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La experiencia adolescente.

A la búsqueda de un lugar en el mundo1


Amparo Moreno
Cristina del Barrio

Capítulo 2:

El desarrollo físico y sus efectos psicológicos durante la adolescencia

"Se le da más importancia ai cuerpo, a ta impresión que se lleven de ti...


te cuidas más. Me importan los granos, llevar el pelo limpio... "
Alba (15 años)2

"Noté que me hacía más alto, más fuerte...


me cambió la voz, pero sobre todo la estatura"
Adrián (17 años)

Cuando se pregunta a una persona cualquiera qué es lo que en su opinión caracteriza a la


adolescencia o qué recuerda de su experiencia como adolescente, por lo común sus respuestas no dejan
de aludir a los cambios de tipo biológico que ocurren en esos años. Probablemente, se trata, de los
aspectos más llamativos, no sólo porque son evidentes para uno mismo y para terceras personas, sino
porque generalmente son el primer síntoma de los numerosos fenómenos que caracterizan a esta etapa
del ciclo vital,
La psicología de la adolescencia tampoco ha sido ajena a ese aspecto. La relación entre la pubertad
y la aparición de nuevas conductas fue ya objeto de teorización en la obra de Stanley Hall (1904).
Posteriormente motivó algunas investigaciones longitudinales dirigidas por Mussen en California. A
mediados de los años setenta, y entre otros muchos estudios que bajo la influencia de los cambios
sociales relacionados con los movimientos del '68 miraban con un nuevo interés la adolescencia y la
juventud, dos informes (Petersen, 1988) se centraron en la importancia potencial de la adolescencia
temprana en el desarrollo personal. En esa etapa en la que se pasa de la infancia a la adolescencia, la
pubertad desempeña un papel crucial, por lo que uno y otro informe fomentaron una gran cantidad de
investigaciones que incluían la pubertad como variable central.
La importancia psicológica del conjunto de los cambios físicos puberales no sólo reside en los
propios cambios físicos que experimentan la chica y el chico durante la adolescencia, que los hacen
aparecer a sí mismos y ante los otros como un individuo diferente a la niña o niño que eran, sino en la
manera en que el adolescente vive esos cambios, cómo los interpreta e integra en su visión de sí mismo.
Las repercusiones psicológicas de estos cambios físicos han hecho de su conocimiento un contenido
relevante para la psicología y la medicina, así corno para los profesionales de la educación que trabajan
directamente con adolescentes, por no mencionar a las madres y padres que viven con ellos. Un buen

1
Editorial Aique, Buenos Aires, 2000.
2
Se han sustituido los nombres reales para preservar la intimidad de los adolescentes cuyas entrevistas se extractan a
lo largo del libro.

1
ejemplo de este interés, científico procedente de varias disciplinas es el trabajo del médico británico
Tanner, cuyas obras sobre las etapas de crecimiento biológico y los factores que afectan al mismo, en
particular durante la adolescencia, son un punto de referencia obligado no sólo para los médicos sino
también para los psicólogos del desarrollo dedicados a la etapa adolescente.
Pero ¿qué se entiende por pubertad? ¿Cuál es la relación entre pubertad y adolescencia? ¿Cuándo
y cómo surge en chicos y chicas?

La pubertad: qué, cuándo, cómo


Definición de pubertad
La pubertad es el largo proceso de cambios biológicos diversos que desembocan en la maduración
completa de los órganos sexuales y, por tanto, en la capacidad de reproducción, y cuyo comienzo entre
los 9 y 16 años, marca el inicio de la adolescencia. El término en su origen debió referirse a la aparición
del vello púbico, ya que está emparentado con los términos latinos pubertas [vello/barba;
pubertad/mocedad] y pubes (pubis; juventud] (Diccionario Ilustrado Latino-Español VOX), cada uno
de los cuales reúne en sus dos acepciones un elemento anatómico y una etapa del ciclo vital, lo que
indica que ya desde antiguo, el final de la niñez era claramente marcado por hechos fisiológicos.
Pero en la pubertad no sólo se producen cambios en las características sexuales primarias y
secundarias, sino también en las distintas estructuras y fisiología general del individuo: así, en el
tamaño del cuerpo, en su forma —debido a una nueva proporción relativa entre músculo, grasa y
huesos— y en diversas funciones vitales. La pubertad es un acontecimiento correspondiente a la vida
física de la persona con implicaciones más o menos profundas en su vida psíquica.

Los indicadores de la maduración


Esta multitud de cambios en el funcionamiento fisiológico y en la morfología corporal, obedecen
a un mecanismo cuya naturaleza exacta no está del todo definida, pero que parece depender del
hipotálamo, una parte del cerebro del tamaño de una canica, que regula la acción encadenada de
diversas glándulas endocrinas. El proceso se inicia cuando el hipotálamo manda señales —mediante
una hormona— a la hipófisis o glándula pituitaria (situada en la base del cerebro) para que libere en la
sangre las hormonas conocidas como gonadotropinas. Suele ocurrir durante el sueño y un año
aproximadamente antes de que se manifieste cualquiera de los cambios físicos asociados a la pubertad.
Las gonadotropinas provocan que las glándulas suprarrenales y las gónadas o glándulas sexuales
(ovarios en la mujer; testículos en el hombre), aumenten su producción de estrógenos y andrógenos.
Estas hormonas ya estaban presentes desde el nacimiento, tanto en las niñas como en los niños, en
proporciones muy similares. Pero en la adolescencia, el nivel de andrógenos, por ejemplo, la
testosterona, producido por los chicos es entre un 20 y un 60% superior al producido por las chicas,
mientras que el nivel de estrógenos en éstas es entre un 20 y un 30% superior al de los chicos.
Por otro lado, la hipófisis también secreta la hormona del crecimiento, que afecta al crecimiento
total y al moldeamiento del esqueleto. Todos estos mecanismos biológicos son responsables de los
fenómenos que indican el paso de la infancia a la edad adulta en términos biológicos. Los marcadores
que suelen utilizarse son: el "estirón" en estatura, el desarrollo de las características sexuales
secundarias y la fecha —o la edad— de aparición de la primera menstruación (menarquia). Con menor
frecuencia se citan ciertas características del desarrollo somático que se modifican: la forma del cuerpo,
la piel, el vello facial, el vello axilar; las proporciones entre tronco y extremidades, el modo de caminar
se hace más descoordinado, comparado con el modo infantil, antes de que se estabilice la marcha
adulta; el cambio de voz ligado a un aumento —más importante en los chicos— de la laringe (Tanner,
1962, 1978). Dadas las enormes diferencias individuales en una misma edad cronológica en la

2
aparición de estos síntomas de maduración puberal, la edad por sí sola no puede utilizarse como índice
del desarrollo puberal (Rodríguez-Tomé, 1997).
La diferente proporción de hormonas sexuales es responsable de las características masculinas o
femeninas y, por tanto, de la enorme variabilidad entre sexos en el tipo de cambios —con el
dimorfismo sexual consiguiente— y en el momento en el que se producen. En general, las niñas
empiezan a experimentar los cambios asociados a la pubertad alrededor de los 11 años como promedio
(entre 9 y 13 como rango normal), dos años antes que los chicos, quienes alrededor de los 13 perciben
los primeros cambios.
Al mismo tiempo, existen variaciones individuales muy amplias dentro de cada sexo. Esto explica
que haya, por ejemplo, niñas que conservan su aspecto infantil a los 13 años, mientras que otras de la
misma edad parecen mujeres. Otro tanto ocurriría con los chicos a los 15 años. De hecho se considera
(teniendo en cuenta uno y otro sexo) una pubertad normal la que tiene lugar entre las edades de 9 y 18
años. Esto refleja un hecho endocrinológico: el hipotálamo no desencadena la liberación de
gonadotropinas en igual momento en cada persona. Se ha señalado también la influencia de factores
ambientales en esta diferencia: en altitudes superiores, antes; con malnutrición, una historia infantil de
privación afectiva o una situación de pobreza, más tarde. Evidentemente, esto no significa que todos
los chicos o chicas que experimentan un ritmo de desarrollo puberal más lento hayan sufrido
necesariamente este tipo de carencias. La figura 2.1. ilustra los dos fenómenos de la variabilidad entre
sexos en la forma y el momento de los cambios y de la variabilidad interindividual dentro de un mismo
sexo.

