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-
INDIAN A.

TOMO JI,
Es propiedad de la casa de Praaa.
r AlD). \, I S ANT Do,
"... º "". Y es •

R),
POR

Nl ADANlJB 8ADo

TRADUCIDA DE LA CUARTA EDICION

FRANCESA POR

D. JUAN CORTADA,

99 a

Barrelona.
Por D. JUAN FRANCISCO PIFERRER, Impresor
de S. M. Plaza del Angel.

1857,
le el O6l 80
BT B).TROBa

Presentamos al público la pri


mera traduccion de una de las No
velas de Madame Sand. Esta au
tora ha tenido apologistas y cen
sores ; aquellos han alabado el
lenguage y el asunto; estos han
censurado el asunto sin rebajar el
mérito del lenguage. Se ha hecho
un cargo á Madame Sand de que
sus obras tendian á presentar el
matrimonio como un lazo odioso;
concretándonos á la presente el
*
VI

cargo no es justo, pues en ella so


lo hace ver las consecuencias fa
tales de un matrimonio que siem
pre desaprobaron la sensatez, el
buen sentido, y hasta la humani
dad. Los matrimonios como el
que contrajo Indiana honran muy
poco á la sociedad, y el escritor
que pinta sus tristes resultados
lejos de servituperable, se hace
acreedor á la gratitud de los hom
bres que seriamente han pensado
en el matrimonio.
Seguirémos publicando las me
jores novelas de esta Señora, por
que las juzgamos dignas de ser
conocidas en España.
se ese

9AA,

I.

Es una lluviosa y fresca velada de


otoño, tres personas meditabundas es
taban ocupadas en el interior de un
castillejo de Brie (a) mirando arder
los tizones de la chimenea , y caminar
lentamente el minutero del reloj. Las
dos parecian abandonarse con sumision
á la vaga displicencia que sobre ellas

(a) Brie: provincia de Francia.


8

pesaba: la tercera por el contrario,


mostraba rebelarse abiertamente con
tra su incomodidad, removíase en la
silla, y ahogando algunos melancólicos
bostezos, golpeaba con las tenazas los
ardientes troneos con manifiesta inten
cion de luchar contra el comun enemi
go. Este personage, mucho mas entrado
en dias que los dos restantes, era el
coronel Delmare, amo de la casa, an
tiguo valiente á medio sueldo; hermo
so en otro tiempo, y ahora grueso,
con la frente calva, bigote gris, y mi
rada terrible : escelente amo de casa,
ante quien temblaba todo el mundo,
la mujer, los criados, los caballos y
los perros.
Alzóse por fin del asiento con claras
muestras de impaciencia por no saber
como romperia el silencio, y comen
zó á pasear mesurosamente á lo largo
de la sala sin perder niun instante la
inflexibilidad física correspondiente á
9

todos los movimientos de un antiguo


militar, apoyando las manos en los ri
ñones,y volviéndose de repente, con
la perpetua satisfaccion de sí mismo
que caracteriza al hombre de parada y
al oficial modelo. Mas por desgracia
habian ya desaparecido aquellos tiem
pos de frescuray lozanía en que el te
niente Delmare respiraba el triunfo
con el aire de los campos de batalla:
el gefe en retirada, puesto ahora en
olvido por la patria ingrata , estaba
cendenado á sufrir todas las consecuen-
cias del matrimonio. Era esposo de
una mujer jóven y bella, propietario
de un cómodo casar con sus dependen
cias, y hombre industrioso, y afortu
nado ademas en todas sus especula
ciones. Nuestro buen coronel soliagas
tar siempre mal humor, y lotenia pé
simo la noche de que hablamos, mer
ced á la humedad que exasperó sus
dolores reumáticos ya añejos.
MO)

Medía con gravedad la longitud del


antiguo salon, amueblado á lo Luis XV,
deteniéndose de tanto en tanto delan
te de una puerta, sobre la cual se
veian algunos cupidos desnudos y pin
tados al fresco, que ataban con guir
maldas de flores graciosas ciervas y
mansos javalíes ; otras se paraba en
frente de un cuarteron cargado de vie
jas é intrincadas esculturas, cuyos ca
prichos tortuosos é interminables em
laces en vano hubiera querido recor
rer la vista mas perspicaz; pero estas
distracciones vagas y pasajeras no bas
taban para que en cada vuelta dejase
de mirar con aire investigador á los
dos compañeros de su silenciosa vela
da, llevando del uno al otro aquellas
ojeadas de escrutinio y de recelo que
de tres años á aquella parte hacian
centinela á un tesoro frágil y precio
so, que era su consorte. Tenia esta
diez y nueve años, y quien la viese
44

clavada bajo la campana de aquella


vasta chimenea de mármol blanco, in
crustada de cobres dorados; quien la
contemplara tan delicada, tan endeble,
triste, pálida, con el codo apoyado en
la cabeza del morillo de hierro bru-,
ñido; tan jóven en medio de aquel
rancio ajuar, al lado de su viejo ma
rido, cual una flor nacida ayer que se
hace abrir dentro de un vaso gótico,
cargado de toscos florones de porcela
na, hubiérala compadecido sin duda,
y tambien al mismo coronel, aun mas
acaso que á su esposa.
El tercer habitante de aquella casa
aislada estaba sentado bajo el mismo,
abrigo de la chimenea, al opuesto es-,
tremo del tronco encandescente. Erase
un hombre en todo el vigor de su ju
ventud y fuerzas, cuyas brillantes fac
ciones á la par de la hermosa cabelle
ra de un blondo vivo, y las fornidas
patillas hacian notable contraste con.
42
los cenicientos cabellos, la tez marchi
ta, y el áspera fisonomía del amo;
sin embargo el hombre menos artista
hubiera estimado mas la espresion tos
ca y austera del señor de Delmare,
que los lineamientos regulares pero
muy sosos del bello jóven. La figura
abofellada que se grabó en relieve so
bre el palastro del fondo de la chime
nea, era tal vez menos monotona á pe
sar de sus ojos incesantemente fijos en
los ardientes tizones, que el persona
ge rubio y encarnado de nuestra his
toria, ocupado por entonces en con
templar lo mismo. Por lo demas el vi
gor de sus formas bastante desarrolla
do, el despejo de sus cejas castañas,
la lisa blancura de la frente, la calma
de los ojos cristalinos, la belleza de
sus manos y hasta la ríjida elegancia
de su vestido de caza, le habrian he
cho reputarpor un hermosísimo caba
llero á los ojos de cualquiera mujer,
15

en cuyo amor tuviesen entrada los gus


tos filosóficos. Mas la jóven y tímida
consorte del señor de Delmare, quizás
aun no habia examinado á un hombre
por símisma; acaso entre aquella mu
jer endeble y lascerada, y ese hombre
dormidor y tragon no habia sentimien
to alguno análogo ni el menor rastro
de simpatia, por lo menos el argos
maridal fatigaba su ojo de buitre -sin
sorprender una mirada, un aliento,
una palpitacion entre aquellos dos se
res tan desemejantes. Seguro entonces
de que ni siquiera tenia un motivo de
celos en que ocuparse, cayó en una
tristeza mas intensa que la primera,
y sepultó de pronto sus manos en lo
mas hondo de las faldriqueras.
La única figura agradable y dichosa
de aquel grupo era la de un hermoso
perro de caza que habia tendido la ca
beza sobre las rodillas del hombre sen
tado. Era notable por su mucha lon
2.
44

gitud, por sus jarretes anchos y vello


sos, por el hocico aguzado como el de
un zorro y por su rara fisonomia, he
rizada de pelos en desórden, al traves
de los cuales, á manera de topacios,
brillaban dos grandes ojos leonados.
Aquellos ojos de sabueso, crueles y
sombrios en el ardor de la caza, tenian
ahora un aire de melancolia y de in
definible ternura, y cuando el amo,
(objeto de todo aquel amor de instin
to, que tanto aventaja á veces á las
afecciones razonables del hombre) pa
seaba sus manos por las plateadas cer
das del hermoso animal, chispeaban
de contento los ojos de este, pasando
desde el amarillo naranja al rojo gra
nata, al mismo tiempo que su larga
cola barria acompasadamente el ho
gar, esparciendo la ceniza por sobre
el embutido de la tarima.
En aquella escena interna medio
iluminada por las llamas del hogar,
15

tal vez habia asunto para un cuadro á


lo Rembrant. Resplandores blancos y
fujitivos inundaban por intervalos la
estancia y las personas; y pasando en
seguida al tono rojo de las brasas, se
amortecian por grados,y la vasta sa
la iba asombrándose entonces en la
misma proporcion. Al cruzar Delmare
por delante del fuego, en cada vuelta
de su paseo, aparecíase como una som
bra para desvanecerse luego en el
misterioso fondo del salon. Por diver
sos puntos brillaba con mas viveza la
luz en los dorados marcos de algunos
cuadros ovales llenos de coronas, me
dallas y listones, en los muebles em
butidos de ébano y de cobre, y en las
recortadas cornisas del ensamblado en
maderamiento. Mas cuando un tizon
próximo á apagarse cedia su brillo á
otro aun no encendido, los muebles
de repente iluminados entraban en la
sombra, y se desprendian de ella sú
416

bitamente otros objetos hasta entonces


invisibles. De este modo se hubieran
podido sorprenderuno tras otro todos
los pormenores del cuadro;tan pron
to una cartela sostenida por tres gran
des tritones dorados ; luego el cielo
raso que representaba el espacio sem
brado de nubes y de estrellas, ó tal vez
el tosco tinte del damasco carmesí con
el largo farfalá surcado de lustrosos
reflejos, cuyos anchos pliegues pare
cian agitarse , rechazándose mutua
mente la luz inconstante.
Al ver la quietud absoluta de aque
llos dos personages, puestos como en
relieve delante del hogar, pudiera
creerse que temian trastornar la inmo
vilidad de la escena: fijos alli, petri
ficados como los héroes de un cuento
de brujas, dijérase que la menor pa
labra, el movimiento mas lijero iba á
hacer desplomar sobre ellos las mura
llas de una ciudadfantástica; y el amo
47

ceñudo, que con paso igual era el úni


co que cortaba la sombra é interrum
pia el silencio, semejaba el encantador
que lostenia oprimidos bajo un sorti
legio. Finalmente habiendo consegui
do el perro una mirada de complacen
cia de su amo, cedió al magnético
poder que la niña del ojo humano ejer
ce sobre las de los animales conoce
dores. Dejó escapar un lijero ladrido
de medrosa ternura, y puso sus nanos
sobre las espaldas del amo querido,
con una agilidad y gracia inimitables.
Abajo! Ofelia, abajo!
Y al mismo tiempo el jóven dirijió
en ingles una grave repulsa al dócil
animal que, avergonzado y arrepenti
do, se arrastró hácia la señora de Del
mare como solicitando que le prote
giese. Mas esto no fué bastante á arran
carla de su distraccion, y sin hacer ca
ricia alguna á Ofelia le permitió co
locar la cabeza sobre las dos blancas
2*
48

manos que tenia apoyadas en la ro


dilla.
¿Con qué esa perra se ha instalado
para siempre en el salon? dijo el co
ronel, interiormente satisfecho de ha
llarun pretestopara incomodarse. A la
perrera , Ofelia! anda afuera, co
china. -

Quien de cerca observase entonces


á la señora, habria podido traslucir en
aquel mínimo y sencillo accidente de
su vida privada, el doloroso secreto
de su vida entera. Un imperceptible
estremecimiento recorrió todo su cuer
po, ysus manos, que sostenian sin sen
tirlo la cabeza del animal querido, se
resbalaron al rededor de su áspero y
velludo cuello, como para detenerle y
defenderlo. Entonces Delmare sacam
do del bolsillo de su bata el látigo de
caza , adelantóse con amenazador con
tinente hácia la pobre Ofelia, que se
tendió á sus pies cerrando los ojos,y
19

dejando escapar algunos gritos antici


pados dedolor y de miedo. Aumentóse
la palidez de la señora, su pecho se
hinchó convulsivamente ,y dirijiendo
sus grandes ojos azules al marido, con
una espresion de terror indefinible:
¡Por Dios! señor, le dijo, no la
mateis.
Estas pocas palabras hicieron estre
mecer al coronel,y un afecto de tris
teza vino á sustituir los asomos de su
cólera.
–Comprendo bien, señora, todo lo
que me echais en cara con esas pala
bras; y recuerdo que no habeis per
dido ocasion de hacerlo desde el dia
en que, por efecto de un atolondra
miento, maté en la caza á vuestro fal
dero. ¿Puede reputarse por pérdida
muy grande la deun perro, que en su
vida supo hacer una parada, y que se
arrojaba sobre la pieza? ¿Qué pacien
cia no hubiera apurado su impericia?
20

A bien que vos nunca le habíais ama


do como despues de muerto, supuesto
que apenas cuidábais de él; mas aho
ra que os ha ofrecido ocasion de vi
tuperarme.....
¿Acaso alguna vez os he reconveni
do? preguntó su esposa, con aquella
dulzura que se usa por generosidad
con las personas á quienes se ama, y
por respeto ásí mismo con aquellas á
quienes no se quiere.
No digo yo eso, respondió el coro
nel con un tono, que no era entera
mente ni de padre ni de marido; mas
las lágrimas de ciertas mujeres encier
ran mayor reconvencion que todas las
imprecaciones de otras. Par diez, se
ñora, que ya sabeis cuan poco gusto
de ver llorar á mi lado.
– Creo que nunca me veis llorar.
-Y que ¿no veo yo vuestros ojos
encendidos? y á fe mia que esto es mil
veces peor.
24

Durante esta conversacion conyugal,


el jóven que se habia levantado y he
cho salir á Ofelia con la mayor calma
del mundo, volvió á sentarse en frente
de la señora, despues de haber encen
dido una vela y colocádola sobre la
campana de la chimenea.
Este acto puramente casual ofreció
una súbita influencia en la interior
disposicion de Delmare; apenas la bu
jía hubo derramado sobre su mujer
una luz mas uniforme y segura que la
del hogar, observó el aire de abati
miento y de dolor que aquella noche
estaba pintado en toda su persona, su
actitud fatigada, sus largos cabellos
castaños colgando por el enflaquecido
rostro, y la tinta violácea de los ojos
húmedos é inflamados. Dió algunas
vueltas por la sala, y acercándose de
nuevo á su mujer, por medio de una
transicion bastante violenta:
¿Cómo os sentís hoy, Indiana? la
22

preguntó con la poca gracia de un hom


bre, cuyo corazon y carácter rara vez
están de acuerdo.
–Como siempre, contestó ella sin
mostrar sorpresa ni rencor. Agradezco
vuestro cuidado.
–Como siempre, no es contestacion
á mi pregunta, ó mas bien esuna con
testacion de mujer, una contestacion
necia, que no significa sí, ni no; bien,
mi mal.
- Pues bien; no estoy buena, ni
mala.
— Pues bien, replicó Delmare con
mayor aspereza, vos mentis: yo sé que
no estais buena, como se lo habeis di
cho á Sir Ralph que está aqui presen
te. Vamos á ver si yo miento. Res
ponded, Ralph, ¿os lo ha dicho?
– Me lo ha dicho, contestó el fle
mático personage interpelado, sin ad
vertir la mirada de reconvencion que
le dirijia Indiana.
23

En este momento penetró en la sa


la otra persona, que ahora era el fac
totum de la casa y antes sirvió de sar
gento en el cuerpo del coronel. Espu
so á este en pocas palabras los moti
vos que tenia para creer que en las no
ches precedentes se habian introduci
do en el parque, y hácia aquella mis
ma hora, algunos ladrones de carbon;
por lo cual pedia una escopeta con el
objeto de hacer la ronda antes de cer
rar las puertas. Delmare que en seme
jante aventura esperó hallar algun sa
bor de batalla, cogió al momento una
escopeta, puso otra en manos de Le
lievre, é iba á salir de la estancia.
¿Y seria posible, le dijo su señora
aterrorizada, que mateis á un infeliz
por algunos sacos de carbon?
A cualquiera hombre que de noche
me vaya andorreando por dentro de las
cercas, respondió Delmare irritado por
semejante objecion, le mataré como á
24

un perro. Sivos conociéseis las leyes,


señora, sabríais que me autorizan pa
ra ello.
Es una ley bárbara, replicó con ca
lor Indiana; pero refrenando al ins
tante este movimiento. ¿ Y vuestro
reumatismo? añadió en tono mas ba
jo : os olvidais de que está lloviendo,
y de que mañana tendreis dolor si sa
lis esta noche.
- Mucho temeis el deber cuidar al
viejo marido, repuso Delmare empu
jando con ímpetu la puerta; y salió no
sin murmurar todavia contra sus años
y su mujer.
- " II.

Los dos personages que acabamos de


nombrar, á saber, Indiana Delmare,
y sir Ralph, ó mejor, M. Rodolfo
Brown, se quedaron uno en frente de
otro con la misma frialdad é indife
rencia que si el marido los estuviese
mirando. Al ingles ni le ocurrió si
quiera justificarse, y la señora cono
cia la imposibilidad de reconvenirle
seriamente, supuesto que al hablar
tuvo un objeto laudable; mas. al fin
rompiendo de golpe el silencio, le ri
íñó con dulzura.
- No habeis obrado bien, mi que
rido Ralph, le dijo, yo os habia pro
hibido repetir esas palabras que se me
escaparon en un instante de sufrimien
3
26

to; y el Sr. Delmare es el último á


quien yo hubiera deseado participar
mis males.
- Yo no os entiendo, amiga mia,
respondió Ralph, estais enferma y no
quereis curaros. Era preciso pues es
cojer entre la alternativa de perderos,
ó avisar á vuestro marido.
-Si, dijo Indiana con triste sonrisa,
y vos habeis tomado el partido de
prevenir á la autoridad.
… – Haceis mal, muy mal á fe mia,
en agriaros de tal modo con el coro
nel, que es un hombre honrado y
muy de bien.
-¿Y quién os ha dicho lo contra
rio?
-¿Quién? vos misma sin querer;
vuestra tristeza, vuestra salud enfer
miza, y ademas vuestros ojos inflama
dos están diciendo , como él mismo lo
observa, á todo el mundo y á todas
horas que no sois feliz.
27

- Callad, Sir Ralph, vos os ade


lantais demasiado, y yo nunca os he
permitido saber tanto.
-Veo que os incomodo; ¿mas có
mo quereis que lo remedie? Yo sé
que no soy fino, ni conozco las sutile
zas de vuestro idioma, y por otra
parte tengo muchos puntos de contac
to con vuestro marido; de lo cual es
una prueba el que, á semejanza suya,
ni en francés ni en inglés sé lo que
debe decirse á las mujeres para conso
larlas. Otro hombre os hubiera hecho
comprender, sin decíroslo, la idea
que yo acabo de espresar con tan po
ca gracia. Hubiera hallado medio de
internarse en vuestra confianza sin de
jaros advertir sus progresos, y tal vez
su destreza lograra consolar vuestro
corazon, que se cierra y aflije delante
de mi. No es esta la primera vez que
observo, particularmente en Francia,
cuanto mayor imperio tienen las pa
28

Labras que las ideas. Las mujeres sobre


todo...
-Vos, mi querido Ralph, despre
ciais muy mucho á las mujeres, y co
mo estoy aqui sola contra dos hom
bres, es fuerza que me resuelva á no
tener nunca razon.

- En tu mano está dejarnos feos, mi


querida prima, mira por tu salud,
recobra la alegria, tu frescor, tu an
tigua vivacidad; recuerda la isla de
Borbon, nuestra grata morada de Bér
nica, nuestra venturosa infancia, nues
tra amistad que cuenta los mismos
años que tu vida.....
-Tambien me acuerdo de mi pa
dre, dijo Indiana, cargando tristemen
te el acento sobre esta palabra y po
niendo su mano en la mano de Ralph.
Reinó otra vez un profundo silen
cio.
– Indiana, dijo Ralph á breve rato,
la felicidad está siempre á nuestos
29
alcances. Basta muchas veces alargar
la mano para cogerla. ¿Qué te fal
ta? tienes un honroso bienestar, pre
ferible á la riqueza, un escelente ma
rido que te ama con todo su corazon,
y ademas, lo digo sin vacilar, un
amigo sincero, y que se consagrará á
tu dicha.
La señora estrechó débilmente la
mano del jóven, pero sin variar de
postura; y su cabeza eontinuamente
caida sobre el pecho, y sus ojos hú
medos no dejaron de contemplar fija
mente los mágicos efectos de las bra
SaS. /

Vuestra tristeza, mi querida ami


ga, continuó Ralph, es un estado pu
ramente valetudinario. ¿Quién en el
mundo puede libertarse de las penas
y del esplin? Mirad á los que están
debajo de vos,y alli encontrareis mu
chas personas que no sin motivo envi
dian vuestra suerte. Tal es la natura

30

leza del hombre; siempre aspira á lo


que no tiene.
Otras muchas reflexiones por este
estilo ensartó el bueno de Ralph, sin
separarse de la monotonia y pesadez,
compañeras eternas de sus palabras y
de sus pensamientos; y no hay que
achacarlo á que fuese un necio, sino
á que alli estaba absolutamente fuera
de su elemento. No es que le faltasen
conocimientos ni un juicio muy recto;
mas el consolar á una mujer era, se
gun él mismo confesaba, una tarea
muy superior á sus fuerzas. Entendia
tan mal la tristeza agena, que con el
mejor deseo de darle remedio, no hu
bo vez que la tocase sin envenenarla.
Convencido de su torpeza, casi nunca
se arriesgaba átraslucir las aflicciones
de sus amigos, y al presente hacia
inauditos esfuerzos á fin de llenar el
deber, para él mas penoso de la amis
tad. Viendo que la señora de Delma
31
re no le escuchaba con sobrada aten
cion, calló, y nada mas se oia que los
zurridos de la madera encendida, la
especie de canto quejumbroso de la
leña que se calienta y dilata: el cruji
do de la corteza que se contrae antes
de abrirse,y las lijeras esplosiones fos
fóricas de la albura, que producen
una llama azulada. De cuando en cuan
do el ahullido de un perro venia á
mezclarse al débil silvido de la tra
montana que penetraba por las ren
dijas de la puerta, y al rumor de la
lluvia que azotaba los cristales. Qui
zás era aquella la noche mas triste de
cuantas Indiana habia pasado en su
casar de Brie. ,

Además, no sé que espera vaga pe


saba sobre aquella alma sensible, y
sobre las delicadas fibras de su cuer
po. Los seres débiles solo viven de
terrores y de presentimientos. La se
ñora de Delmare tenia las preocupa
32
ciones de una criolla nerviosa y enfer
miza; ciertas harmonías de la noche,
ciertos juegos de la luna le presagia
ban futuros sucesos, próximas desgra
cias; y la noche tenia para aquella
mujer melancólica y delirante un len
guage de misterios y fantasmas, que
solo ella sabia comprender éinterpre
tar segun sus temores ó sufrimientos.
Me llamareis sin duda visionaria ,
dijo, retirando al mismo tiempo la
mano que tenia aun sobre la de Ralph;
pero yo no sé que catástrofe se prepara
cerca de nosotros. Hay aqui un gran
de riesgo que amenaza á alguno.…. á
mi sin duda,... Ralph, me siento agita
da como si se acercara una grande fa
se de mi destino.... tengo miedo, aña
dió estremeciéndose, me siento mala.
Y sus labios se volvieron pálidos á la
par de sus mejillas. Ralph asustado,
no de los presentimientos de su pri
ma, que él consideraba cono sínto
33

mas de una debilidad moral, pero sí


de su mortal amarillez, tiró con fuer
za la cuerda de la campanilla para pe
dir socorro. Nadie vino, y el inglés
viendo que Indiana iba desmayándose
á toda prisa, se alejó del fuego, colo
cóla sobre una poltrona, y corrió,
sin direccion fija, llamando criados, y
buscando agua y esencias,sin hallar co
sa alguna , rompiendo los cordones de
todas las campanillas, estraviándose
en el laberinto de habitaciones oscu
ras, y retorciéndose las manos de im
paciencia y de despecho contra sí mis
mo. Ocurrióle al fin la idea de abrir
la vidriera que daba al parque, y de
llamar á Lelievre y á Nun, camarera
de Indiana, y criolla como ella.
A pocos momentos acudió la don
cella desde una de las mas oscuras
avenidas del parque, y preguntó con
mucho interés si la señora estaba mas
mala de lo acostumbrado. Y muy ma
3.
la, contestó Brown. Entrados ambos en
el salon prodigaron sus cuidados á la
desmayada señora, él con un zelo é
interés inútil y desmañado, y ella con
la destreza y eficacia de una mujer,
consagrada al servicio de otra.
Nun era hermana de leche de la se
ñora de Delmare; y criadas las dos
juntas, se amaban tiernamente. Alta,
robusta, respirando salud,viveza, ale
gria, llena de sangre criolla, ardiente
y apasionada, deslumbraba con su bri
llante hermosura la mórbida y delica
da belleza de su ama; pero la bon
dad de sus corazones y el mútuo afec
to sufocaban en ellas todo sentimiento
de rivalidad femenil. Al volver en sí
la señora de Delmare lo primero que
motó fué la alteracion de la fisonomía
de su doncella, el desórden de su ca
bellera húmeda, y la agitacion que,
á su pesar, se traslucia en todos sus
movimientos, Tranquilízate, criatura,
35

le dijo con bondad, mi mal te aflije


mas que á mí misma. Tu debes cui
darte, Nun, yo veo que te enflaque
ces y lloras cual sino debieras vivir,
y sin embargo la vida se te presenta
bajo los mas alegres y bellos auspicios.
La jóven apretó con efusion contra
sus labios la mano de Indiana, y cual
poseida de un delirio, arrojando en
derredor miradas de espanto:
-¡Dios mio! esclamó. ¿Sabeis porque
el Sr. de Delmare está en el parque?
-¿Por qué? repitió Indiana per
diendo de repente el débil color que
otra vez apareciera en su rostro
aguarda, yo no sé... pero tu me ha
ces estremecer ¿qué es lo que sucede?
—El señor, dijo Nun con voz cor
tada, se empeña en que hay ladrones
en el parque, y va rondando con Le
lievre, armados con escopetas entram
bos...
-¿Y qué? insistió la señora, que
36
esperaba oir alguna nueva horrible.
- ¡Ay señora!replicó Num, juntam
do las manos desatinada; ¿no es hor
rible pensar que van á dar muerte á
un hombre?
-¡Darle muerte! gritó Indiana al
zándose poseida del crédulo terror de
un muchacho alarmado por los cuen
tos de la niñera.
- ¡Ah! si, le matarán, esclamó la
otra con sofocados sollozos.
Estas mujeres están locas, pensó
Sir Ralph, que contemplaba aquella
estraña escena con aire asombrado. A
bien que, añadió hablando consigo
mismo, todas las mujeres lo son.
- Pero bien, replicó la señora: ¿qué
piensas tú, Nun ?¿crees que haya la
drones? -

-Oh ¡ si fueran ladrones!... pero


tal vez, será algun pobre jornalero,
que viene á buscar un puñado de le
ña para su familia... .
37

-Oh ¡ si, eso seria horroroso; pero


no es probable: estando tan cerca el
bosque de Fontainebleau, en donde
con tanta facilidad se puede robar le
ña, no vendrian á arriesgarse en un
parque rodeado de paredes. No tengas
cuidado, tranquilízate , Delmare no
matará á nadie.
Pero Nun no oia cosa alguna: yen
do desde la ventana del salon á la pol
trona de su ama, espiaba el menor
ruido, y parecia dividida entre el de
seo de correr al lado del coronel, y
el de quedarse cerca de la enferma.
Su ansiedad pareció tan estraña y
fuera de sazon á Brown, que le hizo
olvidar de su natural dulzura, y agar
rándole con fuerza el brazo:
– Habeis perdido de todo punto el
juicio, dijo, ¿no veis que estais asus
tando á la señora, y que vuestro ne
cio terror la atormenta horriblemente?
Nun no le oia..... volvió la vista
T. I, 4
58 "
hácia su ama que acababa de estre
mecerse en la silla, cual si el sacu
dimiento del aire hubiese herido sus
sentidos con una conmocion eléctrica.
Casi al mismo instante el estruendo
de un tiro hizo temblar los cristales,
y Nun cayó de rodillas.
¡Necio terror de mujeres! gritó
Ralph enfadado de su emocion; en
breve os traerán en triunfo algun co
nejo muerto en acecho, y os, reireis
de vosotras mismas.
– No, Ralph, dijo Indiana caminan
do con paso firme hácia la puerta, yo
os aseguro que acaba de derramarse
sangre humana.
- Nun arrojó un grito penetrante, y
se cayó de rostro en el suelo. Oyóse
entonces la voz de Lelievre que grita
ba por el costado del parque: aqui
está, aqui está. Bien apuntado, mi co
ronel; el ladron está tendido.
Sir Ralph empezó á conmoverse.
39

Siguió á la señora de Delmare, y po


cos momentos despues trajeron al pe
mistilo de la casa un hombre ensan
grentado, y que no daba señales de
vida.
No griteis mi metais tanto ruido,
dijo el coronel con una especie de ale
gria tosca á los espavecidos domésti
cos, que se apiñaban al rededor del
herido: esto no es mas que una chanza
la escopeta estaba cargada con sal. Sin
duda se ha caido de miedo, por
que no creo haberle tocado siquiera.
—¿Y esta sangre, Delmare? pre
guntó con ágria reconvencion Indiana:
¿tambien la hace correr el miedo ?
–¿Por qué estais vos aqui, señora?
gritó Delmare, ¿qué haceis aqui?
—Vengo porque el deber me lo or
dena, respondió friamente, á reparar
el daño que vos habeis hecho; y acer
cándose al herido con un valor del
que no se creyó capaz ninguno de los
0

circunstantes, separó la capa con que


estaba envuelto de pies á cabeza, y
acercó una luz á su rostro. Entonces
en lugar de las facciones y del vestido
ordinario que todos esperaban ver,
apareció un jóven de noble figura, y
cubierto con esmerado y rico trage.
Tenia herida una mano aunque lije
ramente; pero su roto vestido y al
gunas contusiones fuertes manifesta
ban que habia recibido una grave caida.
¿Quién lo duda? dijo Lelievre; se
ha caido de veinte pies de alto. Iba á
saltar la pared cuando el coronel le
ha disparado, y sin duda algunos per
digones ó granos de sal tocándole la
mano derecha le han impedido agar
rarse; ello es que yo le he visto ro
dar, y que cuando ha llegado abajo,
no tenia traza de pensar en salvarse.
-¿Es creible, dijo una criada, que
se divierta en robar quien está tan
bien arropado?
M

–¡Y tiene el bolsillo lleno de dine


ro! esclamó otro que habia desabro
chado el chaleco del ladron.
—Eso es raro, observó el coronel,
que con profunda conmocion miraba
al jóven tendido á su presencia. Si
este hombre está muerto no tengo yo
la culpa: examinad su mano, señora,
y si encontrais en ella un perdigon
siquiera.…
- Me complazco en creeros, respon
dióle su esposa, que con sangre fria
y con una fuerza moral de que nadie
la creyera capaz, examinaba atenta
mente el pulso y las venas del cuello.
Estoy cierta de que vive, continuó,
pero necesita pronto remedio. Este
hombre no tiene trazas de ladron, y
quizás es digno de que se le cuide;y
aun cuando no lo fuera, el deber de
nosotras mujeres exije que le socorra
Il.0S.

Al decir esto hízole trasladar á la



· 42
sala del billar que era la mas inme
diata , se tendió un colchón sobre al
gunos taburetes , é Indiana, ayudada
de sus criadas , ocupóse en curar la
mano herida , mientras que Ralph , á
quien no era desconocida la cirujia ,
le dió, una sangria abundante. . . . .
Durante toda esta escena , el coro +
nel embarazado de su posicion , apai
recia como un hombre peor de lo que
realmente tuvo ánimo de serlo . Cono
cíase obligado á justificarse á los ojos
de los demas ó mas bien de hacerse
justificar á los suyos por boca de los
circunstantes. Habíase quedado en el
peristilo , rodeado de los criados , ha
ciendo , como ellos , mil comentarios
tan prolijos y absolutamente inútiles
como suelen hacerse despues de un
acontecimiento cualquiera. Lelievre
habia esplicado ya mas de veinte ve
ces con la mayor minuciosidad , el
tiro , la caida y sus resultados ; mien
43

tras que el amo, recobrada ya entre


los suyos la opinion de hombre de
bien , como siempre lo era en realis
dad despues que habia desahogado su
cólera, acriminaba la osadia de un jót
ven , que saltando las paredes se in
troduce de noche en la propiedad age
na. Todos aplaudian el dictamen de
Delmare, cuando el jardinero , lla
mándole á parte , le aseguró que el
ladron se senejaba , como se parecen
entre sí dos gotas de agua , á un pro
pietario jóven , recientemente estable
cido en la vecindad , y á quien vió
hablando con Nun tres dias antes de
la fiesta campestre de Rubelles. .
Estas noticias dieron otro giro a las
ideas de Delmare , apareció en su fren
te ancha , brillante y calva una grue
sa vena , cuya entumecencia era siem
pre en él la precursora de la tempes
tad .
- Voto á tal , dijo apretando los pu
J)

fos, y la señora toma tan particular


interes á favor de ese majito que pe
metra en mi casa saltando las cercas y
se precipitó en la sala del billar, pá
lido y temblando de cólera.
Tranquilizaos; le dijo Indiana, el
hombre á quien habeis herido, estará
bueno muy en breve, á lo menos asi
lo esperamos, aunque no haya reco
brado el habla. -

- No se trata de eso, señora, con


testó el coronel con voz concentrada,
trátase sí, de decirme el nombre de
ese interesante enfermo, y de espli
carme porque distraccion ha tomado
la cerca de mi parque por la avenida
de mi casa.
- Lo ignoro absolutamente, respon
dió su esposa, con una frialdad tan
llena de orgullo, que no pudo menos
de imponer á su terrible marido; quien
6
volviendo muy presto á sus celosas
sospechas:
-Yo lo sabré,señora, le dijo á me
dia voz, no pongais duda en que yo
lo sabré...
Como Indiana, aparentando no ob
servar su furor, continuaba en cuidar
al herido, el coronel se fué para no
estallar delante de la servidumbre, é
hizo venir al jardinero.
-¿Cómo se llama ese hombre que,
segun dices, se parece á nuestro ladron?
-Señor de Ramiere, es el mismo
que acaba de comprar la casita ingle
sa del Sr. de Cerey.
-Pero ¿qué especie de hombre es
ese? ¿Es noble, es algun fatuo, es
buen mozo? ", i .

