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Diálogos de pensamiento decolonial Maestría en Comunicación y Cultura Beatriz Hernández Pino

Cursada como optativa de Maestría en


Abril 2020
FEDERICO LUIS SCHUSTER
Estudios Sociales Latinoamericanos (UBA)

Subsecretaría de Maestrías y Carreras de Especialización


Secretaría de Estudios Avanzados

CARÁTULA DE PRESENTACIÓN DE TRABAJO

FECHA: 30 / 04 / 2020

ALUMNO/A: BEATRIZ HERNÁNDEZ PINO

DNI: 95.879.195

MAIL: beahpino@hotmail.com

CARRERA/MAESTRIA: MAESTRÍA ESTUDIOS SOCIALES LATINOAMERICANOS

COHORTE: 2018

MATERIA: DIÁLOGOS DE PENSAMIENTO DECOLONIAL Y DESCOLONIAL EN COMUNICACIÓN Y CULTURA

DOCENTE/S: FEDERICO LUIS SCHUSTER

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Estudios Sociales Latinoamericanos (UBA)

Teoría decolonial para una geopolítica crítica del cambio climático

Los derechos humanos y los derechos de la naturaleza


son dos nombres de la misma dignidad

Eduardo Galeano,
Mensaje a la Cumbre de la Madre Tierra (2010)

Como no quitarnos de la cabeza, cuando hablamos del cambio climático, a un oso polar indefenso
flotando en un témpano de hielo a la deriva. O una imagen de una tierra seca, agrietada y devastada
que algún día albergó vida. O Al Gore revolucionando el mundo con “Una Verdad Incómoda”. Somos
parte de nuestro tiempo y de sus representaciones e imágenes: el Cambio Climático se está
consolidando como una de una verdad moderna innegable.

Asistimos a un prolífico momento narrativo sobre lo ecológico, lo ambiental, las cumbres climáticas
o “salvar el planeta para salvar el mundo” que se sostiene en tensiones por la construcción de sentidos
respecto a la representación de la naturaleza. Una emergencia que se encuentra a la misma distancia
del poder que del peligro. Se han conformado una serie de discursos, de lenguajes, de maneras
específicas de actuar o de entender el mundo y el cambio climático compartidas, y en cierto modo,
como veremos, hegemónicas.

Aunque se viene anunciando desde hace cuarenta años, es ahora, ante el agotamiento de los recursos
naturales sobre los que se sustentaba el capitalismo —el petróleo—, que combatirlo se ha hecho
impostergable. Se hace visiblemente necesario, por lo tanto, transitar nuevos caminos hacia formas
alternativas de obtención, acumulación y consumo de energía. Esto supone cambios a corto, mediano
y largo plazo a nivel económico, social y por supuesto filosófico-conceptual, lo que sin duda será un
escenario de pugna para los conceptos del pensamiento decolonial hacia una nueva sociedad posfósil
(Fornillo, 2019). Es decir, su aporte será esencial en la construcción de una geopolítica crítica del
cambio climático (Ojeda, 2014), para no dejarnos a nadie por el camino, para no olvidarnos de los
olvidados en nombre del Cambio Climático y para que el fin no justifique los malos medios.

Lo primero que debemos pensar para aproximarnos a lo que aquí voy a exponer es que no hay una
única visión sobre el cambio climático, aunque lo parezca. Por lo pronto, distinguiremos entre
ambientalismo y ecologismo, dos posturas de apariencia similar y utilizadas erróneamente como
sinónimos de forma habitual. El ambientalismo entiende los problemas medioambientales desde una
óptica administrativa, es decir, cree en que estos pueden ser resueltos sin cambios fundamentales en

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valores y modelos actuales de producción y consumo. Del otro lado, el ecologismo aboga por una
existencia sostenible en la que hay que llevar a cabo cambios radicales en las relaciones con la
naturaleza y con la forma social y política de entender la vida —es por ello que desde esta perspectiva
se usa la concepción socioambiental para incluir la parte social que conllevan la gran mayoría o
totalidad de los conflictos referidos a la obtención recursos.

