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Facultad de Psicología
La insistencia de la Histeria.
Reflexiones psicoanalíticas acerca del paradigma
de la histeria en la actualidad.
CI: 2.971.704-4
Resumen ................................................................................................................ 1
Conclusiones… ...................................................................................................... 42
La insistencia de la Histeria.
Resumen:
La temática del presente trabajo tiene por objetivo dar cuenta de cómo se presenta el
paradigma de la Histeria en la actualidad. Lo haremos a través de un recorrido que va
desde los intentos iniciales por descubrir la etiología de este padecer, hasta sus primeras
conceptualizaciones. Revisando algunos de los casos más representativos de la
investigación freudiana, daremos cuenta de cuales han sido los legados de su aporte.
A partir de la teoría lacaniana que redefine la histeria como discurso, un discurso que
hace lazo social desde la insatisfacción, daremos cuenta de cuales han sido las rupturas de
dicho paradigma. Revisaremos los aportes de Lacan a la construcción de la pregunta
histérica y a la participación del Otro en la formación de la neurosis. Luego, la articulación
de la teoría freudiana y lacaniana a la luz del caso Dora, nos servirá para plasmar algunos
puntos de quiebre en éste saber de la histeria.
Sobre el final, trabajaremos un caso clínico construido a partir del film Uruguayo Los
Modernos (Sarser y Matta, Uruguay, 2016), desde donde revisaremos cómo el tiempo que
atravesamos construye nuestros enigmas y redefine las respuestas a la pregunta histérica
¿Qué es ser una mujer? Por último la maternidad a partir del ordenamiento edípico y como
corte nos dará línea para pensar sobre: la posición histérica, la posición femenina, el deseo,
las identificaciones, la falta y el goce.
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La insistencia de la Histeria.
Introducción.
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Hurgaremos en los relatos de este film buscando aquello que no se puede decir, esa
enunciación más allá del enunciado. Porque cuando un sujeto habla o escribe dice más de
lo que quiere decir, manifiesta Carrasco en Sintagmas sobre la Histeria (2017). “Que habla
de sí, pero también del otro que hay en su íntima exterioridad puesta en juego en sus actos,
siendo la palabra uno de esos actos” (p. 24).
Transcurrimos en un tiempo que nos determina dijimos, y eso nos despierta un sin fin
interrogantes algunas de las cuales intentaremos responder ¿Cómo construye este tiempo
nuestro discurso? ¿Nuestra forma de ser y estar? ¿Qué pasa con nuestro deseo? ¿Con
nuestros vínculos? ¿Con el amor? ¿Cuáles son nuestros enigmas? ¿Acaso murió la
histeria?
A través de los legados del descubrimiento freudiano y los aportes de Lacan al enigma
de la histeria, veremos cómo estos personajes desde su fantasma dan forma o intentan dar
respuestas estas interrogantes. Pero sobre todo a una: ¿Qué es ser una mujer (hoy)?
Diane Chauvelot en su libro Historia de la Histeria (2001) enumera tres puntos que
hacen una certera síntesis sobre la concepción de la época respecto a la histeria. El primero
refiere a que los síntomas son provocados únicamente por el útero, aspecto que dice sobre
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La insistencia de la Histeria.
De dónde ha podido venir esta idea de órgano migrante, inaceptable para la observación y la
lógica […] como quiera que sea, más allá del desconocimiento de la anatomía, los médicos de
entonces tenían dos preocupaciones: alimentar al órgano hambriento y persuadirle de que vuelva
a su lugar (Chauvelot, 2001, p. 11).
Era una época donde los médicos se reservaban el derecho de elegir los pacientes a los
cuales ellos creían que podían curar, por lo tanto quedaban descartados de esta elección
enfermedades crónicas o confusas entre las cuales la histeria ocupaba un lugar central. La
magia o la religión parecían ser los únicos remedios para este mal.
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La insistencia de la Histeria.
Pero luego llegaron las épocas de pestes, guerras e invasiones, el poder que fue
perdiendo la iglesia y los estados debido al descenso de los nacimientos llevaba a que se
reprimiera todo lo relativo al control de la natalidad. Aquellas comadronas que
proporcionaban a las mujeres el saber sobre el uso tanto de productos abortivos como de
prácticas sexuales, eran condenadas a pena de muerte. Los aquelarres liderados por el
diablo se describen como escenas bastante floridas y delirantes, que poco pueden
anudarse a una explicación racional. Se podría denominar a fin de ejercicio una especie de
histeria masiva donde brujas (o poseídas) fueron quemadas por la iglesia o signadas con el
título de débiles mentales o psicóticas desvariadas. Son los exorcismos el fiel reflejo del
demonio en el cuerpo, las poseídas (mujeres en su gran mayoría) se convertían en víctimas
de un saber qué obra dentro de ellas. Había entonces que extirpar el demonio del cuerpo,
un claro propósito de la Iglesia para sostener el poder y reforzar la fe.
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Una varilla imantada, más un conjunto de tachos con botellas magnetizadas sumergidas
en agua era lo clásico del método terapéutico que se denominó el magnetismo, que cobra
protagonismo a comienzo del siglo XIX de la mano de Franz Mesmer (1734-1815). Él, es el
encargado de fundar la teoría del magnetismo animal (sobre finales del siglo XVIII), según
la cual cada organismo posee un fluido magnético que puede ser transmitido a los demás.
Es así que la extravagancia y el misterio de éste método se vuelve cada vez más popular,
tanto en Viena como en Paris. Pero su veracidad era dudosa, no podían explicar
racionalmente las curaciones milagrosas y esto trajo su final. Sauri (1975) manifiesta que
sin abandonar la etiología biologisista de la histeria la importancia de esa falta de
explicación racional, es indispensable para la ubicación conceptual de ésta afección. Su
componente psíquico puja cada vez con más fuerza, y es después con Mesmer, que la
histeria se hace más visible al saber médico reclamando de alguna forma su lugar allí.
Entre los años 1860 y 1880 bajo la impronta del Naturalismo (que privilegia el modo
visual de conocer) es donde la histeria comienza a ser estudiada científicamente. La
histeria con toda su puesta en escena se muestra y encaja en ese ideal científico de saber
mirar. Pero este método tampoco otorgará (todavía) mayor importancia ni a la génesis y al
contexto que acompaña este padecer.
En 1893 el psiquiatra Pierre Janet, fue el primero dentro de esta disciplina en hablar
exclusivamente de la psicopatología de la histeria en su libro: Estado mental de la histeria.
Se centró en los conceptos de disgregación de la personalidad y estrechamiento del campo
de la conciencia, insistía en la interacción entre lo fisiológico y lo psicológico (en
contraposición al organicismo de Charcot). El automatismo psicológico (1888) hablaba del
papel que juegan los eventos del pasado y que permanecían en el individuo bajo la forma
de recuerdos traumáticos olvidados, pero que a nivel de ideas fijas subconscientes
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El médico francés Charles Lepois (Siglo XVII), fue el primero en rechazar la teoría uterina
para plantear la histeria en términos de afección cerebral primitiva. Thomas Sydenham al
que se conocía como el Hipócrates inglés, otorgaba cierta etiología afectiva a este
padecimiento más allá de su naturaleza nerviosa. Decía que las causas morales y
pasionales podían constituirse en nódulos perturbadores del equilibrio nervioso. Un siglo
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después William Cullen, introdujo por primera vez el término neurosis para clasificar
enfermedades de tipo nervioso como la histeria. Fue entonces durante la primera mitad del
siglo XIX que la escena se planteaba dividida: entre los defensores de la vieja teoría uterina
y los defensores de la teoría de la enfermedad nerviosa. Pero es Charcot (discípulo de
Briquet), quien consolida la concepción de la histeria en tanto neurosis. A partir de 1878 en
su encuentro con la hipnosis más el estudio de las neurosis traumáticas, es que construye
un nuevo modelo basado en una visión psicofisiológica de la histeria, que da por resultado
una posible tesis sobre la determinación psicológica de sus síntomas. Esto implicó para
Charcot un verdadero esfuerzo metodológico por comprender la histeria. Su primer intento
fue con el modelo anatómico, que consistía en observar al paciente a partir de los signos
que manifestaba su enfermedad y un posterior diagnóstico hipotético sobre la misma. Dice
Estaño Vidal (citado en Amoruso y Bruno, 2010, p. 47) que una vez fallecido el paciente se
constatan dicha hipótesis diagnóstica con el estudio postmortem, una autopsia que
determinaba la correlación entre la patología que había sido diagnosticada y las
destrucciones tisulares observables en el organismo.
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Finalmente en el mismo prólogo a Bernheim, Freud muestra una postura un tanto más
ambigua diciendo que todo fenómeno tiene una faz fisiológica como psicológica. Se
pregunta entonces sobre la génesis de la producción sintomática en la histeria ¿es
psicológica, fisiológica o constituyente? (la famosa controversia mente/cuerpo). Pero
claramente no había respuesta aún a esta interrogante. Hasta aquí vemos un Freud que ni
se distancia ni se acerca demasiado a ninguna de las hipótesis en referencia a la histeria.
Será junto a su trabajo con Breuer que va a dirimir esta disputa. En el artículo Algunas
consideraciones con miras al estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e
histéricas (Freud, 1893) introduce el concepto de representación. Realiza un claro pasaje
de lo fisiológico a lo psicológico, plantea que las parálisis histéricas deben leerse
independientes de la anatomía del sistema nervioso, ya que la histeria desconoce dicha
anatomía “puede existir una alteración funcional sin lesión orgánica concomitante […] para
ello no pido más que se me permita pasar al terreno de la psicología, ineludible cuando uno
se ocupa de la histeria” (Freud, 1893b, p. 207).
Es entonces que la representación cobra un papel fundamental para leer los tipos de
lesiones en las parálisis histéricas, por ejemplo una parálisis en la pierna se referirá a una
alteración en la representación de la pierna, en la idea de su función. Se dirige así a la
psicología para dar con la explicación a los fenómenos histéricos, dando como resultado la
publicación de Comunicación Preliminar (Breuer y Freud, 1893). Más adelante en Estudios
sobre la Histeria (1895) retoma algunas generalidades sobre la línea que propuso Charcot
pero la centralidad de su estudio se ubica en el trauma. Situándolo como núcleo patógeno
de la histeria dicho trauma psíquico o su recuerdo, se presentifica de tal forma que sostiene
el síntoma. Esos recuerdos que se conservan llenos de afectos no son parte de la vida
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psíquica consciente del sujeto, es ahí donde la histeria queda atrapada en un callejón sin
salida. Reminiscencias de un pasado al que no se podrá recordar conscientemente.
