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El camino del Hijo del Hombre

Algunos elementos a tener en cuenta al leer Mc 8, 22-10, 52.


 El camino: Esta parte del evangelio está delimitada por la aclaración del contexto
vital en el que se encuentra Jesús; él está “en el camino”. Pero se encontrará “en
el camino” de una manera diferente a como lo ha estado antes. El punto de partida
del será Galilea, lugar donde se inicia su ministerio y anuncia el Reino con sus
milagros y palabras. La meta del camino será Galilea nuevamente (Mc 16, 7) pero
de una forma nueva, pues los discípulos habrán caminado la decepción vivida a
causa de la Cruz en Jerusalén y la alegría de la resurrección. Jerusalén es un paso
necesario e importante en el camino del discipulado, no puede evitarse si se quiere
poder responder auténticamente al ¿Quién soy yo para ustedes? de Jesús.

 Los anuncios: En ella se encuentran tres anuncios de la pasión (Mc 8, 31; 9,30-
31 y 10,32-34), cada uno de los cuales va seguido de la incomprensión de los
discípulos. A cada una de estas manifestaciones de incomprensión le sigue una
instrucción de Jesús sobre el sentido de este camino que le conduce a la muerte.
En el conjunto del evangelio, éste es un momento especialmente importante. De
pronto es Jesús mismo quien empieza a desvelar el secreto de su verdadera
identidad; se trata de un asunto capital, pues es la clave para entender el camino
de los discípulos. Por esta razón se encuentran aquí tantas instrucciones destinadas
a ellos.
Entre los tres anuncios hay una notable progresión: el primero invita al discípulo
a tomar su cruz y arriesgar la vida por el evangelio; en el segundo, el acento recae
sobre el estilo de vida fraterno, que debe estar presidido siempre por el espíritu de
servicio; finalmente, en el tercero se pone de manifiesto el motivo de todo esto:
seguir el ejemplo de Jesús, que entrega su vida por todos.

 La iluminación: La sección del evangelio abre y concluye con el relato de dos


milagros, la curación de dos ciegos, uno al iniciar y otro finalizar el camino. Más
que relato de milagro habría que ser leído en clave de la iluminación necesaria
para poder seguir a Jesús: Durante el camino a Jerusalén en tres ocasiones instruye
a los discípulos sobre lo que va a suceder en esa ciudad, las tres veces ellos no
comprenden y preguntan sobre cualquier cosa (como el ciego del primer relato,
que no ve en la primera vez), nuevamente antes de entrar a Jerusalén trata de
explicarles para que no se escandalicen, quiere iluminarlos, como al segundo
ciego, para que lo sigan por el camino de la Pasión y la Cruz.
Primer bloque (Mc 8, 22-9, 29)