En los años noventa, cuando de forma incipiente surge la idea de economía verde1, los procesos
productivos comienzan a “ecologizarse” (Machado Araoz, 2010:44) — entendido como nueva
configuración semiótico-política de apropiación alternativa de la naturaleza. Cuidado con las
palabras: alternativo no significa ni mejor ni peor, y a esa incertidumbre es a la que nos enfrentamos y
sobre la que debemos construir. Con el respaldo legitimador de tener en sus manos la salvación del
planeta, “la crisis ambiental ha dado un nuevo impulso a la sociedad capitalista liberal” (O’Connor,
1993:16): la naturaleza se ha economizado y la economía se ha ecologizado (Leff, 2005:3).

Para tratar de definir qué beneficios nos ofrecen los ecosistemas, la comunidad científica desarrolló el
concepto de servicios ecosistémicos2 . Desglosadas, cuantificadas y concretas, las prestaciones que la
naturaleza otorga a la humanidad representan una nueva forma de entender la naturaleza. Se pretende,
de esa manera, justificar su protección en los términos que la economía de mercado necesita. La
relevancia del término derivó de la publicación en 2005 de “Millennium Ecosystem
Assessment” (Evaluación de los Ecosistemas del Milenio) por parte de las Naciones Unidas y ha
materializado definitivamente la capitalización de la naturaleza.

Ideas como estándares ambientales o eficiencia ambiental, equiparan la conservación del capital a la
conservación de la naturaleza como si su funcionamiento fuese similar y los términos extrapolables.
Es decir, estas concepciones del capital hacia la naturaleza renuevan la idea de progreso3 con una
mínima alteración dentro del mismo paradigma moderno-colonial-capitalista en nuestros días de

1El concepto fue definido por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA-UNEP) en 2011 en el documento
“Hacia una economía verde. Guía para el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza.” Aunque origen de dicha acepción
estaría en la firma del Protocolo de Kioto en 1997 que permitió crear un mercado de CO2.

2 Estos servicios fueron clasificados en cuatro categorías: 1) servicios de apoyo que son necesarios para la producción del resto de
servicios del ecosistema como dispersión y reciclaje de nutrientes y hábitat para especies; 2) servicios de abastecimiento como
alimentos, agua, materias primas o energía, entre otros; 3) servicios de regulación como la captura y el almacenamiento carbono, la
regulación del clima, la descomposición de residuos, la purificación del agua y del aire, la polinización de cultivos y el control de
plagas y enfermedades; y por último 4) los servicios culturales entendidos como los beneficios no materiales que las personas
obtienen de los ecosistemas como enriquecimiento espiritual, desarrollo cognitivo, reflexión o experiencias estéticas (aquí incluyen,
por ejemplo el ecoturismo) (Rositano et. al., 2012).

3 Desde el punto de vista hegemónico, moderno-colonial-capitalista, la manipulación, conquista y dominio de la naturaleza han
funcionado como indicador en la Historia del “progreso humano” (Machado Araoz, 2010:38). La conquista de América, a pesar del
epistemicidio, etnocidio y ecocidio que supuso, fue (es) considerada, paradójicamente, como la base creadora de un nuevo mundo y
una nueva concepción de dicho mundo (por sus implicaciones económicas, políticas y filosóficas) debido al dominio del medio natural
(entendido como territorios y cuerpos) que supusieron.
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economía verde. Una idea que se constituye sin reflexionar acerca de la relación entre las
consecuencias de los problemas medioambientales con la sobreexplotación de esa naturaleza
capitalizada dadora de servicios.

Debido a sus impactos, el cambio climático se está convirtiendo en un creador de geopolítica en sí


mismo. Influye en las economías, en las relaciones entre corporaciones, países y bloques regionales
proponiendo cambios más o menos profundos. La emergencia climática representada por la escasez
de recursos inminente —sobre todo energéticos— pone en juego la seguridad ecológica de los seres
humanos. Por ello, para no caer en falacias de lobos con piel de cordero pintados de verde, es
necesaria la articulación de derechos de la naturaleza y los derechos humanos desde una perspectiva
más amplia, y así construir una geopolítica crítica en estos tiempos de cambio climático.

