Está en la página 1de 69

2

303

3
La salud

Vivir en cuerpo y alma

4
5
Introducción

1. Resérvate un espacio para respirar

El ambiente puede hacernos enfermar o sanar / La luz fortalece las defensas


inmunitarias / El aire puro revitaliza / Desprenderse de todo al respirar / Atentos y
conscientes / Meditar: el aliento como camino hacia el centro de nosotros mismos /
Cómo hacer las pausas

2. Cultura de la comida y la bebida

Lo que verdaderamente nos alimenta / Una buena cultura de la comida / Comer con
atención / Comida en común / Rito

3. El ayuno: lo que purifica el cuerpo y el alma

Un buen equilibrio / El ayuno como medio de purificación / Saborear con


agradecimiento / Sentirse bien en el propio cuerpo

4. Vivir a un ritmo equilibrado

Los polos del movimiento y el reposo / El movimiento nos hace bien / El movimiento
ayuda a descargar el estrés / Encontrar la calma / Orar y trabajar / Necesitamos
tiempos de quietud y silencio / La fuerza brota de la paz / Pausas saludables / Dar
ritmo al tiempo / Puntos de pausa interior / Despacio - Paso a paso

5. Sobre el sueño y la vigilia

Lo que perturba el sueño / Cada uno tiene su medida propia / Los sueños, el olvidado
lenguaje de Dios / «Que el sol no se ponga sobre vuestro enojo» (Ef 4,26) / Cómo
reaccionar ante los trastornos del sueño / Lo que nos pesa se desprende

6. Secreciones y excreciones

Eliminar lo superfluo / Necesitamos «digerir» muchas cosas / La buena digestión nos


hace bien / Clarificar las relaciones / Por qué es bueno sudar / Sustancias extrañas
nocivas / Tomarse tiempos de quietud

7. La agresividad, fuente de energía

6
La fuerza para agarrar algo / La fuerza para protegerse / Lo que nos hace enfermar / El
lenguaje de la enfermedad / Claridad y precisión / Recomponer el desgarramiento
interior

8. La sexualidad, fuerza vital integrada

No desplazar nada / Un gran regalo / Aceptar y cultivar / Rito

9. Las relaciones, vida que fluye hacia el otro

Sistema inmunitario social / La falta de relaciones como enfermedad / Ser amigo de


uno mismo / La atención recíproca, un factor de salud

10. La enfermedad. ¡Escucha a tu cuerpo!

Las enfermedades son como perros que ladran / Cuerpo y alma / Lo que hace
enfermar al alma / Lo saludable para el alma / Agotamiento y cansancio / Interpretar
las señales / El camino hacia lo esencial / Rito

11. ¡Atiende a las emociones!

Energías positivas y negativas / ¿Qué quiere decirme la emoción? / La energía del


enfado / Lo que el enfado descubre / Dar nueva forma a la vida / Amarillo de envidia /
No juzgar / Mayor vitalidad / Purificar las emociones contaminadas

12. Transforma tu angustia

Estrechez que impide vivir / Angustia ante la enfermedad / Falsos supuestos


fundamentales / El verdadero fundamento en que me apoyo / Invitación a una vida
más intensa / Dialoga con la angustia / Un ejercicio práctico / Invulnerable en lo más
íntimo

13. Pon más alegría en tu vida

Más inefable que la dicha / Unidad con uno mismo / Vivir de manera más plena / El
recuerdo como fuente de alegría / Por debajo de la tristeza / De mí depende / Lo más
hermoso en la vida / No dejes que la fuente se haga arroyuelo / Dar entrada a lo
positivo / La risa es la mejor medicina

Conclusión

7
LA salud es considerada por muchos en nuestros días como el bien supremo; más aún,
para algunos es como un sucedáneo de la religión. Es lo único que les importa. Otros
hablan de la salud, pero lo que en realidad hacen es arruinarla. Tratan a su cuerpo como a
una máquina que debe funcionar sin fricciones. Si se advierten chirridos, entonces se
«repara». Entonces se aplican medicinas fuertes para que funcione otra vez. Esta clase de
personas no quiere ni oír hablar de que su salud tiene algo que ver con su estilo de vida.
Pero la salud no se logra con solo poner en marcha un eficaz sistema sanitario orientado
a la curación de las enfermedades. Ya los griegos sabían que de lo que
fundamentalmente se trata es de llevar una vida sana. Según ellos, la principal tarea del
médico era enseñar el arte de vivir sanamente. Ahora bien, el ser humano vive de modo
sano únicamente si respeta las leyes de su cuerpo y de su alma, y si asume
conscientemente sus responsabilidades, tanto en el ámbito social como ante Dios.

La voz de Dios, pensaban los antiguos monjes, no nos llega solo desde la Biblia, o
desde los escritos de los Padres de la Iglesia o de los autores espirituales. Dios nos habla
más bien en nuestro cuerpo y a través de nuestro cuerpo. Por eso, un aspecto de la vida
espiritual consiste en prestar mucha atención a los mensajes del cuerpo. Este nos obliga a
veces a reconocer nuestra dureza de oído: no hemos valorado los límites de nuestras
posibilidades. Hemos traspasado nuestras fronteras naturales en el trabajo, hemos
exigido del cuerpo más de lo debido. Ciertamente, se necesita humildad para escuchar
las indicaciones del cuerpo.

Si Dios mismo nos habla a través del cuerpo, entonces la salud es también una tarea
espiritual. No podemos hacer oídos sordos a esta voz. Si pillamos una gripe, no podemos
pasarla por alto. Ella nos agarra. Nos hace disfrutar de un obligado reposo que de otra
manera nunca disfrutaríamos. Por eso, el primer paso de la espiritualidad consiste en
prestar atención al cuerpo para seguir sus indicaciones. Así seguiremos también las leyes
de Dios, artífice de nuestro cuerpo.

«El cuerpo oye mejor que el oído», afirma un proverbio de África Central. Por lo
tanto, el cuerpo tiene una capacidad de oír. Él oye al alma y percibe lo que ella querría
decirnos. El cuerpo oye los suaves impulsos de nuestra alma. En muchos casos reacciona
el cuerpo con una enfermedad cuando el alma le informa de que se siente «herida» por la
falta de descanso y atención, porque no es considerada ni tomada en serio.

El cuerpo sí toma en serio al alma. Oye sus impulsos y se los transmite al ser

8
humano mediante reacciones en forma de molestias corporales que no pueden pasar
desapercibidas. Cuerpo y alma forman un conjunto y se escuchan mutuamente. También
nosotros deberíamos escuchar lo mismo al alma que al cuerpo. El cuerpo nos señala los
puntos del alma a los que hemos prestado menor atención.

Tenemos el caso de una señora sacrificada en atenciones por su familia. Pero no


atiende a las indicaciones de su alma. Esta reacciona en forma de mal humor o de
amargura porque se siente explotada. Todos se creen con derecho a obtener algo de ella.
Pero ella no puede sentirse con derecho a nada. Ni siquiera se atreve a exponer sus
propias necesidades. Pero si reprime sus necesidades por mucho tiempo, es entonces el
cuerpo el que reclama la necesidad de descanso y atenciones, y lo hace por medio de una
enfermedad. Ahora tiene la mujer que tomar necesariamente tiempo para sí. Ya no le
queda más remedio que guardar cama y hacerse atender y servir por otros. El cuerpo la
fuerza a reconocer sus necesidades y satisfacerlas.

Salud, enfermedad y sanación son también temas centrales en la Biblia. Muchas veces
decía jesús después de curar a un enfermo: «Tu fe te ha sanado». Muchas
investigaciones científicas demuestran cómo la fe y el sentirse apoyado por un grupo
religioso hacen recuperar la salud, y que la oración por el proceso de recuperación de la
salud es una cosa buena. Esto no significa que la oración sea un truco de magia para
curar cualquier tipo de enfermedad. Sirve de apoyo al proceso curativo y a veces obra
una curación espontánea. Pero la sanación no está en nuestras manos: si un enfermo se
va a curar por nuestras oraciones o no, es cosa que depende siempre de Dios. No
obstante, la fe es en todo caso más que un «efecto placebo». Algunos piensan que basta
convencerse de que una medicina es curativa para que cure efectivamente. Naturalmente,
esto sucede en cierto modo. Pero la fe es más que imaginación. En un sentido elemental
es la convicción de que yo no estoy solo con mi enfermedad, sino que estoy en las manos
de Dios. Y creo que el espíritu de Dios, que sana y santifica, penetra en mí y en las zonas
enfermas de mi cuerpo inundándolo todo de luz y de amor. Yo presento mi enfermedad a
Dios en la confianza de que su espíritu penetra con su virtud curativa en mis heridas, me
sana y me pone en pie.

Jesús curó enfermos que le habían demostrado su confianza en la curación. Pero la


sanación fue siempre el resultado del encuentro. Jesús se encuentra con los enfermos y a
través de este encuentro los invita a encontrarse a sí mismos. Dios no hace el trabajo que
nos corresponde a nosotros. Nuestro trabajo en la enfermedad consiste en preguntarle
qué pretende indicarnos y en qué aspectos desea dar una nueva orientación a nuestra
vida. La sanación en el encuentro con Jesús significa: necesitamos encontrarnos a
nosotros mismos en la totalidad de nuestra verdad, en la que está incluida también

9
nuestra enfermedad. Solo así puede producirse la transformación y la sanación.

Jesús envió a sus discípulos con esta orden: «Id y anunciad que el reino de Dios está
cerca. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios» (Mt
10,7-8). La curación es manifestación de la cercanía del reino de Dios. Si Dios reina en
el ser humano, su reino desea manifestarse en la salud de la persona. Los discípulos
tienen que sanar enfermos y devolverles la salud. La palabra usada en el texto griego es
el verbo therapéuein. Los discípulos no solo deben imponer sus manos sobre los
enfermos para curarlos, sino que deben ante todo anunciar el mensaje de jesús de tal
manera que su virtud sanadora se pueda hacer realidad perceptible en los oyentes.

La espiritualidad cristiana tiene siempre una dimensión terapéutica. Jesús encomienda


también a los discípulos la misión de resucitar muertos. Sin duda lo entendían en sentido
literal. Pero es también un símbolo para nuestra actividad de cristianos hoy. Debemos
resucitar para la vida a las personas anquilosadas en sí mismas, para hacer que florezca
su vitalidad. Tenemos que limpiar a los leprosos: esas personas, incapaces de aceptarse y
que por ello se sienten rechazadas por los demás, deben ser acogidas por nosotros
infundiéndoles el sentimiento de que son totalmente aceptadas, son puras, es decir, que
pueden vivir como son. Y debemos expulsar demonios: los demonios son espíritus
perturbadores de las ideas y de los sentimientos, ideas fijas, modelos de vida que hacen
enfermar. Debemos liberar a los hombres de los puntos de vista que falsifican su propia
imagen.

Georg Christoph Lichtenberg, físico alemán y autor de aforismos (1742-1799), dijo en


cierta ocasión: «El gusto por la salud se adquiere en la enfermedad». Deseamos gozar
siempre de buena salud. Pero a pesar de nuestra preocupación por la salud - gracias a
dieta sana y un modo de vida sano, con ejercicio físico, etc.-, nunca podemos tener
garantizada una buena salud permanente. Normalmente caemos enfermos una y otra vez.
Salud y enfermedad se complementan. Cuando estamos enfermos, deseamos la salud y
aprendemos a valorar la salud. Cuando estamos enfermos, nos damos cuenta de que la
salud no es una cosa que se da por supuesta, sino un regalo que debemos agradecer. En
la enfermedad siento mi debilidad. Me parece que nunca más voy a sentirme fuerte. Por
eso resulta más agradable cuando recuperamos el placer de vivir, cuando podemos
levantarnos, trabajar, alternar con otros. La enfermedad nos hunde en la debilidad. La
salud nos motiva de nuevo a organizar nuestra vida. Y sentimos un nuevo amor. Durante
la enfermedad no pensamos más que en nosotros, sentimos menos amor hacia el otro.

«¿Qué es un hombre sano?», le preguntaron en una ocasión a Sigmund Freud. Su


respuesta fue: «Un hombre sano es una persona capaz de trabajar y de amar». Dorothee

10
Selle cita esta respuesta y señala el aspecto espiritual y social de la salud. La salud es
más que ausencia de enfermedad. La salud es la capacidad de sentirse bien y desde ese
sentimiento de bienestar interior entregarse a la vida, al trabajo, al amor. Solo así florece
la vida y llega a dar frutos.

¿Cómo se explica la enfermedad? Un modelo que remite solo a una causa pasada no
sirve de mucho. Esto tiene verdaderamente una cierta justificación. Porque si yo me
alimento inadecuadamente, no tengo por qué extrañarme de que el cuerpo enferme. Pero
no debo universalizar este modelo. Porque, de lo contrario, a todo el que cae enfermo
debería informarle: «Tú eres el único responsable». Pero entonces los sentimientos de
culpabilidad vendrían a agravar aún más su enfermedad. En mi opinión, el modelo de
C.G.Jung es muy útil. Habla del último sentido de la enfermedad, es decir, se pregunta
cuál es la finalidad de la enfermedad: ¿qué mensaje me trae la enfermedad? No pretendo
buscar culpas mías en el pasado, sino que miro al futuro.

La enfermedad es una llamada a poner nuevos acentos en mi vida. C.G.Jung habla


de sincronía. La enfermedad corporal aparece con frecuencia al mismo tiempo en que se
vive una situación psíquicamente difícil. No se puede hablar de «causa». Porque no se
puede establecer si la dificultad psíquica es causa de la enfermedad corporal o a la
inversa. Sencillamente, los dos fenómenos se manifiestan de manera simultánea. Una
situación psíquica se puede manifestar también a través del cuerpo. Cuerpo y alma
forman una unidad. Ambos expresan determinados humores de la persona, corporales o
psíquicos. Y a veces juntan sus influjos sin que se pueda determinar cuál de los dos es el
primero: el psíquico o el físico. En este sentido tiene toda enfermedad algo que decirme.
Quiere llamar mi atención sobre algo que hasta ahora no he notado.

El modelo de C.G.Jung nos ayuda a comprender mejor los casos de curaciones


bíblicas. Jamás interpela Jesús a un enfermo con palabras como estas: «Tú mismo eres el
culpable de tus males». O bien: «Tu enfermedad tiene una causa psíquica». Incluso en
una ocasión se defiende Jesús expresamente contra toda interpretación causal. Al ver a
un ciego de nacimiento preguntan los discípulos a Jesús: «¿Quién pecó para que naciera
ciego, él o sus padres?» (Jn 9,2). Jesús responde: «Ni él ni sus padres. Esto sucede para
que en él se manifieste la obra de Dios» (Jn 9,3). Es decir, la enfermedad está ahí para
hacernos ver lo que Dios desearía hacer en nosotros. A través de la enfermedad nos está
haciendo ver nuestra verdad. Y al liberarnos de la enfermedad, está obrando nuestra
sanación. Si gozamos de salud, eso no debe entenderse como una cosa connatural. Dios
quiere hablarnos por el cuerpo y darnos a entender que debemos abrirnos a él en nuestra
realidad de cuerpo y alma para hacer transparente su gloria, su espíritu y su amor lo
mismo en la salud que en la enfermedad.

11
Por lo tanto, la salud no es una posesión a la que podamos aferrarnos. Los médicos
griegos de la antigüedad señalan el camino de una vida sana: debemos vivir en co
herencia con nuestra naturaleza. Y debemos vivir también en sintonía con Dios.
Entonces gozaremos de buena salud. Sin embargo, ninguno de nosotros vive siempre en
sintonía con Dios, nadie goza siempre de perfecta salud. Hemos de hacer todo lo que
está en nuestra mano: llevar una vida sana, llevar una dieta sana, practicar un ejercicio
proporcionado, ser moderados en todo. Pero no tenemos garantía para ochenta años de
buena salud. Nuestro cuerpo exige del alma un comportamiento sano y moderado ante la
vida, que favorezca la salud corporal. Por su parte, el alma no puede manejar tan
fácilmente al cuerpo como para mantenerlo siempre sano.

Cuando el cuerpo enferma, informa al alma de la necesidad de ir hacia dentro, al


interior espacio de quietud en el que nos sentimos sanos e íntegros. Allí, en nuestro
núcleo más íntimo, no tiene la enfermedad ningún poder sobre nosotros. El camino
espiritual nos indica los accesos a ese espacio interior de quietud, donde la enfermedad
no tiene acceso a nuestro verdadero ser. Por ello, el camino espiritual es siempre también
un camino de sanación, porque nos pone en contacto con la fuente de energías de
autocuración que reposan dentro de nosotros.

En las páginas que siguen vamos a intentar relacionar las teorías desarrolladas por los
médicos griegos sobre la salud con el pensamiento de la espiritualidad cristiana. De ahí
surgirá el arte espiritual de una vida sana, un arte que toma en serio tanto al cuerpo como
al alma. Los pasos por este camino no pueden tener la misma importancia para todos.
Desearía invitar a leer los pensamientos que siguen sin prejuicios. Siempre que el lector
se sienta aludido en ellos deberá observarse a sí mismo y descubrir los puntos que puede
mejorar en su vida. En ningún caso pretendo moralizar ni prescribir normas sobre la
manera de llevar una vida sana. Preferiría ofrecer sugerencias sobre la atención que cada
uno debe prestar a su cuerpo y a su alma, sobre la manera de aplicar no solo terapias a
las enfermedades corporales y espirituales, sino también cómo se puede aplicar la fe
precisamente en la enfermedad. Y tal vez se haga más evidente el poder de la fe para
sanar también las enfermedades del cuerpo.

12
Resérvate un espacio para respirar

El ambiente puede hacernos enfermar o sanar

Los grandes médicos de la antigüedad griega comparaban la acción del médico con la de
un timonel que con cautelosa mano pilota el navío humano a través de las tormentas de
la vida. La enseñanza para una vida sana se llama «dietética». Los médicos griegos
Hipócrates y Galeno describieron seis zonas que el ser humano debe tener en cuenta si
desea vivir con buena salud. El primer principio de sus enseñanzas sobre la salud trata
del correcto uso del aire y de la luz. Se relaciona, por tanto, con el medio ambiente. El
medio en que vivo no es indiferente. Los antiguos tenían un especial instinto a la hora de
construir sus casas para distinguir dónde se puede vivir bien. Sus normas son válidas
hasta hoy: en moradas con poca luz se entenebrece también el alma humana. Nuestro
espacio vital puede hacernos enfermar o sanarnos. Y esto no se aplica solo a las arterias
de agua e irra diaciones de la tierra, que pueden dañarnos, sino también a los materiales
empleados en la construcción de la casa. Hoy se vuelve a dar importancia a los
materiales de construcción naturales y desarrollamos una especial sensibilidad sobre la
manera de disponer nuestra casa. Una vivienda abarrotada de objetos nos oprime y nos
quita el espacio para respirar. En la manera de disponer nuestra casa, despachos u
hospitales podemos encontrar medios de protección de la salud. Un espacio dispuesto de
manera que satisfaga a nuestros sentimientos íntimos nos hace mucho bien. En él nos
sentimos cómodos. Y esto es bueno para nuestra salud.

