paciente como sigue: "Su
traumatismo más importante ha sido la destrucción de la genitalidad; mi traumatismo fue
peor: he visto mi vida destruida por un loco criminal; mi espíritu destruido por venenos e
incitado al embrutecimiento, mi cuerpo ultrajado por la horrible mutilación en el peor
momento y la exclusión de una sociedad donde nadie creerá en mi inocencia; por último, el
horror de los acontecimientos del último asesinato padecido."
Una vez destruidas estas ilusiones bajo el efecto del análisis mutuo, la paciente se permite,
o está en condiciones de confesarse a sí misma y a mí, los afectos de vehemencia y de
excitación sexual que hasta ese momento no había admitido en su conciencia. Una escena
de excitación furiosa a propósito de un asunto relativamente insignificante (contra las
domésticas) y, por primera vez, reproducción de sensaciones libidinales en la boca y en los
órganos genitales en relación con el hecho traumático. Sin embargo, estos sentimientos
son siempre estrictamente aislados por ella de las personas reprobadas; en el momento de
sentir el vacío del supuesto seno (fellatio), la necesidad de chupar es desplazada sobre los
órganos genitales, pero solamente bajo la forma de un deseo de ser tocada en ese lugar
(aquí, el atributo común, la identidad entre analista y analizante: ambos han sido
conminados a hacer más y a dejar hacer más, sobre el plano sexual, que lo que querían
efectivamente). Mientras que en la realidad se desarrollaban los episodios genitales
reprobados y rechazados, en la parte escindida del psiquismo se desarrolla un fantasma
masturbatorio de contenido maravilloso, que debía ser tanto más perfecto por cuanto las
circunstancias verdaderas, con todos sus indecibles sufrimientos, fueron abominables. De
la misma manera, su partenaire en el análisis mutuo se ofrece la compensación, en su
juventud, de una actividad masturbatoria sin fin, en la cual la particularidad puede ser
apreciada por la eyaculación, usque ad coelum.
¿El objetivo del análisis mutuo no es, quizás, encontrar ese atributo común que se repite en
cada caso de traumatismo infantil? ¿Y el descubrimiento, o la percepción de esto, no es la
condición de la comprensión y del flujo de compasión que cura?
Desde que comienza un análisis pasan años con toda la severidad y reserva posible,
reforzados inútilmente por el deseo de hacer de modo que las diferencias sociales no
cuenten. La paciente, que había venido con la intención de abrirse con toda libertad, quedó
como paralizada, al menos en su comportamiento. Colmada interiormente por los
sentimientos de una transferencia intensísima de la que no deja aparecer nada.
Descongelándose poco a poco, se decidió más tarde a progresar en el sentido de la
confianza, en particular cuando en un momento de gran angustia (problemas de dinero)
encontró en mí ayuda y protección, probablemente también sentimientos. Se produjo
después una tentativa de desplazamiento sobre una tercera persona (R.T.), pero a
continuación de un segundo traumatismo (muerte del hermano), del que también pude
aliviarle el sufrimiento, se resignó finalmente a volver a su familia y a sus deberes. En este
punto, tuve éxito en conducir a la paciente a pasar de su interés exclusivo por los espíritus y
la metafísica -ligado sin embargo a una gran angustia- a un interés dirigido en los dos
sentidos (permaneciendo en buenos términos con los espíritus, pero también capaz y
dispuesta a mostrarse solidaria en la realidad). Lo que parece totalmente ausente, es el
deseo de relaciones sexuales.
I) R.N. (a) Seducción con bellas promesas y excitaciones voluptuosas que impulsan a su
cumplimiento; la percepción repentina de que se está por hacerle mal afirmando que es
"bueno". (Ver el trabajo de la Sociedad Británica de Psicología sobre la manera de educar a
los niños: se persuade al niño que las cosas que tienen buen gusto son malas y que las
cosas desagradables son buenas.) R.N. ha sido obligada a consentir por narcosis. La
narcosis misma es vivida como algo hostil a la vida y rechazada; en realidad, no se puede
ser anestesiado más que por la fuerza, aun cuando se haya consentido conscientemente.
No se renuncia jamás a la voluntad de mantener el control sobre las sensaciones y la
motilidad, fuera de toda influencia de fuerzas exteriores. Se cede a la fuerza pero con
reservatio mentalis.
(X) Mimetismo ¿Cómo es impuesto el color de su medio a una especie animal o vegetal? El
medio en sí mismo (regiones árticas) no saca ningún provecho del hecho de colorear de
blanco la piel del oso: el único que aprovecha esa situación es el oso. Sin embargo,
teóricamente no es imposible que un atributo común superior comprenda a la vez al
individuo y a su medio, por ejemplo que la tendencia general de la naturaleza hacia un
estado de reposo en tanto que principio superior esté perpetuamente trabajando para
nivelar la diferencia entre acumulación de peligro y de displacer. Este principio hace que el
medio ceda al individuo su color y ayuda al individuo a adoptar el color exterior. Un ejemplo
interesante de interacción exitosa entre tendencias yoicas y universales -colectivismo
individual-.
II) ¿Cuál es el contenido del Yo escindido? Ante todo, una tendencia, probablemente la
tendencia a completar la acción interrumpida por el shock. Para hacerlo, no consideración
de la injusticia padecida y afirmación de lo que se considera como justo, por medio de
representaciones de cumplimiento de deseo, durante el día y durante la noche. Dicho de
otro modo, se trata aún de un material de representaciones, pero limitado a una tendencia a
la repetición y a los esfuerzos para encontrar una mejor solución. El contenido del elemento
escindido es pues siempre: desarrollo natural y espontáneo; protesta contra la violencia y la
injusticia; obediencia despectiva, incluso sarcástica, irónica y afectada respecto a la
dominación, sabiendo interiormente que, en realidad, la violencia no ha obtenido nada: no
ha modificado más que las cosas objetivas, las formas de decisión, pero no el Yo en tanto
que tal; autosatisfacción a propósito de esta actuación, sentimiento de ser más grande,
más inteligente que la fuerza brutal, intuición repentina de una coherencia superior de las
leyes de la naturaleza, tratando a la fuerza ciega como una especie de trastorno mental,
aun allí donde esta fuerza triunfa; deseo naciente de curar este trastorno mental. Lo que
nos impacta como megalomanía en la enfermedad mental, bien podría contener este
elemento como nudo real y justificado. El loco tiene una mirada aguda para las locuras de
la humanidad.
Exclamación de alguien que se aburre a muerte: "Everything is lost, except killing". Esto,
junto con las observaciones de esquizofrénicos catatónicos, condujo a suponer que la
catatonia tanto en su forma hipotónica como rígida, protege a la sociedad de una
agresividad enorme. Como en casos más leves, la parálisis histérica localizada encubre
generalmente intenciones de asesinato, de venganza o de castigo; el desvío de toda
actividad motriz es quizás la contrapartida del ataque de epilepsia con sus intenciones
destructivas o autodestructivas.
¿Qué quiere decir aburrirse? Tener que hacer lo que se detesta y no ser capaz de hacer lo
que se quisiera: en todos los casos, una situación de sufrimiento. Los casos se hacen
difíciles y patológicos cuando la persona que se aburre no sabe conscientemente lo que
quiere y lo que no quiere. Ejemplo: un niñito fastidia sin cesar a su madre: "¡Mamá, dame
algo!" -Pero ¿qué?- "No sé." Un sondeo más profundo en los deseos y sentimientos de
displacer del pequeño hubiera aportado esclarecimientos. Una analogía en la poesía
"Petike" de Vörösmarty.
Otra manera de definir estos estados podría ser (como se ha dicho en otra parte): simular
ceder a la fuerza mientras que, al mismo tiempo, inconscientemente, se mantiene una
protesta permanente afirmando su espontaneidad a través de estereotipos y por ensueños
o fantasías conscientes o inconscientes. El hombre impaciente mata aporreando el piano.
Detrás del trabajo aparentemente preciso de una cierta dama, estaban constantemente las
melodías de las que ella no era sino raramente consciente.
La paciente (B.) en la que los antecedentes reconstruidos por vía analítica hacen suponer,
con gran certidumbre, una violación incestuosa, tenía el hábito de producir en un estadío
bastante precoz de su análisis abreacciones catárticas casi alucinatorias de sucesos
traumatógenos reprimidos. (En realidad, desde la primera sesión, introducida por el "sueño
del huevo" hay una reproducción completa de sensaciones: incluso el olor del alcohol y del
tabaco en la boca del agresor, torsión violenta de manos y muñecas, sensación de sacarse
de encima (con las palmas) el peso de un cuerpo enorme ubicado sobre ella, después
sensación de peso sobre el pecho, obstrucción de la respiración por las vestimentas,
sofocación, apertura forzada violenta (abducción) de los miembros inferiores, sensación
extremadamente dolorosa en el abdomen con un ritmo manifiesto, sensación de leakage,
finalmente sensación de estar extendida como clavada al suelo, hemorragia incesante,
visión de una cara de mirada maligna, después sólo visión de las piernas enormes de un
hombre arreglando su ropa y dejándola allí extendida. (Historia anterior: invitada a ir a una
pieza alejada, un atelier, huir corriendo, aterrorizada, ser atrapada en el jardín.) A pesar de
la intensidad y la fuerza emocional de la experiencia catártica, enseguida, o
inmediatamente después, sentimiento de irrealidad de todo el asunto. (Interpretación:
sentimientos de inverosimilitud, estado doloroso, temor de las consecuencias [aflicción de la
madre, suicidio del padre, embarazo, vergüenza, temor de parir], y por esta razón, todo
esto no es verdad.) Una vaga impresión: 1) arreglarse en un baño; 2) ser reconfortada por
su niñera.
En el curso ulterior del análisis, largos períodos de desconfianza extrema y de resistencia a
mi respecto. Sesiones enteras transcurren entre acusaciones y sospechas. (Trampa
-financiera y sexual-, pereza, lentitud, a veces, quizás por las mismas razones, mejorías
seguidas de recaídas.)
Como le repetí todo lo que me había dicho en el contexto precitado, la sensación de frío
generalizado de su cuerpo aumentó repentinamente y, a mi insistencia, me habló de toda
clase de parestesias. Aparte del frío, no sentía más que la opresión sobre sus dos muñecas
en la posición retorcida que ha sido expuesta anteriormente. Un rasgo sorprendente era la
hiperestesia de la cabeza, que ya había observado ocasionalmente. El más ligero roce, aun
una sacudida impresa al diván, era sentido como increíblemente doloroso. De cada lado de
su tórax sentía una presión, como el apretón de dos codos. Repentinamente, conmoción
total de la parte superior de su cuerpo, y refiriéndose a la parte inferior dice: ¡sé que hay allí
un dolor pero no puedo sentirlo! Hiperestesia de la parte superior del cuerpo,
experimentalmente constatable (probablemente con hipoestesia de la mitad inferior; esto,
sin embargo, no ha sido controlado). Después de haber explicado la represión de todas las
sensaciones hacia arriba, y después de haber predicho que la toma de conciencia de las
conexiones permitiría ahora el reflujo de la excitación a la zona de origen real (utilicé la
comparación siguiente: oprimo sus sensaciones de lo alto hacia lo bajo como se oprime
una esponja), comenzó repentinamente a experimentar dolores violentos en la zona genital.
El desplazamiento hacia lo alto de las reacciones a la excitación le permite desembarazarse
del temor de que los hechos no sean reales. Los golpes de cabeza en el colchón, las
melodías sin fin, la cefalea, que son el resultado de todo esto, desplazan el dolor hacia una
zona más anodina. El dolor proporciona de este modo un relativo alivio del dolor cuando su
localización es desplazada sobre una parte del cuerpo moralmente menos significativa y
seguramente no real. Hay allí una fuente importante del masoquismo: el dolor como
atenuación de otros dolores más grandes.
Se podría creer que la repetición infinita en análisis de la experiencia traumática, que tan
pronto pone el acento sobre uno como sobre otro factor, desemboca finalmente en la
construcción de una imagen completa, a la manera de un mosaico. En realidad, es lo que
ocurre, pero solamente con el sentimiento de una reconstrucción especulativa, y no con la
firme convicción de la realidad de los hechos. "Algo" debe agregarse para transformar la
coherencia intelectual de lo posible o de lo probable, en una cohesión más sólida de
realidad necesaria, incluso evidente.
Hasta ahora, he encontrado solamente dos factores, o mas bien fragmentos de explicación,
para identificar ese "algo". Pareciera que los pacientes no pueden creer, o no
completamente, en la realidad de un suceso, si el analista, único testigo de lo que ha
pasado, mantiene su actitud fría, sin afecto y, como a los pacientes les gusta decir,
puramente intelectual, mientras que los sucesos son de tal naturaleza que deben evocar en
toda persona presente sentimientos y reacciones de rebelión, de angustia, de terror, de
venganza, de duelo e intenciones de ofrecer una ayuda rápida para eliminar o destruir la
causa o el responsable; y como se trata en general de un niño, de un niño herido (pero
incluso independientemente de esto), hay sentimientos de querer reconfortarlo
afectuosamente, etc., etc. Así, se está frente a la opción de tomar verdaderamente en serio
el rol en el que uno se pone en tanto observador benevolente y compasivo, es decir, que se
es al fin de cuentas transportado con el paciente a este período de su pasado (una manera
de actuar vedada, sobre la cual Freud me había puesto en guardia) con el resultado de que
nosotros mismos como el paciente creamos en esta realidad, es decir, en una realidad
existente en el presente y no momentáneamente transpuesta en el pasado. La objeción a
esta actitud podría ser la siguiente: claro, nosotros sabemos que la cosa en cuestión, en la
medida en que es verdadera, no tiene lugar actualmente.
Somos pues deshonestos si permitimos que los sucesos sean escenificados en una forma
dramática, actuando nosotros mismos en el drama. Sin embargo, si adoptamos este punto
de vista e intentamos desde el principio presentar los hechos al paciente como imágenes
mnémicas, y no de la realidad presente, él puede seguir nuestra línea de pensamiento, pero
queda acorralado en la esfera intelectual y no alcanza el sentimiento de convicción. "No
puede ser verdad que todo esto me haya ocurrido, si no alguien hubiera venido en mi
ayuda", y el paciente prefiere dudar de la justeza de su juicio antes que creer en la frialdad
de nuestros sentimientos, nuestra falta de inteligencia, en síntesis, nuestra estupidez y
nuestra malignidad.
Los procesos psíquicos que siguen al despertar del traumatismo son análogos.
Inmediatamente después de los acontecimientos (más frecuentemente en la infancia), la
víctima del shock hubiera podido todavía ser socorrida. La persona shockeada está tan
confusa intelectualmente que no puede decir nada preciso respecto a los acontecimientos
(evocar aquí la comparación con la amnesia retroactiva, después de una conmoción
cerebral). Una persona que se ha paralizado así en su actividad de pensamiento debe ser
incitada al trabajo de pensamiento conectándola con las imágenes mnémicas vagas,
débiles, o con fragmentos de estas. (Acá se podría contar con más detalle cómo R.N.
despierta de su estado brumoso cuando se le solicita algo más que el esfuerzo mental más
simple.)
Parece que en este punto del análisis se repite algo de la historia pasada. En la mayor
parte de los casos de traumatismo infantil, los padres no han tenido ningún interés en
grabar los incidentes en el espíritu del niño, al contrario, la terapéutica de la represión es la
más frecuentemente practicada. "No es nada en absoluto"; "no ha ocurrido nada"; "no lo
pienses más"; “katonadolog" ; pero jamás se dice nada de estas cosas despreciables (por
ejemplo sexuales). Estas cosas simplemente son recubiertas por un silencio de muerte, las
ligeras alusiones del niño no son tomadas en cuenta, incluso rechazadas como
incongruentes, y esto con el total consenso de todo su medio y de modo tan sistemático
que, frente a esto, el niño cede y no puede mantener su propio juicio.
Al analista no le queda más que reconocer sus verdaderos sentimientos frente al paciente
y, por ejemplo, admitir que, cargado de dificultades personales, le es frecuentemente difícil
interesarse en lo que dice el paciente. Otras confesiones: el médico exagera sus
sentimientos amistosos, sonríe gentilmente y piensa: "que el diablo te lleve, me has
importunado en mi siesta", o bien: "he dormido mal hoy, tengo trastornos digestivos"; e
incluso: "la resistencia de este paciente es verdaderamente insoportable, me gustaría
echado". Es necesario, seguramente, plantear en principio que el paciente pueda tener este
género de sospechas. Pero parece que muchos de ellos no se contentan con saber lo que
es posible, quieren saber cuál es la verdad. Puede ocurrir también que el paciente tuviera la
idea -o debe ser alentado a tenerla- que una parte de las dificultades para ponernos en su
lugar y nuestro displacer o nuestra incapacidad para ser verdaderamente espectadores de
este drama, estuviesen provocados por complejos no resueltos, incontrolados, o
completamente inconscientes, que subsisten en el analista.
En realidad, como analistas debemos reconocer que somos deudores de la agudeza de la
mirada crítica de nuestros pacientes, sobre todo cuando la provocamos para percibir mejor
las particularidades o puntos débiles de nuestro propio carácter. No conozco ningún caso
de análisis de formación, comprendido el mío, que sea suficientemente completo para que
tales correcciones, en la vida o en el curso del trabajo, resulten completamente inútiles. La
única cuestión es saber hasta dónde puede y debe llegar tal "análisis mutuo".
Seguramente, queda la sospecha de que el paciente quiera aprovechar esta ocasión para
distraer la atención de sí mismo y poner en tela de juicio, de un modo paranoide, complejos
del analista; el paciente hace de doctor y convierte al analista en paciente. Pero incluso
esto no puede ser descartado sin discusión. (a) Aun en un caso de paranoia, es necesario
buscar el grano de verdad oculto en toda idea delirante. (b) No se debe descartar la idea de
que el hábito de los analistas de buscar siempre los obstáculos en la resistencia de los
pacientes, de un modo paranoide, de alguna manera delirante, no sea practicado
equivocadamente, a los fines de la proyección o para negar sus propios complejos.
Objeción evidente: no se puede hacerse analizar por cada paciente. Lo que yo puedo
responder a esta objeción, si es que puedo responder, queda en suspenso; la cuestión es:
¿hay casos especiales en que no se puede alcanzar nada sin tal profundización de la
situación analítica?
2) Después de la eliminación de los obstáculos del lado del analista, que hacen aparecer de
manera más visible los límites de la ayuda aportada, el paciente se ve forzado a buscar
otros medios de existencia; pero estos no pueden ser alcanzados más que por el camino
de una verdadera curación. La voluntad de curar, es decir, la voluntad de reconocer lo que
la realidad tiene de penosa (aun en el pasado) fue sostenida soportando la desilusión
proveniente del analista y, sin embargo, aceptando amigablemente y sin obstinación lo que
puede ser verdaderamente realizado; esto conduce a análogas modificaciones de
investimiento en el material mnémico, hasta entonces inconsciente en tanto que
insoportable (después de la aparición de las sobreactuaciones exageradas de parte del
analista, se dedica la mayor parte del tiempo a descontar la parte de exageración de los
sentimientos de transferencia, y a afirmar los desagrados de toda clase que nunca habían
podido ser formulados). El resultado final del análisis de la transferencia y de la
contratransferencia puede muy bien ser el establecimiento de una atmósfera de
benevolencia no pasional, tal como la que pudo existir antes del traumatismo. Después de
estas generalidades, es necesario intentar aplicar a cada caso particular la comparación del
"estancamiento catártico".
1) El paciente impulsa a que se haga el análisis del analista, ya que siente que hay
obstáculos en él que hacen imposible alcanzar esta libertad interior de la libido, sin la cual
los fragmentos ya cien veces reconstruidos analíticamente no serán jamás soldados en una
unidad; en particular, inmediatamente después de la reproducción catártica, desgarra su
contenido en sentir y ver (saber), separados el uno del otro, sin lograr nunca mas que una
reunificación momentánea.
3) El análisis parece enredarse en este dilema; el único punto que se ofrece para una
posición de repliegue es que el analista manifieste su pesar por este resultado y
comprenda, a partir de su propia experiencia, que si se quiere que el proceso encuentre
otro resultado que el que lo originó, es necesario ofrecerle a quien ha sufrido un ataque
traumático algo en la realidad, al menos tanta solicitud o la intención real de otorgaría,
como la que un niño, duramente golpeado por un traumatismo, debe recibir. Es verdad
también que el niño así golpeado exige en compensación, y como contrapeso del
sufrimiento, enormes cantidades y cualidades de amor. Si no se le ofrece esto, permanece
en un sufrimiento mudo y arrogante, y si no hay allí al menos un ser humano al que se
pueda abrir, planea entonces en una soledad majestuosa por encima de las circunstancias,
mientras que en los síntomas, pesadillas, etc., y en los estados de trance, los procesos de
sufrimiento se desarrollan sin dejar el menor trazo de convicción.
4) Paralelamente, se presenta un segundo caso de inmersión espontánea en estado de
trance, de manera más tremenda y peligrosa (palidez mortal, respiración casi únicamente
superficial, ojos en blanco, etc.). Lo más penoso es al fin de la sesión cuando me veo
obligado a dejar a la paciente en este estado, con algunas breves palabras de despedida, o
bien impulsarla a partir, o bien permitirle que se quede extendida algunos minutos, sola. En
la última de estas ocasiones, ella dice: "You could at least tell me that I am a good girl", lo
que hago efectivamente. Acá también, entonces, demanda apremiante de ternura (la
paciente precedentemente citada me dijo el día anterior que yo habría podido al menos, por
un momento, acordarle la posibilidad de volver a ser de nuevo la analizada, para endulzar
un poco el anuncio de la orientación de la libido en otra dirección, fuente de una terrible
conmoción. Los dos casos tienen, además, en común: (a) la arrogancia indispensable en
relación con este desempeño casi sobrehumano; (b) sentimientos de explosión en el
universo, con imágenes de constelaciones extremadamente luminosas; en el primer caso,
imágenes, y palabras de tipo alucinatorio, sin lazo aparente, tales como: "I am an universal
egg", es decir, que es el centro del mundo y que ha incluido en ella todo el universo.
Naturalmente, uno podrá decir que esto es megalomanía; pero sobre eso el paciente dice
que quien no ha pasado por esto no sabe cuánta razón tienen los locos y cuán limitadas
son las gentes razonables. En todo caso es indicado, si se quiere comprender algo de las
enfermedades mentales y del shock traumático, no esgrimir tan rápido el arma racionalista
contra tales afirmaciones, sino mas bien pensar en el pequeño grano de verdad de que es
justamente portador de manera casi mediúmnica, este enfermo mental de hipersensibilidad
dirigida hacia el exterior.
De este modo, me informé del desarrollo de lo que había vivido mientras estaba en ese
estado de ausencia, acompañado de signos de sufrimiento. Indicó que su respiración
disminuía cada vez más, que su pensamiento no tenía absolutamente ningún contenido,
que no sentía más que una enorme confusión, violentos dolores de cabeza en la región de
la nuca (esta misma localización ha sido ya indicada anteriormente por ella y por otros
pacientes en trance). El menor ruido, el más leve roce parecían en ese momento
insoportables, sin que la paciente pudiera indicar por qué. Interrogada sobre las emociones
que experimentaba en este estado, respondió: "Una cólera inconmensurable, un furor
inexpresable, ¡matar, nada más que matar, matar!" (De entrada parecería que a mi, puesto
que yo era quien perturbaba su tranquilidad.) Respuesta de mi parte: "Como usted no
puede decir nada de la causa de la ira y de la cólera, debemos limitarnos a suponer que
impresiones que vienen del exterior son conservadas en el inconsciente y reproducidas,
impresiones que corresponden a ese quantum y a esa calidad de reacciones emotivas. Es
necesario suponer que lo que usted no quiere ni sentir, ni saber, ni recordar, es aún peor
que los síntomas en los que busca refugio". Los sufrimientos neuróticos son relativamente
menos dolorosos que los del cuerpo y del alma que ellos nos ahorran; en todo caso, la
experiencia, que debo al azar, es una incitación a repetirlos deliberadamente.
¿Pero los procesos ligados a los objetos, despojados del sentimiento subjetivo, son
también registrados de alguna manera y susceptibles de ser reanimados? De la respuesta
a esta cuestión va a depender si, en la repetición, el traumatismo estará efectivamente
disponible como acontecimiento vivido o bien como recuerdo. Se puede insertar aquí la
broma a propósito del deudor que responde a las invectivas de su acreedor en el teléfono
con esta exclamación: "¡Qué maravillosa invención que es el teléfono! Se oye cada
palabra". Indicación importante: es necesario no dejarse imponer por el sufrimiento, es
decir, no interrumpirlo prematuramente; ver también mis experiencias a propósito de la
epilepsia.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / A propósito de la "afirmación del displacer"
A propósito de la "afirmación del displacer"
14 de febrero, 1932. A propósito de la "afirmación
del displacer"
Cuanto más fuerte y destructivo el sufrimiento y quizás también cuanto más precozmente
ha sido sufrido, determinando una orientación, tanto más grande debe ser el círculo de
intereses a trazar alrededor del centro del sufrimiento para que sea sentido como rico de
sentido, incluso naturalmente necesario. Por ejemplo (para anticipar lo más improbable): un
niño sin defensa es maltratado, digamos, por el hambre. ¿Qué pasa cuando el sufrimiento
aumenta y supera la fuerza de comprensión del pequeño ser? El uso común caracteriza lo
que ocurre con la expresión: "el niño está fuera de sí". Los síntomas de "estar-fuera-de-sí"
(vistos desde el exterior) son: ausencia de reacción desde el punto de vista de la
sensibilidad, calambres musculares generalizados, seguidos frecuentemente de parálisis
generalizada ("haber partido"). Si creo en las declaraciones de mis pacientes que me
cuentan tales estados, y bien, este "haber partido" no es forzosamente un no-ser, sino
solamente un "no-estar-allí". Pero entonces, ¿estar dónde? Nos enteramos de que han
partido lejos en el universo, vuelan con una rapidez enorme entre los astros, se sienten tan
delgados que pasan, sin encontrar obstáculos, a través de las sustancias más densas; allí
donde están no hay tiempo; pasado, presente y futuro se les vuelve presente al mismo
tiempo, en una palabra, tienen la impresión de haber superado el espacio y el tiempo. Visto
desde esta gigantesca y vasta perspectiva, la importancia del sufrimiento propio
desaparece, e incluso se abre una comprensión satisfactoria de la necesidad, para cada
uno, de sobrellevar el sufrimiento cuando las fuerzas naturales, luchando y oponiéndose
unas a las otras, se encuentran justamente en su persona. Después de tal excursión en el
universo, el interés puede retornar hacia el propio yo, incluso quizás con una comprensión
reforzada; el sufrimiento así "superado" los hace más sabios y más pacientes.
Es verdad que esta sabiduría y esta paciencia pueden, quizás cuando el sufrimiento ha sido
demasiado fuerte y el distanciamiento en relación al yo demasiado enorme, pasar
exteriormente por una restricción considerable de la calidad emocional de la vida en
general. Después de una desilusión desmesurada, la mayor parte del interés queda
suspendido en otro mundo, y el fragmento restante sólo alcanza para vivir una vida de
rutina. ¿Qué aporta el análisis en tales casos? En mi experiencia, después que se ha
establecido una verdadera confianza en la capacidad del analista para comprender todo, se
produce una inmersión en los diferentes estados de ese "estar-fuera-de-sí", "haber-partido"
fuera del tiempo y fuera del espacio, saberlo todo, visión a distancia y actuar a distancia, y
esto en una sucesión incoherente e intermitente de imágenes, alucinaciones, lo que se
podría caracterizar como una psicosis alucinatoria. Si no se tiene temor de este diagnóstico,
e incluso si se intenta llevar a los pacientes a reconciliarse con las imágenes hasta
entonces terroríficas (S.I.) y si, en esta ocasión, no rechazamos a priori la posibilidad de la
realidad, psíquica u otra, de sus observaciones, y bien, en recompensa, recibimos el retomo
parcial del interés por la realidad ordinaria y, en la mayor parte de los casos, incluso una
tendencia pronunciada a ayudarme a mi mismo tanto como a otros que sufren, impulsando
al optimismo. La tendencia a la creación de sus propias cosmogonías tan corriente en los
esquizofrénicos que parece frecuentemente fantástica, es una tentativa parcial de insertar
su propio sufrimiento "imposible" en esta unidad mayor.
La diferencia entre aquel que sufre y el filósofo sería entonces que el que sufre está en total
rebelión contra la realidad específica penosa; lo que llamamos dolor no es quizás otra cosa
que tal rebelión. Los fisiologistas y los médicos dicen que el dolor es útil como señal de
alarma que anuncia un peligro. Uno puede preguntarse si la sujeción hipocondríaca al
dolor, es decir, a la rebelión contra la perturbación no es más bien un obstáculo en la vía de
la adaptación (La frase de Coué: "no hay enfermedad, estoy mejor cada día" como la
negación de la enfermedad por Baker Eddy, quizás es eficaz, si realmente lo es, por el
hecho de que detrás se oculta una especie de adhesión benevolente a la enfermedad). En
lugar de decir: "no hay enfermedad", he encontrado que el consejo de no combatir el dolor,
e incluso de dejarlo agotarse, se mostró eficaz en ciertas ocasiones. (Analogía con la
ausencia de mareo cuando mi voluntad se pone de acuerdo con la del barco.) En todo esto
permanece sin solución, es decir, sin respuesta, la cuestión de saber en qué medida
aquellos que "se han vuelto locos" ("Verrucktsein") de dolor, es decir, aquellos que se han
"desplazado" ("Verrucken") del punto de vista egocéntrico habitual, son puestos por su
situación particular en posición de captar algo de esa parte de la realidad inmaterial que es
inaccesible a nosotros, materialistas. Es allí que debe entrar en juego la investigación en la
dirección del supuesto ocultismo. Los casos de transmisión de pensamiento en el curso de
análisis de personas que sufren son extraordinariamente numerosos. A veces se tiene la
impresión de que la realidad de tales procesos tropieza en nosotros, materialistas, con
fuertes resistencias emocionales; las miradas que lanzamos sobre esto tienen tendencia a
deshacerse como el tapiz de Penélope o como el tejido de nuestros sueños.
Es posible que estemos allí frente a una cuarta "herida narcisística", a saber, que incluso la
inteligencia de la que estamos tan orgullosos, aun siendo analistas, no es nuestra
propiedad sino que debe ser renovada o regenerada por un derrame rítmico del yo en el
universo que es el único omnisciente y, por este hecho, inteligente. Pero sobre esta materia
volveré en otra oportunidad.
1) Discreción. Si el análisis quiere ser correcto, los secretos de otros pacientes deben ser
comunicados por el analista al analizante que lo analiza. Pero esto tropieza con obstáculos
éticos y lógicos. Los pacientes no saben que yo, en tanto analista, me hago analizar (y por
un paciente). Esto debería pues, en realidad, ser comunicado a mis otros pacientes, lo que,
en verdad, perturbaría considerablemente su ánimo de comunicar y su confianza total y
serena. Sería como un análisis con todas las puertas abiertas. Esta situación confusa se
presenta como particularmente difícil cuando los dos analizantes se conocen, en particular
cuando aquél por el que me hago analizar tiene particularidades neuróticas y debilidades de
carácter que lo hacen aparecer inferior a los ojos del mundo. (Aunque a pesar de estos
defectos más o menos grandes, debo reconocer su capacidad de encontrar en mí algo
nuevo, desde el punto de vista analítico). Una salida a esta situación inextricable: no
hacerse analizar completamente por ninguno de los pacientes, sino sólo en la medida en
que (a) el paciente tenga necesidad, (b) esté capacitado para esa situación.
Con este análisis "polígamo" que corresponde aproximadamente al análisis de grupo de los
colegas americanos (aunque no se conduzca en grupo) se presenta la ventaja de un cierto
control recíproco de los diferentes análisis. Al mismo tiempo protege contra la influencia
demasiado grande de un solo paciente. Sin embargo, la agudeza de espíritu de alguno de
estos analistas mutuos puede llegar a atravesar un día esta diplomacia: "Esto no va a llegar
muy lejos en el inconsciente, si usted pone tales obstáculos artificiales en el camino de la
transferencia. ¿Qué pensaría usted de mí, si yo me pusiese a elegir además de usted a un
segundo analista? Quizá pensaría que con esta táctica querría protegerme de una
verdadera comprensión. Usted debe elegir. (Evidentemente él piensa que se trata del
único). ¿Y no es una debilidad de carácter analítico particular en usted, que no pueda
guardarse ningún secreto, que se vea obligado a pregonar esta relación analítica, que
tenga remordimientos como si hubiera dado un mal paso, y que tenga necesidad de correr
hacia la madre o la esposa como un niño pequeño o un marido sometido, para confesarlo
todo y recibir el perdón?
En realidad, puedo exponer hoy tres análisis que se entrecruzan en este aspecto. Sólo un
paciente toma la cosa en serio, incluso demasiado en serio, y se desespera cuando no
tomo completamente en serio la siguiente proposición: (a) creencia verdadera en los
obstáculos causados por mis propios complejos. (b) Esperanza, ya expresada en otro
momento, de encontrar en mí, una vez superadas las resistencias, al salvador esperado. (c)
Tentativa de desplazar el acento de él a mí. La situación analítica crea un límite específico a
esta especie de mutualidad cuando, por ejemplo, dejo al paciente vivir algo de manera
programada, sin comunicárselo previamente. Vale preguntarse, por ejemplo, si se puede
decir al paciente, sin perjuicio para la continuidad del análisis, que lo torturo y lo dejo sufrir
expresamente, que ni mi bondad ni mi dinero van a ir en su ayuda, para llevarlo, primero a
desarraigarse de la transferencia, segundo, a abandonar el punto de vista de que, tarde o
temprano, el sufrimiento le procurará ayuda y compasión; tercero, que la angustia revela
recursos de energía latente. ¿Se puede y se debe comunicar esto tan abiertamente y jugar
verdaderamente estas cartas sobre la mesa? De entrada, quiero responder que no, pero
veo la enormidad de dificultades que pueden resultar de ello.
Las experiencias que he reunido a lo largo del tiempo me hacen presentir que no sirve de
nada, o no de gran cosa, testimoniar al paciente más amistad que la que realmente
experimentamos. Discretas y casi imperceptibles diferencias en el apretón de manos,
ausencia de coloración o de interés en la voz, la disposición de nuestra prontitud o nuestra
inercia en la manera de seguir lo que se está produciendo, o de reaccionar a ello, todo esto
y centenares de otros signos, dejan adivinar al paciente mucho de nuestro humor y de
nuestros sentimientos. Algunos afirman con gran seguridad que perciben también nuestros
pensamientos y sentimientos, independientemente de todo signo exterior e incluso a
distancia.
