Profesor Mario Caimi: Buenas noches. Tengo que hacer un
anuncio. El próximo jueves no voy a dar clases porque tengo que asistir a un concurso en Córdoba. Nuestro trabajo hasta ahora nos llevó a transitar las primeras cuatro meditaciones. Si nos poníamos a estudiar las Meditaciones metafísicas separadas de su contexto se nos volvería extremadamente difícil entender a dónde vamos a ir a parar en las dos siguientes. Yo supongo que ustedes incluso habrán leído la "Sexta Meditación", y habrán visto que es un poco difícil orientarse en la organización textual de la "Sexta Meditación". A mí me resultó un poco difícil al principio organizar un poco este texto.
Me da la impresión de que se lo puede organizar con
mayor facilidad si uno lo inserta en este gran proyecto cartesiano que nos dice que las Meditaciones metafísicas constituyen una obra metafísica mayor, sumamente interesante y en sí misma valiosa, sin embargo tiene su función del proyecto, que es la de validación definitiva de la razón geométrica, de la razón natural, en su forma cartesiana de matemática universal. Allí es donde está puesta toda la esperanza de Descartes, toda la meta de su trabajo. Las Meditaciones metafísicas van conduciendo, atendiendo a los escalones que sean necesario ascender, hacia ese centro. Precisamente, la demostración de la existencia de Dios había llevado a la convalidación máxima. Si Dios es efectivamente Dios y no me estoy equivocando con ese concepto, es decir, es perfecto, no engañador y existe, entonces voy a tener una 2 Historia de la Filosofía Moderna, 10
garantía de la validez de la razón natural. Efectivamente
hemos hecho esto. Encontramos que había tal garantía, la cual nos permitió razonar tímidamente acerca de algunas estructuras de funcionamiento de esta razón natural, no ya solamente las intuiciones por las cuales capto ideas simples, sino que nos permitió internarnos en estructuras más complejas como la de los juicios y la de los raciocinios, y vimos, entonces, como en el campo de la deducción y no ya de la intuición, cómo ahí también imperaba el mismo método, imperaba también la razón natural, y vimos que, sobre todo, el genio maligno no era el origen del error.
Quizá haya efectivamente un genio maligno, pero en todo
caso no debe ser el origen del error, como si fuese un origen inevitable, sino que debe ser una ocasión, alguien que nos impulsa al error exacerbando ciertas pasiones o produciendo enceguecimiento en las convicciones. Pero, en última instancia, está en nuestras manos el juzgar correctamente.
Éste era el punto que habíamos alcanzado. Era en este
punto en el que habíamos hecho una especie de teodicea, una explicación del error, una demostración de que no era Dios el responsable de los errores, sino que, en última instancia, la posibilidad de errar o de acertar estaba dada por la correcta aplicación del método. Con eso habían quedado validados aquellos criterios de claridad y distinción, que eran los criterios que regían aquel primer precepto del método y regían, en general, nuestra razón natural cuando operaba correctamente.
La validación que hemos logrado hasta ahora de estos
criterios de claridad y distinción, como únicos criterios seguros de la verdad de los conocimientos, nos podría conducir, en primer lugar, a aplicar esos criterios siempre dentro de aquel ámbito o terreno en el que podemos estar seguros. “Seguro” quiere decir aquí: el terreno que no está sometido a ningún tipo de posible incidencia del genio maligno, es decir, en aquel terreno que no está bajo ninguna sospecha de oscuridad o confusión.
Todavía estamos en aquel único terreno que hasta ahora
hemos conquistado, que consiste en dos sustancias, a saber: Dios y yo [sustancia pensante]. Todas las demás posibles sustancias, posibles cosas, los cuerpos, la extensión en general, todavía está por demostrarse. Tenemos muy buenas expectativas para demostrarlo, pero todavía está por verse, porque no hemos dado ningún paso todavía en esa dirección. Historia de la Filosofía Moderna, 10 3
Entonces, vamos a mantenernos todavía en el análisis de
nuestras ideas.
Ahora, ¿ustedes recuerdan cómo era el título de esta
"Quinta Meditación"? La "Meditación Quinta" decía “De la esencia de las cosas materiales, y otra vez de la existencia de Dios”. Es raro que un hombre tan ordenado como Descartes, un hombre que apuesta al orden entre los cuatro únicos preceptos de ese método tan extraordinario, es raro que haya mezclado dos cosas tan heterogéneas: por un lado, las cosas materiales, que vendrían a ser lo más bajo de la escala de los seres, y, por otro lado, Dios, otra vez, como los más alto de la escala de los seres.
¿Hay acá este desorden o es sólo aparente? Por lo
pronto, todavía no puede hablar verdaderamente de cosas materiales, sino sólo de las esencias de las cosas materiales. La meditación comienza diciendo “vamos a ver qué pasa con aquellas cosas materiales que habíamos dejado de lado en aquella duda general; pero antes de ocuparnos de ella vamos a ver si en nuestro pensamiento, nada más, podemos saber de ellas, para no abandonar todavía este terreno seguro”. Tengo en mí cantidad de ideas, ideas de cosas materiales, ideas de cualquier otra cosa, pero ya sea que existan o no sus objetos es cierto que gracias a aquel criterio de claridad y distinción podré establecer qué les pertenece a estas ideas y que no. También podré establecer, en caso de que existan las correspondientes cosas, qué les vaya a pertenecer a las cosas y qué no. Así prescindimos por ahora de la existencia de las cosas y vamos a tratar de las ideas de las cosas materiales en la medida en que se hayan sólo en el pensamiento.
Es decir, continuamos nuestro análisis en el sujeto
pensante mismo. Y en nuestro análisis del sujeto pensante mismo encontramos gran cantidad de ideas claras y distintas. Como sabemos que los criterios de claridad y distinción ahora no son un detalle más en la clasificación o una propiedad más de mis ideas, sino que son sumamente importantes, porque precisamente son lo que cuenta para determinar la verdad. Como sabemos esto, atendemos ahora especialmente y con mucho cuidado a estas ideas claras y distintas, porque seguro que van a encerrar alguna verdad, aunque no sea la verdad que estamos buscando, esto es, la existencia de las cosas a las que se refieren. Por eso, encuentro cantidad de ideas claras y distintas, como, por ejemplo, todas la ideas que pertenecen a la matemática. Las ideas de número, de extensión, de figura, de movimiento local, de situaciones correlativas de 4 Historia de la Filosofía Moderna, 10
las partes en las figuras extensas, las magnitudes, las
duraciones de los movimientos, todas estas cosas que estudia el matemático y estudia el físico en la medida en que pueda hacer una física teórica indiferente a la existencia de sus objetos e indiferente al experimento todavía, todas estas cosas son suficientemente claras y distintas.
