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UNIDAD VI:
EL MISTERIO DE CRISTO
EN EL NUEVO TESTAMENTO
1.- INTRODUCCIÓN
En esta unidad, central de nuestro programa, corresponde abordar la Cristología
desde la misma fuente bíblica. 109 En primer lugar, presentaremos una breve
introducción a los misterios esenciales de la vida de Cristo que todo estudiante de
cristología debe saber.110
En esta ocasión, sólo daremos algunas pistas de la vida de Jesús 111, con sus res-
pectivas citas bíblicas (invitándolos a leerlas), esperando sirvan como breve intro-
ducción de lo que sabemos, dada toda su riqueza, siempre serán Misterios inson-
dables e inagotables. 112
109.- Por las limitaciones que impone nuestro curso, no podemos ocuparnos aquí de los esbozos del
misterio de Cristo en el Antiguo Testamento, para lo cual remitimos a H. CAZELLES, El Mesías de
la Biblia. Cristología del Antiguo Testamento, Ed. Herder, Barcelona 1981.
110.- Cada estudiante puede ampliar los contenidos del Catecismo, con la amplia bibliografía sugeri-
da en el programa. Especialmente, a partir de A. ESPEZEL, Jesucristo. Vida y Pascua del Sal-
vador, 13-105 y O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, B.A.C., Madrid 2001, 35-173.
111.- El resumen fue tomado, en su gran mayoría, del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católi-
ca, (promulgado por Benedicto XVI en el 2005), Ed.CEA, Buenos Aires 2005.
112.- Aparte de los tantos tratados de Cristología en los que obviamente pueden profundizarse cada
uno de los Misterios de la vida de Cristo (entre los que sugerimos J. M. CASCIARO, Estudios
sobre cristología del Nuevo Testamento, Pamplona 1982; R. LATOURELLE, A Jesús el Cristo
por los Evangelios: historia y hermenéutica, Ed. Sígueme, Salamanca 19862; C. I. GONZÁLEZ,
El es nuestra salvación: cristología y soteriología, CELAM, Santa Fé de Bogotá 19913; O. CU-
LLMANN, Cristología del Nuevo Testamento, Colección Teológica 32, Ed. Sígueme, Salaman-
ca 1998; R. E. BROWN, Introducción a la cristología del Nuevo Testamento, Biblioteca de Es-
tudios Bíblicos 97, Ed. Sígueme, Salamanca 2001; F. OCÁRIZ - L. F. MATEO-SECO - J. A.
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El único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de
Jesús es el hallazgo de Jesús en el Templo (ver Lc 2,41-52). Jesús deja entrever el
misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: “¿No
sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?” María y José “no comprendieron”
estas palabras, pero las acogieron en la fe, y María “conservaba cuidadosamente
todas las cosas en su corazón”, a lo largo de todos los años en que Jesús permane-
ció oculto en el silencio de una vida ordinaria. Leer Cat.I.C. 525-534.
RIESTRA, El misterio de Jesucristo, Pamplona 20042), el Catecismo les dedica 170 Artículos:
cfr. Cat.I.C. 512-682.
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Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aún el peor de los
pecadores (Mc 2,17; 1Tim 1,15) es llamado a convertirse (Mc 1,15) y aceptar la
infinita misericordia del Padre (Lc 15,11-32. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra,
a quienes lo acogen con corazón humilde (Mt 5,3; 11,25; Lc 4,18; 7,22). A ellos les
son revelados los misterios del Reino de Dios. Jesús acompaña su palabra con
signos y milagros (cfr. Hch 2,22) para atestiguar que el Reino está presente en Él,
el Mesías (cfr. Lc 7,18-23). Si bien cura a algunas personas, Él no ha venido para
abolir todos los males de esta tierra (cfr. Lc 12,13-14; Jn 18,36), sino ante todo para
liberarnos de la esclavitud del pecado (Jn 8,34-36). La expulsión de los demonios
anuncia que su Cruz se alzará victoriosa sobre “el príncipe de este mundo” (Mt
12,26-28; Lc 8,26-39; Jn 12,31).
Jesús elige a los Doce, futuros testigos de su Resurrección, y los hace partícipes
de su misión y de su autoridad para enseñar, absolver los pecados, edificar y go-
bernar la Iglesia (cfr. Mc 3,13-19; Lc 9,2). En este colegio, Pedro recibe “las llaves
del Reino” (Mt 16,19) y ocupa el primer puesto (cfr. Mc 3,16; 9,2; Lc 24,34; 1Co
15,5), con la misión de custodiar la fe en su integridad y de confirmar en ella a sus
hermanos (cfr. Jn 21,15-17).
Algunos jefes de Israel acusaron a Jesús de actuar contra la Ley, contra el Templo
de Jerusalén y, particularmente, contra la fe en el Dios único, porque se proclamaba
Hijo de Dios. Por ello lo entregaron a Pilato para que lo condenase a muerte (cfr. Mt
20,19; Mc 3,6; 8,31). Sin embargo, Jesús no abolió la Ley dada por Dios a Moisés
en el Sinaí, sino que la perfeccionó, dándole su interpretación definitiva (cfr. Mt
5,33-34). Él es el Legislador divino que ejecuta íntegramente esta Ley. Aún más, es
el siervo fiel que, con su muerte expiatoria, ofrece el único sacrificio capaz de redi-
mir todas “las transgresiones cometidas por los hombres contra la Primera Alianza”
(Hb 9,15). Jesús también fue acusado de hostilidad hacia al Templo.
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Sin embargo, lo veneró como “la casa de su Padre” (Jn 2,16), y allí impartió gran
parte de sus enseñanzas (cfr. Jn 18,20). Pero predijo la destrucción del Templo, en
relación con su propia muerte, y se presentó a sí mismo como la morada definitiva
de Dios en medio de los hombres (cfr. Mt 12,6; Jn 2,21). Y por último, Jesús nunca
contradijo la fe en un Dios único, ni siquiera cuando cumplía la obra divina por exce-
lencia, que realizaba las promesas mesiánicas y lo revelaba como igual a Dios: el
perdón de los pecados (cfr. Mt 9,13; Mc 2,7; Lc 15,1-2; Jn 5,18; 10,33; 17,6.26). La
exigencia de Jesús de creer en Él y convertirse permite entender la trágica incom-
prensión del Sanedrín, que juzgó que Jesús merecía la muerte como blasfemo (cfr.
Mt 26,64-66; Mc 3,6).
Toda la vida de Cristo es una oblación libre al Padre para dar cumplimiento a su
designio de salvación. Él da “su vida como rescate por muchos” (Mt 20,28; Mc 10,
45), y así reconcilia a toda la humanidad con Dios. Su sufrimiento y su muerte mani-
fiestan cómo su humanidad fue el instrumento libre y perfecto del Amor divino, que
quiere la salvación de todos los hombres. En efecto, aceptó libremente su pasión y
su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: “Nadie
me quita la vida; yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18). De aquí la soberana libertad
del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cfr. Mt 26, 53; Jn
18, 4-6).
En el huerto de Getsemaní (cfr. Mt 26,42; Lc 22,20), a pesar del horror que supo-
nía la muerte para la humanidad absolutamente santa (cfr. Hb 4,15) de Aquél que
es “el autor de la vida” (Hch 3,15), la voluntad humana del Hijo de Dios se adhiere a
la voluntad del Padre (cfr. Mt 26,42); para salvarnos acepta soportar nuestros peca-
dos en su cuerpo, “haciéndose obediente hasta la muerte” (Flp 2,8).
Los efectos del sacrificio de la Cruz: Jesús ofreció libremente su vida en sacrificio
expiatorio, es decir, reparó nuestras culpas con la plena obediencia de su amor
hasta la muerte (cfr. Rom 5,19). Este amor hasta el extremo (cfr. Jn 13,1) del Hijo
de Dios reconcilia a la humanidad entera con el Padre (cfr. Mt 26,28; 2Cor 5,19). El
sacrificio pascual de Cristo rescata, por tanto, a los hombres de modo único, perfec-
to y definitivo (cfr. 1Tim 2,5; Heb 10,10), y les abre a la comunión con Dios.
Al llamar a sus discípulos a tomar su cruz y seguirle (cfr. Mt 16,24), Jesús quiere
asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficia-
rios. Cristo sufrió una verdadera muerte (cfr. Hch 3,15; Ap 1,18; Heb 2,9), y verda-
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deramente fue sepultado (cfr. Jn 19,42). Pero la virtud divina preservó su cuerpo de
la corrupción (Hch 2,26-27).
"Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo que
subió" (Ef 4,9-10). Los “infiernos” -distintos del “infierno” de la condenación- consti-
tuían el estado de todos aquellos, justos e injustos, que habían muerto antes de
Cristo (cfr. Flp 2,10; Hch 2,24; 1Pe 4,6). Jesús tomó en los infiernos a los justos que
aguardaban a su Redentor para poder acceder finalmente a la visión de Dios (cfr.
Jn 5,25). Después de haber vencido, mediante su propia muerte, a la muerte y al
diablo “que tenía el poder de la muerte” (Heb 2,14), Jesús liberó a los justos, que
esperaban al Redentor, y les abrió las puertas del Cielo (cfr. Ap 1,18).
Como Señor del cosmos y de la historia (cfr. Ef 4,10; 1Cor 15,24.27-28), Cabeza de
su Iglesia (cfr. Ef 1,22), Cristo glorificado permanece misteriosamente en la tierra,
donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia. Un día
volverá en gloria, pero no sabemos el momento. Por esto, vivimos vigilantes, pi-
diendo: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).
Después del último estremecimiento cósmico de este mundo que pasa, la venida
gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el
Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios. Cristo juzgará a los vivos y a los
muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo (cfr. Jn 5,22.27;
Mt 25,31; Hch 10,42; 17,31; 2Tim 4,1), venido para salvar a los hombres (cfr. Jn
3,17; 5,26). Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta
de cada uno con Dios y el prójimo. Todo hombre será colmado de vida o condena-
do para la eternidad, según sus obras (cfr. 1Cor 3,12-15). Así se realizará “la pleni-
tud de Cristo” (Ef 4,13), en la que “Dios será todo en todos” (1Cor 15,28). Leer
Cat.I.C. 571-682.
Por ello, en el trasfondo de los textos del Nuevo Testamento, bien puede entreverse
la vida, con sus aciertos y conflictos, como los ambientes de las comunidades que
los han originado. Así, empezando por el primer anuncio o Kerigma (2.1), el misterio
de Cristo se fue explicitando en distintos Ambientes vitales (2.2) de aquella comuni-
dad (como la liturgia, la catequesis y la actividad misionera), hasta ponerse poste-
rior y definitivamente por escrito. Todo esto llevó varios años, supuso varios contex-
tos, e implicó varios autores. 113
3.1.- El kerigma
El término kerigma “evoca el anuncio solemne que hace el heraldo después de una
estruendosa victoria, la repentina constatación y rápida difusión de un
acontecimiento, el fuerte grito con que se hace pública y oficial una noticia”. 114
Después de Pentecostés, Pedro, presentándose con los Once a los judíos y a los
habitantes de toda la tierra, levantó su voz y les dijo:
113.- Como ejemplo, véase el proceso de la Formación de los Evangelios, desarrollado en el Ex Cursus
de esta unidad. Algo parecido sucedió con el resto de los escritos del Nuevo Testamento.
114.- B. MARCONCINI, Los sinópticos. Formación, redacción, teología, Ed. San Pablo, Madrid 1998,
46-47.
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“...a Jesús de Nazaret, el varón que Dios acreditó entre ustedes realizando
por su intermedio los milagros, prodigios y señales que todos conocen; a ese
hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios,
ustedes lo hicieron morir, crucificándolo por medio de los infieles. Pero Dios lo
resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que
ella tuviera dominio sobre él... A éste Jesús Dios lo resucitó, y todos nosotros
somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, Él recibió del Padre el Espíritu
Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen... Sepa, pues,
todo el pueblo de Israel, que a éste Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios
lo ha hecho Señor y Mesías” (Hch 2,22-24.32-36).
De todo esto, en el seno de aquella comunidad cristiana primitiva, surgen los tres
"ambientes" fundamentales que, privilegiadamente vieron nacer los textos que hoy
tenemos en el Nuevo Testamento: el ambiente litúrgico de la fracción del pan y de
la oración de alabanza a Dios (cfr. Hech 2,42.46-47); el ambiente catequético de la
instrucción de los Apóstoles (cfr. Hech 2,42) y el ambiente misionero de la
expansión y posterior consolidación de la Iglesia (cfr. Hech 13,13-43; 14,1-7). Es
decir, todo el material elaborado y recogido de estos tres ambientes, pronto fue
organizado y conservado en colecciones escritas que luego formaron nuestro actual
Nuevo Testamento.
3.2.1.- Liturgia
De esta práctica cultual fueron surgiendo narraciones cultuales de la Cena del Se-
ñor (cfr. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,14-20; 1Cor 10,16; 11,23-26), ritos de
bautismo (cfr. 1Cor 6,11; Rom 6,3; Gal 3,27), práctica y ritos de imposición de ma-
nos (Hech 6,6; 8,17-18; 13,3; 19,6), himnos (Ef 5,14; 1Tim 3,16; 1Pe 1,3-5; 2,22-25;
3,18-22; 5,5-9; Ap 1,4-6; 5,9-14; 11,17-18; 19,1-7), doxologías y aclamaciones
(Rom 16,27; 1Cor 16,22; 2Cor 13,13; Gal 1,5; 6,18; Heb 13,20-22; Ap 7,10.12; 16,5-
7; 22,17.20).
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3.2.2.- Catequesis
La catequesis era la tarea de instruir a los iniciados en la fe, sobre todo, en la Sa-
grada Escritura, sea en lo concerniente a la vida del Señor como a sus enseñanzas.
Este ambiente dio origen a la formación de colecciones llamadas "dichos" de Jesús,
como a las aplicaciones morales de las enseñanzas del Maestro referidas a la vida
de familia, social y a la convivencia en la comunidad cristiana.
3.2.3.- Misión
Cristologías
Por eso comenzaremos con la cristología en Pablo (3.2), luego la de los Sinópticos,
según fueron escritos: primero Marcos (4.1), después Mateo (4.2) y por último Lu-
cas (4.3); para terminar con los escritos de Juan: Evangelio (7.2) y Apocalipsis
(8.2), no sin antes presentar la originalidad de Cristo en las Cartas Católicas (5) y
sobre todo en la Carta a los Hebreos (6.2).