Un ciego mal curado (Mc 8, 22-26): En Bastida le presentan a Jesús un ciego


para que, tocándolo, lo sanara. Tras el primer intento de curación, el hombre enfermo “ve
poco o empieza a ver”. Será recién en el segundo intento cuando pueda “distinguir de
lejos claramente todas las cosas”. Cabe la pregunta de si Jesús falló en el milagro o no,
pero Marcos nos deja entrever su intención teológica al contarnos este relato: el núcleo
del mismo no estriba tanto en el “milagro” como en la progresión en el ver. Este
episodio prepara la profesión de fe de Pedro.
La curación es lenta para mostrar lo difícil que resulta “ver quién es realmente
Jesús de Nazaret”. Es más, enfatiza que solo se lo llega a conocer por gracia y no por
esfuerzo humano, será necesaria una iluminación. Los discípulos, los Doce incluidos,
están en la primera etapa del milagro (“comienzan a ver”), pero necesitarán ser
iluminados en el camino para comprender que el estilo de meseanismo de Jesús es
completamente novedoso, escapa a sus expectativas y es en otro orden: dar la vida para
salvar a todos.
Una revelación y un reproche (Mc 8, 27-33): En el camino, Jesús platea de
frente la pregunta sobre su identidad. La misma había estado presente en la primera parte
del evangelio en boca de la gente, de sus adversarios y de los discípulos. Ahora será Jesús
el que la formule. Se plantea una doble pregunta, o bien, se busca la respuesta de dos
grupos diversos: la gente, que se admiraba de Jesús, de sus milagros y sus palabras, que
se escandalizaba por su obrar y era incrédula. Para ellos, Jesús no es más que un profeta.
El segundo grupo es el de los Doce, aquellos que habitan “en la casa”, que han sido
instruidos personalmente siendo testigos de su obrar y oyendo sus palabras y que habían
sido llamados para estar con él y ser enviados a predicar. Pedro, como portavoz del grupo,
lo llamará “MESIAS, CRISTO”.
Este título condensa todas las esperanzas que tenía un judío: el Mesías Ungido por
Dios, es decir, su Elegido, su estandarte, el que viene de parte de él. El Mesías Rey,
heredero de la promesa hecha al rey David, que reuniría a las tribus dispersas de Israel y
los liberaría del yugo opresor (de los romanos) y traería un tiempo de paz y abundancia.
El Mesías Sacerdote que restauraría el culto dado a Dios en el Templo de Jerusalén, que
purificaría a la nación para que sea “una nación santa de reyes y sacerdotes” y que llevaría
a plenitud la primera alianza del Sinaí hacia una alianza eterna. Pedro y los demás
apóstoles reconocen en Jesús de Nazaret el cumplimento de la espera mesiánica. Él los
obliga a guardar silencio, porque todavía no se dio en ellos la “iluminación completa”
(son como el ciego después del primer intento de milagro) no ven claramente. Para que
eso se dé, Jesús les dice expresamente el contenido de su misión mesiánica: sufrir mucho,
ser rechazado, morir y resucitar al tercer día.
Pedro, que había sido portador de la revelación es ahora portavoz de la
incomprensión de los Doce y se comporta como “Satanás, tentador, adversario”, es decir,
aquel que quiere apartar a Jesús del camino que ha trazado. Es por eso que le recordará la
llamada (cf. Mc 1, 17), “ponte detrás de mí”, porque ser discípulo es caminar tras las
huellas de Alguien.
El anuncio y la decisión (Mc 8, 34-9,1): Los Doce son invitados a una nueva fase
del discipulado, que ya no será solo estar con Jesús y compartir su misión, sino que
incluirá caminar tras él hacia el mismo destino, la Cruz. En esta segunda etapa del
discipulado, para que “puedan ver desde lejos claramente todas las cosas”, tendrán que
asumir las mismas actitudes de Jesús: negarse a sí mismo, tomar la cruz, perder la propia
vida entregándola.
El disculpado se presenta como un “ir detrás de” “si alguno quiere”, es decir,
conjuga la libertad personal con lo exigente que es ir detrás de las huellas de Jesús. Al
igual que sucedió cuando anunció la llegada del Reino, ahora habrá que tomar una nueva
decisión, porque implica darlo todo (la vida), perderse para encontrarse.
Un anticipo inmerecido (9, 2-8): El relato de la trasfiguración está construido
con elementos comunes de las teofanías de AT: un grupo reducido (Pedro, Santiago y
Juan), en una altura (monte alto), hay cambios en la fisonomía y ropa (sus vestiduras se
volvieron resplandecientes, muy blancas), la nube que evoca la presencia de Dios y la voz
que revela el mensaje central.
Ante lo difícil que resultó el anuncio de la Pasión y Muerte como único camino
posible para Jesús y quienes quieran ser sus discípulos, él lleva a un grupo reducido de
los Doce para revelarles cuál es el plan y el destino final de este camino: la gloria. La
presencia de Moisés y Elías evocan la perfecta sintonía de la persona de Jesús con la
historia de Salvación: Moisés era el mediador de la primera Alianza y Elías, como
portavoz de Dios –profeta- había hecho volver al pueblo a la fidelidad a la Ley del Sinaí
cuando todos habían optado por servir al ídolo Baal.
Jesús se presenta como el nuevo Moisés, mediador y legislador de la Nueva y
Eterna Alianza. Es aún más grande que Elías porque no solo hará volver al pueblo de
Israel a Dios, sino que dará su vida para que todos retornen al Padre. Jesús es la Palabra
definitiva del Padre, su Hijo Amado, la única que hay que escuchar.
La fe y la oración (Mc 9, 14-29): El exorcismo del endemoniado epiléptico
tampoco se centra en el milagro en sí, sino en la enseñanza para los discípulos. Si Jesús
es la Palabra definitiva, el Mediador Único entre Dios y los hombres, habrá que pedir que
nos aumente la fe para no ser una “generación incrédula” que no sepa ver y leer la
presencia del Señor en el Nazareno. Pero para ello será necesaria la oración, es decir, un
vínculo afectivo, real, constante de comunicación con el Señor que se base más en
escuchar al Hijo Amado que en hablar, en seguir sus huellas antes que, en marcar el ritmo
de los pasos, en dar la vida que en guardársela.
El segundo bloque (Mc 9,30-10,31)