Pero también encuentro en mí algunas ideas, que no son
éstas, sino que son ideas de cosas, que también son claras y distintas a su modo, que quizá no existan fuera de mí, pero no son, sin embargo, meras ficciones de mi espíritu, sino que tienen lo que Descartes llama naturalezas verdaderas e inmutables. Me gustaría leer una línea de la "Meditación Quinta". Dice Descartes:
“Y lo que encuentro especialmente considerable es que
encuentro en mí innumerables ideas de algunas cosas, que aunque no existan quizá fuera de mí, no por eso puede decirse que no son nada. Y a pesar de que puedo a voluntad pensar en ellas o no, sin embargo no son fingidas o producidas por mí, sino que tienen su naturaleza verdadera e inmutable.”
Hasta ahí la cita. Naturalmente ustedes pensaran que se
refiere a objetos matemáticos. Efectivamente, se refiere a objetos matemáticos en primer lugar y de manera predominante. Se refiere al triángulo, y dice: “cuando considero al triángulo no sé si habrá triángulos o no en la naturaleza, no sé siquiera cómo habré adquirido esta idea de triángulo, pero encuentro que hay propiedades del triángulo que quiéralo o no le pertenecen necesariamente.”. Aunque el triángulo no existiese, hay una forma determinada, una esencia inmutable y eterna que no está producida por mí ni depende de mi mente en modo alguno, y que, sin embargo, es la esencia o forma del triángulo, y, entonces, encuentro allí una necesidad en la pertenencia de las propiedades a esta esencia del triángulo. Esto lo encuentro con enorme claridad y distinción, con toda la claridad y distinción de la que es capaz la geometría. Aquí se trata de ideas complejas. Gracias a que las considero, conozco y percibo clara y distintamente puedo advertir, sin embargo, la copertenencia necesaria de las partes de estas ideas complejas. Y, entonces, esto es lo que me permite construir la esencia. Historia de la Filosofía Moderna, 10 5
Digo que no estoy muy seguro de esto, porque una de
estas ideas, una idea que vamos a considerar va a ser la idea de Dios. Entonces, es un poco espinoso decir que la idea de Dios es una idea compleja. No estoy muy seguro.
Pero, de todas maneras, la claridad y distinción con que
me represento la necesaria pertenencia de las propiedades del triángulo a la esencia del triángulo me revela, con la garantía de la veracidad de Dios, que hay cierta naturaleza, forma o esencia determinada, inmutable y eterna -como dice ahí el texto-. Estas propiedades pertenecen verdaderamente a esas esencias y pertenecen verdaderamente a las cosas correspondientes a esas esencias. Es decir, le pertenecerían a esas cosas si acaso esas cosas existieran. La garantía de esta verdad es la claridad y la distinción, porque yo sé que es verdad todo lo que conozco con verdadera claridad y distinción. Y, a su vez, la garantía de la claridad y la distinción eran nuestras demostraciones acerca de dónde estaban el error y la verdad. A su vez, hemos visto que la garantía de estas demostraciones acerca de dónde estaban el error y la verdad las pudimos obtener gracias a que demostramos la existencia de Dios.
Entonces, podríamos decir que a lo que ha llegado
Descartes hasta ahora en estas primeras páginas de la "Meditación Quinta" es a reconocer la presencia y espíritu de ciertos complejos de ideas o de ideas complejas (con la salvedad de que no estamos del todo seguros), cuya vinculación es necesaria y que configuran ciertas entidades que él llama esencias. No se les puede atribuir a estas esencias una existencia separada enteramente de mí, que las pienso. No se puede considerar todavía que los objetos de esas esencias existan por sí fuera de mí. Pero, sin embargo, esto de tener una cierta entidad propia en el fondo está recordando las ideas platónicas. Pero, no lo dice del todo. Digo yo que las está recordando porque en algún pasaje de la "Meditación Quinta" dice que a veces cuando considera estas esencias verdaderas e inmutables y estudia esta serie de complejos de ideas, le da la impresión de recordar algo que ya sabía y no que estuviese aprendiendo algo nuevo. Ahí hacemos, entonces, la conexión con Platón.
Entonces, percibo clara y distintamente lo perteneciente
a una cosa. Y lo que percibo clara y distintamente como perteneciente a una cosa me pertenece, exista la cosa o no. Las esencias tienen aquí cierta realidad. Éste es un pasaje oscuro que no sé resolver. Las esencias tienen cierta realidad propia que les es conferida, no por representar 6 Historia de la Filosofía Moderna, 10
sustancias ni objetos reales como en aquella "Tercera
Meditación", sino por la simple claridad y distinción que las acompaña, que viene a ser, de algún modo, garantía de realidad.
Ahí aparece esa frase tan notable que dice:
“Todas las cosas que conozco clara y distintamente son
verdaderas, de modo que soy algo y no una mera nada, porque es evidente que aquello que es verdadero es algo.”
Esto es una cita de la "Quinta Meditación". Pero, vuelvo
a decir, acá pareciera haberse metido algo nuevo, a saber: que lo verdadero y lo existente tienen aquí un sentido un poco distinto de los habituales. Tenemos, entonces, estas naturalezas verdaderas e inmutables, cuyos ejemplos son las naturalezas geométricas, y vemos cómo responden de manera admirable y acomodada a los requisitos del método, aún dejando de lado aquel punto acerca de si había o no había existencias reales que le correspondieran. Es decir, puedo tratar hoy con estas esencias verdaderas e inmutables, y en mi trato con ellas puedo aplicar mi método y obtener verdades y verdaderos conocimientos. Estos conocimientos son verdaderos.