Los modos de hablar de Jesús más importantes utilizados por Pablo, son los si-
guientes 116:
115.- Uno de los autores que más ha estudiado este texto, es J. CABA, Resucitó Cristo, mi esperan-
za. Estudio exegético, B.A.C. 475, Madrid 1986, 84-116.
116.- Cfr. RIVAS, San Pablo, 121; PENNA, Un cristianismo posible, 63-80 y, sobre todo, SÁNCHEZ
BOSCH, Escritos paulinos, 142-154.
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- Otros títulos cristológicos, más raros pero muy significativos porque acuñados por
el mismo Pablo, son “Último Adán” (1Cor 15,22.45; Rom 5, 12-21); “Espíritu
Vivificante” (1Cor 15,45; se excluye 2Cor 3,17); “Sabiduría de Dios” (1Cor
1,24.30; Col 2,3); “Imagen de Dios” (2Cor 4,4; Col 1,15); “Primogénito” (Rom
8,29; Col 1,15.18; sinónimo de “Primicia”: 1Cor 15,20-23); “Cabeza” (Ef 1,22; Col
2,19); “Esposo” (Ef 5,25).
- La clave de la teología paulina, está en el hecho de que Dios quiso salvar al mun-
do no por medio de la sabiduría sino por la locura del evangelio (cfr. 1Cor 1,21ss,
Rom 1,16; 2Cor 4,4). El término euangelion se encuentra muy desarrollado en
Pablo: usa esta palabra 48 veces en las cartas. Normalmente, significa el conteni-
do de su mensaje. Era su manera de expresar el significado del acontecimiento
cristológico para la historia. Para Pablo, el euangelion era: 1) Apocalíptico: revela
el misterio de Cristo, la realidad del eschaton. 2) Dinámico, el poder de Dios como
fuerza salvífica. 3) Kerigmático, transmisión de lo que Pablo recibió. 4) Normativo
para la vida cristiana. 5) Contiene promesas en la línea del Antiguo Testamento.
6) Universal, tanto para judíos como para griegos.
- La doctrina de la cruz (1Cor 1,18) pone a Cristo en el centro de la soteriología y
todo lo demás tiende a orientarse hacia esta cristología soteriológica o “concer-
niente a la salvación”. Es decir, la cristología paulina es funcional. No quiso expli-
car lo que Cristo es en sí, sino en cuanto crucificado; el significado de Cristo para
los hombres. Por eso hace esa aserción extraordinaria a los Corintios. 1Cor 2,2:
“Pues no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado”. Pablo
reconocía que la predicación de la Cruz “era un escándalo para los judíos y nece-
dad para los gentiles” (1Cor 1,23). Pero estaba convencido que en la Cruz se en-
contraba la potencia y la sabiduría de Dios (1Cor 1, 17-18). Pablo es el que toma
más clara conciencia de los fallos de la Ley: la justicia que viene de la Ley y de to-
do lo que nosotros hacemos, no existe; somos salvados por gracia, por la adhe-
sión incondicional a Cristo por la fe y el bautismo. Y a lo largo de sus cartas a los
corintios, a los filipenses, a los gálatas, a los romanos, muestra lo que es, en con-
creto, la vida cotidiana con Cristo, en Cristo y lo que significa ser salvados por la
cruz de Cristo. Pues Pablo une la muerte y resurrección de Cristo en el hecho sal-
vífico (Rom 4,25). Su resurrección no es solamente el resultado de su pasión y
muerte, sino que fundamentalmente es la causa de nuestra redención.
- Los efectos del evento Cristo: Al hablar de la obra que Cristo realizó, Pablo ha-
bla por medio de imágenes. 1) Justificación, gracias al evento pascual de Cristo, el
pecador viene a ser inocente frente a Dios. 2) Salvación, Jesús rescata de la mal-
dad por medio de la cruz. 3) Reconciliación, Dios reconcilia los pecadores por
propia iniciativa. 4) Expiación, Cristo en un acto de amor gratuito borra el pecado
por su muerte. 5) Redención, la muerte de Cristo era un rescate o liberación. 6)
Libertad, nos hizo ciudadanos libres. 7) Santificación, los hombres son dedicados
de nuevo a Dios. 8) Transformación, Dios a través de Cristo ilumina la vida huma-
na. 9) Nueva creación, Cristo ha creado de nuevo la humanidad. 10) Glorificación,
nos da una parte de la gloria que tiene con el Padre.
- La divinidad de Jesús: si bien en Rom 9,5: “Y los Patriarcas; de los cuales también
procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios sea
bendito por los siglos, Amen” Pablo pareciera considerar a Jesús como el más per-
fecto de los hombres (y no lo llama Dios), no significa que no haya afirmado en
otros textos también su divinidad. La afirmación de que Jesús es Dios, en sintonía
con Joel 3,5, la vemos, por ejemplo, en Rom 10,9-13 (“Pues todo el que invoque el
nombre del Señor se salvará”). Pablo jamás hubiera invocado en la oración a Jesús
si no lo hubiera considerado Dios. En Rom 4,10-11 y Flp 2,5-11, citando a Is 45,23
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Pablo llama “Señor” a Cristo, ante quien toda rodilla se debe doblar, como se lo ha-
cía ante Yahvé. Para ser coherente con el monoteísmo de su pueblo, no llama Dios
a Jesús, pero sí lo considera persona divina. En 1Cor 8,4-6 después de tratar el te-
ma de comer carne sacrificada a los ídolos, termina diciendo “... y un sólo Señor Je-
sucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros”. Frente a la
creencia de los paganos que son “muchos dioses y muchos señores”, afirma el mo-
noteísmo de los cristianos. Rom 11,33-36 termina con esta doxología: “... porque de
él, por él, y para él provienen todas la cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén”.
Pablo dice la misma cosa de Jesús y de Dios Padre.
- La humanidad de Jesús: el bello himno de Flp 2,5-11 fue muy significativo para
los primeros cristianos, no sólo por celebrar la gran exaltación de Cristo, sino tam-
bién por reconocer en la humillación el camino hacia la exaltación. Pablo conside-
ra a Jesús verdaderamente hombre. Lo subraya frecuentemente al hacer referen-
cia a la cruz, a pesar de que esto pudiera ser un obstáculo para la fe de los judíos.
Pero el apóstol estaba convencido de que en ello estaba el poder de la salvación.
Por ello “el Padre nos lo entregó”, palabras muy recurrentes en Pablo, que mues-
tran este estado de debilidad de Jesús. “El que no perdonó ni a su propio Hijo, an-
tes bien, lo entregó por todos nosotros” (Rom 8,32). Será el Siervo sufriente de
Dios. Será precisamente por esta muerte en cruz que las promesas de bendición
hechas a Abraham llegarán hasta nosotros, convertidas en la promesa de Espíritu
Santo. Pablo identifica a Jesús con el pecado, a fin que pueda ser uno con noso-
tros, uno de nosotros para que nosotros lleguemos a ser lo que El: la rectitud de
Dios. Esta comprensión de Jesús nos lleva a amar a Dios y a amar al prójimo con
sus mismos sentimientos (Fil 1,27-2,5). Incluso, a imitación de Cristo que se hizo
hombre, nos invita a amar a los pecadores: “con nadie tengáis otra deuda que la
del mutuo amor...” (Rm 13,8-10).
- Cristo es fuente de gracia personal: Dios viene al hombre en Cristo de una mane-
ra que prende íntimamente, desata, abre, libera, transforma y recrea: como gracia.
En Damasco, Pablo es desatado del yugo de tener que obrar por sí mismo. Enton-
ces experimenta lo que posteriormente dirá: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí” (Gal 2,20) y “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13). Por Cristo
viene la gracia de Dios. Ella es la que obra. Pero al obrarlo todo (ilumina la inteli-
gencia, desata el interior, endereza la voluntad, eleva y da alas al ser), el hombre es
lo que propiamente tiene que ser. Así, surge la conciencia de una inmensa libertad,
proveniente del Espíritu. El Cristo que surge de las cartas paulinas, es más “poten-
cia operante”, “energía creadora”, “luz esplendente”, “vida que se da” que figura a la
que se mira o rostro al que se puede contemplar y acompañar por los caminos de
Galilea o Jerusalén como privilegiadamente lo tenían los evangelistas. 117
- El Señor del mundo y de la historia: la reflexión de Pablo a lo largo de los cuatro
años de cárcel, la meditación de las Escrituras, sobre todo de los textos sapiencia-
les y la crisis de Colosas, lo llevaron a reconocer el verdadero lugar de Cristo fren-
te al universo. No es solamente el Salvador de su comunidad; es el Señor de la
historia, la imagen del Dios invisible, primogénito de toda creatura, el creador del
universo en el que Dios quiso reunirlo todo, es el Señor para la gloria del Padre. 118
117.- Cfr. R. GUARDINI, La imagen de Jesús en el Nuevo Testamento, Ed. Lumen, Buenos Aires
1992, 20-32.
118.- Cfr. CHARPENTIER, Para leer el Nuevo Testamento, 71.
108
dio de la cristología en los Sinópticos, junto con la presentación que hace el evan-
gelista san Juan, constituye el núcleo fundamental de esta Unidad.
Sin embargo, a pesar de ser los textos más populares del Nuevo Testamento, en-
cierran una complejidad y dificultad mucho mayor que muchos otros textos del Nue-
vo Testamento. Estos son los dos motivos fundamentales (su capilar importancia y
alta complejidad), por los que creímos necesario adjuntar, como breve Ex Cursus
(aunque con abundante Bibliografía), ciertas cuestiones pertinentes al mundo de los
Evangelios, que exceden la temática cristológica que estamos tratando, pero expli-
can algunas de sus numerosas problemáticas.
Así como Pablo con Damasco, los evangelistas también tuvieron un antes y un
después de la percepción de los misterios de la vida de Cristo. La experiencia pas-
cual y la venida del Espíritu Santo, al transformar profundamente a los discípulos y
su relación con Jesús, igualmente transformaron las tradiciones sobre Jesús y la
manera de transmitirlas.
Tanto fue así, que M. KÄHLER acuñó una frase que ha tenido mucho éxito: “Los evan-
gelios son el relato de la pasión con una larga introducción”. Desde el punto de vista
cuantitativo es exagerada. Pero, desde el punto de vista de la trama que organiza la
narración evangélica en su conjunto, el misterio pascual es su clave interpretativa
teológica: descubren en la vida y muerte de Jesús la actuación de Dios y el cumpli-
miento del Antiguo Testamento, partiendo de la fe en Cristo resucitado. Cada evange-
lista, a su manera, fusionó el pasado de Jesús y el presente del Señor resucitado. 119
5.1.- Marcos
El Evangelio según San Marcos parece ser, según las opiniones más difundidas, el
más antiguo de los que actualmente poseemos. Al ser escrito alrededor del año 70
(antes de la redacción de Mateo y Lucas), su presentación de los misterios de Je-
sús sería la de la comunidad más primitiva y esto explicaría por qué es el más bre-
ve de todos.
En cuanto al lugar de composición, los datos internos (por el uso de latinismos, alu-
sión a derecho y horario romano: Mc 10,12; 13,35; explica las monedas hebreas
con su equivalencia romana: Mc 12,42; presenta un romano como el primero que
descubre la identidad de Jesús: 15,39; etc.) sugieren un lugar fuera de Palestina, en
contexto cultural-administrativo romano. 120
Un personaje que está solo entre los animales, acompañado por los ángeles y ten-
tado por Satanás, responde a la imagen de Adán según las narraciones populares
muy en boga en los tiempos en que se escribía el Nuevo Testamento. Si Mt, escri-
biendo para judíos, habló de las tentaciones de Jesús relacionándolas con las ten-
taciones que sufrió el pueblo de Israel en el desierto, Mc, por su parte, escribiendo
para cristianos venidos del paganismo, prefiere relacionar las tentaciones de Jesús
con las de Adán, el primer tentado de la humanidad. Jesús, como el primer hombre,
también padece tentaciones; pero las vence. Luego, continúa su misión.
Cuando Jesús comienza a predicar (“anunciar”) que la llegada del Reino de Dios
necesita conversión y fe, la reacción de los primeros oyentes es de asombro. “To-
dos quedaban asombrados por su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene
autoridad y no como los escribas” (1,22). Ante el relato de la primera predicación de
Jesús y del primer milagro (1,23-28: la curación de un endemoniado), Mc muestra
122.- Cfr. L. RIVAS, ¿Qué es un Evangelio?, Ed. Claretiana, Buenos Aires 2001, 61-68.
110
Luego sigue una serie de actos (“el hacer de Jesús”) que provocan incidentes y
otros interrogantes: Jesús come con los pecadores, no ayuna, no observa el des-
canso obligatorio del sábado, arranca las espigas y cura al hombre de la mano pa-
ralítica (2,15-3,6). Por un lado, está violando la ley pero, por el otro, está haciendo
el bien, realiza milagros. Parecieran cosas antagónicas. Esto hace que la gente se
pregunte: ¿Por qué hace esto? Jesús nunca da respuestas; los interrogantes si-
guen creciendo.
Los que presencian los hechos y las palabras de Jesús, al principio, se entusias-
man; pero poco a poco no sólo la van perdiendo sino que además van creciendo en
agresividad, hasta terminar con la confabulación que intenta matar al Señor. Incluso
los apóstoles participan de este clima de incredulidad y de agresividad contra Je-
sús. Presencian un milagro y se confabulan para matarlo (3,6).
Sus parientes salen a buscarlo porque piensan que está fuera de sí (3,21); los es-
cribas dicen que está poseído por un demonio (3,22); los discípulos le reprochan su
accionar (4,38) y no tienen fe (4,40; 6,52; 8,17-21); la gente se le burla y tampoco
cree (5,40; 6,5-6); los “que lo conocen” se escandalizan de Él (6,3). Así, en medio
de una hostilidad creciente de quienes lo rodean, Jesús va quedando completamen-
te sólo. Mc, al describir el ministerio de Jesús de esta manera, está haciendo ver a
los lectores de Roma que la situación que ellos viven ya fue vivida anteriormente
por el mismo Jesús.
