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EL INTERÉS

El verdadero arte de la memoria es el arte de la atención.


Samuel Johnson
Le ruego haga el favor de leer con atención el texto siguiente:
Usted guía un autobús en el que viajan cincuenta personas. El autobús se
detiene en una parada y bajan diez personas, al paso que otras tres suben. En la
parada siguiente siete personas bajan del autobús y dos personas suben.
Todavía paran en otras dos paradas, en cada una de las cuales bajan
cuatro personas, mientras que en una de las paradas suben tres y en la otra
ninguna. En este punto el autobús tiene que parar por avería en el motor.
Algunos viajeros llevan mucha prisa y deciden seguir andando. Por ello, ocho
personas saltan del autobús. Reparada la avería, el autobús llega a la última
parada, y el resto de los viajeros desciende del vehículo.
Ahora, sin volver a releer el párrafo, vea si logra contestar acertadamente
a dos preguntas relativas al mismo. Estoy perfectamente seguro de que si le
preguntase cuántas personas quedaban en el autobús, es decir, cuántas bajaron
en la última parada, usted me contestaría bien inmediatamente. Sin embargo,
una de las preguntas que quería hacerle es la siguiente: ¿cuántas paradas hizo el
autobús en total?
Quizá me equivoque, pero no creo que sean muchos los que sepan
contestar esta pregunta. El motivo, por supuesto, está en que todos ustedes
creían que después de haber leído el párrafo les preguntaría acerca del número
de personas. En consecuencia, fijaron su atención en el número de personas que
subían y bajaban del autobús. Ustedes se interesaron por el número de personas.
En resumen, querían saber y recordar cuántos viajeros quedaban en el vehículo.
Y como no creían que el número de paradas tuviera ninguna importancia, no
prestaron mucha atención a las mismas. Y como no se interesaron por el número
de paradas, éstas no quedaron registradas en sus mentes ni por azar, y ahora no
las han recordado. Sin embargo, si a alguno de ustedes se le ha ocurrido que el
número de paradas pudiera tener importancia o si se ha hecho la idea de que le
preguntarían sobre este punto particular, ha recordado el número de veces que
paró el autobús. Y también ahora se ha debido a que ha puesto interés en
enterarse de esta información particular.
Si por azar usted se siente entusiasmado por haber acertado con la
respuesta exacta a mi pregunta, cálmese un poco. Porque dudo que sea capaz de
contestar la segunda. Un buen amigo mío, empleado en el Grossingers, un gran
hotel para viajeros, en el cual actúa con mucha frecuencia, suele echar mano de
la misma treta en las sesiones de preguntas que organiza por la tarde. Sé que son
muy pocos los huéspedes que responden acertadamente, si es que responde
alguno. Sin volver a mirar al párrafo en cuestión, usted debe contestar la
siguiente pregunta: «¿Cómo se llama el conductor del autobús?»
Ya lo dije, dudo de que alguno sepa responder correctamente, acaso
nadie sepa. En realidad, se trata más bien de una pregunta dirigida a comprobar
el poder de observación que de una prueba de memoria. Y si la utilizo aquí es
sólo para encarecer ante usted la importancia del interés en la memoria. Si antes
de leer el cuentecito sobre el autobús le hubiese dicho que le preguntaría el
nombre del conductor, usted hubiera procurado saberlo, habría fijado en ello su
interés. Habría querido enterarse y recordarlo.
Pero aun así, tratándose como se trata de una pregunta astuta, quizá no
hubiera sido usted lo bastante observador para responderla. Digamos de paso
que se funda en un principio que muchos «magos» profesionales han utilizado
desde hace muchos años. Se llama «desorientar». Significa sencillamente que en
un relato se mantiene el punto verdaderamente importante, aquel que
constituye en verdad el «modus operandi», en un segundo término. O se cubre
con otro punto que no tiene nada que ver con el primero, pero que le induce a
usted a creer que es el que verdaderamente importa. Este es el que usted sigue,
observa y recuerda; el que sirve de fundamento a la treta pasa completamente
desapercibido, y he ahí por qué uno queda completamente engañado. Muchas
personas, cuando describen las mañas de «mago», presentan el efecto tan
imposible que si el mago en persona las estuviera escuchando no podría creerlo.
Ello es debido a que en su narración se olvidan de mencionar el punto
verdaderamente importante. Si dejamos aparte los juegos de «caja», o sea 103
juegos, o tretas, que funcionan por sí mismos, de un modo mecánico, los magos
las pasarían muy mal para engañar al público si no existiera el arte de
«desorientar».
Pues bien, yo le he «desorientado» a usted induciéndole a pensar que iba
a preguntarle una cosa, y luego preguntándole otra en la cual usted no se había
fijado. Creo, empero, que hace ya bastante rato que le tengo intrigado. Acaso
sienta curiosidad por saber la respuesta acertada a mi segunda pregunta. Bien, la
primera palabra del parrafito le dice quién era el conductor. La primera palabra
es «usted». La respuesta que tenía que dar a la pregunta: «¿Cómo se llama el
conductor del autobús?», ¡consistía en decir su propio nombre! Era usted quien
guiaba el vehículo. . Pruebe esta estratagema con algunos amigos y verá cuan
pocos son los que contestan bien.
Como dije ya, ésta es una prueba que da más importancia a la finura de
observación que a la fidelidad de la memoria. Pero el caso es que memoria y
observación se dan la mano. Es imposible recordar nada que uno no haya
observado; y es extremadamente difícil observar o recordar algo que uno no
quiera recordar, o no esté interesado en retener en la memoria.
De ahí se deduce inmediatamente una norma indiscutible para mejorar la
memoria. Si usted quiere que su memoria mejore inmediatamente exíjase la
voluntad de querer recordar. Fuércese a sentir el interés necesario para observar
detenidamente todo lo que quiera recordar y retener. Digo «exíjase» porque al
principio quizá le sea preciso realizar un pequeño esfuerzo; no obstante, en un
tiempo pasmosamente corto, verá usted que ya no tiene necesidad de realizar
ningún esfuerzo para querer recordarlo todo. El hecho de que usted esté
leyendo este libro representa el primer paso adelante que da. Si no quisiera
recordar, si no sintiese el afán de mejorar su memoria, no lo leería. «Sin una
motivación, difícilmente existirá recuerdo alguno.»

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