Está en la página 1de 2

Kant elabora en la Critica de la razón pura dos tratamientos diferentes a la

refutación al idealismo, uno en la primera edición, y otro en la segunda edición.


Abordaremos, en lo que sigue, la primera formulación.
Kant establece una distinción entre su doctrina, a la que denomina idealismo
transcendental y el pensamiento de Descartes, al que llama realismo transcendental.
La división entre ambas doctrinas reside en la constitución de los objetos externos.
Para Descartes, la existencia solo está asegurada en el sujeto, mientras que de los
objetos externos, dicha existencia, solo puede ser inferida a partir de las percepciones
subjetivas. En este sentido, para el pensamiento cartesiano, solo existe el sujeto y
luego, a partir de la mediación de las percepciones, se infiere la existencia de un
mundo exterior. Esta «existencia engañosa» de los objetos externos Kant la denomina
«idealidad de los fenómenos externos» o idealismo. En oposición a dicha doctrina, el
filosofo alemán propone el dualismo, esto es, la aserción de una «posible certeza» de
los objetos externos.
Reconstruyamos, en lo que sigue, los principios del realismo transcendental
del modo en que lo concibe Kant. En primera medida, tiempo y espacio, para esta
doctrina, son algo dado en sí. De este modo, los objetos externos se consideran como
cosas en sí mismas, independientes de la sensibilidad del sujeto. Ahora bien, tal como
expresábamos anteriormente, las representaciones de los sentidos solo pueden
admitir una existencia dudosa de los objetos externos. El conocimiento del mundo
exterior es mediado por los sentidos, a diferencia del modo inmediato en el que el
sujeto se percibe internamente.

Kant, por su parte, entiende que el proceso cognoscitivo está compuesto por
tres elementos: el sujeto, el fenómeno y la cosa en sí. El sujeto, por medio de sus
representaciones, determina al objeto y lo vuelve cognoscible. El espacio y el tiempo
son, advierte Kant, representaciones a priori que posee el sujeto como formas de
intuición sensible. En este sentido, estas formas, en tanto condiciones subjetivas, no
forman parte de la constitución de la cosa en sí, sino que solo conforman la condición
de posibilidad de representación de la cosa en tanto fenómeno. En otras palabras, el
objeto fenoménico se constituye a partir de las formas de la sensibilidad, esto es,
tiempo y espacio, que imprime el sujeto. El espacio, tal como quedó expuesto en la
estética transcendental, siendo este forma del sentido externo, es el presupuesto por
el cual los sentidos pueden concebir a los objetos como externos y, a su vez,
distinguidos entre ellos.
Ahora bien, en lo que concierne a la cosa en sí, Kant afirma que su existencia
no es inferida, sino que su realidad efectiva se prueba por medio de la percepción
inmediata del fenómeno. En este sentido, señala el filósofo alemán, el idealismo
transcendental puede ser entendido como un realismo empírico y, por ende, un
dualismo, dado que, por medio de la conciencia, asentándose en la certeza de las
representaciones, se admite la existencia efectiva de la materia. Kant afirma:
“[…] existen las cosas externas, exactamente como existo yo mismo; y ambos sobre el
testimonio inmediato de mi conciencia de mí mismo […]. En lo tocante a la realidad
efectiva de objetos externos, no tengo necesidad de inferir, así como tampoco lo tengo
en lo tocante a la realidad efectiva del objeto de mi sentido interno (mis pensamientos);
pues tanto uno como otro no son nada más que representaciones, cuya percepción
inmediata (conciencia) es a la vez una prueba suficiente de la realidad efectiva de ellas.”
(KrV, A371)

Tal como indica el pasaje citado, Kant equipara, en contraposición con la tesis cartesiana, al
sujeto con el objeto en tanto que ambos se constituyen como fenómenos, con la salvedad de
que el objeto se da en el espacio y el tiempo, mientras que el sujeto solo se concibe desde lo
temporal. En este sentido, en tanto fenómenos, ambos pueden ser conocidos, mientras que
considerados como cosas en sí son incognoscibles.

También podría gustarte