(b) Una paciente se sintió todavía más honrada cuando, después de años de amistad y de
análisis, me autoricé por primera vez a hacer uso del W.C. en su casa. Esto planteó la
cuestión de mi capacidad de relajación en general; en efecto, todo esto había sido
considerablemente limitado en mi temprana infancia, por el tratamiento terriblemente brutal
de una gobernanta motivado por la falta de higiene anal, lo que me causó una tendencia
exagerada a prestar atención a las consideraciones y deseos de otras personas, a
complacerías o disgustarlas, tendencia subrayada ocasionalmente por un acto fallido
violento; por ejemplo, derramar el café, el agua, caerme de manera ridícula, descuidar mi
aseo, etc.
Quizás fuera necesario insertar aquí la espinosa cuestión de la relajación no solamente del
pensamiento, sino también del comportamiento (como dormirse y utilizar los W.C.).
Es necesario haber avanzado mucho en el análisis con un paciente, haber adquirido mucha
confianza en su criterio, antes de permitirse un cierto número de cosas a este respecto (Ver
mas arriba). Se debe estar seguro, por ejemplo, de que el paciente no nos querrá ver
muertos si hacemos un pequeño sueño, o bien que ha superado ampliamente la
proscripción convencional de las funciones primitivas del cuerpo. Por otra parte, se debe
estar perfectamente seguro de no hacer nada en el curso de la relajación que pudiera
dañar al paciente, e indirectamente a uno mismo. Se perfila entonces la imagen de un fin
de análisis exitoso, que podría recordar de algún modo a la despedida de dos alegres
camaradas que, después de años de duro trabajo, se encuentran siendo amigos, pero
deben admitir, sin escenas trágicas, que la camaradería de la escuela no es la vida y que
cada uno se debe desarrollar en el futuro según sus propios proyectos. También así se
podría representar el resultado feliz de la relación padres-niños.
Pregunta: ¿todo este proyecto de mutualidad no ha sido concebido con el único objetivo de
hacer surgir algo que el paciente suponía en mí y sentía rechazado? ¿No fue un antídoto
inconscientemente buscado contra las mentiras hipnóticas del tiempo de la infancia? Plena
comprensión de los recovecos más profundos de mi espíritu, con desprecio de todas las
convenciones, incluso las de la bondad y las consideraciones.
En otro caso, no sobrevino ninguna convicción, incluso después de meses de repetición del
traumatismo. La paciente dice, muy pesimista: jamás le será posible al médico sentir
verdaderamente como yo misma los acontecimientos que atravieso y que siento. No puede
pues seguir las motivaciones intelectuales "psicofísicas" y participar en la experiencia.
Respondo: salvo cuando me sumerjo con ella en su inconsciente con la ayuda de mis
propios complejos traumáticos. La paciente admite esto, pero experimenta una
desconfianza justificada respecto de tal proceder místico.
Pero justamente, la relajación total que se establece por el abandono de sí puede crear
circunstancias más favorables para poder soportar la violencia. (Los órganos, los tejidos se
hacen más extensibles, los huesos más flexibles, sin romperse, en una persona
desvanecida que no se opone a la violencia, que en una persona en estado de alarma. Por
ejemplo, rareza relativa de heridas graves en las personas ebrias.) Aquel que ha
"entregado el alma" sobrevive pues corporalmente a la "muerte" y comienza a revivir con
una parte de su energía; incluso la unidad con la personalidad pre-traumática es de este
modo restablecida con éxito, acompañada es verdad, la mayor parte del tiempo, de pérdida
de memoria y de amnesia retroactiva de duración variable. Pero justamente, este fragmento
amnésico es, en realidad, una parte de la persona que está todavía "muerta" o que se
encuentra continuamente en la agonía de la angustia.
Tarea del análisis: hacer desaparecer esta escisión; pero surge allí un dilema. Si se
considera este suceso reconstruyéndolo por su propio pensamiento, incluso aún si se llega
a la necesidad de pensarlo, esto quiere decir que se ha seguido manteniendo una escisión
entre una parte destruida y una parte que ve la destrucción. Si el paciente hace una
inmersión catártica hasta la fase de lo vivido, entonces, en este trance, siente todavía los
sufrimientos, pero no siempre sabe lo que pasa. De estas series de sensaciones de objeto
y de sujeto, sólo son accesibles las del lado del sujeto. Si se despierta del trance, la
evidencia inmediata se desvanece enseguida; el trauma es, una vez mas, aprehendido
únicamente desde el exterior por reconstrucción, sin el sentimiento de convicción.
Proposición de la paciente O.S.: durante el trance, incitar el pensamiento a la actividad
planteando preguntas muy simples, hacer revivir, por así decir, el alma que ha sido
entregada, con tacto pero con energía, y llevar lentamente este fragmento muerto o
escindido a admitir que, sin embargo, no está muerto. Al mismo tiempo, es necesario que el
paciente haga la experiencia de una corriente suficiente de piedad y de compasión para
que valga la pena para él volver a la vida. Sin embargo, este tratamiento prudentemente
tierno, no debe volverse demasiado optimista; la realidad del peligro y la proximidad de la
muerte, a saber, el abandono de sí, deben ser admitidas.
En ningún caso, pues, se debe tratar el trauma como una insignificancia, como ocurre
frecuentemente con los enfermos y los niños. Es necesario admitir, finalmente, que nuestra
capacidad de ayudar, incluso nuestra voluntad de ayudar, es limitada (en parte por las
exigencias de nuestra naturaleza egoísta, en parte, por complejos personales no
controlados), es decir, que el paciente debe admitir, poco a poco, que la ayuda no puede
venirle sólo del exterior, que debe movilizar lo que queda disponible de su propia voluntad.
Finalmente, se debe incluso admitir, honestamente, que nuestro esfuerzo puede ser vano si
el paciente no se ayuda a sí mismo. Queda abierta la cuestión de saber si no hay casos
donde la reunificación del complejo, escindido por el traumatismo, es tan insoportable que
no se efectúa totalmente y el paciente permanece en parte marcado por rasgos neuróticos,
incluso hundido aún más profundamente en el no-ser o en la voluntad de no ser.
La fisis está obstaculizada por resistencias, es decir, determinada por el pasado, al cual
adhiere. En la psique, estas resistencias se desvanecen completamente o en parte; la
psique está dirigida por motivaciones, es decir, algo del futuro. En la psique puede haber,
además, grados de libertad de circulación fuera del tiempo, fuera del espacio. El
pensamiento, siguiendo el principio de realidad, ya está cargado, determinado por cierta
pesadez terrestre. El predominio del principio de placer en el espíritu significa la libertad de
la voluntad lo que, por otro lado, es inimaginable para el pensamiento lógico.
Un sufrimiento muy fuerte o de larga duración, pero sobre todo algo inesperado que tenga
un efecto traumático, agota la pulsión de "hacerse valer" y deja que las fuerzas, los deseos,
incluso las particularidades del agresor, penetren en nosotros. Ninguna sugestibilidad sin
participación del principio femenino. Bajo la pulsión de "hacerse valer" se puede ubicar el
principio de placer freudiano; bajo la pulsión de conciliación, el principio de realidad.
1) (B.) El análisis mutuo puede haber sido inventado originariamente por los pacientes
como síntoma de la desconfianza paranoide: es necesario llegar a poner en claro que
tuvieron razón en sospechar en el analista diversas resistencias debidas a la antipatía, y
obligarlo a confesarlas. El consentir a este deseo es, naturalmente, el contraste más radical
que se pueda imaginar respecto a la disimulación rígida, impenetrable de los padres.
Ejemplo de hoy: en la anteúltima sesión, radiante de felicidad, contenta de ella misma
porque, por primera vez, es capaz de consentirse el placer de la masturbación sin ningún
temor ni restricción. A la sesión siguiente, persistencia de este buen humor: en realidad no
hace otra cosa que canturrear para sí aires de Tristán e Isolda. Además, por momentos,
con el sentimiento inquietante de que tal felicidad no puede durar, que pronto retornará la
sensación de lo ilícito.
Después de años de análisis, se le ocurre la idea de una actitud de apertura mutua. Acá, a
la simple tendencia a la repetición se mezcla otra tendencia, realizar la idea del "amante
ideal" con el analista. La posición favorable del analista permitirá a los pacientes descartar
los obstáculos para obtener mi amor y crear entre nosotros una comunidad de intereses y
de ideas para toda la vida; mi comprensión y mi bondad harán a los pacientes capaces de
soportar conscientemente la realidad de los acontecimientos terribles de la infancia. En
tanto esto no se produce y yo me mantengo a distancia profesional, el paciente no puede
ser curado. En mi ambición de ayudar a los pacientes, he ido tan lejos que consagré a la
paciente una gran parte de mi interés y de mi tiempo, completamente por nada. Desde
hace algún tiempo, es verdad, me he visto obligado a sustraer, desplegando un esfuerzo
considerable (llevo dentro mío la compasión por los pacientes), una parte del tiempo que
consagraba a los pacientes.
Han sido necesarios alrededor de dos meses para que este shock fuese superado; como
los recursos de la paciente comenzaban a agotarse, me decidí a dar el segundo paso, mas
arriesgado, consistente en decir a la paciente que sólo seguiría atendiéndola en el caso de
que ella pudiera sostenerse a sí misma. Como yo lo suponía, estaba persuadida de que yo
iba a proveerla de todo lo necesario. Se agitó como una loca, hizo alusiones al suicidio,
pero permanecí firme. Las sesiones siguientes transcurrieron así: con una paciencia infinita,
restablecí la relación amistosa, sin modificar sin embargo mi punto de vista.
3) Confieso, para ser más sincero aún, que hubiera preferido mucho más llevar adelante un
análisis mutuo con la paciente S.I. que, a pesar de traumas más horribles en su infancia, es
capaz de bondad y abnegación, mientras que con R.N. se tiene siempre el sentimiento de
la prosecución incesante de un fin en última instancia egoísta. Para recurrir a la manera de
hablar de R.N.: en R.N. encuentro la madre, la verdadera precisamente, que era dura y
enérgica y a la que yo temía. R.N. lo sabe y me trata con una ternura exquisita; el análisis
le permite incluso transformar su propia dureza en amable dulzura, y surge allí la pregunta:
¿no se habría debido tener el coraje de exponerse, a pesar de todo, al peligro de la
transferencia analítica y lograr a continuación la victoria? O bien no es y no era la única vía
justa, practicar y provocar una auto-frustración pedagógica, percibiendo todas estas
intenciones conscientes e inconscientes, y renunciando a las eventuales ventajas de tal
análisis. Si yo ya hubiera alcanzado también aquí ese grado de fuerza de carácter
profundamente grave como con S.I., entonces hubiera podido exponerme a ser analizado
por ella, verdaderamente sólo después que ella hubiera terminado su análisis.
Mientras tanto, uno se debe contentar con tener restos de comprensión analítica en
fragmentos dispersos por parte de los pacientes, y no dejarles ocuparse de nuestra
persona mas que en aquello que es necesario para su análisis.
Pero si la agresión llega sin advertencia, por ejemplo, un golpe, un tiro u otro shock, en
medio del descanso o del sueño, cuando falta la contrainvestidura de los órganos
sensoriales, entonces la impresión traumática penetra sin resistencia en el interior del
organismo psíquico y permanece clavada a la manera de una sugestión post-hipnótica
duradera. En otros términos: el efecto de terror está considerablemente aumentado en este
estado. Se es de algún modo reducido al estado de un animal temeroso, incluso poco
inteligente. La inclinación a la bebida de ciertos neuróticos bien podría ser la indicación (la
reproducción) de estados de conciencia alterados o debilitados en el momento del trauma.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / A propósito del tema de la mutualidad
A propósito del tema de la mutualidad
3 de marzo, 1932. A propósito del tema de la
mutualidad
Cada vez más se me aparece como indigno hacer como si yo me las hubiera arreglado muy
bien con la mutualidad, mientras que sólo hice mi "autoanálisis" con una considerable
reservatio mentalis. Esto, y las indicaciones que recibí de S.I. (en quien han tenido lugar
progresos terapéuticos importantes en estos últimos tiempos sin "mutualidad" y que me ha
llevado constantemente a ponerme en guardia contra demasiado auto-sacrificio), me
reforzaron el sentimiento de overdoing (en tiempo y en esfuerzo) que experimentaba yo
mismo; finalmente la consideración de mis propias finanzas, es decir, la realidad: todo esto
puesto junto, así como el recuerdo de la advertencia de Freud, a saber, que estaba
"demasiado bajo la influencia de mis pacientes", me impulsaron a hablar abiertamente del
aspecto fragmentario de mi participación en el análisis mutuo, y de mi decisión de no ir más
allá. Una de las motivaciones es naturalmente el temor, 1) que el análisis se transforme, por
la ostentación del analizado y del analista, literalmente en un caldo de cultivo para favorecer
las proyecciones y el temor de las dificultades propias; 2) que la paciente comience a exigir
ayuda financiera en contrapartida de mi análisis con ella. Pero dar esa ayuda financiera,
mezclaría demasiado el análisis y la realidad, y volvería más difícil la separación.
En efecto, la paciente hizo ya toda suerte de planes para una colaboración de toda la vida,
sobre el modelo de Schiller y Goethe. La medida de protección que tomo, aceptando
igualmente indicaciones de otros pacientes, es rechazada, en razón de la particularidad de
su caso y de nuestra técnica común, que penetra en capas metafísicas profundas.
Finalmente, da incluso a entender que mi capacidad de trabajo está seriamente amenazada
y va a desmoronarse sin la ayuda de la paciente. Esta advertencia se escuchó un poco
como una amenaza (no olvidar a este respecto que la paciente se siente en posesión de
fuerzas sobrenaturales).
Después de un largo silencio, mortal y lleno de desesperación, esta vez, sin embargo,
curiosamente, sin que aparezca demasiado la cuestión del suicidio y de volverse loca,
puede lograrse que la paciente prosiga el trabajo, por el momento "en consideración al
aspecto simpático de mi persona", aspecto bien diferente de las particularidades del
perseguidor infantil.
Al lado de esto, se encuentra la esperanza de que venga de alguna parte una ayuda
externa; esto sería favorable al análisis, en la medida que la separación podría tener lugar
de manera más espontánea, siguiendo su propio movimiento y no aguijoneada por la pausa
que estaba por producirse. Finalmente, y para concluir, es verdad que no se debe dejar de
lado la idea de que a la mutualidad proyectada se asocia algo generoso, a lo que renuncio,
teniendo en cuenta sobre todo que no tengo una entera confianza. Esta actitud enérgica
puede tener una ventaja: the break of one of my patterns, la superación de la angustia
frente al "terrorismo del sufrimiento" que tiene, es verdad, orígenes infantiles.
S.I.: En ocasiones, siente, sobre todo cuando es agresiva, dura, sarcástica, etc., que algo
extraño habla por su boca, en lo que después no se reconoce. Hoy por ejemplo, esta cosa
feroz y extraña se revela como la madre feroz, incontrolada, agresiva y apasionada, y por
esto terrorífica para la niña; madre cuyos gestos, mímica, así como las crisis casi maníacas,
son imitadas por la paciente con una fidelidad tal que no puede ser más que la
consecuencia de una identificación completa. La paciente, psicologizando, describe con
intensos detalles sus procesos interiores en el momento de tal espanto: una parte de su
persona es puesta "fuera de ella", y el lugar así vaciado es tomado por la voluntad de
aquello que la ha aterrorizado. Como tratamiento, exige que los fragmentos de la
personalidad, encastrados en ella a la fuerza, sean extraídos por mí pedazo por pedazo; al
mismo tiempo, ella debe intentar reinsertar en su personalidad las partes estalladas de su
propia persona. Después de relajación prolongada y pasividad de mi parte, exige ahora:
you must poke the jellyfish, es decir, en lo que le concierne debo ser un poco mas severo y
más duro con ella.
2) Algo análogo en B.: me pide que la estrangule hasta el ahogo; mejor llegar hasta el
fondo del sufrimiento que arrastrar, por angustia, una tensión de displacer persistente en el
inconsciente.
Procesos similares en la paciente B. También ella comienza a exigir que el análisis sea
extendido a las 24 horas del día; si no se le garantiza esto, no puede arriesgar los peligros
que representa el abandono de las medidas intelectuales y conscientes de prudencia y
protección. Sin embargo, acá como en el otro caso, mis alusiones a su voluntad de partir
son enérgicamente rechazadas. Es verdad que ella dice frecuentemente que no hacemos
progresos, pero cuando hago alusión a esto, responde: "¿Cómo sabe usted que no hago
progresos, toda esta agitación ya es quizás un progreso."
Mientras que en el caso (A) parece que toda la gentileza desplegada en el curso de años
de trabajo ha sido suficiente para llevar a la paciente (después de una intensa reacción de
huida), a pesar de la incompletud de la realización de sus deseos, a doblegar su voluntad,
en oposición a su altivez, su obstinación, su superioridad, su desprecio habituales. Se
puede esperar algo análogo en el caso B. Si esto se logra, se puede efectivamente hablar
aquí de un cambio esencial del carácter que, seguramente, tendrá efectos en otras
cuestiones. En consecuencia, una especie de éxito pedagógico.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / Punto de vista general sobre lo que hay de
tendencioso en el apartamiento de la realidad en el curso de la psicosis
Punto de vista general sobre lo que hay de tendencioso en el apartamiento de la
realidad en el curso de la psicosis
6 de marzo, 1932. Punto de vista general sobre lo
que hay de tendencioso en el apartamiento de la
realidad en el curso de la psicosis
Ahora bien, en los casos donde la protesta y la reacción negativa, es decir, toda crítica y
expresión de descontento están prohibidos, la crítica sólo puede expresarse bajo forma
indirecta. Por ejemplo, el juicio: todos ustedes son mentirosos, idiotas, alocados con los que
no se puede contar, es representado sobre uno mismo de manera indirecta por
exageraciones, locuras y producciones extravagantes, poco más o menos como el niño
gesticulador que se deforma a sí mismo pero sólo para mostrar al otro a qué se parece. El
loco expresa pues por sus locuras este juicio: soy el único ser humano inteligente y ustedes
son todos locos. Es particularmente impresionante en los casos donde los padres,
efectivamente enfermos mentales, han ejercido influencia sobre el niño. El niño reconoce
precozmente las locuras del comportamiento de aquellos que tienen autoridad sobre él, sin
embargo la intimidación prohíbe ejercer una crítica. Le queda como único medio de
expresión las exageraciones irónicas, cuya naturaleza no es reconocida por el entorno.
Falta saber en qué medida y en qué momento la ironía de las expresiones se hace
inconsciente también para el niño. El hecho de que el Superyo loco se imponga, es decir,
sea impuesto a la personalidad propia, transforma en automatismo la ironía
precedentemente manifestada. Es así que se llega a producir, por vía de la tradición, una
aparente herencia de la psicosis por medio del injerto de un componente loco de la
personalidad en el Superyo.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / El analista: agente funerario
El analista: agente funerario
8 de marzo, 1932. El analista: agente funerario
1) Era ingenuo creer que la adaptación a una situación nueva se instalaría simplemente y
de manera durable con una modificación total de la orientación del carácter. Declararse
satisfecho con "un niño que sublima", es decir, consentir en concebir, en el dominio
intelectual, moral, espiritual, algo que no ha sido jamás, y reunidas todas estas fuerzas,
pensando de manera simultánea y similar, no era más que uno de los lados de la moneda;
el otro lado, sombrío, negativo, no ha cesado de existir y, después que ha caído el
entusiasmo, reaparece de nuevo con un vigor redoblado. A las palabras que yo tan
cruelmente le había lanzado a la cara como realidad, y a las cuales esperaba una reacción
mucho antes (en lugar de lo cual apareció la sorprendente reconciliación), la reacción se ha
expresado hoy, mucho más tarde. Mis palabras habrían sido asesinas. La sublimación es la
locura (resignación, tomar la imaginación por la realidad); yo haría lo mismo que su padre
asesino, le inyectaría el veneno irritante y excitante, provocaría la expectativa del orgasmo y
después querría obtener el desplazamiento del objeto de amor.
Ella rechaza esto, dice, con determinación e incluso concentrando todas sus fuerzas
psíquicas, igual que con su padre asesino que jamás obtuvo de ella más que una toma de
conciencia de los sentimientos que, incompatibles con su persona y sus deseos, le fueron
impuestos. No tiene otro recurso dice, que volverse loca, es decir, desviar de la realidad las
sensaciones (hambre de amor) que fueron provocadas en ella, y por esto debe volverse
"inside out". Expresado más simplemente: mientras que se comportaba y se debatía
obedeciendo a la compulsión del malvado, vivía en la imaginación la esperanza de que
llegara un "ideal lover". Toda su persona había pues estallado en pedazos. Una parte era
puro sufrimiento, accesible solamente en los sueños y los síntomas, y así irrealizado. Otra
parte le procuraba la satisfacción de sus deseos por la modificación de la interpretación de
la realidad; una tercera parte, el cuerpo, que obedecía completamente al veneno y al padre,
permanecía puro automatismo. La paciente vive pues en un hambre de amor insaciable;
contentarse con sublimaciones es imposible en estas circunstancias; más bien retornar a la
locura o a la muerte.
2) B. Las dos últimas sesiones están bajo el signo de una total insatisfacción,
desesperanza, tendencias a huir, ante todo porque no tiene confianza en mí: en caso de
verdadera angustia, yo no querría ni podría ayudarla verdaderamente. A pesar de todo, se
decidió, aceptando mi invitación, a sumergirse en las profundidades de su alma,
abandonando todas las medidas de autodefensa, se autorizó incluso a caer enferma.
Violentos dolores de cabeza y otros dolores y quejas a este respecto ocuparon todas las
sesiones. Ayer tuvo que guardar cama y me mandó a buscar. Estaba acostada, con fiebre
alta, y como lo supimos después, esperaba sin cesar un poco de bondad y de humanidad
de mi parte, un poco como un niño herido de muerte, apenas capaz de beber, que sólo
toma un poco de líquido con una pipeta. En lugar de esto, tuvo que descubrir que yo
continuaba, como antes, planteándole cuestiones analíticas tontas y aburridas; y al final de
la sesión, cuando partí como siempre dejándola sola, vio que no tenía nada que esperar de
mí, que debía ayudarse a sí misma, que tuvo razón en no haber tenido confianza en mí,
que su juicio sobre su padre no era completamente justo, a saber, que había sido un
estúpido cobarde que la había dejado caer. (N.B. Era un día en que las otras mujeres de la
casa la habían tratado de manera hiriente.)
El análisis, dice, reproduce punto por punto el comportamiento de sus padres, que produce
solamente displacer pero no puede curarlo. Preveía que permanecería en el mismo punto
aun después de otros ocho años, si no lograba desprenderse del análisis, de la familia y
quizás incluso de toda la humanidad, y arreglar su vida de manera independiente. Aparte
de esto, tuvo un sueño en el que una niñita es extendida en un féretro cuadrado, en una
posición poco confortable, completamente muerta. Sus cabellos caen sobre su cara, tiene
también la cabeza cubierta por un lienzo. En el exterior, se toca una melodía (canto
fúnebre), se designa la región de la laringe para indicar que no puede cantar con los otros.
En síntesis, figuran allí tres personas, la muerta, la paciente y una tercera persona (la
interpretación es, provisoriamente: no podía hablar porque una parte de ella estaba
verdaderamente muerta; es por eso además que tampoco podía cantar; referencia a la
situación en el momento de la supuesta agresión, trastornos respiratorios).
Aun en su bondad, son huraños y menos cálidos. ¡De cualquier modo, hay una diferencia
entre nuestra sinceridad y el silencio hipócrita de los padres! Esto, y nuestra buena voluntad
deberían ser puestos en nuestro crédito. Es por esto por lo que no pierdo la esperanza y
cuento con el retorno de la confianza, cualquiera sea la decepción. Si se logra reubicar,
como está justificado, el acento traumático del presente sobre lo infantil, quedarán
suficientes cosas positivas para conducir la relación, no hacia la ruptura, sino hacia la
reconciliación y la comprensión.
En el caso B., la reacción, teniendo en cuenta la mutualidad, fue mucho más profunda. Esto
proporcionó la ocasión de penetrar más profundamente en mis propios infantilismos:
momento trágico de la infancia cuando la madre declara: tú eres mi asesino. Se pone
claramente en evidencia una reacción extremadamente fuerte a algo análogo en el análisis,
seguida de desesperación y de desaliento. De este modo, desligamiento del presente y
retorno de la simpatía, con tendencia a la sublimación y a la resignación. Cuando se sabe
que este trabajo de verdugo es inevitable pero que es finalmente útil al paciente, se
superan las resistencias -que pueden ser mas o menos fuertes- contra tal crueldad, cuando
se hacen y se dejan hacer las exploraciones analíticas necesarias, no se retrocederá
espantado frente a las intervenciones radicales que conducen al desprendimiento del
paciente. Finalmente, es necesario separar al niño de la madre también con ayuda de
tijeras; diferir esta operación puede dañar a la madre y al niño (analista y enfermo). Es
cuestión de tacto, de técnica inteligente y comprensiva, determinar 1) hasta dónde debe
llegar la bondad; 2) cuándo y a qué ritmo debe ser mostrada la dura realidad; 3) en qué
medida la mutualidad del análisis es para esto una ventaja o una insoslayable necesidad.
Los pacientes rehúsan continuar, tienen el sentimiento de que jamás podré ayudarlos y
toman disposiciones para huir del análisis; no ocultan su desprecio por nuestra incapacidad
de actuar, nuestra falta de sentimientos humanos en general; no es raro que mezclen esta
reacción a experiencias similares de su vida anterior, implicando en particular a miembros
de su familia. Ahora están completamente convencidos de nuestra suficiencia egoísta
(aquella de su padre y la mía). La repetición no ha tenido demasiado éxito, dicen; ¿para
qué sirve repetir el trauma al pie de la letra y con la misma decepción frente al mundo
entero y toda la humanidad? Intento no ser contaminado por la decepción del paciente, a
pesar del enorme esfuerzo que me cuesta sostenerme frente a las quejas y acusaciones
continuas. No se puede impedir, al menos yo no lo puedo, sentirse interiormente herido
cuando, después de años de un trabajo frecuentemente extenuante, se es apostrofado
como inútil e impotente para ayudar, únicamente porque no se puede ofrecer todo ni tan
completamente como lo merecería la situación precaria de aquel que sufre. Si esto ocurre,
y nos volvemos entonces avaros de palabras o silenciosos mientras deberíamos
proporcionar febrilmente ayuda -y esta es la opinión de los pacientes-, hemos perdido
nuestra apuesta con ellos.
Hay dos cosas en verdad, que se nos puede pedir: la confesión sincera de nuestro dolor de
no poder ayudar, y el hecho de mantener con firmeza y paciencia nuestra voluntad de
ayudar y la prosecución del trabajo analítico a pesar de la ausencia aparente de toda
perspectiva. En un caso, la revelación y el reconocimiento del carácter limitado de nuestros
medios afectivos (por oposición a la hipocresía de la familia) no fue suficiente; sólo el
desnudamiento de su propio inconsciente por parte del analista -no sin explosión también
de sentimientos-, permitió al paciente retomar la confianza, a pesar del fracaso. Un tercer
caso, sin embargo (S.I.), alcanzó un buen resultado sin tales tempestades. La paciente
había llegado con mucho entusiasmo y se desalentó de entrada con mi frialdad. Años de
trabajo paciente, una inmensa indulgencia por el hecho de que no pudiese sostener las
promesas que me había hecho (a propósito de la droga), indulgencia que puso a prueba de
todas las maneras posibles; una simpatía verdaderamente humana en los momentos de
conmoción real, es decir un poquitín de "curar" condujo casi imperceptiblemente a un
cambio (al fin de cuentas también como consecuencia de la paciencia con la cual yo había
ensayado y logrado descubrir detrás del galimatías de su metafísica y de sus revelaciones
sobrenaturales una realidad auténtica, aunque psíquica).
Me transformé de algún modo en un símbolo viviente de bondad y sabiduría, en el que la
simple presencia curaba y ponía las cosas en orden. R.N. también decía cosas de este
género en los momentos de apaciguamiento y después del fin de las fases de lucha.
Insertar este curar en la psicoterapia de la manera que conviene y en buen lugar, no es
ciertamente una tarea del todo indigna.
Ciertas fases del análisis mutuo representan, de una parte y de la otra, la renuncia
completa a toda compulsión y a toda autoridad; dan la impresión de dos niños igualmente
asustados que intercambian sus experiencias, que como consecuencia de un mismo
destino se comprenden completamente y buscan instintivamente tranquilizarse. La
conciencia de esta comunidad de destino hace aparecer a cada uno para el otro
completamente inofensivo, alguien en quien se puede confiar con toda tranquilidad. En el
origen, el goce de esta confianza era unilateral; el niño gozaba de la ternura y de los
cuidados maternales sin contrapartida (verdaderamente este sentimiento maternal del que
el niño goza es también una suerte de regresión de la madre al estado infantil). La frialdad
intelectual del análisis suscita finalmente una especie de rebelión, con la tendencia a
alejarse del analista y a colocar un fragmento de Superyo en el lugar de la potencia
exterior. Cumplir su deber y obedecer, observarse y controlarse, parece a pesar de todo
más soportable que el hecho de ser gobernado por otros (citar aquí: el niño que se pone él
mismo en el rincón para evitar ser castigado). Esta "bondad" y esta obediencia son
finalmente también una venganza contra la autoridad a la que le son arrebatadas las armas
de las manos.
Después de la decepción experimentada hacia los padres, profesores y otros héroes, los
niños se relacionan entre ellos y fundan vínculos de amistad (¿El análisis debe terminar
bajo el signo de tal amistad?).
Si para la resolución de la amnesia infantil fuese necesaria tal liberación total del temor al
analista, encontraríamos allí la justificación psicológica del análisis mutuo.
Necesidad de elogios.
Una paciente (Dm.) que desde hace bastante tiempo protesta más o menos
inconscientemente contra el análisis, dirigiendo su amor y su interés hacia un hombre joven
(seguramente esperando que yo la odie por esto, aun sin expresarlo), llega un día
espontáneamente con esta proposición: tenía la intención, dice, de renunciar
eventualmente a su relación con este hombre que no le convenía y que además era mucho
más joven que ella. Se observa a este respecto signos de resistencia que no fueron
resueltos hasta que me habló de su decepción de que yo no reconociese la magnitud del
sacrificio de sí misma consentido. Le di la razón. Pareció entonces querer buscar las
razones de mi negligencia y pudimos constatar que la paciente estaba en estado de
resistencia desde hacía tres o cuatro meses. Causa: la historia de sus chismes contra mí y
las consecuencias para mí, por parte de Freud entre otros.
Desde entonces, dice, estuve mas reservado, es decir, irritado y desdeñoso; yo habría
tomado la cosa demasiado personalmente en lugar de continuar investigando las causas,
esto también, causa de la negligencia mencionada antes. Fin de la sesión, en un humor de
reconciliación; ella se queda con el sentimiento de que había reencontrado mi confianza,
que yo no la traté pues como la había tratado su padre en otro tiempo y también ese
profesor, que no hicieron jamás la confesión de su falta a su respecto. Por venganza,
describió entonces las cosas de manera más cruel y más horrible de lo que estaba
objetivamente justificado. La hipocresía de los adultos autoriza al niño a la exageración y a
la mentira; Si las personas que tienen autoridad fuesen más sinceras, entonces al niño se
le ocurrirían espontáneamente propuestas bien intencionadas. Pero cada una de estas
afrentas demanda, como una escena entre madre y niño, terminar con una reconciliación y
elogios, es decir, con signos de confianza.
Desde hace ya largo tiempo, la paciente había llegado a la conclusión de que una gran
parte de sus síntomas le fue, de una manera o de otra, impuesta desde el exterior. Desde
que está al corriente de la terminología psicoanalítica, nombra a estas sensaciones,
tendencias, desplazamientos, acciones impuestas, extrañas a su propio Yo y opuestas a las
tendencias de ese Yo y perjudiciales para éste, "acciones del Superyo". Se representa este
fragmento implantado, extraño al Yo, de manera completamente material. Las dos
personas principales que imponen a su personalidad fragmentos dolorosos de su propio
Yo, pare desembarazarse de algún modo de las tensiones y del displacer provocados por
ellos, son ante todo su madre (que en una falta de control demencial tenía el hábito de
golpear atrozmente a sus niños [de manera autentificada]), y últimamente, también una
dama de su conocimiento que ejerció sobre ella durante algún tiempo una especie de
influencia psicoanalítica, pero también metafísica; también conoció influencias benevolentes
y curativas, como las que me atribuye, en particular.
Es claro que ante esta sintomatología nada sería más fácil que hacer el diagnóstico de
locura paranoica, diagnóstico que, en el estado actual de nuestros conocimientos
psiquiátricos, implicaría la incurabilidad. Sin embargo, apoyándome sobre indicaciones
análogas de Freud, según las cuales ninguna representación delirante deja de contener un
pequeño grano de verdad, me decidí a comprometerme más a fondo en la investigación de
la realidad, al menos psíquica, contenida en estas ideas aparentemente delirantes, es decir,
a identificarme durante un tiempo al pretendido loco. Como modelo para este proceso, me
serví seguramente de aquel del Dr. Breuer, que no ha retrocedido ante el hecho de buscar
y encontrar la verdad en las declaraciones más disparatadas de una histérica, debiendo
apoyarse para hacerlo, tanto teórica como técnicamente, sobre las indicaciones y
proposiciones de la paciente.
La segunda persona por la que la paciente se siente perseguida posee estas cualidades
"psíquicas". En verdad es de esta misma persona que la paciente sostiene que posee el
poder de hacer que la gente haga lo que ella quiere, con ayuda de su voluntad. (Una gran
parte de sus percepciones bien puede ser simplemente una proyección del temor que le ha
sido inspirado.).
La paciente S.I. siente la irresistible influencia, contraria a todas sus intenciones, ejercida
por el espíritu de esas dos personas cuyos fragmentos habitan, por así decir, en ella. La
influencia materna, por ejemplo, tiene tendencia a expandirse en ella. Siente con absoluta
certeza que si no hubiera venido a analizarse, se habría transformado completamente en
una persona como su madre; ya comenzó a volverse dura, maligna, avara, contenta de la
desgracia de otro, haciendo desdichados a otros como a sí misma, impulsando a su marido
al borde de la desesperación, atormentando a su hija, insuflando temor y displacer a todo el
personal de la casa. Fragmentos de transplante maternal conservan su vitalidad, incluso su
energía de crecimiento; la malignidad de las personas continúa, por así decir, viviendo en el
espíritu de aquellos que han sido maltratados. (Que se piense en la vendetta que
permanece viva durante generaciones.).
