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“Juan Andrés es un excelente estudiante en la materia de tecnología, cada vez

que puede le colabora a los docentes en las actividades relacionadas con esta
área. Usted, como director de grado, se dio cuenta de que la intención de Juan
Andrés es robarse las contraseñas de la señal inalámbrica de uso exclusivo de
docentes de la Institución para luego venderla a sus compañeros de colegio.”

Ante esta situación planteada, en cualquiera de las posiciones que queramos


pararnos, Maestro, profesor, docente, instructor, tutor, e incluso estudiante
compañero de quien comete la falta, tenemos un caso complicado y difícil de
manejar, dadas las consecuencias de la decisión a tomar.

Desde mi formación profesional, moral, ética; en consideración a la labor de


formadores de seres humanos y la responsabilidad social que con ello tenemos, y
teniendo en cuenta que no existe una ecuación matemática para la solución de
situaciones conflictivas y que ninguna metodología puede determinar exactamente
que de la mano de la aplicación taxativa de las normas consagradas en los
reglamentos puede permitirnos solucionar eficazmente una situación como la
presentada para este ejercicio, dado que cada momento presente en la interacción
con los alumnos nos llevara a identificar cual será la acción más positiva.

Para este caso concreto actuaria de la siguiente forma:

No tomaría la posición de juez implacable, analizaría la situación, sobre la base de


una indagación directa al implicado para que plantee cual fue el motivo que lo llevo
a faltar a la confianza entregada, a faltar al deber de cuidado de la labor
encomendada, a violar las normas establecidas para la sana convivencia al interior
de la institución, a desfigurar su buena imagen personal ante la comunidad
educativa.

Luego de recopilada y analizada la situación con base en la indagación anterior,


colocaría en conocimiento de mi superior jerárquico lo acontecido, buscaría ayuda
profesional para el tratamiento de estas conductas al interior de la institución
(sicológica, psico-orientación…) al interior de la institución.

Como la normatividad y la institucionalidad debe ser respetada en ponderación a


la falta cometida y de la mano de quienes deben intervenir en el tratamiento de la
situación, buscaría dar a entender y comprender a Juan Andres, la gravedad de su
actuación, el error cometido, las consecuencias que sus actos implican en su
proceso formativo y la responsabilidad que debe asumir.

Posterior a ello aplicaría la sanción que para faltas como esas estén consagradas
en el reglamento de la institución, daría a conocer dicha situación a toda la
comunidad educativa, de la mano con un programa de educativo que permita la
comprensión de las consecuencias y responsabilidades que actos como estos
conllevan en la formación profesional, social y cultural de los individuos.

Desde el punto de vista de las expectativas del servicio, la profesionalidad del maestro se debate
entre las insistentes exigencias del eficientismo, resultado de la implicación tecnicista del
pensamiento político neoliberal (que preferiría reducirlo a la estructura de obrero calificado, con
jerarquía de productividad y que ordena a la escuela como empresa productora de
individualidades básicas) y la insistencia y exigencia de la sociedad civil de contar con su labor para
promover la formación de sujetos integralmente educados, socialmente responsables y
críticamente posicionados, generando tensiones en términos de su valoración.

Así las cosas, en la sociedad actual, desde la cual el conocimiento se corporativiza a través de la
profesión, visibilizándose como saber propio y específico en el que se fundamentan los servicios
de la educación, no es posible consolidar profesionalmente al maestro ni definir con claridad su
ejercicio profesional, el cual se reduce a la simple comunicabilidad del conocimiento y de la
información, dejando por fuera la finalidad de perfectibilidad humana que caracteriza la práctica
educativa, como función formadora en lo social.

Se halla situado entre dos mundos: el de los estudiantes, y el del adulto, teniendo que actuar
como mediador entre el presente y el futuro, responder a las exigencias planteadas por sus
estudiantes y tratar de conciliarlas con los deseos y expectativas de sus padres, cuidando al mismo
tiempo que ambos armonicen con las necesidades de la sociedad.

Sin desconocerlos, ella nos exige primordialmente adentrarnos en la identificación de los factores
e indicadores que den cuenta: de la perspicacia y profundidad con que la persona aborda la
comprensión de la realidad objeto de su acción; de la eficiencia y calidad en el cumplimiento de su
función social y desempeño profesional; de la solidez acerca de la fundamentación teórico-
práctica de su actuar profesional; del rigor argumentativo con respecto a sus visiones, juicios y
propuestas; y de la habilidad para sistematizar y socializar sus hallazgos fruto de la indagación y
reflexión permanente sobre sus prácticas. El grado de apropiación de la profesión como proyecto y
actitud de vida ha de servir de contexto natural para el desarrollo de los talentos de quien la
profesa y condición de posibilidad de su actuar ético y político.

El desarrollo profesional del educador nos plantea por lo tanto la necesidad de ubicar su
profesionalidad en el marco de un determinado cuerpo de conocimientos y de valores, en una
reconocida y delimitada función socio-cultural

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