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Precisiones desde la filosofía del lenguaje, la teoría del derecho y la teoría de la

probabilidad sobre la vaguedad del concepto de previsibilidad de las tormentas en


el mar.

Dr. Horacio Rau https://orcid.org/0000-0003-2080-5079 1 2

1. Introducción

El transporte marítimo es uno de los medios más importantes de ejercicio del


comercio internacional. En consecuencia, uno de los principales puntos de regulación son
las obligaciones pactadas mediante los contratos de transporte. Cuando el cumplimiento
de tales contratos se ve interrumpido por algún motivo y se inician procesos judiciales, la
prueba (y su apreciación judicial) de ciertos eventos naturales, como las tormentas, se
tornan un punto determinante al momento de asignar o eximir a las partes interesadas de
las consecuencias económicas correspondientes.

Así es que se torna relevante discutir si, por ejemplo, la existencia de un pronóstico
meteorológico que informaba sobre la probabilidad de la ocurrencia de un temporal, en
determinada área del mar y para cierto período de tiempo, exime de las responsabilidades
jurídicas (y económicas) que deriven de un incumplimiento contractual.

En este artículo pretendo efectuar una breve reflexión sobre algo que los abogados
y los jueces citan como prueba en los juicios marítimos: los pronósticos meteorológicos.
No pretendo que sea un artículo sobre meteorología marina, sino simplemente explicitar
la naturaleza inductiva de tales informes, y específicamente, intentar comprender qué
quieren decir los servicios de meteorología cuando reportan la probabilidad de la
ocurrencia de determinado fenómeno meteorológico.

Como en otras muchas actividades, el clima y sus fenómenos condicionan y a veces


determinan, al transporte marítimo. Mi intención es llamar la atención sobre un punto

1
Derecho y Ciencias Sociales por la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, Oficial Jefe
de la Armada Nacional, Docente (Grado 1) de Teoría y Filosofía del Derecho de la Facultad de Derecho de
la Universidad de la República, maestrando en Filosofía Contemporánea por la Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, Vicepresidente Suplente por Uruguay del
Instituto Iberoamericano de Derecho Marítimo, miembro de la Asociación Uruguaya de Derecho Marítimo.
2
Debo agradecer al Meteorólogo Diego Vázquez Melo y al Profesor Titular del Departamento de Ciencias
de la Atmósfera (Facultad de Ciencias, Universidad de la República) Dr. Marcelo Barreiro, por la
información y orientaciones brindadas.

1
específico: la necesidad de efectuar precisiones sobre la previsibilidad de una tormenta
en el mar, al momento de valorarla como un evento que configura la categoría de fuerza
mayor o caso fortuito, y de tal manera, eximir de responsabilidades al deudor. Para ello
utilizaré como marco teórico a la filosofía del lenguaje, la teoría del derecho y la teoría
de las probabilidades.

2. El contrato de transporte de cosas por agua

El contrato de transporte “…es aquel por el cual un sujeto de Derecho – el


porteador o transportista- se obliga, bajo promesa de pago de un precio, respecto de
otros sujeto- expedidor, cargador, remitente- a cumplir el traslado de mercaderías de un
sitio a otro, para su entrega al destinatario o consignatario asumiendo los riesgos
provenientes de todos los actos dirigidos a producir dicha entrega.” (Aguirre Ramírez,
Fernando y Fresnedo, Cecilia, 2011, pág. 38). En caso de incumplir tal obligación, el
transportador incurre en responsabilidad, de acuerdo a lo establecido en el artículo 1048
del Código de Comercio. Debido a que el título dedicado al derecho marítimo del citado
código no presenta una regulación exhaustiva de las causales de exoneración de
responsabilidad, se han aplicado analógicamente las reglas generales sobre el contrato de
transporte: fuerza mayor, caso fortuito, hecho de tercero, culpa de la víctima y el vicio
propio de la cosa dañada (Aguirre Ramírez, Fernando y Fresnedo, Cecilia, 2011, págs.
170-171). La fuerza mayor y caso fortuito están expresamente previstos en el artículo 168
ejusdem: “Durante el transporte corren de cuenta del cargador, no mediando
estipulación contraria, todos los daños que sufrieren los efectos provenientes de vicio
propio, fuerza mayor o caso fortuito. La prueba de cualquiera de estos hechos incumbe
al acarreador.” Y habitualmente se recurre a la doctrina civilista (específicamente, a
Gamarra) para definir los conceptos de “fuerza mayor y caso fortuito”: utilizándolas
como expresiones sinónimas que denotan un “…hecho extraño al ofensor, irresistible e
imprevisible, que ocasiona el daño.” (Aguirre Ramírez, Fernando y Fresnedo, Cecilia,
2011, pág. 175).

A los efectos del presente artículo vamos a detenernos en el análisis del adjetivo
“imprevisible”. Cabe preguntarse: ¿en qué medida un temporal es previsible? ¿Basta con
que esté mencionado en un informe meteorológico para que revista tal valoración? ¿Es
razonable considerar que los eventos climáticos y meteorológicos pueden ser
caracterizados genéricamente bajo expresiones antitéticas como previsible/no previsible?

2
Para contestar estas preguntas es necesario recurrir a determinadas nociones de la filosofía
del lenguaje.

3. El lenguaje y una de sus características: la vaguedad semántica

Un aspecto que es bastante descuidado en la formación de los juristas (al menos


dentro del ámbito latinoamericano) es el estudio de los conceptos básicos de la filosofía
del lenguaje, y eso nunca deja de ser sorprendente, porque en una disciplina como el
Derecho que básicamente consiste en una conducta discursiva, no tener en mente la
complejidad del lenguaje lleva a que no se pueda apreciar a la actividad jurídica en todas
sus dimensiones, alentando una visión simplista y hasta ingenua de, por ejemplo,
actividades como la redacción de normas, la interpretación jurídica y hasta del
razonamiento jurídico. El derecho se construye, se expresa y analiza mediante lenguaje.
El derecho es un concepto interpretativo (Dworkin, 2008, pág. 72).

