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"Según el budismo, las emociones nos llevan a adoptar una determinada

perspectiva o visión de las cosas y no se refieren necesariamente –como


ocurre con la acepción científica del término a un desbordamiento afectivo
que se apodera de repente de la mente. Ésa sería, desde la perspectiva
budista, una emoción burda como sucede, por ejemplo, con los casos de
la ira, la tristeza o la obsesión."

"El deseo o el apego excesivo, por ejemplo, no nos permiten advertir el


equilibrio que existe entre las cualidades agradables (o positivas) y las
desagradables (o negativas), de una persona o de un objeto, lo que
irremediablemente nos abocará a considerarlo atractivo y, en
consecuencia, a desearlo. La aversión, por su parte, nos ciega las
cualidades positivas del objeto, haciendo que nos parezca exclusivamente
negativo y deseando, en consecuencia, rechazarlo, destruirlo o evitarlo.

"Esos estados emocionales empañan nuestra capacidad de juicio, la


capacidad de llevar a cabo una evaluación correcta de la naturaleza de las
cosas. Por este motivo se denominan "oscurecimientos", puesto que
ensombrecen el modo en que las cosas son y, a la postre, nos impiden
llevar a cabo una valoración más profunda de su transitoriedad y de su
falta de naturaleza intrínseca. Así es como la distorsión acaba afectando a
todos los niveles de la existencia.

"De este modo, pues, las emociones oscurecedoras restringen nuestra


libertad, puesto que encadenan nuestros procesos mentales de una forma
que nos obliga a pensar, hablar y actuar de manera parcial. Las
emociones constructivas, por su parte, se asientan en un razonamiento
más acertado y promueven una valoración más exacta de la naturaleza de
la percepción."

"Pero ¿de dónde proceden, según la enseñanza y la práctica budista, las


emociones destructivas? – preguntó Matthieu retomando, de ese modo, el
hilo central de su discurso. Es innegable que, desde la infancia hasta la
vejez, no dejamos de cambiar. Nuestro cuerpo cambia de continuo, y
nuestra mente se ve obligada a afrontar, instante a instante, nuevas
experiencias. Somos un flujo en constante transformación, pero, al mismo
tiempo, también tenemos la idea de que, en el núcleo de todo ello, existe
algo estable que "nos" define y permanece constante a lo largo de toda la
vida.

"Este yo, al que denominamos "apego al yo" y que constituye nuestra


identidad, no es el mero pensamiento del "yo" que aflora cuando
despertamos, cuando decimos "tengo calor", "tengo frío", o cuando alguien
nos llama por nuestro nombre, por ejemplo. El apego al yo se refiere al
aferramiento profundamente arraigado a una entidad permanente que
parece residir en el mismo núcleo de nuestro ser y que nos define como el
individuo particular que somos.

"También sentimos que ese "yo" es vulnerable y que debemos protegerlo


y mimarlo. De ahí se derivan el rechazo y la atracción, es decir, la
aversión a todo lo que pueda amenazar al "yo", y la atracción por lo que le
complazca, le consuele y le haga sentirse seguro y feliz. De esas dos
emociones básicas –la atracción y el rechazo se derivan todas las demás.

"Las escrituras budistas hablan de ochenta y cuatro mil tipos de


emociones negativas. Y aunque no se las identifique detenidamente, la
inmensa magnitud de esa cifra sólo refleja la complejidad de la mente y
nos da a entender que los métodos para transformarla deben adaptarse a
una gran diversidad de predisposiciones mentales. Es por ello que
también se dice que existen ochenta y cuatro mil puertas de acceso al
camino budista de la transformación interior. En cualquiera de los casos,
sin embargo, esta multitud de emociones pueden resumirse en cinco
emociones principales, el odio, el deseo, la ignorancia, el orgullo y la
envidia.

"El odio es el deseo profundo de dañar a alguien o de destruir su felicidad


y no tiene por qué expresarse necesariamente como un ataque de ira ni
tampoco de manera permanente, sino que sólo aparece en presencia de
las condiciones adecuadas que lo elicitan. Además, el odio está
relacionado con muchas otras emociones, como el resentimiento, la
enemistad, el desprecio, la aversión, etcétera.