El “enviar de Jesús”. A pesar de la poca fe del entorno, Jesús llama a los Doce
(luego hace los mismo con los apóstoles y los discípulos) y comienza a enviarlos
“de dos en dos” (ver Mc 6,7 a 8,30). Dándoles poder sobre los espíritus inmundos,
los manda por todoas las ciudades a que prediquen y curen enfermos. Les da todas
las órdenes y recomendaciones para que sean ellos mimos, los que extiendan el
ministerio del Maestro, tanto en lo que Él había anunciado como hecho.
La primera parte del evangelio termina cuando Jesús reúne a sus discípulos para
hacerles una pregunta: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (8,27). Los discípu-
los le responden: “unos dicen que es Juan el Bautista, otros, que Elías; otros, que
uno de los Profetas” (8,28). Y cuando les pregunta a ellos, “Y ustedes, ¿Quién di-
111
cen que soy yo?, sólo uno da la respuesta correcta. Pedro tomó la palabra y dijo:
“Tu eres el Mesías “Entonces Jesús le mandó enérgicamente que no hablaran a
nadie acerca de Él (8,29- 30).
Marcos da por terminada esta primera parte de su evangelio cuando Pedro confiesa
el primer título dado a Jesús en el Prólogo: “Jesús es el Mesías” (1,1 y 8,29). La
pregunta acerca de Jesús que se había formulado en los capítulos precedentes ha
encontrado una respuesta. Pero Jesús manda callar acerca de este título, porque el
concepto popular que se tiene del Mesías no es coincidente con el de Jesús. En la
opinión de la gente, el Mesías era un rey glorioso. Jesús tendrá que instruir a sus
discípulos de que Él es Mesías, pero de otra forma. De esto trata la segunda parte.
La segunda parte empieza diciendo que “Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo
del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacer-
dotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días” (8,31). “Y de esto habla-
ba abiertamente” (8,32): sobre este aspecto ya no hay secreto. Se entra de lleno en
un nuevo tema: la necesidad del sufrimiento. Esto explica el porqué del secreto
acerca del Mesías. Jesús no es un Mesías glorioso, sino sufriente. Una vez que los
discípulos llegaron a comprender que Él era el Mesías, entonces les explica de qué
forma lo sería: el camino será el del dolor, el sufrimiento y la muerte.
Esto da ocasión para que Jesús, llamando a la gente y a los discípulos, les diga: “Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame...”
(8,34-38). Es una invitación a seguir a Jesús, generalizada; para seguirlo hay que
cargar con la cruz. ¿Y dónde termina este camino? La respuesta se encuentra en la
escena siguiente: Jesús se retira con algunos de sus discípulos y se transfigura. La
voz del Padre proclama: “¡Este es mi Hijo amado, escuchadle!” (9,7). El camino de
la cruz de Jesús tiene su término en la gloria del Padre; de la misma manera, los
hombres que siguen a Jesús por ese camino llegarán a la gloria con Él.
Y al triple anuncio de la Pasión, también siguen tres reacciones. Después del primer
anuncio (8,31), como ya dijimos, Pedro se opone a que Jesús tenga que sufrir (8,32).
Después del segundo anuncio (9,31), los discípulos se desentienden y comienzan a
discutir sobre quién de ellos es el más importante (9,33-34). Después del tercer
anuncio (10,33-34), Santiago y Juan piden el privilegio de sentarse a la derecha y a la
izquierda de Jesús en el reino (10,35-37); con la indignación de los otros diez.
112
Juicio sobre Jerusalén (11,1-13,37). Tanto los relatos que preparan la Pasión co-
mo los de la misma Pasión, Mc va a ir como acumulando signos contradictorios
que, de una forma muy dolorosa, muestran todo lo que sucede en el proceso. Jesús
llega a Jerusalén y entra solemnemente aclamado por la multitud (11,1-10). Se es-
peraba que Jesús fuera a casa del gobernador o a tomar el poder; sin embargo, lo
único que hace es entrar al Templo, mirar a su alrededor y volver a salir (11,11).
Muchos han pensado que este joven es el mismo Marcos. Pero conviene atender a
que así como el relato del proceso y la ejecución de Jesús (que se inicia aquí) co-
mienza con un joven que huye desnudo, el mismo relato finaliza con otro joven ves-
tido con una túnica resplandeciente que está sentado y anuncia la resurrección del
Señor (16,5-6). El huir desnudo es signo de vergüenza y humillación. En cambio el
estar sentado con un vestido resplandeciente es signo de triunfo y de gloria. Tene-
mos dos figuras simétricas que encuadran todo el relato de la Pasión. Por un lado la
humillación y por el otro la gloria. Si el joven en cuestión es Mc o no, pasa a segun-
do plano.
Al ser llevado al Tribunal, nos encontramos con la gran paradoja de todo el evan-
gelio de Mc. Como ya se ha dicho, ante los que preguntaban "¿Quién es éste?",
Jesús nunca dio una respuesta que justificara sus palabras y sus hechos. Ahora
que está ante el Tribunal, cuando se trata de encontrar algún testimonio valedero
para culparle, Él mismo es quien da la respuesta y es el testimonio que sirve para
condenarlo a la cruz: “¿Eres tu el Mesías, el Hijo del Bendito (Dios)?” (14,61). Y la
113
respuesta de Jesús fue: “Sí, lo soy” (14,62). Esta respuesta de Jesús que se pro-
clama Mesías e Hijo de Dios tiene también su contraparte: el sumo sacerdote dice
que ha blasfemado, todos lo condenan a muerte, algunos lo escupen o lo golpean
(14,63-65), y su discípulo lo niega (14,66-72).
La paradoja continúa con el juicio ante Pilato: todos lo acusan y Jesús no respon-
de. Solamente habla una vez y es para decir a Pilato: “Tu lo dices” (15,2) cuando
aquel le preguntaba si era el rey de los judíos. Es una expresión ambigua que deja
la responsabilidad de la respuesta sobre el mismo que pregunta, ya que rey de los
judíos tenía diverso significado si lo decía Pilato o si lo decía Jesús. Para el primero
era un revolucionario, en cambio, para Jesús era el título del Mesías.
Al final de la escena del juicio ante Pilato hay una escena de burlas por parte de
los soldados romanos (15,16-20), así como hubo otra escena de burlas al final del
juicio por parte de los judíos (14,65): judíos y paganos se burlan de Jesús. Las bur-
las se van a continuar al pie de la cruz (15,29-32).
La muerte de Jesús está narrada de una manera muy simple: “Jesús, lanzando un
fuerte grito, expiró” (15,37). Jesús muere como cualquier hombre torturado, sin nin-
gún fenómeno extraordinario como los que describe Mateo (Mt 27,51-53).
Pero el Centurión que estaba frente a Él, al verlo expirar de esa manera, dijo:
“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Llegamos a la segunda confesión:
el Centurión romano confiesa el 2º título que Mc aplicaba a Jesús en su Prólogo
(1,1: “Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios”) y al final de la 1º Parte (ver 8,29). El centu-
rión hace esta confesión solamente porque vio como había expirado; es decir sin
necesidad de ningún signo extraordinario; mientras que los sumos sacerdotes ha-
bían dicho: “Que baje de la cruz para que veamos y creamos” (15,32). Los que exi-
gían signos extraordinarios para creer, se quedaron sin creer mientras el que no
exigía, creyó.
5.2.- Mateo
No hay duda, de que de los tres sinópticos Mt se presenta como el más semítico. Y
no solo por el mayor recurso a la Escritura, en particular las llamadas “citas de
cumplimiento”, sino por toda una serie de características y procedimientos estilísti-
114
cos (inclusiones, paralelismos, quiasmos, etc.), que han hecho pensar en una au-
tentica escuela mateana-semítica. 123
El Judaísmo con el que polemiza Mateo, refleja los rasgos legalistas posteriores al
año 70 (fecha en que fue destruido el Templo de Jerusalén). El texto de Mt 22,7 no
puede sino explicarse como referencia a este hecho. Por lo tanto hay que datar el
Evangelio, con la mayoría de los autores, poco después del año 80. Sobre su lugar
de composición, se sigue discutiendo, aunque priorizan su procedente desde Antio-
quía. 124
A través de esta doble filiación ya podemos entrever una tensión entre particularis-
mo y universalismo. En cuanto hijo de Abraham, Jesús es el cumplimiento de aque-
lla promesa de bendición que alcanza a todas las familias / naciones de la tierra
(ver Gn 12,3; 18,18; 22,18; 26,4; 28,14). En cuanto hijo de David, Jesús es el ungi-
do del Señor, el rey ideal anunciado por el profeta Natán (ver 2Sam 7,12-16) y que
Salomón había realizado sólo parcialmente. Como David, él será originario de Be-
lén y pastoreará a Israel con la fuerza del Señor (véase el oráculo de Miq 5,1-4 ci-
tado en Mt 2,6). Saludar a Jesús como “Hijo de David” es, por tanto, reconocerlo
heredero y portador de las promesas hechas a la casa de David.
Sin embargo, Mateo nunca utilizará este título en términos “triunfalísticos” ni bajo el
horizonte de un mesianismo político (como aquel que esperaba gran parte del ju-
daísmo contemporáneo). Al contrario, parece insistir en unir el título “hijo de David”
con la solidaridad de Jesús hacia los pobres, los enfermos y los necesitados (ver,
por ejemplo, Mt 9,27, donde los ciegos gritan este título a los largo de toda la calle
hasta que llegan a la casa donde ha entrado Jesús).
123.- Cfr. K. STENDHAL, The School of St. Matthew and its Use of the Old Testament, Ed. Gleerup,
Lund 19692. Este autor sostiene que Mt proviene de una escuela de escribas. Detrás de su
técnica de composición se entrevén costumbres y tradiciones del ambiente judaico y en particu-
lar de la escuela midráshica.
124.- Cfr. R. AGUIRRE MONASTERIO, “Evangelio según San Mateo”, 190-275, en R. AGUIRRE
MONASTERIO - A. RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apósto-
les. Otros estudios específicos de Mateo: W. TRILLING, El Evangelio según San Mateo, Ed.
Herder, Barcelona 1980; P. BONNARD, El Evangelio según San Mateo, Ed. Cristiandad, Ma-
drid 19832; S. GUIJARRO OPORTO, Evangelio segun San Mateo, Ed. Sígueme, Salamanca
1989; M. QUESNEL, Jesucristo según san Mateo: Síntesis teológica, Ed. Verbo Divino, Estella
(Navarra) 1993; P. LE POITTEVIN – E. CHARPENTIER, El evangelio según San Mateo, Cua-
dernos Bíblicos 2, Ed. Verbo Divino, Estella (Navara) 1994; L. ULRICH, El Evangelio según San
Mateo, 4 vol., Ed. Sígueme, Salamanca 1993-2005. Específicamente para su cristología: G.
HERAS OLIVER, Jesús según san Mateo: Análisis narrativo del primer evangelio, Colección
Teológica 105, Ed. EUNSA, Pamplona 2001.
115
perdidas de la casa de Israel” (Mt 15,24). Este dicho también está referido en Mt
10,6 en el contexto del discurso misionero.
Como el título “Hijo de David” (que en Mt aparece 9 veces), de honda raíz judaica,
es ambiguo, el evangelista, para expresar el misterio íntimo de la persona de Jesús,
recurre al título “Hijo de Dios”.
5.2.2.3.- Señor
Parecería, por lo tanto, que aún siendo una designación honorífica o respetuosa de
su persona, Mateo usa el título refiriéndose a Jesús resucitado, como Señor presente
y actuante en su Iglesia. Con toda probabilidad Mt al usar este apelativo dado por los
LXX a Dios, sugería a su comunidad la equiparación de Jesús con Dios Padre.
Con este título, Mateo, valiéndose de una inclusión (recurso literario), abraza todo el
evangelio (Mt 1,23 y 28,20). Para el evangelista, en Jesús se realiza la presencia de
Dios en medio de su pueblo y, consecuentemente, este nuevo pueblo de Dios se
caracteriza por su relación con Jesús, incluso más allá de su presencia terrestre.
Si hay que entender Mt 18,20 a la luz del dicho rabínico “si dos están juntos ocupa-
dos en las palabras de la Ley, la Shekina (la gloria de Dios) habita entre ellos”
(Aboth 3,2), las implicaciones cristológicas son enormes, porque Jesús toma el
puesto de la Shekina.
Mateo “nos ha ido llevando para que leamos el Antiguo Testamento, pues nos ha
ido mostrado el cumplimiento de todas las profecías en Jesús. El Reino tan ansiado
ya está entre nosotros y podemos verlo aparecer humildemente en esta comunidad
que preside Pedro y que se llama Iglesia. Todavía tiene muchas debilidades, está
116
5.3.- Lucas
La unidad de ambas obras, el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles, manifesta-
da en la unidad de lengua, estilo y teología, constituye el conjunto literario cuantita-
tivamente más importante y complejo de todo el Nuevo Testamento. 126
Más allá de la cuestión del género literario usado por Lucas, es decir de la anagnó-
risis 129 que permite esconder un personaje divino en el ropaje de una persona co-
mún, lo cierto es que el evangelista es consciente de que el lector conoce “quien”
es el caminante que se acerca a los dos discípulos, mientras éstos lo ignoran. De
esta manera, Jesús hace su aparición en escena como “un peregrino” más, incluso,
siguiendo el juego de esta fina ironía lucana, aparece como el “único forastero que
no conoce los hechos acaecidos en Jerusalén” (Lc 24,18).
Sin embargo, detrás de este recurso literario, se deja ver un tema que invade la
teología lucana: el de la peregrinación y del camino. En el caso concreto del episo-
dio de Emaús, la presentación de Jesús como “peregrino” no es un recurso estilísti-
co, o una imagen añadida a las pluriformes maneras de presentarse que asume
después de la resurrección (el jardinero, un pescador Jn 20,15; 21,5ss.), sino más
bien, una imagen en perfecta coherencia con la presentación que Lucas hace de
Jesús en su evangelio. En este cuarto evangelio, Jesús es “el peregrino” enviado
por Dios en la historia de los hombres, a quienes les sale al encuentro en sus nece-
sidades concretas (cfr. Lc 4,42-44; 5,12; 6,1.12.17; 7,1.11; 8,1; 9,51; 13,33).