El lenguaje presenta determinadas características que en ciertas condiciones


favorecen la comunicación, pero otras veces la dificultan: me refiero a la ambigüedad y
a la vaguedad. Ambas pueden ser semánticas (cuando se originan en el sentido de una
palabra), así como sintácticas (cuando se originan en el orden estructural de la oración
según el idioma en que se encuentre expresada).

Una palabra (o una oración) es ambigua en un contexto dado cuando el intérprete


tiene más de una opción para asignarle sentido: un ejemplo cotidiano podrían ser el caso
de un interlocutor que nos pregunta “¿Dónde está el banco?” y no sabemos si se refiere a
una determinada pieza de mobiliario o a la institución financiera. O para citar un
humorístico ejemplo dado por el filósofo del derecho Carlos Santiago Nino: “Si se dice
el cabo de Hornos es muy frío´, se puede dudar si se alude al clima de una determinada
región austral o a la falta de sensibilidad de un militar que se apellida ´de Hornos´”
(Nino, 2003, pág. 260).

Una palabra (o una oración) es vaga en un contexto determinado, cuando el


intérprete no sabe qué sentido asignarle. Una de las tantas formas de vaguedad es la
vaguedad por graduación: “Esta forma de vaguedad se genera cuando no existe un límite
preciso entre la aplicabilidad y la inaplicabilidad de una palabra (…) la palabra es
claramente aplicable en determinadas situaciones y claramente inaplicable en otras,
pero entre éstas hay otras más en las que no podemos afirmar que la palabra es aplicable
3
o inaplicable. Esto sucede, básicamente, con las llamadas ´palabras polares´ (v. gr.
´lento/rápido´, ´frío/caliente´, ´duro/blando´, ´alto/bajo´), en las que existe un eje en uno
de cuyos extremos la palabra es aplicable e inaplicable en el otro, siendo gradual el paso
entre ellas. Estas palabras pueden hacer referencia a propiedades que se dan en
diferentes grados, sin que el significado de la palabra posea un límite cuantitativo para
su aplicación.” (Mendonca, 2000, pág. 159).

Justamente esto es lo que sucede con el concepto de previsibilidad: está afectado


de vaguedad por graduación y más precisamente, por ser una “palabra polar”: un
integrante del binomio “previsible / imprevisible”. Esto se puede apreciar si
reflexionamos sobre la comunicación de los pronósticos sobre fenómenos meteorológicos
(en este caso, de las tormentas): ¿cuándo podemos, con absoluta precisión, afirmar que
una tormenta era previsible o imprevisible? Porque debe tenerse presente que los
pronósticos (como ya veremos más detenidamente), son las conclusiones de inferencias
(es decir, razonamientos) de tipo inductivos sobre un evento que posiblemente sucederá
en el futuro, y por ende, carentes de certeza absoluta sobre su ocurrencia. Es el terreno de
lo probable, por lo que presentan un innegable (aunque variable) grado de incertidumbre,
que debe tenerse en cuenta por el capitán o patrón de una embarcación para tomar
decisiones sobre el curso de sus acciones: zarpar o no, seguir navegando o no, navegar
por ciertas rutas y no por otras. Y esta misma incertidumbre es con la que se enfrentará el
juez al decidir si una tormenta podía razonablemente ser o no considerada como un evento
previsible o imprevisible.

Una forma de solucionar la vaguedad por graduación es convencionalmente (es


decir, por acuerdo), decidiendo criterios o parámetros sobre cuando consideraremos una
determinada situación previsible o imprevisible, explicitándolos y compartiéndolos
intersubjetivamente.

4. Los eventos meteorológicos como hechos jurídicos

4.1. ¿Qué es un hecho para el derecho? Un concepto y una clasificación

Existe una ambigüedad en el vocablo “hecho” que en general pasa desapercibida en


el discurso jurídico, ya sea en la doctrina, en la jurisprudencia como en el derecho
positivo. A efectos de aclarar este concepto, en teoría del derecho González Lagier

4
(González Lagier, Quaestio facto. Ensayos sobre prueba, causalidad y acción, 2013, pág.
17 y 18), ha realizado una serie de importantes distinciones que permiten desambiguar tal
expresión:

a) hechos y objetos: tomando la definición de “hecho” del filósofo analítico Bertrand


Russell, quien lo definía como "…aquello que hace verdadera o falsa a una
proposición. Si digo 'Está lloviendo', lo que digo será verdadero en unas
determinadas condiciones atmosféricas y falsas en otras.” Eso lleva a distinguir los
hechos (en sentido de “evento”) de los objetos físicos, porque éstos no hacen
verdaderas o falsas nuestras creencias, dado que éstas no versan directamente sobre
los objetos, sino sobre su existencia, o sobre la pertenencia de cierta propiedad al
mismo. Dado que mediante la prueba se pretenden generar ciertas creencias (el
convencimiento) en el juez, la prueba no puede versar sobre los objetos; lo que es
materia de prueba es la existencia de un objeto, pero no el objeto en sí mismo. “La
expresión (…) ´los hechos en el Derecho´ en el ámbito de la prueba, se refiere a todo
aquello que puede formar parte de la premisa fáctica del silogismo judicial, esto es,
todo aquello que las partes pueden tener interés en probar para tratar de suscitar
una creencia en el juez.” (González Lagier, 2003, pág. 18).
b) hechos genéricos y hechos individuales: distinción entre clases de hechos (como
erupciones volcánicas, descarrilamientos, batallas, etc.), y hechos particulares
ocurridos en un momento y un espacio determinado (como la erupción del Etna en
julio del 2001, el descarrilamiento del expreso de Irún y la batalla de Trafalgar).
c) hechos externos: acaecimiento empírico, realmente ocurrido, desnudo de
subjetividades e interpretaciones.
d) hechos percibidos: conjunto de datos o impresiones que el hecho externo causa en
nuestros sentidos.
e) hechos interpretados: la descripción o interpretación que hacemos de tales datos
sensoriales, clasificándolos como un caso de alguna clase genérica de hechos.

