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Los anuncios: En ella se encuentran tres anuncios de la pasión (Mc 8, 31; 9,30-
31 y 10,32-34), cada uno de los cuales va seguido de la incomprensión de los
discípulos. A cada una de estas manifestaciones de incomprensión le sigue una
instrucción de Jesús sobre el sentido de este camino que le conduce a la muerte.
En el conjunto del evangelio, éste es un momento especialmente importante. De
pronto es Jesús mismo quien empieza a desvelar el secreto de su verdadera
identidad; se trata de un asunto capital, pues es la clave para entender el camino
de los discípulos. Por esta razón se encuentran aquí tantas instrucciones destinadas
a ellos.
Entre los tres anuncios hay una notable progresión: el primero invita al discípulo
a tomar su cruz y arriesgar la vida por el evangelio; en el segundo, el acento recae
sobre el estilo de vida fraterno, que debe estar presidido siempre por el espíritu de
servicio; finalmente, en el tercero se pone de manifiesto el motivo de todo esto:
seguir el ejemplo de Jesús, que entrega su vida por todos.
Este bloque es el más breve de los tres y contiene, también, el anuncio más corto
de la Pasión, por lo que es posible que se tratase de una de las formas más antiguas de
transmisión de las palabras de Jesús sobre sus días en Jerusalén. Las comunidades
primitivas se interesaron especialmente por el núcleo de la predicación apostólica: el
Misterio Pascual, el kerygma: Jesús muerto y resucitado para salvarnos. De ahí que si nos
acercamos a leer cada evangelio iremos notando como cada uno de sus autores organiza
el relato de tal manera que la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor queden en lugar
más importante. Esto es el corazón del Evangelio.
El bloque está dividido en cuatro escenas: el anuncio, la petición de los hijos de
Zebedeo, Santiago y Juan, la catequesis de Jesús sobre el poder en la comunidad y el
relato del ciego Bartimeo.
El anticipo del final: el versículo 32 nos pone en contexto para descubrir qué es
lo que está sucediendo: la llegada a Jerusalén es inminente, Jesús está decidido por eso
“camina delante de ellos”; los Doce le siguen con sorpresa y miedo. El tercer anuncio de
la Pasión relata los días del desenlace del ministerio de Cristo, pero es más breve que las
anteriores.
Si prestamos atención a las palabras de Jesús, notaremos que anuncia su muerte
con más detalle. Los elementos que presenta son los que parecerán en el relato de la
Pasión: “el Hijo del hombre será entregado” nos recuerda a la traición de Judas y a la
captura de Jesús (Mc 14, 1 y 10. Mc 14, 43-51). “… a los sumos sacerdotes y a los
escribas…” serán ellos los responsables del primer juicio contra Jesús y su condena de
muerte, ratificada luego por Pilato (Mc 14, 53-65) “Lo condenarán a muerte y lo
entregarán a los paganos…” Los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos lo habían
condenado a muerte, pero esta pena era solo aplicable por la autoridad romana, es por ello
que lo entregan a Pilato -un pagano, no judío- (Mc 15, 1-15) “se burlarán de él, lo
escupirán, le azotarán y lo matarán…” Después de hacerlo azotar, los soldados se burlan
de Jesús, lo sacan fuera de la ciudad y lo crucifican. También se burlarán los judíos,
representados en los sumos sacerdotes, en los malhechores y la gente que pasaba por allí.
La causa de ambas burlas será su meseanismo (ser Rey, ser Cristo o Ungido).
Finalmente, Jesús morirá, su muerte será tal que despierta la fe del centurión que
lo reconoce como Hijo de Dios. Hasta el final perseveraron aquellas discípulas que
subieron con él desde Galilea y se quedan al pie de la Cruz (15, 16-41) “… a los tres días
resucitará.” A estas mujeres, modelo del discipulado que es fiel hasta la Cruz, se le dará
la alegría de la Pascua y se convertirán en apóstoles de los mismos apóstoles. La
invitación de recomenzar en Galilea viendo a Jesús Resucitado será la Buena Noticia que
ellas lleven.
La dialéctica del poder y del servicio (Mc 10, 35-45): El anuncio del Reino tiene
un eco inmediato en la comprensión del orden comunitario. El extraño pedido de los hijos
del Zebedeo de sentarse junto al trono de gloria de Jesús (Mc 10,35-37), le brinda a éste
la ocasión de explicitar una consecuencia lógica del mensaje del Reino, que tendrá que
distinguir al grupo de sus seguidores y a los creyentes futuros. Se trata de la cuestión del
ejercicio del poder.
Los discípulos son presentados muy distantes de las palabras de Jesús, como si
fueran incapaces de entender su significado. En esa situación, la actitud de Santiago y
Juan está tan fuera de lugar que los otros discípulos se indignan en contra de ellos (10,41).
La respuesta de Jesús distingue claramente entre el modo “usual” de ejercicio del poder
por parte de sus representantes en el mundo, y lo que debe caracterizar a la comunidad de
los creyentes: “Ustedes saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las
dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de
ser así entre ustedes, sino que el quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su
servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos” (10,42-44).
El contraste surge de la esencia misma del poder. Si el poder de Dios, reflejo de
su omnipotencia, se proclama al mundo en el anuncio del Reino como el poder del amor
y la misericordia, el poder de los hombres, que busca crecer e imponerse a toda costa, es
su versión deformada y usurpatoria. Las relaciones en la comunidad cristiana no deben
regirse por ese modelo de ejercicio de poder, sino por el modelo del poder de Dios, que
se concreta en la entrega del Hijo del hombre para redención del hombre (10,45).
En el acto de servicio, el poder se despoja de todas las vestimentas que lo
traicionan, y vuelve a su grandeza original. Cualquier otra forma de ejercicio del poder
en la comunidad de los creyentes, niega de hecho el mensaje de Jesús. El evangelista es
consciente de esta verdad, y por eso, ubica esta escena significativa en la última fase de
la actividad de Jesús, poco antes de llegar a Jerusalén, el lugar de la entrega del Hijo del
hombre.
La gracia de aceptar la Cruz (Mc 10, 46-52): el camino hacia Jerusalén
concluye de la misma forma en que comenzó: con la curación de un ciego. El relato posee
un carácter simbólico, porque la situación del protagonista (Bartimeo) es muy parecida a
la de los discípulos durante todo el trayecto de subida. El mendigo ciego que se halla a
un lado del camino, se dirige a Jesús con un título mesiánico (Hijo de David) similar al
que Pedro le había dado al iniciar el camino (Cristo), Bartimeo se encuentra al costado
del camino, así como los discípulos que, por sus incomprensiones, no pudieron seguirle
el paso a Jesús y se quedaron viéndolo, desde la vereda, pasar.
El ciego encarna simbólicamente a la situación de los discípulos, pero la
transformación que se opera en él (el milagro de ver) abre la posibilidad de que también
a los Doce le sean abiertos los ojos y puedan seguir a Jesús por el camino. Jesús le hace
la misma pregunta que hace rato le hizo a Santiago y Juan (¿Qué quieres que haga por
ti?), no obstante, las respuestas difieren mucho: “¡Señor, que pueda ver!”. Entender y
aceptar el camino de la Cruz no es fruto de un esfuerzo humano, sino u don que los
discípulos deben pedir con fe. Solo así recuperarán la vista y podrán seguirlo por el
camino.
BIBLIOGRAFIA