En la Cábala, el número 6 se considera como el representante de
la belleza. En el Árbol de la vida, bajo el nombre de Tiferet, se encuentra en el centro de las diez sefirot: si bien el hombre no puede alcanzar la Verdad incognoscible, puede por lo menos acceder a su resplandor esencial, lo Bello. En El Enamorado (VI), grado 6 de la pri- mera serie decimal de los arcanos mayores, Eros hace descender del cielo la belleza del amor. En La Torre, el Arcano XVI, la otra manifes- tación del Seis, la Tierra envía desde su centro hacia arriba una explo- sión de alegría y de energía gozosa que hace danzar a los dos iniciados en éxtasis. También puede pensarse que el cielo es lo que hace des- cender esa manifestación llameante: el Tarot permite interpretar un mismo símbolo de dos maneras diferentes que pueden ser efectivas al mismo tiempo. En los arcanos menores, este número, sinónimo de belleza y de realización de lo que a uno le gusta, adopta cuatro tonalidades distin- tas. Si así lo queremos, la belleza del Seis puede ser considerada como la raíz de la realidad. Si le sumamos de tres en tres la serie infinita de los números, obtendremos siempre un resultado reductible a 6. Por ejemplo: 1+2 + 3 = 6; 4 + 5 + 6=15, y l + 5 = 6; 7 + 8 + 9 = 24, y 2 + 4 = 6...;y así hasta el infinito. Si, como en el mito cristiano, Dios es una trinidad, su esencia, según lo que acabamos de ver, es la belleza. Las Copas y los Oros son símbolos receptivos.
El Seis de Copas se representa como resultado de 3 + 3: dos colum-
nas de tres copas se miran de frente. Se encuentran, como un ser humano encuentra a su alma gemela. Amor estático de tonalidad nar- cisista con tendencia a aislarse, a compartir en privado, y en que uno es el alma del otro. Con un Seis de Copas, uno puede pensar: «Yo soy tú y tú eres yo».
En el Seis de Oros, podemos observar fácilmente la suma de 4 + 2.
En el centro de la carta, cuatro monedas representan el principio de realidad y de estabilidad que se abre hacia arriba y hacia abajo. En el Seis de Copas, se asistía al encuentro entre dos tríos, siendo el número tres idealista. Aquí, por el contrario, se parte de un centro material que va a buscar su realización extática en estos dos extremos. Ello nos remite a pares de nociones complementarias como: futuro y pasado, supraconsciencia y subconsciente, macrocosmos y microcosmos, luz y sombra, etc. Es una carta que se abre al mundo, que se esfuerza en abrirse al otro. Su divisa podría ser: «Parto en busca de cuanto me supera y que ya está en mí».
Entre el Seis de Espadas y el Seis de Bastos, símbolos activos, uno
intelectual y otro sexual-creativo, también hay una diferencia.
En el Seis de Espadas asistimos a una interiorización. Se alcanza la
belleza por la meditación, yendo hacia el éxtasis, que es el corazón de nuestra consciencia. La flor central, cuyo tallo está cortado, separado de su planta y, por consiguiente, del mundo, se abre en soledad. Es única. Asumir su individualidad, su soledad, su unicidad, es la primera alegría del intelecto.
En el Seis de Bastos vemos un gran impulso hacia fuera. Partiendo
de un centro ardiente (los cuatro rombos rojos), unas hojas sensuales de abren hacia las cuatro direcciones y, a modo de eje vertical, en lugar del basto unitario, tenemos dos flores, cortadas también, dife- rentes una de otra, pero complementarias.