La luz fortalece las defensas inmunitarias

Los médicos de hoy saben bien que la luz no solo ilumina el alma humana, sino que
además potencia las defensas del cuerpo. Las viviendas y los despachos necesitan luz
suficiente. La mejor luz es la natural. El que pasa su tiempo únicamente en su casa o en
su despacho, y para el trayecto entre su casa y el lugar de trabajo utiliza el coche o los
medios públicos de transporte, renuncia a un medio fundamental para su salud. En la
actualidad existe una específica terapia de la luz. Contra las depresiones actúan lámparas
especiales que esclarecen el alma humana. Pero lo mejor es siempre salir al aire fresco y
exponerse a la luz del sol. La luz del sol actúa sobre nosotros de manera diferente según
la estación del año. Pero su acción es siem pre positiva. Levanta nuestro ánimo y

13
estimula nuestro cuerpo.

El aire puro revitaliza

Tan importante como la luz es el aire. Necesitamos aire puro para respirar suficiente
oxígeno. No solo debemos ventilar bien nuestra habitación; hay que salir además al aire
libre para que allí se refresquen nuestro cuerpo y nuestra alma. Pero no basta el aire que
nos envuelve por fuera. Un medio decisivo para la buena salud es la respiración. Una
respiración superficial empuja el ánimo hacia abajo y puede llevar a la depresión si
permanece siempre superficial. Actualmente se conocen varias formas de terapia de la
respiración. En la década de 1970 visité con frecuencia a Graf Dürckheim, un
psicoterapeuta de la escuela jungiana que unió psicología y meditación zen. La
respiración significaba para él dos cosas: un barómetro que me señala cómo está mi
entorno y, al mismo tiempo, un instrumento con el que puedo cambiar algo dentro de mí.
Si respiro de manera agitada, mi aliento me indica mi inquietud interior. Si
conscientemente dejo que mi aliento fluya tranquilo, se tranquilizará también mi alma.

Algunos tienen dificultades al hablar porque no respiran bien. Su voz sale cavernosa
y vacía. No logran llegar a nadie con su voz porque esta sale cortada por una respiración
defectuosa. Por eso, la educación de la voz empieza siempre por la respiración. Si
hacemos ejercicios de respiración, lo primero es no esforzarnos por aspirar sino dejar
que el aliento entre espontáneamente. Luego daremos mucha importancia a la espiración
lenta. Al espirar, imaginamos que el aliento va penetrando en el bajo vientre. Al exhalar
el aliento lentamente, nos desprendemos de nuestros pensamientos, dejamos de estar
aferrados a nosotros mismos.

Desprenderse de todo al respirar

Un momento importante para practicar la respiración correcta es la meditación. Graf


Dürckheim no se cansó de repetir que damos excesiva importancia a la aspiración,
mientras que nos fijamos poco en la espiración. Tenemos miedo a que nos falte el
aliento. Pero el que cree que debe aspirar haciendo acopio de aliento va contra el propio
ritmo de la respiración. Si respiramos correctamente durante la meditación, la espiración
dura el doble de tiempo que la aspiración. Nos damos tiempo. Dürckheim daba especial
importancia al espacio entre el espirar y el aspirar. Creía que es una cuestión de vida o
muerte. Porque se trata concretamente de desprenderse del ego. Se trata de un instante en
el que ni aspiro ni espiro. He acabado la espiración y espero a que la aspiración venga
espontáneamente. Quien percibe conscientemente este momento queda libre de todo tipo

14
de rigidez. Deja de aferrarse y de controlarse a sí mismo. Se confía a la vida. En
definitiva, se abandona a Dios.

Atentos y conscientes

Antes de ir en busca de ayudas para nuestra salud fuera de nosotros y de acudir


precipitadamente a la aplicación de medicinas, deberíamos empezar por aprovechar lo
que se nos da a todos gratis cada día: a diario vemos la luz del día que luce gratis para
nosotros. Esforcémonos por distinguir reflexivamente las distintas tonalidades de la luz
por la mañana y por la tarde, en invierno, en primavera, en verano y en otoño. Cada
diferencia cualitativa de la luz tiene una especial virtud sanadora.

Siempre y por todas partes estamos envueltos por el aire. ¡Hagamos por percibirlo
con atención mientras respiramos! Cuidémonos mucho de que nuestras habitaciones
estén bien ventiladas y de tomarnos tiempo de salir al aire puro y exponernos al aire y a
la luz. Respiramos en cada instante. Solo necesitamos hacer lo que hacemos de manera
cada vez más consciente y de tal modo que sea conforme a nuestra naturaleza. Entonces
experimentaremos a diario el efecto sanador de la luz y del aire.

Meditar: el aliento como camino hacia el centro de nosotros mismos

La tradición espiritual vio siempre en la meditación un camino hacia el centro de uno


mismo y una ayuda para descubrir allí la fuente del Espíritu Santo. Se consideraba el
aliento como el camino hacia el fondo de la persona. La tradición cristiana ha
relacionado el aliento con una frase bíblica o con la oración de Jesús: «¡Señor Jesucristo,
Hijo de Dios, ten compasión de mí!». El que repite estas palabras siguiendo el ritmo de
su respiración puede llegar a sentir su aliento como un taladro que perfora la capa de
hormigón que le separa de su fuente interior. A veces queda el taladro atascado en el
cemento. Entonces la meditación es superficial. Pero si el aliento llega juntamente con la
palabra hasta el fondo interior, se presiente allí esa fuente inagotable. La espiración
establece el contacto con la fuente interior. Y con la aspiración penetra la corriente de
agua desde lo más profundo, revitalizadora, luminosa y purificadora, en el cuerpo y en el
alma.

En la meditación establezco contacto con mis recursos interiores. Mientras sean otros
quienes me determinen, quedarán mis emociones marcadas y viciadas con su sello.
Casiano, escritor de la antigüedad tardía (ca. 360-435), ve la meditación como
purificación de las emociones. Si deseo no dejarme arrastrar por la ira, la impaciencia, la

15
envidia o los celos, necesito purificar las emociones. Por eso, la meditación, entendida
como purificación de las emociones, es un camino hacia la sanación del alma.

Cómo hacer las pausas

Por la mañana me cuido de reservar un tiempo para la meditación. Pero también es fácil
hacer breves pausas durante el trabajo a lo largo del día. La palabra «pausa» desbor da de
contenidos. Me detengo para adentrarme en mi interior. Me atengo a lo interior y no a lo
exterior. No me dejo determinar por las realidades de fuera, sino que experimento
estabilidad en mi camino hacia el interior y, en la interioridad, percibo un espacio de
libertad y amplitud.

La pausa se realiza así: me siento un momento con atención y concentro mi percepción


en mí mismo. Presto atención a mi aliento. ¿Fluye pacífico y regular? ¿O se puede
advertir una inquietud interior? Presto atención a mi cuerpo. ¿Dónde lo siento en
tensión? Me fijo en mi corazón. ¿Está bajo presión?

Ahora puedo otra vez dejar conscientemente que mi aliento fluya con más tranquilidad.
Y si siento presión en el corazón, puedo aflojar la presión. Por lo tanto, la pausa interior
pasa por el aliento, el corazón y el cuerpo hasta el espacio interior de quietud donde no
tienen acceso las preocupaciones ni el trabajo. Así puedo sentir un espacio libre en
medio del trabajo. Este espacio da al trabajo un nuevo sabor. De este modo, el trabajo
pierde todo lo que pueda tener de presión y de exigencia. En medio del trabajo estoy
completamente en mí mismo. Y si estoy en mí mismo, ya no siento ninguna presión de
fuera. Me entrego al trabajo. Pero el trabajo no me determina ni me esclaviza. El trabajo
no me desgarra ni me separa de mí. Al contrario, es expresión de mi alma. Fluye de mi
interior. Y las personas que me rodean perciben mi alma en todo lo que hago.

16
Cultura de la comida y la bebida

Lo que verdaderamente nos alimenta

EN nuestros días ha nacido un nuevo concepto de comida «sana». No se entiende como


un simple hecho de saciarse sino como un alimentarse. La pregunta consiste en saber qué
es lo que verdaderamente nos nutre y hace bien a nuestro cuerpo. El tema de la comida
suele ser generalmente un tema delicado. En nuestro convento se advierte también cómo
los hábitos adquiridos en la comida no cambian fácilmente. Muchos tienen miedo a
quedarse con ganas. O a que los platos nuevos no sean de su agrado. Solemos desear los
sabores que recuerdan la comida de casa. La comida tiene algo que ver con el afecto y el
amor. Si se come con la intención puesta en la salud, entonces aumenta el temor de no
poder disfrutar comiendo. Pero una cosa no excluye la otra: se puede cocinar de un modo
sano y, al mismo tiempo, sabroso, de manera que podamos disfrutar de la comida.

Una buena cultura de la comida

Cada vez se publican más criterios sobre los alimentos que pueden resultar nocivos.
Algunos enferman de tanto dar vueltas a lo que debe ser el ideal de una alimentación
sana. También aquí se necesita el equilibrio del justo medio. Ya Pablo se protege en su
Primera carta a los Corintios contra la ideologización de la comida: ninguna clase de
comida puede llevarnos al juicio de Dios. Ni por no comer perdemos nada ni por comer
ganamos nada (1 Cor 8,8). Y como Dios no nos juzga a nosotros tampoco nosotros
debemos juzgar a los demás porque uno coma carne y el otro no, este siga una dieta y
aquel guarde otra. Es importante recurrir a la luz de la razón para ver claro lo que
conviene y lo que no. Y es igualmente importante saber disfrutar con la comida y la
bebida.

Pero la cuestión no está únicamente en lo que comemos o bebemos, sino también en


el cómo.

Desde el punto de vista de la psicología es notablemente significativa esta frecuente


observación: en las personas, su manera de comer suele coincidir con su manera de
proceder frente a las cosas y frente a los demás. El que en lugar de comer devora tenderá
también a explotar o a «devorar» a los otros. No será respetuoso ni con la naturaleza ni

17
con las personas. El que engulle con voracidad no es capaz de disfrutar. El que disfruta
come más bien a ritmo lento. No sin motivo ha aparecido una tendencia llamada
«comida reposada» (slow food) contra la conocida como «comida rápida» (fast food). Se
trata aquí de una comida saboreada, consciente y regional, en oposición a la tendencia a
una comida rzípida uniforme y globalizada.

Pero también se dan excesos en la comida lenta. Hay personas que comen a ritmo
lento y retardan el ritmo de todos los comensales. No disfrutan con la comida, más bien
celebran la prolongación del tiempo de comer. He podido comprobar en muchos casos
que se trata de personas con tendencia depresiva. Sacian sus tendencias agresivas con
una comida lenta y provocan la agresividad de los que tienen que esperar por ellos. Es
evidente que una buena y sana cultura de la comida no cosa normal en la vida moderna.
Se ha creado confusión en el criterio de lo que es rápido y lo que es lento. También ha
desaparecido la norma prudencial sobre la cantidad en el comer y en el beber. Unos se
exceden en la comida y abusan del alcohol. Otros comen demasiado poco y esto puede
degenerar en anorexia. En ambos casos, el perjudicado es el cuerpo. Tanto la comida
como la bebida pueden llevar a formas patológicas de dependencia. En la bulimia y en la
anorexia se busca tener de inmediato lo que ansiosamente se desea. Detrás de la bulimia
se oculta con frecuencia el anhelo de amor; detrás de la anorexia se oculta el deseo de
poder disponer de la propia vida y tenerlo todo bajo control. Tras el alcoholismo se
oculta muchas veces el anhelo de un mundo feliz en el que uno pueda sentirse
completamente seguro. La curación se puede producir si se transforma la dependencia en
anhelo.

Comer con atención

Aunque coma yo solo, me recojo interiormente unos momentos para agradecer a Dios la
satisfacción del alimento que voy a tomar. Esta breve pausa de concentración me hace
recordar que quiero comer con atención sin dejarme llevar de la gula. Me recuerda
además que los alimentos son un don que me hace Dios. Cuando los budistas oran antes
de comer, no se contentan con agradecer solo a Dios sus dones sino que incluyen
también a todas las personas que han intervenido en su preparación. Son en realidad
muchos los que han intervenido para que estos frutos, verduras, carne... hayan llegado a
la mesa. Han colaborado para hacer crecer y madurar los frutos de la tierra, los han
cosechado y preparado de manera que nosotros podamos comerlos hoy. Es una forma de
atención que no solo beneficia a los budistas: cuando nosotros la practicamos, nos sirve
la comida para unirnos con todos los seres humanos del mundo entero, de cuyo trabajo
nos beneficiamos. Nos unimos también con toda la creación, de cuyos dones

18
disfrutamos. Esto hace bien al cuerpo y al alma.

Comida en común

En el pasado comían los miembros de una familia todos juntos. Hoy lo hacen con
frecuencia por separado, porque los horarios de padres e hijos no siempre coinciden. Eso
significa en realidad que ya no existen los tiempos de comer, sino los tiempos de quitar
el hambre. Así desaparece también la cultura de la comida y la bebida. La hora de las
comidas indica un determinado punto en el tiempo en el cual todos se reúnen para
disfrutar juntos de los dones de la creación. La comida empieza con una oración sobre
los alimentos y con la bendición de la mesa, que hace comprender a todos que comer
juntos es algo sagrado. Saboreamos los dones de la creación. Disfrutamos de los dones
que Dios nos da, a través de los cuales nos hace sentir su bondad. La oración de
bendición de la mesa despierta en nosotros la confianza de que esos alimentos puedan
transformarse en bendición para nosotros. No debemos andar comprobando
recelosamente si todos los alimentos son sanos o cuántas calorías ingerimos. Ponemos
nuestra comida bajo la bendición de Dios. La palabra alemana Mahl, «comida», tiene la
misma raíz que la palabra latina medicus, «médico». La etimología nos muestra que la
comida se relaciona con la salud. La comida robustece nuestro cuerpo y alimenta nuestra
alma. Es buena para la salud. La saciedad deja a uno harto y perezoso. La comida
revitaliza y estimula la conversación animada.

Rito

Concéntrate antes de comer tanto si comes solo como si lo haces con otros. Mira los
alimentos que te has preparado o que han preparado otros para ti. Reza una bendi ción de
la mesa. Agradece a Dios estos maravillosos alimentos. Dale también gracias porque te
regala el placer de vivir y te permite disfrutar el sabor de sus dones. Mira luego a los
demás que van a comer contigo. Agradece su presencia. Pide a Dios que os una a todos,
que se ponga él en medio de vosotros y bendiga vuestra compañía. Luego puedes
servirte o podéis serviros y esperar hasta que todos estéis listos. Entonces empezáis a
comer y a disfrutar. Así se dignifica la comida. Así se convierte la comida en un tiempo
de sanación.

19
El ayuno: lo que purifica el cuerpo y el alma

Un buen equilibrio

EN los meses de invierno, principalmente en Navidad, solemos excedernos en la comida.


Y hablamos de las «grasas del invierno» que se nos han pegado encima. No le faltaron a
la Iglesia motivos para establecer el tiempo cuaresmal exactamente en el paso del
invierno a la primavera, cuando podemos examinar nuestras costumbres en el comer y
beber y purificarnos de las adherencias que se nos han ido pegando. Según los médicos
antiguos, el modo de vivir sano consiste en el equilibrado punto medio entre dos polos
opuestos: a un lado, comer y beber; al otro lado, el ayuno.

El ayuno como medio de purificación

El ayuno no es una negación del acto de comer. En el ayuno renunciamos


intencionadamente a la comida solo por cierto tiempo. El ayuno es una antigua cura de la
salud. Todas las religiones y culturas tienen establecidos sus tiempos de ayuno. Si
renuncio a la comida durante una semana y me limito a beber mucho, me demuestro a mí
mismo que no dependo de la comida. Tengo el sentimiento de ser libre. Además, el
ayuno desintoxica. Limpia el cuerpo. En todas las culturas era precisamente febrero el
mes de la purificación: uno se purificaba en él de la oscuridad, pero también y sobre todo
se purificaba de cualquier impureza y mancha introducida en el alma y en el cuerpo. La
finalidad del ayuno es la purificación del cuerpo y del alma.

Saborear con agradecimiento

Durante el ayuno interrumpimos nuestras costumbres alimentarias habituales para


comenzar a comer de nuevo y de manera consciente. La interrupción del ayuno es tan
importante como el ayuno mismo. El que deja el ayuno con avidez de recuperar lo que
había abandonado al ayunar no entiende nada de lo que es el ayuno. A ese tal el ayuno
más bien le perjudica. El ayuno debería ser una invitación a gustar y saborear lentamente
y de manera nueva el misterio de la comida. Si, una vez acabado el ayuno, mastico
lentamente una rebanada de pan, me doy cuenta de lo bien que sabe. Disfruto con el
sabor y me dis pongo mejor para los diversos sabores propios de cada alimento. Puedo

20
disfrutar la comida con una nueva alegría y gratitud. Y como disfruto al comer, ya no
volveré a engullir la comida. La saborearé con agradecimiento. Esto es, a la larga, lo más
saludable para el ser humano, mucho más saludable, desde luego, que muchas cosas
exigidas por las teorías sobre una alimentación sana.

Liberarse de lo superfluo es bueno para el cuerpo y para el alma. El tiempo de ayuno es


como la gran limpieza de primavera para el cuerpo y para el alma. Con el ayuno no se
purifica solo el cuerpo, sino también el alma, con más tiempo y más quietud.

La limpieza de primavera puede extenderse a todas las dependencias de la casa. En


nuestra abadía dedicamos una tarde entera en la que cada uno trata de limpiar de todo lo
superfluo su celda conventual.

San Benito nos aconseja a los monjes elaborar un plan al principio de la cuaresma
detallando en él lo que deseamos hacer en esas siete semanas en las que oramos más,
hablamos menos, meditamos con mayor intensidad e intentamos ser más atentos con los
demás.

Piensa qué vas a hacer en esta cuaresma y haz un programa. El objetivo de la cuaresma
es ejercitarse en la actitud de la libertad interior. Pero el camino para esa meta pasa por
ritos concretos.

Libérate de lo superfluo en tu tiempo. Examina todos tus compromisos adquiridos.


Piensa cómo puedes liberar tu tiempo de lo superfluo y dónde quieres introducir
conscientemente ritos donde puedas encontrarte contigo mismo, salir de la rutina diaria y
sumergirte en el mundo de la quietud.

