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HARVARD
COLLEGE
LIBRARY
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1

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o

Jaime Mendoza

En las tierras
del Potosí

BARCELONA

IMPRENTA VIUDA DE LUIS TASSO


Arco del Teatro, 21 y 23
*
- -.?:4.1 .3
HARVARD COLLEGE LIBíte ,

SEP 11 1916
LATIN - AMERICAN
PROFESSORSHIP FUND,

Es propiedad
HARVARD
UNIVERSITY
LIBRARY
DEC 4 1468
Á MANERA DE PRÓLOGO

Lector...

Está en tus manos uno de los mejores li


bros que se han escrito en mi tierra .
Ocupa mi tierra , amigo, el corazón fron
doso de la América meridional , precisa
mente el punto en que los Andes echan
cuerpo levantando al azul sus más atrevidas
cumbres. Tiene anchos ríos, intrincadas sel
vas, valles profundos, desoladas estepas; y
la linfa de los ríos, ricos en peces, todavía
no ha reflejado los penachos de humo de los
vapores; las selvas permanecen vírgenes é
inexploradas; en los valles duermen , invio
lados, paisajes y leyendas, y en los yermos,
dolorida y paciente, agoniza la raza de los
Incas .
VI Á MANERA DE PRÓLOGO

Tú, por cierto, la conoces, lector amigo,


esa tierra, no sea sino de oídas , pues se
trata de la del Potosí, que tus lecturas, las
charlas con los tuyos, las tradiciones, te
han dado à admirar, pintándola como tierra
de promisión , y en la que, en momentos de
abandono, ó necesidad , ó capricho, ó ambi
ción , é amartelo, has pensado quizás ...
Y es de la gloriosa tierra del Potosí que en
este libro se habla, gloriosa para ti , español,
donde los mejores de tu raza , obligando á
soterrarse en el fondo de las minas á hijos
de reyes y de principes, fueron jay ! duros...
Y verás que no tiene los encantos que la
imaginación le presta, ni es llana la vida en
ella, pues se vive no más que mirando un
cielo casi siempre azul y sin gozar de otros
tesoros—al decir de un gringo — que de
plata y piedras .
Allí, en la meseta, á los cuatro mil у más
metros de altura sobre el nivel del mar, que
es la de esa tierra, la naturaleza, amigo, es de
una grandiosidad insospechable para quien
no ha paseado los ojos por las cumbres; pero
sin atractivos . Es verdaderamente salvaje, si
Á MANERA DE PRÓLOGO VII

das en llamar así á lo que no participa de


todos los colores del prisma. Es solemne,
austera. Como colores, no tiene sino el azul
del cielo, un purísimo azul, es verdad, el
blanco de las andinas nieves y el gris del
suelo , un gris barroso, hostil , inclemente .
Como ruidos, sólo oyes el chillar de aves
hurañas y descoloridas, la queja de las zam
poñas y flautas rústicas y los resoplidos del
viento que concierta extrañas sinfonías al
tamizarse por los ralos pajonales de la
pampa ó por las humildes matas de hier.
bas, sólo adorno de las vastas oquedades .
De noche, sobre la ancha bóveda aterciope
lada del firmamento, las estrellas brillan con
fulgor intenso, acaso porque se las ve de
más cerca , confundiendo su lumbre a la
de los hogares indígenas encendidos en los
flancos de los cerros rocallosos ó á la vera
de los desiertos caminos. Y después, nada;
á no ser el viento y el polvo, dando á las
cosas y á los seres apariencia de cansados
ó de vencidos ...
En esta tierra mora y trabaja el autor de
este libro; y te juro que la describe magní
VIII Á MANERA DE PRÓLOGO

fica, espléndidamente, con toques rápidos,


breves, pero intensos .
Hace algunos días, ni de nombre conocía
yo al autor de dicho libro, simple y admira
ble, quizás demasiado simple, cualidad que
para mí aumenta su belleza, por más que te
choque mi gusto y suba de punto la cons
ternación que veo pintada en tu rostro desde
cuando comencé á hablarte y sintiéndote
tratado con tan singular desparpajo por un
ser que no sabes quién es, de dónde viene
y por dónde se irá .
Aguanta todavía, paciente lector, la im
pertinencia, y permite que te cuente el modo
y manera cómo conocí y tuve amistad con
el autor de este buen libro. Seré breve, y
esto, de fijo, acaso te permitirá seguirme
hasta el fin .
Poco ha, en tarde de canícula, se nos pre
sentó en una taberna de los bulevares,
donde tenemos costumbre de reunirnos al.
gunos paisanos á beber cerveza, uno de
ellos, acompañado de un hombrecito me
nudo, y nos lo presentó con gesto displi
cente .
Á MANERA DE PRÓLOGO IX

-
-El doctor Mendoza , compatriota nues
tro .

Varios éramos los paisanos esa tarde, y


ocupábamos dos ó tres mesas de la terraza,
impidiendo con nuestras sillas el paso de
los mozos y parroquianos, que nos miraban
con agrado aquéllos por la expectativa de
la elevada propina, y con rencor éstos por
tener que privarse de sus comodidades para
poder hacer sitio á los recién llegados, que
se instalaron , el uno sobre el paso, con
gesto indolente que, dice, llevamos los de
la América meridional, y el otro, tímida
mente y aun cohibido, á mi lado.
Era éste un hombre de pequeña talla, en
deble, lampiño casi , pálido, de aspecto tí
mido, de edad indefinible, porque á primera
vista parece pasar de los treinta, y su pre
matura calvicie y sus arrugas hacen pensar
en los cuarenta. Iba vestido muy simple .
mente de negro y hablaba con voz queda ,
embarazada y aun tropezando; pero no daba,
ni de lejos, la impresión de pertenecer á esa
categoría de gentes que viven en nuestros
pobres y desmantelados poblachos la obs
X Á MANERA DE PRÓLOGO

cura vida de los seres sin cultura y sin idea


les, absorbidos sólo con la preocupación del
dinero, y que una vez llenos de él , se les
ocurre, en mala hora, viajar por Europa,
venir á este París de sus ensueños , no por
curiosidad intelectual, bellamente desper
tada, sino por decir que conocen Europa,
que han estado en París, ¡ oh, en París!, y, de
regreso á sus pagos, asombrar á los palur
dos con la falsa pedrería de sus dedos y sus
narraciones soeces de las mancebías de
Montmartre y los embrutecedores espec
táculos del Tabarin ó del Moulin - Rouge; or
dinarios seres, numerosos en América, que
salen de los rincones donde se explotan las
minas, se cultiva el caucho ó se apacientan
ganados, y se instalan en París para despil
farrar juventud y caudales en perniciosa
compañía , y que, por disponer de dinero,
creen tenerlo todo; singulares seres que,
cuando oyen hablar del Louvre, piensan en
el almacén de trapos del frente, y que, como
fruto de su experiencia y de sus observacio
nes en Europa, no se llevan otra cosa sino
que « España está peor que América » , que
Á MANERA DE PRÓLOGO ΧΙ

« Berlín es una ciudad muy limpia » , que


« la torre Eiffel tiene trescientos metros de
alta », que « todas las francesas son cocottes » ,
y que París, este Paris manchado con su
concupiscencia y su impudicicia, es « la Ba
bilonia moderna » ...
No hace al caso decir, ni yo me acordaría
exactamente, lo que en la mencionada tarde
hablamos con el desconocido paisano, quien
seguía con ojos indolentes el curioso espec
táculo del bulevar; y probablemente olvi
dara su nombre pasado este ocasional en
cuentro, si, días después, no se repitiese éste,
y, tras breve charla, no me preguntase con
tono indiferente y sonriendo no sin cierta
malicia :
-Usted que... (aquí algunos cumplimien
tos)... querría me hiciese el favor de decirme
si me sería fácil editar un libro .
Lo miré no sin cierta sorpresa.
-¡Cómo! ¿Tiene usted un libro para pu
blicar?
-Sí, señor.
É inclinó la cabeza , enrojeciendo leve .
mente .
XII Á MANERA DE PRÓLOGU

-¿Y qué clase de libro es?


Entonces, mi paisano, con voz algo tí
mida, habló:
-Un pequeño libro que he compuesto en
mis ratos de ocio... Soy médico, he vivido
algunos años entre los mineros y he visto
que esa vida es un poco triste. En las mi
nas de nuestro país hay ciertas costumbres
que van modificándose gradualmente y que
acaso acabarán por desaparecer del todo;
y antes de que tal suceda, creo que se
debe hacer obras que en cierta manera fijen
esas costumbres dentro de su tiempo...
Además, yo le tengo cariño á esa tierra,
allí he pasado parte de mi juventud y ga
nado el pan que como, y es en mí una
deuda de gratitud , con esas gentes humildes
y desgraciadas, contar algo de su vida.
--¿Podría usted leerme su libro?-le pre
gunté repentinamente, interesado por su
hablar simple y cuerdo.
-¡Por qué no!
Y me lo leyó una tarde, y como la im
presión que dejase en mí fuese profunda,
híceme su amigo, y desde entonces, ya en
Á MANERA DE PRÓLOGO XIII

su casa ó en la mía, no cesamos de estar


juntos y de cambiar pareceres y opiniones,
hasta el día en que, tras breve conocimien
to, lo despedí en la estación de un ferroca
rril, rumbo de la añorada y distante tierra ,
donde, dadas por ahora las invencibles difi-.
cultades del viaje y la enorme distancia que
separa nuestras respectivas regiones, pu
diera ser que ya no nos veamos más ...
En esas charlas conocí de cerca al hom
bre , y supe lo que valía el novelista cuyo
nombre es ignorado en el estrecho círculo
intelectual del país.
El hombre interesa desde el primer ins
tante en que se le conoce. El rictus doloroso
é irónico de sus labios, la fijeza de su mi
rada, al parecer indiferente, su seriedad, sus
repentinos y poco durables entusiasmos, la
sensatez de sus juicios, la parquedad de sus
palabras, previenen en su favor yу hacen for
mar un alto y debido concepto de él . Una
ó dos veces estuvo con Rubén Darío y
Blanco Fombona, áá quienes leyó sus estro
fas — también es poeta-ó fragmentos de su
fuerte prosa, y Rubén le llamó « raro hom .
XIV Á MANERA DE PRÓLOGO

bre » , y Fombona dijo de él « hombre estu


pendo » ...
El novelista ...
Lector, de principio a fin he leído su
obra , y, créeme, es, de entre las de mi tierra
virgen y bravía, la más objetiva, la que,
hasta ahora, mejor da la sensación de la
realidad, amorosa y piadosamente obser
vada .
Los cuadros de esta novela, de un vigor
y de un realismo no superados quizás en
ninguna otra de escritor hispanoamericano ,
reproducen con aterradora exactitud ese
medio de las minas, donde, abandonado por
todas las justicias, el obrero, según frase de
uno de los personajes de la novela, « rari
sima vez llega á la vejez; pues muere , ó
por accidente del trabajo, ó por el agota
miento gradual producido por el mismo » , y
sin conocer grandes alegrías ni acariciar de
leitosos ensueños . Los personajes, movidos
por apetitos, se suceden unos á otros, vivos,
reales, retratándose, sin quererlo, en sus diá
logos de una precisión y realidad descon
certantes , en sus gestos vivamente trasun .
Á MANERA DE PRÓLOGO XV

tados. Las descripciones, breves y vigorosas ,


dan relieve de plasticidad al paisaje ... Y
quien ha hecho esto así, sin gran empeño,
como de pasada, al correr de la pluma, tiene
fuerzas para producir obras que perduren y
lleven en sus entrañas todos los dolores de
una época, y hasta puede que las preocupa
ciones de una raza.
En este libro, incomparable por su inten
sidad y emoción , nada de esas ficciones
anodinas á que te han acostumbrado tantos
intelectuales de allende los mares; nada de
vaguedades líricas más ó menos bien arre
gladas; nada, sobre todo, de teatralidad, de
lamentaciones vacuas sobre los desdenes
de la amada, ni de anatemas furiosos ó abu.
rridos sobre los problemas sociales... ¡nada
de eso , por Dios! No más que la vida bien
observada, los hechos que se suceden , ha
blando por sí mismos con un lenguaje á
veces pavoroso. Y añadido á eso, encima
de todo, corriendo callada y profunda por
todas las páginas del libro, una piedad
honda, un torrente de emoción sincera, arro
llador, una simpatía profunda por los mise
XVI Á MANERA DE PRÓLOGO

rables у los desvalidos y un entrañable


cariño del bien , de la bondad, del amor, de
la dulzura .
Libro amargo , aá pesar de que concluye
amablemente; libro triste, si quieres; pero
profundamente bello, porque tiene joh ami
go! esencia de emoción, de piedad y de
simpatía .
Y ahora, adiós, lector.

ALCIDES UEDAS

París , Julio 29 de 1911


EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ

Era de ver áá Martín Martinez el día de ]


su salida de Sucre. Sus botas charoladas re
verberaban á la luz del sol ; sus diminutos
espolines dejaban oir apenas un suave tintín
cuando andaba por el patio ó habitaciones .
de la casa disponiendo algunos arreos de
su silla de montar; llevaba un pantalón
de amarilla tela que hacía feo contraste con
el negro luciente de sus botas; su delgado
poncho de largos flecos pendía descuidada.
mente de sus hombros; su sombrero de jipi
japa con el ala levantada por delante dejaba
entrever por encima de la oreja la punta de
1
2 JAIME MENDOZA

un barboquejo puesto por su madre, pero


que no quería usarle por parecerle poco
gracioso; un gran pañuelo de seda escarlata
rodeaba su cuello formando un rosón hacia
delante. En suma, mostraba una indumen
taria todo lo menos apropiada para un largo
viaje por regiones inclementes, y á lo sumo
pasadera para ir de paseo á cualquier valle
próximo.
Con todo, Martín parecía muy animado .
Aquella mañana se levantó de cama más
temprano que de costumbre, y esperaba
impaciente que le trajesen de la posta la
mula que el día anterior alquilara para su
viaje. Por fin, había llegado el día de la
partida. , Por fin , iba a irse á Llallagua, á
esa tierra opulenta y soñada, donde sabía
que se ganaba el dinero a manos llenas, v
de donde esperaba regresar al cabo de al
gún tiempo á deslumbrar á sus amigos con
su largueza .
Un sol de primavera, luminoso y ca
liente, brillaba sobre las blancas paredes y
los techos rojos de la casa. En un rincón del
patio, una mata de madreselvas, que estaba
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 3

á medio trepar en un pilar próximo, movía


rato á rato sus floridos festones, como di
ciendo adiós á Martín , y un pajarillo, posado
sobre el alero, daba, á intervalos regulares,
sus agudos gorjeos, como si también se le
despidiese.
Pero Martin poco ó nada se fijaba en este
bello asunto que le ofrecía la Naturaleza,
pues con el afán de su marcha, más iba su
pensamiento a la mula esperada ú otros ob
jetos prosaicos referentes á su viaje.
Cuando le llamaron al comedor, negóse á
comer, no obstante las insinuaciones de su
madre, el pedazo de asado y los huevos fri
tos que ella le hiciera preparar, y apenas
bebió á sorbos, como maquinalmente , el
café que le sirvieron .
Llegó el postillón de la posta con la
mula. Era un animal greñudo y amojamado,
con las costillas haciendo relieve por bajo
del estropeado pellejo, el labio inferior col
gante, en ademán de desaliento, y, por aña
didura, con una protuberancia, á punto de
reventar, sobre el lomo. Martin sufrió y aun
se indignó ante semejante espectáculo ; pero
4 JAIME MENDOZA

no había más recurso que conformarse. Ya


sabía él que con las postas de Sucre no
hay que tener exigencias. Ensillóse, pues, á
la mula con lentitud y mal , pues, además de
que ella ensayaba mordiscos y coces, Mar
tín, nada experimentado en la operación de
ensillar convenientemente una caballería ,
pudo apenas, y sólo con la ayuda del posti
llón , llenar medianamente tal operación.
Luego, a última hora, notando que sus
alforjas estaban sumamente pesadas уy volu
minosas , trató de aligerarlas sacando de
ellas varias cosas; pero su madre, cuya
mano cariñosa había hecho caber allí bue .
nos pollos, latas de conservas y botellas de
vino , hízole oportunas reflexiones sobre la
necesidad que tendría de esos menesteres
en el camino , hasta que al fin le redujo á
llevarlos .
Por fin , llegó la hora. Martin , no sin
cierta emoción , dió el abrazo de despedida
á su madre, que lloraba de verle partir por
la vez primera á tierras lejanas; montó con
torpeza y dificultad, y salió de casa caba
llero en su flaca mula, cuyos cascos reso
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 5

naron profundamente sobre las losas del


zaguán .
Entretanto, el sol continuaba reverbe
rando con viveza, la madreselva meciéndose
suavemente al soplo del aire cargado de su
fuerte aroma , y el pajarillo posado sobre el
tejado, siempre gorjeando con su vibrante
voz .
II

Era una mañana radiante . La campiña de


Sucre, rojiza y polvorienta, reverberaba
bajo la inmensa bóveda azul. Al través de
ella, culebreaba el camino carretero del
Norte. Veianse , diseminadas en sus con
tornos, casuchas de labriegos, algunas de
las cuales mostraban banderolas blancas en
señal de que allí había chicha para aplacar
la sed de los caminantes. Por el ancho ca
mino pasaban, con dirección a la ciudad ,
tropas de borricos cargados de comestibles
y arreados por indios de montera negra,
poncho rojo y calzones blancos. Las indias,
con la gruesa lliclla, en la que llevaban
grandes bultos cargados a la espalda , con
8 JAIME MENDOZA

ducían en sus manos cántaros con leche ó


platos colmados de sabrosa nata.
Al tardo paso de su desmirriada mula
avanzaba Martín lentamente, dejando atrás
la ciudad y mirando delante el camino on
duloso que en grandes curvas iba a perderse
á su frente. El postillón, caminando tras él ,
tocaba de cuando en cuando su pututu , del
que salía siempre la misma nota, una nota
prolongada y monótona que los ecos repe
tían á lo lejos. Martín trataba á ratos de ha
cer correr a su mula; pero el trote seco é
inmisericorde de ella, le obligaba á conti
nuar nuevamente paso a paso. Luego, el
joven concluía por soltar las riendas, y con
la cabeza inclinada distraídamente , dejábase
arrastrar por sus pensamientos. Pensaba en
su madre, á quien acababa de dejar llorando;
en su pueblo natal, que ya no vería en algún
tiempo; en Lucía, una graciosa muchacha
que la noche anterior le había jurado por la
trigésima vez que nunca le olvidaría, y, en
fin, en todo lo que iba dejando atrás. Sentía,
por lo mismo, cierta tristeza; pero luego
reanimábale la idea de que estaba yendo á
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 9

una tierra riquísima , donde esperaba que le


iría muy bien y de donde regresaría pronto .
Recordaba continuamente a su amigo Má
ximo Godoy, quien le había contado tales
cosas de aquella tierra, que llegó a ser una
obsesión en el marchar allí lo más pronto .
Él no era, ciertamente, un hombre audaz y
aficionado á aventuras extraordinarias; pero
le gustaba vivir holgadamente, y como para
• vivir holgadamente se necesita dinero, y el
dinero no abundaba en las arcas de su casa,
Martín se hizo la cuenta de que lo que más
le convenía era hacer lo mismo que Máximo
Godoy, esto es, ir á trabajar á Llallagua
para volver de allí con los bolsillos llenos .
Recordaba también cómo había conocido á
Godoy en el colegio, un muchacho pobre,
desarrapado y decididamente bruto. Y, sin
embargo , pasados algunos años, volvió á
verlo hecho un señor, hablando de grandes
negocios y manejando fajos de billetes de
banco. ¿Cómo los había adquirido? Muy fá :
cilmente: en Llallagua. ¡Llallagua! Desde
entonces, para Martín , Llallagua vino á ser
una fascinación, algo así como el país de
IO JAIME MENDOZA

Ofir, un país fantástico y deslumbrante,


donde no había más que extender la mano
para retirarla colmada de monedas de oro .
¿ Por qué él no podía hacer lo mismo que
Godoy, quien siendo casi un idiota se había
hecho rico en un periquete? Martín era es.
tudiante del tercer año de derecho; mas
bajo el influjo de sus nuevas ideas , resolvió
despedir el derecho hasta mejor ocasión y
dedicarse de lleno á sus propósitos. Con la · .

elocuencia que le inspiraba su empeño, no


le fué difícil convencer a su madre de que lo
que se proponía era lo mejor que se podía
hacer, y muy pronto pudo adquirir, me
diante los esfuerzos de ella, los recursos ne
cesarios para su viaje. Tampoco le fué difí
cil conseguir una carta de recomendación de
un amigo influyente para el gerente de la
Compañía de Llallagua; y con esto y con
la cabeza llena de gratas ilusiones, se lanzó
camino adentro de sus deseos . Ya se veía
Martín , como su colega Máximo Godoy,
invitando valientes copas de champagne á
sus amigos , llevando en los dedos anillos
con piedras brillantísimas y mandando a su
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ II

novia obsequios que la hiciesen palidecer


de gusto y de admiración . ¡ Cómo iba á go
zar á su regreso! ¡Cómo iba á llamar enton
ces la atención de los demás !
De pronto, la mula se detuvo, y de
seguida dobló las rodillas y se acostó en
tierra .
Era que la presión causada por la silla
sobre el tumor de su lomo la iba mortifi
cando á lo sumo, y quiso aliviarse echán
dose al suelo, sin tener en cuenta al caba
llero .

Éste, interrumpido tan bruscamente en


sus pensamientos, se atolondró, y apenas
tuvo tiempo de sacar los pies de los estribos
para hacerse á un lado y no ser aplastado
por el cuerpo del animal.
El postillón declaró que la mula tenía ese
hábito feísimo de recostarse en tierra; que
asimismo lo había hecho con otros viajeros,
y que, por lo mismo, había que ir con mucho
tiento .
Con lo cual , Martín ya no tuvo tranquili
dad para seguir entregándose á sus anterio
res pensamientos, y prosiguió el camino
I2 JAIME MENDOZA

atento sólo á que la mula no le hiciese una


nueva jugada. En sus exasperaciones echaba
pestes contra el postero de Sucre, que le
había sometido á tal tortura , y deseaba lle
gar de una vez á La Punilla, que era la si
guiente posta, donde debía cambiar de ani
mal .
Pero la suerte siguió maltratándolo .
Cuando llegó á La Punilla, negáronse á
darle animal , so pretexto de que el correo
debía pasar luego y tendría que ocupar to
dos los animales de la posta. Martín no sa
bía qué hacerse . Inútil fué que exhibiese
ante el postero las más expresivas conside
raciones sobre los grandes perjuicios que le
acarreaba aquella tardanza . El postero le
oyó como oir llover, y en poco estuvo que
Martin , armándose de inusitada energia,
emprendiese á bofetones con aquel Alemático
jayán , á la manera de otros viajeros.
Felizmente llegó el correo, y como el con
ductor advirtiese los apuros del joven, le
tuvo, sin duda , lástima , pues hizo que se
le diese el animal que reclamaba . Martín ,
muy agradecido para aquel hombre, rega
EN LAS TIERRAS DEL POTosí 13

lóle con abundantes tragos de vino, y siguió


el viaje en su compañía . Por su parte, el
conductor, complacido con las demostracio
nes del joven y su aire ingenuo y suave,
prometióle que en las siguientes postas le
haría proporcionar inmediatamente bestias
de viaje; con lo que el joven comprendió
que lo que más le convenía era no despren
derse del correo , bien que él iba por lo re
gular á galope, y Martín podía apenas se
guirlo.
Efectivamente, en la otra posta , llamada
Fisisculco, dieron inmediatamente á Martín
la mula que necesitaba , pues el conductor
había acudido a la superchería de decir que
el joven iba muy apurado desempeñando
una comisión prefectural.
Pero Martín no contó con lo difícil de su
empeño de ir al paso - del correo. Apenas
pudo llegar con él al pueblejo de Moro
moro , donde estaba la cuarta posta. Sen
tíase deshecho con aquel caminar galopante
pasando como una exhalación por breñas y
quebrados, y ya no quería sino dar descanso
á sus mclidos huesos . A Moromoro llegaron
14 JAIME MENDOZA

al atardecer, y como de allí debía continuar


el correo caminando toda la noche, Martin
se horrorizó ante esta idea , y no tuvo más
remedio que despedirse de su compañero y
quedarse á pasar la noche en la posta de
Moromoro, donde con dificultad le propor
cionaron una pésima cama cuyas incomo
didades fueron , sin embargo, tolerables para
Martín, en razón de su cansancio.
Al día siguiente, nuevas dificultades para
seguir el viaje. En la posta no había más
animal que una mula, aun más desgraciada
que la del tumor, pues su espalda era una
sucesión de horrorosas mataduras.
Martín protestaba.
El postero, un viejo de luenga barba gris,
le hizo las más curiosas reflexiones sobre
la escasez de forraje, sobre la carencia de
acémilas y sobre el completo descuido de las
autoridades para atender debidamente el
servicio de postas, concluyendo en seguida
por invitar al joven un trago de singani en
ja misma copa en que acababa aquél de be
ber, y que, naturalmente, rechazó éste.
Martín , indignado ante el cinismo del
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 15

viejo , tuvo que salir de la posta á buscar en


el pueblo un animal de alguno de los luga
reños . Afortunadamente , pudo conseguir
uno. Era un caballito sin herraduras y de
aspecto salvaje, por el que debió pagar un
flete subidísimo, y que durante el camino á
la siguiente posta le dió no pocos sustos,
pues se espantaba y saltaba como un ca
brito . Martín comprendió en aquella oca
sión que cabalgando en animales de tan
varia indole , debía sufrir quién sabe qué
percances, él que hasta entonces no había
hecho ningún ejercicio de equitación.
El cuadro de la Naturaleza había variado
por completo. Ahora ya no veía Martín las
amenas perspectivas del día anterior. La
vegetación se hacía más y más raquítica;
ya no se veía más que uno que otro árbol ,
y en cambio se presentaban áridas serra
nías, pampas de aspecto desolado y, en
general , una perspectiva monótona y deses
perante. En este día, el viajero anduvo pri
meramente por una planicie inmensa cu
bierta á trechos de menudo pasto; siguió
por una angosta quebrada flanqueada de
16 JAIME MENDOZA

sombríos peñascos; ascendió por una cuesta


empinada ; bajó, pasó por una serie intermi
nable de escabrosos desfiladeros y, por úl
timo, volvió a ascender otra cuesta que ter
minaba en una yerma meseta, donde le
esperaba un nuevo huésped , al que aún no
estaba familiarizado, y que debió acompa .
ñarle por bastante tiempo: el viento.
El viento cantaba allí su eterna canción .
Silbaba entre los pajonales de las alturas de
Karakara, formaba á la distancia remoli
nos de polvo que se levantaban en grandes
espirales blanquecinas, azotaba las peñas
solitarias que se destacaban a lo lejos simu
lando castillos fantásticos, chasqueaba entre
las aristas de las rocas, metíase lúgubre
mente entre sus hendiduras produciendo
fúnebres aullidos, resbalaba sobre las ater
ciopeladas praderas, y se perdía bramando ,
y volvía á aparecer, y subía y bajaba, y se
retorcía, y gritaba incansable, potente, frío,
insistente, siempre movible y siempre tenaz,
como si fuese el único señor despótico de
aquella agria región.
Con las primeras rachas de viento voló

1
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 17

el sombrero de Martín , y fué necesario que


el postillón corriese una larga distancia para
recogerlo. Recién entonces, dió el joven ra
zón á su madre, que con tanta solicitud ha
bía puesto el barboquejo al sombrero, y ya
en adelante no dejó de usar el importante
adminiculo .
En la posta de Karakara quedó Martin
muy sorprendido de que, contra todo lo que
esperaba, el postero le diese con mucha fa
cilidad el animal que hubo pedido; de ma
nera que pudo seguir adelante sin dilación
ninguna; pero en Ocuri, la siguiente posta,
volvieron á presentarse los inconvenientes.
Allí, los encargados del servicio de la posta,
que eran indios, estaban todos borrachos y
no hicieron caso ninguno del viajero, y aun
sin estarlo habría pasado lo mismo , pues ya
se sabe que los indios de las postas se mue
ven únicamente bajo el estímulo del palo , y
Martín estaba muy lejos de acudir á seme.
jante recurso . No tuvo, pues, más que que
darse á pernoctar en Ocuri . Fué una noche
atroz. El maltrecho viajero tenía frío уy ham
bre . Acogióse á un cuarto de la posta donde
2
18 JAIME MENDOZA

por único menaje habían dos poyos de barro


para servir de mesa y de cama. Difícilmente
consiguió que le diesen un par de cueros de
oveja para recostarse; y en cuanto á alimen
tos, dada la imposibilidad de conseguir ni
un poco de caldo caliente, tuvo que recurrir
á sus alforjas, y esta fué la segunda vez
que Martín dió también razón á su madre , que
tan ahincadamente había puesto en las alfor
jas los pollos y el vino, que le supieron á
maravilla y reconfortaron en mucho su atri
bulado organismo .
Al día siguiente, cuando Martín, tiritando
con el frío que hace en aquellas alturas in
clementes, solicitó el animal que necesitaba,
tampoco le hicieron caso. Los indios, que
durante la noche habían seguido bebiendo
alcohol con agua, estaban unos completa
mente embriagados , y otros durmiendo .
Fué necesario que Martin , por consejo de
un poblano, recurriese al corregidor del lu
gar, y únicamente con la intervención de
este personaje, que hizo lujo de su poder en
los indios, pudo conseguir una mala bestia,
en que siguió melancólicamente su viaje.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 19

Por la tarde, llegó a otro pueblo , Macha,


donde estaba la última posta que debía to
car, pues el resto del camino á Llallagua
tenía que hacerlo pasando por los pueblos
de Pocoata y Chayanta, en los que no ha
bía servicio de postas en ese tiempo .
Por su fortuna, halló Martín en Macha
una benévola acogida en el postero del lu
gar, un viejo bonachón que se avino sin
mucho trabajo á las insinuaciones del jo
ven , proporcionándole un buen mulo y un
postillón que debían conducirlo hasta Lla
llagua.
Martín respiraba. Ya había viajado más
de treinta leguas y no le faltaban sino unas
veinte para llegar aá Llallagua . Y sobre todo
ya no tendría que ver en adelante con las
malditas postas, que le dejaron un recuerdo
detestable . Y al maldecirlas , el viajero no
se fijaba para nada en que, dadas las gran
des dificultades de viabilidad en Bolivia ,
hoy mismo subsistentes en vastas circuns.
cripciones de su territorio , las postas, con
su pésimo servicio y todo, constituyen uno
de los pocos medios, y, en ciertos casos, el
20 JAIME MENDOZA

único, de acceso y salida en las poblaciones


mediterráneas del país .
Al otro día muy temprano proseguía su
marcha el viajero. Ahora su vista se re
creaba sobre extensos alfalfares y cebadales
bajo riego, entre los que pasaba el camino.
Aun llegó á ver algunos arbolitos, y se sor
prendió gratamente divisando á lo lejos un
sauce gigantesco que cobijaba bajo sus ago.
biadas ramas una casa de campo. Temprano
pasó por el pueblo de Pocoata , pueblo de
sangrientos recuerdos históricos y de viejas
leyendas . El viajero debió atravesarlo de
extremo á extremo. En sus desiertas calles
no vió más habitantes que un perro con
cara de hambre y un viejo encorvado y su
cio que caminaba claudicando. La iglesia ,
de altas y blancas bóvedas, estaba á punto de
derruirse . Cuando Martín salió de entre el
callado caserío, le pareció que había pasado
sobre el cadáver de un pueblo .
Tarde de la noche llegó á Chayanta.
Aquella jornada había sido de más de quince
leguas y atravesando por tremendas cues
tas y laderas en las que bastaba un paso en
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 21

falso para despeñar al caminante á barran


cos que estaban a centenares de metros . El
postillón contó á Martin cómo habían pere
cido allí gentes y animales, y Martín no se
atrevía ni aun á mirar el fondo de los preci
picios .
Al llegar á Chayanta , Martin sentíase tan
rendido, que no pensaba sino en recostarse
á descansar. Mas la población estaba su
mida en el sueño, y no había donde alber
garse. Por fin , después de andar mucho por
las calles, vió una puerta de cuyas hende
duras emergía un poco de luz . Llegóse allí y
preguntó aá los que le abrieron dónde era la
casa del corregidor , pues pensaba alojarse
allí. Se lo indicaron , y tuvo que andar nue
vas calles para llegar á dicha casa, ante
cuya puerta estuvo llamando más de media
hora, y como no había trazas de que le
abriesen , no tuvo más remedio que volver á
la única tienda con luz que había encon .
trado , y alli pidió por favor que se le hos.
pedase . No le hicieron buena cara las gen
tes que allí estaban , que eran dos mujeres
indias y un arriero que tocaba un charango.
22 JAIME MENDOZA

Habláronse en aimará, y concluyeron por


decir en quichua á Martín que no tenían
donde alojarlo . Martín pensaba si no ten
dría que tirarse en media calle á descansar;
pero, con el frío que hacía, tuvo miedo, y de
nuevo insistió , é insistió tanto, que al fin lo
dejaron entrar a la tienda sus inhospitala
rios moradores. No había más gentes que
las dos indias y el arriero . Tomaban chicha,
mascaban coca y hablaban siempre en aima .
rá. Martín , para congraciarse con ellos, re
galóles casi el resto de provisiones que le
quedaban en las alforjas, consistentes en
azúcar, té y singani. Con esto varió la situa
ción. Pronto le brindaron un vaso de chicha ,
que Martín bebió con avidez, pues se moría
de sed . El arriero se encargó de poner en
seguridad y con bastante forraje al mulo
del viajero, y las mujeres le prepararon , por
medio de lanudos cueros de oveja y de
llama, una cama que, si no era todo lo lim
pia y cómoda que hubiese deseado, por lo
menos le sirvió para abrigar y dar descanso
á su cuerpo .
Martín estaba ya sólo á cuatro leguas de
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 23

Llallagua. He aquí lo que le alentaba y le


hacía disimular los trabajos y sinsabores
por los que iba pasando . Al día siguiente
llegaría por fin á su destino, y ya no más
indios, mulos ni corregidores, ya no más pre
cipicios, ni hambre, ni cansancio, ni hastío.
Pensando en esto , se durmió arrullado por
el cuchicheo de las mujeres que, por consi
deración á él , habían resuelto hablar en voz
baja, mientras el arriero había cesado de to
car su charango.
Apenas amanecía cuando despertó á Mar
tín una voz desolada . Era el postillón , que
había venido á avisarle que el mulo se ha
bía escapado .
Martín , lleno también de desolación , re
cordó que el arriero se comprometió por la
noche á asegurar el mulo ; pero el postillón
le dijo que había sido pura oferta, que el
arriero no hizo tal cosa, que el mulo no tuvo
qué comer, y que, forzosamente, acometido
por el hambre, se corrió. Qué hacer? No
había más remedio que el mismo postillón
fuese en alcance del macho, y así se hizo .
Pero pronto pasó toda la mañana y vino
24 JAIME MENDOZA

el mediodía, y el postillón y el mulo no


reaparecían . Martín vagaba tristemente por
las calles de Chayanta en afanosa espera.
Un vecino le hizo notar con sorna que , se
guramente, el mulo no pararía hasta llegar
« á sus pagos » , lo mismo que el postillón , y
que se debía perder la esperanza de volver
los á ver. Con esto, á Martín no le quedó
sino buscar otro animal . Mas ¡ cuánto tra
bajo le costó encontrarlo ! Dirigióse al cura,
al corregidor y á cuantos pudo. El cura le
dijo que aquel mismo día debía ir en su
mula á confesar á un agonizante. El corre
gidor adujo la excusa de que sus animales
estaban sin herraduras, y que no las había
en el pueblo. Y así los demás. Por fin, un
trajinante se dejó enternecer por las insinua
ciones del viajero, y consintió en dar su
mula con la condición de que se la devol
viese el mismo día de Llallagua y se le pa
gase el cuádruplo del flete ordinario. Mar
tín , naturalmente , accedió á todo. Y he aquí
de nuevo al viajero montando dificultosa
mente á la bestia para salir de Chayanta y
hacer la última jornada de su accidentado
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 25

viaje. Martín llevaba pésima impresión del


lugar. Chayanta, el país del oro , le pareció
un pueblo de mendigos. Como en Pocoata ,
lo que más vió fué solares, polvo é inmun .
dicias . Sus habitantes le parecieron unos
cuantos indios sórdidos, miserables, que ni
siquiera tenían mulas para darlas á los tra
jinantes.
3
III

Caía el sol . Un viento fuerte, que parecía


acometido de inmensa furia, soplaba sin
descanso en la yerma llanura por donde ca
minaba Martín en su flojisima mula. Colum
nas de polvo, que formaban enormes espira
les que se extendían y perdían en las alturas,
se mostraban á cada momento , ondulaban ,
corrían con vertiginosa rapidez, atravesaban
los caminos, ascendían á las colinas, se hun
dían en las profundidades, y daban vueltas
por todas partes, como si estuviesen empe
ñadas en danza colosal . Las zarzas de los
contornos se sacudían con el viento , zumba.
1
ban y se estiraban , como si quisiesen aban
donar la tierra en que nacieran . Había agu
28 JAIME MENDOZA

dos silbidos entre los pajonales y las piedras


esparcidas en la pampa. Había como suspi
ros enormes lanzados por toda la tierra.
Había alaridos, sollozos, cánticos inenarra
bles. Era la feroz y poderosa sinfonía que
entona el viento en esas soledades .
Martín , que caminaba contra el viento,
sentía venir á azotarle la cara aquellos so
plos furiosos que parecían rechazarle lejos
de la tierra inhospitalaria, adonde iba con
tanto ahinco. La falda de su leve sombrero
se batía sin cesar contra la copa con una in
terminable sucesión de golpes secos y rápi
dos; su poncho, cuyos flecos despeñados se
agitaban, acusaba propensiones de abando
narle batiéndose á manera de una vela. Y
su pañuelo de seda, asimismo , evolucio.
naba sin descanso en derredor de su cuello
con su flotante rosón , que tan pronto estaba
atrás como á los lados . Martín taconeaba sin
desmayo contra los ijares de su mula, un >

animal sumamente lerdo que parecía no


poder avanzar contra el viento. En aquellos
momentos maldecía Martín sus pequeños
espolines, que no causaban impresión nin
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 29

guna en la bestia . En vez de tan ridículos


adminiculos, él habría querido ahora llevar
puñales en los tacones . Por lo demás , Mar.
tín estaba hecho un desastre . Sus botas
de reluciente charol , ahora completamente
ajado, habían perdido todo su brillo y esta
ban salpicadas de barro ; su pantalón empe
zaba a desgarrarse por distintas partes; su
sombrero había adquirido una forma extra
vagante . Y en cuanto a su propio cuerpo,
Martín sentialo horriblemente sucio . El
polvo se le había metido por todas partes.
Sus ojos estaban enrojecidos bajo su acción ;
por la boca tragaba y escupía tierra. Su ne
gra cabellera ya no era negra. Sus orejas
eran depósitos de aquélla. Y hasta en los
más íntimos rincones de su cuerpo se le ha
bía metido la tierra .
Y el viento seguía soplando con una cons
tancia y vigor indomables, echando siempre
con nubes de aquella tierra impía al asende
reado viajero .
Martín se hallaba admirado a la vez de
estar rabioso . Parecíale notar no sé qué
de inteligente y de intencional en el bravío
30 JAIME MENDOZA

elemento. Aquella furia, aquel tesón , aquel


encarnizamiento del viento llegaban á mara
villarle y promovían intimamente en su alma
un sentimiento de protesta que á ratos se
manifestaba en forma de vulgares interjec
ciones .
Pero , he aquí Llallagua .
Martín se aproximó lentamente al grupo
de edificios que ya desde varios kilóme
tros de distancia había estado divisando .
Una plazoleta rodeada de casas con techos
de calcimina y paja fué lo primero que se
ofreció á su vista . En el frontis de una de
estas casas vió un letrero que decía en gran
des caracteres : Hotel. Junto a la puerta es
taba un grupo de personas que parecian ob
servar con curiosidad al viajero. Martín
llegóse al grupo y preguntó al que parecía
un mozo si no había en el hotel un cuarto
para alojarse. Contestóle el otro que todas
las « piezası estaban ocupadas . Y como el
joven insinuase se le indicara en qué otra
parte podía encontrar alojamiento, de pronto
uno de los que formaban el grupo se des
prendió de él y vino al encuentro de Martín ,
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 31

extendiéndole la mano al mismo tiempo que


le decía :
-¡Hola, Martin ! ¡cómo te va? Me alegro
de verte ... ¡ Ya no me conoces? ¡Mírame,
hombre !
Martín le estrechó la mano, miróle con
mucha fijeza, pero no le reconoció .
-Soy Emilio Olmos. ¡Ya no me conoces?
-¿Emilio Olmos?—se decía Martin bus
cando entre sus recuerdos .
El otro insistió :
--Soy Emilio Olmos... aquel que en el
colegio les enseñaba a ustedes tantas picar
días . ¡No te acuerdas? Aquel que una vez le
robó su cigarrera al profesor ...
-¡Hola, Emilio!-prorrumpió Martín ca
yendo en la cuenta, --isí, te reconozco! ...
pero es posible que estés tan cambiador
En efecto, Martín , al reconocer á su anti
guo camarada de colegio, hallóle muy desfi
gurado . Hacía varios años que no le había
visto, y aun perdió el recuerdo de su nom
bre. Ahora le causó admiración ver aquel
muchacho, á quien conociera como un ado
lescente imberbe y fresco , convertido en un
32 JAIME MENDOZA

mozo rollizo, de barba poblada é inculta, de


líneas salientes, y en general de una facha
que aparentaba mucha más edad de la que
realmente tenía .
Habláronse con mucha animación y luego
Emilio invitó á Martín alojamiento en el
propio cuarto que ocupaba en Llallagua.
Fueron allí. Salieron de la plazoleta y se
dirigieron al grupo de casuchas dispuestas
sin orden ni concierto en las proximidades.
Emilio detúvose ante la puerta de una de
ellas, abrióla y dijo :
-Entra, querido, entra. Aquí te alojarás
conmigo .
Desensillóse la mula, que fué inmediata
mente devuelta á Chayanta, y Emilio hizo
que preparasen desde luego una taza de té
para su amigo, mientras éste trataba de sa
cudirse de la tierra que llevaba encima.
Estaban en un cuarto estrecho yу lóbrego.
En un lado se veía un catre con la cania re
vuelta . Junto al catre, hacia la cabecera, es
taba un cajón de madera vacío, a modo de
velador, sobre el que se veía una botella
en cuyo cuello estaba metido un cabo de
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 33

vela. Allí mismo estaba también un bacín


con restos de orina y residuos de cigarro, y
codeándose con él dos vasos en que habían
restos de cerveza . Desde luego este detalle
causó repulsión en Martín , pero la disimuló
llevando sus ojos á otra parte. Pendientes
de clavos en las paredes, se veían algunas
prendas de ropa cubiertas de polvo. En un
rincón, una maleta entreabierta dejaba aso
mar puntas de pañuelos, de ropa blanca y
de otros menesteres también muy empolva
dos. Un santo colocado sobre una repisa
apenas se podía distinguir á consecuencia
del polvo que le cubría . El polvo campeaba
por todas partes, sobre todo en el techo y
las paredes. Fuera se oía soplar el viento
con un aullido prolongado y lúgubre . Una
ventanilla sin vidrios y á cuyos marcos se
había pegado , en lugar de aquéllos , un
lienzo blanco, apenas podía resistir á los
embates del viento, y dejaba pasar por sus
junturas y a través del lienzo un polvillo
fino que se esparcia en la habitación .
Martín , sentado sobre la cama , pues no
había otros asientos , contó á su amigo el
3
3.4 JAIME MENDOZA

objeto de su viaje y varios de los percances


que le ocurrieron . Emilio, luego de escu
charle con atención , exclamó:
-Entonces, ¿has resuelto cortar tus estu.
dios?
-Sí, pero sólo temporalmente.
-Es raro. Recuerdo que en el colegio te
distinguías mucho, y supongo que en la fa
cultad continuarías lo mismo .
Martín repuso suspirando:
-Necesito dinero, y sé por Máximo Go.
doy que aquí se gana con facilidad.
-¡Según ! ... Si tú sabes' andar con la
viveza que tenías en el colegio, es seguro
que te irá bien y mucho mejor que á Go
doy.
-Lo malo es que soy completamente ig,
norante en asuntos de minas .
-¡Qué importa! Eso se aprende en dos
trancos .

