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1.

APODERADO JUDICIAL:

El apoderado judicial es aquella persona natural que cuenta con capacidad


procesal, autorizada por otra persona –natural o jurídica- para comparecer en
un proceso en su lugar y seguir la secuela procesal.

Por otro lado, la comparecencia al proceso civil en representación de alguien


que es parte material del mismo se puede dar, de acuerdo al artículo 72º del
Código Procesal Civil, mediante poder otorgado por escritura pública o por
poder otorgado por acta ente el Juez del proceso, siendo que en el primer caso
para su eficacia procesal no requiere estar inscrito en los Registros Públicos.

Un caso adicional de posibilidad de conferir poder lo tenemos mediante acta de


sesión de Directorio o de Junta General de Socios debidamente inscrito en los
Registros Públicos (en caso de las sociedades comerciales). Asimismo, según
la Ley Nº 26789 se establece una presunción legal acerca de las asociaciones,
fundaciones y comités, lo mismo que en el caso de las sociedades comerciales
y civiles contempladas en la Ley General de Sociedades (según la Ley Nº
26539); esta presunción establece que bastará el solo nombramiento del
administrador, representante legal, presidente del consejo directivo o gerente,
según el caso, para contar con poder de representación procesal, a menos que
los estatutos o por acuerdo de junta general se establezca lo contrario. Y
precisamente, dicho nombramiento no siempre consta en escritura pública
(aunque debe ser debidamente inscrito. Otro caso a considerar lo tenemos en
los Colégios Profesionales, que son personas jurídicas de Derecho Público
Interno en razón a que estas instituciones son creadas por Ley, y su creación
no necesariamente se inscribe en los Registros Públicos por lo que en base a
ello, tal como lo señala la Resolución Nº 431-2002-SUNARP/SN de fecha 27 de
setiembre de 2002 los Colegios Profesionales no están obligados a inscribirse
en los registros públicos y por ende  tampoco se encuentran obligados a
registrar a su representantes legales.

De conformidad con los artículos 74º y 75º del Código Procesal Civil, la
representación judicial conferida al apoderado a través del poder, conocida
comúnmente como poder para litigar, le concede facultades generales o
especiales.

En este sentido, las facultades generales de representación le otorgan al


apoderado las atribuciones y potestades con que cuenta el representado (salvo
aquellas que por ley requieran de facultades expresas), las mismas que se
entienden otorgadas mientras dure el proceso, legitimando al representante
para la realización de todos los actos procesales a excepción de aquellos en
que sea necesaria la participación personal y directa del representado.

Las facultades especiales de representación se rigen por el principio de


literalidad, que condiciona la existencia de facultades a la indicación expresa en
el poder del acto de que se trate, concediendo al apoderado las atribuciones y
potestades de realizar, en general, actos de disposición de derechos
sustantivos (cuyo titular sea el representado), así como demandar, reconvenir,
contestar demandas, contestar reconvenciones, desistirse del proceso y de la
pretensión, allanarse, conciliar, transigir, someter a arbitraje las pretensiones
materia de controversia, sustituir y delegar la representación procesal así como
realizar los demás actos que exprese la ley y que haya autorizado el
representado en el poder correspondiente.

En acertada opinión de Alberto Hinostroza, el otorgamiento de facultades


especiales que se haga con remisión al artículo 75º del Código Procesal
Civil (“conferimos poder a … para la realización de todos los actos
contemplados en el artículo 75º del Código Procesal Civil…”) resulta suficiente
para que el apoderado judicial realice todos los actos previstos en dicho
numeral; y opina en este sentido debido al hecho que existen órganos
jurisdiccionales que, evidenciando desconocimiento del tema y una pobre
incapacidad de interpretación, exigen la reproducción en el poder del texto
íntegro del artículo 75º del código adjetivo, aun cuando se haya hecho expresa
e íntegra remisión a este precepto legal.

Además, el artículo 76º del Código adjetivo referente al apoderado común,


señala que cuando diversas personas constituyan una sola parte material, es
decir, detentan la condición de litisconsortes, tendrán que actuar conjuntamente
o deberán designar apoderado común, ya que a pesar de que cada
litisconsorte procede con autonomía, uno respecto del otro, en muchos casos
se hace imperativo por razones de economía procesal, unificar la personería de
los litisconsortes por medio de un solo representante o apoderado común. Esta
posibilidad se repite en el artículo 65º del Código Procesal civil referente a la
representación procesal del patrimonio autónomo, el mismo que existe cuando
dos o más personas tienen un derecho o interés común respecto de un bien,
sin constituir una persona jurídica (como el caso de los cónyuges,
copropietarios, etc.) Recordemos que la representación del patrimonio
autónomo se da por cualquiera de los que lo integran cuando actúen como
demandantes, pero la representación se da por todos los que lo conforma si es
que tienen la calidad de demandados.