¿Qué rito quieres seguir para comenzar el día durante la cuaresma? ¿Y cuál para
terminarlo? ¿Qué tiempos vas a reservar para el silencio, la meditación, la lectura?

Libérate de lo superfluo de tu casa. Durante la cuaresma debemos purificarnos


principalmente de todo lo que empaña nuestro pensamiento. En esa tarea se incluye
también nuestra casa. A veces casi no se puede ni respirar en ella. Sentirás que retirar
todo lo superfluo te libera.

Recorre con mucha atención las habitaciones de tu casa. Fíjate dónde tienes espacios
tan abigarrados y en desorden que no queda espacio libre para nada. Piensa qué cosas
deberías regalar y de cuáles deberías desprenderte.

Simplifica la comida durante la cuaresma. En este tiempo establece también ritos fijos

21
para el desayuno, la comida y la cena.

¿Cómo piensas organizar el tiempo mientras comes? El rito de la comida sencilla,


que saboreas consciente y lentamente, te ayudará mucho y te afinará el gusto con nueva
sensibilidad para disfrutar la comida en los días festivos.

Sentirse bien en el propio cuerpo

El ayuno es para muchas personas una cosa seria y difícil en sí misma. Pero el que pasa
por la experiencia de una semana sin ingerir más que líquidos y renunciando a todo
alimento sólido experimentará en sí la libertad que proporciona el ayuno. Los dos
primeros días se pasa bastante mal. Pero el que se ha preparado bien para el ayuno con
una limpieza del intestino y bebe diariamente al menos tres litros de agua o de té
experimentará cómo el ayuno le hace más sensible respecto a su propio cuerpo. Por fin
uno se siente a gusto en él. Se afina la sensibilidad al aire, a los perfumes, al viento y al
sol. Los sentidos se afinan. Las manos se hacen más delicadas. Al principio del ayuno
nos veremos confrontados con nuestras emociones reprimidas, atrofiadas frecuentemente
con la comida para no tener que sentirlas. Pero el que tiene valor para encarar
sinceramente este encuentro consigo mismo sentirá sin duda alguna los efectos positivos
del ayuno: claridad interior, amplitud, ligereza y libertad. Se da cuenta de que no
depende del café, del alcohol ni de los dulces. Y esto robustece la conciencia de sí
mismo.

No se trata de imponerse en el tiempo cuaresmal cargas excesivamente pesadas. El


ejercicio de la libertad interior debe ir caracterizado por el placer de vivir. El que se
siente interiormente libre, es feliz y tiene una vivencia diferente de sí mismo. Vale la
pena entrenarse durante la cuaresma para sentir que vivo mi vida en primera persona, en
vez de ser vivido por otros. Yo configuro mi vida de la manera que me hace bien. Esto
fortalece la autoestima y la salud.

22
Vivir a un ritmo equilibrado

Los polos del movimiento y el reposo

EL justo equilibrio entre movimiento y reposo es un elemento importante de una manera


sana de vivir, según las enseñanzas de los antiguos sobre el modo de vida racional, es
decir, sano desde el punto de vista físico y psíquico-intelectual. También la medicina
moderna redescubre el efecto terapéutico de una vida vivida en un ritmo equilibrado.

Si logro combinar bien estos dos polos en mí, el movimiento y el reposo, la oración y el
trabajo, viviré con perspectivas de buena salud. Entonces viviré de manera sostenible -
como se dice hoy-. Gestiono mis energías de modo sostenible y no descuidado.

El movimiento nos hace bien

Es bueno caminar, correr, moverse. Algunas personas que se mueven poco no solo
enferman corporalmente, sino que con frecuencia padecen estados de ánimo depresivos.
El ejercicio nos ayuda a percibir con mayor intensidad nuestro cuerpo y además hace
bien a nuestra alma. El movimiento es vida. El movimiento mantiene nuestra vitalidad,
relaja la tensión, estimula la circulación y, como saben bien hoy los médicos, activa el
cerebro. Hay muchos que se programan un plan de ejercicio para cada día. Hacen footing
o paseo nórdico, practican la natación o sencillamente pasean. Dado que actualmente
realizamos muchas de nuestras actividades sentados o de pie, el ejercicio físico diario
nos es muy conveniente. El caminar activa muchos músculos y esto repercute
positivamente en todo el organismo y también en el alma. Además, el movimiento
favorece la secreción de endorfinas, las llamadas «hormonas de la felicidad», con lo cual
se serena el estado de ánimo.

El movimiento ayuda a descargar el estrés

Son precisamente las personas activas las que experimentan la fuente de su fuerza mejor
caminando que permaneciendo sentadas tranquilamente. Si escalan una montaña, se
sienten fuertes. Y si alguna vez se sienten agotadas o frustradas por el trabajo, les basta
un buen paseo para estar otra vez en contacto con sus fuentes interiores de energía.

23
Quizá sudan al subir una montaña y se fatigan. Pero a pesar del esfuerzo sienten un vigor
interior. Un nuevo torrente de energía las inunda. Las preocupaciones del día quedan
barridas. La cabeza está otra vez despejada. Otros utilizan la bicicleta para desplazarse al
lugar de trabajo. Así pueden liberarse de todo lo que es un peso para ellos. Gozan del
paisaje en toda su amplitud y sienten cómo con ese panorama se ensancha también el
corazón. Todas las experiencias que hacemos en la naturaleza, por ejemplo los paseos a
pie o en bicicleta u otros semejantes, son tan buenos para nuestra salud porque nos
recuerdan experiencias importantes de nuestra infancia, cuando podíamos dar rienda
suelta a nuestra necesidad vital de movimiento y porque nos hacen revivir de una manera
más intensa y más consciente cómo en la creación de Dios podemos presentir algo de la
inagotable plenitud de la vida de la que se nos permite participar.

Encontrar la calma

De la misma manera que es importante el ejercicio lo es también el reposo. A muchos les


sirve de descanso el movimiento de caminar sin rumbo fijo, que es como meditar
mientras se pasea. Caminar reflexionando es una forma de meditar. Existe también un
caminar nervioso, una huida de sí mismo. El que pasa ocupado todo el día y no
encuentra maneras de descansar, el que necesita moverse y estar siempre ocupado en
hacer algo, tiene también el peligro de huir de sí mismo. Encontrar descanso no es solo
un acontecimiento relacionado con el cuerpo consistente en no hacer nada y permanecer
sentado. Muchos desearían encontrar a toda costa un tiempo de descanso. Pero tan
pronto como se quedan sin nada que hacer empiezan a ponerse nerviosos y a sentir
pánico. La razón es que esa situación los pone cara a cara frente a su propia verdad.
Entonces aumentan las desilusiones y surgen los sentimientos de culpabilidad. En esta
situación preferimos huir. Por eso es conveniente tener presentes las palabras de jesús,
que expresan la condición para encontrar la calma: «La verdad os hará libres» (Jn 8,32).
Solo podemos encontrar descanso si somos capaces de mirar de frente a nuestra verdad
en la confianza de que ha sido aceptada por Dios. Los monjes del desierto, con fina
sensibilidad psicológica, aconsejan a sus hermanos inquietos y dispuestos a ayudar en
todo a los demás pero incapaces de soportarse a sí mismos: «Quédate sentado en tu
celda. Sopórtate a ti y soporta tu nerviosismo. Solo así podrás encontrar la calma». Pero
en su celda solamente puede permanecer quien no juzga las decepciones, la rabia y la
insatisfacción que se manifiestan en él, sino que sencillamente las soporta y se las ofrece
a Dios. Entonces puede sentirse libre de ellas y encontrar la calma.

Orar y trabajar

24
La actividad y el descanso se relacionan también con otro ámbito. Su equilibrio podría
describirse con la fórmula benedictina del «ora et labora», reza y trabaja. Según san
Benito, al hombre espiritual se le distingue porque trabaja bien, porque el trabajo «fluye»
de sus manos con toda suavidad. Pero para que el trabajo pueda fluir hay que permanecer
unidos a la fuente interior del Espíritu Santo. Y el camino para llegar a esa fuente es la
oración. En esa tarea es la oración una auténtica actividad. Hay quienes confunden
oración con «dar vueltas en torno a uno mismo», «pensar en uno mismo». Pero la
oración es el camino hacia la fuente. Intento llegar en la quietud hasta la fuente que brota
en el fondo de mi alma. Esa fuente quiere fertilizar también mi trabajo con sus aguas.
Conozco muchas personas cuya vida se paraliza por estar estancada en sí misma. No
hacen más que girar en torno a sí mismas con miedo a ser desbordadas. O son enfermos
crónicos cuya vida es una permanente preocupación por su comodidad personal. En el
caso de los niños es la alegría desbordada la que activa su cerebro y despierta en ellos
nuevas energías. Así hay que entender la oración: como el establecimiento del contacto
con la fuente del Espíritu Santo. O, expresado de otra manera, como el contacto con el
Espíritu que habita en mí y desea encender en mí el fuego del entusiasmo para la obra
que el Espíritu de Dios quiere realizar a través de mí.

Necesitamos tiempos de quietud y silencio

El filósofo danés Soren Kierkegaard (1813-1855) dijo: «La situación actual del mundo,
la vida entera está enferma. Si yo fuera médico y se me pidiera consejo, respondería:
"¡Haced silencio!"». Todos necesitamos tiempos de quietud en los que nos podemos
alejar del ruido que de ordinario nos envuelve, del ruido del trabajo o del ruido del
parloteo. El ruido nos pone enfermos. El que tiene que estar permanentemente expuesto
al ruido del exterior y no puede hacer silencio interior, termina cayendo enfermo.

Cada uno tiene sus formas peculiares de vivir el silencio. Uno va a dar un paseo, otro
hace el llamado «día del desierto»: un día de profundización y concentración espiritual
sin las obligaciones habituales de cada día. Otro se retira a su habitación y descuelga el
teléfono para no ser molestado. Todos debemos tener la posibilidad de retirarnos y
quedar aislados en un lugar donde poder descansar. El retiro es siempre una buena
ocasión para reflexionar sobre uno mismo. Yo me cuido, me considero y me respeto para
dejar que vuelva a fluir en mí la fontana interior. En un mundo ajetreado y trepidante de
ruidos se necesita sosiego para detectar la fuerza oculta dentro de nosotros. Las personas
que han gustado la quietud vuelven más fortalecidas a la vida ordinaria. Han bebido en
su fuente interior.

25
La fuerza brota de la paz

«Ora et labora» no significa solo, por lo tanto, el tiempo que yo me reservo para la
oración y la quietud con el fin de llevar mejor el trabajo. Esta consigna, «reza y trabaja»,
es también una relación interior entre ambos polos: en medio de la actividad del trabajo
debo pensar y ser consciente de que no soy yo el que debe hacerlo todo, sino que saco la
fuerza para mi trabajo bebiendo en la fuente interior del Espíritu Santo. Así queda
también transformado mi trabajo. Deja de ser molesto. Brota sencillamente de mí sin que
yo lo note ni me fatigue. El arte consiste en sacar fuerzas, en medio del trabajo, de ese
descanso interior. Aunque exteriormente me ocupe del trabajo que estoy realizando, hay
interiormente un espacio de quietud interior, donde brota en mí la fuente del Espíritu
Santo. Por lo tanto, de lo que se trata es de recordar una y otra vez mientras trabajo que
mi centro interior está en paz y que en el fondo de ese interior mana una fuente que
nunca se agota.

La fuerza brota del sosiego. El que está nervioso mientras hace su trabajo irradia
nerviosismo, un estado febril que no beneficia al ser humano. El que trabaja con prisas
se odia a sí mismo. Porque Hetzen, «prisa», se deriva Hassen, «odio». La persona
nerviosa rinde menos en el trabajo que la tranquila. Con tranquilidad consigo más
claridad y eficiencia en mi trabajo. No pierdo tantas energías en los roces. Puedo
entregarme al trabajo en cuerpo y alma. El trabajo mana de mí. La tensión entre calma y
movimiento es, por lo tanto, la condición necesaria para un trabajo bueno y eficiente.

Pausas saludables

El que hace pausas descansa más fácilmente. La palabra «pausa» deriva del griego
anapaúó, «descansar». Es la saludable interrupción del curso habitual de un proceso. Me
detengo. El prefijo and- significa «hacia arriba». Hacer una pausa significa de alguna
manera mirar hacia arriba. No observo únicamente el camino por donde voy ni el trabajo
que realizo, sino que levanto mis ojos al cielo. La palabra «pausa» incluye también el
significado de irrupción del cielo en mi existencia terrena y en mi actividad mundana.
Me detengo para sentir el cielo sobre mí, para percibir a Dios sobre mí, en torno a mí y
dentro de mí.

Yo me alegro de que la vida ordinaria conventual me dé la oportunidad de hacer


pausas. Ante todo la gran pausa de mediodía. Comienza con la oración coral en la
iglesia, la hora litúrgica del mediodía. A continuación comemos en silencio. Luego me
acuesto para descansar durante una media hora. No todos poseen el lujo de una pausa
prolongada a mediodía. Pero todos deberían aprovecharse de este tiempo. Uno sale

26
conscientemente del lugar de trabajo y se va al aire libre o a cualquier otro lugar donde
se siente bien. Otro disfruta comiendo despacio intencionadamente, saboreando lo que
come. Otro se tumba silencioso por unos minutos en el suelo o se ins tala cómodo en un
sillón para descansar bien y, de esta manera, tratar de exhalar juntamente con su aliento
todo lo que ha pasado. Otro se aleja del lugar de trabajo, entra en una iglesia cercana, se
sienta y disfruta en silencio. Se siente inmerso en una atmósfera espiritual, en una
realidad que hace bien al alma. Otro hace esta misma experiencia paseando por el
parque. Caminando a grandes zancadas se siente liberado de todo lo que pesa sobre él.

Es muy importante echar una mirada sobre la jornada de trabajo y preguntarse:


¿estoy satisfecho con la programación de mis pausas? Y si no lo estás, piensa cómo
puedes hacerlo de otra manera. Resérvate un tiempo concreto para tu pausa. Hazte esta
pregunta: ¿consideras importante el trato con otros o prefieres estar tú solo? Y luego
piensa qué necesitas.

Dar ritmo al tiempo

Hay diversas posibilidades de distribuir bien el tiempo. Una de ellas consiste en darle un
buen ritmo. El tiempo sigue siempre un cierto ritmo en nuestra experiencia. Las
estaciones del año imprimen su ritmo al tiempo, pero también la mañana, el mediodía y
la tarde estructuran el tiempo de cada día. Si me adapto fielmente al ritmo bueno del
tiempo, a la división natural con que el día se me presenta, eso me hace mucho bien.
Incorporarse al ritmo de la vida es una acción sana. Cada uno tiene su propio biorritmo.
Si trabajo siempre a contrapelo de ese ritmo interior, me cansaré pronto y me sentiré
agotado. Pero si vivo al ritmo de mi cuerpo y de mi alma, vivo entonces en sintonía
conmigo mismo. No tengo la impresión de vivir desgarrado y en estrés. Y el trabajo me
sale espontáneamente de las manos. Pero no soy esclavo del trabajo. Puedo encontrar un
sentido en la relación con lo que hago. C.G.Jung cree que quien sigue este ritmo es más
eficaz en su trabajo. El que en su trabajo procede contra su ritmo, determinado por los
compromisos de la agenda, no administra sus fuerzas de manera sostenible. Pronto se
quemará. Los griegos llaman dóros a todo lo que va contra el ritmo interior, lo que no es
conforme al tiempo. Significa no solo «sin tiempo» o «contra el tiempo», sino también
«feo». Todo lo que procede contra el ritmo interior es feo, va contra nuestra naturaleza y
contra nuestra dignidad. No nos hace ningún bien y perjudica la salud.

Puntos de pausa interior

Si mi deseo es no cortar la comunicación con la fuente interior durante el trabajo,

27
necesito repetidamente puntos de pausa interior en los que hago la experiencia de mí
mismo. En los ritos puedo encontrar una importante ayuda para tener en medio del
trabajo una percepción del silencio interior, de mí mismo, del centro de mi ser. Los ritos
crean continuamente un tiempo sagrado, sustraído al mundo. Así siento en medio de mi
actividad algo que no pueden proporcionarme la acción ni las exigencias del trabajo.
Esto me da la posibilidad de quedar interiormente libre en medio de mi ocupación para
no dejarme determinar por lo exterior. La fuerza de los ritos consiste en que nos
proporcionan el sentimiento de vivir nuestra propia vida sin ser determinados por el
mundo exterior. Cada uno puede desarrollar sus propios ritos. No podemos permanecer
todo el día en contacto con nuestra fuente interior. Pero cada día necesitamos ritos en los
que hacemos una pausa interior para sentir el centro de nuestro propio ser y en ese centro
percibir la fuente que mana en nosotros. Sin estas pausas interiores se seca la fuente o
perdemos la relación con ella.

Despacio - Paso a paso

El mundo en que vivimos y nuestra actividad profesional de cada día llevan


generalmente la marca de la prisa. Es bueno hacer intencionadamente alguna vez un
gesto de rebelión. Lo mejor es seleccionar un camino corto y caminar por él despacio,
dándose perfectamente cuenta. Y esto todos los días. Puede ser, por ejemplo, subir las
escaleras, o el trayecto hasta el buzón, o un sendero del jardín. Puede ser también un
camino que se recorre normalmente todos los días o el que uno establece
conscientemente como un rito, por ejemplo una vuelta por el jardín.

Intenta caminar muy despacio, paso a paso. Siente en tus manos la caricia del viento.
Está bien que camines so lo, sin testigos. Pero al caminar muy despacio te das cuenta de
lo que significa estar en el momento presente, dar pasos, caminar, percibir el mundo. Tú
estás totalmente en tu caminar. No tienes que preocuparte por demostrar nada. No
necesitas concentrarte. Verás cómo ese caminar extraordinariamente lento te ralentiza
interiormente, cómo llegas hasta tu corazón. Si practicas este ejercicio cada día,
constatarás un cambio dentro de ti. Puedes hacer el camino lento en un determinado
tiempo (por la mañana, por la tarde, al volver a casa del trabajo) o en un determinado
lugar (el pasillo de tu vivienda, las escaleras de casa, el camino hasta el buzón). Y
sentirás cada día algo de la ralentización de tu vida. Te insuflará también nuevas fuerzas
para el trabajo, el cual puede entonces realizarse de modo rápido.

28
Sobre el sueño y la vigilia

Lo que perturba el sueño

ACTUALMENTE hay muchas personas que se quejan de sus trastornos en el sueño.


