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Formación de Coaching Cuántico

2024

MÓDULO 5

DISTINCIONES

CURAR Y SANAR

“Curar” versus “sanar” a simple vista puedan parecer lo mismo, pero separar los conceptos de curar y
sanar nos permite ver sus matices y abre nuevas posibilidades de interpretación y de acción. Para
explicar esta distinción, imaginemos que una persona tiene un síntoma o una enfermedad, como una
neumonía. Hablaremos de «curar» cuando este paciente, atendido por un médico, reciba un
tratamiento, por ejemplo, basado en un antibiótico para eliminar la bacteria que produce la neumonía.
En este caso, la persona se cura utilizando un recurso externo (un fármaco, una intervención…). En
cambio, hablaremos de «sanar» cuando utilicemos un recurso interno; en este ejemplo, se daría
cuando la persona consigue potenciar su sistema inmunológico de forma natural y combatir mejor, o
neutralizar, las bacterias o cualquier agente patógeno.

La importante influencia que las emociones, el estrés o la nutrición tienen en nuestra biología y en
nuestra salud ya fue constatada gracias a una ciencia llamada epigenética, hoy en día se demuestra
lo que muchos médicos, maestros y profesionales de la salud ya nos venían diciendo desde hace
cientos o incluso miles de años. De alguna forma, siempre hemos podido intuir que, teniendo en
cuenta estas influencias epigenéticas, por ejemplo, mejorando el nivel de estrés, evitando emociones
tóxicas o revisando nuestro estilo de vida, podemos estar más sanos. Así pues, mientras que «curar»
habla de la desaparición de los síntomas o enfermedades utilizando agentes externos y está más
enfocado en el cuerpo físico, cuando hablamos de «sanar» nos referimos a algo más profundo e
interno, más relacionado con las emociones, la mente, el espíritu…

Cuando lo que hacemos para «curarnos» no produce la satisfacción deseada, podríamos modificar la
forma en que actuamos para obtener diferentes resultados y recurrir a lo que llamamos «aprendizaje».

El doctor Carl. G. Jung decía que «la enfermedad es el esfuerzo que hace la naturaleza para sanar al
hombre», probablemente animándonos a plantear la enfermedad como una oportunidad para
resignificar nuestra historia y poder hacer un «cambio de observador» lo suficientemente potente como
para situarnos en un aprendizaje transformacional. Quizás estos síntomas son mensajes del alma
y oportunidades para poder hacer algún cambio en nuestra vida y así modificar nuestra forma de
pensar, de sentir y de percibir el mundo, ya que nuestra forma de ver la realidad determina nuestra
realidad. Seguramente debido a este tipo de razonamientos, cada día somos más los profesionales del
coaching que consideramos la salud del ser humano como una unidad: cuerpo, mente y espíritu.

A lo largo de la historia, numerosos maestros espirituales nos han enseñado que nuestra verdadera
identidad está precisamente en nuestra alma. Si creemos que nuestra identidad está más desplazada
hacia nuestro espíritu que hacia nuestro cuerpo, podría ser razonable pensar que para conseguir una
verdadera sanación deberíamos profundizar más en lo que llamamos el «estado del ser».

Parece que nuestro ego cree haberse aislado de este ser esencial y de la unidad de todos los seres,
manteniendo separadas a las personas y clasificándolas durante toda su existencia. Esto haría que su
sistema de pensamiento pueda producir una culpa inconsciente e insoportable que proyectaría en
forma de ataque, ya sea contra otros en forma de ira y juicios o incluso contra nosotros mismos, en
forma de síntoma o enfermedad. Considero que estar sano es mantener pensamientos sanos, tanto si
tengo lo que llamamos una «enfermedad» como en ausencia de ella, e intentar gestionar sentimientos
negativos, sobre todo de culpa (conscientes o inconscientes), a través de conversaciones de tipo moral
(«Dios me va a castigar», «Será porque me lo merezco»), que pueden resultar tóxicas para
nuestra integridad. Para evitar esta agresión inconsciente del ego a nuestros cuerpos generando miedo
y culpa, y sanar de forma completa, pienso que deberíamos entregarnos a la búsqueda y activación
de nuestra energía espiritual. Estoy aprendiendo que, para que nuestra sanación progrese en este
sentido, necesitamos comprender que sanar es perdonar al mundo, a los demás y a uno mismo.

