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Vivir a la intemperie

¿Vivir juntos o estar juntos?


Además de vivir juntos quiero que estemos juntos.

Perdoname Jesús, es que ¡Dios!


¿Cómo te explico lo que siento?
Se me mueve todo por dentro.
Pero deseo y necesito vivir a la intemperie.

Acá estoy... pobre de contacto,


De caricias,
de besos que expresan amor, ternura, deseo...

Y descubro que la pobreza que tanto anhelé ciertas veces me avergüenza.


Sin embargo, por algún motivo, la sigo deseando de todo corazón.
Lo difícil de vivir en ella es llevarla con altura y dignidad.

Parece que todavía no aprendí de los grandes maestros, tus preferidos:


Carlos, Jesús crucificado en medio de las calles,
sentado en un edificio con su manta y su bolsita de recuerdos.
No invade, no estorba.
No pide.
Siempre digno.
Sonríe, reparte ternura.
Eso no quita su dolor y vergüenza.
Sufre silenciosamente el frío de la calle,
el hambre, la soledad,
y tantas cosas más.
Lo hace sin quejarse.
Con frecuencia repite lo que te agradece Dios
por tantas bendiciones recibidas,
el sí que vive de Vos.

Ya no estoy para un solo hombre


Estoy con Vos Jesús.
Somos con y para los crucificados.

Sólo tenemos que hacer un esfuerzo por oír tu Voz,


Y escucharte en medio del pueblo
que sufre los flagelos de la pobreza,
la soledad, la miseria, el descarte...
Y reconocerte en los sin techos,
en el sufrimiento de los que viven privados de su libertad.

Vos Señor estás en medio de la gente.


Deseo impetuosamente hacer lo mismo.
Pero la pobreza me duele,
Vivirla me avergüenza,
Me duele quererte tanto,
"Me dolés en todo el cuerpo" (JLB).

Vos Jesús nos esperás en la intemperie


Y lo hacés para amarnos junto a tu gente.

Tu voz que clama en medio de los pobres:


"quiéranme, mírenme, acá estoy, vengan con nosotros,
Soñemos de a muchos,
Compartiendo el pan y la mesa,
Y así hacer vida el Reino y su justicia..."

Y la pobreza duele, como duele la panza del que no come,


como duele el cuerpo por dormir al frío,
como le duele a una madre no tener para comprar los remedios de su hijo enfermo....
Dolores que no vamos a experimentar nunca.

Por eso cuando la carne nos duele


por los dolores de "haber entregado" la vida y el cuerpo al Reino,
en el fondo,
esa pobreza se vuelve salvadora,
porque nos da la oportunidad concreta,
de unirnos a estos dolores con los que conviven tantos hermanos.

Como "el aguijón" del que habla San Pablo...


"tres veces pedí que me lo quitarás", pero el Señor en su amor,
no solo no lo quita sino que nos lo deja,
tal vez para que recordemos cuánto lo necesitamos.

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