Ahora bien, aquí comienza aquel argumento cartesiano
acerca de la existencia de Dios. Ocurre que tengo también una idea de Dios por la cual puedo considerar la esencia verdadera e inmutable de Dios. Y sobre la base de este conocimiento de la esencia de Dios podría desarrollar una nueva prueba de la existencia de Dios. No se trata de la vieja prueba que ya conocemos a partir de la idea de Dios que tenemos, es decir, aquella extraordinaria y difícil prueba de "Tercera Meditación", que decía que la realidad objetiva que está presente en mi idea de Dios es infinita y, por tanto, necesita un modelo real e infinito en acto. No es esto, porque no estoy aquí solamente analizando mi idea de Dios. No estoy simplemente viendo que hay en mí de facto, como una idea que podría haber sido una u otra. De hecho, me encuentro con que tenía esta realidad objetiva infinita, esta realidad representada infinita, sino que estoy ahora atendiendo a algo que no es subjetivo, que no es sólo una idea mía, sin que es una esencia que yo puedo recibir entre mis ideas o quizá no, Historia de la Filosofía Moderna, 10 7
pero que mientras la considere va a tener determinadas
propiedades, características o atributos que son, todos ellos, necesarios. Es decir, estoy ahora pensando con un grado de objetividad mucho mayor. Puedo pensar con un grado de objetividad mayor porque estoy considerando una esencia y porque estoy facultado para considerar esencias gracias a que Dios me presta esa garantía.
Encontramos, entonces, la posibilidad de una prueba de
la existencia de Dios, que Descartes va a llamar la prueba a priori. Las otras pruebas que conocemos son pruebas a posteriori, es decir, parto de la comprobación de un hecho: yo existo, yo soy, yo pienso, yo pienso y tengo estas ideas, que tienen tal y cual peculiaridad. Eran todas comprobaciones de hechos, y, por tanto, estas pruebas son a posteriori, porque una vez comprobado el hecho puedo llevar adelante las demostraciones.
Ahora, por otra parte, la prueba es a priori, no estoy
comprobando un hecho sino considerando una esencia. Y esta esencia tiene ciertas propiedades que le son inseparables. Éste es el famoso argumento que Kant llamó ontológico. Es un argumento conocido desde el siglo XI. Aún hoy en día sigue con la misma vitalidad de siempre. Es decir, Kant pareció haberlo anulado para siempre, pero resulta que después vuelven los especialistas a rehabilitar el argumento ontológico.
Podemos considerar entonces la esencia de Dios y sus
atributos. Los atributos son constitutivos de la esencia de Dios. Es decir, si yo separo de la esencia de Dios algunos de los atributos que la constituyen destruyo la esencia y me quedo sin posibilidad de demostrar nada. Ahora bien, ocurre que la efectiva existencia necesaria es uno de los atributos de Dios. En esta situación esencia y existencia no pueden separarse. En todos los demás conceptos, en todas las demás esencias, puedo pensar la esencia separada de la existencia, puedo pensar la esencia como meramente posible. Pero solamente en el caso de Dios no, porque aquí la existencia efectiva es parte de la esencia, es constitutiva de la esencia.
De modo que, voy a tener que pensar a Dios como
necesariamente existente, y, por tanto, como lo que conozco clara y distintamente es verdadero, esta atribución que clara y distintamente hago a la esencia de Dios, necesariamente va a ser una atribución que voy a hacer también a la correspondiente cosa, es decir, a Dios mismo. 8 Historia de la Filosofía Moderna, 10
Vamos a leer el pasajito de Descartes al respecto en la
"Meditación Quinta":
“Ahora bien: si pudiendo yo sacar de mi pensamiento la
idea de una cosa, se sigue en consecuencia que todo cuanto reconozco clara y distintamente pertenecer a esa cosa, le pertenece en efecto, ¿no puedo hacer de esto un argumento y una prueba demostrativa de la existencia de Dios? Es bien cierto que yo hallo en mí su idea, es decir, la idea de un ser sumamente perfecto, como hallo la idea de cualquier figura o número; y conozco que una existencia actual y eterna pertenece a su naturaleza, con no menor claridad y distinción que cuando conozco que todo lo que puedo demostrar de un número o de una figura pertenece verdaderamente a la naturaleza de ese número o de esa figura; y, por ende, aunque ninguna de las conclusiones a que he llegado en las anteriores meditaciones fuese verdadera, la existencia de Dios debería presentarse en mi espíritu con tanto certidumbre, por lo menos, como la que he atribuido hasta ahora a todas las verdades matemáticas que no atañen sino a los números y a las figuras, aunque, en verdad, ello no parezca al principio enteramente manifiesto y semeje tener cierto aspecto de sofisma.”
A la demostración anselmiana de la existencia de Dios
objetó Santo Tomás que está muy bien predicar la existencia en el pensamiento, pero esto no equivale a predicar la existencia en la cosa real y verdaderamente. Hay un objeción importante de un comentarista de Kant, que dice así: si yo estoy en una cervecería y el pido al mozo una cerveza, y cuando el mozo se aproxima a mi mesa con la cerveza en la mano le digo “pero negra”. El mozo a lo mejor se enoja porque traía cerveza blanca y vuelve. También podría pasar que yo le dijera “pero fría”, mientras que el mozo me traía cerveza natural. Estas predicaciones, “blanca”, “negra”, “fría”, “natural”, varían mucho, porque son determinaciones del objeto al que se aplican. Por el contrario, Descartes decía que la existencia no es ningún predicado. De manera que si usted le dice al mozo “tráigame una cerveza!”, cuando el mozo vuelve a la mesa ya con rabia después de haber cambiado la negra, blanca, fría y natural nos dice “bueno, acá tiene su cerveza”, y yo le digo “existente”, evidentemente el mozo se ríe, porque parece que la existencia es un predicado que no Historia de la Filosofía Moderna, 10 9
cuenta como determinación diferente de la cerveza. En lugar
de operar con los atributos de Dios estoy operando, por un momento, con los atributos de la cerveza, porque analógicamente es lo mismo. Entonces, la predicación de existencia a la cerveza no varía para nada. De un modo similar se le puede objetar al argumento ontológico decir que el atributo existencia pertenece necesariamente a la esencia de Dios, porque esto no hace variar ni enriquecer en nada esa esencia, del mismo modo que la cerveza existente no se enriquecía, era la misma cerveza cuando era existente.