En este sentido, «perdonar» sería lo mismo que «amar», amar a los demás (o a mí mismo), no por lo
que puedan (o pueda) hacer por mí, tampoco amar a alguien especial por lo que pueda conseguir de
él o ella (atención, evaluaciones altas, aprobación, lástima, cariño…). No me refiero a la relación de

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«amor especial» con la que el ego intenta la complexión buscando amor fuera de mí, llevándolo a
la separación y al miedo. Lo que yo entiendo por verdadero «amor» está más alineado con lo que dice
el biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana sobre una «aceptación del otro como un legítimo otro
en la convivencia» o con la definición que nos propone el maestro espiritual Eckart Tolle cuando dice
que «amar es reconocerte a ti mismo en el otro», lo que podríamos conectar directamente con el
concepto de empatía o con las llamadas “neuronas espejo”, encargadas de hacer propias las acciones,
sensaciones y emociones de los demás . Pienso que para desarrollar el verdadero amor deberíamos
sensibilizarnos de que el que da y el que recibe son uno. El líder espiritual contemporáneo Osho
también nos ilumina con sus palabras cuando nos habla de este sentimiento: «Si amas una flor, no la
recojas. Porque si lo haces morirá y dejará de ser lo que amas. Entonces, si amas una flor, déjala ser.
El amor no se trata de posesión. El amor se trata de apreciación».

Viviana Baldo brinda una maravillosa recreación literaria basada en El principito de Antoine de Saint-
Exupéry para aclararnos la distinción entre «amar» y «querer»:

—Te amo —dijo el principito.

—Yo también te quiero —dijo la rosa.

—No es lo mismo —respondió él—.

• Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las
expectativas personales de afecto, de compañía…
• Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para
completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes.
• Querer es esperar, es apegarse a las cosas y a las personas desde nuestras necesidades.
Entonces, cuando no tenemos reciprocidad, hay sufrimiento. Cuando el “bien” querido no nos
corresponde, nos sentimos frustrados y decepcionados.
• Si quiero a alguien, tengo expectativas, espero algo. Si la otra persona no me da lo que espero,
sufro. El problema es que hay una mayor probabilidad de que la otra persona tenga otras
motivaciones, pues todos somos muy diferentes. Cada ser humano es un universo.
• Amar es desear lo mejor para el otro, aun cuando tenga motivaciones muy distintas. Amar es
permitir que seas feliz, aun cuando tu camino sea diferente al mío. Es un sentimiento
desinteresado que nace en un donarse, es darse por completo desde el corazón. Por esto, el
amor nunca será causa de sufrimiento.
• Cuando una persona dice que ha sufrido por amor, en realidad ha sufrido por querer, no por
amar. Se sufre por apegos. Si realmente se ama, no se puede sufrir, pues nada ha esperado
del otro. Cuando amamos, nos entregamos sin pedir nada a cambio, por el simple y puro placer
de dar.
• Pero es cierto también que esta entrega, este darse, desinteresado, solo se da en el
conocimiento. Solo podemos amar lo que conocemos, porque amar implica tirarse al vacío,
confiar la vida y el alma. Y el alma no se indemniza.
• Y conocerse es justamente saber de ti, de tus alegrías, de tu paz, pero también de tus enojos,
de tus luchas, de tu error. Porque el amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no es solo
para momentos de alegría.
• Amar es la confianza plena de que pase lo que pase vas a estar, no porque me debas nada,
no con posesión egoísta, sino estar, en silenciosa compañía.
• Amar es saber que no te cambia el tiempo, ni las tempestades, ni mis inviernos. Amar es darte
un lugar en mi corazón para que te quedes como padre, madre, hermano, hijo, amigo, y saber
que en el tuyo hay un lugar para mí.
• Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor es
abrir el corazón y dejarse amar.

—Ya entendí —dijo la rosa.

—No lo entiendas, vívelo —agregó el principito.

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El amor no se puede ver con los ojos del cuerpo, porque no contempla las «formas» construidas con
la magia del ego. El verdadero amor es un «contenido» espiritual que solo se ve con los ojos del
corazón.

Aquí terminan (o empiezan) estas reflexiones desde lo que podríamos llamar la «magia» de curar hasta
el «milagro» de sanar a través del amor. Como decía el famoso científico Albert Einstein: «Hay dos
formas de vivir la vida: una es creer que no existen los milagros, y la otra es creer que todo es un
milagro». Y, tú, ¿qué crees?…

Lenguaje. Procesos y herramientas conversacionales.

«El mundo nos entra por los ojos, pero no adquiere sentido hasta que desciende a nuestra boca.»