El citado autor, además de la resumida clasificación brindada, realiza una


clasificación más extensa, de la que creo destacable mencionar la que distingue los
estados de cosas, los sucesos, las acciones y omisiones entre naturales (cuando es posible
describirlas sin hacer referencia a reglas o convenciones) o institucionales (cuando no es

5
posible describirlas sin hacer referencia a reglas o convenciones, como “estar casado”,
“alcanzar la mayoría de edad” o “jugar al ajedrez”).

4.2. Los temporales como hechos

A efectos de ser preciso en el manejo del lenguaje, es necesario aclarar el sentido


que asigno a la palabra “tormenta”. Para tomar un criterio meteorológico explícito y
compartido de manera internacional, la voy a usar como sinónima del concepto de
“temporal”: el fenómeno meteorológico que presente las características de fuerza de
viento y estado del mar equivalentes al número 8 en adelante de la Escala Beaufort
(Servicio de Oceanografía, 2018), y que establece:

Número Denominación Especificaciones para Altura olas en


Nudos m/s Km/h
Beaufort Beaufort mar abierto metros
Arbolado. Olas de altura
media de mayor longitud. El
borde superior de las crestas
17.2-
8 Temporal 34-40 62-75 se desprende. La espuma es 5.5 (7.5)
20.7 esparcida en bandas bien
definidas en dirección del
viento.
Arbolado. Olas altas, con
espesas bandas de espuma en
20.8- la dirección del viento. Las
9 Temporal Fuerte 41-47 76-88 crestas se vuelcan, arquean y
7 (10)
24.4
enrolan. La visibilidad es
reducida por los rociones.
Montañoso. Olas muy altas
con grandes crestas que
demoran en romper. La
espuma forma franjas anchas
Temporal Muy 24.5-
10 48-55 89-102 concordantes con la 9 (12.5)
Fuerte 28.4 dirección del viento. En
conjunto el mar se torna
blanco. La visibilidad es
reducida.
Montañoso. Olas de altura
excepcional (pequeños y
medianos buques pueden
momentáneamente
desaparecer de vista entre las
olas). El mar está totalmente
11 Temporal Muy Duro 56-63 28.5-32 103-116 cubierto de manchones
11.5 (16)
blancos distribuidos en la
dirección del viento. Las
crestas son transformadas
continuamente en espuma.
La visibilidad es reducida.
Enorme. El aire se llena de
rociones y espuma. Mar
Temporal 32.7 o 117 o
12 64 o más completamente blanco. La 14 (-)
Huracanado más más visibilidad es seriamente
reducida.

Entonces para el derecho, las tormentas en el mar (temporales) serían:

6
a) hechos naturales: porque pueden ser descritos sin referencias a normas, reglas o
convenciones, bastando con que el hablante utilice el lenguaje descriptivamente para
reportar eventos que acontecen externamente a él como viento, olas, etc.,
b) hechos institucionales: porque también se puede referir a tales fenómenos
meteorológicos mediante la referencia a una convención o regla específica: este es el
uso que estoy efectuando en este artículo: a una tormenta la trataré como temporal al
hacer referencia a la convención metoeorológica establecida mediante la escala
Beaufort, de que se utilizará ese término ante fenómenos que presenten determinadas
características (por encima de determinadas altura de ola, velocidad de viento, etc.),
c) hechos genéricos: cuando se refieren a ellas como categoría de eventos, y no como
un evento en particular; un ejemplo de ello sería cuando una norma jurídica, dentro
de sus supuestos de hecho, refiere genéricamente a las tormentas; por ejemplo, el
artículo 1° del Decreto N° 371/995 que aprueba el “Reglamento de organización y
funcionamiento del Sistema Nacional de Emergencias”, al establecer en su inciso
segundo que “Se consideran situaciones de emergencia, crisis y desastre
excepcionales, entre otros, accidentes gravísimos, tormentas que provoquen daños
masivos, sequías, inundaciones, plagas, epidemias, incendios, contaminación
ambiental, acciones terroristas y otras situaciones excepcionales que causen
conmoción social, ocasionadas por fenómenos naturales o por la acción humana.”
d) hechos individuales: cuando se refiere a una determinada tormenta, acontecida en un
particular período de tiempo y área geográfica; en este sentido se emplea al momento
de decidirse judicialmente si ese evento puede justificar el incumplimiento del
transportador de entregar la mercadería, en ejecución del contrato de transporte.

5. Sobre las formas básicas de inferencias (razonamientos) y en especial, sobre el


las inferencias inductivas

5.1. Las tres formas básicas de razonamiento: la deducción, la inducción y la


abducción

Como dicen Anderson, Schum y Twining (Anderson, Schum, & Twining, 2015,
pág. 89) “La investigación de los hechos en el Derecho comparte muchos atributos que
caracterizan a las actividades de descubrimiento que se llevan a cabo en otros contextos,
tales como la ciencia, la historia, la medicina y el análisis de las divisiones de
inteligencia. En cualquier contexto, la investigación y el análisis (y comprobación)
7
requieren el uso de las tres formas estándares de lógica: deductiva, inductiva y abductiva.
Los argumentos en cada una de estas formas pueden ser expresados en la forma de un
silogismo. En la lógica deductiva, la premisa mayor debe ser una declaración
universalmente verdadera:

Deductiva: Todas las A son B

X es una A

X es (necesariamente) una B

En la lógica inductiva, en el sentido de razonamiento práctico, la premisa mayor


no es universalmente verdadera y habitualmente ni siquiera es declarada. Es una
generalización, una proposición, que puede ser verdadera ´usualmente´, ´muchas veces´,
´más a menudo que no´, ´algunas veces´, etc. Puede, sin embargo, ser expresada en una
forma silogística articulando la generalización de la que la inferencia depende.