-Espero que meayudarás.


-Ya lo creo. Desde luego la carta de re
1
comendación que me has mostrado te va á
servir de mucho. Hay que aprovechar.
Callaron . Emilio, con los ojos clavados en
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 35

Martín , pareció reflexionar profundamente.


Éste, después de una gran pausa, dijo:
-¿Cómo es eso de los contratos? Godoy
me ha hablado mucho sobre ese asunto y me
decía que ahí está el mejor medio de ganar
harto y pronto .
-Justamente yo estaba pensando en esto.
¿Querrías tú firmar un contrato?
-Si la cosa es tan buena como dice
Godoy...
-Oye-interrumpió Emilio,-no te aten
gas mucho á lo que te ha dicho Godoy...
Godoy no es más que un lechero... En cam
bio yo te daré datos precisos. ¿Quieres po
nerte en mis manos ?
-¡Cómo no!
-Bueno, pues. Ya'verás cómo te saco yo
en este asunto .
Y con verbo fácil y expresivos gestos
Emilio explicó aá su amigo lo que en las mi
nas significaba un contrato en aquellos tiem
pos, diciéndole que no era más que un sim
ple arrendamiento hecho por la Compañía
al contratista de un punto tal ó cual de las
minas, en el que el arrendatario podía ex
36 JAIME MENDOZA

plotar á su guisa el metal que pudiese para


entregarlo luego a la administración por un
precio determinado de acuerdo con las con
diciones que se estipulasen .
Desde luego Martín notó que lo dicho
por Emilio no era lo mismo que lo dicho por
Godoy; mas como él mismo tenía pésima
idea de la capacidad intelectual de éste, se
atuvo á la explicación de aquél. Por ejemplo :
Godoy le había dicho que cualquiera podía
ganar en los contratos, y Emilio pronunció
un enfático « segúns que no hizo ninguna
gracia en Martín .
-¿Y yo debería pedir un contrato, no te.
niendo preparación ninguna?-insinuó Mar
tín tímidamente .
-¡Por qué no ! Para ser contratista no hay
necesidad de estar muy versado en materia
de minas. Godoy sabía menos que tú ... y
ya ves ...
Martín insistió aún sobre sus deficiencias
en minería; pero Emilio, que lo facilitaba
todo, no obstante haber lanzado aquel « se
gún » , volvió á engolfarse en largas explica
ciones sobre este tema y convenció á Martín
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 37

de que, en efecto , lo que más le convenía


era tomar un contrato en Llallagua.
-Ve mañana mismo al gerente - excla
-

mó ; —yo te indicaré esta noche cuál será


el contrato que debas pedir. Tú presentarás
tu carta de recomendación y obrarás ni más
ni menos conforme á mis indicaciones .
¿Comprendes?
Entonces Martín hizo notar su estro
peado traje y propuso que sería mejor es
perar al arriero que traía su equipaje, y
que, según sus cálculos, debía llegar á Lla
llagua al día siguiente . Así se presentaría
de un modo conveniente al gerente , pues
mostrándose tan mal traído como estaba,
temía no ser bien atendido.
Emilio hizo una mueca y repuso :
-¿Cómo se ve que vienes de Sucre! Lo
que es aquí no se da importancia al traje.
Pero, en fin , si tú quieres esperar, espere
mos. Mientras tanto te iré instruyendo sobre
lo que tienes que hacer. Iremos á dar una
vuelta por las minas, pues conviene que al
gerente te presentes como muy conocedor
de ellas .
ZA
38 JAIME MENDO

Martín asintió, aunque aquello de pre


sentarse como muy conocedor de las mi
nas, para él , que acababa de llegar' á ellas,
le pareció bastante aventurado.
Después de todo, Martín estaba satisfe
cho . Veía que sus asuntos tomaban un buen
sesgo y que sus cálculos no saldrían falli
dos . El encuentro con Emilio le parecía
providencial . Sus palabras , su espontanei
dad y su desparpajo le hicieron magnífica
impresión. ¿Qué habría hecho sin tan opor
tuna ayuda? Cierto era que á momentos le
venía la desconfianza . Al oir la facilidad
con que se despachaba Emilio, se preguntó
si aquello no sería una farsa. ¿ Era Emilio
serio? ¿O era simplemente la continuación
del antiguo bribón del colegio? Hubo un
momento en que se le ocurrió fijamente
esta idea y empezó a mirar con recelo el
miserable menaje del cuarto .
Pero Emilio, como si adivinase los pen
samientos de Martín , exclamó :
-Es natural que te extrañe la indigencia
de este cuarto; pero debes saber que yo
resido en Uncía , en un pueblo que está á
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 39

más de una legua de aquí. En Llallagua


sólo estoy precariamente con motivo de mis
negocios.
1
Y, á su vez, Emilio contó su vida á Mar
tín . Hacía como dos años que residía en
esos lugares . Había pasado por toda clase
de oficios y empleos, sin excluir los más
infimos. En la actualidad era rescatador y
estaba contento . Le iba bien . Sí, tan bien ,
que hasta podía habilitar á varios contra
tistas. Luego, Emilio debió también expli
car lo que significaba « habilitar » y lo que
significaba ser rescatador; y aunque la ex
plicación no fué suficientemente clara , Mar
tín se hizo la cuenta de que, si Emilio ha
bilitaba á otros, era claro que estaba aún
mejor que Godoy, y que ser rescatador de
bía ser tan veritajoso y quizá aún más que
ser contratista .
· Por la noche los dos amigos fueron á
comer al hotel . Emilio hizo allí la presenta
ción de Martín á los concurrentes . Había
allí gentes de extrañísimas cataduras para
los ojos del recién llegado . Vió que abun
daban los sacos de cuero, las bufandas de
40 JAIME MENDOZA

lana de vicuña, las gorras y las polainas.


Pero, sobre todo, dos tipos fijaron la aten
ción de Martín . Era el uno un señor maduro,
de rostro colorado y bonachón , de cuya
boca salía con frecuencia la palabra panizo,
y una de cuyas manos se sepultaba á cada
momento en uno de los bolsillos del panta.
lón para reducir una hernia que tenía en la
ingle izquierda. El otro era un joven pecoso,
de dicción y ademanes de roto, que estaba
empeñado en hacer sonar un gramófono que
chirriaba de un modo vergonzoso .
Emilio invitó unas copas de koktail an.
tes de sentarse á la mesa. Un joven de saco
de cuero y de polainas, que estaba medio
ebrio , empezó á llenar de agasajos á Mar
tín . Emilio, que conversaba con el señor de
la hernia, dijo, refiriéndose á Martín , y pen
sando quizás recomendarlo, que se trataba
de un « distinguido intelectual » de Sucre,
Al momento el otro exclamó :
- Intelectual dice usted? Entonces se va
por un taco .
-Ahora me explico por qué usted no se
ha ido por ahí ...
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 41

-¡Claro! Y asimismo usted ... Querido


Emilio, ni usted ni yo somos intelectuales,
y por eso estamos bien .
-Nunca he pretendido yo darme de in
telectual .
-Y hace bien . Aquí no vale eso. Aquí
lo que vale es el panizo.
El joven del gramófono se aproximó
cimbrándose, porque estaba borracho, y
pidió champagne.
Uno de los concurrentes exclamó:
-Oiga, Varela, ya no pida más cham
pagne... Ya hemos tomado mucho. Mejor,
comamos ...

-¡Champagne ! -gritó el borracho dando


un puñetazo en el mostrador, donde varias
botellas у vasos hicieron chilín .
Sirvieron el champagne , que no era otra
cosa que una sidra mezclada con algunas
sobras .
El joven Varela , empinando la copa, daba
frecuentes vivas á Chile , seguidos siempre
de la pintoresca palabra de Cambronne.
Emilio llamó aparte á Martín y le dijo: -
-Ahí tienes un contratista .
42 JAIME MENDOZA

-¿Ese?- contestó Martin admirado, se


ñalando á Varela .
-Ese . Ya ves si ganará bastante plata
para derrochar de este modo.
-¿Cómo le vendrá á costar esto?
-Lo menos unos trescientos pesos.
Martín dijo para si:
-¡Dios mío! Trescientos pesos echados
así. ¡Cuánta plata!
Cuando comían , sentados todos en de :
rredor de una misma mesa, Varela insultó
de un modo soez á uno de los comensales
que no quería acceder á su empeño de to.
mar más champagne. El injuriado , un hom
brón macizo , pero contrahecho, contestó ,
tratando de remedar el acento del borracho :
—Pobre roto... ¿No te acordáis de Cala
ma? Allí no érais mac que un cargador. En
Bolivia te lac dais de guapo . Aquí te vestis
de caballero, y porque tomac champaña
querís ser mac de lo que sos .
Varela hizo relucir un agudo puñal , con
el que trató de lanzarse sobre su contendor;
pero la inmediata intervención de los demás
lo contuvo. Las injurias continuaron por
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 43

un buen rato, sin que valiesen para nada


las excitaciones del hotelero . Los gritos, las
carcajadas y los puñetazos sobre la pobre
mesa atronaban la sala . Emilio se reía de
buena gana . Martín estaba asombrado y un
si es no es receloso . Pronto oyó que su
amigo le decía á media voz :
-Esto es de casi todas las noches . Pero
lo curioso es que nunca se dan ... ¿Por qué
no les dejarán pegarse? ¡Tontos !
El hombre de la hernia , que estaba sen
tado a la izquierda de Martín , habíale ha
blado largo y tendido durante la comida.
-A los hombres inteligentes como usted
-decíale-les va bien en todas partes . Us.
ted hará mucho aquí.
Luego ofrecióle recomendarlo en la Ge.
rencia de la Compañía; díjole tener allí mu
cha influencia y que ya había hecho dar
magníficas colocaciones á muchos .
Emilio, á quien no se le escapaban esas
palabras, codeaba á cada momento á Már
tin .
*
El antiguo agasajador de Martín , sentado
al frente y más borracho que antes, levan
44 JAIME MENDOZA

taba á cada momento su copa, dirigiéndole


melosos brindis .
Martín estaba sofocado . Sentíase dentro
de un ambiente de cocina, de cigarros y de
bebidas alcohólicas. ¡Qué de nuevas impre
siones iba experimentando cada día! Re
cordaba sus noches anteriores en que había
dormido sobre cueros de oveja, sus ejerci
cios de equitación en los animales de las
postas, sus vicisitudes. Ahora, en cambio,
estaba en un sitio abrigado , halagado por
los demás. ¡ Estaba en Llallagua! Y, sin em
>

bargo, en aquellos momentos, al hallarse


en el comedor sentía una impresión in
vencible de asco . Quizá también venía á
su imaginación el apacible ambiente de su
casa , la imagen de su madre y las cultas
maneras de las gentes que antes tratara ,
Ahora ya no había eso . Pero Martín había
llenado su deseo: ¡estaba en Llallagua!
De regreso al alojamiento, había que dis
poner una cama para Martín .
Emilio consiguió un colchón prestado de
la vecindad. Pusiéronlo en el suelo sobre
una manta,y formaron, por medio de cuanto

.
EN LAS TIERRAS .DEL POTOSÍ 45

pudieron haber a la mano, incluso el poncho


de Martín , una cama, enla que éste se acostó
sin más preámbulos,, incitado por los conse
jos de Emilio y de su propio cansancio .
Emilio , una vez acostado Martín, púsole
todavía por encima todas las prendas de
ropa que colgaban de las paredes, con lo
que se formó una montaña que divirtió mu
cho á ambos . Al mismo tiempo decíale:
-Querido, hay que abrigarse. Aquí hace
un frío horroroso y es fácil coger una pul
monía. Lástima sería que el futuro contra
tista se malogre.
-Creo que no sentiré frío -- decía Martín
tiritando .
-Pues si, á pesar de cuanto llevas enci.
ma, aun lo sientes, tendrás que venirte a mi
cama, donde nos calentaremos uno á otro .
A su vez, Emilio se acostó en su lecho,
que había estado sin tender, y desde allí
continuó conversando con Martín . Dábale
sabios consejos sobre la manera de vivir en
las minas. Díjole que allí abundaba una
casta de farsantes, de infidentes y de vicio
sos, con los que había que tener mucha
46 JAIME MENDOZA

cautela. Luego continuó haciéndole circuns


tanciadas explicaciones sobre los trabajos
mineros y sobre todo lo que debía saber
para hablar sin embarazo cuando se presen
tase al gerente de Llallagua solicitando el
contrato proyectado.
Una hora después, todavía hablaba Emi
lio; pero un suave ronquido, que venía de la
otra cama, le anunció que su amigo había
concluído por dormirse .
La noche se deslizaba tranquila, pero no
callada . El viento continuaba zumbando
contra las rústicas paredes de las casas y
los techos de paja brava, ya tan habituados
á él . Al pasar por los resquicios y al chocar
contra los ángulos, formaba una gran varie
dad de notas agudas, graves, veladas, sono .
ras, quebradas ó continuas. Y estas notas,
reuniéndose unas con otras, producían acor
des prolongados á lo infinito y llenos de una
salvaje .y doliente armonía.
Hacía ya algunas horas que Martín dor
mía á pierna suelta , cuando de pronto se
despertó sobresaltado . La habitación se ha
bía iluminado tenuemente con el cabo de
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 47

vela colocado en la botella, y á su velada


luz vió Martín que la puerta estaba entre
abierta y que entraban al cuarto unos hom
bres de facha estrafalaria , cargados de sacos
misteriosos, que los fueron depositando en
un rincón. Luego sintió un rápido cuchi
chęo . Los hombres tornaron á salir, y Emi
lio , en calzoncillos , cerró la puerta . ¿Qué era
aquello? Martín no sabía explicárselo , y para
salir de dudas, se incorporó y habló á
Emilio ,
-

-No te asustes -dijo éste;-esos hom


bres que acabas de ver, son unos infelices
mineros que me han traído un poco de metal,
No tienen otra manera de hacer su pequeño
comercio. ¡Pobrecitos!
Y, de seguida, Emilio explicó á Martin
cómo muchos de los que vendían el estaño
tenían que hacerle sus respectivas entregas
en altas horas de la noche para evitarse di.
ficultades.
-¿Qué quieres?-— añadió ; — los obreros,
en estos lugares, se hallan tan maltratados,
que forzosamente tienen que acudir á ciertos
medios para mejorar su situación . Ellos tra
A
48 JAIME MENDOZ

bajan hasta matarse, y ven que se les paga 1

una miseria que de ningún modo corres


ponde al exceso de actividad que han em
pleado . Pues bien , entonces se pagan á sí
mismos vendiendo el producto de su tra
bajo al que mejor les retribuye. ¡No es esto
muy justo? A mí me parece que sí. ¿ Tú has
leido libros de socialistas yy de anarquistas ?
¿No? Pues léelos . Allí está la confirmación
de lo que digo . Pero , aun sin necesidad de
eso , tú eres suficientemente avisado para
comprenderme . La cuestión de la propie
dad, tú lo sabes , está aún por resolverse .
¿De quién es la tierra ? ¿De quién son , por
ejemplo , las minas ? . De todos . Sólo por
abuso , unos cuantos se apoderan de este
patrimonio común . Ellos son los verdaderos
ladrones . Los obreros trabajan y deben go
zar del producto de su trabajo .
Era de ver á Emilio aquella noche ha.
ciendo, desde su cama, la apología del
obrero ladrón .
Martín , quizá riéndose íntimamente , oyó
estas y otras cosas que le decía su amigo,
sin pensar, naturalmente, en contradecirle.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 49

Y cuando Emilio concluyó su larga exposi


ción , Martín se persuadió más que nunca
que aquello era robo, nada más que robo ,
por más que su amigo le adornase con nom
bres más ó menos altisonantes .
-Ahora-repuso Emilio, -espero que tú
serás muy reservado sobre lo que has visto,
pues, de lo contrario, comprometerías á
muchos infelices y aun á mí mismo.
-;Bah !—exclamó Martín—¿cómo crees
que pudiese yo cometer alguna indiscreción?
Aunque no fuese tu amigo, bastaría el hecho
de estar hospedado en tu casa para ser re
servado .
-Y, por otra parte, creo haberte demos
trado que, al obrar como obran los obreros,
están dentro de la justicia y la razón . Ojalá
tú llegases á abrigar esta misma convicción.
-¡Ojalál— repuso Martín , y á poco vol-.
vió a dormirse, y soñó que veía á todos la
dos caras patibularias, que seguramente
debían ser las de los infelices obreros de que
tanto le había hablado Emilio .
IV

Conforme á lo convenido , Emilio y Mar


tín decidieron hacer una larga jira por las
minas apenas se levantaron de la cama. No
entrarían al interior de ellas; pero Martín,
con las explicaciones de Emilio , empezaría
á conocerlas por fuera. La ascensión allí era
de una legua más o menos desde la casa de
Emilio .
Hacía un tiempo magnífico. El viento so
plaba ahora con escasa fuerza, por más que
á ratos diese muestras de desatarse. El sol
de la mañana lucía soberbio en un cielo
donde no se veía ni una nubecilla .
Los dos paseantes caminaban con lenti
tud , porque Emilio temía que Martín , por
JAIME MENDOZA
52

su falta de costumbre en aquellas altitudes ,


fuese atacado del sorocche.
Martín veía á su frente una serranía árida
у
nada atrayente . Era la del gran mineral de
Llallagua con que tanto había soñado .
Bajo la viva luz del sol , veíase brillar en
el camino una infinidad de partículas meta
líferas. Ya eran guijarros incrustados de
concreciones que reflejaban el sol , ya era la
misma tierra sembrada de moléculas lumi
nosas .
-Esta tierra es tan rica-dijo Emilio ,
que aun cuando alces sólo un puñado de
ella, siempre hallarás cierta proporción
de metal .
-¿De oro? - preguntó Martín con co
dicia .
-De estaño, que es lo mismo, pues que
lo uno se adquiere con lo otro. Aquí el es
taño está en todas partes : en el seno de la
tierra y en su superficie, en la arena, en las
piedras, en el agua...
-¿Y en el aire ? —añadió Martín con buen
humor .
-También , y , por ende, en la ropa de
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 53

las personas, en su piel , en sus pulmones, en


su estómago ...
—¿Y en su cerebro ?
-En su cerebro sobre todo . Hay muchos
en que el estaño produce tal obsesión, que
bien se puede decir que tienen el cerebro
de puro estaño .
Cierto .
C

A medida que avanzaban , descubría Mar


tín nuevos puntos de vista . La montaña
que le señalaba su compañero como el gran
macizo en que estaba el principal núcleo
de las minas , se iba descubriendo yу des
tacando más próxima y distinta. El ca
mino que seguían se dibujaba á lo lejos en
grandes zig-zag que se encaramaban hasta
la cúspide. El gran cerro mostraba sus pro
fundas arrugas que denunciaban su vejez.
Enormes farellones hacían contraste con
aquéllas, empinándose sobre el cerro como
gigantescas verrugas. Y en las rugosidades,
y los farellones , y los flancos, y las pendien
tes, se divisaban agujeros junto a los cuales
había montones de tierra y rocas. Emilio se .
ñaló á Martín los dos más grandes desmon
54 JAIME MENDOZA

tes, el uno de color azulado y el otro blan


quecino, diciéndole que eran las dos minas
más importantes de Llallagua: La Azul y La
Blanca .
Habían subido una pequeña, pero empi.
nada cuesta, y descansaron por un buen
rato. Junto á un grupo de casas muy próxi
mas , se veían tendidas en el suelo varias
carpas, en las que habían porciones de una
tierra negruzca que varias mujeres revolvían .
-Es el metal lavado que van haciendo
secar - dijo Emilio .
De cuando en cuando, pasaban junto á
los paseantes hombres, mujeres ó niños,
siempre muy sucios. Sus rostros, bajo una
capa de tierra negra, parecían pintados con
carbón . Martín , mirando una de estas figu
ras, exclamo:
-¡Cuánto polvo hay en estos lugares !
-¡Ya lo creo! Este es el país del polvo.
Nadie se libra de él. El polvo es el rey. Es
como un símbolo . La misma industria se
reduce á hacer polvo...
—Pero ¡es que esta gente nunca se lava?
-¿Ni para qué se va á lavar? Fíjate en
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 55

ese hombre que está con una máscara ne


gra. Si se la saca á fuerza de agua y jabón ,
en media hora volverá a estar lo mismo .
Aquí ya nadie se cuida de lavarse . Van con
su polvo á cuestas . Duermen y comen con él .
Ese otro hombre que parece con guantes
negros, dentro de poco engullirá sus ali
mentos, ennegreciéndolos con sus propias
manos .

Continuaron andando . Martín veía en las


proximidades del camino casuchas de mi
neros hechas de piedras y barro torpemente
conglomerados, con techos de paja y con
puertas tan bajas, que, para trajinar por
ellas , había que doblarse por completo .
Junto a varias de estas casas se veían mu
jeres sucias, chiquillos semidesnudos, pe
rros, cerdos, gallinas y aun jumentos, todos
en amigable compañía . Luego, avanzando
algo más, se veían boquerones abiertos
las rocas, negros, siniestros, amenazadores,
pero dejando notar que en su seno también
rebullía la vida .
-Aquellas son cuevas?---- preguntó Mar
tín .
56 JAIME MENDOZA

ší,
son cuevas .

-Y parece que están habitadas .


-Ya lo creo; como que constituyen una
de las habitaciones humanas más disputadas.
-¡Pero ahí las gentes deben vivir como
fieras! ¿Es que no se abastecen las casas?
—No las hay para todos . Y aun habién
dolas , los mineros suelen preferir esas cue
vas, porque las casuchas que muy difícil
mente hacen construir los patronos son tan
mal hechas, que es un tormento vivir en
ellas .
Efectivamente, más adelante se divisaban
filas de cuartos pequeños y bajos, de los
que sólo algunos llevaban techos de cala
mina ó paja. Algunos, á guisa de techo,
mostraban telas remendadas sostenidas so
bre sus paredes con estacas y con piedras .
Otros no eran sino solares . De todos mo
dos, la gente pululaba en ellos. Oíanse los
chillidos de los niños y los gritos de las mu
jeres. El humo salía en tenues columnas de
tan pobres viviendas.
Los paseantes volvieron á sentarse. Ha
bían ya subido una gran parte del cerro.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 57

Las minas se veían más próximas . El ca


mino que acababan de recorrer se perdía á
lo lejos, hacia las faldas del cerro, como una
faja blanquecina y estrecha, sembrado á
trechos por los transeuntes, que, á la dis
tancia, apenas parecían puntos. El sol con
tinuaba brillando con admirable limpidez.
Los techos de calamina de las casas distan
tes lanzaban reflejos ofensivos á los ojos.
Por sobre las cabezas de los dos amigos , á
una altura enorme, pasaban los cables del
andarivel arrastrando sus negras vagonetas .
Pronto estaban contemplando desde cierta
distancia la bocamina de La Azul . Había
allí escaso movimiento . Lo que más se oía
era el ruido del andarivel y el frecuente re
sonar de las carretillas que salían de la mina
cargadas de fragmentos de peña y de tierra ,
y
у conducidas por hombres que echaban esos
fragmentos al desmonte.
-Esa es la caja ( 1 ) --dijo Emilio; - allí
también hay estaño.
-Y entonces, ¿cómo lo echan así?

( 1 ) Caja, piedra metalífera .


OZA
58 JAIME MEND

- Porque como el estaño está ahí en me.


nor proporción , no vale la pena de sacarlo,
y prefieren siempre lo más rico.
De La Azul , pasaron rápidamente hacia
las minas que se escalonaban hasta la al
tura. Cada una consistía en un agujero al
que seguía por fuera un terraplén , y por
abajo un montón más o menos grande de
tierra y piedras extraídas de las entrañas
terrestres . En torno se veían casuchas de
triste aspecto, y gentes siempre muy sucias
ocupadas en sus respectivas faenas. Veianse
también tropas de burros y llamas , en los
que se cargaba el metal explotado. >

En la mina La Blanca volvieron á des


cansar los paseantes . Martin gozaba viendo
el extenso panorama que desde aquel sitio
se desarrollaba hacia abajo y al frente. El
cerro , casi vertical en sus alturas, á medida
que los ojos bajaban por sus pendientes, iba
extendiéndose en líneas más o menos obli
cuas hasta formar á sus plantas una llanura
que se desplegaba con leves inflexiones
hasta el río de Catavi . En la banda opuesta
de este río se veían enfiladas serranías ári .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 59

das y rojizas, detrás de las cuales aparecían


otras y otras hasta cerrar el horizonte en
cuyo confin adquirían un tinte violado que
encantaba á Martín .
Y el sol continuaba pomposamente claro,
el cielo sin una nube , y el viento, siempre
contenido, sólo á ratos daba resoplidos fuer
tes que levantaban torbellinos de polvo que,
por un momento , turbaban la diafanidad
del ambiente .
Emilio sacó de su arrobamiento á Martín
señalándole un grupo de mujeres en el te.
rraplén de La Blanca .
-¿Quiénes son? ¿Qué hacen?—preguntó
Martín .
-Son las palliras. Trabajan. Ya lo ves.
En efecto, trabajaban . Sentadas sobre el
suelo helado, formando grupos más o menos
pintorescos, vestidas de trajes policromos ,
inclinaban la espalda y movían con monó
tona regularidad uno de los brazos armado
de un martillo que hacían caer sobre los tro .
zos de piedras metalíferas que sostenían con
el otro brazo . Su oficio consistía en reducir
á diminutos pedazos los grandes trozos que
60
JAIME MENDOZA

los mineros extraían del interior de la tie


rra . Había entre ellas viejecitas cuyas ma
nos temblorosas esgrimían el martillo con
torpeza, dándose frecuentes golpes en los
dedos . Había mozas, varias de arrogante
aspecto pero siempre sucio, trabajando, por
lo general , con aire de mala gana. Había
aun chiquillas de diez ó doce años que eran
las que trabajaban con más entusiasmo y
actividad . Las más llevaban los dedos ven
dados ó mostrando al aire feas llagaduras
ocasionadas por el martillo ó las piedras.
Muchas tenían los labios verdosos y los ca.
rrillos abultados por la coca que iban mas
cando . Unas estaban con la espalda cubierta
de rebozos rojos, verdes , amarillos ó de
otros colores; otras no llevaban más que una
manteleta inmunda ó algún andrajo sobre
el cuello . Todas tenían el rostro pintarra
jeado por el polvo que se desprendía del
metal desmenuzado . Formaban series de
figuras grotescas, que inspiraban , al mismo
tiempo, risa, compasión , repugnancia y ra.
bia . Lo que más impresionó á Martín fué
ver junto á varias de estas mujeres, que eran
EN LAS TIERRAS DEL PUTOSÍ 61

madres, sus pobres hijos, criaturas de uno ó


dos años, con las cabecitas envueltas en pa
ñuelos ennegrecidos, con la cara empolvada,
los miembros ateridos y sentadas al lado de
sus madres, á las que parecían ver trabajar
con gran entretenimiento .
Sonaron algunas campanadas , y al mo
mento se levantaron las mujeres, sacudié
ronse las polleras y se dispersaron en dis .
tintas direcciones .
Era la hora del almuerzo .
Los paseantes ya no tenían tiempo de ir
á almorzar al hotel, del que se habían ale
jado más de una legua, y entonces Emilio
dispuso que irían á una ranchería vecina
donde tenía conocidos que les podían aten .
der .

Caminando por confusos vericuetos, Emi-.


lio condujo á Martín hasta una depresión
del cerro en que había un grupo de habita
ciones humanas .
-¡Hola, mi amigo Sánchez!- exclamó,
parándose á conversar con un minero viejo
que se había asomado á una puerta.
Dijole que venían sin almorzar él y su
62 JAIME MENDOZA

compañero, y que les hiciese preparar un


buen asado y huevos. El minero llamó á su
mujer, y le encargó que hiciese lo indicado.
Luego invitó a los jóvenes á pasar á su vi
vienda. Era un cuartucho que, en su mayor
parte, estaba ocupado por una cama inmun
da . Una infinidad de cacharros se veía en el
suelo . En un rincón , un grueso haz de ce
bollas estaba sobre un montón de patatas.
De una estaca clavada en la pared pendia
un cordero descuartizado, cuyos músculos
rojos y grasas blancas causaban antojo en
Emilio, que declaró sentía mucha hambre.
Había también clavados á las paredes ahu
madas mecheros, barrenos y otros útiles.
Los muros y el techo, cubiertos de hollín y
de polvo, daban fúnebre aspecto á la vi
vienda .
La mujer de Sánchez entró armada de un
cuchillo y cortó un buen pedazo de aquella
carne que iba excitando el apetito de Emilio.
Éste dijo a su amigo:
-Bueno, ya has visto una habitación de
minero, habitación que es; á la vez, cocina,
despensa y dormitorio . Ahora, mientras nos
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 63

preparan el asado, vamos á dar una vuelte


cita por las otras casas.
Las otras casas que visitaron eran , sobre
poco más o menos, del mismo corte que la
de Sánchez, siendo varias aún más misera
bles, y constituyendo asquerosos chiqueros
en que estaban confundidos hombres y ani
males. A una de ellas ni aun les fué posible
entrar, porque el suelo estaba ocupado por
una sola cama en la que dormían cuatro mi
neros juntos. El uno roncaba con furia, sin
que sus compañeros se diesen por entendi
dos. Otro había arrimado la terrosa cabeza
contra la boca de su vecino que, profunda
mente dormido, daba resoplidos silbantes.
El cuarto abrió los párpados en el mo
mento que pasaban los dos amigos, hizo
ver sus globos oculares rojos y soñolientos,
y luego los volvió a cerrar para seguir dur
miendo .
Emilio dijo :
-Estos son los que trabajan veinticuatro
horas .
-¿Hay quienes trabajan veinticuatro
horas ?
64 JAIME MENDOZA

-Sí; y también treinta y seis.


En otra casucha, recostado entre un mon
tón de harapos, estaba un hombre solo, de
rostro abotagado, tosiendo con frecuencia,
y escupiendo en el suelo, en las paredes y
en la cama esputos ahumados ó nausea
bundos .

-¿Cómo estás, Arce ?-díjole al entrar


Emilio .
--Siempre lo mismo — respondió el mi
nero con apagada voz.
· -Y tu mujer y tu hijo ¿dónde están?
.

¿Cómo te dejan tan solo?


-Mi mujer ya está aburrida de verme
padecer, y no quiere ya ni verme... Mi hijo
ha ido á Panacache, á la fiesta.
-¿A Panacache? ¡Qué atrocidad!
Cuando salieron , Emilio dijo:
-Ese es un enfermo atacado del « mal
de las minas . No tiene remedio . Efectiva
mente, su mujer debe estar aburridísima,
porque esa enfermedad suele prolongarse
bastante. Su hijo estará divirtiéndose en
Panacache .
-¿Qué es eso de Panacacher
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 65

-Un poblejo de esos donde van todos


los años, en romería, los mineros de estos
lugares. El hijo de ese hombre, como te
digo, debe estar ahora bebiendo y bailando.
Se habrá gastado un dineral para comprar
sus disfraces. Es el lujo de estas gentes.
Gastan hasta su último peso por vestirse de
diablos, de monos y osos, beber уy hacer be
ber á otros, brincar días enteros en los cam.
pos y pueblos y llenar de atenciones y co
mestibles á los curas .
-Pero es una iniquidad lo que hace el
hijo con el padre enfermo, dejándole asi ,
solo y desamparado .
-Al contrario . Él debe estar en la segu.
ridad de que va haciendo una buena obra .
Esperará que con su peregrinación ha de
conseguir que sane su padre. Éste mismo
debe abrigar esa esperanza. Esa es la fe.
Llegaron al pie de un gran peñasco que
se elevaba sombrío y casi verticalmente. A
sus plantas se veía una enorme oquedad
á cuyos lados se había levantado unos mu
ros de piedra para formar una casa. La
misma peña le servía de techo. Una puerta
5
66 JAIME MENDOZA

y una ventana se destacaban con mucha re


gularidad en el muro. Allí vivían dos fami
lias numerosas .
-Esto se llama El Convento --dijo Emi
lio . - Ahí ves una transición de la casa á la
OS

cueva . Hemos visto ya las casas puras como


la de Sánchez. Esta otra es medio casa y
medio cueva. Vamos un poco más y vere
mos las cuevas puras también .
En efecto , a pocos pasos se veía la peña
horadada á diferentes alturas por agujeros
más o menos grandes y profundos, en los
que trajinaban gentes y bestias. Uno de es
tos agujeros estaba tan alto, que debía ser
difícil el acceso á él; pero se veía que estaba
habitado, pues algunas figuras humanas atis
baban por allí como por una ventana.
Emilio entró é incitó á Martín á entrar á
la primera cueva. Para hacerlo tuvieron que
andar á gatas, y dentro de la cueva se da
ban frecuentes golpes en la cabeza y la es
palda al querer enderezarse. Una mujer co
cinaba tranquilamente entre un montón de
yaretas y mondaduras de patatas. Ni aun
la distinguió Martín, á consecuencia de la
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 67

obscuridad y del humo. Cuando salió, tenía


la ropa , las manos y la cara tiznadas de ne

gro; después de lo cual no quiso más repe


tir tales pruebas .
Sánchez apareció anunciando que el asado
y huevos estaban preparados, yy los jóvenes
volvieron a la casa del minero á tomar ese
sencillo desayuno .
Tomáronlo fuera , al aire, á la luz, po
niendo sobre sus rodillas los platos. A Emi
lio le supo muy bien su ración. Entre bo
cado у bocado hablaba con Sánchez .
-¿Qué es de tus hijos?
-Están en su punta .
--¿Y tú?
-Entraré esta tarde. Estoy de punta de
noche,
_Punta -dijo Emilio á Martin - es el
trabajo correspondiente al día ó á la noche.
Hay una punta de día y otra de noche, que
comprende a los trabajadores que tienen
faena de doce horas .
Martín exclamó, dirigiéndose al minero:
—¿Y estás contento con el trabajo de las
minas ?
68 JAIME MENDOZA

-¿Qué vamos a hacer? Para vivir hay que


trabajar.
-Me figuro que no será muy divertido
estar ahí dentro, en el interior de la tierra,
sin ver la luz ...
-A veces es mejor que estar aquí afuera.
¿No es verdad , D. Emilio?
-Así es. Sobre todo en la estación llu
viosa y en el invierno, muchos mineros pre
fieren las profundidades de las minas á sus
asquerosas pocilgas, donde el frío, el viento,
la lluvia y la nieve les disputan el terreno y
les combaten sin tregua. Figúrate que a las
casas se entra diariamente el agua, filtran
las paredes, el suelo es un charco, y aun
cuando vuelve el buen tiempo, ya el sol y el
aire no pueden desecar pronto la humedad
de estas mazmorras; de modo que sus mora
dores huyen de ellas yéndose á los campos
ó entrando a las minas .
-De todos modos, yo preferiría cualquier
cosa á permanecer en esos antros.
-iJa ... ja ...ja ....-— prorrumpió Sánchez.
Tiene miedo el viracoche.
-Sin embargo-añadió Emilio,-te con
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 69

viene conocer el interior de las minas . Debes


entrar allí en la primera ocasión.
- Procuraré no hacerlo .
-¡Phs!... Es lo más sencillo . No tendrás
más que andar con algún tiento, agarrado
del mechero , en esos subterráneos. Es de
suponer que irás con guías, y ellos te indi
carán los malos pasos, los piques, las gra
dientes. Aquello es sólo una serie de gale
rías. Cierto es que a veces hay que echarse,
y pasar, arrastrándose como una serpiente,
por lo angosto y bajo de algunas comunica
ciones . En Llallagua están las minas muy
mal laboreadas, y por eso se ven esas casas
que perjudican la explotación. Cuando en
tres tú allí verás las vetas y sabrás lo que
son la guía , la llusoka, etc. , como ya sabes
lo que es la caja. Verás también á los barre
teros horadando las peñas con la barreta ó
haciéndolas volar con la dinamita; á los
apiris acarreando la tierra; á los torneros, á
los chivatos, á los pongos. Al pasar por su
lado te saludarán con avemarías ó con mal .
diciones á su suerte y á la hora en que les
parió su madre. Es de suponerse que no ten
70 JAIME MENDOZA

drás la desgracia de que te caiga una aisa


ó te alcance un tiro de dinamita, ó que te
derrumbes en un cuadro. Sería lamentable.
He visto muchas veces hombres degollados
por las aisas. He visto piernas y dedos vo
lados por la dinamita ... Así como he visto
personas reducidas á un poco de grasa, por
una caída á un cuadro de una altura de dos
cientos metros ...
Pocos momentos después los paseantes
emprendían el regreso á Llallagua, con la
panza llena y magnífico humor.
Emilio, al despedirse del minero, dijole:
-Oye, Sánchez, ¿y cuándo arreglas esa
deudita !
-En esta semana sin falta .
-¡Hombre! no te descuides.
-Pierda cuidado, D. Emilio.
Y Emilio, volviéndose á Martín , le dijo:
-Es uno de mis deudores. A ver qué tal
metal me entrega ...
Cuando bajaban , Emilio señaló á su
derecha una bocamina próxima , excla
mando :
—¿Ves esa mina? Se llama Quimsachata .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 71

Fijate en ella. Es la que vas á pedir en con


trato .

Martín miró con detención aquel agujero ,


encontrándolo tan torbo y sombrío como los
otros que ya había visto. Sin embargo, esa
era la mina que le debía dar la plata y la sa.
tisfacción .
V

De regreso á Llallagua, encontróse Mar


tín con el arriero que traía su equipaje; de
modo que ya podía sacarse su desgarrado
pantalón y sus ajadas botas, y vestirse con
venientemente para presentarse al gerente
de la Compañía .
Además, había el joven tenido tiempo de
munirse de todos los conocimientos más
urgentes para salir bien librado en su em
peño. Emilio se preocupó con ardimiento
de prepararle. Aun, por la noche, siguieron
hablando desde sus camas sobre el mismo
tema: contratos, peones, metal en bruto
bajadores, planillas, Quimsachata, etc. , etc.
Martín estaba contento. Le parecía ya
74 JAIME MENDOZA

ser contratista y estarse embolsando boni


tas sumas de dinero, como habían hecho
otros. Aquello iba á ser una ganga . Hizo
bien de creer á Godoy y lanzarse á Llalla
gua. Cierto era que sufrió muchísimo en el
viaje y las cosas que empezaba á ver no.
eran muy alucinantes; pero ¿qué importaba?
¿Para qué era pensar en cosas tristes te
niendo a la vista un espléndido negocio?
De esta manera, el joven , con el entusiasmo
de sus veintitrés años y con el egoísmo del
hombre que quiere ser feliz, se entregaba á
sus gratos pensamientos.
Emilio , de su lado, esperaba con impa
ciencia la resolución del asunto de su ami
go . La firma que vió al pie de la carta de
recomendación le daba plena confianza en
el éxito buscado. Quizá él había hecho
ciertos planes acerca de su amigo, planes
que no creyó aún conveniente exponerle,
pero que en su tiempo los desarrollaría en
provecho de ambos.
Al día siguiente , á las diez de la mañana ,
Martín se encontraba en Catavi en la casa
de la administración . Emilio le acompañó
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 75

hasta la puerta, y convinieron en que le es


peraría fuera, pues no convenía que él se
presentase, por no estar en buenas relacio
nes con el gerente.
Por desgracia, Martín no pudo ver de in
mediato al gerente . Dijéronle que estaba
en cama, y el joven no tuvo más remedio
que esperar. Emilio le había dicho que no
parase hasta no encontrar con dicho perso
naje, y Martín quería seguir textualmente
las indicaciones de su amigo .
Parado junto á un pilar, en una esquina
del patio, miraba á cada momento su reloj.
Un criado le había indicado la puerta del
departamento del gerente, y el joven se
apostó cerca de ella. A uno de los costados
del patio estaban las oficinas del cajero y
del contador, donde estos señores trabaja
ban á aquellas horas en completo silencio.
Al otro lado, hacia un ángulo que proba
blemente daba á la cocina , se oían voces
femeninas que rumoreaban á ratos . Con
frecuencia salía de allí un criado pequeño,
cruzaba el patio, entraba al departamento
del gerente, y volvía á salir, siempre con la
76 JAIME MENDOZA

noticia de que éste aun no estaba « visible » .


Un enorme pavo andaba por el patio hin
chándose y deshinchándose sin descanso.
Parecía estar furioso . Avanzaba con paso
mesurado hasta cerca á Martín, inflábase
casi hasta reventar, y después de hacer
grotescas piruetas, se retiraba poco á poco ,
para volver a repetir la misma operación
con una regularidad desesperante . Martín
le miraba con repugnancia .
Y entretanto, el gerente no parecía. Mar.
tín contemplaba la cerrada puerta restre
gándose las manos de frío y de impaciencia.
Algunas personas también habían venido
en busca del gerente, pero todas se dieron
media vuelta al saber que « aun no estaba
en pie » , según les decía el criado. Por su
parte, Martín estaba decidido á no abando
nar su posición mientras no verse con el
« señor gerenter .
Iban á ser las doce, y ya pasaban dos
horas desde que Martín esperaba. El cajero
y el contador, seguidos de otros empleados,
salieron de sus oficinas y abandonaron la
casa . El criado continuaba haciendo fre
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 77

cuentes excursiones de la cocina al come


dor y de éste á las habitaciones del gerente.
ΕΙ pavo continuaba fastidiando con su ter
quedad feroz á Martín .
Por fin , se abrió la puerta tan contem
plada y en sus umbrales apareció la figura
de un caballero delgado, de pequeña esta
tura, de ojos vivos y de luengo bigote,
Martín dijo para si: « Este debe ser» .
Luego avanzó hacia el caballero, y hacién
dole una profunda reverencia, preguntó si
tenía el honor de hablar con el « señor ge
rente » .

Contestóle el caballero con una señal de


asentimiento, y entonces Martín le entregó
la carta que traía á la mano. Leyóla rápi.
damente el gerente, y de seguida invitó á
Martín á que pasase al escritorio .
Allí, después de ofrecer un asiento á
Martin , le dijo:
-El señor Lens, amigo mío muy esti
mado, me recomienda á usted . Estoy á su
servicio .
Martín agradeció. Sentíase un tanto em
barazado; pero procurando dominarse, de
78 JAIME MENDOZA

claró, en una exposición correcta, aunque


algo difusa, su vivo deseo de trabajar en la
Compañía, brindando todo el tesón y acti
vidad de que estaba poseído para ponerlos
al servicio de ella .
-¡Muy bien!-exclamó el gerente; —no
dudo de las aptitudes de usted. įY , segu
ramente, ya habrá estudiado usted el puesto
que le conviene? Dígamelo, para ver...
Entonces Martín lanzó resueltamente su
proposición para tomar en contrato la mina
Quimsachata, siguiendo punto por punto
las instrucciones de Emilio .
El gerente , mientras hablaba Martín, con
sideraba, retorciéndose los bigotes, el as
pecto entre ingenuo y embarazado del jo
ven, su dicción correcta , su traje de ciudad
puesto irreprochablemente y sus maneras
distinguidas .
Luego, cuando concluyó Martín , hizo el
gerente una pausa, pareció reflexionar de
tenidamente; mas de repente clavó sus ojos
sobre el joven y le preguntó de sorpresa:
-Usted ha venido de Sucre, ¿no es cierto?
-Sí, señor.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 79

- Y es de suponer que recién habrá co


nocido usted las minas .
Martín estuvo á punto de afirmar, de con
formidad á las indicaciones de Emilio, que
ya era conocedor de minas, pero se sintió
cortado; venció en él su hombría de bien ,
y declaró que efectivamente era la primera
vez que las había visto .
-Entonces -repuso el gerente-yo no
le aconsejaría pensar en ese contrato que
me indica usted . Podría perjudicarse y salir
perdiendo. Para trabajar en estas cosas ,
hay que conocerlas de cerca .
Martín expuso que contaba con la ayuda
de personas « muy entendidas » . Pero el ge
rente replicóle:
-Ni aun así. Esas personas pueden en
gañarle. Usted mismo, como interesado,
debería estar familiarizado con sus cosas .
¿No es así?
-Es así, señor.
-Lo mejor que podemos hacer, señor
Martínez, es lo siguiente: yo le daré una
tarjeta para el administrador del ingenio
de Catavi, y usted hablará con él y acorda
80 JAIME ENDOZA

rán sobre la colocación que más le con


venga .
Martín agradeció, y el gerente tomó una
tarjeta, escribió rápidamente algunas líneas
y se la pasó con mucha finura al joven .
Éste volvió a agradecer , y compren
diendo que no tenía más que hacer en aquel
sitio, se despidió del amable caballero y
salió de la casa, no poco avergonzado por
lo que le había pasado , y más aún por la
cara que iba a poner ante Emilio, que debía
estarle esperando impaciente .
-¡Caramba! ¡que has tardado harto! -le
dijo éste al verlo. —¿Y qué tal?
Martín le contó lo ocurrido y le enseñó
la tarjeta.
-¡Bah! ... hemos fracasado — exclamó
.