LA ECOGUBERNAMENTALIDAD CLIMÁTICA GLOBAL

La emergencia de la “conciencia mundial medioambiental” fue en cierto modo consecuencia del


Informe Meadows en 1971. En él se hablaba de los límites del crecimiento que dieron lugar a la
retórica medioambiental hegemónica actual. Es prácticamente indiscutible el agotamiento de la
naturaleza y el inminente cambio climático. En 1987 el Informe Bruntland impone el paradójico
concepto de “Desarrollo Sostenible” como “la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer
sus necesidades” como criterio de producción y consumo. Algo así como un mantra que en ningún
caso sirvió para modificar las tendencias de los países ricos (Naredo, 2006:15). El segundo Informe
Meadows, en 1991, siguió en la idea “mitológica” del crecimiento económico infinito (Machado
Araoz, 2010:42-43).

El Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés)
fue conformado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de la Naciones
Unidas por el Clima (PNUMA) en 1988. Sus acciones se sustentan en aspectos científicos del clima,
la vulnerabilidad de los sistemas socioeconómicos y naturales al cambio climático y las
consecuencias y posibilidades de adaptación —entre las que se encuentran preocupaciones como
disminuir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) y atenuar los efectos del cambio climático.

Casi 10 años más tarde, 129 países firmaban en Kyoto un protocolo por el que se comprometían a
disminuir un 5% sus emisiones de GEI, a la creación de un comercio internacional de emisiones y
mecanismos para un desarrollo limpio (lo que se denominó MDL). De los principales emisores sólo
se adhirieron al acuerdo la Unión Europea y Japón, mientras China, Estados Unidos y Australia
quedaban fuera.
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Aquí, además de ver la irónica eficacia de un acuerdo que no incluía a los más contaminantes, hay un
punto muy importante para la geopolítica del cambio climático. No todos los países eran iguales a la
hora de tomar medidas. Los países desarrollados entraron en el “Anexo I” con compromisos
cuantificados en la reducción de sus emisiones de GEI, el resto de países se consideraron como “No
Anexo I” y serían los receptores de políticas y conocimientos para mitigar el cambio climático, pero
no tenían responsabilidades específicas. En este punto obsérvese que no crearon una categoría
específica, sino que usaron la negación, el no ser.

La toma de decisiones de las medidas para hacer frente al cambio climático reside principalmente en
la COP (Conferencia de las partes, el órgano supremo de la Convención de Naciones Unidas para el
Cambio Climático). Responde a las consideraciones científicas del IPCC, aunque sin ser sus
investigaciones directamente vinculantes. Se hace en total desigualdad de condiciones para los países.
Pues no es lo mismo la capacidad de negociación o el conocimiento tecnológico de un país que de
otro, ni por supuesto, los recursos que invierten o el número de miembros de la delegación. Además,
dichas decisiones dependen de los gobiernos de turno y por lo tanto, los países siguen en el juego
geopolítico tradicional de intereses. Mientras que la supervivencia literal de algunos países depende
de la mitigación urgente del cambio climático — de que el nivel del mar no aumente, por ejemplo, en
algunas islas como las Salomón en el Pacífico— otros países no tienen escrúpulos para bloquear o
entorpecer decisiones.

Como es normal, de estos procesos internacionales emergió una manera determinada de pensar acerca
del Cambio Climático. Una serie de actores crearon y resignificaron palabras como mitigación,
desarrollo limpio o vulnerabilidad climática; los conocimientos de expertos se revalorizaron, se
crearon disciplinas académicas específicas como la ingeniería forestal, la climatología, la consultoría
y estudios de impacto ambiental y se desarrollaron tecnologías y políticas entorno a las energías
limpias, adaptación de poblaciones y ecosistemas. Todos ellos bajo una misma lógica y discurso
articulan lo que la investigadora Astrid Ulloa (2010) define como ecogubernamentalidad.