Por otro lado, existe además una variación intraindividual, ya que no se da una sincronía en el ritmo
con el que se pasa por estos cambios. Así, el chico puede tener un ritmo de crecimiento en estatura
más bien lento, comparado con el desarrollo de sus órganos genitales, mientras que la chica empieza
con el desarrollo del pecho muy pronto, entre 10 y 11 años y no lo acaba hasta que se han completado
todos los otros cambios asociados a la pubertad, unos siete años más tarde; por el contrario, su aumento
en altura puede tener lugar en la mitad de ese plazo. La sucesión de los cambios, que aparece para cada
sexo en la tabla siguiente, sí es más uniforme aunque diferente para cada sexo y, por lo tanto,
relativamente predecible.

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TABLA. 1. Secuencia de cambios puberales según el sexo (Tanpo variable).

chicas edades chicos

Botón o yema mamaria. 10-11


Crecimiento testículos, escroto
Inicio del "estirón" de estatura
Crecimiento pene, vello púbico
Vello púbico ligero y claro
Inicio del “estirón” de estatura
Crecimiento útero/vagina 11,5-13

Vello púbico liso y pigmentado


Vello púbico liso y pigmentado
Voz ligeramente más profunda
Primeros cambios de voz
Vello púbico ensortijado 11-14
Crecimiento rápido del pene,
Máximo crecimiento en estatura
testículos
(pico).
Primera eyaculación de semen
Crecimiento de senos, pigmentación y
Vello púbico ensortijado
elevación pezones/aureola
13-16 Máximo crecimiento estatura
Menarquia
Vello axilar - inicio

14-16

Rápido crecimiento vello axilar


Vello axilar – inicio
Pelo facial (orden definido)
Forma adulta de los senos
16-18 Marcado cambio de voz

Transformaciones puberales

El crecimiento físico y la morfología corporal

No es difícil observar cómo, entre los 11 y 16 años, los chicos y las chicas crecen más rápido que
en años anteriores y posteriores, a excepción de los dos primeros años de vida. Este crecimiento de
distintas partes del cuerpo llega a cambiar el aspecto de la persona y, a diferencia del bebé, el
adolescente toma conciencia de los cambios que le suceden y de sus consecuencias en relación con su
entorno, lo que hace más relevante el crecimiento físico que experimenta.

El estirón. La aceleración de la velocidad de crecimiento en estatura, denominada estirón


adolescente, es el indicador de desarrollo somático más utilizado durante la transición de la infancia a
la adolescencia. Tanner (1962) refiere cómo ya en el siglo XVIII, De Montbeillard en su estudio sobre
el crecimiento de su hijo entre el nacimiento y los 18 años, registraba este súbito cambio en la altura
de su hijo en los años adolescentes (véase figura 2.2).
Desde el nacimiento, la velocidad del crecimiento va aminorándose, siendo mínima en los años
previos a la pubertad. En la adolescencia, la curva se invierte y, tras ese período de declive máximo,
la velocidad de crecimiento empieza a incrementarse. Se pueden distinguir dos momentos en ese
aumento si se poseen datos longitudinales, es decir, medidas repetidas en la misma persona: a), el
inicio del estirón, que corresponde al punto en que el ritmo de crecimiento se hace más rápido, y se

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sitúa hacia los 11 años en la niña y 13 en el niño (con diferencias individuales notorias dentro de un
mismo sexo); y b) el pico de velocidad, que corresponde al momento en que la velocidad de
crecimiento en estatura llega a su máximo, por lo general un año después del inicio del estirón. Las
diferencias individuales son también grandes y naturalmente afectan a la duración del estirón: si una
chica tiene el pico más tarde, quiere decir que la duración de todo su estirón se prolongará más (Tanner,
1978) (véase figura 2. 3).

Tanto el inicio como el pico del estirón de la estatura son buenos índices del estado de desarrollo
puberal. Hay que tener en cuenta que no tienen el mismo significado en ambos sexos: mientras que en

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las chicas el estirón se inicia al principio de la secuencia de cambios puberales y el pico se alcanza
relativamente pronto, comparado con otros fenómenos (habitualmente, antes de la menarquia); en el
chico, la aceleración se inicia cuando el desarrollo de los órganos genitales ya ha comenzado, y el
momento máximo en esa aceleración se produce cuando el desarrollo genital casi ha acabado. Por otro
lado, si el pico en las chicas se produce dos años antes que en los chicos, los primeros signos de
desarrollo de los senos en aquéllas y de los testículos en éstos sólo están separados por seis meses.
Otros indicadores también confirman la distinta posición del estirón dentro de la sucesión de cambios:
sólo nueve meses separan la aparición de vello púbico en chicas y chicos.
Las diferencias entre sexos también afectan a otros aspectos del estirón: si bien empieza antes en
las chicas, también concluye antes en ellas, como promedio hacia los 16 años; los chicos, aunque
empiecen más tarde, aumentan más centímetros por año y siguen creciendo durante más tiempo, como
promedio hasta los 18 años, aunque la altura adulta no termina de alcanzarse hasta los 21 años.

Tamaño y forma corporal. Aunque en los años finales de la infancia, las diferencias entre niños y
niñas en cuanto al tamaño corporal son mínimas, durante el principio de la transición puberal, las niñas
tienen, como media, más altura y peso que los niños, al madurar antes. Se ha comprobado la necesidad
del mantenimiento de un peso mínimo para el desarrollo normal de las reglas y actividad de los ovarios,
y el efecto del ejercicio en el funcionamiento normal de los ovarios (Brooks-Gunn y Warren, 1985).
Cuando se produce el estirón en los niños, éstos alcanzan y sobrepasan a las niñas en tamaño corporal.
Otras dimensiones corporales externas siguen un patrón similar de aumento diferente en uno y otro
sexo, por ejemplo, la longitud de las piernas, la proporción entre distintas partes del cuerpo o la anchura
del esqueleto, lo que contribuye al dimorfismo sexual. El tronco crece después de las piernas, más en
los chicos. También éstos aumentan mucho más la anchura de los hombros que las niñas, mientras que
unos y otras alcanzan una anchura semejante en las caderas. Así, los chicos no sólo tienen hombros
más anchos en términos absolutos sino también en relación con sus caderas; mientras que las chicas
tienen, en comparación con los hombros, caderas más anchas.
La cabeza sufre cambios; aunque el tamaño del cráneo prácticamente había alcanzado el tamaño
adulto alrededor de los diez años, sus paredes se engrosan un 15%. La cara también sufre cambios: la
frente se hace más prominente, las mandíbulas crecen hacia delante, sobre todo la inferior, y la nariz,
especialmente en los chicos, se alarga, por lo cual los ojos quedan más alejados de la boca, lo que
presta a la cara un aspecto menos redondeado que en la niñez. Este efecto no es tan claro en las chicas.
Otros órganos internos también aumentan de tamaño en correspondencia con el incremento general
del cuerpo: el corazón y los pulmones, por ejemplo, siendo mayor el aumento en los chicos, con
implicaciones para la diferente capacidad de ejercicio físico y deportivo.