Este perfil, por lo tanto, no es al acaso sino plenamente consecuente con la teología
lucana. Si la “salvación” entra en la historia y hace “camino” en ella constituyendo
“una historia de la salvación”, lógicamente el portador de la salvación debe ser “un
peregrino” en la historia. 130 Más aún, en el episodio de Emaús se remarca una vez
más la pedagogía de Dios en Cristo, quien toma la iniciativa de salir al encuentro de
sus compañeros de camino en la situación concreta, en la cual ellos se hallan. En
efecto, la tristeza y desazón son tales, que tan condicionados y enfrascados en esta
problemática, son incapaces de ver y reconocer a su Señor.
La fina ironía lucana 131, permite que los discípulos expliquen a Jesús peregrino, la
visión e imagen que ellos se habían formado acerca de él mismo. Esto dio pie para
conocer lo que ha sido definida como “una cristología arcaica”, es decir, un reflejo
de la visión que, los discípulos y la gente, tenían de Jesús durante la etapa de su
ministerio público. En esta imagen que tendrían de Jesús durante su vida terrena, el
primer título que sobresale es el de Profeta. Esta identificación no es sólo una ela-
boración lucana, sino un dato de la tradición: parece que esta imagen de Jesús es
la que más corresponde a la realidad histórica que le habrían atribuido.
En efecto, la designación de Jesús como Profeta aparece también en los otros evan-
gelistas (ver Mc 6,4.15; 8,28; 11,13; Mt 21,11.19.46; 23,37-39; Jn 4,19; 6,14; 7,40;
9,17). Sin embargo, en Lucas adquiere rasgos peculiares. Mientras Mt y Jn presentan
la vida de Jesús en parangón con Moisés (ver Jn 6,14.32ss; 7,40) 132, Lc lo presenta,
no sólo como el que da cumplimiento a las promesas del Dt 18,15 (ver Hech 3,22;
7,37), sino incluso, llevando la tipología hasta parangonarla con Elías, como el profe-
ta arrebatado por Dios a los cielos de quien se esperaba su regreso. 133
Todo esto lleva a concluir que con la tradicional imagen de Jesús profeta (Lc
7,16.39; 9,8.19; 24,19), Lucas no sólo evoca la doble experiencia profética de Elías
y Eliseo, con la que se presenta cómo será su ministerio (Lc 4,24-27); sino que so-
bre todo, presenta el ministerio público, donde él experimenta el primer rechazo por
parte de los suyos. Inclusive, Lc descubre la identidad de Jesús como profeta para
hablar de su destino de pasión y de muerte (cfr. Lc 4,24; 6,22-23; 11,47-51; 13,31-
35; Hech 7,52). 138
Cabe decir desde el principio que, si bien en el pasaje de Emaús Jesús no es lla-
mado explícitamente con el título de “salvador” (sotér), sin embargo la alusión a la
realidad de la salvación es evidente. Por ello es que esta nota distintiva de la cristo-
logía lucana, merece un párrafo aparte. 141 Salvo en Jn 4,42, en ningún otro evange-
lio, se le aplica a Jesús este título. “Salvador”, sólo se encuentra en Lc 2,11 y luego
es retomado en Hech 5,31; 13,23.34. Es innegable, pues, que Lc vincula íntima-
mente la cristología con la soteriología. En Lc, todo apunta a mostrar el impacto de
Jesús de Nazaret en la historia de la humanidad necesitada de salvación, sea a
través de su vida y su obra como de su muerte, resurrección, ascensión y exalta-
ción. 142
Dado el contexto, parecería que este título también presente en Flp 3,20, proviene
tanto del trasfondo veterotestamentario (Juec 3,9.15; 1Sam 10,19; Is 45,15.21) o
sea del hebreo mashiah traducido al griego por sotér (Sab 16,7; 1 Mac 4,30; Eclo
51,1) como de las influencias del mundo grecorromano, dónde era ampliamente
usado ligado al concepto de salud. 143 Ahora bien, la presentación de la obra de
Cristo en lenguaje de “salvación”, como sucede con el título de “Salvador”, ya esta-
ba presente en la tradición pre-lucana (ver Mc 5,34; 15,31; 2Cor 7,10; Rom 1,16;
10,10; 13,11). Por lo tanto, el léxico sobre la “salvación”, proveniente del lenguaje
del Antiguo Testamento (Ex 14,13; 15,2), ahora, se ve enriquecido por la acepción
de salud que aporta el mundo grecorromano a quienes Lucas parece dirigirse con la
intención de subrayarles, de un modo particular, esta nueva realidad salvífica que
se hace presente con Jesucristo (ver Hech 4, 8-12).
En definitiva, desde esta connotación de liberación de algún mal físico, pasando por
la liberación de un mal interior como es el pecado, se llega a la noción de la salva-
ción no sólo para Israel (Hech 13,23) sino para toda la humanidad. Lucas presenta,
entonces, a Jesús no sólo como el salvador de Israel sino de todos los hombres.
Esta es la línea de perspectiva universalista que caracteriza toda su obra (cfr. Lc
2,32; 3, 6.38: la genealogía comparada con Mt 1,1-17).
Como claramente ha escrito FITZMYER: “no cabe duda que Christos, aunque no sea
el título más frecuente atribuido en los escritos lucanos, es el más importante. Ya se
lo decía el propio Jesús resucitado a los dos discípulos que iban camino de Emaús:
“No era verdad que el Mesías tenía que padecer todo eso para entrar en su gloria?”
(Lc 24,26). Por otra parte, Lucas es el único autor neotestamentario que subraya la
importancia del título cuando nos informa del nombre por el que se conocía a los
seguidores de Jesús: los “cristianos” (Hech 11,26; 26,28)”. 144
Veamos entonces, el origen del título y los matices lucanos en el uso del mismo, ya
que no sólo es un título ampliamente usado en el Nuevo Testamento, al punto de
transformarse en el nombre propio de Jesús (identificado como “Jesucristo”), sino que
además, como acabamos de afirmar, se ha constituido en un eje de su Cristología.
En Lucas el título aparece 12 veces en el evangelio (Lc 2,11. 26;3,15; 4,41; 9,20;
20,41; 22,67; 23,2; 23,35.39; 24,26.46) y 25 en Hechos de los Apóstoles (Hech
2,31.36.38; 3,6.18.20; 4,10; 5,42; 8,5.12; 9,22.34; 10,36.48; 11,17; 15,26; 16,18;
17,3; 18,5; 18,28; 24,24; 26,23). A veces lo usa como título, y en otros casos como
nombre propio: Jesucristo.
Por lo tanto, es lícito pensar que Lucas utiliza el título de Cristo, tal como fue usado
en la etapa del ministerio público (Mc 8,30-31; 14,62) 145, pues él lo ha reproducido en
pasajes que pertenecen a la tradición e incluso con la característica de la resistencia
de Jesús al título, debido a las connotaciones políticas que dicha denominación com-
portaba para sus contemporáneos (ver Lc 9,20-22; 22,67-68). Pero debe decirse, no
obstante, que luego de aquello que podría llamarse fidelidad a la fuente y a la vez
purificación del contenido del título, Lucas refleja un nuevo contenido del título.
A partir de la Resurrección (Hech 2,32.36), y ahora sí, desde esta perspectiva nue-
va que explica el nuevo mesianismo, el título es retroproyectado a la infancia (Lc
En el pasaje de Emaús también recibe otra nota lucana específica: aquella relacio-
nada con la “necesidad” del sufrimiento. En efecto, este rasgo así como Lucas lo
propone, e incluso apelando al testimonio de las Escrituras (Lc 24,27.46), no estaba
presente en el uso del título Mesías del Antiuo Testamento, ni en el judaísmo de la
época de Jesús 146, ni siquiera en los otros escritos neotestamentarios. Mc 8,29-31
habla explícitamente de Jesús como Mesías, pero cuando se hace referencia al
sufrimiento que debe afrontar, al instante se usa el título de “Hijo del hombre”.
5.3.2.5.- Jesús “les explicó... las Escrituras” (Lc 24,27.32): MAESTRO y exegeta
La otra imagen que está situada al centro de la última escena del episodio es la de
Jesús que se convierte en huésped de los discípulos. Esta imagen, en la estructura
146.- En el judaísmo la conexión del sufrimiento con el Mesías se realiza en la época posterior a
Cristo, identificando el Mesías con el Siervo de Is 42,1; 43,10; 49,6; 52,13-53,12; cfr.
FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 337.357.
147.- Cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 331-337.356-357.
148.- Cfr. RIGAUX, Testimonianza del Vangelo di Luca, 357-360.
122
Sin embargo, curiosamente, el Huésped pronto toma el rol del Anfitrión o Padre de
familia, pues tomando el pan, lo parte y se los da a los discípulos (v.30). 150 Se sabe
que en Lucas, el tema de “las comidas” es una realidad muy presente en toda la
obra, y esto no sólo como descripciones de las múltiples actividades llevadas a ca-
bo por Jesús, sino como elaboraciones teológicas, literariamente desarrolladas con
mucho cuidado (cfr. Lc 5,27-39; 7,36-50; 11,37-54; 14,1-24;15,1-2; 19,1-10; 22,14-
38; 24,36-52). 151
Por lo tanto, la imagen de Jesús como Huésped que comparte la comida con sus
discípulos, prolonga, en la fase de su existencia como Resucitado, un gesto que fue
característico, distintivo y revelador durante la fase de su existencia terrena; al pun-
to de transformarse en un signo elocuente para ser reconocido. 152
Por eso lo reconocen. La comida de Emaús, descrita como “partir el pan”, restable-
ce los vínculos con Jesús, rotos por la muerte, prolonga las comidas con él, tan
características, y anticipa las comidas de los creyentes en Hechos. Por otra parte,
la presencia de Cristo resucitado en Emaús sugiere que estas comidas de hecho
son algo más que una mera reunión de los creyentes: incluyen la comunión con el
Señor resucitado”. 153
Con la realidad de la gloria, se entra en el campo propio del título Kirios: “Señor”.
Un rápido análisis estadístico hace ver el abundante uso lucano del título Kirios,
pues aparece aplicado a Jesús 40 veces en el evangelio y 20 veces en los Hechos
de los Apóstoles.
149.- Cfr. X. LÉON-DUFOUR, Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Salamanca 1974, 229.
150.- Cfr. ROBINSON, “The Place of the Emmaus Story in Luke-Acts”, 486.
151.- Cfr. R. AGUIRRE, La mesa compartida. Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias
sociales, Santander 1994, 58-133. Se trata de un interesante estudio que partiendo de la clasi-
ficación en tres tipos de comidas: 1) con pecadores y publicanos; 2) con fariseos; 3) con los
discípulos; mediante el aporte de la “antropología cultural”, profundiza las costumbres cultura-
les de la época. Esto le permite al autor arribar a importantes conclusiones sobre las implican-
cias teológicas y literarias de “las comidas” en la obra lucana.
152.- También NAVONE, Themes of St. Luke, 27-29, afirma el carácter revelatorio del Mesías que
tienen particularmente la comida de los cinco mil (Lc 9,10-17) y la última cena (Lc 22,19) con “la
fracción del pan”. Pues, para la primitiva comunidad cristiana estos “banquetes” estaban rela-
cionados por los tres rasgos mesiánicos que ellos revelan: las obras del Mesías; la esperanza y
promesa de continuación de la amistad; y la presencia del Mesías en su tiempo.
153.- AGUIRRE, o.c., 97.
123
Ahora bien, cuál es el origen de este título de amplio uso lucano y neotestamentario?
Sobre esta cuestión se ha discutido bastante. Están los que sostienen su origen en el
cristianismo proveniente del judaísmo palestinense (el cual parte de la denominación
hecha al único Dios del Antiguo Testamento) como aquellos que sostienen que tal
denominación pertenece al cristianismo proveniente del mundo gentil, que lógicamen-
te, en el contacto con el politeísmo de entonces, que llamaba a los dioses “señores”,
por contraste los cristianos hablaban de un sólo Señor (ver 1Cor 8,6).
Sin entrar en los detalles de esta interesante discusión sobre la génesis del título,
se puede decir de manera general que Lucas retoma y da continuidad al título que
la primitiva comunidad cristiana, a su vez en consonancia con el judaísmo tardío
que daba el nombre de Señor a Dios, comenzó a dar el título de Kyrios a Jesús (1
Cor 12,3; Rom 10,9) a partir del evento de la resurrección (Hech 2,36). Entonces sí,
con este nuevo modo de entender el “señorío”, Lucas lo aplica a Jesús retroproyec-
tándolo en las otras fases de su vida. De esta manera, aparece en la etapa del mi-
nisterio público (Lc 5,8.12; 6,46; 7,6.13.19; 9,54.59.61; 10,1.39.41; 11,39; 12,42a;
13,15; 17,5.6; 19,8a.31.34; 22,61); e inclusive, llega a aplicarlo en la primera fase
de la existencia de Jesús (ver Lc 1,38.43; 2,11). 154
Finalmente cabe acotar, que con el extendido uso del título Kyrios que incide para
cambiar el título de la antigua fórmula kerigmática de 1Cor 15,3 (en que curiosa-
mente aparece Cristo y no Kyrios como en el relato lucano de Emaús) viene apare-
jada la particularidad lucana que entiende y propone la resurrección en términos de
vida. Por éste motivo, es aconsejable insistir en que en el caso de la perícopa de
Emaús, no se trata sólo del uso de un título difundido en el tiempo de Lucas, sino
que además lleva esta nueva connotación acentuada en el v. 23 de Jesús como él
que vive (ver además Lc 24,5 y Hech 1,3; 25,19). Incluso más. El título Kyrios, uni-
do a la fórmula “ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34) acentúa los
rasgos eclesiales que estarían presentes en la tradición lucana del término.