Esta idea proviene esencialmente de la propuesta por Foucault (1991) como gubernamentalidad y
que se define como el conjunto de instituciones, procedimientos, análisis, reflexiones, cálculos y
tácticas que permiten ejercer una forma específica y compleja de control. Tiene como meta principal
llegar a la población, como forma el saber (en este caso la economía política) y como instrumento

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técnico, los dispositivos de seguridad. Este concepto Ulloa lo articula con una nueva geopolítica del
conocimiento4 y lo inserta en el escenario actual de Cambio Climático Global.

El desigual desarrollo tecnológico del mundo no es casual, no ha surgido de una forma natural ni
espontánea, sino que es el resultado de la división internacional del trabajo derivada de los efectos del
colonialismo-imperialismo. La racionalidad tecno-científica se convirtió, desde el siglo XVII, en el
“único modelo válido de producción de conocimiento, dejando por fuera cualquier otro tipo de
epistemes” (Citro, 2017) y produciendo, consecuentemente epistemicidios irrecuperables.

Así, es en las universidades de los países centrales desde donde se investiga mayoritariamente el
cambio climático, desde donde se establece qué hacer y cuáles son las posibilidades políticas para
afrontarlo y mitigar sus consecuencias. La exportación de conocimiento da lugar a un distribución
geoepistemológica que invisibiliza conocimientos válidos otros para afrontar el cambio climático y
determina la visión única global para pensar la cuestión. Adivinen cuál es esa única visión. Con otros
tintes más verdes, esta perspectiva renueva lo que Anibal Quijano (1992) denominó la colonialidad
del poder (saber): 1) la colonización del imaginario de los dominados; 2) la represión ante sus modos
propios de producir conocimiento, perspectivas, imágenes, símbolos, recursos, patrones e
instrumentos de expresión; y 3) la mistificación de la figura de los colonizadores.

Los pueblos indígenas, por su vinculación con el ambiente de manera tanto material como cultural, se
están viendo gravemente afectados por el cambio climático. Ni siquiera como conocedores de los
lugares concretos que habitan ancestralmente, han formado parte de las discusiones y de los espacios
de toma de decisión del cambio climático nacionales e internacionales. A pesar, eso sí, de que desde
el Acuerdo de París en 20155 se reconocen por primera vez los conocimientos tradicionales, indígenas
y locales para hacer frente al cambio climático. Se trata más bien, de un acto de lavado de cara que
otra cosa, al no establecerse como conocimientos vinculantes sino tan sólo para ser aplicados “cuando
correnponda” ó “cuando sea el caso” sin especificar qué requisitos serían esos.

4Walter Mignolo (2003) plantea la colonialidad en la relación entre las locaciones geohistóricas y producción de conocimiento con este
concepto.

5 Artículo 7.5. de la COP21 (Acuerdo de París): Las Partes reconocen que la labor de adaptación debería llevarse a cabo mediante un
enfoque que deje el control en manos de los países, responda a las cuestiones de género y sea participativo y del todo transparente,
tomando en consideración a los grupos, comunidades y ecosistemas vulnerables, y que dicha labor debería basarse e inspirarse
en la mejor información científica disponible y, cuando corresponda, en los conocimientos tradicionales, los conocimientos
de los pueblos indígenas y los sistemas de conocimientos locales, con miras a integrar la adaptación en las políticas y
medidas socioeconómicas y ambientales pertinentes, cuando sea el caso.
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“Finalmente, los mejores científicos del mundo reconocen lo que siempre hemos sabido”6, decía la
carta escrita por pueblos originarios de 42 países diferentes después de que el IPCC considerara en un
informe el 2019 (IPCC, 2019) su importancia demostrada en la conservación de la naturaleza y la
gestión de la tierra. Incluso, se alegaba que fortalecer sus derechos era una de las soluciones a la crisis
climática. Sin embargo, estas lecciones de los pueblos indígenas, no fueron ni de lejos consideradas
en la COP25 que se celebró en Madrid tan sólo seis meses después.