Pero la paciente siente también que cuando yo, el analista, logro extraer de ella los
fragmentos del espíritu extraño implantado, es útil a la paciente pero perjudicial para aquel
del cual provienen los fragmentos de malignidad. Esta idea está fundada sobre una teoría
según la cual el fragmento heterogéneo implantado estaría enlazado de manera virtual,
como por un hilo, a la persona del "dador". De este modo, cuando el fragmento de
malignidad no fue aceptado o fue rechazado, retorna en la persona del dador, aumenta sus
tensiones y sus sentimientos de displacer y puede incluso tener por consecuencia el
aniquilamiento mental y físico de esta persona.
Teniendo en cuenta la amplitud de miras que caracteriza a las personas de esta clase, no
duda en generalizar esta experiencia hecha sobre ella misma. Todas las pulsiones
malignas, destructoras, deben ser recolocadas en las almas de las que son producto (en
consecuencia en los ascendientes, en los ancestros animales, incluso en lo inorgánico).
Hay pues allí un plan de mejoramiento del mundo, de una grandiosidad sin precedentes.
(R.N.) Violentos dolores de cabeza después de un análisis mutuo de una duración de casi
tres horas. Decisión de remediar esto y (en los dos casos) interrumpir la sesión al cabo de
una hora, sin consideración por el penoso estado psíquico de la paciente en relajación. Una
cierta angustia frente a la idea de dejar abandonado a aquel que sufre sin ayudarlo ni
esperar que se calme. Sin embargo, envalentonado por la lectura de un panfleto sobre
Mary Baker-Eddy, a quien se dejaba sola durante sus crisis histéricas y entonces se
sosegaba, y un poco aguijoneado por S.I. que me ha alertado seriamente a no dejarme
"tragar" por mis pacientes (incluso por ella), resolví ser duro. A pedido de la paciente,
comencé por mi propio análisis, que quería utilizar para comunicar mis sentimientos con
toda libertad y franqueza. Pensé también que un sueño que la paciente había tenido
alrededor de dos días antes y que predecía una gran revolución alemana en los dos días
siguientes, habría sido, en efecto, un presentimiento de mi rebelión contra la tiranía del
sufrimiento. (Alemania significó siempre brutalidad: en consecuencia, brutal interrupción de
las buenas relaciones y de las consideraciones por ella.) Pero todo ocurrió de otro modo.
La paciente me recibió con la novedad de que alguien habría puesto a su disposición una
suma suficiente para otro año de análisis. Incluso la angustia en cuanto al efecto de mi
decisión de ser brutal se comprobó sin fundamento. La paciente aprobó completamente mi
intención; mi irritación contra la extensión de las sesiones perjudicaba más el análisis que
los beneficios que esta extensión aportaba; la paciente sintió la irritación y la resistencia, y
fue esto lo que la condujo a la proposición del análisis mutuo. Desde el momento en que la
agresividad se confirmó como inutilizable, tuve sentimientos de culpabilidad en cuanto a mi
proyecto de ser malo. Al comunicarle esto a la "analista" pude llegar más profundamente en
la reproducción de sucesos infantiles. La imagen más impresionante fue la vaga aparición
de figuras de mujeres, seguramente domésticas, provenientes de mi más precoz infancia;
después la imagen de un cadáver al que yo le abría el vientre en lo que, sin duda, era una
sala de disección; ligado a esto, el fantasma loco que se me introduce por la fuerza en esta
herida del cadáver. Interpretación: efecto posterior de escenas pasionales que
verdaderamente han tenido lugar y en el curso de las cuales seguramente una mucama me
ha dejado jugar con sus senos y después ha apretado mi cabeza entre sus piernas, por lo
cual tuve miedo y comencé a ahogarme. Es el origen de mi odio a las mujeres; es por esto
que quiero disecarlas, es decir, matarlas.
Es por eso que la acusación de mi madre: "eres mi asesino", me alcanzó en pleno corazón
y me llevó 1) a querer ayudar compulsivamente a todos los que sufren, sobre todo las
mujeres, 2) a huir de las situaciones en las que debía ser agresivo. De lo que se deriva
interiormente el sentimiento de que seguramente soy un buen muchacho y con esto,
reacción de ira excesiva incluso por una ofensa insignificante y, finalmente, reacción de
culpabilidad excesiva por la menor falta.
Se puede poner en mi haber que acompaño muy lejos a mis pacientes y que puedo, con
ayuda de mis propios complejos llorar, por así decir, con ellos. Si logro además la
capacidad de encauzar, de manera adecuada, la emoción y la exigencia de relajación
entonces puedo considerar con seguridad el éxito. Mi propio análisis no pudo alcanzar una
profundidad suficiente porque mi analista (por su propia confesión, una naturaleza
narcisística), con su firme determinación de tener buena salud y su antipatía por las
debilidades y las anomalías, no pudo seguirme en esta profundidad y comenzó demasiado
prematuramente con lo "educativo". El fuerte de Freud es la firmeza de la educación, en
tanto que el mío es la profundización en la técnica de relajación. Mis pacientes me han
conducido poco a poco a alcanzar también esta parte del análisis. El tiempo de mi análisis
no fue quizás lo suficientemente extenso para que yo ya no tuviera necesidad de encontrar
esta ayuda en mis propias criaturas. Con suficiente libertad en el "sentir con", tanto como
con la inevitable severidad puedo incluso, esperemos, reducir considerablemente la
duración del análisis. Creo también que mi viejo ideal de "terminar el análisis" llega así a
realizarse, por lo que mi contribución a la técnica del análisis estará posiblemente
concluida. (Quizás me entregaré entonces, al dejar de estar desviado por estas cuestiones
prácticas, a los problemas teóricos que me interesan más).
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / Dificultades que surgen por no tomar como
real la escisión de la personalidad
Dificultades que surgen por no tomar como real la escisión de la personalidad
17de marzo, 1932. Dificultades que surgen por no
tomar como real la escisión de la personalidad
Una parte de mis dificultades con mi paciente R.N. surge de que las cosas que dije a la
paciente en estado de vigilia, o las que le he escuchado decir, las tengo por presentes o
conscientes, bajo una forma u otra, en el estado de relajación. Aparentemente, me resulta
difícil creer verdaderamente que las cosas de las que hemos hablado a fondo no sean, de
algún modo, conscientes para ese fragmento pretendidamente escindido. Por esto me irrito
bastante cuando la persona en relajación, si apelo a lo que hemos dicho poco tiempo antes,
declara sin ambages no saber nada de todo eso y me fuerza, por así decir, a contar una
vez más todo el asunto o a estimular la actividad intelectual de este fragmento hasta la
comprensión de las cosas, acontecimientos y situaciones.
Si cometo este error, el paciente se pone entonces casi furioso; la mayor parte de las veces
se despierta más o menos del trance y me endilga un sermón donde me es reprochado, a
veces con una impaciencia justa, mi estupidez en esta cuestión. Si el paciente se calma un
poco (sobre todo cuando admito y reconozco mi falta), entonces intenta con una paciencia
angelical darme, una vez más, consejos precisos sobre la manera en que me debo
comportar si quiero entrar en contacto con la parte inconsciente, asesinada o, para decirlo
de otro modo, rota de su personalidad y permanecer en contacto con ella. Me son indicados
también los caminos por los cuales, con una gran paciencia y comprensión hacia ese
aspecto primitivo, sensible, intelectualmente paralizado, pueda tener éxito la reunificación
del fragmento traumatizado con la parte intelectual de la persona. He aquí pues un objetivo
de trabajo pedagógico infantil completamente nuevo y que nadie sospecharía. Relacionar
con esto el modo mecánico de percepción de lo infantil en general, en particular en la
hipnosis y la sugestión, y al mismo tiempo el buen camino para liberarse: desmecanizar y
deshipnotizar.
Con la ayuda del juego de preguntas y respuestas, se constató que esta excitación había
sido implantada por el padre con la ayuda de caricias tiernas, palabras y promesas
seductoras que la niña, en su ingenuidad, había tomado en serio. Se reproduce una
escena: el padre pone a la niña sobre sus rodillas y verdaderamente se abusa de ella.
Como la niña no puede concebir tal comportamiento sino como una actividad conyugal, ella
es efectivamente hecha mujer, por más inverosímil que esto pueda sonar a nuestros oídos.
Este estado de hecho se complica por la prohibición de contarlo a la madre o a cualquiera
en general. Ligeras alusiones al hecho de haber sido ultrajada no son tomadas en serio por
la madre que está, por así decir, acuciada por los celos y encima regaña a la niña por ser
obscena.
Ella efectúa la adaptación fisiológica del cuerpo a las tareas en apariencia imposibles y
hace todo lo posible para impedir la muerte fisiológica como consecuencia del dolor, del
agotamiento, etc. Al mismo tiempo, va en ayuda al lugar donde se acumula el dolor (es
decir, el Yo infantil propiamente dicho, profundamente sumergido) por medio de sueños de
realización de deseos y de fantasías que impiden la realización del suicidio siempre
amenazante. Por pura compasión pues, ella vuelve loco a este Yo-dolor. (Antes de la crisis
hubo una tentativa de desembarazarse de la tensión por vía masturbatoria. El relato de esta
tentativa degenera en una risa irreprimible; como un estallido de comprensión de lo ridículo
de la tentativa de reemplazar la realidad por sucedáneos.) En medio de la conversación, en
estado de relajación, frecuente rebelión contra mi tendencia de llevar a la paciente a la
triste realidad, a comprender lo que había de engañoso en esta esperanza y la ausencia
total de perspectivas futuras. (Quo ad el cumplimiento de enormes esperanzas infantiles).
1) Es necesario constatar, y la misma paciente debe reconocerlo, que esta intervención
desilusionante, es decir, la crisis más los esclarecimientos, tiene un efecto tranquilizador. Si
una sesión termina sin esto, entonces se llena todo el intervalo de explosiones emotivas, el
sueño está perturbado, etc., hasta la sesión siguiente en que la conversación en estado de
relajación pone fin a la explosión.
El factor principal de este resultado favorable podría ser la toma de conciencia, es decir, la
reparación del trauma de origen por esclarecimientos espontáneos y por aquellos que yo he
prodigado; el saber, es decir la superación de factores de desconocimiento (angustia,
fragmentación), pone en circulación una parte del trauma en la personalidad total.
(Observación sobre "la personalidad total" de Alexander que, ignorando nuestros datos, no
merece la característica de totalidad). Un segundo agente o factor de éxito no intelectual es
el sentimiento de los pacientes de que no solamente no los despreciamos a causa de sus
rarezas, incluso de sus artificios de seducción ingenuos e infantiles, su ninfomanía o su
satiriasis, sino que al contrario los complacemos y los ayudamos de buen grado, cuando
está en nuestro poder. Creemos en su inocencia, los queremos en tanto que seres
empujados a la madurez contra su voluntad y pretendemos que acepten provisoriamente
nuestra compasión y nuestra comprensión, como cumplimiento en verdad imperfecto de
sus esperanzas hasta tanto la vida les ofrezca algo mejor. Rendimos homenaje a la
grandeza y a la fuerza de que fueron capaces, ya que manteniendo la escisión con todas
sus fuerzas impidieron el hundimiento de su personalidad total en el "lodo del pecado".
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / Retorno del trauma en los síntomas, los
sueños y la catarsis, represión y escisión de la personalidad
Retorno del trauma en los síntomas, los sueños y la catarsis, represión y escisión
de la personalidad
22 de marzo, 1932. Retorno del trauma en los
síntomas, los sueños y la catarsis, represión y
escisión de la personalidad, desmontaje de la
represión en y después de la catarsis
(B.) La paciente relata haber tenido un sueño agitado. Fue despertada (en la realidad) por
una gigantesca perra San Bernardo; la primera vez, el animal ladró y quiso simplemente ser
calmado por ella (la paciente hace varios lapsus y habla de la perra como si fuese un
perro). La segunda vez, el perro fue a su habitación y la despertó lamiéndole la cara. Esa
misma noche, un sueño: tiene un terrible dolor en el bajo vientre; por allí le sale sangre y se
dice. "sin embargo, no tengo mis reglas." Además, sensación de evacuación intestinal.
Sentimiento de un firebelt por encima del lugar doloroso (firebelt es el espacio de bosque
talado que impide, en los momentos de incendio de bosques, la propagación del fuego).
Despierta (en consecuencia ya síntoma) con el sentimiento de que no puede moverse a
causa del dolor. Piernas extendidas a todo lo largo, inmóviles a causa de los dolores de
vientre, sentimiento de estar extendida sobre un piso duro, aunque el lecho sea muelle y
confortable.
Sentimiento de ser aplastada, la respiración breve, las dos manos vueltas hacia arriba,
como si un peso muy grande que la agobiara acabara de alejarse dejando en todos sus
miembros la impresión de agobio y aplastamiento. Durante el día, se sorprendió
fantaseando: un gigantesco órgano genital masculino penetra en ella y la destroza. Ve su
cuerpo extendido de manera sobrenatural, como una persona muerta; violentas
palpitaciones acompañan a esta fantasía. Después de veinte a veinticinco sacudidas que la
sumergen como olas de dolor, no siente más nada, pero se considera desde afuera,
considera su cuerpo como una persona extraña. Todavía no ha tenido sus reglas, no las
espera antes de ocho días. Durante el día, múltiples sensaciones dolorosas violentas en la
región umbilical que orientan, por así decir, hacia las profundidades. Su columna vertebral
está como estallada, flexible y sin resistencia.
El sueño no es difícil de explicar; desde hace cerca de diez años sólo tiene sueños que no
pueden ser interpretados sino como sueños de violación. Millones de veces ha repetido
escenas, o una escena, donde es violada por el padre, sobre el prado liso y duro, las
manos vueltas hacia arriba, las piernas sujetas por encima de las rodillas y, después que
hubieran sido vencidos todos sus medios de defensa, sus piernas abiertas con violencia, la
sensación de penetración, etc., el despertar en un estado de agotamiento completo,
incapaz de aprehender lo que había ocurrido. La interpretación del sueño en estado de
relajación consiste en intentar, en lugar de un esclarecimiento consciente del sueño,
reubicar a la paciente, con ayuda de material asociativo consciente, en el sueño mismo, en
el curso de la sesión de análisis. Para esto es necesario un cierto estado de somnolencia,
de relajación. Planteando en voz baja preguntas simples, nunca difíciles, se busca
permanecer en contacto con los pacientes durante el sueño, invitándolos a penetrar más
profundamente en lo que sienten, ven, experimentan a propósito de cada detalle; producen
entonces otros pequeños detalles y hechos que conciernen al fragmento del sueño y que,
según todas las apariencias, provienen de la realidad. Esta especie de inmersión en el
sueño conduce, en la mayor parte de los casos, a un refuerzo catártico de los síntomas que
nos da inmediatamente la ocasión de acercarnos más a la realidad.
En ningún caso, sin embargo, puedo afirmar haber logrado, ni una sola vez, hacer posible
para el paciente la rememoración de los procesos traumáticos mismos, con ayuda del
fantasma-síntoma por medio de la inmersión en el sueño y la catarsis. Todo ocurre como si
el traumatismo estuviera rodeado por una esfera de amnesia retroactiva, como en los
traumatismos que suceden a una conmoción cerebral. Con cada catarsis, esta esfera se
estrecha cada vez más. Lo que no está completamente claro por el momento, es de qué
manera puede ser incorporado, y si puede serlo, el centro de la explosión en el espíritu del
analizado como proceso consciente y por eso mismo pasible de ser rememorado como
suceso psíquico. Se ofrecen allí varias posibilidades: 1) En el caso de numerosos pacientes
que dicen no querer aceptar como solución definitiva más que una parte de la personalidad
psíquica, ciertas cualidades psíquicas como la esperanza, el amor en general, o en relación
con ciertas cosas, han sido tan totalmente destruidas por la conmoción que es necesario
considerarlas como incurables, más exactamente, como totalmente muertas.
La curación de esta parte no puede ser entonces una restitutio ad integrum, sino solamente
la reconciliación con una carencia. Las personas sufrientes tienen el sentimiento de que
una cantidad y una cualidad de amor de naturaleza extraordinaria, la felicidad genital, moral
e intelectual más completa y más perfecta, podrían incluso resucitar a estos fragmentos
psíquicos muertos; dicho de otro modo, permitirían regenerar los fragmentos de
personalidad corporales y psíquicos por destruidos que estuviesen y devolverles una
capacidad funcional total. Pero tal felicidad no es accesible en la realidad. (En el caso de
violación en la infancia, por ejemplo, el hecho de ser desposada por el mejor hombre del
mundo, en el sentido psíquico y espiritual con, por añadidura, una potencia colosal y
colosalmente amorosa, sería todavía demasiado poco para poder actuar como antídoto
contra el envilecimiento y la reducción de la personalidad [mutilación] por el trauma.) 2) Con
una paciencia colosal y abnegación por nuestra parte, después de cientos de ejemplos de
la mayor indulgencia, simpatía, renunciamiento a toda veleidad de autoridad, aceptando
que el paciente nos dé lecciones y nos ayude, espero lograr hacer renunciar al paciente a
este gigantesco cumplimiento de deseos, y se contentará con lo que se le puede ofrecer; y
que por mi amor, es verdad, pero más tarde por amor de su propia razón, hará revivir el
fragmento del Yo muerto, es decir, lo curará y lo sostendrá. (Vendajes en las caderas).
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / (Vendajes en las caderas).
(Vendajes en las caderas).
25 de marzo, 1932 (Vendajes en las caderas).
Vendaje psíquico. La paciente (B.) tiene la fantasía de que sus caderas están
sostenidas por grandes vendas rígidas.
Las asociaciones han permitido concluir que esta fantasía corresponde al deseo de ser
protegida y sostenida. La transferencia será pues la ocasión de proporcionar la protección y
el sostén que han faltado en el momento del trauma. El amor y la fuerza del analista,
suponiendo que la confianza en él sea suficientemente grande y profunda, actúa poco mas
o menos como el abrazo de una madre amante y de un padre protector. La seguridad que
ofrece el regazo materno y el abrazo de brazos sólidos, permite una relajación completa,
aun después de un trauma conmocionante, de tal modo que las fuerzas propias de la
persona conmocionada, no perturbadas por tareas exteriores de precaución y de defensa,
puedan ser consagradas, sin dispersarse, a la tarea interior de reparación de las
perturbaciones funcionales causadas por la penetración inesperada. Los sentimientos
positivos de transferencia proporcionan, en un cierto tiempo posterior, la contrainvestidura
que no ha podido constituirse en el momento del trauma.
2) Finalmente, consideré siempre y aún considero mi análisis como un medio auxiliar del
análisis del analizante. El analizado debía seguir siendo la persona principal, disponer de la
mayoría del tiempo, y yo solamente me analizaría en tanto que quedara tiempo después de
la abreacción total. (La duración global de dos horas fue estrictamente mantenida). El paso
siguiente que se le ocurrió al analizante fue dividir el tiempo exactamente en dos. Esto no
fue posible sino una vez despejados los obstáculos que me hacían difícil lastimar a alguien
(es decir, no satisfacer a alguien): singular coacción, consecuencia de rendimientos y
exigencias excesivas en la infancia, en lo que concierne a la sexualidad; Biri. A partir de
ahí, sesiones dobles regulares. Tomando en consideración la objeción del analizante, a
saber, que al fin de la sesión de análisis era incapaz de ocuparse de mi objetivamente,
también debió finalmente complacerse este deseo y ahora cada sesión doble comienza por
el análisis del analista.
Innegablemente noté en mí, al fin de mi propio análisis, una gran fatiga y una gran dificultad
de concentrarme en la nueva tarea y objetivar la atención. De la manera habitual en el
análisis, incluso en condiciones corrientes, intenté superar esta tendencia a la relajación, no
siempre con igual éxito; el interés seguía ligado a mi propio Yo y pedía ante todo reposo.
Una tentativa de poner esto en práctica fracasó la primera vez. El paciente contó un sueño;
el analizante analizado (analista), fatigado por su propio análisis, se adormeció pero aun
oyendo con una sola oreja y en una semi-somnolencia, captó algunas imágenes del sueño
y restos de palabras; repentinamente, despertado por el sentimiento de culpabilidad, intentó
hacer asociar al paciente sobre estos fragmentos, completamente secundarios para el
paciente. (Había recordado repentinamente que él era el analista.) Irritación del analizado
sobre esta cuestión a causa de mi inatención. Repliqué un poco molesto con razón: o bien
soy Julio César, o bien no lo soy. No puedo al mismo tiempo tener crisis de epilepsia y
prestar atención conscientemente a todas las comunicaciones del paciente. El paciente
estuvo de acuerdo. Pero esperaba que, a pesar de esta ausencia, hubiera registrado todo
lo que me había comunicado. Y yo debí admitir que sumergirse así y al mismo tiempo
analizar, era del orden de lo imposible. Debí pues, con alguna vergüenza y confusión,
retomar la antigua proposición del paciente, es decir primero hacerme analizar hasta el fin,
antes de proseguir el análisis. No sin un cierto sentimiento de depresión y de vergüenza. Si
ya me costaba bastante reconocer el hecho de ser puesto en pie de igualdad en el análisis
mutuo, el proyecto de ser analizado de manera unilateral por el analizante implicaba aún
más rebajamiento y humillación; debí degradarme a la condición de niño y reconocer al
analizado como una autoridad vigilante sobre mí.
La primera consecuencia de esta decisión fue el estallido de mi migraña del lado izquierdo.
La depresión persistente condujo entonces a la siguiente modificación del proyecto: el
análisis del analizante no debe ser interrumpido salvo con el fin de que las tensiones del
paciente no se acumulen. Lo mejor será pues, un mismo día de análisis, analizar solamente
a este o a aquel, en consecuencia, no modificar la dirección del análisis. Para esto se
analizará pues cada día alternativamente en este sentido, o en el otro. Debo, sin embargo,
reconocer que este proyecto contiene todavía restos de la resistencia contra la humillación
total proyectada.
Dos días seguidos, nada más que ser analizado; sentimiento deprimente de haber perdido
la dirección, las riendas. Idea poco regocijante: el paciente ha logrado sustraerse
completamente al análisis y ponerme en análisis en su lugar. Con mi tendencia a arriesgar
aun lo más difícil y a encontrar los motivos para esto, me resolví, aunque con la mayor
repugnancia, a correr también este riesgo, y agregaría incluso una base teórica diciéndome
que sólo hay verdadero análisis si la relajación alcanza algo semejante a la relación
padre-niño, es decir, una confianza total y el abandono de toda independencia. De este
modo, la habitual superioridad del analista apareció primero en la mutualidad como la
puesta sobre un mismo plano, sólo más tarde una subordinación total. A pesar de esta
decisión, ningún bienestar, incluso síntomas: dolor de cabeza, trastornos del sueño;
sensación de fatiga y somnolencia durante las sesiones de análisis y aun en el momento de
representaciones teatrales de alguna longitud. La experiencia práctica aportó la solución. La
abstinencia de dos días hizo urgente que el paciente fuera analizado, y la mutualidad fue
reestablecida.
Complicaciones por la introducción de una tercera persona que quiere también analizarme.
Divergencia sobre esta cuestión entre la paciente Nº 1 y yo. Pienso que una inmersión total,
hasta la profundidad "de las madres" no es posible si el analista no se transforma en un
libro abierto, es decir, no solamente amable y gentil de manera formal y profesional, sino
también inofensivo, comunicando sus tendencias reprimidas y rechazadas, yoicas,
peligrosas, brutales y sin miramientos. La paciente Nº 1, en cambio, piensa que esto no es
necesario salvo en un caso excepcional como el suyo, mientras que la Nº 2 se siente
relegada y confiesa estar celosa de la Nº 1. También con frecuencia, la Nº 2 me preguntaba
si no me molestaría en tanto que analista, que ella intentara hacerse analizar por un
paciente al mismo tiempo que por mí. Para esto, eligió un hombre con el que se sentía
particularmente impaciente.
Una vieja idea encontró un nuevo apoyo, una formulación nueva, por la extensión de la
mutualidad: la idea de que la expansión del gangsterismo puede conducir a la fundación de
un nuevo orden de sociedad a partir de la ausencia de esta hipocresía. Parecería que: 1)
cuando somos humillados, molestados, heridos, todos tenemos reacciones de gangsters. 2)
Por otro lado, reconoceríamos y admitiríamos sin disimulo, en nosotros como en los
miembros del grupo, estas "debilidades" que ocultamos o reprimimos hoy por infantiles y
ridículas, esta nostalgia disimulada detrás del cinismo más brutal de los gangsters, a saber,
el deseo de una ternura dulce y aniñada (activa o pasiva) y la felicidad de la confianza.
Todo análisis de una mujer debe terminar con la homosexualidad, como el de un hombre
con la heterosexualidad. La inmersión más profunda quiere decir: situación maternal o
intrauterina; como es evidente, esta situación orienta en la mujer hacia el mismo sexo y en
el varón hacia el sexo opuesto. "On revient toujours". Se diría: la homosexualidad es la
anteúltima palabra del análisis de la mujer. El analista (digamos, masculino) debe dejar
reinar todas las cualidades de la madre e inhibir todos los instintos masculinos agresivos
(incluso inconscientes). Van a manifestarse entonces en la analizada femenina tendencias
espontáneas, es decir, no impuestas a la fuerza, a la pasividad, a ser amada de manera
más penetrante, conforme a la anatomía. La última fase del análisis de una mujer será
pues, sin excepción, la evolución espontánea hacia un querer-ser-pasiva y madre. Freud
tiene entonces razón en incluir un período masculino, marimacho (es decir fijada a la
madre) antes de la femineidad; es necesario agregar una sola corrección: el hecho,
resultante del análisis, de que una gran parte de la sexualidad de los niños no es
espontánea, sino injertada de un modo artificial por la ternura exageradamente apasionada
y por la seducción de los adultos.
Sólo cuando esta parte injertada sea revivida analíticamente y así fraccionada
emocionalmente, se desarrollará en el análisis, y primero en la relación de transferencia,
esta sexualidad infantil no perturbada de la cual surgirá, en la última fase del análisis, la
normalidad a la que se aspira.
Como muchas otras, esta paciente frígida que sufre de estados de angustia (crisis), de
pesadillas, de una compulsión cotidiana a beber alcohol todas las noches, de alucinaciones
diurnas de contenido angustiante, esta paciente pues, habla muy frecuentemente de una
potencia oscura, irresistible, extraña, que la obliga contra su voluntad, contra su interés,
incluso a contramano de su propio placer, a acciones y palabras destructivas, dañinas para
ella misma y para los otros; se podría pues hablar de demonomanía. No es raro que sus
asociaciones psicoanalíticas degeneren en visiones extraordinariamente vivas, de cuya
realidad no tiene la menor duda, a pesar de que permanece consciente del hecho de que
se trata de una manera de ver diferente a la habitual. Automáticamente se cubre al mismo
tiempo los ojos, presionando sus antebrazos sobre sus globos oculares, olvidando casi mi
presencia, aunque en cierto modo parece seguir manteniendo la conciencia, puesto que me
va comunicando sus sensaciones a medida que ocurren. Es suficiente para esto que yo la
invite a hablar. Teniendo en cuenta el esfuerzo necesario para separar los brazos de su
cara, se siente cuán difícil es arrancarla de este estado. Con mucha frecuencia,
inmediatamente después me mira como sorprendida pronunciando palabras de este tipo:
Entonces, ¿usted está allí? Qué curioso. Usted es el Dr. F. y estuvo allí durante todo este
tiempo.
Desde que oyó hablar de la teoría de Freud sobre el Superyo en tanto que producto de la
escisión del Sí Mismo, repite con gran convicción que en su caso un Superyo feroz, la
voluntad de su madre, la encadena por una gran angustia y la fuerza a conductas
autodestructivas. (Siente incluso que su tendencia a engordar de manera no deseada es
obra de esta voluntad extraña que le es impuesta y se descarga también físicamente sobre
ella.)
Se representa la irrupción del dañino Superyo más o menos de la manera siguiente: el dolor
y el espanto paralizan las fuerzas de cohesión y de supervivencia de la persona, y es en
este “tejido que se ha hecho blando y sin resistencia" que penetra la voluntad extraña,
dirigida por el odio y el placer de agredir, con todas sus tendencias, mientras que una parte
de su espontaneidad propia es expulsada fuera de la persona.
El resultado de este proceso es, por una parte, la implantación en el alma de la víctima de
contenidos psíquicos dispensadores de placer, provocadores de dolor y de tensión; pero al
mismo tiempo, el agresor, por así decir, aspira dentro de él una parte de la víctima, a saber,
la parte que ha sido expulsada. De donde el efecto calmante de la explosión de furia en el
furioso cuando ha logrado causar un dolor a otro: una parte del veneno será implantada en
otra persona (si en lo sucesivo, esta persona tendrá que pelearse contra los afectos de
displacer, sólo será a causa del tratamiento injusto); al mismo tiempo, (y esto es lo que hay
de nuevo en lo que cuenta S.I.), el agresor anexa el estado de felicidad ingenua,
desprovista de angustia y tranquila en que vivía la víctima hasta entonces. En términos
simples, esto podría expresarse más o menos de la manera siguiente: se encuentra en una
situación de molestia y de dolor, se envidia la paz de otro, digamos de alguien débil, un
niño, se da de algún modo una patada a un perro porque se está deprimido. Se obtiene así
que el otro también sufra, lo que debe atenuar absolutamente mi dolor. Por otra parte,
anexo por este acto el estado de felicidad anterior.
Cuando se inflige dolor a alguien, o cuando se le retira el amor, hay dolor. La reacción
racional a esto debería ser la tristeza, con mantenimiento de la situación de amor real, en
consecuencia, algo como: todavía lo amo como antes, él no me ama más ¡qué dolor me es
necesario soportar! La reacción de odio, en cambio, es completamente irreal; si soy
maltratado comienzo a pretender: no lo amo, lo odio, y en lugar de pasar por el sentimiento
de dolor real, le inflijo cualquier dolor físico o moral. Por este medio, obtengo que sea él y
no yo quien sufra. Logro pues desplazar mi dolor, total o parcialmente, sobre algún otro. El
mecanismo paranoide puede también manifestarse en el hecho de que el desplazamiento
traza círculos cada vez mayores y el odio es extendido sobre toda una familia, toda una
nación, toda una especie. En razón del desplazamiento y de la cualidad de proyección que
se vincula de este modo al odio, también será difícil o imposible que el odio, a semejanza
del duelo, sea rápidamente reducido filosóficamente o lentamente pulverizado de alguna
manera. Si el herido vivió un duelo persistente en lugar del odio, el trabajo de duelo habrá
poco a poco hecho su obra, mientras que el afecto desplazado, quizás justamente a causa
de esta irrealidad, podría persistir largo tiempo, o definitivamente. Ejemplo más frecuente:
decepción traumática en la infancia, odio a un cierto tipo de personas durante toda la vida.
Atención insuficiente del hecho de que la homosexualidad femenina es, en el fondo, algo
muy normal, tan normal como la heterosexualidad masculina. Hombre y mujer tienen,
desde el principio, el mismo objeto de amor femenino (la madre). La profundización del
análisis conduce en los dos sexos a decepciones y conflictos con la madre. La educación
de la limpieza, la formación de una "moral esfinteriana" es asunto de la madre. (Incluso se
plantea la cuestión de saber si no es a continuación de esta primera decepción por la
madre, que una parte de la libido es vuelta hacia el padre.) La fijación al padre, o al sexo
masculino, en cambio, es absolutamente anormal, está ante todo en contradicción con la
anatomía que sostengo (contrariamente a Freud) como fundamentalmente determinante
para la psicología. Además la sociedad no parece juzgar tan severamente la
homosexualidad femenina. La relación de la niña con la madre es mucho más importante
que la relación con el padre. Incluso las agresiones sexuales de la infancia provenientes del
lado masculino, ejercieron principalmente un efecto traumático porque dislocaron la relación
con la madre.
Elementos complementarios
inevitables concernientes al conflicto edípico.
La experiencia a propósito del efecto traumático de las agresiones genitales por parte de
los adultos sobre los niños, me obliga a modificar la concepción psicoanalítica hasta ahora
admitida de la sexualidad infantil. El hecho de que exista una sexualidad infantil permanece
evidentemente intangible, pero una gran parte de lo que aparece como pasional en la
sexualidad infantil podría ser la consecuencia secundaria de una violencia pasional de los
adultos, impuesta a los niños contra su voluntad, implantada, de alguna manera,
artificialmente en los niños. Incluso, manifestaciones demasiado violentas de ternura no
genital, como besos apasionados, abrazos fogosos, en realidad afectan al niño de manera
displacentera. Los niños sólo quieren ser tratados gentilmente, con ternura y dulzura. Sus
gestos y sus movimientos de expresión son tiernos, y cuando es de otro modo es que algo
ya no va. Es necesario plantearse la pregunta: ¿qué parte de lo que revela el amor
indefectible del niño por la madre y qué parte de los deseos de muerte del niño contra su
padre rival se desarrollarían de manera puramente espontánea, incluso sin implantación
precoz del erotismo y de la genitalidad adulta apasionada, es decir, qué parte del Complejo
de Edipo es verdaderamente heredada y qué parte transmitida de una generación a otra
por vía de la tradición?
1) Violencia genital por parte del padre en la temprana infancia. Evolución: 1) Carácter
obstinado, incapacidad de terminar estudios, cualquiera que fuesen (Freud: la actividad
sexual resulta ineducable), sensaciones histéricas, sobre todo en la cabeza y en el vientre.
Ocasionalmente, crisis dolorosas; análisis mas profundizado; excitación permanente de la
vagina en forma de prurito, conversión de esta sensación en dolor, y desplazamiento sobre
partes alejadas del cuerpo. Abreacción ocasional en medio de crisis convulsivas histéricas.
2) La formación del Superyo gana por estas representaciones un carácter más plástico.
Debo a varios pacientes la representación (consignada en otra parte), de que los adultos
introducen a la fuerza su voluntad y más particularmente contenidos psíquicos de carácter
displacentero en la persona infantil; estos transplantes extraños escindidos vegetan a lo
largo de toda la vida en la otra persona (recíprocamente, oigo declaraciones sobre el hecho
de que las partes expulsadas de la persona infantil son, por así decir, asimiladas por el
dispensador del Superyo).
En el caso citado, se producía entonces el hecho extraño de que la voluntad loca y maligna,
después de un acceso maníaco que superaba todo lo que se había producido hasta ahí, se
encontraba repentinamente decepcionada, se retiraba de la persona que investía hasta
entonces y, bajo la forma de una pura voluntad de matar, se volvía contra la persona en la
que había vegetado de algún modo hasta entonces. La consecuencia es una enorme
laguna en la persona que se había habituado a poseer la voluntad extraña como esqueleto
de su propia persona. El resto de la persona entra en un estado de inseguridad como el
provocado por un sismo desde el momento en que el loco tomó la decisión de retirarse.
Pero en el momento de la agresión, toda ilusión es destruida; la percepción repentina de
esa existencia terrorífica que es la suya en poder de un demente, no puede ser aceptada,
el estado de escisión existente hasta entonces deja lugar a un estado de desilusión
completa; cumplido esto, todo el sector de este episodio se desintegra en una masa de
escombros atomizados, como después de la extinción de un fuego de artificio.
