P ACIENTE NUEVO : Doctor, no sé qué me pasa. Es preciso que me
remedie; no consigo recordar nada, nada en absoluto. No tengo memoria. ¡Oigo una cosa en este instante y un instante después la he olvidado ya! Dígame, ¿qué debo hacer? D OCTOR : ¡Pagar por adelantado!
No sabría reprocharle al médico de la anécdota antes citada que quisiera
cobrar sus honorarios por anticipado, y creo que la mayoría de los que olvidamos pagar las facturas que debemos nos olvidamos de esas facturas porque no queremos acordarnos de ellas. Según Austin O'Malley, «El hábito de tener deudas es muy malo para la memoria». Por desgracia, tratándose de deudas, nunca falta quien nos reavive el recuerdo. Si usted ha comprendido bien la idea que anima los sistemas de la cadena y del colgadero ha levantado ya dos de las tres columnas en que se ha de apoyar su memoria entrenada. La tercera columna la proporciona el sistema de sustituir palabras, o pensamientos, que expondré en capítulos posteriores. Si así le apetece, por el momento puede usted empezar a poner en práctica lo aprendido hasta aquí. No precisamente para recordar deudas, que sin duda preferirá poder olvidar, sino para memorizar, por ejemplo, las diligencias que tenga que llevar a cabo todos los días. Si usted suele hacerse una lista con las compras que debe efectuar, ¿por qué no intentar memorizar con ayuda del sistema de la cadena? Es muy sencillo, se asocia o une el primer artículo con el segundo, éste con el tercero, etc., hasta terminar la lista. La próxima vez que salga de compras puede usted memorizar una lista completamente distinta, sin que se produzca la menor confusión. Lo bonito del método de la cadena está en que uno puede olvidar una lista siempre que lo desee. En realidad, cuando uno memoriza la segunda lista, la primera queda borrada, si no se hace nada por impedirlo. Puesto que, naturalmente, uno puede recordar cuantas listas o cadenas desee. La mente es una máquina fantástica; puede comparársela a un gran archivo. Si uno ha memorizado una colección de cosas por el sistema de la cadena y quiere retenerlas... puede. Si quiere olvidarlas... puede también. Es, simplemente, una cuestión de deseo. La lista que uno quiere recordar será aquella que tiene intención de utilizar en lo sucesivo; de lo contrario no habría motivo para querer retenerla. Y entonces el mismo empleo de aquella cadena servirá para grabarla más profundamente en la memoria. Si resulta ser una lista que no piensa usted emplear inmediatamente, sino al cabo de algún tiempo, también en este caso puede retenerla. Le convendrá entonces repasarla al día siguiente de haberla memorizado y repetir la maniobra unos días más. Con ello la lista en cuestión queda archivada en la memoria y allí la tendrá pronta a emerger cuando la necesite. ¡Naturalmente, todos comprendemos que a veces es necesario olvidar! Benjamin Disraeli, cuando le preguntaron cómo había conseguido las distinciones de que le había hecho objeto la Monarquía, dijo: «Yo observo una regla de conducta muy sencilla; jamás niego, nunca contradigo, y a veces olvido.» Con todo, esto es una cuestión de diplomacia y no de memoria; y yo sé que usted está leyendo este libro para que le enseñen a recordar, no a olvidar. No se inquiete, pronto le enseñaré cómo puede emplear el sistema de la cadena para recordar discursos, artículos, anécdotas, etc. La diferencia principal entre el sistema de la cadena y el del colgadero está en que el primero lo empleamos para recordar una serie de cosas en un orden dado; mientras que el del colgadero sirve para recordarlas en un orden cualquiera. Acaso usted opine que, no necesitando recordar nada fuera de un orden determinado, no tiene necesidad del sistema del colgadero. Créame si le digo que debe aprenderlo a la perfección. Le será extremadamente útil para recordar números de teléfono, números de clasificaciones, cantidades largas, direcciones... En fin, el sistema del colgadero le ayudará a recordar todo lo que tenga una relación próxima o lejana con los números. Inciden-talmente, le proporcionará el placer de realizar pasmosas exhibiciones de una memoria extraordinaria ante sus amigos. Además de que me propongo profundizar más, memorizando citas y horas para la semana, el día o el mes, en capítulos sucesivos, voy a mostrarle cómo puede aplicar, ya en este momento, lo que ha aprendido al mentado problema. Puede usted emplear el método de la cadena o el del colgadero o una combinación de los dos. Vamos a suponer que un día determinado debe usted realizar las siguientes diligencias: tiene que hacer lavar el coche (ahora sabemos que hoy ha de llover); ha de depositar una cantidad en el banco, echar una carta al buzón, consultar a su dentista, recoger el paraguas que olvidó en casa de un amigo (entonces todavía no había leído el capítulo referente a la distracción); ha de comprar cierto perfume para su esposa, telefonear, o hablar personalmente, con un reparador de aparatos de televisión, ir a una ferretería a comprar bombillas y un martillo, un marco, un trozo de hilo eléctrico y un tapetito para el planchador; tiene que comprar en una librería un ejemplar del presente libro para un amigo desmemoriado, hacer reparar su reloj y proveerse de una docena de huevos. (¡Canastos, en verdad que se le presenta un día ocupado!) Bien, según dije, puede usted emplear el sistema de la cadena o el del colgadero para recordar las cosas que tiene que hacer. Usemos el método de la cadena; sencillamente, asociará usted, estableciendo una relación estrambótica entre ellos, el coche con el banco. Podría verse entrando en el banco con su coche recién adquirido y luego depositando letras de los plazos en vez de dinero. En seguida vea el dentista arrancándole de la boca letras de las mencionadas en lugar de muelas, o utilizando una letra en vez de tenacillas. Para recordar el encargo de recoger el paraguas, represéntese al dentista arreglándole la boca con una mano, mientras con la otra sostiene un paraguas sobre su cabeza... En fin, establezca una asociación estrambótica entre paraguas y perfume; luego entre perfume y aparato de televisión; luego entre aparato de televisión y ferretería; luego entre ferretería y libro; luego entre libro y reloj, y finalmente entre reloj y huevos. Le he ofrecido ejemplos para los primeros encargos solamente, porque quiero que se acostumbre a poner en juego su propia imaginación para establecer relaciones estrambóticas. Es decir, tiene que hacer lo mismo, en este