Entonces ¿Cómo se convierte un trauma en histeria?
Una primera explicación a esta interrogante es esgrimida por Breuer (1895) que
manifiesta como condición necesaria para el desarrollo de este padecer, una predisposición
a la escisión de la consciencia en estados psíquicos separados (estados hipnoides) que
constituirán el lugar de ubicación de las representaciones patógenas. Y una segunda
explicación dada por Freud (1895) refiere a la defensa frente a lo sexual, es decir,
escisiones de un grupo de representaciones respuestas a un hecho traumático de índole
sexual devendrán en histerias. Y aclara que las escisiones de consciencia no constituyen
una predisposición; sino una consecuencia resultado de un efecto fallido del yo por
defenderse de una representación sexual penosa. Eh aquí lo sexual y la defensa, la
originalidad freudiana que lo separa indiscutiblemente de Breuer.
Queda situado aquí el primer aporte de Freud a la histeria. Donde el carácter sexual de
un hecho traumático y la defensa del yo frente al mismo, conforman además de una original
explicación para las afecciones histéricas, una ruptura. Un corte entre lo heredado y lo
propio, que dará lugar a futuras y ricas producciones teóricas.
Llamaremos las histéricas de Freud a los casos clínicos recopilados en Estudios sobre la
Histeria (1895) que podríamos marcar como punto de partida de una nueva mirada que
conecta lo biográfico con el padecer. Que hace luz sobre el nexo entre historia e histeria.
“Tales historiales clínicos no pretenden que se los aprecie como psiquiátricos, pero en una
cosa aventajan a estos: el íntimo vínculo entre historia de padecimiento y síntomas
patológicos, que en vano buscaríamos en las biografías de otras psicosis” (Breuer, Freud,
1893/95, p.174).
Su principal foco radicó en la dimensión subjetiva de estas mujeres, que como fieles
representantes de una época se les asignaban roles muy específicos que no siempre
colmaban sus más íntimas expectativas (aun sin saberlo). Mujeres muy inteligentes
(característica no menor, siempre destacada por Freud en sus escritos) músicas y poetas,
mujeres cargadas de extravagancia las más de las veces. Mujeres empero que en
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consultorio del joven doctor tomaban otra forma y color: frágiles, desarmadas, doloridas y
atrapadas por sus síntomas. Tras su relato Freud encontró un denominador común, las
fantasías infantiles entorno a un acontecimiento de seducción las colocaba como centro de
un deseo del que se desconocen involucradas. Descubre en estas historias que el cuerpo
habla, habla con su goce y se malentiende con él. Un desencuentro que las condena a la
búsqueda del amor. Lo femenino siempre trajo consigo un velo, un poder oculto, el
continente negro lo denominaba Freud (1926), quien condenado a descubrirlo reflexiona
sobre el enigma del deseo, el amor y el goce. Trata de leer a través del síntoma de ese
cuerpo que habla, que da letra, donde el amor y el destino hacen lazo con el padecer que
inauguran. Las histéricas de Freud revelan cómo la trama de su historia es el material de
sus síntomas: los nutre, los forma, los sostiene, los determina tan vívidos, tan
angustiantemente padecidos. Historias que con su trama enlazan determinados
significantes que inscriben en ellas una subjetividad que queda suelta, perdida, pero que
puja por ser recuperada. Y desde allí nos interrogamos ¿Qué gozan estas mujeres? ¿Qué
demandan? ¿Cuáles son sus síntomas? ¿Qué historias las/soportan?
Carrasco en Sintagmas sobre la Histeria (2017) plantea que Freud en estos Estudios no
da cuenta solamente de un saber sobre la histeria sino de un saber construido con la
histeria, donde es atravesado por la experiencia conjunta para manifestar un nuevo saber.
Como un encuentro entre saber y sufrimiento “entre la demanda desesperada y la autoridad
del galeno que, no sin resistir, se deja agujerear sobre el saber no sabido de la histérica”
(Carrasco, 2017, p. 28).
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Nos referiremos ahora a uno de los primeros casos que Freud trabaja en Estudios sobre
la Histeria (1895), la Señora Emy von N. Caso representativo dentro de su investigación,
que da cuenta el nexo entre historia e histeria al que referíamos anteriormente.
Emy von N era una dama aristocrática, viuda de un caballero titulado bastante mayor que
ella. Se casa a sus veintitrés años, tiene dos hijas y su esposo fallece luego de su segundo
parto. Ella y sus hijas reciben la mayor parte de la acaudalada herencia, lo que provoca una
intensa cacería por parte de su familia política. Los hijos de su difunto esposo la acusaban
de asesinato, a pesar de que nunca existieron pruebas que dieran cuenta de tal acusación.
Desde la muerte de su esposo (hace catorce años) había estado permanentemente
enferma: depresión, insomnio, migrañas, tics, alucinaciones y todo tipo de dolores. Tiempo
después de conocer a Breuer en Viena, ella abandona su médico y comienza a visitar a
Freud.
Su rostro tiene expresión dolorida, tensa; sus ojos guiñan, la mirada abismada, el ceño arrugado,
bien marcados los surcos naso labiales […] Además, se interrumpe a menudo en el habla para
producir un curioso chasquido que yo no puedo imitar […] se le desfigure el rostro hasta darle una
expresión de horror y de asco, extienda hacia mí su mano con los dedos abiertos y crispados, y al
tiempo que lo hace prorrumpa en estas palabras con una voz alterada por la angustia: “¡Quédese
quieto! ¡No hable! ¡No me toque! ” Es probable que se encuentre bajo la impresión de una cruel
alucinación recurrente y con esa fórmula se defienda de la intromisión del extraño. Pero esa
intercalación concluye de manera repentina, y la enferma prosigue su discurso sin desovillar esa
excitación presente, sin explicar su comportamiento ni disculparse; es probable, entonces, que
ella misma no haya notado la interrupción (Breuer, Freud, 1893/95, p. 72).
Algo ve, algo se deja entre-ver en el extraño hombre que se presenta y que representa a Freud en
situación de ser reconocido falsamente por lo que no es, pero que a su pesar encarna. Es tomado
por otro, sin que ambos sepan que ella le está pidiendo que le de lo que él no puede darle. Leídas
en forma invertida estas voces imperativas pueden ser: ¡No te muevas! ¡Deja de hablar! ¡Deja de
tocarme! Donde la negación apenas recubre una experiencia alucinatoria donde un fantasma
realiza en positivo lo que se enuncia como reproche ¿Quién es ese fantasma que opera como
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Otro en la alucinación actuada por la horrorizada mujer doliente? Ese es el enigma puesto en
escena (Carrasco, 2017, p. 35).
Un despliegue sintomático extenso y un caso que no fue fácil, esta mujer era desafiante
y provocadora, más de una vez se rehusó al tratamiento indicado (la hipnosis sugestiva
primero y luego la hipnosis orientada a la catarsis- liberación, purificadora de la
representación traumática). También los episodios amnésicos (característicos en la
histeria) dificultaron sus avances, al punto que Freud no duda y amenaza con dejarla
“sabiéndolo o no, la confronta con una nueva pérdida” (Carrasco, 2017, p.37). Ella elige
esta vez no perder y accede ante el saber de su médico.
Este relato junto a tantos otros (de los que no daremos cuenta aquí) son los que nos
invitan a pensar en la intrincada trama que envuelve a la histeria. Deseo, goce, goce
femenino y fantasmas. El lugar del padre, el amor del padre, el padre terrible y la seducción
del padre. Todos estos elementos que son fundamentales en la estructuración de la histeria
y de los cuales intentaremos dar cuenta el desarrollo de nuestro trabajo.
A toda la teorización freudiana sobre la histeria sumará Lacan algunos aportes que
articularemos aquí a partir del caso Dora (1901). Uno de los casos más emblemáticos,
portador de una enseñanza que marca un antes y un después en el conocimiento
psicoanalítico, da cuenta del enigma sobre el lugar del objeto del deseo en la posición
femenina. Del lugar de la otra mujer como portadora de un cuerpo que envía señales de que
es ser una mujer. La histeria, en su saber (que desconoce) nos interroga sobre el misterio
de su propia feminidad, busca develar ese lugar donde se oculta el objeto que da valor. La
magia de la mujer, una mujer que no es en tanto otra sostenida en su amor al padre dice
Lacan en el Seminario 4 (1956/57).
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En este caso Freud nuevamente prioriza la historia que tiene como centro el lugar del
padre, un padre que sostiene un sinfín de síntomas en Dora: tos, catarro, afonía, asma. Y
todo lo referente a lo sexual en sus formas de retribución: rehusar, rechazar, dar, aceptar.
En el centro del relato hay una aventura amorosa, pactos secretos, intercambios de regalos,
besos, bofetadas, traición y un padre impotente (como hombre y como padre). Todos estos
son ingredientes de un padecer que se manifiesta a través del cuerpo de Dora que da letra.
Que muestra y demuestra sus pasiones: amor, odio, desprecio, enamoramiento y reproches
sin fin que la someten a un sacrificio como herramienta para captar al Otro (amor del padre)
en su deseo. En principio, este ávido doctor hace un diagnóstico de petite hysterié sobre
este caso y se plantea objetivos de tipo teóricos (curar los fallos de memoria de la paciente)
y prácticos (suprimir todos los síntomas posibles y sustituirlos por ideas conscientes). La
historia que nos presenta, está compuesta de datos que las más de las veces escapan a la
conciencia de la paciente, amnesias verdaderas e insinceridad consciente son algunos de
los ingredientes de los que Freud da cuenta en sus apuntes.