- Mucho que es buen mozo, y se


gun creo noble. . .

- El apellido lo dice, repuso Del


nare con énfasis. ¡De Ramiere! no
ble sin remedio. Pero dime, Luis,
7

añadió en voz baja: ¿no has visto


nunca á ese presumido rondar por
esos alrededores?
-Señor, la noche pasada.... respon
dió Luis turbado, le vi á no poderlo
dudar. Que sea presumido, eso no lo
aseguraré; pero de que era un hom
bre no me queda duda.
-¿Y tu le viste?
- Lo mismo que os veo á vos; es
taba debajo de las ventanas del na
ranjal.
-¿Y por qué no te le echaste en
cima con el mango de la azada.
—Ya iba á hacerlo, señor, pero vi
una mujer vestida de blanco, que sa
liendo del naranjal se dirigia hácia él.
Entonces me he dicho á mi mismo:
puede ser que al amo y á la señora
se les haya antojado pasearse antes de
amanecer, y sin reflexionar mas me
volví á la cama. Pero esta mañana al
oir hablar á Lelievre de un ladron
),8

cuyas huellas he observado en el par


que, he tenido por cosa cierta que
aqui habia gato encerrado.
-¿Y por qué no me lo has avisado
al momento, pedazo de tonto?
–Cáspita! A las veces, señor, hay
cosas tan delicadas!... -

—Ola, ola ! segun eso tu te tomas


la libertad de concebir sospechas. Eres
un bestia; y si otra vez en la vida te
ocurriese una idea insolente, por el
estilo que ahora, te he de arrancar las
orejas. Muy bien me consta á mi quien
es ese ladron, y cual el motivo que
acá le ha traido; con mis preguntas
no he llevado otro objeto que saber
como guardas el naranjal. Sábete que
tengo alli plantas muy raras, que la
señora aprecia mucho, y que hay afi
cionados bastante atrevidos para venir
á robar en los invernáculos de sus ve
cinos. Yo y la señora somos las dos
personas que viste en la pasada noche.
19
Y el pobre coronel se alejó mas
atormentado y lleno de ira que antes,
dejando al jardinero muy poco con
vencido de que hubiese botánicos tan
fanáticos, que se espusieran á un tiro
para apropiarse un mugron ó una ra
ma. El coronel entró de nuevo en el
billar, y sin atender á las señales de
conocimiento que daba el herido, se
disponia á registrar las faltriqueras de
su bata tirada en una silla, cuando
este alargando el brazo le dijo con voz
débil. .
- Vos caballero , deseareis saber
quien soy: en este momento no pue
do complaceros, pero lo haré cuando
estemos solos. Hasta entonces ahorrad
me la confusion que me causaria dar
me á conocer en el estado ridículo y
penoso en que me hallo.
-Verdaderamente es una lástima,
dijo Delmare con acrimonia, pero OS
confieso que me importa, muy poco;
5
50

mas como espero que mos verémos


cara á cara, no tengo reparo en dife
rir hasta entonces el que nos conoz
camos. Mientras tanto desearia saber
á donde quereis que os haga conducir.
—A la posada del pueblo mas in
mediato, sino teneis inconveniente.
- Este caballero no está en disposi
cion de ser trasladado á ninguna par
te, replicó con prontitud la señora
¿no es cierto, Ralph? - -

-El estado de este caballero os afec


ta con sobrado esceso, señora, dijo el
coronel. Salid vosotras, continuó di
rijiéndose á las criadas. Supuesto que
este jóven se siente algo aliviado, sin
duda me hará el favor de esplicarne
la razon de hallarse en mi casa.
-Si señor, respondió el herido, y
ruego á cuantos me han ausiliado que
tengan la bondad de oir la confesion
de mi culpa. Conozco cuanto importa
que no haya equivocaciones en órden
- 51

ámi conducta, y me importa á mi


mismo no pasar por lo que no soy.
Sabed pues la supercheria que acá me
trajo. Por medios puramente sencillos,
pero conocidos de vos solo, habeis es
tablecido un ingenio, cuyo trabajo y
productos esceden infinitamente á to
dos los de las fábricas de la misma
especie, planteadas en el pais. Mi
hermano posee en Inglaterra un esta
blecimiento muy semejante, pero su
conservacion absorve inmensas sumas:
sus operaciones le iban arruinando,
cuando yo supe los felices resultados
de las vuestras, y resolví pediros al
gunos consejos, como un generoso ser
vicio que no podia perjudicar vues
tros intereses, supuesto que los artí
culos á que mi hermano se dedica son
absolutamente distintos de los vues
tros. Se me ha negado constante
mente la entrada de vuestro jardin in
glés, y cuando solicité hablaros, se
52

me contestó que ni siquiera me per


mitiriais visitar vuestra fábrica. Re
chazado con ásperas repulsas, deter
miné con riesgo de mi honor y de mi
vida, salvar la vida y el honor de mi
hermano. Introduciéndome en vuestra
casa de noche y saltando las cercas,
intentépenetrar en lo interior de vues
tra fábrica, para examinar sus roda
ges; á cuyo fin pensé ocultarme alli
dentro, seducir á los oficiales, en una
palabra, robaros el secreto para que
otro hombre honrado se aprovechase
de él sin perjudicaros. Este ha sido
mi delito. Si ahora exigís de mi otra
satisfaccion á mas de la que acabais
de tomar, cuando haya recobrado las
fuerzas, estaré dispuesto á ofrecérosla,
y aun quizás á pedírosla.
-Yo creo, caballero, que entrambos
debemos darnos por satisfechos, res
pondió el coronel medio aliviado de
su ansiedad. Sed testigos todos voso
53

tros de la esplicacion que el señor


acaba de hacer. Estoy vengado, en el
supuesto de que tuviese necesidad de
venganza. Salid vosotros, y dejadnos
platicar acerca de mis ventajosas ope
raciones. Marcharon los criados, úni
cos á quienes engañó esta reconcilia
cion, mientras el herido, debilitado
por su largo discurso, no pudo calcu
lar todo el valor de las últimas pala
bras del coronel. Dejó caer de nuevo
la cabeza sobre el brazo de la señora
de Delmare, yperdió el conocimien
to. Esta, inclinada hácia él, no se dig
nó alzar los ojos á su colérico marido,
y las dos figuras tan distintas entre sí
de Delmare y de Brown, pálida la
una y contraida por el despecho, y la
otra calmosa é indiferente como siem
pre, se interrogaban en silencio.
Delmare no tenia necesidad de ha
blar una palabra para hacerse enten
der; no obstante llevó á un lado á
54
5l

Ralph, y apretándole cruelmente los


dedos, le dijo: -

-¿Habeis visto, amigo mio, una


farsa mas bien urdida? Sin embargo
estoy satisfecho, y muy satisfecho del
talento con que ese jóven ha sabido
poner á cubierto mi honor á los ojos
de los criados. Pero ¡voto á brios!
que me ha de pagar bien cara la
afrenta que me roe el corazon! Y esa
muger le cuida y finje no conocerle l
¡Ah! ¡Hasta que punto es innata la
ficcion en esos seres! ·

Y rechinaba los dientes, de modo


que se creyera los había de hacer pe
dazos. Ralph aterrado, dió tres vuel
tas por la sala: en la primera dedu
jo por consecuencia metódica, inve
rosimil; en la segunda, imposible;
en la tercera, justificado. Despues
acercándose al coronel sin perder su
glacial continente, le señaló con el
dedo á Nun, que estaba en pie de
/
55
trás del enfermo, retorciéndose las
manos, con los ojos hoscos, las fac-
ciones lividas, y en la inmovilidad
de la desesperacion, del terrory del
delirio.
En un descubrimiento real hay un
poder de conviccion tan pronto, tan
irresistible, que al coronel le causó el
enérgico gesto de Ralph mayor sen
sacion de la que pudiera hacerle la
mas viva elocuencia. Brown tenia se
guramente muchos medios de seguir
la pista, acordóse en aquel momento
de la permanencia de Nun en el par
que cuando él la buscaba, de los ca
bellos mojados, y de su calzado hú
medo y fangoso que atestiguaban el
estraño capricho de su paseo durante
la lluvia: pormenores de poco interes
si se quiere, que ya le chocaron en
el momento de desmayarse la señora
de Delmare, y que recordaba ahora
perfectamente. Aquel terror estrava
56

gante que habia manifestado, su agi


tacion convulsiva, y el grito que pro
firió al oir el tiro...
Delmare no tuvo necesidad de todas
estas indicaciones: mas penetrante
porque tenia mayor interés en serlo,
le bastó examinar el continente de
aquella jóven para ver que solo ella
era la culpable. Sin embargo la asi
duidad de su mujer al lado del héroe
de aquella galante aventura le desa
gradaba mas de cada vez.
Indiana, le dijo, retiraos. Es tarde,
y quizá no estais muy buena. Nun se
quedará con el señor para cuidarle
esta noche, y si mañana se encuentra
mas aliviado discurrirémos un medio
de hacerle trasladar á su casa.
Nada habia que oponer á este ines
perado arreglo. La señora de Delmare
que tan bien sabia resistirse á las vio
lencias de su marido, cedia siempre á
su dulzura. Rogó á Ralph que no
57

abandonase todavia al enfermo, y se


retiró á su cuarto.
Semejante disposicion no la habia
tomado el coronel sin objeto. Al cabo
de una hora, cuando toda la familia
estaba recojida y la casa en silencio,
se escurrió quedamente hácia la sala
que ocupaba el señor de Ramiere, y
oculto detrás de una cortina, pudo
convencerse por la plática del jóven
con la camarera, de que se trataba de
una intriga amorosa entre ambos. La
belleza poco comun de la jóven crio
lla habia dado golpe en los bailes
campestres de la comarca, y le habian
rendido homenage hasta los primeros
señores de aquel territorio. No pocos
oficiales de lanceros de la guarnicion
de Melun habian agotado su bolsillo
para agradarla; pero Nun, constante
á su amor primero, no gustaba mas
que de los obsequios de un hombre »
y este era el señor de Ramiere.
58
El coronel Delmare no tenia mucha
ansia de seguir el hilo de sus relacio
nes; por lo mismo se retiró apenas
conociera que su mujer no habia ocu
pado un instante al Almaviva de aque
lla aventura. Sin embargo, oyó lo
bastante para comprender la diferen
eia de este amor entre la pobre Nun,
que se entregaba á él con toda la ve
hemencia de su ardiente organizacion,
y el hijo de familia, que se abando
naba al arrebato de un dia sin renun
ciar al derecho de volver á la razon
en el siguiente. ,

Al dispertarse la señora de Delmare


vió á Nun al lado de su cama harto
triste y confusa; mas como habia crei
do de buena fe las espresiones de Rá
miere, mucho mas porque ya otras
personas dedicadas al comercio inten
taron sorprender con fraudes y estra
tagemas los secretos de la fábrica de
Belmare; atribuyó el aire embarazado
59

de su compañera á la conmocion y á
la fatiga. Nun por su parte se tran
quilizó viendo entrar en el huerto á
su amo con la mayor calma, y oyén
dole discurrir con su mujer acerca del
suceso de la víspera como de una cosa
muy natural y sencilla.
Por la mañana Ralph visitó al en
fermo. La caida, aunque violenta, no
habia producido ningun resultado gra
ve, la herida de la mano estaba cerca
de cicatrizarse, y el señor de Ramiere
mostró deseos de ser al punto trasla
dado á Melun, distribuyendo todo el
dinero que llevaba á los criados para
comprar su reserva, áfin, segun de
cia, de no asustar á su madre, que
moraba á pocas leguas de distancia.
El suceso pues se divulgó muy lenta
mente y bajo diferentesformas, mien
tras algunas noticias acerca de la fá
brica inglesa del señor de Ramiere,
hermano de nuestro amante, apoya
60
ron la ficcion que este improvisó tan
oportunamente. El coronel y Sir Brown
tuvieron la delicadeza de guardar el
secreto de Nun sin darle á entender
que lo habian penetrado, y la familia
bien pronto dejó de ocuparse de aquel
acontecimiento.
IV,

Quizás es dificil creer que M, Ra


mom de Ramiere, jóven de espíritu
brillante, de talento y del gran tono,
acostumbrado á las victorias de los sa
lones y á las perfumadas aventuras de
la alta clase, hubiese concebido por la
mujer de gobierno de una reducida
casa-fábrica de Brie una adhesion du
radera. Sin embargo, el señor de Ra
miere ni era un necio ni un liberti
no, pues segun hemos insinuado, no
carecia de talento, es decir, estimaba
en su justo valor las ventajas de la
cuna, y era un hombre de principios
cuando discurria consigo mismo, si
bien con frecuencia sus fogosas pasio
6
62

nes lo arrastraban fuera de su siste


ma. Entonces ó no era capaz de refle
xionar, ó huia de trasladarse al tri
bunal de su conciencia; cometia faltas
cual si el mismo no lo advirtiera, y
el hombre de hoy se esforzaba en en
gañar al de mañana. Por desgracia lo
que mas descollara en él no eran sus
principios, idénticos con los de otros
filósofos afiligranados, y que no le
preservaban mas que á estos de la in
consecuencia, sino sus pasiones, á las
cuales no podian sufocar los princi
pios, y que le constituian un hombre
aparte en la sociedad empañada, en
donde es tan dificil resaltar sin nota
de ridículo. Poseia el arte de ser mu
chas veces culpable sin hacerse abor
recer, estraño sin degenerar en cho
cante, y aun lograba que le compa
decieran muchas personas, á quienes
mo faltaban motivos para quejarse de
él. Tan cierto es que hay hombres
63

que parecen menoscabar cuanto tocan:


en ellos una figura hermosa y una elo
cuencia viva suplen muchas veces por
la sensibilidad. Nuestro ánimo no es
juzgar con tal rigor á M. Ramon de
Ramiere ni bosquejar su retrato antes
de ponerle en accion; por ahora solo
le examinamos en lontananza, cual lo
hace la muchedumbre al tiempo de
verle pasar.
Estaba enamorado de la jóven crio
lla de los grandes ojos negros que fué
admirada de toda la provincia en la
fiesta de las Rubelles; pero enamora
do, y nada mas. Quizás solo se llegó
á ella para huir de la ociosidad: el
éxito avivó sus deseos: obtuvo mas
de lo que pidiera, y el dia en que
triunfó de aquel corazon débil se fué
á casa espantado de su victoria, y dán
dose una palmada en la frente, se dijo
á sí mismo.
¡Con tal que esta mujer no me
6)

ame!... No comenzó á dudar de este


amor hasta haber aceptado todas sus
pruebas. Su arrepentimiento entonces
fué tardío, y no halló medio entre
abandonarse á las consecuencias del
porvenir ó retroceder cobardemente
hácia lo pasado. No era dable vacilar
un instante, se dejó querer, y quiso
tambien por gratitud; escaló el cerca
do de la propiedad de Delmare por
aficion al peligro; dió una terrible
caida por su torpeza, y le conmovió
tanto el dolor de su jóven y hermosa
dama, que se creia justificado á sus
propios ojos de continuar escavando
el abismo donde aquella infeliz debia
precipitarse.
Cuando estuvo restablecido, ya el
invierno no traia hielos, ni la noche
ofrecia riesgos, ni el aguijon del re
mordimiento bastaba á impedirle que
atravesase el ángulo del bosque para
volar al lado de la criolla, á jurarle
65

que nunca habia amado á otra mujer,


que la preferia á las reinas del mun
do, y mil otras exageraciones que es
tarán siempre de moda para con las
muchachas crédulas y de baja esfera.
Hácia el enero la señora de Delmare
se fué á Paris con su marido, sir
Ralph Brown, su honrado vecino, se
retiró á su hacienda, y Nun dueña
entonces de la casa de campo de sus
amos, pudo ausentarse con diferen
tes pretestos. Esta libertad fué su des
gracia, pues las entrevistas que le pro
porcionó con su amante abreviaron
mucho la dicha eficaz que debia pro
meterse. El bosque con su aspecto
poético, sus girándulas ornadas de ca
rambanos, sus efectos de luna, el mis
terio de la puerta falsa, la furtiva
huida en la madrugada cuando los
piececillos de Nun imprimian sus
huellas sobre la nieve del parque al
volverse á casa, todos estos accesorios

66

de una intriga amorosa habian pro


longado la embriaguez del jóven Ra
miere. Nun con el vestido blanco de
las mañanas, adornada con sus largos
cabellos negros, era una señora, una
reina, una hada: al verla salir de
aquel castillo de ladrillos rojos, pesa
do edificio del tiempo de la Regencia,
que tenia aun mucho aire de feudal, la
tomaba por una castellana de la edad
media, y en el Kiosko lleno de flores
exóticas, donde iba á embriagarlo con
las seducciones de la pasion y de la
juventud, olvidaba gustoso todo lo que
habia de recordar mas tarde. Pero
despues que Nun, despreciando las
precauciones y desafiando á su vez el
riesgo, fué á encontrarle á su casa con
el delantal blanco y el pañuelo arre
glado con estudio al estilo de su pais,
ya no fué mas que una camarera , y
camarera de una mujer hermosa: cir
cunstancia fatal para una jóven de
67

servicio. Y no obstante tambien en


tonces estaba Nun muy bella. Asi la
vió por primera vez en la fiesta cam
pestre, en donde atropellando á los cu
riosos para hablarla, consiguió el triun
fo de arrebatarla á cien rivales. Nun
letraia á la memoria aquel lance con
la mayorternura: ignoraba la infeliz
que el amor de Ramon no tenia tanta
fecha, y que aquel dia de orgullo pa
ra ella , no fué para Ramiere mas
que de vanidad. Aquel valor con que
le sacrificaba su reputacion y que de
bia hacerla mas amada, disgustóáRa
miere. La esposa de un par de Fran
cia que se inmolase de ese modo, hu
biera sido una grande conquista; ¡pe
ro una camarera! Lo que se llama
heroismo en la una, pasa en la otra
por desvergüenza: con aquella os en
vidia un mundo de rivales celosos;
con esta os condena el vulgo de los
escandalizados lacayos. La mujer de
68

calidad os sacrifica veinte amantes que


ya poseia, la camarera no os sacrifica
sino un marido que esperaba poseer.
Pero Ramon que tenia un paladar
delicado, era hombre de costumbres
elegantes, de vida esquisita, de amo
res poéticos. Para él una manola no
era una mujer, y Nun, merced á su
belleza de primer órden, logrósorpren
derle en un dia de fiesta y algazara
popular. ¿Pero cómo remediarlo? No
podia decirse que fuese culpable : le
habian educado para el mundo, enca
minaron sus pensamientos á un punto
elevado, amoldaron sus facultades pa
ra una felicidad de príncipe,y el ar
dor de la sangre le arrebató aun á su
pesar hácia un amor de baja esfera.
Hizo cuanto estuvo en su mano para
gozar en él, mas ahora le habia can
sado. ¿Y qué habia de hacer? Algunas
ideas estravagantes, aunque llenas de
generosidad , se habian cruzado por
69

su cerebro: en los dias en que mas


prendado estaba de su dama, le ocur
rió varias veces elevarla hasta éI, y
legitimar su union. Y no hay duda,
pensó en ello muy seriamente; mas el
amor que todo lo lejitima se iba amor
tiguando, y se desvaneció á la par de
los riesgos de la aventura y de la sal
del misterio. El himeneo ya no era
posible, y convengamos en que este
raciocinio de Ramon no podia ser mas
favorable al interés de su querida.
Si verdaderamente la hubiese ama
do, sacrificándole su porvenir, su fa
milia y su reputacion hubiera podido
encontrar con ella la dicha, y por con
siguiente hacerla feliz, supuesto que
el amor no es menos un contrato que
el matrimonio ; pero entibiado cual
ahora estaba ¿qué porvenir ofreceria
á aquella jóven? ¿Deberia casarse con
ella para presentar á sus ojos un sem
blante triste, un corazon lleno de mar
70

tirios, un interior desolado ? ¿ Era


prudente unirse á ella para hacerla
odiosa á su familia , despreciable en
tre sus iguales, ridícula ante los cria
dos, para esponerla al público en una
sociedad en que se hallara fuera de su
centro, ó moriria víctima de las hu
millaciones , para abrumarla de re
mordimientos, haciéndole sentir todos
los males que semejante himeneo trae
ria sobre su amante?
No, es preciso convenir con él en
que esto ni era factible ni pudiera es
timarse por generoso; que nadie lucha
tan atrevidamente contra la sociedad,
y que este heroismo de virtud se ase
meja á D. Quijote rompiendo la lanza
contra el aspa de un molino de vien
to: valor férreo que una ráfaga des
concierta, golpe caballeresco tan pro
pio de otro siglo como ridículo en el
nuestrO.

Despues de haberlo pensado todo,


74

conoció el señor de Ramiere que era


preferible romper ese lazo desgracia
do. Las visitas de Nun comenzaban á
serle penosas: su madre, que fué á
pasar el invierno á Paris, pronto de
beria saber aquel escándalo, mucho
mas cuando ya admiraba sus frecuen
tes idas á la casa de campo de Cercy y
su permanencia en ella de semanas en
teras. Es verdad que pretestó un tra
bajo muy serio que deseaba acabar le
jos del bullicio de las ciudades; pero
esta escusa comenzaba áperder su va
lor. Condolecíase Ramon de engañar
á su buena madre, deprivarla por tan
to tiempo de sus cuidados, en fin...
!habia tantas cosas!... Abandonó áCer
cy para siempre.
Nun lloró, aguardó, y en medio de
su desgracia, viendo que los dias pa
saban sin que el jóven pareciera, se
arriesgóá escribir. ¡Pobre muchacha!
Este fué el último golpe. ¡Una carta
72

de una camarera ! Sin embargo, sacó


el papel fino y el lacre de olor del
escritorio de la señora de Delmare, y
el estilo de su corazon; pero ¡la or
tografía ! ¿Quien ignora hasta que
punto una letra mas ó menos quitaó
da energia á los sentimientos? Ah! la
pobre jóven medio salvage de la isla
de Borbon no sabia que la lengua tu
viese reglas : pensaba escribir y ha
blar tan bien como su señora, y cuan
do vió que á pesar de la carta, Ra
mon no venia, se dijo á sí misma:
Mi carta estaba bastante bien escrita
para obligarle á volver. El amante no
tuvo valor para leerla toda: quizás era
una obra maestra de pasion ingenua y
graciosa: tal vez Virginia no le escri
bió á Pablo ninguna tan llena de em
belesos cuando hubo abandonado su
patria; pero Ramiere se apresuró á
echarla al fuego temiendo avergonzar
se de sí mismo. Esto es un prejuicio
r;
de la educacion; ¿quién puede negar
lo? pero el amor propio se mezcla en
el amor, como el interés en la amistad.
Habíase notado en el gran mundo la
falta del Sr. de Ramiere, que no es
poco para un hombre, tratándose de
un mundo en donde todos se pare
cen. El que tiene talento puede ha
cer caso del mundo como un tonto des
preciarlo; asi Ramon le amaba y con
motivo. El mundo le buscaba y le que
ria, y en aquella muchedumbre de
máscaras indiferentes ó burlescas sa
bia encontrar miradas dignas de aten
cion, y sonrisas que inspiraban interés.
Los desgraciados pueden ser misántro
pos, pero losseres á quienes amamos,
rara vez son ingratos, á lo menos tal
era la opinion de nuestrojóven. Agra
decia las menores muestras de afecto,
anelaba por la estimacion de todos,y
le envanecia el grande número de sus
amigos.
T, I, 7
7)

. En el mundo, cuyas prevenciones


son absolutas , todo le habia salido
bien, hasta sus defectos; y al inquirir
la causa de esta adhesion universal que
siempre le protejiera, la encontró en
sí mismo, en su deseo de obtenerla,
en la alegria que le causaba, en la
fina benevolencia, que prodigaba sin
agotarla jamas. Debíala tambien á su
madre, cuyo talento superior, cuya
conversacion atractiva y virtudes pri
vadas formaban de aquella señora una
mujer única. De ella habia sacado los
escelentes principios que le volvian
siempre al camino del bien, y que mal
grado la fogosidad de sus veinte y cin
co años, le conservaban la estimacion
pública. A la verdad todo el mundo
era mas indulgente con él que con los
otros jóvenes porque su madre poseia
el arte de disculparle vituperándole,
y de recomendar la indulgencia cuan
do al parecer la imploraba. Era una
-
75

de aquellas mujeres que á fuerza de


ver pasar por ellas épocas diferentes
han hecho adquirir á su espíritu toda
la flexibilidad de sus destinos, muje
res enriquecidas con la esperiencia de
las desgracias, que se libraron de los
cadalsos de 1793, de los vicios del di
rectorio, de las vanidades del impe
rio, y de los rencores de la restaura
cion: mujeres raras, cuya especie se
va acabando.
En un baile en casa del Embajador
español fué en donde Ramon hizo su
nueva entrada en el mundo.
—Si no me engaño, ese caballero es
el señor de Ramiere, dijo una hermo
sa á su vecina.
- Es un cometa que se aparece por
intervalos desiguales, respondió esta.
Hacia un siglo que no se oia mentará
ese bello jóven.
La señora que acababa de hablar
era estrangera y entrada en años. Su
76

compañera, se ruborizó alguntanto.


- Es buena figura, dijo ¿no es cier
to, señora? no o
—Arrogantenozo á femia, repuso
la viejasiciliana.
—Apostaria, observó un elegante co
ronel de la guardia, que estais ha
blando del héroe de los salones eclec
ticos, del agraciado Ramon. " -

–Tiene una hermosa cabeza de di


bujo, replicó la jóven.
-Y lo que quizás os gusta mas á
vos, dijo el coronel, una cabeza des
hecha.
La jóven era su esposa.
-¿Cómo cabeza deshecha? preguntó
la estrangera.
- Sus pasiones son absolutamente
meridionales, señora, dignas del her
moso sol de Palermo.
Dos ó tres señoritas adelantaron sus
lindas cabezas llenas de flores para oir
las palabras del coronel.
77

- Este año ha hecho estragos en la


guarnicion, continuó el militar. Nos
será preciso buscar alguna contienda
de mala especie para deshacernos de él.
–Si es otro Lovelace, tanto peor,
dijo una jóvencita de fisonomia burlo
na; no puedo con esas gentes á quie
nes ama todo el mundo.
La condesa ultramontana esperó que
el coronel se hubiese alejado un poco,
y dando con su abanico un lijero gol
pe en los dedos de la señorita de
Nangy:
-No digais eso, le dijo, vos no sa
beis lo que vale un hombre que desea
ser amado. -

–Pues que, repuso la jóven abrien


do sus grandes ojos sardónicos, ¿les
basta á ellos el desearlo?
–Señorita, observó el coronel que
se acercaba para pedirle una contra
danza, procurad que el bello Ramon
mo os oiga.
7
78

La señorita de Nangy se echóá reir;


mas el grupo de que hacia parte no se
atrevió en toda la noche á decir una
palabra mas del señor de Ramiere.
"
*

" ,

" " " , ,


V.
"

El elegante jóven iba vagando sin


repugnancia ni aburrimiento por entre
los undulantespliegues de aquella mul
titud engalanada, y no obstante bre
gaba en su interior con la tristeza. Al
volver de nuevo al mundo, sentia una
especie de remordimiento y de ver
güenza por las ideas estravagantes que
le sujiriera un amor tan desproporcio
nado. Contemplaba ahora aquellas mu
jeres que resplandecian al choque de
las luces artificiales ; escuchaba su
conversacion delicada y fina, oia pon
derar sus talentos y en tantas mara
villas escojidas, en aquellos trajes y
peinados casi regios, en aquellas es
80

quisitas ocurrencias, en todas partes


hallaba una reconvencion, por haber
degenerado de su clase. Confundido
por este lado, sufria un remordimien
to mas positivo, porque sus intencio
nes eran en estremo delicadas, y las
lágrimas de una mujer quebrantaban
su corazon por mucho que estuviera
endurecido.
A la sazon recibia los honores de la
tertulia una señora jóven cuyo nombre
ignoraban todos, y que por la nove
dad de su aparicion en el mundo, go
zaba el privilegio de llamar la aten
cion general. La sencillez de su traje
la hacia desprenderse como en relie
ve, de en medio de los diamantes,plu
mas, y flores que ataviaban á las de
mas mujeres. Algunas sartas de perlas
trenzadas con sus negros cabellos cons
tituian todo su aderezo; el blanco ma
te de su collar, el de su vestido de
gasa y el de las desnudas espaldas se
84
eonfundianá alguna distancia, y el
calor de la consiguiéra pin
tar sobre sus facciones un delicado ma
tiz, cual el de una rosa de Bengala
abierta entre la nieve. Era una cria
tura minada, linda, sútil: una belle
za de salon, que al vivo resplandor
de las bugias parecia cubierta de un
encanto y que un rayo de sol hubiera
empañado. Su lijereza en el baile era
de suerte que bastaria un soplo á ar
rebatarla; mas era una lijereza sin vi
vacidad, sin placer : si permanecia
sentada encorvábase cual si su cuerpo
demasiado flexible no pudiera soste
nerse, y en el momento de hablar se
sonreia y mostrábase triste al tiempo
mismo. Los cuentos de fantasmas es
taban en boga por entonces, y los eru
ditos en aquel género compararon á la
jóven á una hechicera aparicion evo
cada por la magia, que al decorarse
el horizonte con el primer albor de la
82

mañana, debia empalidecer y desva


necerse cual un sueño.
Mientras tanto todos los jóvenes se
apiñaban en torno de ella para hacer
la bailar.
Daos prisa, dijo áun amigo uno de
los lindos de la pleyade, el gallova á
cantar, y los pies de vuestra bailadora
notocan siquiera el pavimento. Apues
to á que no sentis en la vuestra la im
presion de su mano.
-Reparad el semblante moreno y
característico del Sr. de Ramiere, ob
servó una señora artista hablando con
su vecino. ¿No es cierto que al lado
de esa jóven pálida y delgada, el tono
caliente del uno desataca admirable
mente las tintas frias de la otra ?
Esa jóven , dijo una señora, para
quien nadie era desconocido y que en
las reuniones hacia las veces de ca
lendario, es hija de ese viejo loco de
Carvajal, que quiso echarla de Josef
83
no, y que fué á morirse arruinado á
la isla de Borbon: esa hermosa flor
exótica creo que hizo un matrimo
nio algo ridículo; mas por otra par
te su tia está muy metida en la
COrte.
, Ramon se acercó á la bella Indiana
no sin sentir una conmocion singular
cada vez que la miraba : habia visto
aquel rostro pálido y melancólico tal
vez en alguno de sus delirios, pero
estaba seguro de haberla visto, y sus
ojos se clavaban en ella con el placer
que se siente al encontrar de nuevo
una vision cariñosa, que se temió per
der para siempre. Las ojeadas de Ra
mon turbaron á aquella que era su ob
jeto; tímida y algo desmañada, como
una, persona estraña á la sociedad, el
triunfo que en ella alcanzaba parecia
embarazarla mas bien que gustarle.
Ramon dió una vuelta por la sala, al
finsupo que aquella mujer se llamaba
8).