Emilio .
Estaba furioso .
Fueron caminando un gran trecho en si
lencio; luego se detuvo y exclamó:
-Lo de siempre . Si hubiese ido cual
quier rotito á solicitar el contrato, al mo
mento lo obtiene. Pero ¡ tú!... Tú que hablas
bien y que estás elegantemente vestido...
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 81

En realidad, yo creo que tu traje te ha per


>

judicado .
Después, mirando con desdén la tarjeta,
continuó :
-Ahora el gerente te pelotea contra el
administrador de Catavi, que es un bestia.
Allí sí no me comprometo á acompañarte.
-Pero, al menos, dime dónde está el
ingenio -- insinuó Martín con humildad .
-¿Piensas ir allí ahora mismo?
-Sí. ¿No estaría bien?
-Pero ¡hombre! son las dos de la tarde:
ite has olvidado de que tenemos que al
morzar?

6
VI

Aquella misma tarde se hallaba Martín


entretenido en ir y venir junto a la puerta
del ingenio de Catavi. El portero le había
dicho queel administrador se hallaba muy
ocupado, y mientras tanto que se desocu
pase, resolvió el joven pasearse por aquel
sitio contemplando el cuadro que le ro.
deaba .
Había un continuo trajín de carretas, mu
las y personas . Enfiladas cerca á la puerta
estaban diez carretas con sus mulas engan
chadas, que, paradas en actitud fatigada y
triste, parecían reflexionar en su suerte. Los
carreteros, sucios y sudorosos, salían del
ingenio cargados de sacos repletos de ba
84 JAIME MENDOZA

rrilla, que depositaban en las carretas . El


capataz, montado en su mula, llevando un
cinto del que pendían una pistola y un pu
ñal, calzado de botas que le cubrían hasta
los muslos y ostentando unas espuelas enor
mes , dirigía la operación . Una multitud de
gente, sobre todo de chiquillos, hormi .
gueaba entre las carretas. Algunas mujeres,
sentadas junto á montones de frutas, de
pan y de ollas y platos con diversos manja
res, ofrecían sus mercancías á los transeun
tes y cuidaban de que las mulas que pa .
saban con frecuencia por su lado no las
pisasen. Desde lejos, un continuado chillido
de maderas y fierros, que parecían estarse
lamentando , anunciaba que se iba acercando
otro convoy. Los acarreadores de la barrilla
se apresuraban : veíaseles agobiados bajo el
peso de los sacos, caminando casi de ca
rrera, bañados en sudor, jadeando , sin som
breros, algunos con la cabeza envuelta en
trapos asquerosos y todos con la cara y los
vestidos colmados de tierra: Alzábase un
ruido infernal. Los gritos de las mujeres,
los chillidos de los chicos, las blasfemias
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 85

de los carreteros, los relinchos de las mu


las, los latigazos, el chirrido de las carretas
que se acercaban , el rumor del ingenio, todo
formaba un concierto ensordecedor.
Martín contemplaba distraído el espec
táculo, y á cada momento trataba de lim
piarse del polvo que, al levantarse en nubes
espesas, caía sobre su elegante traje.
Pronto las carretas quedaron cargadas .
Resonaron los látigos y las mulas partie.
ron . Cada carretero saltaba sobre su mnula
estando ella en movimiento , causando con
esto mucha sorpresa en Martín .
Mientras salía este convoy, llegaba el
otro . Veíase á los carreteros de aquél es .
grimiendo gruesos rebenques y cadenas de
argollas, con las que excitaban a las mulas.
Las carretas que llegaban estaban cargadas
de enormes rimeros de maderas, de fardos
de pasto aprensado, de cajones de mercade
rías y de piezas de maquinarias de variadas
formas. De pronto , la carreta que venía por
delante se detuvo . Al pasar por un charcal
próximo , sus ruedas se habían hundido pro
fundamente en el barro y las mulas no al .
86 JAIME MENDOZA

canzaban á sacarlas . El carretero empezó


una azotaina horrible en las mulas . Éstas
hacían esfuerzos continuos : inclinábanse ha
cia adelante casi hasta tocar la tierra . Sus
patas se aferraban al suelo a modo de gan
chos. Se estiraban , temblaban y tiraban .
Pero nada. Los demás carreteros aparecie
ron armados de sus látigos. Gritaban con
furor. Pateaban á las mulas, las apedreaban
y hacían caer, chasqueando, sus látigos so
bre los cuerpos, temblorosos y desgarrados
de las mulas, singularmente en sus delgadas
piernas.
Martín no pudo tolerar más este cuadro y
se metió al ingenio.
El administrador continuaba muy ocu
pado; pero Martín hizo que el portero le se
ñalase el sitio en que estaba, para ir a su en
cuentro .
-Allí está - dijo el portero, indicando un
numeroso grupo de gente que se apiñaba
en derredor de una instalación .
-¿Cuál de ellos est
-Fijese usted en el hombre más sucio
entre todos . Ese es .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 87

Martin avanzó entre una confusión de co.


sas. Vió el suelo dividido en compartimien.
tos, donde se mostraban objetos enteramente
desconocidos para él . Vió una especie de
represas donde corría una agua lodosa y
rojiza, mujeres que escarbaban en esa agua,
hombres y muchachos que iban y venían ,
ruedas que giraban, chimeneas que humea
ban, extraños aparatos cuyo funcionamiento
no comprendía. Pero, sobre todo, se fijaron
sus ojos en el sitio que le señalara el por
tero. Allí, más que en todas partes, se no
taba una actividad febril. Una multitud de
obreros bullía como un enjambre en irrup
ción. Tratábase de arreglar un molino cu
yas grandes y pesadas piezas apenas podían
ser movidas, y parecían burlarse, en su fría
impasibilidad , de los esfuerzos inauditos que
desplegaban los hombres para moverlas api
ñándose como moscas en un panal . Unos
palanqueban con gruesos palos ó barras de
fierro; otros, colocados en fila, tiraban de una
gruesa cadena; varios, subidos sobre el ma
deramen , ayudaban a los otros, y todos gri
taban , se apelotonaban , jadeaban y suda
88 JAIME MENDOZA

ban ; la madera crujía , el fierro rechinaba . Y


crujían también huesos y coyunturas.
Entre aquel hacinamiento de hombres as
trosos y tiznados, Martín distinguió uno que
mandaba á los demás, no obstante de que,
por la mugre que le cubría, parecía uno de
los más infelices. Entonces pensó, acordán
dose del dicho del portero, que ese debía
ser el administrador; pero como en aquellos
momentos dicho personaje estaba muy afa
nado , el joven se reservó hablarle más tarde
y entregarle la tarjeta. Mientras tanto, sus
ojos continuaban mirando aquella balumba.
Pronto llamaron su atención unas baterías
de pisones. Aquellas gruesas barras negras
dispuestas en fila, verticalmente, sobre una
especie de torres, alzándose siempre rectas
hacia arriba , volviéndose en derredor de su
gran eje, y cayendo, sin variar su rectitud ,
con formidable estrépito sobre el metal que
se ponía á sus pies, le parecieron otros tan
tos bailarines grotescos que estuviesen en
tretenidos en vertiginosa danza. Aquí, el
ruido era aún mayor que afuera, y Martín se
sentía ya atontado con tanto clamoreo.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 89

Sonó, poco después, un pito. Era la hora


del descanso , que allí llamaban acullí. Los
obreros se dispersaron á tomar aliento . El
administrador, que no era otro el hombre
mugriento en que Martin se fijara, se dirigió
también á su habitación . Entonces Martín
surgió desde su punto de observación y fué
á su encuentro . Saludóle cortésmente y le
presentó la tarjeta del gerente. Recibióla el
administrador con mal modo y la dió vuel.
tas en sus manos; leyó lentamente lo conte
nido, y luego, después de mirar á Martín de
pies á cabeza, le dijo en tono bronco y seco:
-No tengo ningún puesto desocupado
en el ingenio , Dígalo así al gerente.
Y de seguida se puso á caminar, ponién
dose al bolsillo del pantalón la tarjeta, que
se liabía ennegrecido rápidamente en sus
manos. Ante semejante respuesta, Martín no
tuvo más que dar media vuelta é ir nueva
mente á buscar al gerente para transmitirle
el recado, que él lo calificaba de insolente,
del administrador . Afortunadamente, esta
vez no tuvo que esperar. Cuando llegaba á
la casa, salía el gerente. Oyó éste al joven
ZA
90 JAIME MENDO

con benévola sonrisa, díjole algunas frases


de consuelo y le dió otra tarjeta de reco
mendación para el administrador del otro
ingenio de Llallagua llamado Cancañiri,
donde debería ir Martin al día siguiente.
Y por fin , ya al anochecer pudo regresar
el joven á su alojamiento, cansado, pues
hubo de andar más de dos kilómetros, y con
a cabeza atolondrada por las cosas que le
hubieron pasado en aquel día memorable .
A la llegada de Martín, no estaba Emilio
en el alojamiento. Había ido á Uncía llevado
por sus negocios y dejando el cuarto á la
disposición de su amigo.
Pasó , pues, Martin solo aquella noche.
Sentíase descorazonado y empezaba á entre
ver lo difícil de su empeño. Pero pronto el
buen sueño vino á aliviarle, y cuando se
durmió, soñó que se hallaba en un sitio ex
traordinario, un antro inmenso donde dan
zaban , en frenética ronda, máquinas mons
truosas, carretas, mulas, obreros, adminis
tradores ...
VII

El administrador del ingenio Cancañiri,


persona amable, reposada y en un todo dis
tinta del administrador del ingenio de Catavi ,
trató muy bien á Martín . Díjole, al ver la
tarjeta del gerente, que, desgraciadamente,
en aquellos días no había un puesto des
ocupado; pero que pronto se retiraría uno
de los principales empleados, el canchero, y
que en su lugar sería colocado Martín .
Era, pues, necesario esperar.
Pronto, Martín, empezaba á persuadirse
que no era tan fácil como él creyera ganar
el dinero, ó que, por lo menos, él no tenía
la misma fortuna de otros. En pocos días, y
menos aún, en pocas horas, se desvanecían
92 JAIME MENDOZA

sus esperanzas , y sus cálculos resultaban


fallidos.
Pero Martín hizo el propósito de luchar.
Emilio regresó de Uncía , y Martín le
contó las peripecias que le iban pasando.
-¡Pero, hombre ! - exclamó Emilio -
-

¿por qué te empeñas tanto en embromarte ?


Me extraña tu afán . ¿Cuánto te pagarán en
el puesto que te ofrecen ?
-Cien pesos .
-Es decir, lo necesario para que te mue
ras de hambre.
-Y entonces , qué puedo hacer ? No
tengo otra manera de hacerme de dinero .
-¿Quieres, efectivamente , hacerte de di
nero y pronto ? ¿Tienes ánimo у resolución ?
--¿Por qué no!
-Pues, entonces, no te amilanes, que
rido. Yo te puedo asociar á mis trabajos...
Ganarás lo que quieras.
-¿Es decir ?
-Óyeme .
Y Emilio, en forma categórica y no poco
cínica, desarrolló ante su amigo todo un
plan de trabajos, según el cual , Martín ven
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 93

dría á ser su ayudante en los negocios que


hacía; esto es, en el rescate .
Pero Martín no quedó satisfecho con las
proposiciones de Emilio. Le pareció que
aquello estaba rodeado de ciertos inconve
nientes que bien podrían ponerle en algún
conflicto .
-¿Qué tienes?-exclamó Emilio. —Pones
una cara como si ya yo te estuviese propo
niendo que vayas á robar.
Lanzó una carcajada, y luego prosiguió:
-Tú , aquí, no tienes nada que temer. Es
un negocio como cualquier otro ...
Pero Martín , por mucho que su amigo le
habló de las ventajas que le reportaría el
asunto, no supo darle una contestación fa
vorable. Estaba convencido de que Emilio
no hacía un negocio lícito, y, por lo mismo,
tuvo escrúpulos de entrar en el ; pero como
al mismo tiempo no quería descontentar á
su amigo diciéndole lo que pensaba, sólo
pudo responderle con ambigüedades.
Emilio siguió riéndose , adivinando, al tra
vés de las frases evasivas de Martín , sus
temores ocultos .
94 JAIME MENDOZA

Luego concluyó:
-Bueno, querido, dejemos esto. Yo he
querido ayudarte como un amigo de la ni
ñez. Conste. Tú no piensas como yo. ¡Qué
le haremos! Tengo la seguridad de que, an
dando el tiempo, y con la experiencia que
se adquiere en estos lugares, pensarás des
pués de otra manera y me darás razón.
-Tengo fe en tu amistad . Estoy persua
dido de lo bueno que eres conmigo. Pero...
-Pero ... ---concluyó Emilio riendo - va
mos á tomar una copa?
VIII

Los días pasaban sin que Martín pudiese


colocarse. El administrador del ingenio
Cancañiri le había dicho que tan pronto
como se retirase el canchero se lo haría avi.
sar. Pero el aviso no llegaba. Martín espe
raba impaciente. Continuaba alojado en el
cuarto de Emilio, quien siempre le trataba
con benevolencia. Emilio demostraba una
gran actividad. Por lo general permanecía
en Uncía, y sólo una que otra noche venía
á Llallagua. Parecía muy contento. Hablaba
á Martín, sin disimulo ninguno, sobre el
« brillante éxito de sus negocios » . Pero Mar
tín no se alucinaba. Algunas noches volvía
también á presenciar escenas análogas á la
96 JAIME MENDOZA

que tanto le sorprendió en la primera noche


que durmió en el cuarto; esto es : veía entrar
allí gentes de sombría catadura conduciendo
sendos sacos de metal . Esto mismo hacía
que el joven desease trasladarse de una vez
al lugar de su colocación , librándose así de
ver cosas que afeaba, pero que no podía
denunciar, dada su lealtad уy discreción .
¡Cuán largos y monótonos le parecían
aquellos días ! Levantábase tarde de cama,
y no tenía que hacer. Vagaba por los alre
dedores, iba á los veneros, donde permane.
cía horas viendo trabajar á hombres y mu
jeres, ó visitaba los sitios más agrestes y
retirados entregado á tristes ideas . Luego
pasaba á almorzar al hotel , donde siempre
encontraba dos personajes, con los que ha-.
bía trabado relación hacía días; uno, don
Juan Nava, de quien no sabía á punto cierto
cuál era el oficio , y otro , D. Miguel Illanes,
un antiguo contratista fracasado que, como
Martín , no tenía que hacer, y por lo gene
ral pasaba el tiempo hablando contra la
Compañía. Reunidos los tres á la hora del
almuerzo, jugaban un cacho por una ó dos
EN LAS . TIERRAS DEL POTOSÍ 97

copas de koktail , y se sentaban a la mesa


.conversando sobre variados temas, en los
que casi siempre estaban en contradicción
D. Juan y D. Miguel. Después de almorzar,
poníanse asientos junto a la puerta, al sol ,
y allí continuaban conversando, al propio
tiempo que miraban afuera. En todos aque
llos días que eran de trabajo, la plazoleta de
Llallagua permanecía desierta y apenas pa
saban por allí escasos transeuntes. Cuando
éstos eran conocidos por D. Juan ó D. Mi
guel, era de oirlos haciendo la filiación , la
historia y el análisis más detallado del pasa
jero, que no siempre salía airoso entre los
labios de estos murmuradores. Un día oyó
Martín este comentario :
-Allà va Juanito Vargas con los niños
decía D. Juan señalando un grupo de viaje
ros que se dirigían á las minas.
--¿Adónde irá ese asno?
—Pues á inspeccionar sus trabajos.
D. Miguel se rió con mofa. D. Juan repuso:
-¿Y qué! ¿Usted no cree que Juanito sea
competente para eso? ¡No ve usted cómo
está de bien ?
7
.98 JAIME MENDOZA

--¿Y quién le ha dicho á usted que para


estar de bien se necesita ser competente?
Precisamente para estar de bien en la Com
pañía se necesita ser un pollino.
-¡Bravo, D. Miguel ! ¡ Hable usted , hable !
>

-Ahí tiene usted una muestra en ese ti


pejo que acaba de pasar. ¿Qué entiende el
de minas? Nada . Y, sin embargo, le nan
dado una de las mejores minas. Él ni si
quiera entra á ellas . ¡ Ni para qué va á en
trar? ¿Qué sabe? Todo lo hacen los peones.
-Eso mismo prueba que el muchacho es
listo, puesto que sabe ganar el dinero sin
trabajar.
D. Miguel escupió con desprecio. D. Juan
continuó :
-Pero , mire, D. Miguel, si Juanito no será
listo ... ¿Y lo de los perros muertos ?
D. Miguel tornó á escupir. Martin pre
guntó :
- ¿ Qué es eso de los perros muertos?
-Se acostumbra aquí esa expresión
para significar que en las planillas que pre
sentan los contratistas á la administración
para hacer sus pagos, se hacen figurar nom
99
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ

bres de personas que no existen ó que están


ausentes .

-Pero eso es una iniquidad.


-Muy común aquí.
-Y en todas partes — dijo sentenciosa
mente D. Juan.
Martín veía también pasar por la plazo
leta, casi diariamente, grupos de gentes lle
vando niños muertos á enterrar. Eran siem
pre grupos de borrachos . Pasaban tocando
charangas y cantando, y aun bailando.
Viendo uno de estos grupos, preguntó un
día :

-¿Hay alguna epidemia? Cada día veo


llevar niños difuntos.
D. Miguel se encargó de contestarle.
-No hay ninguna epidemia. Pero para
que aquí mueran los niños no hay necesidad
de epidemias. ¿No ve usted cómo los tratan ?
Fijese ahora mismo en esas mujeres.
Señaló dos mujeres que iban cargadas de
sus criaturas y en estado de completa ebrie
dad . Una de ellas se podía tener apenas; se
cimbraba de uno á otro lado . Su niño , como
de un año, bien sujeto a la espalda de la
100 JAIME MENDOZA

madre, dormía profundamente. Su diminuta


cabeza, enfundada en un gorrito sucio, se
mecía también sobre el cuello , siguiendo los
movimientos de la beoda, a la manera de
un botón de flor sacudido por contrarios so
plos de viento . La otra mujer cantaba y za
pateaba, mientras su criatura , acomodada
también á la espalda, no daba muestras de
inquietud, pues quizá ya estaba habituada
á tales cosas .
D. Miguel continuó:
-¡Y si usted viese otras cosas que hacen
estas malditas! A criaturas de pocos meses
les dan carne, frutas, chicha , ají. Las ponen
unas envolturas con las fajas tan apretadas,
que las guaguas resultan más tiesas que un
palo. Las tienen al frío , á la lluvia, al sol , á
la nieve, al viento . Las pegan con crueldad .
En sus borracheras se acuestan con frecuen
cia sobre ellas уy las ahogan ..
-¡Qué horror!
-Como usted lo oye. Tratadas de esa
manera las guaguas, no es raro que mueran 1

diariamente. Ahora, si sobreviene alguna


dolencia, peor. Entonces por el cuerpo de
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ IOI

la pobre criatura se hace pasar los brebajes


que no se pueden imaginar, siendo uno de
los menos repugnantes el excremento .
Un día, además de los entierros de cos
tumbre, pasó el de un adulto . Una proce
sión de gentes astrosas seguía el ataúd. Al.
gunas mujeres, cubiertas desde la frente con
viejos mantones verdinegros, vociferaban y
lloraban á voz en grito . Los que conducían
el féretro iban á la carrera jadeando de fa
tiga. Los demás les seguían también co
rriendo . Todos parecían desalados y ansio
sos de llegar pronto .
—¿Por qué irán tan deprisa? - preguntó
Martín á D. Miguel .
-Una de tantas abusiones : creen que, ha
ciendo así, se libran de que el alma del muerto
se quede por mucho tiempo entre ellos .
-Ese cadáver es del que fué destrozado
anoche -exclamó D. Juan .
-¿Alguién fué destrozado?
-Sí, en La Azul cayó una aisa que ave
rió a dos hombres y mató á ese que llevan .
Esta mañana vi el cadáver. Tenía el cráneo
aplastado en forma de un pan .
IO2 JAIME MENDOZA

--Estas cosas aquí'son muy frecuentes


repuso D. Miguel . -Las minas están tan
+

mal trabajadas, que las aisas caen á cada


paso, y matan y hieren sin que ni aun se
+

sepa de algunos. Lo mismo con la dinamita.


No hay vigilancia. Lo que pasa ahí adentro
es un escándalo .
-Sin embargo_dijo D. Juan ,-el sub .
prefecto, en la inspección que verificó últi C

mamente, informó al Gobierno que las mi.


nas ofrecen completa garantía y están en
magníficas condiciones.
-¡Qué inspección ni qué pistolas! El
subprefecto y comitiva se han reducido á
pasear por un rato cerca de una de las bo
caminas. Eso sí, comieron bien y bebieron
buenas copas... Y ya estaba la inspección .
Pero, aun entrando al interior de los soca
vones para examinarlos y ver las condicio
nes del trabajo, ¿qué habría dicho el sub
prefecto ? Lo mismo . Que todo está esplén
didamente. A no ser que le hubiese caído
una aisa , ó se hubiese derrumbado en un
cuadro ...
D. Juan sonrió .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 103

- Hay que decir la verdad continuo


D. Miguel .-Los subprefectos y otras auto
ridades no hacen más que simulacros de
inspecciones. Las minas acá están tan mal
trabajądas, que si los Gobiernos se preocu
pasen de hacer levantar una investigación
efectiva ó seria, se sabrían cosas tremendas .
Pero no se hace asi; y, naturalmente, alen
tados con semejante indiferencia de los po
deres públicos, los patronos poco ó nada se
cuidan de rodear al trabajador de las con
diciones de seguridad debidas, resultando
que éste siempre está expuesto á quedar
inutilizado ó á morir por algún accidente, y
una vez inutilizado ó muerto, tampoco el
patrón le resarce, á él ó a su familia, del
daño producido.
--- ¡No tanto-protestó D. Juan , -no tan
to! El otro día nomás le han dado á la viuda
de Saavedra . Lo he visto .
--¿Cuánto le han dado?
-Creo que cien pesos .
-Con lo que tiene lo bastante para pe
dir limosna . Bueno . Y á otros no les dan ni
siquiera eso. En vez de pesos les dan palos.
104 JAIME MENDOZA

Si se quejan, peor. Tienen que andar tem


poradas largas tras de jueces, abogados,
procuradores : otra calamidad . Y, por lo co
mún , concluyen por no hallar justicia. De
modo, pues, que ante semejante expecta
tiva, el averiado ó su familia prefieren ca
llarse . Yo conozco, y usted y todos aquí
conocen , mujeres que han quedado carga
>

das de hijos pequeños, seis , ocho, ó más,


después que sus padres murieron en servi
cio de la Compañía . ¿Cómo cree usted que
esas mujeres sostienen a sus hijos?
-Sí, sí... no niego-exclamó D. Juan .-
Pero la verdad es también que esta gente es
muy audaz. Muchos se averían por su pro
pia culpa: se meten á los lugares peligrosos,
manejan la dinamita sin ninguna precaución,
. -Eso mismo acusa falta de vigilancia de
los patronos . Otro defecto. Porque si ellos
cuidasen de que los trabajadores obren con
prudencia y orden , no se producirían tantos
males que hoy pasan. Los patronos, ya lo
creo, siempre echan la culpa de todo á los
trabajadores; pero, si fuéramos á creerles,
habría que acabar en la imbecilidad .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 105

Sin embargo -añadió D. Juan ,-cuan


do el obrero se contrata para trabajar, es
claro que afronta las consecuencias que pue.
den resultarle de ese trabajo, que ya se sabe
que es peligroso; de modo que el patrón no
siempre debe responder de los daños á que
voluntariamente se ha expuesto el obrero .
-Pues, justamente, para eso deberían
estar los poderes públicos, las leyes : para
impedir que el obrero se contrate en traba
jos que son peligrosos, y que pueden no
serlo, y para obligar á los patronos á esta
blecer trabajos que estén rodeados de sufi
ciente garantía .
-Entonces se atacaría á la industria, al
trabajo, hasta á la libertad .
-Al contrario , se las consolidaría; se las
daría una forma más segura y humanitaria.
Así surgirían industrias sólidas, de largo
aliento , y no estas industrias á medias donde
todo es incipiente y defectuoso, en que no
se va sino á ganar pronto , á ganar de cual
quier modo, á ganar aun con desprecio de
la vida de los otros. Entonces se establece.
rían desde el principio trabajos bien orga
106 JAIME MENDOZA

nizados . No se haría como en Llallagua ,


donde se va agujereando por todas partes
la tierra sin cuidado ninguno.
-Bueno , señores , adiós — interrumpió
D. Juan despidiéndose; -ya D. Miguel está
en su terreno... y yo no quiero oir latas.
- Hombre, váyase! Tengo quien me las
oiga. ¿No es cierto, D. Martín?
-Justamente , me interesa oirlo . ·
-No crea usted que hablo por despecho,
por haber perdido mi colocación en la Com .
pañía. No. Precisamente la he perdido por
mi carácter independiente. Yo no transijo
con ciertas cosas . Hablo claro . Por eso , cier
tos paniaguados como D. Juan , me llaman
latero y aun doctor. Pero no soy abogado,
ni médico; y, sin embargo, tengo el sentido
común que suele faltar á muchos abogados
y médicos. Ahora bien , el simple sentido
común me dice que la situación del traba
jador en estos lugares no puede ser peor.
Ya usted habrá podido observar algunos
obreros . Sus alojamientos son cuevas; sus
vestidos, harapos; su alimento, inmundi.
cias. Trabajan doce, veinticuatro y treinta y
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 107

seis horas seguidas. Y como trabajan en pé


simas condiciones, su trabajo es deficiente,
y funesto para el obrero . Rarísima vez llega
á la vejez; pues muere, ó por accidente del
trabajo, ó por el agotamiento gradual pro
ducido por él mismo. En sus horas de des
canso no hace sino seguir sufriendo . No
tiene ninguna diversión , pues no se puede
decir que las juergas á que se entrega son
una diversión . Al contrario , son una de las
peores formas de su constante sufrimiento .
En efecto, emborracharse hasta la incons
ciencia, estragar su estómago, gastar to
dos sus reales, pelear, cantar y bailar so
llozando, no es gozar. Ahora, en lo moral ,
ya se puede deducir cómo es un hombre
que vive en semejantes condiciones. Es ab.
yecto, estúpido, malo, pervertido. Aborrece
al patrón . Le aborrece intimamente, aun
cuando en la apariencia muestre otra cosa.
Y aun cuando forzosamente trabaja en be.
neficio del patrón , hace lo posible para per
judicarlo . Cuando roba, lo hace no sólo por
aprovecharse del producto de sus robos,
sino también por tener el gusto de hacer al
108 JAIME MENDOZA

gún daño al patrón . Hay patronos cándidos,


y asimismo los que los representan , que se
figuran que sus trabajadores les adoran por
que son tratados por ellos con grandes
muestras de afecto, reverencias, genuflexio
nes y otras piruetas, porque reciben en cier .
tas ocasiones guirnaldas de filigrana, tarje
tas, medallas ú otros obsequios . No ven que
eso es una sangrienta ironía. Son manifesta
ciones que no dicta el afecto , sino el miedo ,
el interés , la codicia, la abyección . El traba
jador siempre aborrece al patrón . Y le abo .
rrecerá mientras subsista este estado de co
sas. Esta es una verdad tremenda que ojalá
estuviese en la mollera de muchos patronos
que en ese orden viven en la luna, conten 1

tándose , ellos ó sus administradores, con el


ejercicio vulgar y automático de sus cargos,
sin dar ninguna importancia á un factor que
debería constituir una seria preocupación.
Las buenas relaciones, no aparentes, sino
reales, entre el patrón y el obrero , son uno
de los factores más importantes para el des
arrollo regular de ciertas industrias, y para
asegurar su porvenir. Así se haría obra pre
EN LAS TIERRÁS DEL POTOSÍ 109

visora y sólida . Pero, vaya usted á decir esto


á ciertos patronos ó gerentes. Se le reirán.
Váyales á hablar de la equidad , de la cari
dad , del amor, como factores del trabajo ...
Le dirán : ¡qué latero ! ... y basta .
Martín oía, no sin cierto interés, las refe.
rencias de D. Miguel . Él comprendía que el
viejo debía llegar á la exageración en mu
chas cosas, pero también debía tener razón
en otras : De todos modos, las latas (llama
das así por D. Juan) de D. Miguel no le
cansaban todavía . Hallaba en ellas algo
como una enseñanza y se prometía utili
zarla. Esto mismo hacía que se aficionase á
la compañía del antiguo contratista; y en
trambos, viejo y joven, igualmente desocu
pados, y también casi igualmente tristes, se
paseaban todas las tardes en la plazoleta.
Desde las seis había allí algún movi
miento de gente. Ésta, después del trabajo,
acudía á la pulpería de Llallagua situada
en la plaza, y á Martín, sobre todo desde
que oía las relaciones de D. Miguel , no de
jaba de llamarle la atención el cuadro que
se desarrollaba ante sus ojos cada tarde.
IIO JAIME MENDOZA

Era un desfile de figuras miserables. Veíanse


mineros de faz lívida y manchada de zonas
de mugre, de ojos enrojecidos, de aire es
túpido y decaído ; unos embozados en sus
bufandas y calzados de gruesas medias y
cueros fruncidos y acomodados á los pies T

y piernas por medio de apretadas y cortan


tes correas; otros sin ninguno de estos ad
miniculos, teniendo únicamente un harapo
por blusa y otro harapo por pantalón .
Veíanse mujeres con los labios, la nariz,
los ojos, las orejas embutidos de tierra; al
gunas llevando vacías polleras superpues
tas; al paso que otras no mostraban sino
festones desgarrados colgando de su cin
tura , y dejando ver entre ellos los miembros
ateridos. Veíanse también niños infelices,
siempre descalzos, con la cabeza al aire ó
apenas cubierta de algún resto de gorra
o sombrero, con los cuerpos semidesnudos, 1

con la mirada viva y ávida, hambrientos, con


frío, maltratados, y, sin embargo, contentos.
Y todas estas gentes entraban y salían
de la pulpería, se apiñaban y se empujaban
ansiosos de llevar de una vez sus provisio
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ III

nies después de un día de pesado trabajo.


( Sin embargo , algunos, y sobre todo los más
infelices y los niños , tenían que esperar
horas y horas. La aglomeración á veces lle
gaba á ser tal , que se formaba ante la puerta
juna barrera compacta , imposible de atrave
sar para los retrasados; y aun los que habían
sido despachados apenas podían salis. No
pocos de ellos protestaban . Se les había
pesado menos el arroz ó la harina, se les
.había dado pan crudo, ó se les había cam
biado, lo que pedían , por otra cosa. Las
voces de los pulperos resonaban dentro
destempladas y vibrantes. La multitud ru
moreaba sordamente. Los chicos trataban
de escurrirse entre los grandes. Los fuertes
repartían codazos y empellones para avan
zar. Y aquella masa humana , atiborrada de
polvo , sudorosa, mal oliente é irritada, ape
nas podía disminuir, pues en cambio de las
que salían, llegaban otras personas á formar
parte de ella .
Una tarde en que D. Miguel y Martin se
habían acercado al grupo plantado ante la
pulpería , ,vieron salir á una mujer que
II2 JAIME MENDOZA

echaba pestes. Su marido la había mandado


por una botella de aguardiente, y como no
le había en la pulpería, le dieron una bote
lla de cognac, viéndose ella obligada á lle
varla, pues de otro modo su marido, que
era un borrachín terco y bruto, la habría
recibido á palos . La mujer lloriqueaba, di
ciendo que esto mismo le pasaba cada vez,
y que al fin de las quincenas, ella y sus
hijos apenas percibían una miseria de los
salarios del hombre, pues todo lo había ab
sorbido la pulpería por el cognac que se
bebía aquél. 4

- Mil veces preferiría comprarme mos


catel - decía la mujer en quichua.
-¿Y por qué no lo hará así en otra parte?
-observó Martín , hablando con D. Miguel .
-Pues porque no tiene un centavo . Ella
tiene que venir forzosamente á la pulpería
de la Compañía á aviarse, es decir, á sur
tirse de lo que necesita, y como en la pul
pería no hay sino bebidas finas, la mujer,
por imposición del marido, que pide cual 1

quier bebida alcohólica, tiene que llevar lo 1

que le dan . Claro es que ella, á tener di


EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 113

nero , preferiría, como ha dicho , comprarse


moscatel, que vale la quinta parte del cognac .
-Pero será preferible que el hombre se
tome cognac y no moscatel .
-¡Phs! El cognac que aquí se vende es
tan pésimo ó más aún que el último de los
cañagos.
-Entonces sería mejor que no hubiese
ningún licor en la pulpería .
-Seguramente. Pero, en tal caso, perde
ría la pulpería una de sus principales fuen
tes de ganancia , y eso no es aceptable para
ella; de modo que seguirá alcoholizando á
la gente con bebidas finas.
-Pero no acobarda á los viciosos ni
siquiera la idea de tener que pagar con
tanto éxceso por esas bebidas?
-¡Qué les va á acobardar! Hay aquí
peones que ganan apenas tres ó cuatro pe
sos diarios y empleados que ganan menos
aún que los peones, y que casi todo su ha
ber lo emplean en pagar los exagerados
precios de las bebidas que consumen .
Pero, á lo menos, la pulpería debería
traer bebidas más baratas.
8
114 JAIME MENDOZA

-Le es prohibido. Se dice que una de


las maneras de aminorar el alcoholismo en
estos lugares es alzando los precios de esas
bebidas . Pura charla. En el fondo de esto .
no está más que el negocio.
Eran las siete de la noche. Los pulperos
echaron fuera á algunos que ya habían pe
netrado hasta el mostrador, y cerraron vio
lentamente las puertas . La gente que que
daba sin despachar se dispersó, mohina y
hambrienta .

—¿Ve usted cómo les tratant - exclamó


D. Miguel; -- no parece sino que fuesen
mendigos que hubiesen acudido á pedir
limosna .
—¿Y qué harán ahora estos?
-¡Qué sé yo! Muchos se irán a dormir
sin comer; quizá mañana no podrán entrar
al trabajo porque no se les ha aviado de
cebo, coca y otras cosas indispensables
para emprenderlo .
--- Pero, efectivamente, ¿no disponen ellos
con toda libertad de sus salarios?
-No. La Compañía los administra. La
pulpería pasa á la administración las plani
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 115

llas en que figuran las deudas de los traba


jadores. La administración paga, desde lue
go, á la pulpería por esas cuentas, y única
mente después de eso entrega al trabajador
su saldo, si lo tiene. Naturalmente, no faltan
confusiones y reclamos. Los obreros me.
dianamente avisados, que llevan sus cuen
tas con algún cuidado, casi nunca están de
acuerdo con la pulpería , y reclaman . Pero
los más, que son tan ignorantes como es
túpidos, no hacen sino pedir y consumir,
dejando que se disponga como se quiera de
sus ganancias. Según esto, se comprende
que esto de la pulpería es un buen negocio.
Se la impone al obrero de todos modos. No
se permiten competencias . Si viene un car
nicero con su negocio, se le echa ó se de
comisa su carne . No se tolera tenduchos de
trapos ú otros artículos . Todo debe acapa
rarlo la pulpería impuesta por la Compañía.
¡Y si siquiera la pulpería trajese mercaderías
buenas y estableciese precios módicos! ...
Todo lo contrario . Telas más apropiadas
para los trópicos que para las minas; cosas
de lujo y no de utilidad; alimentos adulte
116 JAIME MENDOZA

rados; bebidas llamadas finas, y, no obs


tante, de lo peor. Y todo dado como por
L favor,y já unos precios... Y, sin embargo,
ya usted oirá quejarse á los pulperos. Le
dirán que « los indios son muy estúpidos » ,
que « no piden pronto » , que « no se conten
tan con nada» . ¡Claro! Le dirán que « se
han clavado con diez, ó veinte, ó cincuenta
mil pesos » por mercaderías dadas al cré.
dito . ¡Claro! Su avidez por ganar de un
modo desmedido les arrastra á hacer prés
tamos locos , sucediendo que alguna vez se
les burlan los más infelices. He ahí lo que
son los señores pulperos . No niego que suele
haberlos buenos, moderados y probos . Pero
¡la generalidad! ...
-¿Cómo les puede tolerar la gente? -
dijo Martín .
-Ya lo ve usted . En otras partes, los
pulperos, administradores y diablos baila
rían el gran baile. Aquí la gente es muy
dócil , muy sumisa , muy estúpida. ¡ Somos
unos pobres indios!

URS
IX

Estas y otras cosas eran las que Martín


oía diariamente , y como las que veía no
eran tampoco mejores, su corazón empe
zaba á contaminarse de esa postración pe
ligrosa que suele seguir, en los espíritus
delicados, á un gran entusiasmo helado re
pentinamente por la decepción .
Y, para acrecentar su pena, el asunto de
su colocación se iba dilatando en demasía.
Dos veces había vuelto á ir al ingenio Can
cañiri, y el administrador, usando siempre
con él de buenos modos , le dijo que el can
chero aun no se retiraba , pero que no tarda
ría en hacerlo .
La última de estas veces, una tarde tem
118 JAIME MENDOZA

plada y fría, volvía Martín á su alojamiento


pensando en su suerte y en que no había
hecho mal disparate en dejar la tranquilidad
de su vida muelle de Sucre para venir á un
lugar que se le mostraba tan ingrato .
Silbaba fúnebremente el viento del sud ,
azotando la descubierta ruca del joven , que
no llevaba abrigo ninguno. A ratos pasaban
tropas de llamas , mulas ó burros, levantando
una polvareda fastidiosa y despidiendo un
olor que daba grima al caminante. Un cre
púsculo livido envolvía los objetos con apa
riencias funerales. Los cerros, las pampas ,
las cañadas, aparecían bañadas en tintas si
niestras . Martín encontraba á veces uno que
otro caminante que ascendía en el cerro,
arrugando todo el rostro en ademán de evi
tar el polvo que el viento le lanzaba de fren
te . En la extensión sólo se oía el bramido
del viento y las voces y silbos de los baja
dores que arreaban á las llamas y borricos .
Todo le parecía á Martín detestable en
aquellos momentos.
-¿Y esto es el famoso Llallaguar - de
cíase , -jesta es esa tierra riquísima en que
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 119

yo soñé como un iluso? ¿Dónde están las


grandezas de que me hablaba el idiota
Godoy? ¿Dónde está la plata ? Yo no veo
aquí más que miserias. ¡Buen chasco me he
llevado !
Luego, pensando en su madre, á quien él
había alucinado pintándole hermosas expec
tativas y dándole mil seguridades, sentíase
tan avergonzado, que sólo por esto no se
habría atrevido á presentarse otra vez ante
ella .

Y, sin embargo, al mismo tiempo, jecha


ba tanto de menos el dulce afecto de su
madre! En medio de aquel ambiente en que
ahora vivía, presenciando miserias , egois
mos, odios, envidias y otras feas pasiones,
el exquisito amor materno se le presentaba
desde lejos mucho más grande y querido de
lo que se le había figurado cuando estaba
en plena posesión de él . No parecía sino
que quería volverse niño, y de buena gana,
él, un mozo rollizo, se habría acurrucado
(en el regazo de su madre, como un bebé de
tres años. ¿No era , acaso, su madre el gran
asilo, el único recurso , el postrer consuelo?
I 20 JAIME MENDOZA

Pensaba también en Lucía. ¿Qué diría


ahora la graciosa muchacha si lo viese todo
empolvado y sucio, con la faz demacrada,
con el corazón oprimido y enteramente dis
tinto de aquel Martín alegre y decidor que
llegaba al salón, oliendo á violetas , para de
cirla frases delicadas y discretas?
Y pensaba en sus amigos, en los entu
siastas compañeros de las aulas, que pasea
ban con él por las calles hablando del de
recho natural ó de la economía política, y
pensaba en sus triunfos de estudiante y en
todos sus antiguos propósitos, abandonados
por correr tras una aventura loca .
Y pensaba , en fin , en el aire de su pue .
blo natal , ese aire regalado y suave, tan dis
tinto de este otro aire frío y polvoroso que
respiraba en Llallagua; en el agua dulce y
exquisita de Sucre, en sus días luminosos,
en sus noches de luna espléndidas, en sus
cerros queridos.
¡ Dulces y tristes pensamientos!
El viento mugía feroz en su redor, y le
abofeteaba con sus glaciales rachas como si
le castigase por tales pensamientos. La som
:

EN LAS TJERRAS DEL POTOSÍ 121

bra nocturna — una sombra horripilante


desplegaba sus alas gigantescas como una
ave inmensa é impalpable. La soledad le
rodeaba .
De repente, tropezó con una piedra y
cayó bruscamente al través del camino. El
viento llevó lejos el estrépito de su caída.
En aquel mismo momento , una mujer pa
saba cerca , acompañada de un perro negro
y feo . El perro ladró con furia al joven que
apenas podía incorporarse. Y la mujer, en
lugar de llegarse á socorrerlo, hizo un rodeo
y pasó mirándole con ojos desconfiados ,
como si dijese: « ¡ Si será un borracho ! »
X

El robo del estaño en Llallagua había


llegado en aquellos tiempos á tal grado,
que bien podía decirse que , de la produc
ción total del metal , por lo menos una
cuarta parte era absorbida por el robo. El
robo y los negocios relacionados con él ,
como el rescate, eran el gran aliciente que
atraía á esos lugares diversas clases de
gentes. Aun muchos de los obreros afluían
allí, más que por lo subido de los salarios
que pagó por un tiempo la Compañía , por
las facilidades que encontraban para el
robo .