Dora es traída por su padre (ex paciente de Freud). Al parecer sus síntomas eran
claramente neuróticos ya desde su infancia, a los ocho años padecía disnea (ahogos en la
respiración), a los doce jaquecas y tos nerviosa. A los dieciséis sufre ataques de tos por los
cuales visita por primera vez a Freud (tratamiento muy corto que se interrumpe luego de
desaparecido el síntoma). A los dieciocho años a todos estos síntomas se le suma: la
evitación del trato social y conflictos familiares recurrentes. Se entendía cada vez menos
con su madre, y con su padre el trato se había vuelto frío y distante. También manifestaba
alteraciones del carácter y depresión (con un confuso intento de suicidio), motivos éstos por
los cuales Dora accede a retomar nuevamente su tratamiento.
Varios son los personajes que cobran vida en la historia de Dora: el padre (cuarenta y
cinco años) hombre de buena posición económica quien debido a una enfermedad venérea
de transmisión sexual (la cual pone en duda su fidelidad en el matrimonio), recurre a Freud
para aventurar su cura. Al momento del tratamiento de Dora su padre mantiene una relación
de amistad con la Sra. K, a quien Dora clasifica como amante y exige a su padre la
disolución de dicho vínculo. Aparece la madre (que Freud no conoció), una mujer que en el
relato de se describe como poco inteligente. Un ama de casa con ciertas características
obsesivas, limpiaba sobre lo limpio (psicosis del ama de casa) y al parecer no tenía ningún
vínculo con Dora, quien no se demoraba en criticarla sin manto alguno de piedad. En sus
recuerdos infantiles entra en juego un hermano, año y medio mayor que ella del que no
habla mucho y con el cual el vínculo es casi nulo. Y por último aparece una tía quien fue un
referente en Dora, un modelo femenino, una especie de figura maternal a quien ella quería
mucho pero desparece tras una muerte repentina. Otros dos personajes fundamentales
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(que escapan a su familia original pero sin embargo están bien presentes en ella) son el Sr
y la Sra. K, amigos de la familia de Dora.
El Sr. K era un caballero mucho mayor que Dora, se mostraba cariñoso con ella (la
cortejaba con costosos regalos) y protagonizó dos situaciones (propicias dice Freud para un
trauma psíquico): un beso a la fuerza en las escaleras y una proposición amorosa (situación
del lago). Ambas fueron negadas por el protagonista, quien argumentaba que los tempranos
intereses de Dora sobre la cuestión sexual la llevaban a este tipo de fabulaciones. La Sra. K
mantenía una buena relación con Dora (quien cuidó de los hijos del matrimonio en varias
oportunidades), con quien mantenía largas charlas dando cuenta esto, de la confianza que
en ella depositaba. Confianza que luego es burlada cuando la Sra. K revela las
conversaciones sobre sexo que mantenía con Dora. La Sra. K cuido mucho tiempo al padre
de Dora durante el transcurso de su enfermedad (ya que su esposa se negaba a acercarse
a él), esto hace que el padre desarrolle un alto reconocimiento y gratitud por los cuidados, lo
que Dora decodifica como una relación de amor. Y por último aparece una institutriz, con la
cual Dora tiene una buena relación hasta que la despide tras una discusión en el lago
(Freud interpreta este despido como celos por parte de Dora), las razones de la discusión
apuntan a un supuesto romance de ésta con el Sr. K.
Tras esta escueta introducción al caso, diremos que hay tres elementos fundamentales
para Freud en la composición de la histeria: el trauma psíquico, el conflicto de los afectos y
el conflicto en lo sexual (una tríada presente en Dora). Si bien los indicios de una histeria se
manifiestan desde pequeña en ella, son dos situaciones las que pueden marcarse como
traumas psíquicos (como mencionamos anteriormente) y desembocar en una actual
conducta histérica. Una de ellas es la escena del beso entre Dora (catorce años) y el Sr K,
donde ella manifiesta un profundo asco frente a ésta escena de seducción, que deviene en:
repugnancia sobre determinados alimentos. Una alucinación sensorial marcada por una
presión sobre el busto (lo que Freud interpreta como el recuerdo del miembro erecto
reprimido y sustituido por la presión en el pecho). La evitación a pasar cerca de varones que
se encuentren en una situación de cortejo frente a una dama. Estas secuelas obedecen a lo
que Freud (1916/17) en la Conferencia 23 denominó las reglas de formación de síntomas en
la histeria, fácilmente verificables en Dora.
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Carrasco (2017), manifiesta claramente como en esta obra Freud propone la primera
modelización del aparato psíquico que habilita al sueño como vía reggia para acceder a las
formaciones del inconsciente. Mediante la realización alucinatoria del deseo inconsciente y
a través del trabajo interpretativo, es que el sujeto va dar luz a la verdad que trae respecto a
su conflicto. Proponiendo para esto dos dimensiones temporales imprescindibles:
[…] una que se refiere a la contrariedad actual del sujeto en el tiempo que produce el sueño, y
otra dimensión atemporal donde lo más arcaico del sujeto muestra su presencia en las huellas de
su particular fantasma psíquico, esto es, su singular historia referida al impacto performativo con
el objeto de deseo y el perpetuo anhelo del sujeto por obtener una satisfacción siempre
incolmable (Carrasco, 2017, p. 54).
Dos son los sueños que Dora relata, uno a mitad y otro al final de su análisis. Estos
sueños y su escritura posterior (textual) por parte de Freud, proporcionaron la base de la
cura en este caso. Ayudando a completar las amnesias y poder así esclarecer los síntomas,
es que el sueño a suerte de engrudo ordena lo disperso y une lo fragmentado (propio de la
naturaleza del discurso neurótico) de los tiempos de la vida de Dora. El primer sueño será
sobre el que nos detendremos, es un sueño repetido durante tres noches consecutivas en
las que Dora se encontraba en el lago junto a su padre y los K, y que luego repite una vez
más en Viena.
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Una dolencia que habla de la verdad de un sujeto, pero que conjuga una relación con un
momento de la historia, y de las instituciones. Historia de una mujer, de su lugar, de su
desconocimiento y de su deseo contrariado (Carrasco, 2017, p. 69).
La lectura de Lacan nos propone centrarnos en este sujeto que sufre y que es portador
de un discurso, de un enunciado que pone de manifiesto un conflicto con las instituciones
que lo determinan. En Sintagmas sobre la Histeria (2017) Carrasco propone hablar de las
instituciones que determinan a Dora en su padecer. Y señala por lo menos dos: el lugar del
padre y el lugar de la mujer, padre representante de la ley que tiene el cometido de imponer
el orden y mujer en tanto objeto de deseo y de intercambio del deseo masculino en las
estructuras complejas de parentesco (p. 69).
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absoluto. Esto provoca en Dora una reacción lejos de lo esperable y la escena concluye con
una bofetada (de ella al Sr. K). Ese Mi mujer no es nada para mí, Lacan lo resignifica desde
el pasado, en la funcionalidad de la escena que sostiene a Dora y que se desmorona
cayendo así (Dora) de la posición intermedia entre su padre y la Sra. K. Y luego hacia el
futuro, como una bofetada que al poner fin a esa escena, desequilibrando la posición de Dora
entre el Sr y la Sra. K motivando así su análisis. Esa frase habla de lo que tenía que haber
en juego allí (para Dora) para poder ser cortejada por el Sr. K. Deseada por él más allá de la
Sra. K, en tanto ésta última fuera algo para él. Lacan en el Seminario 3 (1955/56) habla sobre
la importancia de detenerse en lo inconsciente y su pregunta. Trabaja el síntoma como la
consecuencia de una falta que genera el significante para simbolizar la posición sexual (en la
histeria). En la Clase 12 del mismo Seminario trabaja la identificación de Dora con el Sr. K
como forma de acercarse a la Sra. K, introduciendo allí el elemento masculino que termina
explicando la afonía de Dora. Freud no interpretó esta identificación, y en vez de preguntar
quién desea en Dora se preguntó qué desea Dora, manifiesta Lacan.
En el Seminario 4 (1956/57) vuelve a hablar de las tríadas tan comunes en las histerias,
la posición intermedia entre dos dramas sentimentales renovando y revitalizando el amor.
Sra. K Dora Padre / Dora Sra. K Sr. K. Al caer la Sra. K de la posición intermedia
(mi mujer no es nada para mí) la deja en relación directa con el Sr. K, algo que Dora no
puede sostener, ya que aún no se ha constituido como deseable para un hombre. Cayendo
a su vez también ella de la posición intermedia entre su padre y la Sra. K. Una Sra. K que
ya no es más amada a pesar de ella, entonces ella (Dora) podría no ser nada para su
padre. Dicho de otro modo, si el Sr. K está solo interesado en ella, es porque su padre ésta
solo interesado en la Sra. K. En Dora se representa un deseo del hombre más allá de ella
misma o del Sr. K, un deseo abordado a través de la pregunta histérica, de ahí la
importancia de esta estructura de a tres. Vucínovich y Otero (2014) manifiestan que es en la
lectura de la escena donde se destacan las dificultades de Freud para lidiar con la
transferencia. La identificación primero con el padre de Dora y luego con el Sr. K, como
mencionamos anteriormente, lo hace volver demasiado sobre el amor que el Sr. K inspiraría
en Dora. Y él, al igual que el Sr. K termina siendo abofeteado, borrado, despedido. Las
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dificultades transferenciales hacen que Freud no pueda ver su errancia allí donde se
manifiesta. Experiencia que deja a nuestra práctica la enseñanza sobre la importancia de
una escucha atenta y silenciosa, para que algo de la escena inconsciente pueda
desplegarse en análisis.
En la clase Las fluctuaciones de la libido del Seminario 1 (1953/54), Lacan propone que
en este caso Freud interviene desde lo imaginario. Impregnado de ideas previas y prejuicios
obstruye el paso de la palabra verdadera y la posibilidad de reconocimiento del deseo
inconsciente que allí habita. Habla de cómo Freud ofrece su ego para la identificación y el
modelado del yo del analizante (un yo ideal desde el cual son investidos los objetos),
realizando allí un movimiento desde lo imaginario mientras que debiera ser desde lo
simbólico (el reconocimiento de la palabra, para construir lo verdadero del imaginario).