Pero, entonces, decía este comentador, que tal si cuando
se aproxima el mozo con la otra cerveza dice “ahora se la traigo existente, blanca, fría”, y uno le dice “necesariamente existente”. Con esto quiero decirles que la existencia necesaria varía drásticamente todo. Entonces, el mozo ya no puede traer nunca más una cerveza que cumpla ese requisito, porque esa existencia necesaria sí hace una diferencia enorme. Ésta es una de las posibles rehabilitaciones del argumento ontológico. Es falso decir, como Kant, que la mera existencia no modifica la esencia, porque la existencia necesaria, que es la que está en juego en el argumento ontológico, sí la modifica.
Decíamos, entonces, que la objeción de Tomás de Aquino,
es decir, que la predicación se hace en el pensamiento y que esto no significa que haya una existencia verdadera en la naturaleza, la advierte Descartes a tiempo y la refuta en el texto mismo de la meditación. La objeción de Tomás es más o menos así. Yo puedo pensar en un caballo alado, y, entonces, en la medida en que piense caballo alado voy a tener que atribuirle las alas, porque sino incurriría en contradicción con mi concepto. Esto pareciera ser análogo a pensar a Dios como necesariamente existente, porque así como a la esencia del caballo alado pertenecía el tener alas, a la esencia de Dios pertenece el existir. Ahora bien, soy perfectamente libre de pensar o no pensar el caballo alado, y puede ser que el caballo exista o no. Del mismo modo, yo puedo quitar el concepto con todos sus predicados, si bien a Dios a de atribuírsele necesariamente la existencia, y no entrar en contradicción alguna, como incurriría si dijera “el Dios existente es no existente”. ¿Está claro esto?
Descartes dice que no, que yo soy enteramente libre de
pensar al caballo con o sin alas y de construir conceptos complejos, pero no soy absolutamente libre de pensar a Dios sin el atributo de la existencia. El atributo de la 10 Historia de la Filosofía Moderna, 10
existencia es ineludiblemente pensable junto a la esencia
Dios.
Estudiante: ¿En este caso es necesaria?
Profesor: Por supuesto que sí.
También hay otras necesidades, por ejemplo: la montaña y
el valle -que es otro ejemplo que Descartes pone-. Siempre que piense en la montaña, necesariamente le va a corresponder el valle. No hay montaña sin valle. Pero esto, naturalmente, es distinto de Dios. Si bien a Dios le corresponde el atributo existencia del mismo modo que a la montaña le corresponde el atributo valle, sin embargo yo podría aniquilar mi idea de montaña y pensar que no hay montaña en el mundo. Sin embargo, en el caso Dios – existencia el atributo éste hace una gran diferencia y no puedo pensar a Dios como no existente. Cito a Descartes:
“Porque yo no pueda concebir una montaña sin valle, no
se infiere que haya en el mundo montaña y valle, sino sólo que la montaña y el valle existan o no son inseparables el uno del otro. Mientras que, puesto que no puedo concebir a Dios sino como existente, se infiere que la existencia es inseparable de Él, y, por tanto, que existe verdaderamente.”
Ahora, sigo porque se refiere explícitamente a Santo
Tomás. Dice Descartes:
“No es que mi pensamiento pueda hacer que ello sea ni
que imponga necesidad alguna a las cosas. Por el contrario, la necesidad que hay en la cosa misma, es decir, la necesidad de la existencia de Dios, me determina a tener ese pensamiento. No soy libre de concebir a Dios sin la existencia, es decir, a un ser sumamente perfecto sin una suma perfección, como soy libre de imaginar un caballo sin alas.”
Hasta ahí la cita de este pasaje. Es decir, no es que yo
esté imponiendo una necesidad propia del intelecto, que haya Historia de la Filosofía Moderna, 10 11
forjado una esencia y después trato de no incurrir en
contradicción al atribuirle a esa esencia los atributos que le corresponden, sino que aquí, siendo el atributo el de la existencia, se ve mi pensamiento forzado a admitir o afirmar la existencia de un atributo necesario. Es decir, lo que hice no fue más que considerar una esencia, la esencia de Dios, y, entonces, ahí encontré contenida la existencia.
Por supuesto que hay muchas otras objeciones que él
trata con elegancia en el texto, y a lo mejor es interesante verlas. Solamente quería traer el argumento ontológico, porque es allí donde encuentra su formulación más precisa y exacta. Descartes refuta a Santo Tomás, y dice que no vale esta distinción de una existencia en el pensamiento sólo. Si hay existencia, es existencia real y actual. Entonces, eso existe.
En realidad, la función del argumento ontológico, con
todo el aspecto apto para ejercitar toda nuestra agudeza lógica, sin embargo no es más que un sub-producto de un caso general, importante, que es la operación legítima y válida con esencias. En este caso la esencia de Dios, pero también con esencias en general, que fue lo que nos condujo a esto. Esta operación legítima y válida con esencias nos permite, entonces, ejercer la ciencia y, sobre todo, ejercer todas las ciencias matemáticas, todas las ciencias del pensar e, incluso, la ciencia metafísica, como lo vemos en el caso de Dios, con total tranquilidad y legitimidad. Todo gracias a lo que veníamos deduciendo a partir de aquel primitivo “yo pienso”. Pero todavía nos falta ver si acaso algunos aspectos de nuestro conocimiento, necesarios para alguna ciencia, son legítimos y posibles o no. Estos son los conocimientos que se refieren a ciencias a las que no les es indiferente la existencia de sus objetos, especialmente la física, la astronomía, etc..
Por eso tendríamos que estudiar este tema de la
existencia de las cosas materiales. El tema de la existencia de las cosas materiales nos va a llevar a la culminación de la legitimación del conocimiento. Vamos a ver que es legítimo no solo el conocimiento que tengo cuando opero sólo con mis ideas, sino que también es legítimo mi conocimiento de las cosas, de la naturaleza en general, y, sobre todo, de las cosas extensas. Pero también, para seguir con un plan tentativo, también es verdad que si nosotros recordamos cuales fueron los primeros grados de la duda, vemos que uno de los primeros decía que siempre podría aducirse que estoy soñando. Es indemostrable que yo esté soñando o no, y esto 12 Historia de la Filosofía Moderna, 10
hace que sea siempre dudosa la existencia de las cosas
materiales, porque justamente el sueño me presenta ideas, pensamientos, que parecen referirse a cosas efectivamente existentes, y resulta que no. Quizá esté yo soñando siempre y quizá no haya cosas materiales que correspondan a mis representaciones oníricas o mentales.