La tarea del análisis es hacer volver el alma a la vida a partir de estas cenizas (día por día,
consolidación primero modesta, después progresiva de estas cenizas en briznas de
comprensión; en un momento, todo será destruido otra vez, después de nuevo
pacientemente reconstruido, finalmente, la experiencia vivida de transferencia y el
aprendizaje del sufrimiento que pasa por ella, allana el camino hacia las profundidades
traumáticas). Indicación eugénica: el recién nacido ya debe ser alejado de un medio
demente.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / La erotomanía como fundamento de toda
paranoia.
La erotomanía como fundamento de toda paranoia.
10 de abril, 1932. La erotomanía como fundamento
de toda paranoia.
Hasta ahora se consideraba casi exclusivamente la relajación del paciente; del analista se
esperaba solamente que favoreciera esta relajación por medio de medidas apropiadas o, al
menos, no la perturbase; eventualmente, se atraía la atención sobre lo más importante de
estas perturbaciones. La aparición de la idea del análisis mutuo es, en realidad, una
extensión de la relajación también al analista. Analista y analizante se relajan
alternativamente.
Insertar aquí que, desde sus primeras comunicaciones sobre la técnica, Freud recomienda
tal relajación bilateral, sin poner este nombre al proceso. El paciente es invitado a adoptar
una actitud completamente pasiva hacia sus contenidos psíquicos. Por un lado, compara el
estado psíquico que entonces se instala con la docilidad pasiva de aquel que se somete a
la hipnosis, estando ambos estados emparentados en su esencia. Pero también exige del
analista una "atención libremente flotante", es decir, un cierto grado de desapego en
relación a un pensamiento y a una búsqueda conscientemente orientada. Dicho de otro
modo, Freud exige tanto la relajación del médico como la del paciente, pero una relajación
de una profundidad diferente. Del paciente se espera que se abandone, hasta nueva orden,
a la conducción del inconsciente, pero también el médico debe dejar jugar su fantasía en
todas direcciones, aun las más absurdas; sin embargo, tiene la obligación, o el deber, de no
alejarse demasiado de la superficie de la conciencia, y en ningún momento, por así decir,
descuidar su tarea de observar a los pacientes, evaluar el material producido y tomar las
decisiones en cuanto a eventuales comunicaciones, etc.
En el análisis mutuo, el médico renuncia, aunque no sea más que pasajeramente, al puesto
de "centinela". Esto quería decir hasta aquí (en la mutualidad) que mientras tanto el
analizado retomaba el rol del analista. De ello resulta o parece resultar una modificación
inesperada y a primera vista completamente desprovista de sentido, la necesidad de que
ambos se relajen simultáneamente. Como lo acabo de decir, esto suena de entrada como
un absurdo completo, para qué sirve que dos personas caigan en trance simultáneamente y
que cada una hable sin oír nada, de manera disparatada, es decir, asocie libremente y dé
libre curso a sus sentimientos por gestos y también movimientos expresivos. Aquí la única
brizna de paja que nos ofrece la experiencia analítica actual es la idea lanzada por mí -si
recuerdo bien- de dialogo de los inconscientes. Cuando dos personas se encuentran por
primera vez -dije entonces- se produce un intercambio de movimientos de afectos no
solamente conscientes, sino también inconscientes. Sólo el análisis podría determinar en
ambos por qué razón se ha desarrollado la simpatía o la antipatía que les es a ellos mismos
inexplicable.
En definitiva, quería decir que cuando dos personas conversan, se trata, en realidad, de un
dialogo no sólo de lo consciente, sino también de ambos inconscientes. En otros términos,
al lado, o paralelamente a la conversación que retiene la atención, se desarrolla también un
diálogo relajado. Algunos de mis pacientes, sin embargo, no se contentan con esta
explicación, pretenden férreamente que al lado de esta receptividad para las
manifestaciones de emociones inconscientes de nuestros congéneres, justificables por el
análisis o la psicología corriente, también se desarrollan fenómenos psíquicos que no son
explicables en el estado actual de nuestros conocimientos en fisiología de los órganos de
los sentidos y en psicología. Otros antes que yo han mostrado con qué frecuencia
sorprendente los fenómenos llamados de transmisión de pensamiento se desarrollan entre
médico y paciente, frecuentemente de una manera que supera de lejos la posibilidad del
azar. Si estas cosas llegaran algún día a verificarse, podría parecernos plausible a
nosotros, analistas, que la relación de transferencia pudiese favorecer extraordinariamente
la instauración de manifestaciones de receptividad más afinadas.
Y esto conduce, en realidad, a la historia del principio propiamente dicho de la última
modificación. La razón de la inversión del proceso (siendo el analista analizado) fue la
percepción de una resistencia emocional, más exactamente de una sordera obtusa, en el
analista. Se oía sin cesar la queja: "Usted es demasiado pasivo, no hace nada", etc. y
también a menudo con manifestaciones de la mayor desesperación. Bajo la presión de la
angustia, el paciente separó de él una especie de fragmento de inteligencia que me
prescribía lo que yo debía o habría debido hacer en el momento en cuestión, y cómo. Sin
embargo, incluso cuando después de haber superado una resistencia personal
verdaderamente fuerte contra este tratamiento, planteaba las preguntas requeridas que me
habían sido prescriptas y obtenía las respuestas, el resultado continuaba siendo
insatisfactorio para el paciente en lo que concierne a la convicción en cuanto a la realidad
de las situaciones traumáticas reproducidas en estado de trance.
En todo caso, el "contraanálisis" puesto en marcha confirmaba casi palabra por palabra las
afirmaciones del analizante. Las quejas continuas (venidas desde lo más profundo del
inconsciente) de que yo en realidad no compartía ni emociones ni sufrimiento, que estaba
emocionalmente muerto, se han verificado analíticamente en numerosos puntos, y han
reconducido a los traumas infantiles profundos (traumas que podían ser relacionados en
particular con exigencias desmesuradas en el dominio de la genitalidad por parte de los
adultos y con conflictos con el espíritu puritano de la familia, pero en último término, quizás
con un trauma sufrido en la lactancia). Es allí qué entró en acción la extraordinaria analogía
entre mi destino (neurosis) y la psicosis de su propio padre. La paciente vivía en una total
comunidad de alma y de espíritu con el padre; unas veces se diría que la paciente vivía en
la cabeza del padre, otros el padre en la cabeza de la paciente. Pero a causa de su locura,
él no sabía que todos los tratamientos innobles infligidos a la hija estaban en realidad,
destinados a la madre; el trauma final atomizante sobrevino en el momento de una
desilusión recíproca. Después de una última tentativa incestuosa desesperada, el padre se
alejó emocionalmente de su hija para difamarla desde entonces a todo lo largo de la vida,
en un acto de venganza por lo demás, completamente lúcido. La atomización continuó, en
el momento de darse bruscamente cuenta que era imposible llevar al padre a reconocer
sus locuras y sus pecados.
La paciente recuerda que la víspera debió pasar algunas horas en compañía de Mrs. Dm.,
una dama que conocía desde hacia mucho tiempo y que hizo también tentativas analíticas
con ella. Su antipatía hacia esta dama estaba fundada sobre su falta de cultura, su
estrechez de espíritu muy Nueva Inglaterra y su manera primitiva de expresarse; y además,
su imaginación no contendría el menor rasgo de inclinación artística, etc. Esto la incitaba a
huir de la compañía de esta dama. Ayer, como no pudo evitarlo se sintió obligada a
embriagarse. Sólo podía soportarla en un estado de embriaguez total, de desequilibrio, de
semi-sueño como en un sueño. En el momento que pensaba en ella, todas sus
asociaciones se agrupaban alrededor del olor de esta dama. Exhalaba como un olor a
cadáver que espanta a la paciente y la incita a rechazarla.
El mismo día, Dm. viene a verme y dice que ella también bebió mucho (pero no estuvo
ebria). Se siente espantada, dice, en compañía de esta paciente: esta dama sería
demasiado agresiva, demasiado enérgica, y le recordaría a su propia madre. (Esto se
relaciona aquí con un trauma infantil: su madre la arrastró tan violentamente por la muñeca
que le rompió el brazo.) Es necesario anotar aquí que Dm. tiene efectivamente un olor
desagradable y disgusta decididamente a las personas de olfato sensible. Se puede afirmar
con gran probabilidad que la intensidad de estos efluvios tiene algo que ver con el odio y la
furia reprimidos. Como si, a la manera de ciertos animales, a falta de otras armas, tuviera a
la gente a distancia de su cuerpo espantándolos con estas emanaciones de odio.
(Conscientemente y en su comportamiento manifiesto, la paciente sería más bien blanda
con una inclinación por la obediencia ciega y la sumisión sin queja).
No era demasiado osado relacionar la reacción de la paciente con el hecho de que podía
realmente olfatear los sentimientos de la gente. Me contó entonces diversas experiencias
de esta clase. Hecho interesante: me contó largas historias de su madre que se
asemejaban al mismo género de ideas que las del Pr. Jaeger en su tiempo. Bañarse y
lavarse es malsano; ella no cambiaba jamás su ropa interior pero, sin embargo, nunca olía
mal. Pero, por otro lado, era de una energía poco común, regenteaba la casa (el padre era
un borracho e iba poco seguido a la casa, después de lo cual nacía un niño).
La teoría que podría fundarse sobre estas cuestiones y otras similares, sería la siguiente:
las emanaciones de su madre, que eran conscientemente agresivas, no despedían mal
olor; pero las de Dm., que es aduladora y conciliadora en apariencia, pero llena de secreto
odio, traicionan el odio reprimido. (Acá, la asociación: "Así habla el sabio Salomón".)
Una gran parte de lo que hasta ahora ha sido considerado como oculto, o como
sobre-rendimiento metafísico recibiría así una explicación psico-fisiológica. Un paso
suplementario y todavía más osado conduciría entonces a las actuaciones de los médiums
espiritas, que pueden sentir las emanaciones globales de las personas que continúan
vibrando en alguna parte del espacio, aún después de tiempos infinitos. (Un poco como un
perro, las huellas de su patrón muerto). Los médiums espiritas reconstruirían pues, con la
ayuda de su olor, el pasado de un ser humano. Serían capaces, con su imaginación
olfativa, de seguir a la persona hasta su pasado más lejano, y en todos los lugares donde
ha estado en vida. Por qué el olor de Dm. es sentido como un olor de cadáver: es un
problema en sí mismo. Tentativa de solución provisoria: cuando una reacción emocional es
reprimida, interrumpida o rechazada, algo en nosotros es efectivamente aniquilado. La
parte aniquilada de la persona cae en estado de descomposición. Si la persona entera es
impedida de actuar, se sigue una descomposición general, es decir, la muerte. Relacionar
aquí con la afirmación de tantos neuróticos en estado de trance o de sueño de que una
parte más o menos grande de ellos mismos está muerta o asesinada y que la arrastran
como un fardo sin vida, es decir, inepto para funcionar. El contenido de este paquete de
represión está en constante agonía, es decir, en descomposición. La desintegración
completa (muerte) le es tan imposible como el retorno a la vida por aflujo de energías
vitales.
Nine Pin.
Silly servant
Qué formidable irrupción en el desarrollo normal, cuando a tal niño, egoísta por necesidad
natural, le son dirigidas demandas emocionales desmesuradas de naturaleza altruista.
Después de haber permanecido un tiempo, frecuentemente incluso no muy largo, en este
estado de postración casi comatoso (los pacientes son capaces de dormirse en el teatro, en
mitad de un discurso), se anuncian en ese momento signos de libido espontánea, y más
tarde, manifestaciones de sexualidad sin fatiga consecutiva. La fatiga que sucede a la
fabricación de sentimientos intelectuales y de emociones intelectuales testimonia la fuerza
fantástica que es necesaria para reprimir por la fuerza los procesos intelectuales a nivel de
la alucinación. La libido normal está siempre demasiado llena, las emociones desbordantes
afectan también nuestro sensorium. El lema: "nihil est in intellectu quod prius non fuerit in
sensu" está acá invertido y reemplazado por un “prius" del intelecto. Es plausible que en un
examen más profundo, todas las neurastenias reconduzcan a algo análogo. (Relacionar
aquí con la oposición fisiológica, señalada por mí, entre empobrecimiento de la libido por la
masturbación y acumulación de libido por el Coitus interruptus a saber, neurosis de
angustia.)
Sueño de una paciente (B.) en que la historia incluye de manera casi segura violencias
genitales infantiles: ve una fila de soldados, o de gimnastas, todos sin cabeza, tiesamente
alineados. Sobre el lado izquierdo (espalda) de cada uno se levanta una protuberancia
carnosa. La asociación deriva hacia el juego de bolos (nine-pins). Cada golpe es
simbolizado por uno de los soldados; la idea del orgasmo quizás por intermedio de los
nueve. Al mismo tiempo, el hecho de que falte la cabeza representa la emotividad pura en
ausencia de todo control intelectual ("l'amour est un taureau acéphale", Anatole France).
Pero al mismo tiempo el estado psíquico de la paciente está también representado: piensa
que los nine-pins no logran sostenerse en equilibrio a causa de la carga unilateral de la
izquierda. Sin embargo, esta idea viene de que la paciente antes de ir a dormir, bebió una
cantidad de cocktails que perturbaron considerablemente su equilibrio. Cuando se ha
perdido así la cabeza, parece posible que las emociones de otras personas se vuelquen
muy naturalmente sobre nosotros, como si la envoltura protectora del Yo hubiera sido
disuelta por el narcótico. En otros términos: un niño embriagado o anestesiado
(eventualmente también un niño en el que la autoprotección está paralizada por el terror o
el dolor) se vuelve de tal modo sensible a los movimientos afectivos de la persona que
teme, que experimenta la pasión del agresor como la suya propia. La angustia del falo
puede así volcarse hacia la adoración o el culto del falo. (Acá, el problema del placer sexual
femenino, podría ser que en el origen no fuera mas que la angustia transformada en
placer.)
Subsiste un problema sin embargo: es solamente posible que la angustia sea transformada
en placer, incluso si esto ocurre sólo después de la pérdida de su propia cabeza y de la
identificación al toro acéfalo. Sin embargo, se presenta también otra solución según la cual
todo masoquismo no nacería de la angustia, sino que la bondad y el sacrificio de sí
contrabalancearían las tendencias yoicas, en tanto instinto, o quizás en tanto fuerza natural
(S.I.).
Una fuerte antipatía consciente, como la suscitada por la homosexualidad, puede constituir
un obstáculo importante en el tratamiento de los casos manifiestos. Podría considerarse
que la resistencia tan extendida contra las "psicosis" y las perversiones (Freud) reposa
sobre un análisis insuficiente en relación con veleidades de esta clase. Estos pacientes nos
recuerdan quizás las experiencias más crueles de los tiempos primitivos, los momentos en
que los hombres debieron combatir por su salud psíquica y su destino libidinal.
Pienso, por mi parte, que al principio Freud creía verdaderamente en el análisis, siguió a
Breuer con entusiasmo, se ocupó apasionadamente, con devoción, de la curación de los
neuróticos (permaneciendo tendido en el suelo horas, si era necesario, cerca de una
persona en crisis histérica). Pero debió ser, primero debilitado, después desencantado por
ciertas experiencias, más o menos como Breuer en el momento de la recaída de su
paciente, y por el problema de la contratransferencia abriéndose delante de él como un
abismo.
En Freud, esto corresponde, sin duda, al descubrimiento de que las histéricas mienten.
Desde este descubrimiento, Freud no quiere más a los enfermos. Retornó al amor de su
Superyo ordenado, cultivado (otra prueba es su antipatía y sus términos injuriosos respecto
a los psicóticos, los perversos y, en general, contra todo lo que es "demasiado anormal", lo
mismo que contra la mitología hindú). Después de este shock, de esta decepción ya no se
trata tanto del trauma, la constitución comienza a jugar el rol principal. A continuación,
evidentemente, una porción de fatalismo. Después de la ola psicológica, Freud tuvo que
aterrizar de nuevo, primeramente en el materialismo de investigador de las ciencias de la
naturaleza; en lo subjetivo, ve casi únicamente la superestructura de lo físico, y en lo físico
mismo ve algo mucho más real; segundo, aún permanece intelectualmente interesado por
el análisis, pero no emocionalmente. Tercero, su método terapéutico, como su teoría, están
cada vez más impregnados por el interés por el orden, el carácter, el reemplazo de un mal
Superyo por uno mejor; se vuelve pedagógico.
La modificación de su método terapéutico, lo vuelve cada vez más impersonal (flotar como
una divinidad por encima del pobre paciente, rebajado a la condición de niño; no advirtiendo
que una gran parte de eso que se nombra transferencia es artificialmente provocado por
este comportamiento, se pretende que la transferencia es fabricada por el paciente). En
verdad, esto puede ser cierto en parte, y considerado como útil para hacer surgir el material
antiguo, pero si el médico no se vigila, se demora más tiempo del necesario en esta
situación confortable para él, en la que los pacientes le ahorran el displacer de la
autocrítica, proporcionándole la ocasión de gustar el encanto de estar en posición de
superioridad y de ser amado sin reciprocidad (casi una situación de magnificencia infantil), y
además siendo pagado por esto por el paciente. De manera completamente inconsciente,
el médico puede ponerse así con toda inocencia consciente, en situación infantil frente a su
paciente. Una parte del comportamiento de tal analista puede, con razón, ser designado
como loco por el paciente. Ciertas teorías del médico (ideas delirantes) no deben ser
cuestionadas; si sin embargo se lo hace, se es un mal alumno, se recibe una mala nota, se
está en "resistencia".
Mi "terapia activa" fue un primer asalto inconsciente contra esta situación. Por la
exageración y la puesta en evidencia de esta metodología sádico-educativa, se me hizo
claro que no era defendible. A modo de nueva teoría (nuevo delirio) se me ocurre la teoría
de la relajación, el laissez-faire completo respecto al paciente, la represión brutal de las
reacciones emocionales naturalmente humanas. Pero los pacientes recusan la falsa dulzura
del maestro, irritado en su fuero interior, igual que anteriormente la brutalidad del analista
"activo" que deja al paciente sufrir tormentos infernales e incluso espera que se le
agradezca por esto. Finalmente a uno se le ocurre preguntarse si no es natural y también
oportuno ser francamente un ser humano dotado de emociones, tan pronto capaz de
empatía, tan pronto abiertamente irritado. Lo que quiere decir: abandonar toda "técnica" y
mostrarse sin disimulo, lo mismo que se le pide al paciente.
En cuanto se comienza a actuar de tal modo, al paciente se le ocurrirá, con toda lógica,
expresar su sospecha en cuanto al análisis imperfecto del analista y, despertando de su
timidez, osará poco a poco hacer observar él mismo tal rasgo paranoico o tal rasgo
exagerado; finalmente, llegará la proposición del análisis mutuo. Si se tiene una cierta
confianza en la propia capacidad de no ser al fin de cuentas impresionado más que por la
verdad, puede resolverse al sacrificio, aunque parezca espantoso, de entregarse uno
mismo al poder de un loco. Cosa curiosa, se es recompensado por este coraje, el paciente
supera más fácilmente la decepción de no ser amado por nosotros que la dependencia
indefinida en relación a un pariente (padre o madre) que en apariencia promete todo pero
que, interiormente, rehúsa todo.
En contraste con el presente, se tiene así una chance más grande y más rápida de volver a
sumergirse en el pasado traumático por donde se puede alcanzar un restablecimiento
definitivo, espontáneo, y ya no más fundado sobre la autoridad.
En cuanto al médico, decepcionado así de su delirio científico, ejercerá en los casos
ulteriores, una acción más fecunda; a manera de beneficio secundario, tendrá también
acceso a las posibilidades de gozar de la vida que hasta allí le eran neurótica o
psicóticamente rehusadas.
Por momentos, se tiene la impresión de que una parte de lo que se llama situación de
transferencia no es, en realidad, una manifestación espontánea de las emociones del
paciente, sino que es creada artificialmente por medio de la situación engendrada por el
análisis, es decir, por medio de la técnica analítica; al menos, la interpretación, quizás
exageradamente acentuada por mí y por Rank, de que cada hecho particular primero en el
sentido de un afecto personal respecto al analista, es susceptible de crear una especie de
atmósfera paranoide que un observador objetivo podría describir como delirio narcisístico,
incluso erotomaníaco del analista. Es posible que se esté demasiado rápidamente inclinado
a presuponer en el paciente sentimientos de amor y de odio hacia nosotros.
Esto parece ser una repetición mucho más literal de la relación padre-niño; también en la
infancia, los adultos presuponen en el niño afectos desmesurados, sobre todo sentimientos
de amor. Es verdad que no se cesa de predicárselos al niño, seguramente una forma
singular de sugestión, es decir, de introducción fraudulenta de emociones no espontáneas
que no existen realmente. Debe ser excesivamente difícil liberarse de tal trampa y volverse
uno mismo. Si la sugestión tiene éxito, el niño se hace obediente, es decir, que se siente
bien en su dependencia. Ocurre de otro modo en los casos donde una inteligencia, quizás
precozmente desarrollada, hace difícil una sumisión ciega.
Tales niños se vuelven "malos", tercos y aún "obstinados". A falta de otras armas para
defenderse, se cierran intelectualmente a la comprensión de las cosas que se exigen de
ellos. Obtienen así 1) poder protegerse, gracias a su "incapacidad", contra la aceptación de
una regla que les parece falsa, disparatada y desagradable; 2) tener a mano un arma
eficaz, y además un arma invisible, con la cual se pueden vengar de la injusticia que les
acaece. Por más esfuerzos que hagan los padres y los maestros para poner buena cara
frente a una mala cabeza, el niño percibe la tensión irritada que crece en ellos, de la que
sólo se podrá obtener alivio si se continúa resistiendo hasta la explosión de odio que se
produce en el adulto. Pero si al fin de tal escena debió ser reñido y golpeado, tal fin procura
al niño una relativa satisfacción; está quizás allí la raíz última del placer masoquista y de la
fantasía “se pega a un niño”.
1) Principio del tratamiento analítico, sin simpatía particular de mi parte; va de suyo que
siento por la paciente, en tanto médico, un interés que tengo por leal. Mucho más tarde, la
paciente me dice un día que mi voz, en el curso de esta primera entrevista, y solamente esa
vez, era mucho más dulce e insinuante de lo que nunca había sido después. Advierto en
ese momento que es esa voz la que le prometió, por así decir, un interés personal
profundo, al mismo tiempo que amor y felicidad. He aquí lo que puedo sacar posteriormente
de todo esto: la antipatía mencionada más arriba podría ser la consecuencia a) de una
independencia y una confianza en sí misma desmesuradas, b) de una fuerza de voluntad
extraordinariamente poderosa en la fijeza marmórea de los rasgos de la cara, c) de una
manera general, algo soberano, algo de una superioridad de reina, o incluso de alteza real;
todos rasgos que ciertamente no se podrían calificar de femeninos. En lugar de tomar
conciencia de estas impresiones, parece que parto del punto de vista de que, en tanto
médico, debo en todos los casos estar en posición de superioridad; superando mi evidente
ansiedad delante de tal mujer, parece que hubiera adoptado inconscientemente una actitud
de superioridad, quizás la de mi virilidad intrépida, que mi paciente tomó por verídica,
mientras que se trataba de una pose profesional consciente, adoptada en parte como
medida de protección contra la angustia.
Sin embargo, el malentendido fue aclarado desde la tercera o cuarta sesión, en el momento
en que en el curso de sus asociaciones la paciente declaró que yo habría pretendido
haberme enamorado de ella. Esto no dejó de horrorizarme; recordé numerosos casos de
histéricas erotómanas que acusaban falsamente a su médico de haberles hecho
declaraciones de amor. De entrada negué pues, de manera clara y neta, haber hecho tal
declaración, pero no logré aparentemente convencer a la paciente. Pero a medida que me
sumergía en el trabajo analítico, desplegaba, como es habitual, un profundizado interés por
todos los detalles de su historia. Desde el principio, sin embargo, la paciente exigió contar
para mí más que las otras pacientes, lo que no me la volvía más simpática. Como el caso
no mostraba ningún progreso, redoblé los esfuerzos, decidí incluso no dejarme desanimar
por ninguna dificultad, cedí poco a poco a cada vez más deseos de la paciente, dupliqué el
número de sesiones, fui hacia ella en lugar de forzarla a venir a mí, la llevé conmigo en mis
viajes de vacaciones, le di sesiones incluso el domingo. Con la ayuda de tal exceso de
esfuerzos, llegamos, de algún modo, gracias al efecto de contraste de la relajación, a hacer
posible la emergencia de la historia infantil, evidentemente traumática, bajo formas de
estados de trance o de crisis.
Permanecimos detenidos en esta etapa, sin otro progreso, durante otros dos años. Me eran
impuestas las peores exigencias por el hecho de que hacia el final de las sesiones la
paciente caía en una crisis que me obligaba a permanecer otra hora más cerca de ella,
esperando que la crisis pasara. Mi conciencia de médico y de ser humano me impedían
dejarla allí, en este estado de privación. Pero el surmenage parece haber provocado en mí
una tensión enorme que, por momentos, me volvía odiosa a la paciente. Las cosas llegaron
a una especie de punto crítico que tuvo como consecuencia que yo comenzara de algún
modo a batirme en retirada.
Sin poner el acento sobre el desarrollo cronológico, se me ocurrió la idea de que el giro tal
vez más importante se produjo de la manera siguiente: la paciente hizo el proyecto, o
manifestó la convicción que en el curso del verano, a saber, en los días correspondientes
en el calendario a la fecha del trauma infantil, iba a repetirse y rememorarse todo el
proceso. Una parte de la repetición tuvo lugar y, no obstante, cada crisis se remataba con
la constatación: "y, sin embargo, no sé si todo este asunto es verdadero". Los análisis de
los sueños y el resto del trabajo analítico mostraban la clara voluntad de no rendirse a la
evidencia del horror de su vida, es decir, de no suprimir la escisión de su persona en una
parte que inconscientemente sabe y sufre, y otra, siempre viva pero mecánica e insensible,
hasta que no le fuera ofrecida en la realidad, a manera de compensación, una vida donde
sería plenamente amada y reconocida.
La paciente me atribuía el papel de este amante perfecto. Como para todas las fantasías
producidas por los pacientes, me esforzaba en penetrar igualmente en las profundidades
de ésta, es decir, conducir estas fantasías a desplegarse. Muy pronto tomaron un carácter
sexual que yo analicé, como todo el resto, con interés y benevolencia. Pero cuando un día
me preguntó directamente si esto significaba que yo me había realmente enamorado, le dije
con toda honestidad que se trataba de un proceso puramente intelectual y que los procesos
genitales que se consideraban no tenían nada que ver con mis deseos. E' shock así
provocado fue indescriptible. También este proceso fue, con seguridad, reconducido como
siempre hacia el pasado, al trauma, pero la paciente permanecía siempre enganchada a la
vertiente transferencial.
Esta crisis evocada más arriba me obligó, en oposición a mi sentimiento del deber, y sin
duda también a mi sentimiento de culpabilidad, a reducir mis sobreactuaciones médicas.
Después de un duro combate interior, dejé a la paciente sola durante el tiempo de
vacaciones, reduje el número de sesiones, etc. La resistencia de la paciente permaneció
inquebrantable. En un punto llegamos, por así decir, a chocar violentamente. Yo pretendía,
férreamente, que debía odiarme por mi maldad a su respecto, lo que ella negaba
resueltamente, pero lo negaba a veces con tanta irritación que los sentimientos de odio se
transparentaban siempre. Ella, al contrario, pretendía percibir en mí sentimientos de odio, y
comenzó a decir que su análisis no progresaría jamás si no me decidía a dejar analizar por
ella los sentimientos ocultos en mí. Resistí durante alrededor de un año, después me
resolví, sin embargo, a este sacrificio.
Para mi gran sorpresa debí, sin embargo, constatar que la paciente tenía razón en varios
aspectos. Una ansiedad particular frente a las fuertes personalidades femeninas de su
temple que venía de mi infancia. Encontraba y encuentro "simpáticas" a las mujeres que
me idolatran, que se someten a mis ideas y a mis singularidades; en cambio, las mujeres
de su tipo me llenan de terror y provocan en mí la oposición y el odio de los años de la
infancia. El sobrerendimiento emocional, particularmente la gentileza exagerada, es idéntica
a los sentimientos del mismo orden respecto de mi madre. Cuando mi madre afirmaba que
yo era malo, esto me volvía en aquel tiempo todavía más malo. Su manera de herirme más
era pretender que yo la mataba; fue el punto a partir del cual me obligué contra mi
convicción interior a la bondad y a la obediencia.
El análisis mutuo aporta aparentemente la solución. Me dio la ocasión de dar libre curso a
mi antipatía. La consecuencia fue, curiosamente, que la paciente se tranquilizó, sintiéndose
justificada; una vez que hube reconocido abiertamente los límites de mis capacidades,
comenzó incluso a reducir sus reivindicaciones a mi respecto. Una nueva consecuencia de
este evidente circulus benignus es que en este momento la encuentro efectivamente menos
antipática, que incluso soy capaz de tener por ella sentimientos amistosos y juguetones. Mi
interés por los detalles del material analítico, y mi capacidad para absorberlos, que
anteriormente estaban como paralizados, aumentaron visiblemente. Debo incluso
reconocer que comienzo a sentir la influencia benéfica del hecho
de-ser-liberado-de-la-angustia también respecto a otros pacientes, de modo que resulto
mejor analista no sólo para esta paciente, sino de una manera general para todos los otros.
(Menos somnolencia durante las sesiones, más interés humano por todos, intervención
marcada por una sincera y tan necesaria empatía en el proceso analítico.)
¿A quién corresponde el mérito de este éxito? Ciertamente ante todo a la paciente que, en
su situación precaria de paciente, no dejó de combatir por su razón; sin embargo, esto no
hubiera servido de nada si yo mismo no me hubiera sometido al sacrificio inhabitual de
arriesgar la experiencia de ponerme, en tanto médico, entre las manos de una enferma
seguramente peligrosa.
La paciente viene de una familia fuertemente deteriorada -la madre está en un asilo de
alienados- y se estableció que cuando tenía alrededor de un año y medio y se encontraba
sola con su madre demente durante días enteros, ésta usaba procedimientos horribles -no
se sabe de qué naturaleza- para proteger a la niña del onanismo. (Se comprobó que desde
hace alrededor de 150 años hay gran número de dementes en la familia de la madre. La
abuela, la bisabuela, etc., todas las mujeres se volvieron locas después del nacimiento de
un niño. Un hermano de la madre, millonario americano, vivía con ellos; la paciente vivía
con una gobernanta alemana hiperansiosa, en una parte alejada del castillo, rigurosamente
vigilada.) Manifiestamente, todo era hecho 1) para proteger a la paciente de las emociones,
2) para mantener lejos de ella la idea de volverse loca; pero la pequeña, que se sentía
perfectamente sana y era de una inteligencia excepcional, parece haber advertido todo; sin
embargo, ella misma fue asaltada por el temor de volverse loca y aceptó, con toda
conciencia, la actitud de su entorno: 1) Se protegía de las emociones (que identificaba a
locuras), 2) rehuía la angustia consciente recurriendo a medidas fóbicas de protección, al
mismo tiempo que se aburría espantosamente y no comprendía por qué no la querían los
niños de su edad (manifiestamente, por su racionalidad excesiva, hacía de aguafiestas). Se
consolaba con la idea de que a partir de sus dieciocho años, cuando fuera adulta, todo
cambiaría, todo le sería permitido.
Mientras tanto, las relaciones entre los miembros de la familia se complicaban. El padre, un
borracho, se divorció de la madre, la madre se casó con un médico célebre que
manifiestamente no la amaba y sólo se había casado por su dinero para poder construir,
gracias a ella, su gran hospital. Lo que hizo sobradamente. Parece que durante un cierto
tiempo la paciente hubiera amado a este padrastro imponente; él la obligaba a una
ambición desmesurada, la abrumaba con reglas de vida rígidas que debía tener
constantemente ante los ojos; al mismo tiempo, era un tirano que echó de la casa a la
gobernanta bien amada y al tío enfermo (que tenían una relación); éstos se mudaron a
California y la paciente iba de un lado a otro entre Nueva York y California. En la
Universidad, desde que estuvo en condiciones de experimentar tales sentimientos, se
enamoro de varias jóvenes. Los jóvenes no le hacían absolutamente ningún efecto. (Quizás
a causa de la angustia de tener hijos que es algo que vuelve loca.) En el curso de un viaje a
Europa conoció a un extranjero frívolo que la desvirgó. De vuelta a casa, se dio cuenta con
espanto que estaba embarazada. Con enorme angustia, se dirige a su padrastro que
reacciona de la siguiente manera: le hace creer que el aborto provocado es imposible, que
debe casarse con alguien sin decirle que está encinta.
Un antiguo pretendiente, joven de fortuna de la misma clase social, se sentiría muy feliz de
hacerla su esposa. Ella cree, sin embargo, que tanto el padrastro como el novio, sólo
quieren ese casamiento por la forma, pero que apenas tuviera lugar la operación, la
dejarían divorciarse. Pero, en cambio, los dos hombres esperan que ella se acostumbrará a
la vida conyugal. No es este el caso, y se vuelve a encontrar en un aprieto, se siente
culpable por su silencio, y planta a su marido. En parte por motivos neuróticos, no puede
amarlo verdaderamente. Se enamora pues de mujeres, parte en viaje de exploración con
marido y amante. Mientras tanto, el padrastro contrae una enfermedad mental, y se arroja
por la ventana de su propio hospital. La paciente va a analizarse con un médico americano
que la ayuda en cierta medida pero que termina por volverse moralizante, intentando
persuadir a la paciente que debe acostumbrarse a la vida conyugal. Desde hace años
intentaba venir a verme, pero sólo pude aceptarla al cabo de tres años de espera.
Lucha paciente contra la total ausencia de afecto, sin éxito visible, pero la partenaire que ha
hecho progresos más rápidos, comienza a ayudarme en el análisis. Algunos días, habiendo
renunciado completamente a las manifestaciones de hiperactividad, llega con el sentimiento
de un vacío interior absoluto. Aparentemente pues, un agravamiento, pero que considero
como una actualización del estado de hecho, y como un progreso. Es en este momento
crítico que parece haber intervenido el "hecho-de-ser-despertado" (o de haberlo sido).
Sentía que este vacío interior era, en realidad, una aspiración a una inmensa compasión,
en lugar de la indiferencia que se siente habitualmente respecto de las personas
desprovistas de afecto, o profundamente dementes, o alienadas. La paciente misma explica
que no quiere que se le preste atención, que produce sin duda un efecto repulsivo, etc.