En efecto, el título de Señor que, en el tercer evangelio, como dijimos, tiene reso-
nancia eclesial, se puede afirmar que es por excelencia el título del resucitado (Lc
24, 3.34; Hech 2,36). Apareciendo no por casualidad al final del relato, que es como
el capítulo puente con la segunda parte de la obra dedicada a la iglesia (Hechos de
los Apóstoles), y sin duda originado en el culto, el título anunciado por la comuni-
dad: el Señor ha resucitado, se refiere entonces al Señor de la Iglesia. 155
5.3.2.8.- En síntesis
Los eventos que se habían precipitado en Jerusalén, dónde las autoridades res-
ponsables de Israel habían crucificado al varón justo, fueron tan fuertes que, no
obstante el testimonio de las mujeres e inclusive su visión de los ángeles, no habían
alcanzado para generar la fe y para encender nuevamente la esperanza fallida.
154.- Cfr. FITZMYER, El Evangelio según San Lucas, I, 337-342; RIGAUX, Testimonianza del Van-
gelo di Luca, 360-365.
155.- Cfr. E. RASCO, La teología de Lucas: origen, desarrollo, orientaciones, Roma 1976, 130-131.
124
La clave de la interpretación de los eventos fatídicos que han puesto en crisis total a
los discípulos respecto a la fe y esperanza depositadas en el profeta poderoso en
obras y palabras, se encuentra en las Escrituras.
156.- Cfr. J. RADERMAKERS - P. BOSSUYT, Lettura pastorale del Vangelo di Luca, Ed. Dehoniane,
Bologna 1983, 476.
157.- Cfr. X. ALEGRE, “La carta de Santiago”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y Cartas católi-
cas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 291-325.
125
En 2,1 el nombre Señor recibe el calificativo de la gloria, reflejando así una expre-
sión arcaica de la teología judeocristiana. Obsérvese que en Lc 24,26, donde tam-
bién aparece esta expresión, se refiere a la situación que Cristo tiene ahora para la
comunidad como Exaltado a la derecha de Dios, con lo cual hay una alusión implíci-
ta a la Resurrección. El vocablo gloria es típico de la cristología de Jn, que lo utiliza
para expresar la unión indisoluble entre la Cruz y la Elevación del Hijo; en la tradi-
ción sinóptica se le relaciona con el retorno del Hijo del hombre al fin de los tiempos
(cfr. Mt 16,27; 19,28; 24,34; 25,31; Mc 8,38 10,37; 13,26), lo cual confirmaría que
en Sant 2,1 el autor quiere situar a la comunidad ante el Señor, Juez de la comuni-
dad. De hecho, en 5,7-8, el título Señor está en relación con la espera de la Paru-
sía, momento en el que aparecerá como Juez (5,9). Y si ha de traducirse 1,1 como
“Jesucristo Dios y Señor”, pues de hecho tiene la misma construcción que 1,27 y
3,9, entonces tendríamos aquí, al igual de lo que ocurre en Jn 20,29, una de las
confesiones cristológicas más impresionantes del Nuevo Testamento. 159
Además de esta diversidad fundamental, hay múltiples diferencias entre los dos
escritos. El clima de opresión y persecución que caracteriza 1Pe no está para nada
presente en 2 Pe que más bien está interesada en discutir los alcances doctrinales
como de los debidos comportamientos de los que integran la comunidad cristiana.
158.- Cfr. F. VOUGA, Una Teología del Nuevo Testamento, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 2003, 31.
159.- Cfr. ALEGRE, “La carta de Santiago”, 309-310.
160.- Cfr. J. O. TUÑI, “La Primera y la Segunda Carta de Pedro”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos
joánicos y Cartas católicas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Na-
varra) 20004, 327-370.
126
El hecho de que Dios haya resucitado a Jesucristo y le haya conferido gloria (1,21)
quiere decir que podemos tener acceso a él (2,4) y, por tanto, que podemos entrar
en la esfera de la luz maravillosa (2,9), de la verdad (1,22) y de la nueva vida (1,23:
“renacer” ). Pero la gloria de Cristo todavía se ha de manifestar con plenitud (4,13;
5,1; cfr. 1,5.7.13). Más aún, una herencia nos espera en el cielo (1,4) y una
herencia que nada puede destruir o mancillar (1,4). Esta manifestación plena nos
conducirá a un gozo sin fin (1,6; cfr. 4,13). No es difícil reconocer aquí los trazos
más característicos de lo que se puede llamar “la cristología tradicional del Nuevo
Testamento”. 161
De cualquier manera, hay que constatar que los elementos fundamentales están
ahí y que ni faltan aspectos importantes ni tampoco parece que se haya hecho
ningún desarrollo original. Sin embargo, hay un acento muy claro y fuerte en la
cristología de este escrito, que debemos profundizar un poco más y es el de los
“sufrimientos de Jesús”.
Entre los textos de 1Pe, hay por lo menos 4 textos en que “sufrir” hace referencia al
sufrimiento de Jesús: 2,21; 2,22; (3,18); 4,1a y 4,1b. Más todavía, los sufrimientos
de Jesús son la base de las exhortaciones a los seguidores de Jesús para que
soporten el sufrimiento. Precisamente por esto se explicita cuál fue la actitud de
Jesús ante el sufrimiento injusto (2,21-25), a fin de que el seguidor de Jesús pueda
revestirse de la misma actitud (4,1), cuando sea perseguido injustamente por el
hecho de ser cristiano (4,15-16).
161.- J. H. D. KELLY, The Epistles of Peter and Jude, Ed. Baker Book House, Londres 1981, 25 ha
dicho que la cristología de 1Pe no es objeto de un desarrollo explícito u original, sino que da
por supuesta la cristología del Nuevo Testamento.
127
La confesión de Jesús que presenta Jn acentúa de tal forma los trazos celestiales
de Jesús, que tiene el peligro de convertir la figura del Mesías-Hijo de Dios (20,31;
cfr. 11,27) en un ser angélico, un enviado celestial que no habría asumido verdade-
ramente la realidad humana: un Dios que se pasea por la tierra, que aparenta ser
hombre, pero que en realidad no lo es: “camina sobre las aguas; tiene sed pero no
bebe; le llevan alimento pero no come; tiene un conocimiento del hombre que so-
brepasa lo humano; discute con los hombres, pero sus palabras vienen de una dis-
tancia infinita, surgen de las profundidades del mundo celestial”. 163
162.- Cfr. P. LE FORT, “Las cartas de Juan”, en Escritos de Juan y carta a los Hebreos, ILB 10, Ed.
Cristiandad, Madrid 1985, 159-216; J. O. TUÑÍ, “Las cartas de Juan”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE,
Escritos joánicos y Cartas católicas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Es-
tella (Navarra) 20004, 173-212.
163.- Cfr. E. KÄSEMANN, El Testamento de Jesús: El lugar histórico del Evangelio de Juan, Ed.
Sígueme, Salamanca 1983, 78.
128
ción. Pero Cristo es un ser distinto, sin necesidad de nacimiento ni de muerte, había
descendido de Dios y se había unido a Jesús en el Bautismo. Así Dios predicó e
hizo milagros en la tierra, pero poco antes de la pasión, Cristo se separó de su
compañero provisional con el fin de permanecer impasible. Probablemente el doce-
tismo llevaba a sus últimas consecuencias el contraste entre el Jesús histórico y el
Cristo resucitado que ya aparece en la predicación cristiana primitiva (cfr. Rom 1,2-
4 y Hch 2,36).
La 3 Jn se trata del escrito más breve del Nuevo Testamento (tiene un total de 220
palabras) y es una verdadera carta dirigida a un tal Gayo por parte del presbítero. El
estudio de 3 Jn la pone en relación con 1-2Jn, lo que no quiere decir que tengan las
tres un mismo autor, sino que pertenecen al mismo grupo o comunidad y es sensi-
blemente de la misma época. El problema que plantea la carta no es doctrinal, sino
disciplinar: deja entrever un problema de autoridad. 3 Jn nos aporta datos intere-
santes referentes al conocimiento de las comunidades joánicas: que el cristianismo
fue, al comienzo, un fenómeno fundamentalmente urbano; que en ellas hay perso-
nas revestidas de cierta autoridad; Diotrefes, Gayo, Demetrio son nombres greco-
rromanos lo que nos hace pensar en una consistente presencia paganocristiana;
tuvieron misioneros itinerantes que se dedicaron a visitar y seguir las diversas co-
munidades. En cuanto a su cristología no se ven datos relevantes.
164.- Cfr. J. O. TUÑÍ, “Carta de Judas”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y Cartas católicas,
Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 371-379.
165.- A. VANHOYE, El mensaje de la carta a los hebreos, Cuadernos Bíblicos 19, Ed. Verbo Divino,
Estella (Navarra) 19978, 7. También estudia esta carta: J. SÁNCHEZ BOSCH, Escritos pauli-
nos, Introducción al estudio de la Biblia 7, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 1999, 467-508.
166.- Tertuliano, perteneciente a la tradición latina, la atribuía a Bernabé. Eusebio de Cesarea en su
Historia Eclesiástica (VI, 14,4; 25,11-14), refleja la opinión de algunos escritores de la tradición
griega, entre ellos, la de Clemente de Alejandría que siguiendo a Panteno, piensa que el autor
es Pablo, y su traducción al griego es obra de Lucas. Orígenes, aún conociendo esta opinión,
afirmaba que "sólo Dios sabe quien es el autor". Del análisis del texto de la carta surge con cla-
ridad que el autor no puede ser San Pablo, como lo advertía Orígenes.
130
“Tampoco se conoce fecha en que fue compuesto este sermón sacerdotal ni los
lugares en que fue pronunciado, ni a los que se envió. Son muy variadas las opinio-
nes en este sentido. Parece probable una fecha algo anterior al año 70, en que fue
tomada la ciudad de Jerusalén y quedó destruido el templo. En efecto, el autor des-
cribe la liturgia del templo como todavía actual (10,1-3.11), aunque afirma que está
destinada a desaparecer (9,10)”. 168
Esta consagración se describe con detalles en Ex 29; Lev 9. Allí se habla de baños
rituales para purificarse de los contactos profanos, de una unción que lo impregna-
ba de santidad, de unas vestiduras especiales que expresan su pertenencia al
mundo sagrado como de los sacrificios típicos de consagración. La "santidad" con-
ferida por estos ritos debía ser guardada cuidadosamente, a fin de no regresar al
mundo profano (Lev 21). El sistema cultual antiguo, entonces, basaba su eficacia
en las separaciones rituales, al punto de castigar con la muerte algunas transgre-
siones al mismo (ver Num 1,51; 3,10.38; Hech 21,27-31).
167.- L. H. RIVAS, “La cristología de la carta a los Hebreos. Jesucristo, único Salvador del mundo,
ayer, hoy y siempre (cfr. Heb 13,8)”, Revista Bíblica Argentina 1-2 (2003), 82.
168.- VANHOYE, El mensaje de la carta a los hebreos, 9.
131
21,23; Gal 3,13). Estas consideraciones alejaban históricamente a Jesús del sacer-
docio.
Existían elementos que reflexionaban sobre el culto, pero sobre el nuevo modo cul-
tual: alianza en la sangre de Cristo (cfr. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; 1Cor 11,25),
evocando con ello un sacrificio de alianza; la inmolación de Cristo, nuestra pascua
(1Cor 5,7), que lo presentaba como una víctima ofrecida en sacrificio; el amor y la
entrega de Cristo por nosotros en ofrenda y sacrificio agradable a Dios (Ef 5,2). Pero
el tratamiento que hace el autor de la carta a los Hebreos es totalmente novedoso.
Las dos características principales con que aparece revestido el sacerdocio de Cristo,
entonces, son: misericordioso (v.17b; cfr. 4,14-5,10) y fiel (v.17c; cfr. 3,1-6), que se
ocupa de las cosas de Dios (v.17d; cfr. 5,1; Rom 15,17) y purifica de los pecados
(v.17d). Resumiendo, Heb 3,2-6 nos dice que Jesús es “fiel” a Dios Padre como Moi-
sés fue fiel en toda la casa de Dios. Pero Jesús tiene más gloria, porque él mismo ha
construido la casa y además porque, en la casa de Dios, Cristo es Hijo. Esta casa
somos nosotros, es decir la Iglesia, si somos valientes y nos gloriamos en la espe-
ranza. El peligro está en que los cristianos no mantengan la fidelidad de Jesús.
Más adelante, se califica a Cristo como “Sumo sacerdote misericordioso” (Heb 4,14-
5,10). Este texto se compone de dos fragmentos complementarios: cómo la miseri-
cordia de Cristo nos conecta con la de Dios (4,14-16) y cómo Cristo “aprendió” a ser
misericordioso (5,1-10). Cristo nos introduce en el Santo de los Santos y es acredita-
do como “compasivo”, llevó su semejanza en todo a nosotros hasta la tentación,
aunque no hasta el pecado (v.15). Luego, se define el sacerdocio del Antiguo
Testamento (5,1-4) y se aplica la definición a Cristo (5,5-10). Su origen común con los
hombres débiles, evidenciado por la expiación que tiene que ofrecer por sí mismo, lo
hace más compasivo. Cristo no buscó (v.5), fue llamado como todo sacerdote. Por
otro lado, sus clamores en Getsemaní son signo de debilidad (v.7); y el terminar
bebiendo el cáliz de la Pasión, atestigua que no fue complacido en aquel pedido: así
aprendió a doblegar su voluntad (v.8; cfr. Mt 26,39.42). Por su muerte, Cristo pasa a
ser causa de salvación para los que le obedecen como él obedeció (v.9). 169
po, sino porque era capaz de entrar en las profundidades del misterio de Jesucristo
y nos lo comunicaba con una lengua nueva y clara”. 170
Entre sus técnicas literarias, una de las más típicas, es el simbolismo. Por medio
del símbolo, Juan remite al misterio. Parte de la experiencia sensible y manda al
más allá. A diferencia del signo, el símbolo (etimológicamente, lo que une) no evoca
una realidad del mismo orden (como el signo del humo remite al fuego), sino una
realidad de orden diverso: el agua, la vid, el grano de trigo... remiten al misterio de
la persona, de la vida y de la misión de Jesús. También el don de la salvación y de
la vida divina está representado con imágenes plásticas y elocuentes, por eso Juan
habla del “pan de la vida”, del “agua viva”, de la “luz de la vida” para indicar la sal-
vación divina operada por Cristo. Reconocer y comprender este simbolismo nos
ayuda a leer a Juan con “mirada contemplativa” para no perder la hondura de signi-
ficado y para interpretar correctamente su cronología y yuxtaposición de aconteci-
mientos.