Composición corporal y funciones fisiológicas. Los cambios en la masa muscular y en e1 tejido


adiposo total son diferentes en chicos y chicas, tanto en términos cuantitativos del incremento que
tiene lugar, como en términos cualitativos: se produce en regiones diferentes del organismo.
En las chicas, tanto la musculatura como la grasa aumentan antes que en los chicos, por el comienzo
más temprano de la pubertad (Chumlea, 1982; Malina, 1990). En cuanto al componente adiposo, las
chicas tienen un mayor porcentaje de peso corporal en forma de grasa en todas las edades, pero su
tejido adiposo aumenta gradualmente desde el final de la infancia y a lo largo de toda, la adolescencia,
mientras que en los chicos es bastante estable hasta el estirón de estatura, cuando empieza a disminuir.
Al mismo tiempo, mientras que las chicas acumulan grasa tanto en el tronco como en las extremidades,
los chicos tienden a acumular más grasa en el tronco que en las extremidades. Se ha señalado la
importancia del papel que parece desempeñar la grasa en la pubertad femenina en el mantenimiento
de las capacidades de gestación y lactación (secreción de leche mamaria).
En cuanto a la masa muscular, las chicas a los 11 años aventajan a los chicos en musculatura (por
ejemplo, localizada en la pantorrilla), aunque enseguida los chicos toman la delantera. De hecho, hacia
los 15 años, el aumento se estabiliza en las chicas y cambia poco durante la vida. La ligera diferencia

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en masa muscular que ya existe al final de la infancia a favor de los chicos (sobre todo en el brazo y la
pantorrilla) se acentúa a partir de los 13 años y llegan a triplicar o quintuplicar la masa muscular de las
chicas al final del proceso. La diferencia es mayor en el brazo que en la pierna. Como estos tejidos
libres de grasa constituyen la parte metabólicamente activa y contienen la mayor parte de nutrientes,
como calcio, hierro y nitrógeno, estas diferencias entre chicos y chicas en el aumento de la masa libre
de grasa tienen repercusiones en los requerimientos nutricionales en la adolescencia, muy superiores
en los chicos (Hernández, 1997). Por otro lado, las chicas tienden a sintetizar grasa.
Relacionado con el mayor aumento de tamaño del corazón y pulmones, en los chicos aumenta la
presión sanguínea y el ritmo cardíaco se hace más lento; tienen una capacidad mayor para transportar
oxígeno, por el aumento de glóbulos rojos cuya hemoglobina es la encargada de transportar oxígeno
de los pulmones a los músculos. En las chicas no parece darse este aumento de hematíes en la sangre.
Gracias a estos cambios, el chico adolescente está más preparado para tareas que impliquen esfuerzo
físico y manipulación de objetos pesados (Tanner, 1978).
Se producen cambios en las glándulas sudoríparas y sebáceas de la piel. Las primeras, sobre todo
las localizadas en las axilas y en la regiones anal y genital, secretan una sustancia grasosa que produce
un olor característico, sobre todo en los varones. Además, por efecto de las hormonas, las glándulas
sebáceas se desarrollan con mayor rapidez que los conductos por los que liberan la grasa que producen.
Al obstruirse los conductos y los poros, la grasa se oxida por efecto del aire creando un punto negro
cuya infección produce el acné, que es otra de las señas de identidad rechazadas a menudo por los
chicos y las chicas adolescentes.

Rendimiento físico. Por efecto de los cambios señalados hasta ahora aumenta al entrar en la
adolescencia la fuerza física y el rendimiento motor y aeróbico, y en todas las edades los chicos
aventajan a las chicas. Las chicas alcanzan su mejor rendimiento en velocidad, agilidad y equilibrio a
los 14 años, mientras que los chicos continúan mejorando. Se constata que algunas chicas, después de
los 16 años, tienen un rendimiento semejante al del chico promedio, pero que sólo una minoría de
chicos rinden tan poco como la chica promedio (Chumlea 1982, Malina 1990).
Se ha estudiado la influencia de los cambios biológicos y el momento en el que se producen en el
rendimiento físico y deportivo de los adolescentes. Así, si en el caso de los chicos, el rendimiento
deportivo se ve favorecido por el mayor tamaño y la mayor fuerza física o el ritmo cardíaco más lento
del que madura temprano; en las chicas, es la que madura tarde la que más a menudo logra un buen
rendimiento y persiste en los deportes al inicio de la adolescencia. Se ha comprobado igualmente un
mejor rendimiento en los chicos en tareas de fuerza, por ejemplo, la fuerza de presión y de arrastre de
la mano, y de desarrollo motor. No obstante, también se ha observado una aparente disminución en el
rendimiento motor de los chicos, lo que ha llevado a concluir que suele relacionarse con el momento
del estirón, en que las piernas se alargan rápidamente, o cuando el tronco tarda en hacerlo, antes de
que el cuerpo alcance la masa total y la fuerza de la musculatura. Como resultado pueden darse
problemas de equilibrio que afecten al rendimiento en ciertas tareas y que contribuyen a esa impresión
de disminución en la capacidad física (Malina, 1990).

Desarrollo sexual

Aparato reproductor y características sexuales secundarias. Los indicadores de la madurez sexual


en la pubertad más utilizados son el desarrollo de los órganos genitales en el chico (testículos y pene),
los senos en la chica y el vello pubiano en ambos sexos. A Tanner se debe una descripción en detalle
de la serie de cambios directamente observables en estos desarrollos ordenada en cinco estadios, que
se ve confirmada por estudios posteriores y permite una comparación interindividual. Junto con el
índice de la menarquia en la chica y el pico del aumento de la estatura en uno y otro sexo, constituyen
las medidas incluidas en el sistema de Tanner para valorar el estado puberal de la persona,
encontrándose correlaciones entre estos datos y la concentración de hormonas en la sangre.

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La aparición de los botones mamarios en las niñas y el alargamiento de los genitales en los niños
son el primer signo de la pubertad. En algunos chicos o chicas, sin embargo, el desarrollo de vello en
el pubis coincide o precede el desarrollo del pecho o de los genitales. Y en las niñas, puede darse el
inicio del estirón a la vez o precediendo a estos cambios en las características sexuales secundarias.
Casi al mismo tiempo en que se inicia el desarrollo mamario, se producen cambios en el útero y
vagina en la niña: ésta se alarga, se engrosa el epitelio vaginal y las membranas mucosas se hacen más
ácidas. Todas las características sexuales secundarias se desarrollan lentamente y así el vello púbico
tarda años en adquirir su aspecto adulto, al igual que el pecho, cuyo crecimiento suele completarse una
vez desarrolladas las otras características sexuales secundarias, después de los 15 años, pudiendo
prolongarse hasta casi los 19.
En los chicos, un año después del crecimiento de los testículos y escroto; y poco después del
comienzo del estirón (alrededor de los 13 años), se produce un alargamiento del pene, acompañado en
general de la aparición de vello púbico, primero en la base del pene, luego rodeándolo y extendiéndose
más tarde hacia las ingles.
Dos años después de la aparición del primer vello púbico —en torno a los 15 años—, en los chicos
aparece vello facial, en un orden definido: primero sobre la boca, después en la barbilla y, por último,
en las mejillas. Dependiendo de factores hereditarios, puede aparecer más tarde mayor o menor
cantidad de pelo en otras partes del cuerpo masculino. Esta diferente distribución del pelo corporal
viene regulada por el efecto inhibidor de los estrógenos que produce en mayor proporción la mujer.
Aunque no es común, en algunos chicos se produce una ginecomastia (agrandamiento temporal de los
pechos) que puede vivirse con bastante ansiedad mientras dura, aunque desaparece al cabo del tiempo
sin dejar huellas.

