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Cuando X-chol-col-chek, el cenzontle, era joven, su familia era muy pobre y ella
podía vestirse sólo con plumas sucias y deslustradas. Sin embargo, X-col había exhibido
una voz magnífica. Ella quiso tomar lecciones de canto pero no podía costearlas.
El cenzontle fue afortunado al encontrar trabajo con una rica y noble familia de
cardenales. Ese invierno, el famoso profesor de canto, Doctor Xcau, el melodioso mirlo
llegó a la tierra de los Mayas. El padre cardenal inmediatamente pensó que su hija, Col-
pol-che podría llegar a ser una buena cantante. Ella era inútil, perezosa y odiaba estudiar
pero después de que le prometiera muchos regalos, su padre la convenció de que tomara
lecciones de canto.
Cuando Col-pol-che fue con el Doctor Xcau a una parte tranquila de la floresta para
empezar sus clases de música, X- col los siguió y se escondió entre los arbustos para
escuchar y aprender. Después regresó rápidamente a terminara sus tareas. Por varias
semanas, el profesor trató de hacer que la joven cardenal cantara con dulzura pero no
tuvo éxito. Pronto comprendió que ella no tenía ni voz ni ambición. Tenía miedo de
decirle a su rico padre después de un tiempo, habiendo aceptado tanto dinero.
Finalmente, voló lejos olvidándose del asunto.
Mientras tanto, X-col había estado practicando. Una mañana, Col-pol-che la escuchó
y quedó muy sorprendida de la habilidad de su pequeña doncella. El mismo día, el padre
cardenal decidió que su hija podría dar un concierto para sus amigos. La indolente
muchacha estaba aterrorizada, aún así decidió no decirles a sus padres que no podía
cantar. Pensó en la maravillosa voz del cenzontle y decidió pedirle ayuda.
Los dos pájaros pidieron al Colote, el pájaro carpintero, hicieron un agujero en el
tronco del árbol donde Col-pol-che se posaría. Entonces el cenzontle se escondió dentro.
Mientras Col-pol-che simularía cantar la verdadera voz vendría de X-col escondida.
El día del concierto, todos los nobles, cantantes, artistas y músicos entre los pájaros
vinieron. Col-pol-che salió y se posó en una hermosa flor púrpura depútalos abiertos,
escogida por su padre e inclinada hacia la audiencia. La voz más exquisita jamás
escuchada en el mundo maya se vertió y sus ecos resonaron a través de los árboles. Loa
pájaros en la audiencia sacudieron sus alas y llamaron a que saliera a escena una y otra
vez.
El padre, sin embargo, no aplaudía. Había descubierto la verdad momentos antes del
concierto cuando vio a X-col meterse en el pequeño agujero. Cuando los aplausos
terminaban y la joven cardenal terminaba sus reverencias, su padre saltó junto a ella y
pidió silencio. Se acercó al agujero y llamó al cenzontle para que saliera.
El pequeño y descolorido pájaro temblaba de miedo, pero el padre de Col-pol-che
amablemente la llevó frente a la audiencia y explicó que su hija los había engañado,
incluyéndolo a él.
“Quien cantaba realmente era este pequeño y tímido ruiseñor” anunció.
La muchedumbre la aclamó y le pidió que cantara. Esta vez, ya afuera y libre de su
miedo, el cenzontle cantó como nunca y se ganó los corazones de todos los pájaros.
Desde esa vez, todos sus descendientes heredaron su voz encantadora, pero los
cardenales nunca han aprendido a cantar.
La moraleja de la leyenda es acerca de la habilidad, la identidad y la consecución de
los sueños.
LA MELODÍA DE LA NATURALEZA
LOS XOCOYOLES
Cuentan los que vivieron hace mucho tiempo, que había un hombre que no creía en la
palabra de sus antepasados. Le contaban que al caer una tormenta con truenos y
relámpagos salían unos niños llamados xocoyoles.
Los xocoyoles son los niños que mueren al nacer o antes de ser bautizados. A esos
niños les salen alas y aparecen sentados encima de los cerros y los peñascos.
Cuentan que esos pequeñitos hacían distintos trabajos: unos regaban agua con grandes
cántaros para que lloviera sobre la tierra; otros hacían granizo y lo regaban como si
fueran maicitos; otros hacían truenos y relámpagos con unos mecates. Por eso oímos
ruidos tan fuertes y nos espantamos.
Pero el hombre no creía. Un día, después de una gran tempestad, se fue a cortar leña a
un cerro de ocotes. Cuando llegó vio a un niño desnudo, que tenía dos alas, atorado en
la rama de un ocote.
El hombre se sorprendió, sobre todo cuando el niño le dijo:
- Si me das mi mecate que está tirado en el suelo, te cortaré toda la leña que salga de
este ocote.
- ¿En verdad lo harás? - le preguntó el hombre.
- Sí, en verdad lo haré.
Como pudo, fue uniendo varios palos. Al terminar puso el mecate en la punta y se lo
dio. Cuando el niño tuvo el mecate en sus manos, le dijo al hombre que se fuera y
regresara al día siguiente a recoger su leña. El hombre se fue y el xocoyol comenzó a
hacer rayos y relámpagos. EL ocote se rompió y se hizo leña. Cuando el niño terminó su
trabajo se fue volando al cielo a alcanzar a sus hermanos xocoyoles.
Al día siguiente el hombre llegó al bosque y vio mucha leña amontonada; buscó al
xocoyol y no lo encontró por ningún lado.
A partir de ese día comenzó a creer lo que le decían sus abuelos.