Inductiva: Muchas A son B

X es una A

X es probablemente una B

En razonamiento abductivo (…) Es el proceso creativo de razonamiento. Más que


razonar desde una hipótesis hacia una conclusión basada en pruebas, involucra un
razonamiento que va desde la prueba hacia una hipótesis que la puede explicar.

Abductiva: Un evento sorpresivo A ha ocurrido

Si H fuese verdadera, A se habría producido

Hay razones para creer que H podría ser verdadera.”

5.2. La inducción

Ni en nuestra vida diaria ni en la ciencia razonamos exclusivamente mediante una


única estructura lógica, sino que parecería que usamos todas: a veces priorizando unas
sobre otras, o encadenándolas unas con otras. Pero considero que más allá de todos los
tipos de razonamiento que un predictor en meteorología pueda emplear, una predicción
meteorológica para un determinado período de tiempo y para un área geográfica
determinada, es la conclusión de un razonamiento inductivo. Y ello porque es efectuado

8
en términos de probabilidad de ocurrencia; se asume que los fenómenos que se describen
en tal pronóstico, pueden acontecer o no. No son formulados con certeza absoluta, sino
con un grado variable de incertidumbre.

En la literatura filosófica se han caracterizado muchos tipos de inducción. Para


nombrar solo una de ellas, podemos citar la distinción entre inducción generalizadora e
inducción probabilística. Estamos ante una inducción generalizadora (o inducción en
sentido estricto) “…cuando conocemos una serie de casos y resultados (…) y queremos
extraer la regla que correlaciona unos con otros. En los argumentos inductivos
extraemos una premisa de carácter general a partir del examen de una serie limitada de
supuestos particulares, de manera que la conclusión siempre va más allá de las premisas.
En una inducción siempre hay un ´salto´ de las premisas a la conclusión, por lo que la
verdad de unas no nos garantiza la verdad de la otra. La conclusión de una inducción
bien construida podrá ser más o me nos probable, pero nunca será infaliblemente
verdadera.” (González Lagier, Quaestio facto. Ensayos sobre prueba, causalidad y
acción, 2013, pág. 46 y 47). Un ejemplo típico de este tipo de razonamientos son las leyes
naturales: mediante la observación de una determinada cantidad de casos particulares (por
ejemplo, de la caída de los objetos), se infiere una regla de tipo universal (la ley de
gravedad). Por supuesto que esto significa que el conocimiento obtenido mediante la
ciencia, está sujeto a un grado irreductible de incertidumbre. “Se ha dicho que toda la
ciencia descansa en inducciones a partir de la observación de la realidad, y dado que las
conclusiones de una inducción nunca son necesariamente verdaderas, entonces se sigue
que nuestro conocimiento nunca es necesariamente verdadero, sólo verdadero por
aproximación. Por ello a la inducción se le ha llamado ´la gloria de la ciencia´ y ´el
escándalo de la filosofía´. Ahora bien, mientras nuestras inducciones permitan el
desarrollo de la ciencia y la técnica (es decir, nos permitan comprender el mundo,
predecir sus cambios y desarrollar instrumentos para controlarlo) sin haber sido
refutadas, seguiremos fiándonos de ellas.” (González Lagier, Quaestio facto. Ensayos
sobre prueba, causalidad y acción, 2013, pág. 48).

El citado autor distingue dos sentidos distintos del término “probabilidad”:

a) cuando es usado en relación a la conclusión de una inducción, para expresar que


no se infiere con total certeza de las premisas, sino con cierta probabilidad; aquí
la expresión “probablemente” se estaría usando en el sentido de

9
“razonablemente”, sentido al que el autor llama probabilidad inferencial,
afirmando que “hace referencia al grado de apoyo que las premisas prestan a
la conclusión, esto es, el grado de credibilidad racional de la conclusión.”
(González Lagier, Quaestio facto. Ensayos sobre prueba, causalidad y acción,
2013, pág. 47),
b) cuando es usado para expresar una ley o regularidad estrictamente universal,
que no tenga excepciones, y que correlacione todos los casos con determinada
propiedad (“todos los metales se dilatan con el calor”), o para expresar una
ley probabilística (“aquellos que convivan con un enfermo de sarampión,
probablemente enfermarán”), ya que expresa una relación causal entre dos
acontecimientos (la exposición al contagio y la enfermedad), pero que admite
excepciones; a este sentido lo llama probabilidad causal (González Lagier,
Quaestio facto. Ensayos sobre prueba, causalidad y acción, 2013, pág. 47).

