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EN LA INTIMIDAD DE LA CASA DE JESÚS

El punto de partida de nuestro acercamiento para una espiritualidad cristiana


basada en el dato bíblico aportado por el evangelio de Marcos será la noción de “casa”.
Recordando, esta realidad adquiere una gran importancia, en particular, en toda la primera
parte del evangelio (hasta el capítulo 8). Jesús toma como punto de referencia la casa de
Simón donde curará a su suegra (cf. Mc 2, 29ss.), será allí donde la gente se junte para
ser sanada y el Nazareno tendrá un contacto fuerte con todo el dolor, miseria, enfermedad
y sin sentido de las personas. Será también en “la casa” donde declare que vino a realizar
una liberación más radical aun: perdonar los pecados (Mc 2, 1-12)
En “la casa” de Leví se dará la comida que levantará polémica porque presenta un
nuevo rostro de Dios: un rostro compasivo, que acoge a los demás, así como están y como
vienen y que busca sanarlos. También dirá que para entrar en esta nueva lógica-
convertirse- es necesario recibir el vino nuevo del Evangelio en personas transformadas
por el mismo (Mc 2, 15-22) En este lugar se dará una revelación que impactará a los
discípulos: se puede ser miembro de la familia de Jesús y tener a Dios como Padre si se
recibe la semilla de la Palabra y se dejan transformar por el Reino. (Mc 3, 20—4, 34)
Dentro de “la casa” quedaran los que sean nuevos parientes de Cristo por hacer la
voluntad de Dios y fuera de ella se quedaran los antiguos parentescos de sangre.
En una casa, los discípulos verán a Jesús manifestando su poder como “Señor”
sobre la muerte al revivificar a la hija de Jairo (Mc 5, 21-43). Así como también, mientras
coman en una casa de un país extranjero, notarán la compasión del corazón de su Maestro
ante las lágrimas de una madre desesperada (Mc 7, 24-30). Este llanto derrumbará el muro
que dividía a judíos y paganos, en la mesa del Reino podrán sentarse todos porque lo puro
y lo impuro ya no existen (Mc 7, 1-23).
La casa es un espacio privilegiado para conocer a Jesús, tocar su corazón, escuchar sus
palabras y verlo actuar. Ella no es solamente un edificio, es la propuesta cristiana de
cercanía y familiaridad al Señor que nos llama a estar con él y enviarnos a predicar. La
casa es el ámbito existencial donde se aprende a ser cristiano, hijo y hermano.

RAZGOS DE LA CASA
 Vínculos de familiaridad: La “casa” es el lugar donde aparecen los primeros y
más fundamentales vínculos: se es hijo o hija, hermana o hermano, padre o madre
(sin que necesariamente la familia pueda circunscribirse solamente a lazos de
sangre, puesto que las excede o se da múltiples formas.)
Jesús, que asume toda la pedagogía y lenguaje humanos, invita a “estar dentro de
su casa” y hacer la experiencia de ser hijos del Padre (vinculo de filiación que
funda la fe cristiana) y hermanos entre los discípulos (la comunidad cristiana y
cada pastoral que se realice serán expresión de la fraternidad posible entre los
discípulos y discípulas del Nazareno.) Vamos a hacernos estas preguntas: ¿me
percibo hijo de un Padre amoroso? ¿me experimento y vivo como hermanos de
todos? ¿en la comunidad cristiana de EPA se puede dar “la fraternidad posible
entre los hijos de un mismo Padre? ¿Cómo puedo aportar a ello? Nos libre el
Señor del peligro de una espiritualidad de huérfanos, nos proteja de una
espiritualidad donde los hermanos sean una amenaza para “la paz interior”.