Han sido excluidos, por tanto, los conocimiento locales, y con ellos “un paradigma otro”, “un
pensamiento fronterizo” (Mignolo, 2003) con opciones valiosas basadas en otras lógicas, ecologías,
saberes, temporalidades, reconocimientos o productividades (De Sousa Santos, 2006). Reformulo a
Boaventura De Sousa Santos (2006:26) para pensar si hay alguna posibilidad de que la ciencia no
entre en el paradigma actual como monocultura, sino como parte de una ecología más y dialogue con
otros saberes subalternos, populares, indígenas, campesinos…

¿No estará en esos puentes entre saberes el camino que buscamos?

LAS TENSIONES ENTRE LO GLOBAL Y LO LOCAL

La Pachamama, o Madre Tierra, es la diosa femenina de la tierra. La tierra no como suelo ni como
naturaleza, sino todo en su conjunto. No está en un sitio específico pero sí se concentra en algunos
lugares mágicos como manantiales, vertientes o apachetas7. Es la madre que nutre, protege y sustenta
a la humanidad, la que posibilita la vida, es inmediata, cotidiana. Se dialoga constantemente con ella.
Es la más popular de las creencias del ámbito incaico y aún sobrevive con fuerza en el noroeste
argentino.

Las ceremonias en honor a la Pachamama pueden realizarse en cualquier momento, pero sobre todo
se hacen al inicio de la siembra y la cosecha, principalmente durante todo el mes de agosto y
especialmente el primer día del mes. Se le pide sustento o disculpas por alguna falta cometida en
contra de la tierra y todo lo que provee. A cambio de esta ayuda y protección, los pobladores de la
puna atacameña están obligados a ofrendar parte de lo que reciben configurándose así una
reciprocidad.

6Declaración de los pueblos indígenas y las comunidades locales de 42 países, más de 1.600 millones de hectáreas de tierras
manejadas por los pueblos indígenas y comunidades locales y el 76 % de los bosques tropicales del mundo, sobre el Informe
Especial sobre el Cambio Climático y la Tierra del IPCC. Disponible online: https://ipccresponse.org/declaracion

7Es un montículo de piedras en forma cónica colocadas de esa manera como ofrenda realizada por los pueblos originarios de los
Andes a la Pachamama u otras deidades. El vocablo proviene del quechua y aimara apachita.
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El 1 de agosto de 2014 a los pies de la apacheta de sal, como es costumbre, se enterró una olla de
barro con comida cocida en las inmediaciones del salar Caucharí-Olaroz. Junto a la olla también
había hojas de coca, vino, cigarrillos y chicha. En los tobillos, muñecas y cuello, los participantes
portaban atados cordones blancos y negros confeccionados con lana de llama. Ese día, además de la
ofrenda a la Pachamama se celebraba la inauguración de la planta extractiva de litio de la compañía
Sales de Jujuy SA8 , en la provincia argentina de Jujuy.

Operarios, técnicos, profesionales y miembros del gobierno provincial participaron con las
comunidades en la ceremonia. “Pedirán prosperidad hasta el año que viene y agradecerán por el litio
que obtuvieron y los minerales que esperan seguir encontrando”9 , decía el secretario de minería de la
provincia de Jujuy en el mismo ritual en 2019, después de cinco años de explotación de litio en este
salar.

El litio aparece en esta historia del cambio climático como la solución a los problemas de
almacenamiento de la energía limpia, y por lo tanto como el mineral que hará posible el abandono de
los hidrocarburos y la reducción de emisiones de GEI para la mitigación del cambio climático. Las
comunidades originarias, por su parte, no son homogéneas en su posicionamiento con respecto a la
presencia de las mineras transnacionales en sus territorios. Algunas están a favor de la extracción del
litio, como las del salar de Caucharí-Olaroz; otras están en contra por la modificación del ecosistema
que supone, como las aledañas a Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc.