«Una cultura es una red de coordinaciones de emociones y acciones en el lenguaje, que configura un
modo particular de entrelazamiento del actuar y el emocionar de las personas que la viven. Yo llamo
conversar, aprovechando la etimología latina de esta palabra que significa dar vueltas juntos, al
entrelazamiento del lenguajear y el emocionar que ocurre en el vivir humano en el lenguaje. Más
aún, mantengo que todo quehacer humano ocurre en el conversar, y que todas las actividades
humanas se dan como sistemas de conversaciones. También sostengo que las distintas culturas como
distintos modos de convivencia humana, son distintas redes de conversaciones, y que una cultura se
transforma en otra cuando cambia la red de conversaciones que la constituye y define.

Dijimos que aprender es expandir nuestra capacidad de acción efectiva. Aprendizaje = acción. También
el lenguaje es acción. Hablar es actuar. A través del lenguaje pedimos, prometemos, expresamos ideas
y opiniones, presentamos propuestas y proyectos, tomamos decisiones, definimos acciones,
coordinamos acciones con otros.

Pero, además, como señala Rafael Echeverría, «nos transforma en seres que usan el lenguaje para
construir sentido». Por ello hablamos del poder generador del lenguaje. Claro que esto no siempre fue
así. Durante muchísimo tiempo el lenguaje fue concebido como descriptivo y, por lo tanto, pasivo. Y
esto no es errado ni vale desmerecerlo. Así podemos decir, por ejemplo, que aquello es un árbol. Que
tiene raíces, tronco, ramas y hojas, etcétera. Desde esta concepción habría primero una realidad y
luego está el lenguaje que la describe. Gracias al lugar conseguido por la filosofía y la ontología del
lenguaje, como le escuchara decir a Echeverría en sus conferencias, el lenguaje no sólo nos
permite hablar «acerca de las cosas» sino que, al ser generativo, «hace que las cosas sucedan».
Desde esta nueva concepción, junto a una realidad que está más allá del lenguaje, éste, por su carácter
generativo y transformador crea realidades y nos posibilita diseñar futuro. Simplemente con decir «sí»
o decir «no», abrimos o cerramos posibilidades para nosotros y para otros. Hace que las cosas pasen
y lo que suceda afectará el futuro.

El coaching es esencial, aunque no exclusivamente, un proceso conversacional. Decimos no


exclusivamente, porque también es emocional y corporal. Se apoya en gran medida en ese poder
generador y transformador del lenguaje. Es un proceso de aprendizaje, en el cual transformamos el
observador que cada uno es, quien –a través de la palabra– le dará un sentido a la observación. El
coach acompaña al coacheado en su proceso de encontrar y diseñar nuevos sentidos y acciones.
Coaching es una poderosa herramienta para gestionar un mundo diferente. Entendiendo que somos
seres lingüísticos, emocionales, corporales y de acción, el coaching opera en el dominio del lenguaje,
de la conversación, articulando elementos de la lingüística y la ontología del lenguaje con conceptos,
técnicas y herramientas del campo de la psicología, la filosofía, lo corporal, la biología y el pensamiento
sistémico.

Se trata de cambiar el observador que somos, para resaltar ahora que, si los resultados no se
producen, tal vez tengamos que cambiar nuestras conversaciones. El devenir de la conversación en
una sesión de coaching lleva al coachee a preguntarse: ¿cómo puedo colaborar para generarme
un futuro diferente al que veo? «No es posible», «no va a andar», «ya probé... pero», «como es
ahora no es tan malo», «en otro momento». Éstas, más otro variado repertorio de
explicaciones, cierran o matan posibilidades. Muchas de nuestras realidades del presente
fueron pensamientos considerados como imposibles en el pasado. La posibilidad nunca es un hecho:
abre nuevas realidades.

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En este sentido, mi concepción acerca del coaching parte de la premisa de que los coacheados son
una mayor posibilidad de lo que ellos mismos consideran que son. El coach es un socio colaborador
en la asunción de responsabilidad, compromiso y acción.

DISTINCIONES DEL LENGUAJE Y HERRAMIENTAS CONVERSACIONALES

Al hablar de crear realidades y diseñar futuro, hablamos de posibilidades. ¿Cómo transformar


conversaciones infructuosas o imposibles en conversaciones de posibilidades? ¿Cuáles son las
competencias conversacionales que harán diferencia en la apertura de posibilidades? El conocimiento
exhaustivo de ciertas distinciones del lenguaje y el dominio absoluto de las herramientas de
intervención son requisitos fundamentales para quien pretenda ser coach. Este apartado tiene como
objetivo analizar aquellos actos lingüísticos básicos que posibilitan una mejor escucha y comprensión
en el proceso de coaching. Presentaremos un enfoque centrado en el coaching y fundado en la
relevancia que estos actos adquieren en su proceso. Su aplicación práctica se verá luego en el capítulo
referido a los siete pasos del coaching.