"Su opuesto es el deseo, que también presenta numerosas ramificaciones,


desde el deseo de placeres sensoriales o de algún objeto que queramos
poseer, hasta el apego sutil a la noción de solidez del "yo" y de los
fenómenos. En esencia, el deseo nos conduce a una modalidad falsa de
aprehensión y nos induce a pensar, por ejemplo, que las cosas son
permanentes y que la amistad, los seres humanos, el amor o las
posesiones perdurarán para siempre, aunque resulta evidente que tal
cosa no es así. Es por ello que el apego significa, en ocasiones,
aferramiento al propio modo de percibir las cosas.

"Luego tenemos la ignorancia, es decir, la falta de discernimiento entre lo


que debemos alcanzar o evitar para alcanzar la felicidad y escapar del
sufrimiento. Aunque Occidente no suela considerar a la ignorancia como
una emoción, se trata de un factor mental que impide la aprehensión
lúcida y fiel de la realidad. En este sentido, puede ser considerada como
un estado mental que oscurece la sabiduría o el conocimiento último y, en
consecuencia, también se la considera como un factor aflictivo de la
mente.

"El orgullo también puede presentarse de modos muy diversos como, por
ejemplo, negarnos a reconocer las cualidades positivas de los demás,
sentirnos superior a ellos o menospreciarles, envanecernos por los
propios logros o valorar desproporcionadamente nuestras cualidades. A
menudo, el orgullo va de la mano de la falta de reconocimiento de
nuestros propios defectos.

"La envidia puede ser considerada como la incapacidad de disfrutar de la


felicidad ajena. Uno nunca envidia el sufrimiento de los demás, pero sí su
felicidad y sus cualidades positivas. Por este motivo, ésta es, desde la
perspectiva budista, una emoción negativa puesto que, si nuestro objetivo
fuera el de procurar el bienestar de los demás, su felicidad debería
alegrarnos. ¿Por qué tendríamos, en tal caso, que sentir celos si parte de
nuestro trabajo ya ha sido hecho y queda, por tanto, menos por hacer?"

"Todas las emociones básicas están íntimamente asociadas a la noción


del "yo"

"El primer modo de evitar las consecuencias negativas de las emociones


destructivas que aportan infelicidad tanto a los demás como a nosotros
mismos es la utilización de antídotos. Cada emoción posee su propio
antidoto. Como anteriormente señalé, no podemos experimentar al mismo
tiempo amor y odio hacia el mismo objeto. Por ello decimos que el amor
es el antídoto directo del odio. Asimismo, uno puede contemplar los
aspectos desagradables de un objeto de deseo compulsivo y tratar de
hacer una valoración más objetiva. En lo que respecta a la ignorancia o
falta de discernimiento, debemos tratar de perfeccionar nuestra
comprensión de lo que hay que conseguir y evitar. En el caso de la
envidia, uno debe tratar de alegrarse de las cualidades ajenas y, en el del
orgullo, apreciar los logros de los demás, abrir los ojos a nuestros propios
defectos y cultivar la humildad.

"Este proceso sugiere la existencia de tantos antídotos como emociones


negativas. En el siguiente paso –el nivel intermedio debemos ver si existe
un antídoto común a todas ellas. Este antídoto sólo puede encontrarse en
la meditación, en la investigación de la naturaleza última de las emociones
negativas, en cuyo caso descubrimos que todas ellas carecen de solidez
intrínseca, en perfecta consonancia con lo que el budismo denomina
vacuidad. No es que súbitamente se desvanezcan en la nada, sino que
sólo se revelan más insubstanciales de lo que a simple vista parecían.
"Este proceso permite desarticular la aparente solidez de las emociones
negativas. Este antídoto –la realización de su naturaleza vacía– actúa
sobre todas las emociones ya que, aunque se manifiestan de formas muy
diversas, todas ellas carecen de existencia independiente.

"El último modo –que es también el más arriesgado– no consiste en


neutralizar las emociones ni en descubrir su naturaleza vacía, sino en
transformarlas y utilizarlas como catalizadores para sustraernos de su
influencia. Es como alguien que cae al mar y se sirve del agua para
alcanzar a nado la orilla.

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