Esos trastornos tienen múltiples causas: a unos les quitan el sueño los problemas o las
preocupaciones de las que no consiguen liberarse. Algunos ni siquiera se acuestan en la
cama. Piensan que todavía tienen que arreglar esto o aquello. Con frecuencia se
consideran demasiado importantes. O se apoltronan ante el televisor porque están
demasiado cansados para ponerse a hacer algo serio. Pero luego permanecen sentados
mucho más de lo que les conviene. Al día siguiente están de mal humor y lamentan
haber perdido otra vez tanto tiempo ante el televisor. Por eso es conveniente tener una
hora fija de acostarse. No se trata de someterse a un plan inflexible. Pero sí de establecer
una distribución inteligente del tiempo en la que se reserven ciertos espacios libres para
disfrutar del tiempo o poder dedicarse a tareas agradables. Otros pasan la vida
durmiendo sin sentirse responsables de nada. Ya los médicos de la antigüedad vieron el
punto central de la vida sana en la alternancia equilibrada del sueño y la vigilia. El
pediatra y psicoanalista inglés Donald W.Winnicott ha transmitido esta vieja ciencia
terapéutica en un pequeño poema que tituló «Sueño».

Cada uno tiene su medida propia

Por lo tanto, la finalidad del sueño es recuperarse para vivir, pero no huir de la vida
buscando refugio en el sueño. En ese intento tiene especial importancia el primer
principio para una vida sana: la justa medida en el sueño y en la vigilia. Cada uno tiene
su propia medida. San Benito se cuida prudentemente de que los monjes no tengan un

29
tiempo de sueño ni excesivo ni demasiado escaso. Y da a sus monjes más tiempo de
sueño en invierno que en verano. Porque esto sintoniza con nuestro ritmo interior. Según
ese ritmo, los viejos necesitan menos tiempo de sueño que los jóvenes, y las mujeres más
que los varones. Solo una cosa es cierta: el que habitualmente duerme po co está
dañando su salud. Pero tampoco es sano dormir demasiado. Es cosa de cada uno
descubrir su propia medida. El que medita mucho y también durante el día vive vigilante
necesita menos sueño. Pero forma parte de la humildad el reconocer que necesitamos
dormir lo suficiente para despertar de verdad y caminar despiertos por la vida.

Los sueños, el olvidado lenguaje de Dios

Mientras dormimos soñamos. No siempre nos acordamos del contenido de los sueños,
pero son importantes. Quien se siente turbado habitualmente en sus sueños o él mismo
los trastorna por el abuso del alcohol o el exceso de medicamentos al acostarse, más
pronto o más tarde terminará por enfermar. Los sueños son como la digestión del alma.
A menudo nos transmiten un mensaje importante y nos informan sobre nuestra situación.
Llaman nuestra atención sobre temas que debemos elaborar. Con frecuencia nos señalan
los pasos que debemos seguir. Algunos tienen miedo a las pesadillas opresivas o
angustiosas. Pero desde el punto de vista de la psicología son también buenas. Porque
nos obligan a encararnos con nuestra propia verdad interior. Por ejemplo, cuando uno
sueña que es perseguido: nos despertamos bañados en sudor cuando soñamos que
alguien nos persigue y amenaza con asesinarnos. Pero todo eso que nos persigue en el
sueño está apuntando a algún lado sombrío dentro de nosotros. Necesitamos
familiarizarnos con él. Así se convierte muchas veces en nueva fuente de energía y
dinamismo. John Sanford, un discípulo de C.G.Jung, llama a los sueños «el olvidado
lenguaje de Dios»: en los sueños nos descubre Dios nuestra propia verdad. A veces el
sueño nos señala también el nacimiento de algo nuevo que se está iniciando en nosotros.
Por ejemplo, si soñamos con niños, es siempre una señal de que algo nuevo va a nacer en
nosotros. El obispo Sinesio, que escribió en el siglo IV un libro sobre los sueños, piensa:
muchos podrían haber encontrado en el sueño la medicina apropiada para su
enfermedad. Es esta una experiencia que pueden repetir muchos hoy. En el sueño
distinguen lo que hace bien al alma. No en el sentido de tener que buscar literalmente
una hierba mágica, sino en el sentido de que deben dejarse aconsejar por las personas
que han visto en los sueños. O escuchan tal vez una palabra que les indica el camino.

«Que el sol no se ponga sobre vuestro enojo» (Ef 4,26)

La Carta a los Efesios nos pide que no dejemos ponerse el sol sobre nuestro enojo. Hay

30
muchos cristianos fieles a esta exigencia que han intentado no retirarse al descanso del
sueño sin antes haber hecho las paces con quien mantenían alguna rencilla. Hay en
concreto cónyuges que han adoptado la norma según la cual, en caso de conflicto,
ninguno de ellos se retirará a descansar sin haber cla rificado todo o al menos sin haber
manifestado al otro que no tienen nada contra él. Evagrio Póntico inculcó esta regla a sus
monjes y san Benito enumera este ejercicio como uno de los instrumentos de la vida
espiritual. Evagrio fundamenta esta regla en la psicología. Piensa que el que va
rencoroso a la cama tendrá pensadillas en el sueño. Soñará con fieras salvajes y
serpientes venenosas. Le producirán una parálisis interior y al día siguiente se despertará
alborotado, angustiado, exhausto, sin la fuerza suficiente para soportar el nuevo día. Esta
regla nos enseña que un sueño reconstituyente tiene siempre una dimensión ética. Un
proverbio lo expresa así: «Una conciencia limpia es la mejor almohada».

Cómo reaccionar ante los trastornos del sueño

Entonces, ¿qué deben hacer las personas que sufren trastornos del sueño y apenas
consiguen dormir? «Hay cosas como amar, dormir, comportarse con naturalidad, tanto
más abocadas al fracaso cuanto más nos preocupamos de ellas». Esto lo afirmó el
escritor cristiano C.S.Lewis. Es, por lo tanto, muy importante no luchar nunca contra sí
mismo. El primer camino hacia un buen sueño pasa por unos buenos ritos vespertinos.
Los ritos cierran una puerta y abren otra. Hay que cerrar la puerta del día para que pueda
abrirse la puerta de la noche y del sueño. Cuando no puedo conciliar el sueño, es a veces
bueno hacer una sencilla oración. Para algunos es el rezo del rosario, o la oración de
jesús. Ambas oraciones se caracterizan por su iteración y sencillez. En la oración de
jesús puedo cruzar los brazos sobre el pecho y en esta postura repetir las palabras al
ritmo de la respiración: «Señor jesucristo, Hijo de Dios, ten compasión de mí». Entonces
me siento llevado por Dios en la oración. No estoy pendiente de que es muy probable
que me quede dormido pronto. Lo más importante no es ya cuánto tiempo duermo.
Porque en esta actitud me siento bien y descanso. Si me despierto otra vez durante la
noche, puede ser esta una buena ocasión para decir a Dios como Samuel en el relato
bíblico: «Habla, Señor, porque tu siervo escucha» (1 Sin 3,9). ¿Qué quiere decirme
Dios? No se trata de romperse la cabeza, de dar al tema vueltas y más vueltas hasta
quedar agotado. Es una oportunidad de hablar con Dios sobre mi vida o sencillamente de
aprovechar el tiempo de insomnio para rezar por mí o por otros. Llegará un momento en
que me quede dormido mientras rezo. Hay personas que tienen miedo de dormir
demasiado poco y de no estar en forma al día siguiente para cumplir sus obligaciones.
Pero si aprovecho el tiempo de vigilia para orar y dejarme caer en los brazos de Dios, al
día siguiente tendré fuerzas también para afrontar los retos.

31
Lo que nos pesa se desprende

Antes de acostarte cada noche mantén tus manos unidas en forma de concha. Presenta a
Dios tus manos con todo lo que hay en ellas. Renuncia a juzgar lo que ha sucedido en
este día. No te pares a valorar lo que has dicho o hecho. Incluye también las dificultades.
Presenta a Dios asimismo tus heridas y tus oscuridades. Entrégale todo lo que tienes en
tus manos. Y siente qué cambia en ti de este modo.

Dios te sostiene en la ternura de sus manos. Su fortaleza te protege. Esas manos te


rodean y acompañan. Tú puedes dejarte caer en esas manos. Déjate caer esta noche con
todo lo que te preocupa: con tus problemas y miedos, con tus lados oscuros y tus
sentimientos depresivos. Y al dejarte caer en esas manos se desprende de ti todo lo que
te oprime.

Ya no te preocupa lo que puedan pensar los demás. Ahora estás en ti mismo y


sientes tu vitalidad. En este espacio interior de silencio estas sano e íntegro.

32
Secreciones y excreciones

Eliminar lo superfluo

LA dietética de la medicina antigua trata en la quinta regla de lo referente a las


secreciones y excreciones. Esto nos resulta a primera vista extraño. Pero la psicología
moderna enseña también que este tema afecta simultáneamente al cuerpo y al alma.

El fundador de la psicosomática psicoanalítica, Georg Groddeck, trata


detalladamente en sus escritos el problema de la obstrucción y el estreñimiento. Piensa
que su solución radica siempre en la estructura psicológica del ser humano. Si uno
padece estreñimiento, es porque retiene algo que debe ser expulsado. Groddeck se
lamenta de que mucha gente tenga tiempo para comer pero no para digerir y expulsar.
También Hildegarda de Bingen, gran médica y científica de la Edad Media, trata con
naturalidad de estas funciones del ser humano, aparentemente humillantes. Piensa que
estas funciones no son en modo alguno un factor sin importancia en la vida espiritual.
Compara el proceso de la digestión con un lagar en el que se elimina todo lo superfluo
mientras que el valioso vino se trasvasa a los cántaros.

Necesitamos «digerir» muchas cosas

Es sabido que santo Tomás Moro compuso también una oración para hacer bien la
digestión. Esto prueba su humor y el realismo de su humanidad. Aquí no hablamos solo
de la buena digestión del cuerpo que nos deja una sensación agradable. Hablamos
también de la digestión espiritual. En nuestro lenguaje decimos que hay que «digerir»
una experiencia concreta o una vivencia: por ejemplo, un elogio o un reproche. Tiene
que pasar primero por nuestra alma antes de poder emitir un juicio objetivo. Mientras
nuestra alma permanece alborotada no puede digerir las vivencias. Y todos sabemos que
las experiencias traumáticas, por ejemplo la de un accidente de tráfico, muchas veces no
se digieren. A menudo nos producen una especie de parálisis debida al shock. Y no
podemos incorporarnos enseguida a las tareas ordinarias. Nos sentimos incapaces de
realizar nuestro trabajo normal. Digerir guarda relación con el rocío y la fluidez. Digerir
es licuar lo duro y sólido para que pueda derramarse en mi cuerpo. Lo mismo vale para
los problemas psíquicos: solo cuando los hemos digerido fluye otra vez sin roces nuestra

33
vida.

La buena digestión nos hace bien

Veo en muchos de mis compañeros mayores lo importante que es para ellos una buena
digestión. Se observan atentamente y se fijan si han digerido bien, si padecen
estreñimiento o diarrea. Ambos casos prueban que la digestión no es buena. El que sufre
diarrea asimila muy poca energía de los alimentos. El que padece estreñimiento se siente
incómodo. La vida se detiene en él. Ha dejado de funcionar. La digestión depende ante
todo de los alimentos ingeridos. Pero es importante hacer notar algo sobre el influjo de la
psique. También deberíamos prestar mucha atención a las indicaciones del cuerpo.

Sabemos desde siempre que después de una comida fuerte no se sienten ganas de
realizar actividades intelectuales. Nos sentimos cansados. Los latinos decían: Plenus
venter non studet libenter, «El estómago lleno no estudia de buena gana». Y otro
proverbio aconseja: Post cenara stabis aut passus orille meabis, «Después de cenar debes
dar mil pasos o descansar». Muchos tensan excesivamente su ritmo del día. Después de
la comida no se puede trabajar con la misma fuerza y concentración. Hay que descansar
un poco. Una breve siesta o un paseo ayudan mucho a hacer bien la digestión.

Clarificar las relaciones

Desde el punto de vista del simbolismo tiene siempre el aparato digestivo algo que ver
con nuestras relaciones. A veces sentimos nerviosismo estomacal. Puede ser una señal de
que no nos sentimos a gusto en la presencia de otros, o de que no están claras nuestras
relaciones con las personas con las que trabajamos o nos sentamos a la mesa. No se trata,
por tanto, únicamente de tomar unas pastillas para calmar el estómago o facilitar la
digestión. Tiene siempre mucha mayor importancia la reflexión sobre las relaciones.
Desde muy antiguo se conocen hierbas medicinales que ayudan a hacer la digestión.
Son, indudablemente, una buena ayuda. Los chinos sabían muy bien que el jengibre es
digestivo. Los emperadores chinos se aprovisionaban siempre de jengibre antes de
iniciar un viaje. Cuando se está de viaje, no siempre están las relaciones bien definidas.
Uno se encuentra con nuevas personas. No sabe cómo tratarlas. Las hierbas medicinales
que nos proporciona la naturaleza favorecen a nuestro cuerpo. Hay que aprovechar su
acción benéfica cuanto sentimos problemas de digestión. Pero al mismo tiempo
deberíamos prestar atención a la dimensión psíquica e interpretar los síntomas corporales
como una invitación a esclarecer nuestras relaciones, a tomar las prudentes distancias
ante ciertas personas para sentirnos interiormente libres.

34
Por qué es bueno sudar

Desde hace mucho tiempo aconseja la medicina deportiva que nos movamos mucho
hasta sudar y eliminar con el sudor toda la impureza interior. La acción benéfica del
sudor ha sido reconocida y aprovechada por todos los pueblos. Los nativos americanos
conocen la choza del sudor; los japoneses, el baño de sudor. Entre nosotros son muchos
los que van regularmente a la sauna para expulsar con el sudor las impurezas que les
molestan dentro. Luego se sienten como recién nacidos. Cuando en mis vacaciones voy a
escalar montañas, suelo sudar mucho. A veces me pregunto si vale la pena el esfuerzo de
escalar en un día 800 metros de altura. Pero el esfuerzo queda compensado no solo por la
vivencia en las cumbres, sino también por el sudor. Existe otra clase de sudor que nos
resulta incómodo. Sudamos cuando estamos nerviosos. Hay una clase de sudor que
delata inseguridad y tensión. Nos gustaría evitarlo. Pero puede también ser bueno
interpretar nuestro sudor como expresión de nuestros sentimientos. Es bueno que nuestro
cuerpo nos llame la atención sobre los sentimientos interiores y fuertes para que los
tomemos en serio.

Sustancias extrañas nocivas

Sudor y digestión, secreciones y excreciones, afectan al cuerpo y al alma


simultáneamente. La acumulación de excesivas sustancias extrañas en nuestro cuerpo
nos perjudica. Esto se aplica igualmente a nuestra alma. Cuando se acumulan excesivos
pensamientos y sentimientos extraños, cuando nos preocupan con exceso los problemas
de otros, estamos echando sobre nuestras espaldas una pesada carga. Necesitamos una
digestión interior. Necesitamos expulsar todo lo extraño que hay en nosotros. En la
actualidad se nos cuelan dentro tales torrentes de imágenes e informaciones que no
podemos digerirlas. Por eso, así como es conveniente seguir una dieta en la comida,
también nos haría mucho bien otra dieta en la recepción de informaciones, imágenes y
acontecimientos de fuera. Sobre todo, no deberíamos ingerir los bocados no digeridos
por los otros. Sería preferible dejárselos a ellos. Y así como después de comer nos gusta
disfrutar de una buena siesta, necesitamos también un tiempo de quietud después de todo
lo que recibimos para dejar que se sedimente todo lo que está revuelto y poder después
eliminarlo lentamente. Los seres humanos han considerado siempre la quietud como una
medicina del alma. En la quietud puede sedimentarse en nosotros todo lo que nos
inquieta y ha perturbado nuestra alma. Pueden diferenciarse las emociones extrañas que
se han mezclado con las nuestras. Por eso es la quietud un lugar privilegiado donde
podemos clarificar y expulsar lo que se nos ha metido dentro.

35
Tomarse tiempos de quietud

Busca a lo largo de la jornada momentos de silencio. Si has tenido una sesión acalorada
o una conversación áspera, no se te ocurra abordar inmediatamente la siguiente tarea del
orden del día. Siéntate tranquilo y deja que se calmen las agitadas aguas interiores. No
debes pasar re vista otra vez a todo lo ocurrido ni repetir interiormente la discusión
problemática. De lo contrario te alborotarás aún más. Siéntate tranquilo e imagina que
todas las tempestades interiores se sosiegan. De la misma manera que el vino debe
reposar quieto para que se sedimenten los posos que hay en él y podamos beber el buen
vino, así debes reposar todo lo que hay revuelto dentro de ti. El espíritu se despeja. El
alma ya no está sucia. Todo lo turbio está en el fondo y desde allí ya no puede
contaminar el pensamiento ni las emociones.

El paso siguiente consistiría en eliminar todos los elementos turbios. Imagínate que
al exhalar el aliento llegas conscientemente hasta el fondo de tu alma, donde se ha
sedimentado todo lo que andaba revuelto. Imagínate que expulsas todo eso al espirar, al
exhalar el aliento. Si no lo consigues, sobre todo si te sientes excesivamente alterado,
ponte entonces a caminar a paso ligero. Imagínate que al caminar vas dejando que se
desprenda de ti todo lo que le molesta. Mientras caminas te vas liberando de todo peso
interior. Sudar mientras caminas puede ayudarte. Imagínate que con el sudor eliminas
todo lo que se ha sedimentado en ti. Necesitamos ritos para expulsar todo lo que está sin
digerir en nuestro cuerpo y en nuestra alma y liberarnos de ello para que el vino puro del
amor nos llene el corazón y el alma. Si utilizamos estos ritos de purificación, podremos
saborear el vino de nuestro amor. Nos sentimos bien, limpios y serenos.

36
La agresividad, fuente de energía

La fuerza para agarrar algo

LA agresividad y la sexualidad son las dos energías vitales más importantes. Si se las
corta, se priva al ser humano de una importante fuente de energía. El recto
comportamiento con la agresividad es un importante método para una vida sana.

La palabra «agresividad» viene del latín aggredi, «ir hacia algo, acercarse, atacar».
La agresividad es, por lo tanto, una fuerza o capacidad de agarrar algo, de tomar algo en
la mano. La agresividad quiere regular la relación entre proximidad y distancia. Si soy
agresivo, la causa radica generalmente en que alguien ha traspasado mis fronteras porque
yo lo he permitido. La agresividad es la fuerza que me mantiene distante de los demás,
me señala una saludable frontera y me protege contra los ataques o los cruces de esa
frontera. Y cuando el otro me ha herido, la agresividad es entonces la fuerza para alejarle
de mí, para prohibirle el acceso a mi morada interior.