La menarquia y la espermarquia. La menstruación comienza unos dos años después del comienzo
del desarrollo mamario, uterino y vaginal. La primera menstruación se denomina menarquia y, a pesar
de las grandes diferencias individuales, suele ocurrir hacia los 12 años y medio. Parece tener lugar una
vez que la mujer ha alcanzado suficiente peso para acometer los cambios hormonales que requiere la
menstruación, lo que se ve confirmado por su no aparición cuando hay una pérdida de peso importante,
por ejemplo, en adolescentes anoréxicas. En particular, la menarquia parece depender de la
contribución del estirón al peso total de la chica; mientras que la ovulación y la capacidad de
reproducción parecen depender del aumento de grasa.
Las primeras eyaculaciones en los chicos, o espermarquia, se corresponden con la menarquia
femenina en cuanto que en los chicos señalan la maduración de su aparato reproductor. Sin embargo,
es más difícil determinar el momento en que tienen lugar: suelen pasar desapercibidas si se producen
involuntariamente durante el sueño; si se producen en estado de vigilia, espontáneamente asociadas a
ensoñaciones diurnas o estimuladas por la masturbación, quedan ignoradas por quienes rodean al
adolescente. De hecho no suele utilizarse como indicador de la maduración puberal. En general, las
reacciones de los chicos a la espermarquia son de curiosidad y sorpresa, en todo caso más positivas
como media que las de las chicas a la menarquia.
La aparición de la primera menstruación no suele dejar indiferente a la chica que la experimenta.
En las generaciones más recientes ha dejado de ser la experiencia fundamentalmente negativa que era
tradicionalmente. En esa representación social que aún puede encontrarse en medios más tradicionales,
probablemente ha tenido un papel relevante la visión de la mujer legada por la Biblia y transmitida a
través de siglos por la civilización judeo-cristiana. Según ella, y debido a la menstruación, la mujer era
un ser impuro que no se debía tocar durante todo el período menstrual y en los días premenstruales y
postmenstruales. En numerosas culturas, las menstruaciones son signo de poderes maléficos poseídos
por la mujer, de impureza e imperfección. A ellas se les atribuye la capacidad de contaminar, envenenar
o matar, lo que ha llevado a la segregación, evitamiento y a la restricción de la vida social de las
mujeres. Afortunadamente, la expectativa de las chicas actuales ante la menarquia, si bien no exenta
de cierta inquietud por la posible dismenorrea (dolores menstruales), es más bien de curiosidad. Y su

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reacción un vez experimentada va de la satisfacción a la ambivalencia, como ha encontrado Rodriguez-
Tomé (1997) en una investigación con adolescentes francesas o Brooks-Gunn, con muchachas
norteamericanas (Brooks-Gunn y Ruble, 1982).
Varios estudios encuentran una relación entre el desconocimiento de los adolescentes del
mecanismo biológico de la menstruación y sus creencias negativas acerca de la misma. Amann-
Gainotti (1991), en un estudio realizado con chicos y chicas (pre y post-menarquia) de varias
poblaciones de la Italia centro-meridional y de un nivel socioeconómico medio- bajo, encuentra que
la mayoría tiene un conocimiento deficiente del fenómeno menstrual, peor en las chicas que en los
chicos, incluso después de haber tenido la menstruación. Casi un 20% de la muestra manifiesta
creencias negativas relativas a la sangre menstrual como sucia, impura, inútil, etc. Por ejemplo, una
niña de 11 años y 6 meses que ya tiene menstruación afirma que "es sangre mala, por eso debe salir";
otra, de 12 años y 10 meses sin menarquia aún, afirma "mi madre me ha dicho que es sangre, pero yo
no sé por qué"; otra; de 12 años y un mes: "me han dicho que debe salir porque es sangre dañina para
nuestro organismo". Esta autora relaciona estas concepciones con creencias populares de algunas de
las regiones de las que proceden los adolescentes entrevistados. En otro estudio sobre las concepciones
acerca del aparato reproductor femenino, Amann-Gainotti vuelve a encontrar concepciones pobres y
tergiversadas de la sexualidad femenina. Un estudio realizado en Barcelona señala la influencia del
contexto socioeconómico: las chicas de medios más favorecidos señalan los cambios psicológicos y
de relaciones (hacerse mujer, en el sentido biológico), mientras que las de medios desfavorecidos
mencionan con prioridad los aspectos físicos (dolores e incomodidad) y los riesgos ligados a la
sexualidad (Behar, 1988).
Una educación sexual en casa y en el centro educativo que integre los cambios biológicos dentro
del proceso más amplio de cambios sociales y psicológicos que llevan a la persona a convertirse en
adulta y que permitan considerar la menstruación como un síntoma de salud y no como un castigo, una
incomodidad o una enfermedad, hará que las chicas vivan esa experiencia como algo positivo o cuando
menos con curiosidad, como una manifestación asombrosa de la vida, que tienen el privilegio de
experimentar. Sin duda, esta actitud les permitirá afrontar de manera más adaptativa los problemas que
puedan tener en el curso de sus menstruaciones. El estudio comparativo de Goldman y Goldman (1982)
con niños y adolescentes de varios países encuentra que las chicas y los chicos suecos con una sólida
educación sexual manifiestan un mayor conocimiento del mecanismo biológico de la menstruación y
una actitud más positiva hacia el fenómeno, comparados con sus coetáneos de ambos sexos de Gran
Bretaña, Estados Unidos y Australia.

La evaluación del desarrollo puberal


A partir del examen de las distintas transformaciones biológicas que tienen lugar durante la
pubertad, pueden diferenciarse tres aspectos en el desarrollo puberal:

a) el grado o status de desarrollo puberal, o estado del sujeto en el momento de


observación. Se establece en relación con las características sexuales secundarias a partir de los
cinco estadios propuestos por Tanner (1962): 1) ausencia de desarrollo; 2) desarrollo inicial; 3)
y 4) estadios intermedios y 5) estadio maduro; por ejemplo, G3 se refiere al estadio 3 del
desarrollo genital. En cuanto a la menarquia, se establece un estado premenarquia y un estado
postmenarquia. Ciertos aspectos pueden determinarse por un examen profesional que incluye
desde observaciones clínicas hasta análisis sanguíneos para establecer el nivel hormonal; otros
derivan de autoinformes, proporcionados por los sujetos mediante cuestionarios, entrevistas,
fotografías, etcétera.
b) el momento en que se produce un cambio, por ejemplo, la menarquia en las chicas o la
primera eyaculación en los chicos.

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c) el tempo o ritmo de desarrollo de una característica, es decir, la velocidad por la que se
pasa por los distintos estadios arriba mencionados, establecido con respecto a una población de
referencia, lo que permite considerar al adolescente precoz, normal o tardío, por comparación.

La figura 2.4. presenta el esquema de los cambios físicos en las adolescencias femenina y
masculina, donde pueden apreciarse los tres aspectos arriba mencionados: el desarrollo en etapas de
cada característica, las edades en las que suele aparecer (y edades límite) y, por tanto, el ritmo evolutivo
medio para cada cambio. Los datos de Tanner (1962) se confirman con otros más recientes de
adolescentes norteamericanos y europeos (Chumlea. 1982; Malina, 1989,1990; Hernández 1997).