la señora de Delmare, y fué á pedir


le que quisiera bailar con él.
- -Vos no os acordais de mí, leodijo
apenas estuvieron en medio de la reu
nion, mas yo señora, no he podido
olvidaros; y sin embargo solo os ví
un instante y al traves de una nube,
pero ese instante os presentó á mis
ojos tan buena,tan compasiva.
Indiana se estreneció.
—Ah! sí, sois vos, contestó pron
tamente, tambien yo os reconozco. Y
al pronunciar estas palabras se cubrió
de rubor temiendo haber faltado al
bien parecer, y sus ojos dieron una
vuelta en torno para observar si algu
no la habia oido. Su timidez aumentó
su gracia natural, y en el corazon de
Ramiere penetró como una chispa eléc
trica aquella voz de criolla algo dis
frazada, y tan dulce que parecia he
cha para implorar ó para bendecir.
–Yo temí que nunca se me ofrecie
85

se ocasión de daros las gracias, pues


no podiapresentarme ávos, ypor otro
lado me constaba que vos no concur
ríais al gran mundo. Conocí tambien
que acercándome á vos era indispen
sable ponerme en contacto con el se
ñor de Delmare, y muestra mútua po
sicion no podia menos de hacer ese
contacto desagradable. Oh! ¡cuan di
choso ha sido para mí este momento,
que me permite satisfacer la deuda de
mi corazon l
- Mas dulce seria para mí, repuso la
Señora,si el señor de Delmare pudie
ra participar de él: si vos le conocié
rais mejor, sabríais que es tan bueno
como áspero, ysin duda le perdonaríais
el haberos herido contra su voluntad,
porque la herida de su corazon fué mas
cruel que la que vos recibísteis.
-No hablemos del caballero Del
mare, señora, le perdono de todo co
razon; yo le habia ofendido, y él se
8
86

hizo justicia. Solo me toca olvidarlo;


pero vos, vos, á quien merecí aten
eiones tan delicadas y generosas, yo
quiero recordar toda mi vida vuestra
conducta para conmigo , vuestras fac
eiones tan hermosas, vuestra dulzura
angelical, y estas manos que derrama
ron bálsamo en mis heridas y en que
no pude imprimir siquiera un beso.
Y mientras hablaba, tenia cogida á
la señora de Delmare en la actitud de
mezclarse con ella en la contradanza.
Estrechó suavemente aquella mano en
tre las suyas, y toda la sangre de la
jóven refluyó á su corazon. Como al
volverla á su asiento, la señora de
Carvajal, tia de Indiana, se habia se
parado de alli, y la sala comenzaba á
despejarse, Ramon se sentó al lado de
la criolla. Tenia la soltura que solo se
adquiere con la esperiencia del cora
zon, porque el arrebato de nuestros
deseos y la precipitacion del amor nos
87

hacen estúpidos al lado de las muje


res. El hombre que ya ha sabido ha
cer uso de sus afectos, lleva mas prisa
para agradar que para mover; no obs
tante el Sr. de Raniere se sentiamas
conmovido cerca de aquella mujersen
cilla y nueva de lo que hasta entonces
esperimentara. Quizás esta rápida im
presion era hija del recuerdo de la no
che que pasó en su casa; mas al ha
blarla con vivacidad su alma estaba de
acuerdo con sus labios, y la costumbre
adquirida con otras mujeres, comunir
caba á sus palabras aquel poder de
conviccion, al cual la incauta Indiana
se abandonó sin comprender que nada
de todo aquello se habia inventadopa
ra ella.
En general, un hombre que habla
de amor con talento no está mas que
medianamente enamorado , y esto no
lo ignoran las mujeres. Ramiere debe
esceptuarse de la regla, esplicaba la
88

pasion con arte, y la sentia con calor,


con la diferencia de que no era la pa
sion quien le hacia elocuente, sino
que la elocuencia lo volvia apasionado.
Al encapricharse por una mujer era
solamente para seducirla,y se enamo
raba seduciéndola, cual acontece á los
abogados y predicadores que lloraná
lágrima viva cuando sudan á mares.
Algunas mujeres harto finas le obliga
ron á desconfiar de sus acaloradas im
provisaciones; pero Ramon tenia he
chas por amor lo que se llaman locu
ras: habia robado á una jóven muy
bien nacida; comprometido á personas
de alta gerarquia; consumó tres rui
dosos desafios; y en cierta ocasion no
tuvo reparo en hacer plato del desór
den de su corazon y del delirio de sus
pensamientos á toda la reunion de un
teatro. El hombre que hace esto sin
arredrarse con el temor de la ridicu
lezó de la reprobacion general, y que
89
tiene la suerte de salir libre de la una
y de la otra, está fuera del alcance de
todos los tiros, y puede arriesgarlo y
esperarlo todo. He aqui la causa por
que la resistencia mas obstinada cedia
á la consideracion de que Ramiere se
enamoraba como un locó cuando se me
tia en ello. En el mundo , el hombre
que enloquece por amor es un prodi
gio bastante raro, que las mujeres no
desdeñan.
Al acompañar al coche á la señora
de Carvajaly á su sobrina, consiguió,
yo no sé como, llevar la mano de es
ta hasta sus labios. Jamas furtivo y
devorador beso de hombre alguno ha
lbia rozado los dedos de aquella mujer,
aunque nacida en un clima de fuego,
y entrada en los diez y nueve años, que
en la isla de Borbon equivalen á vein
tey cinco de nuestra temperatura.
Doliente y nerviosa cual era, casi
le arrancó aquel beso un alarido, y
8*
90

fué menester que la sostuvieran para


entrar en el carruage. Nunca Ramon
habia encontrado semejante delicadeza
de órganos, pues la criolla Nun dis
frutaba de una salud robusta, y las
hijas de Paris no se desmayan por que
se les bese la mano.
-Si la viese otra vez, dijo consigo
mismo mientras se alejaba, me tras
tornaria la cabeza.
Al dia siguiente olvidado enteramen
te de Nun, solo recordaba de ella que
pertenecia á la señora de Delmare. La
pálida Indiana ocupaba todos sus pen
samientos, llenaba todos los delirios
de su imaginacion. Al conocerse Ra
miere enamorado, tenia la costumbre
de atolondrarse, no para sofocar la
pasion naciente, sino al contrario pa
ra enmudecer el raciocinio que le or
denaba pesar sus consecuencias. Ar
diente en el placer corria tras su ob
jeto con el mas vivo anhelo. No era
94

\dueño de calmar las borrascas que se


engendraban en su seno, lo mismo que
no podia promoverlas ni arreciarlas
cuando las sentia disiparse y desvane
cerse. -
Antes de pasar veinte y cuatro ho
ras ya supo que Delmare habia ido á
hacer un viaje á Bruselas para nego
cios mercantiles, dejando confiada su
esposa á la señora de Carvajal á quien
el coronel estimaba muy poco, pero
que era la única parienta de Indiana.
Delmare, que empezó su carrera de
soldado, nació de familia oscura y
pobre, de la que parecia correrse á pu
ro repetir que no se avergonzaba; mas
aunque toda la vida echó en cara á su
mujer el desprecio que esta en mane
ra, alguna sentia, no se le ocultaba
cuan injusto habia sido obligarla á
rozarse íntimamente con sus parientes
faltos de educacion. Por otro lado á
pesar de su desapego por la de Carva
92
jal, no podia menos de tenerla mucha
deferencia por una razon bien obvia,
que espondrémos.
La señora de Carvajal descendiente
de ilustre prosapia española, era una
de aquellas mujeres que no pueden
conformarse con no ser algo. Cuando
Napoleon regentaba la Europa tributó
incienso á la gloria de Napoleon, abra
zando junto con su marido y su cuña
do el partido de los afrancesados; pe
ro muerto su esposo en la caida de la
dinastía del conquistador, el padre de
Indiana se refugió en las colonias fran
cesas: entonces la diestra y altiva se
íñora de Carvajal se vino á Paris, en
donde merced á algunas especulacio
nes de bolsa, pudo crearse un nuevo
bienestar sobre las ruinas de la es
plendidez pasada. A fuerza de talento,
de intriga y de afecto, obtuvo ademas
algun favor en la corte, y su casa sin
ser brillante pasaba por una de las maas
93

respetables entre las protejidas de la


lista civil. Cuando Indiana por muer
te de su padre llegó á Francia casada
con el coronel Delmare, la señora de
Carvajal no creyó muy lisonjeado su
amor propio con aquel mezquino pa
rentesco; mas al ver prosperar el men
guado capital de Delmare, cuya acti
vidad y buen juicio en lo tocante á
sus negocios valian un mundo, compró
para Indiana la Quinta de Lagny y la
fábrica á ella aneja. En el transcurso
de dos años, gracias á los conocimien
tos mecánicos del coronel y á los ade
lantos que hizo Sir Rodolfo Brown,
primo por afinidad de su mujer, los
negocios de Delmare tomaron buen
sesgo, comenzó á estinguir sus deu
das, y la noble española, á cuyos ojos
la fortuna era la recomendacion prin
cipal, mostró particular afecto á la
sobrina prometiéndole el resto de su
herencia. Indiana prodigaba mil aten
94

ciones á su tia y prevenia sus deseos,


no por ambicion ni interés, sino por
gratitud; mientras que los obsequios
del coronel participaban tanto de lo
segundo como de los dos restantes.
En materia de sentimientos políticos
era un hombre de hierro; segun él no
podia existir razon alguna para ata
car la gloria de su gran emperador;
y la defendia con la ciega obstinacion
de un niño de sesenta años. Por esto
necesitaba muchísima paciencia para
no romper con la señora de Carvajal,
en cuya casa no se ponderaba mas que
la Restauracion. No es dable encare
cer lo que el pobre Delmare hubo de
sufrir en ella por parte de cinco ó seis
viejas fanáticas, y de aqui provenia
la mayor dosis del mal humor que con
harta frecuencia desplegaba contra su
COnSOrte.

Con esta esposicion volvamos al se


fior de Ramiere. A los tres dias esta
95
ba al corriente de todos los pormeno
res domésticos, tanto trabajó para in
quirir todo lo que pudiera conducirle
á aproximarse á la familia de Del
mare. Sabia que con la proteccion de
la señora de Carvajal era muy senci
llo ponerse en contacto con Indiana,
y para lograrlo se hizo presentar en
casa de aquella la noche del tercer dia.
En la sala no vió mas allá de cuatro
ó cinco figuras góticas jugando al re
vesino con la mayor gravedad, y dos
ó tres hijos de familia, tan nulos en
todos sentidos cono pueda serlo quien
tenga diez y seis cuarteles de nobleza.
Indiana estaba llenando con la mayor
paciencia un fondo de tapicería en el
bastidor de la señora de Carvajal. Veía
sela inclinada sobre la labor, absorvi
da al parecer en aquella ocupacion
mecánica, y contenta tal vez de po
derse libertar por este medio de la in
sulsa habladuría de los contertulios.
96

Yo no sé si oculta entre los largos y


negros cabellos que rozaban con las
flores del bordado, repasaba en su al
ma las agitaciones de aquel breve y
rápido instante que la inició en una
nueva vida, cuando la voz del criado,
que anunciaba á otras personas, la
advirtió que debia levantarse. Lo hizo
maquinalmente sin escuchar los nom
bres, mas apenas hubo separado los
ojos de la labor cuando una voz co
nocida la hirió á manera de chispa
eléctrica, y le fuépreciso apoyarse en
el bastidor para no dar consigo en
tierra.
VI.

. A buen seguro que no esperaba ha


llarse Ramon en aquella estancia si
lenciosa, ocupada por figuras estrañas,
en donde no era dable pronunciar una
palabra sin que se oyera en todos sus
ángulos. Las pensionadas viudas que
jugaban á cartas parecian estar alli de
industria para estorbar las pláticas de
la gente moza, y en sus rostros áuste
ros, el amante creyó leer la secreta
satisfaccion de la vejez, que se venga
trastornando los placeres de la juven
tud. Habia contado con una entrevis
ta mas fácil, con una conversacion
mas tierna todavia que la del baile,
y las cosas tenian un aspecto my di
*

98

verso. Aquella dificultad inesperada


dió mas viveza á sus deseos, mas fue
go á sus miradas, mas animacion y
vida á las indirectas interpelaciones
que dirijia á la señora de Delmare.
La infeliz era absolutamente novicia
en este género de ataques; por otra
parte no tenia defensa posible, por
que nada se exijia de ella, pero le
era forzoso escuchar el ofrecimiento
de un corazon ardiente, conocer hasta
que punto era amada, y dejarse ro
dear de todos los peligros de la seduc
cion sin hacer resistencia. Su emba
razo se aumentaba con el atrevimien
to de Ramon. La señora de Carvajal
que con fundado motivo presumia de
talento, y á quien ponderaron el del
señor de Ramiere, dejó el juego para
entablar con él una galante conversa
cion de amor, en la que hizo brillar
mucha pasion española y otra tanta
metafísica alemana.Aceptó el jóven el
99

desafio con premura, y bajo el pre


testo de contestar á la tia, dijo á la
sobrina todo lo que esta se hubiera
negado á oir. La sencilla Indiana fal
ta de proteccion, espuesta por todos
lados á un ataque tan vivo como dies
tro, no tuvo valor para mezclarse en
discursos, ya de suyo tan espinosos»
por mas que la tia con el anhelo de
hacerla lucir, citóla como en testimo
nio de algunas sutilezas de afecto teó
rico. La señora de Delmare contestó
con rubor que no entendia la materia
de que hablaban, y Ramon loco de
contento al ver sonrosear sus mejillas
é hinchársele el pecho,juró en su in
terior que él se la enseñaria.
Menos durmió Indiana aquella noche
que las precedentes; nunca habia amado,
como hemos dicho, y hacia ya mucho
tiempo que su corazon se hallaba dis
puesto para un sentimiento que hasta
entonces ningun hombre pudo inspirar
- 400 -

le. Educada por un padre estravagante


y violento, jamas conoció la felicidad
que comunica el afecto de otra perso
na, pues el señor de Garvajal, saturado
de pasiones políticas, carconido por
remordimientos ambiciosos, vino á ser
en las colonias el amo mas cruel, y
el vecino mas incómodo. Su hija que
hubo de sufrir atrozmente de su hu
mor ágrio y sombrío, y teniendo de
continuo á la vista el cuadro que ofre
cian los males de la esclavitud, y so
portando el tedio del aislamiento y
de la sujecion, adquirió una pacien
cia esterior á toda prueba, una tole
rancia y una bondad adorables para
con sus inferiores, al mismo tiempo
que una voluntad de hierro y una
fuerza de carácter incalculable contra
todo lo que tendia á oprimirla. Ca
sándose con Delmare no hizo mas que
cambiar de amo, y yendo á vivir á
Lagny, solo mudó de prision y de so
404

ledad. No le fué posible amar á su


esposo, quizás por la sola razon de
imponérsele el deber de amarle, ypor
que el empeño de negarse mentalmen
te á toda especie de coaccion moral
llegó á ser en ella una segunda natu
raleza, un principio de conducta, una
ley de conciencia. Lo único que se le
habia prescrito era obedecer ciega
mente. Desatendida de su padre, cria
da en el desierto en medio de escla
vos, á quienes no podia ofrecer otros
consuelos ni socorros que su compa
sion y su llanto, se acostumbró á de
cir: suframos ahora y callemos, guar
dando el amor para recompensar al
que sea mi libertador. Y este liber
tador, este Mesias no parecia: India
na le esperaba aun. Es verdad que no
se atrevia á revelarse á sí misma
todas sus ideas, y mucho menos cuan
do entre los frondosos setos de Lagny
conoció que el pensamiento debia te
9*
402
mer en aquel mundo mas trabas que em
tre las palmeras silvestres de la isla de
Borbon. Al sorprenderse entonces á sí
misma en el momento de esclamar por
costumbre.… Vendrá un dia. vendrá
un hombre.… sepultaba este temerario
voto en el fondo de su alma, y se de
cia: ¡Ah! será preciso morir.
Y verdaderamente se iba murien
do: un mal desconocido devoraba su
juventud, habia perdido las fuerzas y
el sueño, y en vano los médicos acha
caban su dolencia á una aparente de
sorganizacion. Pudiera decirse que no
existia: todas sus facultades se iban
menguando simultáneamente, y cam
sándose sus órganos poco á poco: su
corazon , ardia con fuego lento; sus
ojos, se amortiguaban, la sangre solo
circulaba á impulsos de las crísis y de
la fiebre: en breve tiempo era fuerza
que, pereciera la infeliz cautiva. Mas
por muchas que fuesen su resignacion
105
y su flaqueza, la necesidad era la mis
na: aquel corazon silencioso y lasce
rado, á su pesar invocaba otro cora
zon jóven y generoso para reanimarlo.
El sér. á quien mas amara hasta en
tonces era Nun, la alegre y animada
compañera de sus sinsabores; y el
hombre á quien mas muestras debiera
de predileccion era su flemático pri
mo sir Ralph. Mal podian servir de
alimento á la devoradora actividad de
su imaginacion, una muchacha igno
rante y tan abandonada como ella, y
un inglés sin otras pasiones que la
de cazar zorras.
La señora de Delmare era pues des
graciada, y la primera vez que en
aquella atmósfera de hielo sintió el
ardoroso soplo de un hombre jóven y
entusiasta, la primera vez que una
palabra tierna y cariñosa fascinó sus
oidos, y que una boca abrasada cual
un hierro encandescente marcó su ma
404

no, desaparecieron de su memoria los


deberes que le habian impuesto, la
prudencia que se le recomendara, el
porvenir que le estaba vaticinado,para
acordarse tan solo del odioso pasado,
de sus largos sufrimientos, de sus
amos despóticos. Tampoco pensó que
aquel hombre pudiese. ser frívolo, ni
falso; le vió cual lo deseaba, cual lo
habia soñado, y á no ser Ramon sin
cero ¡cuán fácil le fuera engañarla!
¿Mas pudiera no serlo con una mu
jer tan bella y tan amante? ¿Donde
se le habia mostrado otra con tanto
candor é inocencia? ¿Con cual pudo
jamas prometerse un porvenir tan ri
sueño y seguro? Esa mujer esclava
que solo esperaba una señal para rom
per la cadena, una palabra para se
guirle: ¿acaso no habia nacido para
amarle? Si, el cielo sin duda alguna
formó para Ramiere aquella triste
criatura de la isla de Borbon, á quien
M05

nadie habia amado, y que sin él era


indispensable que muriera.
En el corazon de la señora de Del
mare sucedió un sentimiento de ter
ror á la calenturienta felicidad que
acababa de apoderarse de ella. Ví
nole á la mente su marido tan recelo
so, tan suspicaz, tan vengativo,y te
mió, no por ella que estaba ya ave
zada á las amenazas, sino por el hom
bre que iba á emprender una guerra
á muerte con su tirano. Su conoci
miento de la sociedad era tan poco,
que la vida se le figuraba un romance
trájico: criatura pusilánime que ni
amar osaba temiendo arriesgar la exis
tencia de su amante, sin atinar en el
peligro de perderse. Este fué el se
creto de su resistencia, y el motivo
de su virtud, que le inspiró la reso
lucion de huir de Ramiere desde el
dia siguiente. La misma noche se da
ba un baile en casa de uno de los
M06

principales banqueros de Paris: la se


ñora de Carvajal que gustaba de las
diversiones como una vieja sin afec
tos, queria llevar á la sobrina, pero
Ramon debia hallarse en él, é India
na determinó no concurrir. Para evi
tar la importunidad de la tia, y no
sabiendo resistir mas que de hecho,
fingió aceptar la propuesta, dejó pre
parar su tocador, y esperó que la seño
ra de Carvajal estuviese ya ataviada:
entonces vestida de casa, sentóse en un
ángulo de la chimenea y esperó ápié
firme. Cuando la rancia española tiesa
y adornada como un retrato de Van
Dyck fué á buscarla, pretestó poca
salud, descaecimiento de fuerzas, y
fueron vanas las instancias de la tia
para hacerla variar de propósito.
Con toda el alma deseo acompaña
ros, dijo, pero bien veis que no pue
do tenerme en pie y que solo serviria
de estorbo: id, pues, sin mi, queri
M07.

da tia, yo tendré un placer en que os


divirtais.
¡Ir sin tí! dijo la señora mayor que
rabiaba por haberse vestido inútil
mente,y se estremecia con la idea de
una velada solitaria.¿Qué haré en una
fiesta, siendo una pobre vieja á quien
nadie busca sino para llegarse á tí?
¿Qué será de mí sin los hermoso,
ojos de mi sobrina que me dan algun
valor ?
-Vuestro talento suplirá por todos
observó Indiana. Y la marquesa, que
solo deseaba ser rogada, partió final
mente. Entonces la jóven cubriendo
su rostro con ambas manos se echó á
llorar, porque habia hecho un grande
sacrificio, y creia arruinado el risue
ño templo de felicidad que levantó en
la víspera.
No le habia de suceder otro tanto á
Ramon. Lo primero que vió en el
baile fué la orgullosa garzota de la
4108

vieja marquesa: en vano buscaron sus


ojos el vestido blanco y los cabellos
negros de Indiana; pero salió de zozo
bras acercándose á la señora de Car
vajal que á media voz decia á una
amiga:
- Mi sobrina está mala, ó mas bien,
añadió para cohonestar su presencia en
el baile, esun capricho de una jóven.
Se ha querido quedar sola y con un
libro en la mano, como una elegante
sentimental.
-¿Seria posible que huyese de mí?
pensó Ramon, y se fué del baile al
momento. Llegado á casa de la mar
quesa , pasa sin decir una palabra al
conserge, y al primer criado que en
cuentra medio dormido en una antesa
la pregunta por la esposa de Delmare.
Está enferma.
- Lo sé. Vengo de parte de la seño
ra de Carvajal á saber como está.
-Voy pues á avisarla.
M09
-No es menester, ya sé que me re
cibirá. Y sin hacerse anunciarpenetró
hácia dentro. Todos los demas criados
se habian recojido, y reinaba en las
desiertas piezas un absoluto silencio.
Solo un quinqué cubierto con una
pantalla de tafetan verde derramaba
una luz débil en la sala. Indiana de
espaldas á la puerta, casi escondida
en la poltrona, miraba tristemente ar
der los tizones, cual la noche en que
Ramon se introdujo en Lagny saltan
do las paredes: hoy sin embargo es
taba mas melancólica, porque á sus
vagos sufrimientos, á sus inciertos
deseos sucediera una alegria fujitiva,
un rayo de felicidad desvanecida.
Ramiere, calzado para el baile, se
acercó sin que sonaran sus pisadas en
la sorda y blanda alfombra. Observó
su llanto, y al volver Indiana la ca
beza lo halló á sus pies, y apoderán
dose á la fuerza de sus manos que ella
T. I. IO
1410

queria retirar en vano. En aquel mo


mento, es preciso convenir que vió
con la mas inefable alegria frustrarse
su plan de resistencia: conoció que
amaba apasionadamente á aquel hom
bre á quien no contenian los obstá
culos y que á su pesar iba á traerle
la ventura, y en vez de reñir hubo
de dar las gracias á Ramiere. Ya no
dudaba este de que era amado, y ni
aun le era necesario ver la alegria
que brillaba al través de las lágrimas
para comprender que era el dueño, y
que podia osar... Sin conceder un
momento para ser interrogado, to
mando para sí el papel que debia re
presentar Indiana, y sin esplicarle su
inesperada venida, ni empeñarse en
aparecer menos culpable de lo que era:
-Vos llorais, le dijo. ¿Por qué llo
rais, Indiana? Decidme porque llorais
¿por qué?yo quiero saberlo.
Aunque se estremeciera la jóven al
MM 4

oirse llamar por su nombre, no care


ció de dicha la sorpresa causada por
esta audacia.
-¿Por qué lo preguntais? le dijo:
yo no debo decíroslo.
- Pues bien: yo lo sé. Sé toda vues
tra historia, toda vuestra vida. Nada
de cuanto os concierne es estraño pa
ra mi, porque nada de cuanto os con
cierne me es indiferente. He querido
averiguarlo todo, y nada he sabido
que no me lo hubiera ya revelado un
instante que pasé en vuestra casa
cuando me llevaron á ella ensangrenta
do y maltrecho, cuando vuestro espo
so se irritó viéndoos tan buena y her
mOsa SOstenerme en vuestrOS Suaves

brazos, y derramar sobre mi el bálsa


mo de vuestro aliento. Ah! tenia ce
los; si, era natural, en su lugar yo
los tendria, Indiana, ó mejor, yo en su
lugar me daria la muerte; porque ser
vuestro marido, poseeros, y no ser
442
digno de vos ni dueño de vuestro co
razon, es ser el mas miserable y el
mas vil de los hombres.
- Callad, por Dios, gritó la jóven
cerrándole la boca con las manos, ca
llad, porque vos me haceis culpable.
¿Por qué me hablais de él? ¿Por qué
quereis enseñarme á maldecirle? ¡Si
él os oyera!... peroyo no he hablado
mal de él, no soy yo quien os autoriza
para este crimen, yo... no le aborrez
co, le estimo, le amo.
- Decíd mas bien que le temeis, por
que el déspota ha despedazádo vuestra
alma, y el miedo se colocó en la ca
becera de vuestra cama desde el mo
mento en que la dividísteis con vues
tro esposo. ¡Vos Indiana, vos profa
namente entregada á ese hombre zá
fio, cuya mano de hierro ha encorvado
vuestra cabeza y marchitado vues
tra vida. ¡Criatura infeliz! tan jóven
y tan bella y haber ya sufrido tanto!
MM3

No, á mi no me engañareis, Indiana,


yo os miro con otros ojos que la mul
titud, yo conozco los secretos de vues
tro destino,y en vano pensaríais ocul
tármelos. En horabuena que cuantos
os miran porque sois bella, al obser
var vuestra palidez y melancolia, di
gan. Está enferma.…. mas yo, que os
sigo con mi corazon, yo cuya alma
entera os rodea de amor y de cuidado,
yo conozco vuestros males. Si el cielo
lo hubiese querido, si os hubiera en
tregado á mi, á mi que deberia ar
rancarme la vida por haber llegado
demasiado tarde, no seríais desgracia
da. No, Indiana, os lo juro por mi
vida, yo os habria amado tanto que
vos me amaríais tambien y bendijé
rais vuestro yugo. Yo os habria lle
vado en mis brazos para que el suelo
no dañase vuestros pies, yo los hu
biera calentado con mi aliento, os
habria recostado sobre mi pecho para
Io"
MM).

preservaros de los pesares, hubiera


dado mi sangre para reparar la vues
tra, y si hubiéseis perdido el sueño;
¡con qué delicia pasára yo la noche
hablando palabras cariñosas, dirijién
doos una sonrisa para daros valor, al
tiempo mismo de derramar lágrimas
por vuestros quebrantos! Y si el sue
ño hubiera venido á posarse sobre
vuestros párpados de seda, los habria
tocado con mis lábios para ayudarlos
á cerrarse, quedándome á velar de ro
dillas al lado de la cama: hubiera obli
gado al aire á acariciaros blandamen
te, á los dulces sueños á derramar
sobre vos sus flores: besando en si
lencio las trenzas de vuestro cabello,
habria contado con amoroso deliquio
las palpitaciones de vuestro corazon,
y al dispertaros me hubiérais encon
trado alli, á vuestros pies, guardán
doos como un dueño celoso, sirvién
doos cual un esclavo, espiando vues
MMB

tra primera sonrisa, apoderándome


de vuestro pensamiento primero, de la
primera mirada, del primer beso.
-Basta, basta, dijo Indiana fuera
de sí y palpitante; basta por Dios,
vos me haceis sufrir.
Y no obstante , si la felicidad ma
tase, Indiana habria muerto de felici
dad en aquel instante.
-¿Por qué me hablais asi, le dijo,
cuando no puedo ser feliz? no me ha
gais ver el cielo en la tierra, ya que
la fatalidad me destina á morir.
-¡A morir! esclamó Ramon con
nuevo entusiasmo: ¡tú morir!, tú,
Indiana ! morir antes de haber vivido,
antes de haber amado! No, tú no mo
rirás, yo no te dejaré morir porque
mi vida está unida á la tuya,tú eres
lá mujer que yo habia soñado, la pu
reza que yo adoraba, la fantasma que
siempre se me habia escapado, la bri
llante estrella que resplandecia delan
M46

te de mi para decirme: camina aum


en esta senda de miseria, y el cielo
te enviará uno de sus ángeles para
que te acompañe.— Desde la eterni
dad te destinaron para mi, tu alma
estaba desposada con la mia. Los hom
bres y sus bárbaras leyes dispusieron
de tu mano, me han arrancado la
compañera que Dios me habia elegi
do; pero ¿qué nos importan los hom
bres y las leyes si yo te amo, si tú
puedes todavia amarme en medio de
la maldicion y de la desgracia que so
bre mi cayó por haberte perdido?Tú
me perteneces, Indiana, tú eres aque
lla mitad de mi alma que hace tanto
tiempo procuraba alcanzar á la otra.
Cuando tu soñabas un amigo en la
isla de Borbon, yo era aquel amigo
en quien soñabas; cuando al nombre
de esposo sintiótu alma un dulce es
tremecimiento de temor y de espe
ranza, fuéporque yo debia ser tu es
447

poso. ¿No me reconoces? ¿No te pa


rece que hace veinte años que nos
vimos? ¿No te he reconocido yo,
ángel mio, cuando restañabas mi san
gre con tu vestido, cuando ponias tu
mano sobre mi corazon heladopara lle
varle otra vez el calor y la vida?Ah!
¡con qué dulzura me acuerdo de aquel
instante! Cuando abrí los ojos me
dije á mí mismo... Hela aqui, asi se
me presentaba en todos mis sueños,
blanca, melancólica, bienhechora. Ese
es mi bien, es mia, ella es la que de
be alimentarme con felicidades desco
nocidas. La vida física que acababa de
recobrar era ya obra tuya. Oh! no,no
son circunstancias casuales las que nos
han reunido, no una contingencia ni
un capricho; la fatalidad, y la muerte
me abrieron las puertas de esta vida
nueva. Tu marido mismo, tu tirano,
obedeciendo á su destino me llevó en
sangrentado á su casa, y arrojándome
M18

á tus pies, te dijo: Aqui le tienes.—


Ahora ya nada puede separarnos.
– El lo puede, interrumpió viva-
mente Indiana que abandonándose á
los transportes de su amante le escu
chaba embelesada. ¡Ay de mí! Vos no
le conoceis: es un hombre que no
perdona, un hombre á quien no se le
engaña. ¡Ramon! él os matará.
Y llorando se ocultó en su seno.
—Venga, pues, esclamó Ramon,
venga á arrebatarme este instante de
felicidad, yo le desafio. No te muevas
Indiana, aqui, aqui, cerca de mi co
razon, aqui está tu refugio, tu abri
go. Ámame y seré invulnerable. No
está en manos de ese hombre el ma
tarme, bien lo sabes, ya otra vez me
vi espuesto á sus golpes y desarmado;
pero tú, ángel mio, tú te cernias so
bre mi, y tus alas me cobijaron. Nada
temas, nosotros sabremos eludir su
cólera, y desde ahora ni tampoco te
\
M419

mo por ti porque yo estaré á tu lado.


Cuando esetirano querrá oprimirte, yo
te defenderé arrancándote si es preciso
á su poder cruel. ¿Quieres que le ma
te? Dime que me amas, y si le con
denas á muerte yo seré su matador.
-¡Ah! Callad, me haceis estreme
cer. Si deseais matar á alguno, ma
tadme á mi: yo he vivido un dia en
tero, y ya nada mas anhelo.
-Muere pues, pero que sea de fe
licidad, esclamó Ramon llegando sus
labios al rostro de Indiana.
Mas esto era una tempestad dema
siádo violenta para una planta tan dé
bil. Cubrióse de palidez, y llevando
la mano al corazon perdió el conoci
miento. Creyó el jóven al principio
que sus caricias atraerian otra vez la
sangre á sus heladas venas; pero inú
tilmente estrechaba sus manos, en va
no la llamó con los mas dulces nom

bres. No era un desmayo voluntario


M20
cual los vemos con frecuencia. La se
ñora de Delmare seriamente enferma
desde mucho tiempo estaba sujeta á
espasmos nerviosos que le duraban
horas enteras. El jóven desesperado
se vió en la precision de pedir socor
ro. Toca una campanilla, parece una
camarera, pero la palmatoria que te
nia en la mano se le cae al suelo, y
da un grito de sorpresa reconociendo
á Ramiere. Este recobrando al punto
su presencia de espíritu, le dice al
oido.
Silencio, Nun, yo sabia que tu es
tabas aqui, por ti he venido, bien
lejos de temer que encontraria á tu
ama á quien creia en el baile. Me ha
sido precisofinjir, sé prudente, yo me
retiro.
Y diciendo esto se marchó, dejando
á cada una de las dos mujeres deposi
taria de un secreto que debia llevar la
desesperacion al alma de la otra.
-
VII,

Al levantarse Ramon al dia siguien


te recibió de Nun una carta que lejos
de arrojar desdeñosamente al fuego
como la primera, abrió con afan por
que podia hablar de la señora de Del
mare. Y hablaba de ella en efecto.
¡Mas en que embarazo ponia á Ra
miere esta complicacion de intrigas!
El secreto de la jóven no era dable
mantenerlo mas tiempo oculto, los
sinsabores y el miedo habian adelga
zado sus facciones, é Indiana conocia
su estado enfermizo sin penetrar la
causa. Nun temia la severidad del co
ronel, pero mas aun la dulzura de su
ama, pues sino dudaba obtener su
II
M122

perdon, se moria de dolor y de ver


güenza viéndose forzada á confesar su
falta. ¿Qué iba á ser de ella si Ra
mon no la sustraia á las humillaciones
que se le preparaban? Era preciso al
fin que se ocupase de ella, ó iba á
arrojarse á los pies de su señora y á
declarárselo todo.
Este temor obró poderosamente en
Ramiere, y su primer cuidado fué
alejar á Nun de Indiana.
Guardaos bien de hablar sin mi
consentimiento, le respondió; procu
rad esta noche ir á Lagny, y nos ve
rémos.
Por el camino reflexionó la con
ducta que observaria. El juicio de
Nun era bastante recto para no contar
con una reparacion imposible; jamas
habia proferido la palabra matrimo
nio, y porque ella era discreta y ge
nerosa se reputaba él menos culpado.
Decíase á sí mismo que él no la ha
423

bia engañado, y que Nun mas de una


vez debió prever su suerte. Lo que
sobre todo embarazaba á Ramon no
era ofrecer la mitad de su fortuna
á aquella infeliz muchacha, pues se
sentia dispuesto á enriquecerla, y á
conducirse con todo el miramiento
que su delicadeza le sujeria , sino el
verse obligado á decirla su desamor,
porque á la verdad no sabia engañar.
Si su conducta parecia en tal momen
to doble y pérfida, su corazon era sin
cero cual siempre: amó á Nun con
los sentidos, y amaba á la señora de
Delmare con toda el alma. Hasta en
tonces fué veraz con la una y con la
otra, no queria mentir en adelante, y
érale tan árduo engañar á la pobre
Nun como llevar la desesperacion á
su alma. Y sin embargo debia sin re
medio escojer entre la vileza y la bar
barie; y el desgraciado Ramon llegó
á la puerta del parque de Lagny sin
M24
haber resuelto cosa alguna. Nun, que
no aguardaba quizás una contestacion
tan pronta, recobró un poco de espe
ranza. Me ama, decia, y no quiere
abandonarme. Me ha olvidado unos
dias,y esto es muy natural, metido
alli en Paris, en medio de las diver
siones, querido de todas las mujeres,
porque es preciso que todas le quie
ran,se ha dejado arrastrar algunos ins
tantes lejos de la pobre indiana. ¡Ah!
¿y quién soy yo para que me sacrifi
que tantas grandes señoras mas her
mosas y mas ricas? ¿quién sabe? dis
curria cándidamente: quizás la reina
de Francia está enamorada de él.
A fuerza de pensar en la seduccion
que el lujo debiera ejercer sobre el
alma de su querido, imaginó un nuevo
recurso para agradarle mas. Engalanó
se con los adornos de su ama, encen
dió un gran fuego en el cuarto que la
señora de Delmare ocupaba en Lagny,
125

compuso la chimenea con las mas be


llas flores que pudo hallar en el in
vernáculo, preparó una merienda de
frutas y buenos vinos, y juntó en
aquel retrete todas las esquisidades en
que jamas habia pensado. Puesta al
frente de un grande espejo, se hizo
justicia hallándose mas hermosa que
las flores con que procurára embelle
cerse. Muchas veces me ha repetido,
se decia, que no tengo necesidad de
adornos para ser bella, y que ninguna
mujer de la corte en medio del brillo
de sus diamantes vale tanto como una
sonrisa mia , y sin embargo ahora le
ocupan esas mismas mujeres que des
preciaba. Estaré alegre, tendréun as
pecto vivo y risueño,y tal vez reco
bre esta noche todo el amor que supe
inspirarle.
Dejado el caballo en la barraca de
un carbonero penetró Ramon en el
parque , cuya llave conservaba, sin
I 14
126

riesgo de pasar esta vez por ladron,


porque casi todos los criados habian
seguido á los señores, el jardinero era
su confidente , y él conocia todas las
entradas de Lagny ni mas ni menos
que las de su casa.
La noche era fria, una densa nie
bla ocultaba los árboles del parque,
y no era fácil distinguir los negros
troncos entre la brumazon que los re
vestia cual de una ropa diáfana. An
duvo algun tiempo errante por las tor
tuosas avenidas antes de encontrar la
puerta del Kiosko donde le aguarda
ba Nun, que le salió á recibir cu
bierta con un ropon forrado de pie
les y con la capucha calada. No po
demos quedarnos aqui, le dijo, ha—
ce mucho frio, seguidme en silencio.
Ramon sentia una estrema repugnan
cia en introducirse en la casa de la
señora de Delmare con el carácter
de amante de su camarera; pero fué
127

preciso ceder, porque esta caminaba


aceleradamente precediéndole , y la
entrevista era por otra parte nece
saria. Le hizo atravesar el patio ,
amansó á los perros, abrió las puer
tas sin hacer ruido, y cojiéndole por
la mano le condujo en silencio por
los oscuros corredores. Vinieron á pa
rar al fin á una estancia circular y
elegante pero sencilla, donde los flo
ridos naranjos derramaban un suave
perfume, y las diáfanas bugías ardian
sobre los candelabros.
Nun habia deshojado por el pavi
mento algunas rosas de Bengala, des
pues que estaba sembrado de viole
tas, un dulce calor se insinuaba por
los poros, y sobre la mesa resplande
cia el cristal entre las frutas, cuyos
costados de púrpura contrastaban con
el verde musgo de las cestas. Deslum
brado por la repentina transicion de
la oscuridad á una luz viva, pasmóse
M28