En toda agresividad hay siempre un impulso de energía con tendencia a transformar


o mejorar algo. Quien se limita a lamentar las circunstancias adversas malgasta su
energía dando vueltas en torno a sí mismo. Con la energía de la agresividad se puede
tratar de resolver los problemas y adoptar los medios posibles para cambiarlos.

Si me enfado porque en un grupo hay algo que no marcha bien, la agresividad puede
proporcionarme la distancia debida con respecto a los miembros del grupo. Pero puede
también convertirse en un impulso para convocarlos a todos y resolver el problema. La
agresividad entonces no solo produce insatisfacción o amargura, sino que esclarece
también algo y crea una atmósfera diáfana en la que todos pueden respirar otra vez a
gusto.

La fuerza para protegerse

El evangelista Marcos relata cómo jesús deseaba curar una vez en día de sábado a un
hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos le observaban llenos de hostilidad.
Si curaba realmente en sábado, podrían proceder contra él. El evangelista dice de jesús:
«Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón...» (Mc 3,5).

37
Jesús no grita a los fariseos. Pero en su indignación quiere decirles: venís con los
corazones obstinados. No os condeno. Pero no os reconozco ningún poder. Sin embargo,
hago lo que considero justo según Dios y según mis sentimientos. Yo creo que la
observan cia estricta y literal de la ley en este caso concreto equivale en realidad a hacer
el mal y a destruir una vida. Jesús se distancia de los fariseos. La agresividad es la fuerza
que le empuja desde dentro a hacer lo que considera justo a pesar de la oposición que se
le hace desde fuera. La agresividad no es, por lo tanto, una explosión manifestada en
gritos, sino una prudente toma de distancia como escudo protector de sí mismo. Si yo
exploto de indignación, produzco unos destrozos cuyos añicos deberé recoger después de
la explosión. Una clara agresividad no rompe nada. Lo que hace es tomar las distancias
necesarias para poder sentirme interiormente libre. Y clarifica mis relaciones con el otro.
De Jesús se dice que no solo estaba irritado sino también lleno de tristeza. El verbo
griego syllypéó significa «compartir los mismos sentimientos, sim-patizar, com-
padecer». Por medio de la agresividad establece jesús una saludable distancia con
respecto a los fariseos. Pero en la tristeza, en el compartir sus sentimientos, les tiende la
mano para establecer contacto con ellos. No los condena. Desearía establecer una
relación plena con ellos. Pero ante los fariseos que se ocultan en esta escena tras el muro
del anonimato del grupo no obtiene jesús ningún buen resultado. Ellos esquivan la
confrontación con Jesús. Salen de la sinagoga y, sintiéndose ya seguros dentro del grupo,
toman la decisión de matar a jesús. El pasaje evangélico nos enseña que no debemos
vivir nunca la agresividad en solitario, sino siempre junto con la tristeza, la simpatía y la
compasión hacia aquel del que interiormente nos distancia mos y liberamos. Ahora bien,
la combinación de agresividad y simpatía no ofrece garantía de éxito en nuestra relación
con el otro.

Lo que nos hace enfermar

Necesitamos la agresividad precisamente para protegernos en el trabajo contra los


compañeros cuando actúan contra nosotros o pretenden hacernos daño. Necesitamos la
agresividad también dentro de la familia para evitar sentirnos constantemente molestados
por el consorte o por los padres ancianos. La psicología nos dice que caeremos enfermos
si nos obstinamos en reprimir la agresividad. Podemos caer, por ejemplo, en una
depresión. Las depresiones tienen muchas causas, pero una de ellas puede consistir en
que no dirigimos la agresividad hacia fuera sino hacia dentro, contra nosotros. Entonces
la agresividad se expresa en forma de sentimientos de indignación contra nosotros
mismos, en auto-condenas y auto-inculpaciones, incluso también en auto-sanciones. Hay
quienes se vuelven depresivos por haber cortado el contacto con la energía de su
agresividad. Yo mismo he acompañado a un varón que en su infancia era

38
extremadamente colérico. Pero su padre le amansaba cada arrebato de cólera con una
paliza. Y él se había limitado siempre a adaptarse. A los 40 años degeneró en depresión.
Y solo pudo recuperar su fuerza cuando permitió que existiera la agresividad tanto
tiempo reprimida.

El lenguaje de la enfermedad

También las enfermedades corporales pueden ser expresión de una agresividad


reprimida. Si yo no me permito exteriorizar de forma mesurada mi agresividad, es
muchas veces el cuerpo el que la recibe. Por el hecho mismo de ponerme enfermo pongo
un límite a las expectativas de los otros sobre mí. Por mí mismo no tendría valor
suficiente para tomarme un tiempo aparte y sustraerme así a las exigencias de fuera. Solo
cayendo enfermo me permito reservarme un tiempo. A veces puede la misma
enfermedad ser una forma de agresividad exteriorizada. Una estudiante me contaba
acerca de otra compañera suya: mientras padecía jaqueca, ningún estudiante podía reírse
sin ser agredido por ella. Los estudiantes vivían esta jaqueca como un fenómeno
gravemente agresivo, porque era la estudiante la que determinaba en ese tiempo toda la
atmósfera del grupo.

Claridad y precisión

Establecer unos límites precisos frente a las personas que no nos hacen bien es
importante. Pero la agresividad debe exteriorizarse siempre de forma mesurada. Es decir:
en la relación con el sujeto en cuestión. A veces, el sujeto pasivo de nuestra agresividad
son personas que no tienen nada que ver con ella. Lo que sucede es que hemos reprimido
nuestra rabia hacia los demás o hacia un proyecto que se nos ha torcido. Y luego
hacemos de la primera persona que nos encontramos la víctima de nuestro mal humor.
Aquí no hay mesura. La mesura significa siempre claridad y precisión, pero no
descontrol. El que exterioriza sin control su agresividad se hace hiriente con los demás.
Y él mismo deja constantemente al descubierto sus puntos débiles. Demuestra que
carece de fuerza y le sobra debilidad. «El que grita es porque lo necesita», suele decirse.
La cuestión consiste en transformar la agresividad en una clarividencia interior que nos
permite protegernos con fronteras precisas de cuantos quieren entrometerse en nuestros
asuntos, y en encarar con clarividencia los problemas para darles adecuada solución.
Entonces es la agresividad una importante energía vital que nos mantiene sanos.

Recomponer el desgarramiento interior

39
Hay muchos individuos que se sienten interiormente rotos. Son zarandeados de acá para
allá entre sus diversas necesidades, entre personas a las que desean demostrar su afecto,
pero que están enfrentadas entre sí. Una manera de recomponer el propio desgarro
interior pasa por la aceptación de las propias contradicciones. Nunca somos unívocos.
Existen siempre dos polos en nosotros: amor y agresividad, razón y sentimiento,
masculino y femenino, consciente e inconsciente. Aceptar las propias discrepancias
presupone el abandono de las falsas imágenes ideales de creernos siempre buenos,
siempre amables, siempre piadosos. Si acepto mis contradicciones, dejarán de dividirme.
Entonces me ayudarán a ser más abierto. No puedo negar mis tendencias contrarias ni
eliminar mis contradicciones. Eso equivaldría a mutilarme a mí mismo. Pero si me
reconcilio con mis divergencias aceptándolas, se seguirá una consecuencia positiva: me
siento en armonía conmigo mismo y con todo lo que hay en mí.

Tiene pleno sentido tomar conciencia de este fenómeno también en su aspecto corporal.
A mí me ofrece una posibilidad el gesto de la cruz. Puede ser una buena ayuda para
aceptar la tensión interior. Me pongo de pie y extiendo mis brazos a derecha e izquierda,
en la postura de jesús clavado en la cruz. Siento los contrastes en mí. Pueden
desgarrarme. Pero si me concentro por entero en este gesto, él me hace más abierto.
Sería yo capaz de abrazar a todos. No hay nada humano ni cósmico en mí que me resulte
extraño. Todo está en mí. Esta experiencia me ensancha, me da libertad y me llena de
amor a todo cuanto existe.

Si cruzo las manos sobre el pecho estoy haciendo un gesto simbólico de abrazo a mí
mismo. Abrazo todo lo fuerte y lo débil que hay en mí, lo sano y lo enfermo, lo íntegro y
lo roto, lo amado y lo detestado, los logros y los fracasos, la confianza y el miedo, la
alegría y la tristeza, la agresividad y la compasión, el amor y el odio, lo claro y lo oscuro,
lo consciente y lo inconsciente. Si mantienes por unos minutos este gesto, tendrás la
sensación de ser uno contigo. Abraza con amor todas tus divergencias interiores. Así te
sientes interiormente libre y lleno de amplitud.

40
La sexualidad, fuerza vital integrada

No desplazar nada

JUNTAMENTE con la agresividad es la sexualidad la más importante energía vital. Pero


sobre la sexualidad apenas se puede hablar o escribir con objetividad. Cada uno lee lo
escrito desde el trasfondo de sus propias experiencias sexuales. La experiencia muestra:
el falso trato con la sexualidad hace enfermar al sujeto; el trato correcto, por el contrario,
se convierte en una fuente de salud. En el debate sobre los abusos sexuales han llegado
todos a ponerse de acuerdo en que el fracaso en la integración de la sexualidad no solo
perjudica a cada uno personalmente en su madurez, sino que ese daño se extiende
también a otros.

Sigmund Freud veía en la sexualidad reprimida y desplazada la causa de múltiples


enfermedades. A pesar de haber buscado obsesivamente explicación a todas las
enfermedades en la sexualidad, describió, sin embargo, interesantes observaciones sobre
la conducta sexual. Si entiendo la sexualidad como algo negativo que no debe ser
permitido, lo que consigo con ello es reprimirla. Y cada vez que se excita provoca en mí
sentimientos de culpabilidad. Muchos cristianos fueron educados en esta visión negativa
de la sexualidad. No fue solo responsabilidad de la Iglesia, sino también expresión de
una sociedad que reprimía la sexualidad. Si desplazo la sexualidad, termino dando
vueltas obsesivamente en torno a ella. Vivo bajo la angustia de poder ser avasallado por
ella. O ella misma se busca otras válvulas de escape. Una de ellas son las enfermedades
corporales; otra, los trastornos psíquicos. Las enfermedades obsesivas están
frecuentemente relacionadas con la sexualidad desplazada. Se tiene miedo a la
sexualidad y se desearía controlarla con ritos represivos. Pero eso no resulta. Por ello se
cae cada vez más en comportamientos obsesivo-compulsivos. A veces la sexualidad
reprimida se manifiesta en la obsesión por obtener éxitos personales, en forma de
vanidad o en una cierta hipersensibilidad frente a las críticas ajenas. La sexualidad
reprimida lleva con frecuencia a fijarse exclusivamente en los fallos de los demás en esta
materia con severos juicios contra ellos para desconectar de los propios problemas.

Un gran regalo

41
¿En qué consiste el sano comportamiento sexual? Lo primero y más importante es ver en
la sexualidad un gran don de Dios que debemos recibir con espíritu agradeci do. La
sexualidad no es un mal sino un don de Dios a los hombres. La sexualidad está orientada
ante todo a la fecundidad. Pero la fecundidad no se limita a la procreación. Puede
también expresarse en una fecundidad espiritual. Cuando la vida fluye a torrentes, allí
hay siempre activa una sexualidad aceptada. La sexualidad tiene relación con la
sensualidad, con la sensibilidad y con el cuerpo. Aceptar nuestra sexualidad es tratar
adecuadamente a nuestro cuerpo, sentirnos bien en él y disfrutar con toda su capacidad
sensitiva. La sexualidad es fuente de salud si es entendida de manera personal. No es
solo un impulso que es necesario saciar como se sacia la sensación de hambre. Es ante
todo expresión de un encuentro personal. Se excita en todo encuentro entre varón y
mujer. Se manifiesta como fuerza erótica que inspira y hace fecunda su unión. Y es el
punto cumbre del amor entre varón y mujer. Ambos expresan en ella su entrega al otro
de la forma más intensa.

La sexualidad es considerada además y desde siempre como una fuente de cultura.


La sexualidad integrada se manifiesta en la poesía, en la música y en las obras de arte.
Sin la sexualidad resultaría la cultura muy aburrida. La sexualidad transmite a la cultura
su vitalidad. Es también una fuente de espiritualidad. Los místicos describieron muchas
veces en lenguaje erótico sus experiencias de Dios y de jesucristo. En su experiencia de
Dios sintieron lo que la sexualidad promete y no solo espiritual sino también
corporalmente. Es la promesa del éxtasis en el que uno puede olvidarse totalmente de sí
para superarse y transformarse en algo mayor. En la sexualidad vivida se supera cada
uno a sí mismo en el amor al otro. El amor es mayor que el varón y la mujer hechos una
sola cosa en él. En la espiritualidad es el amor a Dios lo que nos hace caer en éxtasis.
Llegar a esa experiencia es siempre un regalo de Dios.

Aceptar y cultivar

La tarea del ser humano no consiste en reprimir ni marginar la sexualidad. Ese intento
hace enfermar a las personas. De lo que principalmente se trata es de cultivar la
sexualidad de manera creciente como expresión del amor y la entrega personal. La
sexualidad puede también hacerse autónoma, convirtiéndose en un impulso que
esclaviza al hombre. Este vendría a ser un esclavo dominado por la sexualidad. La
integración de la sexualidad en la vida tiene en cada caso matices distintos. Pero lo
decisivo es ver en la sexualidad un gran don de Dios. Entonces podemos alegrarnos con
ella. Porque nos abre los ojos a la fascinación de nuestro cuerpo y a la fascinante
relación entre el varón y la mujer. Nos hace ver que somos seres incompletos, que en

42
todo cuanto somos estamos orientados a otras personas, que varones y mujeres se
complementan mutuamente, se inspiran y se fecundan.

Es muy difícil establecer una norma del ideal en el comportamiento sexual. Aunque
busquemos la manera de integrar la sexualidad en nuestra vida, nos veremos muchas
veces sorprendidos y dominados por ella. Por eso decían los primeros monjes que la
humildad es muy importante para que cada uno viva pacíficamente con su sexualidad. La
humildad nos hace ver que somos seres humanos con necesidades vitales profundamente
enraizadas en nuestro cuerpo y en nuestra alma; y que no podemos hacer caso omiso de
ellas recurriendo a la fe o a la espiritualidad. La sexualidad exige igualmente de todos, lo
mismo de los casados que de los solteros y los célibes, ser aceptada y cultivada de
manera que nos llene de vitalidad, nos abra a los demás y, en definitiva, también a Dios.
Porque en la sexualidad se oculta el deseo del éxtasis que solo puede ser saciado por
Dios.

Rito

Siéntate tranquilo y dirige el aliento al exhalar hacia el bajo vientre haciéndolo llegar
hasta los genitales. Imagínate entonces que la inspiración se inicia allí y recorre todo el
cuerpo. El aliento, afirma el poeta persa Rumi, es el perfume del amor de Dios. Con la
inhalación penetra el perfume del amor de Dios dentro de ti; al exhalar, haz llegar ese
perfume de amor hasta tus genitales. Imagínate que tu sexualidad queda penetrada e
impregnada del perfume del amor de Dios. En esos momentos puedes adivinar que todo
cuanto hay en ti forma una unidad: sexua lidad y espiritualidad, espíritu y pasión, cuerpo
y amor. Puedes también adivinar que la sexualidad es una fuente de espiritualidad. Si la
sexualidad está penetrada por el amor de Dios, a través de ella recorre la corriente de ese
amor todo tu cuerpo. Tu erotismo ya no es un apetito desordenado, sino amor de Dios
que vibra en el cuerpo y se hace físicamente perceptible.

43
Las relaciones, vida que fluye hacia el otro

Sistema inmunitario social

DICE un proverbio africano: «El hombre es la medicina del hombre». Muchas


investigaciones de los últimos años en el campo de la medicina y la psicología han
venido a confirmar la conveniencia de mantener buenas relaciones interpersonales como
ayuda para una buena salud. El judío americano y sociólogo de la medicina Aaron
Antonowsky, fundador de la salutogénesis, habla del sistema inmunitario social. Esto
quiere decir: el que vive en una buena relación, en una amistad, en un matrimonio
realizado, en una familia intacta, normalmente tiene mejor salud. Porque la buena
relación fortalece su sistema inmunitario. No tiene tanta inclinación a caer enfermo. Y si
cae enfermo, recuperará la salud antes que otros que llevan una vida sin relaciones y
aislada. Las relaciones son relevantes para nuestra salud y no solo en su sentido positivo
de fortalecimiento de la salud. La ca rencia de relaciones puede ser por sí sola la
expresión de una enfermedad.

La falta de relaciones como enfermedad

Hay psicólogos que dicen: «La enfermedad de nuestro tiempo es la falta de relaciones».
Muchos han perdido la relación consigo mismos, con las cosas, con las personas y con
Dios. En el caso de la depresión, esta falta de relaciones se convierte en expresión de una
enfermedad. La persona depresiva ya no es capaz de sentirse a sí misma. Tampoco a su
cónyuge. No se siente a sí misma ni al otro ni siquiera cuando se acuesta con él. La falta
de relaciones nos aísla de la vida. Ya no podemos disfrutar realmente de ella. Lo único
que hacemos es girar en torno a nosotros, aislarnos primero de las personas y luego de
las cosas. Jürg Willi, el psicólogo suizo y terapeuta de pareja, afirma con rotundidad que
las formas actuales de trastornos neuróticos son muchas veces expresión de la carencia
de relaciones. La anorexia y el trastorno límite de la personalidad son, por ejemplo,
enfermedades neuróticas en las que el individuo gira en torno a sí mismo y excluye por
completo de su atención a los demás. Las enfermedades neuróticas del pasado, como la
neurosis histérica, la neurosis de angustia y la cardioneurosis, se orientaban siempre
hacia los otros. Se temía el juicio y la cercanía de los demás. La relación con los otros
seguía siendo importante. En la anorexia, según la interpretación psico lógica, uno
rechaza toda clase de relación. Intenta controlar su propia vida en lugar de entregarse con

44
su vida a los demás.

En el acompañamiento espiritual me encuentro con frecuencia con individuos


incapaces de relacionarse. Uno, por ejemplo, se queja de que nadie le entiende y de que
no sirve para nada. Su familia no le entiende, no tiene en cuenta que él trabaja para ella.
En el ámbito laboral no tiene éxito. Por todas partes encuentra solo rechazo e
incomprensión. Sus intenciones son buenas. Lee libros, hace propósitos para mejorar la
situación. Pero todo se queda en su cabeza. Es evidente que necesita controlarlo él todo
cerebralmente porque siente angustia frente al elemento de incertidumbre de una
relación. Pero cuanto más empeño pone en controlarlo todo cerebralmente, tanto más se
le escapa la vida de su control. El control es la muerte de toda relación. Y sin relaciones
el ser humano se siente muerto. De ahí nace un círculo vicioso de control y parálisis.