 Lo construido con pequeños gestos: En la casa es donde brotan los pequeños


gestos que construyen y fortalecen los vínculos. Dentro de ella, muchas veces hay
que expresar un “te quiero, te extraño, te necesito” con palabras, articulándolas
con la sencillez de quien pone su corazón en manos de alguien más. En otras
ocasiones, bastan las acciones de cada día para decir lo mismo, pero sin palabras:
una comida preparada con cariño, una mano tendida cuando se requiere de ayuda,
unos oídos que escuchen atentos y unos mates que acompañen, un silencio en
medio de una discusión para que las cosas no acaben peor. El corazón que está
bajo el mismo techo que Jesús encuentra formas creativas de expresar el amor con
palabras, gestos y silencios.
Jesús amó a los hombres y mujeres con un corazón de carne: se conmovió, sintió
compasión, lloró por ellos, se indignó, les tuvo paciencia, dio muchas “segundas
oportunidades”, necesitó de amigos y amigas con quien compartir la vida, su
amante e inquieto corazón lo movió a actuar y, en ocasiones, también a hablar.
Meditemos juntos las actitudes que aprendemos de ese corazón que construye
vínculos con pequeños gestos: cariño, ternura, apertura, donación, dar y pedir
perdón, recomenzar… ¿Cuáles más pueden alimentar nuestra espiritualidad?

 Cotidianeidad: Dentro de la casa es donde habitualmente sucede “lo diario”,


donde pasamos una buena parte del día; allí podemos encontrarnos con nosotros
mismos y con aquellos que nos son más cercanos y “familiares”. La casa puede
representar la rutina (levantarse a la misma hora, prepararse, encontrarse con las
mismas personas, la ubicación de las cosas suele ser igual al día anterior, incluso
las dificultades y conflictos pueden no variar mucho durante el transcurso de la
semana).
Podríamos plataneros si “lo cotidiano” está en oposición con “la novedad del
Evangelio”, si Dios hace nuevo todo (el vino y los odres) ¿por qué no buscar
aquello que rompa con la rutina para hallar al Señor? Es una tentación posible
porque, en ciertos momentos, queremos algo distinto, que nos haga sentir las cosas
a flor de piel, que nos encienda; no obstante, la vida austera y “tan ordinaria” de
Jesús nos recuerda que a Dios se lo encuentra cansándose con nosotros, en
“nuestra misma vereda”, caminando a paso lento a nuestro lado. Él huyó de
aquellos lugares en donde se lo miraba simplemente como un “sanador” o hacedor
de milagros, ya que su mensaje era un compromiso cada vez más serio con la
cotidianidad de la vida.
Podemos pedirle al Señor que nos dé una nueva mirada, la suya, que nos permita
encontrarlo en el día a día, cansándose con nosotros, dando la vida a nuestro
lado. ¡Qué nos abra el corazón y la mente para que la rutina se llene de su
vida y sea fuente de espiritualidad!
 Un ritmo distinto: Cada casa tiene su propio ritmo, a la vez que cada miembro
tiene sus horarios. Esta diversidad entre los que “están dentro” es lo que permite
aprender de la sabiduría del tiempo: no todos vamos al mismo paso, no todos
saben hacer todo ni comprenden el mundo con los mismos criterios.
La riqueza de la casa es que cada uno aporta de su originalidad para que sea como
la conocemos. Esto es especialmente aplicable a la comunidad cristiana: mosaico
formado por diversas piezas, cada una distinta, o pintura hecha con abundancia de
colores y no solo uno. La belleza de la comunidad es la fuerza del amor que nos
hace entrar en comunión sin perder lo que de único y original tenemos.
Para ello, Jesús nos relata la parábola de la semilla que se siembra y que crece sin
que el sembrador sepa cómo; nos recuerda la importancia de la paciencia y de la
espera, de que importa más el camino que la meta, de que es mejor que todos
lleguemos a destino antes que ser el primero en llegar. Él fue el primero en
practicar la espera y la paciencia, en comprender el tiempo de los procesos
humanos y amar a sus discípulos con todo lo que eso significaba. Podemos
meditar ¿qué tiene más peso cuando tomo decisiones que involucran a la
comunidad: considerar a los demás o mis criterios, la pluralidad o el pensar y
actuar igual, el camino o la meta…? Dios nos ayude a ser una comunidad en
comunión: los distintos unidos por el amor.

