Una memoria fiel y retentiva es la base de todos los éxitos profesionales.
En último análisis, todos nuestros conocimientos descansan en la memoria. Platón lo expresó de este modo: «Todo conocimiento no es otra cosa que recuerdo»; y, por su parte, Cicerón dijo de la memoria que «es el tesoro y el guardián de todas las cosas». Un ejemplo contundente debería bastar por el momento: ¡usted no podría leer este libro en estos momentos si no recordase los sonidos de las treinta letras del alfabeto ∗ ! Acaso el ejemplo le parezca un poco forzado; pero ello no impide que sea muy cierto y elocuente. En realidad, si en un momento dado perdiese usted la memoria por completo, tendría que volver a empezar a aprenderlo todo desde los comienzos, exactamente igual que un recién nacido. No sabría usted vestirse, ni afeitarse, ni —si es una señora— aplicarse el maquillaje, ni guiar el coche, ni servirse del cuchillo y el tenedor, etc. Vea usted, todo lo que atribuimos al hábito deberíamos atribuirlo a la memoria. El hábito es memoria. La nemónica, que juega un papel principalísimo en una memoria cultivada, no es una cosa nueva ni rara. Lo cierto es que la palabra «nemónica» deriva del nombre de una diosa griega, Nemosina; y los sistemas de cultivo de la memoria fueron utilizados ya en tiempos de los griegos antiguos. Lo raro es que los sistemas para entrenar la memoria no sean conocidos y puestos en práctica por muchas más personas. La mayoría de los que han aprendido el secreto de la nemónica han quedado pasmados no solamente por la enorme facultad de recordar que han adquirido, sino por los tributos que recibían de sus familiares y amigos. Algunos decidieron que esa facultad era una cosa demasiado buena para hacer participar de ella a nadie más. ¿Por qué no ser el único empleado de la oficina capaz de recordar el número de catálogo de una pieza y su precio? ¿Por qué no ser el único que pudiera ponerse en pie, en una fiesta, y dar una demostración que dejase maravillado a todo el mundo? Yo, en cambio, opino que conviene que haya muchas memorias entrenadas; y a este fin dedico el presente libro. Aunque quizá muchos de ustedes me conozcan como un profesional dedicado a divertir al público, no me propongo, claro está, enseñarles habilidades memorísticas para espectáculo. No tengo el menor deseo de subirlos a ustedes a un escenario. Lo que quiero es manifestarles las magníficas aplicaciones prácticas de una memoria bien entrenada. Aunque, sí, este libro enseña varias habilidades en el campo de la memoria que podrá usted utilizar para brillar delante de sus amigos. Pero lo que importa es que dichas habilidades constituyen excelentes ejercicios para el cultivo de la facultad que nos ocupa, y los principios en que se basan pueden ser aplicados para efectos prácticos. La pregunta que la gente me hace más a menudo es: «El recordar demasiado ¿no produce confusiones?» Yo respondo sin vacilar: «¡No!» No existe límite alguno para la capacidad de la memoria. Lucio Scopion recordaba los nombres de todos los ciudadanos de Roma; Ciro podía llamar a todos los soldados de su ejército por su nombre, y Séneca era capaz de memorizar y repetir dos mil palabras después de haberlas oído una sola vez. Yo creo que cuanto más recuerda uno, más puede recordar. En muchos aspectos, la memoria es como un músculo. Al músculo hay que ejercitarlo y desarrollarlo para que preste un buen servicio; con la memoria ocurre igual. La diferencia está en que un músculo puede hipertrofiarse o agarrotarse, mientras que la memoria no. A uno pueden enseñarle a tener buena memoria del mismo modo que le enseñan cualquier otra cosa. Y la realidad es que resulta mucho más sencillo aprender a tener memoria que, por ejemplo, a tocar un instrumento musical. Si usted sabe leer y escribir y posee una dosis normal de sentido común, y si lee y estudia este libro, habrá adquirido también, probablemente, un mayor poder de concentración, un sentido más fino para la observación y, quizás, una imaginación más poderosa. ¡Recuerde, por favor, que no existe eso que llaman mala memoria! Esto quizá deje aturdidos a aquellos que se han escudado durante años en su respuesta «mala» memoria. Lo repito, no existen malas memorias. Existen únicamente memorias entrenadas y memorias no entrenadas. Casi todas las memorias no cultivadas muestran desarrollos unilaterales. Es decir, las personas que saben recordar nombres y caras no son capaces de recordar números de teléfono, y las personas que recuerdan los números de teléfono no recordarían, ni que les fuese la vida en ello, los nombres de aquellos a quienes desearían llamar. Hay personas que poseen una memoria retentiva excelente, pero de una penosa lentitud para asimilar; e igualmente personas que, de momento, recuerdan con mucha rapidez, pero no tienen el recuerdo mucho tiempo. Si usted aplica los sistemas y métodos enseñados en este libro, le garantizo una memoria a la vez rápida y retentiva para casi todo. Según he mencionado en el capítulo anterior, todo lo que usted desee recordar debe ser asociado mentalmente, sea como fuere, a algo que usted ya sabe o recuerda. Por supuesto, la mayoría de ustedes afirmarían que han recordado y recuerdan muchas cosas sin asociarlas a ninguna otra. ¡Muy cierto, en apariencia! Porque si hubieran realizado las asociaciones advirtiéndolo, entonces poseerían ya los fundamentos de una memoria entrenada. Lo que hay es que la mayoría de cosas que han recordado a lo largo de sus vidas fueron asociadas subconscientemente a alguna otra cosa que ya sabían o recordaban.
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