Ramon de pronto, mas á breve rato


conoció en que lugar se hallaba. El
esquisito gusto y la casta sencillez del
mueblage, los libros de amores y de
viajes esparcidos sobre las mesas de
caoba, el bastidor en que se veia un
bordado hermoso y reciente, obra de
la paciencia y de la melancolía, el
harpa cuyas cuerdas parecian vibrar
aun los acentos de la tristeza y de la
esperanza, los cuadros que represen
taban los pastoriles amores de Pablo
y Virginia, las cumbres de la isla de
Borbon, y las azules costas de Saint
Paul, y en particular aquella estre
chacama medio oculta tras las corti
nas de muselina, aquella cama blan
da y púdica como la de una vírgen,
cuya cabecera estaba adornada cual de
ramo bendito, con una palma arre
batada tal vez en el dia de la partida
á algun árbol de la patria, todo reve
laba á la señora de Delmare, y Ra
M29

mon se sintió sobrecojido de un raro


estremecimiento pensando que aque
lla mujer envuelta en el ropon, que
le acompañó hasta alli podia ser la
misma Indiana. Esta estravagante idea
vino casi á confirmarse cuando vió
aparecer en el espejo de enfrente una
forma blanca y ataviada cual si fuera
la fantasma de una mujer en el mo
mento en que entrando en una sala
de baile, arroja la capa para mostrar
se radiante y medio desnuda al cho
que de las luces; mas su error duró
un solo momento : Indiana hubiera
estado mas arropada; su modesto se
no hubiérase solo traslucido por en
tre la triple gasa de su talle; era po
sible que adornara sus cabellos con
camelias naturales, mas nunca estos
habrian retozado en su cabeza en aquel
estimulante desórden ; podia oprimir
sus pies un gracioso zapato de seda,
mas el casto vestido no venderia de
M30

aquel modo los misterios de su lin


da pierna.
Nun mas alta y robusta que su se
ñora estaba disfrazada, no vestida con
sus galas; su gracia carecia de noble
za, era hermosa como una mujer,
mas no como una hada, y convidaba
al placer sin prometer el deleite.
Ramon despues de haberla exami
nado en el espejo, sin volver la ca
beza dirijió sus miradas á cuanto po
dia trasmitirle un reflejo mas puro de
Indiana: á los instrumentos de músi
ca, á las pinturas, al virginal y redu
cido lecho. Se embriagó con el vago
aroma que su presencia dejára en
aquel santuario, y sintió como un tem
blor de deseo pensando en el dia en
que la misma Indiana le abriria las
delicias de aquella mansion; y Nun,
en pie, con los brazos cruzados de
tras de él, le contemplaba con éxta
sis imaginando que estaba absorto ó
M31
arrebatado á la vista de cuanto ella
preparó para agradarle.
Al fin rompiendo el jóven el si
lencio:
-Os doy gracias, le dijo, de to
do lo que habeis dispuesto para mí,
y muy particularmente de haberme
hecho entrar aqui, pero ya he goza
do bastante de esta agradable sorpre
sa. Salgamos, este cuarto no es el
lugar que nos corresponde, y es un
deber en mí respetar á la señora de
Delmare aunque esté ausente.
—Esto es muy cruel, dijo Nun que
no le entendió pero que veia su aire
de frialdad y descontento, es muy
cruel haber. esperado gustaros, y ver
que me rechazais.
— No, mi querida Nun, yo no os
rechazaré nunca, he venido para ha
blar formalmente con vos y daros una
prueba del afecto que os profeso. No
soy insensible á vuestro anhelo por
432
agradarme, pero os amaba mas ador
nada con vuestra juventud y gracias
naturales, que con esas galas agenas.
Nun sin comprenderle mas que á
medias echóse á llorar esclamando:
– Soy una desgraciada, me abor
rezco pues que ya no os gusto, yo
debia haber previsto que no me ama
ríais mucho tiempo, siendo como soy
en realidad una pobre muchacha sin
educacion. Sin embargo, nada os echo
en cara, bien sabia que nunca seríais
mi esposo, pero amándome vos os lo
hubiera sacrificado todo sin remordi
miento, y sufrídolo todo sin quejar—
me. ¡Ay de mí! Estoy perdida, des
honrada, y quizás me arrojarán de es
ta casa... Voy á dar la existencia á un
ser que será todavía mas infeliz que
yo, y nadie me compadecerá..."Todos
se creerán con derecho de humillar
me, y sin embargo yo me conforma
ria con todo si me amaseis todavía.
M33

Habló por este estilo largo rato.


Quizás no usó las mismas palabras,
pero dijo lo mismo, y lo dijo cien
veces mejor de lo que yo podria refe
rirlo. ¿En donde se buscará el secreto
de aquella elocuencia que se revela de
repente á un espíritu ignorante y vír
gen en la crisis de una pasion verda
dera y de un dolor profundo? Enton
ces y solo entonces tienen las palabras
otro valor que en las demas escenas
de la vida. Entonces las mas triviales
vienen á ser sublimes por el senti
miento que las dicta, y el acento de
que van acompañadas : la mujer de
la mas baja esfera entregándose en
tales momentos á todo el delirio de
los afectos, se hace mas patética y
convincente que aquella que debe al
arte la moderacion y la reserva.
Ramon sintió lisonjeado su amor
propio de inspirar una adhesion tan
generosa; y la gratitud, la compasion,
- I2
413

y aun quizás algun poco de vanidad


le volvieron un momento de amor. La
jóven estaba anegada en llanto, habia
arrancado las flores de su cabeza, y
sus largos cabellos colgaban en desór
den por sus anchas y hermosas espal
das. Si no embellecieran á la señora
de Delmare su esclavitud y sus pesa
res, su camarera le habria sobrepuja
do entonces en hermosura, porque la
pasion y el dolor estaban pintados en
su rostro. Ramiere conmovido la cojió
del brazo, hízola sentar á su lado en
el sofá, acercó el velador lleno de bo
tellas para derramar algunas gotas de
agua de azahar en una copa de plata,
y la infeliz,templada con esta mues
tra de interés mas que con la bebida
calmante, enjugó el llanto, y postrán
dose á los pies de Ramon:
-Amame todavía, le dijo estrechan
do con ternura sus rodillas, dime que
todavía me amas y estaré buena, esta
35
ré salvada, abrázame cual me abra
zaste en otro tiempo, y no me arre
pentiré de haberme perdido para ofre
certe algunos dias de placer. Y le cir
cuia con sus frescos y lozanos brazos,
y le cobijaba con los largos cabellos:
sus grandes ojos negros le miraban con
una languidez ardiente , comunicán
dole aquel calor de la sangre, aquel
deleite puramente oriental que sabe
triunfar de todos los esfuerzos de la
voluntad , de todas las sutilezas de la
imaginacion. Ramon lo olvidó todo,
sus resoluciones, su nuevo amor, el
lugar en que estaba, volvió á Nun,
mojó sus labios en la misma copa, y
los vinos espiritosos que tenian delan
te acabaron de estraviar la razon de
entrambos.
Poco á poco el vacilante y vago re
cuerdo de Indiana vino á mezclarse en
la embriaguez de Ramiere : los dos
grandes espejos que se trasmitian uno
436
á otro la imágen de Nun hasta el infi
nito parecian poblarse de mil fantas
mas. En la profundidad de aquella do
ble reverberacion espiaba una forma
mas sútil, y en la última sombra va
porosa y confusa que Nun reflejaba en
ella, parecíale asir el fino y flexible
talle de la señora de Delmare.
Nun afectada tambien por las bebi
das escitantes, cuyo uso ignoraba, no
entendia los estravagantes discursos de
su querido. A no estar tan ciega como
él, habria conocido que pensaba en
otra mujer: hubiérale visto besar la
pañoleta y las cintas que habia lleva
do Indiana, respirar las esencias que
se la recordaban , estregar en sus ar
dientes manos el chal que cubrió su
seno ; mas Nun creia que todos esos
transportes eran por ella cuando en ella
no veia el amante mas que el vestido
de Indiana. Si besaba sus negros ca
bellos, no besaba mas que los negros
137

cabellos de Indiana, y solo á Indiana


veia en la nube del ponche á que la
mano de Nun acababa de ponerfuego.
A ella llamaba y solo vió á ella mien
tras estuvo en aquel cuarto con la
criolla.
Al dispertarse Ramon penetraba ya
la luz del dia por la abertura de los
postigos; quedóse sumergido en una
vaga sorpresa, inmóvil, contemplan
do como una vision del sueño el lugar
en que se encontraba. En el cuarto de
la señora de Delmare renació el órden,
porque Nun, soberana en el dia ante
rior, habia vuelto á su destino de ca
marera. Se llevó las flores, hizo desa
parecer los restos de la merienda, co
locó los muebles en su lugar, nada re
velaba el festin amoroso de la pasada
noche, y el aposento de Indiana ha
bia recobrado su aire de candor y de
inocencia. Lleno Ramon de vergüen
za se levantó y quiso salir, pero esta
12"
138

ba encerrado, y la ventana se elevaba


cincuenta pies sobre el nivel del jar
din; fué pues indispensable permane
cer clavado en aquella estancia llena
de remordimientos, como Ixion en la
rueda. Arrodillóse, y retorciéndose las
II.3IOS

¡Oh Indiana ! esclamó ¡hasta que


punto te he ultrajado ! ¿Podrias tú
perdonarme semejante infamia ? Aun
cuando tu lo hicieras nunca yo me
perdonaria á mí mismo. Resístete á
mi seduccion, dulce y confiada criatu
ra, tú no sabes á que hombre brutal
é infame quieres entregar tu inocencia.
Arrójame de tí, humíllame, ya que
mo he sabido respetar el asilo de tu
sagrado pudor, ya que me embriagué
con tus vinos, comoun lacayo, al lado
de tu criada,ya que he empañado tus
vestidos con mi maldito aliento y tu
púdico cinturon con misinfames besos,
ya que no he temido emponzoñar el
M39

reposo de tus noches solitarias y der


ramar aqui el influjo de la seduccion.
¿Qué seguridad podrás encontrar en
adelante detrás de estas cortinas, cu
yos misterios ha profanado mi osadia?
¡Qué de sueños impuros, qué de pen
samientos ingratos y devoradores no
vendrán á martillar tu cerebro!¡Cuan
tas fantasmas de vicio y de insolencia
no se arrastrarán por el virginal lien
zo de tu cama! Y tu sueño puro co
mo el de un niño ¿qué casta divini
dad querrá protejerlo en adelante ?
¿No he puesto yo en fuga al ángel
que guardaba tu cabecera ? ¿No he
franqueado la entrada de tu alcoba al
demonio de la lujuria?¿No le he ven
dido tu alma? ¿Y el ardor insensato
que consume los ijares de esa lasciva
criolla, no vendrá , como el vestido
de Deyanira, á clavarse en tus ijares
para roerlos? ¡Desgraciado ! ¡Cuán
desgraciado soy y cuan culpable! ¿Por
M),0

qué no puedo lavar con mi sangre la


vergonzosa mancha que he dejado en
este sitio?
Y sus lágrimas corrian abundosas.
Entonces entró Nun con su traje de
camarera, y viendo á Ramon arrodi
llado creyó que estaba orando. No sa
bia que las gentes del gran mundo no
oran. Silenciosa y en pie esperó que se
dignase reparar en ella. Al verla el jó
ven se sintió confuso é irritado, sin
valorpara reñirla, sin fuerza para di
rijirle una palabra de cariño.
-¿Por qué me habeis encerrado? le
dijo al fin. ¿No veis que el sol está
ya muy alto y que no puedo irme sin
comprometeros abiertamente?
- He aqui la razon porque no sal
dreis, le dijo Nun con aire risueño.
La casa está desierta, nadie puede
descubriros porque el jardinero nunca
viene hácia este lado de la casa cuyas
llaves yo guardo. Estareis aqui to
M). M

do el dia en calidad de prisionero


mio.
Este arreglo desesperó á Ramiere,
á quien su dama inspiraba entonces
mas bien aversion que otra cosa. Sin
embargo fué preciso resignarse, y á
pesar de lo que sufria, tal vez un in
vencible atractivo lo retuvo en aque
lla estancia. Cuando Nun le dejó para
ir á buscarle el almuerzo, se puso á
considerar los mudos testigos de la so
ledad de Indiana. Abrió sus libros,
ojeó los cuadernos de música, mas
los cerró precipitadamente temiendo
cometer una profanacion y violar los
misterios de Indiana. Comenzó á pa
sear observando muy luego en el ador
nado cuarteron de la pared que hacia
frente á la cama de la señora de Del
mare un gran cuadro ricamente guar
necido y cubierto con una gasa doble.
Podia ser el retrato de Indiana. An
sioso por contemplarlo, olvidó sus es
\
M2

crúpulos, se puso sobre una silla, y


soltando los alfileres, descubrió lleno
de sorpresa el retrato de un hermoso
jóven en pie.
VIII,

-Me parece reconocer estas faccio


nes, dijo á Nun esforzándose en apa
rentar un aire de indiferencia.
-¡Vaya caballero! dijo la jóven
colocando sobre la mesa el almuerzo
que traia ¡vaya que no es cosa muy
bien hecha querer penetrar los secre
tos de la señora !
Esta reflexion hizo asomar los colo
res al rostro de Ramiere. -

-¡Secretos! esclamó. Si esto es un


secreto tú estás en la confidencia, y
eres doblemente culpable por haber
me traido aqui.
–¡Oh! no, no es un secreto, re
puso Nun sonriéndose, pues el mismo
M)).

señor de Delmare ayudó á colgar el


retrato de sir Ralph en la pared, y
por otra parte la señora no podria te
ner secretos con un marido tan celoso.
-¿Sir Ralph, dices?¿Y quién es
sir Ralph?
—Sir Rodolfo Brown, el primo de
la señora, el amigo de su infancia, y
aun podria decir el mio: ¡ es tan
bueno!
– Ramon examinaba el cuadro con
sorpresa é inquietud.
Ya hemos dicho que sir Ralph en
cuanto á la fisonomia era un hermoso
jóven, blanco y encarnado, de buena
estatura y cabeza muy poblada, siem
pre perfectamente vestido, y sino ca
paz de trastornar una cabeza román
tica, á propósito al menos para satis
facer áuna cabeza positiva. El pacífi
co Baronet estaba representado en tra
ge de caza, á poca diferencia cual lo
vimos en el primer capítulo de esta
4).5

historia, y rodeado de sus perros, á


cuyo frente se veia á la hermosa Ofe
lia, como haciendo alarde del bello
color gris plateado de su pelo, y de
la pureza de su raza escocesa. Ralph
tenia en una mano el cuerno de ca
za, y en la otra las riendas de
un magnífico caballo inglés tordillo
rucio, que llenaba casi todo el fondo
del cuadro. Era una pintura perfecta
mente ejecutada, un verdadero cuadro
de familia con toda la exactitud de
los pormenores, con todas las pueri
lidades de semejanza, con todas las
minuciosidades vulgares: un retrato
capaz de hacer llorar á una nodriza,
ladrar á los perros, y descoyuntar de
risa á un labriego. Solo habia en el
mundo una cosa mas apática que el
retrato, y era el original.
Sin embargo dispertó en Ramiere
una violenta sensacion de cólera. ¡Con
qué este inglés jóven y robusto, dijo
T. I. 15
46

para consigo, tiene el privilegio de


ser admitido en el mas oculto retrete
de la señora de Delmare! ¡Su insípi
da imágen está siempre aqui, presen
ciando friamente los actos mas ínti
mos de su vida! El la vigila, la guar
da , sigue todos sus movimientos, la
posee á todas horas, la ve dormir por
la noche y sorprende el secreto de sus
sueños: por la mañana cuando se le
vanta vestida de blancoy tiritando de
frio , contempla su delicado pie que
se coloca desnudo sobre la alfombra:
cuando se viste con precaucion, cuan
do corre las cortinas de la ventana,
y priva á la misma luz que penetre
indiscretamente hasta ella: cuando se
cree sola, bien escondida, esa insolente
figura está aqui cebándose en sus en
cantos! ¡Este hombre con las espuelas
calzadas es testigo de su tocador!
-¿ Esta gasa, preguntó á la camare
ra, cubre siempre el retrato?
M);7

-Siempre que la señora está au


sente; mas no os incomodeis volvién
dola á prender, porque dentro de po
cos dias vendrá mi ama.
— En este caso no estaria de mas de
cirle que el tal retrato tiene cierto
aire de impertinencia é indiscrecion
que fastidia. Yo en el lugar del señor
de Delmare no lo hubiera colocado
aqui sin arrancarle antes los ojos. He
aqui lo que son los celos de un mari
do! todo lo temen, y no comprenden
nada.
-¿Qué teneis contra la figura de
ese pobre sir Ralph ? preguntó Nun.
Es el mejor amo del mundo; y si es
verdad que yo no le queria mucho
porque oí decir á la señora que era
un egoísta, desde la noche en que os
cuidó tanto...
— En efecto, interrumpió Ramon,
él me socorrió, le reconozco perfecta
mente; pero su interés lo debí á las
4).8

instancias de la señora de Delmare.


-Ah! esclamó la pobre Nun, esto
consiste en que mi ama es tan buena
que á su lado todos se vuelven bue
nos tambien.
Al hablar Nun de Indiana, Ramon
la oia con un interés en que ella nada
sospechaba.
El dia se pasó con bastante tran
quilidad sin que la jóven se atrevie
ra á dirijir la conversacion á su ver
dadero término; mas al fin hácia la
tarde hizo un esfuerzo que obligó á
Ramon á declararle sus intentos, re
ducidos á desembarazarse de un testi
go peligroso, y de una mujer á quien
ya no amaba, pero queria asegurar su
suerte, y aunque temblando le hizo
los mas generosos ofrecimientos.
Esta afrenta fué muy amarga para
la pobre muchacha, mesóse los cabe
llos, y sin duda iba á romperse la ca
beza á no contenerla Ramon á viva
M)9

fuerza. Entonces poniendo en juego


todos los recursos del lenguaje y del
talento que la naturaleza le diera, la
hizo entender que no le ofrecia socor
ros á ella sino al hijo de que iba á ser
madre. A título de herencia para él
os trasmito esos dones, le dijo, y se
ríais muy culpable si una delicadeza
mal entendida os los hiciera despre
ciar.
Calmóse Nun, y enjugó sus lágri
mas. Pues bien, contestó, los acepta
ré si me prometeis amarme todavia,
pues cumpliendo con él no por esto
cumplis conmigo. A él le harán vivir
vuestras larguezas, pero á mi vuestra
indiferencia me matará. ¿No podeis
tenerme á vuestro lado para que os
sirva? Yo no soy exijente, no ambi
ciono lo que quizás otra en mi lugar
hubiera tenido destreza de conseguir.
Permitidme tan solo ser vuestra cria
da, hacedme entrar en casa de vues
13°
M50

tra madre;yo os juro que estará com


tenta de mi, y si un dia no me amais,
al menos podré veros.
- Lo que me pedís es imposible,
mi querida Nun, porque en el estado
en que os hallais no podeis pensar en
servir en casa alguna; y por otra par
te engañar á mi madre, abusar de su
confianza, es una bajeza en la que no
consentiré nunca. Id á Leon, á Bur
deos, yo me encargaré de que no os
falte cosa alguna hasta el momento en
que podais presentaros en público.
Entonces os colocaré en casa de algun
amigo, en Paris mismo si lo deseais,
si vuestro objeto es estar cerca de mí...
pero bajo el mismo techo, esto es im
posible.
—¡Imposible ! gritó Nun juntando
las manos en actitud dolorosa. Ah!
Bien lo veo: vos me despreciais, os
avergüenza ser mi amante. No, yo no
me alejaré, no quiero ir sola y cu
M54
bierta de humillacion, á morir aban
donada en algun pueblo lejano donde
vos me olvidaríais. ¿Qué me importa
la reputacion? Yo no queria conser
var mas que vuestro amor.
—Sitemeis que yo os engañe, venid
conmigo. El mismo carruage nos con
ducirá al lugar que escojais, sea el que
fuere, á escepcion de Paris, ó en casa
de mi madre; yo os seguiré, yo os
prodigaré los cuidados que os debo.
—Si, para abandonarme al dia si
guiente en el lugar en que me habreis
dejado, dijo Nun con amarga sonrisa,
en una tierra estraña, como una car
ga inútil. No, caballero, yo me que
do aqui, no quiero perderlo todo á la
vez. Yo hubiera sacrificado por vos la
persona que mas amaba en el mundo
antes de conoceros ; pero no deseo
tanto ocultar mi deshonra que para
lograrlo sacrifique mi amory mi amis
tad. Iré á arrojarme á los pies de la
M52
señora de Delmare, se lo contaré todo,
y sé que me perdonará,porque es bue
na y me ama. Hemos nacido casi en un
mismo dia y mamado la propia leche,
sin habernos separado nunca; ella no
querrá que la deje, llorará conmigo,
me cuidará y amará á mi hijo, á mi
pobre hijo. ¡Quien sabe si privada de
la dicha de ser madre, lo criará co
mo si fuera suyo !! Ah! ¡Cuan necia
he sido pensando en abandonarla !
Ella, solo ella se compadecerá de mí.
Esta resolucion iba poniendo al jó
ven en una perplejidad terrible, cuan
do de repente se oyó en el patio el
ruido de un carruage. Nun espantada
corrió á la ventana.
Es la señora, esclamó, ¡huid
En aquel momento de desórden fué
imposible encontrar la llave de la es—
calera secreta. Cojiendo Nun el brazo
de Ramon lo arrebatóprecipitadamen
te hácia el corredor;pero llegados ape
453

mas á la mitad de él oyeron rumor


de pisadas por el mismo camíno, so
nó á diez pasos de distancia la voz
de la señora, y ya arrojaba sobre las
dos espavecidas figuras una claridad
penetrante la bugía con que un cria
do alumbraba á Indiana. La camare
ra apenas tuvo tiempo de retroceder
arrastrando consigo á Ramon y de
entrar con él en el cuarto dormitorio.
Un gabinete con puertas vidrieras po
dia ofrecer un asilo por pocos mo
mentos, mas no era dable encerrarse
en él, y la señora podia entrar alli
luego de su llegada. Para evitar pues
una inmediata sorpresa, no quedó mas
recurso sino entrarse en la alcoba y
ocultarse tras las cortinas, ya que no
era probable que la esposa de Delma
re quisiera acostarse al punto, y has
ta entonces Nun podria hallar un mo
mento favorable á la evasion de su
querido.
45)

Indiana entró con prisa, y tirando


el sombrero sobre la cama, con la fa
miliaridad de una hermana abrazó á
Nun, cuya emocion no le permitia
observar la poca luz de la estan
Cla.

¿Con qué tú me esperabas? le dijo


acercándose al fuego. ¿ Cómo sabias
mi venida?
Y sin esperar la respuesta :
– Mañana , añadió, estará aqui el
señor de Delmare. Apenas he leido su
carta me he puesto en camino, pues
para recibirle aqui y no en Paris ten
· go algunos motivos que ya te diré.
¡Pero habla, muchacha! Mi vista no
parece que te haya causado la alegria
de otras veces.
- Estoy triste, dijo Nun arrodillán
dose para descalzar á su señora. Tam
bien yo tengo que hablaros, y lo haré
mas tarde. Venid entre tanto al salon.
-¡Dios me libre! No tienes mala
155

ocurrencia. El salon está frio como un


páramo.
– Notal, pues está encendida la chi
IIOIOe3.

—¡Mujer! tú estás soñando. Acabo


de pasar por alli.
– Pero la cena os aguarda.
-No quiero cenar, y por otra par
te no hay nada dispuesto. Marcha á
buscar el boa que se me ha olvidado
en el coche.
– Iré luego.
-¿Y porqué no ahora mismo?vé, vé.
Y al darle esta órden , empujaba
con aire jugueton á Nun, quien vien
do que era menester valorysangre fria
se marchó por algunos momentos. Ape
nas hubo salido cuando la señora de
Delmare echó la aldaba, y desabro
chándose el vitchura lo colocó sobre la
cama al lado del sombrero, mas al eje
cutarlo hubo de acercarse tanto á Pa
mon que este hizoun movimiento pa
456

ra retroceder, y la cama puesta sobre


ruedas, probablemente muy movibles,
cedió con un lijero ruido. La señora
de Delmare admirada pero sin espan
tarse, supuesto que no era difícil que
ella misma hubiese empujado la cama,
adelantó la cabeza, y separando un
poco la cortina, á pesar de la poca luz
que daba el fuego de la chimenea des
cubrió la cabeza de un hombre, dibu
jada en la pared.
Estremecida entonces dió un grito,
y se lanzó hácia la chimenea para co
jer el cordon de la campanilla y pedir
socorro. En semejantes circunstancias
mas quisiera Ramiere pasar otra vez
por un ladron que ser reconocido, y
como no mostrándose, la señora de
Delmare iba á llamar á los criados y
á comprometerse á sí misma, confiado
en el amor que logróinspirarla,probó
contener sus gritos, y alejarla de la
campanilla, diciéndole á media voz,
457

por temor de ser oido de Nun, que no


podia estar lejos:
—Soy yo, Indiana, reconóceme y
concédeme tu perdon. ¡Indiana! per
donad á un infeliz cuya razon habeis
estraviado y que no ha podido resol
verse á volveros ávuestro esposo, sin
haberos hablado otra vez.
– Estrechando á lndiana en sus bra
zos asi para contenerla como para pri
varla de tirar el cordon, observó que
iba medio desnuda.
Nun llama á la puerta con la mayor
zozobra, y entonces desasiéndose la se
ñora de los brazos de Ramon corre á
abrir, y viene á caerse en una pol
trOma.

La camarera pálida y casi moribun


da se precipitó á la puerta del corre
dor para impedir que los criados que
iban y venian turbasen aquella estraor
dinaria escena;y mas descolorida aun
que su señora , temblando , pegadas
14
M58

sus espaldas á la puerta, esperaba sa


ber su suerte.
Ramon conoció que con destreza
aun le era posible engañar á la vez á
aquellas dos mujeres.
–Señora, dijo arrodillándose delan
te de Indiana, mi presencia aqui sin
duda os parece un ultrage; heme aqui
á vuestros pies implorando el perdon.
Dignaos oirme á solas algunosinstan
tes, yo os esplicaré.....
–Callad, caballero, callad, y salid
de aqui, gritó la señora recobrando to
da la dignidad del papel que represen
taba. Salid de aqui, y que sea públi
camente: Nun! abrid esa puerta, y
dejad pasar al señor, para que todos
mis criados le vean, y la afrenta de se
mejante conducta recaiga sobre él solo.
La jóven creyéndose descubierta se
arrodilló al lado de su querido, é In
diana, guardando silencio, la contem
plaba sorprendida. Ramiere quiso co
M59
jerle la mano, mas ella la retiró con in
dignacion, y encendida en cólera, alzó
se de la silla, y señalándole la puerta:
-Salid, repitió, salid os digo, por
que vuestra conducta es infame. ¿Son
estos los medios que pensábais emplear
caballero, escondiéndoos en mi cuarto
como un ladron? ¿Se ha hecho ya en
vos una costumbre introduciros de es
ta manera en las casas?¿Es esta la
adhesion pura que me jurabais ayer
noche? ¿Asi queríaisprotejerme, res
petarme, ser mi defensor? He aqui el
culto que me rendís. Aquiteneis a una
mujer que os curó con sus propias ma
nos, que para restituiros la vida de
safió la cólera de su marido, y vos la
engañais con una gratitud fingida, le
jurais un amor digno de ella, y en re
compensa de sus desvelos, en pago de
su credulidad, quereis sorprender su
sueño y apresurar el feliz éxito de vues
tros intentos, yo no sé con que espe
M60

cie de infamia. Ganais á su camarera,


os introducís casi en su lecho, y no te
meis hacer plato á sus criados de una
intimidad que no existe. Id, caballe
ro, vos mismo habeis procurado desen
gañarme bien presto.Salid, os digo, ni
un instante mas toleraré que permanez
cais en mi casa. Y tú, ¡criatura mise
rable! que tan poco respetas el honor
de tu señora, tú mereces tambien que
yo te eche de mi casa. Quítate de esa
puerta, te digo.
Nun medio muerta de sorpresa y
desesperada, tenia los ojos fijos en el
jóven cual si le pidiera alguna espli
cacion acerca de este inaudito miste
rio; mas en breve con voz tembloro
sa y cual poseida de un mental estra
vío, se arrastró hácia Indiana, y co
jiéndola con fuerza por el brazo:
¿Qué es lo que habeis dicho? gri
tó rechinando los dientes de cólera.
¿Os amaba este hombre?
164
- Bien debíais saberlo vos, contes
tó la señora de Delmare arrojándola
de sí con fuerza y desprecio; vos sa
beis bien que motivos puede tener un
hombre para ocultarse en la alcoba de
una mujer. ¡Ah Nun ! añadió viendo
la desesperacion de aquella infeliz; es
to es una vileza enorme de que nunca
te hubiera creido capaz: tú has queri
do vender el honor de la que tanto
fiaba en el tuyo.
La cólera y el dolor arrancaban lá
grimas á la señora de Delmare. Nun
ca Ramon la habia visto tan bella ;
mas apenas osaba mirarla porque el
orgullo de una mujer ultrajada, pin
tado en su semblante, le hacia bajar
los ojos. Quedóse alli consternado,
petrificado, por la presencia de Nun
y nada mas; pues á encontrarse solo
con Indiana, se conocia capaz de cal
marla, mas la espresion de Nun era
terrible, el furory el odio habian tras
14*
M62

tornado de todo punto sus facciones.


Un golpe que sonó en la puerta hi
zo estremecer á los tres. Nun se lanzó
á ella de nuevo para impedir la entra
da en el cuarto, pero la señora de Del
mare deteniéndola con autoridad, hi
zo uñ gesto imperativo á Ramon pa
ra que se retirase á un ángulo de la
pieza, y con aquella sangre fria que
tanto la caracterizaba en los momentos
de crisis, envolvióse en una capa, y en
treabrió la puerta,preguntando al cria
do que llamaba, que habia de decirle.
– Acaba de llegar Mr. Rodolfo
Brown, contestó, y desea que la se
íñora le reciba.
– Decid al Sr. Brown que me es
muy grata su visita, y que salgo al
momento: encended la chimenea del
salon, y que preparen la cena. Oid,
traedme ante todo la llave del parque.
El criado desapareció. La señora de
Delmare se quedó en pié, teniendo la
M63

puerta entreabierta, no queriendo es


cuchar á Nun, y mandando imperio
samente á Ramon que callara.
El criado volvió á los tres minutos.
La señora de Delmare, sin soltar nun
ca la puerta, recibió la llave, mandó
al criado que apresurase la cena, y di
rijiéndose luego á Ramon:
La llegada de mi primo Sir Brown,
le dijo , os libra de la escandalosa
afrenta á que queria entregaros: es un
hombre de honor, y dispuesto á to
mar con empeño mi defensa; mas co
mo sentiria mucho esponer la vida de
un hombre como él contra la de un
hombre como vos, os permito retira
ros sin publicidad. Nun que os ha he
cho entrar, sabrá guiaros áfuera.Salid!
Nos volverémos á ver, señora, con
testó Ramon afectando serenidad, y
aunque soy culpable, quizás os arre
pentireis de la severidad con que me
tratais al presente.
M6l.

