Está en la página 1de 2

Gabriel Chaile

¿Cómo entendemos el duelo permanente?

Crecemos funcionales a un sesgo de la plenitud del desarrollo consciente de las


emociones y nuestro ambiente. La psiquis predominante creemos ser por la parte más
idealizada, aquella controlable bajo los parámetros que podemos definir. Pero sin embargo
la que toma un mejor rol en nuestras decisiones y emociones, suele ser la inconsciente.
Aquella parte que negamos o creemos conocer para no ahogarnos bajo ideas fuera de
control; fuera de foco e intranquila, es el sector más determinante para las decisiones que
tomamos. Saber dónde se encuentra con exactitud ese hilo fantasma entre un lado y el otro
es algo indeterminado. Es por estas bases de la identidad misma del accionar activo y el
inactivo que no podemos comprender el proceso que tenemos interno respecto a nuestras
etapas cuando algo no va según lo planeado.

Hay un desahogo mental que genera armonía temporal; el sentido de la mente y carga
espiritual del ser dentro de un espacio conflictivo busca entre los escombros una pequeña
pieza de tranquilidad, pensar que conoce aquello a lo que se enfrenta y poder darle nombre
a las cosas que no conocemos. Cada tanto pienso, si las ideas dentro de la cabeza
corresponden a un proceso predefinido desde antes que lo sepa, o intento reconocer esas
pruebas evidentes de los cambios casi imperceptibles que uno sufre. Si pudiera determinar
esos cambios, la mente entraría en paradoja, porque no puede determinar algo que es
determinable. O tal vez si; determina-no-determinar, encuentra sentido al no-sentido. Como
un carrusel de contradicción pero fijo bajo los mismos pilares entendibles dentro de lo que
podemos comprender con ideas básicas o conocimientos planos de algo. No es que se
entienda poco de algo, sino que se puede entender tanto como es posible de entender;
hasta eso es un claro ejemplo de comprender el proceso del duelo; proceso tedioso que
puede llegar a generar una disconformidad alarmante y destructiva.

La terminología de los “procesos” nos hacen hacer una relación de semejanza; tediosidad,
abrumación, aburrimiento, extenso, etc. También, comprendemos por semejanza a lo
paulatino y de lentitud, como un esfuerzo mayor y productivo; contrario a la hiperactividad y
aceleración como algo relativo a la abundancia pero escaso de calidad. Los simples
términos y relaciones que generamos con lo externo -otredad- y lo interno. Aplicamos estas
ideas también a las sensaciones del momento que atravesamos en distintos momentos de
la vida, y buscamos cómo asociarlos con el como deber-de-sentirnos y como
sabemos-que-sentimos.

Estas búsquedas productivas a emociones y sentimientos humanos comen y quemas el


espíritu humano mismo, donde uno podría adherirse a una negatividad propia pero en paz,
o un positivismo nocivo. Seguimos entrando en conceptos e ideas ya definidas por
otredades o extranjeros a nuestra percepción particular de las ideas. La idea primordial
sería resignificar o remodelar esas ideas según veamos conveniencia a los esquemas que
entendemos de nuestro ambiente exacto, o plantear estas palabras y términos al contexto
que atravesamos.

Parrafarear sobre lo ocurrido puede ser sencillo para dar síntesis a lo que pesa en los
hombros de cada historia. Empatizar con otros e internamente ayuda a comprender las
ideas que entendemos sobre cómo ha de sentirse por un principio, pero fuera de esa
comprensión, sigue la etapa de procesar toda la información en un solo entendimiento.
Juega en contra a estas ideas el propio ego que uno se crea cuando intenta descifrarse a sí
mismo, donde pensamos que solo al pensar encontraremos respuestas más allá de la
capacidad mental misma. No podremos, la mente y la conciencia tiene un lado muy limitado,
y podemos crear un puente entre ambos sectores del mundo de ideas, pero no darle más
espacio a uno del que ya tiene; tenemos límites, un peso de información tortuoso y
atormentante para la curiosidad. Aquel desafío que le da la pasión al poderío es una
relación de toxicidad humana autosaboteante. Y no interesa cuánto podremos exprimir,
capaz nunca será suficiente para la integridad mental esa sobreinformación, solo
podemos-no-poder exigir.

Para encontrar el sentido del dolor, hay que excavar dentro de la tragedia más solemne en
el alma; aquella crueldad que no queríamos conocer y debemos de conocer. Sufrimiento
abundante y pensamientos retorcidos dentro de la sombra que una persona crea en base a
lo inexplicable para cualquier tipo de búsqueda espiritual o sentido. La incógnita vuelve débil
al humano, al ser, pero el sujeto necesita de su fragilidad; necesitamos esa fragilidad para
permitirnos reprimir inmunológicamente toda pesadez del espíritu, encontrar la paz con lo
que nuestra mente genera y lo que expulsa a los otros. Hay un extranjero viviendo en cada
pensamiento, aquel que que de turista quiere conocer cada segmento que origina todo ese
sufrimiento, y busca poder documentarlo para poder informar al resto de turistas que
vendrán sobre lo que se oculta en tan inmenso mundo. Hay que recibirlo con aprecio,
porque él será quien va a sedar los dolores, y dará el don de sanar sus heridas.

El exceso de búsqueda no genera más placer, sino más preguntas irónicas. Porque una
vez descifrado los primeros entendimientos de las capas más básicas dentro de un algo,
esta intrusión quiere entender aún más el daño que dejó atrás; inspeccionar las ruinas.
Nocivamente, la idea primal del positivismo tóxico -o tal vez falso positivismo- puede
generar una dependencia a justificar el dolor constante, como si este se tratase de una
circunstancia que debemos de o tenemos que pasar. No debe ser así. Podemos orientar no
caer en el aburrimiento de aceptar la normalidad de las meritocracias espirituales. Más que
dejar más tratado al ser-de-si, es entender los limitantes y romperlos para no prohibirnos y
volvernos esclavos de nuestra propia motivación.

La disciplina del alma es aquella que se entiende por intentar despegarse de aquello que
genera un placebo armonioso. Hay que entender que toda circunstancia que nos carcome
no es solemne al avance, ni al descenso; sino al proceso riguroso de entrenar el espíritu
para mantener la estabilidad y equilibrio de la autocomprensión. Descifrar la interna para
dominar la externa. No como principio inquebrantable, sino como norma cambiante de la
búsqueda del sujeto y ser. La identidad tiende a ser una construcción larga que puede
seguir inclusive hasta el último momento, por eso hay que darle su espacio y permitirle
entenderse al completo dentro de lo que pueda. No dejarse sabotear pero tampoco
sobreesforzar. Es el lado malo de lo bueno, y lo bueno de lo malo. Deshacerse de ese peso
mientras se pueda, y estar listo para resurgir todo ese saber que se fue aprendiendo para el
levante final de la conciencia, chica, pero imparable.

También podría gustarte