Ser amigo de uno mismo

Una buena prevención contra la frecuente caída en enfermedades consiste en rodearse de


buenas relaciones. La primera condición para construir una buena relación con un amigo,
amiga o consorte es ponerme en relación conmigo. Solo si estoy en relación conmigo
puedo establecer contacto con los demás. Porque entonces ya no tengo miedo a que el
otro pueda descubrir en mí algo que yo me había ocultado. Si he penetrado en las
moradas de mi cuerpo y de mi alma, podré permitir que también el otro entre en ellas.
Podré enseñarle todo cuanto hay en mí, porque yo mismo he aceptado que mi casa sea
así. La relación conmigo me libera del miedo a la cercanía del otro. Y como me he hecho
íntimo de mí mismo, puedo permitir la intimidad del otro y hasta disfrutar con ella.
Como soy amigo de mí mismo, puedo serlo también de otro. Siento cómo su relación me
enriquece. No pretendo entrar en él ni entrometerme. Pero sí puedo sentir el misterio de
esta persona que tan diferente es de mí.

La relación con otro únicamente me es posible en la medida en que no pretenda juzgarlo,


sino solamente sentirlo. Esto le quita a él todo temor de mí. Donde hay miedo no puede
haber verdadero amor. Si de verdad buscamos una auténtica comunicación, nos daremos
cuenta de que esta solo se da cuando yo manifiesto sobre mí todo lo que siento. La
psicología nos enseña que deberíamos enviar mensajes en primera persona. Nunca
debemos emitir juicios sobre los demás. Deberíamos limitarnos a decir qué efecto nos
producen su comportamiento o sus palabras y qué suscitan en nosotros. Pero no nos
corresponde a nosotros entrar en valoraciones sobre la persona del interlocutor. Cada vez
que juzgamos al otro, le hacemos adoptar medidas defensivas. Y entonces ya no se trata
de escuchar y comprender, sino de justificar. Eso es la muerte de una relación.

45
La atención recíproca, un factor de salud

Si soy atento, presto atención al otro. Le percibo en sus sentimientos, en sus reacciones.
Me siento a mí mismo en él y observo cómo se encuentra. Y me pregunto qué necesita.
Esto le hace bien. Pero si soy atento, me relaciono bien igualmente con mis propios
sentimientos. Si estoy interiormente perturbado, me pregunto qué es lo que ha provocado
la perturbación. ¿Es solo una palabra que me ha recordado mis antiguos sufrimientos?
¿O se debe a que he notado en el otro algo que me hace sufrir? En este caso puedo
intentar decirle lo que he percibido para proceder ambos con más cautela y así
comprendernos mejor.

Muchas relaciones se debilitan por el hecho de que uno no está en realidad con el otro,
sino distraído en su trabajo o en sus preocupaciones por el futuro. Una relación vive de
atenciones. Esto significa que yo me preocupo de mí, de mis sentimientos e impulsos,
pero me intereso también por los sentimientos y necesidades del otro. Me siento a mí
mismo en él. No lo reduzco a una imagen inmutable, sino que estoy dispuesto a entrar en
su interior, a imaginar qué desea, cómo está, qué siente. Achten, «respetar, estimar,
prestar atención», guarda relación con wachen, «velar, estar despierto, vigilar». A veces
nos dormimos. Nos hemos adormecido bajo el influjo de ciertas imágenes sobre la vida y
sobre los otros. Vivir atentamente significa despertar, abrir los ojos a la realidad y
empezar a ver al otro como si nunca antes se le hubiera visto. Vivir atentamente es mirar
a alguien no solo con los ojos del cuerpo, sino también con los del corazón.

En su sentido exacto, todo ejercicio para fomentar las relaciones es una actividad en
favor de la salud. Porque un ser humano vive sano únicamente cuando vive en relación.
Solo vive sano aquel cuya vida fluye. Y solamente puede fluir cuando se orienta hacia
los otros.

46
La enfermedad. ¡Escucha a tu cuerpo!

Las enfermedades son como perros que ladran

EN el cuento de los hermanos Grimm titulado «Las tres lenguas» desempeñan un papel
principal los perros que ladran. Viven en una torre y han devorado ya a varias personas.
A un joven que ha aprendido su lengua le indican el lugar donde se esconde el tesoro que
custodian. Dan tan grandes ladridos solamente porque guardan el tesoro. Nuestras
enfermedades son también muchas veces como perros que ladran, que quieren atraer
nuestra atención sobre el tesoro que llevamos dentro, pero del que prescindimos en
nuestra vida. El «tesoro» del que habla el cuento es un símbolo. Se refiere a la auténtica
y primitiva imagen que Dios se ha hecho de nosotros. Exactamente en el lugar donde las
personas sufren dolencias podría esconderse su verdadero tesoro. En el lugar donde más
problemas encuentran podrían también encontrar su verdadera imagen no falsificada.
Hemos de estar muy agradecidos a las reacciones del cuerpo. Porque es en rea lidad Dios
mismo el que quiere señalarnos por medio de ellas el lugar del tesoro, nuestro auténtico
«sí mismo». Muchas veces es una enfermedad como un perro que ladra y con sus
ladridos nos hace pensar que llevamos un tesoro oculto en nosotros sin que influya para
nada en nuestra manera de vivir. En la enfermedad se rebela el cuerpo contra la imagen
en la que lo hemos encerrado.

Cuerpo y alma

Hay textos en la tradición cristiana que hablan de la atención prestada a las mociones del
cuerpo por parte de los padres del desierto en el acompañamiento espiritual, tanto a las
reacciones del propio cuerpo como a lo que el cuerpo del otro manifestaba sobre sí y
sobre su alma. El cuerpo les daba información sobre el estado del alma y a partir de esta
información podía uno entrar en conocimiento de las mociones del otro. Sabían que el
cuerpo nos señala verdades imposibles de detectar solo a fuerza de discurrir. «Dios nos
habla en el cuerpo»: si yo interiorizo ese lenguaje, trataré de otra manera a mi cuerpo.
No seré un hipocondríaco que, al mínimo dolor, piensa ya que tiene cáncer o cualquier
otra enfermedad grave. Oír la voz del cuerpo significa más bien prestar atención a sus
pequeños impulsos. Porque si yo vivo distraído al margen de mi propia verdad, no le
queda a veces a Dios más remedio que utilizar la voz del cuerpo y hacerme oír, por los
gritos de una enfermedad, que llevo encima una más cara que oculta mi verdadera

47
imagen. Algunos ven en la enfermedad un enemigo al que hay que combatir y derribar
cuanto antes a base de medicamentos. Pero tengo que escuchar lo que me dice Dios a
través de esta enfermedad. No debo entonces cavilar demasiado sobre mi pasada historia
pensando qué he hecho mal. Algunos se empeñan en hurgar en sus sentimientos de
culpabilidad y concluyen que son ellos mismos los responsables de sus enfermedades.
Sin embargo, con atormentarse con sentimientos de culpabilidad no se consigue más que
agravar la enfermedad. En cambio, si me pregunto qué pretende Dios decirme por la
enfermedad, pondré mucho más cuidado y atención en la manera de tratarme a mí y a mi
cuerpo.

Lo que hace enfermar al alma

El alma cae enferma cuando la hacen enfermar otros. Hay palabras tan hirientes que
ponen enferma para toda la vida el alma del que las sufre. Por ejemplo, cuando un padre
maldice a su hija o la ridiculiza como mujer, la herida puede calar tan hondo que hace
enfermar al alma. O cuando un hijo no recibe más que palabras hirientes, rechazos,
amenazas, expresiones de frialdad y dureza. Puede suceder entonces que la enfermedad
del cuerpo sea el único medio de supervivencia que le queda al alma. Los puntos donde
una persona fue especialmente herida durante la infancia se hacen muy sensibles. Estos
puntos sensibles son la puerta de entrada de las enfermedades. Si no se quiere recaer
constantemente en enfermedades, es preciso reconciliarse con las heridas y aceptarse
juntamente con los puntos sensibles.

Hay otro motivo de predisposición para nuestras enfermedades. Somos siempre


vulnerables en los puntos donde no logramos vivir en sintonía con nosotros mismos,
donde deseamos eliminar ciertos aspectos que no responden a nuestros ideales. Pero si
nos colocamos bien en nuestro centro, en sintonía con nosotros mismos, nadie fuera de
nosotros puede herirnos tan fácilmente. Es cierto que oiremos palabras hirientes, pero
estas no pueden penetrar muy profundo.

Hay otra causa que hace enfermar al alma: cuando el alma margina algo en sí misma
porque se niega a aceptarlo. En este caso son generalmente los ideales excesivamente
elevados la causa por la que nos negamos a ver nuestra propia realidad. Deseamos
corresponder a nuestro «yo» ideal. Pero vemos que hay en nosotros también «partes
sombrías», como denominó C.G.Jung a todo lo que no vivimos ni queremos que exista
en nosotros. Cuanto más desplazamos estas partes sombrías, tanto más influirán para
hacernos enfermar. Enfermará el alma pero, como sabe bien la medicina psicosomática,
muchas veces se expresa el alma herida en un cuerpo enfermo.

48
Lo saludable para el alma

Es saludable para el alma saberse amada y amarse ella misma con todo lo que hay en
ella. Es saludable para el alma poder respirar. Muchas personas viven exclusivamente en
la superficie. Y el hecho de que vivan escindidas de su alma hace que esta caiga
enferma. Solo cuando tenemos abierto el acceso al interior del alma puede ella
reanimarse y desarrollarse. El alma necesita alimento. El alimento no es solo el amor,
sino también la actividad espiritual. Muchos caen enfermos porque no abren espacios
libres al alma. Pero esta necesita alas, agilidad y amplitud. Cortar al alma sus alas y
reducir su espacio es neutralizar sus energías.

Agotamiento y cansancio

El cuerpo no reacciona siempre de inmediato con enfermedades. Una manera de


reaccionar es el cansancio. Hay un cansancio del que disfruto. Me tumbo en la cama y
disfruto sintiendo mi pesadez. Tengo la impresión de haberme agotado por Dios y por
los demás. Ahora me dejo caer agotado sobre la cama y durante veinte minutos disfruto
permaneciendo simplemente tumbado, sin hacer nada. Luego puedo levantarme y estoy
de nuevo dispuesto para una nueva actividad. Muchos no dan importancia al cansancio y
terminan por agotarse. Toman deprisa un café para poder seguir trabajando. Pero el
cansancio puede indicar que la vida no se reduce al trabajo. Peter Handke describió en su
«Ensayo sobre el cansancio» cómo el cansancio puede ser una llamada de atención sobre
lo esencial. Siguiendo la tradición de los monjes antiguos, habla Handke de un cansancio
perspicaz que nos hace distinguir en qué consiste exactamente lo esencial de nuestra
vida. Habla también de un cansancio unificador que nos une con todos los seres
humanos. Si reprimimos nuestro cansancio, llegará un momento en que haga su
aparición el «cansancio detestable», un cansancio que nos vuelve agresivos contra
nosotros y contra los demás. El cansancio puede llegar también hasta el agotamiento
total, cuando únicamente podemos «funcionar», hasta que llega un momento en que ni
siquiera podemos seguir adelante, porque nos ha invadido una depresión por
agotamiento.

Interpretar las señales

Muchas veces quiere Dios decirnos por medio de la enfermedad: «¡Detente! ¡Examina tu
vida! ¿Es congruente tu manera de vivir? ¿O has asumido excesivas cargas?». Si
prestamos atención a la voz de Dios que se hace oír a través del cuerpo, podremos llegar
a dar una explicación a las diferentes señales. Cada enfermedad trae su mensaje peculiar.

49
Un resfriado, por ejemplo, nos hace ver que nuestro sistema inmunitario estaba
debilitado y no ha podido frenar la entrada en nuestro cuerpo de virus del exterior. Si
cedo a la fatiga de la gripe, se me revelan cosas importantes. Siento entonces que no es
natural trabajar y sentir siempre el gusto por el trabajo. Si me siento sin fuerzas, no
encuentro gusto en trabajar. Y me dejo llevar por la apatía. Reconozco que permanecer
creativo y poder trabajar es un don. La enfermedad nos hace reconocer nuestros límites.

El camino hacia lo esencial

Naturalmente, no podemos ser exagerados al interpretar el mensaje de las enfermedades.


Sobre todo en lo referente a la investigación de sus causas. Porque entonces llegamos a
la conclusión de que los únicos responsables somos nosotros. De lo que principalmente
se trata es de interpretar el mensaje que la enfermedad nos trae con vistas al futuro. Hay
muchos que han aprendido en la enfermedad grandes lecciones para su vida, por ejemplo
en el caso de los enfermos de cáncer. Me cuentan algunos que su vida ha cambiado por
completo, que los criterios para valorar la vida se han transformado. Ahora comprenden
qué es lo realmente importante en la vida. Viven con más atención y cuidado. Miran
hacia dentro. La enfermedad les ha hecho ver que deben preocuparse no solo del cuerpo
sino principalmente del alma, que deben intensificar la relación con el alma y con sus
suaves impulsos. De esta manera pueden luego afirmar que la enfermedad fue para ellos
una bendición. Pueden decir: «En la enfermedad me ha abierto Dios las puertas hacia mi
verdadero ser. Me ha puesto en un nuevo camino, el camino de la atención y la apertura
a lo esencial».

Rito

Siéntate cómodamente en un sillón. Haz un recorrido por tu cuerpo desde la cabeza hasta
los pies. Concentra tu atención en la cabeza. ¿Dónde reacciona tu cabeza a la sobrecarga
y presión? ¿Tienes frecuentes dolores de cabeza o jaquecas? ¿Qué quieren decirte?
¿Cómo reaccionas al dolor de cabeza o a las jaquecas? ¿Cómo están tus ojos? ¿Sientes
agradecimiento por ellos? ¿Cuándo te transmiten los ojos señales de alerta para que seas
más cuidadoso con ellos y contigo mismo? ¿Se han rebelado ya tus oídos, por ejemplo
con señales de una sordera temporal o de un zumbido producido sin agente exterior?
Continúas bajando a la garganta. ¿Cuándo reacciona tu garganta con una inflamación?
¿Qué te indican tus dolores de garganta? ¿Has tenido sensaciones de estrechamiento de
la garganta, de garganta contraída o de un nudo en la garganta? Dirige la mirada a tu
espalda. ¿La sientes suelta o agarrotada? ¿De qué te defiendes en la zona de tu espalda?
Ahora dirígete al pecho. ¿Puedes respirar profundamente o hay algo que te corta la

50
respiración? ¿Cómo anda el corazón? ¿Cuándo reacciona con dolores o con taquicardia,
con fibrilación o con alteraciones del ritmo cardíaco? Desde el corazón concéntrate en la
columna. ¿Tienes problemas de columna? ¿Qué quieren decirte los dolores de columna?
¿Son emociones reprimidas? Ahora baja hacia el aparato digestivo. ¿Te sientes
agradecido porque contribuye a tu felicidad cumpliendo bien su función? ¿O te causa
problemas? ¿Qué quiere hacerte notar? Ahora concentra tu atención en los riñones. ¿Qué
te pasa en ellos? O en la bilis: ¿te sube a veces? ¿Y el hígado? ¿Cómo está? Luego
concéntrate en tus piernas, en los muslos, las rodillas, las pantorrillas y los pies. ¿Te
sientes agradecido a tus piernas por sus servicios? ¿O sientes, quizá, que las rodillas te
fallan o te duelen? ¿Te duelen las articulaciones? ¿Puedes mantenerte bien de pie o
tienes dificultades para ello? Sigue recorriendo tu cuerpo y sé agradecido por él y por los
servicios que te presta. Intenta sentirte bien en tu cuerpo y aceptarlo con sus limitaciones
y flaquezas. Y presenta tu cuerpo a Dios para que el Espíritu de Dios se derrame sobre
las partes del cuerpo que te crean problemas. Luego imagina que tu cuerpo tal cual es,
con sus partes sanas y enfermas, es siempre templo de Dios y que el Espíritu de Dios
habita en él.

51
¡Atiende a las emociones!

Energías positivas y negativas

UN paso importante de la dietética griega, del arte de la vida sana, consiste en escuchar
los affectus animi, los afectos y emociones de nuestra alma. Ya los antiguos monjes
veían en este «escuchar las emociones y pasiones del alma» un paso importante en el
camino espiritual.

El objetivo de esta escucha y del correcto proceder con las emociones y pasiones era
la apátheia, la libertad del condicionamiento impuesto por las emociones. Un psicólogo
define la apátheia como un «sentirse libre de la prisión patológica de las pasiones».
Evagrio Póntico, el psicólogo entre los escritores monacales del siglo IV, define la
apátheia como «la salud del alma». No consiste en suprimir las pasiones, sino en
relacionarse con ellas de modo que estén al servicio de la vida, y nos llenen de fuerza y
de vitalidad.

Las emociones pretenden ponernos en movimiento. Eso significa la palabra


emovere, mover hacia fuera. Las emociones son vigorosas reacciones del alma que
pugnan por salir al exterior impulsándonos a emprender algo. Verena Kast define la
alegría, por ejemplo, como una emoción elevada que nos llena de salud y de fuerza para
emprender algo y llevarlo a término. Pero existen también emociones que nos influyen
en sentido negativo, como el enfado, la ira, los celos y la envidia, o que nos paralizan,
como la tristeza y la depresión. La cuestión es cómo debemos proceder con las
emociones.

¿Qué quiere decirme la emoción?

El primer paso es escuchar la voz de la emoción. ¿Qué quiere decirme? Los monjes están
convencidos de que tras las emociones negativas se esconde siempre también alguna
necesidad positiva del ser humano. Lo que pasa es que estas necesidades se presentan a
veces de forma desmesurada. Por ejemplo, tras la emoción de tristeza se esconde
frecuentemente el deseo de ser el mejor, de ser querido por todos, de tener en el país de
jauja todo lo bueno que se puede imaginar. Se trata, en definitiva, de fantasías y de
visiones infantiles sobre la vida. Y como esas fantasías resultan irreales, la reacción ante

52
ese desengaño es la tristeza. Esta sería entonces una invitación a decir adiós a las
fantasías infantiles. Si no nos liberamos de nuestras fantasías desmesuradas, vivimos en
permanente estado de auto-conmiseración. Nos limitamos a dar vueltas como una
peonza. Y nunca avanzamos.