Se acuerdan que habíamos visto en aquel barroco de
Calderón, La vida es sueño, que el tema de la vida que es sueño era un tema importantísimo, y podíamos entender aquella primera filosofía moderna como la búsqueda de un despertar que me diera la verdadera lucidez para liberarme de estos engaños del sueño y de la ilusión. Quizá esté en esta "Sexta Meditación", en esta demostración de la existencia verdadera de las cosas materiales, la definitiva refutación del sueño.
Todo esto ocurre en una meditación larguísima, y -como
les decía hoy al principio- en una meditación cuya estructura a mí no me resultaba del todo clara. Vamos a ver si podemos reconstruir esta estructura de manera que resulte clara. El teorema de la efectiva existencia de las cosas materiales es un teorema breve, pero requiere una gran cantidad de presupuestos. Entre esos presupuestos va a tener como casi un sub-producto importantísimo el de la distinción real de la mente y el cuerpo. El no quiere utilizar la palabra “alma” para no confundir con todas aquellas teorías aristotélicas del alma como principio de la vida, principio de movimiento, alma vegetativa, etc. Él no quiere nada de eso porque hasta ahora lo único que tiene es una mente pensante. Y si acaso esa mente siente, siente sólo como una variante del pensar.
De manera que vamos a tener que hacer algunas
construcciones auxiliares para desarrollar todo ese teorema de la existencia de las cosas materiales. La primera construcción auxiliar que vamos a tener que hacer es la de imaginación.
La imaginación es un modo del pensamiento, pero es un
modo tal del pensamiento del cual yo podría prescindir. Yo como sustancia pensante puedo tener imaginación o puedo no tenerla y no por eso dejo de ser lo que soy, a saber: una sustancia pensante. Tengo, sin embargo, una rara cosa que es la imaginación. Esto ya me debería dar un indicio de que algo más pasa además del mero pensar. La imaginación viene a ser un modo del pensamiento que está como orientado hacia lo que no es pensante, es decir, hacia lo que es extenso. En eso se Historia de la Filosofía Moderna, 10 13
diferencia, precisamente, la imaginación de la intelección,
de la inteligencia pura.
Se orienta, entonces, hacia lo espacial, hacia la cosa
extensa. Descartes pone un ejemplo que puede ser bastante esclarecedor con respecto a esto. Él dice que cuando yo me represento un triángulo a la vez que me lo represento intelectualmente y también lo imagino. Es decir, por un lado, tengo ese concepto que me dice que el triángulo es una figura de tres lados rectos en un plano y, por otro lado, tengo ante el puntero de la mente también esa figura misma como si me estuviera presente. La diferencia entre estos dos modos de concebir se hace mucho más clara cuando me represento, por ejemplo, una figura de mil lados. A una figura de mil la puedo conocer de manera clara y distinta, porque yo sé que una figura de mil lados tiene las propiedades de una figura de un lados. Descartes mismo había calculado que a tantos lados corresponden tantos ángulos y otras propiedades más. Pero no puedo imaginármela. Al imaginármela me imagino una figura de muchísimos lados, pero no puedo saber con toda claridad y distinción que son precisamente mil. No puedo extraer de ahí ningún conocimiento claro y distinto. Entonces, en el caso de la figura de mil lados sí puedo ver la diferencia entre lo que es imaginar y concebir intelectualmente.
En la imaginación, entonces, la mente se vuelve a lo que
no es pensamiento. Deja de considerar pensamiento e ideas y se pone a considerar lo que es cuerpo. El hecho de que yo tenga algo así como imaginación debería ser ya un indicio de que hay algo más que el mero pensar, porque para algo me dio la naturaleza o Dios esa facultad de imaginar junto a la de pensar. Pero, claro, esto es totalmente conjetural. Esta facultad de imaginar es la que se encargaba de representarme las cosas que yo conocía mediante los sentidos, es decir, las cosas materiales. Es la que se encargaba de decirme que esas cosas que no son yo existían y que eran de determinada manera. Ese volverme hacia el cuerpo era lo que me impulsaba, entonces, a conocer y a juzgar e incluso admitir la existencia de cosas materiales.
Pero, sobre todo, también me suelo volver con este modo
de pensar, que es referido al cuerpo, hacia mí propio cuerpo en especial, entendiendo todavía de una manera confusa e indemostrada que me pertenece de una especial manera, y que estoy unido a él -como ente pensante- de una manera extraordinariamente íntima, tanto que es inseparable. Ni siquiera como el piloto en su navío dice Descartes para que 14 Historia de la Filosofía Moderna, 10
no lo condenen a la hoguera como lo condenaron a Bruno,
porque si yo estuviera en mi cuerpo como el piloto en su navío sabría intelectualmente cuando algo anda mal por ahí, así como el piloto ve que en su navío hay un desperfecto. Pero no es así, yo tengo inmediatamente presente el dolor que me causa la cosa que anda mal por ahí, que me lastima. Pienso inmediatamente no sólo que ese dolor es algo que me pasa como un modo de mi pensar, sino que es algo que está pasando en mi propio cuerpo y que incluso remite o refiere a otro cuerpo externo respecto de mi cuerpo, que es el que me está hiriendo, por ejemplo.
Todas estas cosas las tenía yo por verdaderas. Creía que
tenía conocimiento sensible de otros cuerpos por sensación. Creía que los cuerpos tenían cualidades sensibles por las que podían distinguirse unos de otros y todo eso. Todo esto es un conocimiento de los cuerpos que me viene solamente por la imaginación y que no está en modo alguno demostrado. Había algunas cosas, como, por ejemplo, las ideas presuntamente provenientes de cuerpos externos efectivamente existentes, que tenían cierta vivacidad superior y además tenían la propiedad de ser independientes de mi voluntad. Tenerlas o no tenerlas no dependía de mi voluntad. Estas eran algunas de las razones que me hacían pensar que, en realidad, todos los contenidos de mi pensar tenían su origen en sensaciones provenientes de los sentidos, es decir, tenían su origen en cuerpos exteriores. Uno podría plantearse esto casi como un dilema. Tengo una imaginación que naturalmente me empuja a pensar que distingo los cuerpos por las cualidades que tienen, que los cuerpos existen, que cuando los cuerpos se resisten a mí o me molestan o me resultan agradables es porque efectivamente tienen propiedades que son capaces de afectarme. La naturaleza me ensaña esto.