La civilización que quinientos años antes que los árabes ya utilizaba el cero y
manejaba un sistema binario, los mayas, nos legaron sus profecías para "El tiempo del
no tiempo". Estos maravillosos astrónomos que establecieron en su época la rotación
completa de la Tierra alrededor del Sol en 365,2420 días (la NASA la mide hoy en
365,2422) y que establecieron que la rotación de nuestro sistema solar alrededor de la
galaxia dura 25.000 años, anticiparon acontecimientos para nuestra época que
lentamente se van cumpliendo y que significan cambios tanto en los social, político y
climático que acompañarán grandes trasformaciones en el interior del alma humana.
Los mayas sostenían que desde el centro de la galaxia Hunab Ku, cada 5.125 años,
surge un rayo poderosísimo, que sincroniza al Sol y a todos sus planetas con una
poderosa emanación de energía. Dividían la rotación del sistema solar alrededor de la
galaxia en dos fracciones de 12.812 años cada una, llamando Día a la más cercana al
centro galáctico y Noche a la más lejana. A su vez, la elipse era dividida en cinco
períodos de 5.125 años que representaban la mañana, el mediodía, la tarde, el atardecer
y la noche. De acuerdo a los mayas, en el nuevo milenio estamos ingresando en la
mañana galáctica, recibiendo el rayo sincronizador desde Hunab Ku. Estas emanaciones
de energía provenientes del centro de la galaxia fueron ya descriptas por la NASA en
1998.
Para los mayas la fecha final de este proceso, es el sábado 22 de diciembre del año
2012, cuando termina el "Tiempo del No-Tiempo".
El calendario Maya, cuya medida del tiempo es absolutamente precisa y por otra parte
asombrosa, nos está diciendo que desde el año 1999, hemos comenzado a vivir en el “no
tiempo”; es decir, en el preciso momento en que se cumple un periodo de 5.125 años.
Será en el 2012 cuando lleguemos a punto de inflexión hacia una era nueva. Cada 25625
años completamos una rueda evolutiva. En este tiempo recorremos un camino elíptico
que nos aleja y luego nos acerca al Centro Cósmico, de donde emana el poder, el
programa o la luz del Padre Creador. Y será desde el 2012 cuando nos introduzcamos en
el nuevo sendero, que progresiva y lentamente nos acercará a una etapa de esperanza y
de progreso para la Humanidad.
Para los mayas estos trece años que estamos viviendo son importantes. Estamos;
según ese calendario, en el último Katúm de esta era. Pero no solo estos antiguos
pobladores de Sudamérica se refieren a este periodo. La propia Biblia cristina alude a un
tiempo, que nos acerca al final de un ciclo y que ciertamente no será fácil:
“Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el
profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los
montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté
en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Más hay de las que estén encintas, y de
las que críen en aquellos días. Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día
de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el
principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados,
nadie sería salvo; más por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados.
Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis.
Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y
prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo
he dicho antes. Así que, si os dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o mirad, está
en los aposentos, no lo creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se
muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre. Porque
dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas”.
En esta transcripción atribuida al profeta Mateo nos está hablando de un tiempo
terrible donde la presión sobre los propios elegidos es tan grande que se corre el peligro
de no ser salvados. Este evangelio y la mayoría de los que utiliza la iglesia fueron
escritos entre cien y trescientos años después de la muerte de Cristo por gnósticos con
capacidad de penetrar mediante la clarividencia en el tiempo. Estos gnósticos veían que
en estos trece años; en este katún, las fuerzas del mal tratarían de dilatar el tiempo para
disuadir al ser humano en las virtudes, a la vez que las fuerzas del bien estarían
acelerando el tiempo para entrar en el próximo periodo más propicio para nosotros.
EL TIEMPO ES REDONDO
Gracias a la precisión del calendario, el más perfecto entre los pueblos
mesoamericanos, los mayas eran capaces de organizar sus actividades cotidianas y
registrar simultáneamente el paso del tiempo, historiando los acontecimientos políticos
y religiosos que consideraban cruciales.
Entre los mayas, un día cualquiera pertenece a una cantidad mayor de ciclos que en el
calendario occidental. Al año astronómico de 365 días, denominado Haab, superponían
el año sagrado de 260 días, llamado Tzolkin. Este último regía la vida de la “gente
inferior”, las ceremonias religiosas, y la organización de las tareas agrícolas.
El año Haab y el año Tzolkin formaban ciclos al estilo de nuestras décadas o siglos,
pero contados de veinte en veinte, o integrados por cincuenta y dos años.
Establecieron un “día cero”, que según los científicos corresponde al 12 de agosto de
3113 a.C. Se desconoce qué sucedió, aunque probablemente se trate de una fecha
mítica.
A partir ese día los ciclos se sucedían. Sin embargo, la repetición dominaba a la
linealidad. Podían suceder cosas diferentes al interior de cada período de veinte o
cincuenta y dos años, pero cada secuencia era exactamente igual a otra, pasada o futura.
Así lo expresa el Libro del Chilam Balam: “Trece veces veinte años, y después
siempre volverá a comenzar”.
La repetición crea problemas para traducir las fechas mayas a nuestro calendario, dado
que resulta muy difícil identificar hechos parecidos de secuencias diferentes. La
invasión tolteca del siglo X se confunde en las crónicas mayas con la invasión española
sucedida quinientos años después.
Por ello, los libros sagrados de los mayas eran simultáneamente textos de historia y de
predicción del futuro. En la perspectiva maya, pasado, presente y porvenir son una
misma dimensión.
A la inversa, los historiadores contemporáneos recurren a las profecías mayas para
conocer episodios del pasado de esta sociedad, en tanto la profecía expresa una forma
de la memoria.