Reuní todas mis fuerzas para convencerla de lo contrario, y hacerle comprender que era el
colmo de la injusticia despreciar, por añadidura, a los seres así abatidos por la desgracia, y
que en nombre de la humanidad injusta, yo debía otorgarle mas amor e interés que a las
gentes felices. Aparentemente, esto no la conmovió, pero esa misma noche su amiga pudo
observar a la paciente masturbándose en sueños. A la mañana no tenía ninguna conciencia
de esto, y le rogó insistentemente a su amiga que no me lo contase, lo que aquella,
naturalmente, rehusó prometer.
Quizás bajo el efecto de la simpatía con la que contaba de mi parte, le sobrevino el coraje
de superar toda la ansiedad y todas las inhibiciones infantiles, y permitirse una pasión.
Quizás en este momento será una tarea menos difícil juntar la parte escindida de la
persona, la afectividad, con el resto de la personalidad.
Uno de los casos donde la paciente es afectada por trastornos respiratorios nocturnos.
Cada tanto, se despierta y durante un breve instante oye su propio estertor como si fuera el
de otra persona, después se sobresalta, brutalmente angustiada. Los ejercicios de
relajación en el análisis, conducían de vez en cuando a estados análogos donde pude
constatar: respiración muy superficial, palidez cadavérica de la piel, voz baja, casi inaudible,
pulso apenas perceptible. Estas manifestaciones se vinculaban con fantasías relacionadas
a "caricias" sin escrúpulos infligidas por un hombre adulto, probablemente el padre. Al
mismo tiempo, incapacidad e imposibilidad total a) no solamente de hablar a alguien del
trauma, b) sino incluso de tener verdadera conciencia. A continuación de una "confesión
psicoanalítica" (revelación de mi displacer hasta entonces nunca expresado respecto de
una relación homosexual; al mismo tiempo, un rastro quizás, de celos masculinos y
médicos de mi parte), sentimiento de un enorme triunfo, una confianza que hasta ahora no
había experimentado jamás: ¡así que después de todo yo tenía razón!
Esta experiencia analítica volvió a la paciente mucho más segura en cuanto a la realidad de
lo sucedido; incluso se sintió inmediatamente capaz de contárselo a su hermano
(curiosamente, ahora era al hermano a quien se le ocurría cuestionar el carácter del padre)
y obtener de él confirmaciones. En la misma noche, una pesadilla de una intensidad y una
duración nunca experimentadas antes y, esta vez, sin ninguna distorsión: se siente como
una niñita asaltada sexualmente por un gigante; el peso del cuerpo gigantesco le oprime el
pecho; se continúan una serie interminable de asaltos genitales terriblemente dolorosos
que, durante cierto tiempo, intenta soportar por medio de una violenta contracción de todas
sus fuerzas musculares. Pero de golpe le falta la fuerza de voluntad; en el mismo momento
se instala una total insensibilidad respecto de su propia persona, sin que cese de tener
conciencia de toda la escena; al contrario, en adelante observa todo el proceso como desde
afuera, ve un niño muerto del que se abusa de la manera descripta e incluso, curiosamente,
con la muerte desaparecen también completamente los lamentos (y naturalmente también
la angustia, las tentativas de salvataje, etc.); en cambio, su interés incluso su sentimiento y
toda su comprensión se vuelven hacia el agresor. Encuentra lógico que la tensión
acumulada en el agresor deba descargarse de la susodicha manera.
Mientras tanto, se instaló una relajación muscular total, lo que permitió a la respiración y a
la circulación hasta entonces totalmente suspendidas volver a ponerse en marcha; la
paciente se despertó parcialmente, pero aún pudo sentir los últimos segundos de los
estertores y el sentimiento de estar muerta, como si fuera un sueño. Después del completo
despertar, el recuerdo de la repetición del trauma permaneció excepcionalmente
conservado. En otras ocasiones del mismo tipo (ver el sueño sobre los soldados-bolos), o
bien el recuerdo estaba totalmente ausente, o bien era distorsionado hasta hacerse
irreconocible, reconstruible solamente por el análisis. La paciente tenía el sentimiento de
que sólo el aumento de la confianza en ella misma y en mí le habían permitido sumergirse
tan profundamente en la repetición.
En caso de extrema necesidad, se crea en nosotros un ángel guardián interno que dispone
de nuestras fuerzas corporales mucho más de lo que somos capaces en la vida ordinaria.
Se conocen los desempeños casi acrobáticos en caso de extremo peligro (mi propia caída
en la alta montaña en el momento en que me agarré del único peñasco que se adelantaba
un poco por encima del abismo y debí pasar toda la noche sentado sobre él). Este "ángel
guardián" se constituye a partir de fragmentos de la propia personalidad psíquica,
probablemente de fragmentos del afecto de autoconservación. Por eso la insensibilidad
mientras él está allí. La ayuda exterior que falta es pues reemplazada por la creación de un
sustituto más antiguo. Claro que no sin modificación de la personalidad anterior. En los
casos más extremos de esta clase, la retracción del propio Yo fue tan completa, que incluso
se perdió el recuerdo de todo el episodio. Subsiste, sin embargo, una cierta influencia sobre
el carácter de la persona que ha pasado por esta clase de cosas; nuestra paciente, por
ejemplo, casi seguramente desde que se instauró el trauma, manifestaba un carácter terco,
reservado, fiándose al fin de cuentas sólo de sí misma, lo que justifica ahora triunfalmente
en el análisis. En jerga psicoanalítica, hablaría pues aquí de un caso de escisión
narcisística del Yo.
Pero para quien piensa solamente en términos de fisiología el proceso puede explicarse de
la siguiente manera: en un pánico violento -una crisis dolorosa-, el paciente reacciona con
un enorme tensionamiento psicofísico de sus fuerzas. Esto conduce a retener la
respiración, a aumentar el ritmo cardíaco. Si la crisis dolorosa persiste, entonces se instalan
trastornos circulatorios que entrañan trastornos tróficos en el cerebro, y finalmente también
en la médula espinal. Los centros cardíacos y respiratorios se han paralizado, la conciencia
se desvanece. Después de esto, relajamiento muscular completo, alivio de la actividad
cardíaca, despertar de las funciones cerebrales, muy a menudo sin ningún recuerdo de lo
que ocurrió. En todos los casos parecidos, los pacientes hablaban de cefaleas violentas en
la región de la nuca, inmediatamente antes de la pérdida de la sensibilidad; aparición
frecuente de tales dolores en el curso de procesos de repetición. La compulsión de dos
pacientes a fumar sin cesar era también un coqueteo con la auto-estrangulación.
En el caso R.N. la crisis se intensifica hasta alcanzar un grado insoportable; en este punto,
la paciente pide ayuda con una extrema vehemencia apasionada, a menudo gritando
estridentemente: "Take it away, take it away!". El llamado se dirige visiblemente a mí, lo que
me pone en grandes apuros porque no tengo la menor idea de la ayuda que debo darle
para remediar este estado de sufrimiento. A veces obedezco a su deseo y planteo esta, por
así decir, sugestiva afirmación: sí, ahora me llevo el dolor. A veces un "fragmento" de
inteligencia del enfermo permanece en contacto conmigo, incluso durante la repetición del
trauma, y me da prudentes consejos en cuanto al modo de tratamiento. Es así que recibo el
consejo de vigilar antes de irme que el dolor permanezca separado del resto de la psique.
El fragmento psíquico doloroso es entonces representado materialmente como una
sustancia y tengo por tarea rodear esta materia con una fuerte envoltura impenetrable, o
bien proteger del desmoronamiento a la parte restante de la psique, localizada en la
cabeza, con sólidas vigas certeramente colocadas. Se me reclama también que, aun
cuando me vaya, una parte de mí permanezca con, o en, la paciente como un espíritu
protector. Confieso francamente que durante mucho tiempo me sentí molesto de dejarme
llevar por tales maquinaciones sugestivas, porque estaba muy lejos de creer en la realidad
de estas extrañas representaciones mentales.
Pero a menudo no podía poner fin a una crisis antes de haber repetido palabra por palabra,
aunque un poco avergonzado, lo que el paciente reclamaba. Frecuentemente se producían
milagros cuando pronunciaba, como se me pedía, las mismas palabras, palabra por
palabra. Pero el efecto no duraba mucho tiempo, al día siguiente nuevamente debía oír
hablar de una pesadilla, etc., lo mismo que de síntomas que se producían en el curso de la
jornada, y esto continuaba así, a menudo durante meses, sin que hubiera el menor cambio.
Era necesaria una gran dosis de optimismo para perseverar pacientemente, a pesar de
todo esto, pero no era menor la paciencia que yo imponía de este modo al enfermo.
En realidad, se me pedían dos cosas sin las que no se concedería ningún cambio en la
repetición. 1) Una sinceridad total respecto de los sentimientos de displacer existentes en el
analista, el esclarecimiento por medio del análisis mutuo, de los obstáculos en mí que
volvían como obstáculos en la transferencia libidinal. 2) Después de haber despejado la vía
de esta dificultad, desapareció la parálisis de la comprensión intelectual, y apoyadas sobre
la convicción interior, aparecieron por sí mismas las preguntas justas de mi parte.
Por último, se enamoró de una joven encantadora y compartió en adelante su libido entre
ambos mundos. Fue solamente dos años más tarde que reveló su insatisfacción respecto
de mí desarrollando una transferencia intelectual con un colega de América.
2) La joven en cuestión vino a analizarse conmigo asegurando sin cesar su fidelidad hacia
la amiga precitada. Después de una franca explicación respecto a la insatisfacción
conmigo, se produce de repente un súbito aumento de la confianza en sí misma y el
sentimiento expresado con seguridad de que, por poco que se lo proponga, puede seducir
a cualquiera, hombre o mujer. Y de hecho, se otorga este placer durante cierto tiempo
aunque no sin un sentimiento de culpabilidad. A causa de este arte de seducir, se
considera como un peligro público; tiene la impresión de que yo también caigo en
dependencia libidinal respecto de ella. El placer que saca de sí misma y del mundo entero
le ocasiona a menudo sensaciones genitales persistentes, una especie de orgasmo
prolongado.
Fragmentos de un sueño frecuente: después de una felicidad prolongada del tipo recién
descripto, y después de una escena de seducción exitosa con el Sr. Th., masturbación;
después cae de golpe dormida, para despertarse de una espantosa pesadilla una hora más
tarde, completamente agitada, desorientada. Debe recurrir a diversas estratagemas para
persuadirse de que es ella quien está allí donde está; tiene el sentimiento de haber sufrido
durante un tiempo infinito y se sorprende de la brevedad del tiempo de sueño. El sueño es
más o menos de esta manera: está acostada sobre el suelo de cemento y ligeramente
inclinado del subte en una masa viscosa, continuamente en peligro de deslizarse entre los
rieles. Su pierna derecha está paralizada. Con un dedo se agarra a un agujero; otra
persona la recarga con su propio peso, persona que a su vez está, de la misma manera
que ella, en peligro de deslizarse hacia abajo. La paciente se desembaraza de esta persona
introduciendo sus dedos, que se agarran convulsivamente a ella, dentro del mismo agujero.
Pero finalmente también sus propias fuerzas ceden y cae sobre los rieles, es decir, pierde
la conciencia.
Se ve enseguida yendo penosamente desde los rieles hacia una casa, donde un hombre de
cierta edad la invita amablemente (desde lo alto de un balcón). En el camino se siente
horriblemente mal, es decir, siente una terrible necesidad de vomitar, cae, se apodera de
un valioso jarrón a modo de recipiente, y vomita de manera ininterrumpida como un
surtidor, finalmente, también vomita sobre el piso a pesar de que todo da vueltas. El líquido
tiene un gusto extraño y hay granos adentro. Se despierta de este segundo
desvanecimiento de la manera en que ha sido descripta más arriba. En el camino hacia el
lugar donde vomitó, hay gentes que la acusan injustamente. Caminando, su pierna derecha
duplicó su tamaño y debe andar con las rodillas dobladas, si quiere caminar.
Dos pacientes, de los cuales uno se permite para divertirse, analizar a la otra paciente, la
que llega enseguida a descubrir resistencias en el analista. Ella propone un análisis mutuo
que conduce de manera inesperada al descubrimiento de los siguientes hechos: la
"paciente" no llegó a adquirir confianza en este hombre sin que se sepa por qué; sin
embargo, era de manera manifiesta extraordinariamente bueno hacia ella; sin embargo, en
materia de dinero era inconstante. 1) Respecto de un hombre, se mostraba de una
prodigalidad desmesurada. 2) Respecto de la paciente, mucho menos. 3) Recordaba haber
dejado un día plantada a una mujer, en circunstancias vitales para la vida de ésta. Estos
recuerdos condujeron a la constatación de tendencias homosexuales, o al menos a una
fijación libidinal predominante hacia el hombre. El odio contra la madre había conducido en
la infancia casi al matricidio.
Otros dos casos proporcionan hechos interesantes en un sentido inverso, en los cuales el
sentimiento de culpabilidad desapareció repentinamente, como por milagro. 1) S.I., herida
en la cabeza, detención de la auto-tortura, independencia (en parte, también respecto del
análisis), como continuación del hecho de que yo la había dejado sola en un estado de
inconciencia que representaba un peligro vital, de modo que no podía elegir más que entre
el suicidio o la curación. 2) Caso B.: después de la confesión de mi propia falta de
sinceridad, repentino despertar de la confianza hacia mi. Tuve la fuerza de hacerle mal y
eso aumentó su confianza en ella misma. Vio que yo era suficientemente fuerte para dejarla
incluso morir, si fuese necesario. (Analogía con mis experiencias con epilépticos ).
Mi deseo original es: no debe existir nada que me perturbe, nada debe encontrarse en mi
camino. Pero ciertas cosas malas no quieren obedecerme y se imponen a mi conciencia.
En consecuencia: existen también otras voluntades además de la mía. Pero ¿por qué
aparece en mí una especie de fotografía del cuerpo exterior, tan pronto como,
reconociendo mi debilidad, desaparezco retirándome? (¿Por qué aquel que es aterrorizado
imita en su angustia los rasgos de la cara aterrorizante?) La máscara del recuerdo quizás
se desarrolle siempre a expensas de una muerte temporaria o permanente de un fragmento
del Yo. Originariamente, un efecto de shock. ¿Magia de imitación?
De este modo sólo sería posible una reparación completa en una completa inconciencia, es
decir, con el retorno a eso que todavía es inconsciente (estado aún imperturbado del Yo).
Por escrúpulo, me veo forzado, de todos modos, a decirle todo y no dejarme influenciar
unilateralmente por R.N. Finalmente, ella también es malintencionada.
(Obediencia, sumisión)
Oigo - ladra
En el momento en que nos alcanzan dos impresiones sensoriales que vienen de un mismo
y único punto (dirección), admitimos la existencia de algo fuera de nosotros, en el lugar de
la intersección de la dirección de impacto de las dos excitaciones sensoriales. Cuando esto
es confirmado por otras excitaciones sensoriales, crece la certidumbre de esta existencia
(realidad) en el mundo exterior.
El Yo = resto del Yo + huellas mnémicas. A más alto nivel: resto del Yo + huellas mnémicas
+ acceso a la conciencia por medio de la reproducción (gesto, palabra).
a) excitación espontánea,
b) excitación provocada.
Si se sustrae b), queda el deseo de ternura sin reciprocidad. Esto no es ni una respuesta, ni
narcisismo, sino el amor de objeto pasivo. Ser amado en tanto que objeto, sin amor
recíproco. El orgasmo satisfactorio parece ser una reproducción exitosa de este estado. No
ser desgarrado en Yo y mundo. (La conciencia es superflua, la lucha inútil).
1)Infantilidad (Babyhood).
2)¡Intrauterino!
Erotismo oral
¿Qué parte del erotismo anales espontánea y qué parte es placer de la mirada ya
neuróticamente regresiva! ¡provocada por la cultura (educación)! ¡Desplazada! Menos
prohibida. De las dificultades anales, al menos, se puede hablar, son reconocidas como
existentes. Por esta razón, un campo apropiado para el desplazamiento de los intereses
genitales.
e) ¿El reconocimiento está totalmente perdido? No, un vestigio también puede ser natural.
Pero mucho menos de lo que se espera habitualmente. f) Finalmente, renuncia a la
escisión narcisística del Yo ("Se es su propia madre, e incluso: madre de la madre").
Capacidad de goce sin culpabilidad. g) Que la adaptación a la realidad por medio de su
propia experiencia no se
a destiempo
haga
de manera impuesta.
Problemas:
1) Los analistas deberían estar mejor analizados que los pacientes y no peor.
a) Límite de tiempo.
3) Serian necesarios 6 ú 8 años, imposible en la práctica. Pero debería ser corregido por un
análisis complementario continuo. Pero incluso así, no completamente satisfactorio.
5) Análisis mutuo: ¡Sólo a falta de algo mejor! Sería mejor un análisis auténtico con alguien
extraño, sin ninguna obligación.
6) El mejor analista es un paciente curado. Todo otro alumno debe: primero ser enfermado,
luego curado e instruido.
Dm. 1) Nació con dientes, como su hermano, es decir, con intensas tendencias agresivas.
TERAPIA: El paciente debe tener, por una vez, la oportunidad de ser totalmente yo, antes
de que su Yo sea reconstruido nuevamente sobre la base de su propia comprensión
intuitiva. (Corrección de la educación, reemplazo por la autoeducación por medio de la
experiencia.) El análisis debe permitir al paciente, moral y psíquicamente, las utmost
regressions ¡sin vergüenza! Es solamente entonces, después que él (ella) haya gozado
durante un tiempo, sin escrúpulos, del taking everything for nothing, que se pone al
paciente en la situación de adaptarse a los hechos, incluso también de soportar el
sufrimiento extraño, de manera maternal (sin esperar algo a cambio) (bondad).
3 de junio, 1932
Los niños obedientes de padres apasionados deben ser más advertidos que sus padres, ya
que juegan el rol maternal.
(B.)
a) no le amo, no amo a nadie (amable con todos). Seguramente, yo espero ser amada por
todos. Descontento porque esto no se produce. La agresividad suscitada es impulsada
hasta el deseo de matar.
b) Temor de estar sola, de no ser amada. La situación de ser amada debe ser realizada,
cualesquiera sean las circunstancias.
(R.N.) Cuando el dolor o toda otra sensación se hace "insoportable" (es decir, cuando las
fuerzas de contrainvestidura y los recursos de expresión emocional del organismo se
agotaron): Contracción muscular a) agotada, b) demasiado dolorosa, c) interrumpe la
respiración; el corazón se paraliza (déficit de oxígeno) - vejiga e intestinos evacuados -
parece que la vida pudiera continuar con la ayuda de poderes puramente psíquicos. En
términos de psiquiatría: la alucinación de la respiración puede mantener la vida en plena
sofocación somática. La alucinación de los músculos y de la fuerza muscular, de la fuerza
cardíaca, de la evacuación de la vejiga, del vómito, puede retardar el deterioro del
organismo a pesar de la parálisis completa de estos órganos. Los pacientes sienten, en
cambio, que de una manera «teleplástica" en la que hasta ahora quizás sólo creían los
espiritistas son creados verdaderos órganos que contienen instrumentos prensiles,
instrumentos agresivos a manera de órganos complementarios que se encargan de
aspectos más o menos importantes de la función del organismo, mientras que el organismo
gime, inanimado, en un coma profundo. La relajación se efectúa a continuación de manera
extra-somática.
Por ejemplo, una voluminosa burbuja (que puede eventualmente ser más dilatada todavía)
se constituye en el occipucio, donde todos los afectos de displacer que no pueden ser
resueltos son vertidos y neutralizados de manera imaginaria. Sólo que los pacientes
piensan que este producto de la imaginación también es real y puede producir funciones de
órgano tan eficientes y capaces como el organismo mismo. A partir de un material todavía
desconocido y con la ayuda de fuerzas desconocidas (en extremo peligro), en el momento
en que las fuerzas propias del organismo están agotadas, se forman nuevos órganos
(Lamarck). Pero contrariamente a las concepciones admitidas hasta ahora, tales órganos
pueden aparecer no progresivamente sino de golpe (como los órganos de los seres
unicelulares).
(B.) El padre tan desdichado después del acto, que el peligro de suicidio (incluso no
expresado) está muy presente. Reacción del niño: promesa muda de no dejar que nada se
divulgue (de lo contrario, la familia se disgregaría, sobre todo la posición de la madre, su
amor, toda su vida). (Para asegurar mejor el silencio, igualmente silencio interior: olvido,
represión.) -Pero ¿cuál es la consecuencia?
a) que el padre es infiel; por esto, odia (inconscientemente) a la niña como una rival, o bien
es de un humor muy inestable: acceso de odio exagerado, después de amor exagerado.
(Se engaña mucho a sí misma.)
Freud: "canalla", "sólo buenos para hacer dinero y estudiar". (Es verdad, pero debe ser
confesado a los pacientes. Ellos lo sienten de todas maneras y hacen resistencias.) (En el
momento en que es confesado, la confianza aumenta.) Patients scolding: buzzing flies,
monotonous noise - mother's, father's scolding and our helpless fury. "Bear hug" - children
feel the possessive aggressive element in it and do not dare show their fear, anxiety - and
fury. They displace the reaction to minor things (sensitiveness about the slightest intrusion
in their right - freedom). Outlet also in way of imitation mother - reflecting this way - like a
mirror the affect (aggression - tension) on others. Mostly in a hidden way (se deja caer una
observación infuriating - más tarde, completamente inconsciente) pero esto vuelve
impopular. No sense of humour - fury. Choosing medicine as job (conscious compensation
of misanthropy). First motive: birth of a new child -seems like intrusion in to a right. You
were (be fore) treated, as it were for ever. Fear of the eyes (wide open: they eat you up!).
Hating mother's smell and saliva (after the disappointment).
12 de junio, 1932
1) R.N. Después de haberla seducido, etc., el padre la castiga e insulta. Inconcebible (en
tanto que realidad). Sueño de una valija atiborrada a la fuerza con mas resortes de cama
de los que puede contener. Se rompe en pedazos (estalla).
2) R.N. Tratada de manera espantosa por el padre borracho, luego totalmente abandonada
a sí misma; esto se repite más tarde. (Humiliations after seduction). (Hate of woman!).
Sueño: por debajo "tea”. Está acostada en el pasillo, la cabeza vacía, tantea hacia la
puerta, 17-18- después 19, con un gran esfuerzo -ninguna luz. Constata que no es su
habitación. (Esta no puede ser ella; cada vez se desmaya. En la habitación (del medio) (18)
ve. ..(Falta la continuación.).
No hubo un cambio más radical hasta que no fue reconocido este estado de hecho: el
analista debía darse cuenta de que los pacientes sólo tienen la obligación de decirlo todo,
aun si esto nos resulta desagradable; tomarlo para sí no tiene sentido y debe tener su
causa en una particularidad de nuestro propio carácter. El paciente utiliza nuestra
susceptibilidad para repetir un pasado erróneo. Es por eso que se esfuerzan en ponernos a
prueba. Sólo cuando superamos esta prueba se llega más allá de la repetición de la
represión infantil: obediencia aparente, desafío interior. Como es humanamente imposible
no irritarse y que los pacientes perciban la manifestación, aun muda, de la irritación, no
queda otra cosa que reconocer la irritación, admitir al mismo tiempo la injusticia y tratar
amistosa y afectuosamente al paciente, incluso si tiene un comportamiento desagradable.
El niño reclama más o menos la misma cosa: los padres no deben comportarse como
protectores amistosos cuando, interiormente, están por estallar de rabia; el niño no
reacciona a las palabras amables sino al comportamiento, es decir, a la voz, a los gestos, a
la aspereza de los contactos, etc. El analista debe ser una autoridad que, por primera vez,
reconozca su error, pero sobre todo la hipocresía. El niño soporta mejor un tratamiento sin
dulzura pero sincero que la objetividad y la frialdad denominadas pedagógicas, pero que
ocultan la impaciencia y el odio. Esa es una de las causas del masoquismo; ¡se prefiere ser
golpeado que sentir la calma y la objetividad simuladas! Otro defecto que debe ser
conocido, reconocido y cambiado, es la inestabilidad del humor.
Una reconstrucción puramente intelectual por parte del analista no parece suficiente para
esta tarea. El paciente debe sentir que el analista comparte con él el dolor y que también
hace de buen grado sacrificios para aliviarlo. La frialdad respecto al analizado, incluso la
antipatía y la impaciencia, generalmente sólo pueden ser removidas después de haber
superado fuertes resistencias mediante un análisis a fondo del carácter. La paciente R.N.
se imagina, lo mismo que en la época del trauma principal y con la ayuda de una
inteligencia todopoderosa (Orfa), que investiga en una especie de universo en busca de
auxilio (por medio de un órgano teleplástico complementario). Es así que su Orfa me habría
seguido la pista y descubierto, una vez más, como en el pasado, como la única persona en
el mundo que, en razón de un destino personal especial, quiere y puede llevar
adecuadamente a cabo la reparación del error. Esta capacidad que tengo fue
desenmascarada en el análisis mutuo como mi sentimiento de culpabilidad frente a la
muerte de una hermana dos años menor (Difteria). La reacción contra este sentimiento de
culpabilidad me hace antipática a la gente que sufre; lo que supero por un exceso de
bondad, de interés médico y de tacto (ciertamente exagerados). El análisis debe establecer
la existencia de la impaciencia detrás de esta bondad y hacerla desaparecer. Los
sentimientos amistosos permanecen, dicho de otro modo, el fantasma órfico en cierto modo
se hace verdadero en alguna medida. Cuando esto ocurre se logra el reposo, la
personalidad estallada y zambullida en una burbuja puede reunificarse de nuevo; al mismo
tiempo, en lugar de la repetición, se restablece el recuerdo de lo que ha ocurrido.
Trato amistoso con el mundo de loa espíritus. S.I. tuvo durante años alucinaciones
espantosas, sobre todo, después del consumo de alcohol. Repentina capacidad de
abstinencia, después de una herida craneana. Nuevo progreso: no tiene necesidad de ser
abstinente, puede beber de nuevo sin consecuencias fastidiosas. Al mismo tiempo las
alucinaciones toman un carácter menos aterrorizante y la paciente logra enfrentar mejor las
tareas de la realidad; pretende que mi personalidad ejerce una influencia curativa sobre
ella, que este gran cambio debe adjudicarse a estas cualidades. También siente que por
momentos me aburro o me siento contrariado, pero yo tendría la capacidad rara, o incluso
única, de elevarme por encima de mis propias debilidades.
Fracasos con alumnos. Dm. tiene ahora el coraje de reprocharme dejar caer a los alumnos
al primer signo de una adaptación o de una sumisión incompletas. Debo reconocerlo, pero
me disculpo haciéndole observar que los alumnos me roban mis ideas sin citarme. Freud
encontró el mismo síntoma en mi complejo fraternal que acaba de reiterarse en el seno de
la Asociación Internacional.
Explicación: una especie de bruto, educado en las condiciones más frustrantes, llega de
pronto, a la edad de doce años, a un medio mucho más civilizado, al menos en apariencia
(emigración a América). Al principio humillado en toda su personalidad, utiliza el
psicoanálisis como trampolín para elevarse en una esfera más sublimada (para
desembarazarse de una angustia continua; angustia de volverse loco). Hundimiento
reciente en el curso de un primer análisis cuando, encontrándose en mala compañía, se lo
amenaza de muerte.
La angustia fue determinada por múltiples factores: 1) real peligro de muerte, 2) recaída en
el estado frustro anterior a la emigración y angustia de la recaída, 3) temor de su propia
agresividad, 4) autovalorización intelectual no controlada, desfavorablemente resuelta y
transformada en angustia, y una obstinación tiránica que, después de un fracaso, se le
impone como locura.
Había sufrido mucho cuando niño por las explosiones caprichosas de amor de su madre;
también es posible que ciertas experiencias homosexuales lo hayan desviado del sexo
femenino.
II) Paciente O.S. Traumas infantiles: 1) lesión anal infligida de dos maneras, por una mujer
y por un hombre, 2) como en el caso Nº 1 incapaz de sostener ninguna relación de objeto
(no termina ningún libro, se retira de toda amistad al menor pretexto). Se esfuerza en
sobrecompensar con la bondad, pero se encuentra paralizado en su esfuerzo. Como lo
había supuesto en mi trabajo sobre el tic, parece que un residuo de excitación persiste en
el lugar del trauma. La energía libidinal necesaria a este efecto es tomada del reservorio
general, la genitalidad. Ubi bene vagina.
"Los hombres no comprenden nada", dicen las mujeres y son (incluso en análisis) muy
silenciosas a propósito de sus sentimientos homosexuales. "Los hombres creen que las
mujeres sólo pueden amar a los poseedores de pene." En realidad, ellas continúan
teniendo la nostalgia de la madre y de la amiga con la cual intercambian los relatos de sus
experiencias heterosexuales sin celos. (B + Ett., Dm. + sus amigas). Prefieren a los
hombres femeninos (homosexuales pasivos) porque les ofrecen una continuación de la
bisexualidad.
El rechazo de la homosexualidad
La paciente S.I. después de una fase de transferencia breve, apasionada, pero mantenida
totalmente en secreto, entra en una fase de fuerte resistencia acrecentada por una
interrupción inesperada de mi parte (viaje a América). Retorno progresivo de la confianza,
favorecido por mi participación sincera en la oportunidad de dos momentos trágicos: 1)
cuando se conocieron los enormes despilfarros de dinero de su marido en los juegos de
azar y con mujeres; 2) cuando la muerte brutal de su hermano, profundamente amado. Sin
embargo, la transferencia tomó exclusivamente la forma de una comunión intelectual
amistosa, sublimada en exceso. El tema de principal interés es la exploración común del
inconsciente, en particular de una capa más profunda, "metafísica", que no ha sido
considerada hasta ahora, y que permite al individuo entrar en relación con una parte más o
menos grande del universo.
En este universo caótico, ella encuentra espíritus de muertos y de vivos; en los estados de
trance en relajación profunda, esos espíritus la atemorizan. Después de haber alcanzado
un grado extremo de desmoronamiento (herida en la cabeza), se despierta repentinamente
en ella la capacidad de 1) frecuentar estos “espíritus" sin espantarse, sino más bien
amistosamente, 2) hacer cesar repentinamente su necesidad de beber hasta ahora
incoercible, primero por una abstinencia forzada, después por la simple moderación.
También dos débiles tentativas de ceder, hasta cierto punto, a las insinuaciones de dos
hombres. La primera se refiere a un hombre que le ha hecho insinuaciones, pero al mismo
tiempo, no puede deshacerse de una sumisión masoquista respecto a su mujer. Además,
es más bien un erudito y un esteta. Ama las cosas, no las personas. Después de una breve
llamarada de deseo, enfriamiento total bastante rápido. El segundo caso fue menos
importante; se sintió bastante halagada por la atención de un hombre igualmente inhibido,
pero más natural, sin embargo, una vez más, casado.
Mientras, o quizás bajo la influencia de estos cambios, fuerte aumento del sentido de
realidad y de medidas muy positivas para salvar la situación financiera y moral de la familia.
Se hace la consejera de todos, toma en sus manos la educación de su hija, incluso va en
ayuda de toda una serie de personas de su entorno social.
De vez en cuando intenta, un poco como por "deber", entregarse a una actividad
autoerótica, pero esto nunca se acompaña de fantasías eróticas. Estas son raras, incluso
en sus sueños. En cambio, prosigue infatigablemente el trabajo analítico; tiene una alta
consideración, a mi entender exagerada, por mis desempeños; siente que incluso mi sola
presencia puede ayudarla, de una manera de la que yo mismo no soy consciente. Casi
cada sesión se sumerge en un trance, con visiones incoherentes, la mayor parte del tiempo
inexplicables, de las que sin embargo se despierta no dejando de agradecerme por mi
ayuda.
Se puede interpolar otro incidente del que no se debe asegurar completamente su certeza y
precisión: está todavía en la cuna, el hermano precitado se dirige bailando hacia ella, con
un trozo de madera en la mano y hiere sus órganos genitales. Un trauma ulterior, que la
desvía completamente de la sexualidad, se constituye por la humillación infligida por su
padre en el momento en que es sorprendida con un grupo de niños (entre ellos el hermano)
exhibiéndose mutuamente.
Relacionar con la experiencia con R.N. y S.I., más particularmente con esta última.
Procurando en lo sucesivo desenmascarar deliberadamente lo que se llama "transferencia"
y "contratransferencia" como los escondrijos de los obstáculos más importantes para la
terminación de todos los análisis, se llega casi a la convicción de que ningún análisis puede
tener éxito en tanto no sean superadas las falsas diferencias supuestas entre "situación
analítica" y vida ordinaria, lo mismo que la fatuidad y el sentimiento de superioridad que
todavía acostumbran a sostener ciertos analistas respecto del paciente. Se arriba
finalmente a la convicción de que los pacientes tienen razón una vez más cuando exigen de
nosotros, además del hecho de ser conducidos a la experiencia traumática, dos cosas
suplementarias: 1) una verdadera convicción y, si es posible, un recuerdo de la realidad de
la reconstrucción, 2) como condición de esto, un interés real, una verdadera voluntad de
ayudar o, más precisamente, un amor capaz de dominarlo todo respecto de cada uno en
particular, el único amor que puede hacer aparecer la vida como valiendo la pena de ser
vivida, y que instituye un contrapeso a la situación traumática.
Sólo a partir de allí se hace posible 1) que los pacientes que han adquirido en lo sucesivo
confianza en nosotros puedan ser liberados del esfuerzo a realizar para controlar
(intelectual y emocionalmente) la situación traumática; que sea puesto un término al
proceso de escisión que fue una necesidad del yo, y que los pacientes puedan ser
conducidos a esa unicidad de experiencia que existía antes del trauma. Es evidente que no
hay convicción sin este sentimiento de unicidad y no hay sentimiento de unicidad, es decir,
no hay convicción, en tanto que observándose se duda de sí mismo, incluso frente a una
evidencia lógicamente perfecta. (No se podría prever qué consecuencias podría entrañar
para la ciencia, que los hombres liberados de esta angustia se atrevan a ver y reconocer el
mundo en su patente evidencia; y hasta qué punto esto podría llevar más allá de la más
osada de lo que hoy llamamos nuestra fantasía. Dominar verdaderamente la angustia, o
mas exactamente superarla, debería quizás hacernos completamente clarividentes, y
ayudaría a la humanidad a resolver problemas aparentemente insolubles. Quizás aquí se
verifique posteriormente la confianza en sí, de manera megalomaníaca, que se manifiesta
en las declaraciones de R.N.).