Y en vano era que la Compañía tocara


diferentes resortes para combatirlo. Se or
124 JAIME MENDOZA

ganizaban policías numerosas, se daban


magníficas primas por los descubrimientos
y delaciones, se establecían castigos terri
bles, se hacían trabajos de seguridad más ó
menos ingeniosos , y el estaño seguía escu
rriéndose con una facilidad y constancia
sorprendentes.
Se robaba en el interior de las minas, en
las canchas, en los almacenes y hasta en las
carretas y animales cargados del precioso
métal . Robaban los hombres, las mujeres
y los niños, esto es, los barreteros, los apiris,
los pongos, los chivatos, las lavadoras, las
palliras y chirapas. Hasta los policiales ro
baban .
Y, en verdad , que se daban tales mañas ,
que por muy rigurosa que fuese la vigilan
cia, no era fácil descubrirlos.
De noche subían hasta las proximidades
de las minas caravanas de hombres у bo

rricos, que regresaban cargados con el


metal.
Aun de día el robo era considerable . Los
mineros que salían del trabajo se llevaban
con facilidad siquiera algunas libras. Las
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 125

mujeres, vestidas de pesadas y gruesas po


lleras , salían con el peso aun más aumen
tado en ellas .
Contar con los chaguiris era inútil . Éstos
no hacían más que registrar superficial
mente á la gente. Con las mujeres ni aun se
podía hacer eso. Muchas se enojaban di
ciendo que, bajo el pretexto de registrarlas,
se las hacía presiones poco honestas . Por lo
demás, la mayoría de los tales chaguiris es
taba también compuesta de ladrones.
Dado semejante orden de cosas, bien se
comprenderá que las casas de rescate pros
peraban.
En esos tiempos, dichas casas no se po .
dían implantar ostensiblemente en Llalla
gua, por las restricciones impuestas por la
Compañía; pero se las establecía en el pue
blo de Uncía, distante apenas algunos kiló
metros de las minas. De este modo, Uncía
vino á ser en poco tiempo el centro princi
pa! de acción de los rescatadores y el se
guro foco adonde afluían los vendedores del
metal substraído . Muy pronto fundáronse
allí, sobre todo por comerciantes austriacos,
126 JAIME MENDOZA

casas de rescate, que se enriquecieron como


por ensalmo.
Siendo el rescate permitido por las leyes
bolivianas, no había por qué acobardarse en
emprender tal negocio; y aun cuando los
más de los metales rescatados procedían del
robo, como casi nunca los industriales po
dían probar esa procedencia en las innume
rables cuestiones que se suscitaban con este
motivo, resultaba que los negociantes se
mantenían dentro de una situación muy ven
tajosa. Tal cosa alentaba á los ladrones, y
estando el rescate sobre todo apoyado en
ellos, vino á ser considerado lógicamente
como uno de los negocios más lucrativos y
seguros .
Tal era el negocio al que Emilio se había 1

dedicado .
Naturalmente, Emilio, como hombre au
daz y despreocupado, no anduvó con tapu .
jos, y procuró que su industria le diese ga
nancias suficientes á llenar sus necesidades
de hombre derrochador á lo sumo, como lo
era . Por otra parte, exento de ciertos escrú
pulos, él no se limitaba á recibir, á la ma
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 1 27

nera de otros, lo que los vendedores le


traían . Movíase con admirable diligencia de
una á otra parte. Se ponía en íntimo con
tacto con los mineros; estimulábales de unas
y otras maneras á recoger la mayor canti
dad posible de metal para entregarle, y, en
su afán, llegaba áa predicar la legalidad y aun
la santidad del robo.
Emilio vivía en Uncía, donde recogía el
grueso del metal que se le entregaba; pero
también se iba con frecuencia á Llallagua
cuando allí encontraba mejores expecta
tivas.
Y fué así como le encontró Martín .
Hacía ya un año que Emilio era rescata
dor, y se hallaba tan satisfecho, que, desper
tadas en el nuevas ambiciones, lo que ahora
quería era amplificar su negocio. En un prin
cipio había sufrido no pocos contratiempos,
y aun estuvo á punto de abandonarlo. Los
proveedores de metal no siempre se presen
taban , se retrasaban en sus compromisos,
buscaban otros compradores ó le engañaban .
Estos inconvenientes mortificaban al mozo,
que descaba ganar como otros.
128 JAIME MENDOZA

Un encuentro feliz favoreció sus anhelos .


Cierta noche regresaba de Llallagua á
Uncía, muy irritado porque un trabajador
que debía entregarle algunos sacos de metal
no había podido cumplir esta obligación .
Acompañaba á Emilio un joven que había
garantizado al deudor y que había ofrecido
entregar por cuenta de éste, en Uncía, el in
dicado metal . Emilio caminaba echando sa
pos y culebras contra varias personas y la
mentándose de tener que tratar con gentes
que sólo estaban buenas para fiarse y no
para pagar . De pronto su compañero le hizo
una extraordinaria proposición: díjole que él
podría entregarle con seguridad todas las no
ches, por lo menos diez quintales de metal .
¿Quién era aquel mozuelo ?
Había dicho á Emilio llamarse Lucas
Cruz; pero, por lo demás, fué tan reservado ,
que inútilmente Emilio le hizo un mar de
preguntas sin conseguir que le dijese otra
cosa que aquello de que, efectivamente , po
dría entregarle « cada noche diez quintales
de metal » .
Emilio, naturalmente, muy intrigado, ce
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 129

rró el convenio con el joven proponedor ,


aunque dudase mucho de la seriedad de tal
compromiso . Pensó que bien podía tratarse
de un embaucador y sencillamente de un
simple de espíritu : mas como no le podía
traer ningún perjuicio esta aventura, quiso
seguirla siquiera como asunto de diversión .
¡Y cuánta fué su sorpresa cuando, en la
noche siguiente, recibió puntualmente los
diez sacos ofrecidos!
Y asimismo en todas las noches siguien
tes venía esa misma cantidad con una regu
laridad tal, que Emilio se quedó verdadera
mente estupefacto.
Pronto algunos mineros á quienes pidió
datos sobre aquel muchacho tan reservado
y tan extraño, dijéronle que era un « buen
chico » , que merodeaba desde hacía algún
tiempo en las minas.
Llamábanle el niño. Era muy popular y
muy querido entre los mineros. Tenía cara
imberbe y lozana, ojos azules y cabellos ru
bios . Era muy simpático, y un rematado
ladrón . Hacía pocos meses que se pre
sentó en las minas , Nadie sabía de dónde
9
130 JAIME MENDOZA

vino. Fué barretero por un mes, pero se


cansó de este oficio y eligió el otro. No ha
bía quien como él supiese urdir mejores pro
cedimientos para sacar el metal de las minas
y hacerlo trasladar á Uncía burlando la vi.
gilancia de los serenos. Vivía muy cerca de
los principales socavones, ya en una cueva,
ó ya en la casa de un minero con cuya hija
mantenía relaciones de concubinato . Desde
allí hacía sus excursiones, generalmente noc
turnas, recolectaba cuanto le entregaban los
mineros que se servían de él como de inter
mediario, y luego lo hacía conducir al mer
cado, es decir, á Uncía . Los días de tempes
tad eran los preferidos para llenar sus tareas.
Indiferente al frío , al viento, á la nieve y á
las más terribles borrascas, atravesaba los
torrentes, trepaba por los peñascos como un
gamo, se deslizaba sobre las pendientes ne
vadas con unos cuantos personajes desarra
pados y audaces como él para llevar á tér
mino sus temerarias empresas. Soportaba
las privaciones sin lanzar una queja. Era tan
resistente como simpático, y tan activo como
inteligente. Todos se admiraban de que aquel
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 131

muchacho que parecía un niño guardase un


caudal de energía y valor increíbles. Pero
lo más notable era su desprendimiento .
Cuanto dinero ganaba lo derrochaba sin
tasa entre hambrientos, haraposos, mujer
zuelas, truhanes, enfermos, viejos, niños y
aun delincuentes. No guardaba nada para sí.
Ni aun se vestía regularmente. Parecía un
hermoso mendigo. Mejor: parecía un ángel
vestido de harapos .
Por lo demás, casi nada se sabía de los
antecedentes de Lucas. Emilio, que trató de
intimarse con él inútilmente, hizo por ave
riguarlo. Lucas fué con él tan reservado
como lo había sido con los otros . Lo más
que llegó á decir fué que no tenía padre, que
su madre lo echó de su lado muy niño y
que su país era muy lejano. ¿Qué hizo al
verse solo? ¿Por qué lugares vagó? ¿Cuáles
aventuras le pasaron? Naturalmente, la fan
tasía popular bordaba mil comentarios sobre
su persona. Quién le consideraba simple
mente como un colegial corrido de las aulas,
quién como un escapado del presidio, quién
como hijo de una familia ilustre. Hasta había
132 JAIME MENDOZA

quien le tenía por el mismo diablo. No fal.


tando tampoco quien le considerase como
un enviado de Dios. Singularmente unas ci
catrices que se le descubrieron en la cabeza
cierta vez que se hizo recortar completa
mente su abundante cabellera, dieron pasto
abundante á las habladurías. ¿De qué prove
nían tan terribles señales ? ¡Seguramente
Lucas habría hecho cosas tremendas! Y, sin
embargo, Lucas era un ser suave, manso ,
humilde. Fuera de raros accesos de furor á
que contra su voluntad se le había llevado
alguna vez, siempre se le veía revestido de
un aire tranquilo y dulce. Su trato era igual
con toda clase de gentes. Mostraba un no sé
qué de cándido y de paciente, que, á no ser
tan bello como un ángel, se le habría com
parado fácilmente con un buey.
Tal era el colaborador que tan afortuna
damente había encontrado Emilio.
XI

Llegó un domingo de pago. Por entonces


se pagaba en Llallagua con cien mil pesos
más o menos quincenalmente. Había con tal
motivo un moviniento considerable en las
minas. Cada pago daba lugar á una feria que
se hacía en la plazoleta de Llallagua . Las
gentes de negocios acudían allí desde cente .
nares de leguas. En todos esos días se veían
llegar numerosas caravanas conduciendo far
dos de telas, barriles y sacos de bebidas al
cohólicas, víveres y otras mercancías.
Aquel día, á eso de las diez , Martín, acom
pañado de Emilio, llegó á la plazoleta y
quedó sorprendido de ver ese lugar que en
los días anteriores estaba poco menos que
134 JAIME MENDOZA

desierto, hoy rebosando de gente, animales


y artículos de toda especie. Apenas se po
día avanzar entre la abigarrada multitud .
Veíanse toldetas sacudidas por el viento y
bajo de ellas montones de telas multicolo
res, ropa, abarrotes, dijes y chucherías. De
las paredes próximas colgaban pantalones,
polleras, chaquetas, pañuelos, zapatos, arreos
de montura y otros menesteres. Los peque
ños mercachifles, los buhoneros, exhibían
al sol sus mercaderías. Dos martilleros gri
taban a desgañitarse. Había diversas clases
de juegos en torno de los cuales se arremo
linaban los jugadores y los curiosos. Muje
res sentadas junto á montones de verduras
y de frutas las arreglaban y desarreglaban
discutiendo con los compradores. Más allá
se veían filas de indias vestidas del tradicio
nal acsu y la lliclla, mostrando corderos re
cientemente muertos y despellejados que
eran detalladamente examinados por los in
teresados, sacos pletóricos de panes sabro
sos ó mezquinos, haces de cebollas y otras
hortalizas, quesos blanquísimos, pequeños
montones de habas, maíz, papas y otros co
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 135

mestibles, rollos de bayeta, hierbas y obje.


tos medicinales. En otros lados se pesaba
cargas de cebada, chuño, harina y otros ar
tículos, formándose en torno una aglomera
ción y gritería locas. Tropas de burros ma
niatados, de mulas y caballejos de ruin
aspecto, ocupaban un buen espacio de la
plaza. Y por entre todo esto circulaba una
muchedumbre apiñada de gentes cuyo cla
moreo y movimientos mareaban á Martín .
Las voces de los vendedores y comprado
res, los saludos, los pregones de los marti
lleros, los rebuznos de los borricos, los gri
tos de los chiquillos, las carcajadas, las
interjecciones, las disputas, formaban una
algarabía muy del gusto de Emilio, que iba
conduciendo á Martín en medio de aquella
batahola .
Ahora veía Martín á muchos mineros me.
nos haraposos que de ordinario. Hasta ha
bía algunos que estaban limpios y trajeados
de vestidos flamantes. Llevaban pañuelos de
vivos colores al cuello, sombreros alones
puestos al descuido, pantalones anchísimos
por arriba y angostos hacia los pies, cha.
136 JAIME MENDOZA

quetas de grueso paño y bufandas de diver


sas hechuras y colores. Las cholas, asimis
mo, se presentaban más compuestas que de
costumbre, y exhibían sus jubones y polle
ras de los más variados matices, que daban
á la plaza una apariencia florida. Algunas
llevaban lujosas mantillas, polleras de raso
y felpa y enormes pendientes tachonados
de perlas y brillantes. Sus sombreros ofre
cían una gran variedad, desde los de falda
anchísima hasta los que apenas la tenían .
Unas calzaban botinas policromas , con ex
ceso de adornos y con tacos desmesurados ;
otras sólo humildes zapatos , que dejaban
ver el nacimiento de las piernas cubiertas
de medias de variados colores.
Después de andar largo tiempo entre el
gentío, Emilio y Martín pasaron al hotel á
almorzar. También allí había una gran aglo
meración de personas, empleados de distin
tas categorías de la Compañía, comerciantes
y curiosos.
Los hoteleros apenas se bastaban para
atender a la concurrencia. Resonaban vasos
y botellas que se destapaban, las koktele
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 137

ras en que se preparaban diversos brebajes


y las mesas que golpeaban los que pedían
de beber. Había ya desde aquella hora va
rios borrachos .
Emilio, muy conocido por todos los cir
cunstantes, debió presentar a su amigo y
debió también beber un número grande de
copas de wisky con agua que le obligaron
á engullirse unos irlandeses. Martín se mos
traba muy parsimonioso, con ofensa de los
otros, que parecían querer que él también be.
biese en la misma proporción de los demás .
Sentáronse á almorzar en derredor de
una sola mesa, grande en verdad, pero que
resultaba estrecha para el exceso de con
currencia. Martín quedó aprisionado entre
Emilio y un señor gordo que durante todo
el almuerzo le estuvo hablando de manta
tas, quimbaletes, cerrtidores y otros útiles de
minas. Almorzaron con incomodidad , no
sólo por la estrechez de la mesa, sino tam
bién por la presencia de los borrachos, que
estaban muy lejos de tener compostura y
consideración por los demás.
Cuando salieron del almuerzo, Martín vió
138 JAIME MENDOZA

que en la plaza la algazara y aglomeración


estaban en su colmo. La muchedumbre se
agitaba sofocada y polvorienta. Las tran
sacciones estaban en su mayor fuerza. Los
borrachos abundaban .
A indicación de Emilio, salieron de la
plaza para ir a pasear por los ranchos pró
ximos .

Cuando pasaban cerca de una casita en


cuya puerta flameaba una banderola roja,
Emilio fué llamado por una mujer muy ata
viada que estaba en el umbral.
-Entremos aquí á tomar una copa-dijo
á su compañero .
En la habitación había varias personas
que estaban entretenidas en animada ja
rana. En un rincón , algunos trabajadores
departían con brio. En otro, una chola jo
ven, muy llena de aderezos, se hallaba es
trechada por tres o cuatro galanes obreros,
que se disputaban su preferencia. Había ,
además, otras cholas y otros hombres que
cantaban al son de mal tocada guitarra y
bailaban los bailecitos de tierra haciendo
singulares contorsiones. La mujer que in
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 139

vitó a entrar á Emilio, era una garrida moza


que no pudo menos de llamar la atención
de Martín . Apenas entraron , sirvióles dos
grandes vasos de chicha, que les obligó á
beber mientras decía :
-¿Dónde se ha perdido usted, D. Emilio?
--Aquí, no más.
-Yo no loi visto .
-Es que no has querido verme .
Y mientras así hablaba, la mujer miraba
con el rabillo del ojo á Martín .
-Es mi amigo Martin Martínez, que ha
llegado de Sucre. Trátalo bien .
Se ofrecieron mutuamente sus servicios. '
Luego, la chola preguntó á Emilio :
-¿Y el joven Lucas?
-No lo he visto hoy.
-¿Es cierto que está con una pallira ?
-No sé. Pero puede ser. Creo que es
bien tratado por todas las mujeres.
-¡Pero meterse con una pallira !
—¿No te gustan las palliras?
-¡Cómo, pues, D. Emilio! Un joven tan
buen mozo y tan querido, embarrarse con
semejantes imillas.
140 JAIME MENDOZA

-Según veo, estás impresionada con


esto . Seguramente, tú también andarías en
amores con Lucas .
-No diga usted eso, D. Emilio, Es fal
so ... es falso. Nunca : D. Lucas ha tenido
nada conmigo .
-Así hablan todas las mujeres .
-Yo no soy como todas.
-Ni más ni menos. Estoy cierto que
también dirás que no has tenido nada con
migo .
-Jesús! ¡ D. Emilio ! -gritó la chola po
niéndose cruces.
Dos trabajadores se acercaron á saludar
ceremoniosamente á Emilio. Él se puso á
hablar con ellos por largo rato, al propio
tiempo que bebía de un modo que asom
braba á Martín . Martín , en efecto, le había
visto que en el hotel se tomó una cantidad
que bien pudo emborracharlo como a los
otros . Pero Emilio parecía tener una resis .
tencia enorme .
Solamente cuando se salieron de la casa ,
notó Martín que su amigo ya estaba algo
borracho .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 141

Al pasar junto á una puerta , vieron un


lindo caballo ensillado al que tenía por la
brida un muchacho; y en aquel mismo mo
mento salió un joven vestido de viajero,
quien, luego de montar al caballo, dió rum.
bosamente una moneda de oro al mucha
cho.
--¿Has visto ?-dijo Emilio á su amigo,
-Sí ,
-¡Y no me preguntas siquiera quién es
ese principe que da propinas en libras es
terlinas?
Martín calló , Emilio añadió :
-Pues ese principe es cualquier mozo de
cordel , como el Varela aquel de la otra no
che. ¿Te acuerdas?
-Sí .
por supuesto, que ya comprenderás
que éste también es un contratista .
-¡Hola !
Y estos son los que aquí vienen á ves
tirse de caballeros, á tomar champagne, á
montar hermosos caballos y á dar propinas
en oro á los criados, es decir, á sus iguales.
¡Si es algo sin nombre ! Figúrate, querido, tú .
142 JAIME MENDOZA

á quien yo considero diez veces más apto


que esos tipos, ¡cómo estás!
Martín suspiró avergonzado.
-Pero tú estás así porque quieres - aña .
dió Emilio con gran calor. -Eres un hom
bre lleno de escrúpulos. Tú deberías darles
un puntapié . Tú deberías ser como yo. Yo ,
maldito lo que me fijo en preocupaciones
tontas. Yo he sido barretero, capataz, corre
gidor, arriero, soldado, negociante. Ahora
soy rescatador... lo que quiere decir que
estoy en camino de ser ladrón .
Martín hizo por reir. Emilio prosiguió, toº
mándole familiarmente del brazo :
-Bueno, pues, querido, no seas bobo.
Tú te puedes arreglar si sigues mis conse
jos...
En aquel momento se encontraron con el
administrador del ingenio de Cancañiri ,
quien, reconociendo á Martín , acercósele con
mucha amabilidad, y después de saludar, le
dijo :
- Por fin se fué ayer nuestro hombre.
Desde mañana , puede usted ocupar su
puesto .
XII

Era una mañana glacial. Una neblina


densa envolvía los objetos, deteníase sobre
ellos, ó pasaba ondulando silenciosamente .
A veces una finísima llovizna caía á la tie
rra formando hilillos entrecruzados por las
corrientes de viento que no cesaba de so
plar, haciendo más penetrante el frío del
ambiente. Había nevado por la noche, y
cuando á momentos se disipaba la niebla ,
se veían las alturas y sinuosidades del cerro
cubiertas de franjas blancas. El suelo, char
coso, mostraba en los caminos las huellas
profundas que dejaran al pasar los caminan .
tes . Hacía un frío horrible .
En el pequeño ingenio de Cancañiri se
144 JAIME MENDOZA

trabajaba con actividad . Cerca al deslama


dor, las lavadoras, sentadas en hilera junto
al agua que corría lentamente arrastrando la
tierra, trabajaban , como de costumbre, tra
tando de separar aquella de las partículas
de metal con que iba mezclada. Una serie de
canaletas llevaba el agua á varios depósitos
hechos en el suelo á diferentes niveles, y
allí las mujeres, ya con las manos remanga
das, ó ya por medio de pequeñas tablas,
llenaban su tarea bajo la mirada vigilante
de los mayordomos .
Entre los vagos jirones de niebla que ora
permanecían indecisos y ora resbalaban so
bre el suelo arrastrados por el viento, adi
vinábase más que se distinguía los diversos
compartimientos del ingenio en que funcio
naban, distribuídos en secciones colocadas
al descubierto, los diversos aparatos de be
neficiar el estaño. Junto á ellos se movían ó
pasaban, aparecían ó desaparecían figuras
humanas desarrapadas. Caracterizaba el cua.
dro un viejo decrépito calzado de enormes
zapatos con gruesísimas suelas, con una es
carcela de cuero colgada á su hombro, con
EN LAS TIERRAS DEL Potosí 145

su sombrero alón que le ocultaba la feísima


faz, y empuñando una larga escoba que la
hacía deslizar sobre la superficie del agua
del depósito, separando una especie de nata
terrosa que allí se formaba.
A poca distancia sentiase el ruido de un
pequeño motor á vapor, moviendo un rústico
molino que trituraba el mineral que se le
echaba de rato en rato .
Veíase también entre la niebla llegar ó
partir manadas de llamas ó borricos carga
dos de sacos de barrilla ó de metal en bruto.
Las voces y silbos de los arrieros y el chas
quido de sus látigos eran traídos ó llevados
por el viento que á momentos soplaba con
violencia, barriendo las nieblas ó trayendo
otras nuevas .

Las lavadoras trabajaban agachando


cuanto podían el rostro, para evitar las ra
chas de viento que las azotaban y mojaban
con la llovizna. Veíanse viejas de faz consu
mida envueltas en inmundos guiñapos, hun
diendo sus manos angulosas á modo de
garras en el agua y el barro. Sus caras des
mirriadas y sus ojos nublados , les daban
10
146 JAIME MENDOZA

apariencias espectrales entre la plomiza nie.


bla . Había también algunas jóvenes y chi
quillas de aspecto indigente , en cuyas caras
empolvadas se mostraban hacia las mejillas
chapas rojas de las que la sangre parecía á
punto de brotar. Algunas cuchicheaban en
tre ellas y aun se reían mirando de reojo al
canchero que, de cuando en cuando , pasaba
cerca vigilando el trabajo. El canchero , en
efecto, con su delgado gabán que mal le cu
bría del frío ambiente, las manos metidas en
las fältriqueras, los hombros levantados у la
cara congestionada y arrugada por el frío,
presentaba una facha que resultaba rei.
dera .
El canchero era Martín .
Hacía pocos días que había entrado al
ejercicio de su cargo, y ya aquello le pa
recía una tarea atroz . Levantarse diaria
mente á las seis de la mañana , hiciese bueno
ó mal tiempo, para ir á vigilar á un grupo
de gentes astrosas que pasaban todo el día
urgando el agua y el lodo, le parecía un ofi
cio estúpido. Recordaba con pena aquellos
tiempos en que, bajo el clima suave de Su .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 147

cre, se levantaba de la cama á las ocho ó


nueve de la mañana y era solícitamente
atendido en su casa. Ahora era otra cosa .
Vivía dentro del ingenio , en un cuartucho
lóbrego y desmantelado. Dejaba el lecho
aun no bien claro el día у tiritando de frío .
Tomaba un poco de agua caliente ennegre
cida con el nombre de té . Y de seguida te
nía que salir fuera á llenar sus funciones. Y

fuera, el viento, el polvo y el frío le azota


ban sin piedad, poníanle la nariz y mejillas
coloradas; la tierra se le metía por todas par
tes; sus manos, aunque enguantadas, se le
enfriaban hasta el punto de poner un conti
nuo gesto de mortificación en su cara; y
todo esto daba lugar á que las mismas lava
doras se burlasen de él .
Mas como él mismo había buscado con
ahinco esa situación, no tenía más que se
guir luchando .
Pronto apareció Benito, uno de los ma
yordomos, y se pusieron a conversar.
-¡Por Dios, que hace frío !-decía el ma.
yordomo fijando los ojos en el menguado
gabán del joven , quien , comprendiendo que
148 JAIME MENDOZA

aquél debía estar admirado de verlo con tan


escaso abrigo, contestó :
-¡Yo no lo siento mucho !
-Pues... iy usted que recién ha llegado
de Sucre! Lo que es yo, no puedo ya te
nerme con el frío y mi reumatismo .
-¿Padece usted reumatismo?
-Sí, pues, en las piernas y brazos . Y so .
bre todo, en los días de temporal, se me au
mentan los dolores como ahora. Si esto si
gue, pediré licencia al administrador para ir
á recostarme .
Sabido era que, cuantas veces quería Be
nito recostarse, hablaba de su reumatismo .
-¿Y por qué no llama usted al médico?
-¿Para qué? El médico dice que mi mal
no es reumatismo.
-¿Qué será entonces?
El mayordomo ensayó una risilla bur.
lesca, calló un momento, y luego respondió:
—Dice que es alcoholismo...
Y como Martín le mirase con atención ,
repuso :
-Es su costumbre. A todos les dice lo
mismo. Cree que todos son unos viciosos...
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 149

Pero, como si involuntariamente confir


mase los dichos del médico, lanzaba al con
versar, sobre la cara de Martín , su aliento
saturado de alcohol .
Se separaron. Martín quedó cerca de las
lavadoras, siempre con las manos en los bol
sillos . Benito se fué rodeado de una atmós
fera alcohólica. Dijo que iba á pedir la con
sabida licencia al administrador . Al andar,
cojeaba de la pierna izquierda. Estaba arre
bujado en un chal larguísimo y viejo que le
cubría el cuello y parte de la cara. Sus ro
tos zapatos estaban completamente emba
rrados. Su pantalón , de raído casimir y lleno
de roturas y remiendos, estaba también sal
picado de barro. Llevaba un sobretodo tan
usado, que, más que abrigo humano, pare
cía un espantajo. Martín le vió alejarse, y
pensó que Benito iba á ser feliz de recos
tarse en semejante tiempo.
Luego, volviéndose á las lavadoras, con
sideraba con lástima á aquellas pobres mu
jeres que , no obstante el temporal que
hacía, se veían obligadas á permanecer sen
tadas en el barro, sin techo que las cobijase,
150 JAIME MENDOZA

y con las manos remojando en el agua, que


parecía semihelada. Y de este modo, mien
tras él compadecía a esas mujeres, ellas se
burlaban de él .
La niebla recogió sus últimos jirones y
fué á replegarse en las cumbres de los ce
rros empujada por el viento que, sombrío y
dominador, resoplaba como una bestia in
mensurable é invisible . Ahora ya se podía
ver con claridad el movimiento del ingenio .
Cesó la llovizna, y, de repente, un buen rayo
de sol se desparramó en torno. Entre los es
pesos nubarrones que cubrían el cielo se
había hecho un gran agujero, y por allí pa
saba un haz de rayos solares alegres y
calientes que llenaron de satisfacción á
Martín .
Pocos momentos después oíase el silbato
del motor. Era la hora del almuerzo. Las la
vadoras se levantaron todo mojadas. Algu
nas ni aun sacudían sus embarradas polle
ras. El viejo de la escarcela salió dando
trancos. Los que pasaban cerca de él le lla
maban Acarapi. En la portería, todos fue
ron registrados por el portero, Palpábales
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 151

éste, sobre todo en torno del tronco, y sólo


después de esta inspección podían salir.
Martín, restregándose las manos, paseaba
en su estrecho cuarto. Una mujer apareció
trayendo un portaviandas. Era la cocinera
que conducía el frugal almuerzo del joven .
Afuera, el sol que asomara por algunos
momentos su cara sonriente y viva, había
vuelto á ocultarse tras una gruesa capa de
nubes sombrías. El viento dejaba oir su
continua melopea. Y al mismo tiempo que
ella, venía á los oídos de Martín un silbido
de muchacho distraído que al pasar por las
cercanías se entretenía en modular un aire
monótono y triste que intrigaba á Martín .

XIII

Una tarde, Martín , como de costumbre,


se encontraba paseando entre las lavadoras.
Hacía cerca de un mes que seguía en su co
locación . No había vuelto á ver á Emilio ni
á sus otros conocidos, y pasaba su vida en
el ingenio, procurando llenar con toda pun
tualidad sus obligaciones. El joven, no obs
tante el tiempo transcurrido, aun no estaba
familiarizado con su nueva vida; pero he aqui
que una circunstancia inesperada había veni
do á hacer más pasaderas sus ocupaciones .
Una de las lavadoras, una chica de po
llera уy rebozo, había empezado á interesarle .
Nunca Martín se lo hubiese figurado; pero
era así .
Él, desde su llegada á Llallagua , se sen
154 JAIME MENDOZA

tía muy mal impresionado de las mujeres.


Las cholas le causaban repugnancia, y, cier
tamente , lo que veía en ellas no era para
agradar á un joven de sus gustos. Aquellas
mujeres, que ordinariamente estaban sucias
y desarrapadas , y que sólo en ciertos días
se presentaban lavadas á medias y vistiendo
trajes chillones y ridículos, no podían en
cantar ni mucho menos los ojos de Martín,
que se acordaba de la graciosa y elegante
indumentaria mujeril que antes viera en Su
cre . Martín, desde que llegó, se admiraba
del mal gusto de Emilio y de otros á quie
nes les oía hacerse lenguas sobre la cholita.
tal ó cual . Consideraba aquello como un ca
pricho, como una degeneración del gusto .
Además , Martín había venido con una
buena parte de su corazón y su cabeza ocu
pados por la imagen de Lucía, la muchacha
de apostura señoril y atractiva, y comparar
esa imagen con las que ahora veía , era una
irrisión .
Mas ahora resultaba que él también se iba
por el mismo carril de sus criticados ami
gos. ¿Sería que también su gusto se iba per
EN LAS TIERRAS DEL PUTOSÍ 155

virtiendo? Martín, al pensar en esto, no de


jaba de sentirse avergonzado. Él nunca
habría querido dar tal muestra de flaqueza.
Pero la verdad era que ya miraba con ojos
intereresados á la jovencita Claudina , que
tal era el nombre de la susodicha lavadora .,
Martín había empezado fijándose parte por
parte en la muchacha . Primero llamábanle
la atención sus bien formadas pantorrillas,
que por llevar las polleras cortas, se exhibían
libremente ya cubiertas de largas medias ó
ya desnudas. Después, Martín echó de ver
la cara de la joven , una cara efectivamente
simpática, aunque por lo regular estuviese
empolvada de tierra. Por último, escudriñó
aquel busto soberbio de mujer apenas púber,
y, en total de cuentas, se encontró ante un
conjunto de formas bellas , aunque estuvie .
sen detestablemente vestidas . Pero, aun en
el mismo traje, el gusto de Martín empezó á
modificarse. Las polleras de las cholas, que
tan repulsivas le habían sido en un princi
pio, ya ahora le parecían más pasaderas y
hasta hallaba algunas dispuestas con mucha
gracia, v. gr. en Claudina . De este modo, el
156 JAIME MENDOZA

joven iba cediendo el campo, con escándalo


de sí mismo, pero sin poder remediarlo .
Aquella tarde, Martín paseaba lentamen
te, pasando una y otra vez cerca á Claudina,
cuando le anunciaron que le buscaba un
hombre. Volvióse y vió acercarse á un mu
chacho vestido al modo de los mineros, con
gruesas medias subiéndole hasta las rodillas,
los ppolecos de cuero de cabra en los pies, y
al cuello una bufanda de lana de Vicuña.
Supuso que era alguien que venía en busca
de trabajo. Aproximóse el recién llegado,
hizo un sencillo saludo y le entregó un pa
pel . Martín quedó gratamente impresionado.
Era una carta de Emilio, en la que éste le
invitaba á almorzar en Uncía el domingo
próximo, y al propio tiempo le presentaba
á su amigo Lucas Cruz, un joven « notable
mente talentoso y de pelo en pecho » , Mar
tín consideró con atención al portador del
papel, y se sorprendió de que bajo tan po
bre y descuidada vestidura se ocultase una
« notable inteligencia » , como le decía su
amigo; pero consideró esto como un arran
que hiperbólico de Emilio. Eso sí, halló que
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 157

el recién venido era todo un buen mozo .


Tenía una cara correcta y simpática , aunque
extraordinariamente sucia. Su crecida y ru
bia cabellera le caía en bucles en que esta.
ban enredadas algunas hilachas y pajas. Sus
ojos azules lanzaban reflejos mirando en de
rredor. Martín condújole á su cuarto é hizo
que le sirviesen una taza de té . Conversa.
ron; pero el joven era de tan pocas palabras,
que apenas daba razón á Martín sobre las
diversas cuestiones que se trajeron á cuento .
Luego, Martin, que había supuesto que el
recomendado de su amigo le diría que venía
en busca de trabajo, quedó muy admirado
de no oirle nada al respecto. Comprendió
que quizá se trataba de un muchacho suma
mente tímido, y le preguntó si no buscaba
alguna colocación , y cuando le contestó ne
gativamente, quedó más admirado aún . Po
cos momentos después, se despedían, lle
vando Lucas para Emilio el recado de
Martín , en que éste aceptaba agradecido su
invitación . Martin, viendo alejarse aquelmu
chacho tan simpático y tan pobremente ves.
tido, no pudo menos de sentir cierta impre
158 JAIME MENDOZA

sión de pena y de lástima. Confirmóse en


su idea de que debía ser algún ser exagera
damente tímido, y que aquello de « talen
toso y de pelo en pecho » que dijo Emilio,
no pasaba de ser una broma.
Al día siguiente, muy temprano, se notó
en el ingenio la desaparición de una gruesa
cantidad de barrilla. Los ladrones habían
hecho abundante cosecha por la noche, en
trando á pleni cancha'y substrayendo, de un
gran montón de metal beneficiado que que
daba allí, lo menos una docena de quinta
les . El administrador estaba furioso por esta
pérdida, y despidió al sereno, que no había
sabido vigilar debidamente el ingenio, no
faltando quien dijese que aquél más bien es
taba en connivencia con los ladrones . Y lo
peor era que éstos no habían dejado señal
ninguna para seguirles la pista. Martín es
taba asombrado . Acababa de convencerse
de la facilidad con que se hacían los robos
en Llallagua, y aquello le intrigaba. ¡En
trarse al ingenio sin dejarse sentir, y lle
varse doce quintales de metal como llevarse
una libra, le pareció una obra de arte sor.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 159

prendente! Luego, por un proceso ideológico


muy natural, llegó aá pensar en su visitante
del día anterior. ¿No podría ser que éste se
hallase envuelto en el misterioso robo? ¿No
sería que vino con fines preconcebidos y en
connivencia con Emilio ? Ya sabía Martín á
qué atenerse respecto de la escrupulosidad
de Emilio, Pero, su amigo Emilio sería po.
sible que recurriese á tales procedimientos
y abusase así de la amistad? Aquello le pare
cía monstruoso . Luego pensaba Martín en la
figura y ademanes del enviado de Emilio .
Recordaba su rostro de niño cándido y su
aire reservado é indolente. ¿Cómo pensar
que ese muchacho, que no tenía ni pizca de
la facha de un salteador, anduviese metido
en tales líos? Aquello le parecía inacepta
ble, mas siempre quedaba en su corazón la
sospecha. Para su satisfacción, pronto aban
donó tales presunciones, pues empezó á co
rrer como muy valedera la voz de que los
ladrones eran unos trabajadores que vivían
en las mismas proximidades del ingenio,
con cuyo motivo se comenzaron á hacer
pesquisas por aquel lado.
1
XIV

Mientras así Martín pensaba ganarse hon


radamente, aunque con muchas mortificacio
nes, su modesto sueldo, su amigo Emilio, á
quien hacía como un mes que no veía, se
hallaba entregado á más y mejor en hacer
« soberbias combinaciones » , como él decía .
El dinero se le venía en tal abundancia, que ,
á ser Emilio más previsor y arreglado, se
habría hecho rico muy rápidamente. Había
días en que recibía hasta veinte quintales de
metal de buena ley; de modo que sus des
pachos de Uncía representaban cifras que ,
si hubiesen sido conocidas, habrían causado
justa alarma en los patronos y aun suscitado
un movimiento de envidia en muchos otros
rescatadores.
11
162 JAIME MENDOZA

Mas con la misma facilidad con que entra


ba el dinero en las manos de Emilio , volvía
á salir de ellas . Jamás Emilio sería rico. Su
temperamento derrochador llevábalo á los
mayores extremos, muchas veces hasta á
quedar sin un peso , debiendo entonces acu
dir al crédito, del que aun llegaba a abusar,
puesto que se le concèdía con harta facili
dad. Desde luego, su mayor preocupación
era cumplir con Lucas, dándole todo el di
nero que éste requería, para lo cual no omi
tía esfuerzo ninguno; mas una vez llenada
esta obligación, se entregaba de lleno á su
vida de disipación . Su paso por los hoteles,
las jaranas y diversiones, estaba señalado
por un reguero de plata. Emilio era un asi
duo concurrente de los jolgorios de la plebe.
Veíasele allí barajado con los barreteros ,
los arrieros, las cholas y otras gentes de
baja estofa, gozando de gran partido entre
ellas. Allí mismo también solía hacer mu
chas de sus combinaciones », libando sen.
das copas de chicha y de licor y emborra
chándose y haciendo emborrachar a los
demás. Y claro es que, con tal sistema, fa
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 163

vorecía sus planes y sé aseguraba éxitos. Él


tenía ciertas máximas que solía inculcar á
otros. « Hay que mezclarse con los trabaja
dores -les decía ;—hay que estudiarlos y
tratarlos según son ellos. Hay que beber con
ellos; hay que favorecer áa los que están mal,
sin descuidarse tampoco de repartir de cuan .
do en cuando algunos puñetazos . Y así era
como obraba. Familiarizábase con los cholos
y aun los indios. Tenía un regimiento de
compadres. Estimulaba á los tímidos y por
catos; ayudaba a los necesitados; libraba á
los tramposos; se alcoholizaba, bailaba, can
taba, reía y lloraba con los borrachos. Y
cuando llegaba el caso, iniciaba formidables
sesiones de box, de las que pocas veces sa
lía con chichones, pues, por lo general, le
respetaban.
Y á este paso se despertaban nuevas am
biciones en Emilio . Ya que le iba tan bien
en sus negocios, quería magnificarlos toda
vía más . Forjaba planes más o menos inge
niosos, algunos de los cuales no dejaban
de tener cierta originalidad . Quería hacer
una especie de sindicato con ramificaciones
164 JAIME MENDOZA

en todas las minas, disponiendo de los mis


mos empleados de ellas. « Con un poco de
plata y de maña... » , se decía en sus aden
tros . Una vez insinuó ante Lucas el siguiente
plan: La policía de Llallagua debía perte
necerles. ¿Por qué no? Si la Compañía pa
gaba á los serenos noventa ó cien pesos,
¿por qué no pagarles el doble ó el triple por
mes? Pero Lucas, siempre reservado é indi
ferente, no se entusiasmo. Quizá encontraba
ocioso este plan . ¿Por qué pagar á los sere
nos de la Compañía ese sobresueldo, cuando
sin necesidad de eso dejaban sacar todo el
metal que se quería?
B
XV

Llegado el domingo de la invitación, que


era día de pago y de descanso, Martín em
prendió el camino de Uncía. No tenía un
animal para hacer en él los seis kilómetros
que habían hasta allí, y debió ir á pie, lo
cual le fatigó mucho. Pero quedó bien com
pensado con la magnífica recepción que le
hizo su amigo . Después de un mes de tra
bajo y de retraimiento, Martín estaba de .
seoso de alguna expansión; de manera que
se sentía contento aquel día. Causóle buena
impresión ver que én Uncía estaba Emilio
de bien distinto modo de como lo hallara
en Llallagua. Ocupaba una casa espaciosa ,
con buen menaje y ciertas comodidades
166 JAIME MENDOZA

que denunciaban bien claro su feliz situa


ción.
Grande fué la sorpresa de Martín cuando ,
á poco de hallarse en el cuarto al que le
condujera su amigo, entró allí una chola,
llevando un niño en brazos, de quien le dijo
Emilio :
-Mi mujer... mi hijito.
Luego conoció también otros dos chicos,
hijos de Emilio, el mayor de los cuales
apenas debía contar cuatro años. Eran un
par de bebés, de mejillas regordetas y co
loradas, bulliciosos y horriblemente travie.
SOS .

-Ya .verás que no me he descuidado ...


Y tú ¡no tienes todavía una mujercita?
Martín sonrió mientras Emilio se exten
dió en largas consideraciones sobre la nece
sidad de contar, en lugares como las minas,
con una compañera que le atienda á uno
debidamente, que le arregle la ropa, que le
sirva bien condimentados platos y le tienda
la cama .
-Por ahora , tú estás todavía huraño
añadía; - pero al fin caerás. Es imprescindi .
-
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 167

ble. La mujer es tan necesaria, que eso lo


reconocen los mismos monjes . Estoy seguro
que no tardarás en echarle el ojo á una ...
Martín pensaba en Claudina, y encon
traba que Emilio tenía razón .
Preparóse koktail. Mientras bebían , su
charla se hacía más animada . Martín se reía
de buena gana ante las ocurrencias de Emi
lio. Lleno de buen humor después de aquel
tiempo de continuas molestias, se entregaba
al gozo, y hasta menudeaba en los sorbos
del aperitivo, haciendo a un lado su parque
dad ordinaria. Seguramente aquel era el
primer día alegre que pasaba en las minas.
-¿Y qué te pareció mi recomendado del
otro día?-preguntó Emilio.
Martín contestó que le parecía un joven
simpático, pero demasiado tímido, y que no
le pudo notar el « notable talento , á que se
refiriera Emilio .
Luego, el recuerdo de Lucas trajo á Mar
tín el del robo de la noche inmediata , y se
lo contó á Emilio . Éste se rió á carcajadas
y exclamó :
-¡Ah pícaro! Con razón me pidió la
168 JAIME MENDOZA

carta de presentación ... Tenía, sin duda, su


plan ... ¡Ah pícaro! ... ¡Y decir que no tiene
talento !
Martín, considerando que las palabras de
Emilio eran simples bromas, se apresuró á
cortarle, diciendo:
-Ya se sabe que los ladrones del metal
son unos trabajadores que viven cerca del
mismo ingenio; así es que tu Lucas no ha
tenido el honor de ser el autor de esta fe
choría .
-Justamente, Lucas vive con una familia
de trabajadores cerca del ingenio. Él es.
¡ Con razón el otro día me entregó doce
quintales de riquísima barrilla!
Pero Martín no se daba por vencido.
Para seguir la broma exclamó :
-Entonces no me queda más que de
nunciar á Lucas .
-Sería inútil. ¿Cómo podrías probar que
él es el ladrón? Supongo que no irías á avi
sar lo que te voy diciendo en el seno de la
confianza .
Martín empezaba a decirse á sí mismo :
-¿Será posible?
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 169

Emilio prosiguió con cinismo:


-Has de saber, querido, que este Lucas
es el principal de mis proveedores de me
tal ; pero si tú dijeses algo de él , aun pre
sentando pruebas, no sólo á él le perjudica
rías, sino también á mí, lo que no se puede
esperar de tu lealtad .
Martín continuaba diciéndose :
-¿Será posible!
Luego Emilio empezó á contar á Martín
lo que era Lucas . Martín habría preferido
no oir cosas que se veía obligado á callar;
mas como era el mismo amigo que le hala
gaba quien le hablaba de esas cosas, no
tuvo más que oirlas. Fué así como supo
Martín que Lucas era un muchacho sin par,
que hacía conducir á Uncía cargamentos de
metal, que no temía á los hombres ni á los
elementos, que ganaba valientes cantidades
de dinero, que lo gastaba todo en los mise
rables, que era el ídolo de los mineros...
La llegada de dos nuevos invitados inte
rrumpió á Emilio
Eran un comerciante, probablemente ita
liano, que usaba con mucha frecuencia de
170 JAIME MENDOZA

la sílaba ma en su charla, y el otro un vie


jecito delgado, chico, arrugado y de apa
riencia simiesca .
Llamaron á almorzar; pero antes hubo
que beber otra ronda de koktail. Los recién
llegados abrazaron á la chola, mujer de
Emilio, que cumplía años, y obligaron á
hacer lo propio á Martín .
Almorzaban alegremente .
Emilio exclamó, dirigiéndose al comer
ciante :
-¿Y qué tal, D. Gregorio, con el nego
cio?