Los datos sobre la maduración puberal en diferentes poblaciones registrados desde el siglo pasado
apuntan a una tendencia hacia una maduración física más temprana en los últimos ciento cincuenta
años; lo que se ha denominado tendencia secular a la aceleración del desarrollo puberal. Esto significa
que, actualmente, las niñas y los niños comienzan antes los procesos biológicos que suponen el inicio
de la adolescencia y, por tanto, la transición a la edad adulta en el sentido biológico.
Esta aceleración a lo largo del último siglo se ha comprobado, al menos en los países desarrollados,
en cuanto a la estatura, y los datos existentes indican que: a) se comienza antes el crecimiento
acelerado, b) se llega antes a la altura máxima de la persona y c) ésta supera como promedio la estatura
de las generaciones pasadas.
Una aceleración secular aparentemente más relevante que la de la talla es la observada en la edad
de la menarquia. Desde 1830 las chicas, fundamentalmente en los países desarrollados, comienzan su
menstruación tres o cuatro meses antes por década. Así, en la actualidad, la edad promedio se sitúa
entre los 12 años y medio o 13, mientras que en 1850, la edad media era alrededor de los 16 años. Con
todo, esta tendencia parece disminuir en los años recientes.
A propósito de los factores que intervienen en la aparición más temprana de la primera
menstruación, ya sea en disantos momentos históricos, ya sea en distintas poblaciones que vivan en un
mismo momento histórico, se han señalado las condiciones ambientales en que se desarrolla la persona.
Así, en el análisis sincrónico de las diferencias individuales se han desestimado con claridad hipótesis

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legendarias barajadas en el pasado: no hay ningún efecto de la raza o del clima sobre la menarquia
cuando las condiciones de vida son comparables. En cambio, las condiciones de vida favorables, en
términos de salud, higiene y calidad y cantidad de la alimentación, así como influyen en la estatura,
son responsables de una edad más temprana de la menarquia. Registros históricos procedentes de
archivos médicos y militares en relación con la edad de la menarquia y la talla avalan esta conclusión,
que explica igualmente las diferencias individuales que se encuentran en un mismo momento histórico.

La sexualidad adolescente
Aunque la sexualidad está presente a lo largo de toda la vida de la persona, y se ha comprobado el
aumento de interés a lo largo de la infancia (Hite, 1994), los cambios físicos y hormonales
experimentados por el adolescente le permiten intervenir en una mayor variedad de actividades
sexuales. Como señala Glynis Breakweil (1997) en su reciente revisión del tema, los cambios
puberales proporcionan las funciones necesarias pero no determinan la manera en que serán utilizadas,
ni, podría añadirse, que de hecho lo sean. El contexto sociocultural determina la forma que la
sexualidad —tanto biológica como social— adopta en cada edad. En la inmensa mayoría de los casos,
mucho antes de que los cambios tengan lugar se habrá tenido noticia de los mismos. Sin embargo, la
sexualidad toma un significado social diferente tras la pubertad, sobre todo porque a partir de entonces
puede derivar en gestación. Los adolescentes se enfrentan a la tarea de aprender los códigos cambiantes
de la sexualidad: lo que se considera una sexualidad normal en una cultura, será evitado en otra, y en
cada una de ellas cambiará con el tiempo. Esta influencia del tiempo queda, por ejemplo, ilustrada en
el número creciente en los últimos cincuenta años de personas que admiten haber tenido una relación
sexual antes de los 16 años. Como señala Breakweil, el simple hecho de admitir esto es resultado de
una evolución de los códigos dominantes de la sexualidad.
Generalmente, cuando se habla de la sexualidad adolescente, se suele relacionar con la conducta
sexual y sus riesgos, se trate de enfermedades de transmisión sexual o de embarazo. Sin embargo, la
sexualidad es un conjunto de conocimientos —incluyendo la identidad sexual, el conocimiento
biológico—, actitudes y por supuesto, prácticas sexuales. Es preciso ver qué forma adoptan cada uno
de estos aspectos en estas edades.
La curiosidad acerca de la sexualidad caracteriza el comienzo de la adolescencia, pero no parece
durar mucho. En la adolescencia intermedia, la mayoría de jóvenes se consideran suficientemente
informados, lo que no quiere decir que su conocimiento sea correcto. Las investigaciones que intentan
determinar el alcance de ese saber señalan constantes errores de comprensión, no sólo en cuanto a la
anatomía sexual y a la gestación y contracepcion, sino también en cuanto a la excitación sexual
(Goldman y Goldman, 1.982, Amann-Gainotti, 1991; Breakwell, 1997). Las preocupaciones parecen
más relacionadas con el deseo de experiencias sexuales que con el conocimiento. Mientras que los
chicos parecen más interesados por la mecánica de las relaciones, por la sexualidad en sí misma, las
chicas parecen más interesadas por la sexualidad como parte de las relaciones de pareja. Un
componente de sus preocupaciones es el atractivo sexual de su propia imagen, fundamentalmente al
inicio de la adolescencia, tolerando mal cualquier desviación de la norma cultural, que se convierte en
fuente de ansiedad. La mayoría de los adolescentes, con el paso del tiempo, va encontrando estrategias
para superar estas limitaciones que ven en sí mismos, juzgándose con menos rigor o minimizando la
importancia del aspecto físico. Las preocupaciones disminuyen a medida que se acumulan experiencias
sexuales y que se van satisfaciendo la curiosidad y el deseo de sentirse atractivos.
Numerosos estudios han constatado una tendencia a una mayor liberalización, no sólo en cuanto a
las conductas sino también en las actitudes, y el mantenimiento de diferencias entre los patrones de
comportamiento sexual en chicos y chicas que de todos modos tienden también a parecerse más que
hace sólo unas décadas. Así, en una revisión sobre este asunto Dreyer (1982) encontraba tres cambios
importantes en las actitudes hacia el sexo en la adolescencia: a) la mayoría de los adolescentes piensan
que lo aceptable es el sexo con implicación emocional: aunque rechacen que las relaciones premaritales

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son inmorales, piensan que el sexo ocasional no está bien, aun reconociendo que sus primeras
experiencias hayan sido de este tipo; b) el declive de un doble patrón para chicos (más liberal) y para
chicas (más tradicional): aunque este de patrón no haya desaparecido del todo e incluso sea todavía la
norma en ciertos núcleos culturales o geográficos, es constatable una tendencia a la creación de una
norma única de conducta sexual en jóvenes de uno y otro sexo; y c) una confusión creciente sobre
normas sexuales ya que reciben mensajes mixtos de distintas fuentes: la importancia de evitar el
embarazo y las enfermedades de transmisión sexual, por un lado, y la importancia de la actividad
sexual para ser populares y atractivos a ojos de los demás.
Pero ¿cómo se ven a sí mismos los adolescentes a este respecto? ¿Y cómo se comportan?

La identidad sexual. La investigación longitudinal realizada por Breakweil (1997) en el Reino