2) Por otra parte, ningún análisis puede tener éxito si en el curso del mismo no llegamos a
amar realmente al paciente. Cada paciente tiene el derecho de ser considerado y cuidado
como un niño maltratado y desdichado. Es pues un signo de debilidad en la organización
psíquica del analista si trata mejor a un enfermo que le es simpático que a otro que le es
antipático. También es erróneo responder a las fluctuaciones en el comportamiento del
enfermo por la fluctuación, no corregida, de nuestra propia reacción. Sin embargo, no es
menos erróneo sustraerse simplemente a toda reacción emocional de naturaleza positiva o
negativa y esperar, detrás de la espalda del paciente, el fin de la sesión, sin preocuparse de
su sufrimiento o haciéndolo sólo de manera intelectual, y dejando que el paciente haga casi
solo todo el trabajo de recolección e interpretación. Es verdad que en tanto médico, se está
fatigado, irritable, un poco pontificante, sacrificando acá y allá los intereses del enfermo a
su propia curiosidad, o incluso, a medias inconscientemente, se aprovecha la oportunidad
para dejarse llevar de manera disimulada a manifestaciones de agresividad y de crueldad
personales. Tales pasos falsos no pueden ser evitados por nadie y en ningún caso, pero se
debe 1) saberlo, 2) siguiendo las indicaciones del paciente, confesar sus errores a sí mismo
y al paciente.
Pero para alcanzar este éxito es necesario otra cosa: la confianza del analista en sí mismo.
Es sólo un beneficio a medias cuando alguien degrada el estúpido sentimiento de
superioridad en autocrítica exagerada, eventualmente masoquista. Si actúa así, entonces
descubrirá en el análisis mutuo que su trauma ha culminado en el defecto de carácter de
inhibición de la acción. (Por ejemplo: a) amor por la madre, b) decepción, nacimiento de un
hermano o de una hermana, c) reacción de rabia, d) angustia frente a las consecuencias, e)
transformación del odio en oposicionismo y deseo de contrariar, misoginia, impotencia
relativa, capacidad de ayuda incompleta respecto a los pacientes.) Expresado en el
lenguaje de la teoría de la libido, se podría pues decir que es necesario lograr el
restablecimiento de una potencia realmente completa, móvil respecto de todos, si se
quieren terminar los análisis. La antipatía es la impotencia.
La paciente Dm. que transpira efectivamente, sobre todo por accesos, despidiendo un olor
completamente notable y perceptible, encuentra una semejanza entre ella y la Sra. Smith,
una enferma mental. (Tuve la ocasión de ver a la Sra. Smith, una esquizofrénica, en la más
violenta angustia. Tenía un olor penetrante, algo parecido a orina de ratón.) En cambio Dm.
siente que ella misma despide olores sexuales. Sufre también de una fissura ani. Los dos
estados; lo mismo que contracciones crónicas, por accesos, se manifiestan cuando reprime
su tendencia a un furor casi maníaco, en la palabra, la voz y los gestos. La furia reprimida
desarrolla en ella una modificación química (envenenamiento -ver veneno para furia), la
transformación de la sustancia atractiva en una sustancia repulsiva. El análisis muestra que
espera un héroe que no se deje espantar, incluso por estos olores. El analista debe ser
este héroe, debe 1) abandonar la insensibilidad hipócrita y reconocer su antipatía y su
disgusto, 2) analizarse a sí mismo, o dejarse analizar hasta que consiga no considerar
desagradables estas sustancias y este comportamiento; si esto ocurre 3) la paciente
abandona su actividad provocativa.
El modelo de todo este proceso era la rabia infantil a propósito 1) de la prohibición de las
manifestaciones sexuales, 2) de la constatación de qué los padres tenían actividad sexual
(nacimiento de un niño). Otro motivo de odio fue el despecho a propósito de la sumisión
débil del padre a la potencia maternal. (Mucho de lo que aparece como envidia del pene
podría ser una protesta en relación al comportamiento de la mujer que permanece junto al
hombre débil).
Motivo principal en Dm: deseo de ser amada por su madre. "Mi madre tenía siempre algo
que criticar a propósito de mi cuerpo" (Ya en la temprana, infancia, criticaba su tendencia a
la obesidad, su olor (?), sus maneras apasionadas cuando se la tomaba en brazos y, más
aún, su amor por el padre, muy tempranamente apasionado. Su deseo de volverse
muchacho fue determinado por el deseo de evitar lo que disgustaba a su madre en sus
inclinaciones femeninas. Se disfraza de hombre porque en tanto que mujer desagrada a su
madre. Es odiada por la madre, sin duda por celos).
Dos casos de trastornos del sueño existentes desde la temprana infancia: 1) Despertar de
un sueño profundo con sentimiento de vértigo y dolor de cabeza; en estado de semisueño,
se observa que no respira absolutamente durante diez segundos o más, y que no siente
incluso el impulso de inspirar. Repentinamente, sentimiento de angustia que induce la
inspiración, pero desde el momento en que se reinstala la somnolencia, la respiración se
detiene. Si la fatiga aumenta, llega a dormirse por un tiempo un poco más largo, pero
cuando se despierta de este sueño está como después de una sofocación grave y peligrosa
que ha durado mucho tiempo. Sensación de calor en la cabeza, todas las mantas
rechazadas, violento acceso de tos, expectoración durante horas de una mucosidad
viscosa, clara como el cristal, y en la cual las ramificaciones reproducen los bronquiolos.
No hay duda de que los bronquiolos estaban completamente obstruidos y que sectores
enteros de pulmón estaban fuera de función. Pulsaciones aceleradas, pulso irregular. Era
necesario casi medio día para expectorar todas las mucosidades, restablecer a medias la
actividad cardíaca-pulmonar y triunfar sobre la perturbación del trabajo intelectual que,
entre otros, fue gravemente perturbado. Observadores advertidos constatan que el paciente
rechina los dientes casi continuamente, que ronca ruidosamente cuando el sueño es un
poco mas profundo hasta que este trastorno respiratorio del tipo Cheyne-Stokes cesa
finalmente despertando sobresaltado. Sucede que el trastorno respiratorio degenera en
convulsiones espasmódicas con lo que la analogía con una crisis epileptoide se impone.
En el curso de la relajación analítica recomendada por mi, este tipo de trastorno respiratorio
sobrevenía también en estado de semi-vigilia. Si en el momento del despertar sobresaltado,
presionaba al paciente para que me informara fragmentos de las fantasías oníricas a las
cuales de otro modo no prestaba casi atención, y cuando a propósito de estos fragmentos
lo dejaba por una parte asociar libremente y por otra lo ayudaba un poco planteándole las
preguntas adecuadas, llegábamos a la reconstrucción de un trauma infantil de naturaleza
homosexual. Agresión por un varón de más edad, completamente olvidada a nivel
consciente, pero manifiestamente repetida con frecuencia y que tuvo como consecuencia:
1) una inclinación marcada a subordinarse a un hombre dotado de una fuerte voluntad. A
manera de compensación: oposición obstinada a toda clase de influencia y compulsión a
una independencia moral e intelectual completa. Le quedó la voz un poco femenina, la
relación al sexo femenino perturbada; siente respecto a las mujeres: 2) Impotencia relativa
con salidas (heterosexuales) ocasionales; pasión violenta en las fantasías masturbatorias;
ejaculatio usque ad tegmen camerae; 3) Trastornos respiratorios descriptos; por momentos,
dolores punzantes en la espalda, a veces con sueños de angustia (y de rabia) después de
años sin sueños.
Caso II. - Fuerte dependencia de la madre, ninguna relación al padre (un extravagante).
"Difficult child", "problem child". Desde la infancia "golpearse la cabeza contra el colchón"
(¡2 a 3 mil veces!) antes de dormirse. Trastornos respiratorios en el curso de la relajación,
exactamente igual al caso 1. Con anterioridad, vivos dolores en el abdomen así como en, y
alrededor, del trasero. Rostro descompuesto, sentimiento de ser aplastada; Cheyne-Stokes,
cara pálida, sensación subjetiva de tener la cabeza ardiendo. El dolor aumenta a tal punto
que provoca -al ser tan inverosímilmente intenso- una risa loca. Es demasiado bestial (en
consecuencia, ¡no verdadero!). Sueños de tener que liberarse a sí misma de situaciones
imposibles a fuerza de ser penosas. Sentimiento de volverse loca. (La realidad de un
displacer puede ser aniquilada por la concentración sobre una representación o una
imagen. Los lamas no sienten el dolor si se concentran sobre ciertas representaciones de
palabras.)
Caso III.- Ningún trastorno respiratorio como en los casos precedentes pero -cuando
marcha bien la relajación- espuma de rabia por sentirse dominada sin recursos, crueldad
"sin nombre", "imposible", y, para colmo (¡es loco!) ser insultada y denigrada.
Consecuencia: querer morir antes de ser asesinada. Sensación: la cabeza es, de manera
no visible, partida en cuatro. La mitad derecha es "la imaginación" del sufrimiento y la
determinación de la decisión de morir. Pero el conjunto está partido en cuatro. Sólo puede
ser realizado pedazo por pedazo, a menos que aparezca un verdadero amante (ideal) que
repare todo (Masculino y femenino: no quiere curarse antes de estar convencida de que
vale la pena.) Sólo puede llegar a esta convicción si el analista, que ve todo, la ama a pesar
de esto o justamente por esto.
Aquí se plantea la cuestión práctica: ¿el analista debe darse sin reserva a cada paciente
(también como persona privada y como ser sexuado)? ¡Muy poco posible! Solución (R.N.):
Cuando el paciente siente la capacidad de amor potencial en el analista (no le es
absolutamente necesario vivir esto realmente). Quizás haya en esta división en cuatro una
descripción más detallada del proceso de represión histérica.
El dilema que consiste en curar una neurosis haciendo revivir de nuevo el trauma patógeno
-y esta vez sin "represión"- tropieza con las siguientes dificultades, a primera vista,
aparentemente insuperables: logramos, con la ayuda de apremiantes incitaciones, que el
paciente vuelva a sumergirse en sucesos dolorosos, localizados en tiempos y lugares
precisos, manifestando todos los signos de sufrimiento moral y psíquico, lo conducimos
incluso, en el curso de la crisis a reconocer con palabras para sí mismo y para nosotros, la
realidad de estos hechos; sin embargo, el efecto alcanzado no logra ser duradero, y una
larga serie de sesiones de análisis transcurre sin progresos notables en lo que concierne a
la curación de los síntomas o a la convicción duradera. O bien esta convicción que parecía
definitivamente establecida se evapora en el transcurso del día siguiente (y más aún
durante el curso de la noche y de las vivencias oníricas), o incluso el dolor aumenta en el
curso de la experiencia traumática-analítica en una medida tan insoportable que el paciente
deja de ser un observador, testigo objetivo que toma conciencia de los hechos, y cae en un
afecto de dolor que ahoga todo pensamiento y todo deseo, todo acceso a la razón, y sólo
deja subsistir la terrible crisis de angustia: ser liberado de este dolor.
En los otros dos casos no fue incluso posible encauzar el análisis traumático. La relajación
de los pacientes no alcanzó nunca la asociación libre, y mucho menos el estado de
semi-inconciencia o de inconciencia intelectual y emocional. Ambos se protegen del
displacer por leve que sea con una violencia tan convulsiva, y ambos están engañados y
acostumbrados a una vida y a una mentalidad tales que permanecen a leguas de distancia
de los verdaderos trastornos de su vida. En el caso 2) ya había tenido la idea -por el hecho
de que los traumas se habían verdaderamente desarrollado en un estado de inconciencia y
de parálisis (del cuerpo y del espíritu) provocado artificialmente (narcótico) que sería
indicado anestesiar a la paciente con ayuda de éter o de cloroformo, y dormir así
suficientemente el dolor para que las circunstancias que acompañan al trauma se hagan
accesibles; se espera de tal procedimiento que surjan fragmentos de pruebas materiales
que el paciente no pueda renegar, o que no pueda atenuar su importancia, incluso después
de despertar. Se podría pensar también en combinar la anestesia con la sugestión
hipnótica, que debería limitarse a la profundización, tanto subjetiva como objetiva, de las
resistencias contra el hecho de anoticiarse de los sucesos traumáticos físicos y mentales y
de fijarlos incluso para el momento del despertar (post-anestésico y post-hipnótico). Es
necesario hacer observar que los dos pacientes (2. y 3.) ya han aplicado el método de la
anestesia como hábito propio en su vida privada.
El caso 3), O.S. tiene tal aprensión al dolor físico que hizo traer expresamente de París un
aparato de anestesia por 200 $ que se hace aplicar en la más insignificante intervención
dentaria. El caso 4), N.H.D, recuerda haber parido su único niño sin el menor dolor, bajo
anestesia con morfina y éter (¡fórceps en el estrecho superior!). Siempre tiene el
sentimiento de que, por este hecho, ha perdido algo que debe recuperar. Ocurrió que en el
curso del análisis debió operarse de un pequeño tumor. Al despertarse de la anestesia, le
dice a su analista: "Tuve un sueño durante la anestesia en el cual todo lo que buscamos se
ha hecho completamente evidente." Sin embargo, después del despertar, nada de esto fue
consciente. Quizás una ayuda suplementaria por parte del analista durante la anestesia,
hubiera sido de una cierta ayuda. Considerar los trabajos preliminares de Frank y de
Simmel a este respecto.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / Efecto permanente (quizás también efecto a
distancia) de horribles maldiciones
Efecto permanente (quizás también efecto a distancia) de horribles maldiciones
26 de julio, 1932. Efecto permanente
(quizás también efecto a distancia)
de horribles maldiciones
Mientras S.I. temía, su atención estaba ansiosamente dirigida hacia el mundo circundante,
sobre todo hacia los deseos y los humores de las personas que le eran importantes y, en
consecuencia, particularmente aterrorizantes. Perece que la hipersensibilización de los
órganos de los sentidos, como lo constaté en muchos médiums, debe ser relacionada con
la escucha ansiosa de las pulsiones de deseo de una persona cruel. Es pues verosímil que
todos los médiums sean hiperansiosos que perciban las más débiles vibraciones, aun quizá
aquellas que acompañan los procesos de pensamiento y de sentimiento, incluso a
distancia. Relacionar aquí con las alucinaciones telegráficas, eléctricas, radiotelegráficas y
telefónicas de los enfermos mentales. Es posible que no se tratase de alucinaciones, sino a
lo sumo de una elaboración de procesos reales a nivel de la ilusión.
La paciente O.S. se presenta a mí como una joven dama bastante enferma, vestida a la
última moda, en actitud de seducción. Había traído con ella a Budapest a una amiga, ya
que quería vivir tranquilamente con ella, independiente de su marido celoso, y ayudar a la
maduración del talento de escritora de aquella. Sin embargo, no viene a análisis sola, sino
con la amiga, dos monos, tres perros y varios gatos. La amiga, que más tarde también
viene a analizarse, se reveló como una persona para quien nada es más detestable que
quieran hacerla feliz a pesar de ella o sin consultarla. Entonces se pone recalcitrante e
incapaz de actuar, frecuentemente también irritada, incluso furiosa. A eso siguen los
conflictos más variados, y consecuentemente un enfriamiento progresivo. Además de los
animales y de la amiga, O.S. también adoptó una niña llena de talento que estaba en real
peligro de depravación, con el fin de darle la formación necesaria para transformarla en una
artista de valor. Hoy es quizás una de las bailarinas más ricas del mundo en esperanzas y
promesas.
O.S. engordó 17 kilos en el curso de los últimos cuatro meses, y tiene una compulsión a
comer mucho. No logra cumplir un régimen (de niña era exageradamente grande y gorda,
mal vestida, aunque su madre y su tío fuesen multimillonarios). Sentía en ella talentos que
la rigidez de los métodos educativos alemanes le impidió desarrollar. Nadie se juntaba con
ella a causa de su apariencia rara, cómica. Siendo ya una joven, el suceso más
extraordinario fue encontrar a la bailarina más célebre de la época, la Pavlova, en la casa
de su padrastro. Pero quedó conmovida hasta el punto de no poder pronunciar una palabra,
solamente admirarla.
La paciente dejaba acumularse y no abría el correo de varios meses con la idea de que
tenía tiempo. Como si el tiempo repentinamente se hubiese vuelto algo infinito; como si la
vida no debiera concluir por la vejez y la muerte. Al menos, no la vida de ella. En el análisis
es pues necesario obtener que la paciente sufra de deseos, en lugar de lograr la ausencia
de estos por medio de identificaciones fantaseadas. Es ésta la ocasión para especular
sobre el problema de saber si existe un solo principio en la naturaleza, a saber, el de que
los elementos de la realidad intentan afirmarse y hacerse valer, o si existe también un
segundo principio, el de la resignación, es decir, la adaptación obediente y la sumisión. Este
último principio sólo parece intervenir si la presión de la tensión se opone a, o apoyándose
sobre el hecho de hacerse valer, se hace tan intolerable-mente fuerte que incluso la
esperanza, por así decir, de realizar sus deseos, debe ser abandonada. Por esta presión, el
Yo es completamente aniquilado, los elementos no son más mantenidos juntos en alguna
unidad, y este segundo principio puede intervenir formando a partir de la sustancia, que se
ha hecho informe, una nueva especie de materia. Analogía con la presión de gas que
resiste a medida que la compresión aumenta lo que, sin embargo, es seguido de un
abandono de la resistencia y de la licuefacción (adaptación) en el momento en que la
presión sobrepasa un cierto nivel, la situación se hace así insoportable y también sin
esperanzas.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / De "lo que no se oye", una forma particular
del acto fallido
De "lo que no se oye", una forma particular del acto fallido
24 de junio, 1932. De "lo que no se oye", una forma
particular del acto fallido
Charlan durante bastante tiempo las tres; finalmente, Dm. se despide. B + C, creyendo que
A ya se ha alejado comienzan, sobre todo C, a murmurar de ella de manera abierta, e
incluso en voz alta. Ella sería "common". Her language low - scum of populace. No
originality, boring, common, common, common. - Suddenly appears Dm. who after taking
leave se había sentado, desenredando sus cabellos, en una cabina de baño vecina. "Now I
caught you", dice y se aleja de mal talante. (Esto también era "common" dice C. Ella (C) lo
habría tomado de otro modo, con más humor.) En todo caso, B + C están
considerablemente perturbadas por este episodio.
“I had an epileptic fit". Ayer en la piscina Gellért -a continuación en Pest- después en casa,
en la cama. Jerks durante horas. ¡Del incidente ni una palabra! Sospechando un "no oído"
intencional, le conté la historia de B + C. No sabe nada, no escuchó.
2) Con ayuda de su capacidad de tragarse las acusaciones injustas, se traga todo el saber
de lo que oyó. No oye las absurdidades, la mentira y la injusticia -para no explotar (matar).
b) sueños que se refieren a la palabra que no ha sido oída y a las asociaciones relativas a
esto. (Madre, Yo). Las emociones aparentemente absurdas, las explosiones y los
movimientos se descubren como siendo la furia inconsciente y las reacciones de revenge.
c) vínculo entre el acto fallido y el sueño. El sueño de la noche siguiente contiene una
alusión al incidente y a la historia de su origen.
Procesos de represión
24 de junio, 1932
Ayer, claro, ella estaba de mal humor. (La paciente está "resfriada". ¡Mi vileza es
insoportable!) A continuación, había leído dos chapters del libro de Chadwick. Ayer, pensó
que había leído en ese libro algo a propósito de los sentimientos de angustia y de suciedad
(leakoge) en el momento de las reglas. "Yo quería hacer el elogio en una book review". En
la segunda lectura se confesará (¡la verdad!) que Chadwick no había escrito nada a este
respecto. Ella quería hacer el regalo (inconscientemente) a Chadwick de su propia idea.
Detrás de esto: yo, (Dr. F.) robo las ideas de la paciente y a continuación me siento
superior. En consecuencia, un segundo acto fallido, anterior, cargado de intenciones:
introducir en la lectura lo que le es propio, como hoy: no oír, pasar por encima, mentir,
como por ejemplo a) la negación de su propia competencia, b) no oír las injusticias de los
otros. Fanfarroneo sobre esto, me cito incluso a mí mismo (no importa de quien sea la cita)
- ¡citas de Rousseau, La-martin, Platón!- al final del trabajo. ¡Excelentes aforismos a partir
de mis teorías, qué tentación para un profesor hay en esto!
C. cuenta el sueño de esta misma noche: alguien (¿su madre?) pronuncia estas palabras:
"ese hombre debía estar loco para hacer semejante cosa". Interpretación: el trauma a)
causado por el hombre es verdadero: la duda de la madre condujo a la niña a desaprobarse
a sí misma, conscientemente. Aprende así la sugestibilidad, no tiene confianza en mí, ni en
su propio juicio ni en sus amigos. Agregado al sueño: las personas que están muertas,
entre ellas, también (su madre) y yo (Dr. F.).
S.I., frígida hasta la actualidad, pero con accesos de compulsión a beber y ataques contra
su marido; después de la gran conmoción se hace buena, atenta, servicial hacia casi todo
el mundo. Se encuentra confrontada, por azar, a los órganos genitales de su marido que
penden tristemente. En lugar del disgusto experimentado hasta ahora, siente una profunda
piedad. Análisis: querría consolar a su marido y permitirle ser siempre infiel de alguna
manera, pero no puede soportar la tristeza y la inhibición de un muchachito que se siente
culpable. Está también más favorablemente dispuesta en lo que concierne al despilfarro
frenético y a la pasión por el juego de su marido. Como ha logrado, con ayuda de esta
comprensión, mejorar el control de su marido sobre sí mismo, espera inconscientemente
aumentar su potencia perdonándole sus pecados sexuales. El paso siguiente debería ser
entonces el despertar de su coraje también respecto de su mujer, y una consecuencia
suplementaria correspondiente debería ser el propio don de ella misma para apaciguar el
deseo de su marido en adelante dirigido hacia ella. La esposa de un hombre impotente
debe ser pues más femenina todavía que la mujer, pero en la mayor parte de los casos la
mujer fracasa frente a esta segunda tarea más difícil: se hace rebelde, despreciativa, e
inhibe así el último resto de potencia.
Todo el proceso es la repetición del período de los pensamientos y deseos incestuosos del
muchacho. En el matrimonio, la infidelidad toma el lugar del incesto como pecado
imperdonable. La verdadera esposa no va a imitar a la madre del muchacho que condena
toda sexualidad, con más razón el incesto, sino que sabrá asegurar con su amor al
muchachito intimidado, cualesquiera sean los impulsos que éste sienta, e incluso si cede a
estos impulsos. Como recompensa a esta abnegación recogerá el aumento del sentimiento
de su propio valor en su marido, el despertar de su sentido de responsabilidad, al mismo
tiempo que su potencia, poniendo así fin a la compulsión de repetición originada en la
infancia. Teniendo en cuenta la educación actual de las mujeres es difícil esperar tal
comportamiento comprensivo e indulgente. Del mismo modo, en este caso fue necesario
mucho tiempo y una experiencia analítica conmovedora para hacer posible tal actitud. La
paciente está en lo sucesivo en mejores condiciones de considerar los acontecimientos
traumáticos de su propia infancia con un espíritu de comprensión y de perdón y no con un
espíritu de desesperanza, de odio y de venganza. Una verdadera curación de la conmoción
traumática quizás sólo es pensable a partir del momento en que los acontecimientos son,
no sólo comprendidos, sino también perdonados.
La aptitud para tal adaptación a la renuncia quizás sólo puede explicarse si admitimos la
existencia en la naturaleza, al lado del principio egoísta de hacerse valer, de un segundo
principio de apaciguamiento; en consecuencia: egoísmo (infantilidad, masculinidad),
opuesto a maternal, es decir, a la bondad.
Relacionar con las ideas surgidas en otro momento respecto del porvenir del psicoanálisis:
si es que no obstante fue posible inhibir las pulsiones y los reflejos por la comprensión, es
solo cuestión de tiempo (pienso yo) saber cuándo todas las pulsiones yoicas serían
domadas en el momento de pasar por un cerebro humano.
Las hipótesis audaces respecto al contacto de un individuo con todo el universo deben ser
consideradas no solamente desde el punto de vista según el cual esta omnisciencia hace al
individuo capaz de rendimientos particulares, sino también (y es quizás lo más paradojal de
lo que jamás fue dicho), en la perspectiva de que tal contacto pueda actuar de manera
humanizante sobre todo el universo.
Pero si esto es verdad, y si esta especie de mimetismo, esta manera de ser impresionado
sin autoprotección es la forma de la vida original, entonces fue osado, incluso injustificado,
atribuir a este período casi desprovisto de motilidad, y de seguro también probablemente
inactivo intelectualmente, los mecanismos de autodefensa y de alucinación (pulsiones de
deseo) que son los únicos que nos son conocidos y familiares. Antes del período
alucinatorio hay pues todavía un período de mimetismo puro; incluso en éste, se le pone
finalmente un término a la situación de displacer pero, sin embargo, no por una
modificación del mundo circundante, sino por la sujeción de la sustancia viva, es decir, un
abandono parcial de la débil tendencia a la afirmación que acaba de ser intentada, una
resignación y una adaptación inmediata de sí mismo al medio. La vida todavía
incompletamente desarrollada recuerda pues, en su efecto, el resultado al que sólo llegan,
en la vida posterior, seres de excepción, eminentemente dotados en el plano moral y
filosófico.
El hombre religioso está desprovisto de egoísmo ya que renuncia a su propio Yo; la vida
primordial está desprovista de egoísmo porque en ella no hay todavía un Yo desarrollado.
El hombre egoísta, gracias a sus mecanismos de defensa contra las excitaciones, se aísla
en gran parte, como por una piel, del mundo circundante. En el lactante estas medidas de
protección no están todavía desarrolladas, de manera que se comunica con el mundo
circundante por una superficie mucho más extensa. Si tuviéramos el medio de lograr que tal
niño nos comunicase para qué lo hace apto esta hipersensibilidad, sabríamos
probablemente mucho más sobre el mundo que lo que nuestro horizonte estrecho nos
permite.
C.S., que sufre de una compulsión inexorable a no poder mirar un sufrimiento sin aliviarlo
de algún modo, que permite a casi todo el mundo gozar una parte de su gran fortuna, con
excepción de ella misma, ha sido analizada durante años sobre la base del principio de un
sadismo reprimido, sin el menor éxito, y también sin darle el sentimiento de haber sido
alguna vez comprendida por alguien. Debí finalmente resolverme a plegarme
completamente a sus posiciones aceptando la probabilidad del hecho de que en ella la
reacción originaria no fuera la defensa sino la obligación de ayudar. Las influencias del
medio, en su infancia, fueron más o menos las siguientes: vivía en la casa de un tío
hipocondríaco al que casi se podría calificar de enfermo mental, y su gobernanta le enseñó
muy temprano que todo ruido perjudicaba terriblemente a este tío. Su reacción no fue, por
ejemplo, la cólera; la gobernanta y el tío se le imponían de tal modo que no solamente no
osaba contradecirlos sino que incluso ni se le ocurría que pudiesen estar equivocados.
Bruscamente se transformó en una persona temerosa que imitaba completamente la
hipocondría del entorno, y no sabía hacer otra cosa que ir y venir en puntas de pie,
completamente persuadida de que era la única manera de hacerlo, y la más natural en los
niños. La única fantasía de cumplimiento de deseos era para ella crecer. Cuando yo, sea
grande ya no deberé caminar sobre las puntas de los pies, sino que serán otros, quizás mis
niños, quienes caminarán en puntas de pie para asegurar mi tranquilidad.
Los buenos chicos se han vuelto hipócritas. Los enfants terribles son revolucionarios
(cuando son empujados al extremo) contra los hipócritas, y exageran la simplicidad y la
democracy. Un desarrollo verdaderamente favorable (optimum) conduciría al desarrollo de
individuos (y de razas) que no serían ni mentirosos (hipócritas) ni destructores.
"Bondad reprimida" (El análisis niega esto -o lo admite sólo en una capa superior [¡Pfister!]).
Los analistas quieren aplicar sus propios complejos (maldad, mala intención) incluso a
aquellos (esquizofrénicos) que han sufrido heridas precoces. ¡Equivocado! Incluso los
neuróticos deben ser llevados más allá de la malevolencia traumatógena (behind) hasta la
bondad confiada. "El segundo "principio" es el más primario.
It is not easy to conceive how the same being who is determined by passion from without
should also be determined by reason from within. How in other Words can a spiritual being
maintain its character as self-determined or at least determined only by the clear and
distinct idea of the reason which are its innate forma in the presence of his foreign element
of passion that seems to make it the slave of external impressions? Is reason able to crush
this intruder or to turn it into a servant? Can the passions be annihilated or can they be
spiritualized? Descartes could not properly adopt either alternative.
Este comportamiento y este sentimiento de una ética aparentemente tan elevada no tiene,
sin embargo, nada de la pretensión de los adultos virtuosos, es simplemente el paralelo
psíquico de su propia creencia física y mental libre, en consecuencia, no un mérito
particular y tampoco experimentado como tal. Una felicidad tan perfecta tal vez sólo se la
ha experimentado en el vientre de la madre, en consecuencia, en un período desprovisto de
pasión, brevemente interrumpido por la conmoción del nacimiento, pero del cual se
continuará gozando en el curso del período de cuidados de la lactancia. Los sufrimientos
inevitables, en parte quizás superfluos e inútiles, de la primera adaptación (regulación de
las funciones orgánicas, aprendizaje de la limpieza, destete), hacen a todo humano más o
menos apasionado. En los casos más favorables, persiste sin embargo en el individuo
como resto y efecto de la felicidad de la que ha gozado, una parte de optimismo y un
contentamiento sin malicia en cuanto al progreso y la prosperidad del entorno.
El trabajo preparatorio para esto debería ser proporcionado por la educación de los niños,
pero el trabajo preparatorio para la educación de los niños es la experiencia y la práctica
psicoanalítica. Desde luego que de este modo caerá sobre uno la sospecha de haber
simplemente aumentado con una unidad más el número de locos que quieren mejorar el
mundo, pero esto puede ser rebatido por el hecho de que 1) este proceso de
transformación tiene un efecto duradero en los casos individuales, 2) que la transformación
favorable del carácter del neurótico curado influencia desde ahora su entorno en el sentido
benéfico antes mencionado, 3) que se puede desde ya dar cuenta de intentos muy
prometedores en cuanto a los resultados de una educación de los niños
psicoanalíticamente sostenida.
Descartes points out: "...every passion has a lower and a higher form; and while in its.
Lower or primary form it is based on the obscure ideas produced by the motion of the
animal spirit, in its higher form it is connected with the clear and distinct judgments of reason
regarding good and evil".
Suposición: incluso las formas más inferiores de la existencia (anorganic, purely vegetatiue)
son el resultado de dos tendencias: buscar la vía 1) por medio de la autodefensa y la
autopreservación, 2) por medio de la adaptación, el compromiso, el apaciguamiento. El
saber humano superior (igualmente ético) es un retorno al compromiso, o principio de
apaciguamiento que existe por todos lados.
Lo vegetativo: saber, tanto como sea posible, todo lo que es provechoso para uno mismo.
(Únicamente principio de placer.)
Pero incluso Descartes ve ya que "no ideal morality is possible to man in his present state".
Actualmente, sólo es posible un optimum relativo (Filosofía del puercoespín.) Pero esto
puede ser mejorado (Progress. Malebranche, Church-father:
"My pain is a modification of my substance but truth is the common good of all spirits."
Ferenczi: (La pasión es puramente egoísta, "truth" es el bien común de todo lo que existe.
C.11 principle (peace).
Ferenczi: La reacción de todos a todo (en el universo) está antes que la organización de la
autodefensa (Individualidad).
Malebranche:"We conceive of the infinite being by the very fact that we conceive of being
without thinking wether it be finite or no. But in order that we may think of a limite being we
must necenarily cut off or deduct something fom the general notion of being, which
consequently we must previously posess." -(El hecho de sentirse a sí mismo postula la
existencia de un no-yo, el Yo es una abstracción. Antes de esta abstracción, debemos
haber sentido el todo [universo].)
El niño está todavía más próximo a este sentimiento de lo universal (sin órganos de los
sentidos); sabe (siente) todo, seguramente mucho más todavía que los adultos a los que
los actuales órganos de los sentidos les sirven esencialmente para excluir una gran parte
del mundo exterior (en realidad, todo, excepto lo que es útil).
¿Las perversiones son y en qué medida realmente infantilismos? ¿El sadismo y el erotismo
anal no son ya una reacción histérica a los traumatismos?
1) R.N. Casi todos los días el mismo escenario: 1) examina a fondo las asociaciones del
analista que naturalmente no puede ocultar que siente diversas reacciones negativas
respecto a la paciente. R.N. tiene tendencia a considerar estas declaraciones con una
comprensión analítica pero se observa, a pesar de su habitual objetividad, un interés
particular por las declaraciones que la conciernen, así como por las declaraciones de los
otros a su respecto, pero todo particularmente: en qué medida yo me identifico con aquellos
que no la estiman.
Desde que examiné más a fondo las causas de mis simpatías y antipatías, una gran parte
de éstas pudo ser reconducida a una fijación infantil a mi padre y a mi abuelo, con la
misoginia correspondiente. Correlativamente un sensible aumento de mi compasión por
esta persona martirizada, casi hasta la muerte y, por añadidura, acusada erróneamente.
Cuando mi emoción alcanza cierto nivel, la paciente se calma y quiere continuar trabajando;
la crítica que sigue persistiendo se refiere sólo a la torpeza en la manera de plantear las
cuestiones y, con pocas excepciones, a la falta de un esfuerzo interno de voluntad
apropiado y eficaz de mi parte, inmediatamente percibido por la paciente que, desde el
momento en que está en estado de trance, siente las cosas de manera telepática, incluso
clarividente. Es así que las sesiones dobles terminan siempre con reconciliaciones que, de
vez en cuando, son casi tiernas. La antítesis de estos procesos se encuentra en la historia
anterior: el responsable de los traumatismos estaba tan enceguecido que acusaba a su
niña de la manera más repugnante. Ese fue el momento del derrumbe y la pérdida de toda
esperanza, que se transfirió también sobre el análisis.
Por otra parte, no se puede negar que el paciente trabajo de ocho años merece ser
reconocido, y que un niño martirizado casi hasta la muerte debe ser tratado con ternura.
¿Pero cuando pues debe comenzar la adaptación a la realidad? ¿Será posible conducir al
enfermo a renunciar a sus fantasías irrealizables? A veces casi desespero, pero hasta aquí
la perseverancia ha sido siempre recompensada. Hoy, por ejemplo, sueña con un toro que
la ataca, siente ya su cuerno en contacto con su piel y se abandona. Esto le salva la vida
porque el animal pierde todo interés por la criatura que no se defiende más y parece
muerta, y la deja.
Sin embargo, la paciente no me encuentra suficientemente contrito, pero por otro lado,
como lo muestra el sueño, quizás esté dispuesta en la actualidad a borrar el hecho de que
yo la reconozca y le muestre amistad, y lista entonces a renunciar a otras cosas. Valió pues
la pena haber controlado enérgicamente los eventuales accesos de impaciencia, e incluso
haber tomado sobre uno gran parte de la responsabilidad de esta impaciencia. El analista
no tiene pues que irritarse, sino comprender y ayudar. Cuando la aptitud a hacerlo se
bloquea, debe buscar las faltas en sí mismo. Finalmente llega un momento -al menos así lo
esperamos- en que los pacientes toman su parte en lo irremediable, aunque lamentándolo,
incluso si el análisis sólo les ofrece para la vida comprensión y simpatía, e incluso si la vida
real sólo les promete fragmentos de esa felicidad que hasta ese momento les había sido
negada.