Es ahora un poco incómodo decir que la naturaleza me
engaña con esto, porque hemos demostrado que la naturaleza es básicamente Dios, que es quien creó todos estos conjunto de cosas y también es el que creó en mí la imaginación y todas estas convicciones. De manera que habrá que encontrar la manera de rehabilitar esta naturaleza.
Esa es una tarea que tenemos que hacer, porque la duda
eliminó todas estas creencias en los testimonios de los sentidos, eliminó toda esta fe que yo le prestaba a la imaginación y a sus representaciones. Ese era el antiguo punto en el que estábamos. Pero vemos aquí cómo está presentado en este primer movimiento la imaginación. Historia de la Filosofía Moderna, 10 15
Tenemos, me parece, en esta ordenación un poco precaria
de la argumentación de la "Sexta Meditación", esta primera construcción auxiliar, que es la construcción de la imaginación, con todo lo que tiene de dudosa y con todos los títulos que puede presentar de legitimidad. Después que llegamos a la "Tercera Meditación", en la que conocimos la existencia de Dios, que refrendamos también en la “Meditación Quinta”, nuestra posición respecto de la duda cambio. Es decir, no es que dejemos de dudar, no es que dejemos de retroceder y de retener nuestro juicio ante cualquier cosa que parezca oscura y confusa, sino que sí sabemos que lo que se presenta clara y distintamente podemos afirmarlo porque está fuera de duda.
Entonces, yo conozco clara y distintamente algo es
porque puede ser hecho por Dios tal como yo lo concibo. Esto es lo que en otros texto Descartes llamó la distinción real. El texto de la distinción real es un instrumento importante dentro de nuestra reflexión cartesiana. Si nosotros podemos conocer una cosa como sustancia completa, es decir, como una sustancia dotada de tales formas o atributos que basta para que yo sepa que es una sustancia, entonces, digo que se distingue de otra sustancia y que es verdadera y realmente separada. Cito el texto de Descartes:
“La distinción real, en sentido propio, solamente existe
entre dos o más sustancias, y percibimos que ellas son distintas realmente unas respecto de las otras tan sólo porque podemos entender a una sin la otra con claridad y distinción.”
Hasta ahí la cita sobre la distinción real. Esta es una
cita del párrafo 60 del Libro 1 los Principios de filosofía. Esta distinción real, entonces, me dice que si yo puedo concebir clara y distintamente una cosa sin la otra es porque son verdaderamente diferentes, porque se distinguen y no pueden confundirse ni mezclarse. Pero, claro, yo me conozco a mí mismo sin nada que tenga que ver con el cuerpo, me conozco como cosa pensante. Mi esencia consiste pura y simplemente en ser yo pensante. Quizás tenga cuerpo y quizás esté íntimamente unida a él. Pero tengo la idea clara y distinta de mí mismo como cosa pensante, y para esta idea no necesito en absoluto tener cuerpo, y, por otra parte, tengo clara y distinta idea del cuerpo como sustancia extensa, no pensante. 16 Historia de la Filosofía Moderna, 10
Entonces, me doy cuenta de que la sustancia pensante y la
sustancia extensa son realmente sustancia diferentes.
Las facultades de imaginar o de sentir, entonces, en la
medida en que son facultades que se refieren a cosas extensas no son necesarias para mi esencia. Puedo concebirme clara y distintamente sin ellas. Mientras que las propiedades corporales como moverse, tener una determinada figura, cambiar de figura, etc., requieren de un substrato extenso, una sustancia extensa, en la que inhieren. En los conceptos de ésta propiedades está clara y distintamente alguna extensión. Estas son, entonces, las construcciones auxiliares que hasta ahora necesitábamos para encarar el teorema de la existencia de las cosas. Vamos a ver ahora ese teorema con más detalle.
Yo tengo, entonces, una facultad de sentir, una facultad
pasiva, una facultad de recibir ideas de cosas sensibles. Esta facultad no tendría empleo si no tuviera cosas sensibles que produjesen esas ideas. Si no hubiese algo que produjese esas ideas de manera que yo pudiera recibir pasivamente las ideas así producidas. Eso que produce las ideas puede estar en mí o puede estar en otra cosa. Hemos visto otras veces que pudiera ser que yo estuviera todavía soñando y que de mi fondo inexplorado surgiesen estas representaciones, estas ideas de las cosas sensibles, y que yo creyera que las recibo pasivamente cuando, en realidad, soy yo mismo el que las está produciendo. Pero, la facultad misma de producir ideas de cosas sensibles no presupone necesariamente nada intelectual. El martillo que me pega en la cabeza no tiene la menor sensibilidad, no piensa, y, sin embargo, me produce la idea de algo sensible y de un fuerte dolor. La pared que yo estoy mirando produce en mí la idea de pared -como cosa sensible- y, sin embargo, ella misma no tiene nada mental. Es decir, sea lo que fuere lo que produce mis ideas de cosas sensibles, a la esencia de ese productor de ideas de cosas sensibles no le pertenece necesariamente el pensar. A mí me pertenece necesariamente el pensar, porque yo soy una cosa que piensa. De manera que no puede haber en mí algo que no tiene nada que ver con el pensar -como es esta propiedad de producir cosas sensibles-.
Por tanto, puedo deducir de ahí que las ideas de cosas
sensibles no están producidas en mí por mí mismo. Debe estar, entonces, el origen de estas ideas de cosas sensibles en algo que está fuera de mí. Puede estar fuera de mí de dos maneras. Puede estar fuera de mí realmente o -como diría Descartes- formalmente fuera de mí, es decir, pudiera ser que las ideas Historia de la Filosofía Moderna, 10 17
que yo recibo estuvieran producidas por algo que se
corresponde exactamente a aquello que yo recibo, o puede ser que estén en mi mente, es decir, puede ser que estén producido por algo que no es en nada parecido a lo que yo recibo, pero que tuviese tanta realidad y tanta potencia que fuera capaz de producir lo que yo recibo también como un producto menor. Por ejemplo, pudiese ser que Dios mismo fuera -como dice Bekerley- el que produce en mí todas mis percepciones haciéndome soñar éstas cosas, o bien pudiera ser que le hubiera encargado a otro espíritu poderoso que produjese en mí éstas ideas de cosas sensibles. Pero si estuviese formalmente en algo la facultad de producir en mí la idea de cosas sensibles, esa cosa en la cual residiese esa facultad, sería, precisamente, un cuerpo sensible. Y si estuviese eminentemente sería Dios u otra cosa más noble que el cuerpo lo que produce en mí eso.