Los estudios científicos de este último tiempo, postula la idea de que, sea por su
contenido o escrito como por dos documentos provenientes de Egipto pareciera que
terminó de escribirse alrededor del año 130. 172 En cuanto al lugar de composición
del Evangelio de Juan, desde los primeros tiempos y también en base al testimonio
de san Ireneo, se ha señalado Éfeso. 173 Allí, en Asia Menor, estaría desterrado
Juan, que parece escribir en ambiente griego judeocristiano para cristianos conver-
tidos del judaísmo y para convertidos del paganismo. 174
170.- EQUIPO BÍBLICO CLARETIANO, “Mirarán al que traspasaron”. Evangelio de Juan, Ed. Clare-
tiana, Buenos Aires 2006, 22.
171.- L. MORRIS, The Gospel According to John: The English Text with Introduction, Exposition and
Notes, Ed. B. Eerdmans Publishing, Grand Rapids 1995, 7.
172.- En el 1935, en un oasis de Egipto fue descubierto el famoso papiro P52 (que contenía el capí-
tulo 18,31-38 y en el reverso los vv.37-38). Pertenece a una fecha en torno al año 125 d.C. El
segundo documento son tres fragmentos de papiro: Egerton2, también provenientes de Egipto
(con Jn 3,2; 5,39.45; 9,29; 10,25.31; 7,30; 10,39). Cfr. L. RIVAS, El Evangelio de Juan. Introduc-
ción. Teología. Comentario, Ed. San Benito, Buenos Aires 2005, 43ss.
173.- A cerca de los otros posibles lugares de composición del Evangelio (Alejandría, Antioquía,
Siria, hacia el lago de Tiberíades, etc.), cfr. R. BROWN, El evangelio según Juan, I, Ed. Cristian-
dad, Madrid 20002, 131-133.
174.- Para profundizar en este punto, cfr. RIVAS, El Evangelio de Juan, 13-17 con abundante bibliografía.
175.- Cfr. J. M. MARTÍN-MORENO, Personajes del Cuarto Evangelio, Ed. Desclée de Brouwer, Madrid
2001, 379, propone 35 títulos cristológicos (algunos de ellos son comunes a otros escritos del
Nuevo Testamento, otros son elaboraciones juánicas en la línea de lo que se ha dado en llamar
una cristología alta o desde arriba, que subraya la preexistencia de Cristo y su divinidad).
133
176.- Cfr. J. TUÑÍ, “Evangelio según san Juan”, en J.O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y cartas
católicas, Introducción al Estudio de la Biblia 8, Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 20004, 83-
86.
134
Dicho en otros términos sería: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y
vimos su gloria…” (Jn 1,14). Esto, a diferencia del pensamiento gnóstico cristiano
(para quien nunca pudo darse una “encarnación” auténtica), no relativiza el valor
real de la encarnación.
A la luz de la Pascua
ENCARNACIÓN GLORIFICACIÓN
Jn 1,14
“Y el Logos se hizo ... y hemos contemplado su
carne y habitó entre nosotros... gloria
177.- Cfr. H. LONA, El Evangelio de Juan, El relato. El ambiente. Las enseñanzas, Ed. Claretiana,
Buenos Aires 20042, 85-86.
135
Inmediatamente después del más “discreto” de todos los signos (la transformación
de casi 600 lts de agua en vino de excelente calidad: Jn 2,1-11 sólo conocido por
los servidores), está escrito: “Así manifestó su gloria”. Además, los repetidos inten-
tos de apresar a Jesús nunca se cumplen. Su condenación no depende de sus
enemigos, sino de que llegue la “hora” de volver al Padre (cfr. 18,6ss).
Con una imagen espacio-temporal el evangelista mira hacia atrás para contar la
historia de Jesús: desde el “presente” de esa historia ya obra la realidad posterior y
definitiva de su glorificación. Ésta es su hermenéutica cristológica, su clave de lec-
tura, y desde ella se entiende su comprensión de la encarnación.
Una comparación con la teología de la cruz paulina (1Cor 1,18-25) nos permite ver
el ángulo propio de la visión joánica.
Para Pablo la cruz es un desafío al hombre religioso. Mientras el judío busca signos
de la victoria del Mesías sobre las fuerzas del mal, el griego busca un sistema de
sabiduría que convenza su razón. Contra estas expectativas, el mensaje de la cruz
es, para los primeros un “escándalo”, la ocasión propicia para rechazarlo y por ella
para caer, (este es el verdadero sentido del término “escándalo”: la piedra que es
ocasión de tropiezo y caída, cfr- Mt 16,23; 18,7; Rom 11,9; 14,13; Gal 5,11; Ap
2,14) y para los segundos, el mensaje suena a “necedad” (la salvación de Dios por
medio de un crucificado no tiene nada de razonable).
178.- La encarnación no se relativiza, ni mucho menos hay una valoración negativa del mundo y de
la materia como en los gnósticos. Cfr. LONA., El Evangelio de Juan, 88.
136
su misma óptica. Para que las cosas puedan verse de un modo diferente, es nece-
saria la acción de la gracia.
Todos los textos que de alguna manera hablan del “envío” del Hijo a la tierra (En-
carnación), presuponen otro concepto clave para la cristología, el de la “preexisten-
cia”. Sólo el que ya existe “antes” puede venir al mundo “desde arriba”. Y esto es lo
que Jn nos dice desde su Prólogo: “En el principio era el Logos, y el Logos estaba
junto a Dios” (1,1).
A medida que Dios emite su palabra “Y Dios dijo...”, nace la realidad. La palabra es,
por lo tanto, la fuerza mediadora que permite guardar la distancia necesaria entre
Dios y su creación, pero que, al mismo tiempo, deja que esta creación siga siendo
la creación de Dios y no la obra de una entidad creadora ajena o alejada al misterio
de Dios. Los textos que hablan de la acción de Cristo preexistente como mediador
de la creación (cfr. Col 1,15-18; Heb 1,2ss; Jn 1,1-3) son ejemplos de aplicación
cristológica del concepto alejandrino de Logos.
son todas imágenes salvíficas. Es decir, con la forma lingüística “Yo soy…”, Jesús
se presenta como el agente de la salvación de Dios. 179
los Tabernáculos en la que agua y luz, no sólo aparecían en los mismos pasajes
bíblicos, sino que además contenían un fuerte trasfondo veterotestamentario 186.
así, por ejemplo, el relato de las peregrinaciones por el desierto, que proporciona
las imágenes relacionadas con el agua que brotó de la peña, también trae la ima-
gen de la columna de fuego que guiaba a los israelitas a través de la oscuridad de
la noche (Ex 13,21). En la escena que describe el Evangelio está Jesús en este
atrio de las mujeres y se proclama luz no sólo de Jerusalén, sino de todo el mun-
do. El sentido de la imagen de la luz utilizado por Jesús es ser símbolo de revela-
ción y salvación.
- “Yo soy el que da testimonio de mi mismo” (8,18): a pesar de que para los
fariseos el “auto testimonio” carece de validez jurídica (ver Nm 5,30; Dt 5,20;
19,18; Sal 27,12; 35,11; Prov 6,19; Dan 13,34-41; entre otros) 187, Jesús argumen-
ta a su favor. Para ello recurre a la misma Ley de los judíos: la que alude al princi-
pio jurídico del testimonio de dos testigos. Hace referencia explícita a Nm 35,30 y
con ello quiere demostrar que no hay contradicción entre lo qué el mismo plantea
y lo que dice la Ley. Los dos testigos necesarios serían en este caso el mismo Je-
sús y el Padre que lo ha enviado. Pero este principio experimenta una transforma-
ción en el modo en que lo presenta Juan. La transformación radica en el hecho de
que en el caso de la ley Judía los testigos operan de forma externa a los aconte-
cimientos que son narrados por el que está involucrado; mientras que en el caso
que aquí se plantea no hay lugar para el testimonio externo puesto que Jesús y su
Padre tienen una misma identidad, pero a su vez son distintos. Por eso el testimo-
nio es válido. 188
- “Yo soy de arriba” (8,23): Esta expresión corrobora la diferencia esencial entre el
revelador y el mundo, haciendo hincapié precisamente en el origen diferente. Je-
sús el revelador de Dios pertenece por completo a la esfera divina, a la que tiene
acceso la fe, mientras que la incredulidad queda excluida de la misma sin poder
superar su origen de abajo. La inteligencia de la revelación está cerrada a la in-
credulidad. 189 Jesús es el que procede de arriba y ha venido al mundo para dar a
los hombres la posibilidad de nacer de lo alto, elevándolos de este modo de la es-
fera de las cosas inferiores hasta el plano de Dios.
- “Yo soy Puerta” (10,7.9): según BLANK ““puerta” puede significar, “el acceso al
mundo celeste. Según esta representación, el mundo terreno y el celeste son dos
campos diferentes e incomunicados entre sí, aunque la puerta puede hacer posi-
ble la comunicación entre ellos. Desde este punto de vista, el aserto “Yo soy la
puerta” puede interpretarse: En mi propia persona yo soy la conexión entre el
reino humano terreno y el reino divino. Pero puede también significar: Yo soy el
acceso a la salvación, a la vida eterna. Ambos significados no tienen por qué ex-
cluirse. En nuestro pasaje es evidente que el acento principal recae sobre la signi-
ficación segunda. La afirmación: “Yo soy la puerta”, quiere decir que Jesús en
persona es el paso a la salvación, y de hecho el único acceso, toda vez que él es
el acceso a Dios”. Además, la puerta es el elemento que protege, que separa y
hace sentir seguros. Jesús, en este sentido, también es en Quien el creyente y su
186.- Entre las ceremonias de la fiesta de los Tabernáculos en tiempos de Jesús se incluía el rito de
encender la primera noche (y posiblemente también en las restantes) cuatro candelabros de
oro en el atrio de las mujeres en el Templo de Jerusalén. Cada uno de ellos tenía, según
Mishnah Sukkah 5,2-4, cuatro cazoletas de oro en lo alto, a las que se llegaba mediante una
escalera. En las cazoletas había mechas flotantes hechas con restos de los calzones y fajas de
los sacerdotes; cuando se encendían los candelabros, se cuenta que toda Jerusalén reflejaba
la luz que ardía en la “Casa de sacar el agua” (la zona del atrio de las mujeres por la que pasa-
ba la procesión que traía el jarro de oro lleno de agua).
187.- Cfr. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, Ed. Herder, Barcelona 1993, 886.
188.- Cfr. J. BLANK, El Evangelio según San Juan, I, Ed Herder, Barcelona 1980, 146.
189.- Cfr. BLANK, El Evangelio según San Juan, 151.
139
- “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (14,6): por el contexto se deduce que el
acento cae sobre “Yo soy el camino”. De por si, “el camino” resulta una metáfora
extraña aplicada a una persona, pero su sentido se esclarece al agregar que en
esa persona se alcanzan la verdad y la vida. Casi podría sonar como una razón o
fundamento, pero es más bien una explicación aclarativa: “Yo soy el camino; es
decir, la verdad y la vida”, para cuantos deseen alcanzar esa meta. Porque Jesús
revela la verdad que lleva a la vida. A quien en su existencia acoge con fe y reali-
za esa verdad, le comunica vida verdadera. Él, a todo aquel que cree en él, lo
conduce hasta la meta de su existencia: “hasta el Padre”; así se convierte en el
Camino. La expresión de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, se sitúa
en la despedida de Jesús a sus discípulos en la última cena. Es “la hora de pasar
de este mundo al Padre” (17,1). Jesús es el que viene del Padre y va hacia el Pa-
dre, que es la meta del hombre. Cristo es el camino, que nos conduce y nos co-
munica la verdadera vida: el Padre; conocerlo a él es conocerlo al Padre. Jesús
en su recorrido, Él quiere llevarnos nuevamente al Padre. Es más, la formula ad-
quiere mayor fuerza con el v.6b: “Solamente por mí se puede llegar al Padre”. Je-
sús es, entonces, él único camino de acceso a la meta.
- “Yo soy la Vid verdadera” (15,1): La vid evoca una figura colectiva en el Antiguo
Testamento. La viña y la vid representan al Pueblo de Israel, la porción de Dios, el
pueblo elegido (Is 5,1-7; Ez 15,1-6; 19,10-14; Sal 80,8-16). Jesús se está ubican-
do como centro de la comunidad cristiana y como canal de comunicación con el
Padre. Al ser la Vid, Jesús se presenta como la porción elegida del Padre, la vid
querida por el Padre: la que da frutos. Juan le estaría dando un giro a la imagen:
el sujeto ya no sería una atribución colectiva (deja de ser el pueblo) sino Jesús
mismo. Él asume en sí mismo la figura colectiva de la vid y así funda en su perso-
na un Nuevo Israel: la nueva comunidad cristiana; Él ocupa el lugar del Antiguo
Israel. De la concentración cristológica, luego se ampliará a la eclesiología (trata-
do sobre la Iglesia), con la relación particular que hay entre la Vid y los sarmien-
tos. Según los términos en que se plantea el discurso, nos encontramos con una
triple representación: El Padre, dueño y Señor de la viña, asume el papel del Vi-
ñador. Jesús, representado por la Vid Verdadera, representa a la iglesia comuni-
dad de salvación. Los Sarmientos, que no se diferencian de la vid sino que son
uno sólo con ella y dependen de la unión con ésta para poder dar fruto o no, son
los creyentes. Lo importante, entonces, no es ser judío o cristiano, sino estar uni-
do por la fe y el amor, es decir, la incorporación y pertenencia a la Vid, a Jesús.
Sin embargo, Jesús no es sólo el tronco de la Vid sino la Vid en su totalidad, en Él
está congregada toda la comunidad, la totalidad de la Vid. Esto determina la vin-
culación profunda que hay entre Jesús y la comunidad de salvación.