“No obstante, ambos sentidos de "probabilidad" se entrecruzan, y puede ser difícil


distinguirlos. En general, si se trata de una relación entre enunciados (premisas y
conclusión), podemos hablar de ´probabilidad inferencial´ o ´grado de credibilidad´,
mientras que si se trata de una relación entre eventos (o clases de eventos), podemos
hablar de ´probabilidad causal´. Pero obsérvese que, por un lado, la probabilidad
causal, expresada en leyes probabilísticas, es conocida por medio de un argumento
inductivo (por lo que también está sujeta a un mayor o menor grado de credibilidad
racional); y, por otro lado, si usamos una ley probabilística como premisa de un
argumento, sólo podemos inferir la conclusión con cierta probabilidad inferencial.”
(González Lagier, Quaestio facto. Ensayos sobre prueba, causalidad y acción, 2013, pág.
47), el destacado del texto no está en el original.
El autor ilustra el concepto de inducción generalizadora con el siguiente ejemplo
(González Lagier, Quaestio facto. Ensayos sobre prueba, causalidad y acción, 2013, pág.
48):
“X, Y y Z son cuervos
X, Y y Z son negros
----------------------------
Todos los cuervos son negros”

10
Por otra parte, se encuentra la llamada inducción probabilística. “Hemos visto que
las reglas generales que podemos obtener por inducción ampliativa pueden ser
universales o probabilísticas. Si son universales, podemos construir con ellas
deducciones, subsumiendo el caso en la regla universal. Obtenemos de esta manera un
resultado que será necesariamente verdadero (si las premisas lo son). Pero si son
probabilísticas, al subsumir el caso en ellas no obtenemos un resultado cuya verdad esté
garantizada por las premisas, sino meramente probable. (…) Imaginemos que hemos
descubierto que algunos cuervos, sometidos a determinados experimentos de laboratorio,
cambian de color y se vuelven blancos, de manera que lo que era considerado un
enunciado estrictamente universal (´todos los cuervos son negros´) pasa a enunciarse
como una regla probabilística (´si x es un cuervo, probablemente es negro´). Entonces el
siguiente argumento sería un ejemplo de inducción probabilística:

si x es un cuervo, probablemente es negro


x es un cuervo
----------------------------------
x es negro.” (González Lagier, Quaestio facto. Ensayos sobre prueba, causalidad y
acción, 2013, pág. 48 y 49).

6. Las concepciones de la probabilidad

Otro aspecto que al profundizar en su estudio nos muestra su complejidad, es el de


la probabilidad. Como afirma Philip Dawid (Dawid, 2018, pág. 29) en su acepción más
técnica, el término “probabilidad” denota una medición cuantitativa de la incertidumbre
asociada con algún estado de cosas desconocido (evento). La probabilidad se mide
normalmente en una escala de cero a uno, donde cero representa la certeza de que el
evento es falso, y el aumento de los valores de la probabilidad correspondiente a la certeza
creciente o la disminución de la incertidumbre, que el evento es verdadero. El valor medio
representa la equivalencia completa en cuanto a si es o no verdadero, y el valor uno
certeza completa de que es cierto. El evento bajo consideración podría ser un suceso
futuro cuyo resultado es aún indeterminado, como el caso de que una víctima accidentada
sobreviva cinco años. O podría ser una afirmación sobre el pasado o el presente el cual
es, en principio, determinado, pero cuya verdad puede ser desconocida, como los eventos
de que mi oponente de póker tiene cuatro ases, o que el acusado en un juicio por homicidio

11
mató de hecho a la víctima. Algunas aplicaciones de la teoría de la probabilidad también
permiten que una teoría o generalización sea tratada como un evento y así asignarle una
probabilidad, de modo que podamos hablar, por ejemplo, sobre la probabilidad de que la
gravedad obedezca a la ley del cuadrado inverso, o de que un particular sistema para la
3
administración de justicia es menos propenso al error que otro.

El mencionado autor cataloga siete tipos de probabilidad: probabilidad estadística,


probabilidad clásica, probabilidad empírica, probabilidad metafísica, probabilidad
subjetiva, probabilidad lógica y probabilidad no pascaliana (Dawid, 2018, págs. 30-39).
Por brevedad solamente voy a referirme a aquella que Dawid considera que tiene
aplicación al razonamiento jurídico: la probabilidad subjetiva. En esta concepción, la
probabilidad asignada a cualquier evento depende no solo del evento específico en
cuestión, sino también del individuo que expresa la, y del estado de la información de
contexto a la luz de la cual se realiza esta evaluación. Cuando cualquiera de estos factores
cambia, también podría cambiar la probabilidad. Hay un elemento irreductiblemente
subjetivo en cualquier asignación de probabilidad. Pero esto no significa que no pueda
cuantificarse tal asignación subjetiva de probabilidad, lo que se puede hacer mediante un
método constructivo de medición del comportamiento del individuo que asignaría la
probabilidad de ocurrencia de un evento. El autor lo explica con este ejemplo:
supongamos que un corredor de apuestas ofrece probabilidades de diez a uno contra algún
evento. Si un sujeto acepta la apuesta, ganará diez veces su apuesta si ocurre el evento,
mientras que perderá su apuesta si no ocurre. Si se fuera a asignar un valor de probabilidad
P al evento, se calcularía su ganancia esperada como un múltiplo de su apuesta. Esto es
no negativo (y la apuesta es por lo tanto ventajosa) si P excede 1/11. Por el contrario, si
acepta la apuesta sin considerar sus probabilidades de éxito, se deduce que la probabilidad

3
Traducción propia. Texto original: “In its more technical usage, the term “probability” denotes a quan-
titative measure of the uncertainty associated with some unknown state of affairs — or, as this is technically
called, ´event.´ (…) Probability is normally measured on a scale from zero to one, with zero representing
certainty that the event is false, and increasing values of the probability corresponding to increasing
certainty, or decreasing uncertainty, that the event is true. The value one-half represents complete equiv-
ocation as to whether or not it is true, and the value one complete certainty that it is. The event under
consideration might be a future happening the outcome of which is still undetermined — such as the event
that an accident victim will survive five years. Or it might be a statement about the past or present which
is, in principle, determined, but the truth of which may be unknown — such as the events that my poker
opponent holds four aces, or that the defendant in a murder trial did in fact kill the deceased. Some
applications of Probability Theory also allow a theory or generalization to be treated as an event and so
be assigned a probability, so that we might talk, for example, about the probability that gravity obeys the
inverse square law, or that one particular system for the administration of justice is less prone to error
than another.”