OBSERVACIONES Y JUICIOS

«Toda idea es siempre dicha por alguien que, al emitirla, revela quién es.» Nietzsche

Una primera distinción para tomar en cuenta se da entre los llamados 1) hechos u observaciones y 2)
las opiniones o juicios. Tomemos dos afirmaciones: Juan es alto y Juan mide 1,90 m. Suenan parecido,
pero son distintas. Alrededor de este tipo de descripciones suelen generarse confusiones, pérdidas de
tiempo y energía que, a veces, son intrascendentes, pero en otras ocasiones terminan generando
malestar personal e interpersonal y entorpeciendo tareas y toma de decisiones. ¿Cuál es la diferencia?
La primera es una evaluación subjetiva mientras que la segunda se basa en datos empíricos. En una
estamos haciendo una aseveración personal desde el punto de vista de quien la emite y en la otra nos
basamos en datos mensurables, confirmables y compartidos consensuadamente por los miembros de
una misma comunidad, entre quienes hay un entendimiento común y compartido acerca de lo que eso
significa. Kofman la llama una misma «comunidad biolingüística: grupo de personas que comparten
una misma condición biológica y un mismo lenguaje» Juan –como observación– puede medir 1,90 m,
pero puede – como opinión– no ser considerado alto si quienes emiten el juicio pertenecen a la
comunidad de seleccionadores de jugadores de basquet. Un lápiz puede ser considerado bueno por
un niño para sus tareas escolares y malo para que un arquitecto diseñe planos. Ambos, niño y
arquitecto, coincidirían en el hecho de que el lápiz es de grafito.

Otro ejemplo:

• Juan llegó tarde a las últimas tres reuniones de equipo (Observación/hecho)


• Juan no está interesado en el proyecto (Opinión/juicio)

Esta distinción se torna relevante en las conversaciones de coaching. Muchísimas consultas en


coaching tienen que ver directamente con quiebres personales e interpersonales generados por
confusiones en esta distinción. El error radica en que muchas veces confundimos ambos conceptos y
tenemos conversaciones y discusiones basados únicamente en opiniones, sin detenernos en los
hechos, y es muy habitual que transformemos nuestras opiniones en un hecho y luego
tomemos decisiones, accionemos o reaccionemos, como si realmente lo fueran.

Con frecuencia, observo en mis cursos que después del desarrollo conceptual de este tema se produce
lo que llamo el «síndrome fáctico». ¿Qué es esto? En el receso salen los participantes a tomar un café
y basta que alguien diga: «¡Está rico!», para que varios dedos acusadores le digan en broma y en tono
de reproche: «¡Eso es un juicio!» (como si fuese algo malo). Observaciones y juicios no son buenos ni
malos, ni las observaciones son mejores que las opiniones.

Las observaciones pueden ser ciertas o falsas; los juicios, fundados o infundados. ¿Cómo sé que Juan
es alto? ¿O que Juan no muestra mucho compromiso con la tarea? ¿o que Juan no es un líder natural?
La respuesta tendrá que ver con cuáles son los hechos en los que fundamos una opinión, cuál es el
estándar desde el cual evaluamos. Dos personas pueden acordar acerca de los hechos de
una situación, pero partir de diferentes estándares para evaluarlos.

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En nuestra vida cotidiana estamos permanentemente haciendo múltiples observaciones y emitiendo


infinitos juicios. Algunos son más o menos conscientes o meditados y nos percatamos de ellos; otros
son más inconscientes y automáticos. Algunos los expresamos, otros los ocultamos o postergamos.
Muchos son irrelevantes, otros se tornan relevantes. Juan y yo podemos tener juicios opuestos acerca
de la comodidad de una silla. Esta divergencia de opinión es irrelevante si lo que estamos haciendo es
compartir un café y un diálogo personal –que en sí podría transformarse en lo relevante de ese
encuentro–, pero sería diferente si nuestra divergencia tuviera que ver con la necesidad de decidir una
compra de 500 sillas para la empresa en la que trabajamos. (No sólo no está mal opinar, sino que nos
pagan por opinar). Opinamos para comprar, vender, invertir, fabricar; en otros ámbitos opinamos para
decidir a cuál colegio enviar a nuestros hijos, dónde pasaremos nuestras vacaciones, cuál es el mejor
plan de salud, etc.