En Escritos 1 (1966) El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal
como se nos revela en la experiencia psicoanalítica, Lacan introduce un nuevo aporte a la
explicación de la histeria. Que va un poco más allá de lo que propone Freud con el trastorno
del afecto: su desplazamiento somático, concepto de identificación y automatismo de
repetición. Plantea que como base de esa identificación se encuentra el Otro, que propicia
una inscripción fundante en nuestros inicios a la vida. Y da cuenta que es el estadio del
espejo quien opera como la matriz imaginaria del yo (Lacan, 1949/1995, pp. 86-93).
Entre el autoerotismo y la relación de objeto debe acontecer una acción psíquica específica que
constituya el narcisismo primario, bajo la forma de un yo ideal que sea digno de ser libidinizado en
un rango igual o mayor al objeto externo” (Carrasco, 2017, p. 72).
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La insistencia de la Histeria.
identificación especular del yo, sobre la cual el sujeto deberá descubrir los enigmas que lo
habitan, en tanto cuerpo pulsional gozante y en tanto sujeto en conflicto deseante con
otros.
Los orificios corporales en la representación plana de la imagen quedan ocultos bajo esa forma
totalizante del borde del cuerpo, y es justamente el recorrido que llevará a un ser desde los
orificios corporales a los agujeros -que el psicoanálisis nomina como zonas erógenas” (Carrasco,
2017, p. 73).
Y por último, propone el espacio topológico desde donde proviene la imagen misma, el
lugar del Otro, desde donde se da la ilusión necesaria para que el yo se constituya como tal.
Resulta de aquí entonces la paradoja: ese yo, es Otro que pone en juego el hecho de que
su reconocimiento es a la misma vez luz y sombra que amenaza la integridad de sí mismo.
A modo que concluir este aporte sobre el caso Dora diremos que la génesis de su histeria
está en la identificación. Una identificación activa que la liga a lo masculino generando un
conflicto que deriva en una imposibilidad: la de identificarse como objeto de deseo del
hombre, ubicando allí el núcleo de su padecer. Un conflicto identificatorio que pone en juego
el objeto de deseo, donde Dora deberá dejar caer su fantasma masculino para poder
habilitar su condición deseante.
Hablemos un poco ahora sobre ésta interrogante ¿Qué es ser una mujer? Interrogante
que recorre la enseñanza de Lacan y que forma parte del legado freudiano. Podríamos
decir que es ésta la pregunta histérica por excelencia, una pregunta articulada y ligada a la
dialéctica del ser y a la falta en ser. Cuando hablamos de falta nos referimos a las diversas
dimensiones de la relación del sujeto con el deseo, a eso que da lugar al deseo, en cambio
cuando hablamos de la falta en ser, lo que falta, lo que se desea: es el ser mismo.
En la Clase 12 del Seminario 3 (1955/56) Lacan trabaja esta pregunta como síntoma de
la histeria, manifiesta que es una interrogante que surge desde el inconsciente. Que irrumpe
y cuestiona al sujeto desde dos registros: lo simbólico (donde se encuentra el eje de la
pregunta y el síntoma, que da cuenta el lugar del sujeto y el lugar del Otro respectivamente),
y lo imaginario (como representante de eso que vela la pregunta, lo que oculta, el lugar del
yo y el otro como semejante). La interrogante sobre la feminidad se abre paso en la histeria
sin discriminación de sexo, la podemos ver claramente por ejemplo en la construcción
21
La insistencia de la Histeria.
delirante del presidente Schreber o en el caso de histeria masculina tratado por Lacan en
este mismo Seminario, del que daremos cuenta más adelante.
Vucínovich y Otero (2014) manifiestan que Edipo juega un papel fundamental aquí como
estructurante de la posición sexual del sujeto. Esto quiere decir, que el reconocimiento de
nuestra posición sexual está ligado al aparato simbólico que es quien instaura la dimensión
de la ley en torno a lo sexual. Lacan (1955/56) dice que esta dimensión simbólica se
organiza durante el atravesamiento del Edipo. Y es lo que permite que se articule esta
pregunta por el ser sexuado ¿Qué es ser hombre o mujer?
La pregunta sobre la posición de la mujer viene dada por la disimetría del significante, es
decir que hay un símbolo prevalente en torno al cual se organizan las dos posiciones
sexuales (niño-niña): el falo (simbólico-falta) que se lo espera donde no está y se lo piensa
como faltando donde no se lo ve. En el Seminario 3 (1955/56) Lacan habla de esta función
simbólica como precedida por el efecto imaginario, por la Gestalt fálica, que permite por su
importancia establecer su función significante. El falo, como el organizador simbólico de la
sexualidad va a dar sostén a la disimetría en complejo de Edipo. Una disimetría en el
significante (simbólico), donde se encuentra un único signo (falo) en más o en menos como
mencionamos anteriormente, tener (y poder perder) y no tener (y estar a la espera). Esta
falta generada por el significante para simbolizar positivamente la posición de la niña en el
Edipo, acarrea la pregunta por la feminidad. Siendo la disimetría en lo simbólico, lo que
pone a trabajar al inconsciente y su pregunta. El síntoma así elaborado es el resultado de
una falta generada por el significante para simbolizar la posición sexual (en el caso de la
neurosis histérica). Vucínovich y Otero (2014) hablan de que al no existir material simbólico
(disimetría del significante-castración) hay obstáculo para la identificación, una identificación
que se torna esencial para la realización de la sexualidad del sujeto, donde lo femenino
queda instaurado como una ausencia, un agujero, como menos deseable. Y lo masculino en
su opuesto, como provocador y prevalente. Así mismo, la pregunta en los neuróticos no
está vinculada solamente al material, sino también en estrecha relación a los significantes.
Ligada a todo aquello a lo cual el significante puede responder, siendo una pregunta
centrada en torno a ese significante que falta lo que da el carácter de enigma fundamental
en la histeria, donde el enigma es la pregunta. Lacan (1955/6) nos dice que este enigma
sobre lo femenino viene dado desde el anudamiento entre significante y significado (un
significado que proviene del otro y que se vuelve a anudar a él). Significantes que no solo
tienen que ver con las palabras sino también con los objetos, las relaciones y los síntomas.
Un significante que toma forma y valor cuando se ha inscrito en el orden de lo simbólico,
solo allí es donde adquiere sentido un significado, que a su vez va establecer
22
La insistencia de la Histeria.
relación con otros significantes (en su mayoría inconscientes). Dicho esto nos preguntamos
¿Qué papel juega el Otro en esta escena?
En las Clases 12 y 13 del Seminario 3 (1955/56), Lacan da cuenta que del síntoma y su
interpretación es de donde surge la pregunta del sujeto, preguntas que remiten dijimos a
dos fallas del significante: una imposibilidad de significar al ser y una imposibilidad de cubrir
lo real de la diferencia de los sexos. Dada ésta inexistencia del significante que represente al
sujeto, es que él queda dividido entre los elementos del discurso y es su fantasma quien lo
rescata de esta división. Es desde el Otro de donde proviene la pregunta y esta puede ser
utilizada como soporte y sostén por el sujeto. Es decir, que dada la inconsistencia del ser, la
pregunta cumple la función de pantalla y superficie donde el fantasma se proyecta. La
pregunta histérica es universal (como función), particular (de la forma que se sostiene en
cada sujeto) y es a su vez vacío capturado entre dos signos. Es una pregunta articulada en
significantes que puede no ser sabida por el sujeto, pero no es indecible en sí misma. Su
forma trae componentes del discurso del Otro, pero al mismo tiempo una pregunta respecto
al sujeto. El sexo, la contingencia del ser, los misterios de la procreación y la muerte, todos
ellos ingredientes de una interrogante que por su sola existencia, es manifestación de la
castración en el Otro. Da cuenta del no-todo en el Otro y cualquier texto que ella escriba lo
oculta.
Pues bien, dijimos que ningún significante existe si no es en relación con otros
significantes, estos aparecen en etapas primitivas e involucran: el lenguaje, las cosas, los
objetos y las personas. Todos son aprehensibles a través del lenguaje que introduce un
símbolo, formulando entonces una realidad que despoja al sujeto de lo natural instintivo, y
lo inaugura en un sistema de significantes que lo determinan. La palabra no viene con
nosotros dice Lacan, sino que se nos es dada por el Otro. Desde allí el lenguaje ejerce una
doble función: determinarnos en ese Otro y su vez impedir comprenderlo. En esa génesis
donde lo que somos está determinado por la palabra que nos inunda, es donde el sujeto del
inconsciente se forma en relación a ese Otro del lenguaje. Mediante la identificación se liga
nuestra imagen con representaciones lingüísticas y nuestra identidad dependerá de cómo
somos capturados por las palabras (siendo entonces lo imaginario, estructurado por el
lenguaje). El Otro será el lugar de operación de este lenguaje que permitirá construir la
estructura fundante, y ésta resultara ser según la forma lógica que rige al sujeto que lo
interpela. El todo no todo (cerrado sobre sí mismo, pero no cerrado de elementos, al cual
hicimos mención anteriormente) es lo que caracteriza la estructura del lenguaje y define las
posiciones del sujeto con respecto al Otro. Este modo de funcionamiento tendrá variantes
en las diferentes estructuras, Lacan señala allí un operador fundamental que transforma la
cadena de significantes, las ordena y la hace consistir como tal. Se refiere al significante
23
La insistencia de la Histeria.
Nombre del Padre, S1 o falo, de allí la importancia del mito de Edipo en la histeria que nos
convoca. En el Seminario 5 (1957/58) Lacan dice que a partir de la intervención de este
significante se instaura un orden simbólico, y de ahí en más algo responde o no en el
discurso concreto a la función Nombre del Padre. Este padre simbólico aparece como
metáfora (significante que viene en lugar de otro significante). La función eficaz de esta
metáfora (figura interdictora que separa al hijo de la madre), dependerá de cómo ella juega
el papel fundante en la emergencia de la significación fálica enlazada a la castración,
siendo: madre, padre, niño y falo todos significantes en la función fálica donde; madre,
padre y niño operan en forma combinatoria en relación al elemento falo (significante de la
castración y de la ley). Concluyendo diremos que: el Edipo será por tanto el eje subjetivo
alrededor del cual se organiza el sujeto. Y su estructuración dependerá de la forma en
confronta con la falta (psicosis, neurosis y perversión), abriendo a su paso la interrogante
acerca del deseo del Otro.