12
que le asigna ese sujeto al evento debe ser superior a 1/11. Al considerar su
comportamiento al aceptar o rechazar un rango de tales apuestas, con varias
probabilidades, es posible inferir un valor numérico exacto para la probabilidad
(subjetiva) que le asigna al evento 4.

Dawin cita como un ejemplo de la aplicación de este tipo de cuantificación de la


probabilidad subjetiva, el uso de la llamada “Brier scoring rule” (regla de puntaje Brier)
en el entrenamiento de pronosticadores meteorológicos en la asignación numérica
subjetiva de la probabilidad de que ocurra un evento (como por ejemplo, que mañana
llovería). Lo que se busca es que el individuo cuantifique honestamente y cuidadosamente
la probabilidad del evento que afirma que ocurrirá, por lo que se plantea un sistema de
“puntajes de castigo” (penalty score): la probabilidad de ocurrencia (Q) se resta o se eleva
al cuadrado, según ocurra o no el evento pronosticado. De tal manera, el pronosticador
escogerá con mucho cuidado la probabilidad a asignar al momento de efectuar su
pronóstico, especialmente si a ello se le suman castigos monetarios (Dawid, 2018, pág.
36). 5

4
Traducción propia. Texto original: “Rather, the probability assigned to any event must be allowed to
depend not only on the specific event in question, but also on the individual whose uncertainty is being
expressed, and on the state of background information in the light of which this assessment is being made.
As any of these factors changes, so too might the probability. In particular, there is an irreducibly subjective
element in any probability assignment. (…) Moreover, this suggests a method for measuring a subjective
probability: it should be related to the odds at which an individual would be willing to enter into such a
bet. Suppose that a bookmaker offers odds of ten to one against some event. If you take up the offer of this
bet, you will gain ten times your stake if the event occurs, while you will lose your stake if it does not. (…)
This is nonnegative (and the bet is therefore advantageous) if P exceeds 1/11. Conversely, if, without any
explicit consideration of probabilities, you are happy to accept this bet, it may be deduced that your
probability for the event must exceed 1/11. By considering your behavior in accepting or declining a range
of such bets, at various odds, it is possible to infer an exact numerical value for the (subjective) probability
that you assign to the event. This constructive, behavioral measurement procedure can be regarded as
defining subjective probability.”
5
“One method that has been found extremely helpful in training weather forecasters to assess numerically
their subjective probability of an event such as “it will rain tomorrow” is the so-called Brier scoring rule.
This operates as follows: suppose a forecaster has to quote a value Q for his probability of the event A.
When the outcome of the event is eventually known, he is to suffer a “penalty score” of (1 − Q ) if A in
2

2
fact occurs, and of Q if it does not. Suppose he held a true subjective probability P for the event A. Then
his expected penalty, if he quotes Q, is P × (1 − Q ) + (1 − P ) × Q . It may be shown that this is
2 2

minimized for the choice Q = P: in other words, faced with such a system of penalties, honesty is the best
policy, and the optimal value to quote is the true probability. If now we are trying to measure that
probability, we can watch the forecaster’s behavior when made to play the above game, in the knowledge
of the penalties that await him, for any choice he may make for Q, both should A in fact occur, and should
it fail to occur. If the penalties are real monetary ones, his mind will be concentrated wonderfully, and he
will choose his quoted value Q with great care. Since the Brier scoring rule encourages honesty, we can
take this quoted value as being his true probability.”

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7. Los pronósticos meteorológicos como proposiciones inductivas probabilísticas
sobre eventos futuros

La Organización Meteorológica Mundial establece en sus “Directrices sobre la


comunicación de la incertidumbre de las predicciones” (Organización Meteorológica
Mundial, 2018, pág. 1) que “La incertidumbre es un elemento inherente al proceso de
predicción hidrometeorológica (…) Los predictores están muy familiarizados con la
cuestión de la incertidumbre y la predictibilidad, y se ven obligados a enfrentarse a ellas
cada vez que efectúan una predicción. En ocasiones, los modelos informáticos
disponibles u otras fuentes de orientación son coherentes en sus predicciones, por tanto,
el predictor confía en el resultado. En otras ocasiones, los modelos pueden diferir en
gran medida o los parámetros meteorológicos pueden resultar particularmente difíciles
de predecir. No obstante, se debe efectuar una predicción, aun cuando el grado de
confianza sea bajo. La incertidumbre de las predicciones puede surgir también por el
modo en que el predictor hace uso de la información disponible. Incluso en los casos en
los que las predicciones de los modelos sean muy precisas, un predictor seguirá teniendo
que interpretarlas y aplicarlas al tiempo meteorológico real. Por consiguiente, esta
interpretación se debe transformar en una predicción, que, a su vez, el usuario recibirá
e interpretará. La incertidumbre puede aparecer en cada una de estas etapas de la
´cadena de información´. Comunicar la incertidumbre de las predicciones es de vital
importancia para los usuarios. Les permite tomar mejores decisiones acordes con la
fiabilidad de las predicciones. Asimismo, ayuda a controlar las expectativas de los
usuarios en lo que se refiere a predicciones precisas.”

En este artículo no voy a ingresar en el especializado proceso que implique la


confección de un pronóstico meteorológico (y específicamente, uno marítimo), pero lo
que quiero destacar es lo siguiente: el resultado de tal proceso (la predicción particular de
determinados eventos futuros), son proposiciones (afirmaciones) producto de un
razonamiento inductivo probabilístico y subjetivo: por ejemplo, para un determinado
pronosticador existe algún grado de probabilidad (altísimo, medio o escaso) de que un
temporal (Fuerza 10 de la Escala Beaufort) acontezca en un tiempo futuro determinado
(dentro de las 24 horas) en una determinada área (el litoral atlántico uruguayo).