Unido entre 1989 y 1993 sobre las representaciones que los adolescentes de entre 16 y 21 años tienen
de los papeles sexuales femenino y masculino encuentran resultados por un lado esperables y por otro
paradójicos. En el caso de la representación acerca de lo típico del sexo contrario, chicos y chicas caen
en los esterotipos de los papeles sexuales: para las chicas, el papel masculino es prepotente, poco
implicado afectivamente y proclive a numerosas experiencias sexuales; para los chicos, de las chicas
se espera que sean más inhibidas; fieles, responsables en cuanto a la contracepción. En definitiva, nada
muy distinto de otros estudios (Hite, 1994).
La cosa varía cuando se trata de describir el papel del sexo propio. En el caso de los chicos, se
distinguen dos grupos igualmente bien representados: unos consideran a los hombres sexualmente
responsables (sensibles, fieles) y tienden a identificarse con esa imagen y a comportarse de acuerdo
con ella, siendo más prudentes en sus relaciones (pocas parejas, inicio tardío, prácticas seguras); por
el contrario, otro grupo considera a los hombres más irresponsables y tienden menos a identificarse en
ese papel, pero en su vida sexual son menos inhibidos que los miembros del otro grupo. Entre las
chicas habría igualmente dos grupos: en uno, que incluye un tercio de la muestra, se incluye a las
chicas que dan un papel pasivo a la mujer, aunque rechacen ese papel en ellas mismas y de hecho sea
el subgrupo que tiene conductas más arriesgadas (sexualidad más precoz, sin uso de preservativos,
etcétera); el otro grupo incluye las chicas para quienes el papel de la mujer consiste en experimentar y
seducir; y que aceptan este papel para sí mismas pero que paradójicamente refieren menos actividad
sexual propia y cuando la tienen, controlan más su comportamiento.
Como ocurre en tantos otros aspectos de la adolescencia, se encuentran diferencias relativas al
género. Si una representación típica en aquéllos de la sexualidad masculina influye en su propio
comportamiento, en el caso de las chicas la cosa se hace más compleja: la adhesión a una concepción
activa parece estar relacionada con la identidad sexual propia aunque no predice el comportamiento,
mientras que la adhesión a una concepción pasiva no se relaciona con la identidad, y esto se refleja en
el comportamiento de las adolescentes.
En los últimos veinte años se ha ampliado la visión de las diferentes identidades sexuales que
puedan construirse. Este mejor conocimiento actual no es ajeno a los cambios sociales a este respecto,
entre otros, la supresión de restricciones legales a la homosexualidad o la epidemia de SIDA, cuyas
campañas preventivas han llevado a describir la diversidad de prácticas sexuales. Cuando se hacen
encuestas, se comprueba que en el inicio de la adolescencia ya se conocen las tendencias homosexuales
y bisexuales (Breakwell 1997). Shere Hite (1994), en su estudio traducido al castellano, registra
extractos de entrevistas en que las personas refieren retrospectivamente sus experiencias durante la
infancia y adolescencia: las de tipo homosexual, en varones más numerosas durante los años
adolescentes, se concretan generalmente en experiencias compartidas de masturbación y parecen haber
aumentado desde los años setenta. Sin embargo, menos de la mitad de los que refieren este tipo de
experiencias se considera homosexual, considerándolas hechos aislados. Incluso al final de la
adolescencia, los tipos de actividades sexuales no están aún bien establecidos, y puede decirse que la
construcción de la identidad sexual puede seguir toda la vida y, por tanto, puede darse un cambio en
la orientación después de los años adolescentes.

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La conducta sexual. Hay numerosos datos que prueban el cambio en los tipos de comportamiento
sexual en los últimos treinta años. En este periodo, si comparamos el porcentaje de personas que
declaran haber tenido relaciones sexuales completas antes de los 16 años, se pasa de un 14% de
hombres y un 5% de mujeres a 50% de ambos sexos que declaran haber tenido experiencias a los 16
años y un 85% a los 19-20 años. En el estudio realizado en España por Oliva y otros (1997), con 1000
adolescentes de Andalucía entre 15 y 21 años, un 42% de la muestra declara haber mantenido
relaciones sexuales con penetración. Otros indicadores de conducta utilizados son la frecuencia desde
la última relación: 45% de chicos y 55% de chicas en el estudio de Fife-Schaw y Breakwell (1992)
declaran haber tenido una la semana anterior. La mayor frecuencia en las chicas se explica porque
pueden tener relaciones con chicos de más edad. En general, los números son similares en otros
estudios, aun cuando se registra una disminución, que se ha relacionado con el miedo al SIDA. El uso
del preservativo es otro índice estudiado. En este estudio, un 65% de chicos y un 50 % cíe chicas de
su muestra entre 16 y 21años declaran haberlo utilizado en su última relación. El porcentaje desciende
en la muestra de 19-20 años: 42% y 28% en chicos y chicas respectivamente, disminución paralela a
la estabilización de las parejas sexuales entre los mayores, lo que las hace más seguras. En cualquier
caso, estos autores encuentran diferencias de género significativas, apareciendo las chicas más
favorables hacia el uso de preservativos, lo que coincide nuevamente con otros estudios con
poblaciones diferentes.

El impacto psicológico de los cambios puberales


"Por las caderas sí me sentí mal, porque estoy muy gorda.
¿Te desarrollaste tú antes que tus compañeras, o después?
Antes [...] Cuando me bajó .la regla no me gustó.
¿Sabías lo que era? No".
Marta (17 años)

"Yo di el estirón bastante tarde, me vino la regla tarde [...]


Me apetecía cambiar. Es lo que te apetece cuando eres más o menos
de esa edad y ves a otras chicas que se han desarrollado antes. Lo acepté bien".
Bárbara (16 años)

En general, los cambios que hemos venido examinando tienen un efecto profundo en la persona.
El cuerpo se modifica en tamaño y forma, por lo que en estas edades se observa cierta torpeza en los
intentos por adaptarse a esos cambios. El cuerpo transforma su funcionamiento y hay que asimilar
nuevas experiencias corporales. En términos de la teoría focal de Coleman (1980, 1993), puede
afirmarse que el desarrollo físico se sitúa entre las primeras y más urgentes tareas evolutivas a las que
el adolescente tiene que enfrentarse.
Las investigaciones que enlazan el cambio puberal y el estado psicológico han encontrado hasta
ahora pocas pruebas de efectos puberales profundos sobre las dificultades psicológicas. La pubertad
parece afectar a varías variables psicológicas pero estos efectos son específicos y no son siempre
negativos: también pueden mejorar el funcionamiento. Por último, son diferentes los efectos en los
chicos y en las chicas. Estos cambios se producen, como hemos visto más arriba, con diferencias
enormes entre unos adolescentes y otros, tanto en el momento de su aparición como en el ritmo con el
que se van desarrollando. Las diferencias individuales, a pesar de ser la norma, pueden tener
consecuencias en cuanto al modo en que un chico o una chica acepta sus transformaciones puberales
y las integra, en un nuevo esquema corporal. De hecho, cuando se pregunta a los chicos y chicas
adolescentes cómo fue su experiencia de cambios biológicos, muy a menudo sale espontáneamente en

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sus respuestas la alusión a si fueron púberes precoces o tardíos, como en los ejemplos de Bárbara y
Marta arriba mencionados.
En algún momento u otro de este desarrollo, el adolescente se pregunta quién es y qué hacer con
su cuerpo. Al mismo tiempo, los cambios puberales pueden influir en la inserción en el grupo de
coetáneos y en las relaciones con el otro sexo. Un efecto que suele encontrarse es compararse con los
otros y, en general, sentirse incómodos con los cambios vertiginosos del cuerpo, tratando a veces de
ocultarlos.

Ser la misma persona en un cuerpo diferente


La identidad no sólo se refiere a la noción de ser una entidad diferente de los demás que se va
desarrollando a lo largo de la infancia, sino también al sentimiento de continuidad de sí mismo y al
conocimiento firme de cómo aparecemos ante los demás. Los cambios puberales afectan a estos
aspectos y suponen un reto para la adaptación de la persona. Cuando se estudia la relación entre la
maduración y las representaciones de sí mismo, es preciso tener en cuenta la edad cronológica y el
curso o grado escolar debido a su significado psicosocial. El impacto de la maduración implica un
conjunto de factores biológicos, cognitivos, conativos, interpersonales y culturales.
Una simple observación de las conductas de la vida cotidiana de los chicos y chicas adolescentes
lleva a dos conclusiones:

● en primer lugar, el adolescente medio es cuando menos sensible a estos cambios: cualquier
adolescente se pasa mucho más horas en el espejo que las que solía pasar de niño; cuida más su aspecto
o lo descuida voluntariamente para dar una imagen buscada a conciencia; no quiere hacerse fotos
porque no se gusta o se hace muchas porque le parece que ninguna le hace justicia
● en segundo lugar, esta mayor sensibilidad va en la dirección de un sentido crítico exacerbado,
siguiendo aparentemente normas idealizadas de atracción física. Esto los lleva a sentirse insuficientes,
incómodos, feos, torpes, inseguros, a juzgar con rígidos parámetros la apariencia física de los otros,
sean de su edad o sobre todo adultos, a adoptar con igual rigidez normas en cuanto a su propia
indumentaria y aspecto físico.