B. Intenso acrecentamiento del estado de malestar. Ni una noche sin trastornos del sueño y
de la respiración; lo soporta durante semanas, después desborda la rabia contra el análisis
que sólo la prepara para los sufrimientos, abre viejas heridas y luego no hace nada por ella.
Imprecaciones y griteríos durante toda la sesión, acusaciones, insultos, etc. Exige que yo
reconozca mi impotencia y, para terminar, llega incluso a la idea de que debo repetir el
trauma si esto es lo único que puede ayudar. En el pasado, cuando ocurrían estas series
de crisis o explosiones similares, yo experimentaba de algún modo un sentimiento de
culpabilidad, e intentaba tranquilizar a la paciente esforzándome en tratarla -transformada
en una niña que sufre- con una ternura profundamente sentida; sin embargo, todo
permanecía como antes. Desde entonces, he aprendido a dominar mi emoción, y pienso
incluso que un tratamiento amistoso más frío, y las explosiones inevitables que se
continúan son, en realidad, un progreso en relación a la disimulación anterior de la rabia
(que ella había aprendido en su casa). Pienso que un nuevo acrecentamiento de la rabia,
tratada de la misma manera, encontraría de nuevo el camino hacia el pasado. Si uno se
deja llevar demasiado por la transferencia positiva o negativa quizás escapa a las
experiencias desagradables en el curso de la sesión, pero si no se evita esto último se
podrá ser muy bien recompensado por un progreso inesperado.
Dm., Desde que ve y siente que no respondo simplemente con antipatía a sus actos y
comportamientos provocativos, se puede obtener todo de ella. Los progresos son enormes.
S.I., En el fondo ha sido siempre simpática, pero durante mucho tiempo resistente.
Después media vuelta repentina, frecuentemente desvalorizada, hacia la serenidad y la
sublimación.
Sin embargo, la explicación que resume mejor esta pesadilla es que la personalidad
estallada y sin defensa por el sufrimiento y el envenenamiento, intenta una y otra vez, pero
siempre sin éxito, reunir las diferentes partes de sí misma en una unidad, es decir,
comprender los sucesos en ella y alrededor de ella. Pero en lugar de comprenderse (de
darse cuenta de su propia miseria), sólo puede poner en evidencia indirecta y
simbólicamente los contenidos que la conciernen y que son inconscientes para ella misma:
debe ocuparse de estados de alma análogos de otras personas (origen de la elección de su
profesión), quizás con la secreta esperanza de ser un día comprendida por uno de esos
seres sufrientes. Su hipersensibilidad -como dice la asociación- va tan lejos que puede
enviar y recibir "mensajes telefónicos" a distancias enormes. (Cree en la curación a
distancia por la concentración de la voluntad y del pensamiento, pero sobre todo por la
compasión.) Como ha relacionado su propia historia a la del analista, supone que ya de
niña, a "larga distancia", encontró por telepatía al analista que estaba expuesto a
sufrimientos semejantes, y que alrededor de cuarenta años más tarde, después de largas
errancias, finalmente llegó hasta él.
como brillante rendimiento (¿por primera vez?) del espíritu de consecuencia lógica y de
la "perseverancia" (fuerza de carácter).
(S.S.S.).
Ultima decepción: "No quiere a nadie, sólo a sí mismo y a su obra" (y no permite a nadie
mostrarse original). Después Berlín, París... El alejamiento libidinal permite innovaciones
técnicas "revolucionarias": actividad, pasividad, elasticidad. Retorno al trauma (Breuer). Por
oposición a Freud, desarrollé en un grado particularmente elevado la aptitud a la humility y
a la apreciación de la clarividencia del niño (paciente) no depravado. Finalmente, les permití
incluso:
1) una percepción completa de mis debilidades, análisis con cada uno,
Orgullo: soy el primer loco que ha adquirido intuición crítica y que ha reconocido su
inferioridad respecto a todos. (Me he resuelto a instruirme por el "consciente".)
En el caso I (R.N.), muy difícil. Utilización del material del autoanálisis en el caso 1.
"Alucino", es decir, admito que todos ellos (hombres y mujeres) están locos: se irritan por
insignificancias, odian en lugar de amar. Sin embargo, no llega a creer que sea la única que
tenga el espíritu claro, debe pues repetirse sin cesar: estoy loca. (En lugar de: todos ellos lo
están.)
(Ver también el sueño del niñito en el que la cabeza llega exactamente al borde de la
mesa.) El trauma se fija en el momento traumático (y no en el pretraumático). Se querría
tener éxito, es decir, aprehenderlo conscientemente y ordenarlo en el pasado (recuerdos).
Pero esto se hace imposible 1) si el trauma es demasiado intenso para ser revivido
plenamente todavía una vez más,
2) cuando no se recibe ninguna ayuda para esto, 3) sobre todo si se... (Falta la
continuación.).
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / A propósito del sentimiento de pudor
A propósito del sentimiento de pudor
21 de julio, 1932. A propósito del sentimiento de
pudor
I) Punto de partida, B.: (a) N.F., quien comparte su vivienda, se enfurece por tonterías, se
enfada durante todo el día, sin una palabra; y después, tartamudea. La paciente B. tiene
frecuentemente la fantasía casi alucinatoria de que N.F., cuando habla actúa como si
ejecutase con la boca una función anal. (Po-po-po-po-po).
(b) B. sueña que ve un hombre que repta por tierra, gimiendo como un animal herido. La
región anal está distorted, twisted, color rojo sangre, igual que una boca abierta con dos
líneas de dientes y una lengua.
(c) N.F., rompiendo su mutismo, se sienta de golpe, casi a la fuerza, sobre las rodillas de
B., y dice con furia: "By God, 1 love you".
B. intentó hacer comprender a N.F. que ella (N.F.) presupone en ella (B.) cosas que
simplemente no son así. N.F. responde a esto (de una manera muy psicoanalítica): "Pero
sí, estas cosas están en ti, pero tú no sabes nada." (Quiere decir que se tiene tanta
vergüenza de ciertas tendencias que se las vuelve inconscientes.) Pude alentar a B.;
existen también seguramente sentimientos verdaderos detrás de los cuales no se oculta
nada "inconscientemente reprimido". A partir de allí, el diálogo analítico condujo al problema
del pudor en general. Le dije que el pudor era una invención típicamente masculina, en el
fondo completamente absurda. ¿Por qué sería necesario considerar partes vergonzosas a
un órgano y la función de éste, cuando uno y otro están bien donde están? Los niñitos son
mucho más púdicos que las niñitas. Estas se hacen súbitamente púdicas a la edad de la
pubertad. (Citar acá el ejemplo de la pequeña Erzsike.) Los hombres hacen las leyes
morales y obligan a las mujeres a aceptarlas. Una transmisión ininterrumpida vigila la
impregnación de la generación siguiente por la moral.
Pero ocurrió que B., por el hecho de haber tenido conciencia de la función genital y de su
carácter voluptuoso desde su más tierna infancia, mientras que su espíritu no estaba aún
pervertido por la moral, se hizo, por así decir, clarividente; aceptó sólo en apariencia las
convenciones sociales, en lo más profundo de ella misma guardó su convicción de que el
pudor es una absurdidad (locura) y una mentira. Desenmascaró el puritanismo y el
snobismo de su madre, la cobardía y la dependencia impotente de su padre, puesto que a
este último lo había visto como negligente moral. También temió el moralismo en el
psicoanálisis, que habla sin cesar de represión debida al pudor, mientras que (en la
infancia) son sentidas tantas cosas sin represión y sin vergüenza.
Los analistas no saben hasta qué punto la ingenuidad infantil de los neuróticos es real e
inmutable. El analista no le cree suficientemente al neurótico lo que debe desalentar a este
último que sabe cuán sinceramente es impúdico y cuán injusto es imputarle represiones.
No es el niño sino la sociedad la que es vergonzante e impulsa a la represión.
El retiro del amor y el hecho de estar completamente sola con su demanda de amor frente
a una mayoría compacta y abrumadora, suscita en los niños llamados normales, la
vergüenza y la represión (neurosis). El despertar del pudor puede sobrevenir de manera
completamente repentina y significa probablemente el comienzo de una época nueva, con
olvido (amnesia) de la precedente. B. era considerada por su familia como una "difficult
child", una "problem child". Su obstinación era el síntoma de que había cedido a la presión
de pudibundez puritana sólo formalmente. Ahora encuentra finalmente en mí a la persona
que aunque pudibunda (civilizada) por su educación, ha conseguido sin embargo
"mejorarse", es decir, reconocer y confesar el carácter absurdo de la pudibundería.
Comienza ahora a admitir que si se apoya exclusivamente en el "pene de elefante" de su
experiencia infantil, y rechaza todo lo que es menos que eso, está condenada a tener
hambre toda su vida, y comienza a preguntarse si no podría renunciar a lo inalcanzable y
tranquilizarse, al menos en parte, con lo que es alcanzable. Comienza a reconocer incluso
el "pequeño pene" del hombre "civilizado" como instrumento de amor posible. Existe la
perspectiva de verla renunciar a ridiculizar a los hombres por el sesgo de la
homosexualidad femenina.
Es también eso lo que hacen los adultos cuando proyectan sobre los niños su propia
disposición a las pasiones, y es lo que hemos hecho también nosotros, analistas,
planteando como teorías sexuales infantiles nuestras propias distorsiones sexuales
impuestas cuando niños. O.S. tiene razón cuando dice: "yo (como, por lo demás todos los
niños) sé muy exactamente cuando quiero algo malo, cuando temo algo, cuando tengo
sentimientos de culpabilidad y de vergüenza. Pero me sublevo cuando se trata de hacerme
cargo de las acusaciones exageradas de los adultos, lo mismo que rechazo declarar
vergonzosas ciertas cosas que no lo son absolutamente para mí".
¿Cómo y por qué la niña se vuelve repentinamente púdica con la aparición de las reglas? El
sangramiento menstrual la remite al tiempo pasado en el que todavía no tenía control de
sus evacuaciones y de sus orinas. Se lo quiera o no y aún manchándose con eso, no se
puede reglar el sangramiento uterino por la voluntad, y de repente se toma conciencia de
todas las reprimendas e invectivas que antes de la menstruación se rechazaban riendo.
2) Sabe, por su propia experiencia, qué insoportable es ser regañada, en particular con una
voz fuerte y estridente, sabe también cómo seria odiada por el analista al que le dijera todo.
3) La inhibición es más fuerte cuando el comportamiento del analista no muestra nada del
efecto desagradable, ya que el silencio repentino y la reserva excesiva significan una
contrariedad oculta. (No será remediado este estado, en tanto no se comporte más
francamente respecto al analizado. Relacionar aquí con el alivio ya anotado más arriba,
después de un reconocimiento de mi parte de la irritación experimentada a su respecto.)
Sin embargo, se plantea aquí la cuestión de saber si es suficiente decir al paciente lo que
me molesta, me contraría o me irrita a su respecto, o si es necesario también informar los
sentimientos positivos, tiernamente amistosos, etc.
Vivió así en la proximidad de su padre durante años, sin ni siquiera saber qué significación
emocional tenía para ella. Lo que la paciente, como por lo demás muchos otros, entendía
por "es necesario hacer algo", se descubría probablemente por ciertos "temores"
aparentemente absurdos, como: "a menudo creo que usted quiere darme un coscorrón,
cuando hace un movimiento casi siento el golpe". Con esto quiere decir que lo que más me
gustaría cuando me ha martirizado durante largo tiempo, es aporrearla o echarla. Esto los
pacientes lo saben por experiencia personal, conocen la rabia que los invadía cuando
debían soportar injurias o injusticias. (Una fuente importante, quizás la más importante del
masoquismo, del deseo de ser golpeado, podría ser una protesta contra la hipocresía,
impregnada de rabia, y disfrazada de comportamiento benevolente de los padres y los
maestros.)
Es insoportable para los niños creer que ellos son los únicos malvados porque reaccionan a
las torturas por la rabia. Los adultos no sienten nunca nada similar, ya que son y sienten
siempre de manera justa, prudente y clarividente. Es insoportable ser el único malo en una
sociedad grandiosa y ejemplar, por lo cual es un consuelo cuando logro hacer salir de sus
casillas a estos señores que son mi padre o mi maestro y hacerles así reconocer
indirectamente que no están menos afectados de "debilidades" que sus propios niños.
En el caso de B. ésta también ha llegado a preguntarse, no sin haber sido influenciada por
el caso de R.N., qué pasaría si repentinamente invirtiéramos nuestros roles, a saber, si yo
me tendiera en el diván y ella se instalase confortablemente en mi sillón. Yo quería
mostrarle qué era la asociación libre y que ella me mostrara cómo era un comportamiento
correcto del analista. Me puso exultante la libertad reconquistada y la liberación que me
había permitido. En contrapartida a las vociferaciones e insultos, exigí ternura, amabilidad
(le pedí que me acariciara la cabeza, deseaba ser recompensado de todos mis esfuerzos
por el afecto, la ternura, abrazos y besos), pero reconocí también hasta que punto era a
pesar mío que yo permanecía en la otra situación, donde sólo me era permitido soportar y
apenas pedir algo en cambio. Esto es lo que caracteriza típicamente la actitud algo infantil
del hombre respecto a la mujer. No menos característica, sin embargo, fue la reacción de la
pseudoanalista; estaba dispuesta, con naturalidad, a plegarse a todos mis deseos, incluso
debió reconocer que el sentimiento de pudor y de moderación le era casi extraño; tuvo un
poco de miedo, pero no demasiado, frente a la idea: "¿Cómo podría ser analista si cedo tan
fácilmente a los deseos de mis clientes?".
La respuesta a esta cuestión, que nos puso seriamente en apuros, se podría intentar
formularla de la siguiente manera: a) quizás las mujeres son buenas analistas sólo en la
medida en que adivinan los deseos de los pacientes rápida y seguramente, como una
madre los de sus hijos, pero malas analistas cuando se trata -segunda tarea de la
educación- de enseñar la moderación y el auto-control necesarios en la vida. Hombre y
mujer pueden pues, de la misma manera, ser bastante buenos analistas, pero la mujer para
serlo debe aprender algo del autocontrol y de la moderación masculina, para enseñarlo
también al niño. Pero también el hombre sólo puede ser verdaderamente buen analista si,
además de las reglas lógicas y éticas que le son familiares, aprende, utiliza y enseña
también la capacidad de intuición femenina y, si es necesario, la inculca a los otros.
No tenemos mucha claridad en cuanto a las causas de este fracaso. Es observable que
estas crisis sobrevienen en la paciente sólo después de que hubo dejado caer su
personalidad diurna y su nombre, y que se hubo transformado completamente en esta niña,
con su nombre de niña, sobre la que fueron perpetrados los ataques traumáticos. En otros
términos: la parte que abreacciona vive verdaderamente todavía en el pasado; la paciente
repite o, más exactamente, continúa, las emociones de la infancia. Cuando se despierta
después de la crisis, se transforma en la persona adulta que no tiene ningún recuerdo de la
realidad de las agresiones de la infancia y de los acontecimientos penosos. Tiene, es
verdad, el recuerdo de la crisis, a este respecto no es pues amnésica, pero al despertar
pierde la impresión de realidad de las situaciones en las cuales las agresiones han tenido
lugar en la infancia. Mientras que dura la escisión de la personalidad, la paciente está por
una parte despierta, consciente y amnésica, por otra parte, dormida o en trance y, en este
estado, continuando el pasado, mientras que las partes escindidas de la personalidad no se
junten unas con otras, las abreacciones no tienen más efecto que las crisis histéricas que
sobrevienen espontáneamente cada tanto.
Esto parece muy decepcionante, sin embargo se comienzan ya a vislumbrar algunos rayos
de esperanza.
Esta podría ser la causa de las alucinaciones de multitudes, la visión de cientos de ratas, de
ratones, en el apogeo del delirio. Las alucinaciones de personas bajo anestesia, o de los
alcohólicos, pertenecen a esta categoría. Puede ser que los fenómenos observados en el
curso de una anestesia, por ejemplo una anestesia de cloroformo, den una representación
experimental de los efectos psicológicos del shock. La inhalación de gas irrespirable y
mortal suscita bruscamente un gran displacer, cuyo carácter insoportable culmina en la
descomposición de la personalidad. Al despertar, el Yo global no puede recordar los
episodios que han tenido lugar durante la escisión.
Es porque me identifico (comprendo todo = perdono todo) que no puedo odiar. ¿Pero qué
ocurre con la emoción movilizada, cuando está impedida toda descarga psíquica sobre el
objeto? ¿Permanece en el cuerpo bajo forma de tensión que intenta descargarse sobre
objetos desplazados (con la exclusión de los objetos reales)? Castigarse a sí mismo
(matarse, suicidarse) es más soportable que ser matado. La proximidad del aniquilamiento
violento, amenazando desde el exterior, es absoluto, inevitable e insoportable. Si me mato
a mí mismo, sé lo que va a ocurrir. El suicidio es menos traumático (no es imprevisto).
1) Loco, odiado
2) Inteligible, amado.
Para poder odiardebe quedar abierta la posibilidad de amar a algún otro, algo de otro.
Identificación en el trauma
Hatred of mother:
else’s life)
Sin outlet de los músculos estriados (sin emociones) sin embargo, con inervación cardíaca
(corazón de perro).
Represión (B.)
Las perversiones no son fijaciones, sino productos del espanto. El temor, el espanto frente
a la normalidad (trauma), provoca la huida hacia caminos desviados de la satisfacción del
placer. La homosexualidad (auto-sadismo) está prohibida, pero no tan "imposible",
"impensable", "inexpresable" como la unión heterosexual.
b / Inversión de sí mismo.
La idea del desplazamiento de lo alto hacia lo bajo y la acumulación de toda la libido en los
órganos genitales ¿es pues falsa? ¿ Y cómo se constituye entonces la genitalidad?
Nuevo ensayo: la genitalidad se constituye loco propio como una tendencia específica ya
lista de los órganos para funcionar (mecanismo sensorio-motor). Antes del desarrollo de
este mecanismo, el niño no tiene sexualidad. Retorno a la concepción generalmente
admitida: no hay sexualidad infantil extragenital, pero hay una genitalidad precoz, en la cual
la represión suscita síntomas histéricos:
1) Chupetear (?)
2) Juegos anales
3) Juegos uretrales
4) Sado-masoquismo
5) Exhibicionismo-voyeurismo
6) Homosexualidad
Chupetear: en el origen no tiene nada que ver con la sexualidad -solamente después de la
represión del onanismo que comienza muy temprano. ¿El complejo de Edipo no es también
una consecuencia de la actividad de los adultos - la tendencia pasional?
Cuando la madre abandonó al padre (la niña tenia diez años), el padre se apoyó sobre la
niña con más pasión todavía, e incluso un día, luchando contra el insomnio fue a su cama,
se quejó en términos dramáticos de su desgracia, la conminó a no tener temor de él y le
confió en debida forma el manejo de la casa. Pero al mismo tiempo, la sermoneaba sin
cesar y muy severamente para que tomara a la madre como un ejemplo negativo, es decir,
que sobre todo no fuera sexual. El hecho de que la fantasía infantil se hubiera hecho
realidad le hacía absolutamente imposible alejarse del padre, tanto más cuanto que las
prohibiciones mantenían las fantasías sexuales en el inconsciente; se hizo completamente
imposible la transferencia sobre una tercera persona, y no había ningún medio de
desentrañar cuáles eran, y si los tenía, los sentimientos espontáneos, no provocados de la
paciente.
Este sería un ejemplo de los casos, verdaderamente no tan raros, donde la fijación a los
padres, es decir, la fijación incestuosa, no aparece como un producto natural del desarrollo
sino que es implantada desde el exterior en la psique, en consecuencia, es un producto del
Superyo. Seguramente, no sólo las excitaciones sexuales sino también las de otras clases,
ni aplastantes ni controlables (odio, espanto, etc.) pueden, como el amor impuesto, producir
un efecto mimetizante.
El individuo todavía inacabado sólo puede prosperar en un medio óptimo. En una atmósfera
de odio no puede respirar y perece. Psíquicamente, la destrucción se expresa en la
fragmentación misma de la psique, es decir, en el abandono de la unidad del Yo. Si el
individuo todavía "semi-líquido" no es sostenido de todos los costados por este optimum,
tiende a "explotar" (pulsión de muerte de Freud). Pero de una manera que nos parece
mística, los fragmentos del Yo permanecen ligados, aunque de una manera deformada y
oculta, los unos con los otros. Si se logra... (Falta la continuación.).
B. en ciertos estados de relajación está como paralizada, lívida, respirando apenas, los ojos
hundidos, la piel helada. Excepcionalmente, y superando grandes resistencias (asociación
libre forzada, huida en las melodías, en los ritmos), se llega a penetrar bajo, o más bien
detrás de esta capa. La cara se vuelve repentinamente rojo sangre, las manos y los pies
crispados, gritos incoordinados a partir de los cuales se forman, con mi ayuda, palabras y
frases ininteligibles, injurias e insultos contra el padre y la madre, representación animada
de castigos despiadados (matar a la madre, torturar sin cesar al padre).
La paciente describe lo que siente cuando "se muere": “Everything turns inside out” -quiere
decir con esto que la mayor parte de su personalidad se coagula como una corteza helada.
Esta corteza es una protección contra una abertura hacia el exterior de lo reprimido, tan
profundamente oculto en el fondo, en el interior, como herméticamente encerrado.
Esta observación habla en favor del hecho de que el odio y la rabia juegan un rol en los
procesos que preceden a la represión; si esto es así, entonces ningún análisis estará
terminado hasta que esta emoción no haya sido, ella también, conducida a su culminación.
Es posible que cuando se produce un shock abrumador haya de entrada una primera
tentativa de defensa agresiva aloplástica, y que sea solamente frente a la toma de
conciencia del hecho de que se está totalmente débil e inerme, que se llegue a una
sumisión sin condiciones, incluso a la identificación con el agresor. Además la toma de
conciencia de su propia debilidad, la existencia de conflictos de ambivalencia puede
conducir al abandono de su propia persona (en el caso de B., los sentimientos de placer
que el padre podía despertar en la niña, en el caso G., además de éstos, sentimientos de
ternura y de gratitud hacia el padre).
El motivo más eficaz de la represión es, en casi todos los casos, la tentativa de anular la
herida sufrida. Otro motivo, quizás todavía más eficaz, es la identificación por angustia; es
necesario conocer exactamente al adversario peligroso, seguir cada uno de sus
movimientos, para poder protegerse. Last no least: se hace una tentativa para conducir a la
razón al terrible tirano cuyo comportamiento da la impresión de embriaguez o locura.
Cuando la Medusa, amenazada de decapitación, pone una cara aterrorizantemente mala,
en realidad tiende un espejo al agresor bestial, como si dijera: esto es a lo que te pareces.
Frente al agresor no se dispone de ningún arma, falta toda posibilidad para instruirlo o
hacerlo razonar de otra manera. Tal disuasión por medio de la identificación (tender un
espejo) puede ayudar en el último momento (ta twam asi : eres esto).
Caso de G. Mi tentativa de ayer de volver a llevar toda la situación edípica a una influencia
exterior (desbordes del padre) erró el tiro. La paciente afirma con certidumbre -y no tengo
ninguna razón para no acordarle un crédito total- que después del shock infantil (escena
primitiva con identificación en la fantasía con la madre, posteriormente), se había
recuperado completamente y estaba en el punto de separarse de sus padres para dirigirse
hacia objetos exteriores. Fue más bien la segunda aproximación, cuasi real, del padre
(huida de la madre fuera de escena, volver a tomar la niña la autoridad de ama de casa)
que la llevó a la petrificación de la cual no tuvo ninguna escapatoria. La genitalización
apasionada de la relación con el padre no fue por su propia voluntad sino que le fue, por así
decir, impuesta. Defenderse estaba excluido (ver mas arriba la rabia reprimida). La
situación incestuosa fue sentida con demasiada pasión y tomó la forma de un complejo de
Edipo insoportable, con su inevitable represión. La libido que ya había investido la vagina se
fragmentó (la vagina es evacuada) y la satisfacción desplazada sobre zonas pregenitales
infantiles y más lícitas, incluso en la relación incestuosa: fantasías de senos femeninos
(factor de ternura en la sexualidad); fantasías de ser golpeado en las nalgas, a saber,
golpear = desplazamiento retrógrado del elemento apasionado sobre la zona anal y sobre
medidas punitivas por falta de limpieza. Seguir observando en qué medida Freud tiene
razón cuando dice que normalmente la situación edípica no es mas que un juego de niños y
se hace un complejo patógeno solo en situaciones patológicas, bajo el efecto de los
traumas.
La "response", por una capacidad de adaptación de los niños incluso a las pequeñas
agresiones sexuales o a otras agresiones apasionadas, es mucho más grande de lo que se
imagina. La confusión traumática sobreviene la mayoría de las veces por el hecho de que la
agresión y la "response" son desaprobadas por los adultos que están bajo el peso de la
mala conciencia, incluso son tratadas como mereciendo castigo.
La paciente B. sueña con una prima: está acostada en un prado, un toro la persigue y la
viola. Segunda escena: ve a la misma prima (llamada Shore), flotando inanimada en el
agua, después observada por una multitud y arrastrada a la costa. La paciente se
despierta. Inmediatamente después de despertar se golpea la cabeza para saber por qué
es incapaz de acordarse de estas cosas, por qué solamente aparecen en sueños y de esta
forma distorsionada. Me plantea también la misma pregunta. Mi primera respuesta es: otros
análisis me han enseñado que una parte de nuestra persona puede "morir", y si el resto
sobrevive al traumatismo se despierta con una laguna en la memoria, una laguna en la
personalidad propiamente hablando, porque no solamente el recuerdo de la agonía sino
también todas las asociaciones que se relacionan a ella han desaparecido de manera
selectiva, y son quizás aniquiladas. "Sí, pero ahora que yo sé todo esto por qué no puedo
acomodarme al estado de muerte de la parte matada y ver que, después de todo, yo viví
siempre con una gran parte de mi persona; por qué no puedo ocuparme del presente y del
porvenir y, finalmente, no dejo de preguntarme y de preguntarle esto: ¿cuando me ocupo
del pasado por qué lo hago bajo forma de sueño y de esta manera deformada?".
Salgo de este brete con la siguiente respuesta: "Otros casos me han enseñado que puede
haber momentos terriblemente penosos donde se siente la vida tan espantosamente
amenazada y a sí mismo tan débil o tan agotado por el combate, que se abandona la lucha.
En realidad, se abandona a sí mismo". A título de analogía, me refiero al relato digno de fe
de un amigo y cazador hindú que vio a un halcón atacar a un pajarito; frente a su
proximidad éste se puso a temblar y al cabo de algunos segundos, voló derechamente
hacia el pico abierto del halcón y fue tragado. La espera de una muerte cierta parece ser
tan penosa que, en comparación, la muerte real es un alivio.
Se conocen casos donde las gentes se pegan un balazo en la cabeza por temor a la
muerte (antes de un duelo, una batalla o una ejecución). Privarse a sí mismo de la vida
(como castigarse a sí mismo) parece ser un alivio relativo. En cambio, lo que parece
insoportable es verse aplastar con certeza por una fuerza que nos domina, comenzar
incluso a sentir este aplastamiento, mientras que la extrema tensión de nuestras fuerzas
físicas y mentales parece ridículamente débil en comparación con la violencia de la
agresión. Pero cómo se sentiría este pajarito si, después de ponerse a temblar, en el
momento en que volaba hacia la muerte, mi amigo el cazador hubiera abatido al halcón
antes de que hubiera tragado al pajarito, ¿cuál hubiera sido el estado de espíritu del
pajarito? Quizás al cabo de un momento se hubiera recuperado, sin embargo,
probablemente sólo subsistiría un recuerdo del momento de su tentativa de suicidio, porque
qué es pues acordarse: la conservación de una huella mnémica en vista de su utilización
futura. Pero cuando ya se ha renunciado a la vida, donde ya en consecuencia no hay más
porvenir delante nuestro, por qué el individuo debería tomarse el trabajo de retener algo;
como ya me di por perdido, es decir, ya no soy para mí mismo más importante que los otros
humanos y los objetos del mundo exterior, por qué no debería facilitarme las cosas, incluso
por el poco tiempo que me queda por vivir, no sintiéndome yo mismo -como mis sueños me
han acostumbrado- como la persona que sufre, sino mirando desde el exterior, yo o una
persona que se me parece, como B. en el sueño mira la muerte de su prima.
Más simplemente, se podría pues decir, que el temor de una muerte violenta inevitable
puede conducir al auto-abandono y, por medio de éste, a una ilusión o a una alucinación
onírica. Puedo evocar aquí ejemplos en que colegas agonizantes hicieron una consulta con
su médico tratante a propósito de un enfermo agonizante (que eran ellos mismos). Quizás
existan después de todo dos manera de morir: una a la cual el sujeto se resigna y otra
contra la cual se protesta hasta el fin. Pero una de las formas de esta protesta es la
denegación de la realidad, es decir, un trastorno mental. La negación total de la realidad es
el desvanecimiento. La negación parcial y la deformación de la realidad, es el reemplazo de
ésta por un sueño. Si ocurre que a continuación de circunstancias exteriores, o por medio
de fuerzas vitales con las cuales no se cuenta en el momento de tomar la decisión de morir,
se escapa al peligro mortal o se sufre sin sucumbir la violencia que se había creído mortal,
es comprensible que los acontecimientos sobrevenidos durante la ausencia mental no
puedan ser evocados subjetivamente en tanto que recuerdos sino solamente bajo forma
objetivada, como algo que le habría ocurrido a otra persona, y que solo pueda
representárselo bajo esta forma.
Esta podría ser la causa de que, instigada por mí, usted se vea tan frecuente y tan
profundamente sumergida, y con una gran vivacidad, en la representación de estos
acontecimientos traumáticos de la infancia, que incluso usted haya actuado estos procesos
conmocionantes dramatizándolos con su comportamiento corporal y mental, pero una vez
despierta de este trance, esta realidad grave y dolorosa se vuelva simplemente un "sueño",
es decir, que la convicción ya casi adquirida se encuentre mermada y rápidamente corroída
por entero.
Debo volver a la idea que usted había expresado: ¿por qué preocuparse tanto de este
fragmento inaccesible de la personalidad que ha caducado o se ha encapsulado de alguna
manera, "¿por qué no dejar a los muertos estar muertos y a nosotros mismos continuar
viviendo?" -"La respuesta es fácil, Doctor. Esta parte separada parece de entrada haber
constituido una gran parte, quizás incluso la parte más importante de mi alma, y aunque
usted quisiera persuadirme, lo que espero que no hará, no cesaré jamás de esforzarme en
hacer conscientemente mía esta parte de mi persona, por dolorosa que sea." "Debo
agregar -respondí- que usted no podría, aunque lo quisiera, sustraerse a los efectos de la
escisión. El hecho de estar escindida puede hacer imposible la rememoración consciente,
pero no puede impedir que el afecto que le está asociado se abra un camino bajo forma de
humores, de explosiones afectivas, de susceptibilidades, frecuentemente bajo forma de
depresión generalizada o de una alegría compensatoria inmotivada o, todavía más
frecuentemente, por diferentes sensaciones corporales y diversos trastornos funcionales."
"Pero ¿cómo me llevará usted a pasar por el sufrimiento al cual yo me había hábilmente
sustraído desde el momento del trauma sin una nueva escisión, es decir, sin la repetición
del trastorno mental, y a restablecer así la unidad de mi personalidad, es decir, hacer
consciente lo que no lo ha sido nunca? ¿No le parece esto una empresa imposible?".
Respondo: "Yo mismo no lo sé, pero estoy convencido de la reversibilidad de todos los
procesos psíquicos, es decir, de todo lo que no es hereditario"... (Falta la continuación.)
¿Qué es el "trauma"?
c) Síncope
d)Muerte.
Los sistemas de cicatrices mnémicas constituyen un tejido nuevo con funciones propias:
reflejos, reflejos condicionados (sistema nervioso). Esta función, en el origen sólo una
modificación ininterrumpida del yo (destrucción), será puesta al servicio de la
autoconservación, en tanto que trabajo de pensamiento aloplásticamente orientado. La
compulsión de repetición en el traumatizado es una tentativa renovada para una mejor
liquidación.
Un doble shock:
1) Trauma
2) Denial.
2)AtomisationMagnetic Power
Anxiety: atomisatioWillpower
AdaptabilityInstant
One can not really understand without identifying with the subject.
Jamás gratitud por la comprensión (quizás porque mother's hatred is not benevolent)
Los analizantes son niños. Análisis prolongado (retener a los niños en lugar de liberarlos).
Fr. La escena primitiva es interpretada como sádico-anal por el niño (¡porque se encuentra
en la edad sádico-anal!).
F. Anal.
Los niños no se fían de sus propios pensamientos y actos hasta que no son aprobados por
los padres. Por eso R.N. y Fr.: Dígame (la significación) -una vez que la haya encontrado
usted mismo. (Prueba que una parte ha permanecido verdaderamente como una niñita.)
Incluso en el proceso de pensamiento, el niño no puede permanecer solo, debe ser
sostenido como durante el aprendizaje de la marcha.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / Causas ligadas a las personas por las
cuales el psicoanálisis se ha desviado
Causas ligadas a las personas por las cuales el psicoanálisis se ha desviado
4 de agosto, 1932. Causas ligadas a las personas
por las cuales el psicoanálisis se ha desviado
I) ¿Por qué antitrauma y predisposición? En el caso de F., parece que Fr. hubiera
escapado a algo traumático, transformando la situación exterior conforme a los deseos
neuróticos del paciente.
a) Contra todas las reglas técnicas establecidas por él mismo, adoptó a Dr. F. como un hijo.
Como lo supe por él mismo, lo consideraba como el heredero más acabado de sus ideas. Y
finalmente se transformó en el delfín declarado, con la perspectiva de hacer su entrada
solemne en América (es algo parecido a lo que Fr. parece haber esperado, en su tiempo,
de parte de Jung; de donde se explican los dos síntomas histéricos que había observado en
él: 1ro. El desvanecimiento en Brême, 2do. la incontinencia en Riverside-Drive, a lo que se
agrega allí el pequeño fragmento de análisis que nos propuso: morir desde el momento que
el hijo viene a tomar su lugar y regresión a la infancia, infantilmente ridículo cuando reprime
su vanidad americana. (Es posible que su desprecio respecto de los americanos sea una
reacción frente a esta debilidad que no pudo disimular ni frente a nosotros ni frente a si
mismo. "¿Cómo podría regocijarme tanto con las distinciones americanas puesto que
desprecio tanto a los americanos?"). También es importante hacer notar su emoción que,
incluso sobre mí, espectador deferente, produjo una impresión un poco ridícula cuando casi
con lágrimas en los ojos, agradeció al presidente de la universidad por su doctorat honoris
causa.