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Por supuesto que esta incertidumbre no pasa desapercibida para los pronosticadores
meteorológicos. Las fuentes de la incertidumbre en las predicciones son varias
(Organización Meteorológica Mundial, 2018, pág. 7 y 8):

a) la impredictibilidad atmosférica: “…surge como consecuencia de la


impredictibilidad inherente a la atmósfera. Por naturaleza, la atmósfera tiene un
comportamiento caótico muy sensible a las condiciones iniciales. Esto, acompañado
de una descripción incompleta del estado actual de la atmósfera al inicio de un
listado de modelos de PNT (Predicción Numérica del Tiempo), siempre tendrá como
resultado la incertidumbre de las predicciones. (…) Los modelos en sí mismos solo
son una simulación de la atmósfera y su precisión estará limitada por la precisión
con la que puedan representar los procesos atmosféricos complejos. En situaciones
que son particularmente complejas y difíciles de simular (…), los niveles de
incertidumbre de las predicciones podrían ser bastante elevados. Las predicciones
a más largo plazo se basan en la predictibilidad de parámetros que varían
lentamente, como la temperatura superficial del mar, pero la atmósfera tan solo
sufre una débil evolución al asociarse a límites más bajos, provocando la
incertidumbre de las predicciones.”
b) la interpretación de los datos: “Una vez que el predictor obtiene información para la
predicción, todavía queda la tarea de interpretar los datos y convertirlos en políticas
y productos de predicción. Por ejemplo, el resultado de los modelos de PNT
normalmente se compone de campos meteorológicos, como la presión en superficie,
la temperatura o el viento. El tiempo sensible (chubascos, niebla, etc.) podría estar
representado por campos diagnosticados o ser interpretado de acuerdo con los
experimentos y modelos conceptuales. Generalmente, los modelos o conjuntos
funcionan mejor para parámetros totalmente resueltos, mientras que los elementos
del tiempo diagnosticado conllevan una mayor incertidumbre.”
c) la redacción de la predicción: “El uso de una terminología adecuada a la hora de
redactar una predicción es un elemento esencial para una comunicación eficaz. Sin
embargo, con frecuencia la terminología y fraseología no pueden designar a la
perfección la situación de predicción prevista. Además, el formato y la longitud de
las predicciones pueden ser limitados. Por consiguiente, la incertidumbre puede
surgir porque el predictor no es capaz de describir la historia completa de lo que
pasará. Por ejemplo, si la predicción se aplica a un área geográfica de gran

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extensión y se prevé un amplio repertorio de condiciones meteorológicas, los
predictores necesitarán resumir o condensar la situación, a veces mediante una
descripción general o con la simple mención de los puntos más importantes de la
evolución. Los sintagmas sintéticos como ´en el oeste´ o ´por la tarde y durante la
noche´ contienen una incertidumbre implícita porque son descripciones abiertas en
lugar de específicas.”
d) la interpretación de las predicciones: “La última fuente de incertidumbre de las
predicciones surge cuando el usuario recibe e interpreta la predicción. Esta es la
etapa en la que pueden surgir las incertidumbres de mayor magnitud, sobre todo si
no se entiende la terminología de las predicciones o si el usuario comprende el
significado de manera diferente a como se pretende. Muchos SMHN (Servicios
Meteorológicos e Hidrológicos Nacionales, por sus siglas en inglés) han llevado a
cabo estudios para evaluar el nivel de comprensión de los términos sobre
predicciones y se ha confirmado que frecuentemente se producen malentendidos. En
ocasiones, existen incluso diferencias de comprensión en la terminología de las
predicciones entre los propios predictores. ¿Es lo mismo “probabilidad de
tormenta” que “posibles tormentas”? ¿Cuál es la diferencia entre
“predominantemente bueno” y “uno o dos chubascos”? Resultaría bastante fácil
encontrar a dos predictores que den respuestas diferentes para cada pregunta. Si
los predictores no están de acuerdo en cuanto al significado, entonces es inevitable
que los usuarios tampoco estén seguros. Los centros de predicción deberían
elaborar unas definiciones estándar de los términos y emplearlos de manera
coherente. Cuando se examina la cuestión de la interpretación de las predicciones
en un contexto de probabilidad, el problema incluso se acentúa. En una encuesta
realizada por la Oficina de Meteorología de Australia, se preguntó a la gente qué
entendía por una predicción de un 30 por ciento de probabilidad de precipitación en
la ciudad. El 55 por ciento de los encuestados contestó que significaba que había
una probabilidad de precipitación del 30 por ciento en algún punto de la ciudad,
mientras que el 36 por ciento contestó que había una probabilidad de precipitación
del 30 por ciento en toda la ciudad. Esto muestra por qué es importante definir el
fenómeno con claridad para que tanto el predictor como el usuario tengan total
seguridad de a qué se refiere la probabilidad. Asimismo, puede ser útil para los
usuarios que las probabilidades de los fenómenos se comparen a la frecuencia
climatológica observada de tales fenómenos. La percepción humana también tiene

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una influencia importante en la interpretación de la incertidumbre y del riesgo. Las
respuestas de la gente respecto de la incertidumbre varían en función de las
consecuencias del fenómeno que se predice.” (el destacado del texto no está en el
original).