En cualquier caso, la relación entre los cambios físicos y las representaciones del yo corporal no es
la misma según el sexo. Los chicos suelen estar más satisfechos de los cambios que las chicas; por lo
cual se da un impacto positivo de una maduración precoz en ellos, como se ha comprobado con chicos
de muy diversos lugares. En el caso de las chicas, la relación entre el estado puberal y la satisfacción
con la imagen corporal depende de la edad cronológica: a los 12 años, cuanto más desarrollada esté la
chica, menos satisfacción con su aspecto físico; a los 13 y medio, no se aprecia relación; a los 15 es
positiva. En realidad, estos resultados están señalando la importancia del contexto de las relaciones
con los otros: a los 13 y a los 15 años no se interpreta del mismo modo el hecho de estar adelantada o
retrasada en el desarrollo puberal (Rodríguez-Tomé 1997).
Los resultados en relación con la estatura y el peso confirman el significado psicosexual de los
cambios puberales. Se ha dicho más arriba cómo el aumento del peso que se da en ambos sexos: en las
chicas es mayor la proporción de grasa mientras que en el chico se traduce en un aumento de músculo
y esqueleto. Frente a los estereotipos de belleza femeninos y masculinos, y a los valores culturales
ligados al aspecto físico, los chicos y chicas que experimentan cambios precoces no están situados a
la misma altura: los chicos se aproximan más a ese canon masculino que las chicas al femenino. Las
que tardan más en desarrollarse tienen más oportunidad de aproximarse a los estereotipos de belleza
dominantes. A pesar de estas tendencias, a lo largo de este capítulo reaparece continuamente el
estribillo de las diferencias individuales, pero también interculturales. Así, mientras en chicas
americanas se ha subrayado el impacto positivo del desarrollo del pecho en su imagen corporal, en las

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francesas, sobre todo en las más jóvenes, un mayor desarrollo del pecho va parejo con la ausencia de
sentimiento de atractivo personal y de entendimiento con los chicos.
En cualquier caso, un ejemplo de la poderosa influencia de los valores culturales imperantes en
relación con el atractivo físico es Calvin Klein, quien utiliza como modelos mujeres que parecen más
bien niñas prepúberes con formas exageradamente magras. Se ha señalado por los médicos el terrible
efecto que esta representación social de la mujer ideal tiene en el comportamiento de adolescentes
anoréxicas, tema recurrente en todo manual reciente de psicología de la adolescencia.

Connotaciones afectivas y conductuales del ritmo madurativo


Numerosos estudios realizados en diversos países ponen de manifiesto la importante función que
desempeñan las características físicas en la propia estima, especialmente en los primeros años de la
adolescencia. La noción de autoestima (de la que hablaremos en el capítulo 4) se refiere al componente
evaluativo de las representaciones de sí mismo. Es una noción multidimensional, por lo que es difícil
en la vida cotidiana encontrar que uno se encuentre bien —o mal— consigo mismo en todos los
terrenos. En lo que aquí nos compete, el ritmo de maduración del adolescente parece asociado a su
grado de autoestima aunque de nuevo de manera diferente en uno y otro sexo.
En las chicas, en caso de observarse alguna relación entre ritmo de maduración (recuérdese que
este aspecto depende de la comparación entre el grado de desarrollo de un o una adolescente y otros
de su edad) y autoestima, se trata de una relación negativa, aunque otros factores de tipo social pueden
compensar este efecto negativo, por ejemplo, la relación con la madre. En el caso de los chicos, un
ritmo rápido de maduración parece tener un efecto positivo en la valoración que el adolescente hace
de sí. Cuando los cambios rápidos coinciden con acontecimientos importantes en las relaciones con
otros, o en su vida afectiva, por ejemplo, cambios en la composición de la familia, mudanza a otra
ciudad, la acumulación de cambios resulta en una baja autoestima en las niñas, entre otros resultados
de conducta (rendimiento académico); en los chicos, la autoestima no se ve afectada, aunque sí su
rendimiento escolar; en ambos, disminuyen sus actividades extraescolares. Es la acumulación de
cambios lo que se considera un factor de riesgo, más que los cambios en sí mismos (Simmons y otros,
1987), lo que apoyaría la teoría focal de Coleman.

Trastornos de la nutrición. La relación del adolescente con su cuerpo cobra una dimensión
enfermiza en los denominados trastornos de la alimentación: la anorexia nerviosa y la bulimia. Sobre
todo el primero se produce quince veces más en chicas que chicos. Desde el inicio de la adolescencia,
y debido a las necesidades de energía que requiere el organismo para afrontar los cambios puberales,
el adolescente come más, por ejemplo, las mujeres de modo especial entre los 11 y 14 años. Una vez
producido el estirón, esas necesidades energéticas en una adolescente disminuyen, pero si sigue
comiendo de la misma forma, absorberá energía que le sobra y que se convertirá en grasa, y engordará.
Sea porque quiera adaptarse a las normas culturales reinantes que mitifican una figura estilizada o
porque rechace las mismas porque disfrute comiendo y encuentre en la comida una liberación
emocional, puede desarrollar conductas (dietas o comilonas, respectivamente) que la hacen vulnerable,
por un lado, a la anorexia o a la bulimia. nerviosas y, por el otro, a la obesidad. En el caso de las
primeras, la cultura de la delgadez como equivalente de la belleza, sobre todo en la mujer, desde los
años veinte, con brotes sucesivos en la década de los cuarenta y de los sesenta, hasta imponerse en el
momento actual, ha influido en la negación del cuerpo en la que incurre un buen número de
adolescentes, fundamentalmente chicas. Puede observarse este cambio histórico de la imagen
femenina, que.se manifiesta en esferas muy distintas, en la figura 2.5, que reproduce las imágenes de
una adolescente sacadas de un libro de medicina del siglo pasado y de otro actual.

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La anorexia nerviosa supone una malnutrición crónica debida a una restricción voluntaria y
continuada de la alimentación. El temor patológico a ser obesos hace que los pacientes pongan en
marcha conductas que los llevan a mantener su peso inferior al 15% del que les correspondería por su
edad y talla (Hernández, 1997). El adelgazamiento se consigue al suprimir o reducir alimentos —de
modo obsesivo, "los que engordan"—; al hacer un ejercicio excesivo o mediante las llamadas en la
jerga anoréxica "pérdidas no legales": vómitos autoinducidos o ingesta de laxantes, más frecuentes en
las anoréxicas impulsivas, que muestran generalmente menos tolerancia al ayuno, frente a las
anoréxicas restrictivas, con una mayor capacidad de control de la conducta de comer, que perciben
desviada. El resultado es que a pesar de estar demacrados, los pacientes, que en un 90-95% de los
casos son chicas, siguen percibiéndose obesos. Los datos estadísticos señalan un inicio de la
recuperación en la mayoría de los casos a los cuatro o cinco años del comienzo del trastorno. La
recuperación a los diez años se cifra en un 60-65%; entre un 15-30% de los casos, la enfermedad se
cronifica, incluyendo los casos de recuperación con secuelas. La mortalidad, no inmediata, sino a lo
largo de los veinte años que siguen al comienzo de la enfermedad, es de un 5%, que contempla casos
de suicidio.
En el caso de la bulimia nerviosa, hay por el contrario un descontrol en la ingesta de alimento: no
hay ayuno, sino episodios de atracones o comilonas (al menos dos por semana) que, junto con un temor
al aumento de peso, producen un sentimiento angustioso de culpa que lleva a la persona a provocarse
vómitos y a ingerir laxantes. No hay generalmente pérdida de peso, salvo cuando cursa con anorexia,
lo que empeora el pronóstico de la paciente.
No es éste el lugar para tratar con la profundidad que merecen estos trastornos, por lo que remitimos
a quienes nos lean a los trabajos de Morandé (1995) y Toro (1996) como referencias obligadas en
lengua española para documentarse sobre las causas, la epidemiología y los síntomas y tratamientos
de estos trastornos. Estos autores coinciden con otros (Abraham y Llewelyn-Jones, 1994) en señalar
su aumento en los últimos años, triplicándose los ingresos hospitalarios por anorexia y bulimia en los
últimos diez años, y su contagio a sujetos en principio alejados del perfil tradicional, sobre todo en el
caso de la anorexia. Por un lado, Morandé señala que se extiende a grupos socioeconómicos más allá
de las clases medias o altas, y que las edades de riesgo se encuentran entre los 12 y los 60 años. Por su
parte, en un profundo estudio sobre los factores culturales que precipitan y mantienen ambos