Para evaluar si un juicio/opinión es productivo es importante reconocer por lo menos cinco aspectos.
A saber:

1. Admisión: lo que se expresa no lo constituye en hecho. Es una opinión, muy importante para
mí (quien la emite), pero es mi opinión. Tener esta concepción implica la idea (valor) de
humildad (aunque creo firmemente en mi opinión, reconozco que no es la única y que puede
no ser la más adecuada o válida).
2. Fundamento: dar observaciones, ejemplos, datos en los que esa opinión se funda.
3. Estándar: ¿cuál es la medida o supuesto desde la cual es emitido?
4. Proceso de razonamiento: ¿cómo llego a esta conclusión a partir de los datos que obtuve?
5. Objetivo: ¿qué finalidad me mueve a emitirlo? ¿Para qué? ¿Qué preocupación, deseo o
incumbencia tengo?

Una manera que me resulta práctica para internalizar estos elementos es pensar en presente, pasado
y futuro:

Mi opinión es... (presente) ¿Cuál es mi juicio?

Mi juicio lo fundamento en... (pasado) ¿Por qué lo digo?

El objetivo que me mueve a emitirlo es... (futuro) ¿Para qué lo digo?

Tan importante como la fundamentación (por qué) es el para qué de mi opinión.

Un relato cuenta que se acerca un discípulo al maestro y le dice:

–Maestro, quiero contarte que una persona estuvo hablando de ti con malevolencia. (¿Alguna vez
escuchó algo parecido a esto en su equipo o empresa? Si es así, lo invito a seguir leyendo el relato.)

El maestro lo interrumpe diciendo:

–¡Espera!, ¿ya hiciste pasar a través de las tres barreras lo que me vas a decir?

–¿Las tres barreras? –pregunta el discípulo.

–Sí –replica el sabio–. La primera es la verdad: ¿ya examinaste cuidadosamente si


lo que quieres decirme es verdadero?

–No..., sólo lo he oído decir a unos vecinos.

–Pero al menos lo habrás hecho pasar por la segunda barrera que es la bondad; lo que quieres decir,
¿es por lo menos bueno? –No, en realidad no. Al contrario...

–¡Ah!

– interrumpió el maestro–, entonces vamos a la última barrera: ¿es necesario que me cuentes eso?

–Para ser sincero, no. ¡Necesario no es!

–Entonces –sonrió el sabio maestro–, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, ... ¡sepultémoslo en


el olvido!

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Coaching, observaciones y juicios. Pautas clave para la intervención del coach

«No existe la verdad, existe sólo la interpretación.» F. Nietzsche

Es bastante frecuente, sobre todo en el ámbito de los equipos de trabajo, escuchar conversaciones
semejantes a las del inicio de este cuento. Su resultado por lo general es difamar a alguien, emitir
juicios sin fundamento y promover acciones que traen como consecuencia malestar personal, ruidos
interpersonales y quiebres, que en última instancia se harán sentir también en los resultados de la
tarea. ¿Cómo operaría un coach ante esta situación? ¿Qué haría un líder o manager que haya
desarrollado competencias como coach?

En principio iniciaría el proceso generando un contexto de confianza y confiabilidad que haga posible
un diálogo transparente. Luego, mediante herramientas conversacionales, conduciría el proceso
ayudando al interlocutor a observarse a sí mismo, a escuchar y escucharse, reflexionar, plantearse
objetivos y diseñar nuevas acciones. Preguntaría, por ejemplo: ¿Para qué me cuentas tal cosa? ¿Qué
te gustaría que pase con eso? ¿Cuál es tu objetivo al contarlo? ¿En qué te molesta o perjudica lo que
pasó? ¿Cuál es tu opinión al respecto? ¿Qué sientes? ¿Cuáles son tus fundamentos para decir eso?
¿En qué te basas? ¿Qué piensas y no dices? ¿En qué te beneficia o perjudica decirlo? ¿Cuál es el
beneficio o perjuicio de callar? ¿Qué podrías hacer?, o –en otras palabras–: ¿Qué acción podrías llevar
a cabo para estar en paz, actuando con dignidad y sin dañar la relación?

Según Echeverría, «los juicios siempre hablan de quienes los emiten. Un aspecto fundamental de la
disciplina del coaching consiste en aprender a tratar los juicios que las personas hacen, como ventanas
al alma humana».

Esta distinción es sumamente importante para la escucha activa del coach porque, como veremos
luego, uno de los pasos fundamentales en el proceso es trabajar muchas veces sobre la narrativa del
coachee para ayudarlo a discriminar y desarticular falsas creencias acerca de algunas cuestiones que,
siendo opiniones, han sido transformadas en hechos.