Se centra en una cuestión de mucha importancia para los lectores de Marcos: la


vida fraterna y el espíritu de servicio. A propósito de la discusión sobre quién es el más
grande en el reino de los cielos (Mc 9,33-37), Jesús muestra la grandeza de los más
pequeños, y por eso el discípulo es el que se hace como un niño. Se trata ante todo de una
invitación al servicio y a la paz fraterna. Después de una instrucción sobre problemas
concretos (el matrimonio y las riquezas), la sección concluye con una exhortación dirigida
a los discípulos que refleja una vez más el ambiente de persecución y alude a la
experiencia concreta de los que han dejado todo para seguir a Jesús (Mc 9,29-31).
El niño y el servidor (Mc 9, 30-37) Al principio, encontramos la misma secuencia
que estructura los relatos: anuncio-incomprensión- enseñanzas para la
comunidad/discipulado. Es el anuncio más breve y que reproduce lo central de las
palabras de Jesús. La reacción de los discípulos es de desconcierto y miedo. Aunque esto
no les impide discutir sobre “quién es el más grande e importante” de los Doce. Sus
búsquedas e intereses demuestran que todavía no han asimilado la enseñanza de Jesús, es
por eso que deberá insistir en ella recurriendo a una imagen: el gesto simbólico de colocar
a un niño en medio de ellos para que los discípulos aprendan a identificarse con él.
El tema de fondo no es solo el discipulado en general, sino la actuación de los que
son enviados por Jesús, es decir, cuando se presta algún servicio en favor de la
comunidad. Éstos no están llamados a sobresalir o buscar ser beneficiados por la tarea
encomendada, sino convertirse en “los últimos” (como los niños en la sociedad de Jesús)
y en “servidores de todos”. La traducción literal de la palabra griega diáconos que se
utiliza allí es “servidor, el que es puesto par servir”. El puesto y la actitud del que tiene
un oficio en la comunidad, un ministerio o conforma una pastoral es la de estar a los pies
de todos, viviendo la diaconía, y ser siempre el ultimo, como los niños.
La paz fraterna y los pequeños (Mc 9, 38-50): este episodio revela que hay otros
seguidores de Jesús que realizan milagros en su nombre. Los discípulos han querido
detenerlos, pero Jesús les da un principio de tolerancia: “el que no está contra nosotros,
está por nosotros.” Recordemos que la expulsión de los demonios formaba parte de la
misión que Jesús les daba al grupo de los Doce (cf. Mc 3, 13-16) por lo tanto era algo que
los caracterizaba. Ante el intento por parte de los Doce de “acaparar la misión” (sentirse
más importantes que otros) Jesús les recuerda que la tarea del anuncio es compartida, que
nadie es “su dueño” ni tiene derecho a dejar fuera a alguien. Los invita a una paz fraterna
que pueda convertirse en servicio y anuncio para todos.
Estas actitudes (soberbia, vanidad, querer acaparar, creernos dueños, privatizar el Reino
y la tarea evangelizadora, competir para ver quién es el mayor, querer “ser servido”,
altanería) son lo que constituyen el “verdadero escándalo” de los pequeños, de aquellos
que están comenzando a transitar el camino; ya que encuentran en “quienes guían a la
comunidad” o prestan servicios un corazón y unas actitudes que no concuerdan con la
“lógica del Reino”: cargar la cruz, dar la vida, ser el último, ser servidor de todos. De ahí