Pero, ahora bien, la veracidad de Dios garantiza que el
origen de las ideas tenga formalmente y no eminentemente la realidad objetiva que tiene mi idea. Les leo el pasaje. Dice Descartes:
“Pero, puesto que Dios no es engañoso es manifiesto
universalmente que no ha de poner en mí estas ideas de manera inmediata ni tampoco mediante alguna otra creatura, en la cual la realidad objetiva de estas idea esté de manera no formal sino eminente, porque no me ha dado ninguna facultad que esto es así y, en cambio, me ha dado una gran propensión a creer que las ideas éstas se originan en las cosas corpóreas. Si esto es así, no veo cómo podría salvarse de la acusación de ser engañador si las ideas no fueran emitidas por otras cosas que no fueran las cosas corpóreas.”
Es decir, se repite aquí aquella estructura que
conocíamos ya de nuestro largo ejercicio de la primera prueba de la existencia de Dios, aquella de la realidad objetiva. Yo tengo en mis ideas no sólo representaciones de características de las cosas, sino que mis ideas representan también cierto grado de realidad que les atribuyo a las cosas. Este grado de realidad requiere, al igual que en el caso de la existencia de Dios en la "Tercera Meditación", una realidad que la haya producido ya sea formal o eminentemente. 18 Historia de la Filosofía Moderna, 10
Todo esto es para hacer ver que la prueba de la realidad
de las cosas se basa también en un análisis de las ideas. No ha salido nunca Descartes, ni siquiera ahora, del análisis de las ideas. Ni siquiera cuando demostró la existencia de Dios salió de un análisis de las ideas, a pesar de que logró demostrar que el análisis mismo de las ideas remitía a una existencia autónoma, separada de las ideas, pero ni siquiera, entonces, quiso salir de las ideas, que son lo único que tengo a mi disposición, lo único claro, distinto y certificado.
¿Cuál es la prueba de todo esto? Yo tengo en mí estas
ideas de la imaginación, ideas que me remiten a cosas que la imaginación me presentan como efectivamente existentes. Pudiera ser que fuese todo un mundo soñado y que no fuera así, pero de todas maneras estas ideas tienen en sí esa realidad representada, esa realidad que llamamos realidad objetiva. Pero a esta realidad objetiva ha de corresponderle necesariamente un modelo, que es o bien una realidad formal, es decir, una realidad equivalente, que fue el modelo de la realidad representada contenida en la idea como espejo de la cosa, o bien una realidad eminente, es decir, una realidad que supera en mucho a la realidad de la idea, pero que tiene la facultad de producir esta representación de realidad dentro de la idea misma.
Yo tengo la inclinación fuerte de atribuir la realidad a
la cosa real, de pensar que el origen de la realidad representada en mi idea es una cosa real que corresponde formalmente a la cosa representada. No tengo método alguno, indicaciones o preceptos, que me permitan corregir eso en el caso que sea una inclinación errónea. Esto es importante. Porque si yo tuviera, como tengo en el caso del método en general, preceptos seguros que me dijeran que no hay que proceder aquí, entonces, debería atenerme a ellos y sería yo el culpable de errar atribuyendo realidad a donde no la hay. Pero no lo tengo. Dios me ha dado tanto la inclinación fuerte a esperar que haya realidad formal allí donde yo tengo realidad objetiva, cuanto la imaginación en general para representarme objetos materiales. No me ha dado ningún medio de corrección en caso de que esto fuera erróneo.
Entonces, se haría él mismo culpable de engaño si me
hubiera dado la propensión sin darme un instrumento para corregirla en caso de que fuera errónea. Por tanto, tengo que admitir la propensión como legítima. ¿La propensión es propensión a qué? Es propensión a esperar que los objetos de Historia de la Filosofía Moderna, 10 19
mis ideas tengan tanta realidad formal cuanta realidad
objetiva tengo en mis ideas mismas de cosas materiales.
Estudiante: (...)
Profesor: Esta no es ya una prueba a priori como lo fue
la del argumento ontológico, sino que parte de la comprobación de que encuentro en mí la posibilidad de dirigir mi mente a cosas que no son puros pensamientos, sino que son aparentemente cosas extensas, y que al dirigirlas allí se producen en mí ideas de cosas materiales, y que esas ideas de cosas materiales guardan en sí una realidad objetiva de esas cosas materiales y que tengo en mí la propensión irresistible de pensar que a esas realidades representadas les corresponden realidades formales en las cosa mismas. El otro elemento auxiliar es que Dios me garantiza que si tengo una propensión para la cual carezco de correctivos ha de ser una propensión legítima y verdadera. Con esto está probando que tienen una realidad formal equivalente a la realidad objetiva que tiene la idea de las cosas en el pensamiento, y que, entonces, existen fuera del pensamiento.
Traten de recordar la distinción que hicimos entre
realidad formal y realidad objetiva. Realidad formal es algo muy preciso, es algo semejante a lo que los escolásticos llaman actualidad, es decir, ser en acto, ser en la naturaleza. Realidad objetiva no es ser en acto sino estar como representación de ese acto, en el pensamiento. Obviamente que esto atenta contra nuestros hábitos lingüísticos corrientes.