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trastornos, Toro analiza la evolución histórica de la anorexia y sus motivos y compara su incidencia
en poblaciones no occidentales, constatando el contagio de las mismas al emigrar al mundo occidental.
Ambos coinciden en considerar como el primer factor individual de riesgo la edad adolescente por los
cambios en la imagen corporal y en la identidad. Como se ha mencionado más arriba, en esta etapa de
la vida, más que en cualquier otra, la imagen del cuerpo es autoimagen, es la que percibe la propia
adolescente.
Dadas las terribles repercusiones tanto físicas como psicológicas y sociales de la anorexia, que se
llegan a percibir como un castigo o maltrato por los familiares de la paciente, en distintos países se han
puesto en marcha procedimientos encaminados a evitar su aparición entre los adolescentes. En una
reciente encuesta hecha por la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, se señala que desde
los 13 años se tiene claro que es una enfermedad psicológica que lleva a la autodestrucción de la
persona. No siempre son las chicas que han sido obesas las que desarrollan la enfermedad, como
algunos adolescentes creen, sino precisamente las que no parecen tener un problema objetivo de peso.
Se ofrecen en el cuadro siguiente recomendaciones para la prevención de la misma.

CUADRO 2.1. RECOMENDACIONES PREVENTIVAS DE LA ANOREXIA

Los especialistas en anorexia como los Drs. Gonzalo Morandé o Eduardo


Paolini (Unidad de Anorexia del Hospital del Niño Jesús de Madrid) tienen claras
ciertas actuaciones preventivas en la preadolescencia:

a) trabajar la autoestima;
b) trabajar 1a toma de decisiones para mejorar la disciplina mental;
c) trabajar el cuerpo, en relación con una auténtica educación física, una
disciplina física que proporcione además una pauta de salud;
d) comprobación médica cada seis meses a partir del estadio 1 de Tanner;
e) no dejar autoalimentarse precozmente, sino intervenir respon-
sabilizándose un adulto de la alimentación; la desorganización de las comidas
debida frecuentemente a la ausencia de padre y madre en esas horas por motivos
laborales va en contra de las pautas sanas de alimentación. Los padres, aun en
estas condiciones, son los responsables de definir lo que se come, para lo cual se
recomiendan turnos o dejar preparada la comida con antelación;
f) son más útiles las charlas a los padres que a los escolares en los centros
educativos;
g) en los centros educativos, si se sospecha por parte de las compañeras o el
profesorado que una niña está jugando con una dieta y se le va de las manos el
asunto, hay que comunicarlo a la familia inmediatamente.

Desarrollo físico y contexto


Como hemos ido señalando a lo largo del capítulo, el desarrollo físico y sus relaciones con la esfera
psicológica se ve claramente afectado por el contexto en el que se produce. El momento de aparición
de algunos cambios relacionados con la pubertad, especialmente la llegada de la primera menstruación,
no sólo depende de factores genéticos sino también de factores ambientales. Las condiciones de vida
en los diferentes lugares del planeta son en parte responsables de las diferencias de edad media respecto
a la menarquia. Así, las jóvenes que viven en países donde la salud y una dieta cuidada están

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aseguradas, tienen su primera menstruación antes que aquéllas que habitan en lugares donde se corre
el riesgo de sufrir malnutrición y diversas enfermedades.
Igualmente, el fenómeno de la tendencia secular nos habla de factores históricos en relación con
la maduración física. Ésta se ha alcanzado más tempranamente conforme avanzaba el siglo XX,
fundamentalmente en los países industrializados. Igualmente, en el curso de la historia han ido
cambiando el conocimiento de los adolescentes respecto a la sexualidad y algunos de sus
comportamientos en este campo, tal como hemos visto en relación con los últimos tiempos en este
capítulo.
Pero quizás el impacto principal del contexto, desde el punto de vista del adolescente, se relacione
con la forma en que se viven estos cambios biológicos. En este sentido, el medio social más amplio,
así como las reacciones específicas de los compañeros y la familia, determinan en buena medida la
representación que los adolescentes elaboran de la pubertad y el significado que le confieren.
Respectó al medio social, ya hemos aludido a las concepciones sobre la menstruación, a lo largo
de la historia y en las diversas culturas, y a cómo éstas dejan su impronta en el modo en que las chicas
pueden reaccionar ante este hecho. Las campañas publicitarias actuales sobre compresas y tampones
podrían servir como reflejo por un lado de algunos cambios en la presentación de la menstruación,
fenómeno ahora privado de incomodidad y necesidad de ocultamiento, y por otro de la pervivencia de
otros aspectos negativos asociados, como son la suciedad o el mal olor.
Igualmente, los medios de comunicación ocupan un importante papel en la transmisión de patrones
y valores relacionados con la apariencia física y la sexualidad. Todas estas normas siguen conteniendo,
por lo general, diferentes mandamientos para ambos géneros. Este hecho se refleja, en el acoso que
sufren especialmente las chicas para que se atengan a un modelo de atractivo físico muy restrictivo,
representado a veces por mujeres con aspecto casi preadolescente, longilíneas y con un peso inferior
al saludable. Junto a esto, nuestro medio nos suele presentar a través de la publicidad mujeres
hipersexualizadas y reducidas a la categoría de objetos. Las adolescentes interiorizan estos parámetros
a la vez que se rebelan contra ellos. Estas contradicciones las pueden llevar muchas veces a la
frustración, la baja autoestima y la depresión, y, en un número menor de casos pero en proporción
actualmente preocupante, a enfermedades mentales —en las que incurren otros factores— como la
anorexia y la bulimia. El que estos estándares relacionados con el físico, y con ello el aumento de
problemas de alimentación, se extiendan a los chicos añade nuevos motivos de preocupación.
En estos primeros años adolescentes sabemos que la presión del grupo de compañeros ocupa un
papel muy destacado. Tanto la apariencia física como los comportamientos relativos a la sexualidad
se juzgan —y a veces de forma muy rígida—, se crean y se refuerzan dentro del propio grupo. Así
surgen muy diferentes estéticas ligadas a las diversas procedencias sociales e ideológicas de cada grupo
juvenil.
Aun contando con la gran influencia de los coetáneos, la forma en que se experimentan estas
transformaciones y los comportamientos a que dan lugar podría verse positivamente influida por la
familia, la institución educativa y las demás instituciones públicas. En primer lugar, los adultos
deberían conceder la importancia que tiene a la pubertad y así entender la relevancia que con razón le
otorgan los propios adolescentes. La pubertad significa madurez biológica, desarrollo de la identidad,
nuevas formas de relación con los otros, asunción de nuevos papeles. Estas tareas implican retos
importantes para los adolescentes en cuyo logro no se participa tratándolos de "pavos", superficiales,
feos o bellísimos. Sí serviría de gran apoyo tratar seriamente en el curriculum escolar estos aspectos
tanto en sus facetas más conceptuales como en aquellas afectivas y sociales. Por otro lado, la existencia
y el buen funcionamiento de centros de salud para adolescentes posibilitaría el acceso de éstos a fuentes
de información y ayuda privilegiados en donde los chicos y chicas pueden plantear confidencialmente
sus dudas y recabar apoyo para sus problemas.

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