Parecería que no existen criterios infalibles que garanticen la eliminación de la


incertidumbre transmitida en un pronóstico meteorológico, aunque sí existen técnicas que
ayudan a reducirla. La Organización Meteorológica Mundial brinda recomendaciones a
tal respecto (Organización Meteorológica Mundial, 2018, pág. 9 a 25):

a) el empleo de medidas numéricas conjuntamente con un lenguaje simple claramente


definido “Prácticamente cierto – Más de un 99% de probabilidad”, “Muy probable –
Más de un 90% de probabilidad”, “Probable – Más de un 66% de probabilidad”, etc.
b) la utilización de determinados colores previamente seleccionados (en conjunto con
la información numérica y verbal) y que, incluso, puedan tener previsto su adecuada
percepción por personas que padezcan daltonismo,
c) una cuidadosa elección del lenguaje en que se redactaran los pronósticos, debido a
que el uso intencional de términos deliberadamente ambiguos (“más tarde”, “en
desarrollo”, “en la zona”), puede deberse a que el predictor no sabe a ciencia cierta
el momento o la localización precisos en los que va a producirse el fenómeno
previsto; ello puede ser compensado mediante una descripción narrativa de la
situación que incluya posibles escenarios alternativos, así como una previa y pública
definición de los términos sobre incertidumbre más comunes (como “posible” y
“probable”),
d) el uso de gráficos para presentar en términos cuantitativos la información asociada a
la incertidumbre, por ejemplo, mediante gráficos circulares que presenten todas las
posibilidades de un pronósticos de una vez (la predicción estacional de lluvias en
sectores triangulares del círculo en porcentajes “por sobre la media”, “por debajo de
la media”, “cerca de la media”),
e) el uso de cuadros y mapas para representar la incertidumbre en forma espacial, por
ejemplo, el mapa del área objeto del pronóstico, con áreas de colores diferenciados
según la probabilidad de ocurrencias de un determinado fenómeno (por ejemplo,
lluvias).

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8. El criterio doctrinal y jurisprudencial de la previsibilidad del hecho fortuito a la
luz de la incertidumbre de los pronósticos meteorológicos

Por todo lo expresado hasta aquí considero que conceptos tales como: “La técnica
moderna ha quitado, en gran parte, los caracteres de (…) imprevisibilidad a los
accidentes en el mar. Los buques, actualmente, cuentan con radar, sonar, radio para
comunicarse con otros buques o estaciones meteorológicas que les informan de las
condiciones que imperan en las zonas a donde se dirigen (dirección del viento, en rumbo
y grados, así como intensidad).” (Rocca, 1990, pág. 156), deben ser suficientemente
precisados como para poder ser apreciados en forma racional (es decir, fundamentados
en razones adecuadas). No basta que existan medios de comunicaciones que faciliten el
conocimiento de qué circunstancias meteorológicas probablemente puedan llegar a existir
en el área por donde se navegará (cuando el capitán está evaluando sus rutas de
navegación), o eran probablemente esperables en la navegación efectivamente efectuada
(cuando en juicio el juez está evaluando si era previsible o no la existencia de un temporal
para decidir sobre la responsabilidad del transportador).

Para formarse una adecuada idea (y valoración) de esta probabilidad, la vaguedad


semántica de expresiones como “previsible” o “imprevisible” debe ser contrarrestada
mediante la adopción de criterios cuantificadores: podría adoptarse la escala usada en la
teoría de la probabildad (valores de certeza entre 0 a 1) o una escala de porcentajes (entre
0 % improbable a más de 99 % como sumamente probable).

Supongamos la siguiente situación: un buque portacontedores que efectúa una ruta


oceánica, pierde parte de su carga durante un temporal. Al ser demandado por el cargador,
el transportador alega la eximente de fuerza mayor. El juez (dentro de otras probanzas)
debe valorar si el temporal fue un hecho imprevisible o no. Entonces, cabe preguntarse:
¿basta con que un pronóstico meteorológico (en conocimiento del transportador) haya
anunciado un temporal para la zona y oportunidad en que iba a navegar el buque, para
considerarlo como un hecho previsible? La previsibilidad es una cuestión de grados. Esos
grados van desde el extremo de lo improbable hasta el extremo de lo ciertamente
probable, y el establecimiento de tal gradación debe ser tenida en cuenta por el juez al
momento de valorar la prueba meteorológica.

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En consideración de la vaguedad lingüística existente, y de que cualquier pronóstico
meteorológico es la expresión de la probabilidad subjetiva que el pronosticador que lo
redacta le otorga a la ocurrencia del temporal, es necesario que el juzgador busque
criterios que le permitan cuantificar tal incertidumbre, lo que no siempre será tarea
sencilla: van a existir casos en que los pronósticos la expresen mediante alguna escala, y
van a existir otros casos en que solamente habrán sido utilizadas expresiones tan ambiguas
como “probables tormentas”. En tales casos es que deberá recurrirse a medios tales como
testigos expertos, prueba por informes de oficinas especializadas, etc. que permitan
cuantificar la incertidumbre. A mi juicio no basta con que un pronóstico meteorológico
simplemente mencione que puede sobrevenir un temporal, para así otorgarle la calidad de
hecho previsible; para ello es necesario saber cuál es el grado de probabilidad subjetiva
de ocurrencia de tal temporal: ¿un temporal con una probabilidad de ocurrencia de menos
del 50 % puede racionalmente considerarse como previsto? Creo que ese porcentaje de
previsión equivale al 0,5 de la escala manejada por la teoría de la probabilidad (la
equivalencia entre que no va a pasar y que sí va a pasar), por lo que cuestiono su
suficiencia. Me parece razonable que para considerarse como previsible un evento
meteorológico (no sólo como posible su ocurrencia en algún momento, sino con chance
de acontecer en un futuro inmediato), deba considerarse una probabilidad subjetiva de
ocurrencia de más del 50 %. Pero eso es solo un criterio inicial y por supuesto,
absolutamente revisable, ya que pretendo que este sea solamente el comienzo de la
discusión.

Considero que es de suma importancia que los juristas (abogados y jueces)


tengamos presentes los aspectos que he pretendido destacar en este artículo, y trabajemos
por construir criterios compartidos con los que evaluar racionalmente la incertidumbre,
otorgando precisión a los vagos conceptos lingüísticos a los que tan afectos somos en el
derecho.

BIBLIOGRAFÍA
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