Nuestras emociones reprimidas se exteriorizan con frecuencia en forma de


enfermedades corporales. Por ejemplo, la cólera reprimida. Hoy se sabe que las úlceras
de estómago son muchas veces la consecuencia de enfados reprimidos. Pero la rabia
puede manifestarse además bajo la forma de otras enfermedades. Cualquier enfermedad
puede ser expresión de agresividad contra nuestro prójimo. Una joven universitaria me
contaba que desde que su padre sufrió un infarto de miocardio ya nadie se atreve a
llevarle la contraria. Han percibido que esta enfermedad comporta en sí un enorme
potencial de agresividad, que es el que ahora determina la vida de toda la familia e
impide a todos sus miembros cualquier otra forma de agresividad saludable.

La energía del enfado

El enfado es frecuentemente una importante reacción del alma humana. Si escuchamos la


voz del enfado, podemos preguntar qué nos quiere decir. Pero entonces surge una nueva
pregunta, a saber, cómo debemos comportarnos en el enfado. Podemos transformar su
energía oculta en energía positiva. El enfado nos impulsa a cambiar algo, a resolver un
problema escondido hasta ahora bajo la alfombra. Siempre hay una explicación para el
enfado. Lo importante es precisar cómo vamos a reaccionar frente a él. Prolongar el
enfado en una situación de permanente monólogo y rechazar de nuestros pensamientos
toda pa labra fuerte de desahogo contra el otro es una reacción perjudicial. Entonces nos
invade en el interior un estado de ánimo negativo. Y nos hacemos duros, amargos. La
cólera nos transmite el mensaje de que es necesario modificar algo o adaptarse a la
realidad aunque esta no coincida con nuestras expectativas.

Lo que el enfado descubre

El enfado que sentimos a veces al hablar puede ser una información perfecta sobre la
calidad de la conversación. Durante algún tiempo pensaba yo que debía reprimir la
subida de tono con que a veces me expresaba en el diálogo de acompañamiento. Yo me
decía: «Soy sacerdote y esto me obliga a mostrarme afable». Pero mi padre espiritual me
dijo: «O tomas en serio tu enfado o te enfadarás con todos». El enfado durante una
conversación me hace ver a veces que el otro no habla de lo que realmente le preocupa,
sino que da vueltas en torno al problema. La indignación manifiesta que la conversación

53
no toca el tema real y, por lo tanto, es una conversación inútil. Si tomo en serio este
sentimiento mío, puedo clarificar algo del otro. Puedo preguntarle si es esto realmente lo
que el corazón le impulsaba a comunicar o si queda oculto todavía algo en él. Y si lo
niega, puedo decirle lo que siento: «Tengo la impresión de que te quedas en la
superficie. Desearía que profundizases más y manifestases lo que realmente te motiva».

Por lo tanto, si escucho a mi indignación, se convertirá en una importante fuente de


información sobre mí y sobre lo demás. Y me dará la oportunidad de buscar una
solución. Pero si reprimo la indignación, entonces se manifestará en forma de una cierta
dureza, terquedad e insatisfacción interior, o quizá en forma de una enfermedad corporal.
El cuerpo se encarga entonces de dar la reacción que no quiso expresar el alma.

Dar nueva forma a la vida

Dialoga con tu enfado en lugar de indignarte contra él. Pregúntate: «¿Qué quieres
decirme? ¿Contra qué pretendo protegerme?». Porque el enfado te dice muchas veces
que no has respetado bien tus límites. Has concedido a otros excesivo poder sobre ti. Te
has excedido en el trabajo y en los compromisos en favor de otros. El enfado te está
diciendo que tienes que preocuparte más de ti mismo. Pregúntate qué te vendría bien.
Necesitas distanciarte más interior o exteriormente de las ocupaciones diarias. Reconoce
tus propios límites. Acepta el hecho de que no puedes imponerte cargas ilimitadas. Y
agradece a tu alma la indignación con que reacciona. Es una reacción positiva. Lo que
necesitas es reaccionar también activamente con ella. Tragarte tu indignación no sirve de
nada. Lograrás ser activo si conversas con las personas con las que estabas enfadado.
Pero si crees que esto no es posible, utiliza tu indignación para distanciarse de los de
más, alejarlos de algún modo y no darles ningún poder sobre ti. Blinda tu casa y di para
tus adentros: «Prohíbo a esas personas la entrada en mi casa». En casa no pienso en ellas.
No son tan importantes. No tolero que nadie turbe mi paz interior.

Si el enfado se ha convertido en sentimiento profundo, pregúntate contra qué te


rebelas. ¿Va el estilo de tu vida actual en su conjunto verdaderamente contra tus
convicciones personales? ¿Te has metido en algo que ciertamente no deseabas? En ese
caso ten valor para dar a tu vida una nueva forma que te haga bien.

Amarillo de envidia

El lenguaje nos demuestra que las emociones pueden producir también enfermedades.
Cuando decimos que uno se pone amarillo de pura envidia, es porque la envidia se

54
expresa a través del cuerpo. El color amarillo delata un estado de enfermedad. La envidia
es una emoción que nos visita con frecuencia. También aquí es valedero el principio de
que no se debe reprimir la envidia sino dialogar con ella. El diálogo con la envidia
podría discurrir así: yo pregunto a mi envidia por qué es tan envidiosa. Y me responderá
probablemente: porque deseo tener tantos éxitos como ese hombre o esa mujer. Deseo
tener tan buen tipo, ser tan inteligente, tener tanto dinero y ser tan querido. Pero si me
fijo en todos los deseos que enumera la envidia, me doy cuenta de que yo no puedo ser
como todos los demás juntos. Cada una de las personas con las que me comparo tiene
solo una cualidad o peculiaridad por la que yo siento envidia. Pero yo no puedo
ciertamente copiar a todos los demás. Y aunque tuviera todo cuanto puede poseer un
hombre en el mundo, eso resultaría muy aburrido y yo no sería yo mismo. Yo sería la
suma de todos, pero no esta persona única que soy. Al aceptar las necesidades que me
señala la envidia, me doy cuenta de que todas son irreales. Entonces puedo mirarme a mí
mismo y ver agradecido todo lo que Dios me ha dado. Y renuncio a compararme con
otros. Me contemplo y me siento como soy. Entonces la envidia me invita a estar
agradecido. El agradecimiento es ciertamente para mi salud más favorable que la
envidia.

No juzgar

La atención a nuestras emociones es, por lo tanto, un importante método de prevención


de enfermedades. No debemos juzgarlas, sino simplemente preguntar qué nos dicen.
Cada emoción tiene un sentido peculiar y pretende indicarnos algo que mueve a nuestra
alma. El fin de la emoción es ponernos ante nuestra propia verdad y descubrir nuestras
necesidades más radicales, enmascaradas con frecuencia bajo las emociones. Las
emociones sacan las necesidades a plena luz. Hacen realidad el contenido del verbo
emovere: mueven las necesidades hasta hacerlas aflorar a la superficie para poder
contemplarlas.

Luego viene un segundo paso que consiste en ver cómo se debe reaccionar ante las
necesidades. No es cuestión de satisfacer todas las necesidades. Pero solo si las
reconocemos, podemos proceder adecuadamente. Las necesidades reprimidas afloran
con frecuencia en forma de enfermedades corporales. Por ejemplo, si una madre no
reconoce que necesita reposo, será el cuerpo el que la obligue a ceder ante esa necesidad.

Mayor vitalidad

Sería mucho mejor si no tuviéramos necesidad de pasar por la enfermedad física y, en

55
cambio, nos relacionáramos con sensibilidad y atención con nuestras emociones y
necesidades. Sin embargo, siempre se presentarán situaciones en las que no estemos
suficientemente atentos. Es entonces cuando debemos fijarnos más en los mensajes del
cuerpo que desea llamar nuestra atención sobre las emociones reprimidas.

La conveniente atención prestada a las emociones nos hace más sensibles, más
sinceros y más libres. No valoramos las emociones. Solo las observamos intentando
descifrar su mensaje. Entonces tenemos emociones y seguimos su impulso, pero no nos
dejamos determinar ni dominar por ellas. Somos nosotros los que poseemos emociones,
no son ellas las que nos poseen. Las emociones pretenden llevarnos a un estado de
mayor vitalidad y, en definitiva, al fin de nuestra vida: a Dios.

Purificar las emociones contaminadas

Siéntate junto a una fuente o cerca de un arroyo o de un río y contempla el agua que,
sencillamente, corre. A muchos les basta contemplar la corriente del agua para sentirse
relajados. Puedes imaginar que el agua purifica la imagen original que Dios puso en ti de
toda impureza que la desfigura. El agua te purifica también de toda impureza de
emociones. Tus sentimientos quedan a veces enturbiados por el influjo de otros
sentimientos que se te cuelan desde fuera. Y el agua que corre sin detenerse te libera de
todo el lastre que se ha adherido a ti, de los problemas que te inquietan. El correr del
agua moviliza también algo en ti. Tu vida comienza a fluir de nuevo y a hacerse fecunda.
Tú puedes imaginar que en el agua es el mismo Espíritu Santo el que actúa curando tus
heridas, retirando todo lo que te ciega y llenando de nueva vida todo cuanto estaba seco
y paralizado. Y al ver correr el agua, ves también correr sin parar la inagotable fuente del
Espíritu Santo. Puedes beber de esta fuente sin que jamás se agote. Así no te secarás ni
quedarás agotado. Porque la fuente de la que bebes es inagotable por ser divina.

56
Transforma tu angustia

Estrechez que impide vivir

LA angustia es una emoción fuerte y tiene doble rostro. Puede prevenirnos de los
peligros y puede también llamar nuestra atención sobre algo importante en nuestro
entorno o en nuestra alma. La angustia puede llamarnos la atención sobre nuestros
excesos; pero también puede precavernos de tal forma ante nuestro propio descontrol,
fortaleza y prepotencia, que nos haga temblar y no nos deje vivir. El que no tiene ningún
miedo no lleva tampoco una vida sana. No es cuestión de superar toda clase de
angustias. Lo que realmente interesa es aprender a convivir con el miedo. Tan pronto
como me habitúo a convivir con mi angustia queda esta inmediatamente transformada.
Sigue presente en mí, pero ya no me maneja. La represión de la angustia me paraliza y
quema en mí mucha energía. El que mantiene su angustia recluida se priva de una
energía conveniente para vivir. Con mucha frecuencia se siente agotado. Por eso es
necesario transformar la angustia, convertirla en fuente de vida. Existen muchas
angustias concretas sobre cuyo núcleo podemos formular preguntas.

Angustia ante la enfermedad

Cuando el estómago pellizca, cuando el corazón pide la palabra, cuando hay algo que
duele, son muchos los que enseguida temen que pueda tratarse de la peor enfermedad.
¿No es la diarrea ya una señal de cáncer de intestino? ¿No son los dolores de corazón
presagio de un infarto de miocardio? En Dinamarca existe una clínica para gente
angustiada ante la idea de padecer cáncer. No es un tratamiento contra el cáncer, porque
no lo tienen. Su enfermedad es el miedo a tenerlo. También aquí es conveniente dialogar
con el miedo y acabar con él. Yo puedo pensar: no puedo saber si algún día voy a caer
enfermo o a padecer un cáncer. De momento me siento sano. Pero aunque alguna vez
caiga enfermo, siempre estoy en las manos de Dios. No puedo tener garantías de
disfrutar siempre de buena salud. La enfermedad forma parte de la vida. Es también un
estímulo para dar gracias por la buena salud. El miedo a la enfermedad hace que algunas
personas corran an gustiadas de un médico a otro, de un análisis a otro. Pero cuanto más
vueltas se da a una hipotética enfermedad, tanto más daño se hace uno a sí mismo y tanto
más debilita sus energías de autosanación. La confianza de saberse en manos de Dios lo

57
mismo en los días de salud que en los de enfermedad es lo único que puede relativizar la
angustia. Esta me recuerda continuamente que estoy rodeado de la presencia saludable
de Dios. Y esto es mucho más importante que preguntarme si estoy sano o enfermo.

Falsos supuestos fundamentales

Muchas personas tienen miedo, por ejemplo, a hacer el ridículo. Si están en un grupo, no
se atreven a decir nada por miedo a que los otros se rían de ellas si no se expresan con la
debida corrección, o si al decir algo empiezan a tartamudear o si en su manera de hablar
descubren su ignorancia. Por eso desean soslayar toda ocasión embarazosa y prefieren
callarse. Pero entonces se sienten todavía más angustiadas. Y es que no tiene sentido
reprimir el miedo o esquivar las ocasiones que pueden provocarlo. La única manera
correcta de proceder ante el miedo es preguntarse: ¿qué me quiere decir este miedo que
tengo? ¿Qué es exactamente lo que me da miedo? Necesito proceder con naturalidad
ante mi angustia y hasta hacerme buen amigo de ella. La angustia me conducirá entonces
a los falsos supuestos fundamentales en mi vida. Uno de esos supuestos es este: «Yo no
puedo cometer errores. Si cometo alguno, es que no valgo para nada». Este presupuesto
está equivocado. Yo represento siempre un valor, aun cuando cometa errores. La
angustia me invita entonces a renunciar a este falso principio y a no alarmarme si alguna
vez me equivoco. Aunque la angustia aumente, yo no me irrito, sino que la acepto como
a una amiga que me invita a ser comprensivo conmigo, a considerarme valioso aunque
hacia fuera no dé siempre la impresión de ser perfecto.

El verdadero fundamento en que me apoyo

Una angustia muy frecuente es el miedo al «qué dirán». En mi casa solía decir mi madre
cuando alguien se hacía notorio por su conducta: «¡Qué dirá la gente!». Era muy
importante la opinión de la gente. Y entonces uno se adapta a los usos y costumbres para
no llamar la atención. Porque en caso contrario la gente podría hacer comentarios.
También este miedo nos limita. Pero si dialogo con esa angustia, puedo preguntar qué
clase de deseo se oculta en ella. Es, en definitiva, el deseo de ser querido por todos, de
que todos hablen bien de mí, de que todos estén de acuerdo conmigo. Y al formular este
deseo, me doy cuenta de su irrealidad. El miedo me obliga a preguntarme: «¿Qué norma
desearía tomar pa ra definirme? ¿Los hombres o Dios?». Si me defino según la norma de
los hombres, perderé mi libertad, viviré agobiado por el miedo permanente a sus juicios.
Pero si me defino por relación a Dios, seré una persona libre. Podré ser como soy. Por
eso pretende el miedo llevarme siempre a Dios. La angustia es también aquí una amiga
que me hace ver en Dios el verdadero fundamento sobre el que puedo sustentarme. Y si

58
estoy sólidamente apoyado en Dios, quedo libre de todo juicio de los hombres.

Invitación a una vida más intensa

Si leemos en el periódico noticias sobre jóvenes fallecidos de cáncer, suele surgir en


nosotros el miedo a que pueda pasarnos lo mismo. Y si vemos un accidente al viajar por
la autopista, nos llenamos de miedo a morir en un accidente. Hay quienes no se atreven a
salir de casa por la intensa angustia a que les pueda suceder algo malo. Esa angustia va
estrechando entonces más y más los horizontes de nuestra vida. Podemos anestesiar el
miedo con un desbordante activismo. Pero nuestra vida se realiza solo cuando nos
encaramos con el miedo a la muerte, miedo que es sencillamente una parte de nuestra
vida. La angustia frente a la muerte se esclarece si le hacemos preguntas. ¿Se trata de
miedo a los dolores o de miedo a la muerte? ¿Es miedo por la pérdida de con trol o por
estar necesitado de ayuda? ¿Es miedo a dejar solos a los hijos o al marido? El diálogo
con la angustia frente a la muerte me invita a poner mi confianza en Dios. Dios
extenderá su mano sobre mí también en caso de muerte. Y en la muerte moriré en su
amor. El miedo a la muerte me invita a vivir el momento presente con mayor intensidad.
El hecho de tener miedo a la muerte me demuestra que vivo ahora. Por eso deseo vivir
consciente este momento, sentir el sol sobre mi piel y las caricias del viento. Miro
consciente al rostro de la persona con la que hablo y percibo su misterio. Digo a mis
hijos o a mi pareja lo que hace tiempo deseaba decirles. La angustia frente a la muerte
me invita, por lo tanto, a vivir consciente e intensamente. Lo que el miedo desea es
fortalecer mi vida.

Dialoga con la angustia

Oigo muchas veces a personas que sienten angustia ante la posibilidad de no salir
adelante en la vida. Unas piensan que los recursos económicos no van a llegar hasta fin
de mes. No van a poder pagar las facturas. Otras se sienten desbordadas por la vida. No
rinden en su trabajo, no viven su vida. No se sienten con fuerza suficiente para controlar
su vida. También en este caso es útil iniciar un diálogo con el miedo. El diálogo me
señala en concreto el objeto de mis temores. Y si enton ces me fijo en los detalles
concretos de esa angustia, puede ella estimularme a dar nuevos pasos concretos. El
miedo queda justificado. Si tengo miedo de no poder pagar las facturas, ese miedo me
aconseja hacer un plan concreto de pago. ¿Cuánto necesito ganar? ¿Cómo puedo hacer
efectivo ese dinero? ¿Cuánto debo ahorrar cada mes? Así queda todo especificado
detalladamente. En la angustia, por el contrario, suele ser todo difuso. Si me produce
angustia el pensamiento de no encontrar trabajo, o de no tener suficiente fuerza interior,

59
puedo entonces pensar cómo podría administrar mis fuerzas y aumentarlas. O podría
reflexionar sobre lo que necesito para realizar ese trabajo. El que no tolera la angustia no
se verá nunca libre de ella. El que dialoga con ella la transforma en fuente de energía
vital.

Un ejercicio práctico

Algunos sienten pánico ante el jefe. Una señora me contaba que va angustiada al trabajo
por las mañanas. Su jefe no hace más que dar vueltas de un lado para otro gruñendo y
amenazando a todos con despidos si no rinden más en el trabajo. Bastan los gritos del
jefe para que ella se llene de angustia. En casos semejantes existen dos posibilidades:
puede dejarse dominar por la angustia o puede mirarla de frente. Quizá los gritos del jefe
evocan en ella los gritos de su padre cuando se enfadaba siendo ella niña. Por eso revive
pujante la angustia de la infancia. Pero en ese caso debe preguntarse: «¿Es verdad que el
jefe tiene tanto poder?». Puede elevar la voz lo que quiera. Pero, como dice el proverbio:
«El que grita es porque lo necesita». Gritar no es un signo de fuerza sino de debilidad. Y
esa señora puede pensar cuando va al trabajo: «Voy al teatro. Voy a ver qué obra
representa el jefe, qué papel desempeña, qué drama ejecuta con sus gritos. Yo me hago
espectadora suya, pero no actúo con él. Dejo que las cosas pasen sin dejar que me
afecten interiormente. Así no tiene el jefe poder alguno sobre mí. Me percibo a mí
misma, me pongo en contacto conmigo. Esto no resultará siempre fácil, pero es un
ejercicio práctico. Y con este ejercicio se irá debilitando lentamente toda la angustia.
Quizá hasta llegue a divertirme con el teatro de mi jefe».