2. REPRESENTACION JUDIICIAL POR ABOGADO

Otra forma atípica de representación procesal es la representación técnica o


judicial del abogado. Esta consiste en la concesión a un abogado de las
facultades del apoderamiento general, por el sólo mérito de acreditarse como
asesor legal de una de las partes materiales o de su representante dentro de
un proceso. Este instituto se sustenta en el hecho que siendo la actuación
procesal un asunto eminentemente técnico, resulta indispensable que los actos
sean realizados por personas que procuren un desarrollo expeditivo y
responsable del proceso.
La doctrina es variable no sólo en el nombre del instituto -adviértase como
Liebman hace referencia a la representación técnica del abogado-, sino
también en los requisitos que se exigen para su procedencia. El Código nativo
regula también este instituto, que por cierto lo encontramos en la legislación
comparada.
2.1. LA REPRESENTACIÓN JUDICIAL DEL ABOGADO EN EL PERÚ.
Fue la novísima Ley Orgánica del Poder Judicial vigente desde 1992 la
que reguló por vez primera este instituto en el Perú. Es notorio advertir
que estarnos ante una norma de textura abierta, en el sentido que no
plantea mayor exigencia para su ejecución. Así, bien podría ser que en un
proceso una parte cuente -simultánea o sucesivamente- con siete
abogados, sin que exista razón para considerar que alguno de éstos no
tenga la representación judicial. Esta es la primera alerta respecto de la
redacción de la norma, dado que, corno se ha advertido del cotejo
normativo descrito anteriormente, se suelen plantear ciertas exigencias
básicas que aseguren niveles elementales de responsabilidad en el
ejercicio de esta representación no formalizada.
Posteriormente el nuevo Código Procesal Civil -vigente desde julio de
1993- como ya se describió, reguló también el instituto. Sin embargo, para
efectos del presente trabajo, es importante detenerse a efectos de
precisar las diferencias sustanciales entre una y otra norma.
Para empezar, el Código exige de la parte material o de su representante
-siempre que éste tenga facultad de delegación- que expresen su
voluntad de otorgar tal representación. Cotéjese tal exigencia con la
norma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, en donde el único requisito
es que un abogado actúe en un proceso para que ya cuente con
representación técnica. Otra diferencia es la oportunidad de su
formalización. En el caso de la Ley Orgánica, no se prevé un plazo o
alguna otra formalidad para su perfeccionamiento -como ya se expresó, la
norma no exige el cumplimiento de requisito alguno-, por lo que de hecho
se puede hacer en cualquier momento. En el caso del Código Procesal la
situación es perentoria y determinante, debe ocurrir la formalización del
encargo en el primer escrito que presente la parte material o su
representante.
Otra diferencia -que puede ser imputable a un error de técnica legislativa-,
consiste en que el artículo de la Ley Orgánica reduce la representación
judicial del abogado a la simple presentación y suscripción de los escritos
(se refiere también al ofrecimiento de escritos, sin embargo no sabemos a
qué supuesto concreto se refiere), cuando bien sabernos que sin salirse
del apoderamiento general, un abogado puede realizar otros actos
procesales con formato distinto al escrito en representación de su
patrocinado, corno participar en audiencias precisando los hechos
controvertidos, por ejemplo. Por ello, contrariando a la norma, no
encontramos razón para impedir que actúe el abogado con
representación judicial, sólo porque no usa la forma escrita.
En realidad la diferencia sustancial entre lo norma do por la Ley Orgánica
del Poder Judicial y por el Código Procesal Civil, está en el nivel de
responsabilidad que cada ordenamiento le impone al ejercicio profesional.
Curiosamente., siendo una norma de contexto, ligada a la organización
nacional de la judicatura, la Ley Orgánica es absolutamente concesiva en
la materia. Corno resulta evidente, la presencia de varios abogados
ejerciendo indistintamente esta forma de representación extraordinaria
dentro de un proceso, atenúa o, en el mejor de los casos, torna
complicada la posibilidad de identificar la responsabilidad de los partícipes
dentro de un proceso. En el caso del Código Procesal Civil, el tema de la
responsabilidad procesal es de considerable trascendencia, tanto que
incluso se regula expresamente la responsabilidad del abogado. Aún más,
nótese que cuando no sea posible identificar al infractor, el Código
extiende la responsabilidad de manera solidaria a todos los intervinientes
(parte, apoderado o abogado).
A pesar de la puntualidad con que se advierten las diferencias en la
regulación del instituto entre uno y otro ordenamiento, ambas tienen un
elemento común de singular trascendencia: la extensión de las facultades
otorgadas al abogado-representante sólo alcanzan al apoderamiento
general. En efecto, cuando el artículo 290 prescribe que el abogado
puede presentar escritos, «con excepción de aquellos para los que se
requiere poder especial con arreglo a ley.», está expresando que le otorga
el poder general. El artículo 80 del Código es más explícito, al referirse a
«las facultades generales de representación», precisa los alcances de la
representación.
Tiene la representación judicial de su patrocinado, puede realizar en
nombre de éste todo lo que no esté previsto como facultades propias del
apoderamiento especial. Es decir, puede hacer por su cliente todo lo que
signifique impulso del proceso, salvo aquello que importe actos de
disposición del derecho material o del procesal.