Desde esta concepción –y también a los efectos del coaching– entendemos que observaciones y
juicios apuntan directamente al concepto de acción. Tener claridad en esta distinción nos posibilitará
actuar con mayor eficiencia. Ambos se complementan, abriendo enormes posibilidades de acción.

SANAR EL PASADO

Si nos fijamos en nuestra vida, veremos restos de crisis vitales del pasado que todavía están sin
resolver. Pensamientos y sentimientos acerca de los sucesos que tienden a colorear nuestra
percepción, y nos daremos cuenta de que nos han discapacitado en ciertas áreas de la vida. Al llegar
a este punto, es conveniente preguntarse si vale la pena pagar este coste continuo. Ahora que
disponemos de algunas herramientas para gestionar estos restos, podemos procesarlos.
Podemos investigar y soltar los sentimientos residuales para que se produzca la curación. Esto nos
lleva a otra técnica de sanación emocional que se vuelve poderosa cuan- do el acontecimiento principal
ha pasado. Consiste en situar el suceso en un con- texto diferente, para verlo desde otra perspectiva
y considerarlo dentro de otro paradigma, con otra importancia y otro significado.

Se dice que la mayoría de las personas se pasan la vida lamentando el pasado y temiendo el futuro,
y, por eso, son incapaces de experimentar alegría en el presente. Muchos asumen que este es el
destino humano, nuestra suerte, y que lo mejor que podemos hacer es poner buena cara y aguantarlo.
Algunos filósofos han aprovechado este enfoque negativo y pesimista para desarrollar los sistemas
del nihilismo. Evidentemente, estos filósofos, algunos de los cuales han sido aclamados en los últimos
años, son meras víctimas de emociones dolorosas que no han sabido gestionar y que provocaron una
intelectualización y una elaboración interminables. Algunos pasaron toda su vida construyendo
sofisticados sistemas intelectuales para justificar lo que resulta absolutamente obvio que es una
simple emoción reprimida.

Una de las herramientas más eficaces para gestionar el pasado es crear un contexto diferente. Esto
significa que le damos un significado distinto. Asumimos otra actitud con respecto a las dificultades o
traumas vividos y valoramos el regalo escondido en ellos. Viktor Frankl fue el primero en reconocer el

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valor de esta técnica en psiquiatría. Expuso su enfoque, que llamó «logoterapia», en su


famoso libro El hombre en busca de sentido. Con su experiencia personal y clínica, demostró que los
acontecimientos emocionales y los sucesos traumáticos cambian y se sanan considerablemente
cuando se los dota de un nuevo sentido. Frankl habló de su experiencia en los campos de
concentración nazis, donde llegó a considerar su sufrimiento físico y psíquico como una oportunidad
para lograr el triunfo interior. «Todo se puede tomar de un hombre, menos una cosa: la última de las
libertades humanas consiste en elegir la propia actitud ante cualquier conjunto de circunstancias, elegir
el propio camino» (Frankl, 1954). Frankl recontextualizó sus terribles circunstancias a fin de que
tuvieran un profundo significado para el espíritu humano.

Cada experiencia en la vida, sin importar lo «trágica» que sea, contiene una lección oculta. Cuando
descubrimos y reconocemos su don escondido, se produce la curación. En el ejemplo del hombre que
perdió su trabajo, transcurrido algún tiempo, miró hacia atrás y vio que su anterior trabajo retrasaba su
crecimiento y que se había convertido en una rutina. De hecho, el trabajo le había provocado
una úlcera. Antes de perderlo, solo había visto sus ventajas. Más adelante, empezó a ver el precio
físico, emocional y mental que había estado pagando. Tras perder el trabajo, se abrió a descubrir
nuevas habilidades y talentos; de hecho, comenzó una carrera nueva y más prometedora.

Por lo tanto, los acontecimientos de la vida son oportunidades de crecer, experimentar, expandirse y
desarrollarse. En algunos casos, al mirar atrás, parece que en realidad había algún propósito
inconsciente detrás del acontecimiento, como si nuestro inconsciente supiera que se debía aprender
algo importante y que, por doloroso que fuera, esa era la única forma de hacerlo. Este principio forma
parte de la psicología de Carl Jung, quien, tras toda una vida de estudio, llegó a la conclusión de que
en el inconsciente existe un impulso innato hacia la plenitud, la integridad y la realización del Ser; y
que el inconsciente procura los medios para llevarlo a cabo, aunque resulten traumáticos para la mente
consciente.