la radicalidad de Jesús para poner remedios a estas enfermedades que pueden anidar en
nuestros corazones y comunidades.
Las nuevas relaciones del Reino (Mc 10, 1-31): Jesús abandona Galilea y se
traslada a Judea donde lo sigue mucha gente. Esta parte del evangelio está formado por
tres escenas, los personajes que se relacionan con Jesús sostienen puntos de vista
tradicionales sobre diversos aspectos relacionados con el orden de la casa: la sumisión de
la mujer al marido, la irrelevancia social de los niños y la valoración de las riquezas como
bendición divina. Jesús proponen la nueva forma de vivir las relaciones dentro de la casa
siguiendo la “lógica del Reino” que anunciada por él. Son los criterios que han de regular
las nuevas relaciones de los que han acogido el mensaje del Evangelio tanto en las casas
de familia como en las casa-comunidades.
Frente a la sumisión intrafamiliar vivida en las sociedades patriarcales, Jesús
recuerda lo que había sucedido “en el origen”, cita los dos relatos de la creación del
hombre (varón y mujer) que narra el Génesis. Recordando que la auténtica imagen y
semejanza de Dios es la pareja humana, ambos puestos al mismo nivel y dignidad. A su
vez, retoma el modelo de “comunión y colaboración” para las relaciones varón-mujer. En
la “comunión”, ambos son una sola carne, se hacen íntimos, pero sin que ninguno pierda
la originalidad y el don que puede aportar. La colaboración nos recuerda que fueron
hechos el uno para el otro, que solamente se es fiel a Dios cuando ambos dan el don de sí
mismos a los demás para hacerlos crecer. Jesús se aleja de la concepción de pasiva
sumisión femenina y de dominio masculino sobre los miembros de la casa. En las
comunidades cristianas, tanto la mujer como el varón tienen el mismo valor, dignidad y
pueden aportar a la edificación de los hermanos.
Algo similar a lo que sucedía con las mujeres, era la situación de los niños. En la
sociedad judía comenzaban a tener “visibilidad” aproximadamente desde los 12 años, los
varones, y desde los 15, las mujeres. El tiempo previo se destinaba a la instrucción
familiar. Es por ello que resulta comprensible la actuación de los discípulos al no dejar
que se acerquen a Jesús. Pero la respuesta de éste es totalmente novedosa: invitarlos a
venir al centro (es decir, donde todos puedan verles) y ponerlos de ejemplo necesario para
entrar en el Reino de Dios. Cristo llama a la autenticidad, a la no publicidad, a pasar
desapercibidos y a ser los últimos para servir desde allí a todos.
Las relaciones con la propiedad se presentan en el relato del hombre rico que no
se anima a seguir a Jesús. Para el judío, la tierra y los bienes eran dones queridos por
Dios, signos de su favor y bendición. Por lo tanto, “venderlo todo” y abandonar la tierra
heredada podría ser visto como un desprecio hacia la bondad divina. Jesús deja en claro
que el problema no son las riquezas en sí, sino el poner la confianza en ellas. Para él, Dios
es un Padre que cuida de todos sus hijos, que conoces sus deseos y necesidades, que los
conoce hasta en el número de cabello; es por eso que resulta imposible para un rico
(alguien satisfecho, confiado en sí y en lo que tiene) entrar en el Reino.
Tercer bloque Mc 10, 32-52