3. PROCURACION OFICIOSA
La Procuración oficiosa es una forma excepcional de representación procesal,
sin apoderamiento judicial. Consiste en la posibilidad que una persona se
irrogue la representación de otra (o de un sujeto procesal) e interponga una
demanda en su nombre, advirtiendo que el derecho de ésta peligra si es que no
se solicita tutela jurisdiccional oportuna. Por supuesto, todo el proceso no podrá
discurrir sólo con la intervención del procurador oficioso -quien actúa como un
gestor sin mandato-, resulta necesario que dentro de un plazo razonable el
«representado>> se apersone al proceso y haga suyo lo actuado, o formalice la
representación que ejerció el procurador oficioso, la antigua ratihabitio del
derecho romano. El Código patrio recoge esta institución regulando algunos
detalles.
No se crea que la actividad procesal realizada antes de la ratificación por parte
del representado no es válida o que sólo tiene eficacia para quien está
actuando con representación legitimada. Es tan eficaz para la parte contraria
que -de ser admitida la demanda-, ésta deberá contestarla produciendo en
consecuencia una relación jurídica procesal válida con todos sus efectos:
constituir en mora, interrumpir el plazo prescriptorio y los que le
correspondieran.
4. REPRESENTACION DE INTERESES DIFUSOS
Montero Aroca define a los intereses difusos como aquellos pertenecientes a
un grupo de personas absolutamente indeterminadas, entre las cuales no
existe vínculo jurídico alguno, sino más bien se encuentran ligadas por
circunstancias de hecho genéricas, contingentes, accidentales y mutables,
como habitar en una misma región, ser consumidores de un mismo producto,
ser destinatarios de una campaña de publicidad, etc.
La primera parte del artículo en comentario, enfatiza esta definición de esta
manera: interés difuso es aquel cuya titularidad corresponde a un conjunto
indeterminado de personas, respecto de bienes de inestimable valor
patrimonial, tales como la defensa del medio ambiente, de bienes o valores
culturales o históricos o del consumidor".
Véscovi, califica al interés difuso como intereses fragmentarios, de grupos
intermedios, que no tienen el carácter de personas jurídicas y que, sin
embargo, aparecen comprometidos en la dinámica de nuestra moderna
sociedad (sociedad de masas, economía de consumo, agresiones al medio
ambiente, etc.). Son intereses que no encuentran tras sí un grupo colectivo
individualizable y, menos, jurídicamente compacto, como puede ser la persona
jurídica o colectiva. Asia nueva realidad, como son los intereses difusos o
indefinidos, no calzan en los tradicionales institutos jurídicos como para
brindarles protección, de ahí que aparezcan cuestionamientos con relación a la
legitimación de las partes en este nuevo proceso.
El derecho difuso no busca solo la tutela de derechos de un sujeto
determinado, sino de un conjunto de sujetos no identificados. A diferencia de
los intereses colectivos, en los que existen conjuntos de personas
"determinadas y organizadas" entre las que existe un vínculo jurídico; en los
intereses difusos señala Giovanni Priori "son aquellos intereses pertenecientes
a un grupo de personas absolutamente indeterminadas entre los cuales no
existe vínculo jurídico alguno, sino que más bien se encuentran ligadas por
circunstancias de hecho genéricas, contingentes, accidentales y mutables. Lo
que hace lo difuso es la imposibilidad de determinar el alcance del grupo social
afectado".
Un ejemplo de este tratamiento es el medio ambiente, el que se presencia
como un bien del que todos los sujetos disfrutan, de manera tal que un daño en
él afectará a un conjunto de sujetos, sin que sea posible determinar quiénes
son.
El cuestionamiento que presenta los intereses difusos son los instrumentos de
tutela de esos intereses. Hay dos posiciones encontradas. Una enarbolada por
Juan Monroy que atribuye el patrocinio de los intereses difusos como una