Dijimos que el sujeto surge capturado en una serie de significantes emitidos por el otro.
Gracias al retorno a lo reprimido y a las formaciones del inconsciente, es donde el lenguaje
y la palabra se juntan. Esto es posible porque el niño sorteo las instancias de diferenciación
de los sexos y la castración, pudiendo establecer la ley paterna (incorporando el
significante). Esto lo separa del vientre materno y vacía su cuerpo de goce, depositándolo
en objetos fuera de él mismo que serán los que luego lo orientaran en la satisfacción de las
pulsiones. El goce fálico, sometido a la ley del significante y de la castración, encontrará
entonces satisfacción en los objetos fuera del sujeto. Dicho de otro modo, esta separación
con el objeto primordial del goce, va a instaurar en el sujeto una insatisfacción que será la
encargada de organizar la búsqueda del objeto perdido que sustenta el deseo. Donde el
goce prohibido y desconocido, se constituirá en el nacimiento de un nuevo saber con
respecto al deseo del Otro. Es decir, comenzamos a desear en la medida que algo nos falta,
siendo el lugar que ocupa el Otro el que da consistencia lógica a nuestra falta. Todo deseo
es deseo del Otro (Lacan, 1958/59) es una frase que sentimos resonar a lo largo de nuestra
formación y que aquí cobra sentido, en su retorno a Freud es que Lacan en el Seminario 5
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La insistencia de la Histeria.
(1957/58) pone a jugar la figura materna, la figura paterna y la noción de falo articuladas en
los tres registros (simbólico, real e imaginario) junto a las distintas formas de relacionarse
con el objeto. Y luego en el Seminario 6 (1958/59) manifiesta que el neurótico se sostiene
en la insatisfacción de su deseo, producto de la imposibilidad de conjugar su deseo (en la
infancia) con la ley simbólica, de tal forma que quede habilitada su realización. Esto permite
dar lugar a lo que Freud denominó fantasía, y que luego Lacan reformula en fantasma,
como ese lugar donde el deseo hará su despliegue para realizarse bajo la consigna de
mantener su insatisfacción estructural.
Es de público conocimiento el inexorable nexo que une a la histeria y las mujeres, tanto
en lo académico como en el imaginario colectivo, lo que sin dudas tiene su razón de ser.
Desde los comienzos de Freud el vínculo a la velada sexualidad femenina de la época, más
algunos otros aspectos de orden estructural, da por resultado ésta combinatoria casi
inseparable histeria/mujer. Decimos casi, porque daremos ejemplos en las siguientes líneas
de cómo la histeria es una cuestión sobre lo femenino, que no excluye para nada a los
hombres. La posición respecto a la sexualidad que inscribimos en nuestro inconsciente
nada tiene que ver con ser macho o hembra, el psicoanálisis da cuenta que a pesar de
algunas implicancias psíquicas que no desconocemos, la anatomía no es el fin ni el
principio de lo que nos pasa. Si bien las mujeres son las protagonistas en la obra Freudiana
respecto a la histeria, es sobre el año 1886 que Freud incursiona en la interrogante sobre la
histeria masculina. Presenta un informe (tiempo antes) a la Sociedad Médica que llamó:
Sobre la histeria en el hombre, que por supuesto fue desestimado por sus colegas. El caso
Augusto P sobre el que trabajó Freud, trataba de un hombre con carga somática propia de
los estigmas histéricos, donde la hemianestesia (pérdida de sensibilidad o anestesia de un
solo lado del cuerpo) era el síntoma preponderante. Esto desterró la idea (por lo menos en
algunos colegas) de la exclusividad femenina en la histeria. Sin embargo, fue la clínica
sobre la histeria en mujeres lo que marcó el rumbo de la investigación que devendrá en lo
que hoy es nuestro quehacer. Fue luego, cerca de 1920 donde Freud vuelve a retomar esta
interrogante a través de la publicación de nuevos casos de hombres quienes según su
consideración, padecían de histeria.
En tanto la realización edípica está mejor estructurada en el hombre, la pregunta histérica tiene
menos posibilidades de formularse. Pero si se formula ¿cuál es? Hay aquí la misma disimetría
que en el Edipo: el histérico y la histérica se hacen la misma pregunta. La pregunta del histérico
también atañe a la posición femenina, una pregunta por la procreación (Lacan, 1955-56, p. 255).
25
La insistencia de la Histeria.
El primer caso (Cristóbal Haizmann) lo publica bajo el nombre de: Una neurosis
demoníaca en el siglo XVII (Freud, 1923). Allí realiza una construcción de caso clínico a
través de un diario íntimo y de documentos que narran una suerte de pactos demoníacos.
Los principales síntomas que padecía Haizmann sumaban: visiones, parálisis y crisis
convulsivas producto de una conflictiva edípica con su padre, quien era allí sustituido por el
demonio. Lo cataloga como manifestaciones histéricas encubiertas bajo lo demoníaco, un
mal característico de la época, de donde la neurosis toma letra. Dando cuenta de la
adaptación que hace la presentación histérica respecto al Amo de turno. Luego en 1928,
propone un diagnóstico y argumentación de histeria grave en: Dostoievski y el parricidio
(Freud, 1927/31). A través de la obra literaria toma material para la construcción del caso.
Cataloga los ataques epilépticos de Dostoievski como síntomas histéricos que servían de
autocastigos por desear la muerte del padre. Ubicando en el síntoma la identificación del yo
al padre muerto, habilitado por el súper yo a modo de castigo y actualización “tú has querido
matar al padre a fin de ser tú mismo el padre. Ahora eres el padre pero el padre muerto”
(Freud, 1927/31, p. 183), mecanismo habitual de la estructura y el síntoma histérico.
26
La insistencia de la Histeria.
Hasler como lo cita Lacan, es un joven conductor de tranvías que es atendido por el
doctor Joseph Esiler a raíz de un accidente ocurrido al descender de su vehículo. Lacan lo
trabaja en la Clase 12 del Seminario 3 (1955/56) como un caso de histeria masculina.
Haremos en estas líneas algunas precisiones sobre el mismo, que dan interesantes aportes
al tema que desarrollamos.
Luego del accidente, éste joven es sometido a exhaustivos estudios clínicos para
descartar o acreditar alguna causa orgánica a sus dolencias producto del accidente.
Descartadas las lesiones físicas y tras la aparición (tres semanas después del accidente) de
dolores en las costillas, es que se realizan nuevamente estudios tras la insistencia y la
certeza del paciente de que esos dolores son debidos a una afección orgánica, que una vez
más queda desestimada. Sin embargo lejos de desaparecer, los síntomas se tornan cada
vez más agudos, y a poco más de dos años es derivado a Esiler con la presunción de estar
frente a un caso de histeria traumática.
La sorprendió en contorciones, las piernas levantadas, y supo de qué se trataba, sobre todo que
al no culminar el parto, debió intervenir el médico, y vio en un corredor llevar al niño en pedazos,
que fue todo cuanto se pudo sacar (Lacan, 1955/56, p. 243).
Poseedor de la hipótesis de que los niños tenían la misma génesis que las heces, es que
joven Hasler de pequeño hurgaba en su materia fecal, pretendiendo encontrar carozos de
frutas que pudieran germinar al ser incorporados (a las frutas) nuevamente. Lo que su
analista define, como complejo de semillas. Tanto éste como Lacan (en su relectura del
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La insistencia de la Histeria.
caso) coinciden en que serán las fantasías sobre el embarazo lo que se pondrá en juego en
los dolores que secundan los estudios clínicos.
Si tomamos las cosas en el nivel del viraje decisivo que constituye biográficamente el momento de
la eclosión de la neurosis vemos que se ofrece una elección, y lo que hace de una manera tanto
más apremiante cuanto que ella misma determina este viraje (Lacan, 1968/69, p. 112).
Este joven, se presenta frente a su médico a través del fantasma del embarazo y la
procreación, donde: su historia, el suceso de los rayos x que lo marcan y sus síntomas, dan
cuenta de esa pregunta secreta que nunca se formula ¿Qué es una mujer? Pero que
emerge sin embargo a través de su cuerpo con otra interrogante ¿soy capaz de procrear?
Los dolores a la altura de la primera costilla, que se generalizan en agudos dolores en el
vientre sin ninguna etiología orgánica “Se echa, se acuesta sobre el lado izquierdo, toma
una almohada que lo bloquea” (Lacan, 1955/56, p. 240). Y el carácter feminizado de su
discurso anudado con eventos biográficos del pasado, hacen que ya en las primeras citas
su doctor augure: “No llego a darme cuenta de lo que tiene. Me parece que si fuera mujer
los comprendería mejor” (Lacan, 195/56, p. 243). Esta conclusión hoy nos permite a través
de las estructuraciones del lenguaje, dar cuenta que todo este aparato sintomático no es
más que puro material mediante el cual se hace eco la pregunta. Quien utilizando el cuerpo
del sujeto para expresarse interroga ¿Soy capaz de engendrar? ¿Quién soy? ¿Un hombre o
una mujer?
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La insistencia de la Histeria.
3.1 Reseña.
Los Modernos (Uruguay, 2016) es un film Mauro Sarser y Marcela Matta, una comedia
dramática que cuenta historias de vida como la tuya, como la nuestra. Es una propuesta
que se ve blanco y negro, pero se vive en colores. Varios son los mojones que marcan y
determinan las historias dentro de esta historia, que aun teniendo un final termina siempre
abierta: maternidad, paternidad, amor, sexo, trabajo, profesión, miedo, compromiso,
códigos irrenunciables, deseos y capitalismo. Todas caras de una misma moneda que
interroga a tres parejas, haciéndolas jugar en una puesta en escena reflexiva sobre el
tiempo que vivimos, donde urge poder decidir.
Clara y Fausto son una pareja de treintañeros vinculados al ambiente audiovisual y con
realidades distintas. Ella recientemente divorciada y con dos hijos, mientras que él pareciera
darle la razón a quienes dicen que por la falta de compromiso y determinación, en la generación
de los treinta y pico, están los adolescentes de hoy. Los avatares de la pareja incluirán historias
con otras personas que generarán reflexiones vitales y que serán motivo de las dudas y los
miedos que postergarán algunas decisiones (Pablo Delucis para Cartelera.com.uy, 2016,
párrafo.3).