-Yo espero, repuso Indiana, que no


nos verémos mas.
Y en pie todavia, sosteniendo la
puerta y sin dignarse inclinar la cabe
za, le vió salir con su temblorosa y
miserable cómplice.
Solo con ella en la oscuridad del
parque aguardaba fuertes reconvencio
nes, pero Nun sin dirijirle una pala
bra, le condujo hasta la reja del par
que; y cuando él quiso cojerle la ma
no, ya habia desaparecido. Llamóla
en voz baja porque deseaba saber su
suerte, mas sin que ella le respondie
ra, presentóse el jardinero y le dijo:
-Vamos, señor, retiraos, la señora
ha llegado, y podríais ser descubierto.
Ramon se alejó llevando la muerte
en el alma, colmado de dolor por ha
ber ofendido á la señora de Delmare,
y olvidado casi de Nun, sin pensar
mas que en los medios de apaciguar
á la primera: estaba en su caracter el
\
M65

irritarse con los ostáculos, y apasio


narse con ardor á las cosas desespe
radas.
Cuando despues de haber cenado en
silencio con sir Ralph, Indiana se re
tiró á su cuarto, Nun no fué á des
nudarla como lo tenia de costumbre,
la llamó en vano, y calculando al fin
que era una resistencia abierta, cerró
la puerta, y se acostó; pero la noche
fuéterrible para ella, y apenas hubo
amanecido, cuando estaba ya en el
parque. Tenia calentura, y conoció ser
indispensable que el frio la penetrara,
y calmase el fuego que abrasaba su
pecho. El dia antes á la misma hora
¡cuan feliz habia sido abandonándose
á la novedad de aquel amor que le
cegara! Y en veinte y cuatro horas
¡cuan terrible desengaño! Desde luego
la noticia de la vuelta de su marido
mucho antes del tiempo prefijado; los
cuatro ó cinco dias que habia creido
M66
pasar en Paris, eran para ella una
vida entera de felicidad que no debia
fenecerse, un sueño de amor que no
podia interrumpir vigilia alguna; mas
desde por la mañana fué preciso re
nunciar á ello, sujetarse otra vez al
yugo, y volver á la quinta antes que
el amo para que no conociese á Ra
mon en casa de la de Carvajal, pues
to que Indiana creia imposible enga
ñar á su marido si llegaba á verle en
presencia de Ramiere. Y ahora ese
Ramon á quien idolatraba como á un
Dios, le habia hecho sufrir tan vil ul
traje! La compañera de su vida, aque
lla jóven criolla á quien amó tanto,
se le presentaba de repente indigna
de su estimacion y confianza! Estas
reflexiones le hicieron pasar llorando
toda la noche. Al salir al campo se
dejó caer sobre la yerba blanqueada
aun con la escarcha de la madrugada,
á orillas de la acequia que atravesaba
M67

el parque. Eran los últimos dias de


marzo, y la naturaleza comenzaba á
renacer: la mañana aunque fria tenia
mil encantos, los copos de la niebla
dormian aun sobre el agua como una
banda flotante, y los pájaros ensaya
ban sus primeros cantos de amor y
primavera. -

Indiana se sintió aliviada,y se apo


deró de su alma un sentimiento reli
jioso. Dios lo ha querido asi, dijo,
su providencia me ha iluminado con
alguna aspereza es verdad, pero esto
es una dicha para mí: quizás ese hom
bre me hubiera arrastrado á los vicios,
y perdido, en vez de que ahora la
bajeza de sus sentimientos me es no
toria, y yo estaré prevenida contra esa
pasion horrorosa y funesta que fer
mentaba en mi pecho. Amaré á mi
esposo, procuraré…. Al menos estaré
sumisa á su voluntad, le haré feliz no
contradiciéndole nunca, evitaré todo
M68

lo que pueda dispertar sus celos, por


que ahora conozco el verdadero valor
de esa elocuencia mentirosa. Tal vez
seré feliz si Dios se compadece de mis
aflicciones, y me envia bien pronto la
muerte.

Detras de los sauces de la opuesta


orilla comenzaba á oirse el ruido del
molino, que ponia en movimiento la
fábrica de Delmare. El agua lanzán
dose en las presas que acababan de
abrirse se agitaba en la superficie; y
como la señora de Delmare seguia con
melancólica vista el rápido curso de
las aguas, vió flotar entre los cañave
rales como un monton de ropas que
la corriente procuraba arrastrar consi
go. Levantóse , inclinó el cuerpo há
cia el agua, y apercibió distintamente
el vestido de una mujer, vestido que
conocia demasiado. El terror la dejó
inmóvil, pero el agua corria sin cesar
separando lentamente un cadaver de
M69

los juncos donde se habia detenido, y


conduciéndolo hácia Indiana.Un grito
de horror llevó á aquel lugar á los
trabajadores de la fábrica: la señora
se habia desmayado en la orilla, y el
cadaver de Nun flotaba sobre las aguas
delante de ella.

15
-

PA33 83.94\,

IX.

Dos meses han trascurrido sin va


riarse cosa alguna en aquella casa de
Lagny, en donde introduje á mis lec
tores en una velada de invierno, á es
cepcion de que la primavera florece
al rededor de sus rojas paredes, in
terpoladas con piedras grises y pizar
ras amarillas por medio de un musgo
centenario. La familia dispersa goza
M72

de la dulzura y de los perfumes de la


noche, el sol dora los vidrios en su
ocaso, y el ruido del corral se mezcla
al de la fábrica. El señor de Delmare
sentado en los escalones de la grade
ria y con la escopeta en la mano, se
ejercita en tirar al vuelo á las golon
drinas. Indiana sentada al velador,
cerca de la ventana del salon, se in-
clina de tiempo en tiempo para mirar
tristemente la cruel diversion del co
ronel. Ofelia bosteza, ladra y se irri
ta contra una caza tan opuesta á sus
inclinaciones, y sir Ralph, caballero
en el pasamanos de piedra de la esca
lera, fuma un cigarro, y mira con la
indiferencia de costumbre la alegria y
el desplacer ageno.
¡Indiana! dice el coronel descan
sando la escopeta, dejad ya el trabajo,
no parece sino que os pagan por horas.
-Todavia hay dos de luz, observó
la señora.
173

- No importa, acercaos, quiero de


ciros una cosa.
Indiana obedeció, y el coronel lle
gándose á la ventana que estaba al
nivel del suelo, dijo en el tono mas
festivo que puede usar un marido viejo
y celoso.
-Ya que hoy has trabajado mucho
y sido tan amable , voy á decirte una
cosa que por fuerza te ha de gustar.
La señora de Delmare haciendo un
grande esfuerzo dejó entrever una son
risa, capaz de desesperar á otro hom
bre mas delicado que el coronel.
-Sábete pues, continuó, que para
proporcionarte algun esparcimiento ,
he convidado á almorzar mañana con
nosotros á uno de tus mas humildes
adoradores. Vas á preguntarme á cual
de ellos, y no lo admiro porque tie
nes un número bastante regular.
-Tal vez es el anciano cura párro
co, dijo Indiana, cuya tristeza se au
15°
M7l
mentaba á la par de la alegria de su
marido. "
-¡Oh! ni por pienso.
—Entonces será el Alcalde mayor de
Chailly, ó el viejo notario de Fontai
nebleau ?
–¡Ardid mujeril! Bien sabes tú que
no es ni uno ni otro. Vamos, Ralph,
decidle á la señora el nombre que le
está retozando en los labios, y que no
quiere pronunciar.
-Me parece, espuso tranquilamen
te Ralph tirando la punta del cigarro,
que no se necesitan tantas precaucio
nes para anunciarle al señor de Ra
miere: creo que este le es muy indi
ferente.
La señora de Delmare sintió abra
sársele los carrillos, fingió que iba á
buscar alguna cosa al salon, y vol
viendo con el continente tan calmoso
como le fué posible:
—Se me figura, dijo temblando que
4175

esto no es mas que una chanza.


-¡Como chanza! es cosa muy for
mal: mañana á las once le verás en
esta CaSa.

-¡Es posible! ¡Ese hombre que se


introdujo aqui para sorprender vues
tro secreto, y á quien íbais á matar
como á un malhechor! Es menester
que entrambos seais muy pacíficos pa
ra olvidar semejantes agravios.
-Tú me diste el ejemplo, querida,
recibiéndole muy bien en casa de tu
tia á donde fué á visitarte.
Indiana perdió el color.
– No creo que semejante visita sea
para mi, dijo prontamente, y me li
sonjea tan poco que en vuestro lugar
no la admitiria.
-Las mujeres sois artificiosas y fal
sas por solo el gusto de serlo! Me
han dicho que bailasteis con él toda
la noche.
- Os han engañado.
176

-Sin embargo tu misma tia me lo


ha contado; por lo demas no te es
cuses tanto, supuesto que á mi no
me disgusta, y tu tia tiene un empe
ño en que contraigamos relaciones con
el señor de Ramiere, quien hace mu
cho tiempo que lo desea. Sin publi
cidad y casi á pesar mio me ha hecho
servicios útiles á mis intereses, y co
mo yo no soytan uraño cual tu dices,
y por otra parte no quiero deber obli
gaciones á un estranjero, mi objeto
es desquitarme con él.
-¿Y cómo?
-Haciéndome amigo suyo, para lo
cual he ido esta mañana á Cercy en
compañia de Ralph. Alli hemos en
contrado una escelente mujer que es
su madre, la casa es elegante y rica
pero sin ostentacion, y sobre todo no
huele al empalagoso orgullo de un
antiguo apellido. Ese Ramiere por su
parte es un buen muchacho, y le he
177

convidado á almorzar y á que visite


la fábrica. Tengo muy buenas noticias
de su hermano, y estoy seguro de que
no puede perjudicarme valiéndose de
mis descubrimientos: de este modo
prefiero que se aproveche de ellos esa
familia que otra cualquiera, pues á
decir verdad los secretos no estan
ocultos mucho tiempo, y el mio po
drá ser, si la industria continua sus
progresos, como el que se encarga en
una comedia.
- En este punto, dijo sir Ralph,
bien sabeis amigo Delmare, que siem
pre he desaprobado vuestra conducta,
los descubrimientos de un buen ciuda
dano pertenecen á su pais tanto como
á él , y si yo.
–Voto va, sir Ralph, que ya vol
vemos al cuento de vuestra filantro
pía. Me hareis creer que no sois due
ño de vuestra fortuna, y que si el dia
de mañana le viene en gana á la na
478
cion apoderarse de ella, estais dis
puesto á cambiarvuestra renta de cin
cuenta mil francos por un baston y
una alforja. ¡Cuidado que predicar
el desprecio de las riquezas, le sienta
de molde á un mozo como vos que
gusta de los placeres de la vida ni mas
ni menos que un Sultan!
—Lo que yo digo no es para echarla
de filántropo, sino porque el egoismo
bien entendido nos lleva á hacer bien
á los hombres para impedirles que
nos dañen. Yo soy egoista, esto es ya
cosa averiguada, y estoy acostumbra
do á no avergonzarme de ello, y ana
lizando las virtudes, he concluido que
el interés personal es la base de todas.
El amor y la devocion, pasiones al
parecer generosas, quizas son las mas
interesadas, y el patriotismo no lo es
menos, coronel, no lo dudeis. Yo es
timo poco á los hombres, mas por
todo lo del mundo no quisiera pro
M79

bárselo, porque les temo en propor


cion de lopoco que les amo. Los dos
somos igualmente egoistas, con la di
ferencia de que yo lo confieso, yvos
lo negais.
Esto dió lugar á una discusion en
tre ambos, en la cual por todas las
razones del egoismo, cada uno se em
peñó en demostrar el de su adversario.
Aprovechóse de ello la señora de Del
mare para ir á su cuarto á fin de
abandonarse á todas las reflexiones
que le sujeria tan inesperada nueva.
No será por demas iniciar al lector
en el secreto de sus pensamientos, y
darle noticia de la situacion de los
diferentes personages á quienes la
muerte de Nun afectara mas ó menos.
Nadie desconoce que la infeliz se
arrojó á la acequia, desesperada, en
uno de aquellos momentos de violenta
crisis en donde tanto menos cuesta
tomar una resolucion cuanto es mas
M80)

estremada; pero como probablemente


no entró en la Quinta despues de ha
berse separado de Ramon; como na
die la encontró, ni pudo juzgar de sus
intenciones, ningun indicio de suici
dio vino á desvanecer el misterio de
Su muerte.

Dos personas pudieron con certeza


atribuirla á un acto de su voluntad,
á saber el señor de Ramiere, y el jar
dinero de Lagny. El dolor del uno se
mantuvo oculto bajo la apariencia de
una enfermedad; el horror y los re
mordimientos obligaron al otro águar
dar silencio. Este, que prestándose
por avaricia á proteger durante todo
el invierno las entrevistas de los dos
amantes, era el único que habia po
dido observar las secretas pesadum
bres de la jóven criolla, temiendo con
razon las reprensiones de sus amos y
el vituperio de sus iguales, calló por
interés propio, y cuando el señor de
M8M

Delmare que (despues del descubri


miento de aquella intriga concibió al
gunas sospechas) le interrogó acerca
de las noticias que hubiera podido
proporcionarse en su ausencia, negó
atrevidamente haber adquirido ningu
na. Varias personas del pais (muy
desierto en aquel territorio, lo cual
es digno de observarse) vieron distin
tas veces que Nun tomaba el camino
de Cercy á deshora de la noche; mas
en la apariencia no habian mediado
relaciones entre ella y el señor de Ra
miere desde fines de enero, y la muer
te sucedió el 28 de marzo. Segun es
tos datos pudo atribuirse aquel suceso
á una casualidad: atravesando el par
que despues de entrada la noche, la
espesa niebla que reinaba de muchos
dias á aquella parte pudo ocultarle el
camino, y hacer que tomase por el
lado del puente inglés que atravesaba
el arroyo, comunmente estrecho y de
T. I. 16
M82"
escarpadas vertientes, y que ahora ha
bia crecido con las lluvias.
Aunque Sir Ralph, cuyo carácter
era mas observador de lo que indica
ban sus reflexiones, hubiese encontra
do, no sé en cual de sus secretos pre
sentimientos, grandes motivos de sos
pechas contra Ramiere, no los comu
nicó á nadie, considerando inútil y
cruel reconvenir á un hombre harto
infeliz con tener la existencia enveme
nada por semejante remordimiento.Su
generosidad llegó á tal estremo, que
habiendo dado á entender el coronel
ciertas dudas en órden á lo mismo, le
hizo conocer cuan necesario era en el
estado enfermizo de su señora conti
nuar ocultándole los motivos posibles
del suicidio de su antigua compañera.
Aconteció con la muerte de esta lo mis
mo que con su amor: los dos caballe
ros acordaron no hablar nunca de ella
en presencia de Indiana, y á poco
M83

tiempo ya no se hizo conversacion de


tal cosa ni aun á solas.
Las precauciones no obstante fue
ron inútiles porque no le faltaban mo
tivos á la señora de Delmare para sos
pechar una parte de la verdad. Las
amargas reconvenciones que dirijió á
la infeliz muchacha en aquella velada
fatal le parecieron causas bastantes á
esplicarle su determinacion repentina,
y por esto desde el horrible instante
en que , primero que otro alguno, vió
flotar su cadáver sobre las aguas; el
reposo de Indiana ya tan turbado, y
su corazon ya tan triste, recibieron el
último golpe : su lenta dolencia corrió
mas aprisa en adelante, y aquella mu
jer tan jóven, y quizás tan robusta,
rehusando curarse y escondiendo los
pesares al afecto poco perspicaz de su
esposo, se dejaba morir al peso de la
melancolía y de la inercia.
-¡Infeliz de mí! esclamó entrando
A84

en su cuarto despues de haber sabido


la próxima llegada del jóven. ¡Maldi
cion á ese hombre que solo penetró
aqui para traer la desesperacion y la
muerte! ¡Dios mio! ¿Porqué tolerais
que se interponga entre vos y yo, que
se haga árbitro de mi suerte, que so
lo le cueste alargar la mano para de
cir: Es mia,yo trastornaré su razon,
yo llenaré de desolacion su vida, y si
se me resiste derramaré el luto en tor
no de ella, la cercaré de remordimien
tos, de horror y de pesares? ¡Dios
mio! ¿Es justo que una mujer se vea
perseguida de este modo?
Y se deshizo en llanto, porque el
recuerdo de Ramiere le traia el de
Nun mas fresco y doloroso.
– ¡Desgraciada de mí! ¡Infeliz com
pañera de mis primeros años! ¡única
amiga, sola compatricia mia! esclamó
con dolor, ese hombre te causó la
muerte. Para tí fué tan funesto como
M85

para Indiana. Tú eras la única que me


amaba, que comprendia mis pesares,
que sabias endulzarlos con tu cándida
alegria, y yo, desdichada,te he per
dido despues de traerte conmigo de tan
lejos! ¿Con qué artificio pudo ese hom
bre sorprender tu buena fe y obligar
te á incurrir en una bajeza? ¡Ah! El
te engañó sin duda, y no conociste tu
error hasta que miraste mi indigna
cion. Yo fuí harto severa, Nun, lo fuí
hasta la crueldad, te reduje á la deses
peracion, te causé la muerte. ¡Des
venturada! ¿porqué no aguardabas al
gunas horas, y en ellas el aire se hu
biera llevado mi resentimiento como
una lijera paja? ¿Porqué no venias á
llorar sobre mi pecho? ¿Porqué no
me dijiste: he sido engañada, he obra
do sin conocer lo que hacia; pero vos
lo sabeis bien, yo os respeto y os
amo? Entonces te habria estrechado
en mis brazos, llorado contigo, y tú
16*
M86

no hubieras muerto. ¡Muerto, muer


to! tan jóven, tan bella, tan alegre l
Muerto á diez y nueve años y de un
modo tan horrible !
Y mientras lloraba de este modo la
pérdida de su compañera,sin saberlo
ella misma, lloraba las ilusiones de
tres dias, de los tres dias mas bellos
de su vida, los únicos en que habia
existido;porque durante ellos amó con
un delirio que Ramon, aun cuando fue
ra el mas presuntuoso de los hombres,
no lo pensára nunca. Pero cuanto mas
ciego y violento habia sido este amor,
otro tanto le fué sensible la recibida
injuria: ¡son tan grandes el pudor y
la delicadeza del primer amor en un
corazon como el suyo!
Sin embargo Indiana cedió mas bien
á un movimiento de vergüenza y de
despecho, que á una resolucion bien
meditada. A tener Ramiere algunos
instantes mas para implorar el perdon,
M87

es indudable que lo consiguiera; pero


la suerte burló su amor y su destre
za, y al presente la señora de Delma
re sínceramente creia aborrecerle.
X.

El jóven Ramiere anelaba mas que


nunca el amor y el perdon de la se
ñora de Delmare, no por fanfarrona
da ni por despecho de amor propio,
sino por que le parecia inasequible, y
ningun otro amor de mujer, ninguna
otra felicidad en la tierra tenia por
dignos de compararse con este. Tal era
su carácter. Una insaciable necesidad
de acontecimientos y de sensaciones
devoraba su vida: gustábale la socie
dad con sus leyes y sus trabas porque
le ofrecia elementos de combate y de
resistencia, y el horrorizarle las re
vueltas y la licencia era solo porque
prometian goces fáciles y tibios. Con
M89
todo no fué insensible á la pérdida de
Nun. En el primer momento se causó
horror á sí mismo, y cargó un par de
pistolas con la intencion bien positiva
de levantarse la tapa de los sesos; pero
le contuvo un sentimiento laudable.
¡Qué seria de su madre ya anciana y
débil, de aquella mujer infeliz cuya
vida fué tan agitada y dolorosa, que
solo vivia para él, único bien y espe
ranza última que le quedaba !"¿Era
justo despedazar su corazon, abreviar
los pocos dias de existencia que le
restaban? No , de ninguna manera.
El mejor modo de reparar su crímen
era consagrarse en adelante esclusiva
mente á su madre; y con esta inten
cion volvió á Paris, y puso todo su
cuidado en hacerle olvidar aquella es
pecie de abandono en que la dejara
durante mucha parte del invierno. Te
nia Ramon un poder increible sobre
cuanto le rodeaba, porque á pesar de
M90

sus faltas y de los estravíos de su ju


ventud, era en la sociedad un hom
bre superior á los demas. No hemos
dicho en que se fundaba su reputacion
de saber y talento, porque esto no se
ajustaba con los sucesos que refería
mos: tiempo es ya de manifestar que
aquel jóven , cuyas flaquezas hemos
visto, y á quien el lector tilda acaso
de lijero, es uno de los hombres que
ejerció mas poder sobre las ideas de
muchos franceses, cualquiera que sea
hoy la opinion de estos. En Francia se
han devorado con ansia sus folletos
políticos, y muchas veces leyendo los
periódicos de aquella época, no ha ha
bido quien resistiera á su estilo, y á
las gracias de su lógica cortés y pro
fana.

A la verdad está lejana la época á


que me refiero si se tiene presente que
ahora no contamos por siglos ni aun
por reinados , sino por ministerios.
M194

Quiero hablar del año Martignac; de


aquella época de reposo y de duda,
lanzada en medio de nuestra era polí
tica, no como un tratado de paz, si
no cual un convenio de armisticio; de
aquellos quince meses del imperio de
las doctrinas que ejercian un influjo
tan singular en losprincipios y en las
costumbres , y al que se debe tal vez
el estraordinario fin de nuestra última
revolucion. Entonces florecieron los
talentos precóces, y harta desgracia
les cupo de haber nacido en los dias
de transicion y de transaccion, puesto
que pagaron su tributo á las disposi
ciones conciliadoras y reflexivas de ese
tiempo. Nunca se ha llevado al estre
mo de entonces la ciencia de las pala
bras, ni la ignorancia y el disimulo
de las cosas: aquel fué el reinado de
las restricciones, y á la verdad no sé
quien mas echó mano de ellas, si los
jesuitas con trage corto, ó los aboga
192

dos con ropas talares. La moderacion


política se comunicó á las costumbres
como la finura de los modales, y á esa
primera época de cortesía vino á acon
tecerle lo mismo que á la segunda:
sirvió de máscara á los odios enseñán
doles á pelearse sin escándalo y sin
ruido. Para vindicar á los jóvenes de
aquella época, es preciso convenir en
que muchas veces fueron remolcados
como los buques menores por los na
víos, sin saber de fijo á donde se les
arrastraba, y ufanos de hender las olas
é hinchar su flamante velámen.
Colocado por su nacimiento y su
fortuna entre los partidarios del abso
lutismo, Ramon ofreció sacrificios á
las jóvenes ideas de su tiempo, adhe
riéndose relijiosamente á la carta: él
á lo menos asi lo creia, é hizo todos
los esfuerzos imaginablespara acredi
tarlo; pero las convenciones que han
pasado en desuetud, están sujetas á
493

ser interpretadas, y se abusó de la


carta de Luis XVIII, lo mismo que
del evangelio de Jesucristo, convir
tiéndola en un testo, sobre el cual
ejercitaba cada uno su elocuencia, sin
que los discursos tuviesen mas resul
tado que los sermones. Epoca de lujo
y de indolencia, durante la cual, an
siosa de gozar sus últimas delicias, la
civilizacion se dormia en el borde de
un insondable abismo.
, Ranon se habia colocado en esta
especie de línea intermedia entre el
abuso del poder y el de la licencia;
terreno novedizo en donde los hom
bres de bien buscan un abrigo contra
la borrasca que se º prepara. Parecióle
como á otras cabezas faitadas de es
periencia, que aun podia representar
se el papel de publicista concienzudo:
error notable en un tiempo en que
todos aparentaban deferir á la voz de
la razon para con mas seguridad su
17
419).

focarla unos y otros. Desnudo de pa


siones políticas, creia estarlo tambien
de interés, y se engañaba á sí mismo,
porque la sociedad organizada cual en
tonces, le era muy ventajosa, y un
cambio en ella habia de disminuir su
bienestar. Esta quietud de situacion
que se comunica hasta al pensamiento,
es un ejemplo de mucha importancia
para los que abrazan el moderantismo.
¿Qué hombre puede hallarse tan in
grato con la providencia que le eche
en cara las agenas desgracias, si con
él se ha mostrado risueña y generosa?
¿Quién era capaz de persuadir á esos
tiernos apoyos de la monarquia cons
titucional que la constitucion era ya
vieja, que gravitaba sobre el cuerpo
social fatigándolo atrozmente, cuando
ellos la tenian por lijera, y no reporta
han de ella mas que ventajas? ¿Quién
cree la miseria sino la conoce?
Nada mas comun y fácil que enga
M95

iñarse el que no careciendo de talento


conoce todas las sutilezas de la lengua;
reina prostituta, que se eleva y hu
milla para representartodos los pape
les, que se disfraza, se adorna, se
| oculta y se eclipsa; es una pleiteadora
que para todo tiene respuesta, que lo
ha previsto todo, y toma mil formas
para que le den la razon. El que me
jor obra y piensa es el hombre mas
honrado; pero el que mejor habla y
escribe, ese es el mas poderoso. Ra
mon, dispensado por la suerte de escri
bir para conseguir un lucro, lo hacia
por gusto, y segun él decia, por de
ber. La rara facultad que poseia de
refutar con el talento la verdad posi
tiva, le hizo un hombre muy intere
sante al ministerio (á quien su opo
sicion servia mucho mejor que la cie
ga deferencia de sus criaturas) y mas
aun á ese jóven y elegante mundo que
queria abjurar la ridiculez de los an
196

tiguos privilegios, sin perder el bene


ficio de sus actuales ventajas. Es pre
ciso convenir en que eran hombres de
gran talento los que contenian aun á
la sociedad próxima á hundirse en el
abismo, y que suspendidos á su vez
entre dos escollos, luchaban con calma
y desembarazo contra la amarga ver
dad que iba á tragárselos. Formarse
de esta manera una conviccion opues
ta á toda clase de verosimilitud, y
lograr que esta conviccion prevalecie
ra por algun tiempo entre los hom
bres que no tenian ninguna, es el arte
que mas me confunde, y que sobre
puja todas las facultades de mi talen
to áspero y grosero, porque yo no he
estudiado las verdades del recambio.
Apenas hubo penetrado Ramon por
segunda vez en aquel mundo, que era
su patria y su elemento, cuando sin
tió su influjo vital y estimulante. Los
intereses de amor que le habian ocu
197

pado, se desvanecieron por un mo


mento á la vista de otros intereses
mas vastos y brillantes. Desplegó en
estos el mismo atrevimiento, el mis
mo ardor; y al verse obsequiado por
lo mas distinguido de Paris, conoció
que amaba la vida cual nunca. Podia
reprochársele el olvidar un remordi
miento secreto para recojer la recom
pensa debida á sus servicios por la
patria. En su jóven corazon, en su ac
tiva cabeza, en todo su ser vivaz y
robusto, sentia rebosar la vida por to
dos sus poros, porque el destino le
Hacia feliz á pesar suyo; y entonces
reclamaba el perdon de una sombra
irritada (cuyos gemidos tal cual vez
turbaron sus sueños) por haber bus
cado en su afecto hácia los vivos un
refugio contra los terrores de la tumba.
Apenas hubo recobrado la vida,
cuando sintió la necesidad de mezclar
ideas de amor y proyectos de aventu
7
M198

ras á sus meditaciones políticas, y á


los sueños de ambicion y de filosofía.
Y al decir de ambicion, no entien
do hablar de la de honores ó rique
zas, que para nada habia menester,
sino de la de renombre y popularidad
aristocrática. Al principio desesperó
de ver jamas á la señora de Delmare
despues del trágico desenlace de su
doble intriga; pero midiendo la es
tension de su pérdida, avalorando en
su mente el tesoro que se le escapaba,
recobró la esperanza de volverlo á ad
quirir, y con ella, el deseo y la con
fianza; calculó los ostáculos que en
contraria, y no le cupo duda de que
los mas difíciles de vencer vendrian
de parte de Indiana. Era pues indis
pensable hacer que el marido prote
giese su ataque, y por mas que esto
no fuese un recurso nuevo, era segu
ro. Los maridos celosos son particu
º

larmente los mas á propósito para


M199

prestar este servicio. A los quince


dias de haber concebido tal idea, es
taba Ramon por el camino de Lagny
en donde le esperaban á almorzar. No
será el lector tan exijente que quiera
saber con especificacion porque clase
de servicios prestados con oportuni
dad consiguió hacerse agradable al se
ñor de Delmare, y aun me parece
mas á propósito,ya que estoy en dis
posicion de describir los rasgos de los
personages de esta historia, borronear
en un momento los del coronel.
En los pueblos cortos se llama hom
bre de bien al que no quita cosa al
guna de la propiedad agena, al que
no exije de sus deudores un maravedí
mas de lo que le deben, al que se
quita el sombrero cada vez que le sa
ludan, que no molesta ni persigue á
las muchachas en los caminos, que
no pega fuego á los troxes del vecino,
y que no asalta á los pasajeros en la
200

encrucijada de su parque. Con tal que


respete escrupulosamente la vida y el
bolsillo de sus conciudadanos, no se le
exije mas: puede pegar á su mujer,
maltratar á sus dependientes, arrui
nar á sus hijos, porque nada de esto
incomoda á los otros. La sociedad solo
condena lo que la perjudica, lo de
mas no es de su inspeccion.
Tal era la moral del señor de Del
mare: no habia estudiado otro pacto
social que el de Cada uno en su casa.
Todas las delicadezas del corazon eran
para él puerilidades femeniles y suti
lezas sentimentales: aunque sin talen
to, sin tacto, y poco educado, gozaba
de una consideracion mas sólida de la
que dan la bondad y la sabiduria. Era
hombre de anchas espaldas y vigoroso
puño, manejaba á las mil maravillas
el sable y la espada, y á pesar de esto
tenia una delicadeza suma y asombra
diza. Incapaz de conocer las chanzas,
204

ocupábale incesantemente la idea de


que se burlaban de él, y como no sa
bia contestar á propósito, su única
defensa era imponer silencio con las
amenazas. Sus epígramas favoritos ver
saban siempre sobre garrotazos que
distribuir, y empeños de honor á que
dar salida; asi toda la provincia aña
dia á su apellido el epiteto de valien
te, porque en la apariencia la bravu
ra militar consiste en tener buenas
espaldas, fornidos bigotes, echar vo
tos y ternos, y poner mano á la es
pada por cualquiera bagatela.
Lejos estoy de creer que la vida del
campo embrutezca á todos los hom
bres, sin embargo me parece que es
necesario mucho mundo para resis
tir á esos hábitos pasivos y brutales
de dominio. Quien haya servido co
noce perfectamente lo que los sol
dados franceses llaman culottes de
202

peau (1) y convendrá conmigo en que


los hay en gran número entre los res
tos de las viejas cohortes imperiales
Esos hombres que juntados é impeli
dos por una mano poderosa ejecuta
ron tan mágicas hazañas se agiganta
ban con el humo de las batallas; pero
vueltos á la vida civil, los héroes no
eran sino soldados y compañeros atre
vidos y groseros que raciocinaban co
mo máquinas: ¡felices aun sino se
consideraban en la sociedad como en un
pais conquistado! A la verdad la cul
pa no es suya sino del siglo. Espíri
tus cándidos dieron crédito á las adu
laciones de la gloria, y se dejaron
persuadir de que eran grandes patrio
tas porque defendian la patria, unos
á pesar suyo, y otros por dinero. ¿Y
(1) Como si dijéramos, hombre á quien le na
cieron los dientes en el campamento; hombre que
se destetó con pólvora; y otras frases semejantes.
203
cómo la defendieron esos millares de
hombres que abrazaron ciegamente el
error de uno solo, y que perdieron
tan miserablemente la Francia des
pues de haberla salvado? No me opon
go á que la adhesion de los soldados
á su gefe sea grande y noble; pero á
esto no le llamo patriotismo sino fide
lidad: á los vencedores de España les
felicito, mas no les remunero. En
cuanto al honor del nombre francés,
no puedo comprender esa manera de
establecerlo entre nuestros vecinos, y
dudo mucho que lo comprendieran los
generales del Emperador en esa triste
época de nuestra gloria; pero nos está
prohibido hablar imparcialmente, y
por lo mismo callo, dejando á la pos
teridad el encargo de juzgarnos.
El señor de Delmare tenia todas las
buenas calidades, y todos los vicios
de esa clase de hombres: cándido á la
par de un niño en órden á ciertas de
20

licadezas de pundonor, sabia conducir


sus intereses al mejor fin posible, sin
curar del bien ni del mal que podrian
acarrear á los demas. Toda su con
ciencia era la ley, toda su moral el
derecho. Tenia la probidad seca y rí
jida de aquellos hombres que nada
piden prestado para no tener que vol
ver, y que tampoco prestan por te
mor de no recobrar. Era el hombre
honrado que ni quita ni da, que se
moriria antes de robar un haz de le
ña en los bosques reales, y que sin
reparo mataria á un hombre que se
llevase una paja del suyo. Útil á sí
solo no era perjudicial á los otros, y
nada queria saber de los negocios age
nos, temiendo verse obligado á pres
tar algun servicio ; mas cuando creia
su honor empeñado en hacerlo, nadie
le aventajaba en celo y en caballerosa
franqueza. Confiado como un niño, y
receloso al mismo tiempo á la par de
205

un déspota, creia un juramento falso,


y desconfiaba de una promesa sincera.
Para él todo consistia en la forma,
siguiendo en esta parte la costumbre
militar: en sus decisiones no tenian
la menor parte ni la razon ni el buen
sentido , y cuando habia dicho: Esto
se ha de hacer, creia haberpuesto un
argumento sin réplica.
De suerte que era imposible hallar
un carácter mas opuesto al de su mu
jer, un corazon menos á propósito pa
ra comprender el de aquella, un espí
ritu mas incapaz de apreciarla. Y sin
embargo, la esclavitud habia engen
drado en aquel corazon de mujer una
especie de aversion virtuosa y muda
que no siempre era justa. La señora
de Delmare dudaba demasiado de la
razon de su marido , puesto que lo
juzgaba cruel cuando solo era duro.
En sus arrebatos habia mas aspereza
que cólera;y mas groseria que inso
18
200

lencia en sus modales. La naturaleza


no le hizo malvado: tenia instantes de
compasion que le llevaban al arrepen
timiento, y entonces era casi sensible.
La vida militar habia erijido para él
en principio la brutalidad: con una
mujer menos fina y menos dulce hu
biera sido temeroso como un lobo do
mesticado; mas aquella mujer estaba
disgustada de su suerte, y no procu
raba hacerla menos amarga.
XI.