 El espacio donde se viven las estaciones del año: La casa también es el lugar de
resguardo ante el “clima de afuera”, es el ámbito en donde las cosas están
preparadas para hacerle frente a las estaciones del año: la primavera con su fuerza
que hace resurgir la vida, el verano con la felicidad del calor, el otoño con su
anuncio de cambios y las primeras hojas que hace caer de los árboles y el invierno
con el frio que parece poner en pausa todo.
La comunidad cristiana se convierte en hogar cuando hay lugar para que los
“hermanos de la misma casa” puedan atravesar por todas las estaciones en las que
se encuentren durante la vida: será el lugar donde veamos la fuerza del Resucitado
y su Evangelio al recibir a un hermano o hermana que abraza la vida que viene de
Dios en la primavera. Será el lugar de la alegría y del festejo, en el verano, por
cada paso de crecimiento realizado, por más pequeño que sea, personalmente y
como comunidad. La casa-comunidad será el lugar donde se den las podas de
otoño, donde las hojas caerán y se nos invitará a cambiar para vivir cada vez más
en la lógica del Reino. Finalmente, será el lugar donde se acoja al que sufre, al
que llora, donde éste encontrará consuelo y el anuncio cargado de esperanza que
nos recuerde que ningún invierno es eterno.
Dios nos permita construir una comunidad-hogar, casa donde se puedan
vivir y acompañar todo lo que nos sucede en la vida.

 La posibilidad de la autenticidad: En algún momento la casa pasa a ser propia,


se la experimenta como “mi casa, tu casa, nuestra casa”. En ese momento se
experimenta la intimidad, las barreras bajan, porque es un lugar habitable, de
resguardo, donde es posible mostrarse sin máscaras, sin necesidad de medirnos
por los éxitos, con la posibilidad de la vulnerabilidad que nos salva.
La comunidad cristiana que ha entrado en el discipulado de Jesús permite que
todos los que “habitan en la casa” acepten la realidad humana en su conjunto, con
las grandezas y fragilidades que tenemos, con lo bueno que hay en nosotros y con
lo que necesita ser salvado. Porque el único camino posible es el de la autenticidad
y la humildad, aceptar el barro que somos que lleva un tesoro dentro, ese humus-
tierra que es lugar de encuentro con Dios.
Meditemos juntos cómo nos relacionamos con nuestras debilidades, si las
aceptamos transformándose en posibilidad de ver al Señor. Pidamos preferir
una espiritualidad que incluya ser frágiles y necesitados para que nos abramos a
la posibilidad de un abrazo que nos rescate, de una palabra que se ponga en
nuestro lugar y sea empática, de un silencio que sea comprensivo y compasivo.

 El entre casa: Cuando nos sentimos “en casa” nos distendemos más, incluso en
nuestro modo de vestir. Solemos usar cosas que muestran hilos sueltos, salta la
“hilacha”. Jesús no les temió a las hilachas (errores, defectos, pecados,
incomprensiones) de sus discípulos, es más, los asume y corre el riesgo de confiar
una y otra vez en ellos. Si miramos a los Doce descubrimos que el entusiasmo
inicial se convierte en incomprensión, luego en “escándalo de la Cruz” y en
abandono. A pesar de eso, el Nazareno los invita nuevamente a Galilea, a la
amistad con él, a quedarse “en su propia casa”.
Del mismo modo con nuestra vida cristiana personal y comunitaria, el Señor no
espera perfección y un seguimiento intachable; conoce nuestras inconsistencias y
nos confía de todas formas la misión. Así también entre nosotros, que hemos sido
“misericordiados” por Dios, estamos llamados a construir la comunidad del
perdón, de la espera misericordiosa, del sostenimiento compartido en las
fragilidades, de la paciencia ante las hilachas nuestras y ajenas.

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