Los personajes de Fernanda y Ana serán quienes triangulen la relación entre Clara y
Fausto. El eje del conflicto entre los protagonistas desemboca en la ruptura de su vínculo
afectivo. Una discusión por la paternidad se convierte en el punto de inflexión, donde choca
el cansancio de Clara frente al infantil egoísmo y la falta de compromiso de su partener,
con la demanda ardiente de Fausto de aquello que Clara nunca va a volver a ser ya: una
mujer libre y sin hijos. Fernanda y Fausto por un lado, entraman una relación con idas y
vueltas que se sostiene en una puja intelectual por demás interesante. Siendo Fernanda,
una mujer que parece poseer todo aquello que Fausto alguna vez demando a Clara. Por
otro lado, Clara y Ana protagonizan una relación que surge inmediatamente después de
que Clara ve a Fausto con Fernanda. El dolor producto del desamor la lleva sin escalas a
los brazos de Ana. De alguna manera complaciendo el pedido latente de Fausto que
durante una conversación (trivial pero fundamental), le manifiesta lo que para él es ver dos
mujeres juntas. No como fantasía sexual, sino como la más sublime imagen de lo bello
interrogando a Clara sobre porqué nunca había estado con una mujer, expresa: “si yo fuera
mujer no dudaría en estar con otra” (Los Modernos, Sarser y Matta, Uruguay, 2016). Lo que
deja asignada una demanda que roza lo perverso, y coloca a Clara como objeto de goce
del que se servirá su erotismo una vez que Clara le cuente lo inesperado (inesperado
29
La insistencia de la Histeria.
para Clara, no para nosotros) y grato de este primer encuentro con Ana. Esto genera en
Fausto un movimiento que vuelve a poner a Clara como deseable, llevándolos a nuevos
encuentros e insólitos desenlaces.
Hemos descrito aquí, de forma muy escueta, las historias más relevantes a nuestro
quehacer, pero no sin desconocer que allí también transcurren otras, de las que no
daremos cuenta no porque carezcan de interés, sino por motivos estrictamente
metodológicos.
3.2 Fausto.
Es decir, que en ese constante dar forma a las relaciones es que el discurso hace la
función de lazo social en la medida que estructura lo real (a través del lenguaje). Redefinirá
la histeria en tanto discurso (como formador de lazo social) desprendiéndola de su carácter
específicamente patológico. Lacan plantea en el Seminario 17 que son cuatro letras, cuatro
lugares los que operan en el aparato del discurso: el agente, el Otro, la verdad y el
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La insistencia de la Histeria.
producto. El agente que será el encargado de llevar adelante la operación discursiva, dará
nombre al discurso según el lugar que él ocupe, y puede leerse así:
Agente Otro
Verdad Producto
Como dijimos anteriormente, el agente es la posición dominante, el que ejecuta (el lugar
del amo). El Otro (que responde a un saber) es a quien se va requerir que haga algo, que
produzca. Y el producto (posición de objeto -a-, plus de goce) que de ahí emerja, va a ser
el resultado de toda la operación anterior. Diremos de la verdad (propia del sujeto
representado) que si bien está separada del agente, es la que lo sostiene. Cada lugar es
rotativo dependiendo del discurso que se trate y se corresponden con las siguientes letras:
S1, S2, $ y -a-.
El S1 remite al significante amo, a lo que deja huella y ordena, ocupando un lugar muy
importante en la cadena de significantes. El S2 da cuenta de un sistema constituido por
significantes articulados. Es decir, que cuando cada sujeto S1 interviene sobre este
sistema S2 surge el sujeto barrado $, sujeto dividido, portador del deseo. Una
consecuencia del significante que dice presente a través de las formaciones del
inconsciente (irrumpiendo para quedar luego velado), y esto a su vez genera una pérdida
que Lacan definirá como –a-. Siendo -a- un concepto que remite a la idea de objeto, pero
también de pérdida y producto, dependiendo de la manera que se ubique en la fórmula de
cada discurso. Es éste el primer discurso que encontramos, el discurso del amo, luego
viene el de la universidad, el de la histérica y el del analista. Lacan da cuenta y no es
menor, el carácter de imposible en la relación de los lugares superiores de la operación del
discurso (amo/esclavo, histérica/analista) y que el goce, interviene como denominador
común en la relación que pueda establecerse entre los discursos. La función freudiana del
objeto perdido como la repetición en el ser que habla, y el goce como la relación con la
parte de ese saber que está en el límite. Es retomado luego por Lacan en el Seminario 20
(1972/73) para decir que el saber es el goce del Otro, ya que no hay ningún Otro (la
intervención significante lo hace surgir como campo). Es el goce entonces el punto de
intersección del aparato discursivo, el goce es el límite del saber. Cuando decimos goce
nos referimos al goce que no sirve para nada, a eso que escapa al placer freudiano.
¿Qué es el goce? Se reduce aquí a no ser más que una instancia negativa. El goce es lo que no
sirve para nada. Asomo aquí la reserva que implica el campo del derecho —al—goce. El derecho
no es el deber. Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo del
31
La insistencia de la Histeria.
Los cuatro discursos como modalidad de lazo social son fundamentales para entender el
entramado de relaciones que enaltecen este film, pero serán el discurso del Amo y el de la
Histérica, sobre el que haremos luz particularmente.
El discurso del Amo es sobre el que habrán de estructurarse los otros tres, y como
dijimos de ahí su importancia. Da cuenta de la emergencia del sujeto a partir de su
intercambio con el significante (cuando un S1 se conecta con un S2) y se lee en la
siguiente fórmula:
Basado en la dialéctica Hegeliana del amo y el esclavo, Lacan nos dice en el Seminario
17 que ese amo está identificado a un significante que lo representa frente al esclavo. La
lucha a muerte por puro prestigio, donde uno de los contendientes desiste en vencer o
morir (ser reconocido o morir), reconocerá al otro como amo. Al que queda en pie, al que
no desiste, constituyendo de esa forma su poder frente al esclavo y apropiándose de ese
significante que lo representará.
Pongámoslo en personajes: Fausto es el que elige ser reconocido o morir en esta dupla,
es el que no cae, el que se mantiene siempre atento postergando todo lo que no acompañe
su meta. La paternidad, el trabajo de editor, hasta el amor por Clara; nada lo hace declinar.
Se posiciona frente Clara como significante amo y es desde ese lugar como se dirige a ella.
Clara posee un saber, sabe hacer cosas: cuida a sus hijos, cuida de él, dirige un programa
y se hace cargo del proyecto audiovisual que tienen juntos. Ella sabe además amarlo y es
por eso que la necesita. Mientras Fausto se limita a demandar allí donde Clara produce,
ella media entre la realidad y Fausto, transformando la materia para él como plantea Hegel
(llegando así a producir cultura). Ella tiene ese saber y produce objeto de goce (para goce
de su amo), pero hay un punto donde debe establecerse una buena posición como dice
Lacan. Y poder colocarse en la buena posición implica un movimiento, el pasaje del saber
al amo a través (función) de la filosofía. Pero ¿qué pasa con la verdad en este discurso? El
término que ocupa el lugar de la verdad es el $, donde lo que está velado, oculto, es que el
amo también es un sujeto dividido sometido a la ley simbólica, también hay un Otro al que
Fausto debe responder. Desde que hubo amos hubo respuesta histérica (aunque la
histérica no es una buena esclava) y en su discurso lo que pasa al lugar dominante es el
32
La insistencia de la Histeria.
3.3 Clara
Clara en su intento de develar el enigma sobre qué es ser una mujer, da cuenta de un
nuevo estatuto de la histeria en nuestra época. En un con-texto cultural que sirve de restos
diurnos en la formación inconsciente de una histeria renovada en su definición.
Lacan (1971) en el Seminario 18, nos dice que la respuesta a la pregunta sobre ¿qué es
la histeria? viene dada a través del discurso del analista. Viene a definir el falo como
semblante y asumir lo imposible de la relación sexual, a reconceptualizarla a partir del
discurso, superando la enseñanza freudiana de la envidia al pene. Y propone otra posición
respecto a lo femenino, que busca diferenciarse de todas la mujeres para poder devenir en
una mujer. Si la relación sexual es estatizada, es decir colectivizada, socializada como
manifiesta, cuando se intenta contenerla y reducirla a significantes amos, desenmascara de
alguna forma la estructura de ficción que atrapa la verdad. Fue el cuerpo de la histérica el
que portó durante mucho tiempo esta denuncia de lo arbitrario y ficticio de la relación
sexual. Pero fue el discurso analítico, quien dejo el saber del inconsciente en lugar de la
verdad, haciendo que las nuevas histéricas, carentes de recursos para educar al amo, se
33
La insistencia de la Histeria.
entreguen a las imágenes que el discurso capitalista les ofrece. Revistiendo el discurso
histérico de nuevas modalidades en respuesta a toda forma de estatización (Marie-Hélene
Brousse, 2002).
Nada de esto esta obviado en este film, aparecen emotivos momentos dedicados a
pensar toda esta lógica. Reflexiones presentadas a través de un escenario alternativo
gestado en nuestra tierra, que muestra como colectividades autosustentables decodifican
esta lógica de mercado. Se detienen en las personas y en las relaciones, redefiniendo que
ser es lo necesariamente indispensable para vivir, y desde allí construir vínculos nutridos
en el contacto y no en el consumo.
34
La insistencia de la Histeria.
temas, entre ellos la maternidad. También el control de la fertilidad como emancipador para
la mujer que quiere ganar espacio en lo profesional, y no quedar sometida al perverso
enunciado del instinto materno, fue crucial. Las conquistas en estos terrenos han sido
muchas, se necesitó perforar aunque sea solo un poco esa ideología dominante que nos
aliena, la cual hemos asistido y seguimos de algún modo reproduciendo (todos). Pero ¿qué
sucede con el lugar de la mujer hoy? No es novedad, que algunas mujeres veamos el
matrimonio y la maternidad como un objetivo ya no prioritario en el afán de desplegarnos
en nuestros quehaceres profesionales y personales. Hemos salido en forma masiva al
mercado laboral pero ¿Qué se espera hoy de nosotras?