Al apearse del carruage en el patio


de la granja, Ramon sintió desfallecer
su ánimo. Iba á entrar otra vez en
aquella casa que tantos recuerdos traia
á su memoria. Los raciocinios en har
monia con sus pasiones podian hacer
le triunfar de los impulsos del cora
zon , mas no sufocarlos, y en aquel
instante sentia los remordimientos con
la misma violencia que el deseo. La
primera figura que le salió al encuen
tro fué la de Sir Ralph, y al contem
plarle con el perpetuo trage de caza,
acompañado de los perros, y grave co
mo un Laird escocés, le pareció ver
andar el retrato que descubriera en el
208

cuarto de la señora de Delmare. A po


cos momentos vino el coronel, y se
sirvió el almuerzo, sin que Indiana
pareciera. Al atravesar Ramon el ves
tíbulo y la sala del billar, al recono
cer aquellos lugares que entrevió en
circunstancias tan distintas, se sentia
tan malo que recordaba apenas el ob
jeto que le habia traido.
—¡Con qué la señora no quiere ab
solutamente bajar! preguntó el coro
nel al factotum Lelievre con alguna
acrimonia.
- La señora no ha dormido, dijo
Lelievre, y la señorita Nun... (vaya,
que siempre me anda este nombre por
la lengua) la señorita Fany, quiero
decir, me ha contestado que la señora
estaba durmiendo.
-¿Cómo puede ser eso si yo acabo
de verla en la ventana? Fany miente.
Id á decir á la señora que está servi
do el almuerzo, ó mas bien, hacedme
209

el favor de subir vos, mi querido Sir


Ralph, y ved si vuestra prima está
mala de veras. -

Si el desdichado nombre que por


efecto de una costumbre acababa de
salir de los labios del criado comunicó
un doloroso temblor á los nervios del
huésped, la ocurrencia del coronel le
causó una estraña sensacion de cólera
y de celos.
-¡ En su cuarto ! pensó. No se con
tenta con colocar alli su retrato, sino
que le envia en persona. Este inglés
parece tener aqui derechos que el ma
rido mismo no osa arrogarse.
Cual si Delmare adivinara las re
flexiones de Ramon :
— Esto no debe admiraros, le dijo.
Sir Brown es el médico de la casa, y
ademas primo nuestro, y un jóven be
llísimo á quien amamos muy mucho.
Ralph estuvo ausente unos diez mi
nutos. Ramon distraido é incomoda
18*
240

do, nada comia, y sin cesar sus ojos


se dirijian á la puerta. En fin pareció
el inglés.
- Realmente no está buena, dijo,
la he ordenado que se meta en cama.
Sentóse á la mesa, comió con un
apetito envidiable, y Delmare no le
anduvo en zaga.
- No hay duda, discurrió Ramon,
esto es un pretesto para no verme :
estos dos hombres no lo recelan, y el
marido está mas descontento que in
quieto por el estado de su mujer. Es
to es bueno: mis negocios andan me
jor de lo que yo esperaba.
La dificultad reanimó el deseo, y la
imágen de Nun desapareció de aque
llas habitaciones, á cuya puerta se
sintiera helado de terror, y bien pres
to solo vió en ellas las lijeras formas
de Indiana. En el salon se sentó delan
te del velador, examinó las flores del
bordado, tocó las sedas, y respiró el
21M

aroma que sus dedos dejaron en ellas.


Ya habia visto aquella labor en el
cuarto de la señora de Delmare, cuan
do apenas estaba comenzada, mas aho
ra brillaban en ella mil flores, abier
tas al soplo de la fiebre,y bañadas con
lágrimas diarias. Ramon sintió aso
marse las suyas, y no sé decir por que
especie de simpatía hubo de alzar tris
temente los ojos al horizonte que In
diana tenia costumbre de contemplar,
y apercibió á lo lejos las blancas pa
redes de Cercy, que se desprendian
del fondo de las tierras grises.
La voz del coronel le hizo volver
en sí de repente. Vamos, mi buen
vecino, le dijo, es tiempo ya de cum
plir mis promesas, la fábrica está en
movimiento, y todos los obreros atien
den á sus respectivas tareas. Aquite
neis lápiz y papel á fin de que podais
tomar apuntaciones.
El jóven siguiendo al coronel, exa
2412

minó la fábrica con afan y curiosidad,


hizo observaciones, bastantes á probar
que la química y la mecánica le eran
igualmente familiares : prestóse con
indecible paciencia á las eternas di
sertaciones de Delmare: convino con
algunas ídeas suyas, combatió otras,
y en todo se condujo de tal modo que
era fuerza persuadirse de que le esti
mulaba en todo aquello un interés muy
particular, sin embargo de que ape
nas atendia á cosa alguna, y de que
su pensamiento se encaminaba no mas
hácia la señora de Delmare.
A la verdad ninguna ciencia le era
estraña, ni indiferente ningun descu–
brimiento: ademas promovia los inte
reses de su hermano, quien realmente
habia espuesto toda su fortuna en una
fábrica por aquel estilo , aunque mu
cho mas vasta. Los conocimientos
exactos del señor de Delmare, única
especie de superioridad que este hom
2413

bre poseia, le presentaron entonces el


mejor medio para brillar en la conver
sacion que con él tuvo.
Sir Ralph, poco comerciante, aun
que muy sagazpolítico, hizo en la vi
sita de la fábrica reflexiones económi
cas de muy elevada esfera. Los traba
jadores ansiosos de mostrar su habili
dad delante de un hombre intelijente,
se escedian á sí mismos en actividad y
esmero. Ramon lo veia y escuchaba
todo, respondia á todo, sin pensar
mas que en la intriga amorosa que le
llevaba á aquel sitio.
Cuando hubieron discurrido bastan
te en órden al mecanismo interior, co
menzaron á razonar acerca del volú
men y fuerza de la corriente del agua.
Encaramados sobre la esclusa, encar
garon al capataz de la fábrica que le
vantase las palas á fin de inspeccionar
con atencion las variaciones de las cre
cientes.
241
—Señor, dijo el obrero dirijiéndose
á Delmare que fijaba el maximum á.
15 pies; con perdon de mi amo, diré
que este año las hemosvisto á 17.
—Es imposible que no os equivo
queis. ¿Cuando ha sido eso?
– No me queda duda, señor; fué la
víspera de vuestra vuelta de Bélgica,
la noche en que se encontró ahogada
á la señorita Nun ; de modo que el
cuerpo pasópor encima del dique que
veis allá abajo, y no se detuvo hasta
el lugar en que se halla ese caballero.
Y al decir esto con acento anima
do, el capataz indicó el sitio que ocu
paba Ramon. Este infeliz jóven se pu
so pálido como la muerte: echó una
mirada despavorida al agua que cor
ria ásus pies : al ver pintarse en ella
su lívida figura le pareció que el ca
dáver flotaba todavía en la superficie,
atacóle un vértigo, y se habria caido
en la acequia si Brown, cogiéndole
215

del brazo, no le separára de la orilla.


–En horabuena, dijo el coronel sin
pensar en Nun, ni advertir el estado
de Ramon;pero eso fué una cosa es
traordinaria, y la fuerza media de la
corriente es de... ¿Pero qué teneis vo
sotros dos? dijoparándose de repente.
– Nada, respondió Ralph, he pisa
do al señor volviéndome atrás, y lo
siento en el alma porque precisamente
le he de haber hecho daño.
Sir Ralph dió esta contestacion con
un tono tan calmoso y natural , que
Ramon creyó que pensaba decir ver
dad: con este motivo se hicieron al
gunos cumplimientos, y la conversa
cion siguió su curso.
A las pocas horas Ramon marchó
se de Lagny sin haber visto á la seño
ra de Delmare, y como temió hallar
la indiferente y tranquila, las cosas
iban mejor de lo que habia esperado.
No obstante volvió otro dia sin ser
216
mas feliz , puso en juego todos los re
cursos de su talento para ganarse la
voluntad del coronel, á quien halló
solo , tuvo con él mil condescenden
cias , elogió á Napoleon , á quien no
queria , deploró la indiferencia con
que el gobierno dejaba en abandono y
casi en desprecio á los ilustres restos
del ejército grande , se hizo tan parti
dario de la oposicion como se lo per
mitia su modo de pensar , entre mu
chos de sus principios políticos pon
deró aquellos que podian alhagar los
de Delmare , llegando hasta formarse
un carácter distinto del suyo para ga
narse su confianza. Transformóse en
hombre naturalote , en un buen cama:
rada , en un tuno que no se toma pe
na por cosa alguna.
. . - ; Si será capaz este hombre de con
quistar algun dia á mi mujer!, refle
xionó el coronel contemplándole cuan
do se marchaba , y luego se puso á
1217
sonreir consigo mismo , y á pensar
que Ramon era un hermoso jóven .
La madre de Ramiere estaba enton
ces en Cercy : el hijo le encomió las
gracias y el talento de la señora de
Delmare , y sin empeñarse en que la
visitase , tuvo la destreza de inspirarle
esta idea.
- A la verdad , dijo ella , es la úni
ca de mis vecinas á quien no conozco ,
y como he llegado despues de ella , á
míme toca empezar : la semana próxi.
ma irémos á Lagny.
Llegó el dia .
: - Ahora no se escapara , pensó Ra
mon , y efectivamente la señora de
Delmare no podia de ningun modo
prescindir de su visita , y al ver bajar
del coche á una señora de edad, desco
nocida , salió á recibirla hasta la es
calera. Reconoció á Ramiere en el
hombre que la acompañaba ; no dudó
de que habia engañado a su madre pa
T . I.
248

ra obligarla á este paso, lo cual hubo


de desagradarle en términos que le ins
piró firmeza y tranquilidad. Acogió á
la señora con una mezcla de respeto y
afabilidad, mas su continente con el
hijo fué tan glacial que no pudo este
soportarlo por mucho rato. No estaba
acostumbrado á los desdenes, y su or
gullo se irritó viendo que con una mi
rada no podia vencer los que contra él
se habian preparado. Entoncestoman
do una resolucion, como hombre in
diferente á un capricho, pidió permi
so para ir al parque á ver al señor de
Delmare, y dejó solasá las dos mujeres.
Poco á poco, vencida Indiana por
el atractivo encanto que un talento su
perior, unido á un alma noble y ge
nerosa, derrama siempre en torno su
yo, en su conversacion con la señora
de Ramiere se volvió buena, afectuo
sa y casi festiva. No habia conocido
á su madre, y la señora de Carvajal
249

á pesar de sus dotes y de sus alaban


zas, estaba muy lejos de llenar para
con ella aquel vacío; asi fué que casi
sentia su corazon fascinado por la
madre de Ramon. Cuando este vino
á alcanzar la en el momento de tomar
el coche, vió como Indiana llevaba á
sus labios la mano que aquella le ten
dia. ¡Infeliz! érale indispensable unir
se á alguna persona: todo cuanto en
su vida desdichada y solitaria le ofre
cia una esperanza de interés ó de pro
teccion era admitido por ella con
transporte, y ahora creyó que la ma
dre de Ramon iba ápreservarla de los
lazos que este le tendia.
– Me arrojaré en brazos de esta esce
lente mujer, pensaba, y si es preciso
se lo confesaré todo. La conjuraré pa
ra que me salve de su hijo, y su pru
dencia velará sobre él y sobre mí.
De bien distinta manera discurria
el jóven.
220

-¡Cuán buena esmi madre! se de


cia á sí mismo encaminándose á Cer
cy; su gracia y su bondad hacen pro
dijios. Yo le debo mi educacion, to
das las felicidades de mi vida, el apre
cio en que me tiene el mundo; ya so
lo me faltaba deberle el corazon de
una mujer como Indiana.
Ramon pues amaba á su madre por
la necesidad que tenia de ella, y por
la dicha que le proporcionaba. Casi
todos los hijos aman á las suyas por es
to mismo.
Algunos dias habian transcurrido
cuando recibió una esquela de convite
para ir á pasar tres dias á Bellerive,
hermosa casa de campo que poseia Sir
Ralph entre Cercy y Lagny, en don
de de acuerdo con los mas famosos
cazadores de la comarca, se trataba de
dar una batida á la caza que destruia
los bosques y jardines del propietario.
Aunque Ramon gustaba tan poco de
22M

la caza como de sir Ralph, la señora


de Delmare hacia por lo comun los
honores de la casa de su primo en lan
ces de aquella naturaleza,y con la es
peranza de hallarla allise resolvió muy
pronto. A la verdad por esta vez no
contaba Brown con su prima que se
escusó con la falta de salud; mas el
coronel que se enfadaba de que su
mujer buscase diversiones, no podia
tolerar en manera alguna que rehusa
se las que él le permitia.
-¿Con qué os empeñais, le dijo,
en que crea toda nuestra vecindad que
os tengo cerrada bajo llave? Me ha
ceis pasar por un marido celoso, y es
te es un papel muy ridículo que no
quiero representarpormas tiempo. Y
por otra parte ¿qué significa esta falta
de miramiento hácia vuestro primo?
¿Os parece bien negarle este servicio
cuando le debemos el establecimiento
y la prosperidad de nuestra industria?
19*
222

Le sois necesaria y vacilais; estos ca


prichos vuestros no los entiendo. Te
neis la gracia de recibir bien á todas
las personas que me disgustan, y aque
llas á quien yo aprecio tienen la des
gracia de repugnaros á vos.
– Esta reconvencion, observó la se
ñora, no me parece justa , supuesto
que amo á mi primo como á un her
mano,y que nuestra amistad era ya
antigua cuando empezó la vuestra.
-Si, si, vos lo pintais todoperfec
tamente, pero yo sé que no hallais á
Ralph bastante sentimental. ¡ Pobre
mozo !! le tratais de egoista porque no
gusta de novelas, y no llora por la
muerte de un perro. Ademas, yo no
me refiero á él solo.¿De qué manera
habeis recibido al señor de Ramiere,
que es un escelentejóven, sin la menor
duda? Os le presenta la señora de Car
vajal , y lo admitís perfectamente;
mas cuando tengo yo la desgracia de
223

apreciarle , os parece insufrible , y


cuando viene á casa os meteis en ca
ma. Parece empeño vuestro hacerme
pasar por un hombre sin mundo.Tien
po es ya de que esto se acabe,y de
que os resolvais á vivir como los de
mas.
Ramon creyó que no convenia,á sus
proyectos manifestar un grande anhe
lo, pues las amenazas de indiferencia
surten buen efecto casi con todas las
mujeres que se creen amadas. Algunas
horas habia que comenzó la caza cuan
do vino á casa de sir Ralph, y como
la señora de Delmare no debia llegar
hasta la tarde, se ocupó en preparar
el modo como debia conducirse. Pa
recióle lo mejor disponer un medio
de justificacion, porque el momento
estaba cerca , podia contar con dos
dias, y dividió el tiempo de este mo
do: lo que restaba de aquel dia, ya
muy adelantado, para conmover; el
22

siguiente para persuadir ; el último


para ser feliz. Miró el reloj,y por
horas calculó el buen éxito de sus in
tentos, ó la derrota de su empresa.
XII,

Dos horas habia que estaba en el


salon cuando oyó en la pieza inmedia
ta la voz de la señora de Delmare. A
fuerza de meditar en su proyecto de
seduccion, se habia enamorado de él
como un autor del asunto de su obra,
o un abogado de su causa; y la con
mocion que esperimentó al ver á In
diana podria parangonarse con la de
un actor bien penetrado de su papel,
que encontrándose delante del princi
pal personage del drama, no distin
gue de la realidad las ficticias impre
siones de la escena. Estaba tan demu
dada, que entre las nerviosas agitacio
nes de su cérebro sintió Ramon un
226

afecto de sincero interes. La tristeza


y la enfermedad habian impreso tan
profundas huellas en su rostro que ya
no era hermosa, y al presente habia
mas gloria que placer en intentar su
conquista. Pero Ramon consideraba
como un deber suyo volver la vida y
la felicidad á aquella mujer.
Al verla tan pálida y melancólica
juzgó que no habria de luchar con
una voluntad muy firme.¿Una cubier
ta tan frágil podia ocultar acaso una
fuerte resistencia moral? Creyó que
desde luego convenia interesarla en
favor de ella misma, imponerla con
su desventura y con el menoscabo de
su salud, para abrir en seguida su al
ma al deseo y á la esperanza de me
jor destino. -

-¡ Indiana ! le dijo con una secreta


seguridad disfrazada con el aire de
una tristeza profunda, ¿ debia yo ha
llaros en este estado? Yo no sabia que
227

este momento, tanto tiempo esperado,


buscado con tanta ansiedad, hubiera
de causarme un dolor tan cruel.
Muy lejos estaba Indiana de esperar
semejante lenguage. Creia sorprender
á Ramon en la actitud de un culpable
confundido y tímido en su presencia,
y sin embargo en vez de acusarse, de
mostrar arrepentimiento y dolor, solo
sentia tristeza y lástima por ella. Era
preciso que estuviese muy abatida y
quebrantada para inspirar compasion
á los que debieran implorar la suya.
Una francesa, una mujer de mun
do no se hubiera desconcertado por
esto; pero Indiana tenia poco uso de
la sociedad, y le faltaban ademas la
destreza y el disimulo, necesarios para
conservar las ventajas de su posicion.
Aquellas palabras ofrecieron ásus ojos
el cuadro de sus pesares, y se le aso
mó una lágrima en los párpados.
Estoy mala en efecto, dijo sentán
228
dose débil y cansada en la poltrona
que le presentó Ramiere : me siento
muy mala, y delante de vos, caballe
ro, tengo derecho de quejarme.
Ramon no esperaba ir tan aprisa.
Agarró, como suele decirse, la oca
sion por los cabellos, y cojiendo una
mano, que encontró fria y seca:
¡Indiana! esclamó, no digais eso,
no digais que soy el autor de vuestros
males, porque el dolor y la alegria me
volverian loco.
-¡La alegria! repitió ella, clavando
sobre él sus grandes ojos azules, llenos
de tristeza y de pasmo.
– Debiera haber dicho la esperanza,
porque si yo he causado vuestros que
brantos, quizás podré remediarlos. De
cid una palabra, añadió arrodillándose
en los cojines donde ella tenia los
pies, pedidme mi sangre, mi vida...
- ¡Ah! Callad, le dijo Indiana con
amargura retirando la mano; vos abu
229

sásteis indignamente de mis promesas,


y en vano procuraríais ahora reparar
el daño que habeis hecho.
- Pues yo quiero repararlo, y lo
haré, gritó Ramon procurando asir
otra vez la mano.
— Es demasiado tarde, replicó In
diana, volvedme mi compañera, mi
hermana, volvedme á Nun que era mi
sola amiga.
Un frio mortal recorrió las venas
del jóven: por esta vez no tuvo nece
sidad de finjir su conmocion, pues la
que esperimentaba era de aquellas que
se dispiertan poderosas y terribles sin
el ausilio del arte.
-Lo sabe todo, pensó, y ahora me
juzga.
Nada era para Ramon mas humi
llante que oirse echar en cara su crí
men por aquella que era su inocente
cómplice; nada mas amargo que ver á
Nun llorada por su rival.
2O
230
-Si señor, dijo Indiana alzando el
rostro bañado en lloro, vos sois la
causa de esa desgracia.
Pero se contuvo observando la pali
dez de Ramon, que debia ser horri
ble, puesto que nunca habia sufrido
tantO.
Entonces toda la bondad de su co
razon, toda la involuntaria ternura
que aquel hombre le habia inspirado,
recobraron sus derechos sóbre la seño
ra de Delmare.
-¡Perdon! dijo ella con espanto,
yo os causo mucho mal, pero ¡ah!
¡He sufrido tanto! Sentaos, y hable
mos de otra cosa.
Este movimiento repentino de ge
nerosidad y dulzura hizo mas profun
da la emocion del jóven, de cuyo pe
cho se escaparon algunos gemidos.
Llevó á sus labios la mano de India
na, besóla, y la bañó en lágrimas.
Aquella fué la primera vez que pudo
231

llorar despues de la muerte de Nun, é


Indiana era la que alijeraba su alma
de peso tan terrible.
¡Oh! supuesto que la lloreis asi,
dijo ella, vos que no la habeis cono
cido; ya que tanto os aflije el daño
que me habeis causado, no me atrevo
á echároslo mas en cara. Llorémosla
juntos, caballero, para que desde los
cielos nos vea y nos perdone.
Un sudor frio bañó el rostro de
Ramon. Si aquellas palabras, vos que
no la habeis conocido, le habian liber
tado de una ansiedad cruel, este lla
mamiento á la memoria de su víctima
en la inocente boca de Indiana, le cau
só un terror supersticioso. Alzóse con
el alma oprimida, y anduvo con agi
tacion hácia una ventana, sobre cuyo
alfeizar se sentó para respirar mas li
bremente. La señora se quedó en si
lencio y conmovida hasta el último
estremo. Al ver á Ramon llorar como
232

un niño, y desfallecer cual una mu


jer, sintió una especie de secreta ale
gria.
¡Es bueno! se decia á sí mismo, me
ama, y su corazon es ardiente y ge
meroso. Ha cometido una falta, pero
su arrepentimiento la espia, y yo de
biera haberle perdonado antes.
Contemplábale enternecida, volvia
á encontrar confianza en él, y tomaba
los remordimientos del culpable, por
el arrepentimiento del amor.
– No lloreis mas, le dijo poniéndo
se en pie y acercándose á él, yo soy
quien la mató, sola yo soy culpable.
Este remordimiento me aflijirá toda
la vida. Cedí á un impulso de des
confianza y de cólera, la humillé y
lastimé su corazon. Sobre ella hice re
caer toda la amargura que sentia com
tra vos; vos solo me habiais ofendido,
y castigué por ello á mi pobre amiga.
¡Oh! cuán cruel fuí con ella!
233

-Y conmigo, dijo Ramon olvidan


do de pronto lo pasado para ocuparse
solo en lo presente.
Los colores se asomaron al rostro
de Indiana.
- Quizás, le dijo, no debiera acusa
ros de la pérdida cruel que sufrí en
aquella noche terrible, mas no puedo
olvidar la imprudencia de vuestra con
ducta para conmigo: la poca delicade
za de un proyecto tan romancesco y
tan culpable me ha hecho padecer
mucho. Entonces me creia amada, y
vos ni siquiera me respetabais.
Ramon recobró su valor, su volun
tad, su amor y sus esperanzas: la si
niestra impresion que le habia helado
desvanecióse como una pesadilla, y se
dispertó jóven, ardiente, lleno de de
seos, de pasiones y de futuras dichas.
–Si me aborreceis, soy culpable; es
clamó arrojándose á sus pies con mo
vimiento enérgico, pero si me amais,
2 o"
234

ni lo soy, ni lo he sido nunca. Decid,


Indiana ¿me anais?
-¿Lo mereceis? preguntó la jóven.
-Sipara merecerte, insistió Ramie
re, es preciso amarte con adoracion.
– Escuchad, interrumpió Indiana
abandonándole sus manos y clavando
en él sus húmedos ojos, en que por
intervalos brillaba un fuego sombrío,
escuchad: ¿sabeis vos lo que es amar
.á una mujer como yo? No, no lo sa
beis. Habeis creido que se trataba de
satisfacer el capricho de un solo dia,
juzgais de mi corazon por todos los
corazones desgastados en que habeis
ejercido hasta ahora vuestro efímero
imperio: ignorais que no he amado
todavia, y que no daré mi corazon
vírgen y entero en cambio de otro
marchito ya y gastado; mi amor entu
siasta, por un amor tibio; mi vida
toda entera en recompensa de un rá
pido dia.
235

-Señora, yo os amo con delirio;


mi corazon tambien es jóven y ardien
te, y sino es digno de vos, no hay
corazon de hombre que lo sea. Si, yo
sé como se os debe amar, y no habia
esperado este dia para comprenderlo.
¿Acaso no sé yo vuestra vida, no os
la conté en el baile la primera vez
que pude hablaros? ¿Acaso no leí to
da la historia de vuestro corazon en
la primera mirada que sobre mí fijás
teis?¿Y de qué me habré prendado?
¿Acaso de vuestra hermosura tan solo?
¡Ah! basta ella para hacer delirar á
un hombre menos ardiente y menos
jóven, pero si yo adoro esta delicada
y deliciosa cubierta, es porque encier
ra un alma pura y divina, es porque
la anima un fuego celeste, porque en
vos mas bien que una mujer veo un
ángel.
-Sé que poseeis el talento de ala
bar, mas en vano procurareis lison
236

jear mi vanidad, porque no necesito


homenages, sino afectos. Es preciso
amarme á mi sola, sin recompensa,
sin restriccion alguna; es necesario
estar dispuesto á sacrificármelo todo,
la fortuna, la reputacion, el deber,
los negocios, los principios, la fami
lia, todo, porque yo pondré el mismo
sacrificio en la balanza,y quiero que
la balanza quede en equilibrio. Bien
comprendeis que os es imposible amar
me de este modo.
No era esta la vez primera que Ra
mon veia en una mujer tomar el amor
como un asunto serio, aunque feliz
mente para la sociedad estos ejemplos
son raros; mas no ignoraba que las
promesas del amor (felizmente tam
bien para la sociedad) no comprome
ten el honor. Algunas veces la mujer
que habia exijido de él estos solem
mes empeños fué la primera en rom
perlos; asi no le amedrentaron las exi
237
jencias de la señora de Delmare, ó
por mejor decir, no se acordó de lo
pasado, ni pensó en lo venidero para
dejarse arrastrar tan solo por el irre
sistible encanto de aquella mujer tan
débil y apasionada, tan endeble en el
cuerpo y tan resuelta en el corazon y
en el espiritu. Estaba tan bella, tan
animada, tan imponente al dictarle
leyes, que se quedó fascinado á sus
pies.
-Te juro, le dijo, ser tuyo en
cuerpo y alma; te voto mi vida, te
consagro mi sangre, te entrego mivo
luntad; tómalo todo, dispon de todo,
de mi fortuna, de mi honor, de mi
conciencia, de mis sentimientos.
- Callad, dijo de repente Indiana,
aqui está mi primo.
En efecto entró el flemático Ralph
Brown con un aire muy calmoso,y
sorprendido y contento en su interior
de ver á su prima á quien no espera
238

ba. Pidióle permiso para abrazarla, en


muestra de agradecimiento, éinclinán
dose hácia ella con una lentitud metó
dica, le besó los labios segun la cos
tumbre de su pais.
La cólera hizo perder el color á
Ramon, y apenas hubo salido Ralph
á dar órdenes, cuando se acercó á In
diana con la pretension de borrar las
huellas de aquel impertinente beso;
pero la señora de Delmare repelién
dole con calma: si deseais que crea
en vos, le dijo, pensad que debeis re
parar muchasfaltas. Ramiere no com
prendió la delicadeza de esta negativa;
no vió en ella mas que una repulsa,
y se enfadó contra sir Ralph. Hubo
de advertir á poco rato que al hablar
en voz baja á Indiana la tuteaba,y es
tuvo por creer que la reserva que el
uso imponia á sir Ralph en algunas
circunstancias, no era mas que la pru
dencia de un amante feliz. Sin embar
239

go se avergonzó bien pronto de sus in


juriosas sospechas cuando sus miradas
se encontraron con las miradas puras
de aquella jóven. -

Por la noche Ramon estuvo feliz:


habia mucha gente , todos le escucha
ban, y no pudo sustraerse á la impor
tancia que le daban sus conocimientos.
Habló, y á ser Indiana una mujerva
nidosa hubiera gozado una felicidad
escuchándole, pero su espíritu sencillo
y recto hubo de amedrentarse de la
superioridad de Ramon. Luchó contra
el poder májico que ejercia en torno
de ella, especie de influjo magnético
que el cielo ó tal vez el infierno con
cede á ciertos hombres; imperio efí-
mero y parcial: tan positivo que nin
guna medianía se libra de ellos, tan
fugaz que no dejan rastro alguno tras
sí, de manera, que despues de su
muerte admira el que se hayan hecho
tan célebres durante su vida.
20

Momentos hubo en que Indiana se


sentia fascinada por el brillo de aquel
espíritu, mas bien pronto se decia con
tristeza que ella no deseaba gloria sino
ventura. Preguntábase con miedo si
aquel hombre, para quien tenia la vi
da tan diversas fases, tantos intereses
seductores, podria consagrarle toda el
alma, sacrificarle toda su ambicion de
cualquiera especie que fuese. Y mien
tras él defendia á palmos con tantova
lor y destreza, con tanto empeño y
sangre fria, doctrinas puramente es
peculativas, éintereses del todo opues
tos á su amor, aturdíase Indiana de
que ella fuese tan poca cosa en la vida
de Ramon, cuando él lo era todo en
la suya; temió horrorizada no ser pa
ra aquel hombre mas que un capricho
de un dia, cuando él fué para ella el
sueño de una vida entera.
Al ofrecerle el brazo para salir de
la estancia, le dirijió algunas palabras
24 M

de amor, á las que Indiana contestó


tristemente.
–Sois un hombre de mucho talento.
Comprendió Ramiere esta reconven
cion, y el dia siguiente lo pasó á los
pies de su amante, ya que los demas
convidados les dejaron, merced á su
aficion por la caza, en libertad abso
luta.
Ramon fué elocuente, é Indiana te
nia tanta necesidad de creer, que la
mitad de su elocuencia estaba de so
bra. ¡Mujeres de Francia! vosotras no
sabeis lo que es una criolla, y hubié
rais cedido mas dificilmente á la con
viccion, porque á vosotras mi es posi
ble engañaros ni venderos.

21
XIII.

Cuando Ralph volviendo de la caza


consultó como tenia de costumbre el
pulso de la señora de Delmare, Ra
mon que le observaba atentamente re
paró en su pacífico rostro un imper
ceptible matiz de sorpresa y de con
tento. En aquel instante no sé por
que secreto impulso se encontraron las
miradas de entrambos, y los ojos cla
ros de sir Ralph, fijos como los de un
mochuelo en los ojos negros de Ra
mon, les obligaron á bajarse á pesar
suyo. Durante el resto del dia el con
tinente del Baronet al traves de su es
terior imperturbabilidad,tuvo para con
la señora de Delmare ciertos visos de
23

atencion que hubieran podido llamarse


interes ó solicitud, á ser su fisonomia
capaz de reflejar algun afecto determi
mado. Pero en vano procuró el amante
descubrir si en sus ideas se mezclaba
el temor ó la esperanza: Ralph fué
impenetrable.
Desde el sitio que ocupaba algunos
pasos detrás de la poltrona de Indiana,
oyó que sir Ralph le decia á media
YyOZ : -

- Harás muy bien, prima mia, en


montar á caballo mañana.
-Estoy dispuesta, contestó ella, pe
ro ya sabeis que en este momento no
tengo caballo.
-Ya encontrarémos uno. ¿Querrás
venirá cazar?
Indiana buscó diferentes pretestos
para escusarse , y aunque Ramon co
nociera que preferia quedarse con él,
le pareció observar que su primo te
nia un estraño interés en impedirlo.
2}} -

Dejando entonces su lugar se vino há


cia ella, y unió sus ruegos á los de
sir Ralph, pues como se sentia amos
tazado contra aquel importuno rodri
gon de la señora de Delmare, resolvió
mortificar su vigilancia.
—Si consentís en ir á la caza, dijo
á Indiana, me animareis á imitar vues
tro ejemplo. Yo gusto poco de esa di
version, mas por tener el henor de
ser vuestro escudero.....
– En ese caso seré de la partida,
dijo irreflexivamente Indiana.
Mutuamente se dirijieron una ojea
da de intelijencia ella y Ramon, mas
por muy rápida que fuese, Ralph la
sorprendió al paso, y durante la vela
da no pudo Ramon mirarla ni dirijirle
la palabra, sin encontrar los ojos ó el
oido de Brown, y esto engendró en
su alma un sentimiento de aversion ó
de celos. ¿Con qué derecho ese primo
ó amigo de la casa se erijia en peda
2,5
gogo de la mujer á quien él amaba?
Juró que sir Ralph se arrepentiria, y
buscó ocasion de irritarle sin compro
meter á la señora de Delmare, pero
todo fué en vano. Sir Ralph hacia los
honores de su casa con una política
fria y dignitosa que poco se curaba de
epigramas ni de contradicciones.
Al apuntar el alba del siguiente dia,
Ramiere vió penetrar en su cuarto la
solemne figura de su huésped. En sus
modales habia alguna cosa de mas es
petado que lo comun, y con la espe
ranza de una provocacion , sintió el
amante palpitar su pecho de deseo é
impaciencia; mas solo se trataba de un
caballo de silla que Ramon trajo á
Bellerive , y que habia manifestado
deseos de vender. El contrato se cerró
en cinco minutos, Ralph lejos de ha
cer objecion en cuanto al precio, sa
cando del bolsillo un cartucho de mo
nedas, las contó sobre la chimenea con
21°
26

una sangre fria sumamente estraña ,


sin dignarse prestar oidos á las que
jas que le daba Ramon por su escru
pulosa exactitud. Apenas hubo salido
volvió atrás y le dijo:
-¿Supongo, caballero, que el ca
ballo es mio desde este instante?
- Entonces creyó el huésped que su
objeto era impedirle que fuese á la
caza, y manifestó sin el menor mira
miento que no pensaba ir á pie.
- Caballero , respondió sir Ralph
con una lijera sombra de afectacion,
conozco demasiado las leyes de la hos
pitalidad;y salió del aposento.
Al bajar Ramon al peristilo , vió á
la señora de Delmare vestida de ama
zona, y jugando con Ofelia que se en
tretenia en hacerle pedazos un pañue
lo de batista. Sus facciones estaban
decoradas con una lijera tinta de púr
pura, y sus ojos despedian un brillo,
perdido desde mucho tiempo. Ya se
217

habia vuelto hermosa; los bucles de


sus negros cabellos se escapaban del
sombrerillo: comunicábale aquel ador
no de la cabeza mil embelesos, y el
vestido de paño, abotonado de arriba
abajo dibujaba su fino y flexible talle.
A mi parecer el principal encanto de
las criollas, consiste en que la escesi
va delicadeza de sus rasgos y de sus
proporciones les conserva por mucho
tiempo la gentileza de la infancia. In
diana risueña y juguetona parecia no
tener entonces mas que 12 años.
Admirado Ramon de su gracia es
perimentó un sentimiento de triunfo,
y le hizo acerca de su belleza el cum
plido menos desabrido que pudo ocur
rirle.