forma de "representación procesal atípica". La otra posición es desarrollada por
Giovanni Priori al considerar a los intereses difusos como expresión de
legitimidad extraordinaria.
Cada autor fundamenta su posición. Así para Priori, la legitimidad para obrar
activa es la posición habilitante en la que se encuentra determinada persona
para plantear cierta pretensión en el proceso, a fin que el juez pueda dictar
válidamente una sentencia de fondo. Esta posición habilitante puede provenir
de dos maneras: afirmar la titularidad de un derecho (legitimación ordinaria); y
acceder al permiso legal que de manera expresa señala la ley (legitimidad
extraordinaria). En este último supuesto, quien inicia el proceso no es titular del
derecho que se discute en él, pero la ley por razones diversas concede
legitimación.
Para el sector que sostiene la representación legal, el problema de la
legitimación, pretende solucionarlo pervirtiendo la institución de la legitimación.
Hay que buscar una institución que cobije pero no violente la institución. La
representación procesal de origen legal permite que a falta de determinación
del sujeto activo en la relación material conduzca a una indefensión
jurisdiccional del derecho difuso.
Los detractores de la tesis de Monroy señalan que el representante que actúa
por la parte, no tiene legitimidad para obrar, sino que esta le corresponde al
representado. En tanto el representado tiene legitimación, el representante
puede actuar válidamente en nombre de aquel.
Mientras el representante actúa en el proceso a nombre de otro para la defensa
de un interés ajeno; el legitimado ordinario actúa en el proceso a nombre propio
en defensa de un interés propio. El legitimado extraordinario actúa en nombre
propio para la defensa de un interés ajeno.
Frente a estas dos posiciones Priori enriquece la discusión considerándola
como un problema de acceso a la jurisdicción. Señala que como es difícil
precisar la titularidad del derecho, la ley habilita a determinadas personas o
instituciones para que actuando en nombre propio inicien los procesos
tendientes a la tutela de estos derechos que en principio no les corresponden,
porque la titularidad se encuentra atribuida a un conjunto indeterminado de
personas y no a estas individualmente consideradas.
La norma en comentario señala que tanto el Ministerio Público y las
asociaciones o instituciones sin fines de lucro pueden intervenir en estos
procesos. Nótese que el Ministerio Público en el proceso civil puede asumir tres
roles: como parte, como tercero con interés y como dictaminador.
En este caso, cuando la norma permite al Ministerio Público intervenir como
parte, cabe hablar -según Montero Aroca de la publicitación de una parcela del
Derecho material: "la ampliación o limitación de la legitimación del Ministerio
Público en estos casos responde a motivos políticos. Cuando la ley amplia la
legitimación del Ministerio Público está reflejando la publicitación de los
derechos subjetivos que sustrae de la disposición de los particulares, los cuales
dejan de tener la libre disposición de los mismos. Cuando la ley priva de
legitimación al Ministerio Público en alguna materia en la que antes sí la tenía
está privatizando la misma"

CONCLUSIONES:
- La representación judicial o técnica del abogado es una forma atípica de
la representación procesal. Es especial porque la representación no es
otorgada formalmente y también porque su actuación está a cargo del
asesor técnico del representado, el abogado, quien asume, en
consecuencia, un doble rol: patrocinante y representante.

- se debe precisar que la representación judicial del abogado, permite a


éste actuar en nombre de su cliente respecto de todos los actos
regulares del proceso, salvo aquellos en los que es necesario
apoderamiento especial, dado que se tratan de actos de disposición del
derecho procesal o del derecho material discutido.

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