Hasta el desarrollo de las baterías de litio al nivel de eficiencia actual, la energía solar, hidráulica,
eólica, mareomotriz, etc., se consideraban energías de puro flujo (Fornillo, 2019) al no poderse
transportar, almacenar —y por lo tanto aprovechar debidamente— de la misma forma que se había
hecho con la logística petrolera. Con la aparición y perfeccionamiento de las baterías de ión-litio, más
ligeras, eficientes y rentables, las posibilidades en su uso comercial han aumentado exponencialmente
(en su uso para la electromovilidad, por ejemplo). Sin embargo, como señalan diversos investigadores
al respecto, estos discursos tranquilizadores con el cambio climático, cargados de sustentabilidad e
imaginarios de progreso, invisibilizan las insustentabilidades que la minería de litio produce a nivel
local (Gundermann y Göbel, 2018).

8Sales de Jujuy S.A. es un conglomerado formado por Orocobre S.A (Australia), Toyota Tsusho Corp. (Japón) y JEMSE (Estatal Jujuy
que posee el 8% de participación en la compañía).

9“Sales de Jujuy rindió culto a la Pachamama”. Disponible online: https://www.jujuyalmomento.com/puna-jujena/sales-jujuy-rindio-


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La forma más rentable de extraer litio es a través de los salares —evaporación de su agua— y eso
coloca al “Triángulo del Litio” (Argentina, Bolivia y Chile) entre los más cotizados para la obtención
de petróleo blanco barato y de buena calidad. Dichos salares están instalados en ecosistemas
semidesérticos muy frágiles sobre la cordillera de los Andes a miles de metros de altura sobre el nivel
del mar. Las técnicas de obtención requieren de grandes cantidades de agua al realizarse la extracción
a partir de salmuera. Lo que provoca la alteración de los ciclos hídricos. Esto fue denominado por el
Grupo de Estudios Geopolítica y Bienes Naturales de la UBA como territorios hidro-sociales
(Fornillo, 2019), para dar cuenta de la fuerte vinculación con el agua de dicho ecosistema y
comunidades. Incluso, desde sus investigaciones, estiman que si el consumo de agua continúa como
se calcula en las proyecciones empresariales —unos 100.000 millones de litros anuales—
desaparecería la vida en el lugar.

Las poblaciones que habitan el territorio, a su vez, autodefinidas como indígenas, tienen modos de
vida en los que persisten fuertes anclajes con el ambiente, y con la sal en particular. Aunque estas
comunidades no son idénticas sí que tienen algunas similitudes esenciales para entender la
problemática que aquí nos concierne. Por un lado su relación y cosmovisión con la naturaleza es
crucial, como también sus sistemas organizativos entorno a una asamblea, su economía10 basada en el
pastoreo de llamas, ovejas y cabras, la agricultura a pequeña escala y la explotación de la sal —a la
que consideran un ser vivo (Pragier, 2019:52).

Entonces, al pensar cómo afrontar dicho cambio de paradigma energético que implica el cambio
climático, nos topamos con las contradicciones que se producen a nivel local. Estas tensiones nos
sitúan ante uno de los pilares angulares de la modernidad: el paradigma epistemológico de la relación
entre el todo y las partes respecto de la existencia histórico-social:

En una totalidad el todo tiene absoluta primacía sobre todas y cada una de las partes y que por lo
tanto hay una sola lógica que gobierna el comportamiento del todo y de todas y cada una de las
partes (Quijano, 2000:349).

¿Entonces, el noroeste argentino tiene que sacrificar su territorio y sus cuerpos para “salvar el
mundo”? ¿Qué mundo? ¿La parte salva a la totalidad? ¿Puede ser lo pensado en el centro aplicable a
las periferias? ¿Posible? ¿Factible? ¿y al contrario? ¿Aceptamos que hay zonas sacrificables? ¿Es
imaginable que el grueso de la población en el Sur Global no viva en ciudades contaminadas, padezca

10Otras de las fuentes de ingresos son las “ayudas sociales” percibidas desde los sectores públicos y privados y sus
emprendimientos turísticos. Para Schiaffini (2014) no son comunidades detenidas en el tiempo, sino que interactúan con la
modernidad.
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catástrofes naturales y en algún momento deje de ser la población más vulnerable del planeta cuando
el litio sudamericano viaje a los centros tecnológicos del Norte global? ¿Será ese el resultado de las
políticas derivadas del cambio internacional? ¿Es la sociedad que queremos construir?