Jung también habló de un aspecto inconsciente de nosotros mismos al que llamó la «sombra». La
sombra son todos los pensamientos, sentimientos y conceptos reprimidos con respecto a nosotros
mismos que no queremos afrontar. Uno de los beneficios de las crisis es que a menudo nos llevan a
familiarizarnos con nuestra sombra. Al darnos cuenta de que compartimos todo con toda la
humanidad, nos hacemos más humanos y completos. Todas las cosas que pensábamos que eran
culpa de otros están igualmente en nosotros mismos. Así, cuando las llevamos a la conciencia, las
reconocemos y las entregamos, ya no operan en nosotros de forma inconsciente. Cuando la sombra
ha sido reconocida, pierde su poder. Lo único que se necesita es reconocer que tenemos ciertos
impulsos, pensamientos y sentimientos prohibidos. Entonces podemos gestionarlos con un «¿qué más
da!».

Superar una crisis vital nos hace más humanos, más compasivos. Aceptamos mejor las cosas, nos
volvemos más comprensivos con nosotros mismos y con los demás. Ya no gozamos quitándoles la
razón a los demás (ni a nosotros mismos). Gestionar una crisis emocional nos lleva a una mayor
sabiduría y brinda beneficios de por vida. En realidad, el miedo a la vida es miedo a las emociones. No
tememos los hechos, sino lo que nos hacen sentir. Cuando dominamos los sentimientos, el miedo a la
vida disminuye. Tenemos más confianza en nosotros mismos y estamos dispuestos a asumir grandes
riesgos, porque ahora sentimos que podemos controlar las consecuencias emocionales, cualesquiera
que sean. Como el temor es la base de todas las inhibiciones, el dominio del temor implica
desbloquear todas las vías de la experiencia vital que antes habíamos evitado.

Por lo tanto, el hombre que supo gestionar la crisis de perder un empleo no volverá a experimentar ese
miedo. Será más creativo en el siguiente trabajo y estará dispuesto a asumir los riesgos necesarios
para alcanzar el éxito. Comienza a ver que, en el pasado, ese miedo inquietante a perder el empleo
limitaba severamente su rendimiento, lo hacía miedoso y cauteloso, y le costó su autoestima al tener
que doblegarse ante sus superiores.

Uno de los beneficios de una crisis vital es mayor autoconciencia. La situación es abrumadora, y nos
vemos obligados a detener todos nuestros divertimentos, contemplar detenidamente nuestra situación
vital y volver a evaluar nuestras creencias, metas y valores, así como el rumbo en la vida. Es una
oportunidad para reevaluar y soltar la culpa. Y también para un cambio total de actitud.

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Las crisis vitales nos enfrentan a los polos opuestos. ¿Debo odiar o perdonar a esta persona? ¿Debo
aprender de esta experiencia y crecer, o resistirme a ella y amargarme? ¿Elijo pasar por alto los
defectos del otro y los propios, o, por el contrario, los rechazo y ataco mentalmente? ¿Debo retirarme
ante una situación similar en el futuro, o debo trascender esta crisis y dominarla de una vez por
todas? ¿Elijo la esperanza o el desaliento? ¿Puedo utilizar la experiencia como una oportunidad para
aprender a compartir o me encierro en una coraza de miedo y amar- gura? Cada experiencia emocional
es una oportunidad para ir hacia arriba o hacia abajo. ¿Qué elegiré? Esta es la confrontación.

Tenemos la oportunidad de elegir si queremos conservar o soltar los trastornos emocionales. Vemos
el coste de aferrarnos a ellos. ¿Queremos pagar el precio? ¿Estamos dispuestos a aceptar los
sentimientos? Podemos ver los beneficios de dejarlos ir. Nuestra elección determinará nuestro futuro.
¿Qué clase de futuro queremos? ¿Elegiremos ser sanados o nos convertiremos en lisiados
ambulantes?

Al hacer esta elección, es conveniente ver la recompensa que obtenemos al aferrarnos a los restos de
una experiencia dolorosa. ¿Cuáles son las satisfacciones que conseguimos? ¿Estamos dispuestos a
conformarnos con tan poco? Ira. Odio. Autocompasión. Resentimientos. Todo esto tiene su pequeña
recompensa barata, esa pequeña satisfacción interior. No pretendamos que no está ahí. Hay un
placer extraño, peculiar, en aferrarse al dolor. Sin duda, satisface nuestra necesidad in- consciente de
aliviar la culpa a través del castigo. Nos permite sentirnos desdichados y descompuestos. Entonces
surge la pregunta: «Pero ¿por cuánto tiempo?».