– Estábais inquieto por mi salud, le


dijo ella en voz baja, pues bien ¿no
veis ya que deseo vivir?
El amante solo pudo contestar con
una mirada de reconocimiento y de
248

placer,porque llegaba sir Ralph guian


do para su prima un caballo que Ra
miere reconoció por el mismo que le
habia comprado.
-¿Es posible, preguntó con sorpre
sa Indiana que viera como el dia antes
lo probaban en el patio del castillo, es
posible que el señor de Ramiere tenga
la bondad de dejarme su caballo?
–¿No ponderásteis ayer, preguntó
á su vez sir Ralph, la hermosura y
docilidad de este animal? pues es
vuestro desde hoy, y siento no habé
roslo podido ofrecer antes.
-Os volveis muy chistoso, primo
mio, dijo la señora de Delmare, yo
no comprendo una palabra de todo es
to. ¿He de dar las gracias al señor de
Ramiere porque me presta su caballo,
ó á vos que se lo habeis pedido?
- Es preciso dárselas á tu primo,
dijo Delmare,porque lo ha comprado
y te lo regala.
2,9

-¿Es cierto, buen primo mio?pre


guntó la señora acariciando al hermo
so animal con la alegria de una mu
chacha que recibe el primer aderezo.
-¿No habíamos pactado que yo te
daria un caballo en cambio del traba
jo que me estás bordando ? Vaya,
móntalo, y no temas, porque conozco
su buena índole, y ademas lo he pro
bado esta mañana. La jóven saltó al
cuello de Ralph, y de alli sobre el
caballo, que hizo caracolear con des
treza.

Toda esta escena de familia pasaba


en un ángulo del patio y en presencia
del amante , quien esperimentó una
violenta” sensacion de despecho viendo
como se desahogaba delante de él el
sencillo y confiado afecto de aquellas
personas, cuando él amaba con pa
sion, y quizás nopodia contar con un
dia entero para poseer á Indiana.
¡Cuan feliz soy! le dijo esta llamán
250

dole á su lado por el camino. No pa


rece sino que ese bueno de Ralph ha
ya adivinado el presente que pudiera
serme mas grato.¿Y vos, Ramon, no
lo sois tambien viendo pasar á mi po
der el caballo que tanto queríais?
¡Oh! si, él será objeto de la mas tier
na predileccion. ¿Cómo le llamábais?
Decídmelo, porque no quiero mudar
le el nombre que le dísteis.
-Si hay aqui alguno feliz, dijo Ra
mon, es vuestro primo, que os hace
regalos, y á quien vos abrazais con
tanta ternura.

-Y qué, preguntó Indiana riéndose


¿tendríais celos de esa amistad y de
esos besos?
-¡Celos! puede ser que si, pero no
me atrevo á asegurarlo, mas cuando
ese primojóven y encarnado junta sus
labios con los vuestros, cuando os
coje en sus brazos para colocaros en
la silla del caballo que os regala y que
254

yo os vendo, confieso que sufro. No,


no es para mí una felicidad veros due
ña del caballo que yo amaba. Concibo
que es una felicidad ofrecéroslo; mas
pasar plaza de chalan paraproporcio
mar á otro un medio de agradaros, es
una humillacion que ha manejado sir
Ralph con mucha delicadeza. Lo creo
efecto de la casualidad y no de su in
jenio: de otro modo yo me vengaria.
-¡Jesus mil veces! ¡Y que mal os
pegan esos celos ! ¿ Cómo es posible
que nuestra amistad llanay franca pue
da causar envidia á un hombre como
vos, á quien yo debo considerar como
fuera de la vida comun, á un hombre
que ha de crearme un universo de en
cantos para mí sola? Estoy desconten
ta de vos, Ramon, porque veo que en
ese sentimiento de enfado contra mi
primo hay algo de amor propio ofen
dido. Dijérase que apreciaríais mas la
fria preferencia que doy á Ralph en
252

público, que el esclusivo afecto que


puedo acordar á otro en secreto.
- ¡ Perdon ! Indiana, ¡ perdon! The
obrado mal, no soy digno de tí, án
gel de bondad y de dulzura; pero lo
confieso, me hacen sufrir cruelmente
los derechos que ese hombre parece
arrogarse.
- ¡Arrogárselos! ¡Él arrogárselos,
Ramon ! Segun eso no sabeis los mo
tivos de sagrado reconocimiento que
nos ligan á él. Ignorais que su madre
era hermana de la mia, que nacimos
los dos en el mismo valle, que su ado
lescencia protejió los años de mi ni
ñez, que era mi único apoyo, mi úni
co maestro, mi solo compañero en la
isla de Borbon, que me ha seguido
por todas partes, que dejó el pais que
yo dejaba pàra venir á habitar el que
yo habito, en una palabra que es el
único ser que me ama y que se inte
resa por mí.
253

-¡Ay de mí! todo lo que me decís


solo sirve para envenenar la llaga que
ese inglés ha abierto en mi corazon.
¿Con qué él os ama?¿Y sabeis vos
de que manera os amo yo?
–¡Ah! No hagamos comparaciones.
Si os hiciese rivales un afecto de la
misma naturaleza, yo daria la prefe
rencia al mas antiguo; pero no temais
que nunca os pida un amor como el
que Ralph me profesa.
– Dadme pues á conocer á ese hom
bre, Indiana, os lo ruego encarecida
mente, porque no me parece dable
penetrar su máscara de hierro.
-¿Con qué es preciso, dijo ella son
riéndose, que yo misma inciense á mi
primo? Confieso que me repugna pin
tároslo ; le amo tanto que quisiera
adularle, y tal como es, recelo que lo
hallareis defectuoso. Ayudadme pues;
vamos á ver. ¿A vos que tal os pa
rece?
T. I. 22
25.

-Su figura (perdonad si os ofendo)


da idea de un hombre absolutamente
nulo ; sin embargo cuando se digna
hablar se traslucen en sus palabras
instruccion y buen sentido comun, pe
ro lo desempeña con tanta frialdad y
trabajo que nadie puede aprovecharse
de sus conocimientos; tanto hiela y
fatiga su modo de decir: ademas hay
en sus pensamientos un no sé que de
comun y pesado que no compensa la
metódica pureza de la espresion. Creo
que su espíritu está imbuido de todas
las ideas que se le han dado, y que
es muy apático ó de harto mediana
condicion para tenerlas propias. Es
exactamente un hombre cual se nece
sita para ser reputado por un filósofo
profundo. La gravedad constituye las
tres cuartas partes de su mérito, y la
restante la llenan su flojedad y la ne
gligencia.
-Algo hay de verdad en ese retra
255

to, dijo Indiana, pero no carece de


prevencion. Vos no vacilais en resol
ver algunas dudas que yo, por mucho
que conozca á Ralph de toda la vida,
no me atrevo á decidir. No niego que
su mayor defecto consiste en ver mu
chas veces con los ojos agenos; pero
esto no es culpa de su talento sino de
su educacion: he aqui porque asi co
mo vos creeis que sin esta hubiera si
do absolutamente nulo, yo opino que
lo habria sido menos. Una particula
ridad sola de su vida os esplicará su
carácter. Por desgracia tuvo un her
mano hácia quien sus padres mostra
ron una preferencia decidida; á la ver
dad se hallaban en él todas las brillan
tes calidades que á Ralph le faltan ,
porque aprendia con facilidad, tenia
disposicion para todo, era vivo como
una centella: su figura menos regular
que la de Ralph, era mas espresiva;
era cariñoso, activo, servicial, en una
256

palabra, era amable; mientras su her


mano, por el contrario, era lerdo,
melancólico, reservado, gustaba de la
soledad y aprendia á duras penas, sin
hacer alarde de sus escasos conoci
mientos. Al verle sus padres tan dis
tinto del hermano mayor dieron en
maltratarle; y lo que es peor aun, le
hicieron sufrir humillaciones. Enton
ces á pesar de los pocos años, su ca
rácter se hizo sombrio y pensativo,
una tímidez invencible paralizó todas
las facultades de su alma, á fuerza de
inspirarle aversion y desprecio hácia
sí mismo, disgustóse de la vida; y á
la edad de 15 años comenzó á padecer
de esplin : enfermedad que si en el
opaco clima de Inglaterra es esclusiva
mente física, se ha vuelto absoluta
mente moral en el cielo vivificador de
la isla de Borbon. Varias veces me ha
referido que un dia salió de su casa
para precipitarse al mar, y que estan
257

do sentado en la playa reasumiendo


sus ideas en el instante de ejecutar su
designio, me vió ir hácia él en bra
zos de la negra que fué mi nodriza.
Entonces temia yo cinco años, y dí
cenme que era bonita, y que mostra
ba por mi taciturmo primo una pre
dileccion que con nadie dividia: ¡pe
ro qué mucho si era tan cuidadoso,
tan complaciente conmigo, y me tra
taba con una dulzura que no halléja
mas en la casa paterna! Entrambos .
éramos desgraciados, y ya nuestros co
razones se entendian. El me enseñaba
la lengua de su padre, y yo le tarta
mudeaba la del mio. Quizás esa mez
cla de español y de inglés era la imá
gen del carácter de Ralph. Al arrojar
me á su cuello noté que lloraba,y sin
saber porque me eché á llorar tam
bien; entonces me estrechó en su pe
cho, y segun despues me ha dicho ju
ró vivir para mí, para esta niña aban
22*
258
donada sino aborrecida , á quien su
amistad podria á lo menos ser prove
chosa. Yo pues fuí el primero y úni
co lazo que le ligó á la vida. Desde
entonces no nos volvimos á separar;
entre la soledad de las montañas pasa
mos años libres y puros; pero tal vez
esta relacion de nuestra infancia os in
comoda,y quisiérais mas bien dar un
escape para uniros á los cazadores.
– No, no, tontuela, dijo Ramon,
cojiendo las riendas del caballo de la
señora de Delmare.
–Pues bien, continuó esta, prosigo
mi narracion. Egmundo Brown, her
mano mayor de Ralph, murió á los
veinte años, siguiéndole á poco su
madre á manos de la tristeza, y dejan
do á su padre inconsolable. Ralph hu
biera querido endulzar su dolor, mas
la frialdad con que M. Brown acojió
sus primeras tentativas, aumentó mas
y mas su tinidez natural. Pasaba las
259

horas triste y silencioso al lado de


aquel anciano desolado, sin atreverse
á dirijirle una palabra ni una caricia;
hasta tal punto temia ofrecerle con
suelos intempestivos ó infructuosos.
Acusóle su padre de insensibilidad, y
la muerte de Egmundo dejó al pobre
Ralph mas infeliz y desconocido que
nunca. Yo era entonces su único con
suelo.
–Por mucho que hagais, interrum
pió Ramon, no puedo compadecerle;
pero en la historia de vuestras vidas
hay una cosa que no puedo compren
der, y es porque Ralph no se casó
COIl VOS,

–Voy á manifestaros una razon muy


convincente. Cuando llegué á la edad
de casarme, mi primo que tenia diez
años mas que yo (diferencia enorme
en nuestro pais, en que la infancia de
las mujeres es muy corta) mi primo,
digo, estaba ya casado.
260

-¿Con qué es viudo ? Nunca he


oido mentar á su mujer.
– No le hables de ella por ningun
estilo. Era jóven, ríca y bella, pero
habia amado á Egmundo y fué desti
nada para él, y cuando condescendien
do con los intereses y consideraciones
de familia, le fué preciso á Ralph to
marla por esposa, no se empeñó ella
en ocultarle su aversion. Hubo de
acompañarla á Inglaterra, y aunque
despues de su viudez volvió á la isla
de Borbon, yo estaba ya casada con
el señor de Delmare, é iba á partir
para Europa. Ralph probóávivir ais
lado,pero la soledad agravaba sus ma
les; y aunque no me hablase de su
consorte, tuve motivos para creer que
fué mas infeliz en su matrimonio que
en la casa paterna, y que algunos re
cientes y dolorosos recuerdos aumen
taban su natural" melancolía. Le atacó
de nuevo el esplin, y vendidos sus ca
264
fetales, vino á establecersé ên Fran
cia. El modo como se presentó á mi
marido es original, y hubiera escita
do mi risa á mo interesarme el afecto
de Ralph.
- Caballero, le dijo, yo amo á vues
tra esposa, yo la he enseñado, la con
sidero como hermana, ó mas bien co
mo hija mia. Es la única parienta que
me queda, la sola persona á quien
profeso cariño. ¿Os desagradaria que
me estableciese cerca de vosotros y
que los tres pasásemos la vida juntos?
Se dice que teneis celos; pero al mis
mo tiempo convienen todos en que
sois un hombre honrado y lleno de
probidad. Con aseguraros que nunca
he amado á vuestra consorte, y que
mo la amaré nunca, podreis verme con
la misma tranquilidad como si real
mente fuese cuñado vuestro. ¿No es
verdad que lo hareis asi, Caballero?
- El señor de Delmare que hace
262

ufanoso alarde de su lealtad militar,


acojió esta franca declaracion ostentan
do confianza; sin embargo pasaron
muchos meses de un atento examen
antes que esta confianza fuese tan ver
dadera como él ponderaba. Ahora por
fin es inalterable á la par del alma
constante y pacífica de Ralph.
-¿Y vos, Indiana, preguntó Ra
mon, estais bien persuadida de que sir
Ralph no se engaña á sí mismo al ju
rar que nunca os ha amado
- Yo tenia doce años cuando él de
jó la isla de Borbon para seguir á su
mujer á Inglaterra; tenia diez y seis
cuando me encontró ya casada, y me
pareció que esto le causaba mas ale
gria que pesar. Ahora Ralph es ya
viejo.
-¿A veinte y mueve años?
- No lo tomeis á chanza. Su rostro
es jóven, pero su corazon está usado
de puro sufrir, y por esto no ama co
263

sa alguna, temiendo nuevos padeceres.


-¿ Ni á vos siquiera?
-Ni á mi. Su amistad no esmas que
un hábito: fué generosa cuando se en
cargó de instruir y protejer mi infan
cia, y entonces yo le amé como él me
ama ahora, porque le habia menester.
Hoy pago la deuda de lo pasado, y
ocupo mi vida procurando embellecer
y divertir la suya. Mientras fuí niña
amé mas por instinto que por incli
nacion, en vez de que él, hecho hom
bre, me ama menos con el corazon
que por instinto. Me necesita porque
soy la única que le quiero, y ahora
que ve el afecto del señor de Delmare
hácia él, le ama casi tanto como á mí,
puesto que su proteccion para commi
go, en otro tiempo tan valerosa ante
el despotismo de mi padre, se ha he
cho débil y prudente ante el de mi
marido. No se echa en cara mis sufri
mientos con tal que me vea á su lado:
26.
mo se pregunta si soy desgraciada por
que le basta ver que vivo, no quiere
concederme un apoyo que cuanto fue
ra capaz de endulzar mi suerte tanto
le malquistaria con Delmare, y turba
ria la paz de la suya. Apuro oirse de
cir que tenia el corazon árido se lo
han hecho creer, y su corazon se ha
desecado en la inaccion, ó le ha de
jado adormecerse por desconfianza. El
afecto de otra persona hubiera podido
desarrollar las buenas calidades de ese
hombre; pero alejándose de todos se
ha agostado, y como al presente fun
da su felicidad en el reposo, y sus
placeres en las comodidades de la vi
da, no inquiere los pesares que él no
siente, y para decirlo de una vez,
Ralph es egoista.
- Pues bien, tanto mejor, dijo Ra
mon, ya no le temo, y sivos lo de
seais aun podré amarle.
- ¡Ah! si, amadle, Ramon,vuestro
265

cáriño no le será indiferente: y á la


verdad poco importa averiguar por
que, mientras sepamos de que mane
ra nos aman ¡feliz quien es amado,
cualquiera que sea la causa !
– Lo que vos decís, esclamó Ramon
estrechando el delicado y flexible talle
de Indiana, es el lamento de un cora
zon solitario y triste, pero conmigo,
yo quiero que sepais porque y de que
manera os amo; sobre todo porqué.
-Para hacerme feliz, ¿no es ver
dad? preguntó la jóven dirijiéndole
una mirada llena de pasion y de tris
teza.

–Para darte mi vida, respondió el


amante, besando los flotantes cabellos
de Indiana.
El sonido de un clarin les advirtió
que se pusiesen sobre sí; presentóse
sir Ralph que les estaba viendo, ó
quizás no les veia.

25
XIV,

Soltados los sabuesos, admiró á Ra


miere lo que en su concepto pasaba
en el alma de Indiana. Encendiéronse
sus ojos y sus facciones, y las hincha
das ventanas de sus narices revelaban
no sé que sensacion de terror ó de
placer; de repente dejando su costado»
y metiendo las espuelas en los ijares
del caballo, se lanzó tras las huellas
de sir Ralph. Ignoraba el jóven que
la caza era la única pasion que tenian
comun Indiana y su primo, y no esta
ba menos distante de figurarse que en
una mujer tan endeble y en aparien
cia tan tímida, residiese aquel ardor
mas que varonil, aquella especie de
267

intrepidez delirante , que de cuando


en cuando se encuentra, á la manera
de una crisis nerviosa, en los mas dé
biles séres. Rara vez tienen las muje
res el valor fisico que lucha en la
inaccion contra el dolor ó el peligro;
pero con frecuencia poseen aquel otro
valor, puramente moral, que se exal
ta con el riesgo ó con los sufrimien
tos. Las delicadas fibras de Indiana ne
cesitaban el ruido, el movimiento rá
pido, las emociones de la caza, imá
gen compendiada de la guerra, con
sus fatigas, sus estratagemas, sus cál
culos, combates y aventuras. Su vida,
taciturna y carcomida por los pesares,
habia menester aquellos violentos es
tímulos; parecia dispertarse entonces
de un letargo, y gastar en un dia to
da la energía inútil que durante un
mes dejó fermentar en su sangre.
Ramon se horrorizó viéndola cor
rer de aquel modo, abandonarse sin
268

temor á la fogosidad de un caballo


que conocia apenas, lanzarse osada
mente á los sotos, librarse con admi
rable destreza, con una sagacidad pas
mosa, de las ramas, cuyo elástico vi
gor azotaba su rostro, salvar las zam
jas sin vacilar un momento, penetrar
atrevidamente por el terreno cubierto
de hielo movedizo sin temor de des
pedazar sus delicados miembros, y am
biciosa de ser la primera en seguir la
humeante pista del javalí. Espantóle
tanta osadía,y casi le hizo disgustarse
de la señora de Delmare, porque los
hombres, en especial los amantes, tie
nen la inocente fatuidad de desear mas
bien protejer la flaqueza de las muje
res que admirar su valor. Ademas,
¿por qué no he de decirlo? asustóse
de la tenacidad y del atrevimiento que
prometia en amor un espíritu tan in
trépido. ¡Cuán distante estaba aquel
corazon del corazon resignado de Nun,
269
que prefirió ahogarse á luchar con la
desgracia.
-Si hay, pensó en su interior, tan
ta fogosidad y arrebatamiento en su
ternura como en sus gustos; si su vo
luntad se adhiere á mi tan ansiosa y
palpitante como su capricho á los ija
res del javalí, la sociedad perderá con
ella todas sus trabas, las leyes toda su
fuerza; será preciso que mi destino
sucumba, y que sacrifique mi porvenir
á su presente.
Algunos gritos de espanto y de an
gustia, entre los cuales pudo distin
guir la voz de Indiana arrancaron á
Ramiere de sus reflexiones. Lanzó el
caballo lleno de inquietud, y fué al
canzado al momento por sir Ralph,
que le preguntó si habia oido aque
llas voces de alarma. Al punto llegá
ronse á ellos algunos cazadores despa
voridos, diciendo confusamente y á
gritos que un javalí habia hecho cara,
o 3*
270

y derribado á la señora de Delmare.


Otros cazadores mas asustados todavia,
corrieron llamando á Ralph, cuyo so
corro necesitaba la persona herida.
-Ya es inútil, dijo otro que acaba
ba de llegar, ya no hay esperanza al
guna, y vuestros ausilios serian tar
díos: llevaos á sir Ralph.
Y los oficiosos amigos de este, sin
respetar sus mortales ansias, quisie
ron detenerle, y se resistieron abier
tamente á él y á Ramon.
En aquellos momentos de pavor los
ojos de Ramiere se fijaron en el páli
do y sombrío rostro de Brown. No
gritaba, no arrojaba espuma por la
boca, ni retorcia sus manos; mas de
repente empuñó el cuchillo de monte,
y con una sangre fria verdaderamente
inglesa, se disponia á cortarse la gar
ganta, cuando el otro le arrebató el
arma, y dispersando á viva fuerza á
los importunos, le precipitó hácia el
274

sitio de donde se oyeron los clamores.


Ralph pareció despertarse de un
sueño al ver á la señora de Delmare
que se lanzaba hácia él, ayudándole á
correr al ausilio del coronel, que es–
taba tendido en tierra sin dar señales
de vida. Sangróle al momento, pues
conoció que no habia muerto, pero
tenia roto el muslo, y fué trasladado
á la Quinta.
En cuanto á su señora, fué una equi
vocacion nombrarla en vez de su ma
rido en medio del desórden hijo de
aquel acontecimiento , ó mas bien
Ralph y Ramon creyeron oir el nom
bre de la persona que mas les intere
saba. Aunque nada habia sufrido In
diana, el espanto y la consternacion le
quitaron hasta la fuerza para andar
Sostúvola Ramiere en sus brazos, y
se reconcilió con su corazon femenil,
viéndola tan profundamente conmovi
da por la desgracía del esposo, á quien
272

tenia mucho que perdonar antes de


compadecerle.
Renació la acostumbrada calma de
sir Ralph, y tan solo una palidez es
traordinaria revelaba la terrible emo
cion que sintiera cuando creyóper
der una de las dos personas á quienes
anaba en el mundo.
Ramiere, que en medio de aquella
turbacion y espanto,fué el único que
conservó bastante seremidad para com
prender lo que veia, pudo juzgar
cuanto era el afecto de Ralph hácia
su prima, y cuan poco contrapesado
estaba por el que sentia en favor del
coronel. Esta observacion, que positi
vamente desmentia el dictámen de In
diana, quedó fija en la memoria de
Ramon como en la de algunos otros
testigos de aquella escena. Nunca sin
embargo habló á la señora de Delma
re de la tentativa de suicidio que pre
senciára; en cuya discrecion, poco
273

cortés, hubo alguna parte de egoismo


y de odio, que bien puede perdonár
sele al sentimiento de rencorosos celos
porque fuéinspirada.
No sin mucho trabajo fué traslada
do el coronel á Lagny á las seis sema
nas de su desgracia, y aun trascurrie
ron otros tantos meses antes que pu
diese andar; porque á la rotura, ape
nas soldada, del femur se añadió un
agudo reumatismo en la parte enfer
ma, que le condenó á dolores atroces,
y á una inmovilidad absoluta. Su
mujer le cuidó con el esmero mas asi
duo: sin abandonar la cabecera de su
cama, ni prorrumpir en la menor
queja, soportó su humor áspero y re
gañon, sus arrebatos de soldado, y sus
injusticias de enfermo.
A pesar de las incomodidades de tan
triste vida, su salud reverdeció fresca
y brillante, y la felicidad vino á po
sarse en su corazon. Ramiere la ama
271

ba, y la amaba de verás. Iba allá to


dos los dias, todo lo sufria para verla;
soportaba las dolencias del marido, la
frialdad del primo, las dificultades de
hablarla á solas; y al mismo tiempo
una mirada de Ramon colmaba de
gozo el alma de Indiana para todo un
dia, no se acordaba ya de lamentarse
de su vida, su espíritu estaba lleno»
su juventud ocupada, y su fuerza mo
ral tenia por fin un nutrimento.
Poco á poco el coronel se fué agra
dando del jóven. Su candidez le hizo
creer que aquella asiduidad solo era
una prueba del interés que su vecino
se tomaba por su salud; la señora de
Ramiere sancionó esta amistad con su
presencia, é Indiana se"aficionó á la
madre de Ramon con entusiasmo. El
amante de la esposa vino finalmente á
ser el amigo del marido.
En este asíduo contacto, Ramon y
Ralph contrajeron por fuerza una es
275

pecie deintimidad : llamábanse con el


dictado de: mi querido amigo; dábam
se la mano mañana y tarde, al pedir
se recíprocamente algun favor, solian
empezar: estoy demasiado seguro de
vuestra amistad etc. y por último al
hablar el uno del otro, decia: es ani
go mio.
Sin embargo de ser dos hombres
tam francos como es posible serlo en
el mundo, no se amaban. Diferian
esencialmente de opinion en todas ma
terias, no habia entre ellos simpatia
alguna, y si es verdad que ambos pro
fesaban amor á la señora de Delmare,
era de un modo tan diverso, que este
sentimiento lejos de aproximarlos el
uno al otro, les separaba mas y mas.
"Tenian un gusto particular en contra
decirse, y en turbar su buen humor
recíproco por medio de vituperios,
que si bien lanzados en la conversa
cion como proposiciones generales, no
276

por esto llevaban menos aspereza y


amargura.
Sus principales y mas frecuentes
conversaciones comenzaban por la po
lítica, y concluian por la moral. Reu
midos en torno de la poltrona de Del
mare, con el mas frívolo pretesto en
tablaban una disputa. Sin dejar nunca
de guardarse los aparentes miramien
tos que imponia al uno la filosofía, é
inspiraba al otro la práctica del mun
do, bajo el velo de la alusion, se di
rijian sin cesar frases mordaces que
divertian al coronel, cuyo carácter ri
joso y pendenciero le hacia apreciar
las controversias en defecto de bata
llas.
Yo creo que la opinion política de
un hombre es el hombre todo entero.
Decifradme vuestra cabeza y vuestro
corazon, y no vacilaré en decir como
pensais en política. En cualquiera ran
go ó partido que la casualidad nos ha
277

ya hecho nacer, nuestro carácter ven


ce tarde ó temprano las preocupacio
nes y las ideas debidas á la educacion.
Quizás se me tildará de sobrado ab
soluto; ¿mas cómo podré resolverme
á augurar bien de un espíritu que se
adhiere á ciertos sistemas reprobados
por la generosidad? Un hombre que
sostenga ser útil la pena capital, por
muy concienzudo éilustrado que sea,
nunca podrá tener simpatia conmigo:
vanamente se empeñará en enseñarme
verdades que ignoro, porque no está
en mi mano acordarle mi confianza.
Ralph y Ramon discordaban en to
do, sin embargo de que antes de co
nocerse no tenian opiniones esclusiva
mente fijadas; mas apenas empezaron
sus disputas, cojiendo el uno el estre
mo opuesto de lo que sentaba el otro,
llegaron á formarse entrambos una
conviccion completa éinalterable. Ra
miere fué siempre el campeon de la
24
278

sociedad tal como está, y Ralph ata


caba su edificio por todos lados; la
razon de esto es sencilla. El primero
era feliz, y la suerte se habia mostra
do con él muygenerosa, el segundo
nunca conoció mas que los disgustos
y los males de la vida: aquel todo lo
veia perfecto ; este estaba desconten
to de todo. Los hombres y las cosas
habian tratado muy mal al segundo y
muy bien al primero, y ni mas ni me
nos que dos niños ambos lo referian
todo á sí mismos, estableciéndose jue
ces de las grandes cuestiones del ór
den social , cuando ninguno de los dos
podia serlo competente.
Ralph sostenia siempre sus delirios
de república de la que desterraba to
dos los abusos, todas las preocupacio
nes y todas las injusticias: proyecto
fundado enteramente en la esperanza
de una nueva raza de hombres. Ra
mon por el contrario, peleaba por su
279
doctrina de monarquia hereditaria,
prefiriendo, segun él decia, los abu
sos, las preocupaciones y las injusti
cias á los cadalsos y al derramamiento
de sangre inocente.
Al comenzarse la discusion, el coro
nel estaba por Ralph, porque aborre
cia á los Borbones, y su opinion iba
siempre guiada por la animosidad de
sus sentimientos; mas bien pronto Ra
mon lo ganaba para su partido, pro
bándole que la monarquia, conside
rada como principio, distaba mucho
menos del imperio que la república.
Ralph carecia del don de persuadir,
pues el pobre baronet era tan cándido,
como poco diestro, merced á su fran
queza tosca, á su lógica árida y á sus
principios harto absolutos. Nunca su
po manejar las personas, ni endulce
cer las verdades.
- ¡Canario ! replicaba al coronel,
cuando este maldecia la intervencion
280

de la Inglaterra,¿toda una nacion que


ha combatido lealmente contra vos,
que os ha hecho suponiéndoos como
sois en realidad, un hombre de buen
sentido comun y razonable?
- ¡ Lealmente ! repetia el coronel,
apretando los dientes y esgrimiendo la
muleta.
– Dejemos que las cuestiones de ga
binete, replicaba Ralph , se decidan
de potencia á potencia, supuesto que
hemos adoptadouna forma de gobier
no que nos priva de discutir nuestros
intereses. Siuna nacion ha de respon
der de las faltas de su legislacion,¿cual
será mas culpable que la vuestra?
- Por lo mismo, gritaba el coronel,
¡oprobio para la Francia que abando
nó á Napoleon, y ha sufrido un rey
proclamado por las bayonetas estran
geras!
- Pues yo no digo oprobio para la
Francia, sino ¡desgraciada Francia!
28M

La compadezco,porque el dia en que


fué purgada de su tirano, se sintió tan
enferma y débil que hubo de aceptar
un arapo de carta constitucional, giron
de libertad, que comenzais á respetar
cuando os vereis muy pronto obliga
dos átirarlo para conquistar la liber
tad entera.
-Entonces Ramiere recojia el guan
te arrojado por el inglés. A fuer de ca
ballero de la Carta, queria serlo tam
bien de la libertad, y probaba per
fectamente á Ralph que la una era la
espresion de la otra, y que rompien
do la carta despedazaba él mismo su
ídolo. En vano el baronet daba vuel
tas á los viciosos argumentos de Ra
miere : este demostraba evidentemente
que un sistema mas lato de franqui
cias conducia sin remedio á los esce
sos del año 93, y que la nacion no es
taba todavía sazonada para una liber
tad que no se convirtiera en licencia.
24"
282

Cuando Ralph suponia un absurdo


querer encerrar una constitucion en
un número fijo de artículos, que lo
que llenaba al principio no era bas
tante despues, apoyándose en el ejem
plo de un convaleciente cuyas necesi
dadesse aumentaban cada dia, y echa
ba mano de todos estos lugares comu
nes con su elocuencia fria y desnuda
de persuasion, su adversario contesta
ba que la carta no era un círculo in
flexible, que se dilataria con las me
cesidades de la Francia, dándole una
elasticidad que en su dictámen se pres
taria mas adelante á las exijencias na
cionales, por mas que en la realidad
se prestase solo á las de la corona.
En cuanto al coronel, no se habia
movido del año 1815, era un estacio
mario tan sistemático , tan testarudo
como los emigrados de Coblentz, sem
piternas víctimas de su rencorosa iro
nía. Como un niño viejo no pudo en
283

tender el grande drama de la caida de


Napoleon, y no vió mas que un lan
ce de la guerra alli en donde triunfó
la opinion. Hablaba sin cesar de trai
ciones y de la patria vendida, como si
toda una nacion pudiese vender á un
hombre solo, ó cual si la Francia se
hubiese dejado vender por algunos ge
nerales. Acusaba á los Borbones de ti
ranos, hallando menos los bellos dias
del Imperio en que faltaban brazos á
la agricultura y pan á las familias. Al
declamar contra la policía de Fran
chet, ensalzaba la de Fouchè : en una
palabra el coronel estaba fijo en la
mañana inmediata á la batalla de VVa
terloo.