- Ma... yo no sé lo que pasa. Ya no se


vende , ma...
-Pero, en cambio, comprará usted mu
cho metal .
-Ma... no ... Con la morte del otro día,
ya no vene casi nadie... įE qué lo vamos á
hacer?
Efectivamente, en aquellos días los sere
nos de una de las minas habían muerto de
un balazo á un hombre que se llevaba un
poco de metal.
-El nuevo subprefecto - dijo el viejecito
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 171

-ha declarado, como uno de los puntos


principales de su programa, que comba
tirá el rescate hasta extirparlo por com
pleto.
-Iluso! Seguro que eso dirá por el in
flujo de las empresas; pero no es hombre
de realizar tal cosa . ¿Cómo podría impedir
el rescate, si él está autorizado por las leyes
del país ?
-Es que ciertos subprefectos suelen pa
sar por encima de las leyes -- añadió, ha
ciendo ji, ji, ji, el viejo.
-Se conoce que usted lo hacía así.
-Cuando yo fui subprefecto en Lipes,
siempre subordiné mis actos á la ley. Por
eso estoy en este estado .
-No, suegro : usted está así por su afi
ción a las copitas.
El viejo, sin darse por ofendido, volvió á
hacer ji, ji. El comerciante habló:
-Ma, yo tambén he sido l'otro día con el
siñore subprefeto é le oi hablar...
-¿Sobre el rescate ?
-Ma, no. Habló contra de su antece
sore; é decia que no halló, ma, nada en la
172 JAIME MENDOZA

ofichina, ni archivo , ni libro de copias, ni


prensa ...
-Lo de siempre: así hablan todos los
subprefectos. Han de ver ustedes que cuan
do venga otro subprefecto ha de decir lo
mismo de éste, que no ha hallado nada, ni
archivo, ni libros, ni diablos. Supongo,
suegro, que á usted le pasó esto mismo
cuando fué autoridad.
-En Lipes, yo no hallé más que una
mesa vieja, como único mueble, en la sub
prefectura. Y como era un trasto tan mise
rable, al retirarme me dió vergüenza de
jarlo...
—¿Y se lo llevó usted?
-No . La regalé á D.a Leandra, á quien
debía unos pesos.
Martín , ya algo mareado con el vino que
se bebía en abundancia en el almuerzo, mi
raba con repugnancia al vejete, que le pa
recía muy cínico, y al comerciante, cuyas
grandes mandíbulas devoraban los platos.
Los chiquillos hacían un ruido infernal en
la pieza contigua. La chola Mariana apare
cía con frecuencia ayudando a servir al cria
EN LAS TIERRAS DEL POTOSI 173

do, un cchuta , cuyos calzones partidos lla


maban también la atención de Martín .
El comerciante habló :
-Ma, įsaben ustedes la noticia de Llalla
gua? Dice que el gerente se va en Chile, é
dice que no será más aquí, ma, que vene
un otro .

-¡Hola!
-E dice que se suspenden los contratos .
-Bueno; pero ya es tarde. La mina está
destrozada .
-Ma, dice que en Santiago los directore
son peleado, é no son contentos de la pro
ducción; ma, quieren molto más, é que van
á hacer novos trabajos.
-Seguro. Los chilenos son valientes y
fecundos en iniciativas. No faltará quien
desde Santiago, en vista de cualquier pla
no, indique la conveniencia de abrir, por
ejemplo, un socavón, desde Catavi á las mi
nas, para facilitar la explotación .
El viejo hizo ji... ji... ji.
Emilio siguió :
-La verdad: en Chile hay gentes fantás.
ticas que todo lo facilitan. No sospechan lo
17.4 JAIME MENDOZA

que es Llallagua. Se han formado tai idea


de su riqueza, sin fijarse en las dificultades.
Pero, ya pronto abrirán los ojos. Y, sobre
todo, cuando haya que sacar la plata para
corregir los desaguisados , ya me figuro lą
cara que pondrán . Las minas no pueden es
tar peor trabajadas. Son una atrocidad, un
absurdo . Solamente los contratistas impor
tan á la Compañía una pérdida ante la cual
deberían ponerse á llorar los accionistas, y
sobre todo los directores .

Después del almuerzo, llevó Emilio á


Martín á pasear por el pueblo . Uncía hizo
á éste la impresión de un pueblo muy jara
nero y alegre. Por todas partes flameaban
pañuelitos multicolores, izados de largos
palos acomodados en las puertas . Las juer
gas se sucedían sin interrupción en calles ·
enteras . Oíase el rumor de armoniums, gui
tarras, bandurrias y charangas, acompaña
dos de cantos, zapateados y jaleos.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 175

Cuando llegaron a la plaza, había allí un


hervidero de gente, sobre todo de indios.
Se celebraba la fiesta de San Miguel , y los
indios, conforme á una costumbre tradicio
nal, hacían ejercicios de pugilato. En medio
de la multitud se había formado un claro, á
manera de liza, y allí avanzaba el indio que
quería pelear, inclinando el tronco, irguien
do la cabeza, adelantando la quijada y mi
rando al frente en actitud de desafío , al
modo de un gallo. En seguida, venía otro
indio haciendo los mismos gestos, y enton
ces se daban de puñetazos con las manos
forradas de rebotados guantes, bajo la vigi
lancia de un juez, quien , después de un mo
mento , los separaba para que se continuase
la misma 'operación con otros.
Entre los concurrentes que presenciaban
estos ejercicios, Emilio reparó en Lucas, y
lo llamó .
Lucas llevaba un traje muy distinto de
aquel con que Martín lo conoció. Estaba
enfundado en un saco y un pantalón que,
por serle sobradamente grandes, no le ve
nían bien . Un sombrero alón caíale á un lado
176 JAIME MENDOZA

sombreándole la pálida tez. Llevaba al cue


llo un pañuelo de seda verde . Su cara la
vada dejaba ver distintamente sus facciones
juveniles y correctas .
-¿Qué ropa de gigante te has ido á po
ner?-exclamó Emilio riendo .
Lucas explicó que el sastre le había he
cho aquella ropa, sobre la medida de uno
de sus compañeros (de Lucas), que era más
alto y gordo que él.
-¡Vaya un sistema de mandarse hacer
ropa!
Lucas explicó que no teniendo el tiempo
para encontrar al sastre, había tenido que
obrar así,

Martín , aunque divertido con esta ocu


rrencia, que acusaba claramente el descuido
de Lucas en materia de indumentaria, no
dejaba de sentir cierta prevención contra él
después de su conversación de antes del
almuerzo con Emilio. Éste, que lo advirtió ,
insinuó á Martín que no tratase mal á Lucas.
Lucas, por su parte, no parecía notar el
rencor con que le miraba Martín , y se en
tretenía en ver la pelea de indios. Ellos con
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 177

tinuaban en su ejercicio con una regularidad


imperturbable . Por lo general , salían ilesos,
y sólo de cuando en cuando había derrama
miento de sangre .
- Atención ! ¡aquella otra sí que es pelea!
-exclamó Emilio señalando un punto pró
ximo .

Volviéronse Martín yy Lucas , y vieron dos


mujeres que reñían desaforadamente . Colo
cadas como á treinta metros una de otra, se
enjaretaban los denuestos más expresivos y
gesticulaban y braceaban sin descanso. De
lejos, los dedos de sus manos, que se abrían
y cerraban grotescamente, parecían patas
de arañas gigantescas .
-Acerquémonos para oir mejor - dijo
Emilio;—á mí me encantan estas cosas.
Se acercaron . Cada una de las disputan
tes caminaba algunos pasos alejándose de
la otra; luego se detenía, revolvíase á su ad
versaria, tornaba á levantar los brazos y le
lanzaba nuevas tiradas de frases pintorescas.
Otras veces volvían á aproximarse algunos
pasos, pero luego seguían alejándose. Con
frecuencia, se remangaban las polleras y de
12
A
178 JAIME MENDOZ

jaban ver lo que no puede nombrarse. Una


de ellas estaba ya ronca, y su voz ya no pa
recía más que una serie de sonidos inarticu
lados. En cambio, la otra soltaba sus cláu
sulas seguida y pomposamente con voz
amplia y vibrante, que resonaba como un
clarín. Las palabras fluían de su boca sin
interrupción , acompañadas de una mímica
inenarrable . Esta triunfaba. Pronto estuvie
ron á más de una cuadra una de otra. La
ronca ya no emitía sino una especie de be
rrido, como un cerdo que están matando.
La voz de la otra se oia, desde la distancia,
siempre clara, como si estuviese fresca, for
mando rosarios de dicterios que venían á
caer sobre su contrincante como un diluvio
de piedras .
-¡Qué mujer más guapa !-dijo Emilio
entusiasmado .-¿Qué orador, el más resis
tente, podría competir con ella? Cuando es
tas mujeres llegan a las cimas de la elocuen
cia, aunque sea una elocuencia cochina, no
tienen comparación .
De regreso á su casa, Emilio, que estaba
de magnífico humor, obsequio á Martín y
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 179

Lucas con un abundante lunch, seguido de


una interminable sucesión de vasos de cer
veza, bajo cuya influencia Martín se sentía
cada vez más mareado. Emilio trabajaba
para que Martín hiciese las paces con Lu
cas . Pero Martín , á medida de hallarse más
borracho , sentíase también más resentido
contra el joven, y aun llegó á decirle tal
cụal frase agresiva. Lucas, por su parte , ha
cía demostraciones inequívocas de estima
ción por Martín , sin parecer que tomase á
lo serio la animadversión de que era objeto .
Emilio le había dicho reiteradamente que
había que dispensar á Martín en atención á
su estado, y Lucas obraba en consecuencia .
Además, Emilio, así como anteriormente
había hecho ante Martín la apología de Lu
cas, había hecho también ante éste la de
aquél, y Lucas ya sabía que Martín era un
« intelectual » , un muchacho bueno , aunque
muy escrupuloso; en suma, una « gran cosa » .
Sobre todo, aquello de « intelectual » parecía
gustar mucho á Lucas. No parecía sino que
se figuraba que ser intelectual es ser un
hombre superior al común de los mortales.
180 JAIME MENDOZA

Después del lunch , Martín estaba tan em


briagado, que fué necesario hacerlo recos
tar en la cama de Emilio para que se recu.
perase .
Al anochecer se despertó sobresaltado.
Le habían pasado algo los humos de la bo
rrachera, y habló de irse. Sentíase bajo la
obsesión de regresar a Llallagua, donde, al
día siguiente, debía estar en su puesto desde
las seis de la mañana. Inútilmente trató
Emilio de disuadirle de su empeño. Martín
no cejaba, y en vista de su porfía, no hubo
más remedio que convenir en su regreso .
Entonces buscóse un animal; pero como no
se consiguió, había que hacer nueva ca
minata á pie. Luego era también necesario
que Martín llevase un compañero, dado que
siendo de noche le era fácil extraviarse . Tal
compañero se presentó al punto.
Era Lucas .
Aquí nuevas dificultades y discusiones.
Martin trataba de excusarse de la compañía
de Lucas, que quizá, en sus adentros, la con
ceptuaba peligrosa. Con frases corteses agra
deció por la molestia que Lucas quería to
EN LAS TIERRAS DEL PUTOSÍ 181

marse, pero insinuó que se le diese otro


guía . No parecía sino que abrigaba el recelo
de ser víctima de alguna jugada terrible.
Pero Emilio supo disuadirle de sus temores
y le persuadió que de lo único que se trataba
era de que no se perdiese en el camino, toda
vez que Martín era novicio en tales andan
ząs. Dijole, además, que viviendo Lucas,
como vivía, en Llallagua, regresaba tam
bién allí, y no haría otra cosa que llevarle
por su mismo camino y dejarle, al pasar, en
Cancañiri .
Fuéronse, pues, juntos Martín y Lucas.
Y en verdad que éste supo conducir á su
compañero con el mayor comedimiento y
decisión . Agarrado de una linterna, iba por
delante, paso á paso, indicando á Martín las
piedras en que podía tropezar, los saltos ó
las aguadas del camino .
No hablaban casi nada . Lucas, encerrado
dentro de su reserva ordinaria, quizá pen,
saba en aquellos momentos que tenía el ho.
nor de acompañar á un « intelectual » . Y, por
su parte, el intelectual, que en otras condi
ciones habría querido platicar largamente,
182 JAIME MENDOZA

permanecía ahora muy parco de palabras y


quizá se decía á sí mismo:
-Heme aquí conducido por un bribón .
Por rara coincidencia, el viento no zum
baba como de costumbre . Parecía muerto,
Y Martín, ya tan familiarizado con él, se ad
miraba ahora de la ausencia del más cons
tante y feroz morador de aquellos lugares.
De cuando en cuando se encontraban con
bestias y frajinantes que regresaban de Lla
llagua á Uncía.
A ratos se paraban á descansar, atrave
sando, á lo más, una que otra frase breve y
obligada. Luego seguían caminando lenta
mente. La negra silueta de Lucas, con su
gran sombrero caído a un lado, se destacaba
por delante de Martín. Y Martín, mirándola
y pensando en el aire apacible de aquel mu
chacho, en su comedimiento y en sus mane
ras sencillas y benévolas, se sorprendía de
que fuese el hombre terrible y lleno de som
brías aventuras de que le había hablado
Emilio. Bien era verdad que él seguía cre
yendo que en las referencias de su amigo
debía haber mucha exageración .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 183

Cuando ya estaban cerca de Llallagua,


tuvieron los caminantes que hacerse á un
lado del camino para no ser atropellados
por dos jinetes que venían á galope desafo .
rado. Debían ser dos borrachos guapetones
á juzgar por el modo altisonante y fanfarrón
con que se hablaban .
-¡Alto!-gritó uno de ellos al distinguir
á los jóvenes .
Martín se detuvo; pero Lucas, que no
hubo notado esto, siguió andando .
-¡Altol -volvió á gritar con voz tonante
el caballero .
Y, de seguida, se lanzó sobre Lucas tra
tando de atropellarle.
-¿Y por qué me quiere usted hacer pa
rar?-exclamó Lucas.
-Porque me da la gana ... porque soy
más hombre que usted ...
Y seguía estimulando á su caballo sudo
roso, que se encabritaba , bufando, ante Lu
cas .

Entonces Martín vió algo extraordinario .


Vió que Lucas dejó su linterna sobre el
suelo, y saltando con la agilidad de un tigre
184 JAIME MENDOZA

sobre su ofensor, lo cogió por el cuerpo y


lo derribó del caballo , pisoteándolo después
con tal ferocidad, que el caído se puso á pe
dir perdón á voz en cuello. Lucas le dió un
último puntapie уy le dijo:
-Ahora, si es usted tan hombre, vaya á
tomar su caballo .
Y volviéndose á Martín , le insinuó á se
guir caminando, al propio tiempo que le
hacía notar cómo el otro caballero había
huído a las primeras de cambio.
Lucas sonreía y se felicitaba de que su
linterna no se hubiese roto durante la re
friega. A su tenue luz vió Martín que una
de las manos de Lucas enrojecía.
-¿Se ha hecho usted alguna avería?- le
dijo.
Lucas reparó entonces en su mano, des
cubriendo en ella un rasguño del que había
trasudado un poco de sangre . Pasóse con su

saliva y se apretó con su pañuelo . Martin se


acordó de los animales que se lamen sus
heridas .
Media hora después, llegaban , sin más
novedad, al ingenio de Cancañiri , ante cuyas
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 185

puertas se despidieron. Lucas continuaba su


camino hacia las minas, y Martín pasó á
su cuarto á acostarse, pensando en que, efec
tivamente, Lucas era un hombre de « pelo en
pecho » .
XVI

Lucas, después de separarse de Martin ,


apagó su linterna y continuó la ascensión
del cerro en dirección de su casa. Aunque
la obscuridad era grande, el joven, ya fami
liarizado con aquellos sitios, caminaba sin
dificultad ninguna . Las luces dispersas de los
ranchos de los trabajadores brillaban en el
cerro como estrellas derramadas en un cielo
negro. Sentíase salir de ellos un rumor con
tinuo de voces, músicas yy juergas. Como de
costumbre, después de un día de pago rei-.
naba entre los mineros una gran animación.
Los trabajadores que no habían quedado en
las tabernas de Llallagua se emborrachaban
en sus propias casas. Lucas parábase á mo
188 JAIME MENDOZA

mentos y oía los rasgueos de charangas y


los chillidos de acordeones que salían de los
ranchos próximos al camino . A ratos se en
contraba con grupos de hombres y mujeres
borrachos, que caminaban tropezando y ca
yendo, agarrados de botellas y promoviendo
una algazara loca. Por un gran rato le entre
tuvo el rumor de una lejana disputa . Sona.
ron voces masculinas en son de desafío;
hubo tres o cuatro portazos estrepitosos, á
los que se sucedieron una serië de golpes
secos é irregulares que debían ser de puñe,
tazos. Luego se sintió distintamente la caída
de una masa pesada. Los golpes seguían,
hasta que algunas voces de mujeres empe
zaron á chillar pidiendo socorro y diciendo
en: quichua: « Ya lo está matando » . Entonces -

aumentó á tal punto el vocerío y los aulli.


1
dos femeniles, que ya Lucas se proponía ir
hacia el teatro del combate; pero pronto se
fué amainando la borrasca , los gritos se apa.
garon y ya no se oyó sino el rumoreo de los
demás ranchos. 1

1
1
Tales escenas se repetían en Llallagua to.
das las quincenas, Los obreros, después del
EN LAS TJERRAS DEL POTOSÍ 189

pago de sus salarios, se entregaban á su úni .


ca distracción : el alcoholismo. Muchos, en
pocas horas gastaban lo que habían ganado
en largos días de un trabajo lleno de difi
cultades y riesgos. Las chicherías, las can
tinas y todos los puestos de venta de bebi.
das alcohólicas se multiplicaban en una
proporción espantosa : cada casucha era
una taberna, cada hombre un bebedor.
Y lo más triste era que tales juergas no
se limitaban al día del pago . Prolongábanse
tres, cuatro ó más días, acarreando, con tal
motivo, las consiguientes irregularidades en
el trabajo, la desorganización y la miseria
en las familias.
Lucas llegó por fin á su casa, ó más exac
tamente, á la casa del minero Pedro Melga
rejo, en la que hacía algún tiempo vivía .
Allí también había diversión . En la puerta
se veía un brasero del que se desprendía un
fuerte olor de ltolas (1) que ardían crepitando
y dando mucho humo. Entre ellas estaba
una olla con agua hirviente para preparar

( 1 ) Planta .
190 JAIME MENDOZA

lo que llamaban el ponche ( 1 ). Del interior de


la estrecha estancia se desprendía un aire ca.
lido y saturado de emanaciones mal olientes.
Lucas no hizo caso de tal cosa y entró .
-El niño, el niño - exclamaron , al verlo ,
todos los circunstantes .
Y á poco,, Lucas conversaba y bebía
con ellos. Hiciéronle sentar entre un grupo
de gentes que estaban apiñadas en torno de
una cama que , como era de costumbre
en tales casas , constituía el único asiento .
Un hombre cantaba con voz ronca al com
pás de un charango tocado con las uñas .
Otro le acompañaba haciendo visajes; y
aun algunas mujeres mezclaban á momen
tos sus voces chillonas á aquel desgraciado
concierto . Todos estaban embriagados y se
divertían á su modo . El minero Melgarejo,
rodeado , en un rincón , de otros obreros, con
versaba con gran ardimiento, en una mezcla
de castellano y de quichua curiosísima. Su
mujer, una vieja corpulenta , con la pollera
alta por detrás y baja por delante, se des

( 1 ) Agua de té con licor.


EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 191

ataba á gritos en improperios contra la


mujer del corregidor de Llallagua. Su hija
Presentación , á quien llamaban Presenta ,
bailaba con un minero que agitaba con en .
tusiasmo un pañuelito blanco orlado de
rojo. Dos viejos recordaban pasadas épocas
en que decían que los hombres eran mejo
res . Algunos lloraban. Una sola persona allí
presente parecía extraña á la animación ge
neral. Era un arriero, probablemente un in
dio, de anguloso rostro y de piernas larguí
simas, que estaba sentado en un rincón
mirando con aire flemático la juerga y re
cogiendo á cada momento sus desnudas
piernas para dar espacio a los que bailaban .
Con frecuencia éstos le pisaban , y él ni aun
daba muestras de dolor. Tenía entre sus ma
nos una cchuspa ( 1 ) de la que sacaba hojas
de coca y pedazos de lliptta (2) que no de .
jaba de mascar. Alguien que se acordaba
de él le pasaba una copita de licor, que reci.
bía agradeciendo con voz humilde, y se la

( 1) Bolsa para guardar la coca .


(2) Pasta alcalina para mascarla con la coca.
192 JAIME MENDOZA

bebía de un sorbo. A momentos, por su in


movilidad parecía una momia .
La jarana acrecía. Presentación, la que
rida de Lucas, obligábale á beber continuos
tragos de un migani que ella encontraba
muy rico. Haciale arrumacos, y cuando Lu ,
cas se negaba á beber, mostrábale muecas de
reproche. Halagábale . Pero le halagaba con
torpeza, pues llegaba hasta á darle fuertes
bofetones en la cara .
Presentación era una linda moza de for
mas exuberantes, más alta que Lucas.
Pronto, Lucas pareció aburrirse de la ja
rana. Mientras bailaba Presentación , salióse
afuera y se dirigió á una casa vecina donde
quería ver á un minero muy amigo suyo
llamado Angel Robles, que estaba mal en
fermo. Allá le aguardaba un cuadro muy
distinto. Robles se hallaba en estado muy
grave. Tenía fiebre tifoidea, y aun cuando
el médico hubo afirmado por la mañana
que le encontraba en situación favorable ,
desde por la tarde se había puesto tan mal ,
que ya los vecinos y la familia creían que
se iba a morir. Tirado en un rincón, sobre
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 193

algunos cueros asquerosos, y tapado con


mantas manchadas con sus deyecciones,
ofrecía un cuadro horripilante de mise ria .
Respiraba agitadamente y tenía la tenden
cia continua de abrir la boca, cuyo fondo
repugnante se veía cubierto de flemas pe
gajosas y obscuras. Una mujer de faz casi
tan patibularia como el mismo enfermo, le
cuidaba con gran paciencia; haciale beber
unas cucharadas que echaba de una botella
sucia, y á momentos , cuando el enfermo se
sentía muy fatigado, le ayudaba á incorpo
rarse, y sentándose detrás de él , lo sostenía
apoyada á su pecho. Cuatro ó cinco criatu
ras de las que la mayor debía tener unos
seis años, dormían en redor del enfermo,
desparramadas en el suelo. Sus respiracio
nes suaves y tranquilas contrastaban viva
mente con la del enfermo, de cuyo pecho
salía un estertor frecuente é intenso que se
oía hasta fuera. Un cabo de vela de sebo
alumbraba este cuadro . '
4
Lucas habló, al entrar, con la mujer, y
luego con el enfermo. Éste se hallaba cons
ciente, pero apenas podía expresarse con
13
194 JAIME MENDOZA

voz ahogada que parecía venir de lejos.


Dijo que le atormentaba la sed . Pedía agua
á cada momento, y su mujer dábale de be
ber á sorbos un líquido negruzco que dijo
ser una infusión de hierbas indígenas. Es
taba enterado del peligro que corría, y aque
llo debía martirizarlo atrozmente . Cuando
se sentaba, apoyada la espalda en su mu
jer, lo que más resaltaba en su cara enfla
quecida eran sus ojos, dos ojos brillantes y
tristes que se fijaban en los muros negros
del cuarto y sobre los niños tendidos en
torno, que dormían apaciblemente. Quizá
por la mente de aquel hombre próximo á
eclipsarse pasaba una visión terrible: no la
visión de la muerte, sino de aquella vida
miserable que iba legando a sus hijos.
Los rumores de la juerga de la casa e

cina se oían distintamente en la del enfermo.


Los cantares báquicos, el ruido que hacían
las plantas de los bailarines zapateando es
trepitosamente sobre el suelo, los gritos, las
carcajadas y lloros resonaban de un modo
encarnizado . Aquello formaba una ironia
brutal .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 195

De pronto se sintió el rumor de una dis


puta, y Lucas salió á ver lo que pasaba.
Era el minero Juan Coca, que pegaba cruel
mente a su mujer, mientras un grupo de los
demás borrachos trataba de contenerle . Lo
que pasaba era lo siguiente: Poco después
de salir Lucas de la casa de la jarana, había
también salido la mujer de Juan Coca, y de
puro borracha, se había quedado dormida
afuera junto á un chiquero. Ahora bien,
como Coca notase la desaparición simultá
nea de su mujer y de Lucas, había entrado
en celos, y encontrando a su mujer en la
forma ya indicada, emprendió á golpes con
ella con un encono feroz. Cuando Lucas se
acercó, estuvo también á punto de ser aco
metido por Coca, que no cesaba de lanzar
denuestos torpes contra su mujer, atribu
yéndola cosas que estaban muy lejos de
suceder.
-¿Cómo te figuras - decía Melgarejo al
enfurecido Coca - que el niño sea capaz de
hacer lo que dices?
Pero Coca no se daba por convencido, y
después de los golpes dados á su mujer,
196 JAIME MENDOZA

lanzó sobre Lucas procaces calificativos,


diciéndole que era un malentretenido, un
ladrón que no se ocupaba más que de andar
por los cerros robando .
Melgarejo se enojó á su vez, y concluyó
diciendo á Coca :
-Y tú ¿quién eres? ¿Acaso tú también
no robas?
Agregáronse las voces de la mujer de
Melgarejo y de Presentación, que hicieron
llover sobre Coca una manga de dicterios.
Por su parte, la mujer de Coca, á pesar
de hallarse tan apaleada, salió en defensa de
éste, y contestó con otra manga , al oir lo
cual , Melgarejo le dijo que se callase y que
por defenderla de los golpes de Coca se
había producido el alboroto; pero la mujer
respondió con descaro :
-Hace bien de pegarme; es mi hombre,
Con lo que la algarabía llegó aá su colmo .
Todos se descubrían sus flaquezas, publica.
ban sus secretos, se llamaban ladrones y se
atribuían delitos de toda calidad .
Lucas, á quien ya no hacían gran mella
estas cosas, pues ya estaba habituado á
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 197

ellas, vió con sorpresa que el único que no


había tomado parte ninguna en la disputa ,
ni aun como mediador, era el arriero , que
continuaba siempre sentado en su anterior
posición , con la cchuspa en las manos, la
coca en la boca y con un aire de paciencia
inexpresable. Aquel hombre extraordinario,
que no se movía para nada, que ni se di
vertía, ni bailaba, ni dormía, ni se retiraba,
tenía muy intrigado á Lucas.
Amanecía. Con el retiro de Coca se calmó
el tole- tole, y la jarana recobró su anterior
aspecto. Las tazas de té con licor circularon
nuevamente de mano en mano, despren
diendo vapores fuertes que saturaban la
atmósfera del cuarto. El charango continuo
resonando monótona, pero animosamente .
Los bailes se sucedían sin interrupción. El
suelo, fuertemente golpeado por los pies de
los que danzaban sobre él , desprendía olea
das de polvo que sofocaban . Los que no
bailaban , cantaban en coros lastimosamente
desentonados . Una mujer vieja había que
dado tan borracha, que dormía sentada so
bre la cama, teniendo medio levantado uno
198 JAIME MENDOZA

de sus brazos, que oprimía por la oreja una


taza con restos de té. Parecía momificada.
Lucas cabeceaba sobre uno de los hombros
de Presentación . Melgarejo y su mujer se:
guían desgañitándose en improperios contra
Coca. Y el arriero continuaba en su misma
actitud con una tenacidad increíble.
Y mientras tanto, en la casa vecina un
hombre agonizaba rodeado de sus dormidos
hijos.
*
XVII

La fiesta del día anterior tuvo para la


salud de Martín malas consecuencias . Su
organismo, no acostumbrado á excesos al
cohólicos, se resintió fuertemente. Ni aun
pudo ir á su puesto á las seis de la mañana ,
como de costumbre, y tuvo que permanecer
en el lecho. Sobreviniéronle vómitos y un
fuerte dolor de cabeza . Sus,manos le tem .
blaban y le dolían las articulaciones . Sen
tíase , además, en tal grado de obtusión
cerebral, que apenas coordinaba sus ideas ,
al propio tiempo que un gran remordimiento
le agobiaba. Todo esto le pareció de suma
gravedad. Creyó que se iba a morir.
El administrador, viéndolo en tal situa
200 JAIME MENDOZA

ción , juzgó necesario llamar al médico, y


Martín acogió de buen grado tal cosa . Ha
bía oído hablar á varias personas del mé
dico como de un « gran doctor » . Sobre todo,
Emilio, que era muy amigo de éste, le había
hecho á Martín tales referencias, que al
verse ahora en tan angustiosa situación , vió
en el médico un salvador.
Efectivamente, a la hora en que pasaba
cerca á Cancañiri , dirigiéndose á las minas,
fué el médico llamado con urgencia para
ver á Martín . 1

Éste vió entrar á su cuarto un joven de


pequeña estatura y de facha poco grata ,
que apenas le hizo un examen superficial,
y dijo que aquello no tenía importancia ,
limitándose á recetarle un poco de café
1
amargo con sal común y amoníaco, para
que vomitase.
-He vomitado ya muchísimo, doctor
dijo Martín .
-Debe usted vomitar algo más... Ha
tomado usted muchas copas?
Martin negó haber bebido con exagera
ción .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 200

El doctor no dijo más, y se marchó con


la misma presteza con que hubo entrado..
Martín se quedó turulato. ¿ Era aquel el
doctor de cuya solicitud y bondad con los
enfermos se le había hablado tanto? Pues á
Martín sólo le hizo la impresión de un joven
indiferente y aun burlón, porque apenas hizo
otra cosa que tomarle, como de paso , el pul
so, mirarle á la cara con aire de mofa, darle
una receta cualquiera é irse sobre la marcha .
Penso Martín que el doctor no le había
hecho ningún caso, y que, sin examinarle
debidamente, le dió una receta inapropiada,
la que, por lo mismo, no sería prudente to
marla. Pero el administrador, que declaró
tener « fe ciega » en el médico, y que ya ha
bía hecho preparar la bebida indicada, acon
sejó á Martín seguir estrictamente lo dicho
por aquél ; de modo que el joven no tuvo
más remedio que trasegar á su estómago el
horrible brebaje, con el que los vómitos se
le aumentaron de un modo tal , que le pare
ció que se le iba la vida .
202 JAIME MENDOZA

Pero dejemos á Martín en esta situación


y sigamos al médico que lo trató con tan
poco miramiento .
Aquella misma mañana se había produ
cido en las minas un trágico suceso por una
explosión de dinamita. Había dos averiados,
á los que iba a ver el médico. Tales averías
eran muy frecuentes en Llallagua, sobre
todo en los días subsiguientes al de pago, en
que la gente, en su mayor parte, estaba em
briagada. Los mineros manejaban la dina
mita con la cachaza que les era habitual. 5

Muchos se ponían los tubos entre los dien


tes ó los hacían reventar en las manos.
Cualquier diversión estaba acompañada de
dinamitazos. De aquí frecuentes desgracias:
manos voladas, hombres horriblemente mu
tilados, muertes lastimosas. Luego, en el 1

trabajo , dentro de las minas, las catástrofes


eran cosa vulgar. Allí, la defectuosa organi.
zación de aquél, la vigilancia deficiente,
mantenían latente el peligro; y la estupidez
y la audacia de los mineros hacia el resto,
Un rumor de voces y lamentos horribles,
que salía de una ranchería próxima, anun

1
1
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 203

ció al médico que ya había llegado al lugar


en que estaban los averiados. Bajóse de su
fatigada mula y fué introducido á un cuarto
Jóbrego y repleto de gente. En media habi
tación, envuelto en una manta ensangren
tada, y con la cara cubierta de un trapo , es
taba un hombre muerto . El doctor se le
acercó, y levantando el trapo, vió que el di
funto tenía el cráneo destrozado. No había
más que hacer. En torno al muerto se arre
molinaba una aglomeración de gentes mu
grientas y embriagadas . Un olor nausea
bundo de alientos alcohólicos y de hacina.
miento humano infestaba el aire. Una mujer
borracha y harapienta, parada junto al ca
dáver, aullaba desaforadamente. Recordaba,
entre pausas y sollozos, las obras y palabras
del que había muerto, su buen carácter, sus
maneras, su alegría en las jaranas. Contaba
diversas anécdotas referentes á él . Luego
tachábale de ingrato, dirigiale tiernos ruegos
ó reproches por haberse muerto, y, en suma ,
decía tales cosas, que en poco estuvo que el
doctor se pusiese á reir ante aquella trágica
y grotesca escena..
204 JAIME MENDOZA

A pocos pasos de esta casucha estaba la


otra en la que esperaba el segundo ave
riado . El doctor paró allí, seguido de una
multitud de hombres , mujeres y niños que
se atropellaban . Cerca á la puerta se hallaba
un minero muy joven , sentado en el suelo,
con la faz lívida y pudiendo apenas mo
verse. Otro hombre, al que estaba apoyado,
le sujetaba levantándole el brazo derecho,
que aparecía envuelto en varios trapos su
cios y enrojecidos que dejaban caer sin
descanso gotas de sangre que ya habían
formado un charco en el suelo. El doctor
pidió un poco de agua hervida para lavarse
las manos. Todos gritaron repitiendo lo
mismo : que se trajese agua. Pero nadie fué
á traerla. Aquellas gentes borrachas no ha
cían más que apiñarse, estirando las caras,
ávidas de ver al hombre mutilado . El doc .
tor, vista la dificultad de conseguir agua, y
notando que uno de los mineros tenía en las
manos una botella de alcohol, pidióle un
poco de tal liquido, lavóse con él, y de se
guida descubrió rápidamente el miembro
dañado . Ya no existia sino una parte del
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 205

antebrazo . Habían volado la mano y la mu .


ñeca , y er lugar de ellas, sólo se veían al.
gunos colgajos de piel , músculos y tendo
nes, entre los que estaban enclavadas astillas
de huesos . La sangre se escurría sin cesar,
no obstante una fuerte ligadura que se había
puesto con un cordel por encima de la he .
rida, en torno del miembro. El doctor quitó
el cordel y puso en la raíz del brazo un ven
daje compresivo rápido, con el que consi
guió detener provisionalmente la heinorra.
gia, y después de hecha una pequeña cura,
dispuso que se trasladase al paciente á Lla
llagua. Luego volvió á pedir agua caliente,
pues el hombre del alcohol se había esca
bullido, y el doctor tenía las manos ensan
grentadas. Pero todos pedían agua, y se
volvían y revolvían, y se miraban, y corrían ,
y se empujaban ... y el agua no parecía. No
había ni una palangana . Una mujer se puso
á fregar precipitadamente una bacinica, pu
sieron en ella una agua terrosa y se la pre
sentaron al médico. Y el médico no tuvo
más remedio que pedir su botella de alcohol
á otro borracho, que, al verle lavarse abun
206 JAIME MENDOZA

dantemente con el líquido codiciado, pen.


saba seguramente que aquello habría estado
mucho mejor en su panza .
Después de esto , pasó el médico á ver al
enfermo Robles. Allí le esperaba otro espec
táculo doloroso . En derredor de la cama
del enfermo, estaban todos sus pequeños
hijos almorzando. Uno rumiaba, porfiado,
un hueso. Dos comían, disputando, de un
mismo plato . Sólo el más chico masticaba
apaciblemente un mendrugo de pan sopado
en té con leche . El doctor se enfadó, pues
había anteriormente advertido a la mujer de
Robles que no dejase comer á sus niños
dentro de la habitación del enfermo, y en
contraba que iban haciendo precisamente lo
contrario. Solamente cuando el doctor llegó
hubo un desbande desordenado de los chi.
cos. La mujer se disculpó diciendo que, por
sentirse también ella enferma, no podía aten
der debidamente a sus hijos. Efectivamente,
la infeliz, agotada con varias noches de vi.
gilia, y sintiendo quizá los primeros síntomas
del mismo mal de su marido, había con
cluído por recostarse á su lado. Lo que no
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 207

causó mucha sorpresa en el doctor, pues ya


en otras partes había visto repetidas veces,
en una misma cama, dos ó tres enfermos jy
aun familias enteras !
Por su suerte, la familia de Robles había
hallado un amigo generoso en Lucas, que
iba con frecuencia á verla, y que, justa
mente, hallándose el doctor en la casucha,
se presentó aquella mañana. El médico co
nocía mucho'á Lucas, y sabía que era un
buen muchacho que se prestaba con volun
tad a ayudar á miserables y enfermos. Sabía
asimismo lo inteligente que era, pues ya en
varios casos análogos al de Robles había
desempeñado con facilidad losencargos del
médico .
Robles continuaba muy agitado; pero el
médico, después de un examen largo y mi
nucioso, manifestó su opinión de que aque
Ho pasaría y que se curaría el enfermo.
Luego, conversando, afuera ya de la casa;
con Lucas, le expresaba sus temores de que
la enfermedad de la mujer de Robles fuese
de la misma naturaleza que la de éste.
-Y ahora, qué se harán estos infelices?
208 JAIME MENDOZA

-decía el doctor.-- ¿No tienen parientes


para llevarse á los niños?
-No . Yo los haré llevar con la Presenta .
-Hay que poner lavativas á Robles ... y
ya su mujer está inhábil para eso.
-¿Son lavativas como las que me enseñó
usted á poner á otros?
-Iguales.
-Entonces yo le pondré .
-¡Eres un buen muchacho!
Y el doctor se despidió de Lucas, pen
sando en que, muchas veces, seres misera:
bles, individuos anónimos, y aun aquellos
mismos que el mundo desprecia y mira
como hombres pervertidos y criminales,
realizan actos de caridad superiores á los de
los mejores filántropos, y desconocidos por
los mismos que se dan el nombre de cari
tativos nada más que porque arrojan una
moneda al mendigo que pasa por la calle.
!

XVIII

Aquella misma tarde, Martín se sintió


considerablemente aliviado. Calmáronle los
vómitos, y pudo tomar una taza de caldo
que le reconfortó mucho. Recién entonces
comprendió que el médico tenía razón al
decir que sólo se trataba de una enfermedad
pasajera.
Pero, por la noche, volvió a caer en sus
aprensiones. Tuvo un sueño intranquilo y
terribles pesadillas que le dejaron pésima
impresión . Con todo, al •día siguiente se le
vantó temprano y fué á la cancha á reasu
mir sus funciones. Mas, á poco, notóse un
temblorcillo particular en las manos, y como
al propio tiempo era presa de una gran pos
14
210 JAIME MENDOZA

tración , creyó que se trataba de algo grave


y que, por lo tanto, era necesario ser aten
dido seriamente por el médico.
En consecuencia , resolvió ir personal
mente, tan pronto como cesase el trabajo, á
buscar al doctor. Martín se arrepentía en el
alma por lo que negara al doctor el haberse
exagerado en las « copas » . Pero esta vez se
ría explícito y lo confesaría todo, y no pa
raría hasta no ser sometido á un examen
prolijo.
Conforme con esto, á las seis de la tarde
Martín emprendió empeñosamente el ca
mino de más de un kilómetro que distaba á
Llallagua, donde vivía el doctor. Pero éste
no estaba en su casa, y Martín debió espe
rarlo por un gran rato.
En cambio, el joven se encontró en Lla
llagua con su antiguo amigo D. Miguel.
D. Miguel seguía siempre desocupado y
siempre hablando .contra la Compañía de
Llallagua. Los dos aproximáronse á la pul
pería, y allí volvió a ver Martin el cuadro
que le era tan familiar tiempos pasados. Era
la hora del avio. La gente se agolpaba en la
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 211

puerta. Los empleados apenas si bastaban


para despachar al excesivo número de soli
citantes. Reñían á los que eran tardos en
pedir sus provisiones. Pesaban rápidamente
el arroz , la harina, la coca ó el sebo, que
iban á mezclarse en el único trapo presen
tado por el comprador, y poco faltaba para
que le arrojasen por la cara con los tarros
de leche condensada y con el pan.
Martin contemplaba, no sin tristeza, aquel
ir y venir de seres que parecían otros tan
tos condenados por inapelable sentencia á
expiar algún crimen . Vió entre un grupo de
mineros un muchacho de aspecto humilde
y encogido, vestido miserablemente , sopor
tando las burlas de sus compañeros. Era un
pobre tartamudo. Cuando se acercó al mos.
trador, se explicó con tanta torpeza y lenti .
tud, que, al punto, fué eliminado por los pul
peros, teniendo que darse media vuelta, con
la servilleta vacía y la cara baja y avergon
zada, con lo cual causó mayor hilaridad en
tre los demás. Una vieja llegó desalada cre
yendo que ya se estaba cerrando la pulpe.
ría. Apenas pudo entrar. Sus delgadísimos
212 1. JAIME MENDOZA A

y mugrientos brazos salían de entre sus


mangas rotas, oprimiendo como garras el
jirón de ennegrecido tocuyo en que llevaría
los víveres. Una ' pollera hecha harapos col
gaba de sus nalgas. No llevaba zapatos. Te
nía prendido al cuello un rebozo que no era
sino una serie de agujeros alternados con
remiendos. Su boca enorme, de labios col
gantes, estaba rodeada de tremendas' arru
gas. Sus pómulos salientes parecían serlo
aún más por la flacura de su cara. Pero, so
bre todo, sus ojos azulados, nebulosos como
vidrios empañados, como los de un muerto ,
causaban una impresión atroz,
D. Miguel dirigió la palabra á un minero
de rostro patibulario, tembloroso, agobiado,
que apenas podía sostenerse apoyado á la
puerta, esperando que los que estaban ante
el mostrador se retirasen para acercarse á
Su vez .

-¿Qué te pasa, Domínguez? ¿ Estás en


fermo ?
El minero contestó que hacía varios días
sentia calentura, que no comía, y que el do.
lor de cabeza le mortificaba sin descanso . l
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 213

—¿Ya has visto al médico?


-No. Me diría que deje de trabajar... y
no puedo ... Tengo mucho que hacer... mis
hijos ...
Y D. Miguel, dirigiéndose á Martín , dijo:
-Ahí tiene usted un enfermo que no se
echará á la cama sino cuando ya no pueda
más . Seguro que está atacado de la tifus.
La tifus está aquí de epidemia .
Martín no pudo menos de comparar su
caso con el de aquel hombre. Martin venía
en busca del médico, y el otro, que parecía
más enfermo , no pensaba verlo .
En fin , Martín tuvo aquella tarde en la
pulpería otra mala impresión . Entre los úl
timos retrasados entró un chiquitin de ape
nas unos seis años. Traía también su pedazo
de tocuyo sucio, y miraba en derredor con
viveza y aire sonriente. Su sombrerito ne.
gro mostraba en la copa dos agujeros gran
des por los que sobresalían los mechones
de su abundante cabellera mal cortada. Su
saco, por lo grande, se notaba que había sido
de otra persona. En las piernecitas mostraba
algo así como un boceto de pantalón .
214 JAIME MENDOZA

D. Miguel, notando el interés con que


Martin miraba al chico, le dijo:
- Voy a darle un notición.
-¿Cuál?
-¿Quiere usted saber quién es el padre
de ese chico?
-Probablemente algún minero...
-No.
Y D. Miguel pronunció un nombre que
causó gran sorpresa en Martin . Luego con
tinuó :
-Ni más, ni menos . Y ya sabe usted que 1

ese señor se las da de caballero . Pues bien :


este caballero , en cierta ocasión que estuvo
por acá, tuvo este hijo con una chola .
Después se fué, y esta es la hora en que
no se ha acordado de su hijo ni con un
peso .
-¿Es posible eso, siendo un hombre
rico ?...
-Como usted lo oye. Hoy la chola, que
es una infeliz, está metida con un peón. Y
el peón , que apenas tiene para comer, sos 1

tiene al hijo del caballero ... del rico ...