- “Yo soy Rey” (18,37) 193: durante el ministerio público de Jesús, éste no cede
nunca al entusiasmo mesiánico de las multitudes, demasiado mezclado con ele-
mentos humanos y con esperanzas temporales, sin embargo, sin oponerse al acto
de fe mesiánica de Natanael (Jn 1,49), orienta sus miradas hacia la parusía del Hi-
jo del hombre. Cuando después de la multiplicación de los panes las multitudes
quieren tomarlo para hacerlo rey, desaparece (6,15). Pero una vez se presta a
una manifestación pública de su realeza, es en su entrada triunfal a Jerusalén (Mt
21,5 cfr. Zac 9,9). Allí se deja aclamar rey de Israel (Lc 19,38; Jn 12,13). Jesús es
auténticamente rey, así lo reconoce ante Pilato, pero precede su afirmación de co-
rrecciones al concepto de reino y rey. A la hora de hablar del tipo de rey que es
Jesús, entran en conflicto las distintas categorías con que consideraban dicho
reinado. Por un lado, el Mesías-Rey (Lc 23,2) esperado por el pueblo judío, en
tanto libertador político o, por el otro, el Rey crucificado, desnudo y sufriente, que
libremente se entrega por la salvación de sus ‘súbditos’. Éstas diferentes percep-
193.- Cfr. F. DE LA CALLE – J. PIKAZA, Teología de los evangelios de Jesús, Ed. sígueme, Sala-
manca 19773, 463-468; M. DE TUYA, Biblia Comentada, II, B.A.C., Madrid 1964, 1281-1288; X.
LEÓN-DUFOUR, “Rey”, Vocabulario de Teología Bíblica, 792-798.
141
ciones se hallan por detrás de éste primer diálogo entre el procurador romano y
Jesús. Su reinado no es de este mundo, sólo puede ser reconocido por la fe. Lue-
go, por orden del procurador, Jesús es entregado a los soldados para que sea
azotado. Ellos trenzan una corona con zarzas, se la ponen sobre la cabeza, le co-
locan un manto de púrpura -insignias reales-, y lo saludan, entre bofetadas, como
rey de los judíos. A través de esta cruel burla se desvela la gran oculta realidad:
ese judío que está por morir es verdaderamente el Rey Mesías, el rey que esperó
Israel. De esta manera absurda y paradójica Jesús está siendo proclamado rey:
“He aquí al rey de los judíos” (19,13), pero esta aclamación tiene una única res-
puesta: “¡Crucifícalo!”. En la Cruz, es sin duda el momento cúspide: desde allí el
rey se sienta en su trono y comienza a reinar. En lo alto, se escribe en tres idio-
mas (para que todos lo puedan leer y los judíos no pueden borrarlo): “Jesús el
Nazareno, rey de los judíos”. Jesús que había predicho el inicio de su reinado a
partir de la cruz (3,14; 8,28; 12,32), ha llegado finalmente a su “hora”, a su mo-
mento de gloria. En la cruz, Jesús es el Rey Mesías entronizado. En la cruz, ha
terminado definitivamente la obra que le encargara el Padre y terminará diciendo:
“Todo está cumplido”.
194.- Por escatología entendemos la esperanza en una acción futura y definitiva de Dios a favor de
su pueblo. Contiene tres elementos fundamentales: 1) la convicción de que Dios ha actuado en
el pasado a favor de su pueblo; 2) la constatación de que Israel no va respondiendo adecua-
damente, a lo largo de la historia, a esta acción liberadora de Dios, es decir, conciencia de pe-
cado; 3) la convicción de que Dios actuará de forma definitiva, de forma que ya no habrá lugar
para la infidelidad del pueblo. Para profundizar en el Apocalipsis, entre otros autores, pueden
verse: X. ALEGRE, “El Apocalipsis de Juan”, en M. E. BOISMARD, “El Apocalipsis de Juan”, en
A. GEORGE – P. GRELOT (eds.), Introducción crítica al Nuevo Testamento II, Barcelona 1983,
127-166; J. M. GONZÁLEZ RUIZ, Apocalipsis de Juan. El libro del testimonio cristiano, Ed.
Cristiandad, Madrid 1987; U. VANNI, L’Apocalisse: ermeneutica, esegesi, teologia, Supplementi
alla Rivista Biblica 17, Ed. Dehoniane, Bologna 1988; J. P. CHARLIER, Comprender el Apoca-
lipsis, 2 vols., Bilbao 1993; J. O. TUÑI – X. ALEGRE, Escritos joánicos y cartas católicas, Intro-
ducción al Estudio de la Biblia 8, Estella (Navarra) 20004, 213-287.
142
El libro subraya la relación única entre Jesús y Dios: éste es el Padre de Jesús, el
que está sentado en el trono de Dios (3,21) y a él se le aplican los títulos que en Ap
se atribuyen también a Dios. Y el primer título que se le asigna a Dios es el que es,
que era y que ha de venir (1,4; cfr. 1,8; 4,8; 11,17; y 16,5 donde “el que va a venir” no
se menciona, pues se considera que ya ha venido con Jesús). Detrás de esta expre-
sión está la revelación del nombre de Dios según Ex 3,14. Este título va acompañado
de otros dos que Ap reserva sólo para Dios: Kyrios y Pantocratôr (11,17; 15,3; 16,7;
19,6; 21,22; cfr. 4,8; 16,14; 19,15). Es denominado también el que vive por los siglos
(10,6; 15,7; cfr. 4,9). La trascendencia de Dios también se destaca en la expresión el
primero y el último (22,13; cfr. Is 41,4), completada por yo soy el alfa y la omega (1,8;
21,6; 22,13) y yo soy el comienzo y el final (21,6; 22,13).
A Jesús se le aplica el título de Cristo, no sólo como nombre propio (1,1.2.5), sino
también como título mesiánico (11,15; 12,10; 20,4.6. Cfr. Sal 2,2), donde por momen-
tos, indica de manera más específica al Cristo que, asociado a Dios Padre, toma po-
sesión del Reino. El título se emplea en conexión con los de Señor y Dios como con
la repetición del verbo reinar. Una serie de títulos intentan especificar este señorío de
Cristo y su relación con Dios: el testigo fiel (1,5; 2,13; 3,14), el Primogénito de entre
los muertos (1,5), el Amén (3,14), el Hijo de Dios (2,18), el Pastor (7,17), Rey de re-
yes y Señor de señores (19,16). Participa del poder de Dios y posee las llaves de la
muerte y del abismo (1,18). La visión inicial de 1,12-20 caracteriza a Jesús con los
rasgos del Hijo del Hombre de Dan 7,13-14 mientras la visión final, lo caracteriza co-
mo el Esposo (21,2) para el que la Esposa / Iglesia se ha engalanado. Por amor a su
Iglesia, Jesús la ha limpiado de los pecados (1,5; 5,9; 14,3-4), constituyendo así un
pueblo real y sacerdotal (1,6; 5,10; 20,6 como en Ex 19,6).
143
195.- Tomados de A. MARENGO, El Apocalipsis: el relato, el ambiente, las enseñanzas, Ed. Clare-
tiana, Buenos Aires 2005, 60-63. Específicamente de la Cristología, se ocupa F. CONTRERAS
MOLINA, El Señor de la vida. Lectura cristológica del Apocalipsis, Ed. Sígueme, Salamanca
1991.
144
Por tanto, la liturgia no sólo canta al Dios tres veces santo (cfr. 4,8) sino que alaba
la victoria de Jesús. Las comunidades cantan, a pesar de la persecución, de la os-
curidad del camino, que Cristo, el Cordero, comenzó a reinar junto al Padre.
El conozco con que se inician todos los mensajes es propio de Alguien que está
presente en el momento en que cada Iglesia participa en la vida litúrgica. Pero ésta
no se reduce al ámbito cultual sino que engloba todo el acontecer diario de las Igle-
sias desde donde brota. Retornando las causas judiciales que aparecen en el Anti-
guo Testamento se recriminan las conductas que no se conforman al nombre cris-
tiano, y se coloca junto a ellas palabras de aliento y esperanza para los que man-
tienen la fidelidad a ese nombre. El culto se entiende así como culminación de una
vida vivida en la paciencia necesaria para un auténtico servicio a Cristo.
Pero el culto comunitario tiene su origen y debe mantener siempre una estrecha
conexión con el Único Mediador Sacerdotal. La victoria de éste sobre los poderes
demoníacos imperiales posibilita que la comunidad pueda participar de los atributos
cultuales -columna en el santuario de Dios- y regio -sentarse en el trono con Cristo
y el Padre- de Jesús.
De este modo, por medio de la liturgia terrestre la comunidad que en ella participa
se une con el cielo. Su testimonio activo y la paciencia en la persecución encuen-
tran un fiel eco en el Templo del cielo (11,15-18; 12,10-12; 15,3-4; 16,5-7; 19,1-7).
La liturgia es, pues, fuente de comunión entre la trascendencia del cielo, la Iglesia
celeste, que no contempla despreocupada la suerte de sus hermanos, y el testimo-
nio de la Iglesia que lucha en la tierra dando heroico testimonio de su fe en Cristo.
10.- CONCLUSIÓN
En términos generales, el recorrido cristológico del Nuevo Testamento podríamos
sintetizarlo a partir de dos tendencias: una que destaca la referencia a la vida histó-
rica de Jesús (los Evangelios) y la otra que vive presente sobre todo al Señor cruci-
ficado y resucitado (Pablo y en alguna medida Juan). Las dos se integran mutua-
mente, aunque en medida distinta, en todos los escritos neotestamentarios, que
anuncian a Jesús de Nazaret confesado con el título de Cristo, o bien de Logos,
Señor, Rey de los reyes, etc.
“Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será por siempre” (Heb 13,8). Él está sóli-
damente situado en la historia humana y constituye el punto decisivo entre el “an-
tes” y el “después de Cristo”. Pero esta división, mucho más que una cuestión histó-
rica, es también el paradigma de toda experiencia auténtica y profunda de Cristo.
Como les pasó a los Apóstoles, quien “toque, oíga, vea, sienta” a Cristo, ahora des-
de la fe, no puede quedar igual que antes. Cristo marca un antes y un después.
Cristo impregna por completo la historia humana, como no menos la historia perso-
nal de quien se deje interpelar por aquella pregunta inocente: “Y ustedes ¿quién
dicen que soy yo?” (Mt 16,15; Mc 8,29; Lc 9,20), que dirigió a los Doce, pero que
sólo en Pedro tuvo una respuesta. La Sagrada Escritura no sólo responde la pre-
gunta desde muchas perspectivas, como lo vimos a partir de las cristologías en los
distintos autores, también vuelve, una y otra vez, a formularla al corazón de cada
creyente.
Al igual que cualquier otro personaje del pasado, es imposible llegar a Jesús, reco-
nocido y proclamado como el Cristo en la primera comunidad cristiana, más que a
partir de las fuentes o documentos que hablen de Él, de su personalidad, de su
mensaje, de su acción, de su misión, de sus gustos, de sus expectativas... pero, por
no ser un “personaje cualquiera”, su Persona supera todo lo que de Él se pueda
decir o escribir. Nunca podremos ser exhaustivos del misterio de este hombre-Dios.
Pero lo importante, no es sólo conocerlo, y fundamentalmente a partir de las fuen-
tes bíblicas que sin duda son las más genuinas, sino sobre todo, prestarle personal
adhesión: poder dar esa respuesta, como lo hizo Pedro, que Cristo espera de cada
cristiano.
147
UNIDAD VII:
BREVE CRISTOLOGÍA SISTEMÁTICA
1.- INTRODUCCIÓN
“Los conocimientos que hemos adquirido nos permiten afrontar los demás
enunciados cristológicos fundamentales. En el curso de la historia de la fe cristiana
se han desarrollado dos líneas que se han ido separando cada vez más: la teología
de la encarnación, que nació del pensamiento griego y que se impuso en la
tradición católica de Oriente y Occidente, y la teología de la cruz, que irrumpió
vigorosamente con los reformadores a partir de las afirmaciones de Pablo y de las
primeras formas de la fe cristiana.” 197
Siguiendo esa magistral enseñanza del Papa Benedicto XVI, que resume la
contemplación maravillada de la Iglesia de tan gran misterio, expresada a lo largo
de siglos de pensamiento teológico, miremos la encarnación en el designio y la obra
de la Santísima Trinidad.
Estudia el por qué explorando los motivos de conveniencia; observa que sólo
pueden argumentarse motivos de conveniencia, no de necesidad, porque
absolutamente hablando: “Dios habría podido redimirnos con su omnipotencia en
muchas otras maneras” (S. Theol., III, q. 1, a. 2.). Las razones de conveniencias
aducidas por STO. TOMÁS son muchas pero la más importante es la reparación del
pecado, una reparación querida por la justicia divina y que el hombre no estaba en
grado de cumplir. Según el teólogo esta razón debe considerarse como primera y
más importante porque está claramente atestiguada por la Escritura. STO. TOMÁS no
excluye, en hipótesis, que hubiera podido encarnarse en la eventualidad que el
hombre no hubiera pecado. Afirma: “Hay dos opiniones en este propósito. Algunos
dicen que el Hijo de Dios se hubiera encarnado también si el hombre no hubiera
pecado. Otros, en cambio, afirman lo contrario. Parece que esta última opinión se
deba preferir. Las cosas dependen de la voluntad de Dios, por encima de todo
aquello que es debido a las criaturas, no pueden ser notadas sino a través de la
Escritura, en la cual la voluntad divina se manifiesta. Por tanto, así como en la
Sagrada Escritura el motivo de la encarnación es considerado en relación al pecado
del primer hombre (incarnationis ratio ex peccato primi hominis), es más oportuno
decir (convenientius dicitur) que la obra de la encarnación ha sido dispuesta por
Dios como remedio del pecado, de modo que, no existiendo el pecado, no se
hubiera dado la encarnación. La potencia de Dios, no puede ser delimitada en estos
términos: Dios, de hecho habría podido encarnarse aunque no hubiera existido el
pecado” (S. Theol., III, q. 1, a. 3.).
Una vez explicado el por qué, STO. TOMÁS pasa a explicitar el cómo de la
encarnación. Comienza por considerar y criticar puntualmente las herejías de los
primeros tiempos de la Iglesia respeto de la relación entre el Verbo y la carne; entre
la segunda persona de la Trinidad y la humanidad asumida en el seno de María
virgen.
Fiel a la definición del Concilio de Calcedonia (451), STO. TOMÁS explica el misterio
de Cristo con los términos de: única persona (la del Verbo) y dos naturalezas
íntegras e inconfusas, sustancialmente unidas (la naturaleza divina y la naturaleza
humana). La encarnación, que la llama “milagro de todos los milagros” (miraculum
omnium miraculorum), comporta para Cristo un estado de perfección singularísimo:
no sólo porque la naturaleza está exenta de toda mancha de pecado, sino también
y sobre todo, porque aquella ha recibido la máxima de las gracias de la unión
hipostática con la divinidad (cfr. III Sent. d. 3. q. 2 a. 2).