Este bloque es el más breve de los tres y contiene, también, el anuncio más corto
de la Pasión, por lo que es posible que se tratase de una de las formas más antiguas de
transmisión de las palabras de Jesús sobre sus días en Jerusalén. Las comunidades
primitivas se interesaron especialmente por el núcleo de la predicación apostólica: el
Misterio Pascual, el kerygma: Jesús muerto y resucitado para salvarnos. De ahí que si nos
acercamos a leer cada evangelio iremos notando como cada uno de sus autores organiza
el relato de tal manera que la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor queden en lugar
más importante. Esto es el corazón del Evangelio.
El bloque está dividido en cuatro escenas: el anuncio, la petición de los hijos de
Zebedeo, Santiago y Juan, la catequesis de Jesús sobre el poder en la comunidad y el
relato del ciego Bartimeo.
El anticipo del final: el versículo 32 nos pone en contexto para descubrir qué es
lo que está sucediendo: la llegada a Jerusalén es inminente, Jesús está decidido por eso
“camina delante de ellos”; los Doce le siguen con sorpresa y miedo. El tercer anuncio de
la Pasión relata los días del desenlace del ministerio de Cristo, pero es más breve que las
anteriores.
Si prestamos atención a las palabras de Jesús, notaremos que anuncia su muerte
con más detalle. Los elementos que presenta son los que parecerán en el relato de la
Pasión: “el Hijo del hombre será entregado” nos recuerda a la traición de Judas y a la
captura de Jesús (Mc 14, 1 y 10. Mc 14, 43-51). “… a los sumos sacerdotes y a los
escribas…” serán ellos los responsables del primer juicio contra Jesús y su condena de
muerte, ratificada luego por Pilato (Mc 14, 53-65) “Lo condenarán a muerte y lo
entregarán a los paganos…” Los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos lo habían
condenado a muerte, pero esta pena era solo aplicable por la autoridad romana, es por ello
que lo entregan a Pilato -un pagano, no judío- (Mc 15, 1-15) “se burlarán de él, lo
escupirán, le azotarán y lo matarán…” Después de hacerlo azotar, los soldados se burlan
de Jesús, lo sacan fuera de la ciudad y lo crucifican. También se burlarán los judíos,
representados en los sumos sacerdotes, en los malhechores y la gente que pasaba por allí.
La causa de ambas burlas será su meseanismo (ser Rey, ser Cristo o Ungido).
Finalmente, Jesús morirá, su muerte será tal que despierta la fe del centurión que
lo reconoce como Hijo de Dios. Hasta el final perseveraron aquellas discípulas que
subieron con él desde Galilea y se quedan al pie de la Cruz (15, 16-41) “… a los tres días
resucitará.” A estas mujeres, modelo del discipulado que es fiel hasta la Cruz, se le dará
la alegría de la Pascua y se convertirán en apóstoles de los mismos apóstoles. La
invitación de recomenzar en Galilea viendo a Jesús Resucitado será la Buena Noticia que
ellas lleven.
La dialéctica del poder y del servicio (Mc 10, 35-45): El anuncio del Reino tiene
un eco inmediato en la comprensión del orden comunitario. El extraño pedido de los hijos
del Zebedeo de sentarse junto al trono de gloria de Jesús (Mc 10,35-37), le brinda a éste
la ocasión de explicitar una consecuencia lógica del mensaje del Reino, que tendrá que
distinguir al grupo de sus seguidores y a los creyentes futuros. Se trata de la cuestión del
ejercicio del poder.
Los discípulos son presentados muy distantes de las palabras de Jesús, como si
fueran incapaces de entender su significado. En esa situación, la actitud de Santiago y
Juan está tan fuera de lugar que los otros discípulos se indignan en contra de ellos (10,41).
La respuesta de Jesús distingue claramente entre el modo “usual” de ejercicio del poder
por parte de sus representantes en el mundo, y lo que debe caracterizar a la comunidad de
los creyentes: “Ustedes saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las
dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de
ser así entre ustedes, sino que el quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su
servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos” (10,42-44).
El contraste surge de la esencia misma del poder. Si el poder de Dios, reflejo de
su omnipotencia, se proclama al mundo en el anuncio del Reino como el poder del amor
y la misericordia, el poder de los hombres, que busca crecer e imponerse a toda costa, es
su versión deformada y usurpatoria. Las relaciones en la comunidad cristiana no deben
regirse por ese modelo de ejercicio de poder, sino por el modelo del poder de Dios, que
se concreta en la entrega del Hijo del hombre para redención del hombre (10,45).
En el acto de servicio, el poder se despoja de todas las vestimentas que lo
traicionan, y vuelve a su grandeza original. Cualquier otra forma de ejercicio del poder
en la comunidad de los creyentes, niega de hecho el mensaje de Jesús. El evangelista es
consciente de esta verdad, y por eso, ubica esta escena significativa en la última fase de
la actividad de Jesús, poco antes de llegar a Jerusalén, el lugar de la entrega del Hijo del
hombre.
La gracia de aceptar la Cruz (Mc 10, 46-52): el camino hacia Jerusalén
concluye de la misma forma en que comenzó: con la curación de un ciego. El relato posee
un carácter simbólico, porque la situación del protagonista (Bartimeo) es muy parecida a
la de los discípulos durante todo el trayecto de subida. El mendigo ciego que se halla a
un lado del camino, se dirige a Jesús con un título mesiánico (Hijo de David) similar al
que Pedro le había dado al iniciar el camino (Cristo), Bartimeo se encuentra al costado
del camino, así como los discípulos que, por sus incomprensiones, no pudieron seguirle
el paso a Jesús y se quedaron viéndolo, desde la vereda, pasar.
El ciego encarna simbólicamente a la situación de los discípulos, pero la
transformación que se opera en él (el milagro de ver) abre la posibilidad de que también
a los Doce le sean abiertos los ojos y puedan seguir a Jesús por el camino. Jesús le hace
la misma pregunta que hace rato le hizo a Santiago y Juan (¿Qué quieres que haga por
ti?), no obstante, las respuestas difieren mucho: “¡Señor, que pueda ver!”. Entender y
aceptar el camino de la Cruz no es fruto de un esfuerzo humano, sino u don que los
discípulos deben pedir con fe. Solo así recuperarán la vista y podrán seguirlo por el
camino.
BIBLIOGRAFIA

GUIJARRO OPORTO, Santiago, La Buena Noticia de Jesús. De Jesús a los Evangelios.


GUIJARRO OPORTO, Santiago, Los cuatro Evangelios.
LONA, Horacio, Evangelios Sinópticos. Introducción. Exegesis. Practica.

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