La sociedad digitalizada nos devuelve la imagen de lo que debemos ser. Alejadas de las
histéricas freudianas que no podían, que no se les permitía, hoy día la mujer debe poderlo
todo: ser madre, dar la teta, mantenerse en forma, ser profesional y trabajar afuera. Debe
sentirse bien, divertirse, viajar, quejarse poco. Y también tiene la obligación de disfrutar de
su sexualidad, en cantidad y en calidad, pero sobretodo en cantidad. Esa mujer es la que
vive en Clara, una profesional que cuida de sus hijos, de su ex marido, de su novio, de su
trabajo y del trabajo de su novio. Una mujer que debe poder cumplir con todo eso y
además coger (con hombres y mujeres). Ella tiene que poder con todo eso porque lo
eligió, dice Fausto. Pero ¿eligió? No lo sabemos. Quizá esa elección sea el producto de un
tiempo lógico y cronológico que dice que ser una mujer hoy: es poder con todo.
Es sobre esto que nos interroga la pregunta por la feminidad en nuestra época. La
histérica busca nombrarse como mujer a través de la imagen de su cuerpo (cuerpo
35
La insistencia de la Histeria.
A pesar de que los manuales de psiquiatría con sus mágicas nomenclaturas nosológicas
han hecho desaparecer la histeria, ella lejos de haber muerto está más viva que nunca, ella
insiste. Es solo cuestión de saber mirar: anorexia, bulimia, fibromialgia, ataques de pánico y
estrés en todas sus formas (por nombrar solo algunas). Todas dan cuenta de un legado: el
cuerpo parlante de aquellas histéricas freudianas donde la singularidad de sus
conversiones habla del sufrimiento que deslizan a través de su cuerpo. Pero la histérica no
presta su cuerpo para goce de otro cuerpo, ella oculta un rechazo en el cuerpo a través de
su complacencia somática, lo retira de escena para que no sea tomado como instrumento
del amo o lo que Lacan llama huelga del cuerpo. La mujer que propone Lacan, será
diferente a la mujer freudiana carente del falo y poseedora de todo aquello que viene a
compensarlo (por ejemplo la maternidad). La mujer lacanaiana es una mujer que se centra
en el suplemento que hay en ella como goce (un goce en más). En el Seminario 20
(1972/73) Lacan propone una diferencia entre la mujer puramente fálica y el goce femenino
(el goce del cuerpo, desmedido y sin límites), más allá del falo (suplementario, adicional,
sujeto al no-todo). Dirá que algunas mujeres solo gozan en el sentido fálico (goce del
órgano, fuera del cuerpo) ligado al significante y atado a lo simbólico (castración). Y es justo
allí, donde queda posicionada la histérica, identificándose con el hombre para poder
abordar el enigma de lo femenino, donde algunas obtendrán solo este goce y otras
accederán al Otro goce, el goce femenino.
Diremos de Clara:
En tanto fálica, la mujer ofrece su mascarada al deseo del Otro, hace semblante de objeto, se
ofrece allí como falo, ella aceptará encarnar este objeto para ofrecerse a sus delicias, pero no
estará toda allí, y si está bien plantada no se lo cree del todo: sabe que no es el objeto, aunque
puede jugar a donar lo que no tiene, con mayor razón si interviene el amor, gozando de ser lo
que causa el deseo del otro, sin temor de quedar allí atrapada, a condición de que su goce no se
agote ahí. Es hacer apariencia de objeto que el fantasma del partenaire le demanda. Hacer
apariencia, es jugar a serlo, tentando desde ese lugar, es que ella goza, en posición femenina,
pero debe salir de esa escena pues no encarna ese -a- todo el tiempo. No está de más decir que
si se queda como a, en tanto objeto, queda atenazada en una suerte de posición masoquista
(Farías, 2010, p. 3).
El goce femenino es entonces el encargado de dar cuenta que no hay Otro del Otro
36
La insistencia de la Histeria.
(como dijimos anteriormente), que no hay relación sexual, siendo el objeto -a- y dicho goce
femenino quienes suplirán esta ausencia o la imposibilidad de este encuentro. En resumen,
Clara está detenida allí: entre hacer gozar y ser amada.
3.4 Poliamor.
Como seres hablantes estamos condenados a la desarmonía entre los sexos, gran parte
de nuestra vida transcurre entre: pasión, encuentro, violencia, desencuentro, unión y
ruptura. Acontecimientos que en mayor o menor medida se proclaman en nombre del
amor, él es el que atraviesa todos los aspectos de la experiencia humana. Hasta el
psicoanálisis funda sus bases allí, en la medida que el amor supone un saber al otro sobre
mí que yo mismo desconozco.
No por nada les estoy siempre con que el amor es dar lo que no se tiene. Se trata del principio
mismo del complejo de castración para tener el falo, para poder servirse de él, es preciso,
justamente, no serlo (Lacan, 1962/63, p. 43).
Amar es dar lo que no se tiene es una enunciación que remite al hecho de que amar: es
mostrarse en falta, vislumbrando que hay algo en el otro que quiero alcanzar. Y es allí, en
el experimentar de esa falta que interviene la castración. Pero amor es también lo que
engaña dice Lacan, creyendo ilusamente que dos pueden hacerse uno. Es difícil hablar del
amor sin invocar al deseo y al goce, o mejor dicho: imposible es el amor sin deseo.
Hablamos de deseo siempre en relación con una falta como propone Lacan,
distinguiéndolo de las pulsiones, remitiendo al objeto a no como el objeto al que apunta el
deseo, sino como objeto causa del deseo. Un deseo que siempre es deseo de Otro hace
que un objeto sea deseable en la medida que es deseado por Otro (no se desea lo que ya
se tiene). Por lo tanto, el objeto de deseo pivotea metonímicamente (movimiento de un
significante a otro, logrando una posposición de sentido) en un proceso interminable de
continuo diferimiento. En este recorrido es que el deseo surge en el campo del Otro, en lo
inconsciente, generando así una dialéctica entre nuestro deseo y el deseo del Otro.
Proponer el deseo como un producto social, es la veta que nos va a permitir intentar
entender a Fausto. Que imposibilitado en posicionarse como objeto causa de deseo de
Clara (y de cualquier otra), la abandona.
Como dijimos, Clara comienza una intensa aventura con Ana. Mujer que reúne todas
aquellas condiciones necesarias para ser deseada por Fausto: vivía sola, no tenía hijos, no
le interesaba el compromiso y tampoco la maternidad. Esto no es menor a la hora de
pensar como fue elegida Ana (identificación masculina en la elección de objeto). Clara no
37
La insistencia de la Histeria.
Es el estatuto mismo del deseo el que pone a jugar a Fausto en la escena, bastaba con
que Clara comenzara a desear a Ana (y viceversa), para que ésta volviera a ser deseable
para él. Él necesita de otra mujer para acceder a Clara, otra mujer a quien no ama, pero
que sin embargo, le es imprescindible, aunque más imprescindible aún es que ella desee a
Clara (condición histérica). El tercero en la histeria cumple la función de fijar un modo de
goce en la escena repetida, imaginaria y fantaseada, dependiendo de cada escena la
singularidad que este fantasma venga a plasmar. La diferencia en este film que sirve como
cambio al paradigma, es que Ana (tercera), no queda plasmada en la fantasía de la escena
(o desde el deseo insatisfecho), sino que se materializa con dulce naturalidad en lo real.
Sin culpas ni tapujos, transgrediendo el prejuicio para hacernos pensar si de verdad se
trata de un drama sexual (como se define la película) o de un drama de amor. Los
Modernos muestra una ruptura respecto de aquella época freudiana, donde la satisfacción
(o el goce) venía de la mando de la privación y la renuncia (al sexo por ejemplo), aquí eso
se transforma en la incitación a cumplir las fantasías. El paradigma moderno se resume en
la consigna: no te prives de nada, y ya no se trata de la transgresión de los siglos de
antaño, sino del goce permitido que irrumpe en lo cotidiano.
La mirada, que siempre estuvo en escena, queda ahora tomando un lugar protagónico
en este film, donde toda fantasía además de realizada debe ser mostrada. Hay un goce
escópico que erotiza a Fausto, quien mira esos encuentros sexuales a través del detallado
relato de Clara. Una mirada que sostiene el deseo y genera entre ellos una explosión de
pasión incontenible, donde cada detalle dicho: hace encender aún más ese fuego que se
creía extinto (del que luego también participara Ana). Lo que genera en nosotros nuevas
interrogantes en cuanto a la posición de objeto ¿Es Ana objeto causa de deseo de Fausto?
¿Se convirtió Clara en objeto de goce? ¿Qué lugar ocupa Fausto?
La escena del encuentro (sexual) entre estos tres personajes es de pleno placer y
armonía, donde no hay lugar para los celos y el prejuicio. Todo parece encajar y nada se
pierde, como si Ana sirviera de nudo entre ellos dos. Pero la armonía desaparece tras un
evento tan desafortunado como insólito, donde la maternidad hará de corte en esta tríada.
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La insistencia de la Histeria.
3.5 La Maternidad.
Lacan en el Seminario 4 (1956/57) propone que entre la madre y el hijo siempre está el
falo, que tiene aquí el valor imaginario y que se define como significado. Como lo que
completa la falta de ese hijo; que pasa a identificarse con el objeto de deseo materno. Y
aparece también un cuarto componente de esta relación: el padre. Un padre que desde su
función imaginaria priva en lo real al hijo de su objeto simbólico (falo), lo que deriva en la
operación simbólica de castración. Lacan echa por tierra en este seminario la idea buena
madre e introduce la de madre insuficientemente buena, formada a partir de la frustración
de la madre como mujer (posición de la mujer respecto a su propia falta). Será esto último
lo que determinará la castración y el lugar que ocupará el hijo en la estructura. Es en esta
madre insuficientemente buena, donde aparece lo voraz e insaciable del deseo materno
dice Lacan. Lo que nos lleva a nuevos cuestionamientos ¿Ve Ana la maternidad como
destino? ¿Es la maternidad una suplencia en ella? ¿Se aloja desde el deseo materno?