La percepción de la totalidad elaborada en Europa en los siglos XVIII y XIX ha sido organizada
como una dualidad histórica: por un lado Europa —Quijano habla de que con Europa
verdaderamente se refiere a Europa central y Reino Unido— y por el otro No-Europa —todo lo
demás (2000:348). Esa dualidad, por lo tanto, implica que todo lo que era No-Europa aunque si bien
existía en el mismo escenario temporal, correspondía al pasado en un tiempo lineal cuyo punto de
llegada era (es) Europa.

No es raro, entonces, encontrarnos países que incentivan con aumentos de salarios que sus habitantes
vayan en bicicleta al trabajo, que se hagan descuentos fiscales por el uso de transporte público,
prohíban entrar en el centro de las ciudades con determinados vehículos viejos o en mal estado que
sean contaminantes o desgraven por reciclar. Y al mismo tiempo, en nuestro tiempo, encontrar
ciudades grises de contaminación, camiones y autos antiquísimos, deficientes sistemas públicos de
transporte, industrias que no cumplen los mismos parámetros medioambientales que las de los otros
países y una insuficiencia en la gestión de residuos.

El noroeste argentino, las provincias de Salta, Catamarca y Jujuy concentran las mayores actividades
extractivas de litio. De esta forma se sitúan, directamente, dentro de este engranaje que visibiliza las
paradojas de la globalización. Por un lado los discursos de la necesidad de una transición energética
reconocidos internacionalmente con el premio Nobel de química 2019 en la labor de Akira Yoshino,
Stanley Whittingham, John B. Goodenough en la mejora de las baterías de ión-litio. Y por otro la
premisa desalentadora de la consolidación de América Latina como proveedora de recursos naturales
al mundo11 ; con dinámicas de extracción de recursos naturales que no respetan los tratados
internacionales de consulta libre e informada con las comunidades, que producen daños irreversibles
en el medio ambiente y que perpetúan mecanismos desiguales de inserción en los mercados
internacionales de materias primas y tecnología punta. Pues por lo que parece, este abandono de las
energías fósiles sólo podría llevarse a cabo en el Norte global —como parte esencial de la totalidad.

GEOPOLÍTICA CRÍTICA DEL CAMBIO CLIMÁTICO

11Argentina exporta actualmente el 16% del litio mundial y se consolida como la favorita en la carrera por la exploración de sus
salares al ser el país con las leyes medioambientales más flexibles en cuanto a minería (Méndez, 2018) y el menor costo operativo. En
2014 se inician en Jujuy dos proyectos extractivos; y a inicios de 2019 se informa de la licitación pública de mas de 35 mil hectáreas
más, medida que provocó cortes de ruta y otras protestas de las comunidades locales, que no fueron informadas y consultadas
previamente como contempla el artículo 169 de la OIT.
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La apropiación desigual de la naturaleza es el hecho constitutivo de la modernidad-colonial-


capitalista. Se estableció así una jerarquía en la distribución del usufructo de los bienes y servicios
por un lado, y otra a la inversa para los riesgos ambientales. Desde este punto de vista, la
manipulación, conquista y dominio de la naturaleza han funcionado como indicador en la Historia del
progreso humano (Machado Araoz, 2010:38). Para este investigador, la crisis ambiental presente
demuestra el desastre del proyecto moderno-colonial desde el punto de vista político y epistémico. Y
añade: “la complejidad que caracteriza al colonialismo moderno reside en la eficacia de su episteme:
la conquista militar, la subyugación política y la explotación económica de los pueblos (cuerpos y
territorios) subalternizados como conquista semiótica de la naturaleza”.