-Pero justed está seguro de que este
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 215

chiquillo sea efectivamente hijo de ese se


ñor?...
-¡Claro ! como que es vivo retrato de su
padre. ¿No lo ve usted ? Los hombres pue
den mentir. La Naturaleza no miente .
-¿Y qué mal traído está el pobrecito!
-No tendrán con qué vestirlo mejor.
Pronto le harán trabajar... si es que ya ahora
mismo no trabaja.
-Me parece muy tierno para eso .
-Pero, ¡hombre! ¡no ha visto usted en
las minas niños de siete años trabajando?
A poco rato, Martín se despidió de D. Mi
guel . Se había fijado nuevamente en el tem
blorcillo de sus dedos, y creyó necesario
volver á buscar al doctor.
Esta vez estaba en su consultorio.
Martin hallólo solo, y le pareció mejor
dispuesto que el día anterior.
Con acento decidido y claro, expuso el
joven el objeto de su visita. Habló de todo
lo que sentía , de sus temores de que aquello
fuese el principio de algún mal terrible, y
acabó pidiendo al doctor que le hiciese una
observación detallada .
216 JAIMĘ MENDOZA

El doctor accedió . Pero después de un


prolijo examen , concluyó diciendo:
--Señor Martínez, usted está bien .
Admirado , Martín trató de insistir: Habló
nuevamente de sus pesadillas, de sus tem
blores, de su postración .
-Cosas sin importancia .
Martín declaró que, efectivamente, se ha.
bía excedido en la bebida ,
-Ya lo sabía -- repuso sonriendo el doctor.
**Probablemente se lo avisó Emilio Ol
mos? -dijo Martín candorosamente.
-No. Hace tiempo que no veo á Olmos.
Pero ayer bastaba verlo á usted para saber
que había bebido usted más de la cuenta .
¿Estuvo usted, pues, con Olmos?
Martín expuso todo lo referente al con
vite de Emilio, á lo que el médico dijo:
-Comprendo . Olmos le quiso agasajar á
usted, y el agasajo le cuesta hoy á usted
cierta indisposición y mucho susto. Eso
pasa con frecuencia . El alcohol no siempre
es bien tolerado por todos.
-A saber esto, yo habría preferido no
tomar ni una gota de bebida ninguna. : '....
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 217

-Entonces ya no había agasajo. Sin el


alcohol no se explican aquí ciertas cosas .
Un convite sin alcohol sería una vergüenza.
El alcohol es el adminiculo indispensable,
que hay que darlo ó recibirlo fatalmente ...
:: Y como Martín mostrase una cara de
sumo interés oyendo las palabras del mé.
dico, éste continuó : ‫܀‬
1 .
· --Emilio , como los demás, no hace sino
seguir la usanza de estos lugares, Como es
muy cariñoso con sus amigos, les hace fre
cuentes manifestaciones de esta clase... Sólo
que, algunas veces, estas manifestaciones
şuelen poner en cama á los manifesta
dos... ,
-Como á mí.
-Lo de usted es nada . Emilio ha sabido
provocar borracheras memorables . No hace
mucho, él y uno de sus amigos, aficionado
á las copas, se habían encerrado, según de
cían , en su casa durante cinco días, atosi
gándose con las más variadas bebidas . Al
quinto día, Emilio estaba casi fresco, pero
su compañero sufrió un ataque de delirio
alcohólico que le duró más de un mes .
218 JAIME MENDOZA

Martín exclamó con cierto sobresalto :


-¿Y no cree usted, doctor, que a mi
puede pasarme después algo?
-De ningún modo. Supongo que usted
no menudeará mucho en las copas.
Martín dijo que no volvería a tomar ni 1
una copa en su vida.
-Tampoco hay que hacer tanto. Es sim
plemente cuestión de tener medida. Por
otra parte, usted no podría estar en estos
lugares sin sujetarse al yugo... Es un tributo
que hay que pagar, so pena de muchos
males .
Martín volvió todavía á hacerse asegurar,
con el médico, que no había por qué temer
por su salud; que estaba bien, que sus rece
los eran infundados; y se despidió , lleno de
gusto, porque esta vez había sido acogido
por el doctor conforme á sus deseos.
Y cuando se iba, camino de Cancañiri,
notó, para su mayor satisfacción, que ya no
tenía ningún temblorcillo en los dedos, y
que, á su anterior postración, había sucedido
una animación inusitada .
XIX

En la cancha había el trajín ordinario.


Las lavadoras, inclinadas hacia el agua,
llenaban su tarea bajo un sol claro y radioso ,
que les calentaba las espaldas y cabezas.
Las escobedoras, armadas de largas escobas,
hacíanlas deslizar suave y lentamente sobre
la superficie del agua, retirando la capa su
perior espumante y terrosa. Otras mujeres
iban hacia los montones de metal sin bene
ficiar, recogianlos en sacos y los llevaban al
lavadero. Algunos hombres y chicos provis
tos de palas, las hundían con estrépito en:
tre las piedras y tierra que lavaba el agua,
separando lo que se podía utilizar. Por todas
partes brillaban las partículas de metal es
parcidas en el suelo.
220 JAIME MENDOZA

Martín pasaba una y otra vez cerca á


Claudina, que parecía muy entretenida en
su faena . Seguramente, él tenía buenas ga
nas de dirigirle la palabra; pero , al mismo
tiempo, comprendía que aquello no sería
correcto hallándose encargado de la vigi
lancia del trabajo. Acobardábale, por otra
parte, la vecindad de las otras mujeres y
peones que trabajaban allí .
Contentábase, pues, con mirar á Claudina
con el interés y antojo que produce un ob
jeto deseado . Llevaba ella un rebozo colo
rado que le cubría la espalda . Su negra ca
bellera relucía al sol , mostrando entre sus
guedejas gajitos de Itola y otras malezas.
.
Su cara estaba empolvada de tierra. Sus
manos, bien formadas, se hundían en el
agua, agitándola con el barro. Martín consi
deraba dignas de besar aquellas manos .
Quizá el joven estaba ya enamorado de
aquella mujercita sucia, pero fresca y gra
giosa . Mas ¿cómo entenderse con ella ? Ya
alguna vez, depasada, le había dirigido dis
cretos requiebros, mas, sin obtener de ella
ninguna muestra de complacencia. Parecía
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 221

un hermoso ser salvaje que, ó no entendía


á Martín, ó, aun entendiéndole, se le mos
traba poco trátable.
Tal aquel día, cuando Martin pasaba cerca
de ella, bajaba obstinadamente los ojos, fi.
jándolos en el agua, y sólo cuando ya le
había dado las espaldas, los alzaba, mirá
bale alejarse poco a poco, y cuando regre
saba, volvía a repetir la misma operación .
Sin embargo, Martín esperaba que pronto
se familiarizaría con él la pequeña fiera. Él
había hecho sus planes. La abordaría afuera,
en el campo, ya que dentro del ingenio no
podía hacerlo . Iría á su misma casa, llegado
el caso. Ya él sabía dónde era ésta. Y sabía ,
asimismo, que Claudina no tenía padre y
que vivía con su madre y hermanos meno
res, á quienes ayudaba á sostenerse con sus
escasas ganancias.
De este modo, la humilde obrera iba ga
nando más y más terreno en el corazón de
Martín, al paso que otra imagen de niña ru
bia у hermosa que antes dominara en su
corazón, palidecía hoy visiblemente .
Martín se avergonzaba pensando en esto .
222 JAIME MENDOZA

Él se acordaba cómo, hacía poco tiempo,


se había despedido de Lucía recibiendo rei
terados juramentos de fidelidad, y haciéndo
los también él de su lado; jy ahorar Ahora
él era el primero de ser infiel á Lucía. ¿Y
por quién?
XX

Sudorosos, cubiertos de tierra, unos con


el poncho terciado ó la bufanda puesta en
derredor del cuello, muchos con sus ppo
lleos y grandes pedazos de cuero pegados
hacia las asentaderas, los mineros salían del
trabajo diurno para recogerse á sus hoga
res. Iban solos ó en grupos de dos ó más
personas. Los unos descendían corriendo
por las pendientes; otros ascendían lenta
mente. En las bocaminas, los echaguiris re
gistraban á los que salían . En cambio de
éstos, entraban otros destinados á trabajar
en la noche . Asimismo, del ingenio Canca
ñiri salían en dispersión los trabajadores de
ambos sexos. Las cholas, con sus rebozos
prendidos, acudían con presteza á sus casas.
224 JAIME MENDOZA

Por todas partes se notaba un ir y venir de


gente. Había fogatas que se encendían á
cada momento . El acre olor de la ltola y la
yareta que se quemaba en los hogares, se
difundía en el ambiente .
Aquella tarde, Martin, por vía de paseo,
también caminaba en las sendas frecuenta
das por los mineros. Hacía varias tardes que
había adoptado este sistema de ejercicios,
por supuesto con la intención de encon
trarse con Claudina; cuyos pasos iba si
guiendo disimuladamente. Sabía que ella
iba cada tarde, de su casa á una "vertiente
próxima, a coger agua. Ahora, también , ha.
cía poco rato que la había visto pasar allá
mismo .
Sentose el joven sobre una piedra, casi á
la vera del estrecho camino por donde de
bía regresar Claudina, y desde allí se puso
á contemplar el bello cuadro de la Natura
leza en aquellos momentos. El sol había
caído. Un grupo de nubes amontonadas en
el poniente reflejaban su luz, matizándose
d
de coloraciones amarillasrique iluminaban
vivamente el ambiente . Bajo esta difusa cla
EN LAS TIERRÀS DEL POTOSÍ 225

ridad, se destacaban con apariencias áureas


y fantásticas los peñascos próximos, las pam
pas reverdecidas y las serranías distantes.
El viento poderoso había aplacado su fuerza,
y apenas soplaba, como si no quisiese per
turbar este solemne momento de la tarde .
Martín oyó una voz y una risa sonora que
venían del lado de la aguada. Volvió sus
ojos en esa dirección y vió, como á distan
cia de cincuenta metros, á Claudina, que es
taba empeñada en animada conversación
con un hombre, en quien , á poco de exami
nado, reconoció a Lucas . Ambos estaban
cerca a la vertiente de donde Claudina ya
hubo sacado su ración de agua . Ella había
puesto la garrafa al suelo, y mientras ha
blaba con Lucas se componía el rebozo. ÉI,
embozado en su chal y con las manos apo
yadas en su cintura, estaba parado en acti
tud indiferente. Martín no podía saber de
qué hablaban, y sólo percibía el rumor que
hacían sus voces, singularmente la de Clau
dina, cuyas risas vibrantes eran distinta
mente traídas por el aire .
Martín experimentó cierta contrariedad.
15
2 26 JAIME MENDOZA

He aquí una muchacha que se mostraba


con él encogida y arisca, y, sin embargo, se
estaba despachando con otro á maravilla.
¿No seria que estaban hablando de cosas de
amor? Estaba visto que Lucas sólo podía
darle motivos de disgusto.
Y como el diálogo no tenía trazas de aca
barse, Martín consideró su situación poco
airosa, y volviendo las espaldas á la entre
tenida pareja, continuó ascendiendo en el
cerro a la ventura .
Ahora, la tarde estaba roja. Las nubes
habían perdido sus tonos amarillos para ad .
quirir un tinte sangriento, con que bañaban
el cielo y la tierra . Pero Martín , con la mala
impresión que acababa de experimentar,
poco ó nada se fijaba en este bello juego de
coloraciones . Por un momento le entretuvo
un grupo de llamas pequeñas que triscaban
alegremente en torno de sus madres. Varios
de estos animalitos de suave vellón pasaron
cerca de él, mirándole con sus enormes ojos
negros, tendiendo hacia adelante sus angos
tas orejas y moviendo grotescamente su
largo cuello al dar sus trancos torpes. Mar
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 227

tín seguía avanzando siempre arriba. La luz


rojiza se había disipado en pocos instantes.
La noche se hacía rápidamente. Pero otra
luz más apacible y blanca se hacía en el
oriente. Era la luna llena, cuyo globo mag.
nífico apuntó tras la distante serranía . Una
noche blanca sucedía al día luminoso que
acababa de morir. Como media hora estuvo
todavía Martín yagando. El panorama que
se desarrollaba en su redor empezó á dis
traerle de sus malos pensamientos, y como
si la suerte quisiese acabar de aplacarlo, se
dejó oir, en una de las casuchas próximas
donde se había acercado, un rumor deli
cioso de quenas tocadas á dúo. Martín escu
chó encantado aquellas notas tiernas que
venían apaciblemente á sus oídos modu
lando aires acariciadores y melancólicos.
Admirábase de que en semejantes ranchos
y entre gentes como los mineros hubiesen
quienes tocaran con tal maestría. Poco á
poco se acercó á la casita de donde salía la
música. Afuera , cerca á la puerta , á la luz
de la luna, estaban sentados los dos hom
bres que tocaban. Uno de ellos era Lucas.
228 JAIME MENDOZA

Martín sintió una impresión indefinible.


¡Siembre Lucas! ¿Por qué fatal coincidencia
de la suerte, siempre debía encontrarse con
Lucas? Éste, que reconoció á Martín, se
adelantó á saludarlo.
—¡Hola, mi amigo! ¡qué bien lo hace us
ted! -dijo Martín disimulando su contra
riedad .
-Estamos ejercitando para el carnaval
- dijo Lucas.
Invitaron á Martín á que se sentase sobre
un poyo de piedras en que habían exten
dido una manta. Y Martín , sentado en aquel
humilde asiento bañado por la luna, y con
una mezcla ansiosa de gusto y de rabia, es
tuvo oyendo por mucho rato una preciosa
serie de bailecitos de tierra, kcaluyos y otros
aires que, brotando de las bien tocadas que
nas, se perdían suavemente á lo lejos. Se
guramente, en tales momentos debía Mar
tín pensar que si Lucas, además de ser un
muchacho valiente y bello, tenía también
la cualidad de tocar con tanta habilidad la
quena, nada raro era que estuviese en amo
res con muchachas como Claudina.
XXI

Pasaron varios días. Era una tarde tem


pestuosa . El viento soplaba con toda su tre
menda fuerza, tratando de barrer del cielo
un ejército de nubes lóbregas уy densas que
se amontonaban en legión enorme y ame
nazadora. Los relámpagos se sucedían casi
sin interrupción, venciendo la desmayada
claridad del día. El ambiente parecía infla
mado. Un hálito de fuego palpitaba en él .
Los rayos , que tan frecuentes son en esos
lugares, chasqueaban en distintas direccio
nes . Los truenos rodaban en la altura pro
vocando una algarabía formidable; pero más
torvo, más siniestro, más terrible que ellos,
se oía un rumor inmenso y sordo que avan
230 JAIME MENDOZA

zaba en la lejanía : era una manga de granizo


que venía blanqueando las pampas y los ce
rros .

Martín se metió en la choza, pidiendo


permiso á sus moradores para guarecerse
allí de la tormenta. Era la casa de Claudina .
Hacía rato que Martín había estado vagando
en las proximidades, y cuando estalló la bo
rrasca encontró en ella un buen pretexto
para visitar la casa. Una pobre mujer, la
madre de Claudina, acogió á Martín bené
volamente, tendiéndole, sobre un cajón va
cío que allí había, un cobertor para que se
sentase .
Claudina, de cuclillas y agachada en un
rincón , pugnaba por encender unos pedazos
de yareta que no podían arder . La estancia
era de completa indigencia, sin más que al
gunos cacharros de cocina y unos cuantos
trapos . Hacía un frío rabioso, sin que la ya
reta, que empezaba á humear y á arder con
los esfuerzos de Claudina, alcanzase á dar
calor á la vivienda . Un chiquitín , sucio y
semidesnudo, pero muy simpático, se acu
rrucaba en un rincón mirando á Martín de
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 231

hito en hito. Otro más pequeño gimoteaba


pidiendo de comer. Unicamente una cria
tura de pecho dormía, indiferente a la tem
pestad .
Y la tempestad arreciaba. Caía un granizo
menudo. Las rachas de viento helado, en
trando a la habitación , hacían crujir los pa
los del techo y sacudían los trapos. Los re
lámpagos y truenos continuaban con furia.
No lejos se sintió caer un rayo.
La mujer se asomaba á cada instante á la
puerta para ver el camino. Esperaba á su
hijita Lucía, á quien hacía algunas horas
había mandado a la pulpería en busca de
provisiones para la cena. Pero Lucia no pa
recía, y la madre estaba impaciente.
- No hay que apurarse - díjola Martín ;
tu hija estará esperando en la pulpería que
pase la lluvia .
La mujer contó á Martín que no era la
primera vez que pasaba tal cosa. Jamás des
pachaban inmediatamente á la chica, y, en
tretanto, estaba la familia llena de hambre y
cuidados . Martín , recordando las cosas que
hubo visto en la pulpería, pensó que acaso
232 JAIME MENDOZA

la mujer tenía razón . Y lo peor era que el


chico Juan , otro hijo de la mujer, que traba.
jaba en las minas, tampoco parecía. Su ma
dre decía que él podria haber corrido en al
cance de Lucía .
-Yo voy-exclamó Claudina, incorpo
rándose de su rincón , donde al fin ardían
los pedazos de yareta.
Pero la mujer no quiso que Claudina sa
liese, y no hubo más que seguir esperando.
La mujer, llamada Juana, era una viuda
cuyo marido hacía un año que había muerto
por un accidente en las minas . La infeliz
había quedado con seis hijos. Su hija ma
yor, Claudina, trabajaba de lavadora ; el que
le seguía, un muchacho de diez años, traba
jaba de chivato. Los demás eran Lucía y
los chicos que Martín iba mirando . He aquí
una familia compuesta de siete personas
que se sostenían nada más que con el es
fuerzo de una joven , casi una niña, y de un
muchacho de diez años .
Martín sentíase impresionado tristemente.
Aquella pobre mujer, vestida con una po
llera rota y mugrienta , con las mangas re
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 233

mangadas que dejaban ver sus descarnados


y trémulos brazos, con su cara de miseria y
sufrimientos, con sus ojos ansiosos é intrar
quilos, le causaba profunda lástima . Sus
mismos impulsos eróticos parecían acurru
carse en su corazón llenos de miedo . Y ape
nábale, asimismo, el chico que temblaba de
frío hecho un ovillo en un rincón , y el otro
que lloraba pidiendo pan .
Cerca al fuego que había encendido Clau:
dina, estaban las ollas sin más que agua.
La lluvia había sucedido al granizo . Lu
cía no parecía .
-¡Maldita! ... ¡ condenadal ...—prorrumpió
la madre .
Claudina trató nuevamente de salir en al
cance de su hermana, mas tampoco se lo
consintió su madre . Dijo que iría ella misma ,
y se puso á buscar una manta para taparse .
La tormenta decrecía. Ya no había true
nos, pero aún caía una lluvia copiosa . Se
oía el rumor de torrentes desatados, y aun
á la choza entraba el agua por los agu
jeros del techo y por la puerta .
Obscurecía. La mujer se había cubierto
234 JAIME MENDOZA

con una frazada vieja y estaba ya para sa


lir, encargando á Claudina que cuidase de
los niños, cuando en esto llegó Lucía. Era
una chiquilla flacucha que andaba descalza.
Chorreaba agua por su agujereado rebozo,
por su pollera que se le pegaba al cuer
po, por su cabeza y por su cara . Estaba tan
embarrada, que parecía que se hubiese re
volcado en el lodo. Cuando entró á la habi
tación miró con sorpresa á Martín ; pero re.
puesta de esto, con una mirada de su madre
se desembarazo de su rebozo empapado de
agua, y enseñó un pedazo de tocuyo en que
no traía nada. Luego explicó a su madre
que los pulperos habían rechazado su boleta
de avios, diciendo que correspondía á otra
quincena .
La mujer se quedó aterrada . ¿Qué iba á
comer ahora la familia ? En su desespera
ción, estuvo á punto de pegar á la chica Lu
cía , como si ella tuviese la culpa de lo que
sucedía. Díjola que se había tardado « todo
el día » , y que seguramente se puso áá jugar
en el camino . La chica, temblando de susto
y de frío , dijo que no había jugado , y que
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 235

tuvo que esperar en la pulpería á que la des


pachasen . Martín intervino, tratando de apla
car a la mujer. Explicóla que debía tratarse
de algún error, que no perdería nada de sus
avios , y aconsejóla que se presentase al día
siguiente al administrador haciendo el res.
pectivo reclamo .
Y como la lluvia había calmado, despi
diose Martín de aquellas pobres gentes, no
sin regalar á los chicos algunas monedas
para que con ellas se comprasen « siquiera
pan » .
Y de esta manera quedaron otra vez más
frustrados los planes amorosos de Martín .
Quizá él había contado con disfrutar aquella
tarde agradables momentos en el seno apa
cible de la rústica vivienda en que vivía la
graciosa Claudina. Mas aquello se redujo á
un cuadro de harapos, de hambre, de mi
seria vulgares .
-
.
XXII

Por aquellos días se notaba un movi


miento inusitado en Llallagua y Uncía.
Se aproximaba el carnaval y todos se dis
ponían á la celebración del festival con gran
ahinco .
Las tiendas de comercio aparecían reple
tas de los artículos más usados en tales oca
siones. Veianse , colgadas de las puertas y
paredes, polleras de vivos colores y de finas
y lucientes telas; mantillas bonitísimas á
cuya vista llameaban los ojos de las cholas;
botines de mujer atiborrados de filetes y
otros adornos no siempre de buen gusto;
máscaras y caretas que provocaban la admi
ración de los chicos; en fin , un mar de cosas
238 JAIME MENDOZA

que atraían diariamente á los grupos de


transeuntes . En los umbrales de las tendu
chas se veían canastas y palanganas pletóri
cas de cascarones llenos de aguas de colo
res y montones de harinas coloradas, verdes
ó blancas, adminiculos indispensables en
aquellos lugares para pasar un buen carna 1

val . Los confites campeaban por todas par-:


tes . Los mercachifles ambulantes vagaban
por una y otra dirección , llevando en los
brazos y hombros sus bultos de útiles y dijes
que deshacían en las calles para enseñarlos
á los pasajeros. Fabricábase con afán una
gran variedad de bebidas alcohólicas de pé.
sima calidad, pero de colocación segura . Las
chicherías competían en abundancia y su
ciedad . En las empresas mineras se disponía
la Itinca .
A todo esto, el robo de estaño en las mi
nas tomaba también mayor incremento . El
rescate entraba en su mayor actividad. Los
mineros cuya flaca bolsa no les prometía
nada para pasar debidamente la fiesta, recu 1

rrían al medio usual de sacar cuanto metal


podían de las minas, veneros y canchas, para
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 239

realizarlo á bajo precio y de este modo pro


veerse de recursos .
Diariamente se descubrían los robos, y la
Policía estaba atestada de hombres y muje
res desarrapados que habían sido sorpren
didos en sus ilícitas tareas. La administra
ción de Llallagua dispuso que se redoblase
la vigilancia de los serenos en vista de las
cosas que pasaban . Una noche, dos de éstos,
que estaban apostados en el camino de Vi
luyo, que era el más frecuentado por los la
drones, lograron distinguir á lo lejos una
tropa de hombres y animales que se alejaba
presurosamente . Corrieron entonces en su
alcance; pero al aproximarse á una de las
rugosidades del cerro, salió de allí una deto.
nación que los detuvo . Estaba visto que allí
había gente dispuesta á defender el paso.
Los serenos, á su vez, hicieron fuego en esa
dirección , y al momento les contestaron
nuevos tiros de riffle; y como uno de éstos
silbase á los oídos de uno de los serenos,
éste emprendió precipitada fuga, debiendo
hacer lo mismo su compañero. Al día si
guiente se hicieron las pesquisas del caso.
240 JAIME MENDOZA

En el punto de donde salió la primera deto


nación y adonde tiraron los serenos, había
manchas de sangre, lo que indicaba que uno
de los defensores del robo había sido herido .
Luego halláronse algunos sacos de metal 1

desparramado en el trayecto , que los ladrò .


nes dejaron al huir . Pero nada más. Los
rastros se perdían en el pueblo de Uncía , y
no hubo manera de descubrir el resto del
robo . 1

Aquel mismo día, Emilio recibió la noti


cia de que el joven Lucas estaba mal herido
en Llallagua, é inmediatamente se dirigió
allí .
Efectivamente, Lucas había sido herido
por la noche . Él y otro compañero, que ha
bían seguido los pasos de los serenos, se
apostaron en un lugar apropiado para impe
dirles el paso, y en esta posición provocaron
el incidente. Una bala de Winchester tocó á
Lucas cerca á la oreja, interesándole una
porción del cuero cabelludo . Cuando Emi
lio, después de fatigosa marcha, llegó á la 1

casa del minero Melgarejo, donde se asilaba


Lucas, hallólo rodeado de varias mujeres y
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 241

peones, y más pálido de lo que ordinaria


mente lo era . A duras penas, y á fuerza de
comprimir la herida con algodón quemado,
habían los compañeros del herido conse
guido estancar la sangre. Lucas se mostraba
muy tranquilo; pero Emilio consideró indis
pensable llamar al médico, y él mismo fué
en su busca .
Cuando bajaba la pedregosa y larga pen
diente , se encontró con Martín . Éste subía
al cerro á la cabeza de varios policiales .
-Me han comisionado -- le dijo - para
hacer practicar una requisa en las casas
próximas á La Blanca, con motivo del robo
de anoche .
-¡Hola! Me alegro . Anda, pues, y ojalá
>

encuentres lo que buscas .


Emilio de buena gana habría querido ha .
blar con Martín sobre lo que ocurría; pero
la presencia de los policiales se lo impidió .
Despidiéronse, pues, los dos amigos. Emi
lio continuó el descenso á la carrera, y
Martín siguió ascendiendo lentamente por la
cuesta en dirección a las minas .
Efectivamente, con motivo del robo audaz
16
242 JAIME MENDOZA

de la noche anterior, la administración de


Llallagua había destacado diferentes comi
siones con objeto de hacer algún descubri
miento, y una de ellas se le encargó á
Martín . Éste pensaba en sus adentros que,
seguramente, Lucas no era extraño al inci .
dente, y cuando se encontró con Emilio,
acabó de confirmarse en sus conjeturas. De
todos modos, Martín estaba dispuesto á
cumplir con su deber.
Llegaron al grupo de cabañas denunciado
como uno de los lugares en que se oculta
ban las metales robados .
Martín penetró en todas ellas y las hizo
registrar minuciosamente; pero no hallaron
nada de lo que se buscaba. Entre estas ca
sas , estaba la del minero Melgarejo. Allí
Martín vió á Lucas. Estaba afuera, sentad
al sol, en el suelo, con las piernas estiradas,
con la cabeza vendada y el rostro intensa
mente pálido. Saludáronse. Lucas se levantó
por un momento, y en seguida volvió a ex
tenderse en tierra, y en esta actitud estuvo
contemplando la inspección que se hacía de
las casas. No parecían Melgarejo ni su mu
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 243

jer, y solamente se mostró Presentación en


el umbral , invitando con cierto desgarbo á
entrar en la habitación á Martín y á los po
liciales. Nunca había visto Martín en las mi
nas otra mujer más linda y mejor plantada .
Presentación era una muchacha rolliza, de
aire altanero, de ojos provocativos y de fac
ciones graciosas en sumo grado. Pero Martín
no estaba en situación de embobarse con
estas contemplaciones, y más bien , apar
tando la vista de la linda moza, hizo que se
practicase un detenido examen de la casa.
Aquí tampoco había nada sospechoso . Des
pués de mucho hurgar, salieron los policia
les con las manos vacías . Presentación, pa
rada junto a la puerta, sonreía cambiando
miradas de inteligencia con Lucas. Martin
sorprendió una de estas miradas, y no quedó
muy satisfecho; pero disimuló. Luego, antes
de retirarse, dijo a Lucas:
-¿Qué le ha pasado á usted? ¿Alguna
averia ?

-Me rompí la cabeza.


-¿Cómo así
-Una casualidad ...
244 JAIME MENDOZA

Uno de los policiales dijo por lo bajo á


Martín :
-Seguro que este es el herido de ano .
che . Es un ladrón .
Presentación alcanzó á oir estas palabras,
y al momento lanzó sobre el policial una
salva de dicterios. Hablaba en quichua, ha.
ciendo encantadoras muecas, y de su linda
boca salían nombres de varios animales
para calificar al policial , como los de perro ,
cerdo, pollino, carnero...
Los policiales se indignaron, y como el
aludido dijese que se estaba faltando á la
autoridad, Presentación empezó á burlarse
sin ninguna consideración , ni aun por Mar
tín . Aflautaba la voz, ponía las manos en
actitud suplicante, y miraba tristemente, di
ciendo siempre en quichua:
-iJesús ! santo varón de castos oídos,
gran señor al que hay que respetar, perdó
name por lo que te he dicho y por lo que
te voy a decir...
-Cállate, Presenta-exclamó Lucas de
mal talante ; y sólo entonces interrumpió
la chola su jerigonza y se metió a la casa .
EN LAS TJERRAS DEL POTOSÍ 245

Lucas dijo, dirigiéndose á Martín:


-Dispensela usted . Estas mujeres son
muy mal criadas.
Cuando regresaban, después de la infruc
tuosa inspección , uno de los policiales dijo
á Martín :
-Yo, señor, en lugar de usted, la hago
cargar á esa mujer al calabozo .
Los demás hacían coro .
-¡Qué mujer más insolente!
-Si su querido no la hace callar, nos
come a todos .
-Debe ser una grandísima ...
-Se debe dar parte de esto á la adminis
tración .

Mientras tanto, aun se distinguían clara.


mente las notas de una voz y risa argenti
nas y vibrantes, que venían desde la al
tura. Era Presentación que, hablando con
Lucas, comentaba á voz en cuello el inci
dente .
A Martín , en vez de causarle mayor dis
gusto las ocurrencias de la chola, más bien
habian acabado por divertirle. Luego re
gresaba soberanamente impresionado con
246 JAIME MENDOZA

una noticia: la de que Presentación era la


querida de Lucas,
Loś policiales regresaban mohinos . De
lejos ya divisaron al doctor y á Emilio que
llegaban á la casa de Melgarejo.
-¿Qué irá á hacer allí el médico ? -dijo
uno de ellos .
-Pues á curar al niño.
-Pero jsi él no es de la Compañía!
-¿Qué le importa eso al doctor?
El policial maltratado por Presentación
exclamo :
-Es un escándalo que el médico de la
Compañía vaya á curar á los que la perju
dican .
-De eso también hay que dar parte.
Estas y otras cosas se decían los policia.
les seguramente con la intención de que
Martín tomase la debida nota para dar su
informe en la administración . Las suspica
cias , los chismecillos y aun las calumnias se
iban trayendo á cuento en todo el trayecto .
No parecía sino que querían enseñar á Mar
tín la manera de dar un informe: un informe
compuesto de cuentos de baja extracción .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 247

Pero Martín , muy distante de acoger se


mejantes presunciones, no decía nada y se
limitaba á caminar pensativo y silencioso .
· En Cancañiri se despidió de ellos y conti
nuó á Catavi .

* *

Era ya entrada la noche cuando Martín


llegó á Catavi.
Comían , El gerente, después de escuchar
la relación del joven, invitóle á ocupar un
asiento. Estaban sentados á la mesa , además
del gerente y su esposa D.a Micaela , todos
los empleados de alta jerarquía de la em
presa . Departían sobre la producción del
estaño, las cotizaciones de las acciones de
Llallagua, los contratos , las innovaciones
que era preciso hacer en la Compañía, y
otros temas análogos . Era la charla diaria.
Mas, cuando Martín dió su informe, volvie
ron al asunto referente al robo del que ya
se habían ocupado anteriormente.
- Es el colmo de la audacia que se ata
que á bala á los serenos de la Compañía
decía uno .
248 JAIME MENDOZA

-¡Salvajes! - repitió porundécima vez el


contador, -- yo los mataría á azotes.
- Me figuro - dijo el gerente- que hay
gente chilena metida en esto .
-¿Por qué, señor? -exclamó casi en son
de protesta el contador, que, como el geren
te, era chileno .
-Porque la gente boliviana es muy tí
mida . No es capaz de aventurarse en tales
desmanes . En cambio , ya sabemos lo que es
el roto . Es de lo más desalmado y valiente .
No teme nada .
El contador se sintió satisfecho. El ge
rente añadió :
-No nos conviene traer aquí gente chi
ena. Pervierte á la gente y de un momento
á otro puede ocasionar un conflicto serio.
--Es así - dijo otro comensal;los boli
vianos son poco avisados. No saben, por
ejemplo, ni lo que es una huelga. El otro
día vi á un grupo de peones entre los que
estaba un roto hecho un doctor, tratando de
explicarles eso. Hablaba contra los patronos
у decía que en Chile no se les aguanta.
--Ya ven ustedes .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 249

-Pero la verdad es que aquí los trabaja


dores bolivianos saben robar.
-¿Y cómo lo harían los otros? Mucho
más. No se pararían en nada. Los bolivia
nos solamente son rateros . Se contentan con
poco. No asaltan ni matan . Pero traiga usted
á los otros, y verá cómo nos revientan .
El ingeniero de la empresa desvió la con
versación hablando al gerente sobre el nue
vo ingenio de Catavi . Todos callaron para
oirle. El ingeniero era inglés y se expresaba
con mucha deficiencia en castellano; pero
tratándose de la indicada construcción era
infatigable para hablar, y aunque se cortase
á cada momento, ensartaba, en una mezcla
de inglés y castellano , frases cuya significa
ción escapaba a todos, incluso á él mismo.
Tal en esta ocasión se puso á hacer una ex
posición intrincada sobre la mejor disposi
ción de la maquinaria del ingenio . Continua.
mente se detenía buscando algún vocablo
que alguno de los comensales se veía obli
gado á indicarle . Otras veces se embrollaba
tanto, que sin poder salir del paso, variaba
de asunto y se iba á otra instalación .
250 JAIME MENDOZA

Sin embargo, todos parecían escuchar con


atención la disertación del ingeniero, y úni
camente la esposa del gerente daba mues
tras de impaciencia, pues se movía conti
nuamente en su asiento, daba bostezos ó
suspiros, llamaba á los criados y hacía otros
gestos de mortificación . D.a Micaela estaba
que un sudor se le iba y otro le venía pen
sando en su hijito Benjamín, que se hallaba
enfermo desde hacía algunos días. El médico
no parecía hasta aquella hora y D.a Mi
caela rabiaba por esto. ¿Que interés podía
tener para ella eso de oir hablar sobre coti
zaciones, producción , contratos, robos, ma
quinaria y otros temas que eran tan del
gusto de su esposo y de los otros comen
sales?
De pronto, interrumpiendo al ingeniero,
que estaba más que nunca engolfado en
describir un motor de doscientos caballos,
D.a Micaela exclamó :
-¡Qué tierra esta tan llena de dificul.
tades !
El ingeniero se calló, mirando con sor
presa á D.a Micaela.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 251

-Pues hasta esta hora no puedo conse


guirlo al doctor, y, entretanto, no sé qué
hacer con Benjamín .
-¿Está muy grave Benjamin ?-preguntó
alguien .
-No -- dijo el gerente;—el doctor dice
que la enfermedad del niño es cosa leve y
pasajera.
-¡Pasajera! -remedó D.a Micaela.-Es
que el doctor no nos hace caso. Figúrense
ustedes que ayer, después de ver al niño,
me dijo con mucha flema: « Señora, jesto no
vale la pena de visitar cada día al niño ! »
-Pues el doctor sabe lo que hace - dijo
el gerente .
--- Pero yo le dije que me hiciese el favor
de venir también hoy . Y ya ven ustedes que
hasta ahora no parece .
-¡Qué falta de cortesía !-exclamó el con
tador .
El gerente, que parecía dispuesto á de
fender al médico contra las recriminaciones
de su esposa, dijo:
-El doctor debe estar ocupado . Quizá
-

ha pasado algún accidente en las minas .


252 JAIME MENDOZA

-¡En las minas ! --- repitió D.a Micaela.


¡ Los peones valen más que nosotros!
Martín dijo que, efectivamente, había él
visto al doctor por la tarde en las proximi
dades de La Blanca .
-¿No ves?-dijo el gerente á su esposa .
Ésta repitió indignada :
-¡Los peones valen más que nosotros!
Cuando tomaban el café, se anunció al
médico . D.a Micaela se levantó inmediata
mente de su asiento para ir al encuentro del
doctor' y conducirlo a la habitación del niño
enfermo. Pero muy luego la señora volvió á
presentarse seguida del médico , á quien se le
invitó también un asiento y una taza de café.
-¿Y qué tal, doctor; hay muchos enfer
mos? -dijo el gerente .
-¡Pocos ! Su niño ya está bien .
---Y en las minas įno pasó ninguna des
gracia:
-Ninguna, que yo sepa.
-Pero sé que usted estuvo esta tarde por
allí .
-Efectivamente; pero fuí á ver un ave
riado que no es de la Compañía.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 253

-¿Quién ? -- preguntó D.a Micaela abrien


do tamaños ojos.
-¡Un muchacho ! ...
Y como si el doctor no quisiese entrar en
más explicaciones , preguntó:
-¿Y por acá no hay novedades?
-Ninguna .
-La novedad es la del robo de anoche
á mano armada-exclamó el contador.
-Y , á propósito-exclamó el gerente en
tono festivo ,-oigamos al doctor. Ya aquí
todos hemos dado nuestra opinión sobre la
mejor manera de evitar el robo. El señor
Scott es partidario de hacer un sistema de
instalaciones que no dejará sacar ni una
brizna de estaño; el señor Rivera considera
más eficaces los azotes; otros señores juzgan
que se debe cuadruplicar el personal de la po
licía. Y usted qué opina, doctor? Supongo
que no nos propondrá algún medicamento ...
El médico , siguiendo el tono del gerente ,
contestó :
-Los trabajadores dicen que si se les
tratara bien no robarían . Dicen que los pa
tronos abusan .
254 JAIME MENDOZA

-¡Salvajes!-gritó el contador;-raro que


no digan que más bien son los patronos los
que roban .
-¡Uff! no sólo que lo dicen, sino que es
tán íntimamente convencidos de eso.
-¡Habráse visto!
-Pero, jacaso no se les trata bien ?-ex
clamó el gerente; —desde luego esta em
presa paga mejores salarios que las otras .
-No es suficiente. Los obreros se quejan
de sus viviendas : los más viven en cuevas.
Asimismo de las condiciones del trabajo : es
un trabajo mal organizado . Lo propio de su
alimentación y vestidos: son artículos ma
los y que, si no lo son , están por encima de
sus recursos. Es por eso que los obreros
quieren mejorar su situación aunque sea ro
bando .
-¡Salvajes! — repitió el contador. —Yo no
acepto nada de eso. El obrero , por mucho
que se le trate bien , seguirá robando, por
que el instinto del robo está en su sangre; ·
porque roba por vicio, porque roba por
aquello del ... del ... ¿qué es?
-¿Atavismo?- dijo uno .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 255

-Justamente.
El médico y otros se rieron .
-Señor Rivera, á seguir la tesis de us
ted, vendríamos á parar a la conclusión
de que la tierra no es sino lo que dice
lord Byron : « una gran caverna de ladro.
nes » ,

Se levantaron de la mesa .
El contador continuó aún vociferando
contra los obreros ladrones, y detuvo al mé
dico, que quería irse.
-La verdad es, doctor, que sus compa
triotas son demasiado exigentes. Nosotros
traemos aquí los capitales, la civilización .
Queremos implantar grandes industrias... y
no se reconoce. ¿No es esto ser salvajes?
El doctor, sin abandonar su calma , con
testó :

-¿Y por qué traen ustedes sus capitales


y su civilización? ¿Es por algún fin altruísta?
¿No es por aprovecharse de eso ustedes
mismos? ¿ Acaso ustedes están impulsados
por un móvil humanitario? El interés, la con
veniencia: nada más, señor Rivera.
--Bueno; sea cual fuere el móvil , pero el
256 JAIME MENDOZA

hecho es ese : nosotros venimos á contribuir


al adelanto del país.
- Convenido . Pero también existe este
otro hecho : con ese adelanto y todo, el
obrero, aquí, se halla tan mal ó peor que
antes .