¿Mater Semper certa es?
Veamos, Ana queda embarazada luego de una embarazosa situación. Al tener Clara
relaciones con ella al poco tiempo (horas) de haberlas tenido con Fausto, se produce el
milagro de la creación, que por poco probable no imposible. Ana y Fausto serán papás a
través de Clara, quien propicia de alguna forma la rotación de lugares y queda ahora
mirando, sosteniendo desde su deseo materno a Ana y Fausto. Esto desata idas y vueltas
donde la emoción toma la escena, encuentros y desencuentros hacen evaluar los modos
de ser y estar de estos personajes. Ana es también una mujer muy representativa de
nuestra contemporaneidad e intentando responder las interrogantes que nos planteamos,
damos cuenta que ciertamente para ella la maternidad no es un destino. Ana perdió al
amor de su vida por no ceder al pedido de ser madre. Para ella tampoco Mater Semper
certa es, porque una mujer no se agota en la salida normal de la maternidad como dice
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La insistencia de la Histeria.
Lacan quien propone en los Escritos 2, Juventud de Gide, o la letra y el deseo (1966 p.
702), el filicidio de Medea en respuesta a la pérdida de su objeto de amor (Jasón). Un acto
de venganza de una mujer integra que demuestra que la maternidad no satura a Medea
(como tampoco a Ana). Decimos con esto que la castración en la mujer pasa por la pérdida
de amor. Lo que nos hace pensar el embarazo de Ana como castrando esta tríada.
En el Seminario 20 (1972/73) Lacan propone la existencia de un goce más allá del falo
(como mencionamos anteriormente), un goce femenino del orden de lo infinito. Un goce
que podemos (mujeres) experimentar aun sin saber nada de él. Pero es también en este
seminario que retoma la fórmula de no existe la mujer. Marcando la carencia de
universalidad como característica intrínseca en la mujer y de allí su inexistencia. Y partir del
goce femenino y el goce fálico, es desde donde aborda la división entre madre/mujer que
nos ayuda a dar cuenta de la posición de Ana. A sabiendas que madre y mujer no se
equiparan porque lo femenino es imposible de decir (en la medida que mujer y relación
sexual no existen). Luego en el Seminario 10 (1962/63) manifiesta que el deseo de la mujer
está dirigido por la pegunta acerca de su goce (siendo el falo un significante). Convertirse
en mujer es diferente entonces a preguntarse qué es serlo. La mujer goza ¿y la histérica?
La histérica sostiene su deseo a través de la suspensión del goce para así consagrar su
amor insatisfecho. En el Seminario 17 (1969/70) Lacan nos dice acerca de la posición
histérica "se desdobla en, por una parte, castración del padre idealizado […] y, por otra
parte, privación, asunción por parte del sujeto, femenino o no, del goce de ser privado" (p.
104). En la histeria la condición de amor y el deseo se sostienen desde la insatisfacción,
quedando amor y deseo desarticulados, mientras que en la posición femenina no. Lo que
nos lleva a dejar una interrogante abierta ¿Desde donde opera Ana? ¿Posición histérica o
femenina?
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La insistencia de la Histeria.
Esto nos lleva a pensar sobre la posición de Fausto frente a la maternidad, como algo
inhabilitante que quizá sea producto de la desorientación de su posición viril. Creemos que
Ana tampoco es aquella mujer freudiana satisfecha por ser madre. En el Seminario 17
(1969/70 p. 118) Lacan dice: “El deseo de la madre no es algo que se soporte tal cual”. Y
refiere a que según cómo esa madre nombra su relación con el falo (situada siempre en
menos) es la forma en que determina luego el deseo y el goce. Ninguna mujer aguanta ser
no-toda dice Lacan y su goce se dirigirá a suplir ese no-toda. Un goce que escapa del
dominio fálico, un goce suplementario, al que eventualmente se accede desde la posición
femenina.
El goce de la mujer se apoya en suplir ese no-toda. Para ese goce de ser no-toda, es decir, que
la hace en alguna parte ausente de sí misma, ausente en tanto sujeto, la mujer encontrará el
tapón de ese -a- que será su hijo (Lacan, 1972/73, p. 47).
De una en una será entonces que Anas y Claras nos iremos ubicando frente a la
maternidad, desde el no-todo mujer o desde el todo madre, aceptándola o rechazándola,
tomando una identificación masculina o una posición más femenina. La maternidad como
forma de confrontar la falta; donde la histérica con su mascarada (constituir un ser en base
a parecer ser) no debe quedar pegada a la identificación fálica, sino que debe mantenerse
en falta para poder así generar el amor y el deseo del hombre. Con respecto a Ana,
diremos que la maternidad como suplencia de la mujer que no existe (como tapón del no-
toda) tampoco la completa y es bueno que así sea. Ella no encarna ese Deseo materno,
voraz, de estrago, de voluntad sin ley que manifiesta Lacan en el Seminario 17, (p. 18).
Entonces ¿Qué madre es Ana? ¿Qué madre ve Fausto en Ana? La búsqueda de una
respuesta nos lleva a pensar sobre las posibilidades de inscripción de lo sexual que tiene
en la mujer la maternidad. Donde la posición del hombre participa activamente. Hombre
que como significante entra en la relación sexual como castrado, mientras que la mujer
entra como madre dice Lacan (1972/73 p. 47). Una madre que aparece contaminando la
mujer.
¿Será entonces que Fausto desde su posición de hombre ve a Ana madre y no mujer
(producto de lo edípico)? Podríamos aventurarnos en responder: no. No creemos que este
modelo de objeto primordial vuelva a Ana causa de deseo, sino más bien decimos que la
maternidad que se inscribe en Ana es una maternidad relacionada con la castración. Con
una posición fijada a lo masculino (pero igualmente sujeta a la función fálica), dirigiéndose
(en tanto sujeto) al objeto a (el niño con el que no debería colmarse). Ana decide seguir
con su embarazo lejos de Clara y Fausto y en vez de encontrar el significante de su deseo
en el cuerpo del hombre (Fausto) lo encontró en el cuerpo de su ex novia (quien ofrece la
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La insistencia de la Histeria.
castración). Evitando así que ese niño sea todo para su madre e inaugurándolo también
como un plus de goce. Entendiendo el plus de goce, como la renuncia al goce por efecto
del discurso que da lugar al objeto a. Dicho esto, entendemos que la maternidad opera
aquí como castración no solo desde lo simbólico sino también desde lo real. Un corte en lo
real que rompe el triángulo y aniquila la tríada.
Conclusiones
Si bien en este recorrido hemos resuelto algunas de las interrogantes que nos
planteamos, también es cierto que ellas no se agotan allí. Concluyendo, podremos decir
en primer lugar, que el enigma que vela la pregunta histérica es también un enigma que
atañe al sexo masculino, descartando así la exclusividad femenina que se otorgó por siglos
a la histeria. El concepto de histeria como discurso que hace lazo social desde la
insatisfacción y los cuatro discurso como modeladores dando forma a los vínculos,
sirvieron para acercarnos y descubrir algo más allá de eso que muestran estos personajes,
eso que ellos saben pero desconocen.
La posición de Fausto sirvió para poner en juego la dialéctica fálica del ser y el tener
falo, una contienda de hombres y mujeres. En ese pasaje del ser al tener, Fausto queda
situado del lado del tener, pero no se trata solamente de tener además debe saber hacer
con eso que tiene. Su conflictiva edípica hace que Clara no pueda ser a la vez objeto de
amor y de deseo para él, quien busca en ella (mujer fálica) el falo que le falta a su madre.
Clara sin embargo, aspira a ser la única para Fausto (clásica excepcionalidad de la histeria)
ser amada y deseada por él. Ella y Fausto interrogan el enigma de la feminidad
introduciendo a Ana (otra mujer). Clara hace de hombre, y desde su identificación viril es
donde interroga al otro sexo deviniendo así lo homosexual (en lo real). Esto no quiere decir
que ella ame a Ana, la otra mujer en la histeria interesa en la medida que sirva de objeto de
deseo para el hombre. Aprendimos también, que la histeria si bien se sitúa del lado
masculino en las fórmulas de sexuación (identificación fálica), también puede acceder a la
posición femenina y desde allí al Otro goce.
Es también a través de Clara que expusimos algunas posibles respuestas que nuestra
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La insistencia de la Histeria.
actualidad arroja a la pregunta histérica. Dimos cuenta del cambio de paradigma sobre lo
que es ser una mujer, cambio al que asistió el capitalismo con sus instituciones y su cultura.
Un contexto donde todo es texto sirve de molde para determinar nuestra singularidad, y
sirve de restos diurnos leyéndose allí en cada manifestación del inconsciente. Una mujer
que tiene que poder con todo y que además de poder debe mostrarlo. Dimos cuenta de los
triángulos histéricos que aún hoy se mantienen sosteniendo el amor y el deseo. La relación
de Clara y Fausto sirvió para mostrar eso que sucede en la relación entre un hombre y una
mujer, como Clara se transforma en síntoma al estar con Ana, en la medida que se
convierte en objeto de goce de Fausto, sosteniendo su fantasma y convirtiéndose en objeto
a.
La maternidad de Ana fue la piedra angular para pensar sobre el deseo, el goce y la
confusa diferenciación entre posición histérica y posición femenina. Sobre la maternidad
como forma de confrontar la falta y el parecer ser de la mascarada femenina. La posición
de las mujeres en relación al goce, la diferencia entre el goce fálico y el goce estrictamente
femenino nos llevan a concluir que la histeria: aun estando en relación al deseo en la
posición masculina (goce fálico) puede acceder al otro goce y conformarse como no toda
frente a su goce fálico, punto de encuentro entre histeria y feminidad que nos propone
pensar que quizá sea allí donde se sitúa Ana.
La construcción del caso clínico a partir de Los Modernos, además de dar cuenta de ese
decir de uno que dice de muchos, como manifestábamos al principio, también sirvió de
espejo. Fue el lugar que dio espacio a la histeria para hacer visible su insistencia.
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Referencias Bibliográficas.