Veamos, entonces, nuevamente el caso de Dios. Para
Descartes es vital tener un Dios efectivamente existente. Precisamente, cuando pienso la esencia de Dios veo que a esa esencia le corresponde la existencia actual. Esto me sirve como demostración de que Dios real y verdaderamente existe fuera de nuestro pensamiento. Mi pensamiento jamás va a poder pensarlo sin existencia. Esto prueba y demuestra que Dios efectivamente existe. Y desde su existir Él mismo garantiza, así como garantizó la legitimidad de la luz natural, garantiza la legitimidad de la propensión natural e irresistible que tengo a dar por real el origen de mis ideas sobre la mera base de que en mis ideas hay un contenido de realidad representada. 20 Historia de la Filosofía Moderna, 10
Entonces, para no ser engañador Dios debería haberme
dado algún medio de corrección si me daba la inclinación a creer que mis representaciones objetivas tenían un origen en cosas efectivamente existentes. No me lo dio, entonces, como no puedo hacerle el reproche de que sea efectivamente engañador, esa propensión ha de ser correcta. Por tanto, Descartes dice “las cosas corpóreas existen”, aunque quizá no sean tal como las conocemos por los sentidos pero sí tal como nos las enseña la matemática. Incluso podemos conocer hasta cierto punto una gran cantidad de detalles. No sabemos si las cosas son tal como nos la muestran los sentidos, no sabemos si esto es efectivamente con estos colores y estas formas, pero sí sabemos su aspecto matemático, sabemos además que ha esa geometría del escritorio se agrega la efectiva existencia. Aquí termina el teorema de las cosas materiales y estamos, de algún modo, certificados en nuestra vigilia. Hemos despertado. Sabemos que no estamos durmiendo y representándonos cosas que no existen, sino que estamos en una interacción con cosas efectivamente existentes y que nuestras representaciones corresponden a cosas efectivamente existentes, aunque no sean las cosas tal como nos las representan los sentidos.
Pero, entonces, hemos certificado aquí lo que la
naturaleza nos enseñaba. Dios no engaña, Dios les ha dado a mis facultades todos los medios para corregirse, para enmendarse, en la medida en que sea posible. Cuando no es posible eso se supone que no nos habrá engañado a propósito, sino que ahí acertamos sin ninguna posibilidad de error. Fíjense como hasta el método para la corrección y enmienda de los errores y engaños aparece en este pasaje como un don divino.
Entonces, si existen las cosas materiales nos
encontramos con una dificultad terrible. Hasta ahora veníamos siendo sustancias pensantes y ahora resulta que existen las cosas extensas, los cuerpos, y principalmente existe el cuerpo de cada cual. Esta naturaleza cuya buena enseñanza acabo de demostrar me enseña que tengo un cuerpo. No sé si será exactamente como yo siempre me ha parecido, pero tengo aquello que había puesto en duda en la “Primera Meditación”. Me enseña, entonces, que tengo un cuerpo. De manera que este compuesto de cuerpo y mente, este compuesto que conoce a través de los sentidos con un conocimiento que tiene cierta verdad, todo esto funda un nuevo modo de conocer mixto que va a tener que ser examinado cuidadosamente para evitar caer en el error. Para evitar afirmar cosas como que existe el vacío o que las propiedades que yo percibo en las cosas (las Historia de la Filosofía Moderna, 10 21
propiedades secundarias) existen en las cosas mismas. Estas
son cosas que Descartes niega. Porque si bien existen las cosas ahí, si bien existe los cuchillos, el dolor que me causa el cuchillo cuando se clava en mi carne no es una propiedad del cuchillo, es algo que ocurre en mí. Sería apresurado -dice Descartes- decir que el dolor del calor que podría llegar a quemarme es algo que está en el fuego, sino que es una idea de dolor y de quemazón que surge en mí a partir de la interacción con el fuego.
De manera que, estoy muy expuesto ahora a apresurarme y
a dar por verdadera ciertos conocimientos que no lo son, y que surgen en mí por este nuevo hecho de ingresar en mi reflexión los conocimientos originados en la unión del cuerpo y la mente. Mi naturaleza, entonces, me ensaña que tengo cuerpo, que estoy unido íntimamente a él, que hay otros cuerpos a mi alrededor que tienen cualidades que sólo corresponden a las cualidades secundarias que conozco por los sentidos, que pueden afectarme de manera favorable o desfavorable. Y esta naturaleza que me enseña esto, en última instancia, no es otra cosa que Dios mismo con toda la responsabilidad que tiene de no engañarme.
Pero, entonces, resulta que esta nueva disposición en
que me encuentro (de ser un ente mixto de cuerpo y espíritu), por un lado, me hace conocer con la garantía de Dios un montón de cosas en la naturaleza y, por otro lado, me empuja a errores, y estos errores tienen que ser justificados. Por eso la última parte de la "Sexta Meditación" contiene una especie de teodicea, una especie de justificación de la posibilidad de errores sensibles por el conocimiento sensible para mostrar que no es Dios el responsable de ellas. Pero eso es algo que no vamos a ver porque ya no nos queda tiempo.
De todas maneras, hemos llegado a justificar
definitivamente el conocimiento natural, no sólo el puro conocimiento de mí mismo, no sólo el conocimiento de mis ideas que me llevó al conocimiento de Dios en la primera demostración, no sólo, después, los conocimientos de esencias y de objetos geométricos, sino que ahora también se justifica el conocimiento de los objetos, el conocimiento natural. Se reivindica, se vuelve a instalar en su legitimidad, todo ese conocimiento que se había puesto en duda. Esta es la finalidad de la “Meditación Sexta”. La "Sexta Meditación" termina con una completa reivindicación de la posibilidad de conocimiento. Quedan levantadas todas las dudas. Ofrece, incluso, una nueva demostración contra el argumento del sueño. Queda legitimado el conocimiento en la medida en que 22 Historia de la Filosofía Moderna, 10
se base en las facultades que tenemos, en la medida en que se
base en los preceptos metódicos que hemos establecido y que son los únicos que lo pueden garantizar. Dios es la garantía del método y la correcta aplicación del método es la garantía del conocimiento verdadero. De manera que, todo este gran trabajo que hicimos viene a comprobar que el punto de partida, que era el Discurso del método, que era aquella búsqueda de la posibilidad de un conocimiento definitivamente verdadera, es decir, una reivindicación de la luz natural.
Se produjeron muchas cosas metafísicas. Entre ellas la
distinción real de la mente y el cuerpo, la existencia de Dios, etc.. Pero todo esto estaba orientado pura y exclusivamente a la legitimación de aquel instrumento formidable que es la luz natural y su estructura metódica. A partir de ahí Descartes se va a lanzar a la conquista de la realidad natural. Esa conquista es la misma de nuestra civilización técnica, que arranca en este momento en que se dice que la razón hipermatemática, es decir, la razón de estructura matemática, es el encargado de conocer, interpretar y dominar el mundo. Eso es lo que Descartes empezó.