La idea angustiante, quizás muy fuerte en el inconsciente, de que el padre debe morir
cuando el hijo se hace grande, explica su temor de permitir a alguno de los hijos hacerse
independiente. Al mismo tiempo, esto nos muestra que Freud, en tanto que hijo, quería
verdaderamente matar a su padre. En lugar de reconocerlo, estableció la teoría del Edipo
parricida, pero manifiestamente sólo para los otros y no en relación a sí mismo; se
encuentra allí su temor de dejarse analizar, incluso también la idea de que en los humanos
civilizados adultos los impulsos revelan pulsiones primitivas que realmente no existen, ya
que la enfermedad de Edipo es una enfermedad infantil como la rubeola.
Otto R. era un caso mucho más cómodo, lo mismo que nuestro amigo von Fr. (Valdría la
pena buscar mis notas de Berchtesgaden - 1908; mi entusiasmo, mi depresión cuando era
descuidado aunque fuese un solo día; mi inhibición absoluta para hablar en su presencia
hasta que él hubiera abordado un tema, después el deseo ardiente de obtener su
aprobación porque lo comprendía perfectamente y continuaba incluso inmediatamente en la
dirección que él preconizaba, todo esto me designa como un hijo enceguecido y
dependiente. El ha debido sentirse muy a gusto en este papel, podía entregarse a sus
fantasías teóricas sin molestarse por la contradicción, y utilizar el acuerdo entusiasta del
alumno deslumbrado para aumentar su propia seguridad. En realidad, sus intuiciones
geniales se apoyaban la mayoría de las veces en un caso único, como iluminaciones; con
las cuales yo, por ejemplo, quedaba maravillado y deslumbrado de sorpresa. "Es prodigioso
que sepa esto." En este reconocimiento apreciativo, reconozco la duda oculta: es sólo un
deslumbramiento pero no una convicción lógica, es decir, era sólo la adoración y no un
juicio independiente el que me hacía seguirlo.
Mme. F. se sintió, con razón, atraída por la esencia misma del psicoanálisis: trauma y
reconstrucción, pero asqueada por la manera en que todos los psicoanalistas se servían de
esto. Por oposición, el Pr. K., sin ser analista, es confiable ya que deja que se extienda
confiadamente la inteligencia propia de los pacientes; en consecuencia, aunque no es
analista, auxilia analíticamente. Los profesores Bl. y M., al contrario, cabalgando sobre sus
propias teorías y no reconociendo lo que hay de genial en Freud, son a sus ojos
inaceptables. Ella aspira a un analista que tenga dones analíticos idénticos o semejantes a
los suyos, que tenga ante todo la preocupación por la verdad, pero no solamente la verdad
científica sino también la veracidad respecto a la gente.
2) Se observa en Freud la ligereza con la cual sacrifica a los pacientes masculinos los
intereses de las mujeres. Esto corresponde a la orientación unilateral, andróflia, de su
teoría de la sexualidad. En este punto ha sido seguido por casi todos sus alumnos, incluso
por mí mismo. Mi teoría de la genitalidad tiene quizás muchos aspectos buenos, pero en lo
que concierne a su presentación y la reconstrucción histórica, está supeditada a las
palabras del maestro; una reedición implicaría una reescritura.
Es posible que el autor tenga una repugnancia personal respecto de una sexualidad
espontánea de la mujer, de orientación femenina: idealización de la madre. Retrocede
frente al hecho de tener una madre sexualmente exigente y de tener que satisfacerla. En un
momento dado, ha debido ser ubicado frente a tal tarea por el carácter apasionado de la
madre (La escena primitiva puede haberlo vuelto relativamente impotente).
La castración del padre, de aquel que tiene la potencia, en tanto que reacción a la
humillación experimentada, condujo a la construcción de una teoría en la cual el padre
castra al hijo y, además, es inmediatamente adorado por el hijo como un dios. En su
conducta, Fr. juega solamente el rol de dios castrador, no quiere saber nada del momento
traumático de su propia castración en la infancia; es el único que no debe ser analizado.
Hasta aquí sólo se ha tratado del sentimiento de culpabilidad que se instala en el lugar del
temor al castigo, como institución del Superyo opuesta al resto del Yo y al Ello. Las
observaciones hablan en favor del hecho de que puede instalarse un sentimiento de
culpabilidad opresivo, incluso si no se ha cometido nada contra sí mismo.
Queda abierta la cuestión de saber por qué la evacuación artificial y excesiva de la libido se
manifiesta precisamente por el sentimiento de culpabilidad. Parece que uno se
responsabiliza a sí mismo cuando se perturban funciones del yo nada más que para
procurarse placer. "Ante todo, yo estoy ahí, Yo; es solamente una vez que he sido
satisfecho, incluso ya quizás molesto por un exceso de libido, que puede encararse el gasto
libidinal." Que se falte a esta regla y el yo nos castiga por una especie de strike cumpliendo
sus funciones con displacer y fuerzas reducidas; resulta una hipersensibilidad general que
castiga todo esfuerzo de alguna importancia con fatiga y un sentimiento de dolor.
Pero pasa algo parecido cuando el bombeo de la libido es provocado, no por sí mismo, sino
por otra persona, lo que ocurre muy frecuentemente cuando el entorno es apasionado e
ignora todo sobre la psicología del niño.
El niño recién nacido utiliza toda su libido para su propio crecimiento, y es necesario incluso
darle libido para que pueda crecer normalmente. La vida normal comienza pues por un
amor de objeto pasivo, exclusivo. Los lactantes no aman, es necesario que sean amados.
El segundo estadío de la economía libidinal es -es decir, comienza- cuando el niño se pone
a amarse a sí mismo. (Este estadío es probablemente introducido por las imperfecciones y
las insatisfacciones pasajeras, inevitables, que comporta el hecho de ser amado.) Pero es
igualmente concebible que, cuando el primer período tormentoso del crecimiento cede el
lugar a un período más calmo, las cantidades de libido superflua ya movilizadas comienzan
a buscar un objeto. El primer objeto de amor es entonces el yo. Un acrecentamiento
todavía mayor de la tensión y de las cantidades libidinales, interiormente inutilizables, busca
entonces objetos también en el exterior del yo. Además de ser amado y de amarse a sí
mismo, se puede también introyectar personas o cosas en tanto que objetos de amor.
Ignoramos entonces cuándo, y en qué momento de la evolución, se producen estos
cambios.
Además, el niño se siente intimidado por la amenaza de retiro del amor, incluso por
castigos corporales. Enseguida comienza a dudar de sus propios sentidos o -lo que es más
frecuente- se sustrae a toda la situación conflictual refugiándose en sueños diurnos y
respondiendo en lo sucesivo a las exigencias de la vida despierta a la manera de un
autómata. (Referencias del caso: medio aristocrático; el preceptor: él sólo conoció cinco
casos de niños seducidos.)
El niño precozmente seducido se adapta a esta difícil tarea con la ayuda de una
identificación completa con el agresor. El análisis del caso F. muestra que tal amor de
identificación deja insatisfecho al yo propiamente dicho. En el análisis, la paciente debe
entonces ser reconducida a la época venturosa anterior al trauma y al período de desarrollo
sexual que corresponde a este momento (Balint: Evolution de curactere et renouveau), y
llegar a la comprensión de la conmoción y de sus consecuencias internas, por una parte
partiendo de allí, por otra parte, por el deshilachado del tejido de la superestructura
neurótica, después gradualmente y por accesos, restaurar su capacidad para manifestar
sus propias variedades de libido.
B.: Hace alrededor de un año, a causa de mi insistencia, dolores, estados que evocaban la
agonía, debilidad cardíaca, etc., hasta un punto muy elevado de debilidad corporal. Esto
duró unos ocho días, haciéndose cada vez más amenazante; después emergencia
repentina de este estado, curación completa y prosecución del análisis. Sólo hay algo que
no se produce, o casi no se produce más: la asociación libre. La paciente estaba
terriblemente asustada frente a la posibilidad de recaer en ese estado.
Entonces ella misma expuso la idea de retirarse del mundo, vivir sola e intentar todavía una
vez más superar el temor que tenía. Al mismo tiempo, comenzó a esforzarse seriamente en
la asociación libre, preguntándose qué había podido cambiar para que se sintiera más a la
altura de esta penosa tarea. Ella misma respondió: "A lo largo de este tiempo, mi confianza
en usted se ha reforzado de tal modo que, basada en esto, me he sentido capaz. Espero
que usted me tratará de otro modo ahora, que en otros tiempos de mi enfermedad."
Tiene recuerdos más o menos oscuros de su primera infancia donde veía frecuentemente a
su padre desnudo cuando se bañaba o en otras circunstancias. Pero por lejos que se
remonte en sus recuerdos más precisos su padre siempre fue de un increíble pudor a su
respecto, hasta aproximadamente los cuatro años donde repentinamente, de buenas a
primeras, le hizo una proposición amorosa. Su comportamiento de entonces proporciona un
sostén poderoso a nuestra hipótesis de la realidad de las fantasías de violación.
Lo que espera ahora de mí, es 1) que dé crédito a la realidad del acontecimiento, 2) ser
tranquilizada con la seguridad de que la tengo por inocente, 3) inocente incluso si confesara
que experimentó una enorme satisfacción en el momento de la agresión y que se consagró
a la admiración de su padre, 4) la certidumbre de que no me dejaré arrastrar a un
movimiento pasional de esta clase.
R.N. Hace alrededor de tres años, descubrimiento de la amnesia, hace dos años
reproducción del trauma terminando cada vez con terribles dolores y una risa loca. Desde
entonces, todos los días, casi sin excepción, una crisis. Yo, ateniéndome estrictamente a la
teoría según la cual la cantidad de las abreacciones terminaría por agotarse y entonces
sobrevendría la curación, continué produciendo las crisis. Las dificultades financieras
conducían necesariamente a la ruptura, pero mi creencia obstinada me hizo continuar,
incluso sin ser pagado. Progreso casi nulo. Sometido a una presión financiera más
importante, necesitando dedicar mi tiempo y mi interés a otras cosas, se agotó mi
paciencia; estábamos a punto de interrumpir la cura cuando se presento una ayuda por un
sesgo inesperado. El debilitamiento de mi disposición a ayudar, hasta entonces infatigable,
fue el principio del "análisis mutuo" (ver más arriba), donde todo lo que hasta allí había
retenido de antipatía, de resistencia a un exceso de sufrimiento, fue reconocido y
reconducido a lo que hay de infantil en mí. Bajo la influencia de este análisis, muchas cosas
en mis relaciones y en mis actitudes cambiaron respecto a todo; pero la simpatía no
alcanzó nunca el grado que B., por ejemplo, llegó a obtener tan fácilmente, quiero decir,
tanto más fácilmente (de hecho, ya bajo la influencia de las cosas aprendidas con R.N.).
La situación analítica, pero sobre todo sus reglas técnicas rígidas, provocan la mayor parte
del tiempo en el paciente un sufrimiento... y en el analista un sentimiento de superioridad
injustificada, con un cierto desprecio por el paciente. Si se agrega la aparente amabilidad,
el interés por los detalles y, eventualmente, la compasión real por un sufrimiento demasiado
fuerte, el paciente se encuentra trabado en un conflicto de ambivalencia casi insoluble del
cual no puede desembarazarse. Se utiliza entonces un incidente cualquiera para dejar
fracasar el análisis por la "resistencia del paciente".
No conocí ningún analista que pudiese declarar su análisis teóricamente terminado (el mío
menos que los otros). En cada análisis, tenemos pues bastantes cosas que aprender sobre
nosotros mismos.
El análisis proporciona a las personas, por otra parte bastante inhibidas ya que la potencia
y la confianza en sí mismas están perturbadas, la ocasión de llegar sin ningún esfuerzo a
estos sentimientos sultánicos que compensan sus insuficientes capacidades de poder
amar. El análisis de este estado conduce, por una desilusión saludable a este respecto, al
despertar de un verdadero interés por los otros. Una vez que se ha vencido de este modo
el narcisismo, bien pronto se adquiere esta simpatía y este amor por los hombres sin los
cuales el análisis no es más que un proceso de corte prolongado.
Pero lo que es importante también es la lentitud y el retraso con los que yo llegué a estas
conclusiones. No hay nada que hacer, debo buscar la causa en mi propia criminalidad
reprimida. Experimento una cierta admiración por el hombre que se atreve a cumplir actos
que yo me prohíbo. Lo admiro incluso por la imprudencia con la que me engaña. La causa
fundamental no puede ser otra que mi temor de estos malhechores; probablemente, en un
momento dado, he sido efectivamente dominado e intimidado por tales individuos.
Es interesante anotar lo que hoy me ha pasado por la cabeza a propósito de este hombre:
pensé que iba a agredirme físicamente y tuve la idea de poner mi pistola en el bolsillo.
Provisoriamente, postergué hasta mañana el arreglo de este asunto, pero estoy decidido a
permanecer firme y, eventualmente, a dejarlo partir. Tengo la impresión de que si cedo me
tomará -como casi todo el mundo- por imbécil, y me explotará. Si permanezco firme, puede
verdaderamente agredirme; ha comenzado a hacer alusiones en el sentido de que ya me
había dado suficiente dinero anteriormente (que no quiere, en consecuencia, pagarme
más), que puede amenazarme de escándalo, despreciarme en mi círculo de amigos, etc.
Todo esto me dejará frío. Quizás intentará entonces, para ablandarme, poner en jugo la
posibilidad de su propio hundimiento, en ese caso le propondré continuar el tratamiento si
acepta mis condiciones. Problema: ¿Cuándo es curable la criminalidad? ¿Qué dosis de
reconocimiento de su propia enfermedad es aquí -como en las psicosis- necesaria?
Trazado más preciso de las fronteras entre fantasía y realidad durante el análisis. (Citar
otros dos casos: el Dr. G. que ha engañado a Freud, y el padre de B.)
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / Representación subjetiva de la escisión de
la función
Representación subjetiva de la escisión de la función
12 de agosto, 1932. Representación subjetiva de la
escisión de la función
La paciente O.S. sufre de obesidad. Los productos adelgazantes más eficaces, tales como
extractos tiroideos, hipofisiarios, diuréticos, mercuriales, no le hacen efecto. No puede
seguir ningún régimen porque si no come bien y mucho se siente agitada. Pero una
profunda depresión (evidencia de la vanidad de todos sus esfuerzos para hacer cambiar a
su respecto la actitud de una amiga que se puede calificar de maníaca) le proporciona la
ocasión de someterse a un ayuno, además del tratamiento médico. Está en tal estado de
vacío afectivo que no le importa nada, tampoco incluso la sensación de hambre. Ahora
ayuna desde hace seis días, bebe todos los días uno o dos pequeños vasos de cognac y
un vaso de naranjada.
La paciente misma evoca el trauma que debió sufrir a la edad de seis semanas, ya que
estando encerrada con su madre, enferma mental, en un hotel durante dos o tres días, no
se supo con seguridad cómo fue tratada por ésta, hasta que fueron descubiertas. Este ha
sido sin duda el momento en que la niña debió pasar por un violento terror, reclamando
alimento; porque probablemente la madre la dejaba hambrienta de modo que, finalmente, la
niña debió agotarse al punto de renunciar incluso a reclamar alimento, de algún modo
experimentando en lo sucesivo sólo la sensación de extinguirse. Incluso si inmediatamente,
una vez reencontrada, fue reanimada y nutrida de la mejor manera posible, parece que no
hubiera aprendido a readaptarse a la vida más que con una parte superficial de su
personalidad y de un modo mas bien automático. Una hermana gemela, digamos de
alrededor de seis semanas, está enterrada en ella, en el mismo estado de petrificación que
aquél en que ella había caído en el momento del trauma. Desvanecida (impotente, incapaz
de toda manifestación motriz) sólo reaccionando en parte por reflejos de huida o pataleos
de defensa, quizás pudiendo todavía ser satisfecha durante cierto tiempo por la mamada;
pero más allá de una cierta duración de la sensación de displacer por la falta de asistencia,
la motilidad y probablemente también el deseo de vivir están completamente extinguidos.
(Véase aquí, la explicación propiamente dicha de la relación entre "erotismo oral" y
depresión, o más exactamente, melancolía; Abraham, Rado.)
Es ésta quizás la ocasión de obtener una percepción de las singularidades tróficas de los
"maníacodepresivos". Esta paciente parece capaz de engordar, en ciertas condiciones, sin
tomar alimento y, supuestamente, sin beber otra cosa que lo que ha sido señalado mas
arriba. Desde que ayuna ha perdido hasta ayer cuatro kilos; sin cambiar nada de su
régimen (ayunar) y a pesar de la ingestión de sus medicamentos, engordó un kilo desde
ayer. Admitiendo que se excluya toda posibilidad de engaño, no se puede descartar que
sea la hermana gemela "biológicamente inconsciente y puramente vegetativa" (quizás
como una planta o un embrión) que, tomando oxígeno, C02, H2O, en el medio ambiente
(aire) realiza tales aparentes milagros... Aumento de peso de los esquizofrénicos. Sra. SJ.:
el Superyo hace engordar. (El caso S.I. debe ser revisado en función de la teoría de la
hermana gemela.) Durante los días comunes (de la semana), la paciente O.S. siente
agitación, una compulsión a la actividad, pero los días de fiesta, esta salida está también
rigurosamente cerrada, y siente entonces solamente esa tranquilidad totalmente
insoportable que es lo que más teme (¿neurosis de domingo?). La tranquilidad de los días
feriados la obliga, de manera ineluctable, a oír los sonidos internos de la gemela.
B.: Sueño: 1) Un chofer loco hace dar curvas tan cerrrdas al ómnibus completo, que éste
vuelca. La paciente ve el peligro, está sentada cerca de la puerta, sale del vehículo volcado,
todos los otros yacen allí con los miembros mutilados (cubiertos de ropa); por ejemplo, el
pie cortado de un hombre. Al descender sólo siente un pequeño pedazo de vidrio en la
oreja externa. Condensación simbólica de la herida sufrida, de la venganza deseada, del
recuerdo (la rememoración desplazada al despertar, quizás también una vaga percepción
de ruidos penosos, o de sus propias crisis). 2) Físicamente agredida por un hombre,...
(Falta la continuación.).
(El odio inexpresado fija más que la mala educación. La reacción contra ésta es una
bondad exagerada por sentimiento de culpabilidad, que no puede ser eliminada sin ayuda
exterior.)
El remedio, por más lejos que hayan "evolucionado" las cosas, es la auténtica "contrición"
del analista. En cambio, se reacciona habitualmente con la morosidad, el silencio, la
irritación, y el sentimiento de haber querido hacer lo mejor y, sin embargo, hacerse
reprender. Deseo de interrumpir el análisis, y quizás incluso hacerlo.
(Es posible que ningún analista sea suficientemente "perfecto" para poder evitar esta clase
de cosas. Pero si se lo piensa y se lo trabaja suficientemente a tiempo, se acorta
sensiblemente el análisis. Tal vez se sostiene allí la causa fundamental de la duración
infinita de las repeticiones traumáticas (¡durante 6 ú 8 años!) (porque falta el contraste con
el pasado, contraste sin el cual la desdicha del pasado, con ayuda de las asociaciones
actuales con el sufrimiento de la repetición, es siempre sentida como presente, y sin la cual
la rememoración del trauma culmina con el estallido, el reforzamiento del síntoma y la
represión del trauma.)
¿Se puede querer a todo el mundo? ¿No hay límites para esto? El régimen actualmente en
vigor (educación de los niños, actitud apasionada de los adultos) hace difícil para cada uno
prescindir de las simpatías, de las antipatías y de su injusticia. ¿Quizás el carácter de la
humanidad mejorará algún día? (Límite de la capacidad de cambio). La ciencia también es
"apasionada" cuando sólo ve y reconoce los instintos yoicos. Pero la necesidad natural de
compartir los sentimientos de placer después de la saturación normal correspondiente, y el
principio de armonía de la naturaleza no son suficientemente considerados.
Es el odio por el enfermo lo que se oculta detrás de la amabilidad hipócrita del médico. Es
necesario despertarlo y volver a conducirlo a las causas (internas); sólo entonces se puede
ayudar, compartir y comunicar su propio sufrimiento, y compartir el sufrimiento de otro.
Cuando uno mismo está saciado y sin avidez, querer, sentir y actuar bien van de suyo.
EL ORGANO GENITAL no es el órgano con ayuda del cual se libera de los sufrimientos
(¡Reservorio de sufrimientos!), sino el órgano de la comunicación y del compartir la energía
excedente (placer).
El paciente: está en condiciones de perdonar. Haber podido dar el primer paso hacia el
perdón de lo que ha causado el trauma, significa que ha comprendido. El hecho mismo de
que haya sido posible llegar a la comprensión y retornar sobre sí mismo, pone fin a la
misantropía general. Finalmente es posible ver y rememorar el trauma con sentimientos de
perdón y consecuentemente de comprensión. El analista a quien se ha perdonado, goza en
el análisis de lo que le ha sido rehusado en la vida y que ha endurecido su corazón.
Caso G.: Shock repentino (rápido, imprevisto) observando la relación sexual entre los
padres. Lo que le fue dado a ver y a sentir de manera extremadamente repentina (los
padres se pegan, el padre estrangula a la madre, la madre parece completamente de
acuerdo, nadie piensa en mí, no puedo refugiarme junto a nadie, estoy librada a mí misma,
¿pero cómo podría subsistir sola? Comer algo me tranquilizaría pero nadie piensa en mí;
querría gritar pero no me atrevo, es mejor que permanezca muda y oculta si no van a
hacerme algo, los odio a ambos, querría empujarlos -imposible, soy demasiado débil y
además esto sería demasiado peligroso, querría huir pero no sé dónde, querría escupir
toda esta historia como se escupe algo desagradable); todo esto le era insoportable y, sin
embargo, debía soportarlo: esto le fue impuesto.
Pero una vez que se ha logrado liberarse del displacer psíquico con la ayuda de tal sueño
despierto, se ha instituido un punto débil para todo el porvenir, al cual el yo (las emociones)
regresa fácilmente en el momento en que pasa algo que produce displacer. (Así en nuestra
paciente, en el momento en que la madre abandonó bruscamente la casa y cuando, mucho
más tarde, fue decepcionada por su marido al que amaba locamente.)
Pero el efecto-shock va todavía más lejos en nuestra paciente. Toda su vida afectiva se
había refugiado en la regresión, de modo que en la actualidad no experimentaba ninguna
emoción profundamente; en el fondo, nunca es a ella a quien le ocurren las cosas, ella se
identifica solamente a otras personas. Así, mientras que su vida afectiva desaparece en la
inconciencia y regresa a una pura sensación corporal, la inteligencia liberada de todo
sentimiento realiza un considerable progreso, pero -como ya ha sido dicho- completamente
desprovista de toda emoción, en el sentido de un desempeño de pura adaptación, por el
sesgo de una identificación con los objetos terroríficos. La paciente se volvió terriblemente
inteligente: en lugar de odiar al padre o a la madre, se sumergió tan profundamente con el
pensamiento en los mecanismos psíquicos, los motivos, incluso los sentimientos (con la
ayuda de su saber en cuanto a estos últimos), que llegó a aprehender claramente la
situación en otro momento insoportable, puesto que había dejado de existir en tanto que
ser dotado de sentimientos. El trauma la había reducido a un estado emocionalmente
embrionario, pero al mismo tiempo había adquirido una sabiduría intelectual como un
filósofo comprensivo, completamente objetivo y sin emociones.
Lo que es nuevo en todo este proceso es que al lado de la huida frente a la realidad en
sentido regresivo, hay también una huida hacia lo progresivo, un desarrollo repentino de la
inteligencia, incluso de la clarividencia, en síntesis, una huida hacia adelante, una eclosión
repentina de las posibilidades evolutivas, virtualmente inscriptas, pero hasta ahora
funcionalmente inutilizadas; por decirlo así, un brusco envejecimiento (al mismo tiempo que
la vuelta de las emociones al estado embrionario). Se podría pues pensar que a
continuación del shock, los sentimientos son arrancados de las representaciones y de los
procesos de pensamiento, y ocultados profundamente en el inconsciente, incluso en el
inconsciente corporal, mientras que la inteligencia efectúa por sí misma la huida hacia
adelante descripta más arriba. El espanto es la fuerza que ha arrancado y disociado los
sentimientos de los pensamientos; pero este mismo espanto está siempre actuando, y es
quien mantiene separados los contenidos psíquicos así arrancados.
Si mediante una presión imprevista o con la ayuda de la asociación libre, se llega por un
momento a eliminar la angustia, el repentino contacto entre las partes del psiquismo,
separadas hasta ese momento, produce una ruidosa explosión: convulsiones, síntomas
corporales sensitivos, sensoriales y motores, una explosión de cólera maníaca y, más
frecuentemente, para terminar, una risa irreprimible e inextinguible como expresión de los
movimientos emocionales incontrolables; finalmente, se continúa un agotamiento completo
y un relativo apaciguamiento como en el despertar de un mal sueño. Sin embargo, una vez
más, no era más que un sueño, sin ninguna convicción durable en cuanto a la realidad de
lo que le ha ocurrido. En lugar de rememoración, la tentativa de repetición sólo ha
culminado en una crisis de histeria, con amnesia emocional consecutiva.
A) En la vida.
B) En el análisis.
Caso G.: Un poco fatigado del autoanálisis ininterrumpido, de las quejas incesantes
concernientes a la incapacidad de vivir su propia vida y de la necesidad de identificarse a
los objetos más bien que odiarlos o amarlos, intenté conducir a la paciente, con ayuda de la
asociación libre, a confesarse los sentimientos que podía alimentar en el inconsciente
frente a su padre. El padre, bruscamente abandonado por la madre, volvió hacia la hija sus
demandas afectivas. Se hicieron camaradas. Cuando ella buscó entrar en relaciones
amistosas, quizás un poco teñidas de erotismo, con jóvenes de su edad, el padre le hizo
severas advertencias para que, sobre todo, no se transformase en alguien como su madre.
En el curso de este relato, le hice observar: "En el fondo, era un matrimonio feliz entre su
padre y usted."
Al día siguiente, me doy cuenta de que la paciente ha pasado toda la jornada en una
profunda depresión, muy desesperanzada de mí: "Si tampoco él (yo) puede comprenderme,
¿qué puedo esperar? El también llama a esto un matrimonio feliz, es decir, algo que yo
hubiera querido. En lugar de ver que si de niña yo hubiera podido querer algo semejante en
mi imaginación, nada más lejos de mí que la idea de que esta voluntad o este deseo
verdaderamente se realizaran. Pero me ha sido impuesta esta realidad y se encuentra
cerrado el camino de una evolución normal: en lugar de amar o de odiar, no pude en
adelante más que identificarme." Los sueños de la noche siguiente son característicos: 1)
yo la analizo, pero estoy acostado a su lado en la cama. 2) El Dr. Brill la analiza, se inclina
sobre ella, la besa: por primera vez en su vida ella tiene un principio de orgasmo después
del beso. Despertar repentino, sin culminación del orgasmo. Interpretación: mi afirmación
de ayer muestra que como su padre Brill (¿Horace?), tampoco yo he comprendido
adecuadamente sus verdaderos sentimientos, no puede esperar nada de su análisis
conmigo puesto que no puedo ni siquiera llevarla a experimentar un orgasmo con Brill (el
más antipático de los hombres), por identificación con mis propios deseos. Es por temor a
nosotros, los hombres, que ella hace esto. Es este temor el que hace que en la escena
primitiva no se identifique al padre sino a la madre que, en ese terrible momento, era la
menos aterradora.
Incluir aquí: las sensaciones están presentes en el fragmento astral; lo mismo que con la
anestesia no se puede economizar el dolor, se puede solamente desplazarlo hacia lejanías
infinitas. El fragmento astral ayuda al individuo impulsándolo a la locura. En muchos casos,
no hay ninguna otra posibilidad; es la última, antes de la muerte o el suicidio. Astra produce
también imágenes oníricas y fantasías de felicidad, por ejemplo, concernientes al amante
ideal, y a las relaciones maravillosas entre esposos, mientras que en realidad quizás se
viola cruelmente al niño, dilatando exageradamente sus órganos en la relajación bajo
anestesia, forzando al útero a asumir prematuramente funciones maternales.
Este es un ejemplo que muestra que las personas de más edad (adultos), por medio de un
comportamiento que provoque piedad, pueden inducir en un niño un sentimiento de
culpabilidad que lo deje así dependiente y sin recursos, de manera durable, pero además
esta situación puede provocar sentimientos inconscientes de odio, incluso impulsos
criminales. Una parte de estos impulsos podría entonces realizarse efectivamente (falta de
precauciones en caso de peligro de contaminación). Si esto es seguido de castigo y
reprimenda, en lugar de una modificación comprensiva de la situación, se crea en el niño
una nueva fijación por el sentimiento de culpabilidad.
Lo que al niño más le gustaría es ver felices a sus padres, pero si esto no ocurre, se siente
obligado a tomar sobre sus espaldas toda la carga del matrimonio desdichado. Lo que más
le gustaría es jugar, solamente jugar a ser el padre o la madre pero no serlo realmente.
(Nosotros, psicoanalistas, consideramos también, como lo he dicho frecuentemente -ver
más arriba-, la situación infantil muy desde nuestro punto de vista de adultos, y nos
olvidamos de la autoplasticidad de la infancia, y de la naturaleza semejante al sueño. de
toda su existencia psíquica.- Proceso primario.) Los pacientes son como los niños, no se
atreven a contradecir. Es necesario educarlos; algunos están tan asustados que sólo un
nuevo temor puede empujarlos a enojarse.
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 /
Familia con un número muy grande de enfermos mentales desde hace alrededor de 300
años, pero gozando de una salud corporal extraordinariamente robusta. Junto con esto, una
tendencia general a la obesidad, en la que incluso los medicamentos más activos no tienen
efecto sino en dosis muy considerables. Todo ocurre como si la robustez corporal quisiera
acumular fuerzas de reserva y mecanismos para el mantenimiento de la vida, incluso para
el caso en que el espíritu estuviera completamente desfalleciente. Comparar con la
obesidad de los paralíticos al comienzo del debilitamiento mental.
Parece no ser suficiente librarse a una confesión general y obtener una absolución global,
los pacientes quieren ver corregidos, uno por uno, todos los sufrimientos que les hemos
causado, castigarnos, y después esperar que no reaccionemos más con el desafío y con un
sentimiento de ofensa, sino con la comprensión, el pesar, incluso un compartir afectuoso de
sus sentimientos. Finalmente debemos (con la ayuda de nuestro propio análisis) hacernos
suficientemente fuertes para, en lo sucesivo, estar inmunizados contra la repetición de tales
faltas. Es en este estadío que el enfermo toma confianza en nosotros y es sólo entonces
que puede, a partir de tener asegurada su posición presente, volver su mirada hacia el
pasado sin repetición de la explosión. Habiendo así merecido la confianza ciega del
paciente, nos es posible ahora presentarle lo que ha vivido durante el trance como realidad,
y poner fin a los automatismos de obediencia organizados sobre el modelo infantil
post-hipnótico, por contra-sugestiones; y evitar al paciente la repetición inútil de
sufrimientos por medio de una determinación real y de la expresión verbal de ésta (proceso
catalítico).
Estar solo. La personalidad infantil, todavía tan poco consolidada, no tiene, por así decir,
ninguna capacidad de existencia si su entorno no la sostiene por todos lados. Sin este
sostén, los mecanismos parciales, psíquicos y orgánicos, divergen y, de algún modo,
explotan; no existe todavía centro del yo con una fuerza digna de ser mencionada que logre
mantener el todo junto, incluso de manera autónoma. Los niños todavía no tienen yo, sólo
tienen Ello y el Ello reacciona todavía con el modelo aloplástico, y no con el modelo motor.
El análisis debería estar en condiciones de procurar al paciente el medio favorable que le
faltó en otro momento para la construcción del yo, y poder así poner fin al estado de
mimetismo que, como un reflejo condicionado, sólo incita a las repeticiones. Por decirlo así,
una nueva incubación y un nuevo despegue. (Si el trauma encuentra un yo ya más
evolucionado, entonces se producirán reacciones de cólera y actitudes de desafío;
criminalidad - U.)
Sandor Ferenczi / Diario clínico 2 / Regresión en ø - Estado embrionario ö
during analysis (en una descomposición orgánica)
Regresión en ø - Estado embrionario ö during analysis (en una descomposición
orgánica)
2 de octubre, 1932. Regresión en ø -
Estado embrionario ö during analysis
(en una descomposición orgánica).
¿Y así como ahora debo reconstituir nuevos glóbulos rojos, debo (si puedo) crearme una
nueva base de personalidad y abandonar como falsa y poco confiable la que tenía hasta
ahora? ¿Tengo aquí la elección entre morir y "reacomodarme" -y esto a la edad de 59
años?
Por otra parte: ¿vivir siempre la vida (la voluntad) de otra persona, tiene algún valor - una
vida así no es ya casi la muerte? ¿Pierdo demasiado si arriesgo esta vida? ¿Chi lo sa?.
La confianza que los alumnos tienen en mí puede darme alguna seguridad; muy
particularmente la confianza de una persona que es a la vez alumno y maestro.
(En este mismo momento recibo algunas líneas personalmente amistosas de Jones.)
(Rosas anunciadas, circular ofrecida). No puedo negar que incluso esto me ha
impresionado agradablemente. En efecto, me sentía también abandonado por los colegas
(Rado, etc.) ya que todos tienen demasiado temor a Freud para, en caso de una disputa
entre Freud y yo, comportarse a mi respecto de manera objetiva, incluso simpatizando
conmigo. En realidad, ya está en curso desde hace mucho tiempo un intercambio más
estrecho de circulares entre Freud, Jones y Eitingon. Soy tratado como un enfermo al que
es necesario cuidar. Mi intervención debe lograr que me reponga, de modo que los
"cuidados" se hagan inútiles.
La cuestión ahora es: ¿es necesario que cada caso sea objeto de mutualidad? ¿Y en qué
medida?
Progresión.
Sudden motherhood
Eclore intellectuelle
(Estado carcomido)
Racial progression
Omnisciencia
Mediumnidad
Healer
Genio y demencia
(Fejére esett)
Registro de pecados
Indignación de la Facultad en el momento que dije: "Los colegas deben cometer errores"
(chiste).
1) Sadismo. No consideración de los sufrimientos de los pacientes. 2) Locura de
grandezas: (verse rodeado de adoradores) - Erotomanía. 3) Teorías sin valor. Enceguecido.
Determinado por los propios complejos. Estos son imputados a los pacientes. Los
pacientes no se atreven a rebelarse. 4) Es necesario perdonarlos (los hombres cuentan por
encima de eso).
Pecado
Confesión
Perdón