150
En la carta encíclica del Papa Juan Pablo II sobre el Espíritu Santo en la vida de la
Iglesia y del mundo del año 1986, el Papa afirmaba: “La obra del Espíritu “que da la
vida” alcanza su culmen en el misterio de la encarnación. No es posible dar la vida,
que está en Dios de modo pleno, si no es haciendo de ella la vida de un Hombre,
como lo es Cristo en su humanidad personalizada por el Verbo en la unión
hipostática. Y, al mismo tiempo, con el misterio de la encarnación se abre de un
modo nuevo la fuente de esta vida divina en la historia de la humanidad: el Espíritu
Santo. El Verbo, “primogénito de toda la creación”, es el “primogénito entre muchos
hermanos”, y así llega a ser también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia -que
nacerá en la cruz y será revelada el día de Pentecostés-, y en la Iglesia, la cabeza
de la humanidad: de los hombres de toda nación, raza, región y cultura, lengua y
continente, que han sido llamados a la salvación. “La Palabra se hizo carne;
(aquella Palabra en la que) estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres... A
todos lo que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios”. Pero todo esto se
realizó y sigue realizándose incesantemente “por obra del Espíritu Santo”.”
(Dominum et vivificantem, 52).
Ese hombre es el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, de cuya plenitud
todos hemos recibido gracia sobre gracia (Jn 1,14.16). Ese hombre es visto en
relación y equiparación dinámicas (conocimiento, amor, juicio) con el Padre y el
Espíritu. Este hecho hace surgir la pregunta por su identidad como sujeto en
relación con los otros dos sujetos: Padre y Espíritu; y la consiguiente cuestión de la
persona, decisiva en Trinidad y cristología.” 199 Esta pregunta crucial provocó la
reflexión y la discusión teológica desde los primeros tiempos.
“En la segunda mitad del siglo XX han aparecido nuevos intentos de interpretación
de la unión hipostática, partiendo de la reflexión sobre la existencia espiritual del
hombre, mostrando su abertura al Absoluto; su trascendimiento hacia el otro como
el lugar de sus verdad y realización; la misión como la verdad de la persona; el
prójimo como el que nos está encargado y en cuya alteridad se funda y realiza
nuestra autonomía; para concluir que todo esto tiene su realización máxima en
Cristo... Aquí hay que situar los esfuerzos hechos desde la reflexión filosófica por
B.W ELTE; F. MALMBERG Y K. RAHNER, precedidos en su día por M. DE TAILLE. Junto a
ellos están las intuiciones que, prolongando a BARTH y la tradición patrística, han
aportado en una línea BALTHASAR, RATZINGER, KASPER, HÜNERMANN; y en otra los
protestantes PANNENBERG, MOLTMANN; JÜNGEL.” 201
“Siguiendo, pues a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que
confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad
y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre
compuesto de alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la
divinidad y consubstancial con nosotros según la humanidad, "en todo semejante a
nosotros, excepto en el pecado" (Heb 4,15); nacido del Padre antes de todos los
siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los
últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
“Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús, que han
sido transmitida fielmente por los evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por otras
fuentes históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la Redención.” (cfr.
Cat.I.C. 573).
En efecto, la visión histórico-salvífica del evangelista Lucas muestra las fases del
camino de Jesús: sus obras del Reino y su predicación, su camino hacia Jerusalén.
En Lc 9,51, se afirma que “cuando se cumplían los días de su ascensión, Él, con
determinación, endureció su rostro para ir a Jerusalén”, es decir, su firme de deci-
sión de afrontar los sufrimientos que allí le aguardaban para así llegar a la resurrec-
ción, ascensión y elevación a la derecha del Padre, y desde allí su acompañamien-
to de la Iglesia (como cabeza, diría Pablo: Ef 1,22-23), por medio del Espíritu Santo
que debe descender en todas las naciones y pueblos. Todo esto hasta que llegue el
fin de la historia, y él regrese como consumador y juez de toda la creación.
En Lucas, el paso del Jesús terreno al Cristo elevado a los cielos es el objetivo final
de su exposición evangélica (cfr. Lc 24,46-48) y el comienzo del libro de los Hechos
(cfr. Hch 1,4-8). Este paso tiene lugar en la ascensión (cfr. Lc 24,51; Hch 1,9-11)
que muestra a su modo la continuidad de la vida de Jesús y la diferenciación de su
actividad salvífica, ahora desde su señorío a la derecha del padre por medio del
Espíritu santificador.
Por tratarse del misterio central por el cual se lleva a cabo la redención de los hom-
bres, aún cuando en la segunda unidad de nuestro módulo el tema ya fue tratado,
sin embargo, realizaremos un breve recorrido por los pasos que desembocan en la
muerte-resurrección de Jesús.
“La profecía sobre el Templo (Mc 14,58; cf. Jn 2,19) junto a la expulsión de los ven-
dedores del Templo, constituyen dichos y acciones que son interpretadas mesiáni-
camente y culminan el creciente desentendimiento de Jesús con los sumos sacer-
dotes y los escribas, brindando la ocasión para su acusación, proceso ante el Sa-
nedrín como blasfemo (Mc 14,61b-64) y luego ante Pilatos como sedicioso por pro-
clamarse Mesías atentando así contra el poder y orden romanos.” 203
Es indudable el clima pascual de la Cena: “El primer día de los ácimos, cuando se
sacrificaba el cordero pascual...” (Mc 14,12.14; Mt 26,17.19); “He deseado ardien-
temente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión” (Lc 22,15) relatan los
evangelios sinópticos. Sin embargo Juan en el relato de la Pasión dice: “ellos no
entraron en la residencia para no contaminarse y poder celebrar la cena de pascua”
(Jn 18,28); “para evitar que el sábado se quedaran los cuerpos en la cruz, porque
aquel sábado era un día muy solemne” (Jn 19,31).
4.3.- Gethsemaní
Es importante advertir la centralidad de esta escena de comienzo de la pasión (cfr.
Mc 14, 33-36; Lc 22, 43-44). Todo se juega aquí entre Jesús y su Padre. El conte-
nido central de la escena es la oración al Abbá: “aparta de mí este cáliz, pero no
sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,36). Todo esto acompañado de
pavor, angustia, una tristeza de muerte y, en el evangelio de Lucas hasta sudar
sangre (cfr. Cat.I.C. 612).
“La tradición dogmática descubrirá (Concilio de Constantinopla III, año 681, Concilio
de Letrán, año 649), gracias a la labor de SAN MÁXIMO EL CONFESOR, el sí humano
de Jesús (su voluntad propiamente humana) a la voluntad salvífica del Padre. El
hecho de que nuestra salvación fue querida también humanamente por una Perso-
na divina. Este sí -humano y divino- al Padre, que constituye una explicitación del
154
Vista por los romanos su pretensión mesiánica constituía un delito que chocaba con
el orden romano: según la lex Julia de Majestate (Digesta 48, 4, 1; 48, 4,11) el pre-
tender ser rey era un delito digno de muerte como causa de rebelión. Los saduceos
acusan entonces de sedición a Jesús ante el procurador romano.” 205
Por lo tanto, confluyen en la condena de Jesús, una causa religiosa y una causa
política. La inscripción en la cruz de Cristo como “rey de los judíos”, es todo una
ironía.
Jesús después de ser cruelmente flagelado y coronado de espinas por los soldados
romanos, finalmente es llevado al Monte Calvario para ser ajusticiado a la hora ter-
cia (Mc 15,25) con dos ladrones. 206
““Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos” (Heb 2,9). En su desig-
nio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente “muriese por nuestros pe-
cados” (1 Cor 15,3), sino también que "gustase la muerte", es decir, que conociera
el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el
tiempo comprendido entre el momento en que El expiró en la Cruz y el momento en
que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descen-
so a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la
tumba (cfr. Jn 19,42) manifiesta el gran reposo sabático de Dios (cfr. Heb 4,4-9)
después de realizar (cfr. Jn 19,30) la salvación de los hombres, que establece en la
paz al universo entero (cfr. Col 1,18-20).” (Cat.I.C. 624).
En los evangelios sinópticos los relatos de la aparición tienen una estructura co-
mún. Un primer encuentro de Jesús con una o varias mujeres, con un primer anun-
cio de uno o dos ángeles, que se da a continuación del descubrimiento de la tumba
vacía en un lugar próximo. Jesús les confía la misión de advertir y convocar a los
discípulos, quienes por su parte no les creen (cfr. Mt 28,1-10; Mc 16,1-11; Jn 20,1-
18). Un segundo encuentro tiene lugar algún tiempo después, esta vez al grupo de
los once ya reunidos, en Galilea (Mateo) o Jerusalén (Lc 24,49). Este encuentro
tiene un carácter fundacional y decisivo: Jesús se hace reconocer, da instrucciones,
envía a la misión, les da sus poderes (Mateo y Marcos), promete (Lucas) o les da el
Espíritu Santo (Juan), se despide, y en Marcos es elevado ya al cielo ante sus ojos
(cfr. Mt 28,16-20; Mc 16,14-19; Lc 23,36-49; Jn 20,19-33).
No obstante estas semejanzas, puede apreciarse que Lucas reporta notables omi-
siones y significativos cambios, que a riesgo de ser superficiales, apenas son men-
cionados, a fin de percibir en ellos los matices introducidos por la particular teología
de Lucas.
Se trata pues la notable omisión lucana de la aparición de Jesús a las mujeres na-
rrada en Mt 28,9-10; el temor de aquellas, es de tenor distinto, tanto es cierto que
no viene advertido por el mensajero (cfr. Mt 28,5; Mc 16,6), sino más bien se trata
de un temor casi cultual (cfr. Lc 24,5); la considerable omisión del envío del ángel a
las mujeres con el mensaje de la cita en Galilea (cfr. Mt 28,7; Mc 16,7); la mención
no de uno (cfr. Mt 28,5; Mc16,5), sino dos hombres con vestiduras resplandecientes
(cfr. Lc 24,4), más adelante mencionados como ángeles (cfr. Lc 24,23). Y por su-
puesto, los dos cambios más significativos puestos en las palabras de los mensaje-
ros, es decir, tanto la pregunta crucial “¿Por qué buscáis entre los muertos al que
vive?” (Lc 24,5), como el apelo al recuerdo de las palabras de Jesús: “Recordad
cómo os habló cuando aún estaba en Galilea, diciendo que el Hijo del hombre debe
ser entregado en manos de hombres pecadores y ser crucificado y resucitar al ter-
cer día” (Lc 24,6-7).
En cuanto a las diferencias que ponen en evidencia los acentos teológicos de cada
evangelista, señalando solo algunas, puede observarse que en Lucas tanto esta
escena, como la sucesiva de la ascensión (cfr. Lc 24,50-53), están ambientadas en
Jerusalén y no en Galilea (cfr. Mt 28,16-20). Se puede apreciar, además, que sólo
Lucas insiste en el rol de la Escritura y su consiguiente interpretación cristológica
para comprender la necesidad de la pasión antes de la resurrección al tercer día
(cfr. Lc 24,44-46). Finalmente, a diferencia de Juan, el Espíritu viene presentado
como una Promesa del Padre que se debe esperar en la ciudad (cfr. Lc 24,49),
mientras que en aquél, es un don que Jesús infunde en el mismo día de pascua
(cfr. Jn 20,22).
En los distintos relatos pueden notarse como los testigos del Resucitado subrayan
su presencia (cfr. Hch 10,40-42). Los testigos se encuentran con Cristo que se
muestra a sí mismo presente y viviente, pero también, de algún modo, de paso e
inasible (cfr. Jn 20,17). Jesús aparece como el que se despide (cfr. Lc 24,23; Jn
20,14-16). (Cat.I.C. 641-644).
Lc 24,37; Mt 28,8), las dudas no impide el miedo (Lc 24,38) y finalmente el asombro
y la alegría (Lc 24,41).” 211
Jesús vive ahora para siempre en virtud de la resurrección. Jesús ha pasado al Pa-
dre (cfr. Jn 16,28), es decir, ha pasado a una vida escatológica, incorruptible, defini-
tiva. El Señor, por haber experimentado la consumación del tiempo, vive para siem-
pre en la vida escatológica definitiva, ya no muere más. Por lo tanto, lo que la espe-
ranza judía, expresada en la apocalíptica, esperaba para el fin de los tiempos, ya ha
acontecido en él, ya se ha adelantado en él. El proceso salvífico de la resurrección
final ha comenzado en Jesús, el primogénito de entre los muertos (cfr. 1 Cor 15,20;
Col 1,18).
El teología bíblica expresa que la Resurrección es obra del poder de Dios Padre, en
la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Rom 8,11; 1 Ped 3,18), quien culmina su acción
creadora resucitando a Jesús de entre los muertos (cfr. Hch 2,24; 3,15; 4,10; 5,30;
10,40; Rom 8, 11; 2 Co 4,14; Ef 1,19-20; Col 2,12).
“No sólo Jesús es resucitado en la fuerza del Espíritu Santo (Rom 8,11), sino que
como Resucitado es el último Adán, espíritu que da vida (1 Cor 15,45). Pablo se
refiere a ello en 2 Cor 3,17 llegando a firmar que "el Señor es el Espíritu", lo cual no
debe ser interpretado como una identificación personal, sino como expresión de
una estrechísima relación entre ambas personas, lo cual no significa que el Jesús
terreno se encuentra ya ungido por el Espíritu, y obra en su fuerza (cf. Mc 1,9-13;
Lc 4,14; Hech 10,38)...
5.- CONCLUSIÓN
De manera sintética, quizá demasiado, hemos abordado los temas ya tratados
ampliamente en su desarrollo histórico, tanto en la Biblia como en el desarrollo de la
formulación del dogma en los primeros siglos.
Se trata de misterios, por ello simplemente hemos deseado aproximarnos con respeto
y veneración para profundizar racionalmente en Jesús, Verbo hecho carne, Hijo de
Dios Resucitado, Señor de la historia y Salvador de la humanidad.
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