-¡Doctor !
r -¡La verdad , señor Rivera ! Ustedes no
traen aquí la felicidad, aunque traigan la ci
vilización . Felicidad y civilización no son si
nónimos. La situación del obrero boliviano
sigue y seguirá siendo pésima . Lo.que, por
otra parte, no es tan admirable si se tiene
en cuenta que este es un país de salvajes. Lo
admirable es que en el país de usted, que se
da de más civilizado... pero no digo su país ,
más lejos aún , los mismos países que mar
chan a la cabeza de la civilización mundial ,
como Inglaterra ó Norte América, son tam .
bién aquellos en que el obrero está en peor
situación. ¿No es cierto?
Y el médico se despidió del contador, y
se fué, acompañado de Martín, que le había 1
estado oyendo no poco sorprendido.
XXIII

Llegó el carnaval . Desde por la mañana


del domingo la plazoleta de Llallagua era
un hervidero de gente. Los mineros bajaban
de las minas formando grupos pintorescos .
Estaban todos atiborrados de polvos de mil
colores. Los caminos de Uncía y Chayanta
se hallaban ocupados por cordones de gen
tes y animales cargados de mercancías. Gru
pos de indios llevando a la espalda sus car
gas, y empuñando sus flautas y charangas
llegaban sin cesar para hacer sus compras .
Más tarde todas esas pobres gentes estarían
completamente embriagadas .
Los vendedores y compradores pululaban
en la plaza formando una confusión indes
criptible. Sobre todo, los comerciantes en
17
258 JAIME MENDOZA

ropa se multiplicaban exhibiendo y ven


diendo sus mercaderías. Todas las paredes
estaban literalmente cubiertas de polleras,
jubones, chalecos, pantalones, sombreros,
pañuelos y otras prendas. La ropa que ya
no había podido caber en las paredes estaba
distribuída en el suelo formando montañas
que se deshacían y rehacían sin descanso
por los interesados y los dueños.
Los mineros llegaban con la ltinca , con .
sistente en botellas de alcohol preparado de
cierto modo, y puñados de confites conteni
dos en grandes pañuelos multicolores. Esta
ban descontentos. Muchos arrojaban contra
el suelo las botellas y confites diciendo que
se les había dado una porquería .
Al mediodía bajó Martín de Cancañiri
dirigiéndose á Llallagua. Distraíale ahora
aquel camino de gentes vestidas de sus me
jores trajes. Él también ya había sido empol
vado varias veces, y por más que se limpiaba,
volvían á echarle con nuevas cantidades de
harinas de color los que le encontraban . Y
como tal era la costumbre, no había más que
tolerarla .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 259

Al bajar, Martín caminaba cerca de un


grupo compuesto de un minero viejo , su
mujer y tres hijos pequeños. El hombre es
taba ya borracho y su mujer le decía que
se contuviese y que no empezase tan tem
prano la fiesta. Quería convencerle que, ante
todo, con el salario recibido había que com
prar algunas prendas de ropa indispensables
у también los comestibles, y que, después de
eso, podía divertirse cuanto quisiera . El mi
nero contestaba que era carnaval y parecía
escandalizarse de las insinuaciones de su
mujer. Ésta lloraba, rogaba é insultaba. In
trigado Martín por esta escena, pensaba en
que cuántos otros trabajadores, padres de
familia, habría que aquel día iban á gastar
todas sus ganancias en emborracharse, sin
pensar en comprar el pan para sus hijos, ni
reservarse nada siquiera para seguir divir
tiéndose en los días siguientes .
Por la tarde, los alrededores de Llallagua
estaban inundados de gente que se divertía .
En cada rancho había una jarana, y fuera
de las casas, pasaban y repasaban , daban
vueltas y saltaban pandillas de gente en
260 JAIME MENDOZA

completa dispersión. A veces resonaban


alaridos y vocerios descompuestos. Era al
guna pelea. Amontonábanse allí los chicos,
y áá poco ya se veían rostros ensangrenta
dos y cubiertos de polvos que les daban
apariencias de payasos. Martín miraba á to
dos lados espectáculos graciosos y ridículos.
Por largo rato miró á un grupo de cuatro ó
cinco indios completamente borrachos . Aga
rrados de sus botellas de alcohol , que se las
aplicaban a cada momento a la boca, se ha
blaban con gran calor. Una saliva verdosa
por la coca se derramaba de sus labios . Y
como al hablar se acercaban reciprocamente
las caras hasta tocarse, resultaba que se lle
naban de saliva el rostro y parecían lamerse.
Mas, pronto, este grupo de indios fué arras
trado por otro mucho mayor en que habían
hombres y mujeres igualmente borrachos,
sobre todo las mujeres, que iban cargadas
de sus grandes bultos, muchos de los que
consistían en criaturas que ya puede calcu
larse cómo estaban con las vueltas, y saltos ,
y caídas de sus madres . Hacia otro lado
surgió una pelea: un minero disforme salió
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 261

de un tenducho acomodándose el sombrero


en actitud de combate y lanzando retos
otro que permanecía dentro. Las cholas se
le abalanzaban para contenerlo; pero él daba
mayores signos de ferocidad, sin cansarse de
acomodarse el sombrero , ya hacia atrás, ya
hacia adelante, ya hacia los lados. A juzgar
por sus ademanes, parecía que iba á pulve
rizar á su adversario. Pero la pelea no se
realizaba y únicamente el sombrero tomaba
en la cabeza posiciones más o menos ame
nazadoras. De repente, el hombre que estaba
dentro dió un salto , yy pegando al otro en el
pecho, lo derribó cuan largo era. Éste se le
vantó , buscó su sombrero, que no parecía,
y, entretanto, el otro le volvió a asestar
otro golpe que lo echó de nuevo en tierra,
y en esto intervinieron los demás . Las mu
jeres de los dos mineros entraron en la
palestra. Hubo arrancamiento de cabellos,
pellizcos y arañazos . Llovieron las piedras,
y en poco estuvo que Martín fuese envuelto
en la balumba, en vista de lo cual escapó en
busca de más tranquilos cuadros.
Al anochecer, se recogía Martín á su vi
262 JÁIME MENDOZA

vienda, cuando se encontró con el mayor


domo Benito, que le instó tan vivamente
para entrar en una de las casuchas del
trayecto donde había jarana , que al fin tuvo
que condescender con su compañero de tra
bajo. Jamás había visto mayor revoltijo y
hacinamiento de gente. En una habitación
donde apenas debían caber para divertirse
unas seis personas, había por lo menos
treinta. Y, sin embargo, entre aquel apiña
miento se bailaba . Bien es cierto que baila.
ban unos sobre otros . Todos estaban borra
chos. Tomaban chicha y licor. Desde luego
se le pasó á Martín un gran vaso de aquella
bebida, que él debía apurar de una vez.
Martín se acordó de sus propósitos de nunca
más tomar tales bebidas. Pero ipara tales
cosas estaba el tiempo! No había más que
beber. En la casucha estaban varias de las
lavadoras y peones que trabajaban en el in
genio Cancañiri, y ellos se creyeron en la
obligación de invitar al joven el amarillo
brebaje, uno por uno. Martín estaba sofo
cado con esta invasión, y procuraba arrojar
la mayor parte de sus vasos, aprovechando
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 263

el estado de borrachera en que estaban los


demás; mas pronto fué notado uno de sus
movimientos, y, á poco, las caras que le estu
vieran mirando con complacencia, se le em
pezaron á mostrar hostiles, y aun oyó algu
nas invectivas, sobre todo de las mujeres.
Decíase que « estaba despreciando a los tra
bajadores por ser pobres » y otras sandeces.
Entonces pensó en irse de aquel antro donde
bien veía que no estaría bien, pero tampoco
le dejaron salir; de manera que tuvo que re
signarse áá permanecer por largo rato entre
aquella gente y, lo peor, á transigir con ella
para no disgustarla . En su mente, echaba
pestes contra el mayordomo que le había
conducido á tal lugar, pero el mayordomo
no se daba cuenta de tal cosa y, por el con
trario, estimulaba á Martín á divertirse .
-Alégrese usted-le decía;-no ve que
es carnaval?
A lo que Martín contestaba:
-¡Cómo no! ¡ cómo no! ...
-En el lugar en que estuvieres, haz lo
que vieres — repetía á cada momento el
mayordomo.
264 JAIME MENDOZA

Mas ¡cómo podia divertirse Martín en


medio de esa batahola? La verdad era que
más bien estaba atormentado, por mucho
que hiciera para disimularlo. A cada mo
mento se le llegaban hombres y mujeres, le
abrazaban , le besaban y le ensuciaban . De
rramaban sobre su ropa la chicha y el licor
que le obligaban á beber, pues como estaban
ebrios , ya no eran dueños de sus movimien
tos . Hacíanle también bailar continuamente
los bailecitos de tierra al son de una música
detestable . Aquello era un cuadro repug
nante . Un amasijo de carne humana, de
chicha, de harapos, de polvos y de lodo.
Nadie se entendía . Todos cantaban y baila-.
ban haciendo contorsiones inverosímiles . Las
mujeres hacían coros con sus voces que pa
recían berridos de animales en la degollina.
Cantaban, lloraban y reían á la vez . El suelo,
también ahito de chicha y de licor, se pegaba
á las plantas de los que andaban . Sin cesar
se trasegaba, de los panzudos cántaros enfi
lados en un rincón ó jarras de poner agua,
cantidades estupendas de chicha que des.
aparecían rápidamente en las profundidades
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 265

de aquellos estómagos. La atmósfera era


tan espesa y cálida , que parecía á punto de
solidificarse. Al mediar la noche, Martín no
pudo más. Aprovechando de aquel estado
de semi-inconsciencia de todos, salióse disi
muladamente fuera. Viéronlo dos mujeres
de la casa y fueron á tomarlo. Negóse Mar
tín á entrar, y entonces una de ellas le dijo
que era una vergüenza que se fuese sin pe
dir nada, él, que tan halagado y obsequiado
había sido por los demás. Martín , profunda
mente ruborizado, sacóse algunos pesos y
se los dió a la mujer, diciéndole que sirviese
con eso y que le dejase en paz. Pero ¿qué
iban á entender esas gentes? Lo que hicie
ron fué tomarlo de los brazos y volverlo á
introducir al cuarto de la juerga. Martín
buscó al mayordomo. Éste roncaba en un
rincón, echado contra otro y teniendo por
encima á un hombre y una mujer que dispu
taban. A todos lados había cuerpos infor
mes simulando despojos después de una ba
talla. Habían llegado al momento estúpido.
Muchos ya no podían ni hablar por mucho
que tuviesen los ojos abiertos. Miraban los
266 JAIME MENDOZA

objetos con ojos vidriosos, muertos. Las mu


jeres de la casa seguían dando chicha á los
despiertos y aun á los dormidos. Los más
ya no hacían sino abrir la boca y tragar, si
no es que rebalsaba el líquido. Martín con
cluyó por irritarse con las dos mujeres que
querían obligarlo á beber, y haciéndolas con
resolución á un lado , abandonó al fin la
casa. Estaba en un estado desastroso . No
estaba embriagado , pues que casi todo
cuanto le daban había echado al suelo,
pero se sentía horriblemente descompuesto.
Su ropa, manchada de chicha y de licor, olía
de un modo detestable . Parecía que le se
guía la atmósfera de la juerga. En más de
un kilómetro que tuvo que caminar para
llegar á su domicilio, halló el trayecto sem
brado de borrachos . Unos pasaban bailando
y cantando. Otros apenas podían caminar.
Muchos estaban tirados sobre el camino
durmiendo a la intemperie.
XXIV

A la mañana siguiente, proponíase Mar


tín ir á Uncía á visitar á Emilio, que le ha
bía invitado para ese día . Al pasar por
Llallagua, vió reproducidos los mismos cua
dros del día anterior, y con más furor si
cabe. Lloviznaba, el suelo estaba charcoso
y soplaba un viento glacial . Pero , no obs
tante, numerosos grupos de gentes bebían
y bailaban al aire libre . Habíanse formado
pandillas de cochabambinos, challapateños y
llallagüeños. Cada una de ellas estaba enca
bezada por uno ó más músicos, que tocaban
flautas, guitarras , acordeones, charangos y
otros instrumentos. Todas las personas que
constituían la pandilla cantaban sus aires
268 JAIME MENDOZA

respectivos, y era de notarse, sobre todo, las


voces de las mujeres, por lo agudas y desen
tonadas. Por lo general, los grupos camina
ban moviéndose al compás de la música . A
ratos se detenían, formaban ruedas más ó
menos grandes, tomándose de las manos, y
bailaban largos ratos saltando sobre el barro
de los charcos ó el pasto de las praderas .
Desprendíanse á intervalos regulares, pal
moteaban alegremente y acababan dando
vivas al carnaval ó á cualquier otra cosa.
Cuando Martín pasaba cerca de una de es
tas pandillas, fué reconocido por algunas
personas que inmediatamente se despren
dieron de ella y, alcanzándolo , le echaron
polvos y papeles picados, y luego le obliga
ron á formar parte de la pandilla . Entre es
tas personas estaba Lucas. Martín , que ha-.
bía ya empezado a abandonar su antigua
aprensión contra el joven , le acogió con
buen modo y le miró riendo . Lucas, en
efecto, presentaba una cara reidera . Sus
simpáticas facciones desaparecían comple
tamente bajo varias capas superpuestas de
harina de distintos colores . Mas lo que , so
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 269

bre todo, le daba la fisonomía de un viejo


grotesco, eran varias rayas rojas en forma
de arrugas que llevaba en torno á los labios
y la nariz.
-¡Qué desfigurado le han puesto á us
ted ! Apenas lo he reconocido - dijo Martín.
Lucas sonrió, bien que no se podía notar
su sonrisa, pues el tatuaje que llevaba le
hacía parecer siempre riendo .
En la pandilla figuraban varias jovencitas ,
hijas de los mineros, vestidas con sus mejo
res trajes y luciendo cuanto dije pudieron
haber para colocarlo en su cuerpo. Habían
formado, hombres y mujeres, un gran círcu
lo, en cuyo centro bailaban , por turno, las
parejas que indicaba uno á quien llamaban
bastonero.
Lucas, que había dejado de tocar su
quena para ir en alcance de Martín , una vez
ingresado éste en la pandilla, volvió a su
tarea acompañado por otro mozo que tocaba
tan bien como él.
A Martín le habían hecho beper dos co
pas de un licor que olía á duraznos, y esta
vez—valga la verdad-ya no se mostró tan
270 JAIME MENDOZA

hostil como el día anterior a la bebida. Se


guramente influía, para poner de mejor
humor á Martín , la vecindad de las mucha
chas de la pandilla, entre las que veía caras
frescas y risueñas que le miraban con be
nevolencia . Allí estaba también Presenta
ción, graciosamente ataviada con una po
llera color lila y mantilla y botas blancas,
que le sentaban muy bien . Martín pensaba
en cómo y dónde estaría Claudina en aque
llos momentos .
El baile se desenvolvía con animación
sobre la pampa verde. Había cesado la llo.
vizna. Los jaleos resonaban alegremente en
la pandilla . Lucas y su compañero tocaban
y tocaban sin dar muestras de cansancio, y
asimismo seguirían tocando durante varios
días .

El bastonero mandó que bailase Martin


con una de las mejores mozas, lo que gustó
mucho al joven y acabó por hacerle agra ..
dable la reunión . Y tan agradable , que ya
Martin no se acordaba de su compromiso
con Emilio para ir aquel día á Uncía. El po
bre Martín iba cediendo sin remisión el
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 271

campo. Quizá la privación de ver cosas más


nobles desde su venida de Sucre, despertó
en su espíritu un deseo de expansión que, no
hallando cosa mejor en qué ejercitarse, se
acomodaba ya resignadamente á lo que po
día hallar. Por otra parte, la alegría de las
gentes entre las que estaba barajado no po
día menos de contagiársele. Porque la ale
gría es siempre contagiosa en todas las
latitudes. O se necesita tener el corazón po
drido y muerto para no responder a esa voz,
que es voz de afecto, de belleza, de salud y
de vida .
Mas jay! que muy pronto también tenía
que llegar el momento estúpido.
Después de un buen rato de baile, la pan
dilla se puso en marcha . Martín debió dar
la mano á una de las cholas é ir agarrado de
ella adonde le llevaban . Lucas y su com

pañero, á la cabeza de la pandilla , iban á


paso gimnástico al compás de sus quenas .
Los demás cantaban , y hasta Martín , á
instigaciones de su compañera, añadía su
meliflua voz al alegre concierto. Al princi
pio, al pasar junto á los grupos de curio
272 JAIME MENDOZA

sos, agachaba la cara un poco avergonza.


do; pero pronto empezó a mirarlos con em
paque .
Después de mucho andar de esta mane
ra , llegó la pandilla, ya al obscurecer, a la
casa donde debía seguir el baile durante
la noche.
8
XXV

Martín se despertó ya muy entrado el


día . No estaba en su cama . Hallóse acos
tado, sin desnudarse, en un lecho extraño,
cubierto con una gruesa manta. Miró á su
alrededor, y á la velada claridad que en
traba por las hendeduras de la puerta, dis
tinguió otro lecho próximo en que roncaban
dos personas . Martín trató de explicarse su
situación. De golpe, vínole el recuerdo del
día anterior; pero sólo se daba cuenta hasta
cierta parte . Después, su memoria se em
brollaba, y ya no recordaba sino á saltos tal
ó cual incidente sin hilación con los demás .
Recordó que, después de entrar a la casa á
que le condujeron, bebió sin medida con los
demás. Luego todo se le hacía caótico é in
18
274 JAIME MENDOZA

comprensible. Su memoria se perdía, náu


fraga, en un mar borroso, sin fondo уy sin
orillas . Presentábansele imágenes extraordi
narias, escenas grotescas. Presentósele la
cara tatuada de Lucas, la de Claudina, y
la de otras gentes desconocidas. Carcaja
das, sollozos, muecas, denuestos, se agolpa
ron á su mente. Pero creyó que todo eso
debía ser un sueño .

No poco alarmado, se incorporó en el


lecho, y al rumor que hizo, oyó una voz
que le decía :
-Buenos días , D. Martín .
Reconoció a uno de sus compañeros del
día anterior, y exclamó:
¡ Hola, Esteban ! Pero ¿qué es esto ?
¿Dónde estoy?
-Estamos en la casa de la Petrona... ¿Ya
le pasó la mona?
Luego Esteban dejó la cama y entreabrió
la puerta, exclamando:
-
--Ahora tenemos que curarnos .
-¿También usted está enfermo?-dijo
Martín , que se sentía con un dolor terrible
de cabeza y continuas náuseas.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 275

-Yo , no... Pero al día siguiente de una


jarana, siempre hay que curar la cabeza .
¿Usted está indispuesto?
—¡Horriblemente !
-Le voy áa traer aguardiente con sal .
-No , gracias... imposible tomarlo .
-¡Si no hay cosa mejor !
Y Esteban salió en busca del brebaje in
dicado .
Martín se despreciaba á sí mismo . Había
descarrilado por completo; había olvidado,,
con la volubilidad de una mujerzuela li
viana, sus juramentos de no excederse más
en la bebida. ¿Qué diría el doctor si le
viese? Se reiría como un mefistófeles. Luego
se miró los dedos y halló que le tembla
ban . Su pena y remordimiento se acrecen
taron .

Esteban reapareció trayendo una copa


llena . Martín la miró con asco .
-Tómela usted de un solo trago .
-¡Imposible !
- No dice usted que está indispuesto?
Ciertamente . No puedo estar peor.
-Pues, entonces, tome usted esto. Haga
276 JAIME MENDOZA

un esfuerzo , y ya verá como le alivia inme.


diatamente .
-Vea usted cómo estoy de trémulo.
Esto, que tiene licor, me sentará peor.
-Al contrario . Le va á sanar como por
encanto . Tome usted á mi cuenta.
Y tales fueron los razonamientos de Este
ban , que al fin Martín se bebió de una vez
el amargo brebaje.
El efecto fué curioso y respondió a los
anuncios de Esteban . Después de algunos
momentos de un sabor terrible, sintió Mar
tín que su estómago reaccionaba, calmán
dose las náuseas. Luego sintió un suave
mareo que le hacía ver las cosas ya no tan
graves como hacía poco . Por último, sus
dedos dejaron de temblar . Sentíase muy
consolado. Mientras tanto , oíase el tañido
melancólico de una flauta que tocaban cerca ,
y Martín preguntó :
-¿Quién toca por ahí?
-Es Lucas . Están bailando en el otro
cuarto .
-Desde tan temprano?
-Han amanecido y siguen .
EN LAS TIERRAS DEL PUTOSÍ 277

-Este Lucas es notable ,


-¡Y tan bueno ! Anoche usted le quiso
pegar.
- Yo ?
-Sí ,
Y Esteban contó á Martín cómo aquella
noche había tratado de abofetear á Lucas ,
promoviendo un gran alboroto . Así había
sucedido , en efecto. Cuando Martín estuvo
muy embriagado , propuso á Lucas ir en
busca de Claudina, acerca de la cual ya no
tuvo reparo ninguno en manifestar sus sen
timientos. Lucas sabía que Claudina estaba
en una casa próxima, y se prestó con lame
jor voluntad á ir con Martín en su busca. En
consecuencia, los dos jóvenes abandonaron
la casa en que estaban y fueron á la otra ,
en la que también había una jarana deshe
cha. Allí fueron acogidos con muy buenos
modos, sobre todo Lucas, que era simpático
á todos. Por desgracia, Martín empezó á
cometer ciertas inconveniencias que suscita
ron protestas. Abrazaba á Claudina у
y la lle.
naba de halagos inusitados entre esas gen
tes . Pero Claudina manifestaba embarazo y
278 JAIME MENDOZA

tenior ante Martín , y en cambio se inclinaba


decididamente á Lucas . Esto, visto por
Martín , dió lugar á que se saliese muy dis
gustado de la casa. Lucas corrió en pos de
él, y tolerando sus torpezas, consiguió con
ducirlo nuevamente á la casa en que primiti
vamente estuvieran . Allí, Martín, después de
beber algo más, entró en furor contra Lucas
y trató de abofetearlo, con lo que sublevó á
toda la concurrencia, sobre todo a las muje.
res, y á no ser la generosidad del mismo
Lucas, habría salido muy mal librado. Por
último, Lucas y los demás lograron que
Martín se recostase en una de las camas de
la habitación inmediata, y de este modo
Martín resultó allí.
Repuesto Martín tan singularmente, mer
ced al consejo de Esteban , pero muy aver
gonzado por los desaguisados cometidos ,
hizo llamar á Lucas, cuya flauta había de
jado de sonar hacía rato.
Vino Lucas, y Martín le dió una cumplida
satisfacción .
Lucas quedó muy sorprendido . Él no ha
bía dado importancia á los incidentes de la
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 279

noche, y por tal razón le admiraron las ex


cusas de Martín. En su vida había oído
excusas más rendidas y caballerosas. Aun
en ocasiones en que le pegaron de veras ,
jamás le pidieron perdón al modo de Mar
tín. Lucas tranquilizó, pues, á Martín, de
mostrándole, más que con sus palabras, con
su aire ingenuo y apacible, que de ningún
modo estaba resentido con él .

Una hora más tarde, Martín emprendió el


camino de Uncía. Recién ahora cumpliría
su compromiso con Emilio.
Antes de llegar al pueblo, vió numerosas
pandillas que se movían en sus alrededores .
Como en Llallagua, formaban grupos pinto
rescos que marchaban con acompasados
movimientos, se detenían, daban vueltas ,
cantaban y palmoteaban . Algunas llevaban
banderas que flameaban alegremente al
aire. De lejos, las personas que se veía bai
lar, sin que se alcanzase á oir la música, pa
280 JAIME MENDOZA

recían rondas de locos haciendo grotescas


piruetas.
Al pasar por las calles desiguales y
estrechas del pueblo, Martín recibió va.
rias andanadas de cascarones y de polvos,
que le dejaron ridículamente pintarrajeado;
pero como todos los transeuntes andaban
de igual manera, ya no pensó ni en lim
piarse.
En la casa de Emilio encontró una jarana
loca. Recibiéronlo con abrazos y le colma
ron con otra cantidad de polvos y papeles
picados .
Allí se habían dado cita gentes de toda
calidad. Allí estaba la esposa del intendente
codeándose con la concubina del presidente
municipal . Los peones alternaban con los
caballeros del pueblo . Las niñas desapare
cían entre las polleras de las cholas.
Contra lo que Martín esperaba, Emilio
estaba fresco .
-¿Y por qué no apareciste ayer?
-Me retuvieron en Llallagua.
-Me lo figuré. Allí se divierten más que
aquí porque tienen más plata .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 281

-Sin embargo, aquí también noto mucho


entusiasmo .
-No falta. Lo que es aquí ya ves cómo
andamos. Mi casa está honrada por lo me
jorcito del pueblo ... y también por lo peor.
Martín sonrió .
-Has de saber- continuó Emilio -que
aquí se encuentra nada menos que la pri
mera autoridad de la provincia .
-¿Quién es la primera autoridad ?
-Pues el subprefecto. ¿Quieres que te lo
enseñe ?
Emilio condujo á Martín á un dormitorio
contiguo, donde había una cama en la que
dormía profundamente un hombre, que, sin
duda, se había vomitado, pues aún queda
ban feas manchas en la almohada. Cerca á
la cama, acostado en el suelo y cubierto de
un poncho, dormía asimismo otro hombre
que roncaba con tal fuerza que sorprendió á
Martin .
-Sí-continuó Emilio, -aquí, sobre ese
catre, está el que vela por las leyes, y aquí
mismo, á sus pies , está el que las infringe.
Y señaló el que dormía en el suelo.
282 JAIME MENDOZA

-¿Es uno de los ladrones ?


-No digas ladrones... Hay otros califica
tivos más suaves .
Martin rió y repuso :
-Pero ese hombre ronca de un modo
horroroso. ¿Cómo podrá dormir el subpre
fecto con semejantes truenos?
-Déjale, hombre! El subprefecto está en
tal estado de inconsciencia, que maldito si
se da cuenta de la irreverencia que ese inso
lente va cometiendo en sus barbas .
Salieron. En la habitación del baile pre
sentó Emilio á su amigo a varias de las da
mas . Luego, yéndose á un rincón , le dijo:
-Esas que te acabo de presentar, son las
queridas de esos.
Martín callaba .

-Aquí—prosiguió Emilio, -el matrimo


nio es una excepción. El concubinato es la
regla. Todos optan por éste: el subprefecto,
el administrador de las minas, el cura , el
médico, el comerciante, el peón ...
El armónium sonaba sin tregua. Los bai
lecitos se sucedían entre estruendosos ja
leos . Charolas repletas de vasos de cerveza
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 283

circulaban á cada momento. Los que esta


ban borrachos departían según su tempera
mento . Los sanos murmuraban unos de
otros. La mujer del presidente municipal
miraba con ojos desdeñosos á una chola
sentada a su frente, quien , a su vez, le co
rrespondía con una mueca solemne en que
parecía decirle: « ¡Insolente !>>
Una de las señoras, aburrida ya de tantos
bailecitos, inició la idea de bailar un vals.
Un joven empleado de minas se acercó á la
dama, insinuando antes al armonista que
tocase un vals. Formáronse después nuevas
parejas, que se pusieron á valsar de un
modo que parecía sumamente ridículo á

Emilio . Éste dijo a Martin :


-¡Cursis! Ahora les entra el antojo de
los valses. Más tarde querrán cuadrillas, y
bailarán , no lo dudes, inclusive las cholas,
y entonces no habrá más remedio que es
capar.
-¿Quieres huir?
-A mí me gusta todo lo que esté en ar
monía con las condiciones de un lugar. De
testo estas disonancias . Que bailen las cholas
284 JAIME MENDOZA

valses con sus enormes tacones sobre pisos


de madera ó ladrillo, me parece tan absur
do... Mejor valsarían los indios é indias en
sus praderas cubiertas de pasto.
El armónium sollozaba con un vals fu
neral .
La señora que inició el baile se inclinaba
lánguidamente hacia el joven empleado; una
jovencita gruesa daba tales trancos, que su
caballero tenía siempre que estar huyendo
el cuerpo para evitar choques; un comer
ciante en abarrotes se distinguía por su exa
geración en alzar y doblar las piernas al
valsar; una cholita graciosa trataba de ense
ñar á su pareja el modo de hacer las vueltas .
Pero el más interesante para Martín fué un
joven delgadísimo que valsaba inclinando el
tronco hasta ponerlo en ángulo recto con
el muslo, irguiendo la cabeza hacia atrás y
doblando las rodillas á tal punto , que figu
raba una especie de 2 con un apéndice
abajo .
De repente salió de la próxima habitación
una manga de agua que fué á bañar á varios
de los bailarines .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 285

Emilio, sin poder tolerar más aquella es .


cena , se había provisto de una bomba para
dispersar con ella á los actores.
Fué un desastre. Todos los que valsaban
se replegaron a los rincones ó escaparon al
patio para evitar aquella irrupción de agua.
Con esto el vals quedó cancelado, y Emilio
apareció en la puerta de paso sonriendo.
Con el desparpajo que le era peculiar, pidió
mil perdones a la concurrencia por seme
jante baño, diciéndola que, siendo martes
de carnaval , día de locura , eran muy dis
pensables esas manifestaciones acuosas .
Todos, en efecto, perdonaron de buena
gana á Emilio, y únicamente la señora que
bailó con el joven empleado, se aprestó á
retirarse, indignada de que se la hubiese tra
tado con tan poco miramiento. El agua se
le había entrado hasta la camisa , y su am
plio sombrero, estrenado aquel día, estaba
convertido en un tricornio que daba á la
cara de la señora un aire propiamente car
navalesco .
-Pero, señora , ¿por qué se enoja usted?
¿No ve que es carnaval?- clamaba Emilio,
286 JAIME MENDOZA

tratando de retener, acompañado de los de


más, á la irritada dama.
-¿Y porque es carnaval se ha de tratar
así á la gente?-exclamaba ella tiritando de
cólera y de frío .
--- Pero , á lo menos , no se vaya usted
con esa ... sombrera - prorrumpió con cruel
dad una de las circunstantes .
La señora se sacó el sombrero, y al ver el
estado en que había quedado, su enojo no
tuvo límites .
-Déjela usted aquí su sombrera . Se van
á reir si la ven . Yo se la mandaré des
pués .
La señora trató á Emilio con los califica
tivos de farsante, advenedizo , bandido ...
Emilio se volvió otra vez á la pieza ve
cina, exclamando :
--Esto merece otro baño .
Pero antes que regresase con el temible
aparato, ya la señora se había marchado,
amenazando que muy luego vendría su ma
rido á pedir explicaciones.
—¿Y la sombrera ?-preguntó Emilio.
Le dijeron que se la llevó bajo el brazo.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 287

-Mejor así. Porque si se la vuelve á po


ner la apedrean en la calle.
Toda la concurrencia abandonó la habi
tación para seguir bailando en el patio . Na
die más habló de valses .
Martín , con la experiencia de la noche
anterior, se cuidó de beber con exceso, y
apenas mojó sus labios con uno que otro
trago de las bebidas con que se atiborraban
los demás concurrentes . Sentíase fresco, y
comió con apetito un asado á la parrilla
con que Emilio regaló á sus invitados. Des
pués de esto, se despidió , pues quería reco .
gerse temprano aquella noche para levan
tarse temprano también al día siguiente y
estar en condiciones de restablecer el tra
bajo en el ingenio, conforme a las órdenes
de la administración ,
-¡Ilusiones! -esclamó Emilio. -Ustedes
no tendrán trabajo en unos ocho días .
-De todos modos, yo estaré en mi
puesto.
-¡Muy bien, hombre cumplido! Ojalá
que, en cambio de tu estrictez, no te den
un bofetón.
1
well

!!
XXVI

Como había previsto Emilio, inútil fué


que Martín se presentasé el miércoles en su
puesto en disposición de reasumir sus fun
ciones. Ni un trabajador, ni una lavadora ,
se presentaron en el ingenio . En cambio ,
las diversiones de la gente obrera acrecían .
Elcarnaval parecía empezar de nuevo . Mar
tín , el miércoles y días subsiguientes , vió
con sorpresa que las fiestas tomaban visos
de eternizarse . Y en todos esos días no vió
sino la repetición de lo mismo: borrachos
por todas partes, pandillas de bailarines
y cantores saltando como demonios, jara
nas sin cuento, disputas fenomenales; chi
19
290 JAIME MENDOZA

cha, alcohol , humo de tabaco, sangre y


deyecciones .
Aquel cuadro, que se prolongaba tanto,
llegó á hastiar al joven.
Sobre todo cuando bajaba á Llallagua , le
atolondraba la confusión y borrachera que
encontraba allí. Siempre los grupos de las
mismas gentes cantando y bailando al son
de las mismas músicas. Siempre las pandi
llas de cochabambinos rasgueando sus gui
tarras con un son eternamente repetido; los
arrieros de Challapata tocando sus flautas
lastimosamente; los mineros de Llallagua
formando sus conciertos monótonos. Siem
pre los indios tocando también sus instru
mentos con un tesón que llegaba al furor.
Y toda aquella variedad de tonos, á cual
más opuestos pero lanzados al mismo tiem
po, formaba un conjunto tal de disonancias, 1
1

una sinfonía tan absurda, que daba ganas de


dispersar esa gente á cañonazos. Martín no
concebía cómo podía haber diversión en
aquel furor de beber y de bailar. Por otra
parte, se admiraba de la resistencia enorme
desplegada por aquella gente. Una mañana
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 291

vió por más de una hora un grupo de cua


tro indios que soplaban sus grandes flautas,
hinchando desmesuradamente la boca y el
cuello con el esfuerzo que hacían , y do
blando el cuerpo a todos lados, porque es
taban completamente ebrios. Apenas se
mantenían en pie, y, sin embargo, recorrían
cuadras y cuadras, daban vueltas, mecían
sus cabezas, se caían , tornaban á levantarse,
y no dejaban de tocar. Al mediodía, Martín
los volvió á ver en la misma forma. Y al
anochecer, continuaban todavía soplando
sus instrumentos con una tenacidad que,
si algunos consideran en el indio como
una notable cualidad, Martín en aquella
ocasión la calificaba sencillamente de es.
tupidez.
Era que la abyección y desventura en
que vivían esas gentes las impulsaba, una
vez llegada la ocasión, á entregarse, á modo
de desquite, á una diversión que llegaba
al embrutecimiento completo ? ¿Era que la
triste perspectiva de volver pronto á un
trabajo penoso, á una vida irracional , las
hacía aferrarse con desesperación á sus .
de
292 JAIME MENDOZA

.
portes báquicos? ¿O era aquello, simple 1

mente, el resultado de la falta de mejores:


distracciones?
Martín sé lo explicaba de unos y otros
{
modos .
El domingo de tentación la fiesta era
mayor que ocho días antes, mucho más.
que el propio domingo de carnaval . Martín
estuvo en Llallagua todo el día y pudo pre
senciar la sucesión de cuadros que se des
arrollaban ante sus ojos como las proyec
{
ciones de un cinematógrafo . 1 ,
Aquel día , más que los ånteriores, las
mujeres ostentaban los mejores trajes. El
raso y el terciopelo de las polleras brillaba
al sol con reflejos verdes, rojos, azules, cê.
lestes, violetas , áureos y de otros matices.
Las graciosas mantillas se agitaban sobre
los hombros de las mujeres al soplo de un
aire acariciador. Las enormes carabanas,
colgando de las orejas, möstraban sus in
crustaciones de perlas y de brillantes. Los
botines multicolores, los jubönes y som:
brero's variaban á lo infinito .!! 1

Había mujeres que llevaban sobre sí una


EN LAS TIERRAS DEL : Potosí 293

fortuna, si se tiene en cuenta la exigüidad


de recursos económicos de la gente obrera.
Un pobre diablo que apenas ganaba lo ne.
cesario para comer había comprometido su
trabajo de seis meses por vestir á su dami
sela debidamente para que no la mirasen
en el carnaval. Un padre de numerosa fami
lia había sujetado a su mujer é hijos á largos
ayunos, sólo por reunir lo necesario para
comprar una pollera de felpa . Hasta una
joven casada abandonó a su esposo, entre
gándose á un empleado, quien, para equi
parla lujosamente, tuvo que meterse en in
dignos manejos.
De donde se deduce que la pasión del
lujo es la misma en todas partes , en París
como en Llallagua, en la empingoratada
señorita como en la última obrera.
Numerosas turbas de curiosos y de pi.
lluelos pululaban en Llallagua contem
plando, aplaudiendo ó silbando á los bai.
larines . Veíase á cada paso gentes con las
cabezas ó manos vendadas, los párpados
y labios tumefactos y violáceos, la nariz
aplastada, y la cara con papeles ó telas
294 JAIME MENDOZA

adheridas, ó mostrando desgarraduras al


descubierto.
Pronto empezó a llover; pero las pandi
llas se multiplicaban más y más, como si
brotaran de la tierra. Unas se esparcían por
los campos vecinos; otras quedaban girando i
en la plazoleta lodosa y salpicándose de
barro é inmundicias .
Martín vió pasar en una de estas pandi
llas á Claudina. Iba agarrada de un mozuelo
de nariz chata y de aspecto feroz. Vestía
una modesta pollera color escarlata, manti
lla ambarina y botas churrigurrescas , que
estaban muy embarradas. A pesar de su
pobre traje, Martín la encontró encantadora.
Su compañero, que la trataba con poca con
sideración , dábale violentos tirones de las
manos y la obligaba a dar vueltas, con la
torpeza propia de estas gentes.
-¿Qué será de su madre?-pensó Martin .
Pronto salió de la curiosidad , y quedó es
pantado .
En un grupo próximo á la pandilla estaba
la mujer Juana, enteramente embriagada .
Llevaba su criatura de pechos á la espalda
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 295

y vestía un traje haraposo y sucio, que re


sultaba muy chocante al lado de los vesti
dos nuevos de los demás. La pobre mujer
cantaba un tono ridículo , vociferaba, bailaba
sola, reía, gesticulaba y se cimbraba.
Martín se alejó acongojado.
Al anochecer, todas las pandillas regresa
ron de los campos, y pasaron por la plaza ,
siempre bailando con un tesón rayano en el
frenesí. Cantaban coplas en que, por lo ge.
neral , se insultaba a diversos grupos y per
sonas . El músico que estaba . á la cabeza
entonaba una frase , y luego toda la pandilla
le contestaba á coro, repitiendo el mismo
estribillo . Por largo rato vió Martín aquel
revuelto desfile. La gente sudorosa y mal
oliente que pasaba saltando cerca de él ,
echábale á la cara bocanadas saturadas de
chicha, licor, comida y humo.
En una de las pandillas volvió á ver á
Claudina, siempre de la mano del feo mozo,
que cantaba al igual de los demás, con en
tonaciones que parecían alaridos . La mujer
Juana ya no parecía.
Martín emprendió el camino del ingenio.
296 JAIME MENDOZA

A medida quese alejaba, iba decreciendo


la algarabía. La última copla que alcanzó á
oir, decía :
Qué se'vaya el carnaval,
que se vaya...
Cuando vuelva á regresar
á esta playa ,
ya no nos hade encontrar .

r ?

::
XXVII

Martin, que esperaba, al día siguiente , lu


nes, ver, después de ocho días de huelga, á
la simpática Claudina entregándose nueva
mente á su trabajo con la contracción que le
era peculiar, quedó muy sorprendido de que
ella no se presentase .
Todas las lavadoras estaban en sus pues
tos , menos la muchacha.
Martín pensó que, después de tantas fies
tas, quizá ella estaba enferma é inhabilitada
de trabajar ese día, pero que ya reaparece
ría en los siguientes .
Y pasaron dos, y tres días más. Y pasó
una semana. Y nada. Claudina no se pre
sentó más . ¿ Qué significaba eso?
298 JAIME MENDOZA

Una tarde fué Martín á la casa de la mu


jer Juana á saber lo que ocurría. Tampoco
estaba allí Claudina . No estaban sino su
madre y hermanos. Entonces, Juana expli
có, llorando, á Martín lo que había pasado:
Claudina se había dejado seducir en los días
del carnaval por un mocito que la perseguía
desde hacía tiempo, y que últimamente se
dió tales mañas,, que acabó por llevársela á
Uncía.

He aquí una conclusión estrambótica del


episodio amoroso de Martín .
BB
XXVIII

Y apenas pasaron pocos días, una ma.


ñana, recordando á la cholita, el mayor
domo Benito dijo á Martín :
-Ayer estuve con la Juana , y ella me
avisó que ya la joven ha recibido la primera
paliza de su amante. Parece que piensa vol.
ver al lado de su madre.
-¡Pobrecita !
-Es una pícara. Pero va pagando su li
gereza. Figúrese usted que ella tenía su no.
vio, un buen muchacho apellidado Pérez, y
ha preferido, sin embargo, marcharse á vivir
con un vagabundo que, si usted le cono
ciera, se quedaría espantado.
-¿No es un jovencito chato?
-¡Feísimo! no es cierto? y de yapa,
300 JAIME MENDOZA

ocioso , pendenciero y perverso como él


solo . En cambio , Pérez , es un muchacho
guapísimo y trabajador como pocos.
-Raro, entonces, que la muchacha se
haya extraviado así .
-Ahora dice que ella se disculpa ante
su madre diciendo que su seductor la con
quistó á fuerza de amenazas y violencias.
-¡Hola!
- Y así debe ser. Es la condición de es
tas gentes. Usar con ellas de halagos уy bue
nas maneras es contraproducente. El más
audaz y ejecutivo es el que se las impone .
Al hombre lo consideran hombre sólo cuan .
do las hace doler las carnes . :
-Y la madre įrecibirá de nuevo á su hija?
-Ya lo creo . Como que ella la ayudaba
á sostenerse. Quizá pronto la volveremos á
ver aquí de lavadora .
--Y su novio Pérez ¿qué dirá?
:-- De seguro que volverá á pretenderla y
se casará con ella .
--¡Pero eso es un horror!
-Puede ser; pero es así.
si ! :)
. ??

XXIX

Lo ocurrido con Claudina dejó en el alma


de Martin una impresión detestable:
Avergonzábale la idea de que se había
dejado impresionar por una criatura seme
jante, por una chicuela de la más infima
condición social , que siempre fué para él es
quiva y huráña, que ni siquiera era inteli
gente, sino decididamente torpe, y que, por
último, demostró ser de una condición ' tân
liviana como estúpida.
Y, sin embargo, Martín seguíà pensando
en Claudina :
Todos los días miraba con pena el sitio
en que ella se sentaba á trabajar; echaba de
menos su cara fresca y graciosa, su 'negra
302 JAIME MENDOZA

y empolvada cabellera, sus manos hundi


das en el agua y sus bien formadas panto .
rrillas.
Sentía que aún la amaba. Y nada raro ha
bría sido que , al igual que Pérez, conforme
lo presumía Benito, también Martín la hu
biese perdonado su desliz, llegado el caso .
Y ahora que ya no la veía, Martín se sen
tía más solo. Le parecia que algo le faltaba .
Algo como un sentimiento de nostalgia se
enseñoreaba de su corazón .
Y, por su mala suerte, no tenía en qué
distraerse. El ejercicio de sus obligaciones
le llegó á ser odioso. Le faltaba entusiasmo
y animación .
Una tarde, después del trabajo , bajó
Martin á Llallagua en busca de D. Miguel .
Hacía algún tiempo que no había visto a su
viejo amigo, y ahora que estaba tan triste,
deseaba que éste le entretuviese con su pi
cante charla. Quizá este hombre, que tanto
sabía de la vida, podía enseñarle muchas
cosas y despreocuparlo de sus tristes pen
samientos .
Pero Martín no encontró al viejo en el
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 303

hotel. Allí le indicaron una de las casuchas


del contorno, diciendo que D. Miguel solía
parar por ahí.
Efectivamente, al dirigirse á dicha casa,
ya Martín distinguió desde lejos á D. Miguel .
Estaba parado junto a la puerta, y desde
luego, su actitud empezó á chocar á Martín
á medida que se acercaba. Cuando llegó, se
quedó atónito . D. Miguel estaba completa
mente ebrio, y apenas contestó al saludo
del joven con un guirigay inentendible. Te
nía los labios desmesuradamente abiertos y
por ellos le salía una baba repugnante . Su
sombrero , arrugado y lleno de manchas de
tierra, le caía hasta los ojos. Tenía la es
palda y los brazos apoyados a la pared.
Sus ojos estaban enrojecidos. Su aliento
trascendía á alcohol. Su pantalón parecía
que se le iba á caer, y como se había restre.
gado en las paredes, llevaba la ropa blan :
queada y terrosa.
Martín, que en los días que vivió en Lla
llagua vió al viejo muy parco en bebidas, y
á lo sumo tomando una ó dos copa de kok.
tail en el almuerzo, no podía ahora creer que
304 JAIME MENDOZA A.. !

estuviese en semejante estado de embria


guez.
Lleno de conmiseración , sacó su "pañuelo
y se puso áá limpiar las babas del borracho y
aun las manchas de cal de su ropa.
-Es inútil que usted le limpie - exclamói
un vecino que se había acercado. -Dentro
de un rato se vuelve á ensuciar. Es un viejo
muy cochino.
--Pero ¿cómo es posible que esté en se ?
mejante estado 1 ,; ?

: -Hace quince días que está así. Es desde


el carnaval , Cada mañana se levanta a :
beber. Bebe lo que le dan . Por las tardes,
ya no puede más. Se tira a dormir en cual
quier parte . Y después , despierta otra vez
á beber . ¡Milagro que no le da una congesa :.
tión ! "
- No me dan ganas de creer lo que voy
viendo :
-Es muy antiguo . Es su costumbre. Se:
priva de beber por temporadas. Y cuando
bebe, bebe también por temporadas. :
--¿Y no hay como contenerle?' , ."
Quién? No tiene familia. Sus amigos
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 305

se han cansado. Algunos más bien le dan


más cuerda .
—¡Pobre D. Miguel!
Estaban como á veinte pasos del borra
cho, y Martín , que no podía separar sus
ojos de él, le miraba gesticular á ratos, y
oía su respiración lenta y profunda.
-Está lleno-continuó el vecino;—no
tardará en caer. Por su suerte está ahora
aquí. Otras veces se duerme en los solares;
se echa en cualquier parte .
-¡Aquí vive?-- preguntó Martín .
-No; pero aquí le favorecen. Ahí tiene
sus compadres .
Martin, seguido del vecino, volvió a acer
carse á la casa , y entrando en ella, encontró
una mujer que cocinaba . Sacose el joven al
gunas monedas y se las dió a la mujer, en
cargándole que siempre cuidase de aquel
Infeliz anciano .
-¡Pobre viracoche!-decía ella .-Mucho
mejor sería que se muera.
-Es así - dijo el vecino .-No tiene re
medio . Cuando está sano es bueno. Todos
le oyen y respetan . Pero si otra vez le tienta
20
306 JAIME MENDOZA

el demonio, adiós . Todo es inútil . Por su vi


cio se arruina . Se hace botar de todos sus
empleos.
-Sé que ha sido contratista - dijo Martín.
-Sí, y le iba bien . Pero se puse á beber,
y adiós. No cumplió sus compromisos. Le
faltó al gerente. Cometió iniquidades. En.
tonces le botaron .
-Y ahora ¿de qué vive?
-De lo que le dan . Siempre le favore.
cen . Porque, cuando está sano, es servi
dor. Tiene cabeza . Sólo así, en borracho, es
tan sucio .

D. Miguel apareció, agarrándose á las pa


redes y. á la puerta. Martín y el vecino to
máronlo de los brazos y le condujeron hasta
una cama próxima, donde le hicieron recos
tar, cubriéndole con una pobre manta. Po
cos momentos después, el borracho dormía
profundamente dando ronquidos fuertes.
La mujer seguía cocinando. Pronto llegó
su marido, un minero que, al ver al viejo,
exclamo :
-Felizmente, el compadre ya se había
dormido .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 307

-Ahora hay que procurar que, desper


tando, ya no beba - dijo Martín .
El minero contestó :
-¡Pero si todas las veces que duerme
aquí se va sano! No sé dónde le dan , por
que siempre vuelve borracho .
Martín se despidió de aquellas pobres y
caritativas gentes, y regresó a su casa lle.
vando en su alma una nueva decepción .
XXX

Y para que continuasen las malas impre


siones de Martín , una tarde se le presentó
Emilio diciéndole:
-Vengo de ver á Lucas, que está mori
bundo .
-¡Cómo!-- dijo Martin admirado . — ¡Lu
cas moribundo ?
-Sí. Se ha contagiado de la tifus. El mé
dico lo ha desahuciado.
Martin miró á Emilio, creyendo que tal
vez hablaba en broma. Pero Emilio tenía
una cara desolada , y Martín espantosa,
-Te hablo de veras-dijo;—y para con
vencerte, anda tú mismo á ver al pobre Lu
cas . ¡Qué fatalidad! Ya ha perdido el cono
cimiento ...
310 JAIME MENDOZA

Una hora después, Martín estaba ante el


lecho de Lucas. Lucas, en efecto, estaba
inconsciente. No contestó al saludo de Mar
tín , y aun cuando á momentos fijaba en él
los ojos, parecía no conocerle. A pesar de
que se le había lavado la cara, aun queda
ban en ella algunos restos de las rayas de
pintura que en los días del carnaval le da
ban un aire de continua risa, y que ahora
mismo aun hacía reir aquella faz ya seña
lada con la mano de la muerte.
Hacía como dos semanas que Lucas es
taba enfermo. El miércoles de carnaval se
había sentido muy indispuesto; pero aun si
guió tocando la flauta ese día, hasta que, al
fin, no pudo más, y fué necesario que regre
sase a su casa , sin más compañía que la de
Presentación , pues todas las demás gentes
quedaron divirtiéndose en Llallagua . Du
rante tres días, aun anduvo . No creía él
mismo en la gravedad de su mal ; pero ese
mal le había minado profundamente, y le
venció al fin . Con la llaneza y resignación
que le eran características , dejó que hicie
ran con él lo que quisieran . Presentación y
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 311

su familia , poniéndole parches á la espalda,


friccionándole el abdomen con enjundia de
gallina y obligándole á beber asquerosas
pócimas. Una mañana amaneció sin habla .
Entonces Melgarejo y los demás se alar
maron , y hubo que dar aviso á Emilio . Emi
lio se presentó, é inmediatamente llamó al
médico . Y el médico declaró que el caso era
fatal.