El pensamiento decolonial cuestiona la concepción lineal, unidireccional y continua de la historia


(aportada por una parte por el liberalismo y por otra parte por el materialismo histórico) que provoca
y es responsable de imaginarios colectivos de la idea de progreso que la ecogubernamentalidad
actualiza. Entender la humanidad bajo esta perspectiva eurocéntrica12 nos retrocede a dualidades
como inferiores y superiores, irracionales y racionales, primitivos y civilizados, tradicionales y
modernos.

Decía Dussel que Marx había sido el primero en poder pensar integralmente el capitalismo porque lo
hizo desde el proletariado y no desde la burguesía, como había sido habitual (2009:187). Por eso,
seguir interpretando el mundo desde el centro perpetúa la visión hegemónica y olvida los modos que
el sistema produce en su periferia, que es, parte constitutiva esencial de dicho sistema. Y a su vez, el
pensamiento que asume la perspectiva de los márgenes, de las periferias del sistema-mundo (en
palabras de Wallerstein), es valioso para reconsiderar el mundo, incluso la realidad europea, de una
manera nueva y crítica (Schuster; Peña, Dulbecco: 2015).

El caso de la extracción de litio con fines limpios en la electromovilidad materializa interesantes


contradicciones y aportes para la construcción de una geopolítica crítica del cambio climático. Sea
justificado o no, legitimado o no, su extracción supone por un lado la repetición de las dinámicas de
apropiación desigual de la naturaleza y, por consiguiente, la perpetuación de las desigualdades y
jerarquías históricas centro-periferia; y por otro, la aceptación de los territorios concretos como zonas

12Astrid Ulloa (2010) puntualizaba el eurocentrismo como occidentalismo, entendiendo que el imaginario es englobador y es la
autodefinición del sistema-mundo moderno. Por su parte Fernando Coronil —a mi juicio nada desencaminado— aporta un interesante
matiz actualizar el término como globocentrismo (Coronil, 2000), como paso de la disolución de Occidente en el mercado a través de
procesos de des-territorialización y re-territorialización de flujos y procesos productivos, la desregulación del mercado —con procesos
de mercantilización de la naturaleza, cuerpos, subjetividades y culturas—, la reconfiguración de los centros de poder —tecnológicos,
semióticos, financieros y político-militares—, nuevos márgenes y periferias, suponen un cambio importante en la reconfiguración del
colonialismo funcional al capitalismo.

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de sacrificio. Boaventura de Sousa Santos, remueve esas dinámicas desde la epistemología del sur,
habla de ese Sur global no como concepto geográfico, sino como una “metáfora del sufrimiento
humano causado por el capitalismo y el colonialismo a nivel global y la resistencia para superarlo o
minimizarlo” (2011: 35).

Los seres humanos no podemos sobrevivir sin la tierra, la tierra sí puede hacerlo sin nosotros. Es por
ello que el cambio sistémico al que nos enfrentamos, debe ser transitado y pensado desde todos los
puntos del prisma, disciplinas y ubicaciones planetarias. Por supuesto, la teoría decolonial tiene
grandes aportes en este momento en el que se han constituido instituciones muy poderosas que
abanderan dicho cambio desde una única visión universal y aparentemente global. Aunque más bien
parecen trabajar en cambios puntuales para que en el fondo nada cambie.

Ningunear el pensamiento que se articula entorno al conocimiento local, ya sea indígena o campesino
—conceptos difícilmente diferenciables, por cierto— para hacer frente a las consecuencias del
cambio climático es negar y entorpecer soluciones posibles. Los lugares específicos sobre los que las
comunidades tienen lecturas propias, nociones, valores, experiencias individuales y colectivas, con
otros indicadores —como astronómicos, atmosféricos, botánicos—; también otras dinámicas de
consumo y reciprocidad con la naturaleza, dan cabida a propuestas de manejo ambiental que podrían
ser parte de esa solución que andamos desesperadamente buscando.

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Diálogos de pensamiento decolonial Maestría en Comunicación y Cultura Beatriz Hernández Pino
Cursada como optativa de Maestría en
Abril 2020
FEDERICO LUIS SCHUSTER
Estudios Sociales Latinoamericanos (UBA)

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