La parte de nosotros que quiere aferrarse a las emociones negativas es nuestra pequeñez. Es nuestra
parte miserable, mezquina, egoísta, competitiva, rastrera, maquinadora, desconfiada, vengativa,
crítica, mermada, débil, culpable, avergonzada y vanidosa. Tiene poca energía: es agotadora,
degradante y disminuye la autoestima. Es la pequeña parte de nosotros que representa el auto-odio,
la culpa sin fin y la búsqueda del castigo, de la enfermedad y del trastorno. ¿Es esa la parte con la que
queremos identificarnos? ¿Es esa la parte a la que queremos dar energía? ¿Es así como queremos
vernos? Porque, si así nos vemos a nosotros mismos, así nos verán los demás.

El mundo solo puede vernos como nos vemos a nosotros mismos. ¿Estamos dis- puestos a pagar las
consecuencias? Si nos consideramos rastreros y mezquinos, es poco probable que seamos los
primeros en la lista de la empresa para un aumento de sueldo.

Es posible demostrar el precio de aferrarse a la pequeñez con la prueba muscular. El procedimiento


es bastante simple (Hawkins, 1995, 2012). Mantén en la mente un pensamiento desdichado y pedante,
y haz que alguien presione tu brazo hacia abajo mientras resistes; nota el efecto. Ahora elige la visión
opuesta. Imagínate

como un ser generoso, compasivo, cariñoso, y experimenta tu grandeza interior. Al instante, habrá un
enorme aumento de la fortaleza muscular que indica un repentino incremento de la bioenergía positiva.
La pequeñez conlleva debilidad, enfermedad, trastornos y muerte. ¿Es eso lo que quieres? La renuncia
a los sentimientos negativos puede ir acompañada de otra maniobra muy saludable para la
transformación interior: dejar de resistirse a las emociones positivas.

¿En realidad somos tan frágiles?

Nos han enseñado que tenemos que protegernos de unos bichos malos llamados bacterias, virus, etc.
Estamos programados para tener miedo, estamos programados para pensar que necesitamos
constantemente ayuda exterior para curarnos. Esta programación implica que, si no hacemos lo que
nos dicen los «expertos», estamos excluidos de los beneficios. El problema es que estos beneficios
cuestan una gran cantidad de dinero y nos encadenan a unas creencias limitantes. Anulan nuestro
poder.

Quién no ha oído hablar del efecto nocebo y del efecto placebo. Los estudiantes de Medicina
aprenden que una gran cantidad de enfermedades se curan gracias al efecto placebo. Estamos
luchando contra las bacterias «malas», cuando en realidad conviven en nuestro cuerpo millones. Si no
fuera por ellas, no existiríamos.

Escuela Evolutiva: “Encuentra tu Propia Voz”


Formación de Coaching Cuántico
2024

Lo que está claro es que mis pensamientos y mis sentimientos, es decir, mis percepciones, determinan
e influyen en mi fisiología. Las percepciones tienen una gran influencia en las experiencias de mi vida.
Es lo que hace que mis creencias actúen y se manifiesten en aquello que creo porque simplemente lo
creo.

Como diría Bruce H. Lipton, las percepciones son creencias que inundan cada célula. Nos podríamos
preguntar de dónde salen nuestras creencias y muchos de nosotros estaríamos de acuerdo en que las
creencias tienen varias fuentes, a saber, culturales, familiares y todas aquellas que se introducen en
nuestras mentes antes de los seis años. Luego están las creencias de nuestros ancestros, las que
nosotros llamamos transgeneracionales, y otras no menos importantes, las que recibimos de nuestra
madre desde que estamos el vientre materno y hasta al menos tres años. Respecto a esto a hay
autores que nos dicen que la influencia de la madre es muy fuerte hasta los siete años y que todos los
estados emocionales que ella pasa se imprimen en el inconsciente de su hijo.

¿Cuántos de nosotros no hemos llegado al máximo de nuestro potencial por culpa de creencias
autolimitadoras?

Recuerdo a una paciente mía que era incapaz de estudiar. Era evidente que era una mujer inteligente,
pero cuando se ponía delante de un libro para estudiar, sencillamente se ponía a llorar. En una sesión
descubrimos que cuando tenía unos doce o trece años la sacaron de la escuela para ponerla a trabajar
en el negocio familiar. Cuando alguna clienta preguntaba por qué la niña no estaba en la escuela,

la respuesta de la madre era: «Es que no sirve para estudiar». Cuando ella tomó conciencia de esta
creencia limitante se puso a estudiar y aprobó el acceso a la universidad. Cuando lo logró, me dijo:
«Era como una espina clavada, ahora ya puedo seguir haciendo lo que he estado haciendo hasta
ahora, porque es lo que quiero hacer».

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