Martín contempló con verdadero dolor


aquel pobre muchacho, á quien hacía ape
nas quince días le había visto tan lleno de
vida tocando su flauta. Un vivo sentimiento
de conmiseración se apoderó de su alma, y
aun cierto remordimiento por la animad
versión con que le había visto hasta hacía
poco .
Presentación y su madre no cesaban de
gimotear. A ratos dirigían la palabra al en
fermo, como si éste pudiese contestarles .
Un viento continuo, chocando contra el pa
jizo techo de la casa y sus agrietados mu
ros, lanzaba tétricos lamentos. Algunas ve
ces sus heladas rachas penetraban á la
habitación, y hacían mover un pantalón
312 JAIME MENDOZA

viejo y una bufanda de lana de vicuña col


gados de la pared .
Lucas continuaba siempre con los ojos
abiertos, que vagaban hacia arriba, como si
estuviesen viendo cuadros gratos y reideros,
No parecía condenado á morir, y ni siquiera
mal enfermo.
Martín se levantó, dicierdo a las mujeres
que, al día siguiente, volvería á ver á Lucas .
Luego dirigióse á él y le hizo un gesto de
despedida. Pero Lucas no le contestó, y
continuó mirando el techo de la casa con
ojos extáticos y con su cara pintada de una
indecible expresión tragi-cómica.
XXXI

En la tarde del día siguiente, apenas cesó


el trabajo , volvió Martín á ver á Lucas.
El día agonizaba . El cielo adquiría tintas
obscuras que, al transmitirse á la tierra, la
pintaban de un gris abrumador. El eterno
viento soplaba con fuerza contra el suelo ,
sin hallar más que algunas escorzoneras ú
otras flaquísimas plantas que temblaban á
sus embates . Martín no se encontraba con
nadie en el camino . Una soledad profunda
le rodeaba, y un silencio siniestro que sólo
era interrumpido por la voz poderosa del
viento .

Martín, con la mente preparada á ideas


tristes, encontraba todo esto quizá más som
brío y desolador de lo que realmente lo era .
314 JAIME MENDOZA

Sobre todo, el viento le parecía más ele.


gíaco y funeral que nunca . Sus 'soplos eran
sollozos . Su voz era una voz trágica, que le
hablaba de cosas efímeras y fatales. Era el
gemido mundial salido quién sabe de qué
fondos espantosos, para infiltrar en el alma
un sentimiento de dolor inevitable .
Martín sentíase á cada momento más triste .
Detúvose por algunos instantes á tomar
aliento . El viento le habló con más insisten
cia aún . Había que oirle. ¡ Cuántos millares
de seres ya le habían oído del mismo modo!
Él había hablado á los desamparados , con
voz preñada de todas las esperanzas muer
tas y de todos los ideales marchitos. Él ha
bía hablado, durante siglos , al hombre pri
mitivo. Él había hablado al indio, solitario
morador, de esa agria región . Había sido
cruel con él . Le había azotado sin tregua y
sin piedad . Pero también le había enseñado
á ser sufrido, porfiado, fuerte y bravo . Y aun
antes que nadie alentase allí, él había ha
blado a la inmensa soledad . Había sido el
eterno perturbador de aquel silencio de pie
dra . Y, asimismo, ¡quién sabe si cuando todo
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 315

muriese, él seguiría hablando solo y feroz


en la callada inmensidad !

Martín , jadeante por la rápida ascensión


que acababa de hacer, entró al obscuro tu
gurio de Lucas.
Emilio ya estaba allí desde temprano .
Lucas parecía más animado que el día
anterior. Con frecuencia sacaba los brazos
de entre la cama y se los llevaba á la ca
beza como si quisiese restregarla . Sus ojos,
abiertos siempre, se dirigían arriba . Conti
nuaba mudo .
Las mujeres y Melgarejo estaban también
junto á la cama .
Parece que está mejor. Ahora se mueve
--- dijo Martín .
-Ya veremos lo que dice el médico. Fe
lizmente ya está aqui- repuso Emilio, mi
rando con afán hacia fuera, donde vió que
acababa de llegar el médico .
Éste entró preguntando:
-¿Sigue la batalla ?
-Sigue - respondió Emilio.
316 JAIME MENDOZA

El doctor empezó a examinar al enfermo.


Los ojos de Emilio brillaban , y, más que en
el enfermo, se fijaban en el rostro del mé
dico, escudriñando hasta sus más pequeños
gestos. Todos los semblantes revelaban una
gran ansiedad, y en todos también parecía
dibujarse un rayo de esperanza .
El médico concluyó el examen , y después
de guardar su termómetro, exclamó :
-Es cuestión de pocas horas.
--¿Cómo? -- exclamó Emilio.
-Que al fin se morirá Lucas dentro de
poco .
Las mujeres empezaron á dar alaridos.
Emilio parecía aún no creer lo dicho por el
médico . A Martín se le saltaban las lágri
mas. Elrudo Melgarejo acabó aullando
como las mujeres.
El doctor salióse fuera.
Tras él salieron Emilio y Martín .
-¿De modo que no hay más que esperar?
-prorrumpió Emilio.
-Hay que esperar que se muera ,
—¿Pero no se puede tentar ningún re
curso? ¿Nada, nada ?...
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 317

El doctor sentóse sobre una piedra grande


que estaba cerca. Paseó su mirada sobre las
lejanas serranías que se divisaban desde
aquella altura,, y de repente, volviendo sus
ojos á Emilio, exclamó:
-¿Tú quieres que viva ese muchacho ?
¿Y para qué?
Emilio iba a contestar, pero el doctor
prosiguió:
-Francamente, si yo hubiese llegado
aún á tiempo de salvar á Lucas, lo habría
sentido. Felizmente he llegado tarde. No le
he podido hacer un servicio por el que
nunca habría merecido que Lucas me agra
deciese .
-No te entiendo - dijo Emilio.
-Quiero decir que Lucas hace bien de
morirse. Es un ser que no debe continuar
en este mundo, que es una perrería para él .
Era un muchacho desgraciado . No conoció
á su padre. Su madre le echó de su lado
como á un estorbo. La Naturaleza le dotó
de hermosas cualidades, pero por el camino
adonde le llevaba la suerte , esas cualida
des, en lugar de hacer de él un hombre feliz,
318 JAIME MENDOZA

le iban precipitando al mal. En poco tiempo


más, habría sido un criminal rematado . Por
fortuna, hoy se escapa de ese extremo. La
muerte, para muchos, es una liberación .
-Señor-exclamó Melgarejo saliendo de
la habitación y dirigiéndose al médico ,-el
señor cura estuvo aquí esta mañana.
—¿Y... los caso ?
-No. Dijo que no había cómo; y más
bien , le ha dicho á la Presenta que no entre
al cuarto del enfermo ... porque eso es pe
cado grave... pero la Presenta no quiere
obedecer al señor cura, y sigue entrando.
--Y hace bien . No le hagan ustedes caso
al señor cura.

Melgarejo estaba desolado de que su hija


Presentación no hubiese podido casarse con
Lucas siquiera en sus últimos momentos .
-Pero, señor, si eso es pecado, no nos
traerá alguna desgracia ?
—¿Qué pecado ha de ser? Pecado sería
que la joven deje de asistir al moribundo en
su última hora ,
Y dirigiéndose á los otros, dijo el médico
irritado :
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 319

-Siempre las fórmulas insulsas, las ame


nazas, las prohibiciones... El matrimonio, el
pecado, en vez del amor y la caridad . ¡Cuán
tas imbecilidades se cometen en nombre de
la religión !
Emilio oía las palabras del médico sin
decir nada. Había perdido su vivacidad or
dinaria y parecía anonadado. Martín, silen
cioso también, miraba la lejanía que se iba
envolviendo en un crepúsculo funeral. En la
próxima habitación seguían los lamentos de
las mujeres. El viento las acompañaba: in
troducíase entre las junturas del techo, en
los agujeros de la pared y en los resquicios
de la puerta, y allí emitía notas graves y
agudas que, reuniéndose en un solo acorde
solemne y patético, parecían entonar el úl
timo canto de la vida en aquella casa donde
agonizaba un hombre.
El médico entró á ver una vez más á
Lucas, dió algunas instrucciones y se des
pidió. Poco después, se le veía bajando, en
su paciente mula, por el largo camino del
cerro, ya envuelto en los últimos reflejos
del crepúsculo .
XXXII

Aquella noche expiró Lucas, en estado


de inconsciencia completa. Su paso de la
vida a la muerte le fué inadvertido. Después
de una breve agitación , por la tarde habíale
sobrevenido un sueño profundo, del que
pasó al sueño definitivo.
Únicamente las mujeres le sintieron mo.
rir. Emilio y Martín se habían ido, hasta el
día siguiente. Melgarejo dormía, agotado
por las noches de vela que había pasado
anteriormente. Aun su mujer, rendida tam
bién , cabeceaba en un rincón del cuarto en
que estaba Lucas. En cambio, Presenta
ción , no obstante las terribles palabras del
cura y las advertencias de su mismo padre,
21
322 JAIME MENDOZA

y aun sin temer el contagio, se había abra


zado al enfermo sosteniéndolo por la es
palda, y en esta actitud le sintió extinguirse
para siempre. Cuando Lucas dejó de respi
rar, Presentación empezó á dar desgarrado
res gritos . Su madre, que en ese momento
había abierto los ojos, estalló también en
sollozos. Melgarejo apareció, y en pos de él
aparecieron otros vecinos. Entre éstos, es
taba Pérez, el antiguo enfermo, ya convale
ciente, que andaba apoyado en un largo
bastón . Todos ellos rodearon el lecho del
extinto , y con dificultad consiguieron que
se separase la desolada y amorosa mujer de
aquel cuerpo inerte al que se había abra
zado .
XXXIII

Hacía un tiempo delicioso . Había llovido


hacía poco; pero ahora el cielo ostentaba su
azul limpidez, apenas sembrada de algunas
nubecillas blancas que se desmenuzaban
como pedazos de algodón . El verde de los
campos y sementeras distantes brillaba ale.
gremente bajo los rayos de un sol radiante.
Las pampas , donde se entrecruzaban los
caminos á lo lejos, reposaban amuralladas
por las cadenas de cerros que cerraban el
horizonte. Un olor de tierra yy de vegetación ,
humedecidas recientemente, se levantaba
del suelo, donde ondulaban nubes de un
vaho blanquecino y vaporoso .
El pequeño cortejo que debía conducir
324 JAIME MENDOZA

los restos de Lucas á su última morada ,


disponíase ya al largo y pesado descenso de
más de una legua desde la casa mortuoria al
panteón . Habíase ya clavado el féretro, he .
cho de cajones de dinamita y forrado de or
dinaria tela negra . Dos mineros lo sacaron
del cuarto en que estaba rodeado de cuatro
cirios, y lo pusieron fuera por algunos mo
mentos. El sol reflejaba su vívida luz sobre
aquella masa negra mejor que las humildes
velas .
Varias mujeres conversaban en derredor
en voz baja. Las más llevaban la cabeza
arrebujada en mantones negros y descolori
dos . Nadie lloraba afuera; pero del interior
de la casa salían los sollozos de Presenta
ción , murmurando como una melopea mo
nótona y doliente .
Emilio, de pie sobre un desmonte, algo
alejado de la concurrencia, miraba en acti
tud distraída y triste el extenso panorama
que se desarrollaba hacia abajo. Las pam
pas , las laderas y serranías sembradas de
manchas verdes por las sementeras de ce
bada, patatas y habas, continuaban bri
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 325

llando bañadas por la luz espléndida del sol .


Hacia las faldas del cerro brillaban también
las casas dispersas, con sus techos de cala
mina ó de paja y sus paredes blancas . Y
brillaba asimismo el andarivel con sus pos
tes de fierro, y sus baldes , que pasaban
arrastrados por el cable.
Dióse la señal de la marcha. Cuatro mi
neros colocaron sobre sus hombros el negro
féretro y empezaron a caminar apresurada
mente seguidos de los demás. En este mo
mento los alaridos de Presentación se redo
blaron á tal punto, que muchas mujeres y
hombres del cortejo se pusieron también á
llorar.
-¡Apuren!-gritó atrás una voz, y los
conductores llegaron rápidamente á la pen
diente .
Pero no era fácil bajar por allí con mucha
presteza , á consecuencia de las sinuosidades
y piedras del escabroso camino; de modo
que el cortejo tuvo que avanzar poco á poco .
Emilio y Martin iban á la cola un poco se
parados de la concurrencia . Nuevos hombres
querían reemplazar á los conductores del
326 JAIME MENDOZA

féretro; pero éstos insistían en llevarlo por


un trecho más, y tampoco querían descan
sar. Eran cuatro robustos mineros que ha
bían sido buenos amigos y compañeros de
Lucas .
Mientras tanto, los gritos desgarradores
de Presentación seguían resonando distinta
mente á lo lejos.
Martín recordaba aquel día en que, ba
jando por ese mismo camino con los poli
ciales, oía á esa misma mujer hablando fes
tivamente y dando estruendosas risotadas.
¡ Qué ironía tan cruel !
Recién á más de un kilómetro los conduc
tores consintieron en descansar y ser rele
vados por otros .
El cortejo hizo alto junto á unos solares
abandonados . Circularon vasitos de lata con
alcohol entre los concurrentes . El féretro
descansaba sobre una gran piedra . El día
continuaba tranquilo yy luminoso. El viento
soplaba manso , como cansado. Y á ratos,
vagamente, traídos por el viento, pero ya
apagados por la distancia , se oían ecos las
timeros que llenaban el corazón de tristeza .
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 327

La marcha continuó . Largo era el trayec


to , y por mucho que se caminase con la po
sible presteza, había que emplear lo menos
una hora en llegar al cementerio .
Emilio y Martín , casi á media cuadra
atrás de la concurrencia , conversaban á
ratos .
-¡Qué fatalidad ! -exclamó Emilio .
Martin añadió :
-¿Quién hubiera creído que el pobre
Lucas se muriera tan joven !
-¡Qué fatalidad !... Y lo peor es que
esta muerte me perjudica á mí de un modo
horrible. Es un verdadero desastre. ¿Dónde
encontraré ahora otro como Lucas?
Martín calló. Por lo visto , lo que parecía
mortificar y causar mayor sufrimiento en
Emilio era, más que la muerte de un amigo
á quien se quiere, la de un servidor á quien
se necesita .
Emilio prosiguió :
-Lucas era todo un hombre. No se arre
draba ante nada . Era activo, inteligente y
valeroso. Por eso sacaba el metal que que
ría . Ahora estoy seguro que toda esta gente
328 JAIME MENDOZA

junta no me proporcionará ni la mitad de lo


que me traía Lucas .
Martín continuaba callado, y Emilio si
guió aún :
Los demás son unos imbéciles . Sólo
sirven para fiarse. No saben ni siquiera ro
bar. No tienen un poco de iniciativa é inte.
ligencia. Están pereciendo de hambre y
desnudez y apenas se mueven . Son unos
holgazanes . Ni aun reconocen el bien que
se les hace. Son horriblemente ingratos. No
merecen que se les tenga compasión.
Martín , al oir este discurso , se acordó al
momento de aquel otro de tiempos atrás,
en el que su amigo Emilio le había hablado
con tanto entusiasmo de los pobres obreros
y de la ayuda que se les debía prestar.
Ahora los pobres obreros eran unos imbé
ciles , holgazanes éé ingratos.
Emilio parecía estar furioso. Callaron por
un gran rato, caminando por la senda sem
brada de piedras, con las que procuraban no
tropezar .
El cortejo seguía por delante caminando
ya con más facilidad, porque había acabado
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 329

el descenso y ahora se cruzaba por la pla


nicie donde serpeaba el ancho camino ca
rretero . Hacíanse descansos á intervalos re
gulares , volviéndose á beber nuevos tragos,
limpiándose el sudor y conversando en voz
baja.
El panteón ya se divisaba cerca, á un lado
del camino a Chayanta .
Emilio, después de su largo silencio, ex
clamó, volviéndose á Martin:
-Y tú, jestás contento con tu empleo?
-

-¡Qué he de estar!
--¿Sigues ganando cien pesos?
-Sí; pero ofrecen mejorarme.
-Fiate de promesas . Yo, en tu lugar, no
me dejaría exprimir así. Eres muy mie
doso .
—Pero ¿qué puedo hacer? Yo querría ga
nar mucho más, pero no veo la manera .
Emilio se detuvo é hizo que Martín se
detuviese; luego miró á su alrededor, y sua
vizando la voz, dijo:
-Bueno, pues, está en tu voluntad ga
narte la plata. Con un poco más de despre
ocupación ...
330 JAIME MENDOZA

Martin empezó á ruborizarse , y Emilio,


notándolo, exclamó :
-A cualquier hombre medianamente in
teligente le gusta vivir con independencia y
holgura. Sólo las almas pusilánimes уy de es
caso discernimiento se contentan con poco,
teniendo a la mano mucho . Tú , naturalmen
te, eres una persona inteligente . Tú podrías
hacer muchas cosas .
-Pero ¿qué cosas? Vamos á verlas.
- Tú eres el canchero, ¿no es cierto? Tú
estás al corriente del movimiento de meta
les. Tú eres el que principalmente vigila el
ingenio. Los peones, las lavadoras , los aca
rreadores, los pesadores, están bajo tus
ojos... Pues bien , si quisieses, se podría ha
cer una combinación .
Martín , con la cara completamente colo
rada, sintióse muy mortificado oyendo las
palabras descaradas de su amigo; pero sin
querer manifestar su indignación, acudió al
recurso de reirse .
Emilio , también riendo , añadió:
-¡Es lo más común ! Aquí estas cosas
suceden á cada paso . Los jefes de cancha
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 331

que no son tontos hacen su negocio. Así lo


hizo tu antecesor. Pero aun los que no quie
ren entrar directa y personalmente en estas
cosas , tienen tantas maneras de obrar... Les
basta, por ejemplo, hacerse los de la vista
gorda... Les basta...
-No continúes... ¡ Hazme el servicio !
exclamó Martín con entereza .
Tenía ganas de decirle: « ¡ Ladrón ! Quie
res que yo también robe como los otros?
¡ Anda! » Pero se calló, demostrando única
mente, en un gesto impreso en su cara, la
indignación de que estaba poseído,.
Emilio, reparando en la mortificación de
su amigo, dijo, haciendo por reir::
- Hombre! ¿ por qué te incomodas? ¡Son
.

bromas !
Mientras tanto, en sus adentros, quizá en
cambio á las palabras mudas que retozaban
en el cerebro de Martín , Emilio decía estas
otras: « ¡ Cobarde ! tú también , como los
otros, no sirves para nada . »
Llegaron al panteón . El cortejo paró
ante la fosa de la que se había extraído un
gran montón de tierra húmeda . Algunos
332 JAIME MENDOZA

hombres armados de picotas y palas esta 1

ban allí esperando. Eran indios con la boca


llena de coca y los rostros veteados de re
gueros negruzcos de sudor mugriento . Es.
taban borrachos, y cuando la concurrencia
llegó comenzaron á señalar, con las manos
embarradas, la fosa, alabando su anchura y
profundidad .
El panteón consistía en un agrupamiento
de túmulos rústicos y algunas cruces plan
tadas sobre prominencias de tierra. No te
nía muros ó cercos de ninguna clase, y á
no ser los dichos túmulos y cruces, nadie se
habría percatado de él . Los lugareños lla
maban aquel sitio El campamento. Tenía
su leyenda . Contábase que en los tiempos
de la guerra de la Independencia, un regi
miento español fué allí rodeado por milla
res de indios, y después de bizarra resisten
cia, fué exterminado en su totalidad.
Cuando, depositado el féretro en el fondo
de la fosa, los enterradores comenzaron á
echar sobre él paletadas de tierra , todas las
mujeres y muchos hombres se pusieron á
gimotear. Un coro de frases afligidas y de
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 333

sollozos se elevó de todas partes. Todos


recordaban las buenas cualidades del ex
tinto . Alabábase su sencillez, su bravura y,
sobre todo, su generosidad . Una mujer se
ñalaba su rebozo, diciendo que se lo debía
á la largueza de Lucas. Una anciana que, á
pesar de su decrepitud, había podido ir hasta
el Campamento, se lamentaba diciendo que
en adelante ya no habría quien la socorriese .
Dos mineros convalecientes declaraban que
estaban vivos merced á la ayuda de Lucas .
Y hasta, un grupo de chiquillos se acordaba
de los juguetes que sabía regalarle el niño.
En suma , toda la concurrencia publicaba al
guna buena acción de Lucas. Y todos habla
ban á la vez, con acento ingenuo y doliente,
rindiendo homenaje al extinto. Tal fué la
oración fúnebre pronunciada en masa, sin
previo acuerdo, espontánea y candidamente,
por aquel grupo de gentes sencillas que da .
ban el último adiós á su compañero de ham
bre, de desnudez y de vicisitudes.
Concluído el entierro, la concurrencia se
dispersó. Formáronse grupos aislados para
emprender el regreso. Melgarejo y varios
334 JAIME MENDOZA

hombres y mujeres que ya estaban bo


rrachos, siguieron el camino siempre be
biendo .
Emilio emprendió, solo y de mal humor,
el camino de Uncía. Cuando se despedía de
Martín , trató de reir; pero en la mueca que
arrugó su semblante, bien se notó que aque
llo era fingido y que tras su sonrisa forzada
se iba ocultando un sordo despecho y quizá
un profundo desdén hacia el amigo al que
tanto halagara otras veces .
Martín permaneció aún por bastante
tiempo vagando en los alrededores del
Campamento. Triste y meditabundo, dis
traíase andando sin rumbo sobre las pam
pas cubiertas de zarzas y pajonales. A ra.
tos, encontraba praderas alfombradas de
menudo pasto y tachonadas por una multi
tud de florecillas multicolores que les daban
pintoresco aspecto . Algunas de estas flores
apenas sobresalían del nivel del suelo , y
parecían incrustadas en él . Martín recogió
una gran cantidad de flores de color lila,
que eran las que tenían tallos más largos, y
haciendo con ellas un agreste ramo, fué á
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 335

colocarlo sobre la tierra recientemente re


movida que cubría á Lucas . Todos ya se
habían retirado de allí, menos un muchacho
á quien Martín encontró, por rara coinci
dencia , haciendo lo mismo que él , es decir,
echando flores sobre el sepulcro. Este mu .
chacho, que era hermano de Presentación ,
avisó á Martín que ella le había encargado
recoger flores y echarlas en aquel sitio. Por
lo demás, no quedaba allí ninguna otra
señal que una cruz toscamente labrada , la
misma que en poco tiempo acabaría por
desaparecer, sin que después se supiese
dónde había sido enterrado Lucas.
Se hacía tarde, y Martín emprendió el
regreso, acompañado del muchacho .
El tiempo se había descompuesto . En el
cielo avanzaban lúgubres nubarrones de
nunciadores de próxima tempestad . En lu
gar del aire blando de hacía poco, empe
zaba á soplar un viento frío y cortante . Los
pajonales y las zarzas se sacudían como
desperezándose después de un gran rato de
inercia. Las llamas esparcidas en dispersión
miraban, al pasar, á los caminantes, con
336 JAIME MENDOZA

ojos asombrados . A la distancia blanquea


ban las casas de Llallagua .
Mientras caminaban , el muchacho que
acompañaba á Martín le contó que esa ma
ñana, mientras se reunía el cortejo funera
rio, había ocurrido en la casa de Melgarejo
una seria desavenencia entre éste y Emilio .
Melgarejo había dicho á Emilio, en presen
cia de algunos testigos llevados al efecto,
que Lucas, antes de perder la palabra, había
declarado una y otra vez que Emilio le
debía algunos cientos de pesos . Ahora bien ,
siendo esto así, era justo que Emilio entre
gase esa suma á Presentación, toda vez que
ésta había sido la querida de Lucas. Emilio
había protestado contra las exigencias del
minero, diciéndole que Lucas también tenía
que entregarle tal número de quintales de
estaño, y que mientras Melgarejo no hiciese
esto por cuenta de aquél, no soltaría un
peso . Con tal motivo se había producido
una discusión acalorada, llevando Emilio la
peor parte, pues la mayoría de la gente allí
reunida había apoyado á Melgarejo.
Martín se explicaba ahora la rabia de
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 337

Emilio, que, contra su costumbre, le habló


tan mal de los obreros aquel día.
El viento arreciaba . Las nubes, aglome
radas, acabaron por formar una sola masa
informe y gruesa que tapó todo el firma.
mento y abarcó la tierra , como si se hubiese
volcado sobre ella un domo monstruoso y
lóbrego. La tierra estaba negra. Un trueno
prolongado retumbó de uno á otro confin,
cual si rodase sobre las serranías .
Martín y su compañero apresuraron el
paso .
Empezaron a caer gruesas gotas, y en
las distantes cumbres dibujó la lluvia sus
primeras avanzadas que se extendían como
rápidas nebulosas . Pronto Martín echó de
ver que la lluvia le rodeaba por todos lados
y que no tardaría en quedar empapado.
Pensaba meterse á alguna casucha veci
na; mas al pasar por Llallagua, frente a la
casa del médico, éste, que se hallaba parado
en la puerta, le reconoció y le llamó.
-Guarézcase aquí-le dijo ; —¿ya ente
rraron á Lucas ?
-Si-- contestó Martín , saludando y sen
22
ZA
338 JAIME MENDO

tándose en la silla que el doctor le ofre


cía .

Estaba sofocado. Limpióse el sudor que


le bañaba la frente . El médico repuso :
-Yo no he tenido tiempo... Pero tenía
muchas ganas de ir al entierro .
-¿Usted ?-dijo Martín un si es no es
sorprendido .
Quizá le parecía que Lucas era muy in
significante para que todo un doctor le hu
biese hecho el honor de acompañar sus
restos. El médico continuó :
-Yo tenía mucho cariño por ese mucha
cho: Me ayudaba alguna vez en mis cura
ciones. Tenía talento, y, sobre todo, era
admirablemente generoso .
Martín pensó para si:
-He aquí un hombre sobre el que la
opinión se pronuncia unánimemente. ¿Quién
no habló de la generosidad de Lucas?
La lluvia se había desatado . Los techos
de calamina de la casa del médico resona
ban con tal estrépito, que parecía que en
cima de ellos zapateaban muchos danzari
nes. Las vidrieras eran azotadas con vio
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 339

lencia por el viento y la lluvia. Afuera se


veía pasar, corriendo, algunos transeuntes
ya al descubierto ó ya tapados con telas
enceradas ú otras prendas.
El médico se entregaba á sus recuerdos.
-¡Pobre muchacho ! ... --exclamó. - Me
- -

acuerdo mucho de la primera conversación


que tuve con él . Cierta vez, en altas horas
de la noche, vino á despertarme para que
fuese á asistir á un averiado. Yo estaba in
comodado, porque no me gusta que me
hagan levantar de la cama tarde de la no
che; pero ante la testarudez, y humildad á
la vez, con que me solicitaba el joven , no
pude menos de seguirlo. Me llevó por sen
das incomprensibles. Con su pequeña lin .
terna en la mano, parecía un demonio. Yo
echaba pestes, y como la marcha se alar
gaba más y más , concluí por decirle que
era una insolencia hacerme andar en tales
condiciones, y me negué a seguir. Entonces
él me dijo con mucha cachaza que eso y
más se podía hacer por salvar á un hombre .
¿Qué le podía yo contestar? Lo que hice
fué continuar detrás de él . Por fin , llegamos
340 JAIME MENDOZA

á la casucha en que estaba el herido. Era


un caso dificilísimo. Le habían flagelado
con tal crueldad , que manaba sangre por
todas partes, y me costó curarlo . Después
pregunté quién ó quiénes le trataron de ese
modo, y el hombre me respondió que los
serenos de la Compañía eran los autores de
la fechoría . Con tal noticia, inquirí más, y ,
al cabo, descubri que el hombre era un la
drón que seguramente se hizo sorprender
robando, y castigar, en consecuencia. Sentí
rabia, y volviéndome al muchacho , le dije:
¿ Y por qué no me lo avisaste así antes
de traerme?
» —Porque creí que no querría curarlo.
» Me sentí nuevamente derrotado .
» Luego regresé, acompañado del mismo
muchacho . Yo no estaba ya irritado. Al
contrario; la llaneza é ingenuidad de mi
guía concluyeron por encantarme. En el
camino, al hacerle yo diversas preguntas,
me hizo comprender en pocas palabras que
era otro ladrón .
Yo le dije:
» -Pero, muchacho, ¿por qué has elegido
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 341

un oficio tan feo y peligroso? Tú eres joven :


acaso no puedes trabajar?
» -Se gana muy poco.
» -Ambicioso eres. Entonces, ganas
¿ mu
cho robando?
» -A veces .
» —¿Y cómo no te haces siquiera ropa?
Estás andrajoso . ¿Qué haces con lo que
ganas?
» -Todos lo gastamos .
» Luego añadió , suspirando :
» —¡Se sufre mucho allá entre los mineros !
-Ya lo creo que se sufre. Pero para
aliviar ese sufrimiento no es preciso robar.
» - ¿Qué hay que hacer, entonces, para
conseguir bastante plata?
» Le contesté con un largo discurso en
que traté de hacerle comprender que para
mejorar una mala situación no se debía
cometer delitos. Él me pidió que le expli
case exactamente lo que es delito. Le res
pondí que es faltar á las leyes, á la moral , etc.
Volvióme a preguntar lo que son las leyes .
Y después que le expliqué como pude todo
esto , él me dijo con convencimiento:
342 JAIME MENDOZA

»--Me parece que las leyes son injustas,


puesto que mandan ó permiten que unos
estén bien y otros estén mal . ¿Por qué, los
que hacen las leyes, no las harán mejores?
» Inútil era seguir discutiendo con ese
muchacho. Era uno de esos seres rudos que
van por el camino de la vida con una nueva
moral y con ideas no enseñadas en las ca
tedras, sino en los cerros por los simples
dictados de su razón sencilla . Ya ve usted
uno de los rasgos del carácter de Lucas .
Según esto, ¿no le parece á usted que tuve
razón al decir, el otro día, que Lucas hizo
bien de morirse ? >>
B
..

XXXIV

Transcurrieron algunos días.


Martín alentaba la grata esperanza de que
pronto se le cambiaría de colocación en la
Compañía . Hacía algún tiempo que se le ha
bía prometido una plaza en las oficinas de
la Gerencia, donde debía percibir, por lo
menos , el doble del sueldo que actualmente
ganaba . Y ahora más que nunca deseaba
Martín que tal cosa se realizase ; pues con
todo lo ocurrido últimamente , el ingenio de
Cancañiri le había llegado á ser insopor
table .
Ahora ya ni siquiera tenía la distracción
de contemplar diariamente la carita simpa
tica de la lavadora Claudina . Y, en cambio,
>
344 JAIME MENDOZA

sólo veía rostros macilentos y antipáticos.


Todo lo que encontraba en su redor le pa
recía repulsivo . La charla del mayordomo
Benito le daba grima . El ruido del motor
era su tormento . El viejo Acarapi, que an.
tes le hiciera reir, hoy le incitaba á llorar.
Las casas bajísimas, las calaminas, las chi
meneas, el metal , el agua, le llenaban de
tedio . Y aun en muchas cosas en que poco
antes no se fijaba, hoy descubría fealdades
nuevas y nuevos inotivos de cansancio y
mortificación .
Luego , levantarse cada día á las seis de
la mañana para ir a la cancha á morirse
de frío 'y de fastidio, y recogerse á las seis de
la tarde á su cuarto, un cuarto infame, para
seguir lo misino, era un oficio estúpido, ma.
tador .
Iban á ser seis meses que vivía de ese
modo . Era ya tiempo de mejorar su situa
ción . Cierto es que seis meses constituyen
un plazo relativamente corto para ciertos
merecimientos; pero hay que tener en cuenta
que Martín , dado su temperamento delicado
y su educación de muchacho regalón y nada
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 345

trabajador, hizo más gracia que muchos á


quienes sus naturales tendencias y sus hábi.
tos laboriosos les hacen ejercer ciertos pa
peles sin gran violencia ni sufrimiento .
Por lo demás , haciale también acreedor á
mejores puestos, su acrisolada honradez y
su lealtad bien comprobada. Martín fué
siempre un muchacho correcto y probo. Ya
se sabe lo que pudieron en él las sugestio
nes de Emilio . Jamás le desviaron del ca
mino limpio y recto que se hubo trazado .
Martín esperaba, pues, que no tardaría
mucho en ascender á su nueva colocación .
Y esta esperanza era tanto más fundada,
cuanto que el joven se consideraba muy
bien quisto por sus superiores . El adminis
trador del ingenio le trataba con señalada
distinción, y el gerente de la Compañía ma-.
nifestóle más de una vez que , al paso que
iba , bien podía esperarnuevos ascensos.
Bajo el influjo de estas ideas, las cartas
que escribía Martín á su madre eran tam
bién más animadas. Anteriormente, él le
había escrito siempre con cierto embarazo.
Habiendo encontrado en un principio tan
A
346 JAIME MENDOZ

tas dificultades, apenas manifestó una parte


de ellas, tanto por no apenar á su madre ,
como por la humillación que le producía el
fracaso de sus proyectos. Disimulaba en lo
posible su malestar, y aun haciala pequeñas
remesas de dinero, guardando para sí, de su
escaso sueldo, lo estrictamente indispensa
ble para no morirse de hambre. Pero ahora,
con las nuevas perspectivas que se le ofre.
cían , reanimábase gratamente, y sus epísto.
las eran ya portadoras de grandes esperan
zas y de mucho entusiasmo .
De este modo, el joven hacía un gran es
fuerzo de voluntad para tolerar con pacien
cia los días que le quedaban en Cancañiri ,
estimulado con la idea de que pronto ten
dría un puesto más apropiado á su tempe
ramento, puesto en el que ya no tendría
que madrugar á las seis de la mañana, ni
salir, afuera á sufrir el viento, el polvo, el
frío, y, sobre todo, á ver el sitio en que ya
no estaba Claudina .
Una tarde , el administrador del ingenio
hizo llamar á Martín reservadamente. Que.
ría transmitirle una orden que acababa de
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 347

recibir de la gerencia . Martín vió llegada la


ocasión , y se presentó muy contento al ad .
ministrador . Por fin se iban á cumplir sus
deseos. Pronto dejaría aquel triste Canca
ñiri, Ya no vería más cuadros prosaicos y
aburridores .
Pero ¡ cuál no fué su sorpresa, cuando el
administrador le comunicó que había reci
bido órdenes superiores para retirarlo del
servicio de la Compañía !
Martín quedó estupefacto. ¿Qué quería
decir aquello ?
El administrador, usando de las mejores
palabras, debió repetir ante el azorado joven
lo que acababa de comunicarle. Mirábale con
lástima, comprendía su mortificación, y,
para atenuarla, le hablaba con benevolencia.
Martín acabó por decir:
—¿Y por qué es esto, señor? ¿Qué he he .
cho yo ?
-Yo no sé. Lo que es de mi parte, siem
pre se han dado buenos informes acerca de
usted . Pero parece que hay intrigas en su
contra en la Administración . Dicen que us.
ted está en connivencia con los rescatadores.
A
348 JAIME MENDOZ

- Yo?
-Amigo mío, no extrañe usted estas co
-

sas. Los cuentos, los anónimos, los trabajos


de zapa y otras mezquindades , son platos de
consumo diario en algunas empresas mine
ras, y, por desgracia, hay empresarios que
llegan á comer y aun á digerir esos platos.
-¡Es monstruoso !
-Y, sobre todo, ridículo, muy ridículo.
Administraciones serias, industriales sensa.
tos, se dejan á veces embobar por papana
tas . Se da importancia á chismecillos de
baja estofa. Se organizan policías secretas .
Las comadres son factores respetables . Los
tinterillos influyen. Se ve lo que no hay. Se
hacen delaciones misteriosas . En resumen ,
una asquerosidad ...
Por un rato estuvieron callados . Luego ,
Martín , como dando conclusión á un pensa :
miento, dijo :
-Mi amistad con Emilio... seguramen
te ! ...
-Si usted es amigo de algún rescatador,
malísimo. Aquí sólo se deben tener amigos
que no inspiren recelos á la Compañía.
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 349

-Yo creía que, con tal de que el empleado


cumpliese sus obligaciones , no tenía la Com
pañía por qué exigirle más .
-Así debería ser; pero no lo es . Uno es
vigilado hasta en su vida privada . Las intri
gas toman pie en cualquier cosa. Los cuen
tos van hasta el directorio . Usan hasta del
telégrafo ...
-Felizmente, yo no tengo qué repro
charme-exclamó Martín con altivez .
-Comprendo. Siempre lo he considerado
como un joven honorable y puntual en el
cumplimiento de sus obligaciones . Pero eso
no basta . A veces , hasta es peor.
-¡Qué barbaridad !
-Es seguro que hay alguien que interesa
en el puesto de usted .
-Puesto que lo dejo ... ¡ ahí está ! —ex
clamó Martín con asco .
Sentíase profundamente indignado. ¿De
qué servía ser una persona digna y escrupu
losa en el cumplimiento de un cargo tal ó
cual , si se estaba á merced de la calumnia?
Martín consideró su situación , y tuvo ver
güenza. Hizo una reminiscencia de su vida
350 JAIME MENDOZA

desde que llegó á Llallagua, y vió que, en


el transcurso de ella, no saboreó más que
decepciones y disgustos . Él vino á Llalla
gua como á una tierra de promisión , cre
yendo ganar fácilmente grandes sumas de
dinero, y apenas, después de muchas difi.
cultades , alcanzó un puestecillo todo lo más
inapropiado para él, por el que se le retri
buyó con sueldos miserables . Sufrió fatigas,
torpezas , desaires é inclemencias físicas.
Llegó hasta á sentir una pasión extrava .
gante para sufrir la más prosaica decepción .
La amistad trató de corromperlo. Vió, en fin,
tales cuadros de miseria, de perversión , de
vicio y de dolor, que en su ser quedó un
sedimento de amargura que ya nunca se po
dría limpiar por completo .
Por último , el tratamiento injusto de que
al fin de todo era objeto, acabó por hacerle
aborrecido un lugar donde pasaban tales co
sas, y ya no pensó sino en abandonarle.
XXXV

Una semana después , Martín llegaba á


Sucre .
Era un delicioso atardecer . Un grupo de
celajes que se encendieron en el poniente ,
bañaba la campiña de Sucre con una clari
dad de incendio que se difundía viva , pero
fugitiva, sobre todas las cosas. Martín mi
raba á los costados del camino verdes se
menteras de maíz y de trigo , que se mecían
con el aire. A su frente emergía de la lla
nura la gallarda ciudad , como si retozase á
las faldas de sus dos clásicos cerros .
Ya no le faltaba sino una legua para lle
gar á su casa. Helo aquí mirando otra vez
aquellas campiñas que dejara escuetas y
que ahora encontraba reverdecidas , y aque
352 JAIME MENDOZA

llas chozas rústicas sembradas cerca al ca


mino , con sus banderolas blancas , que quizá
eran las mismas que había visto al partir. El
campo estaba engalanado, y un aire tibio y
perfumado entraba al pecho del viajero, en
lugar del aire frío y rudo que respiró en otros
climas .
Martín se sentía muy cansado . Cinco días
de un viaje difícil al través de altas cordi
lleras, de planicies frías y áridas, de hondas
quebradas y de precipicios horribles, bajo
un sol quemante , á veces azotado por la
lluvia y siempre acompañado por el viento,
le habían dejado todo. quebrantado. Y con
tribuyeron no poco á esto mismo las difi
cultades de las postas, las noches pésimas,
la comida asquerosa y los animales torpes
en que debió hacer la travesía .
Pero, sobre todo, los recuerdos é impre
siones que traía de Llallagua eran la princi
pal parte para que el joven considerase la
excursión que acababa de hacer como un
verdadero desastre. Sentía gran vergüenza
de volver a su casa tan pobre como salió de
ella . ¿Qué le diría á su madre? Pero, aun
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 353

prescindiendo de pobrezas, su madre segu


ramente iba a quedar desconsolada al ver
la facha de Martín . Martín ya no era aquel
joven animoso que meses atrás salió de
Sucre con la cara risueña, luciendo botas
de charol y pantalón y poncho y sombrero
flamantes. Ahora tenía el rostro flaco y
quemado, del que se le pelaba el cutis . Pa
recía envejecido. Su traje semejaba el de un
lapón , pues había tenido la ocurrencia de
ponerse un saco de cuero que usaba en las
minas . En vez de sus diminutos espolines,
traía espuelas gauchescas; sus botas y su
sombrero eran una humillación ; solamente
su poncho, aquel poncho tan azarandeado
porel viento, regresaba completamente viejo.
La sombra iba envolviendo lentamente la
ciudad, que se divisaba ya muy cerca. La
luz roja de los celajes se había extinguido.
El cielo tomaba tintas de violeta, que se
obscurecían poco a poco. Veíanse ya más
vagas é indistintas las techumbres rojas de
las casas, las torres legendarias y las arbo
ledas verdiosanas de las quintas. Luces dis
persas brotaban en distintos puntos de la
23
354 JAIME MENDOZA

población . Tañidos de campanas muy co


nocidos para Martín , tocaban la oración . Y
un aire embriagador , cargado de los perfu
mes de las huertas vecinas, venía á regalarle
con ondas llenas de vida y de poesía.
*

Después de todo, Martin sintió pronto


que sus ideas tristes se disipaban. El am
biente suave de su pueblo natal parecía re
cibirle con sus halagos cariñosos, compen
sándole de sus anteriores sufrimientos.
Sentíase transformado á medida que se
aproximaba. Llallagua, Emilio, Lucas, Clau
dina, se iban esfumando atrás como figuras
quiméricas. ¿Qué importaba todo eso? Un
1
poco de lodo, de dolor y de miseria amon
tonados . Pero él había pasado el charcal sin
ensuciarse.
En cambio, ahora se desplegaban sus an
tiguos horizontes. Pronto abrazaría á su ma
dre. ¡ A su madre!
¡ Qué mayor compensación !
EN LAS TIERRAS DEL POTOSÍ 355

Y ved aquí de qué manera Martin Marti


nez regresó á Sucre tan pobre como había
salido .
¡ Y qué !
Si Martín no volvía con la bolsa colmada
de brillantes libras esterlinas , venía en cam
bio provisto de otra riqueza que a veces
vale más que sendos talegos de dinero: de
esa riqueza que, aunque sea á costa de gol
pes crueles, sabe enseñar á los hombres á
vivir: la experiencia .

París , 14 Julio 1911

-.8 .
1
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1
OCT

8
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CEN

JUL 1 5 1970 1L
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Aut 1979
OCT 2 1 1076 ILL
54 .
SAL 4871.1.3
En las tierras del Potosi /
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