En verdad que era una escena cu


riosa oir las sentimentales boberias de
Delmare y de Ramiere , delirantes
filantrópicos entrambos, el uuo bajo
la espada de Napoleon, y el otro ba
jo el cetro de S. Luis; clavado aquel
28
al pie de las Pirámides, y sentado es
te á la monárquica sombra de la en
cina de Vicennes. Sus utopias que de
pronto se rechazaban entre sí, venian
finalmente á confundirse: Ramon alu
cinaba al coronel con frases caballe
rescas: por cada concesion exijia diez,
y le avezó de poco en poco á ver al
zarse en espiral veinte y cinco años
de victorias sobre el asta de la bande
ra blanca. No en vano derramaba
Brown sin cesar sus sequedades y su
aspereza sobre la florida retórica de
Ramiere: este infaliblemente habria
conquistado á Delmare para el trono
de 1815; pero Ralph ajaba su amor
propio, y la torpe franqueza con que
pretendió alterar sus opiniones, afer
rábalo en su conviccion á favor del
imperio. Entonces venian á ser inúti
les todos los esfuerzos de Ramiere.
Ralph se paseaba con paso firme por
sobre las galas de su elocuencia, y sus
285

palabras acerbas y duras hundian aquel


débil edificio, como la piedra que
quiebra un cristal. El coronelvolvien
do encarnizadamente á su bandera tri
color, juraba que algun día sacudiría
su polvo, escupia las lises, colocaba
otra vez al duque de Reichstadt en el
trono de sus padres ; enpezaba de
nuevo la conquista del mundo, y con
cluia por plañirse de la vergüenza que
sobre la Francia pesaba, de los reu
matismos que le tenian clavado en la
poltrona, y de la ingratitud de los
Borbones para con los añejos vigotes
tostados con el sol del Desierto, y he-
rizados con los hielos de la Moscovia.
—Sed justo, mi buen amigo, le de
cia Ralph, criticais que la Restaura
cion no haya galardonado los servicios
hechos al Imperio, ni asignado pen
sion á los emigrados: decidme pues,
si Napoleon pudiese revivir mañana
en todo su poder, ¿os pareceria bien
286

que negándoos su favor se lo acordase


á los partidarios de la legitimidad?
Cada uno para sí y para los suyos:
esto no son mas que discusiones de
hechos, debates de interés personal,
que nada le importan á la Francia
en el dia de hoy en que sois casi tan
inútiles como los tiradores de la emi
gracion, y en que gotosos, casados ó
mohinos, no le servís para nada. Sin
embargo os ha de alimentará todos,
y no faltará alguno de entre vosotros
que aun se queje de ella. Cuando ven
ga el dia de la República, se libertará
de todas vuestras exijencias, y ejerce
rá la justicia.
Estas reflexiones triviales pero evi
dentes, ofendian al coronel como otras
tantas injurias personales, y Ralph,
que á pesar de su recto juicio no com
prendia que la pequeñez de espíritu
de un hombre á quien amaba "pu
diese ir tan lejos, acostumbrábase á
287
chocar con él sin miramiento alguno.
Antes de la llegada de Ramon con
vinieron tácitamente aquellos dos hom
bres en evitar todo motivo de conver
sacion en que pudiesen trabarse inte
reses ó puntos delicados; pero Ramie
re llevó á aquella soledad todas las su
tilezas de lenguaje, y todas las pérfi
das mañosidades de la civilizacion. Les
insinuó que todo * puede decirse
echarse en cara parapetándose con el
pretesto de la discusion; introdujo el
uso de disputar, tolerado entonces en
las tertulias, porque las pasiones de
los cien dias acabaron por amortecerse
y fundirse en diversos matices. Pero el
coronel conservaba todo el ardor de las
suyas, y Ralph incurrió en un error
muy craso al creerle capaz de oir el
idioma de la razon. El señor de Del
mare se agrió con él de dia en dia,
aficionándose al otro jóven, que sin
hacer concesiones muy latas, sabia
288

conducir su amor propio tomando for


mas mas graciosas.
A la verdad que es muy notable im
prudencia introducir la política como
pasatiempo en el seno de las familias.
Si algunas se mantienen todavia en
paz y dichosas, les aconsejo que no se
aficionen á los periódicos, que no lean
ni el mas reducido artículo del presu
puesto, que se atrincheren en el cen
tro de sus propiedades como en un de
sierto, y trazen una línea ineomunica
ble entre ellos y el resto de la socie
dad, pues si permiten que llegue has
ta ellas el estrépito de nuestras contes
taciones, pueden contar por perdidas
su union y su sosiego. No es fácil cal
cular hasta que punto la diverjencia
de opiniones políticas derrama la in
tranquilidad y la hiel entre los parien
tes: la mayor parte de las veces no es
mas que un motivo para echarse en
cara los defectos del carácter, las es
289 *

travagancias del espíritu ó los vicios


del corazon. -

Los mismos que no hubieran osado


tratarse de bellacos, imbéciles, ambi
ciosos ó cobardes, encierran esos mis
mos dicterios en los epitetos de jesui
ta, realista, revolucionario y justo
medio. Las palabras son distintas, pero
son las mismas las injurias, tanto mas
mordaces, cuanto los que disputan se
han dado mútuo permiso para perse
guirse y atacarse sin descanso, sin in
duljencia, sin comedimiento. Enton-
ces desaparecen la tolerancia para las
faltas mútuas, el espíritu de caridad,
la reserva generosa y delicada; ya na
da se disimula, todo se refiere á un
sentimiento político, y bajo esta más
cara se desahogan el odio y la ven
ganza. ¡Felices habitantes de las cam
piñas! si es que hay campiñas en Fran
cia, huid, huid de la política, y en
reunion de familia no leais otra cosa
T. I. 25
290

que el Peau d” áne (1). Mas el con


tagio es tan grande que no hay retiro
bastante oscuro, ni soledad asaz pro
funda para ocultar y proteger al hom
bre, que quiere sustraer su corazon,
manso á las borrascas de nuestras ci
viles discordias.
En vano el castillejo de Brie se ha
bia defendido durante muchos años
contra la funesta invasion, perdió final
mente su reposo, su vida interior y
activa, sus largas veladas de silencio
y de meditacion. Ardientes disputas
turbaron el sueño de sus adormecidos
ecos, palabras amargas y amenazantes
espantaron á los marchitados queru
bines, que hacia un siglo se sonreiam
entre el polvo del artesonado: las emo
ciones de la vida actual penetraron en
aquella antigua morada, y todas las
rebuscas añejas, todos aquellos restos

(1) Coleccion de cuentos, ó consejas.


294

de los tiempos de placeres y de lijere


za hubieron de pasar con terror por
nuestra época de dudas y de declama
cion, representada por tres personas,
que todos los dias se encerraban jun
tas para disputar desde la mañana has
ta la noche.
XV,

A pesar de tan continuas discusio


nes, la señora de Delmare se aban
donó á la esperanza de un porvenir
risueño, tan confiadamente, cual á sus
pocos años convenia, pero ¿qué mu
cho? si aquella era su primera dicha,
y su imaginacion ardiente, su cora
zon jóven y fecundo dábale mil ador
nos que nunca tuviera. Era injeniosa
para crearse goces vivos y puros, y
restituirse el complemento de los pre
carios favores de su destino. Ramon
la amaba, y en verdad que no mentia
al decirle que era el solo amor de su
vida, puesto que nunca amó con tanta
pureza ni durante tanto tiempo. A su
29%

lado olvidaba todo lo que no era ella,


el mundo y la política se borraban de
su memoria, y complacíase en aquella
vida interior, en aquellos hábitos de
familia creados por ella. Admiraba la
paciencia y la firmeza de aquella mu
jer, el contraste de su espíritu con su
carácter, y sobre todo teníale pasma
do que despues de la solemnidad de
su pacto primero se mostrase tan po
co exijente, feliz con tan furtivas y
escasas dichas, y confiada con tanto
abandono y ceguera. ¡Ah! El amor
era en su pecho una pasion nueva y
generosa; reuníanse con él mil senti
mientos delicados y nobles, dándole
una fuerza incomprehensible para Ra
IIOIl.

Habia de sufrir este la eterna pre


sencia del marido ó del primo. Al
principio creyó llevarse en este amor
como en los anteriores; mas bien
pronto Indiana le forzóá elevarse has
25°
29
ta ella. Su resignacion para soportar
la vigilancia, el aire de felicidad con
que le contemplaba á hurtadillas, sus
ojos que tenian para él un mudo y
elocuente lenguaje, su sublime sonrisa,
cuando en medio de sus pláticas una
alusion repentina ponia en contacto
sus corazones, atraia recíprocamente
sus miradas; estos hechos tan sencillos
muypronto fueron para Ramiere gus
tos finos y esquisitos, merced á la de
licadeza de su espíritu y á la cultura
de su educacion.
¡Qué diferencia entre aquel ser cas
to y que parecia ignorar la posibilidad
de un desenlace en su amor, y tan
tas otras mujeres, ocupadas solo en
apresurarlo mientras figuraban huirle!
Cuando por casualidad se encontraba
á solas con ella, las facciones de In
diana no se encendian con calor mas
vivo, ni volvia sus miradas con em
barazo; no, sus ojos limpios y calmo
295
sos le contemplaban siempre con ena
genamiento, una angelical sonrisa po
saba sobre sus labios rosados á la par
de los de una niña que no ha recibido
mas besos que los de su madre. Vién
dola tan confiada, tan amante, tan
casta, existiendo con solo la vida del
corazon, sin comprender los martirios
del de su querido, no se atrevia á ser
hombre, temiendo parecerle mas hu
milde, mas abyecto de lo que ella se
lo habia imaginado, y por un efecto
de anor propio se hacia tan virtuoso
como Indiana.
" Ignorante esta cual una verdadera
criolla, nunca hasta entonces le habia
ocurrido pesar losgraves intereses que
ahora se discutian diariamente en su
presencia. Fué educada por Ralph,
que tenia un concepto muy desventa
joso de la inteligencia y del criterio
de las mujeres (porque juzgaba áto
das por su madre) y que se redujo á
296

proporcionarle algunos conocimientos


políticos y de aplicacion inmediata.
Como solo tenia una tintura de la his
toria del mundo, cualquiera diserta
cion formal la fastidiaba; mas cuando
oyó á Ramon aplicar á tan áridas ma
terias toda la gracia de su talento, to
da la poesía de su lenguaje, escuchó
y aun quiso comprender; y en breve
se atrevió á proponer aunque con ti
midez dudas tan cándidas que las hu
biera resuelto cualquiera niña de diez
años, educada en el gran mundo. Ra
miere tuvo un placer en ilustrar aquel
talento vírgen que se abria sin trabajo
á sus principios, mas á pesar del im
perio que ejercia sobre su alma inge
nua y falta de esperiencia, algunas ve
ces supo resistirse á sus sofismas.
Indiana oponia á los intereses de la
civilizacion, erijidos en principios,
las ideas rectas y las sencillas leyes del
buen sentido y de la humanidad: sus
297

objeciones tenian un carácter de fran


queza salvage que por mas que algu
nas veces embarazase á Ramon, le en
cantaba siempre por su originalidad
infantil. Tomó como un negocio serio
y creia ya una tarea importante atraer
la poco á poco á sus ideas y á sus
principios. Habíase envanecido de rei
mar sobre aquella conviccion tan con
cienzuda y mostrada con tanta natu
ralidad; pero no pudo conseguirlo sin
grandes esfuerzos. Los generosos siste
mas de, Ralph, su odio rígido á los
vicios de la sociedad, su áspera impa
ciencia por ver reinar otras leyes y
otras costumbres, presentaban simpa
tias muy análogas, á los desdichados
recuerdos de Indiana. Mas de repente
sufocaba Ramon, á su contrario de
mostrándole que aquella aversion á
lo presente era obra del egoismo,pin
taba con calor sus propios afectos, su
adhesion á la familia reinante, que sa
298
bia adornar con todo el heroismo de
una fidelidad peligrosa: su respeto há
cia la creencia perseguida por sus pa
dres, sus sentimientos religiosos acer
ca de los cuales no queria discutir;
pero si conservar por necesidad y
por convencimiento; y ademas la ven
tura de amará sus semejantes, de ad
herirse á la generacion presente con
todos los lazos del honor y de la filan
tropía, el gusto de servir á su pais,
rechazando las inovaciones arriesgadas,
manteniendo la paz interior, y dando,
si preciso fuese, toda su sangre para
ahorrar una sola gota al último de sus
compatriotas. Pintaba todas estas bellas
utopias con tal arte y encanto, que
Indiana se dejaba arrastrar hácia la
necesidad de querer y de respetar todo
lo que Ramon queria y respetaba. A
la verdad estaba demostrado que Ralph
era egoista: cuando sostenia una idea
generosa , sonreíanse todos; pues era
299
indudable que en tales casos su espíritu
y su corazon no iban de concierto,
¿No era mejor creer al amante, cuya
alma, era tan ardiente, tan grande,
tan espansiva?
Con frecuencia casi olvidaba Ra
mon su amor para acordarse solo de
su antipatía. Cerca de la señora de
Delmare no veia mas que á Ralph,
que con su buen sentido frio y tosco,
osaba unirse á él, que era hombre
muy superior, y que habia aterrado á
mas nobles contrarios. Se consideraba
humillado en la lucha con tan débil
enemigo , y entonces para sufocarlo
con el peso de la elocuencia, movia
todos los resortes de su talento , y
Ralph atolondrado, lento en reasumir
sus ideas, y mas lento aun para espli
carlas, confesaba su debilidad.
En aquellos momentos creia India
na que Ramon no se acordaba abso
lutamente de ella y sufria ratos de in
300

quietud y de terror pensando que tal


vez aquellos grandes y nobles senti
mientos, tan bien espresados, eran no
mas la pomposa ostentacion de voca
blos, la irónica facundia del abogado
que se escucha á sí mismo, y ensaya
la comedia sentimental con que debe
sorprender la hombria de bien del au
ditorio : temblaba sobre todo cuando
al encontrarse sus miradas, parecíale
ver brillar en ellas, no el placer de
que ella lo hubiese comprendido, sino
el triunfo del amor propio, satisfecho
del modo como defendiera su causa.
Entonces llena de miedo pensaba en
Ralph, el egoista, con quien tal vez
eran todos injustos; pero el inglés no
sabia decir cosa alguna para prolongar
aquella incertidumbre, y Ramon era
muy diestro en disiparla.
De tales antecedentes resultaba que
en aquella reunion solo habia una exis
tencia verdaderamente conturbada, una
30M

felicidad en gran manera disminuida,


y eran la existencia y la felicidad de
Brown. Hombre nacido con desgracia,
para quien nunca tuvo la vida un as
pecto risueño, niun gozo completo y
penetrante: infortunio grande y oscu
ro que nadie compadecia: suerte cier
tamente maldita , pero sin un viso
poético, sin aventuras; destino comun,
lugareño y triste, que no endulzó la
amistad, ni pudo el amor llenar de
encantos; que se consumia en silen
cio con el heroismo propio del deseo
de vivir y de la necesidad de esperar;
sér aislado que, á la par de los otros,
tuvo un padre, una madre, un her
mano, una mujer, un hijo, y una
amiga; pero que nada habia recojido
ni guardado de todas esas afecciones:
estrangero en la vida, que transcur
ria entre la dejadez y la tristeza; sin
tener siquiera el exaltado sentimiento
de su romancesca desventura, á cuyo
26
302

influjo se encuentran embelesos en el


dolor mismo.
A pesar de la firmeza de su carác
ter, aquel hombre infeliz sintió algu
na vez desfallecer su virtud: odiaba á
Ramon , y con una palabra podia des
terrarlo de Lagny; mas no lo hizo
porque tenia una creencia mucho mas
poderosa que mil creencias de Ramon.
Su valor y sus sacrificios no eran obra
de la monarquia, ni de la sociedad,
ni de la reputacion, ni de las leyes:
éran lo si de la conciencia.
Habia vivido solo hasta tal punto
que no pudo acostumbrarse á contar
con los demas; pero al mismo tiempo
en medio de aquel aislamiento no su
po conocerse á sí propio. Se hizo un
amigo de su corazon; á fuerza de cer
rarse en él y de preguntarse las causas
de las agenas injusticias, se aseguró de
que no las merecia por ningun vicio;
y en adelante ya no le incomodaban
303
porque no hacia caso de su persona;
insípida y comun á sus mismos ojos.
Comprendiendo la indiferencia de que
era objeto, se habia conformado con
ella, mas su alma le decia que era ca
paz de sentir todo lo que él no inspi
raba, y á la par que resuelto á perdo
nárselo todo á los demas, estaba deter
minado á no tolerarse nada á sí. Esta
vida puramente interna, estos afectos
esclusivamente íntimos, le daban to
das las apariencias del egoismo, y tal
vez nada se parece tanto á este defecto
como el respeto hácia uno mismo.
Mas como acontece á menudo que
queriendo obrar demasiado bien se
obra peor, sir Ralph por poca delica
deza cometió una grave falta , causan
do un daño irreparable á la señora de
Delmare, por temor de cargar su con
ciencia con un reproche. Consistió es
ta falta en no instruirla acerca de la
verdadera causa de la muerte de Nun.
304

Entonces habria sin duda reflexioma


do en órden á los riesgos que acompa
ñaban á su amor hácia Ramon ; pero
mas adelante verémos porque Brown
no se atrevió á ilustrará su prima,y
porque penosos escrúpulos hubo de
guardar silencio en tan importante ma
teria. Cuando se decidió á romperlo,
era harto tarde, puesto que Ramon
ya habia tenido tiempo de establecer
su imperio.
Un suceso inesperado acababa de
trastornar el porvenir del coronel y
de su mujer. Una casa de comercio de
la Bélgica, en que se cimentára toda
la prosperidad de la empresa de Del
mare, quebró de repente, y el coro
nel, restablecido apenas de sus males
partió con prisa para Amberes. Su
debilidad y sus males estimularon á su
señora á acompañarle; pero Delmare,
amenazado por una ruina completa, y
resuelto á cumplir con todos sus em
305

peños, temióque su viaje se reputase


por una fuga, y quiso dejará su mu
jer en Lagny, como un fiador de su
vuelta. Reusó tambien la compañia
de Ralph, rogándole que se quedase
para servir de apoyo á Indiana contra
las demasias quepudieran intentar los
acreedores inquietos ó exijentes.
En medio de tan desagradables cir
cunstancias solo estremecia á Indiana
la posibilidad de salir de Lagny y ale
jarse de Ramon; mas él la tranquili
zó manifestándole que el coronel no
podia ir mas que á Paris.Juróle ade
mas que él la seguiria á todas partes
y bajo cualquier pretesto , y aquella
mujer crédula tuvo casi por feliz la
misma desgracia, que le ofrecia un
medio de probar el amor de Ramie
re. En órden á este le absorvia ente
ramente una esperanza vaga, un pen
samiento irritante y contínuo desde la
nueva de aquel suceso: al fin iba por
26
306

primera vez á hallarse solo con India


na despues de seis meses. Al parecer
ella nunca procuró huir de él, y aun
que no anhelase triunfar de un amor
en que la sencilla castidad tenia para
él el atractivo de la singularidad, co
menzó á persuadirse de que era un
empeño de su honor el que tuviese en
el mundo un resultado. Rechazaba con
probidad cualquiera insinuacion mali
ciosa acerca de sus relaciones con la
señora de Delmare: aseguraba con la
mayor modestia que entre ambos solo
existia una amistad dulce y tranqui
la ; mas por nada en el mundo hubie
ra querido confesar, ni aun á su ma
yor amigo, que despues de cinco me
ses de ser querido con entusiasmo ,
nada habia obtenido aun de aquel
3IIOI",

Menguáronse en verdad sus espe


ranzas viendo que Ralph parecia de
terminado á reemplazar á Delmare en
307

la vigilancia: que se presentaba en


Lagny por la mañana sin volver á
Bellerive hasta la noche, y como du
iante un largo trecho seguian el mis
no camino, el inglés llevaba hasta un
esceso de política insoportable el em
peño de no marcharse mientras á
Ramon no le pluguiese. Este espíritu
de contradiccion se hizo muy odioso
al amante, y en él creyó entrever la
señora de Delmare una desconfianza
injuriosa para ella,yun ánimo al mis
no tiempo de arrogarse un poder des
pótico sobre su conducta.
Ramon no osaba pediruna entrevis
ta secreta : cada vez que lo habia in
ientado , la señora de Delmare le re
cordó algunas condiciones establecidas
entre ellos. Ocho dias transcurrieron
desde la partida del coronel, y como
podia volver muy pronto, era preciso
aprovechar la oportunidad. Ceder la
victoria á Ralph teníalo Ramon por
308

deshonroso, y asi puso en manos de


Indiana la carta siguiente.
»¡ Indiana ! ¿ Con qué vos no me
» amais cual yo os amo? ¡Angel mio
»yo soy desgraciado,yvos no lo cono
» ceis. Estoy triste, inquieto por vues
»tro porvenir, no por el mio,porque
» do quiera que vos esteis alliiré yo 4
»pasar la vida ó á morir; pero la mi
»seria me horrorizaporvos: débil, de
»licada cual sois, dulce amiga mia,
»¿cómo pudiérais soportar las priva
» ciones? Teneis un primo rico y gene
» roso, y vuestro marido aceptará tal
»vez de su mano lo que rehusaria de
» la mia. Ralph endulzará vuestra suer
»te, yyo, ¡infeliz de mí! nada podré
» hacer por vos.
» Ved pues, tierna amiga de mico
» razon, ved si tengo motivo de estar
»triste y sombrío: vos sois una mujer
» heroica, os reis de todo, y no quereis
» que yo me aflija. ¡Ah! ¡Cuánta nece
309

»sidad tengo de oir vuestras dulces pa


» labras, de que sostengais mi valor con
» una de vuestras miradas! Por una fa
»talidad inconcebible, estos dias que yo
» creia pasar con libertad á vuestros
» pies, me han traido inconvenientes
»mas obstinados.
«Habladunapalabra, Indiana, para
»que estemos solos á lo menos una ho
» ra, haced que pueda yo llorar sobre
» vuestras blancas manos, deciros todo
» lo que sufro,y oir como me consuela
»y tranquiliza una palabra vuestra.
«¿Lo creeríais, Indiana? tengo un
» capricho de niño, un verdadero ca
»pricho de amante; quisiera entrar en
»vuestro cuarto. ¡Ah! No os alarmeis,
»por esto , dulce criolla mia. Estoy
» comprometido no solo para respeta
» ros, sino para temeros; por esto qui
» siera penetrar en aquella estancia, ar
»rodillarme en aquel sitio en que osví
» medio vestida, y en donde ápesar de
340
» mi audacia, no me atreví á mira ros.
» Quisiera prosternarme alli, pasar una
» hora de recojimiento y de felicidad,
»y por todo favor solo te pediré que
»pongas tu mano sobre mi corazon y
» le purifiques de su crímen, le calmes
»si palpita agitado, le vuelvas toda tu
» confianza, si me crees digno de ella.
»¡Oh! Si: yo quisiera probarte que
» ahora lo soy, que te conozco bien,
» que te doy un culto mas puro y mas
»santo que el mas santo y puro que una
» niña haya tributado á la Vírgen. Qui
» siera estar seguro de que ya no me te
» mes, de que me estimas tanto como
» yo te venero: recostado sobre tu co
» razon, querria una sola hora vivir la
»vida de los ángeles. Di, ángel de mi
»ventura, ¿lo quieres? Una hora,una
» sola, la primera, la última acaso.
«Tiempo es ya de que me absuelvas,
» Indiana, de que me vuelvas la con
• fianza que tan cruelmente me arreba
314

»taste y que habré recobrado á tanta


» costa. ¿No estás contenta de mí?
»¡Qué! ¿No he pasado seis meses de
»trás de tu silla, limitando todos mis
» deseos á mirar tu espalda de nieve,
» inclinado sobre tu labor, y al traves
» de los bucles de tu negro cabello?¿res
»pirando el aroma que despide tu cuer
»po y que traia hasta mi el aire de la
»reja ante la cual te sientas? ¿Tanta
» sumision no merece una recompensa?
»¿Un beso de hermana, si asi lo quie
»res, un ósculo en la frente? Yo seré
» fiel á nuestro convenio, te lo juro....
»¿Pero es posible que tu crueldad lle
»gue hasta el punto de no concederme
» cosa alguna? ¿Acaso tienes miedo de
» ti misma?»
La señora de Delmare subió á leer
esta carta á su aposento, respondió al
punto, y entregó la contestacion con
una llave del parque, que Ramiere
conocia perfectamente.
3412
«¡Yo temerte, Ramon! Oh! no,
» ahora no te temo. Demasiado conozco
» tu amor, y me entrego á él con de
» masiada embriaguez. Ven pues, tam
»poco me temo á mi misma,y quizás
» si te amase menos no estaria tan tran
» quila, mas yo te amo de un modo
» que ni tu mismo comprendes. Vete
» temprano porque Ralph no sospeche,
»vuelve á las doce de la noche, ya co
»noces el parque y la casa, te entrego
» la llave de la puerta escusada que cer
»rarás en habiendo entrado.»
Esta injenua y generosa confianza
hizo avergonzar á Ramon que habia
procurado inspirarla con ánimo de
abusar de ella, porque contaba con la
noche, con la ocasion, con el peligro
Si Indiana se hubiese mostrado teme
rosa, era perdida; mas aparecia tran
quila, se abandonaba á su palabra, y
él pensó mo darle motivo de arrepen
tirse. Ademas lo que importaba era
34%

pasar una noche en su cuarto á fin de


no tenerse á sí mismo por un necio,
de burlar la prudencia de Ralph, y
de poderse reir de él interiormente.
Conoeia que le era necesaria esta sa
tisfaccion personal.

27
XVII,

Precisamente Ralph estuvo aquella


noche insufrible, nunca habia sido
tan pesado, frio ni fastidioso: no tu
vo ninguna ocurrencia feliz, y para
colmo de torpeza, era ya muy tarde
y no se disponia á marchar. Indiana
comenzaba á inquietarse, mirando al
ternativamente el reloj de sobremesa
que señalaba las once, la puerta que
hacia crujir el viento, y la insípida
cara de su primo, que colocado en
frente de ella al abrigo de la campana
de la chimenea, tenia la vista fija en
las ascuas con la mayor calma del
mundo y sin dar indicios de conocer
la importunidad de su presencia. Y
34.5

sin embargo el inmovil rostro de


Ralph y su continente petrificado ocul
taban en aquel instante profundas y
crueles agitaciones. Era hombre á
quien nada se le escapaba, merced á
su sangre fria y á su prurito de ob
servarlo todo. La simulada partida de
Ramon no dejó de chocarle, y al pre
sente notaba muy bien la ansiedad de
la señora de Delmare. Sufria mas que
ella, y vagaba indeciso sobre el deseo
de hacerle advertencias saludables, y
el temor de abandonarse á sentimien
tos que él desaprobaba; mas en fin
venciendo el interés por su prima,
reunió todas las fuerzas de su alma
para romper el silencio.
- - Esto me recuerda, dijo de repente
siguiendo el curso de la idea que en
lo interior le ocupaba, que hoy hace
un año que vos y yo estábamos senta
dos aqui como al presente; el reloj
señalaba casi la misma hora, y el
346

tiempo era frio y nebuloso cual el de


esta noche. Vos sufríais y estábais
triste, y esto me haria casi creer en
la verdad de los presentimientos.
-¿Adónde irá á parar? pensó In
diana mirándole con sorpresa é in
quietud á un tiempo.
-¿Te acuerdas, Indiana, continuó,
de que estabas mas mala de lo que so
lias? Yo tengo en la memoria tuspa
labras, cual si aun resonasen en mi
oido: «Me llamareis sin duda visiona
ría, pero yo no sé que catástrofe se
prepara cerca de nosotros. Hay aqui un
grande ríesgo que amenaza á alguno.
á mi sin duda, añadiste; me siento
ajitada como si se acercara una gran
de fase de mi destino, tengo mie
do.» Tales fueron tus espresiones, pri
IIla IIll3.

-Ahora ya estoy buena, respondió


Indiana, que de repente se puso tan
pálida como en la época á que Ralph
347
se referia; ya no creo en esos necios
temOreS.

–Pues yo si creo, porque aquella


noche fuiste profeta, un riesgo nos
amagaba, una funesta influencia cir
cuia esta morada apacible.
-¡Dios mio! No os entiendo, Ralph.
- Pronto me entenderás , amiga
mia. Aquella noche fué cuando en
tró Ramon de Ramiere en esta ca
sa. ¿Y te acuerdas tú en que estado
entró ?
Y al decir esto aguardó algunos mo
mentos sin atreverse á alzar los ojos
hácia su prima; mas como esta no
contestase, prosiguió:
—Me encargásteis que le volviese la
vida y lo hice, tanto para obedecerte
como movido de un sentimiento de
humanidad; pero á la verdad, India
na, fuí poco feliz en conservar la vi
da de ese hombre. Al fin yo soy la
causa de todo el mal.
7*
348

- No sé de que mal quereis hablar,


dijo secamente Indiana.
La esplicacion que aguardaba tenía
la en gran manera conmovida.
- Quiero hablar de la muerte de
aquella desgraciada. Sin él viviria to
davia: sin su fatal amor, aquella her
mosa y buena muchacha á quien tanto
amabais, aun estaria á vuestro lado.
Hasta aquini una palabra compren
dia la señora de Delmare. Desplacíale
muy mucho el estraño y cruel giro
que tomaba el primo para echarle en
cara su afecto hácia el señor de Ra
miere.
-Basta, interrumpió á Ralph le
vantándose; pero Ralph no pareció
observarlo. -

-Siempre me ha admirado, prosi


guió, que no adivináseis el verdadero
motivo porque el Sr. de Ramiere pe
metraba en esta casa saltando las cercas.
Una rápida sospecha cruzó como
3419

un relámpago por la imaginacion de


Indiana, temblaron sus piernas y vol
vió á sentarse.
Ralph acababa de sepultar el cuchi
llo y de abrir una profunda herida.
Apenas lo hubo conocido cuando le
horrorizó su obra; no pudo pensar ya
sino en el daño que habia causado á
la persona que mas amaba en el mun
do, y se sintió despedazar el corazon,
y si sus ojos pudieran verter lágrimas,
habríalas derramado entonces muy
amargas; mas el desgraciado no cono
cia el consuelo del llanto, no poseia
cosa alguna de aquellas que traducen
con elocuencia el lenguaje del alma 5
y la esterior frialdad con que consu
mára aquella operacion cruel, le pre
sentó como un verdugo á los ojos de
Indiana.
–Hoy es la vez primera, le dijo es
ta con amargura, que vuestra antipa
tía hácia el Sr. de Ramiere emplea
320
medios indignos de vos; mas no com
prendo que interés tiene vuestra ven
ganza en contaminar la memoria de
una persona á quien quise, y cuya
desgracia debiera haberla dado para
nosotros un carácter sagrado. Yo nada
es he preguntado, sir Ralph, y no sé
de que me hablais. Dispensadme de
escucharos mas. Y al decir esto se le
vantó dejando á Brown pasmado y lle
no de pesar.
Ya conociera este que no desenga
ffiaria á la señora de Delmare sino á
costa suya; su conciencia le habia di
cho que era necesario hablar, cual
quiera que fuese el resultado, y aca
baba de hacerlo con toda la groseria
en los medios y torpeza en la ejecu
cion de que era capaz; pero no supo
calcular la violencia de un remedio
tan tardio.
Se marchó de Lagny desesperado,
y anduvo errante por el bosque como
324
si su juicio se hubiese trastornado.
Acababan de dar las doce de la no
che. En el momento de abrir Ramon
la puerta del parque sintió helársele
la frente. ¿Cuál era el objeto de aque
lla cita? habia hecho resoluciones vir
tuosas, ¿y no apeteceria mas recom
pensa para los tormentos que iba á
sufrir que una entrevista inocente, un
ósculo fraternal? Quien recuerde las
circunstancias en que otras veces atra
vesó aquellas sendas y asaltó aquel
jardin furtivamente y de noche, con
vendrá sin duda en que era necesario
cierto grado de valor moral para ir á
buscar un deleite siguiendo semejante
camino y entre tales recuerdos.
A fines de octubre reinan en las in
mediaciones de Paris la humedad y la
niebla, sobre todo durante la noche y
en los territorios de aguas. La casuali
dad quiso que aquella noche fuese
blanca y opaca cual las de la anterior
522

primavera; y Ramon caminaba con


paso incierto por entre los árboles
vestidos de vapores. Pasó por delante
de la puerta de un invernáculo en que
por el invierno estaba resguardada una
preciosa coleccion de geraneos: arrojó
una mirada á aquella puerta, y á la
estravagante idea de que iba á abrirse
y á parecer una mujer envuelta en
una capa forrada de pieles, sintió es
tremecérsele el corazon á pesar suyo.
Rióse no obstante de esta debilidad
supersticiosa, y continuó su camino.
El frio se habia apoderado de él, y
á medida que se acercaba al rio el pe
cho se le iba comprimiendo.
Era preciso atravesarlo sin que hu
biesepara ello otro camino que un es
trechopuente inglés: la niebla era mas
espesa sobre el lecho del rio, y Ramon
se agarró al pasamanos para no estra
viarse entre los cañaverales que deco
raban sus márgenes. Salia la luna, y
es
pugnando por romper los vapores, der
ramaba un incierto reflejo sobre aque
llas plantas agitadas al impulso del
viento y del curso de las aguas. La
brisa que lamia la superficie de las
hojas, y retozaba entre los lijeros re
molinos del rio, parecia esprimir que
jas ó pronunciar palabras cortadas. En
aquel momento sonó al lado de Ramon
un débil gemido, y un súbito movi
miento agító las cañas: era un chorli
to que se echó á volar al oirtan in
mediato rumor; mas el grito de aque
lla ave acuática se parece exactamente
al vagido de una criatura abandonada,
y cuando se lanza de en medio de los
juncos, creyérase que es el último es
fuerzo de una persona que se ahoga.
Quizás se tildará á Ramon de pusilá
nime y débil porque le rechinaron los
dientes, y casi se vino al suelo; mas
reanimóse bien presto, y anduvo por
sobre el puente.
32)

A la mitad estaria cuándo sé le prè


sentó una figura humana algo confusa,
puesta al otro estremo cual si le espe
rase al paso. Confundiéronse las ideas
del jóven, su trastornado cérebro no
pudo formar un raciocinio, y vuelto
atrás permaneció oculto, á la sombra
de los árboles, contemplando de hito
en hito y coríterror aquella vaga apa
ricion, inmóvil é incierta, cual la nie
bla del rio ó como la vacilante vislum
bre de la luna.Coménzaba á creer que
era un engaño de su espíritu, y que
fuese la sombra de un árbol, ó algun
tronco lo que él tomaba por figura
humana, cuando la vió moverse dis
tintamente, caminar y dirijirse hácia él.
A poder contar con la firmeza de
sus rodillas en aquel punto hubiera
echado á correr con tanta velocidad y
cobardia como el niño que pasa por
la noche cerca de un cementerio, y
cree oir pasos aéreos que corren tras
325

él por encima de las puntas de las


hierbas; mas se sintió paralizado, y
para no caerse hubo de abrazar el
tronco de un sauce que le sirviera de
refugio. Entonces pasó por sus inme
diaciones, perdiéndose en el camino
que Ramon habia atravesado el bueno
de sir Ralph, envuelto en una capa
casi blanca, que á pocos pasos le daba
todo el aspecto de una fantasma.
-¡Maldito espia! pensó Ramiere
viéndole buscar sus huellas; yo burla
ré tu cobarde vigilancia, y mientras
tu estás aqui de centinela, yo seré fe
_liz en otra parte.
Atravesó el puente con la rapidez
de un pájaro y la confianza de un
amante. Sus terrores acababan de des
vanecerse. Num no habia existido nun
ca, dispertábase para él la vida posi
tiva, Indiana le esperaba á poca dis
tancia, y Ralph estaba de faccionpara
estorbarle el paso.
T. I. 28
326

-¡Vela, vela! esclamó riéndose y mi


rándole á lo lejos cual le iba buscando
por otro camino. Vela por mi, buen
Brown, proteje mi ventura, oficioso
amigo, y si los perros se dispiertan,
si se alborotan los criados, aquieta á
los unos y manda callar á los otros,
diciéndoles: Yo estoy velando, dormid
tranquilos.
Los escrúpulos, los remordimientos,
la virtud, todo desapareció: harto su
bido era el precio á que habia com
prado la hora que estaba tocando. Su
sangre helada poco antes en las venas
refluia ahora al cérebro con la violen
cia del delirio. Un momento antes no
vió mas que el pálido terror de la
muerte, los fúnebres sueños de la
tumba; al presente las fogosas reali
dades del amor, las violentas alegrias
de la vida. Sentíase jóven y osado cual
nos hallamos por la mañana cuando
viéndonos envueltos en la mortaja de
327

un sueño siniestro, nos dispierta y rea


nima un rayo del padre de las luces.
-¡Infeliz Ralph ! pensó mientras
subia con paso lijero y atrevido la es
calera escusada, tú lo has querido.
de Catalunya".
-
Biblioteca
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