Invulnerable en lo más íntimo

En el lugar interior donde Dios habita en nosotros, donde cada uno es él mismo, donde
reside nuestra chispa divina, nadie es capaz de hacernos daño ni lesionarnos. Este
pensamiento nos libera del miedo a las personas amenazadoras y violentas. Nos pone
también a salvo de quienes desearían explotarnos. Sabemos que el único objeto de sus
abusos es siempre el cuerpo. Pero nuestro núcleo más interior es invulnerable. La
proximidad salvífica de Dios pro tege nuestro núcleo de las situaciones amenazadoras e
impide la excesiva cercanía de los demás. Conocer la invulnerabilidad de nuestra alma
no basta para disipar la angustia. Porque nuestro cuerpo y nuestra psique siguen
reaccionando con miedo a las lesiones corporales o psíquicas. Pero la angustia queda
relativizada. Porque nadie alcanza a tocarnos en lo más profundo de nuestro ser.

60
Pon más alegría en tu vida

Más inefable que la dicha

TODOS sabemos que la alegría nos hace bien. Todos conocemos la sensación de
bienestar que sube desde el estómago, nos invade y calienta, y acrecienta nuestra
autoestima. La Biblia misma habla del influjo positivo para la salud ejercido por la
alegría. Verena Kast ha realizado un estudio sistemático del tema de la alegría. Da lo
mismo que uno disfrute de la naturaleza o del arte, con los éxitos propios o con los
ajenos: la alegría es siempre una «emoción elevada», un sentimiento que nos hace bien y
además libera en nosotros nuevas corrientes de energía. Es un sentimiento que nos
invade cuando se recibe más de lo esperado. Por añadidura es gratuito y generalmente es
producido por los acontecimientos más sencillos. Para esclarecer el valor de este
sentimiento cita Verena Kast al poeta Rainer Maria Rilke: «La alegría es más inefable
que la dicha. La dicha nos llega por los hombres, está predeterminada. La alegría la
llevan los hombres dentro hasta hacerla florecer hacia fuera. La alegría es sencillamente
una buena estación del año en el corazón». La psicóloga parte del hecho de que en cada
uno de nosotros existe una predisposición para la alegría, aunque a veces pueda estar
enterrada. Su impresión: «Tenemos cierta inclinación a girar con preferencia en torno a
las emociones negativas». Verena Kast nos aconseja escribir una autobiografía de la
alegría. Es decir, reflexiono intensamente para recordar dónde he sentido alegría en la
infancia y cómo expresé esa alegría exteriormente. Así establezco nuevamente contacto
con mi propia alegría. El recuerdo de las experiencias de alegría en mi infancia me
conduce de nuevo al presente, al ahora: me hace bien hoy y tiene un efecto sanador sobre
mis heridas actuales.

Unidad con uno mismo

Verena Kast describe el efecto de la alegría como una experiencia de plena unión con
uno mismo y de totalidad, de libertad y de vitalidad: «El sentimiento de plena unión con
uno mismo y el sentimiento de integridad, tan ardientemente buscado por el ser humano,
se encuentra en los momentos de alegría. Esto nos da también un sentimiento de
vitalidad y quizá también de libertad. Todos los movimientos relacionados con la alegría,
incluso con la alegría serena, son movimientos hacia arriba, movimientos de ligereza».

61
La alegría, que se pierde siempre por causa de las preocupaciones, espera en el fondo de
mi alma a ser revitalizada de nuevo y me desplaza hacia el momento presente, me
traslada a la actualidad. El hecho de llenarme de alegría es un argumento de que estoy
totalmente presente ahora, aquí y también en el lugar al que me traslada el recuerdo de
mis pasadas alegrías. El pensamiento gira siempre en torno al pasado o al futuro. Con los
sentimientos sucede lo contrario. Porque la alegría que experimento en el presente me
hace presente, me acerca a mí mismo y al momento presente. La alegría es la expresión
del puro ser, del presente luminoso.

Vivir de manera más plena

Nadie puede crear directamente ni fabricar la alegría. Pero sí se pueden crear o favorecer
las condiciones en que se produce. La alegría es expresión de una vida plena. Si vivo de
manera consciente, si soy creativo en mi vida, entonces será la alegría el estado de ánimo
habitual. La alegría brota de la valoración positiva de las cosas. Si valoro negativamente
todo lo que me rodea, difícilmente podré vivir alegre. Pero si ya desde la mañana
empiezo a valorar positivamente el nuevo día, a aceptarlo como un regalo de Dios, a
darme cuenta de la realidad del sol que nos ilumina, si siento el aire fresco de la mañana,
entonces puedo a lo largo de cada día regocijarme con mil cosas pequeñas.

El recuerdo como fuente de alegría

Todos hemos tenido en nuestra infancia momentos de alegría por diversos motivos, por
ejemplo la alegría del juego, la celebración de una fiesta, el paseo o las ocupaciones
realizadas con el padre o la madre. Por el mero hecho de recordar las horas felices de
nuestra vida y la manera en que exteriorizábamos la alegría, establecemos un contacto en
el presente con la alegría del pasado. La alegría moviliza algo dentro de nosotros. No
podemos fabricar la alegría. Pero sí podemos recordar la alegría vivida en el pasado. En
ese acto de recordar revive en nosotros la fuente creadora. Según Verena Kast, en la
alegría «nos damos cuenta de la plenitud de la existencia, sentimos la vitalidad, la
energía, la corporeidad, la vinculación con otros seres humanos, experimentamos el ser
nosotros mismos en el olvido de nosotros, vivimos la esperanza de un modo nuevo. Nos
damos cuenta de que en cada vida humana, por muy triste que sea, existen oasis de
alegría, capaces de hacerla brotar nuevamente por medio del recuerdo».

Por debajo de la tristeza

62
La alegría no solo nos pone en contacto con las alegrías pasadas en el hecho mismo de
recordarlas, sino que también está en nosotros en este momento. Lo que importa es creer
en esta fuente interior y tomar conciencia de ella. Naturalmente, hay personas que por
disposición natural o por educación son más propensas a la alegría. Otras, por el
contrario, tienen un carácter melancólico y son más propensas a la depresión. La causa
puede ser física o psíquica. No pueden protegerse contra la inclinación natural:
sencillamente son así. Sin embargo, podemos dejarnos tocar por la alegría silenciada a
veces por diversas clases de ruidos, que, no obstante, reposa imperturbable y dispuesta
en el fondo de nuestra alma. A veces estamos desconectados de esta fuente. Se ha
entenebrecido debido a las sombras superpuestas que la ocultan. Pero si prestamos
atención a las voces que salen de lo profundo de nuestro ser, descubrimos por debajo de
nuestras tristezas y disgustos esa fuente de alegría. Y si bebemos de ella, encontramos la
alegría de la vida, el gozo de la convivencia con otros, el placer del trabajo y de todo
cuanto nos ocupa. No vemos en lo que nos sucede una amenaza, sino algo que Dios nos
regala, porque confía en nosotros y con frecuencia también nos lo pide. Esta alegría sale
del corazón y se derrama en nuestras acciones exteriores. Entonces también estas son
diferentes.

De mí depende

De mí depende darme cuenta de las cosas bellas de cada día y reaccionar adecuadamente
ante ellas. Desgraciadamente hay personas que no se percatan de tanta belleza como las
rodea porque prefieren celebrar su desagrado. Ellas mismas se complican la existencia.
La alegría como actitud es también una fuente de la que bebemos en nuestro trato unos
con otros. Todos sabemos que se trabaja más y mejor cuando se encuentra satisfacción
en lo que se hace. Intenta, por lo tanto, tomar conciencia de los pequeños detalles que
pueden alegrarte cada día. Fíjate en la mirada amable de la dependienta y déjate
contagiar por ella. Deja que lleguen hasta tu corazón las palabras llenas de comprensión
de un amigo y siente la alegría que provocan en ti. Disfruta de este día, de la belleza de
la naturaleza, de la dicha de poder respirar y de ser exactamente como eres: un ser
irrepetible.

Lo más hermoso en la vida

Un viejo compañero, muerto a los 92 años, tocaba hasta los últimos años de su vida una
serenata en honor de cada compañero en el día de su onomástico; primero, con la
trompeta y luego, cuando ya no podía, con la armónica. Cuando yo le di las gracias el día
de mi santo, me respondió: «Lo más hermoso en la vida es dar una alegría a otro».

63
Cuando damos una alegría a otro nos llenamos nosotros mismos de alegría. Mientras
toda nuestra preocupación consista en pensar solo en nosotros y en lamentarnos de que la
vida es difícil, tenemos cerrada la puerta a la alegría. Por otra parte, no debemos dejarnos
«obsesionar por la alegría». Yo no puedo así como así hacer reír a un depresivo.
Necesita reconocer que los aires de la depresión soplan fuertes contra él. Debe, sin
embargo, creer que bajo sus sentimientos depresivos está también la emoción de la
alegría. Y aunque de momento no la sienta, ella no le ha abandonado.

No dejes que la fuente se haga arroyuelo

En el Evangelio de Juan dice jesús a sus discípulos: «Os he dicho esto para que mi
alegría esté en vosotros y para que vuestra alegría sea completa» [pléróthé = lit. «para
que se llene»] (Jn 15,11). Jesús no llamó a los discípulos a la alegría, pero con la manera
de dirigirse a ellos los llenó de alegría. Juntamente con sus palabras transmitió también a
los discípulos una perfecta sintonía con él y los llenó de la alegría que había en él. Con
esas palabras da por supuesto Jesús que en los discípulos había una fuente de alegría.
Pero esa fuente se había convertido en un pequeño arroyuelo. Al hablar a los discípulos,
empieza a brotar otra vez esa fuente, salta hacia arriba y llena de alegría la conciencia de
los discípulos.

Dar entrada a lo positivo

Hay en muchas personas un espacio especial donde conectan con su alegría. Para unos,
ese lugar es la naturaleza cuya belleza les fascina. Para otros es la música que produce en
ellos alegría. Si cantan en un coro, salen del concierto entusiasmados. El canto los pone
en contacto con la fuente de la alegría que brota en el fondo de su alma, de la que
lamentablemente muchas veces viven desconectados durante el día. Nadie puede forzar
la alegría en sí ni en otros. Pero somos completamente responsables de nuestras
emociones. Tenemos que admitir la aparición de emociones negativas en nosotros.
Ahora bien, con nuestra manera de vivir podemos dar entrada en nosotros a la alegría. Si
lo hacemos así, sentiremos su fuerza saludable y revitalizadora.

La risa es la mejor medicina

la risa le hace bien al hombre, como han recalcado repetidamente los terapeutas. Con la
risa supera el hombre la situación presente. No se deja determinar por los
acontecimientos. Al contrario, es él quien los controla a ellos. Si reaccionamos con la

64
risa frente a un acontecimiento adverso, le quitamos todo su efecto negativo. Nos
situamos por encima de la adversidad. No le otorgamos ningún poder. Por eso la risa
tiene a menudo en sí misma las claves de la liberación. Nos liberamos del influjo de los
demás y de las contrariedades. La risa despeja toda situación turbia. Ayuda a ver con
más serenidad y claridad. Disipa las nubes del alma. Es un don el poder irradiar alegría y
serenar con ella a los demás. El que es capaz de reír a carcajadas y contagiar a otros con
su risa experimenta él mismo la acción saludable de esta. Y se convierte en medicina
para los otros.

Para los romanos, la palabra humor viene de humus, «tierra». El humor supone la
humilitas, es decir, la humildad. Esta palabra comporta el valor de descender a lo
profundo de la propia naturaleza humana. Hemos sido formados de la tierra. Tenemos
que aceptarnos con todo lo que somos y con todos nuestros aspectos terrenos, con
nuestros puntos oscuros y menos honorables. Cuando estoy de pie, apoyado en las dos
piernas, y demuestro mi condición terrena, lo acepto todo con mayor tranquilidad. El
humor significa que me acepto con amor y que puedo reírme de mis flaquezas humanas,
porque estas me hacen hombre entre los hombres, con quienes comparto la condición
terrena. Y este punto de vista es bueno para el cuerpo y para el alma.

65
LA medicina griega nos indicó, en su enseñanza relativa a la vida sana, seis fuentes
necesarias para la salud: 1. Luz y aire. 2. Comida y ayuno. 3. Movimiento y reposo. 4.
Vigilia y sueño. 5. Secreciones y excreciones. 6. Los afectos del alma. Para la medicina
griega, lo que importa en todo esto es adaptarse ante todo a la medida exacta y guardar el
equilibrio entre los polos opuestos.

En la Biblia se habla con frecuencia de fuentes de salud, de energías que podemos


utilizar para conservarnos en buen estado de salud. El libro de los Proverbios habla de la
alegría como de una fuente de salud. Pero alude también a la sabiduría, a la disciplina, al
temor de Dios, a la prudencia y a la justicia como fuentes de las que se puede beber para
tener una vida sana y larga. «El temor del Señor hace vivir largos años» (Prov 10,27).

Jesús señala ante todo la fe como fuente de la salud. Dice al centurión de Cafarnaún:
«Vete, que todo suceda como has creído» (Mt 8,13). Y a la mujer con flujo de sangre:
«No tengas miedo, hija mía, tu fe te ha salvado» (Mt 9,22). Por fe entiende jesús la
confianza que ponemos en Dios. Hemos de confiar en que Dios nos sana y ayuda. Si
vivimos en la confianza de la presencia sanadora de Dios y realmente tenemos fe en que
puede actuar saludablemente sobre nosotros, eso mismo es ya una importante fuente de
vida sana. No es que la fe nos proteja contra toda enfermedad, pero sí nos da fuerza en la
enfermedad. Y crea una atmósfera que robustece preventivamente la salud.

Otra fuente de vida sana son las raíces de las que vivimos. El árbol se seca si no tiene
raíces. No solo son los ritos los que nos ponen en contacto con las raíces del árbol de
nuestra vida, sino también la sabiduría popular transmitida por nuestros antepasados en
sus cuentos, relatos, refranes y sentencias que a ellos les ayudaron a gobernar su vida.
Un campesino decía al comenzar cualquier trabajo difícil: «En nombre de Dios». Lo
había aprendido de su padre y de su abuelo. Esta expresión le daba la fuerza necesaria
para controlar su vida y no echarse atrás ante las dificultades. Hoy echamos muchas
veces de menos las saludables raíces de nuestros antepasados, precisamente porque nos
damos cuenta con frecuencia de que vivimos desconectados de la fuerza que dimana de
ellas.

La tradición espiritual nos ha transmitido también muchas fuentes para fortalecer la


salud. Por ejemplo, la quietud en que nos retiramos, y el silencio, tan saluda ble para el
alma y el cuerpo. También los ritos que nos regalan un tiempo sagrado. Sagrado es para
los griegos todo lo separado del mundo. Los griegos tienen esta convicción: solamente lo

66
sagrado puede curar. Concediéndonos un tiempo sagrado a través de ritos personales y
trasladándonos a un espacio sagrado mediante los ritos de la Iglesia, puede lo sagrado
producir en nosotros su influjo saludable.

Otra fuente sanadora según la tradición espiritual es la Biblia. Los padres del desierto
veían en la Biblia un libro terapéutico. Si intercalamos las palabras de la Biblia en
nuestras palabras malsanas, notaremos su saludable eficacia. Las palabras de la Biblia
debilitan la fuerza de las palabras que nos privan de nuestro valor y nos humillan. Las
palabras de la Biblia son palabras de confianza que nos elevan, nos ponen en contacto
con la fuente interior que existe en nosotros.

Fundamentalmente, nuestra alma sabe bien lo que le conviene. Pero a veces necesita una
palabra venida desde fuera para estar más segura de su conocimiento interior. No se trata
solo de palabras aisladas que ejercen una peculiar acción curativa sobre nosotros.
Muchos de los relatos de curaciones en la Biblia nos indican cómo se puede producir la
sanación también en nosotros. Y en las parábolas quiere jesús liberarnos de nuestras
imágenes malsanas de nosotros mismos para que podamos vernos a nosotros y a Dios
bajo la luz de la verdad. La enfermedad nace a veces de una visión equivocada de
nosotros mismos. Nos curaremos si nos vemos correctamente a nosotros y nuestra
relación con Dios.

La Iglesia ve los sacramentos como fuente de salud. En la celebración de la eucaristía


nos encontramos con jesús como el médico que nos ordena: «¡Levántate, carga con tu
camilla y vete!». Y en la eucaristía nos dice Jesús: «Lo quiero. ¡Queda curado! Yo estoy
contigo. Ahora permanece tú también contigo. Yo te acepto como eres. Ahora acéptate a
ti mismo».

En las fiestas del año litúrgico no solo celebramos la acción salvadora de Cristo, sino
también su destino, su camino desde el nacimiento, pasando por la cruz, hasta la
resurrección. C.G.Jung define el año litúrgico como «sistema terapéutico», porque nos
hace tomar contacto con los principales temas del alma. Al representar estos temas en la
celebración de la sagrada liturgia, tomamos parte en el camino de jesús que nos traslada
de la angustia a la confianza, de la estrechez a la libertad, de la enfermedad a la salud.

La salud es siempre también una tarea espiritual. Nos desafía a reflexionar sobre nuestra
naturaleza y a hacer justicia a nuestra esencia como criaturas de Dios. La salud es en
definitiva un don de Dios que podemos aceptar solo con espíritu agradecido. Debemos
tratar respetuosamente este regalo para conservarlo largamente. Pero na die puede
acaparar ni retener la buena salud. Tampoco existe tratamiento médico, psicológico o
espiritual que pueda garantizarla. Por eso nuestra vida transcurre siempre en la tensión

67
entre salud y enfermedad, para que nos abramos, en cualquiera de estas dos formas de
existencia, al Espíritu de Dios que habita en nosotros y a nuestro auténtico «sí mismo»,
que está por encima de la enfermedad y la salud. Es el valioso tesoro que llevamos
dentro, la perla preciosa por la que vale la pena vender todo lo demás.

68
Índice
Introducción 7
1. Resérvate un espacio para respirar 12
2. Cultura de la comida y la bebida 16
3. El ayuno: lo que purifica el cuerpo y el alma 19
4. Vivir a un ritmo equilibrado 22
5. Sobre el sueño y la vigilia 28
6. Secreciones y excreciones 32
7. La agresividad, fuente de energía 36
8. La sexualidad, fuerza vital integrada 40
9. Las relaciones, vida que fluye hacia el otro 43
10. La enfermedad. ¡Escucha a tu cuerpo! 46
11. ¡Atiende a las emociones! 51
12. Transforma tu angustia 56
13. Pon más alegría en tu vida 60
Conclusión 65

69

También podría gustarte